Posts Categorized: Escuela Dominical

¿POR QUÉ LA LEY?

 

Éxo. 20:1, 2; 2 Rey. 17:7, 8; Sal. 119:97-104; Mat. 5:17

 

  Introducción:

  Iniciamos hoy una unidad de estudio con el nombre genérico de: Las Leyes de Dios para el Hombre, serie que incluye trece lecciones abarcando los meses de junio, julio y agosto.

  ¿Por qué son necesarias las leyes?

  En primer lugar veamos lo que dice el diccionario acerca de la ley: Regla de acción impuesta por la autoridad superior. Visto lo cual, volvemos a preguntar: ¿Por qué son necesarias las leyes? ¡Pues, por qué somos humanos!, sería la respuesta. Sin embargo, nuestra época se caracteriza por la poca o nula importancia prestada a las leyes de los hombres. Sabemos de unas sociedades anónimas que pagan cuantiosas sumas a abogados competentes para que disfracen o rebajen los beneficios habidos. Legislativos que aprueban leyes que redundarán tarde o temprano en su propio beneficio o en el de sus familiares. Funcionarios que por cierto dinero exponen triquiñuelas legales para eludir o evitar la ley y tantos otros ejemplos que no relacionamos no cansar ni hacer exhaustiva esta lista. Y si sabemos que la ley humana no es mala es porque sabemos que casi todas tienden, en la letra, hacia el bien común y están basadas en la genuina experiencia y saber de los pueblos y en la conciencia de los legisladores. Pero Dios no consideraba la conciencia humana de por sí como la más apropiada para guiar al mismo hombre y tuvo que dar sus leyes para educarla acerca de lo bueno y lo malo. Así, nada mejor para iniciar estas trece lecciones, que estudiar el sentido básico de los Diez Mandamientos vistos e interpretados a la luz del NT y aplicados a la experiencia humana de hoy.

  Hoy, como siempre debemos acercarnos al pueblo de Israel, fuente y principio de cualquier aplicación cristiana, para cavar en el famoso decálogo, la situación que lo hizo necesario y las circunstancias de la época.

  Si el pueblo de Dios ha tenido baches, que los ha tenido, y grandes, el más representativo fue aquel que motivó la frase del autor del libro de los Jueces: Cada uno hacía lo que bien le parecía, Jue. 21:25. Y por lo general, un estado caótico similar degenera en un libertinaje sensacional, en el cual, la mayoría de las veces, lo que bien le parece a cada uno, perjudica al prójimo y casi nunca está de acuerdo con un posible tercero. El respeto obediente hacia las leyes unipersonales es indispensable para la sociedad humana y mucho más para la comunión con Dios. Así que, la ley de leyes, los Diez Mandamientos o el Decálogo (de deca, diez y logos, palabra), son un corto resumen de todos los deberes del hombre hacia Dios Padre y para con sus semejantes viniendo a llenar en el momento oportuno, el inmenso vacío de los siglos. Bien es verdad que pueblos más primitivos que Israel, tenían ya ciertos códigos humanos basados en costumbres y experiencias, pero todos o casi todos, estaban orientados hacia el castigo o condena del transgresor.

  La Ley de Dios, por el contrario, cambia la triste fisonomía de la ley mundial, pues nos indica: (1) Que debemos adorar a un solo Dios invisible por fe. (2) No tentarlo para que realice unas cosas que nos prueben su presencia física. (3) Nos ayuda a descansar un día fijo, específico con la idea no de ocio, sino de un cambio de trabajo y adoración total. (4) Honrar a nuestros padres a pesar de que estos ya no se ganen lo que se comen, no nos entiendan, molesten o sean una carga social para lo que llamamos nuestra vida. (5) No matar ni aun estando en peligro de nuestra propia vida. (6) No caer en la trampa del adulterio a pesar de que esta sociedad trata de demostrar que el hombre es bígamo por naturaleza y por necesidad. (7) No robar a pesar de que nos estemos muriendo de hambre. (8) Respetar a nuestro prójimo de manera que hasta podamos evitar la pobre, inocente y a la vez enorme calumnia, a pesar de que la consideremos un mal menor contra aquel que pensamos que es nuestro enemigo, y (9) por último, no ver en los objetos o personas del vecino más que motivos, si cabe, de emulación y nunca de codicia.

  Ideas todas ellas incomprensibles entonces… ¡y ahora!

  Sin embargo se prestan de forma admirable para guiar al creyente en su vida, con su Señor y con sus prójimos. La ley va marcando los mojones del camino a seguir al igual que los postes de Venecia señalan la dirección a seguir en el gran canal. Y es que nosotros, los cristianos modernos, tenemos la tentación de olvidarnos de la ley de Moisés pensando que está pasada de moda. No, no es así. El mismo Jesús interpretó algún que otro mandamiento en el llamado Sermón del Monte y así nos demostró su envidiable valor permanente y real.

  Y puesto que sabemos que la ley, incluso la Ley de Dios no nos salva, veamos el por qué y el cómo de esta Ley:

 

  Desarrollo:

  Éxo. 20:1. Y Dios habló todas estas palabras, diciendo: En primer lugar debemos notar que la paternidad de esta Ley, del decálogo, se atribuye a Dios sin ningún género de dudas. Moisés dice, indica, que Dios es la fuente e inspiración de esta ley, y que él no fue más que el simple testigo de las tablas. Y además, es curioso como él se define como un simple escriba sin arte ni parte en traducción alguna de la ley. Hoy en día es muy corriente oír hablar frases como esta: Hecha la ley, hecha la trampa. Por otra parte, el texto en que está escrita usa de un léxico que escapa a la mayoría de la gente y es necesaria la consulta de juristas expertos que nos traduzcan el lenguaje corriente y nos aconsejen. Moisés no. Se limita a escribir lo que oye y aún hay más, reconoce que Dios escribe en las tablas preparadas por él, Deut. 5:22.

  Y todos entendieron el espíritu y la letra de la ley. Me imagino a aquel nómada pueblo expectante. Ver si no las circunstancias que rodearon a esta entrega divina. La voz en medio de los truenos y relámpagos, la nube y el fuego crearon gran temor entre ellos, incluso pensaron que iban a morir a causa de la cercanía del Señor Dios. Por eso fue que pidieron a Moisés que sirviera de mediador y fuese a recibir las instrucciones divinas, y que luego les informase… ¡a nivel humano! Éxo. 20:18-26; Deut. 5:23-28. Pero esta actitud realista del pueblo llano nos enseña una santa y viva lección: Hemos de reconocer la naturaleza divina y reverenciarla como algo inalcanzable mientras no llegue la hora de la transfiguración. Y este pueblo de Israel, por el hecho de enviar a Moisés a traducir los deseos de Dios, nos revela su disposición previa de temerle y poner en obra todos sus mandatos. Mas, como no podía ser de otra manera, el Señor responde como suele hacerlo en estos casos: Los bendeciré de generación en generación, Deut. 5:29. Pero debemos fijarnos que el Señor condiciona el tener bien para siempre al hecho de temerle, adorarle y guardar sus mandamientos todos los días.

  Ya ha quedado dicho con anterioridad que estas leyes fueron inmensamente superiores a las de las naciones del entorno, porque el juez o el legislador fue el mismo Dios. Un Dios que se presenta a sí mismo como aquel que les sacó de la esclavitud de la tierra de Egipto y de la servidumbre, Deut. 5:6. Tal era la introducción a la Ley, tal era la Ley, tales los hechos y las circunstancias que envolvieron a la entrega de la Ley, que la mejor sabiduría habría sido ponerla inmediatamente por obra, para poder vivir en la tierra de Canaán formando una sociedad sana y fuerte, pero no pasó así. Israel, su Israel, equivocó el camino prescindiendo de los mojones de la ley que indicaban la verdadera dirección a seguir. Y fracasó por dos razones bien fundamentales: (1) Adoraron a dioses que les eran ajenos, rechazando por lo tanto la paternidad y la guía del Dios Padre único y verdadero, y (2) abandonaron sus mandamientos para seguir los de los otros países que hubieran debido ganar con el ejemplo, 2 Rey. 17:7, 8.

  Éxo. 20:2. Yo soy Jehovah tu Dios… La importancia de este v. es tal, que sin duda constituye la piedra angular de la gran, moderna y monoteísta religión judaica. El mismo Moisés lo transcribe en primer lugar. El primer mandamiento de los diez, o de las diez palabras como gustan llamarlos los judíos, es la base también de nuestro cristianismo. Es curioso hacer notar que representan un sumario de las obligaciones del hombre para con el Señor y para con sus semejantes, dictadas de un modo tan comprensivo, sabio y bueno, que desde luego tienden a señalar y demostrar su origen divino y causan la admiración de todo el mundo. No son propios de una nación, ni transitorios, como los detalles de las leyes ceremoniales y civiles de los mismos judíos que ya no tienen validez.

  Así, el espíritu de los mandamientos hay que buscarlo en el evangelio: Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que el que falte una jota de la ley, Luc. 16:17. La Ley tiene hoy mismo el vigor auténtico que tuvo aquel día lejano en que se oyó aquella voz: Yo soy Jehovah, que te saqué de la casa de Egipto, la casa de servidumbre… Dios les recuerda con cariño que les habla más como libertador que como legislador. Aquí debemos señalar que las leyes no fueron dadas con la finalidad de iniciar, por medio de su obediencia, una relación con el Padre. Se trataba de continuar más que iniciar. La gracia se había manifestado en haber tomado la iniciativa para liberar al pueblo de la esclavitud y en proponerle un pacto: Pacto que al principio fue aceptado de forma voluntaria por todo el pueblo, Éxo. 19:3-8. Israel había aceptado al Señor como un rey a quien correspondía por real naturaleza entregar unas leyes que les indicasen el modo de acercarse a Él y el trato que debía mediar en la diaria relación con sus semejantes. Las Diez Palabras eran, pues, un marco ideal que fijaba los límites dentro de los cuales la vida de las personas, entre Dios y su pueblo debía realizarse. Así, repitamos: Primero fue dada la gracia, luego la ley. Primero la redención por el poder de Dios, luego la guía sobre cómo vivir en comunión con Él. Atención: La Ley de Dios nunca fue presentada en el AT como un camino a la salvación. Todas las instrucciones que encierran los Mandamientos, tanto en el A como en el NT, sirven de guía para los que ya conocen a Dios, el cual los ha redimido del pecado, nunca antes.

  Sal. 119:97-104. Ese sal es alfabético, pues cada estrofa de ocho versos empieza con una de las veintidós letras del alfabeto he. Y es curioso notar que todos sus vs. con la sola excepción de los números 90, 121, 122 y 132, contienen uno de los términos con que se señala, designa a la Ley, como pudieran ser: palabra, ordenanza, precepto, mandamiento, promesa, juicio, etc. Así, la estrofa que ya hemos leído nos demuestra la honesta devoción apasionada del he fiel y piadoso hacia la Ley. Para él, no fue una carga ni una afrenta a su libertad, sino la clave de toda la santa sabiduría. Sabiduría que no tiene que ver con la edad y sí en la forma más o menos completa en que uno debe aplicar esta Ley.

  Mat. 5:17. No penséis… era probable que muchos pensaran en aquellos momentos en que Jesús iba a anular la ley de Moisés, máximo cuando Él mismo había proclamado ya repetidas veces su superioridad y autoridad sobre la misma y sobre hechos tan concretos como pudieran serlo las interpretaciones tradicionales del ayuno y el sábado, Mar. 2:18-28. No penséis que he venido para abrogar, o lo que es lo mismo: Soltar, disolver o quitar la Ley como obligación para nosotros sus seguidores. No. No podemos pensar que el Señor ha venido a anular algo que Él mismo inspiró. Al revés, Él, con su muerte, completó la Ley. ¿De qué modo? ¡Demostró que era posible cumplirla!

  No penséis que he venido para anular la ley o los profetas; y aquellos oyentes improvisados del sermón del Monte ya saben a lo que se refiere. Esta frase indica, en el vocabulario judío, a todo el AT. Sino para cumplir; a completar. A la luz de las interpretaciones del mismo Jesús en Mat. 5:21-48; este verbo, refiriéndose a la ley mosaica, significa darle un sentido más profundo. Fijarse que esto señala y reconoce que la ley antigua fue incompleta en su expresión. Así que el propósito de la Ley es llamar al hombre a la obediencia de la voluntad de Dios; quien, no obstante, siempre busca nuestro bien. Así, el Reino de los Cielos, según Jesús, no significa una disolución de la fiel demanda del Padre, que la ley de Moisés daba o representaba, sino que, por el contrario, hablaba de una obediencia absoluta al Hijo como revelación final de Dios. Por lo tanto, hoy como en los días de Jesús, es preciso ver o distinguir entre la Ley y el legalismo, que es una perversión de la misma. La Ley nunca fue dada, como ha quedado dicho, para salvar o vivificar al pecador, puesto que no es incapaz de hacerlo, Gál. 3:21. Y el legalismo busca la salvación por la conformidad de la ley señalando y hasta mostrando una tendencia definida y constante a guardar la letra más bien que su espíritu interno.

  Esto converge de manera inevitable en una actitud de orgullo si uno ha podido ser más o menos cumplidor de la Ley. Estos seres llegan a pensar que merecen estar en comunión con Dios gracias a sus obras y menosprecian a los demás como personas inferiores a él. El publicano y el pecador de la parábola pueden ser un buen ejemplo para no citar casos reales concretos que pudieran herirnos. Y esto último, mis hermanos, contradice el propósito de Dios. Debemos reconocer que hemos sido salvos por gracia y por iniciativa del Señor y así respondemos por fe, tratando de agradarle mediante la obediencia a su santa voluntad; voluntad que, precisamente, ha sido revelada en la Ley.

 

  Conclusión:

  Así llegamos a la conclusión de que el Decálogo significa más para el creyente de hoy que para aquel hebreo de entonces, ya que ahora lo vemos todo bajo el prisma de la interpretación del mismo Jesús. ¿Para qué sirve la Ley, pues? La Ley sirve para señalar y frenar al pecado, ya que éste ha entrado en la médula y experiencia humanas, Gál. 3:19; 1 Tim. 1:9. También, gracias a la Ley llegamos a tener el conocimiento del pecado, Rom. 3:20, aunque debemos combatir a los que señalan que la Ley de Dios es pecado en sí, Rom. 7:7, ya que la Ley, en sí misma, es santa, Rom. 7:12.

  El culpable es el pecado más bien que el mandamiento. Éste sólo indica lo que está bien o mal, Rom. 7:8. La Biblia se opone al libertinaje tanto como al legalismo. Bien es cierto que habían leyes ceremoniales y judiciales que sirvieron al pueblo de Israel como nación hasta la llegada de la revelación final de Cristo, pero no eran obligatorias para el cristiano. Dos ejemplos de lo que estamos diciendo ahora, podrían ser muy bien cuando Jesús anuló la distinción entre alimentos limpios e impuros, Mat. 7:19; y cuando Pablo se opuso al rito de la circuncisión como un deber para el creyente en Cristo, Gál. 5:2, 3. Pero el NT cita muchas leyes del Antiguo como mandamientos ineludibles, Rom. 13:9. La verdad es que fueron señaladas o citadas precisamente porque expresaban los principios eternos de la santidad y la justicia de Dios.

  Así que la Ley es de un gran valor para guiarnos en que forma y modo podemos cumplir la voluntad de Dios, hoy en día.

CRISTO ES NUESTRA ESPERANZA

 

Hech. 1:10, 11; 1 Ped. 1:3-9; 1 Jn. 3:1-3

 

  Introducción:

  Al igual que decíamos el domingo anterior que la gracia del Señor nos sostiene, hoy afirmamos que este sostén radica en Cristo. Sí, Él es nuestra esperanza. Además, una esperanza real.

  Se ha dicho muchas veces que el hombre, que el ser humano, es el ente más débil de la naturaleza. Y lo es precisamente a causa de su inteligencia mal empleada. ¡No tiene bastante nunca! Siempre, siempre está lleno de necesidades y si éstas no son reales, se las inventa. Nace el león y a lo mejor tiene interés en que la caza le sea propicia, nace el pájaro y trata de aprovechar las corrientes ascendentes para ayudarse en la vida, nace la rosa y su mayor interés es servir para aquello que fue creada: Ser hermosa y dar olor… Pero nace el hombre, y apenas salido de la dependencia paterna, cae de lleno en la esclavitud que gritan o representan sus necesidades, que por más que las cubra, siempre aparecen de nuevo vestidas con otra apariencia. Pero, ¿quién no las tiene? El pobre, por el hecho de serlo, las tiene. El rico, por ser rico; el sabio, por sabio; el ignorante, por ignorante; el gitano o el negro por causa de su piel y el blanco, sí, el blanco, por blanco. Y la edad, la edad también es un motivo de caos, dolor, preocupación y necesidad. Así tiene problemas el joven y el viejo, el muchacho y el mayor…

  Estas necesidades surgen precisamente a causa de su evidente superioridad respecto al resto de la naturaleza. Esta superioridad le crea una psicosis de dependencia jamás satisfecha; porque el hombre se esfuerza en conseguir el pan, por asegurar el vestido, la vivienda… y cuando ha satisfecho éstas, emergen otras que, poco a poco, van tomando la categoría de primarias y, hasta cierto punto, indispensables. Ojo hermanos, el cristiano, por el hecho de serlo, no está exento de esta lucha por la vida. Sin embargo, todo ser humano suspira, y a veces sin saberlo, por algo que va más allá de esta vida y aun de el mundo. Suspira profundamente por Dios como una de las mayores necesidades a causa de su naturaleza espiritual. Y en la forma en que el ser satisface esta imperiosa necesidad del Señor, consigue influir de forma inevitable en la claridad, determinación y satisfacción de todas las otras. ¡Nosotros sabemos bien que sólo Cristo satisface! Él es la respuesta clave a nuestras angustias. ¡Él es nuestra única esperanza!

