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HOMBRE DE COMPASIÓN

 

Luc. 4:17-21; 5:18-25

 

  Introducción:

  Casi diariamente leemos en la prensa u oímos en la televisión o en la radio desgracias que resaltan todos los medios en su afán de sensacionalismo demostrando por un lado, la rapidez con que llegan al consumidor en la actualidad y por el otro la existencia de las mismas que en número cada vez mayor asolan el mundo: Hambre en la India, en Paquistán, ciclón en Australia, terremoto en Bali, sequía en el Sahara, matanzas en el Congo, golpe de estado en Chile o en la Arabia Saudita, secuestro de un avión de tal o cual línea o de una persona importante… No, no importa, siempre hay algo que llama nuestra atención y que nos dice y demuestra que hoy por hoy el mundo necesita a Cristo, a un Cristo de compasión. Esta semana un árabe cargado de bombas, que luego resultaron falsas, entró en la Casa Blanca amenazando con volarla aun a riesgo de su propia vida, demostrando con ello un desprecio hacia lo hasta ahora era sagrado: ¡La propia vida! El mundo necesita compasión y compasión a manos llenas. Decía nuestro Isaías: ¡Gritad de júbilo, oh cielos! ¡Regocíjate, oh tierra! ¡Prorrumpid en cántico, oh montes! Porque el Señor (del cielo) ha consolado a (todo) su pueblo y de sus afligidos tendrá misericordia, Isa. 49:13.

  Últimamente se está oyendo hablar mucho sobre la verticalidad y la horizontabilidad del Evangelio, representado gráficamente en la Cruz. Sin duda lo primero se refiere a la relación del hombre con Dios y lo segundo, a la relación del hombre con el hombre. El verdadero creyente en Cristo necesita y debe ejercer ambas relaciones si quiere estar dentro del contexto real del Evangelio, ya que un cristianismo que sólo mirara a Dios, no es cristianismo, es misticismo hueco, y si sólo mirara al hombre, tampoco lo es, sino filantropía humana, nada más. La Palabra de Dios, nuestro baremo de conciencia, nos enseña a considerar al hombre en su totalidad, como un ser dotado de alma y cuerpo. Jesús, nuestro Jesús, vivió muy consciente de esta realidad y nunca la descuidó. Vivió en íntima relación con Dios, su Padre, pero también se incorporó a la sociedad de su tiempo en especial con los desvalidos y necesitados. Así que podemos decir sin temor a equivocarnos que Cristo fue fiel a Dios hasta lo máximo y que, también, fue tremendamente humano, tanto es así que el sufrimiento de los hombres fue su sufrimiento. Fue el compasivo por excelencia. El cristiano de hoy no puede ni debe ser distinto si no quiere verse apartado del verdadero rebaño o redil. No podemos echar en saco roto las palabras que nos gritan desde Mat. 25:43-45. No, no podemos eliminar la parábola del Buen Samaritano. Y no podemos hacerlo porque ya sentimos en carne propia su significado al haber estado tendidos entre el polvo del camino de Damasco y ser Él quien nos socorriera sin merecerlo.

 

  Desarrollo:

  Luc. 4:17. Se le entregó el rollo del profeta Isaías, y cuando lo abrió, encontró el lugar donde estaba escrito: Recordamos que los libros de los hebreos estaban escritos en largas bandas de pergamino, enrolladas alrededor de un cilindro. Por otra parte, sabemos que habían dos porciones de las Escrituras fijadas para cada día: la una sacada de la Ley y la otra de los profetas. Como se entregó a Jesús el rollo o libro del profeta Isaías, se podía pensar que el pasaje a leer era justo el indicado para ese día. Si es así, la gran profecía mesiánica, leída públicamente por Aquel en quien era cumplida, sería tanto más sorprendente. También se ha querido ver en ella una conclusión relativa a la fecha de la escena, basándose en el hecho de que hoy ese mismo pasaje es leído en las sinagogas en la fiesta de las expiaciones que se tiene o celebra en septiembre. Pero las palabras encontró el lugar, parecen indicar más bien que el pasaje se le presentó de forma providencial al Salvador al abrir el libro. ¿Cómo llegó a leerlo? Sabemos que en los cultos de la sinagoga no había predicador oficial alguno y que cualquier israelita adulto y capacitado podía ser invitado a hacerlo. En la ocasión que nos ocupa, Jesús fue el invitado a hacerlo aprovechando su presencia y la fama que tenía.

  Luc. 4:18, 19. Una clara referencia a Isa. 4:18, 19, citada según la versión gr. de los Setenta siendo tomada la penúltima frase de Isa. 58:6. He aquí, ante todo, la traducción literal del he, tal cual lo leía Jesús en Nazaret y que debe servirnos de base del estudio: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor.

  Es el Mesías el que habla y su obra de redención es descrita muy bien. Que la continuación de este cap de Isa anuncie, como se admite por lo general, el regreso de la cautividad y las santas bendiciones del Eterno, es posible. Pero el espíritu del profeta va más lejos, ve más alto. Contempla la presencia y la obra del gran Reparador de la Promesa de Israel. Cada palabra de su profecía lo testifica y tenemos por prueba la autoridad misma de Cristo denunciada en el v. 21 de este mismo cap. El Mesías declara ante todo del modo más solemne que el Espíritu del Señor está sobre Él, porque le ha ungido con ese mismo espíritu. A continuación expone las características de su Obra dividida en seis grandes apartados a cual más grande, de una significación profunda y conmovedora: (a) Anunciar buenas nuevas a los pobres, esta palabra tomada, repetimos, de la versión de los LXX, debe leerse y entenderse a la vez en su sentido literal y espiritual, Mat. 5:3; 11:5. Pero en he. el término traducido “pobre” también significa humilde, manso, afligido y miserable, Sal. 86:1. Así, esta buena nueva que les es anunciada es la ansiada restauración, la añorada consolación y las riquezas de la gracia. (b) Sanar a todos los quebrantados de corazón (la frase no aparece en las modernas versiones), Aquí se encuentra el ve “sanar”, en el lugar de la expresión he “vendar las llagas.” En sentido espiritual se lee y entiende así. Él va a restaurar a los de corazón doliente, roto y lacerado por el pecado, sanándolo de forma total aunque tenga aún las características anteriores. (c) Proclamar libertad a los cautivos, esta promesa se aplicaba en primer lugar a los judíos cautivos en Babilonia, pero también se refería a la libertad moral que da el Salvador, Juan 8:36, y que es la fuente de todas las libertades. (d) Y vista a los ciegos, estas palabras presentan una promesa muy hermosa que también se halla en otro lugar de los profetas, en concreto en Isa. 35:5, y que el Señor cumplió con creces, física y espiritualmente, entre los ciegos de la época. (e) Para poner el libertad a los oprimidos, a los que son pisados y quebrantados. Como ya hemos dicho, estas palabras son sacadas de memoria de Isa. 58:6 y quizá se hallaban ya en el relato o documento que Lucas usó para confeccionar su Evangelio y (f) por último, y para publicar el año agradable del Señor, se trata como sabéis, del año del Jubileo que ocurría cada cincuenta años, Lev. 25. Año que era de gracia y de gozo universal, en que cesaban todos los trabajos, los esclavos volvían a ser libres, las deudas perdonadas, los presos libertados y las tierras y campos volvían a sus dueños originales. Por todo ello, este año es una hermosa figura del reinado del Mesías por lo que se comprende toda la grandeza de las enseñanzas inspiradas por el profeta en el pueblo, cuyo significado simbólico ha sido plenamente realizado por nuestro Salvador. Queda por decir de este “año agradable” de gracia y de oportunidad acabará cuando Cristo vuelva por 2ª vez.

  Luc. 4:20. Jesús probablemente no había leído sólo el pasaje de la profecía mencionado por Lucas, sino toda la sección en que se encuentra, o quizás todo el cap. Y había ya en su manera de leer algo que hacía penetrar la palabra divina en los corazones de los oyentes. De ahí el vivo interés con que todos esperaban su clara explicación y de ahí esos ojos de todos fijos en Él. La escena se nos presenta tan viva que por fuerza Lucas debe haberla tomado de un testigo ocular.

  Luc. 4:21. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos. Se ha cumplido en el preciso momento en el que oyen aquella lectura, porque es el mismo Mesías quien habla en el libro de Isaías y en aquella sinagoga de Nazaret. Hay algo solemne en las palabras: Entonces comenzó a decirles. Esta frase no fue, en efecto, más que el comienzo del discurso. Lucas sólo indica el tema y no su desarrollo, pero lo indica con bastante claridad para que sepamos que Jesús se ocupó en probar su misión divina y sus características. Con ello derribaba todas las ideas carnales que los judíos se hacían del Mesías, puesto que se anunciaba como el Libertador de los pobres, los presos, los corazones quebrantados y depauperados. Por eso, en su orgullo, los despreciaron inmediatamente. ¿No es éste el hijo de José? Esta es la pregunta fatal que unifica a todos los perdidos del mundo actual. Pero no debe importarnos, con Cristo debemos ocuparnos con misericordia de todos ellos. Ver si no el ejemplo que Él nos da:

  Luc. 5:18. He aquí, unos hombres traían sobre una camilla a un hombre que era paralítico, en esta ocasión, el Señor estaba enseñando en una de las ciudades de su querida Galilea, delante de eminentes personalidades procedentes de los diversos puntos del país, v 17, y dentro de una casa. Sorpresivamente la atención de la gente se dirige a un hecho insólito: Cuatro de los hombres conducían a un inválido sobre una camilla, Mar. 2:3, y luchaban por entrar en la casa. ¿Cómo lo sabemos? Porque procuraban llevarlo adentro y ponerlo delante de Jesús. Con una finalidad concreta: conseguir la sanidad para su amigo. Los cuatro nos dan una lección: No sólo tenían fe en Jesús, pues de lo contrario no hubieran acudido ante Él, sino también corazones compasivos y sensibles frente al dolor y la tragedia de sus semejantes.

  Luc. 5:19. Al no encontrar cómo hacerlo a causa de la gente, subieron encima de la casa, había tanta gente que no pudieron entrar por la puerta de la casa. ¿Se amilanaron por eso? No, de ninguna manera, recurrieron a otro medio con tal de poner  al enfermo delante del Señor. A veces, nosotros también hacemos una buena obra, como ayudar a un ciego a pasar la calle, pero cuando nos pide que le acompañemos una manzana más nos disculpamos simulando prisa. Nuestros hombres subieron a la azotea a pesar de que esto representaba una complicación, y junto con la camilla, le bajaron por el tejado en medio, delante de Jesús. La acción no fue tan rápida como se tarda en contarla. En primer lugar subieron por la escalera lateral que había en casi todas las casas de entonces, pero arriba tuvieron que abrir una obertura suficiente grande para que dejase pasar camilla y todo, Mar. 2:4. Y eso requiere tiempo, entereza y decisión. No da idea de que querían acabar su buena obra.

