Monthly Archives: marzo 1974

CUANDO EL ESPÍRITU LLENA LA VIDA

 

Hech. 3:1-6; 4:31-37

 

  Introducción:

  Cuando el hombre acepta a Cristo como su único y suficiente Salvador sufre un cambio radical en su vida espiritual, mas si este sano axioma es predicado y creído, tampoco podemos dejar de olvidar que en su vida física se opera otro cambio paralelo que, si no iguala a aquel en magnitud, no podemos despreciarlo por la extraordinaria importancia que reviste.

  Dios, obrando por medio del E, efectúa su claro ministerio en el diario vivir de los seres humanos dados y entregados a él y así muestra que su amor no tiene parangón conocido. Si aceptamos que el recién convertido ha nacido de nuevo, manifestado por su acto de público bautismo, hemos de aceptar evidentemente que ya no tienen aquellos gustos, necesidades o apetencias que antes preconizaba, sino que, por el contrario, ahora sus preferencias son bien distintas. Si antes tenía inclinación por el juego de azar, por ejemplo, ahora lo encuentra fatuo o poco espiritual y por ende, aquel tiempo vacío crea otro tipo de hambre que no se sacia si no es usándolo aprendiendo algo de su nuevo Señor. Pero así como el fumador que pretende dejar el vicio encuentra muchas dificultades para conseguirlo, el recién convertido, en sus primeros pasos, se encuentra desplazado y necesita la ayuda que espera de las dos vertientes, el Espíritu propiamente dicho y de nosotros, sus hermanos. De ahí que, si creemos que el ser humano es limitado, sea tan difícil diferenciar las necesidades físicas de las espirituales, aunque aseguramos que el amor de Dios no hace ninguna distinción en esta materia. Por lo cual no podemos limitar o poner cortapisas a ese amor ni a ninguna de sus manifestaciones en el hombre.

  Si lo que antes teníamos por riquezas ahora no son sino cosas baladíes, ¿cómo permitir que mi hermano pase hambre? ¡De ninguna manera! La Iglesia primitiva entendió el santo mensaje a la perfección. Allí no había ricos ni pobres. Todos eran una sola cosa y lo que es más, consideraban sus necesidades físicas como algo del todo pasajero y a lo mejor superfluo. Pero es que aún hay más. Esta actitud en una comunidad cristiana no deja de ser un reclamo eficaz para los inconversos por cuanto constituye una viva y clara llamada a su atención y les insta a preguntar:

  Varones hermanos, ¿qué haremos?

  Por otro lado, esa similitud de intereses, esa vida comunitaria llena de bendición a sus integrantes por cuanto pueden decir:

  ¡Creer en Cristo y seréis salvos!

  Entonces nosotros podemos ser instrumentos de bendición para los demás, faros que reflejan la poderosa luz de la cruz y obrar incluso milagros en el nombre del Dios Padre basándonos en la fe manifestada por nuestros oyentes. Y si no me creéis, a las Escrituras pongo por testigo:

 

  Desarrollo:

  Hech. 3:1. Nos encontramos ante la primera paradoja de la lección de hoy. Sabemos que los primeros discípulos eran judíos como Jesús y que éstos no abandonaron, en ninguna manera, las costumbres y ritos religiosos en los que se habían educado y a los que tenían tanto apego. Aún no tenían clara la idea de una nueva normativa. Si bien se reunían cada día en el Templo, como leemos en Hech. 2:46, luego partían el pan en común en casas fijas y particulares. La separación entre los judíos seguidores de Cristo y los que no lo eran aún no estaba bien definida como lo estuvo algo más tarde. Como había culto de oración cada día en el templo a las tres de la tarde, al que asistían por otro lado casi todos los varones que estuvieran en situación de hacerlo, nos encontramos a nuestros dos amigos camino del mismo ya que, aquello, entraba en su interpretación de los mandamientos de la Ley de Dios: Pedro y Juan fieles a la doctrina de sus antepasados incluso en calidad de seguidores de Jesús, acudían a la reunión que les resultó inolvidable.