  Pero, y ahora viene la pregunta directa: ¿Esperamos de veras en Cristo? Cuando estamos en el lecho del dolor, ¿esperamos más en Cristo que en las propias medicinas? Cuando nos abaten los problemas, ¿esperamos más en Cristo que en los consejos de las personas entendidas o en los libros? Cuando nos encontramos solos, dolidos y abandonados, ¿confiamos más en Él que en nuestros iguales? Qué cada uno responda con sinceridad dentro de sí mismo. Entretanto, pensemos que la esperanza en Él, en Cristo es ni más ni menos que un compañerismo real con el mismo Dios. Es la felicidad presente y futura, el eterno perdón de los pecados y la garantía de la vida, y vida eterna. Esta real amistad con Cristo nos proporciona, además, fuerzas morales y espirituales para resistir a las tentaciones y demás limitaciones del pecado.

  Resumiendo: ¡La esperanza en Él es la satisfacción completa!

 

  Desarrollo:

  Hech. 1:10. Y como ellos estaban fijando la vista en el cielo mientras él se iba, es la típica dependencia. La despedida del ser amado resaltando bien la idea de la indolencia del éxtasis y la contemplación. Actitud que los deja clavados en el sitio, impotentes, tristes, sin trabajar… incapaces de reaccionar por sí mismos. Y lo estaban tanto que a pesar de que Cristo Jesús había desaparecido ya en las nubes, se quedaron mirando al cielo esperando quizás que, a última hora por algún hecho o accidente fortuito, se fueran o aclarasen las mismas y volvieran a verlo una vez más. Estando así, he aquí dos hombres vestidos de blanco se presentaron junto a ellos. Eran mensajeros del Padre aptos para ser comprendidos, ya que a pesar de sus ropas blancas y resplandecientes, tenían la apariencia humana. Eran portadores de un mensaje de esperanza:

  Hech. 1:11. Dijeron: En forma que pudieran entenderlos todos: Hombres galileos, sí, sabemos que procedían de Galilea, de aquella provincia del norte de Palestina, ubicada justo al oeste del mar del mismo nombre. Pero, ¿en qué lugar o provincia tenían lugar los hechos? En Judea, al sur del país. ¿Por qué os quedáis de pie mirando al cielo? En esta pregunta observamos algo curioso. Más que una pregunta parece una reprensión. ¿Qué es lo que parece reñirles? No, no el acto de mirar en sí, como es natural, sino la actitud de angustia y tristeza que les había producido la marcha del Maestro como si ésta fuese ya para siempre. Critican su aparente desamparo. Bien pronto se habían olvidado de las enseñanzas del Cristo tocantes a su segunda venida. Esta situación nos lleva a otra muy similar: Se olvidaron también de sus enseñanzas acerca de la resurrección cuando debieran de haber aprendido a tener más confianza en Aquel que ahora era objeto de sus lloros y pesares. Esto nos enseña el alcance y el peligro de la inseguridad de los humanos. Aquellos que debieron de haber tenido la entereza suficiente para darnos una fuerte lección en una situación límite, difícil, no hacen sino todo lo que haríamos nosotros: ¡Mirar al cielo con impotencia!

  Sigamos: Jesús, que fue tomado de vosotros arriba al cielo… Este mismo Señor, a quien conocieron y con el que convivieron durante tantos días, les ha sido tomado, arrebatado para su propio bien, ha ido a ocupar la diestra de Dios, a recoger su premio y para volver en el día oportuno a juntar a todos aquellos que son sus hijos. Eso es lo que parecen decir todos los ángeles: Vendrá de la misma manera como le habéis visto ir al cielo. Esto es lo que constituye un mensaje de esperanza. ¿Por qué? Porque condiciona la forma de la venida del mismo modo de la ida. Así, ésta, ¡será perfectamente visible y clara para el hombre! Jesús ya había dicho que volvería y esto debería haber sido suficiente para aquellos hombres y para nosotros pero, debido a nuestra propia inconsecuencia, nos lo tiene que repetir de forma continua por mensajeros que pueden ser ángeles, como en esta ocasión, o predicadores, maestros, etc.

  1 Ped. 1:3. Y bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… Pedro inicia su epístola de forma similar a las de Pablo, aunque aquí parece indicar más énfasis en el aspecto histórico de los hechos. Quien según su grande misericordia es decir, sin merecerlo de forma absoluta, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aquí Pedro parece hablar por su experiencia personal, como sabiendo lo que dice. Todas sus esperanzas mesiánicas había sido destruidas de forma aparente con la muerte de Jesucristo y así, la vergüenza de su triple negación había acabado por abrumarle. Pero a la vista del Cristo, del Cristo resucitado, el perdón que el Maestro le otorgó de forma expresa, le hicieron renacer a la esperanza que bien podemos calificarla de viva, pues ahora siente que ya no podrá ser destruida del mismo modo que lo pueden ser las esperanzas más o menos carnales o quiméricas que antes alimentaba.

  Pedro ha cambiado mucho. Este nos ha hecho del v. 3 y este vosotros del v. 4, parecen indicarlo así. Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, indica con claridad que gracias a la obra y méritos del Dios Padre, hemos nacido de nuevo para vivir en un plano de verdadera satisfacción y seguridad. Dios ya no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Esta es la esperanza viva. La resurrección de el Señor Cristo, nuestra consecuente rehabilitación y la nueva forma de vivir, no sólo ha tenido el efecto de reanimar una esperanza en lo más profundo de nuestro ser, sino que ha regenerado, ha creado o ha hecho de nuevo todo nuestro ser espiritual y así hemos llegado a tener acceso a esta seguridad que es inmortal y vivificadora al mismo tiempo. Sí, este documento está ratificado, sellado y firmado por medio de la resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta es nuestra garantía real, nuestro aval real. Así y sólo así venceremos a las huestes del mal y a la muerte. ¡Él resucitó y así resucitaremos!

  1 Ped. 1:4. Sigamos más: Para una herencia incorruptible; el objeto de la esperanza, la vida eterna, es aquí representado bajo la figura de una herencia. Está tomada del AT, donde se aplica al Canaán prometido a Abraham y a su posteridad, Gén. 13:15. Ante la imposibilidad de comprender toda la felicidad de los cielos, la Biblia hace descripciones de ella contraponiéndolas con la miserias de nuestra vida actual. Tal es el objeto de los tres adjetivos que definen, cortan, enmarcan y valoran la herencia que se nos propone a todos: (1) Es incorruptible, ver Rom. 1:23. Puesto que la eficaz y verdadera herencia es Dios mismo, la fuente de la vida eterna que se opone a la simple vida humana que espera la corrupción del sepulcro de forma ineludible y absoluta. (2) Incontaminable. En otra versión antigua leemos: Inmaculable (sin contaminación). Por oposición a las cosas de este mundo donde hasta los objetos más santos no están libres de contagio y destrucción. Así, esta herencia está libre del ataque de los gérmenes dañinos, contaminantes de la muerte ya que es eterna y, por lo tanto, es inmortal. (3) Inmarchitable. En una palabra, lo contrario que esas flores cuya gracia, frescura y perfume son tan efímeras como la vida misma. La existencia celeste es pues la vida eterna, la santidad perfecta y la juventud perpetua, 1 Cor. 15:42. Toda esta herencia, dice Pedro ahora, está reservada en los cielos para vosotros. ¡Esta es la esperanza que da vida y seguridad!

  1 Ped. 1:5. Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, al igual que la herencia, nosotros, los creyentes, estamos siendo aptos para la posesión de ese premio. Para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo final. He aquí el doble fundamento de la certidumbre para la esperanza viva. Sí, esta herencia es reservada en los cielos para nosotros, como hemos visto en el v. 4 y nosotros somos guardados ya por el poder de Dios para esa herencia que no nos sería asegurada, si cabe el contrasentido, si nosotros no fuésemos guardados en medio de las pruebas, como se verá en los vs. 6 y 7. El poder de Dios es la fuerza y la guardia que nos protege contra todas las potencias hostiles, Fil. 4:7. Pero como la confianza del hombre es siempre condición de su salvación, el apóstol, agrega: Mediante la fe. En la medida en que confía en ese poder, todo hombre es salvo por él, como veremos en el v. 9. Entretanto, ¿qué puede significar ese tiempo final? Pues la posesión completa de la vida eterna. Para cuando estos cuerpos corruptibles se transformen en santos e incorruptibles. Cuando los cuerpos de los muertos en Él, en Cristo se levanten y se unan de nuevo cuerpo y alma en un todo que nunca jamás se separarán. Y esto tendrá lugar de forma visible.

  1 Ped. 1:6. En esto os alegráis, sí, a causa de la firme seguridad de esta herencia, a pesar de que por ahora, si es necesario, en este pequeño periodo de tiempo que nos ha tocado vivir, estéis afligidos momentáneamente por diversas pruebas. Heridos, golpeados, sacudidos por los reveses y mil y un contratiempos de la vida. Esto quiere decir que a pesar de ser cristianos, quizá precisamente por serlo, aptos para recibir la herencia que hemos citada antes, en tanto estamos aquí, no somos troncos de árbol insensibles pues notamos bien los embates del tentador.

  Ahora bien, ¿estas cosas, son necesarias? Sí, ¿Por qué?

  1 Ped. 1:7 Ver: Para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque sea probado con fuego, sabia razón, sabia advertencia. El oro, siendo de la tierra y con valor limitado sólo a este mundo, tiene que pasar por el fuego para ser apto y purificarse para servir a su buen propósito. Mucho más la fe, cuyo valor y afecto trasciende a esta vida y a este pobre mundo. Necesita pasar por el crisol de las pruebas para decir o demostrar si es falsa o genuina. Si la fe es buena, todas las pruebas de fuego, en vez de hacerle daño, la purifican y la valoran pues le quitan las impurezas propias de la vida y la capacitan para entrar dignamente en posesión de su bendita herencia. Si por el contrario es falsa, se derretirá al primer indicio de calor hasta no quedar ni un átomo de ella y hasta se confundirá con las cenizas. Así, nuestra fe necesita ser templada por el fuego para que sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo. Y será tan buena su ley que Dios la encontrará conforme cuando Cristo vuelva de nuevo a la tierra a buscar a los que son suyos. Así, todos los lectores de la carta que estaban siendo probados a causa de la persecución, y nosotros si esas pruebas nos ayudan a humillarnos, recogerán su honra cuando Él venga de nuevo, Col. 3:4.

  1 Ped. 1:8. A él le amáis, sin haberle visto, claro, físicamente se entiende. En él creéis; y aunque no lo veáis ahora, parece indicar claramente que un día lo veremos como lo vieron todos los apóstoles, creyendo en él os alegráis con gozo inefable y glorioso. El apóstol dice aquí que en esta vida, puede existir un gozo supremo e inenarrable producido por los dos sentimientos que unen muy bien el alma fiel a Cristo, el Señor. ¡El amor y la fe! Además, nos dice que estos dos afectos tienen el poder de aplicarse a una persona ahora invisible: Cristo. ¿Es esto fácil? No, creer misterios tan increíbles como los de la encarnación de la muerte, de la resurrección de un Dios hombre, amar a un desconocido que no predica más que la humillación, cruz y renunciamiento, en medio de todo, gustar de forma anticipada los goces del cielo y las delicias de la gloria, es lo que la filosofía humana no puede comprender. Todo esto, y más, es lo que hace la fe en el corazón de un hombre mortal.

  1 Ped. 1:9. Luego: Obteniendo así el fin de vuestra fe, llegando ya al logro santo y principal de la fe… ¿Cuál es? ¡La salvación de vuestras almas! Y esto, en la mentalidad de Pedro, es un marcado presente, actual… Ahora cabe la reflexión de que si este anticiparse es ya un gozo inenarrable, ¿que será cuándo la poseamos con toda su plenitud?

  1 Jn. 3:1. Mirad, nos llama la atención, cuán grande amor nos ha dado el Padre… Nos ha dado a su Hijo, más ¿para qué? Para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos! Sí, sí, somos hijos del Señor no sólo de nombre, sino de hecho y derecho. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Si no conocen a Dios, a nosotros, que por su gracia, somos iguales a Él, copartícipes de su misma naturaleza, tampoco nos pueden conocer. En Juan 17:25 hay otro pasaje paralelo que define bien al apóstol Juan. El hecho de que este mundo no nos conozca no debe preocuparnos más de lo necesario y sí ser un motivo de fiel alabanza puesto que nos demuestra que estamos andando por el camino de la suprema esperanza.

  1 Jn. 3:2. Amados, ahora somos hijos de Dios, la misma íntima felicidad de ser hijos del Señor no es un bienestar que nos ha sido prometido para un porvenir más o menos indeterminado o lejano, ¡lo somos ya, ahora mismo! Por la fe en Jesús y por la regeneración del corazón. Y todo esto a pesar de llevar puesto un caparazón medio roto e imperfecto, puesto que aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero ya sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos sus iguales, porque le veremos como es. Así que estamos destinados a ser transformados por entero en semejantes, casi iguales, a Cristo. Y gracias a que veremos su luz con pureza y esto nos contagiará de forma definitiva ¿Podríamos hallar otro texto que nos asegurara el hecho de ver al Padre Dios? En Mat. 5:8. Sólo que allí estamos condicionados a tener un limpio corazón. Además, ¿qué quiere decir ser semejantes a él? Sí, Dios es la vida, nosotros viviremos; Dios es amor, luego también nosotros amaremos; Dios es justo, pues nos llenaremos de justicia; Dios es eternamente dichoso, nosotros gozaremos de la misma dicha y tiempo.

  1 Jn. 3:3. Claro, todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él también es puro. Los que tenemos la gloriosa esperanza bien descrita en los vs. anteriores, no tenemos porque temer. La esperanza divina es el puro centro nervioso y vital de nuestra transformación, puesto que siendo hijos, todos confiamos en sus promesas y la que nos ocupa en concreto es muy clara.

 

  Conclusión:

  Hermanos: Empecemos desde ahora a formar con cariño los rasgos vitales de la semejanza que nos es prometida, si queremos seguir teniéndola arriba, en el cielo. Mientras tanto, avancemos minuto a minuto, día a día, hacia la consecución de la santidad pidiendo al E Santo las fuerzas que podamos necesitar, sabiendo que nunca nos defraudará.

  Amén.

 

LA GRACIA DE DIOS NOS SOSTIENE

 

Isa. 40:25-31; Fil. 4:10-13

 

  Introducción:

  Si las lecciones de la ED son actuales, la de ahora, la de hoy, es quizá con mucho, una de las más reales y oportunas. Veamos: ¿Qué es lo que sostiene la vida? ¿Cuál es el misterioso resorte que la mantiene viva y da interés para seguir viviéndola? ¿Dónde se encuentra su soporte? ¿Se limita la vida del hombre a unos años más o menos largos deambulando sobre la tierra? ¿Hay algo más? ¿Hasta que punto gozamos de las excelencias de un ángel de la guardia? ¿Quién es el mantenedor de estos Juegos cuyo fin es el cielo y su medio la vida? ¡Así nadie más si no Dios! Dios Padre es para el creyente una experiencia viva y continua. Ahora bien, ¿cómo podemos traducir de una forma real y comprensible esta experiencia? Dios Padre nos hace sentir cada día, minuto a minuto, el sostén que nos representa su gracia. En cada hora de nuestra ajetreada vida vemos la mano de Dios sobre nosotros. Notamos fielmente su providencia en todo momento. Sentimos el cuidado con que nos trata y sus enseñanzas nos capacitan para el buen vivir.

  Pero ahora estamos hablando de la vida, la vida de nosotros los cristianos. Mas hay otra vida. Y otra vida sin consuelo. Otra vida en que sólo se confía en la fuerza física o en las riquezas o en las influencias sociales o en la inteligencia… Esto lo vemos todos. Precisamente, es esta otra vida no cristiana la que, con su limitación, nos abre a nosotros un cielo y unas posibilidades sin límite. Jesucristo, perfecto conocedor del hombre, compara su vida con la estructura de dos casas. Todos sabemos la parábola: Una fue edificada sobre la arena y a fe que fue fácil hacerlo puesto que nadie tuvo que luchar con ninguna dificultad del subsuelo al hacer los cimientos por la sencilla razón de que no los tenía, pero vinieron las lluvias, soplaron los vientos y la casa se cayó y se arruinó sin remedio. Por el contrario, la otra había sido edificada sobre la misma roca, con las dificultades imaginables, también vinieron las lluvias y más fuertes que antes si cabe, más fuertes incluso que aquellas que cayeron sobre la otra, y vinieron vientos huracanados que chocaron contra todos los ángulos de su estructura, pero ¡nada sucedió! ¡La casa era inamovible!

  Fácilmente reconocemos nuestra vida con el segundo caso de la parábola… La Biblia nos dice de Moisés que se sostenía como viendo al Invisible. La base de esta vida era la presencia del Creador en él como una realidad cada instante, de día y de noche, y en la salud y en la enfermedad, en el descanso y en el trabajo, en la alegría y en la tristeza… La vida del hombre actual en el mundo de tanta lucha, de tanta ansiedad y confusión, que necesita de la gracia sustentadora de Dios para vivir. Necesita de su presencia vivificadora y renovadora como el pan que se come. Sin esta gracia, la vida humana se viene abajo como el edificio aquel edificado sobre la arena.

 

  Desarrollo:

  Isa. 40:25. ¿A quién, pues, me haréis semejante, para que yo sea su igual? ¿Quién hace esta pregunta? Dios. Parece decir al obtuso pueblo de Israel, ¿con qué ídolo o dios pagano me compararéis? Sabido es que había caído en una idolatría feroz, arrastrado por el mal ejemplo de sus propios reyes y sacerdotes. Como castigo a su tremendo pecado fue llevado cautivo a la idólatra Babilonia en donde se purificó a través del crisol de la pena y de la muerte, seleccionando un renuevo que aprendió la lección: ¡El Señor de los señores no puede ser representado por una imagen ni comparado con ídolo alguno! Así que ninguna obra echa de manos humanas o celestiales puede tomar el lugar de Dios. Dios es único… ¡y celoso!

