Monthly Archives: octubre 1993

5.1 EL AMOR A JESÚS

Cinco de enero

Juan 12:1-8

¿Cómo es nuestro amor a Jesús? ¿Miramos el coste de las cosas que damos a Jesús…? En la cena de amigos que describe el pasaje sugerido ocurrió una cosa insólita o, cuando menos, algo que no era corriente y que, de alguna forma, nos puede ayudar a encontrar el ideal de nuestras propias respuestas.

Veamos:

Un poco antes de Pascua (la última para Jesús) se reunieron en Betania para cenar los hermanos Marta, María, Lázaro, todos los apóstoles y el mismo Jesús. Era una cena extraña en la que cada comensal podría estar ensimismado en sus propios pensamientos:

Lázaro, el dueño de la casa, un resucitado, celebraría su suerte sin creérsela del todo y agradeciendo a Jesucristo su gesto sin grandes aspavientos. ¿Estaba amando, no? Pues cada vez que el Maestro pasase por el pueblo de Betania podría descansar allí y reponer fuerzas… ¿qué más podía hacer?

Marta, su hermana, bastante trabajo tenía con preparar la cena para tanta gente y servirla dignamente haciendo todo lo posible para que su invitado y sus amigos se encontrasen relajados y cómodos. ¿Se le podía pedir más?

Judas, el calculador, intentaría cuadrar las cuentas ignorando que el amor se mide por otros parámetros…

Para Jesús, seguro que la cosa sería distinta. Sabía que eran sus últimos momentos de paz y debía aprovecharlos no sólo amando a los demás como siempre (y más a sus amigos, Luc. 12:4), sino permitiendo que le amasen como nunca.

¿Y qué podemos decir de María que sólo recibe alabanzas de su Maestro? Luc. 10:42. Pues que, enamorada, dio todo lo que tenía e hizo más de lo que se esperaba de ella.

Y es que el amor no tiene en cuenta el valor de las cosas. Y es que el que ama y se da a sí mismo no tiene en cuenta si pierde enteros ante los demás si los gana a los ojos del Señor (María enjugó los pies de Jesús con sus cabellos a pesar de que sabía que una mujer judía no podía hacerlo por llevarlo recogido. Sólo las mujeres públicas se permitían aquella licencia. Al hacer lo que hizo estaba diciendo que no le importaba que los demás pensasen lo que quisiesen). Esto nos lleva a otra lección muy concreta: ¡A veces no amamos a Jesús porque no queremos quedar mal ante los demás!

Otra cosa a tener en cuenta en la meditación de hoy es que cuando amamos a los demás, el amor sincero se hace evidente. Mas cuando uno se da, cuando uno se entrega, todo se llena de perfume. No lo podemos evitar. Eso no debe impedirnos que amemos al prójimo a discreción o, cuando menos, que siempre estemos listos para hacerlo a la manera de Dios, Ose. 11:4, de quién somos hijos por Cristo, 1 Jn. 4:7-10, y, por lo tanto, capaces de semejantes empresas.

Además, hemos de tener en cuenta que la actitud del hombre no determina la cantidad del amor de Dios, que siempre es directo, completo y suficiente y que, a su vez, se deja amar y adorar ya sea en su persona o en la de su Hijo. Y, desde luego, permite que amemos al ser humano que lo necesite sin pararse a meditar si se lo merece o no. De esa forma se cierra el círculo amoroso del que salimos beneficiados todos, Dios, el prójimo y nosotros. El amor del Señor Jesús obra para salvar, Rom. 5:8-11, y el nuestro para confirmar.

Un gran filósofo decía para luchar contra la prisa del momento: Cuando Dios hizo el tiempo, hizo mucho. En efecto, hay un tiempo para todo, Ecl. 3:1-8, y, claro, también para amar. Es más, amar a Jesús y a sus pequeñitos, Mat. 25:34-40, es una forma de vivir, por lo que debemos estar dispuestos a hacerlo siempre. Así, más que amarlo en ocasiones únicas, especiales, en cenas más o menos ocasionales, debemos hacerlo cada día y sin valorar el coste de los posibles esfuerzos. Cuando uno ama a Jesús se da de forma total, sin esperar nada a cambio, aun a riesgo de que los demás no sepan interpretar ni a nosotros ni a nuestras acciones.