  Hech. 3:2, 3. Es curioso constatar que entre las ideas de la época, se consideraba a Dios responsable de la dolosa desgracia particular de los cojos de nacimiento. Siguiendo la tesis argüían que era junto al templo dónde podían recibir la asistencia que les permitiera subsistir puesto que si como cojos tenían derecho a la vida, y era allí, y en otros lugares similares, donde podían recibir la limosna debida. Entonces, fácilmente podemos llegar a esta conclusión: aquel ciego esperaba sólo de Pedro y Juan que compartieran con él parte de sus bienes. Nada más. Pero sin embargo, éstos, le cambian su mentalidad hasta el punto que las pretendidas necesidades quedan en nada, para dar paso a otras infinitamente superiores.

  Hech. 3:4-6. ¡Míranos! En primer lugar notemos que los dos apóstoles calcan un principio propio del buen samaritano. Cabía la posibilidad de que pensaran que tenían bastantes problemas o responsabilidades para atender a aquel hombre, que se les hacía tarde, que, efectivamente, no tenían dinero y que, en suma, aquel asunto no les concernía; pero no, no, se detienen y le piden atención. Muchos de nosotros no hemos encontrado en algunas situaciones semejantes. Hemos visto en el túnel del metro a personas que piden limosna, pero, distraídos, les hemos largado unas monedas cuando lo hemos hecho, y hemos pasado de largo. Pero aquí, los apóstoles nos dan una lección: ¡Ante la necesidad ajena no debe haber pérdida de tiempo! El nuestro ya no tiene importancia. Debemos quedarnos allí y exclamar:

  ¡Míranos!

  Los que en aquel día oyeron aquel timbrazo a la atención del cojo, mirarían a aquellos hombres que, a simple vista, no tenían nada de extraordinario. Por otro lado, ¿qué podía pensar nuestro cojo? Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Seguramente alguien que le exigía atención le daría algo, bastante. Y valdría la pena. En algún momento había pensado que aquellos dos hombres le iban a pasar rozando sin darle nada y ahora parece que la cosa era diferente, iban a darle algo que realmente valdría la pena: No tengo ni plata ni oro, pero de lo que tengo te doy. En nombre de Cristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Así que le dieron lo que tenían…

  Pero aquí hay una perla que no podemos desaprovechar: En la historia sagrada, al igual que en otras culturas parecidas, se creía que el nombre de una persona tenía que ver con la característica de la persona misma y, por lo tanto, muchas veces, los padres daban a sus hijos nombres, amén del que le habían otorgado en el momento de nacer, que reflejaran más alguna faceta de su carácter. De igual manera, el jurar por el nombre de Dios parecía obligarle a tomar cartas en el asunto. Y este era el motivo por cual evitaban pronunciar en lo posible el nombre del Señor. Entonces, cuando Jesús autorizó a sus discípulos a predicar, sanar, echar fuera demonios, etc. en su nombre, estaba dándoles también un privilegio y una responsabilidad. Así, no eran Pedro o Juan quienes actuaban, sino Jesucristo de Nazaret. Ellos no eran sino meros instrumentos conductores. Claro, sabemos que la mayor necesidad del cojo no era ni la plata ni el oro que les diera la gente. Es verdad que lo necesitaba, y mucho, pero era mejor restaurarle la salud para que pudiera valerse por sí mismo y así dignificarse.

  Pedro y Juan, al igual que su Maestro hiciera en tantas y tantas ocasiones similares, sanaron al cojo del todo. En otras palabras, remediaron primero su necesidad física para hablarle luego del Médico que había hecho posible la curación. Ellos, más que hablar del Evangelio, lo vivían y sanar enfermos era uno de sus ministerios. ¿Cómo podemos ahora, en la actualidad conseguir los mismos efectos, las mismas realidades? Actuando y viviendo en el mismo nombre que lo hicieron los apóstoles. Se presentó una oportunidad al ver la necesidad de aquel pobre hombre, la aceptaron y actuaron en consecuencia.