  Isa. 40:26. Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién ha creado estas cosas. Esto es una exhortación y un reto para dejar de estar aferrado a lo terreno y a lo humano, incluyendo a todas las cosas materiales a las cuales el hombre somete toda su atención y sus fuerzas en la lucha por su propia supervivencia. Aquí Isaías, se refiere de forma especial al aspecto religioso, a la innata búsqueda del Dios Padre. Sí, ¿dónde buscar a Dios? ¿Entre los hombres o entre los ídolos y las imágenes hechura de sus manos? No. Era preciso, y es preciso, levantar los ojos al cielo, estudiar toda la creación del Señor que está a nuestro alcance y pensar sobre el origen de todas las cosas en una forma honesta, sana y libre de perjuicios preconcebidos. Si lo hacemos así, y aconsejamos hacerlo así, no podremos evitar exclamar como el buen Salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos, Sal. 19:1. Sólo Dios puede saber todas las cosas incluyendo a las que se nos escapan por pequeñas o grandes. Él saca y cuenta al ejército de ellas, como jefe supremo que pasa una revista cariñosa. Dios Padre es el jefe de las huestes celestiales, sean animadas o no. Él, a todas llama por su nombre. A pesar de ser tan numerosas e incontables. Las conoce a todas incluso con sus características especiales como pueden ser el hombre. Y así, por la grandeza de su vigor y el poder de su fuerza, ninguna faltará. No sólo nos conoce sino que conseguirá que cumplamos el propósito por el que fuimos creados. Este es el Dios todopoderoso que creo todo el Universo visible e invisible para los hombres y mujeres, y lo creó sólo al conjuro del sonido y la potencia de su voz. Su dominio abarca de un confín a otro de la creación; por lo tanto, su presencia real de sustentación está en todas partes, de tal forma que donde quiera que vayamos nos encontraríamos con su presencia. Su fuerza y poder están manifestadas de forma clara en la naturaleza. Así, desde la más insignificante hormiga hasta la estrella más poderosa de cualquier galaxia.

  Isa. 40:27. Sigamos más: ¿Por qué, pues, dices, oh Jacob; y hablas tú, oh Israel…? Doble referencia al pueblo escogido que se quejaba una y otra vez, continuamente, por haber sido dejado, abandonado por el Creador, diciendo: Mi camino le es oculto a Jehovah. En otras palabras: Fuera del alcance de Dios y sus bendiciones, y abandonados a los amargos goces de sus propias victorias y al fastidio de sus claros fracasos. Sin embargo, el pueblo judío se queja sin razón alguna porque, precisamente, se olvida que nada ni nadie queda fuera del alcance de su largo conocimiento. ¿Y mi causa pasa inadvertida mi Dios? ¿Ya no me tiene en cuenta? Pero, es Dios quien está hablando indicando con claridad que Israel no tiene por qué ni de qué quejarse. Y es que su condición actual obedece a su propio pecado y cuyas consecuencias el Señor trató de paliar a tiempo mediante santos mensajeros escogidos. ¡Así que el pueblo es quien ha dejado o abandonado a Dios, no a la inversa. Sin embargo, ya hemos visto en este v que la presencia divina que da sustento y vida está en todas partes… ¿por qué pensar, pues, en abandono? ¡Por el duro empecinamiento del pueblo al menospreciar a Dios y compararle con los recién estrenados ídolos vecinos, a quienes debieran de haber combatido con todas sus fuerzas, puesto que este y no otro, era el motivo auténtico y real por el cual fueron creados y escogidos!

  Isa. 40:28. ¿No lo has sabido? Por tu propia observación o por el estudio de las Escrituras… ¿No has oído… por la tradición oral de los padres, costumbre tan arraigada en los judíos, que Jehovah es el Dios eterno… ¡Qué no puede haber otro! Que creó los confines de la tierra? El Señor no sólo subsiste por sí mismo, sino que a la vez es el Creador de todas las cosas y entre ellas, la Tierra. ¡El que ha sido, es y será! No se cansa ni se fatiga… ¿Por qué? Porque no está sujeto a las limitaciones del hombre que mora en un caparazón llamado cuerpo. Dios es Espíritu y está libre del lastre del cuerpo humano por perfecto que sea. Y es que además, su presencia llena el Universo. De ahí que en cualquier parte, donde sea, siempre se le encuentra bien dispuesto a darnos los recursos necesarios para la propia vida o subsistencia. Y su entendimiento es insondable. Su grado de comprensión es ilimitado, así que por grande y fiero que parezca el problema, podemos acercarnos a Él con la seguridad que nos ayudará felizmente. Porque:

  Isa. 40:29. Da fuerzas al cansado y aumenta el poder al que no tiene vigor. No sólo no se cansa, sino que tiene la fuerza motriz capaz de regenerar en el hombre el espíritu de la lucha necesario para avanzar hacia adelante. El v siguiente nos da una visión real del hombre:

  Isa. 40:30. Aun los muchachos se fatigan y se cansan; los jóvenes tropiezan y caen. Fijarse bien pues el ejemplo está dado, sacado de la vida cotidiana. El ser humano, aun atravesando la mejor etapa de su vida, la etapa de mayor fuerza, ligereza, vigor, energía y hasta potencia de su existencia, está sujeto al natural cansancio, al agotamiento y al debilitamiento físico.

  Isa. 40:31. Pero los que esperan en Jehovah renovarán sus fuerzas. Esta es la casa de la roca. La casa de los que unen sus vidas a Él por fe aceptando a Cristo como a su único y suficiente Salvador. Y si como humanos se agotan porque tienen o reciben los mismos embates de la vida, la misma clase de lluvia y el mismo viento que aquellos otros descritos en el v anterior; no desfallecen, porque se sienten bien sujetos por los pies, por los cimientos y el corazón. La gracia sustentadora de Dios los mantiene y levantarán las alas como águilas. Claro, podrán flotar en el medio ambiente haciendo que las cosas terrenas les resbalen por la piel sin causarles daño. El texto se refiere con claridad a la agilidad espiritual con que actuarán ayudados por Dios y entonces correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán. Porque al igual que todos los atletas, dan por bien empleado el esfuerzo con tal de aspirar al premio final. Dios es quien vive en el creyente, quien trabaja, lucha y pelea con él.

  Fil. 4:10. En gran manera me regocijé en el Señor porque al fin se ha renovado vuestra preocupación para conmigo. A fin, a causa del alejamiento forzoso de Pablo, hasta el momento en que pudieron enviarle a Epafrodito, v. 18. Este hermoso sentir de agradecimiento del Apóstol por los socorros temporales está justificado porque él lo entiende como traducción en su persona, de la gracia sustentadora de Dios. Luego está el hecho de que Pablo lo acepta porque sabe del desinterés de los hermanos de Filipos y la consecuencia del evangelio práctico en la iglesia. De otra forma, jamás lo hubiera aceptado aun a riesgos de herir los sentimientos de los donantes como tantas veces había hecho, 2 Cor. 11:7-12; Hech. 20:33, 34. Luego Pablo, antes de que los hermanos se resientan y piensen que él no reconoce su enorme sacrificio, les dice: Siempre pensabais en mí, pero os faltaba la oportunidad. Es decir, por alguna causa o razón desconocida, estos hermanos habían dejado de socorrerle económicamente. Tal vez fue porque les faltaban recursos básicos, no tenían con quién enviarlos o no conocían donde se encontraba.

  Fil. 4:11. No lo digo porque tenga escasez… En otras palabras: Les hace saber la realidad de su independencia real y económica. Su larga experiencia en el ministerio le había dado y enseñado una gran lección. ¡No depender de nadie, sino de Dios y de su gracia! Pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Pablo está siguiendo la tesis estoica que enseña que el hombre tiene dentro de sí mismo toda clase de recursos y la usa con los filipenses, a quiénes aquella doctrina ya no les era del todo desconocida.

  Fil. 4:12. Sé vivir en la pobreza, y sé vivir en la abundancia. Se refiere a su capacidad demostrada al afrontar la diaria necesidad e incluso la pobreza. También se encuentra a gusto cuando tiene más de la cuenta para vivir. En todo lugar y circunstancia, he aprendido el secreto de hacer frente tanto a la hartura como al hambre, tanto a la abundancia como a la necesidad. Pablo afirma que ha aprendido a vivir con todo lo que venga. Recordemos que en su primera visita a la ciudad de Filipos ya nos mostró su adaptación a la nueva vida cristiana al cantar en la cárcel con Silas, en vez de estar abatido. Estaba listo y preparado para todo. Estaba preparado para hacer frente a cualquier situación que le deparase la vida. Y es que basaba toda su confianza en la gracia de Dios que lo sustenta todo. Veamos cómo:

  Fil. 4:13. ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece! Este era el enorme secreto de Pablo: Cristo era su fuente y sostén en cualquier circunstancia. Para Pablo, Cristo Jesús era una realidad clara dentro de su vida. Era su ángel de la guarda y hasta su soporte. Se había unido a Cristo de tal forma y manera que su felicidad la constituía el hecho de sujetarse a su autoridad y voluntad.

 

  Conclusión:

  Con las últimas palabras de Pablo, llegamos a saber el enorme beneficio que da la gracia sustentadora de Dios y las desastrosas consecuencias que podemos sufrir en el caso de no aceptar esta gracia gratuita. De manera que aquí tenemos la lección: ¡Quién no confía más que en sus propias fuerzas, conocerá más tarde que nada puede hacer sin Cristo Jesús y quién no se apoya más que en su gracia, experimentará el calor de la omnipotencia!

  ¡Qué la gracia de Dios nos sostenga en todo momento!

 

EN CRISTO SOMOS HERMANOS

 

Efe. 2:11-16; 1 Jn. 4:7-12

 

  Introducción:

  Iniciamos, con la hermosa lección del domingo anterior, unos estudios sobre la vida cristiana en su aspecto más práctico. Vimos cómo y de qué forma Cristo hace al nuevo hombre, por la gracia exclusiva de la luz eterna.

  Hoy vamos a ver como por el solo hecho de ser nuevos hijos de Dios, los hombres son hermanos mutuamente por la sencilla razón de que en Cristo lo somos. Este hecho siempre ha sido escándalo para los hombres. Yo, que en mi fuero interno creo tener un rey, ¿cómo voy a creerme, a considerarme hermano de un negro o de un gitano? Sin embargo, los problemas raciales no son fruto de nuestro tiempo. Ya de antiguo hubieron brotes muy turbulentos que fueron capaces de engendrar guerras y odios más o menos claros o taimados. Los judíos no fueron una excepción. Mientras duraba la celebración de las festividades de la Pascua judía, un día en Jerusalén, el gentío escuchaba atentamente a Jesús. Y como era corriente en esta fiesta, estaban presentes no sólo las personas de la capital, sino también de las provincias de Palestina e incluso, extranjeros. Así que habían discípulos y apóstoles, pero también escribas y fariseos y gentes de todas las clases, sexos y condiciones sociales. A toda esa muchedumbre heterogénea, dice Jesús: Pero vosotros, no seáis llamados Rabí; porque uno solo es Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Así no llaméis a nadie vuestro Padre en la tierra, porque vuestro Padre que está en los cielos es uno solo, Mat. 23:8, 9.

  Bien es verdad que, en un sentido figurado, todos los hombres son hermanos sin distinción alguna, pues todos proceden del Padre por ser su Creador y todos tienen el mismo ascendiente humano en la hermosa persona de Adán. Pero es con este nuevo nacimiento cuando de forma especial somos hermanos en Cristo. Por la fe en Jesucristo hemos sido aceptados por el Señor como hijos amados, para formar una nueva familia con vínculos más reales, firmes e indestructibles que los físicos. Somos hermanos en el sentido más profundo y real todos y cada uno de los que le han aceptado, pero lo que nos maravilla más en realidad es que también lo seamos de Cristo.

  Veamos el proceso que hemos seguido, para hacer realidad una incongruencia, humanamente hablando:

 

  Desarrollo:

  Efe. 2:11. Por tanto, la partícula indica una conclusión sacada por el apóstol y no sólo por lo dicho en el v. 10, sino por todo lo que precede en este cap (ver vs. del 1 al 8). La obra de redención y de regeneración, realizada por la gracia de Dios Padre para todos los creyentes, judíos o paganos, ha traído, sobre todo en el estado de estos últimos, un cambio que los llenará de admiración a poco que reflexionen en él. Y a fin de despertar en ellos esos sentimientos, les recuerda el estado precedente, describiéndolo con rasgos enérgicos, apropiados para hacerles sentir de nuevo su profunda miseria. Acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en la carne… Esta es una alusión directa a nosotros, a los que hemos nacido fuera de la nación y raza judías, para que hagamos memoria de aquella época en que vivíamos solos y hasta perdidos, antes de nuestra reconciliación con Dios, gracias a la sangre de Jesucristo. Erais llamados incircuncisión; es decir, despreciados a/por causa de una falsa concepción de la santa obra de Dios en el hombre y separados también por un falso orgullo racial y religioso, a todas luces contrario a la voluntad de Dios. Por los de la llamada circuncisión que es hecha con mano en la carne. Otra lectura o traducción de este texto nos dice que los judíos llamaban a los gentiles: “El prepucio por la llamada circuncisión en la carne hecha con una mano humana.” El apóstol, queriendo recordar a sus lectores su estado de antes, anterior de perdidos y paganos, lo hace sirviéndose de términos despreciativos usados entre los judíos, pero dichos de modo que indica clara, sutil y delicada que los desaprueba. Aquellos signos físicos que hacían suyos hasta la muerte todo el pueblo judío, lo transforma en un pueblo caduco y aquel ceremonial tan falso como formalista los había esclavizado de tal modo que incluso les impidió ver y reconocer hasta el verdadero Mesías. Pablo indica que esta práctica se ha cambiado o convertido en algo netamente humano, por, para y en el hombre. Sin embargo, debemos notar que el Apóstol tampoco aprueba a los gentiles y lo que encuentra de lamentable en ese estado es, no la ausencia de la circuncisión, superficial y vacía, sino la ausencia de la gracia preciosa de que los gentiles estaban privados por aquel lejano entonces y que se nos describen magistralmente en el v siguiente:

  Efe. 2:12. Y acordaos de que en aquel tiempo estabais sin Cristo, y sin su poder transformador, sin su perdón y salvación, incluso sin posibilidad alguna de acercarse al Señor. ¿Por qué? Porque estábamos bien apartados de la ciudadanía de Israel, separados del pueblo elegido por barreras infranqueables, en el buen entendido de que aquí la voz o palabra “Israel” significa el medio donde la soberanía de Dios tomó forma y lo que es más importante, encontró su expresión terrera. En otras palabras, el todo Israel fue la esfera en la cual Dios se hizo conocido de los hombres y entró en relación con éstos. Y, naturalmente, estando fuera del círculo del pueblo elegido por Él, mal podíamos tener acceso al Cristo vivificador. Ajenos a los pactos de la promesa… Es curioso hacer notar la forma gramatical en que está escrita la voz o palabra “pactos”, puesto que está en plural y “promesa” que está en singular. ¿Qué quiere decir esto? Pues que fueron varias las ramificaciones del pacto primitivo aunque eso sí, todas ellas enfocando la misma promesa: ¡Hacia el Mesías! Debido a la inconsecuencia de los patriarcas, Dios Padre se vio obligado a repetírsela a Isaac, a Jacob y, por último, a todo el pueblo reunido en Sinaí. Pero los gentiles no tuvieron ninguna relación ni participación en estos actos de Dios con Israel. Por lo tanto, estaban sin esperanza y sin Dios en el mundo, abandonados a su paganismo e idolatría que, por cierto, no les daba ninguna seguridad ni en esta vida ni en la venidera. El gentil estaba abandonado a su vida de pecado y a sus consecuencias. Estos eran los privilegios espirituales a los cuales eran extraños todos los paganos y sobre los cuales se basaba la salvación de los judíos: Cristo, el Mesías. La pobre filosofía pagana no pudo dar ni encontrar esperanza alguna a la desesperación de los humanos fuera del pueblo de Israel. Éste era la institución externa que contenía a los verdaderos creyentes. ¡Sí, los únicos creyentes! Extraños a esa comunión, los paganos, no tenían esperanza, precisamente porque no tenían la promesa. Y por todas y cada una de esas causas eran o estaban sin Dios (en gr.: “ateos”). Y sin Dios en el mundo de tinieblas espirituales. Ahora bien, metidos en esta sana discusión, Dios, según la confesión de los antiguos no puede ser conocido si no se revela, 1 Cor. 8:3. Así que el total conocimiento que los paganos tenían de Dios, del Dios único y verdadero, era bien pobre, tanto es así, que hasta uno de sus hombres más relevantes, Sócrates, dijo: –Todo lo que sé es que no sé nada. Si nos apuráis, diremos que la expresión del apóstol es aplicable también a todos aquellos que, aun en el seno de la cristiandad, no están iluminados aún en su vida interna por la revelación de la gracia de Dios Padre que es en Cristo. Y de nuevo nos encontramos con el para algunos fantasma de la predestinación: ¡Dios sólo se revela a quien elige de antemano!

  ¡Gracias le sean dadas porque nos tuvo en cuenta y nos dio cabida en su Plan eterno!

  Efe. 2:13. Pero ahora… volviendo la oración por pasiva, en Cristo Jesús, a través de Él y su obra regeneradora y por celos o claro despecho del pueblo judío, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, como ya hemos visto, lejos y extraños a toda promesa y lejos de la revelación de Dios a su pueblo, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Claro, su sangre es el medio vital en donde germina la nueva vida. Él, con su muerte, ha roto para siempre las barreras de separación entre los dos pueblos, el judío y el gentil… ¡Ya no hay pueblos escogidos, sólo hay hombres escogidos! De ahí que partiendo de una fe genuina del hombre en Cristo, se inicia un amor filial entre todos los humanos que los une e iguala con el mismo rasero: ¡La fiel sangre de Cristo!

  Efe. 2:14. Porque él es nuestra paz, Cristo es nuestra paz, declara el apóstol, no sólo Cristo Jesús hizo la paz, v. 15, la ha establecido entre nosotros y Dios por su sangre, v. 13, y por su cruz, v. 16. Así que debemos estudiar unidos estos tres vs. para entender los detalles y el conjunto del plan de la reconciliación. Pero, ¿qué ha hecho para establecer esta paz entre los hombres? Quien de ambos pueblos nos hizo uno. Él derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad. Así que, gracias a Jesús, los gentiles y los judíos somos una misma cosa: ¡Seres perdidos sin Cristo o seres salvos con Cristo!