  Luc. 5:20. Al ver la fe de ellos, al parecer, no sólo de los cuatro sino también del enfermo. Una fe firme y llena de convicción que no cede ni claudica ante los obstáculos. Le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. Curioso. El Señor prescinde de los que hasta entonces habían sido sus interlocutores y presta atención inmediata  al pobre inválido que esperaba su sanidad y, ¿por qué no?, su perdón. Sí, podemos asegurarlo, en él no sólo había fe, sino arrepentimiento, porque Cristo sólo perdona los pecados a quien se arrepiente. Así, nuestro Señor penetró en el alma de nuestro enfermo y descubrió inmediatamente su clamor por perdón. La respuesta no se hizo esperar: ¡Tus pecados te son perdonados! Y había sido dicho que Jesús traería salvación a su pueblo por la remisión de pecados, 1:77, y esta es la primera realización pública de la profecía.

  Luc. 5:21. Entonces los escribas, personas que conocían la Ley hasta el punto que en otro pasaje se le llama doctores de la Ley, 1:17, gozaban de gran estima entre le pueblo y por lo general, cuando les convenía, como en esta ocasión concreta, se unían a los fariseos, hombres profundamente religiosos, pero dominados por un fanatismo que los volvía huecos y vacíos. Estos, estos son los que  comenzaron a razonar, diciendo: –¿Quién es éste, te habla blasfemias? No reconocen en Jesús a alguien capaz de perdonar pecados. De ahí esa aparente blasfemia o injuria hacia el Señor. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? En efecto, así es. Únicamente Dios es capaz de alejar de nosotros los pecados de manera que aparentemos no haber desobedecido jamás. Sí, sería blasfemias las palabras dichas al enfermo si éstas hubiesen venido de un hombre cualquiera, pero aquellos ciegos y taimados murmuradores ignoraban, a causa de la dureza de su corazón, que quien hablaba no era otro que el Hijo de Dios, es decir el Dios Encarnado.

  Luc. 5:22. Pero Jesús, dándose cuenta de los razonamientos de ellos, porque del mismo modo que pudo penetrar en el alma del inválido, podía conocer el corazón y los pensamientos de los orgullosos y necios escribas y fariseos. Respondió y les dijo: ¿Qué razonáis en vuestros corazones? La pregunta no denota desconocimiento, sino reproche.

  Luc. 5:23, leerlo. ¿Qué es más fácil? ¿Decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Indudablemente las dos cosas requieren la misma autoridad por parte de Dios.

  Luc. 5:24. Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, es decir, para que veáis con vuestros propios ojos el poder el Hijo del Hombre. Este fue el título que se adjudicó Jesús, con el fin de hacer notar su misión mesiánica y su condición de hombre perfecto, pero sin excluir su realidad o naturaleza divina, por el contrario, ya que su humanidad perfecta es una demostración o una evidencia de su completa divinidad. Dijo al hombre: A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! Es una lección práctica. Una evidencia que nadie podrá negar jamás.

  Luc. 5:25. El perdón de sus pecados no pudo ser comprobado a simple vista por la muchedumbre, por ser un acto interno, en el corazón del pecador. Lo otro, lo que pasa a continuación, es bien visible. Aquí hay un triple milagro de Jesús: El mentado perdón de los pecados, el descubrir el falso pensamiento de los religiosos y el sanar físicamente al paralítico. Con lo que de paso demostró que podía curar la parálisis tanto del cuerpo como del alma. No sé si muchos de los presentes sintieron como el Señor tocaba su corazón, lo que sí sabemos es que el que había sido restaurado, se levantó, tomó su camilla y se fue a casa cantando y glorificando a Dios.

 

  Conclusión:

  Esta es la misericordia bien entendida. Recuerdo la anécdota del capellán que encontró a un soldado muriendo en el campo de batalla. Le preguntó si le gustaría oír algo de la Biblia, pero el soldado replicó: –Tengo mucha sed, preferiría un vasito de agua. El capellán se lo llevó con prisa y aún le preguntó qué deseaba. Con voz débil el soldado pidió algo para ponerse bajo su cabeza y el hombre de Dios se quitó el abrigo, lo enrolló y se lo pudo en su sitio. –Tengo frío –murmuró el militar y el capellán se quitó su chaqueta y lo tapó amorosamente. Entonces el soldado sonriendo de medio del dolor, dijo-: Muchas gracias, señor. Ahora, si hay algo en ese libro que haga a un hombres hacer lo que usted ha hecho por mí, léamelo, por favor.

  Si hermanos, debemos orar por todos aquellos enfermos que conozcamos, pero nunca hemos de olvidar a los otros enfermos espirituales quienes a los ojos de Dios son tan o más importantes que los primeros. Hagamos nuestro aquel gran canto: ¡Gritad de júbilo, oh cielos¡ ¡Regocíjate, oh tierra! ¡Prorrumpid en un cántico, oh montes! Porque Jehovah ha consolado a su pueblo y de sus afligidos tendrá misericordia, Isa. 49:13.

  Así sea.

NAVIDAD CONSCIENTE

 

Gál. 4:4-9

 

  Introducción:

  Sin duda, por una u otra razón, todos los pueblos, todos los hombres de la tierra, hablan de la Navidad en estas fechas. Unos para justificar paces fortuitas, treguas exiguas, altos de fuego algo ficticios que no llevan a ninguna parte como no sea un descanso, un alto en el camino, que les ayude a rearmarse mejor y reponer municiones gastadas. Otros la usan como pretexto para cometer mil y un excesos pagaderos al portador del dios de la Gula. Aun otros, justifican en su nombre, libaciones de todo tipo por pagar un tributo al cruel y engañoso dios Baco. Éstos, se aprovechan de estas fechas para hacer su agosto comercial, aquellos, dando o regalando lazos y botellas, tratan de comprar favores de todo tipo. Aquellos otros de más allá, la usan de pretexto para pasar la noche de juerga, precursora de aquella otra noche de fin de año que se adivina ya, y los de más allá, al erigir el pesebre, e incluso el árbol por no tener claro el concepto, equivocan la fina adoración de forma lamentable. Aún hay otros más que confían conseguir regalos y parabienes extraordinarios que de no venir del exterior, compran desnivelando su balanza económica para los futuros meses y aun otros que, simplemente, gustan de la Navidad por considerarla vacaciones de invierno.

  Desde luego, todo lo antedicho y cientos de cosas más que no sacamos a colación por no aburriros, es la Navidad inconsciente, que nada tiene que ver con la entrada histórica de Jesús en la humanidad en un día indeterminado allá por el año menos tres o en el año cero. La Navidad cristiana es consciente, real, tangible, no fruto de un día, el Dios es con nosotros es un axioma noble, indestructible, es un vivir minuto a minuto intensamente con el espíritu que la anima que, no es otro que el propio Jesucristo, el cual al cumplir la Ley, nos ha hecho bien libres por fe e hijos adoptivos de la Promesa de los Siglos. Y es consciente por la razón que la envuelve, por el derecho que la existe por la normal humillación que prevé, por la salvación que encierra, por la fija sublimación que regenta y por la negación que apunta.

 

  1er Punto: El advenimiento.

  Gál. 4:4. Esta “plenitud o cumplimiento del tiempo” son por cierto importantes para observar, para señalar el momento justo, la época ideal escogida por la sabiduría de Dios para enviar a su Hijo. Ni un día antes ni un día después. En el minuto justo con la idea de la fruta madura que cae del árbol cuando corresponde a su tiempo. Dios no podía enviar a su Hijo más que después de una larga preparación del pueblo judío y de todas las naciones paganas. Ésta tubo lugar para el primero a través de la ley, las promesas, las revelaciones divinas y por todas las instituciones mosaicas, para los segundos por el desarrollo de la civilización, por los esfuerzos impotentes de la filosofía, las dispensaciones de Dios y las experiencias de los pueblos convencidos, por fin, de que no podían llegar por sí mismos ni a conocer a Dios ni a libertarse de la esclavitud que representa el pecado. Así, en todos los sentidos, los tiempos estaban cumplidos cuando Cristo apareció. Y si indicar el momento justo de su aparición ha sido y es importante, lo que le sigue no se queda atrás: El Hijo de Dios, nacido de mujer, término que indica su perfecta humanidad que señala Job 14:1, cuando dice: El hombre nacido de mujer, corto de días y harto de sinsabores, ha debido ser semejante a sus hermanos en todas las cosas. Tanto es así que hasta debió nacer y vivir bajo la ley, llevar su yugo, cumplirla a la perfección, dominarla, demostrar que era factible acatar todos y cada uno de sus preceptos, por cuyo clímax, por obedecer a su Padre, llegó al último acto de su vida, la muerte en Cruz sobre el Calvario.

  ¿Todo esto para qué? ¿Por qué ese abandonar la seguridad de la Gloria y ese autolimitarse con el caparazón de la carne?

 

  2do Punto: La razón del advenimiento.

  Gál. 4:5. Así que todo este movimiento fue realizado a fin de redimir a los que habían violado la Ley, esa ley que él venía a cumplir como bien indica Pablo en Gál. 3:13: Cristo nos redimió de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros (porque está escrito: Maldito el que es colgado en un madero). Pero aún hay más. El Plan de Dios no prevé sólo ese “redimir” a los que, por el peso de la ley, les es imposible hacerlo con sus propias fuerzas, sino que también va a elevarlos a esa condición gloriosa de hijos de Dios, caracterizada aquí por ese término de “adopción” que hemos indicado y que Rom. 8:15 amplía bien. La verdad es que desde ese momento, judíos y paganos gozan, por la fe de una doble libertad: como mayores de edad no están bajo la tutela de los llamados elementos del mundo, y adoran a Dios, su Padre es espíritu y en verdad. La Ley ya no se levanta ante ellos con sus amenazas y sus condenas, sino que revestidos de la justicia de Cristo, hechos agradables a Dios en su Hijo amado, reciben la fuerza necesaria para cumplir la ley con filial y grata obediencia, con lo cual encuentran la felicidad en lugar de la esclavitud. Esta nueva idea de fuerza, este nuevo escalón, está en el desarrollo que Pablo hace en el siguiente v:

  Gál. 4:6. Este espíritu de adopción al que antes aludíamos es un don gratuito de Dios. Es, además, el espíritu de Dios y de su Cristo, como ya indica Rom. 8:9, en quien Dios adopta por hijos suyos a los que le dan su corazón. Pero no acaba aquí la cosa ya que al derramar este espíritu sobre sus redimidos, los pone ante Él en una relación semejante a la de Jesús, hermano mayor, y les comunica los privilegios del propio Cristo. Es en este Espíritu, por este Espíritu, cuando podemos clamar: Papaíto, padre. Es en este Espíritu que nos inspira confianza, el coraje necesario, el amor indispensable para invocar a Dios bajo los dulces nombres que el propio Jesús le daba en sus momentos de mayor angustia. Por estas razones, teniendo en mente estos principios, puedo decir con Pablo:

  Gál. 4:7. Así que ya no eres más esclavo, sino hijo, y si hijo, también eres heredero por medio de Dios. Así, debemos pensar ante todo, en la acepción de la frase que determina el v 2 de este mismo cap, tocante a la voluntad de un padre para decidir la mayoría de edad de su hijo y adjudicarle la propiedad de todos sus bienes. Por otra parte, no debemos olvidar que estas palabras van dirigidas a los que, como los gálatas, hemos nacido fuera del pueblo de la Promesa, en el seno de los gentiles y, ¿por qué no? en el meollo del paganismo. Y hay tanta fuerza en el reproche que nos va a hacer el Apóstol por querer volver a ponernos el yugo de servidumbre, por querer una Navidad inconsciente, que se dirige a sus lectores, a nosotros también, uno por uno, usando de improviso este pronombre en singular: ¡Ya no eres esclavo ni siervo!