  Hech. 4:31. Sabemos la historia. Por hacer bien al cojo, Pedro y Juan se metieron en graves problemas. Al haber una oposición fuerte, influyente y encarnizada, los encarcelaron a los dos. Pero sin embargo, Dios seguía bendiciendo como siempre. En aquella ocasión cinco mil almas se unieron a la Iglesia al creer que Cristo era el Salvador de sus vidas. Ese era otro tema. Los discípulos si tenían que sufrir a causa del Nombre, sufrían. Si debían tener persecuciones, las aceptaban, si vejaciones, las sublimaban, si burlas, las superaban, si la muerte… la aceptaban con una sonrisa.

  Toda la congregación que ahora constaba de más de ocho mil almas, oraba para que Dios los fortaleciera y los consolara. Y el Espíritu les ayudaba dándoles su poder… Y, en el otro extremo del círculo, gracias a esa plenitud, aquellos hombres y mujeres hablaban y vivían el evangelio cada día, minuto a minuto, sin importarles las consecuencias a que tuvieran lugar.

  ¿Qué nos quiere decir Lucas al usar la expresión: Hablar con denuedo? Con la fuerza del llamado “primer amor.”

  Hech. 4:32. Aquí aparece el primer aldabonazo social. El cambio de enfoque del relato. Hasta el momento se ha venido hablando de las relaciones entre creyentes y entre éstos y los no conversos. También se ha hecho mención al compañerismo y a la comunión que aumentaba cada día más entre los hermanos. Pero ahora surge la primera necesidad física entre ellos. Tal vez una sequía u otro tipo de catástrofe o la propia necesidad normal de tener que alimentar a los ocho mil hombres. Lo cierto es que sabemos que entre ellos habían necesitados y desafortunados, con lo que se demuestra de paso que el hecho de ser un buen discípulo de Cristo no es ninguna garantía de no sufrir ya más. También aquí encontramos otra lección: El concepto de que un hombre pueda ser dueño absoluto de algo material, es ajeno a la perspectiva de la Biblia. Dios es el único dueño de todo por el simple hecho de ser el creador de todo. El ser humano a lo más que puede aspirar es a administrar temporalmente alguna cosa, pero nunca a ser dueño real de ella. Sin embargo, este concepto estaba tan arraigado en el alma humana que, entonces como ahora, es difícil prescindir de él. Aquellos seres eran creyentes y ante necesidades evidentes, lo daban todo, sí, no pretendían ser dueños de nada y lo daban todo. Tanto es así que se nos dice: ¡Tenían todas las cosas en común!

  Hech. 4:33. Como podemos ver existía una estrecha entre lo narrado por Lucas tocante tanto a necesidades físicas como a espirituales por cuanto, ya lo hemos dicho antes, la frontera que las delimita es muy frágil y a veces tiende a confundirse en una sola. Y en ningún momento, descuidaron poder testificar en el nombre de Jesús. Notar que su punto clave, su centro, es la resurrección de Jesús y el impacto generado. La importancia de este hecho tiene dos vertientes, dos aspectos: Uno, fue por medio de la resurrección de Jesús que Dios expresó su aprobación por todo lo que su Hijo Unigénito había hecho durante su fugaz, pero importante ministerio terrenal. Como muy bien dijo Pedro en una ocasión, por dicha resurrección, Dios señaló a Jesús de Nazaret como Señor, Mesías y su Cristo. Dos, el otro aspecto también importante tiene que ver con la forma en que sucedió este milagro. El cuerpo del Maestro, después de pasar por el sepulcro, aún tenía alguna de las características de todo cuerpo humano, junto con otras especiales, algunas de las cuales ya hemos estudiado. Pero lo verdaderamente sobresaliente en este v. es que, de forma evidente, el Cristo resucitado tenían un cuerpo real y físico. Sabemos que después de aquel día domingo, Jesús pudo comer, se le podía palpar y, como siempre, se preocupaba por el bienestar físico de sus discípulos. Juan nos narra en su cap. 21, que él en persona les preparó una comida. La resurrección tenía y tiene dos claros aspectos que no debemos descuidar. Ya hemos insinuado que, a primera vista, este v. parece no encajar en el contexto, pues interrumpe la descripción de aquella forma o especie de comunismo que reinaba en la Iglesia, pero lo que creemos es que está insertado aquí para dar más fuerza a las acciones de caridad de los vs. 32-34, por ser la razón traductora de la potencia con la cual, los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Cristo, el Señor.

