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EL AGUA QUE SATISFACE

 

Juan 4:7-15

 

  Introducción:

  Con esta lección comenzamos una unidad compuesta por seis grandes caps que tratan del ministerio de Jesús entre todos los hombres, a saber: (a) Agua viva, (b) Pan verdadero, (c) Luz espiritual, (d) Capacidad para amar, (e) Vida verdadera, y (f) Presencia del Espíritu Consolador en la vida del Creyente.

  Todo nos da unas ideas que tienen que ver con las necesidades físicas que entendemos a la perfección. El cuerpo humano está compuesto de tal modo que sus órganos nos pueden comunicar señales de peligro o de mínimos al centro motor del cerebro. Cada día, casi a cada momento, somos conscientes de notar, recibir, estas señales, algunas de prioridad alarmante a las que hemos de atender de forma rápida y eficaz: el estómago vacío nos indica la necesidad de tomar alimentos y la boca seca nos señala la necesidad de tomar líquidos. Pero, de igual modo, sentimos las inquietudes espirituales, las cuales se traducen en un ansia de saber y una búsqueda de nuevos conocimientos que las aplaquen. También anímicamente tenemos necesidades y a fe que son importantes: Amar y ser amado, tener amigos… Pues si no las atendemos nos quedamos solos y tristes. Mas los seres humanos tienen otra necesidad que algunos no saben o no quieren saber… Se trata de una fuerza vital que nos inclina a comunicarnos con el Creador, a conocerlo, a amarlo y a lo que es más importante, a comprobar y saber que Él nos ama. Todas las civilizaciones y aun las tribus más aisladas y remotas han procurado conocer y adorar al Supremo.

  La lección de este domingo en la ED presenta a una mujer que tiene sed de Dios. Jesucristo la encuentra, la guía a expresar su necesidad y le muestra dónde y cómo puede satisfacerla.

  Antes de pasar adelante debemos tener en cuenta que en la Biblia la figura del agua se usa con frecuencia para señalar nuestra relación con Dios, Sal. 42:1-5; Isa. 55:1. Además, en muchas profecías del Mesías se menciona el agua, Sal. 36:9; Isa. 35:6, 7. Sin embargo, es aquí, en Juan 4, que vamos a estudiar ya mismo, cuando explota la idea del agua señalando con claridad al Salvador como el agua viva, el buen y perfecto cumplidor de aquellas profecías y fuente inagotable de agua espiritual.

  Veamos como Juan, al narrar o explicar la segunda entrevista más importante de Jesús, la primera fue con Nicodemo, nos da una perfecta idea del lugar, paisaje, época y la situación política y además la subdivide en tres marcadas partes en cada una de las cuales sobresale la mentalidad de Jesús dirigiendo a la mujer Samaritana hacia lo que importa de verdad: El Evangelio, es decir, la salvación de las almas.

 

  Desarrollo:

  Juan 4:7. Vino una mujer de Samaria a sacar agua… Para situarnos bien en la escena nos conviene recordar el mapa de Palestina en aquel entonces. Jesús había salido de Judea, situada al sur del país, de forma repentina. ¿Y, cuál fue la causa? ¡Había sido informado de que los fariseos estaban celosos por su éxito en ganar discípulos! Y como sabía que la hostilidad de esta secta se intensificaría y hasta le estorbaría en su ministerio decide marcharse por aquello de que una fuerte retirada a tiempo es una victoria. Por otra parte, sabemos que deseaba evitar una lucha o confrontación abierta porque no había llegado aún su hora.

  ¡Cuándo llegó, no dudó ni la eludió!

  Así que lo tenemos yendo por el camino del norte, hacia la Galilea, donde tenía aún varios amigos. Desde luego, el camino más corto es la línea recta. Como sabemos bien Samaria era la provincia que limitaba al sur con Judea y al norte con Galilea a dónde iba. Pero, ¿este era el camino normal para los judíos en un viaje similar? No, desde luego que no. El viaje acostumbrado era: Desde Judea se iba hacia el este, se atravesaba el Jordán, se subía por Perea, se iba hacia el oeste, se atravesaba de nuevo el río Jordán y se entraba en Galilea. ¿Por qué? Porque los judíos no querían pasar por Samaria por considerar que sus habitantes eran impuros o mestizos. ¡Eran el odioso resultado de los cruces entre los judíos y gentiles en la cautividad. Una vez purificados los judíos con la reconstrucción del templo, no permitieron que los fieles samaritanos les ayudaran y éstos, como pago al desaire, les molestaron intentando retrasar las obras hasta el año 520 aC. Luego, por despecho, erigieron otro templo en el monte Gerizim, templo que cita la mujer de la historia.