 

  3er Punto: Consecuencias del advenimiento.

  Gál. 4:8, 9. Sin embargo, en otro tiempo, cuando no habíais conocido al Señor, servisteis a los que por naturaleza no son dioses. En otras palabras, no son verdaderos dioses. En cambio, ahora que habéis conocido a Dios, aquí el apóstol se corrige, o mejor dicho, ya que habéis sido conocidos por Dios, lo que implica de su parte amor, aquella libre adopción de la que antes hablábamos, la predestinación y la redención. Ahora bien: El pensamiento de esta libre gracia de Dios, sólo por la cual el hombre le ha conocido, debe humillarnos más y más llenos de gratitud y ser un parapeto que nos impida volver a guardar la Navidad inconsciente, o lo que es lo mismo que nos evite el ser arrastrados de nuevo hacia el dominio del yugo de los débiles y pobres elementos del mundo. Éstas y no otras son las terribles consecuencias de una mala interpretación del advenimiento. Así, visto lo que abandonamos, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres principios elementales? ¿Queréis volver a servirlos otra vez? Sin comentarios, máximo cuando se adjetiva débiles y pobres opuestos a la fuerza y a la riqueza del Espíritu que nos hace clamar Papaíto, Padre.

 

  Conclusión:

  Pensemos que a los ojos de Dios como casas en derribo, que al hacer los cimientos que permitan levantar una nueva, se ven en las paredes laterales de las que quedan aún en pie limitando el solar, los diversos colores y baldosas que denuncian el uso a que se dedicaban aquellas habitaciones. Así vemos restos de ladrillos quizá de una antigua terraza, blancas baldosas, lavabos desnudos sin tapujos, paredes azules, rosas o blancas que pertenecían a otros tantos comedores, recibidores o dormitorios. Pero sabemos que el constructor no se inmuta sino que blanquea o reboza con cemento creando nuevas paredes, nuevas habitaciones, nuevos destinos. Sería absurdo que las anteriores quisieran resaltar sus vicios y derechos.

  Nuestra Navidad debe ser consciente, real, olvidando al viejo hombre que éramos mucho antes y dejando que el recién nacido constructor nos moldee a su gusto como Dios y su Espíritu le dan a entender. Claro, debe encontrar en todos nosotros terreno abonado, maleable y adecuado pues no podemos olvidar que el primer canto de los ángeles que anunciaban la Navidad limitaban la bendición a los hombres de buena voluntad.

  Hoy tenemos la oportunidad de hacer examen de conciencia, blanquear las habitaciones que aún tengan retazos de antiguos pecados y celebrar esa Navidad consciente que hemos apuntado. ¡Cuidado! No penséis que podéis dejarlo para mañana porque esto es engañoso, engaño que denunció Lope de Vega de forma admirable en su famoso soneto: ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras, / qué interés se te sigue, Jesús mío, / que a mi puerta cubierto de rocío / pasas las noches del invierno oscuras? / ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, / pues no te abrí! / ¡Qué extraño desvarío, / si de mi ingratitud el hielo frío / secó las llagas de tus plantas puras! / ¡Cuántas veces el ángel me decía: / Alma, asómate agora a la ventana, / verás con cuanto amor porfía! / Y ¡cuántas, hermosura soberana, / “Mañana te abriremos”, respondía, / para lo mismo responder mañana!

  Entretanto tomáis esa decisión, ayudamos por ese enorme y claro conocimiento de Dios,  que os permitirá enterrar viejos conceptos, permitirme que os desee una feliz Navidad consciente y que Dios nos bendiga.

  Nota: Varios niños, repartidos estratégicamente, por el templo, se levantarán diciendo en alemán: ¡Froehliche Weinachten!, en chino: ¡Kung Chu Sheng Tan!, en danés: ¡Glaedelig Jul!, en francés: ¡Joyeux Noel!, en griego: ¡Kala Chistougenna!, en el idioma de Hawai: ¡Meli Kalikama!, en holandés: ¡Genogelyke Kerstud!, en inglés, ¡Merry Chistmas!, en italiano, ¡Buon Natale!, en portugués: ¡Feliz Natal!, en sueco: ¡God Jul! y en catalán: ¡Bon Nadal!

INTERPRETANDO LA VENIDA DE CRISTO

 

Mat. 1:17-23; Gál. 3:23-26

 

  Introducción:

  Durante la Navidad, el mundo entero habla de una forma u otra del Cristo de Belén. Muchos lo hacen para justificar sus actos egoístas, otros como un pretexto para regalar cualquier cosa con el ánimo de comprar el favor de la persona regalada. Aun otros, encuentran en estos días un aliciente suficiente para comer y beber sin control y otros motivos para llevar a cabo las acciones más disolutas. Pocos hablan de la Navidad dándole el significado y el valor que encierra. Por otra parte es necesario que al pensar en ella, no nos apartemos de los sencillos pero concluyentes detalles de la historia del pesebre. ¡Que Dios se haya hecho hombre y se haya introducido en la historia, es uno de los más grandes misterios de la gracia de Dios, pero también es la más creíble evidencia histórica de esa gracia que emana del humilde establo de Belén! Cuando los ángeles cantaron su primer canto de gozo, trajeron la expresión clara de la realidad de que Dios está con nosotros y, más aun, que desea estar dentro de nosotros realizando el hecho de su paternidad, manifestado en redención, perdón y nueva vida.

  En Mat. 1:1-16 tenemos los detalles de la genealogía de Jesús por parte de José. Hoy sabemos que todos los judíos contaban la ascendencia  legal por la línea del padre y no por la de la madre. El propósito de esta tabla es probar que Jesucristo es el heredero legal de David, que aunque José no era su verdadero padre, lo era ante la ley y por ende, Jesús era su heredero. José era de linaje real y por se consideraba a Jesús como hijo de David. Y a pesar de que Luc. 3:23-38 presenta otra genealogía, al parecer de María, para confirmar también la ascendencia sanguínea de Jesús de la familia de David, no hay ninguna contradicción. Ambos, José y María, son del linaje de David, con la única y sustancial diferencia de que José procede de Salomón y María de Natán, otro de los hijos de David.

 

  Desarrollo:

  Mat. 1:17. Es ni más ni menos que una tabla genealógica del Maestro presentada en una triple agrupación, probablemente es hecha con fines de conveniencia práctica. En cada una de estas divisiones han vivido catorce generaciones, indicando con la fina repetición de la cifra, que esta presentación escalonada sugiere y muestra que toda la historia anterior a Jesús converge y sublima en Él.

  Mat. 1:18. El nacimiento de Jesucristo fue así: La celebración del matrimonio entre judíos normalmente constaba de dos actos: Los esponsales y las bodas propiamente dichas. El desposorio era más que un simple compromiso, era el matrimonio en sí, se pronunciaban votos y se celebraba en privado, para romperlo, se requería el divorcio. Por contra, las bodas era el acto público, después del cual la esposa era conducida a la casa del esposo entre música y algazara. Su madre María estaba desposada con José, sabemos muy poco de los dos, pero según parece por lo que hemos visto antes, los dos procedían del rey David y ambos pasaron su niñez en Nazaret en hogares pobres y humildes. De ella sabemos que era una doncella piadora y temerosa de Dios. Él fue un hombre justo y dedicado a la carpintería. Jesús, más tarde aprendió el mismo oficio. Y antes de que se unieran, era costumbre que entre el desposorio y las bodas pasara por lo menos un año, es decir, que aunque ya estaban legalmente unidos, no consumaban la unión física sino hasta después de las bodas, y fue durante este periodo que se halló que ella había concebido del Espíritu Santo. Es decir, se encontró embarazada por medio de la concepción milagrosa del E Santo. Al parecer María no hizo saber el hecho a José, sino que prefirió dejarlo en la mano de Dios. Ella sabía que José difícilmente aceptaría su versión sin alguna forma de autenticación divina. Es probable que Él lo descubriese después de que María regresase de su sana visita a la casa de Elisabet, Luc. 1:39-56, que estudiamos el día anterior.

  Mat. 1:19. José, su (buen) marido, como era justo y no quería difamarla, siendo que el desposorio era en sí el matrimonio bien legal, la infidelidad de uno de los dos, era adulterio. Un hombre no piadoso podría haber recurrido a los medios más severos de castigo, con toda probabilidad la muerte por lapidación, Deut. 22:24. José sin duda amaba a María, por eso, en vez de acusarla públicamente, lo cual era condenarla a una muerte segura, se propuso dejarla secretamente. Decidió extenderla su carta de divorcio en forma personal y directa, con tal de no hacerla sufrir.

  Mat. 1:20. Mientras él pensaba en esto, mientras pensaba en su desgracia, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, para los antiguos creyentes los sueños eran un medio corriente para recibir la revelación o el mensaje de Dios y José no fue una excepción: No temas recibir a María tu mujer, porque lo que ha sido engendrado en ella es del E Santo. Para José, evidentemente este es el mensaje de Dios que afirma que el asunto de su esposa no es fruto de infidelidad con hombre alguno, sino que es obra del Espíritu de Dios.

