EL HOMBRE RESPONDE POR MEDIO DE LA FE

Juan 20:26-29; Rom. 10:6-11

 

  Introducción:

  ¿Cuál es la llave que nos puede abrir la puerta de la vida eterna? ¡Jesucristo! Por medio de su muerte ignominiosa en la cruz y mediante su resurrección gloriosa de la tumba, forjaba la llave capaz de abrir al hombre las puertas de la Vida Eterna, normalmente cerradas.

  Ahora bien, ¿la Salvación por medio de Cristo, es local? ¡No, de ninguna de las maneras! La obra expiatoria de la cruz es universal en cuanto al carácter y personal en lo que toca al individuo. Aún otra pregunta: ¿Hay hombres de alguna raza o condición social a quiénes les está vedado el salvarse? ¡No, no! Todos los hombres tienen la misma oportunidad de alcanzar la salvación eterna. Pero la actitud del hombre no tiene nada de pasiva en cuanto al deseo de salvarse. El hombre ha sido, es y será un mero espectador en el asunto mecánico de la salvación; es decir, quien murió y resucitó es Cristo, nadie más. Pero, sin embargo, para que la salvación tenga efecto en el hombre es necesario que abandone esa pasividad y ese aspecto negativo del asunto y responda positiva y activamente a las demandas de la fe en Cristo. ¡Sólo así es posible ser salvo!

  Así que para que la salvación tenga lugar es necesario que exista un Salvador: Jesucristo, claro, y un posible salvado, el hombre. Y que éste se considere perdido y dé el primer paso de unión o acercamiento al Salvador. Una fe viva es sólo la que nos hace reconocer a Cristo como Salvador y Señor de nuestra vida. Es por medio y a través de la fe que el hombre se reconcilia con Dios. ¡Es la fe activa la que da vida!

  Los cuervos de Elías: Una viuda y su hijo estaban en una sala de su casa sin comer durante dos días. Los dos leían la historia de Elías y los cuervos. –Mamá –decía el niño-, si vinieran los cuervos aquí, encontrarían la ventana cerrada. ¿Me permites que la abra? –Ábrela, hijo. –Ahora ya está abierta –dijo el niño-, ¿volvemos a pedir al Señor que nos envíe al menos un poco de pan? –Sí, vamos a hacerlo, hijito. Mientras oraban en voz alta, acertó a pasar por allí el alcalde de la localidad y enterado de su necesidad, puso rápido remedio.

 

  Desarrollo:

  Juan 20:26. Ocho días después, ¿después, de qué? De la santa y gloriosa resurrección. El domingo siguiente de la resurrección de Jesucristo. De domingo a domingo. Sus discípulos estaban adentro otra vez, y Tomás estaba con ellos. ¿Qué hacían dentro de la casa? Estaban reunidos celebrando un culto en un lugar secreto por temor a los judíos, v. 19. Pero a pesar de esta circunstancia, lo importante es el hecho de que llevaban dos domingos igual, reuniéndose para crecer espiritualmente; es decir, comentar el mensaje de Cristo y ver que actitud tomar en los días venideros. Debemos resaltar que la costumbre cristiana de reunirse los domingos significó un cambio notable en la vida común de los judíos que estaban acostumbrados a festejar los sábados. Así, de esta forma se inaugura la época de gracia, cambiando el preceptivo día de descanso, sólo porque Cristo resucitó en domingo.

  Pero en la ocasión que nos ocupa, Tomás, uno de los apóstoles ausente el domingo anterior no sabemos porque causa, sí está presente y parece un poco escéptico por lo que cuentan sus compañeros en el ministerio. Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesucristo entró, se puso en medio de ellos y dijo: Con sorpresa y sin que nadie supiese la hora, Cristo entró en la sala ignorando la realidad física de las puertas. Ya no habían barreras para su cuerpo glorificado. Notar, sin embargo, que ellos le reconocieron. De donde se desprende el hecho de que también lo haremos nosotros cuando allá arriba estemos todos glorificados empeñados en dar gloria al Señor. Y dijo así: ¡Paz a vosotros! Una salutación corriente en aquellos días pero que, sin embargo, no dejaba de indicar una bendición. Ahora veamos: ¿Por qué se presentó así Jesús? Como mínimo se nos ocurren tres razones: (1) Había alguien que lo necesitaba mucho, Tomás. (2) Toda la comunidad creyente estaba lista para encontrarlo, y (3) el mismo Cristo necesitaba dejar explicaciones que tapasen cualquier resquicio de duda que pudiera haber entre los doce.