  Hech. 4:34, 35. Evidentemente había una necesidad a la que debían atender sin demora. No importa la situación. Sea la que sea. Si hay buena voluntad, siempre habrá una manera de vencer con creces… Así se cumple la 2ª parte del mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

  Hech. 4:36, 37. Aquí Lucas nos da un ejemplo de lo que quiere decir para que no tengamos ningún género de dudas o pobres pensamientos. Este discípulo, José, probablemente habría sido convertido al Evangelio hacía muy poco y por eso, ahora, al ver a muchos hermanos indigentes, llenos de necesidad, no vacila y da todo lo que tiene. Mas, ¿cómo iba a explicar su actuación a familiares, conocidos y amigos a su vuelta a casa, a Chipre? Pensarían sin duda de que era tonto. Pero él había cumplido con su deber, pues frente a las necesidades urgentes, no lo dudó un momento.

 

  Conclusión:

  Nosotros, ¿podemos aplicar esta filosofía en nuestros días…? Un cristiano rico quiso ayudar a una familia de su Iglesia y les dio el sustento equivalente a una semana. Otro, buen mecánico, admitió en su taller a dos de sus hijos y los transformó en sendos hombres de provecho. Otro, en fin, curó gratis a los enfermos…

  Siempre tenemos como mínimo una oportunidad para hacer el bien. De nosotros depende y no del Espíritu pues Él siempre está dispuesto a suplir lo que falta.

PODER PARA DESARROLLARSE

 

Hech. 2:1-4, 16, 17, 36-42

 

  Introducción:

  Hoy iniciamos el estudio del que ha sido dado en llamar Los Hechos del Espíritu Santo en oposición a los Hechos del Señor Jesús, o en otras palabras: ¡Los cuatro Evangelios!

  Y si Jesús enseñó que sus obras no eran sino la continuación de la voluntad del Padre, el libro de los Hech. demuestra que lo que lograron los discípulos del Maestro lo hicieron en y por el poder del Espíritu Santo. Y si el trayecto terrenal de Jesús terminó en el preciso momento en que ascendió a los cielos, el trayecto de los discípulos no terminó con la palabra fin de ese libro, sino que continuó y continúa aún en el día de hoy. Vamos a ver hasta el final de mayo, como varios de estos hombres conseguían cotas que ya quisiéramos para nosotros, ayudados, eso sí, por el citado Espíritu.

 

  Desarrollo:

  Hech. 2:1. Día de Pentecostés: Quincuagésimo, o lo que es lo mismo: Cincuenta días después de la Pascua. (Establecido para celebrar el día de acción de gracias por la cosecha, Éxo. 23:16; Núm. 28:26; Deut 16:9, etc. pero también y según el Talmud, los judíos celebraban en ese día el recuerdo de la promulgación de la ley en el monte Sinaí). Era domingo y muchos israelitas que habían ido a Jerusalén a causa de la Pascua se habían quedado para festejar y celebrar también el Pentecostés, antes de irse de nuevo a sus provincias o a sus países. Así encontramos a los discípulos del Maestro. Quizá no se esperaban a conciencia la fiesta, pero sí estamos seguros que estaban anhelantes para ver el cumplimiento de la promesa de Jesucristo tocante al envío del Consolador. Y Dios elige ese día tan señalado para los judíos para inaugurar un periodo extraordinario: El advenimiento real del Espíritu. Notemos que hay entre estos dos grandes hechos del A y Nuevo Pacto una notable armonía: La Pascua cristiana en su sentido más profundo y espiritual, completaba la Pascua de los Hebreos, puesto que el Cordero de Dios realizaba lo que el Cordero Pascual prefiguraba. De la misma manera, el día del Pentecostés judío, de acción de gracias, el Espíritu da vida a la futura Iglesia, liberta la servidumbre de la Ley y crea verdaderos motivos de gracia sin cuento en los seres humanos.