  Mat. 1:21. Ella dará a luz un hijo y llamarán su nombre Jesús, fijémonos que no dice te dará a luz un hijo como el mismo E dice, p. ejemplo a Zacarías. Luc. 1:13. Porque lo María lleva en su vientre no es un hijo suyo ni de mortal alguno, es el Señor encarnado, el Dios sometido a las leyes humanas a fin de hacerse hombre e introducirse en la historia. Jesús es un buen nombre derivado del he y significa Jehovah salva. Josué en he y Jesús en gr. El nombre en sí ya señala el propósito de su venida. Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Como Josué introdujo a Israel en la tierra prometida, también Jesús hará entrar en el cielo a su pueblo. El pronombre Él es enfático, exclusivo, quiere decir que nadie más es el Salvador. El pueblo no es sólo la nación de Israel, sino que lo componen todos los creyentes en Cristo que forman el auténtico pueblo del pacto, los hijos verdaderos de la promesa, esto es, el Israel espiritual de judíos y gentiles, Rom. 2:28, 29. Jesús no sólo perdonará los pecados de los que creen en Él, sino que los librará para siempre de su dominio y de sus consecuencias.

  Mat. 1:22. La razón y el por qué de la profecía de Isa. 7:14.

  Mat. 1:23. He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emanuel (Dios con nosotros). Emanuel describe el carácter de Jesús y su posición como el Hijo de Dios, es decir, Dios hecho carne, Juan 1:14. A través de Él Dios no sólo se ha acercado a la humanidad, sino que ha adoptado la única naturaleza humana en tal forma que es Hombre perfecto y Dios a la vez. Por eso, es el único que puede salvar al hombre.

  Gál. 3:23. Pero antes que viniese la fe, es decir, el evangelio como principio de vida, cuyo objeto y esencia es Cristo. Pablo habla de la venida de la fe en los mismos términos que se ha hablado antes de la venida de Cristo, es el mismo acontecimiento porque el Hijo de Dios demuestra, ha inaugurado la economía de la fe. Estábamos custodiados bajo la ley, es decir, guardados en la custodia de la misma con la idea de un ayo, fiel pero severo, como un centinela sobre nuestras cabezas; reservados para la fe que había de ser revelada. Esto es bastante importante. Se nos dice que estábamos encerrados, encarcelados, para ser libres. La Ley por medio de preceptos debía mantener viva la conciencia del pecado, de tal manera que los hombres esperaban con ansia la llegada de la fe que iba a darles libertad. Así, fue la Ley la que guardó a los hombres para el cumplimiento y revelación de la fe. Sabemos que ésta se realizó, se materializó, en Cristo, por eso, ya venido no se necesita más esa función guardiana de la Ley y el motivo de su implantación finalizó, su deber terminó. Ahora ya somos libres en la fe, en Cristo, es decir, los que creemos en Él. Para el resto de los humanos, el nudo Gordiano de la Ley aún está por deshacerse.

  Gál. 3:24. De manera que la Ley ha sido nuestro tutor, “ayo”, en gr. “pedagogo”, era el esclavo que se encargaba del cuidado y de la crianza de los niños. Literalmente significa: Conductor de un niño. Éste no sólo lo conducía a la escuela, sino que velaba por su conducta y seguridad físicas. Para llevarnos a Cristo, es este el propósito preparatorio y disciplinario de la Ley. Con todos sus preceptos y regulaciones ceremoniales, sacrifícales y formales, la ley no tuvo otro fin sino el de conducirnos a la santa encarnación y personificación de la fe: Cristo. En efecto, todas las prescripciones ceremoniales sirvieron como el esclavo y el guardián (ayo), pero, a la vez, eran tipos de Cristo que miraban y conducían hacia Él, para que seamos justificados por la fe. La justificación consiste en ser declarados justos, inocentes y libres de toda culpa. Lo que puede dispensarnos esta gracia es la fe, es decir, el propio Cristo, ver v 23. Él y sólo Él es la fuente de la justificación.

  Gál. 3:25. Es decir, venido Cristo, hemos quedado libres de guardar los preceptos y ceremonias de la ley.

  Gál. 3:26. Así que todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús. Esta es la clave. La misión del ayo ha acabado porque ha venido el Padre. El que cree en Cristo y se entrega a Él, sea judío o gentil, sea de la razón social que sea, como su Señor y Salvador, no sólo es justificado, sino que es constituido en hijo verdadero de Dios, un hijo que goza de la plenitud de sus derechos filiales completos.

 

  Conclusión:

  Esta es la verdadera Interpretación De La Venida De Cristo. Este es el espíritu de la Navidad. De manera que debemos pensar en estas fechas y aprovechar su fuerza para extender más y más el Reino de los Cielos en la tierra. Que no sea otra Navidad más, sino que sea la verdadera Navidad para nuestros conocidos y aun para los amigos porque hayan encontrado el conocimiento de la verdad a través de nuestro testimonio.

  Amén.

CELEBRANDO LA PROMESA

 

Luc. 1:39-55

 

  Introducción:

  Estamos en el llamado tercer domingo de adviento. Pero sin embargo muy pocos saben lo que esto significa si exceptuamos a nuestro pequeño círculo. Lo cierto es que la gente celebra cosas sin saber lo que celebra. Se acerca Navidad, tiempo de comidas y bebidas, regalos y parabienes, de gastos y dispendios, pero pocos saben el verdadero alcance de celebrarla todo el año. Se cuenta que un aficionado deportivo  contaba a otro que cada semana bebía a la salud de su equipo. El otro preguntó: –¿Acaso tu equipo gana todas las semanas? –Bueno –respondió nuestro hombre-, cuando mi equipo gana, bebo para celebrar la victoria, pero si pierde, bebo para ahogar la pena de la derrota. No hay duda que este hombre está celebrando algo sin saber lo que celebra. Muchas veces caemos en la misma clase de tentación de no saber qué estamos celebrando. Vamos a ver como el cumplir la voluntad del Señor le trajo a María una corona, pero igual una cruz y sufrimiento: Cruz, José dudó de ella, Mat. 1:19; corona, su marido José la acepta aconsejado por Dios, Mat. 1:20; cruz, dio a luz en un establo, Luc. 2:7; corona, visita de los Magos, Mat. 2:11; cruz, huida a Egipto, Mat. 2:14; corona, reconocimiento del Niño por Simeón, Luc. 2:30, 32; cruz, dolor de padres por su hijo, Luc 2:48; corona, lealtad a su Padre celestial, Luc 2:49; cruz, contestación del hijo indicando que su anormal conducta era gobernada por otra autoridad, Juan 2:3, 4, y que la relación familiar humana no tenía ninguna prioridad, Mat. 12:48; corona, preocupación por ella desde la cruz, Juan 19:26, 27; cruz, dolor ante la crucifixión de su hijo, Luc 23:33, y corona, Jesús es su Señor, Hech. 1:14.

  Estas y otras parecidas son las dos caras de la moneda que el cristiano se encuentra cada día, cada hora y cada minuto cuando trata de cumplir la voluntad del Señor.

  En cuanto a la Biblia, sabemos que es un registro de promesas. Unas de han cumplido ya, otras están por cumplirse. Entre las primeras se encuentra el advenimiento del Libertador y Salvador que Dios había prometido en el AT, a lo largo y ancho de cada uno de sus caps. Paralela a esta profecía, existe aquella otra que nos habla del nacimiento y predicación del precursor, Juan el Bautista, de quien hablamos el domingo anterior. Hoy, y a través del Evangelio de Lucas, vamos a hacerlo de dos maternidades distintas y similares a la vez que son otras tantas formas de decir que vamos a estudiar el cumplimiento de las dos promesas que antes aludíamos. Son dos promesas en sí, de especiales miras y circunstancias, puesto que Elisabet, esposa de un sacerdote, es estéril y anciana y María, una virgen que, aunque desposada no estaba aún unida maritalmente a su esposo ni a hombre alguno. Sin embargo, ambas promesas se conjugan, complementan y a la vez se corresponden puesto que tienen que ver con el consabido cumplimiento de la profecía principal del AT: La llegada del Mesías por medio y a través de la concepción milagrosa de María por la acción directa del Espíritu Santo. Veremos que la misma Elisabet es la primera en celebrar acontecimiento tan glorioso y tanto ella, como la propia María, elevan cantos de alabanza al Señor por ello, demostrando las dos que “sabían lo que estaban celebrando.”

 

  Desarrollo:

  Luc. 1:39. En esos días, es decir, casi inmediatamente después del acontecimiento que acaba de ser relatado, 26:38, y que no es otro que la anunciación. María dominada por la impresión de la revelación decide ir a visitar a su pariente Elisabet, que ya estaba en cinta de su esposo Zacarías conforme a la promesa de Dios, 1:13, 32. Se levantó María y fue de prisa a una ciudad en la región montañoso de Judá. Con la idea de no pensarlo dos veces, se dirigió lo más rápidamente que pudo a la parte alta de Judea. La ciudad no se nos dice porque Lucas, tan amigo de puntualizar las zonas geográficas, tampoco lo sabía.

  Luc. 1:40. Entró en casa de Zacarías y saludo a Elisabet. Es decir, fue a ver a la que había sido el objeto de su viaje. Lo más importante aquí no es el saludo en sí, tanto como el contenido. Las vemos unidas en un abrazo que las contagia la más alta cota de gozo y emoción y las une como nunca antes lo habían estado.

  Luc. 3:41. Aconteció que, cuando Elisabet oyó la salutación de María, la criatura saltó en su vientre. Esto se explica en parte por la sorpresa de la llegada. María, debido a la premura de su viaje no tuvo tiempo de comunicar su visita como mandaba y correspondía la ética de entonces. Por eso, surgió una emoción inesperada en el corazón de Elisabet, lo cual repercutió, y con la misma fuerza, en el estado del niño que llevaba en su vientre. Es un hecho natural. Pero hay más: Elisabet fue llena del Espíritu Santo. ¡Cuidado! Esta llegada del E Santo no se produjo como resultado de la salutación de María, sino en el sentido único de que fue dotada ocasionalmente de un poder especial de Dios que la capacitó para reconocer y confirmar a María como la madre del Mesías, e incluso, si me apuráis, para reconocer de manera profética el ministerio del Salvador.

  Luc. 3:42. Y exclamó a gran voz y dijo: Sin duda, dominada por el influjo sobrenatural y hasta profético gritó entusiasmada: ¡Bendita tú entre las mujeres! ¡Feliz y dichosa tú que has sido favorecida por Dios entre todas las doncellas para desempeñar el sublime papel del plan mesiánico de Dios! Elisabet saluda a María con santo entusiasmo como bendita entre las mujeres, más maravillosamente bendecida, en efecto, que ninguna otra mujer, pues ya llevaba en su seno el que sería el Salvador del mundo, extremo que Elisabet reconoce al añadir: ¡Y bendito el fruto de tu vientre!