  Juan 20:27. Luego dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; sí, sí, Cristo va derecho al grano. No quiere vacilaciones y como conoce muy bien, a la perfección, el corazón humano sabía de la duda de Tomás (ver el v. 25). Sin embargo, aquí Jesús repite las mismas palabras de las pruebas solicitadas por Tomás dándole a ver y entender que Él era sabedor de su debilidad. Esto hace sentir vergüenza al apóstol de las dudas y le hace reconocer que está en un error y, con ello, Cristo gana otra batalla. ¡Otro cristiano que le seguirá hasta la muerte! Después, quizá con ternura no exenta de energía le riñe, le reprende: Y no seas incrédulo… con un duro corazón incapaz de reconocer las señales que se habían predicho acerca de todos los hechos que estaban ocurriendo, sino creyente. El estado de Tomás entrañaba el peligro mortal de endurecer su corazón y hasta convertirle en un verdadero incrédulo acerca del Maestro y su ministerio expiatorio. Porque, mirar, ¿cuál era realmente la duda de Tomás? ¡La resurrección de Jesús! Por eso es exhortado a seguir el camino de la fe, una fe basada en la verdad, en la certidumbre de la resurrección del Señor. Otra forma, es vana, ¡es una fe ciega y muerta!

  Juan 20:28. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! La actitud y las palabras de Cristo tuvieron su eco inmediato. Tomás rectifica y su sumisión es completa. ¡Está salvado! Ahora veamos bien: ¿Podía usar por derecho propio el pronombre posesivo? ¿No parece demasiado exclusivista? No. Cada hombre tiene derecho a poseer a Cristo por completo y por entero. Del mismo modo que Él se entrega totalmente, exige una entrega total. Pero en esta ocasión, Cristo Jesús va más lejos:

  Juan 20:29. Y Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, has creído? Hay aquí un ligero y cariñoso reproche. Cristo parece decir: Sí, querido Tomás, ¡qué lástima que hayas tenido necesidad de verme para creer! Pero ya no tiene importancia. Lo que es de verdad importante es que con aquel –¡Señor mío!–, el apóstol ha sido restaurado por completo. Sin embargo, creo que sería injusto postergar a los que han creído en Él sin verlo: ¡Bienaventurados los que no ven y creen! En verdad en esto estriba la verdadera fe. Sí, sí, es la convicción de creer en algo que no se ve. Es gustar algo que no se come. Es sentir algo que no se toca, Heb. 11:1. Porque todo el que hace depender su fe en las cosas demostrables corre el riesgo de encontrar un vacío al final de la carrera, puesto que sólo las cosas invisibles son las eternas, 2 Cor. 4:18.