  Efe. 2:15. Seguimos más: Abolió la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas… Este era el muro, la separación: Los judíos despreciaban a los paganos con orgullo, éstos a aquéllos a causa de su fe, de su circuncisión y de sus ceremonias. Este era el muro principal y la auténtica causa de la enemistad. Enemistad que estaba claramente dicha o identificada en la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas. Así que Jesús también ha dado al traste, ha liquidado el imperio de la ley mosaica completa. Y no sólo a la ley ceremonial, sino toda la economía legal, incluyendo desde luego, su capacidad salvadora, Rom. 7:1-6. Y no olvidemos que la ley de los judíos o judaica era una simple esclavitud para ellos, prohibiéndoles todo contacto sanguíneo con los gentiles. Así, para crear en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz. El objeto principal de la muerte de Cristo fue la reconciliación del hombre con Dios. Y ésta logra hacer de los hombres una unidad, por tener el mismo común denominador, gracias a la propia regeneración de todas sus células sensitivas y hasta espirituales, pues no se trata tan solo de un acercamiento físico, sino de una unidad profunda en la base a la paz interior que obra en sus vidas.

  Efe. 2:16. También reconcilió con el Padre Dios a ambos en uno solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en ella a la enemistad. Notemos aquí que el apóstol dice que Cristo destruyó en su carne, en su sola persona, por su muerte, toda condenación de la ley, todo lo que había de servil y de exclusivo en los preceptos y ordenanzas, sustituyéndolo por la libertad del evangelio, accesible a todos, que une y hermana a todos los que abarcan la misma fe y el mismo amor. Por eso, creó en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, y fijémonos bien, este hombre nuevo, este hombre regenerado, forma con Cristo un solocuerpo. Pablo nos demuestra aquí que Jesús, supremo hombre, es capaz de unir en sí mismo a las dos clases de seres separados y darles energía capaz de crear una amistad filial. Así se realiza la paz, así ambos, esas dos partes enemigas nombradas por tercera vez consecutiva por el apóstol, son reconciliados con Dios y toda enemistad, ora del hombre para con Dios, ora del hombre para con el hombre, es muerta, inútil, anulada. Además, al no haber enemistad, el hombre ya puede mirar a su prójimo con los ojos de la igualdad y ambos en uno, elevarlos al cielo, motivo y sostén de toda esperanza de herencia del Padre común.

  Leer 1 Jn. 4:7. Amados, amémonos unos a otros… Nos está hablando otro especialista del amor: ¡Juan! Con estas palabras, el apóstol vuelve al tema de su predilección: ¡El amor fraternal, en el cual ve la esencia de la vida cristiana! Este amor, digámoslo ya, es la suma de la justicia cristiana y la prueba de que hemos nacido de nuevo. Juan no usa el imperativo, sino el subjuntivo, con el fin de hacer más fiel, dulce y eficaz su llamamiento. Pero ahora bien, ¿por qué o para qué la necesidad de ese amor? ¡Porque el amor es de Dios! Este amor tiene su base y fuente en Dios, pues sólo Él es amor en su esencia y en su naturaleza. Hay más: Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Otra versión dice: Todo aquel que ama ha sido engendrado por Dios. Así que el amor que preconiza el apóstol sólo puede venir de Dios y todos aquellos que lo sienten dentro demuestran que efectivamente han nacido de nuevo en el Señor Jesús. El hombre creyente ama sólo por el hecho mismo de su filiación con el Padre. Y conoce a Dios. Sí, este tipo de amor no sólo es una prueba del nuevo nacimiento, sino que es la fuente del saber y conocimiento del Dios Padre. Así, Juan, nos demuestra la íntima relación que tienen entre sí las palabras conocer y amar. Lo cual queda demostrado en el v siguiente:

  1 Jn. 4:8. Y es que el que no ama no ha conocido a Dios, nunca ha conocido a Dios, ¿por qué? Porque, con toda sencillez, Dios es amor. Sí, el amor es su naturaleza. Así que el cristiano debe amar, no porque esto sea un mandamiento, que sí lo es, sino porque es lo mínimo que puede hacer al ganar la nueva y fiel naturaleza. El cristiano ama de forma inevitable, reflejando el amor de Dios sin poderlo evitar.

  1 Jn. 4:9. En esto se mostró el amor de Dios para con todos nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él… Sin comentarios. Quizás podamos añadir que el amor oculto no es amor. El amor brota como el agua de una fuente. El amor debe salir al exterior. Por eso se enseña el amor de Dios.

  1 Jn. 4:10. En esto consiste el amor, o la demostración del amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, a pesar de que era el único Ser digno de ser amado, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por todos nuestros pecados. Estos pecados eran los que hacían a los hombres unos seres opuestos a Dios, que es Luz. De modo que no sólo el amor del Padre es completamente gratuito, inmerecido, sino que para hacernos capaces de comprenderlo y de responder a él, ha sido necesario el profundo misterio de la propiciación nueva, fiel e insondable manifestación de Dios.

  1 Jn. 4:11. Amados, ya que el Señor nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Este amor de los hijos de Dios unos a otros, debe ser de la misma naturaleza que el amor de Dios Padre para con ellos, porque es producido de forma única por el fiel conocimiento del amor original. Como hermanos de Cristo e hijos de Dios, debe florecer el amor divino en todas y cada una de nuestras relaciones humanas.

  1 Jn. 4:12. ¡Nadie ha visto a Dios jamás! Ni le veremos nunca con los ojos físicos, en tanto tengamos en presente cuerpo sin glorificar. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros… En otras justas palabras, amamos porque su presencia es real en todos nosotros. Además, su amor se ha perfeccionado en nosotros. ¡Atención! El Dios invisible, inaccesible, se ha manifestado a nosotros por su Hijo unigénito, Juan 1:18. Y se ha manifestado en nosotros por la comunión del amor fraternal que es una prueba sensible de su presencia, de su comunión íntima con las almas. Su amor es, pues, entonces perfecto, cumplido, consumado, Heb. 5:9, en nosotros. Porque ninguno puede amar verdaderamente a sus iguales, sino aquel en quien Dios ha derramado su amor. Ahora bien, donde Él haya realizado ya esta obra de gracia por la fiel regeneración de un corazón que se ha abierto para recibir el amor del Padre Dios, éste la proseguirá hasta conseguir su total y absoluta perfección. De manera que esta perfección del amor fraternal se consigue en nosotros, pero quien la consigue es Dios.

 

  Conclusión:

  Ahora bien, ¿por qué el amor de Dios encuentra su perfección en nosotros los humanos? Pues es sencillo. Si Dios es amor, su espíritu no puede dejar de producir más que el amor, pero es en el hombre salvo en dónde puede practicar la perfección del mismo. En la práctica de ese amor en el hombre, se refleja la presencia del Padre Dios; así que, sólo por medio del hombre salvo, puede llegar a ser comprendido el amor de Dios.

  ¡Amén!

CRISTO HACE AL NUEVO HOMBRE

 

Juan 1:9-13; Efe. 2:1-10

 

  Introducción:

  En la lección de hoy empezamos una nueva unidad de estudios con el título: La Vida Cristiana En Su Aspecto Práctico. Y claro, por la lógica, debemos empezar por aquella lección que trata del nuevo nacimiento.

  Si quisiéramos contar las vicisitudes naturales de un hombre empezaríamos por su nacimiento y las normales circunstancias que rodearon su venida al mundo. De forma paralela, la Biblia enseña que todo ser humano debe pasar por la experiencia de un nuevo nacimiento para entrar a disfrutar de la ciudadanía de un mundo distinto y espiritual: ¡El Reino de Dios!

  Notar bien que hemos dicho nacimiento espiritual en un mundo espiritual. Por eso no es el resultado de la obra del hombre en el hombre, sino que es la obra exclusiva de Dios, obra de la rama del E. Santo en el hombre gracias a la fe de éste en la Segunda Persona de la Trinidad: ¡Cristo! Pero este nuevo nacimiento es real como el físico, por lo que le afectan situaciones y efectos similares. Si en el natural, el feto ya tiene características del futuro hombre; en el espiritual, el hombre del primer amor es aquel otro que será maduro mucho más tarde gracias a las graves tentaciones y experiencias personales. Entonces, si en el primer nacimiento afecta a la naturaleza íntegra del ente individual; en el espiritual, no consiste en un mero cambio de mente, no es una mera transformación superficial de la vida del nacido, sino que para él, para el hombre, este segundo nacimiento significa un cambio total y radical de dirección, una profunda dedicación y una dependencia al Dios Padre y unos anhelos de servicio y emulación de Cristo que, por lógica de su gracia, le convierten en el nuevo ser. ¡Es un nuevo ser!

  ¿Dónde podemos sacar los argumentos necesarios en los que poder basar lo dicho con palabras bíblicas? En 2 Cor. 5:17, dice: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. De esta manera uno ya no vive ni para sí ni de por sí, vive en Cristo, para Cristo y por Él. Veamos ahora el parto que origina el nuevo nacimiento:

 

  Desarrollo:

  Juan 1:9. Aquél era la luz verdadera, referencia clara al Verbo, a Cristo Jesús si tenemos en cuenta el contexto de los ocho primeros vs. de este mismo cap. Esta es la luz genuina y original en claro contraste con la pequeña luz que emanaba Juan el Bautista, el cual, eso sí, era el reflejo de la luz verdadera. ¡Cristo es el sol que genera y despide luz propia! El último profeta, Juan el Bautista, a pesar de ser un fiel reflejo de esa luz, no lucía la propia, sino que la reflejaba del mismo modo que los hacen los planetas respecto al sol. Además, Juan el Bautista tenía otro buen detalle que podemos contabilizar en su haber: Era un testigo fiel y vivo de esa luz y así lo reconoció de forma pública. Porque es necesario pensar que habrán dos clases de testigos; unos que reflejarán la luz de mal talante, por la fuerza, porque serán llamados a juicio delante de Él, como si de eclipses vulgares se tratase y otros que lo hacemos con gozo y alegría, reconociendo que la luz que emanan los rostros no es nuestra, pero que, eso sí, estamos luchando y esforzándonos para que día a día sea más fiel y más pura. Que alumbra a todo hombre que viene al mundo. Porque es preciso decir que con la venida de Cristo a la tierra, la luz de Dios Padre brilló con tal claridad y esplendor, que nadie podía ignorarla. Ni los que vivieron en otro tiempo y que ya están muertos, ni los que actualmente poblamos el mundo que hemos dado en llamar Tierra, ni los que nacerán y vivirán en el futuro. Una buena y exacta traducción de la frase, sería: La luz verdadera viniendo al mundo ilumina bien a todo hombre. Así que el alcance de la venida de Cristo es única e universal. Y, por lo tanto, cada hombre y mujer tienen esa luz al alcance de su mano. Luz, cuya propiedad principal es que puede transformar la vida por completo. El hecho de digerir bien esta luz, da al hombre una oportunidad para hacerse con el nuevo nacimiento.

  Juan 1:10. En el mundo estaba: ¿Qué? ¿Cómo que estaba en el mundo? Es una referencia histórica a la presencia física de Cristo sobre esta tierra; incluyendo pues su nacimiento, su encarnación y en concreto, su genial ministerio público desarrollado en tres años penosos. Y el mundo fue hecho por medio de Él. Esto es una confirmación de los vs. 3 al 5. Por el contexto sabemos que esta frase alude de forma especial al mundo inteligente, a la humanidad. Sabemos que todos los hombres somos creación de Dios por medio de Jesús. Y que en la Biblia, el término mundo tiene varias acepciones y no siempre significa el universo físico o cosmos, sino también, como en el caso que nos ocupa, se refiere a la humanidad separada o unida de Dios Padre Y aún hay otra acepción que se relaciona con los apetitos carnales que se enseñorean sobre el hombre. Sin embargo, una cosa está clara: Cristo es superior e independiente a todos los hombres e incluso a la Creación entera. Pero el mundo no le conoció. Todos los hombres en general, la humanidad, no le reconocieron como Señor y Creador y prefirieron ignorarle con tal de seguir con su vida de pecado. Ahora bien, ¿cómo es que a pesar de haber visto su luz y de haber sido iluminados con ella, los hombres se han empecinado en negar a Cristo de forma fría y sistemática? Sí, el hombre es libre. Como tal le hizo Dios y ha elegido seguir la dirección equivocada, por eso no tendrá ninguna excusa delante del Creador en el día del juicio.

  Juan 1:11. A lo suyo vino, ¿qué puede ser lo suyo? ¡Todo lo que le pertenece por derecho propio y por haberlo creado! Sin embargo, por la construcción gramatical de la frase que vemos, que estudiamos, parece ser que se hace referencia a la nación judía como posesión especial del Señor. Vino a su pueblo, Éxo. 19:5; Deut. 7:6. Pero los suyos (Israel) no le recibieron. Sí, sí, se trata de los miembros de su propio pueblo, los judíos. No sólo no le aceptaron en su seno, sino que lo negaron como Mesías, Señor y Rey, y lo mataron…

  Juan 1:12. Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre: Como cualquier regla gramatical que tiene su excepción que la confirma, hay una ínfima mayoría que le ha reconocido como Señor y Mesías y más tarde, como una lógica consecuencia, su Salvador personal. Esta minoría se inició con los doce apóstoles, después, los ciento veinte escogidos y por último, toda la hueste de creyentes judíos y gentiles. Y éstos hicieron algo más que reconocerlo, se unieron a Él, murieron por Él y resucitaron con Él gracias a su fe, una fe que es un sinónimo de entrega y sumisión. Así que se dieron y entregaron a Cristo para siempre. Esto es lo que significa creer en su nombre. Les dio derecho de ser hechos hijos de Dios. Así, por el solo hecho de creer en su nombre, podemos recibir por herencia y por derecho el ser llamados hijos de Dios. Don, que conviene recordar, recibimos de forma gratuita y sin más condición que nuestra fe.

  Juan 1:13. Los cuales nacieron no de sangre, ni de voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios. Una clara referencia al extraño hecho de que la nueva creación no obedece a ninguna filiación o voluntad humanas. Esta nueva forma de ser, o nuevo nacimiento va más lejos del instinto humano de la reproducción y está vedado también a la voluntad más fuerte del más santo varón. Porque, siendo vida espiritual, sólo puede ser obra de Dios.

  Efe. 2:1. Y en cuanto a todos vosotros, estabais ya muertos en vuestros delitos y pecados: A los cristianos de Éfeso y a todos los del mundo. El mensaje de Pablo es bien claro. En el cap. 1:20-23 ha hecho una exaltación gloriosa del Jefe de la Iglesia y aquí lo va a hacer de sus miembros sin importar el estado en que se encontraban antes de su conversión, sin importar, repetimos, el deplorable estado de pecado y muerte en que estuvieron todos sumidos. Nos referimos, claro, a esa época real, cuando todos estábamos no sólo solos y separados de Dios, sino condenados a muerte eterna. La traducción de la palabra delitos (en gr. faltas, caídas, transgresiones), indica acciones culpables. En cuanto a los pecados comprenden todo lo que el hombre hace opuesto a la voluntad de Dios Padre, ya sea en hechos, pensamientos o sentimientos de corazón. Por otra parte, la palabra muertos, moral y espiritualmente, tiene aquí, como en cualquier otro lado bajo la magistral pluma de Pablo, un significado profundo y extenso, Rom. 1:32. En todos los sentidos, el salario del pecado es la muerte. El alma, separada de su Creador, de la única fuente de vida, cae cada vez más profundamente en la miseria moral y termina con la muerte eterna. Incluso, la muerte física no ha tenido otra causa, Rom. 5:12.

  Efe. 2:2. En los cuales anduvisteis en otro tiempo, y conforme a la corriente de este mundo… Valera traduce: Según la edad de este mundo. En 1 Cor. 3:18, 19, estas palabras están separadas para expresar algo mejor el conjunto de principios, de máximas, de conducta, de pecado, que marca y caracteriza la vida de los hombres inconversos. Mas este es el único pasaje en que están unidas. Y lo están, sin duda, para dar más energía y extensión al mismo pensamiento. Y esta corriente, o curso del mundo, desemboca en un fin seguro, inexorable: ¡La ruina y la muerte! Y al príncipe de la potestad del aire: Una referencia muy clara a Satanás que reina sobre la corriente de este mundo. Sabemos que el diablo ejerce su dominio sobre el reino de las tinieblas y que es su príncipe, Mat. 12:24. Pero en cuanto a la potencia o potestad del aire, ¿qué significa? Esta denominación del imperio de Satán solamente se encuentra en este pasaje. En ninguno más de toda la Biblia. Y ha dado, por eso, un trabajo enorme a los estudiosos. Lo más probable es que el apóstol quiera indicar con esta cita que siendo espirituales Satán y sus ángeles, por su real naturaleza no están ligados a la tierra como nosotros los hombres. Y logran ejercen sus dominios en regiones más superiores que el propio Pablo llama en otro sitio lugares celestiales, Efe. 6:12. Seguimos: El espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia. Pero el lado más claro y practico de las enseñanzas paulinas sobre este difícil tema, es que el diablo que rige la potencia aérea ordena también al espíritu que ahora actúa, que mueva a los hombres y los dirija hacia la inequívoca desobediencia a Dios. ¡Y a fe que lo consigue! Col. 3:5.

  En el v. siguiente se indica cómo:

  Efe. 2:3. En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra pobre carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; todos hemos vivido como ellos, dice Pablo, no queriendo exceptuar a todos los judíos más que a los paganos de ese juicio que se extiende a todos los hijos de Adán. Luego indica en el hombre la fuente de su pecado, o la causa por la cual Satán obra en él: ¡Su corrupción natural! Sí, la fuente de todo mal está en esos deseos de la carne, en su loco corazón y naturaleza carnales. Estos deseos, alimentados en el corazón, se vuelven ahora voluntades de la carne y de los pensamientos. Las primeras tienen su origen en los sentidos, las segundas son independientes de ellos pero en su conjunto hacen de todo al ser un alma dominada y corrompida por la carne, Mat. 15:19. Por naturaleza éramos hijos de ira, cómo los demás. Sí, nosotros también fuimos siervos de Satanás a causa de nuestra naturaleza carnal. Y, por lo tanto, objetos de la ira de Dios, Col. 3:6.