  Luc. 1:43. ¿De dónde se me concede esto, que la madre de mi Señor venga a mí? Expresión de profunda humildad. Llama a María, la madre de mi Señor, es decir, del Salvador. No debemos olvidar que esta piadosa israelita habla a la luz del E Santo que la ha llenado, que el nacimiento del Salvador ha sido anunciado a las dos mujeres por un mensaje divino, vs. 17, 31, que una y otra habían sido preparadas a esas elevadas revelaciones por su conocimiento de las Escrituras, lo mismo que por su espera en la consolación de Israel y que, por último, ese mismo espíritu profético dio a un Zacarías, vs. 68 y ss., y a un Simeón, 2:27 y ss., un conocimiento más luminoso si cabe del cercano reino de Dios y su Salvador. Elisabet sabe, pues, por revelación del Espíritu, que el niño que María acaba de concebir es el Hijo de Dios, su Señor y Aquel a quien su propio hijo Juan, que también ha de nacer, servirá. Notemos aquí que Elisabet expresa un profundo respeto a María en su calidad de madre del Señor, sin embargo no la llama “mi señora” ni tampoco “madre de Dios.”

  Luc. 1:44. Este porque se refiere a toda el saludo que Elisabet ha dirigido a María y por el que la ha titulado madre del Mesías. Para esta piadosa mujer, el salto del niño en su vientre ha sido la confirmación y la ratificación de Dios al gran milagro de la santa encarnación.

  Luc. 1:45. Las palabras de Elisabet toman el tono y la elevación de un himno, canta la dicha de María que creyó lo que había sido anunciado, v. 38, del parte del Señor. Ella sabe que todas esas grandes promesas tendrán su cumplimiento. Esta es la fe común que une a las dos mujeres. Ahora bien, existe una curiosa traducción de este v que quizá se ajuste más al contexto, dice así: Dichosa eres, porque todo se ha cumplido ya. No, Elisabet no va a dudar como hizo su esposo, 1:20, por el contrario, se puso incondicionalmente en las manos de Dios, 1:38.

  Luc. 1:46. Y María dijo: María va a cantar las grandes cosas, v. 49, que el Señor le ha hecho y, como Elisabet, v. 41, aun cuando el relato no lo dice, habla bajo la influencia del E. Santo. Su cántico, que se divide en cuatro estrofas, está enteramente fijado e influenciado por la poesía del AT y en particular de la que se respira del cántico de Ana, madre de Samuel, 1 Sam. 2:1-10. Este canto, conocido con el nombre de Magnificat, basada en la fiel traducción latina de la primera palabra del mismo engrandece, es un canto saturado de gozosa humildad donde alaba a Dios por todas sus bondades e incluye una vista panorámica del ministerio del Mesías. Así María misma no da razón alguna para la mala adoración de su persona. Engrandece mi alma al Señor, dice, es decir, alaba, exalta, magnifica mi ser o mi vida al Dios Soberano.

  Luc. 1:47. He aquí dos expresiones similares: alma y espíritu, separadas tan solo por un ligero matiz que ya hemos definido en otras muchas ocasiones. Ese corazón, ese ser íntimo, ese centro neurálgico del hombre, cuando más cerca se encuentra de Dios se siente empequeñecido, mientras que los atributos del Señor se engrandecen más y más. María alaba a Dios porque ahora ha entendido muy bien que el fruto de su vientre es el mismo Dios encarnado. Por eso, penetrado con la mirada de su fe más allá del momento presente, le llama confiada y cariñosamente “mi Salvador.” Con lo que desbarata la infundada teoría de que María nunca cometió pecado, y por lo tanto no puede ser única intercesora entre Dios y los hombres y es digna de adoración.

  Luc. 1:48. Porque has mirado la bajeza de tu sierva. Lo más importante de esta frase es que demuestra, indica o expresa la razón de la necesidad del Salvador por parte de María. Y hasta el motivo de su gran alegría. El Señor se ha fijado en ella, la ha tenido en cuenta a pesar de su pequeñez, indignidad o pobreza, puesto que era pobre a pesar de descender de reyes. Con lo cual, Dios tiene en cuenta siempre a cada vida humana, es más, tiene especial cuidado por todos y cada uno de los suyos y les incluye en su providencia amorosa, Sal. 32:8. El vocablo “bajeza” indica indudablemente la condición humana, aunque también señala a la indignidad moral y espiritual, bajeza que se reconoce indigna como para ser merecedora de tan gran distinción. He aquí, pues, desde ahora me tendrán por bienaventurada las generaciones. Sencillo. Por causa de que Dios le ha exaltado de su estado de humildad e indignidad reconocidas, llega a la conclusión, la que su prima Elisabet ya ha insinuado, de que será reconocida como “bienaventurada.” Pero, y fijémonos bien, la llamarán bendita, dichosa, incluso con santa admiración y respeto, pero nunca con adoración. En su frase no está implícita la idea o el deseo de una adoración más o menos encubierta, al revés, es la primera en reconocer la causa de su buenaventura:

  Luc. 1:49. Pues el Poderoso ha hecho grandes cosas conmigo. Su nombre es santo. María celebra mucho el poder, la santidad y la misericordia de Dios Padre, tres perfecciones que se han manifestado, precisamente en las grandes cosas que le han sido hechas en su persona. La omnipotencia se ha desplegado en la encarnación, que tiene la santidad por carácter principal y ha hecho irradiar la misericordia del Creador. Claro, su mayor bien ha sido su maternidad virginal y cuanto se deriva de esta acción, por eso pone especial énfasis en señalar la pureza absoluta del Señor: ¡Su nombre es Santo!

  Luc. 1:50. Y su misericordia es de generación en generación, para los que le temen. Sal. 103:17. Resultado: La bondad y la gracia de Dios son ilimitadas, pero en cuanto a su aplicación, es sólo para los que le temen, es decir, para los que le obedecen ya ganados por el reverente respeto hacia su trina persona. El temor a Dios implica, además, adoración, servicio y santidad. Además, estas palabras: Para los que le temen, hacen de un buen puente a la estrofa siguiente, en la que María canta la transformación causada por el bendito advenimiento de Cristo.

  Luc. 1:51-53. Estos vs. son los que más se asemejan al citado canto de Ana, 2 Sam. 2:4-10, y puede considerárseles como la historia profética cumplida ahora en María y por cumplirse, desde luego, en el reinado mesiánico del Redentor, su hijo en el mundo. Aquí hay una separación entre dos clases de hombres. Los soberbios, poderosos y ricos pertenecían a la clase dirigente judía, a los de la clase alta, representados por fariseos, saduceos y el sumo sacerdote de la época gracias a su orgullo, arrogancia y tiranía. Por el contrario, los humildes y los hambrientos eran la gente común del pueblo llano. También hay otra interpretación a esta profecía: la que indica a los primeros como a los paganos y a los segundos como a los israelitas en general. Lo que de verdad importa, y María lo sabe perfectamente, es que la misericordia de Dios se esparce sólo sobre aquellos “que le temen”, sean de la nación que sean, sean de la clase social o política que sean.

  Luc. 1:54, 55. Esta es la clave. El Eterno, viendo a Israel, su siervo, es decir, al verdadero Israel que “sirve”, que “teme”, v. 50, que la ama a Él, abrumado bajo la opresión de su miseria, lo ha socorrido, ha tomado su causa, en suma, se ha encargado de realizar su liberación, Isa. 41:8, 9. Y en esta liberación María ve la fidelidad de Dios que se acuerda de la misericordia eterna para con Abraham y con toda su descendencia, según se había anunciada a los “padres” por los profetas.

 

  Conclusión:

  Eso es todo. María y Elisabet nos han dado una lección, nos han señalado un camino. Este debe ser el nuestro. Se cuenta de un turista que, en Suiza, no sabía que camino tomar en una de las encrucijadas. Al pronto, acertó a pasar por allí un chiquillo y nuestro hombre le preguntó dónde estaba la ciudad que buscaba. –No sé dónde está la ciudad, señor –contestó el rapaz-, pero ahí está el camino que le llevará a ella.

PREPARANDO EL CAMINO

 

Mat. 3:1-12

 

  Introducción:

  Sin duda que en Juan el Bautista se cumple perfectamente la profecía de Isa. 40:3. Él es quien vino a preparar el camino, esto es, a preparar el ambiente para la llegada del Mesías. Por otra parte, su ministerio fue un dechado de obediencia y fidelidad, ya que su mensaje preparador urgía una vida de la más alta calidad y, desde luego, predicó con el ejemplo durante muchos años para irrumpir poderosamente en el momento oportuno, en la hora justa, con una voz que atravesaba las conciencias.

 

  Desarrollo:

  Mat. 3:1. En aquellos días, esta expresión no tiene a menudo ninguna precisión cronológica y parece significar el afincamiento de Jesús y su familia en Nazaret, 2:23. No es extraño que esto ocurra en las Escrituras por cuanto se dan casos similares en el AT, Éxo. 2:11, lagunas en el tiempo que sólo demuestran muy bien la sorprendente sobriedad de la Biblia, que sólo nos dice o comunica lo esencial a nuestra salvación y prescinde de todo lo demás. Aquí ha habido un salto, un gran salto. El evangelista guarda un silencio sobre los treinta años transcurridos desde los primeros acontecimientos de la vida del Salvador hasta el momento en que iba a entrar en su ministerio público, momento que, precisamente, continúa la acción  con la oportuna aparición del vocero. Apareció Juan el Bautista, es decir, hizo su salida o aparición pública a fin de llevar a cabo su misión precursora. Se sabe que Juan en he significa “Don gratuito de Jehovah” y Bautista, su sobrenombre dado a causa de su énfasis en el acto bautismal.

  Pero seríamos injustos con él si al llamarle sólo “Bautista” incluyéramos su vocación entera. Para apreciar ésta en todo su conjunto y en su significación profunda, es necesario considerar a Juan el Bautista como: (a) En su posición entre el Antiguo Pacto y el Nuevo, de los cuales es el lazo viviente de unión, es decir, viene a ser como un puente entre la Ley que predica con potencia y el Evangelio que anuncia. (b) En su acción, que era la de preparar a su pueblo para la venida del Salvador por y a través del arrepentimiento, en el cual se concentran su saber y predicación y el bautismo propiamente dicho que administra de forma personal a todos aquellos que confiesan sus pecados, y (c) en su relación con Jesús, que es la de la más profunda humildad de un siervo en presencia de su Señor, cuyo origen divino ya conoce lo mismo que su misión.

  Así, el ministerio global de Juan el Bautista está cumplido al señalar a Cristo como el Cordero de Dios. Pero si en un sentido este ministerio es pasajero, en otro es permanente, bajo el triple aspecto que acabamos de señalar. Y como Él fue el punto de partida de la vida religiosa de su época, en los apóstoles y los primeros discípulos, es también el punto de partida de la vida cristiana que sólo nace por el arrepentimiento y por la fe en el Hijo de Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo.

