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1.1 LA GENTE QUE DEJA HUELLA

Uno de enero

Luc. 19:1-10

Todos conocemos a esa gente que no ha sobresalido en nada, pero que nos ha ayudado mucho, que siempre ha estado a nuestro alcance, a nuestra disposición. Sí, todos recordamos muy bien y con una cierta melancolía no exenta de fiel agradecimiento aquel apretón de manos oportuno, aquel golpe de ánimo en un hombro, aquella palabra sencilla, aquel saber oír y hasta aquella mirada comprensiva…

Y es que gente así no hay mucha y sus actos escasean. Por contra, la hay importante, real o no, cuya presencia es limitada, fugaz, sin interés alguno. Son personas que están porque tiene que haber de todo el la viña del Señor, pero pasan desapercibidas o sirven de contrapunto a la gente, normal o no, esa es la verdad, que deja huella en el campo de las relaciones humanas.

El cristiano pequeño como Zaqueo (no nos referimos a la altura física, sino a la juventud, frescura y ganas de hacer del que se siente y actúa impulsado por aquella fuerza del llamado primer amor), es el que más ayuda. El publicano, después de tener una entrevista personal con el Maestro Jesús, manifiesta su deseo de ayudar renunciando como mínimo a la mitad de sus bienes y devolviendo cuatro veces el valor defraudado de lo que llegase a tener conocimiento. Este es el Camino. Salvando las distancias, este cristiano pequeño, el de a pie, como Zaqueo, es el que más ayuda y el que deja una huella más profunda en nuestro corazón.

Por eso nosotros, los cristianos viejos, los que tenemos la piel de la conciencia agarbanzada por todos los años y por las coces de cientos de batallas, hemos de volver a los orígenes y apoyar más a los hermanos y a sus pequeñas cosas pensando que con unas piedrecitas se puede llegar a hacer una gran montaña. Es verdad que muchas veces las personas que tratamos de ayudar no sólo no aceptarán nuestra ayuda, sino que nos marginarán como hicieron con el Zaqueo convertido. Pero es igual, hemos de permanecer con la mano extendida sabiendo que alguien la estrechará agradecido; hemos de interesarnos por aquellos problemas ajenos sabiendo que alguien saldrá reconfortado… Además, los seguidores de Jesucristo hemos de aparentar aquello que decimos ser. Magritte, un pintor surrealista inteligente, pintó un cuadro que representaba una pipa y debajo de ella escribió con enormes letras: ¡Esto no es una pipa! El cristiano que no vive como tal, tampoco es cristiano.

Conviene recordar que Dios está con nosotros siempre y que crea sin cesar las condiciones para que dejemos huella en el entorno a la manera de los más grandes ejemplos, Heb. 11:32-38 o de los pequeños testigos, Mat. 25:21; Luc. 19:17, que todo vale si sirve para engrandecer el Reino de los Cielos. En Enciso (La Rioja) se han cumplido todos los requisitos necesarios para la conservación de las huellas de aquellos dinosaurios que parece que vivieron en la tierra hace tiempo, puesto que se han descubierto, estudiado y catalogado más de tres mil pisadas a través de las cuales, los paleontólogos llegan a conclusiones alucinantes, como el peso del animal, la longitud de la zancada, la velocidad a que caminaba, si era carnívoro o herbívoro, etc., etc. Bien, no pretendemos llegar tan lejos (aunque en algún aspecto nuestra huella resulta eterna), pero si nuestro testimonio, conservado en la fuerza de Cristo, llega a ser ejemplar para uno de nuestros semejantes y le hacemos cambiar de vida, ya estaremos cumpliendo con nuestro ansiado destino porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.