  Por otro lado, aquellos abnegados pioneros del Evangelio, se habían quedado solos hacía sólo diez días y fácilmente podemos imaginar su estado de ánimo, puesto que los había para todos los gustos, aunque, eso sí, de una cosa estamos seguros: Estaban todos unánimes juntos. ¿Quiénes eran los discípulos designados por el sencillo vocablo de todos? No sólo los apóstoles, no sólo los ciento veinte que esperaban firmes el cumplimiento de la promesa según 1:15, sino sin duda, otros muchos también que creían en Jesús y que habían ido a Jerusalén para la fiesta.

  Otro problema se nos presenta aquí: ¿Cuál era el lugarde esta asamblea? Varios interpretes han pensado que era una de las numerosas salas que tenía el templo y que, según Josefo, era la más apropiada, apoyándose en la idea de que era conveniente que la iglesia cristiana fuera fundada en el santuario mismo del antiguo Pacto. Pero esto no era probable por varios razones: (a) Porque el lugar ordinario de reunión de la pequeña Iglesia era una casa particular con su propio “aposento alto”, Hech. 1:13; (b) porque Lucas no diría en el v 2, la “casa” si se tratase del templo, sino que lo llamaría claramente por su nombre como lo hace en 2:46; 3:2, 11; 5:21; y (c) porque es más dudoso que los enemigos del Salvador y de sus discípulos les hubieran permitido reunirse en gran número en el lugar sagrado, amén de que ellos, todavía llenos de miedo, siquiera lo hubiesen deseado. Todo induce pues a creer que el milagro pentecostal tuvo lugar en una casa particular y en sus aledaños, probablemente aquella en donde Lucas ubica a los discípulos reunidos en la tarde de la Ascensión, 1:13, 15. Quizá, como muy bien se ha supuesto, era la misma casa donde Jesús había pasado su última tarde con los doce apóstoles.

  Lo importante de aquella reunión reside en el hecho de que no sólo estaban reunidos física sino también de forma espiritual, condición indispensable entonces y hoy para que Dios nos bendiga con la plenitud del E. Santo.

  Hech. 2:2, 3. Los fenómenos que se produjeron fueron notados primero por el oído y luego por la vista y no son más que otros tantos símbolos del mismo Espíritu. El ruido que vino del cielo, manifestación de la presencia y acción de Dios, que llenó toda la casa, hizo en los principios la impresión de un viento que sopla con violencia. Figura muy exacta de la potencia descrita en 1:8 y de la libertad del S. Espíritu que, como el viento mismo, sopla dónde quiere y cuándo quiere: Juan 3:8; 20:22. Fijémonos que hay dos excepciones que señalan el carácter inesperado de la efusión del Espíritu: La palabra repente colocada al principio de la frase llevando el énfasis y el detalle al estaban sentados, de donde se desprende el hecho de que no estaban en oración, ya que todos los judíos oraban de pie. Sabemos que esperaban el Espíritu Santo durante diez días y quizá ya estaban cansados, pero lo cierto es que el Don de Dios Padre les sorprendió en un momento que no lo esperaban precisamente.