  Pues bien, Jesús estaba cansado y se sentó al lado del pozo de Jacob, esperando que volviesen sus discípulos de Sicar a donde habían ido sin duda a buscar alimentos, cuando vio acercarse a la mujer con la clara intención de buscar agua. Así, Jesús le dijo: ¡Dame de beber! Hay que decir que Jesús, al pronunciar estas palabras, inicia una conversación en las circunstancias más adversas y que, nosotros, en su caso, quizá no nos hubiéramos atrevido a entablar. Veamos: En primer lugar existía lo que ya hemos dicho, que los judíos no trataban, o trataban poco, a los samaritanos de la época. Por otro lado, las buenas costumbres contemporáneas no permitían que un hombre hablase con una mujer desconocida en un lugar a solas. Y más aún, sabemos entre líneas que ella llevaba una vida ligeramente dudosa, y más aún, conocemos bien que el aspecto exterior de Jesús no dejaba lugar a engaños; era un religioso desde la punta del pelo a las sandalias.

  Que distinta se presenta esta entrevista con la que tuvo Jesús hacía pocas fechas con Nicodemo. Aquí, rompiendo todas las barreras, le pide agua para beber. Pero, además, en este “dame de beber”, se traduce cierta veracidad. Y es que Jesús adopta una posición sincera. Está cansado, tiene sed y carece de algo con que sacar agua del pozo y la mujer ve la sinceridad del Maestro en todos los poros de su humanidad. Esto enseña que pedir un pequeño favor muchas veces comunica confianza en la bondad de nuestro interlocutor y abre el camino hacia una posible y clara amistad. Recordemos como en Luc. 19:5, Jesús gana a Zaqueo sólo pidiéndole si podía morar en su casa.

  Juan 4:8. Aquí, Juan, siendo testigo material del caso que va a narrar cree conveniente explicar el por qué Jesús estaba solo. Por otro lado notamos que al ir de compras a la ciudad de Sicar ya han vencido un perjuicio, puesto que van a tener contacto con los samaritanos y esto se lo deben a Jesús, puesto que por sí solos jamás lo hubieran hecho y más teniendo en cuenta su orgulloso nacionalismo galileo.

  Juan 4:9. A la solicitud de Jesús la mujer responde. Y lo difícil es saber si su actitud es sincera o irónica. Así, su extrañeza es perfectamente comprensible. Porque judíos y samaritanos no se trataban entre sí. Juan agrega la frase en beneficio de sus fieles lectores gentiles, explicando el odioso perjuicio existente entre los judíos y samaritanos. De esta forma tan simple termina el primer intercambio de frases entre Jesús y la mujer.

  Juan 4:10. Jesús, sin demostrar estar herido por la dura actitud de extrañeza de la mujer, toma la iniciativa otra vez y despierta la curiosidad de ella con una insinuación de que él conocía algo que ella desconocía. Como “don de Dios” debemos entender la dádiva suprema que el Señor ofrece a los hombres. Poco a poco, el Maestro va llevando a la mujer al terreno que le importa. ¡Su propia salvación! Está tan entusiasmado en su exposición que hasta se ha olvidado de la sed, demostrando así que los apetitos de la carne pasan a un segundo lugar cuando tenemos la firme oportunidad de hablar del Evangelio. Como agua viva ya hemos de entender la expresión descriptiva gráficamente del efecto que el citado Don de Dios tiene en el alma con sed. Es decir, del mismo modo que el beber agua aplaca la sed, el conocimiento de Dios aplaca la del alma. Ahora, Jesús, habiendo logrado la atención de la mujer, procede a despertar en ella un sentido de necesidad personal: Y quien es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva. Aquí conviene que nos paremos un momento y prestemos atención a este pasaje porque nos parece muy interesante: Jesús insinúa que la mujer ignora el don supremo de Dios para el hombre, la salvación, y también la identidad de su interlocutor, el Hijo de Dios, quien precisamente ha venido a la tierra para ofrecer salvación a todos los hombres sin discriminación alguna. Parece ser que también expresa cierta confianza en que ella, al tener la oportunidad de entender quién era Jesús y cuál era la naturaleza de su oferta, no tardaría en pedirla, en solicitarla. Haríamos bien en señalar esta confianza en las personas a quienes estamos procurando ganar para Cristo, ya que la nuestra, producida por la creencia de esta disposición, será un factor positivo, y hasta determinante, para lograr su decisión final.

  Juan. 4:11. La mujer le dijo: Señor, no tienes con que sacarla y el pozo es hondo. Claro, esta es una primera reacción normal: incredulidad, curiosidad y seriedad manifiesta la respuesta de la mujer. Pero, el Maestro, está logrando su propósito. Aunque la mujer, todavía está pensando en sus necesidades físicas. Se le nota en sus parcas palabras: ¿Dónde, pues, tienes el agua viva? ¿A qué agua se refería la mujer? Sin duda, ella entendía que el Maestro Jesús se refería al agua de una fuente como algo distinto al agua del pozo. Ella sabía, por otra parte, que en aquel pozo de Jacob a unos 30 metros de profundidad existía una corriente de agua viva, pero si aquel hombre no tenía nada para extraer la estancada, ¿cómo pretendía hacerlo de la corriente subterránea? Ahora vemos claro que la actitud y tono empleados por Jesús inspiraban confianza a la mujer, pero sus palabras creaban y generaban dudas.

