JESUCRISTO ES EL REY

 

Hech. 2:36; Zac. 9:9, 10; Fil. 2:5-11, 15

 

  Introducción:

  El domingo anterior vimos perfectamente el cuadro que nos brindaba el Siervo por excelencia: El Señor Jesús. El cómo había sido abandonado, angustiado y muerto por nosotros. Hora es que lo estudiemos como Rey y Soberano. Tenemos la experiencia diaria de ver como pasan a la historia las soberanías y reinos humanos, precisamente por eso: ¡Por ser humanos! Cristo es eterno y eterno será su reinado.

 

  Desarrollo:

  Hech. 2:36. Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, del discurso de Pedro en Pentecostés, anuncia a la casa de Israel y a todo el mundo: que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, ¡qué actitud tan diferente la de Pedro en contraste con aquellas negativas suyas de antes de la crucifixión de su amigo y Maestro! ¿A quién acusa aquí? A la casa de Israel y con ella a todos los seres humanos. Dios le ha hecho Señor y Cristo. Otra vez hay un contraste entre lo que consideran los hombres y lo que el Señor realiza. El mismo tipo de desprecio humano sirve para ensalzar al Cristo y ganarse el título de Señor de los señores.

  Zac. 9:9. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Y da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! Zacarías, uno de los profetas más vivos y mesiánicos por excelencia, nos habla de alegría por la cercanía del nuevo Rey. Sion y Jerusalén se refieren a lo mismo. La ciudad de Jerusalén, en el AT, es llamada Sion porque está ubicada precisamente en el monte del mismo nombre. Pero aquí la profecía las menciona en un sentido figurado puesto que se refiere al nuevo pueblo de Dios en un sentido espiritual. Este nuevo pueblo está establecido en base a la obra expiatoria y redentora de Cristo. Así que esta alegría es indispensable para los que como nosotros esperan la segunda venida en gloria. Ahora bien. Si Él será el futuro rey de los cielos, debemos dejar establecido que estos cielos somos nosotros, miembros de las iglesias locales y miembros de la Iglesia universal. En suma: ¡Somos ciudadanos del Reino de los cielos para usar el léxico paulino!

  He aquí, tu rey viene a ti, ¡qué difícil es imaginar un reino sin rey! Nosotros tenemos la seguridad de que Él vendrá de nuevo. Pero este Cristo venidero sufrirá una marcada metamorfosis. ¡De Siervo sufriente a Rey soberano! Ahora bien, ¿cuándo será esta segunda venida? No importa. Nosotros podemos decir que está cercana, que está ya a la puerta; puesto que por más que se demore, por más que tarde, no es nada pues nuestro sentido del tiempo no es nada comparado con la Eternidad. Justo, recto. Atributo que hemos dado muchas veces al Mesías en conexión con la Redención. ¿Dónde radica su sentido de la justicia? (1) Debía ser justo, sin mancha, para poder realizar perfectamente la Salvación, y (2) porque no sólo nos perdona nuestros pecados, sino que nos justifica ante el Padre. Debemos recordar una vez más que nunca hubiésemos podido ser salvos de no mediar una poderosa justificación apta hasta para los ojos justos de Dios. Y victorioso, en Él está la salvación de forma natural tal y como está la vida. Pero sólo puede ser Salvador de aquel o aquellos que quieran, aunque sea una paradoja. Es decir, Cristo, el Cristo victorioso, el de las cien victorias, se autolimita a la voluntad humana. Humilde. Este atributo dice mucho de mansedumbre, paz, misericordia y perdón. Y montado sobre un asno, ¿qué quiere decir esto? En la época de la profecía, este animal no era despreciado como lo es en el día de hoy. ¡Ni mucho menos era símbolo de humillación! Los príncipes y hombres importantes solían cabalgar sobre asnos, Jue. 5:10. Y si el caballo era el símbolo de la guerra, el asno lo era de la paz. Ahora bien, ¿a qué venida de Jesús se refiere el profeta? Pues a la primera y más concretamente a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero no podemos desligar a la segunda en la que lo hará también en calidad de Rey de Paz. De forma que la profecía asocia de forma indistinta varios elementos de las dos venidas que no se pueden evitar ni discernir por completo debido a su marcado y fuerte paralelismo. Sobre un borriquillo, hijo de asna. Se trata de un asno joven, sin domar, sobre quien no se había sentado nadie antes, Luc. 19:30. Los judíos de la época de Jesús entendieron muy bien el mensaje de la figura. Jesús entraba en la ciudad como Rey y Señor de Paz y más: ¡Cómo Soberano victorioso!