  Para los que gustan barajar fechas y datos diremos que en Luc. 3:1, 2, se señala que Juan apareció cuando Poncio Pilato fue nombrado procurador de Judea, esto es, en el año 26 dC. Y lo curioso del caso es que aparece, no en una ciudad populosa como parecería normal, sino que se dio a conocer predicando en el desierto de Judea. Esta región era una comarca poco habitada cubierta de pastos, que comprendía la parte inferior del valle del Jordán y al oeste del mar Muerto, Jue. 1:16; Luc. 3:3. Y es que la predicación del arrepentimiento aún no estaba madura para ir a sonar en los santuarios oficiales o en los núcleos de los fariseos o saduceos. Sin embargo, gentes ávidas de salvación acudían a su conjuro tratando de participar en la gran renovación religiosa que se adivinaba. Él los recibía con un mensaje concreto y la mayoría de las veces, nada agradable:

  Mat. 3:2. ¡Arrepentíos! El término gr. (ve. o n.) que no tiene un equivalente en nuestro idioma y que se traduce por arrepentirse, convertirse, enmendarse, es una palabra compuesta que designa el cambio o la transformación moral del hombre interior. El real arrepentimiento, que es sólo el principio de la idea, y la santa conversión, que es la vuelta del hombre a Dios con un cambio de dirección total de 180º, no agota la idea del vocablo escrito. Al arrepentimiento, sufrimiento moral que aparta a todo hombre del pecado en primer lugar, debe agregarse la acción poderosa del E. de Dios que crea la vida nueva y realiza, ahora sí, la aludida y sana transformación moral, mental y anímica. De donde tenemos que el sentimiento doloroso del pecado por el despertar de la conciencia es la única preparación verdadera para recibir al sano Salvador y a continuación su Gracia Redentora. Porque el reino de Dios se ha acercado. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿A través de quién? Del Cristo que iba a aparecer de un momento a otro. Juan el Bautista ve en este gran acontecimiento un motivo ideal para el llamado arrepentimiento: Convertíos, Cristo se ha acercado. Él sin duda sabía por el espíritu profético, lo que Jesús enseñaría más tarde, a saber: que si un hombre no es nacido de nuevo, no puede ver el reino de Dios, Juan 3:3.

  Aún hay aquí un detalle que nos parece interesante y que no podemos desaprovechar. Notemos que no dice: Arrepentíos pues el reino de los cielos se acerca, sino porque se ha acercado. Todo, aun en la transformación moral y espiritual del hombre, tiene su principio en la eterna misericordia de Dios y en su gracia que siempre nos atiende.

  El reino de los cielos, que sólo Mateo llama así mientras que el resto de evangelistas lo designan “reino de Dios”, “reino de Cristo” o simplemente “el Reino”, indica el dominio soberano de Dios sobre sus inteligentes criaturas, dominio conforme en todo a sus perfecciones: Su santidad, justicia, misericordia y amor. La palabra “reino”, figura tomada de los de la tierra, se halla ya en el AT, donde la forma exterior del reinado de Jehovah Dios, era la teocracia, Éxo. 19;6; Dan. 4:3. Pero aún no era más que la figura, la preparación del reinado del cual Cristo es el Rey y que Dios establece sobre las almas por su Espíritu. Este reinado es, desde luego, interno, espiritual, Luc 17:21; Juan18:36, pero se extiende también por el mundo, por sus diversas manifestaciones y debe crecer intensa y extensivamente, hasta que Cristo vuelva a establecerlo en su perfección y gloria, Apoc. 19:6, y Dios sea en todo y en todos, 1 Cor. 15:28. Son precisamente estos diversos caracteres del reinado de Dios los que Mateo indica a través de su expresión “reino de los cielos”, pues todos los elementos de este reinado vienen del cielo y conducen allí. Este es el nexo de unión que perfila el evangelista entre el nuevo reinado que se acercaba y la teocracia israelita. Queda por indicar algo acerca de la forma gramatical en que está escrita la palabra “cielos”. Como podemos observar está en plural, en la que muchos han querido reconocer la idea rabínica de cielos diversos, 2 Cor. 12:2-4. Sin embargo, es mejor ver esta pluralidad como en la oración del Señor, Mat. 6:9, la idea de un dominio de Dios que se extiende a las diversas esferas del mundo.

  Mat. 3:3. Pues éste es aquel de quien fue dicho por medio del profeta Isaías: Esta es una explicación personal de Mateo para señalar al profeta Juan el Bautista y su mensaje como parte del cumplimiento de la profecía de Isa. 40.3: Voz del que proclama en el desierto: ¡Preparar el camino del Señor, enderezar sus sendas! Esta es una profecía indirecta y típica del nuevo reino: En su sentido primero e histórico, las palabras de Isaías son un llamado a Israel, exhortándole a preparar los caminos de Dios que vuelve a traer su pueblo de la cautividad. La aplicación que hacen de ella todos los evangelistas, Mar. 1:3; Luc. 3:4, y el mismo Juan el Bautista, Juan 1:23, a la aparición de Cristo y al ministerio de su precursor, prueban: (a) Que ven a Jehovah mismo en lo que ellos llaman el Señor (en la versión de los 70, de que se sirve en su cita, el nombre de Jehovah siempre es sustituido por Señor). (b) Que consideran su aparición como la verdadera liberación del pueblo, es decir, viene a sacarlo de la servidumbre para ponerlo en libertad. Por lo demás, el ministerio del precursor había sido también objeto de una profecía directa, Mal. 3:1; 4:5, que era recibida e interpretada de diversos modos entre el pueblo al principio de los tiempos evangélicos, Mat. 16:14; Juan 1:21.

  Mat. 3:4. Juan mismo estaba vestido de pelo de camello y con un cinto de cuero a la cintura. Se trata de una tela ordinaria fabricada con pelo de camello en vez de lana o lino, incluso su cinturón era de cuero barato y corriente. En conjunto este era el vestido de los pobres, que convertía al sucesor de Elías, 2 Rey. 1:8, al predicador del arrepentimiento. Su comida era langostas y miel silvestre. Esta era una especie de langostas grandes, que aún sirven de alimento a las clases pobres de Oriente, Lev. 11:21. En cuanto a la miel silvestre era una miel que abundaba en los montes de Judea donde las abejas la depositaban en las rendijas o hendiduras de las rocas y en los pocos árboles semi secos de la zona.

  Mat. 3:5. Entonces salían a él Jerusalén y toda Judea y toda la región del Jordán. El evangelista nombra los lugares para indicar la gran cantidad de personas atraídas por la predicación del profeta. Por eso el término “toda Judea” es usado de forma hiperbólica. Mucha gente. La impresión fue viva y universal, fue como el despertar del pueblo, como un avivamiento, pero cuyos frutos no mostraron ser permanentes sino en aquellos que, bien impelidos por el sentimiento de sus pecados, se entregaron a Jesús como a su único Salvador.

  Mat. 3:6. Y confesando sus pecados eran bautizados por él en el río Jordán. Bautizar significa en gr. “sumergir” y tenía lugar en el río Jordán donde habría agua suficiente. El bautismo de Juan no era tomado ni de las abluciones en uno entre los judíos de la época, Juan2:6; 3:25, ni del bautismo de los prosélitos, que no aparece hasta mucho después de destruido el templo. Era una institución nueva, preludio del bautismo cristiano por inmersión y cuya primera idea era la indicada por las promesas de Dios relativas a la nueva alianza, tales como Eze. 36:25-27. Pero sin embargo, constituía una declaración simbólica del abandono del pecado y de la corrupción de todo el pueblo, así como la exacta necesidad de la purificación y regeneración del hombre nuevo, Rom. 6:3-6. Este último punto era simbolizado por el acto de sumergir en el agua a los que declaraban su arrepentimiento real confesando sus pecados. Esta es la única forma de bautismo que Cristo avaló y la única que practicaron los apóstoles. Para Pablo no había bautismo sino por inmersión, para que tuviese la exacta y suficiente concordancia son su significado simbólico de muerte y resurrección con Cristo.

  Mat. 3:7. Pero cuando Juan vio que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: Las dos clases de personas formaban dos grupos, escuelas filosóficas, religiosas y políticas que dividían a la mayor parte de la nación judía. El nombre de los primeros significaba “separados”, no que fuesen o formasen una secta dentro de la teocracia sino que, hasta donde indica el término, su carácter, se refiere más bien a su orgullosa aversión hacia los paganos, los samaritanos, los publicanos y los pecadores. Se distinguían por su celo servil hacia las más rancias y minuciosas prescripciones de la Ley, a las que agregaban las de la tradición oral. Eran también la expresión viviente de la dura ortodoxia judaica, lo que, unido a su poder en el sanedrín donde formaban mayoría, les daba gran influencia sobre el pueblo. Los “saduceos”, cuyo nombre deriva de la palabra “justo”, formaban el partido opuesto a los fariseos. Rechazaban toda tradición y aun el desarrollo de la revelación divina después de la Ley, es decir, no creían más que en el Pentateuco. Negaban al mismo tiempo la realidad del mundo invisible, la existencia de los ángeles y la inmortalidad del alma. A causa de esto y en razón a su escaso número, ejercían poca influencia en el pueblo, pero mucha en las clases privilegiadas donde, para muchos, cierta de esas negaciones tienen un aire de buen tono. Así los fariseos representaban la justicia ortodoxa y los saduceos el racionalismo en todos sus matices. Estos, eran los que “venían al bautismo de Juan”, entre otros, gracia a Dios. Muchos se ha preguntado cómo y por qué venían miembros de estos dos partidos al bautismo de Juan y por qué éste les dirige palabras tan severas. Todavía hay quien ve una contradicción a este respecto entre Mateo y Lucas, quien en su relato del ministerio del Bautista, cap. 3, no habla de ellos y en otro punto, en 7:30, dice taxativamente que no lo habían recibido. La respuesta a estas preguntas se nos antoja como mínimo difícil. Es casi natural que hombres ávidos de fácil popularidad fueran al profeta a cuyo alrededor se amontonaba una multitud, los unos irían para no aparentar indiferencia, los otros por simple curiosidad. Pero el profeta, de una ojeada, mira y descubre sus indignos móviles y de ahí sus severas palabras. Se retiraron heridos en su orgullo, sino todos, la mayor parte y sin someterse al bautismo que habían ido a buscar. Esto último no está dicho con claridad, pero se sobreentiende del discurso del profeta. Hay más: Lucas, sin hablar de los fariseos y saduceos, transmite las terribles palabras de Juan, que sólo podían dirigirse a ellos y no a los pecadores arrepentidos. Así, él confirma su presencia. En resumen, esta posición equívoca tomada por los hombres de los dos partidos respecto a Juan el Bautista, está de acuerdo con el apuro que iban a pasar delante de la pregunta que les iba a hacer el Salvador, 21:25-27.