  Juan 4:12. La mujer samaritana elabora con detalle sus dudas. Ellos se consideraban descendientes directos de José, hijo de Jacob, y lo tenían en alta estima. Sin duda, está diciendo: Este pozo sirvió a nuestros antepasados y nos ha servido a todos nosotros hasta este mismo momento, ¿tienes tú algo mejor que ofrecernos? Parece ser que demostraba interés en la oferta de Jesús cuando éste le enseña la superioridad de su ofrecimiento. Sólo vencería si podía convencerla de que lo suyo era superior. Y así, estaba en guardia con una actitud lógica ante la oferta de algo bueno, pero viniendo de una persona extraña, desconocida. Del mismo modo, cuando deseemos dar o compartir nuestra fe con otros, debemos estar preparados para demostrarles en que sentido nuestra fe es superior a la de ellos, sabiendo que todos, de algún modo, tienen fe en algo o en alguien.

  Juan 4:13. Aquella mujer de Samaria pedía una evidencia de la superioridad de la oferta de Jesús. Y Él la iba a vencer con sus mismas armas. Sí, primero demostrará de que el agua de aquel pozo sólo satisfacía de forma momentánea.

  Juan 4:14. Una vez ha planteado la verdad y realidad de la limitación del agua física, Jesús declara la superioridad de su oferta, al decir que puede darle un tipo de agua que la puede satisfacer de forma completa y permanente. La construcción de la frase: Yo te daré, es enfática, y nos indica de paso que sólo Él podía dar esa clase de agua. No tendrá sed jamás, es otra frase categórica que no deja ningún resquicio para la duda: Sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que sale para la vida eterna. Ahora, Jesús explica el por qué cuando uno bebe de ese agua, jamás vuelve a tener sed. Precisamente, porque esta entrada genera una fuente de agua viva que mana de forma continua. Porque en el corazón de esa persona se ha abierto una fuente eterna. Porque esa persona, a su vez, generará la fuerza capaz de horadar peñas, otras peñas, y nuevas fuentes, porque esa persona, en suma, se ha transformado en un ente espiritual capaz de dar o producir energía similar a la usada por el propio Cristo ante la mujer de Sicar. La mujer sabía bien que el pozo al que tenía tanto aprecio se secaba en el verano y a veces en el invierno. Pero el creyente sabe que esta posibilidad no existe por cuanto está siempre en contacto con la fuente eterna que Dios da.

  Juan 4:15. Jesucristo logró su propósito. Ha logrado despertar en la mujer un sentido de necesidad por su oferta. Ella pide de Jesús lo que ofrece sin entender quizá aún del todo la naturaleza de su oferta. Él ha comenzado por solicitar agua para beber, pero ella no llegó nunca a satisfacer la sed de Jesús. Más Él tenía otra agua y otra comida que ella ni sus discípulos entendían bien del todo, al menos por aquel entonces.

  La obra personal de ganar almas para Cristo, da una justa y verdadera satisfacción a todo creyente, con más motivo del que da el simple hecho de dar de beber al que tiene sed. Si el relato terminase en este v, la mujer quizá se hubiese vuelto a su casa desilusionada, pero Jesús con paciencia, la conduce con cuidado de la necesidad física de agua natural a una necesidad de agua espiritual. Sabemos que primero empezó a sospechar que el ser que le hablaba así era el Mesías y corrió para dar la noticia a los demás habitantes de la ciudad, noticia que debieron de haber dado los propios discípulos de Jesús. Luego leemos que por el testimonio de ella, volvieron todos y se convencieron de que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios. Entonces y sólo entonces, gustaron del agua viva que les había ofrecido el Maestro.

 

  Conclusión:

  Veamos ahora los pasos que la mujer tuvo que dar para llegar a beber del “agua viva”: (a) Vio a Jesús; (b) habló con Él; (c) mostró marcado interés; (d) pidió aquella agua; (e) reconoció el pecado que había en su vida; (f) aceptó a Jesús como profeta; (g) como Salvador, y (h) fue a relatarlo a otros. ¿Cuáles de todos estos pasos podemos considerar que salvan a una persona? ¡La e y la g! ¿Cuál fue el feliz resultado? Evangelismo, vs. 39-42. En primer lugar dependía de la mujer y su testimonio y por fin del mensaje proclamado por Jesús. Pensemos que nada de nuestros reales interlocutores puede detenernos, ni raza, ni posición, ni abolengo, ni capa o esfera social, ni sexo, ni ninguna otra consideración. ¡Todos son iguales a los ojos de Dios Padre! ¡Todos somos hijos de Dios y al unísono necesitamos del “agua viva” para la Salvación!

  ¿Vamos a ser tan egoístas que ahoguemos nuestra viva y propia fuente y la transformemos en un pobre estanque, insalubre y malsano, que es capaz de perder su viveza y secarse al fin?

  ¡Evitemos, hermanos, que pase esto! De nosotros solos depende y de nadie más.

  ¡Amén!