  Efe. 2:4. Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con qué nos amó: Por su gracia, perdón y porque es amor, abunda en gracia y misericordia para con el hombre. Esta es la causa y el efecto por el cual se rige Dios. Este fue el motivo por el cual Dios hizo el esfuerzo de intentar salvar al hombre.

  Efe. 2:5. Aun estando nosotros muertos en delitos, separados pues, de Dios, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia sois salvos! Es decir, El Señor hizo nacer de nuevo nuestra alma y la ensalzó al nivel de la de Cristo; porque dónde y cómo vive la Cabeza, allí y así viviremos por fe. Otra vez el apóstol Pablo no puede dejar de hablar de esta manera, llevado por su real entusiasmo ante la obra de Cristo a favor del pecador.

  Efe. 2:6. Y juntamente con Jesucristo, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales. Alusión clara a la resurrección y ascensión que tendrán lugar en el día del Juicio Final, del mismo modo y manera que se realizó en Cristo. Y precisamente por la seguridad y certeza que ya tiene el apóstol, habla de hechos como si éstos hubiesen tenido lugar. De hecho, en el mismo momento de darnos a Cristo entramos a disfrutar del gozo y los privilegios parciales del cielo.

  Efe. 2:7. Para mostrar en las edades venideras, ¿cuándo? En el tiempo que viene después del Juicio Final, puesto que ya hemos hablado de heredar los lugares celestiales señalados como las superabundantes riquezas de su gracia, por su fiel bondad hacia nosotros en Cristo. Los incrédulos quedarán asombrados al ver como los creyentes toman posesión de su herencia: ¡Una vida eterna igual a la de Cristo! Es mucho más, nosotros mismos quedaremos maravillados.

  Efe. 2:8. Porque por gracia sois salvos, claro, sin merecerlo para nada, y por medio de la fe, que ya sabemos en que consiste: Entregarse a Cristo y después reconocerle como Rey y Señor. Y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Claro, cuando el ser humano decide aceptarle lo hace impelido por el E. Santo, único capaz de infundir y mover la fe. De ahí que debemos estar muy agradecidos a Dios por escogernos a nosotros.

  Efe. 2:9. No es por obras, nuestras obras, ni antes ni después de la salvación no pueden entrar para nada en la causa de la Salvación propiamente dicha. Las obras son su causa si acaso, jamás es su efecto. Y todo esto para que nadie se gloríe, para que nadie se vanaglorie de forma equivocada y egoísta.

  Efe. 2:10. Porque somos hechura de Dios… ¿Ahora bien, qué significa la palabra hechura? ¡Cualquier cosa respecto del que lo ha hecho! Y por Él hemos llegado al nuevo nacimiento, 2 Cor. 5:17. Creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras. El poder del Señor Jesús nos capacita para hacer buenas obras. Por lo que el objeto final del nuevo nacimiento son las buenas obras. Todo aquel que no anda en ellas, prueba por ello mismo que no ha tenido parte en esta nueva creación. Que Dios preparó de antemano… De acuerdo con la condición y aptitudes de cada nuevo creyente. Para que anduviésemos en ellas. El resto de nuestra vida física. Nuestro campo de acción es el mundo que nos rodea.

 

  Conclusión:

  Así que hermanos, nuevos hombres gracias a Cristo, salgamos de aquí llenos de espíritu de servicio para con Dios y los demás, puesto que Él así lo quiere desde mucho antes de nuestra propia conversión.

  ¡Así sea!

EL HOMBRE RESPONDE POR MEDIO DE LA FE

Juan 20:26-29; Rom. 10:6-11

 

  Introducción:

  ¿Cuál es la llave que nos puede abrir la puerta de la vida eterna? ¡Jesucristo! Por medio de su muerte ignominiosa en la cruz y mediante su resurrección gloriosa de la tumba, forjaba la llave capaz de abrir al hombre las puertas de la Vida Eterna, normalmente cerradas.

  Ahora bien, ¿la Salvación por medio de Cristo, es local? ¡No, de ninguna de las maneras! La obra expiatoria de la cruz es universal en cuanto al carácter y personal en lo que toca al individuo. Aún otra pregunta: ¿Hay hombres de alguna raza o condición social a quiénes les está vedado el salvarse? ¡No, no! Todos los hombres tienen la misma oportunidad de alcanzar la salvación eterna. Pero la actitud del hombre no tiene nada de pasiva en cuanto al deseo de salvarse. El hombre ha sido, es y será un mero espectador en el asunto mecánico de la salvación; es decir, quien murió y resucitó es Cristo, nadie más. Pero, sin embargo, para que la salvación tenga efecto en el hombre es necesario que abandone esa pasividad y ese aspecto negativo del asunto y responda positiva y activamente a las demandas de la fe en Cristo. ¡Sólo así es posible ser salvo!

  Así que para que la salvación tenga lugar es necesario que exista un Salvador: Jesucristo, claro, y un posible salvado, el hombre. Y que éste se considere perdido y dé el primer paso de unión o acercamiento al Salvador. Una fe viva es sólo la que nos hace reconocer a Cristo como Salvador y Señor de nuestra vida. Es por medio y a través de la fe que el hombre se reconcilia con Dios. ¡Es la fe activa la que da vida!

  Los cuervos de Elías: Una viuda y su hijo estaban en una sala de su casa sin comer durante dos días. Los dos leían la historia de Elías y los cuervos. –Mamá –decía el niño-, si vinieran los cuervos aquí, encontrarían la ventana cerrada. ¿Me permites que la abra? –Ábrela, hijo. –Ahora ya está abierta –dijo el niño-, ¿volvemos a pedir al Señor que nos envíe al menos un poco de pan? –Sí, vamos a hacerlo, hijito. Mientras oraban en voz alta, acertó a pasar por allí el alcalde de la localidad y enterado de su necesidad, puso rápido remedio.

 

  Desarrollo:

  Juan 20:26. Ocho días después, ¿después, de qué? De la santa y gloriosa resurrección. El domingo siguiente de la resurrección de Jesucristo. De domingo a domingo. Sus discípulos estaban adentro otra vez, y Tomás estaba con ellos. ¿Qué hacían dentro de la casa? Estaban reunidos celebrando un culto en un lugar secreto por temor a los judíos, v. 19. Pero a pesar de esta circunstancia, lo importante es el hecho de que llevaban dos domingos igual, reuniéndose para crecer espiritualmente; es decir, comentar el mensaje de Cristo y ver que actitud tomar en los días venideros. Debemos resaltar que la costumbre cristiana de reunirse los domingos significó un cambio notable en la vida común de los judíos que estaban acostumbrados a festejar los sábados. Así, de esta forma se inaugura la época de gracia, cambiando el preceptivo día de descanso, sólo porque Cristo resucitó en domingo.

  Pero en la ocasión que nos ocupa, Tomás, uno de los apóstoles ausente el domingo anterior no sabemos porque causa, sí está presente y parece un poco escéptico por lo que cuentan sus compañeros en el ministerio. Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesucristo entró, se puso en medio de ellos y dijo: Con sorpresa y sin que nadie supiese la hora, Cristo entró en la sala ignorando la realidad física de las puertas. Ya no habían barreras para su cuerpo glorificado. Notar, sin embargo, que ellos le reconocieron. De donde se desprende el hecho de que también lo haremos nosotros cuando allá arriba estemos todos glorificados empeñados en dar gloria al Señor. Y dijo así: ¡Paz a vosotros! Una salutación corriente en aquellos días pero que, sin embargo, no dejaba de indicar una bendición. Ahora veamos: ¿Por qué se presentó así Jesús? Como mínimo se nos ocurren tres razones: (1) Había alguien que lo necesitaba mucho, Tomás. (2) Toda la comunidad creyente estaba lista para encontrarlo, y (3) el mismo Cristo necesitaba dejar explicaciones que tapasen cualquier resquicio de duda que pudiera haber entre los doce.

  Juan 20:27. Luego dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; sí, sí, Cristo va derecho al grano. No quiere vacilaciones y como conoce muy bien, a la perfección, el corazón humano sabía de la duda de Tomás (ver el v. 25). Sin embargo, aquí Jesús repite las mismas palabras de las pruebas solicitadas por Tomás dándole a ver y entender que Él era sabedor de su debilidad. Esto hace sentir vergüenza al apóstol de las dudas y le hace reconocer que está en un error y, con ello, Cristo gana otra batalla. ¡Otro cristiano que le seguirá hasta la muerte! Después, quizá con ternura no exenta de energía le riñe, le reprende: Y no seas incrédulo… con un duro corazón incapaz de reconocer las señales que se habían predicho acerca de todos los hechos que estaban ocurriendo, sino creyente. El estado de Tomás entrañaba el peligro mortal de endurecer su corazón y hasta convertirle en un verdadero incrédulo acerca del Maestro y su ministerio expiatorio. Porque, mirar, ¿cuál era realmente la duda de Tomás? ¡La resurrección de Jesús! Por eso es exhortado a seguir el camino de la fe, una fe basada en la verdad, en la certidumbre de la resurrección del Señor. Otra forma, es vana, ¡es una fe ciega y muerta!

  Juan 20:28. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! La actitud y las palabras de Cristo tuvieron su eco inmediato. Tomás rectifica y su sumisión es completa. ¡Está salvado! Ahora veamos bien: ¿Podía usar por derecho propio el pronombre posesivo? ¿No parece demasiado exclusivista? No. Cada hombre tiene derecho a poseer a Cristo por completo y por entero. Del mismo modo que Él se entrega totalmente, exige una entrega total. Pero en esta ocasión, Cristo Jesús va más lejos:

  Juan 20:29. Y Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, has creído? Hay aquí un ligero y cariñoso reproche. Cristo parece decir: Sí, querido Tomás, ¡qué lástima que hayas tenido necesidad de verme para creer! Pero ya no tiene importancia. Lo que es de verdad importante es que con aquel –¡Señor mío!–, el apóstol ha sido restaurado por completo. Sin embargo, creo que sería injusto postergar a los que han creído en Él sin verlo: ¡Bienaventurados los que no ven y creen! En verdad en esto estriba la verdadera fe. Sí, sí, es la convicción de creer en algo que no se ve. Es gustar algo que no se come. Es sentir algo que no se toca, Heb. 11:1. Porque todo el que hace depender su fe en las cosas demostrables corre el riesgo de encontrar un vacío al final de la carrera, puesto que sólo las cosas invisibles son las eternas, 2 Cor. 4:18.

  Rom. 10:6-8. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón, ¿quién subirá al cielo? (para hacer bajar o descender a Cristo), ni ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Más bien, ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. ¡Vaya! Un pasaje paralelo a este lo podríamos leer en Deut. 30:11-14. Este fragmento de Moisés que Pablo comenta y aumenta a la luz que le da el hecho de conocer el Evangelio, es menos una cita y más una interpretación libre del pasaje citado. No es más que una pincelada dentro del cuadro que expresa su propio pensamiento. Pero sin embargo, hay en estas hermosas palabras de Moisés un sentido íntimo y espiritual que está en completa armonía con la palabra de fe que predicamos y que tan bien expone Pablo. El uso que él hace aquí del tema muestra por lo menos que a sus ojos el medio de salvación por gracia, por la fe, no era del todo extraño al mundo del AT. Podríamos leer el cap. 1 de Rom. el 2, el 3:21 y el 4:1, para reafirmar lo que estamos diciendo. En el antiguo Pacto, no habrían habido jamás hombres reconciliados con Dios, llenos de paz, gustando lo bueno que era el Señor, hallando su ley más dulce al alma que la miel a su boca, cantando con placer el perdón de los pecados, sino hubiesen sido justificados por la fe, por medio de la gracia de Cristo. Este medio de salvación les había sido revelado por los sacrificios, por los símbolos del culto, por todas las promesas del Dios Padre y, en particular, por algunas declaraciones del amor del Señor, como la que nos ocupa y que fueron usadas, ampliadas y aplicadas por Moisés y Pablo. Así pues, y siguiendo el razonamiento del Apóstol, ya en el Antiguo Pacto el hombre no estaba obligado a decirse con cierta desesperación: ¿Quién subirá al cielo? En otras palabras: ¿Quién llevará a cabo lo imposible? No. No era posible una salvación por la ley. Por eso Dios, en su infinita misericordia, les había revelado que su gracia la había puesto en la boca y en el corazón del creyente y la había hecho por lo tanto, fácil y posible (ver Jer. 31:33). La salvación se podía, pues, digerir. Sin embargo, este estado de salvación es tanto más lleno, más completo ahora por cuanto conocemos mucho más que la justicia que es por la fe, como el apóstol dice en el v 6. Así que decir ahora, bajo la manta de este segundo Pacto: ¿Quién subirá al cielo?, es sinónimo de negar que haya descendido ya para revelarnos todo el consejo de su Padre. Es pensar en la posibilidad de obligarle a bajar de nuevo para rescatarnos de la maldición de la ley. Pero Él vino ya una sola vez y ha hecho su trabajo, Juan 16:28. Decir aún ¿quién descenderá al abismo? sería igual, lo mismo, que traer de nuevo a Cristo de entre los muertos; es decir, negar que ya haya muerto por nuestras faltas y resucitado para nuestra justificación. Decir eso, sería volver a pedir su sacrificio y toda su obra de redención y es esta incredulidad lo que Pablo reprocha a los judíos actuales, a los judíos contemporáneos. Así, lo que ha sido imposible al hombre no teniendo más que la justicia de la ley, le es ofrecido en Cristo quien, por la fe, le pone en posesión de todos sus derechos, de su justicia y de su vida. El pecador ya no tiene que hacer más que creer con el corazón y confesar con su boca, como veremos un poco más tarde, enseguida. En cuanto a los judíos que habían tenido las primicias de la ley, han venido negando con insistencia la gloria de Cristo a pesar de tener en sus manos y en su corazón las señales que le identificaban como tal. Nosotros podemos decir con Pablo: Esta es la palabra de fe que predicamos…

  Rom. 10:9. Que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor. No basta saber que es el Señor. Es necesario confesarlo a viva voz. Pero, ¿por qué está invertido el sentido de la frase? ¿Cómo es posible confesar a Cristo si aún no se ha creído? Está escrito así para corresponder a la cita estudiada: En tu boca y en tu corazón. Luego en el v 10 se establece el orden natural. Y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, la fe es algo que va más allá del mero asentimiento intelectual. El término griego que se traduce por corazón designa, no a la parte afectiva de la actividad espiritual, sino que incluye al intelecto, la voluntad y la emoción. Estas facultades se condicionan entre sí, mediante el ejercicio de la fe en Cristo. ¡Serás salvo! Y de forma automática, el reconocimiento de Cristo como Señor y la sumisión voluntaria a Él por la fe, colocan al hombre en la fiel situación de salvo.

  Rom. 10:10. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se hace confesión para salvación. Así que para los efectos de la nueva vida, el creer antecede a la confesión. Sin embargo, la confesión es consecuencia de la fe. Pero ambas, una y la otra, son inseparables. La fe que no es confesada, es decir, que no testifica, no es una fe viva. Por último, podemos decir que la justificación que no lleve a la salvación, no es de verdad y, por lo tanto, incapaz de reconciliar al hombre con Dios.

  Rom. 10:11. La Escritura dice así: Todo aquel que cree en él no será avergonzado. Otra cita del Apóstol Pablo a Isa. 28:16. El creyente en Cristo no tiene porque avergonzarse de su fe, sino que por el contrario, esta fe, es motivo de gozo y alegría. Pero aquí hay una velada cita a ese momento del juicio final cuando todos los hombres sin falta se presentarán ante el Juez Justo. Los verdaderos creyentes en este día, recibirán la más cálida felicitación de parte del Señor.

 

  Conclusión:

  ¡Qué contraste con todos aquellos que no podrán aguantar la amorosa y justa mirada del Juez!

  Ahora que aún estáis a tiempo, responder con fe a la llamada Universal. ¡Dios quiera que así sea!

JESUCRISTO ES EL REY

 

Hech. 2:36; Zac. 9:9, 10; Fil. 2:5-11, 15

 

  Introducción:

  El domingo anterior vimos perfectamente el cuadro que nos brindaba el Siervo por excelencia: El Señor Jesús. El cómo había sido abandonado, angustiado y muerto por nosotros. Hora es que lo estudiemos como Rey y Soberano. Tenemos la experiencia diaria de ver como pasan a la historia las soberanías y reinos humanos, precisamente por eso: ¡Por ser humanos! Cristo es eterno y eterno será su reinado.

 

  Desarrollo:

  Hech. 2:36. Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, del discurso de Pedro en Pentecostés, anuncia a la casa de Israel y a todo el mundo: que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, ¡qué actitud tan diferente la de Pedro en contraste con aquellas negativas suyas de antes de la crucifixión de su amigo y Maestro! ¿A quién acusa aquí? A la casa de Israel y con ella a todos los seres humanos. Dios le ha hecho Señor y Cristo. Otra vez hay un contraste entre lo que consideran los hombres y lo que el Señor realiza. El mismo tipo de desprecio humano sirve para ensalzar al Cristo y ganarse el título de Señor de los señores.

  Zac. 9:9. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Y da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! Zacarías, uno de los profetas más vivos y mesiánicos por excelencia, nos habla de alegría por la cercanía del nuevo Rey. Sion y Jerusalén se refieren a lo mismo. La ciudad de Jerusalén, en el AT, es llamada Sion porque está ubicada precisamente en el monte del mismo nombre. Pero aquí la profecía las menciona en un sentido figurado puesto que se refiere al nuevo pueblo de Dios en un sentido espiritual. Este nuevo pueblo está establecido en base a la obra expiatoria y redentora de Cristo. Así que esta alegría es indispensable para los que como nosotros esperan la segunda venida en gloria. Ahora bien. Si Él será el futuro rey de los cielos, debemos dejar establecido que estos cielos somos nosotros, miembros de las iglesias locales y miembros de la Iglesia universal. En suma: ¡Somos ciudadanos del Reino de los cielos para usar el léxico paulino!