  Zac. 9:10. Destruiré los carros de Efraín y los carros de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, el profeta determina ahora sin duda los acontecimientos que harán de aval en su segunda venida. Todos los elementos de guerra como los carros, caballos y arcos, serán rotos, definitivamente rotos, eliminados y echados en el olvido. Y con ellos se irán los tanques, bombas y artefactos que hoy son los ángeles que guardan de la paz. ¡Hasta ese extremo ha llegado el hombre! Así que la paz mundial, sin temor a represalias, es y será una de las señales que indicarán la inminencia del fin del mundo o el inicio del mundo, como queramos mirarlo o comprenderlo, puesto que nosotros con el buen poeta Gita, decimos: “El fin del nacimiento es la Muerte. El fin de la Muerte es buen Nacimiento. Tal es la ley.”

  En este v. el vocablo Efraín se refiere al reino del Norte o Israel y Jerusalén al reino del Sur o Judá. Así que otra señal equívoca de la segunda venida será sin duda el hecho de que no habrá más rencor entre los hombres, ni fronteras, ni separaciones, ni odio de razas, ni más castas sociales. En resumen: Todo lo que hoy divide al hombre será cambiado en instrumentos para la paz. Por eso Cristo hablará de paz a las naciones. Pero, ¿cómo será posible en aquellas horas, en aquellas circunstancias? Sencillo, ¡porque los servidores actuales de este reino son ya portavoces de esa paz! Cuando Él venga por segunda vez encontrará que todos los moradores de la tierra sin excepción habrán oído hablar de nuestra paz y entonces, la impondrá con autoridad plena y con poder como consecuencia lógica de la campaña desarrollada por sus hijos. Así que otra señal la constituye el hecho de que los moradores de la tierra habrán oído hablar de Él y de su paz. Su dominio será de mar a mar y desde el Río (Éufrates) hasta los confines de la tierra. Nadie se quedará sin haber oído hablar de Cristo y de su Evangelio y lo que es más importante: Ningún ser humano, ni muerto ni vivo, dejará de reconocerlo como Rey y Señor de hecho y derecho.

  Fil. 2:5. Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo en Cristo Jesús. ¿Cuál es ese pensar? Él no buscó lo suyo, antes se humilló adoptando nuestra naturaleza, y sometiéndose a la ingratitud y a la maldad humanas. De ahí que nosotros, no sólo nos debemos limitar a servirle, que sería lo propio, sino que debemos amar y servir a nuestros semejantes.

  Ahora bien, toda la verdad moral se encuentra en Cristo de forma natural y tan viva como la verdad divina. Por eso el apóstol Pablo, exhortando a los cristianos de Filipos y al mundo entero, al desinterés, a la abnegación y hasta a la humildad, vs. 3, 4 de este mismo cap, no tiene un mejor ejemplo que ponerles ante sus ojos que contrastar al Hijo de Dios convertido en Hijo del Hombre. Pero, ¿cuál es, en esta contemplación pura de la persona y de la humillación del Salvador, su punto de partida? ¿Pablo habla sólo del Cristo histórico, de su aparición sobre esta tierra? ¿No será que quiere elevarle hasta su alta preexistencia eterna? ¿No será que quiere enseñarnos lo que Él era antes de esta aparición, para descender luego a las profundidades de la humillación que empezó en el punto de su encarnación? En efecto, el buen Pablo nos demuestra que hay distancia entre el punto de partida de Cristo y su estado latente de humillación donde se colocó como Salvador.

  ¡Cristo existía siempre en forma de Dios! Ver si no:

  Fil. 2:6. Existiendo en forma de Dios, aquí la palabra “forma” no indica una mera apariencia, sino la expresión plena del poder divino. La antítesis de esta frase la encontramos en el v 7, con aquel dicho paralelo de forma de siervo. Sí, siendo totalmente nuestro Señor se transformó totalmente en siervo. La frase existiendo en forma de Dios, equivale a imagen de Dios que estudiamos en otra ocasión, Heb. 1:3. E implica la realidad de la esencia divina, Juan 1:1, 2. Así que cuando Dios se sale, se manifiesta en su gracia, tiene su forma y esencia reales, ya que no puede manifestarse como Dios y no serlo. Él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Así, aun estando en posesión de todas las perfecciones divinas, pues el Hijo de Dios era igual a Dios, Juan 5:18. Y si hubiese venido como tal a la tierra, no habría sido como alguien que se aferra a hierro candente. No. Lo habría hecho con poder, fuerza y gloria. Pero no tubo en cuenta su estado y se humilló hasta el extremo que veremos en el v siguiente:

  Fil. 2:7. Sino que se despojó a sí mismo, se vació, pues este es el mejor sentido del original griego. Y esta es la idea que expresa Pablo en 1 Cor. 15:10. Sí, vaciarse, además de forma voluntaria. Este despojarse lo constituye el hecho real de la humillación propiamente dicha, por la cual el Hijo de Dios bajó de lo infinito a lo finito. El hecho de adquirir forma de hombre le despoja de la gloria divina. ¡De manera que Dios se transforma en forma de siervo! Además, como ya hemos visto, lo es en las dos ocasiones de forma total, completa. Era siervo de Dios, Isa. 42:1, y siervo de los hombres, Mat. 20:28. Él, que era Señor de todos como veremos en el v. 11, de este mismo cap. Y de esta forma se desprende la idea de que su humanidad no era menos real que su divinidad: Tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Ya sabemos el significado formal de la palabra semejante. Y hallándose en condición de hombre, por si el detalle de humanizarse no llevara consigo suficiente lastre y humillación, aún quiso llevar su entrega a mayor profundidad. ¿Cómo…?

  Fil. 2:8. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente fiel hasta la muerte, aunque era por naturaleza Dios debía aprender la obediencia por las cosas que padeció, Heb. 5:8. Y llevar esta obediencia hasta el sacrificio entero de su voluntad, Mat. 26:39. Ahora, ¿hasta qué punto estaba dispuesto a obedecer? Hasta la muerte, muerte que no tenía ningún derecho sobre Él, ¡y muerte de cruz! La más cruel e ignominiosa de todas las muertes. ¿Y dónde radica la humillación de la obediencia? ¡En que jamás antes había obedecido a nadie! Aquí sí, debemos notar dos verdades importantes de la doctrina paulina en cuando a la humillación de Cristo: (1) Qué los términos forma de Dios e igual a Dios no expresan dos atributos diferentes, sino que se complementan y se explican de forma mutua, y (2) que aunque el apóstol enseña aquí en términos claros la perfecta humanidad del Salvador, lo hace con palabras que reservan su naturaleza divina y que, sin duda, separan al hombre Jesús del resto de los humanos.

  Fil. 2:9. Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo. Esto es, le dio, le restituyó a su tiempo la gloria eterna y el ejercicio de los atributos divinos que había renunciado. Aquí hay algo bueno e interesante que notar: No sólo volvió al trono del Padre como Hijo eterno de Dios, sino como el Hombre Jesús que era, porque del mismo modo que no abandonó su divinidad al venir, así tampoco abandonó su humanidad al marchar. Y esto nos señala que si bien nuestros cuerpos aparecerán glorificados, también es cierto que nos conoceremos porque las características esenciales de nuestra naturaleza no se difuminarán ni cambiarán. Y le (dio) otorgó el nombre que es sobre todo nombre. De manera que fue investido con su antiguo nombre de alta dignidad de Soberano, Señor y Cristo.

  Fil. 2:10. Para que en el nombre de Jesús, la humanidad de Cristo antes bien demostrada, se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra. Que las rodillas de los seres celestiales se doblarán ante la gesta del Hijo del Hombre, no tenemos ninguna duda. También sabemos del total reconocimiento que le darán los humanos. Pero, ¿que hay de este extraño acatamiento de los seres de abajo, de los seres subterráneos? Es la hora, digámoslo ya: ¡Las huestes infernales y satánicas también se arrodillarán en su día y en su momento!

  Fil. 2:11. Y toda lengua confiese para la gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor. Así que la confesión de que el Cristo es nuestro Señor es para la gloria de Dios Padre. Porque no podemos olvidar que Dios y todas sus perfecciones han sido hechas y manifestadas en Cristo y en su obra. Esta es la firme esperanza del cristiano. Pero para llegar a la meta sólo hay un camino: el renunciamiento y las humillaciones que Cristo siguió y padeció. No hay otro.

  Fil. 2:15. ¿Todo lo dicho hasta ahora para qué? Para que seáis irreprensibles y sencillos, unos hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida, mala y perversa, en la cual vosotros resplandecéis como luminarias en el mundo.

 

  Conclusión:

  Es nuestro destino: ¡Todos hemos de dar luz indicando el duro camino de la cruz!

  ¡Qué Dios nos ayude!