  ¡Generación de víboras! “Hijos de serpientes.” Es un reproche que los describe a la vez como unos elementos astutos, nocivos, odiosos y hasta insidiosos. ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Juan desconfía de su aparente celo y descubre la dura astucia que les hace buscar en el cumplimiento de la ceremonia externa una garantía contra el juicio venidero que como judíos, sabrían que vendría después de la aparición del Mesías. Según Juan, los judíos que no se arrepientan de corazón también son enemigos de Dios y, por lo tanto, receptores personales de esa “ira venidera.”

  Mat. 3:8. Producir, pues, frutos dignos de arrepentimiento. Es decir, mostrar una vida cambiada. Además, es curioso notar que el texto original gr habla de un “fruto”, no de “fritos”, porque no se trata de obras aisladas, sino de toda la vida que es afectada por el arrepentimiento genuino.

  Mat. 3:9. Y no penséis decir dentro de vosotros: A Abraham tenemos por padre. Los hombres a quienes Juan se dirige aquí, aún en su impenitencia cerril, se apropiaban el título de “hijos de Abraham”, y se imaginaban que los privilegios religiosos de su pueblo bastaban para asegurarles la salvación, Juan 8:33-39. Hoy día también creen muchos que el hecho de pertenecer a ésta o a aquélla Iglesia es suficiente para salvarles. ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?

  Porque os digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham. Esta es una sentencia grave para los judíos. Dios es libre es la dispensación de su gracia, puede expulsarlos de su reino y de estas piedras (que se adivinan que Juan señalaba al borde del Jordán), es decir, de los hombres más endurecidos, de los más menospreciados, puede suscitar, por su poder creador verdaderos “hijos de Abraham”, herederos de la promesa, cuyo primer caso sería la fe genuina y la obediencia de Dios. Es muy dudoso que Juan haga alusión a la vocación de los paganos. Este pensamiento vino mucho más tarde con la eclosión del apóstol Pablo, principalmente.

  Mat. 3:10. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da fruto es cortado y echado al fuego. Los juicios de Dios van a ser ejecutados contra los malos impenitentes. Fijémonos que todos los verbos están en presente: está puesta, es cortado, es echado, expresando la inminencia y la certidumbre de estos juicios. Por otra parte esta figura es bonita pero terrible a la vez: Los árboles son los judíos y los hombres en general, el hacha. la inminente venida de Cristo, el árbol que no da fruto, que no da evidencias de una vida arrepentida, sea judío o no, “es cortado”, eliminado del lugar que le correspondía en el Reino de Dios “y echado al fuego” clara alusión al infierno del que hablamos tan poco.

  Mat. 3:11. Yo os bautizo en agua para arrepentimiento, pues el énfasis aquí no recae sobre los elementos del bautismo, sino en la calidad y magnitud que representan. Juan, humildemente reconoce que el bautismo que practicaba no era sino preparación un hecho sin mayor transcendencia  aunque era precedido de la acción del arrepentimiento, todo lo cual confirma que cualquier acción o actitud del hombre sin los valores espirituales que sólo concede la presencia de Cristo por el E. Santo, es efímera y hasta ficticia. Por otra parte, sabemos que esto es confirmado por los seguidores de Juan, pues parece que sólo perseveraron los que se unieron a Cristo por la fe, al entrar en su ministerio público. El arrepentimiento y el bautismo de los demás quedó en nada. Pero el que viene después de mí, clara referencia a su Mesías, cuyo calzado no soy digno de llevar, esto se ha malentendido casi siempre. Se decía que él se consideraba indigno de calzarse con las sandalias de Cristo, pero lo que realmente se refiere, en el texto original, es a la tarea de uno de los servidores o esclavos domésticos más humildes. Este trabajo consistía en llevar en un cesto las sandalias de su amo y atarlas y desatarlas cuando éste lo requiriese. Es más poderoso que yo. No sólo superior en su posición, sino en poder de acción. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Una forma figuraba de decir que sólo Cristo da al creyente una vida de permanente fruto de arrepentimiento y de reconciliación con Dios.

  Un pensamiento más: El Bautismo en agua, por sí solo, no es aún garantía de salvación, quien salva el Cristo y su bautismo de E Santo y fuego purificador.

  Mat. 3:12. Su aventador está en su mano, su pala para aventar el trigo contra el viento que se llevará la paja. Y limpiará su era. Recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en el fuego que nunca se apagará. Los justos por la fe en Cristo serán bien destinados al cielo, el granero, y los rebeldes y desobedientes, al infierno. Es necesario observar, pues por último, que la Biblia presenta la misericordia y el juicio sobre dos líneas paralelas, cuya frontera es muy frágil en la tierra, pero inalterable en otra vida.

 

  Conclusión:

  Este es el mensaje de Juan el Bautista y este debe ser también el nuestro. Cristo es el que viene, ahora, ya, en este momento y no podemos perder tiempo. Hemos de sentir la excitación que sentiríamos en un barco que se estuviese hundiendo, no tenemos tiempo, salgamos a la mies, ahora es el tiempo aceptable, así que hagamos de nuestras vidas otros tantos faros que irradien la verdad.

  Amén.

LA ESPERANZA DE UN NUEVO COMIENZO

 

Isa. 40:1, 2, 27-31; Gál. 4:1-6

 

  Introducción:

  Con la ayuda del diccionario podemos decir que esperanza es el “estado de ánimo en el que se nos presenta como posible lo que deseamos.” Indiscutiblemente la vida humana es expectación constante. Se dice también que lo que el oxígeno es para los pulmones es la esperanza para la vida humana. Cualquier labor o actividad que emprendemos lo hacemos sin duda esperando algo y puede ser la esperanza mezquina de una ganancia material, puede ser la esperanza de llevar consuelo y ayuda a tantos seres necesitados o la esperanza natural de asegurarse días mejores. Así tenemos que lo curioso del caso es que la esperanza, que es intangible, sea el motor indispensable de algo tangible como pueden ser los bienes, deseos, necesidades, planes y “castillos en el aire.” Pero además, por pertenecer al reino de lo anímico, de la mente, de lo no físico, es una medicina indispensable para todo el mundo, tanto es así que un gran cardiólogo escribió en su autobiografía: La esperanza es la medicina que más uso en mis consultas.

  Parece ser ayer, pero un año más llega a su fin y otro se acerca por delante, se adivina en lontananza. Así tenemos un nuevo comienzo, con nuevas oportunidades y nuevas ideas. Aquellos de los proyectos que no hemos podido realizar, quizá ahora sea el momento oportuno de llevarlos a cabo, aquel viaje que tanto soñamos, quizá podamos realizarlo ahora. Nadie sabe a ciencia cierta los acontecimientos, las frustraciones o los desenlaces que sucederán, pero los creyentes en Cristo sabemos que lo que ocurra será para bien de uno mismo y del Evangelio. Sí, estamos seguros, tenemos esperanza, que no estamos solos, que hay un alguien que se asocia con nosotros haciéndose partícipe de todas las aspiraciones, luchas, realizaciones y hasta… de nuestros fracasos: ¡Cristo!

 

  Desarrollo:

  Isa. 40:1. Debemos encuadrar muy bien la escena para entender el alcance de estas palabras. El telón de fondo de la misma es aquel periodo doloroso del destierro de Israel en Babilonia. Así, cuando el desaliento y la desesperanza hacía presa del pueblo, entonces en medio de la oscuridad casi desesperada de aquellos días, se oye esta voz de consuelo y, desde luego, de esperanza, porque es el mensaje del mismo Dios por boca de sus profetas: ¡Consolad, consolad a mi pueblo!, dice vuestro Dios. Para el pueblo que había empezado a dudar de Dios, precisamente por su aparente escaso interés en bendecirlos, aquellas palabras iban a ser como un bálsamo a una piel quemada. Además, debemos notar que las palabras “vuestro Dios” tienen un valor y hasta un significado impresionantes, guardan similitud con las de Jesús cuando nos enseñó a orar: Padre nuestro, palabras que en sí mismas, llevan seguridad, amparo y confianza al pueblo sumido en temores e incertidumbres. Vuestro Dios, está ahí. Sí, no ha muerto, no ha desaparecido, no os ha dejado, consolad…

  Isa. 40:2. Hablad al corazón, es decir, con ternura, apelando a sus más hondos e íntimos sentimientos. Así habla Dios, sin dejar de lado el raciocinio, apela a los sentimientos del hombre, allí donde aún queda un resquicio de obediencia y amor hacia él, para que éste abra los ojos y se dé cuenta de su amor, de su fiel providencia y cuidados que nunca cesan. Hablad al corazón de Jerusalén. Así el mensaje va dirigido a la ciudad de Jerusalén, centro de la vida de su pueblo, tanto espiritual o religiosa como políticamente. Pero en Babilonia, estas palabras, ¿qué quieren decir exactamente? ¡Qué su mensaje debe ser presentado a todo el pueblo! Pero aquí flota un pensamiento mucho más profundo del que pudiera generar la idea de una comunicación oral a los judíos de aquel entonces arrancados de su país. Esto implica, ni más ni menos, que ha habido y hay un pueblo de Dios. Antes fue el Israel físico, la nación judía aunque estuviese diseminada por todo el orbe por entonces conocido. Hoy es el Israel espiritual, el pueblo cristiano. En ambos casos es evidente que necesitamos el mensaje consolador de Dios. Además, nada de esconderse al dar el mensaje: Decirle a voces, aquí se hace referencia al grito y clamor enfático de un heraldo que proclama públicamente una nueva con todas sus fuerzas (entenderemos mejor la idea al leer el v. 9, y gritar tras redoblar los tambores: ¡Se hace saber…!).

  Su condena ha terminado y su iniquidad ha sido perdonada. “Que su tiempo se ha cumplido.” Este es un término militar que indica que su tiempo de reclutamiento ha llegado a su fin, en otras palabras, que su destierro ha terminado. Que han llegado a su fin los sufrimientos y tormentos, consecuencia directa a sus pecados, demostrándonos una vez más que el Señor castiga la rebeldía e iniquidad de sus hijos, pero no los abandona para siempre, eternamente. Así tan pronto aparece el verdadero y real arrepentimiento a flor de piel y labios, abre de nuevo de par en par las ventanas del corazón y esparce bendiciones por doquier. Dios se da ya por satisfecho, ha cobrado su cuenta pendiente al romper el pagaré eterno y… se olvida para siempre de la deuda. Así, a nivel de justificación, va a comenzar una nueva relación entre el hombre y su Dios. Que de la mano del Señor ya ha recibido el doble por todos sus pecados. ¿Qué quiere decir esta frase? ¿Significa que ha recibido el doble del castigo que se merecían sus pecados? No. Para el corazón tierno y amoroso de Dios todo lo que sufrió su pueblo en el destierro, ya era bastante

No debemos olvidar que Él no se deleita en el castigo, en el vivo sufrimiento. Si castiga lo hace para restaurar, vindicar, enderezar o forjar lo torcido, precursor de males mayores, como pudieran ser el abandono eterno, la indiferencia y la desesperanza.