  He aquí, tu rey viene a ti, ¡qué difícil es imaginar un reino sin rey! Nosotros tenemos la seguridad de que Él vendrá de nuevo. Pero este Cristo venidero sufrirá una marcada metamorfosis. ¡De Siervo sufriente a Rey soberano! Ahora bien, ¿cuándo será esta segunda venida? No importa. Nosotros podemos decir que está cercana, que está ya a la puerta; puesto que por más que se demore, por más que tarde, no es nada pues nuestro sentido del tiempo no es nada comparado con la Eternidad. Justo, recto. Atributo que hemos dado muchas veces al Mesías en conexión con la Redención. ¿Dónde radica su sentido de la justicia? (1) Debía ser justo, sin mancha, para poder realizar perfectamente la Salvación, y (2) porque no sólo nos perdona nuestros pecados, sino que nos justifica ante el Padre. Debemos recordar una vez más que nunca hubiésemos podido ser salvos de no mediar una poderosa justificación apta hasta para los ojos justos de Dios. Y victorioso, en Él está la salvación de forma natural tal y como está la vida. Pero sólo puede ser Salvador de aquel o aquellos que quieran, aunque sea una paradoja. Es decir, Cristo, el Cristo victorioso, el de las cien victorias, se autolimita a la voluntad humana. Humilde. Este atributo dice mucho de mansedumbre, paz, misericordia y perdón. Y montado sobre un asno, ¿qué quiere decir esto? En la época de la profecía, este animal no era despreciado como lo es en el día de hoy. ¡Ni mucho menos era símbolo de humillación! Los príncipes y hombres importantes solían cabalgar sobre asnos, Jue. 5:10. Y si el caballo era el símbolo de la guerra, el asno lo era de la paz. Ahora bien, ¿a qué venida de Jesús se refiere el profeta? Pues a la primera y más concretamente a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero no podemos desligar a la segunda en la que lo hará también en calidad de Rey de Paz. De forma que la profecía asocia de forma indistinta varios elementos de las dos venidas que no se pueden evitar ni discernir por completo debido a su marcado y fuerte paralelismo. Sobre un borriquillo, hijo de asna. Se trata de un asno joven, sin domar, sobre quien no se había sentado nadie antes, Luc. 19:30. Los judíos de la época de Jesús entendieron muy bien el mensaje de la figura. Jesús entraba en la ciudad como Rey y Señor de Paz y más: ¡Cómo Soberano victorioso!

  Zac. 9:10. Destruiré los carros de Efraín y los carros de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, el profeta determina ahora sin duda los acontecimientos que harán de aval en su segunda venida. Todos los elementos de guerra como los carros, caballos y arcos, serán rotos, definitivamente rotos, eliminados y echados en el olvido. Y con ellos se irán los tanques, bombas y artefactos que hoy son los ángeles que guardan de la paz. ¡Hasta ese extremo ha llegado el hombre! Así que la paz mundial, sin temor a represalias, es y será una de las señales que indicarán la inminencia del fin del mundo o el inicio del mundo, como queramos mirarlo o comprenderlo, puesto que nosotros con el buen poeta Gita, decimos: “El fin del nacimiento es la Muerte. El fin de la Muerte es buen Nacimiento. Tal es la ley.”

  En este v. el vocablo Efraín se refiere al reino del Norte o Israel y Jerusalén al reino del Sur o Judá. Así que otra señal equívoca de la segunda venida será sin duda el hecho de que no habrá más rencor entre los hombres, ni fronteras, ni separaciones, ni odio de razas, ni más castas sociales. En resumen: Todo lo que hoy divide al hombre será cambiado en instrumentos para la paz. Por eso Cristo hablará de paz a las naciones. Pero, ¿cómo será posible en aquellas horas, en aquellas circunstancias? Sencillo, ¡porque los servidores actuales de este reino son ya portavoces de esa paz! Cuando Él venga por segunda vez encontrará que todos los moradores de la tierra sin excepción habrán oído hablar de nuestra paz y entonces, la impondrá con autoridad plena y con poder como consecuencia lógica de la campaña desarrollada por sus hijos. Así que otra señal la constituye el hecho de que los moradores de la tierra habrán oído hablar de Él y de su paz. Su dominio será de mar a mar y desde el Río (Éufrates) hasta los confines de la tierra. Nadie se quedará sin haber oído hablar de Cristo y de su Evangelio y lo que es más importante: Ningún ser humano, ni muerto ni vivo, dejará de reconocerlo como Rey y Señor de hecho y derecho.

  Fil. 2:5. Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo en Cristo Jesús. ¿Cuál es ese pensar? Él no buscó lo suyo, antes se humilló adoptando nuestra naturaleza, y sometiéndose a la ingratitud y a la maldad humanas. De ahí que nosotros, no sólo nos debemos limitar a servirle, que sería lo propio, sino que debemos amar y servir a nuestros semejantes.

  Ahora bien, toda la verdad moral se encuentra en Cristo de forma natural y tan viva como la verdad divina. Por eso el apóstol Pablo, exhortando a los cristianos de Filipos y al mundo entero, al desinterés, a la abnegación y hasta a la humildad, vs. 3, 4 de este mismo cap, no tiene un mejor ejemplo que ponerles ante sus ojos que contrastar al Hijo de Dios convertido en Hijo del Hombre. Pero, ¿cuál es, en esta contemplación pura de la persona y de la humillación del Salvador, su punto de partida? ¿Pablo habla sólo del Cristo histórico, de su aparición sobre esta tierra? ¿No será que quiere elevarle hasta su alta preexistencia eterna? ¿No será que quiere enseñarnos lo que Él era antes de esta aparición, para descender luego a las profundidades de la humillación que empezó en el punto de su encarnación? En efecto, el buen Pablo nos demuestra que hay distancia entre el punto de partida de Cristo y su estado latente de humillación donde se colocó como Salvador.

  ¡Cristo existía siempre en forma de Dios! Ver si no:

  Fil. 2:6. Existiendo en forma de Dios, aquí la palabra “forma” no indica una mera apariencia, sino la expresión plena del poder divino. La antítesis de esta frase la encontramos en el v 7, con aquel dicho paralelo de forma de siervo. Sí, siendo totalmente nuestro Señor se transformó totalmente en siervo. La frase existiendo en forma de Dios, equivale a imagen de Dios que estudiamos en otra ocasión, Heb. 1:3. E implica la realidad de la esencia divina, Juan 1:1, 2. Así que cuando Dios se sale, se manifiesta en su gracia, tiene su forma y esencia reales, ya que no puede manifestarse como Dios y no serlo. Él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Así, aun estando en posesión de todas las perfecciones divinas, pues el Hijo de Dios era igual a Dios, Juan 5:18. Y si hubiese venido como tal a la tierra, no habría sido como alguien que se aferra a hierro candente. No. Lo habría hecho con poder, fuerza y gloria. Pero no tubo en cuenta su estado y se humilló hasta el extremo que veremos en el v siguiente:

  Fil. 2:7. Sino que se despojó a sí mismo, se vació, pues este es el mejor sentido del original griego. Y esta es la idea que expresa Pablo en 1 Cor. 15:10. Sí, vaciarse, además de forma voluntaria. Este despojarse lo constituye el hecho real de la humillación propiamente dicha, por la cual el Hijo de Dios bajó de lo infinito a lo finito. El hecho de adquirir forma de hombre le despoja de la gloria divina. ¡De manera que Dios se transforma en forma de siervo! Además, como ya hemos visto, lo es en las dos ocasiones de forma total, completa. Era siervo de Dios, Isa. 42:1, y siervo de los hombres, Mat. 20:28. Él, que era Señor de todos como veremos en el v. 11, de este mismo cap. Y de esta forma se desprende la idea de que su humanidad no era menos real que su divinidad: Tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Ya sabemos el significado formal de la palabra semejante. Y hallándose en condición de hombre, por si el detalle de humanizarse no llevara consigo suficiente lastre y humillación, aún quiso llevar su entrega a mayor profundidad. ¿Cómo…?

  Fil. 2:8. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente fiel hasta la muerte, aunque era por naturaleza Dios debía aprender la obediencia por las cosas que padeció, Heb. 5:8. Y llevar esta obediencia hasta el sacrificio entero de su voluntad, Mat. 26:39. Ahora, ¿hasta qué punto estaba dispuesto a obedecer? Hasta la muerte, muerte que no tenía ningún derecho sobre Él, ¡y muerte de cruz! La más cruel e ignominiosa de todas las muertes. ¿Y dónde radica la humillación de la obediencia? ¡En que jamás antes había obedecido a nadie! Aquí sí, debemos notar dos verdades importantes de la doctrina paulina en cuando a la humillación de Cristo: (1) Qué los términos forma de Dios e igual a Dios no expresan dos atributos diferentes, sino que se complementan y se explican de forma mutua, y (2) que aunque el apóstol enseña aquí en términos claros la perfecta humanidad del Salvador, lo hace con palabras que reservan su naturaleza divina y que, sin duda, separan al hombre Jesús del resto de los humanos.

  Fil. 2:9. Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo. Esto es, le dio, le restituyó a su tiempo la gloria eterna y el ejercicio de los atributos divinos que había renunciado. Aquí hay algo bueno e interesante que notar: No sólo volvió al trono del Padre como Hijo eterno de Dios, sino como el Hombre Jesús que era, porque del mismo modo que no abandonó su divinidad al venir, así tampoco abandonó su humanidad al marchar. Y esto nos señala que si bien nuestros cuerpos aparecerán glorificados, también es cierto que nos conoceremos porque las características esenciales de nuestra naturaleza no se difuminarán ni cambiarán. Y le (dio) otorgó el nombre que es sobre todo nombre. De manera que fue investido con su antiguo nombre de alta dignidad de Soberano, Señor y Cristo.

  Fil. 2:10. Para que en el nombre de Jesús, la humanidad de Cristo antes bien demostrada, se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra. Que las rodillas de los seres celestiales se doblarán ante la gesta del Hijo del Hombre, no tenemos ninguna duda. También sabemos del total reconocimiento que le darán los humanos. Pero, ¿que hay de este extraño acatamiento de los seres de abajo, de los seres subterráneos? Es la hora, digámoslo ya: ¡Las huestes infernales y satánicas también se arrodillarán en su día y en su momento!

  Fil. 2:11. Y toda lengua confiese para la gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor. Así que la confesión de que el Cristo es nuestro Señor es para la gloria de Dios Padre. Porque no podemos olvidar que Dios y todas sus perfecciones han sido hechas y manifestadas en Cristo y en su obra. Esta es la firme esperanza del cristiano. Pero para llegar a la meta sólo hay un camino: el renunciamiento y las humillaciones que Cristo siguió y padeció. No hay otro.

  Fil. 2:15. ¿Todo lo dicho hasta ahora para qué? Para que seáis irreprensibles y sencillos, unos hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida, mala y perversa, en la cual vosotros resplandecéis como luminarias en el mundo.

 

  Conclusión:

  Es nuestro destino: ¡Todos hemos de dar luz indicando el duro camino de la cruz!

  ¡Qué Dios nos ayude!

 

JESÚS SUFRIÓ POR NOSOTROS

Isa. 53:4-9; 1 Ped. 2:24, 25

 

  Introducción:

  Existe una frase célebre atribuida a Meyer que anuncia: El día más triste que jamás existió sobre el mundo ha sido destinado precisamente a disipar sus tinieblas para siempre.

  Se ha hablado y escrito mucho acerca de la fuerte y viva personalidad de Jesús sobretodo, en nuestros días en los que con acordamos de Él con caras largas, compungidas y demacradas. Nuestros oradores se esfuerzan en hacer resaltar los dolores y sufrimientos físicos que padeció Jesús sin razón aparente. Pero del mismo modo que la gloria y la victoria son sinónimas de Cristo, del mismo modo el sufrimiento físico es la diadema, amarga si se quiere pero diadema al fin, con la que se coronó el Señor. No tenemos duda de que Cristo Jesús es el tema central de la canción bíblica. Su entrada corporal en el mundo ha marcado un hito en la historia humana. Y lo más extraño, lo mejor, lo más verdaderamente sorprendente es que en la persona de Jesús, el sufrimiento y la muerte que sufrió son o fueron elementos indispensables para dar paso a la vida. Y es que esta dura muerte no fue un mero accidente histórico, ni siquiera accidental pues obedeció a los vivos planes de Dios. Y tuvo un solo propósito: ¡La redención de todos nosotros, le redención de los pecadores!

  Sencillamente, Él tomó nuestro lugar. Sufrió la pena que estaba destinada a nosotros. Sin embargo, la Cruz fue el mayor crimen de la historia. Dios el Padre mismo lo testificó y repudió con las tres crueles horas de tinieblas que oscurecieron el cielo sobre el monte y Jerusalén, y el temblor de tierra, y las rocas rajadas, y las tumbas abiertas… Y hay más. Hay, siempre lo ha habido, un destino final para los asesinos: (1) Judas se ahorcó; (2) Pilato, llamado a Roma, fue desterrado a Francia donde al poco tiempo también se suicidó con la manía de ir buscando agua que fuese capaz de lavarle las manos; (3) Herodes murió también en el destierro de forma ignominiosa; (4) Caifás fue depuesto de su cargo al año de la muerte de su mayor enemigo, Jesús; (5) Anás, sufrió un cruel asalto en su casa y vio como mataban a su hijo arrastrándolo por las calles asido del pelo. Y tantos otros y otros que quedaron en el anonimato, pero que murieron llenos de desprecio, repudio, y remordimiento.

  Por otro lado, Jesús, con su muerte, hirió para siempre a su eterno enemigo, a Satanás. Ya era dueño y Señor de la muerte y heredero de la Majestad de Dios. ¡Pero sufrió, y mucho! En los aciagos momentos de la cruz, su aislamiento, su abandono por parte de Dios, debió de ser terrible. Todo el mundo estaba en su contra: Jerusalén, que ansiaba su muerte y desaparición con odio apasionado a causa de un nacionalismo mal entendido. Casi todos sus paisanos se habían apartado de Él sin poder ocultar su desencanto por el desenlace en que ineludiblemente se aboca su doctrina. Ni uno solo de sus apóstoles, ni aun Juan, fue capaz de ser el depositario de los duros pensamientos de aquel pobre Jesús atormentado y abandonado. Esta era, desde luego, una de las gotas más amargas de su cáliz. Pero Cristo comprendía, como ninguna otra persona del mundo puede comprenderlo, la fiel necesidad de vivir aun después de su muerte. La causa que Él había inaugurado no debía morir. Sabía que debía partir y dejar su querida obra en manos de aquellos pocos discípulos que se mostraban ahora tan débiles, tan indiferentes y tan ignorantes.

  ¿Serían capaces de hacer una obra tan enorme? ¿No había sido traidor uno de ellos? ¿No naufragaría su causa una vez que se hubiese marchado, una vez que Él faltase? Estas y otras tantas preguntas similares serían las que el diablo Tentador susurraría al oído de aquel Santo Hombre Dios que estaba físicamente solo. Pruebas las tenía, muchas y abundantes… Pedro, aquel hombre impulsivo, se avergüenza de Él. Juan ha desaparecido nada más darle el encargo de velar con su madre. Andrés, aquel Andrés que siempre estaba en su sitio, ya le había vuelto la espalda dolorido y tal vez desorientado. Mateo, piensa con temor en la represalias… ¿dónde están los demás?

  El Monte de los Olivos fue un trago muy amargo para Él, pues no hay nada más doloroso para un hombre que la soledad moral y Cristo estuvo solo, completamente solo, aunque fuese durante un largo segundo. Y por si el dolor moral fuese poco, debemos agregar el físico. La crucifixión era una muerte horrible. Cicerón nos cuenta que éste era el más cruel y vergonzoso de todos los castigos romanos. Estaba sólo reservada a los esclavos, a los ladrones y a los revolucionarios cuyo fin debía marcarse con especial infamia para el buen ejemplo ajeno. Nada podía ser más contranatural y repugnante que colgar a un hombre de esa manera y en vida. Semejante posición era contraria a la más elemental norma de los derechos humanos. Si la muerte hubiese llegado con los primeros golpes, habría sido terrible y dolorosa; pero por lo general la víctima padecía durante dos o tres días a causa del dolor ardiente de los clavos en las muñecas o manos, y en los pies. Es verdad que una especie de asiento para éstos evitaba el desgarro muscular, pero nadie podía evitarle la tortura de tener las venas sobrecargadas. Y lo peor de todo, la sed dura e insoportable que aumentaba cada vez más. Era imposible no moverse tratando de aliviar una situación tan precaria, pero cada nuevo movimiento traía consigo una nueva y excesiva agonía. Los crucificados padecían rápidamente de fiebre y las heridas se les infectaban pronto a causa de la débil corriente sanguínea. Las moscas se posaban en ellas y las agravaban ante la imposibilidad de ahuyentarlas. El cuerpo se deshidrataba con enorme rapidez… el colapso del corazón sería el final… Bien, pues si a este cuadro de soledad moral y dolor físico añadimos el peso de todos los pecados del mundo, veremos, aunque sólo sea de lejos, lo que Jesús padeció. Y en un momento dado, Cristo perdió la eterna comunión con Dios Padre. Jamás la mente humana podrá medir el horror de tanto abandono y sufrimiento.

  Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué y por quién padeció?

  Veamos:

 

  Desarrollo:

  Isa. 53:4. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Leer también Mat. 8:17. ¿Cuál es la diferencia? Mateo se refiere al ministerio de sanidad del Maestro Jesús al curar a todos los endemoniados, a todos los enfermos que se le presentaron y hasta el hijo del centurión. Pero, además, Mateo aprovecha la cita para apoyar su tesis acerca del Médico divino en cuanto a los judíos. Sin embargo, la cita de Isaías que nos ocupa bien se puede aplicar a la muerte vicaria de Cristo. Si esto es así, ¿qué significan los términos llevó y sufrió? No participó sólo de nuestros sufrimientos, sino que tomó en su Persona todo el dolor al que éramos acreedores. Sí, así de claro. Podemos añadir que los pecados del mundo fueron la causa y el efecto de sus dolores y, por consiguiente de su muerte. Y le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido… Los términos azotado y herido se refieren a la idea de la plaga de la lepra; es decir, incurable y apartado de la sociedad. En especial, la palabra herido, era usada por los hebreos cuando alguien sufría un mal o una enfermedad repentina y grave como en el caso de Job, y aplicado en especial en el caso de la lepra que consideraban castigo directo de Dios por lo desagradable y dolorosa que era y por las consecuencias sociales que acarreaba. Isaías está diciendo que Cristo fue herido de forma repentina por causa del pecado de todo su pueblo. Y afligido y atormentado, pero no a causa de sus delitos, sino de los nuestros. Pero aún hay más en la frase y en el tiempo del verbo en que está escrito “le tuvimos”. Significa con claridad que muchos hombres le desprecian achacando los dolores a sus propias faltas. Todos le tuvimos por azotado. ¡Nadie puede negar la veracidad del hecho! La única diferencia estriba en que unos creen que sufrió a causa de sí mismo y nosotros que lo hizo a causa de nuestro pecado.

