Monthly Archives: julio 1994

15.1 LOS PLAZOS DE DIOS

Quince de enero

Jos. 6:12-20

Parece ser que la impaciencia y la desconfianza son una constante de la humanidad. Así, se pueden contar con los dedos de la mano los hombres y las mujeres que no tienen o padecen semejantes fallos del espíritu ya que si tenemos fama de alguna cosa, no es de paciencia, favor y confianza precisamente (Job y Rahab son, pues, excepcionales).

Sin embargo, en la conquista de Canaán, la paciencia y la confianza del pueblo de Israel fueron puestas a prueba una y otra vez. Y es que hay bendiciones a las que Dios pone plazos y están ahí para probar nuestra fe. El mundo, por lo general, exige del Señor resultados rápidos, pero Él es muy paciente y quiere que nosotros lo seamos también. Ya sabemos que este mundo fue creado en eras o etapas (nosotros mismos nos formamos en nueve meses), y así debemos avanzar en santidad. Es verdad que el muro de Jericó pudo haber caído el primer o el quinto día, pero no fue así porque Dios quiso que fuese el séptimo. Es un error pensar que si Dios es poderoso, ¿por qué no hace lo que yo quiero? ¿Por qué no nos bendice ya? ¿Por qué no salva a todos mis hijos…? Sin duda ésta no es la actitud correcta y, desde luego, la más alejada para entrar en la ciudad celestial o para gozar de sus beneficios.

Veamos brevemente la táctica usada por el pueblo de Josué en la ocasión que nos ocupa:

El primer paso para alcanzar pacientemente las promesas divinas es ir detrás de Dios, es siguiendo sus pasos como hicieron los hebreos detrás del arca, v. 13. Claro adaptados a su sistema, a su forma de ser, no puede hacerse largo ningún camino, ninguna empresa, ninguna bendición…

El segundo es tener disciplina como individuos y como pueblo, v. 14. Siempre hay argumentos para apartarnos del trabajo de la iglesia, de su método misionero, de su sentido devocional, y eso es malo, muy malo. Sí, es posible que si se nos pidiese una entrega instantánea la hiciésemos, pero eso de darnos día a día, de forma continua, es harina de otro costal. Sin embargo, si queremos ver las bendiciones de Dios hemos de colaborar en los trabajos, cortos o largos, de su Iglesia y tomar parte en las aventuras que se gesten en común.

El tercero, es esperar la ocasión para obedecer a Dios con confianza aunque sus órdenes sean extrañas en apariencia y no desesperar por la tardanza de los posibles resultados. El pueblo de Israel esperó a dar los gritos en el momento justo, v. 20. No estaban armados ni preparados para nada, pero sabían gritar y lo hicieron creyendo que Dios añadiría poder a su fuerza. Así fue. Con semejante aliado, el muro de Jericó se derrumbó y cada uno avanzó derecho hacia adelante y tomaron la ciudad. Entonces, ¿qué impedimento o dificultad humanas puede resistir en pie al grito del pueblo de Dios? Si lo hacemos bien, ¡ninguno!

Mientras, seamos pacientes hasta la venida del Señor, Stg. 5:7, confiando en que los cielos y la tierra nuevos serán una realidad es nuestro futuro inmediato, 2 Ped. 3:13, aunque tengamos que atenernos a los plazos de Dios.

14.1 LA UNIVERSIDAD CELESTIAL

Catorce de enero

 1 Jn. 2:12-14

El pasaje escogido para hoy no tiene desperdicio: Juan les habla a «los hijos, padres y jóvenes» y, en general, a todos aquellos que queremos aprender de nuestro Dios de forma muy personal.

En primer lugar se nos dice que tenemos en común el perdón de los pecados conseguido gracias a una acción redentora de Jesús. De manera que de no tener esa base, de no haber aprobado esa selectividad por usar un lenguaje académico, no podríamos haber accedido al paraninfo celestial. Así, para crecer en santidad, para seguir en carrera, debemos vivir en cristiano; es decir, estar bien matriculados en el conocimiento de Dios.

Luego (esta es una característica que se nos reconoce y valora en lo que cabe), ya que conocemos al Rector del curso y que sabemos que ha ejercido desde el principio de todos los tiempos, debemos aprovechar su permisividad para tratar de conocerlo de una forma íntima y aprender de sus claras lecciones magistrales.

Y es que este conocimiento, esta pureza creciente, genera a su vez una fuerza capaz de vencer al fracaso, a la poca santidad, al maligno y a su mediocridad… Es cierto, la fuerza y el saber del conocimiento celestiales se adquieren haciendo, practicando la santidad y viviendo, día a día, la voluntad de Dios. En otras palabras, ¡imitando a Cristo! Imitación que pasa por un claro desgastarnos los codos y las rodillas leyendo su Palabra y orando continuamente.

Pero hay más: Una vez conseguida la fuerza suficiente para vencer al maligno, para dejarlo a la espalda, hemos de aprender a usarla en todas aquellas ocasiones de la vida que lo requieran. Así, antes de tomar una decisión importante, optar por un camino o elegir una carrera, hemos de consultar al Maestro el cómo y el cuándo aplicar una fuerza recién adquirida no sea que, sin querer, la usemos para oponernos a la voluntad de Dios. Recordemos que éste es muy sabio y lo mismo da que quita, Job 1:21. Aprendamos, pues, de los misterios del Reino de los cielos que se adivinan en las palabras de Jesús, pronunciadas en un fin de curso cualquiera: Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene (al que no conserva), aun lo que tiene le será quitado, Mat. 13:12.

De todas formas, aprovechemos la estancia en la universidad celestial, pues hemos de saber que aunque no demos la nota esperada; al final, si hemos confiado en Él, en Jesús, tendremos el despacho, el diploma, que nos dará derecho a ejercer a lo largo y ancho de la eternidad, Mat. 25:21.