  Isa. 40:27. ¿Por qué, dices, oh Jacob y hablas tú, oh Israel? Vimos en otra ocasión, que estos dos nombres son usados para referirse a la nación de Israel como pueblo de Dios. Aquél tenía la necesidad de saber que Dios podría librarlo y de que lo amaba de verdad, pero en aquellos aciagos momentos lo que hacía era quejarse arguyendo abandono por parte del Señor. Mi camino le es oculto a Dios, es decir, fuera del alcance de Jehovah y de sus bendiciones. Me tiene abandonado y no me concede lo que quiero, no cura mi cuerpo, no me da riquezas, no me da poder, no lleva a cabo mis planes… Dios me tiene abandonado. Por desgracia esta queja no es antigua, al contrario, el actual y llena de vigor entre el pueblo cristiano. Nos olvidamos con frecuencia que su poder y grandeza lo pueden y lo cubren todo, que nada queda fuera de su alcance y de su conocimiento… ¡así que la queja persiste! ¿Y mi causa para inadvertida a mi Dios? No, Él toma en cuenta mi caso no importa cómo sea. Pero aquí hay una situación curiosa. No es el hombre sino Dios quien expresa estas quejas de su pueblo para replicar que no tiene ninguna razón para quejarse. ¿Por qué? Porque su situación se debe a su propio pecado, no a causas externas a él. El pueblo es quien ha dejado, abandonado, a Dios y no Éste al pueblo.

  Isa. 40:28. ¿No has sabido? Por la observación y el estudio de las Escrituras. ¿No has oído?, mediante la repetición de la firme tradición oral de los padres, ¿que Jehovah es el Dios eterno que creó los confines de la tierra? Dios no tiene principio ni fin, existe por sí mismo y ha existido siempre, que es causa y origen de todo lo que existe en la tierra y fuera de ella. No se cansa ni se fatiga, es decir, Dios no está sujeto a las leyes limitadas del envejecimiento humano ni a cualquiera de sus otras conocidas debilidades. Él es un Espíritu libre de cualquier barrera y su fiel presencia llena el universo entero. ¿Cómo pensaban que iba a abandonarles? Él siempre es el mismo, siempre está activo y así cualquier tiempo es su tiempo. Además, su entendimiento es insondable. Su grado de comprensión es ilimitado. Y lo conoce todo, no hay nada oculto a sus ojos, nada escapa a su saber, por lo tanto nunca debemos sentirlos solos. Dice el himno: ¿Cómo podré estar triste, cómo entre sombras ir, cómo sentirse solo y en el dolor vivir, si Cristo es mi consuelo, mi amigo siempre fiel, si aún las aves tienen seguro asilo en Él? Así, es nuestra esperanza y lo es, porque no está sujeto a las variaciones humanas del sano carácter tan conocidos por nosotros. Él sólo tiene una palabra y nos… basta: No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17:15, 16).

  Así entendemos perfectamente que:

  Isa. 40:29. Da fuerzas al cansado, ánimo y nuevas fuerzas al que se ha agotado en el servicio, al que está en medio de la pista o la carrera. Y le aumenta el poder al que no tiene vigor. Esto es, a los débiles. Pero esta segunda idea es de mucha más fuerza y más rica si cabe que la primera. Allí se decía que reponer las fuerzas al que antes tenía y que ha gastado en un momento dado de su carrera, aquí se indica de forma taxativa que el Señor da fuerzas a quien nunca las tubo. Hay una mayor dependencia paternal, hay una mayor entrega, hay una transmisión de dureza y fortaleza, por eso, quien anda con Dios, cada día se maravilla al descubrir que hay alguien que le sostiene en la dura batalla de la vida y el servicio.

  Pero en el mensaje hay una razón evidente, una lógica natural:

  Isa. 40:30. Aun todos los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes tropiezan y caen. Cierto. El ser humano, aun en la mejor etapa de su vida está sujeto al cansancio y al agotamiento físicos anunciadores evidentes de la limitación de su carne. Así, sabemos que los niños se caracterizan por su constante accionar y moverse, por estar quietos. Los jóvenes, por su parte, tienen un vigor y fortaleza fuertes, pero tanto unos como otros pronto se agotan y desmayan frente a las faenas, trabajos e inclemencias de la vida diaria.

  Isa. 40:31. Pero los que esperan en Jehovah, los que confían en Dios, los que dependen real e íntimamente de Él en su diario batallar, renovarán sus fuerzas, recibirán sus energías perdidas. No, no estamos hablando de superhombres. Como humanos se agotan igualmente, pero no desfallecen ni caen, porque el poder y la potencia de Dios que obra dentro de ellos les sostiene. Así que entonces, formando un binomio extraordinario, levantarán las alas como águilas. Correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán. ¡Qué figura tan extraordinaria! Ahora veamos como se conjugan la agilidad, la destreza y la potencia de los que viven en y con Dios. Siempre listos y capacitados para el servicio. Así que no importan nuestros problemas personales que actúan casi siempre como lastres impidiéndonos levantar el vuelo, ni importan nuestra carencia de medios para excusar la negligencia y nos hace corren siempre con la cabeza vuelta atrás, ni nuestra falta de preparación que nos impide seguir avanzando. No, nada importa para los que creemos en Dios. Todo se desvanece con su ayuda, todo se reduce a su conjuro, todo se diluye a su vivo grito de pregonero: ¡Levantarán las alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán!

  Gál. 4:1. Digo además, Pablo conecta así lo que precede, 3:23-29, con el desarrollo que va a seguir por medio de una figura, la de un niño cuyo padre rico murió dejándole una fortuna. Entre tanto que el heredero es niño, es decir, incapacitado para tomar posesión de su fortuna a causa de si inexperiencia y su falta de madurez. En esta condición clara y concreta, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo. Por derecho de nacimiento es dueño de toda la hacienda, pero a causa de su edad, es como si no tuviera nada. Así su condición es igual a la de otro esclavo de la casa, depende y está sujeto a la autoridad y voluntad de otros.

  Gál. 4:2. Mas bien está bajo guardianes y mayordomos hasta el tiempo señalado por su padre. He aquí las personas que ven y cuidan al heredero, responsables por lo tanto de su integridad física, de su fortuna y de su educación. En gr. esta idea se aplica a los ministros cristianos cuando son llamados administradores de los misterios de Dios, 1 Cor. 4:1. Ahora bien, esta tutela dura toda la vida? No. ¡Hasta el tiempo señalado por su padre! Al no haber una ley estatal que legislara al efecto, era costumbre paterna determinar el tiempo de la mayoría de edad del hijo.

  Gál. 4:3. Ahora en cuando Padre entra en la realidad que quería ilustrar con el ejemplo del niño heredero. Ahora lo aplica al decir que todos éramos menores de edad antes de la venida de Cristo, incapacitados por lo tanto, de tomar cierta posesión de las grandes riquezas de su Evangelio por gracia, porque éramos esclavos sujetos a los principios elementales del mundo. Es decir, bajo simples tutores como pudieran ser la ley mosaica de los judíos y la ley de la conciencia entre los gentiles, pero que sin embargo sirvieron para cuidar y disciplinar a los hombres hasta que éstos alcanzaron su mayoría de edad con la venida del Señor. Pero, ojo, cuidado. Los “principios” no eran la ley en sí misma, sino las cosas terrenas con las que la ley tenía que hacer, convirtiéndose en meros preceptos rituales humanos, Col. 2:20. La tendencia humana siempre ha sido la de sujetarse al sentido material y formal de las prescripciones legales, haciendo del medio un fin inamovible.

  Gál. 4:4. Pero cuando vino la plenitud del tiempo, ¿cuál puede ser esta fecha? El momento predeterminado y señalado por Dios (el padre de la figura del v. 2), de acuerdo a su propósito y a su sapiencia. Dios envió a su Hijo, a Jesucristo. Así que Cristo no vino obedeciendo a un accidente casual, su bendita encarnación obedeció a un plan eterno de Dios trazado antes de la fundación del propio mundo: ¡La redención de los hombres! Nacido de mujer, esto es, la encarnación de Cristo. No tuvo padre humano pues nació de la virgen María por concepción milagrosa del E Santo. Y nacido bajo la ley, ¡importante!. Se nos dice que Dios no sólo se hizo hombre, sino que nació judío, sometido a la ley mosaica y en consecuencia, a todas sus ordenanzas como la justa circuncisión, igual que el resto de los niños del país. Esto fue del todo necesario para cumplir la ley.

  Gál. 4:5. Para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a los judíos primero y también a nosotros. Pablo presenta aquí el propósito de la venida del Maestro: Redimir al hombre, pagando un alto precio, su propia vida, indispensable a los ojos del Padre. Esta fue la forma usada para libertar a todos los que habiendo vivido sometidos y esclavizados por los fríos preceptos y vacíos formalismos legales, ahora arrepentidos se entregan por fe al fiel dominio y señorío de su Señor y de su Cristo. Pero, ¿qué parte de la herencia tenemos nosotros? Total, ya que también estamos incluidos en el Plan misericordioso de Dios. Ver si no: A fin de que recibiésemos la adopción de hijos. La obra de Cristo no es una mera transacción legal, es una firme liberación que lleva al creyente a la filiación glorioso de hijo de Dios. De esta manera alcanza su mayoría de edad, es el espaldarazo que en el futuro le evita de tutelaje alguno, es ya completamente libre para disfrutar las incontables riquezas de la gracia de Dios en su Hijo. A través de esa adopción, Dios nos recibe de forma plena en todas las relaciones de hijos y entramos formalmente en la familia de Dios por medio y a través de la fe.

  Gál. 4:6. Y por cuanto sois hijos, en base a ese renacer en Cristo, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, en otras palabras, nos dio su propia presencia, 2 Cor. 3:17. Que clama: Abba, Padre. Padre, papaíto. Es la exclamación del E Santo en el corazón y en los labios del creyente, dominado por la emoción: ¡Abba, Padre!

 

  Conclusión:

  Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros? Comenzamos un nuevo año, ¡qué sea el de nuestra mayoría de edad!