  Isa. 53:5. Mas él herido fue por nuestras rebeliones. Aquí la palabra “herido” significa en el original: traspasado por unas heridas mortales producidas de manera especial en una batalla. Molido por nuestros pecados… abrumado, roto y deshecho por nuestras faltas hasta el punto de llegar a romperle el corazón. El castigo de nuestra paz fue sobre él. Es decir, podemos tener paz gracias a que Él cumplió el castigo. Así, tenemos paz con el Padre y somos reconciliados porque su justicia ha sido cumplida en el Hijo Unigénito, Rom. 5:1. Y por su llaga fuimos curados… Literalmente significa: Un moretón o cardenal, como la huella de un latigazo. ¿Se cumplió está profecía? Sí, en efecto, ver Mat. 27:26. Pero, precisamente, por esta su llaga fuimos “curados.” Con la idea del sabio que libera o experimenta un antídoto en su cuerpo con peligro de su vida por tratar de salvar muchas de los demás. Esta sujeción voluntaria por parte de Cristo a la justicia de Dios, se convirtió en la fuente de nuestra sanidad.

  Isa. 53:6. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó de su camino. Existe la marcada tendencia de las ovejas que en un rebaño se descarrían siguiendo lo que ellas creen mejores pastos, al igual del hombre que abandona la seguridad de la mirada del Pastor eterno a cambio de los bienes materiales que se le esfuman como la arena y que no conducirán sino a la muerte eterna. Mas Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros. Muy pocas veces el mensaje bíblico nos parece tan claro. Podemos leer con facilidad: Dios hizo que cayese en él toda la ignominia del pecado, de una sola vez y de golpe. Sí, ya hemos dicho en alguna otra ocasión que la salvación no fue efectuada poco a poco. ¡Fue de una sola vez y en el acto! De ahí el dolor producido en la carne de Jesús al cargar sobre sus hombros no sólo el pecado de todos los hombres, de toda la humanidad, sino el gustar o experimentar el abandono del Dios Padre por el simple hecho de que Éste no puede tener comunión alguna con el pecado. Gracias a Dios, esto fue momentáneo. Una vez vencida la muerte y su aguijón, Dios le recibió a la derecha de su Majestad donde aún está en estos momentos.

  Isa. 53:7. Angustiado él, es curiosa la idea hebrea que dice o expresa esta palabra. Y es que se trata de la misma angustia que tenían cuando debían pagar una deuda de forma rápida e inmediata y no tiene con qué hacerlo. Cristo, al hacerse acreedor de la justicia divina a causa, repetimos, de todos los pecados, siente la angustia vital de pagar aun a costa de su propia vida, 2 Cor. 5:21. Así que fue tratado por el Señor como un vulgar pecador, como el más grande pecador que existió jamás, puesto que tenía la suma de los pecados de toda la humanidad. Por esta razón, Él, que era justo, que no conoció pecado propio, sintió un dolor y una angustia muy grandes. Ver si no, lo que sentimos en nuestro interior cuando se nos acusa de algo injusto, o de algún mal que no hemos hecho. Pues aún así deberíamos sumar o multiplicar el sentimiento, esta gran humillación, por millones de veces para hacernos con la idea de lo que debió sentir. Y afligido… Tratado con la dureza que se merecía el más terrible pecador del mundo. El Señor había puesto la vida de su Hijo Unigénito en manos humanas, por lo que de hecho se entregó a Sí mismo a su propia justicia. Él había dicho: Toda alma que pecare, de cierto morirá. No podía, pues, reconciliar al hombre sin derramamiento de sangre. ¡Tenía que haber una muerte! Por amor, fue la suya propia. Y tal como hemos dicho antes, la más cruel soledad fue sentida por Jesús en aquel momento incierto de la cruz en el que dice con angustia: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Era justo este abandono? Sí, sí, en aquel preciso momento, Jesús, lo repetimos una y otra vez, cargó con los pecados de la humanidad y Dios… ¡no podía aceptarlo! Ahora bien, ¿Jesucristo sabía a lo que se exponía cuando en el Paraíso, a la sombra de la seguridad y gloria divinas, se presentó como voluntario? Sí, lo sabía y aun así se adelantó un paso al frente impulsado por su amor. No abrió su boca… ¿Fue esto así? No abrió la boca para protestar, pero sí lo hizo para perdonar y bendecir a sus enemigos. Por eso se le compara al más manso de los animales: ¡Una oveja! Sí, como un cordero fue llevado al matadero… Aquí se resalta la sumisión conque se entregó. Ni quiso armas humanas ni celestiales a pesar de que tenía bajo su mando a todo lo creado incluidas las incontables legiones de ángeles del cielo. Por eso, Pedro tuvo que guardar su espada. Marco, el romano, personaje de Mika Waltari, tuvo que guardar también el dinero conque iba a reclutar mercenarios. Ben-hur, personaje de Lewis Wallace, por deseo expreso del Maestro tuvo que tragarse sus ansias de ayuda. Por su parte Cristo, nuestro Señor se entrega, diciendo: ¡Es menester hacer la voluntad de mi Padre! Y como oveja delante de sus trasquiladores, no abrió su boca… Y es que sufría el oprobio como si de veras fuese culpable. Ya lo dijo el llamado Buen Ladrón en la cruz: Nosotros a la verdad padecemos lo que en justicia merecemos, pero Él nada hizo. Además, comprobamos que mientras duró aquella flagelación y el martirio, nada dijo. Se portó con valor en contra de la costumbre de los reos normales que maldecían e injuriaban a sus verdugos aun sabiéndose culpables.

  Isa. 53:8. Por cárcel y por juicio fue quitado… También se podría leer: Con opresión y sin justicia fue ejecutado. Se refiere con claridad a las torturas y atropellos soportados por Cristo hasta que, por fin, murió. Incluso, tuvo que padecer una farsa de juicio… Mas, se nos dice con cierta claridad: Y su generación, ¿quién la contará? Sí, la descendencia de aquel siervo será tan numerosa que va a ser imposible contarla. El detalle llega a sorprender hasta a los más incrédulos. ¿Cómo es posible que una muerte tan ignominiosa haya traído tras sí una hueste tan grande de seguidores que dicen crucificarse con Él en el madero? Lo tienen por locura por usar el léxico bíblico. Y es que fue cortado de la tierra de los vivientes… Esto es una clara confirmación de la muerte violenta del Hijo de Dios. Sí, sí, y además, debían matarlo otros, Dan. 9:26. Por la rebelión del pueblo fue herido, Dios habla con mucha claridad por boca de Isaías de la causa principal de la muerte de su Hijo.

  Isa. 53:9. Se dispuso con todos los impíos su sepultura. Al condenarle a la muerte de cruz se le estaba dando un trato de delincuente. Este hecho aumenta en verosimilitud cuando en realidad se le crucifica en medio de dos ladrones comunes. Mas con los ricos fue en su muerte. ¿A qué se puede referir? A su sepultura. Fue sepultado en una tumba que había sido preparada para un hombre rico. Sí, para José de Arimatea. Y otro hombre pudiente se encargó de darle cristiana sepultura: Nicodemo. Aunque Él nunca hizo nada de maldad, ni hubo engaño en su boca. Nunca jamás cometió pecado alguno. En caso contrario no hubiese servido para expiar nuestros pecados.

  1 Ped. 2:24. Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… Del mismo modo que en los antiguos sacrificios judíos se ponía las manos en la cabeza del animal expiatorio queriendo simbolizar que arrastraba los pecados del solicitante hasta la muerte, así Cristo llevó nuestras faltas hasta la misma agonía de la cruz. Notamos como el apóstol Pedro aun da más énfasis acerca de la redención de Jesús que el propio Isaías. El nos presenta a Cristo como propiciador entre Dios y los hombres. Para que nosotros estando muertos a los pecados, bueno, ¿estamos o no muertos al pecado? Sí, sí, es decir, los pecados no pueden siquiera hacer mella en nosotros, Rom. 6:2. Sí, estamos muertos al pecado gracias a Él y su nefasta influencia ni siquiera nos puede rozar un cabello. Vivamos, pues, a la justicia… la parte positiva de la cuestión. Si no vivimos ya en los pecados, lo hacemos en la justicia, justificados por la muerte ignominiosa en la cruz. Y por cuya herida fuisteis sanados… Sí, claro, efectivamente, ¡somos salvos por su muerte!

  1 Ped. 2:25. Porque erais como las ovejas descarriadas. Pero ahora ya habéis vuelto al Padre, al Pastor y al fiel Obispo de vuestras almas. Los creyentes estamos seguros porque hemos aprovechado al máximo el sufrimiento de Jesús.

 

  Conclusión:

  Guardar un minuto de silencio.

  ¿Es momento de tomar una decisión que nos puede beneficiar toda la vida? Pues si lo hacéis así, y Dios lo quiera, nunca os arrepentiréis por ello ya que habremos mitigado un poco, si cabe, el cruel sufrimiento de Cristo.

  ¡Qué Él nos bendiga!

DIOS NOS AMA

Sal. 103:8-14; Juan 3:16, 17

 

  Introducción:

  ¡Admirable respuesta!: Una profesora de E. Dominical preguntó a sus alumnas: ¿Quién es Cristo? ¡Cristo, fue la respuesta, es uno que conoce todo acerca de nosotros ysin embargo nos ama!

  Afirman los entendidos que una de las necesidades más básicas del hombre es el amor. Desde que nacemos estamos necesitados de amor. Es curioso; cuánto más débiles somos más dependemos de los seres que nos aman. Ver si no a un niño recién nacido, ¡cuántos cuidados necesita! Y que inclinados nos sentimos a amarlo. ¡Parece tan desvalido! Pero a medida que uno crece, este sentimiento de ser amado se transforma en deseo de amar. El hombre normal debe amar y ser amado como consecuencia fiel y lógica de su naturaleza racional. Sin embargo, el amor del mundo, aun en su expresión más elevada, se nos presenta como limitado e imperfecto. Por eso sabemos que falla. Es por eso que conocemos muchos casos en que el amor, incluso entre seres de la misma familia, falla. Este aspecto negativo del amor mundano ha ido en aumento gracias a las exigencias de la vida moderna pues que la consecución de ciertas metas, aun pareciendo buenas por ser exponentes de una vida mejor, nos han ido distanciando del resto de nuestros semejantes, llegando a decir sin sonrojarse: ¡La vida es una selva! Y lo que es peor, este mal ha llegado hasta el centro de la humanidad social: ¡La familia! La comunicación casi ha desaparecido entre los miembros de la misma. Y si no existe mal se pueden interesar los unos y los otros por los nimios problemas cotidianos que explotan cada día. Los cristianos, tal vez en menor escala, tampoco podemos zafarnos a esta ley. El imperativo de entregarse a la lucha cotidiana por la vida, por la subsistencia, también nos convierte en lobos solitarios. ¿Cuánto tiempo hace que no tenemos en casa un culto familiar? ¿Cuánto hace que no leemos la Biblia u oramos en común…? ¡El amor falta también en cualquier guerra o revolución! ¡En cualquier transacción comercial! ¡En cualquier plan pensado por nosotros, los hombres! ¡Falta el amor, en fin, hacia los demás en cada momento de nuestro ir y deambular por el asfalto de la vida!

  En resumen: Que falta el amor entre los seres humanos es un hecho axiomático. Lo curioso es que el hombre a medida que crece tiene más necesidad de amar porque si no lo hace se para, se embrutece. Por el contrario, ¡el Amor con mayúsculas exalta y dignifica al hombre y le convierte en algo más que un animal! Sin embargo, por más que uno se esfuerce siempre termina por ensuciar el concepto ideal del amor pues si amar es dar algo sin esperar nada a cambio, el ser humano a causa de su naturaleza pecaminosa, ¡jamás podrá conseguirlo! Sólo Dios ama de verdad, pues sólo Él tiene amor verdadero y, lo que es más importante, permanente.

  Pero, ¿qué es el amor? El Diccionario, dice: Afecto que inclina al ánimo a apetecer el bien, real o imaginado. Personalmente prefiero otra definición: Dios es amor y, por lo tanto, amor perfecto es Dios. La Santa Biblia dice que Dios nos ama y nos ha amado siempre. No importa cómo vivamos o cuán grandes sean nuestros pecados. Recordar que decíamos antes como única definición de la persona de Cristo que es uno que conoce todo acerca de nosotros y sin embargo nos ama. Dios nos ama. Así de sencillo. Pero, ¿en qué cuantía? Empecemos la lección:

 

  Desarrollo:

  Sal. 103:6. Misericordioso y clemente en Jehovah… El amor de Dios es inescrutable. Forma parte de su naturaleza. No puede evitar el amarnos del mismo modo que el sol sale cada día alumbrando a salvos y a no salvos. A pecadores y a justos. Pero no ignoramos que aunque el amor domine su ser, es inexorable tocante a la ley y el culpable no podrá eludirle. Sin embargo, el que se arrepiente y convierte del mal camino podrá constatar de forma perfecta que Él es amor. Sus pecados le serán perdonados del todo, es decir como si nunca hubiesen existido. El museo de la Guerra en Madrid, dice: ¡Perdonar, pero no olvidar! ¿Dónde quedan el amor y el perdón?. Dios perdona borrando hasta las manchas. Nunca más nos serán imputados, precisamente gracias a ese amor incomprensible por nosotros. Lento para la ira y muy grande en misericordia… Una de las consecuencias del amor, precisamente la más hermosa, es la paciencia. Y Dios se ha caracterizado siempre por la suya. Lento para la ira… Su amor se impone siempre cada vez que mira al pecador. Pero, ¡cuidado! Vendrán días en que acabada la época de la gracia, y a pesar de todo el amor eterno que sólo Dios es capaz de manifestar, nada podrá hacer por el hombre pecador, pues con el mismo acto que glorifique a los santos, excluirá a los rebeldes para la eternidad. La misericordia de Dios es infinita, pero el valor de su Palabra también. Un día cerrará la puerta y nadie podrá entrar ni salir del arca del Noé actual. Mientras esto llega, espera con paciencia y tristeza a la vez. El hombre tiene ahora la oportunidad de gustar el amor de Dios. Sólo aquél que crea que puede redimirlo puede experimentar la sensación inenarrable que significa el sentirse a salvo por y para siempre.

  Sal. 103:9. No contenderá para siempre… No, no estará enojado para siempre con nosotros a causa de nuestros pecados. Mas, no ocurre así con el ser humano. Hemos oído alguna vez: No me hablo con mi vecino desde hace años. Así, un enfado, a veces una nimiedad, ha ido creciendo en nuestro corazón como una bola de nieve hasta el punto en que ni aun en el caso de muerte de nuestro contendiente consigue ablandarnos y olvidar. Pero Dios es distinto, muy distinto. A pesar de nuestra infiel y constante rebelión en su contra, no nos la tiene en cuenta para siempre jamás, incluso nos recibe con los brazos abiertos de Padre si nos volvemos a Él con los ojos suplicantes y confiando en su poder salvador. Ni para siempre guardará su enojo: Ya hemos dicho antes con otras palabras que el enojo guardado en el fondo del corazón, con el tiempo, se convierte en odio. En Dios no hay cabida para el odio porque Él es amor. Y el odio es contrario al amor y, por lo tanto, contrario a su naturaleza. Así pues, ¿Dios no se enfada por los desplantes del hombre? Sí, pero lo hace de forma momentánea, pronto prevalece su gran amor y eterna misericordia. Es el enojo de un padre que ama frente a la falta del hijo amado.

  Sal. 103:10. (Dios) no ha hecho con nosotros conforme a las iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Otra clara referencia a que Él no nos trata con la severidad que se merecen nuestros múltiples pecados, sino con una infinita misericordia. Ahora viene la pregunta: ¿Dios nos perdonó una sola vez el día en que nos convertimos o lo hace de forma continua cada vez que pecamos? ¡Sí, claro, lo hace cada día, continuamente! Y así, ¿cuál debe ser nuestra actitud hacia el pecado? ¡Vivir la vida con la cabeza levantada a pesar de que podemos caer en el barro! El cristiano se diferencia del que no lo es, en la actitud misma del arrepentimiento. Así que, cada vez que volvamos nuestros ojos arrepentidos hacia Dios, tendremos la seguridad de que Él nos perdona y no nos tiene en cuenta nuestra caída.

  Sal. 103:11. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra: ¿Qué quiere decir esto? Que del mismo modo que no podemos medir ni comprender con la mente limitada y finita el equilibrio del universo, así mismo no podemos entender que: engrandeció su total misericordia sobre los que le temen. De manera que si Dios ama a los hombres por el solo hecho de serlo, aún ama más a todos aquellos que se han vuelto a Él haciendo, estableciendo la unión primitiva rota por el pecado. Sobre los reconciliados, Dios vuelca su misericordia y su perdón como un torrente inagotable. Lo cierto es que su amor es tan grande como incomprensible resulta para todos nosotros. Tanto o más que la comprensión o el infinito que separa al cielo de la tierra.

  Además, como ya ha quedado dicho, ese amor universal se transforma en un amor especial, particular e individual para los que le temen. ¿Por qué? Porque estos ahora son su pueblo escogido, 1 Ped. 2:9. Además tenemos una promesa formidable: Desde hoy y hasta la eternidad, Dios nos salva continuamente, Hech. 7:25.

  Sal. 103:12. Cuan lejos está el oriente del occidente. Es decir, de un extremo del orbe al otro. Sin posibilidad alguna de unión o contacto. Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones, dando la medida del verdadero perdón. Además, sólo Dios es capaz de perdonar así. La sangre de Cristo es el detergente que ha obrado el milagro. Por obra y gracia de su muerte, el creyente aparece delante de Dios Padre justificado definitivamente y muy bien perdonado; es decir, como si ya fuese inocente de toda culpa.