  Rom. 10:6-8. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón, ¿quién subirá al cielo? (para hacer bajar o descender a Cristo), ni ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Más bien, ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. ¡Vaya! Un pasaje paralelo a este lo podríamos leer en Deut. 30:11-14. Este fragmento de Moisés que Pablo comenta y aumenta a la luz que le da el hecho de conocer el Evangelio, es menos una cita y más una interpretación libre del pasaje citado. No es más que una pincelada dentro del cuadro que expresa su propio pensamiento. Pero sin embargo, hay en estas hermosas palabras de Moisés un sentido íntimo y espiritual que está en completa armonía con la palabra de fe que predicamos y que tan bien expone Pablo. El uso que él hace aquí del tema muestra por lo menos que a sus ojos el medio de salvación por gracia, por la fe, no era del todo extraño al mundo del AT. Podríamos leer el cap. 1 de Rom. el 2, el 3:21 y el 4:1, para reafirmar lo que estamos diciendo. En el antiguo Pacto, no habrían habido jamás hombres reconciliados con Dios, llenos de paz, gustando lo bueno que era el Señor, hallando su ley más dulce al alma que la miel a su boca, cantando con placer el perdón de los pecados, sino hubiesen sido justificados por la fe, por medio de la gracia de Cristo. Este medio de salvación les había sido revelado por los sacrificios, por los símbolos del culto, por todas las promesas del Dios Padre y, en particular, por algunas declaraciones del amor del Señor, como la que nos ocupa y que fueron usadas, ampliadas y aplicadas por Moisés y Pablo. Así pues, y siguiendo el razonamiento del Apóstol, ya en el Antiguo Pacto el hombre no estaba obligado a decirse con cierta desesperación: ¿Quién subirá al cielo? En otras palabras: ¿Quién llevará a cabo lo imposible? No. No era posible una salvación por la ley. Por eso Dios, en su infinita misericordia, les había revelado que su gracia la había puesto en la boca y en el corazón del creyente y la había hecho por lo tanto, fácil y posible (ver Jer. 31:33). La salvación se podía, pues, digerir. Sin embargo, este estado de salvación es tanto más lleno, más completo ahora por cuanto conocemos mucho más que la justicia que es por la fe, como el apóstol dice en el v 6. Así que decir ahora, bajo la manta de este segundo Pacto: ¿Quién subirá al cielo?, es sinónimo de negar que haya descendido ya para revelarnos todo el consejo de su Padre. Es pensar en la posibilidad de obligarle a bajar de nuevo para rescatarnos de la maldición de la ley. Pero Él vino ya una sola vez y ha hecho su trabajo, Juan 16:28. Decir aún ¿quién descenderá al abismo? sería igual, lo mismo, que traer de nuevo a Cristo de entre los muertos; es decir, negar que ya haya muerto por nuestras faltas y resucitado para nuestra justificación. Decir eso, sería volver a pedir su sacrificio y toda su obra de redención y es esta incredulidad lo que Pablo reprocha a los judíos actuales, a los judíos contemporáneos. Así, lo que ha sido imposible al hombre no teniendo más que la justicia de la ley, le es ofrecido en Cristo quien, por la fe, le pone en posesión de todos sus derechos, de su justicia y de su vida. El pecador ya no tiene que hacer más que creer con el corazón y confesar con su boca, como veremos un poco más tarde, enseguida. En cuanto a los judíos que habían tenido las primicias de la ley, han venido negando con insistencia la gloria de Cristo a pesar de tener en sus manos y en su corazón las señales que le identificaban como tal. Nosotros podemos decir con Pablo: Esta es la palabra de fe que predicamos…

  Rom. 10:9. Que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor. No basta saber que es el Señor. Es necesario confesarlo a viva voz. Pero, ¿por qué está invertido el sentido de la frase? ¿Cómo es posible confesar a Cristo si aún no se ha creído? Está escrito así para corresponder a la cita estudiada: En tu boca y en tu corazón. Luego en el v 10 se establece el orden natural. Y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, la fe es algo que va más allá del mero asentimiento intelectual. El término griego que se traduce por corazón designa, no a la parte afectiva de la actividad espiritual, sino que incluye al intelecto, la voluntad y la emoción. Estas facultades se condicionan entre sí, mediante el ejercicio de la fe en Cristo. ¡Serás salvo! Y de forma automática, el reconocimiento de Cristo como Señor y la sumisión voluntaria a Él por la fe, colocan al hombre en la fiel situación de salvo.

  Rom. 10:10. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se hace confesión para salvación. Así que para los efectos de la nueva vida, el creer antecede a la confesión. Sin embargo, la confesión es consecuencia de la fe. Pero ambas, una y la otra, son inseparables. La fe que no es confesada, es decir, que no testifica, no es una fe viva. Por último, podemos decir que la justificación que no lleve a la salvación, no es de verdad y, por lo tanto, incapaz de reconciliar al hombre con Dios.

  Rom. 10:11. La Escritura dice así: Todo aquel que cree en él no será avergonzado. Otra cita del Apóstol Pablo a Isa. 28:16. El creyente en Cristo no tiene porque avergonzarse de su fe, sino que por el contrario, esta fe, es motivo de gozo y alegría. Pero aquí hay una velada cita a ese momento del juicio final cuando todos los hombres sin falta se presentarán ante el Juez Justo. Los verdaderos creyentes en este día, recibirán la más cálida felicitación de parte del Señor.

 

  Conclusión:

  ¡Qué contraste con todos aquellos que no podrán aguantar la amorosa y justa mirada del Juez!

  Ahora que aún estáis a tiempo, responder con fe a la llamada Universal. ¡Dios quiera que así sea!