  Sigue Hech. 2:2, 3. En estos vs. aún hay otro símbolo lleno de significado: Lenguas, como de fuego. Nos da idea, no sólo del uso que luego se dio al habla humana, sino de poder, calor, luz y esencia, atributos todos ellos del Espíritu S. Aún quedan dos enseñanzas más en estos vs. a saber: (a) El participio traducido por lenguas separadas está en presente en el texto original, separándose a la vista de los discípulos, en el preciso momento en que el fenómeno se produce, y (b) aunque el sujeto del verbo “posaron” son las “lenguas”, este ve está, en gr, en singular, una irregularidad destinada a hacer sentir aún más si cabe que una lengua se posó sobre cada uno de ellos. Así, cada uno de forma individual debe recibir el espíritu y ser, por él, regenerado y santificado.

  Hech. 2:4. No hay que cortar o añadir nada de lo leído: Todos, no sólo los apóstoles, como se ha venido diciendo a menudo, sino todos los discípulos reunidos fueron llenos del Espíritu Santo. Y fueron henchidos por él en todas las facultades del alma recibiendo con ello toda la plenitud de sus dones: luz, verdad, vida, amor y santidad. Pero no podemos pensar que este Espíritu les vino y se mantuvo de forma mágica puesto que medió voluntad y fe. Ellos se habían preparado con oración, 1:14, y habían esperado allí constantes en la fe como sabiendo que vendría. Luego una vez henchidos del mismo, lo podían retener puesto que se nos dice en otro lugar que Esteban y el otro discípulos estaban llenos del Espíritu Santo, 6:5; 11:24.

  En cuanto a ese extraño hablar en otras lengua, ¿qué puede significar? Este don extraordinario consistía para los discípulos la facultad de hablar, sin haberlas aprendido, las lenguas más diversas y hacerse comprender por todos los pueblos presentes.

  Hech. 2:16, 17. Alguien tenía que dar una explicación fiel y satisfactoria a los hechos que estaban sucediendo y que dejaban atónitos a los moradores de aquella ciudad, y fue Pedro el elegido para hacerlo. En primer lugar hemos de notar que toda su tesis está basada en algo que sus oyentes entendían a la perfección en calidad de israelitas conocedores de las antiguas profecías. Pedro cita a Joel 2:28-32, y es curioso observar como el apóstol, haciendo eco del sentir del Espíritu localiza los postreros días del profeta con el llamado este tiempo de Hech. 1:6, textos cuya localización había constituido para él y sus amigos y compañeros un verdadero problema en tiempo de la vida física del señor Jesús, su Maestro. Ahora reclama para sí que aquel tiempo que se les había dado en vivir, son ya los postreros días a los que alude Joel y que, no podían negarlo, constituía un motivo de inefable esperanza judía. Según las enseñanzas de todo el AT, uno de los más grandes propósitos de Dios era el manifestarse a todos los habitantes de la tierra y hacia esa mira apuntaba incluso el hecho de la propia creación del pueblo de Israel Pero los judíos confundieron las miras y la manifestación no sería tan extensa como hubiera sido de desear y lo era más bien interna, de murallas para adentro. Esperaban, eso sí, una proclamación mundial de pueblos judíos solos y no se daban cuenta de que el E entraba en los corazones humanos sutilmente con la excepcional misión de informar al mundo la existencia de un Dios amoroso.

  Aquella manifestación del E. Santo no debía hacer acepción de personas, judíos y griegos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños, todos sintieron o experimentaron la misma sensación de vivir momentos inenarrables, demostrándonos así que el reino del Señor, que precisamente venía a proclamar a este E, como ya hemos dicho, abarca a toda la humanidad, que el todo aquel que crea de Juan 3:16, era efectivamente una gran realidad, que se habían roto todas las barreras que existían entre el hombre y Dios, que, en suma, el hombre ya podía entender que era amado.