  Sal. 103:13. Como el padre se compadece de los hijos… una referencia a un padre normal que si reprende y castiga a los hijos lo hace dentro de la esfera del amor. Se compadece Dios de los que le temen. Porque ha pasado a ser un padre para ellos y como a pesar de hijos de Dios, todavía no somos perfectos, ya no nos tiene en cuenta nuestras debilidades y pecados, a pesar de que sí se entristece a cada nueva caída.

  Sal. 103:14. Porque Él conoce nuestra condición… Si, Él nos conoce hasta el extremo de sorprendernos en aquel día del juicio cuando conozcamos como somos conocidos. Él nos ha creado, ha visto nuestra historia y conoce nuestras debilidades. ¡Como un padre! Él nos entiende porque se acuerda muy bien de que somos polvo. Somos hechos con sus manos por lo que tiene en cuenta nuestra pobre constitución física. Sabe lo frágiles que somos en lo físico y de la veleidad de nuestras almas, tan prontas a traicionarle y a volverle la espalda. Conoce demasiado bien las limitaciones en que nos desenvolvemos, los carencias y males de que adolecemos y las flaquezas que nos gobiernan pero aún así y todo, nos ama.

  ¡Este es el quid del evangelio!

  Juan 3:16. Porque, esta conjunción sirve de enlace perfecto entre la afirmación anterior y la que va a seguir. De tal manera, es decir, en un grado tal, en tal medida que es imposible acotarlo, ni determinarlo. Como mínimo, es tan grande como grandes fueron todos los pecados que aportamos a la soledad de la cruz. Nos ha amado y nos ama, como nadie antes pudo haberlo hecho. Con la magnitud que corresponde a un ser divino. Amó Dios, este es el principio, fin y fuente de la salvación. Esto es lo más grande que se puede decir de el Señor, que nos amó. Muchas otras cosas relacionamos con su divinidad, tales como la justicia, el poderío, etc., pero ninguna es tan grande como el amor. Dios nos amó, por que todo Él es amor. El amor es una actividad del corazón. Por consiguiente, el amor nació del mismo centro del Señor. Al mundo, es decir, al ser humano, a nosotros. No, no al cosmos invertebrado, sino al ser hecho de sus manos. ¿Hasta qué punto nos ha amado? Pues hasta el punto que nos ha dado a su Hijo Unigénito, a Jesucristo. El teórico amor de Dios hecho realidad, ya que cuando entregó a su Hijo para morir por nosotros, se estaba entregando a Sí mismo.

  Anécdota: Heroico sacrificio: “Un barco se va a pique porque tiene un boquete en su casco. El capitán reúne a la tripulación, y dice: –¿Quién irá a taparlo? –¡Yo! –exclama su hijo. Y muere taponando el agujero con su cuerpo salvando así a los demás. ¿Qué podría sentir el capitán como padre? El Paraíso Perdido de Milton: –¿Quién bajará a la tierra para salvar a los hombres?–, pregunta Dios. –¡Heme aquí, envíame a Mí!–, responde el Hijo.

  Probablemente en el cielo habrían otros a quien el Señor podía haber delegado para el sacrificio y éstos hubieran ido de buen grado a hacer un servicio para su Creador, pero no hubiera sido justo. El amor de Dios aun siendo grande, exigía un sacrificio justo, enorme, el mayor, debía enviar a su propio Hijo, a Él mismo.

  Para que todo aquel que en Él cree, no hay, pues, limitación de persona alguna. Aunque, de una manera, condiciona al hombre a dar el primer paso. Este todo aquel es terrible y a la vez justiciero. Con la muerte de Cristo, Dios lo ha hecho todo; ahora le toca al ser humano avanzar hacia adelante por medio del arrepentimiento y la fe. Además, este “todo aquel” incluye de una vez por todas al género humano. No hay limitación de razas ni situación social. Lo que normalmente sirve de barreras a los hombres, para el Señor no tiene la menor importancia. Pero es indispensable creer que puede hacerlo. ¡Qué nos puede salvar! Es menester creer para que el ser humano: no se pierda, más tenga vida eterna. así que aquí están perfectamente identificados los dos caminos: ¡El cielo y el infierno! Esta es la encrucijada en la que todo hombre debe decidir en algún momento de la vida. Ser o no ser… la condenación o el perdón. Digamos de paso que Dios no quiere que nadie se condene. El hecho de haber dado a su Hijo lo demuestra a la perfección.

  Además, la salvación es instantánea. Del mismo modo que los israelitas mordidos mortalmente por las serpientes del desierto sanaban de inmediato por el solo hecho de creer que aquella figura metálica levantada en una cruz podía salvarles. Así el hombre que confía en la muerte de Cristo como el vehículo de salvación, la experimenta en el acto, pasa de muerte a vida en el acto. En otras palabras, tan pronto como le confiesa como Señor y Salvador. –¡Acuérdate de mí!–, dijo el llamado buen ladrón.–De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso–, fue la respuesta del Crucificado.

  Juan 3;17. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo. Cristo Jesús en su primera venida no lo hizo en calidad de Juez, sino de Salvador. Sino para que el mundo sea salvo por Él. El mensaje está claro. La Salvación es universal en el sentido de que todos nosotros tenemos la misma oportunidad de salvarnos, pero ésta sólo tiene efecto en aquellos seres humanos que acuden a Cristo y se acogen a su poder, gloria y santidad. ¡Qué claman en lo más hondo de su gracia!

 

  Conclusión:

  Cualquiera pueda acogerse a esta amplia medida del amor divino. La anchura viene determinada por el porque de tal manera amó a Dios al mundo, así pues se incluye a todo el mundo. La profundidad podríamos decir que es: Que ha dado a su Hijo Unigénito. Así, este amor, parece ser tan profundo que por su causa nos dio a su único Hijo. La longitud: Para que todo aquel que en él cree. Sí, el amor de Dios es tan largo que alcanza a todo pecador. Y la altura podría ser: No se pierda, más tenga vida eterna. De manera que el amor de Dios llega tan alto que nos lleva hasta el mismísimo cielo.

  Estas son las medidas del amor de Dios y éste es el mensaje del Evangelio.

  ¡Qué Él nos bendiga!

EL HOMBRE SE HA DESVIADO

Sal. 14:2, 3; Jer. 17:9, 10; Rom. 1:28-32; 2:1

 

  Introducción:

  Los titulares de Tele/exprés del día 16 de marzo de este año: “Panamá no quiere ser colonia Usa”. “Bofetadas en el colegio de abogados en Madrid”. “La última batalla de los sioux”. Y “en torno a la reconstrucción del Vietnam…”

  ¡Este y no otro es nuestro mundo reflejado un día de lo más normal, un día cualquiera! Sencillo. El hombre fue un ser hecho a imagen y semejanza de Dios; es decir, un ser justo, bueno, inteligente y superior al resto de la creación, pero le hizo libre y escogió desobedecer a Dios y pecar dándole la espalda. Así, desde este mismo momento el Señor ha procurado por todos los medios atrayéndoselo de nuevo. Pero todo hombre, por voluntad propia, ha roto o desviado el rumbo que conduce a Él. Hoy sabemos que los aviones en el cielo se gobiernan por espacios aéreos trazados por coordenadas y datos que convierten las nubes en carreteras, pero si cualquier aparato no sigue el rumbo establecido, jamás llegará a su base. El hombre ha equivocado su rumbo. Dios Padre, su estrella polar, le había trazado un mapa con la ruta adecuada para llegar a buen puerto; pero el hombre se cree sabio y piensa que se basta y sobra para llegar, aunque, todos lo sabemos bien, jamás lo conseguirá estando solo. En la época en que la navegación naval tenía que confiar tan solo en la rústica brújula, se cuenta de un oficial que la saboteó con un imán llevando a toda la tripulación a una muerte cierta. ¿Cuál puede ser el imán que Satán pone junto al hombre como si este fuese la brújula? ¡El pecado!

  Pecado significa errar o fallar en el blanco. Originalmente el blanco del hombre era el Señor. El hombre tenía una estrecha relación con Él, pero el pecado le desvió de la ruta correcta. No obstante, el rumbo del hombre debe llevarle a alguna parte pues que no puede viajar ni llegar al vacío. Así… ¡si no va rumbo a Dios… va rumbo a Satán! ¿Sabéis que el pecado fue la causa, aunque no el motivo, de la muerte de Cristo? Ahora leer poco a poco la poesía: Esto en la Guerra (Balbuceos Navideños, pág 83). Aquella serpiente (Satán) había prometido al hombre el conocimiento del bien y del mal. ¡Y a fe que se lo dio!

  Por otra parte, podemos preguntarnos: ¿No quería Dios acaso, que el hombre conociera estos extremos? Según el plan del Creador, el hombre tenía que haber percibido el bien y el mal por medio de sus triunfos sobre la tentación, pero precisamente por haber caído en el pecado, llegó a saber demasiado bien lo que era el mal y apenas intuyó lo que pudo haber sido el bien. Por querer ser creador en vez de creado, las puertas del paraíso se abrieron ante él… ¡pero para salir!

 

  Desarrollo:

  Sal. 14:2. Es decir, miró con detenimiento la conducta de todos los seres de la tierra. Para ver si había algún sensato… algún hombre sabio, entendido y prudente en contraste al necio descrito perfectamente en el v. 1. Que buscara a Dios. Así que hace falta en verdad ser sabio para que además de reconocer que hay un Dios Padre sustentador, le busque para servirle y adorarle como su soberano. Mas Él descubre que nadie, absolutamente nadie le busca.

  Sal. 14:3. La raza humana, gracias a su naturaleza pecaminosa ha caído en brazos del pecado, así que todos se han ido, se han apartado de la senda hollada por los pies de Dios. Mas, como decíamos más arriba, si el hombre no sigue al Señor, sigue a sus necias apetencias carnales, es decir, a Satanás. Todos nos descarriamos, dice Isa. 53:6: A una se han corrompido, dirá este salmo. No hay nadie sano. Al igual que las manzanas sanas de una cesta se pudren al contacto con una mala, el hombre, por la mancha de su pecado, ha afectado hasta su metabolismo y ha cambiado su capacidad moral y su maravillosa naturaleza. La raza humana ha caído… Rom. 3:10. ¿Qué pasaría si cogiésemos la pareja humana más sana, buena e inteligente del universo y la trasplantáramos a una isla desierta? ¿Se acabaría el pecado? ¡De ninguna manera! A la segunda generación como máximo todos habrían pecado. Es cosa de naturaleza. No hay quien haga el bien; no hay ni siquiera uno. No, no hay nadie que en algún momento de su vida no haya pecado. Además, y aquí hay algo muy cruel y doloroso, todo lo que el hombre haga por sí mismo, aun lo mejor según la tabla de los valores humanos, es malo. ¿?

  Por eso, lo mejor del hombre según el hombre, para Dios es como la basura. No sirve para nada. ¿Por qué? Por no hablar el mismo idioma. Si tuviésemos un valioso aparato de radio portátil y se lo diésemos a una hormiga, ¿le sería útil? No, lo pisotearía y hasta despreciaría. No hablamos el mismo idioma. Lo que para nosotros es de valor para la hormiga no es sino un obstáculo en su camino. No hay nada que pueda ser agradable a Dios, por más difícil que sea conseguirlo, si sale del corazón pecaminoso del hombre.

  Jer. 17:9. Engañoso: Una palabra formada de una raíz que significa el que embauca o el que suplanta. Es la misma palabra que forma el nombre de Jacob. ¿Por qué? Porque suplantó a su hermano Esaú y engañó a su padre Isaac. Esta es la forma o la idea conque el corazón suplanta la verdad por la mentira. Es el corazón, más que todas las cosas, y sin remedio. El corazón es el órgano sensitivo vital. Es el que hace circular la sangre y a la vez reclama para sí el centro de toda vida emocional. Todos los hechos del hombre interior son atribuidos al propio corazón, ya que lo que hoy llamamos conciencia, los más antiguos llamaban corazón. Pero la Biblia, las Escrituras, nos dice en esta ocasión que la conciencia es más engañosa que todas las cosas. Si la que nos debía guiar en nuestro camino empieza por engañarnos, ¿adónde iremos a parar? Además, gracias a su naturaleza, nunca podremos estar seguros de su verdadero comportamiento. Por eso, a veces, lo que normalmente consideramos malo, lo vemos menos malo, puesto que nuestra conciencia nos lo disfraza para que lo veamos menos malo y, por lo tanto, realizable o, cuando menos, justificable. El corazón pues es engañoso; es decir, dado al mal y dominado por él. Sí, la vida del hombre natural, sin Dios, se desarrolla cuando menos sometida al mal. Pero lo que sin duda es peor, está sin esperanza real de regeneración por sus propios medios o por los medios naturales del entorno que le rodea. Así que nos parece tan necio confiar en el corazón de nuestro prójimo como en el nuestro, Prov. 28:26. La pregunta central es: ¿Quién lo conocerá? Ningún mortal, desde luego. Y la verdad, no puede hacerlo porque es engañoso. Nadie puede prever cuál será su reacción ante un problema real de la vida.

  Jer. 17:10. Sólo Dios conoce al hombre tal y como es. Para Dios no es problema ver el interior del hombre ni aun siquiera el rincón más escondido de éste. Para Él ni hay secretos ni hay misterios. No solamente conoce la fuente secreta de nuestros pensamientos, sino que descubre la más sutil de las raras malezas del corazón. Ahora bien, ¿con qué fin escudriña Dios nuestros corazones? ¡Para dar a cada hombre según su camino y según el fruto de sus obras! Aquí está bien claro. Nadie que no sea nuestro Señor es capaz de juzgar con verdadera imparcialidad, porque es que nadie más conoce nuestro interior como Él. Tanto es así, que la observación de Dios en lo más secreto del alma, llegará incluso a significar un premio cuando se nos dice con claridad meridiana que ¡conoceremos como somos conocidos! Sólo nuestro Dios puede ejecutar un juicio justo. ¿Cuál puede ser? ¡Bendición en obediencia y maldición en desobediencia! Sin embargo, la justicia del Señor es justa y necesaria entre los seres humanos debido precisamente a la injusticia de la humanidad. Sí, el cruel pecado nos convierte a todos iguales. Sí, todos somos medidos por igual rasero. Pablo, que espiritualmente hablando era un médico muy certero y sabio, diagnostica una enfermedad común a la iglesia de Roma y a todas las iglesias:

  Rom. 1:28. Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios: en otras palabras: como ellos se desentendieron del Señor para encontrar la solución a sus problemas… el Padre Dios los abandonó. ¡Y es que todos ellos se hicieron los desentendidos! Sabían del verdadero Señor y no lo quisieron, lo rechazaron. Prefirieron ignorar al Señor para andar de forma más plácida siguiendo los designios de su corrompido corazón. Pero en este v hay algo extraño: En apariencia lograron su propósito de vivir lejos del Señor. En efecto, El Señor los entregó a una mente reprobada, para hacer lo que no es debido. Han llegado a tal situación que ya no pueden discernir entre el bien y el mal, entre lo que les conviene o no. ¿Mas, cómo es posible llegar a esta situación? Se ha deformado de tal modo la conciencia que se ha puesto tan dura como un callo. Los hombres han abandonado al Señor y éste, simplemente, los dejó a su suerte… ¡Es el precio parcial de la libertad mal entendida por el hombre! Y es que cuando se deja dominar por sus embrutecidos deseos carnales, se convierte en un ser vicioso, codicioso y orgulloso.

  Rom. 1:29-31. Estos tres vs. encierran la lista de pecados que demuestran lo bajo que ha caído el hombre carnal. Veamos: Se han llenado de injusticia, atropellos y explotación injusta; maldad, deleite en la práctica del mal; avaricia, el estado de la desviación espiritual que solamente busca perjudicar al prójimo; perversidad, ambición desmedida de poseer más y más; repletos de envidia, odio dentro del corazón que se enfoca hacia los que están sobre nosotros o hacia los que poseen cosas o artículos que no tenemos; homicidios, asesinatos; contiendas, disputas y pleitos; engaños, mentiras; mala intención, maldad de gran extensión de acción; contenciosos, siempre buscando la pelea; calumniadores, le gusta hablar mal de su prójimo y en secreto; aborrecedores de Dios, esto sí es curioso. Odian a Dios Padre a causa de sus propios pecados; insolentes, observan a los demás por encima del hombro; soberbios, miran con altanería a los que les rodean; jactanciosos, llenos de vana presunción; inventores de males, sí, a más pecado, más maldad; desobedientes a sus propios padres, al no haber temor de Dios no hay respeto para nadie, y menos para los familiares más viejos; insensatos, sin entendimiento; desleales, faltan al trato con facilidad; crueles, hacer el mal por hacerlo, porque sí; sin misericordia, sin nada de compasión. ¡Ya no hay amor!

  Rom. 1:32. A pesar de que ellos reconocen el justo juicio de Dios (conocen bastante bien lo que les espera), que los que practican tales cosas son dignos de muerte (todos ellos saben que están condenados irremisiblemente), no sólo las hacen, sino que también se complacen en los que las practican. Así que no solamente hacen lo que les dicta su perdida conciencia, sino que aplauden a los que hacen lo mismo y se alegran del mal de los demás.

  Rom. 2:1. Y por lo tanto, no tienes excusa, oh hombre, no importa quién seas tú que juzgas (no hay ninguna excusa para desplazar al Señor del papel de juez); porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo (¿Sabéis por qué? Porque el que quiere juzgar a los otros tiene los mismos pecados que aquel a quien trata de juzgar), pues tú que juzgas haces lo mismo. Eres igual de pecador. O bastante más. Así que, ¡atención!, cuando condenamos a nuestros deudores, nos condenamos a nosotros mismos.

 

  Conclusión:

  Hemos dicho varias veces la palabra pecado, pero no debemos avergonzarnos. A las cosas hay que llamarlas por su nombre a pesar que nos parezcan repulsivas. ¿Deberíamos decir “fraude” o “engaño” para disimular el pecado? No. De ninguna manera. A un frasco con veneno no podemos ponerle una etiqueta que diga “esencia de menta.”

  ¡Qué Dios nos ayude a parecernos a Él!