  Mediante el Espíritu Santo desaparecen las distinciones entre grupos, castas, privilegiados y oprimidos. Esta era y es la santa voluntad de Dios y la Iglesia de hoy día tiene que estar a la vanguardia de la sociedad y mundo para que se realice esta visión, de la cual profetizó Joel y que comenzó a vivir, a actualizarse, a realizarse, en aquella memorable jornada de Pentecostés. ¿Es realmente consciente nuestra Iglesia de tamaña responsabilidad? Aún estamos en los llamados días postreros, ¿vamos a desaprovechar la oportunidad? Oremos para que el E Santo nos llene al igual que lo hizo aquel día y conseguir así hacer de Barcelona una nueva Jerusalén en Pentecostés.

  Hech. 2:36. El vocablo pues es concluyente. ¡Qué frase tan tremenda! Es una señal de atención y advertencia, una llamado a toda la casa de Israel, a todo el pueblo, que debe saber (en gr. “reconocer”), con certidumbre, por los hechos que acaban de ser expuestos, que Dios ha hecho, ha constituido tanto Señor como Cristo, Señor de todos y de todas las cosas, Hech. 10:36, tanto como Mesías, al Cristo que vosotros crucificasteis. ¡Qué contraste! Dios le ha elevado por encima de todos como a un verdadero rey sobre su reino… ¡y vosotros le habéis crucificado! Y Pedro quiere, en primer lugar, producir el arrepentimiento en sus oyentes y su última frase será como un aguijón que estará hincado en sus almas hasta que lo puedan arrancar tras el perdón y el arrepentimiento.

  ¿Cómo responde el pueblo?

  Hech. 2:37. Ante la exposición tan cruda, pero realista, aquellos por quienes había muerto el Cristo, tuvieron que responder: ¿Qué haremos? Esta es la vital pregunta que deberíamos izar o levantar siempre en nuestros oyentes. Es la puerta para recibir el mensaje esperado, es, en suma, la llave de la felicidad. El certero mensaje de Pedro, bañado por el Espíritu, había ido al corazón porque el mismo apóstol se había identificado con ellos: Había empezado diciéndoles varones judíos, v. 14, seguido por varones israelitas, v. 22, luego los llama así: Varones hermanos, v. 29, y ellos lo reconocen y lo llaman de la misma manera: Varones hermanos, v. 37. Esto nos da una lección: Es necesario que nos identifiquemos con nuestros oyentes si queremos hablar de un evangelio que se haga comprensible.

  Hech. 2:38-40. ¿Qué quiere decir Pedro con arrepentirse ya? Quiere decir simplemente que hay que dejar de actuar y pensar de un modo y comenzar a vivir, hablar y pensar de otro. O lo que es lo mismo, volver a pensar y actuar según lo que ya les había enseñado Dios. O lo que es también igual, desechar el ser o hombre anterior y nacer de nuevo. Pero además, junto a este arrepentimiento, debían identificarse con Jesús y sus seguidores mediante el bautismo, señalando así, de forma visible, que se ha entrado en los umbrales de una nueva vida, de un nuevo verídico nacimiento. El bautismo muestra una entrega total de la persona a Jesús como Señor y como Cristo. Es un paso público y hasta irrevocable y del cual, una vez decidido, ya no se puede volver atrás. Esa es la verdadera forma de dar testimonio, de poseer el Espíritu y lo que es curioso, el arrepentirse, bautizarse y recibirle no es la meta del seguidor de Cristo, sino… ¡el comienzo!

  Hech. 2:41. No hay forma de saber de cuántas personas se componía aquella multitud que escuchaba al apóstol, pero sí sabemos que la componían toda clase de gentes de distintos países conocidos por el narrador Lucas y que tres mil de ellas respondieron positivamente al llamado del Espíritu por boca del orador.

  Y ahora el clímax:

  Sigue en Hech. 2:42. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión de los unos con los otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.

 

  Conclusión:

  Este es el resultado: Comenzaron bien, siguieron bien y hasta terminaron bien. Aprender, comunicarse y compartir todas las experiencias debería ser la vida del creyente de hoy.