4.1 LO NUEVO Y LO VIEJO

Cuatro de enero

1 Jn. 2:7-17

Desde el inicio de todos los tiempos, el ser humano ha sentido atracción por lo nuevo. Es natural, parece como si en lo nuevo tuviésemos la oportunidad de dejar impresa nuestra huella sin demasiadas influencias ni vicios anteriores. Así, desde pequeños elegimos el juguete nuevo, el más vistoso, el que hace más ruido… Luego, hacemos lo mismo en el trabajo, con el coche, la casa, los amigos…

Por eso no nos gusta demasiado el mandamiento antiguo que hemos tenido desde el principio. Sin embargo, el mandamiento al que Juan hace referencia es el que regula el sincero amor mutuo, 2 Jn. 5, que debe manifestarse en los corazones que han sido ya renovados por el E Santo, Rom. 5:5; Heb. 10:16, fluyendo, libre y espontáneo, hacia los objetos del amor de Dios, 2 Cor. 5:14-20; 1 Tes. 2:7, 8. Esta ley, que nos fue dada por Jesucristo, Mar 12:31, es nueva en muchos sentidos. Es una ley de libertad, Stg1:25; 2:12, que, en cierto modo, está en contraste con la ley de Moisés (ésta pedía amor, Lev 19:18; Deut 6:5; Luc 10:27; aquélla es amor, Rom. 5:5 otra vez; 1 Jn. 4:7, 19, 20, y no sólo por estar escrita en nuestro interior, 2 Cor. 3:3.

Pero, además, este mandamiento, que el propio apóstol Juan adjetiva como nuevo, v 8, y que dirige a los hijos, a los jóvenes, hasta los padres, es la clave para alumbrar en un mundo que avanza en tinieblas y, por consiguiente, para cumplir con una de las demandas del Maestro, Mat. 28:19. Sólo se nos indica que tiene una limitación: ¡No amar las cosas que están en el mundo! vs. 15-17. No sólo porque se pasan, sino porque nos alejan de la fuente que origina la luz y podemos apagarnos sin remisión. No en vano domina las antiguas fuerzas del orgullo, el egoísmo, ambición y placer que están al servicio del príncipe de las tinieblas, Mat. 4:8.

Claro, con esta práctica, amando a los imposibles, dando la espalda al mundo y a sus afanes, el creyente está solo… mas aparentemente y si no decimos por qué lloramos cada día es a causa de los desprecios que nos hacen los demás que siguen apegados a sus cosas viejas. Además, a causa de que somos pocos en los trabajos y en todo, tenemos la sensación de estar librando una batalla que no podemos ganar, lo cual es falso. El Señor está con todos nosotros y debiéramos estar contentos siempre por gozar de su santa compañía. Por otra parte, el amar a los demás tal y como se espera de nosotros nos puede ayudar mucho a evitar esa sensación de soledad.

Volviendo al tema y superando el aparente y grave escollo intelectual que representa el hecho de que el amor a los demás en un mandamiento de siempre, 1 Jn 3:11, y nuevo según el propio Jesús, Juan 13:34, según sea la teoría de la Ley o la práctica con el Hijo de Dios, debemos andar por el mundo haciendo gala de nuestro vestido nuevo, Efe. 4:24, y predicando que somos nómadas que van en busca el oasis nuevo, 2 Ped. 3:13, en el que habita y reina la justicia, para encontrar la piedrecita personificada, Apoc. 2:17, y al Rey de las naciones y de todos los que las habitan, Apoc. 19:16.

3.1 LAS VACACIONES

Tres de enero

Heb. 4:9-13

Cuando el calendario nos anuncia que se acercan las vacaciones nos preparamos a fondo para aprovecharlas al máximo. Ya se sabe, el hombre es un animal que tiene muy en cuenta el qué dirán y todo nos parece girar en torno a un intento de mejorar su imagen. Pero, aunque este tipo de preparación abarca todos los campos (desde la elección del ideal lugar de descanso hasta la financiación necesaria y las actividades a realizar), es en el aspecto personal donde empleamos más tiempo. Así, semanas antes de que se inicie el descanso (¿el cambio de actividad?) se hace lo imposible para borrar o reducir las feas redondeces que el sedentarismo ha creado en nuestro cuerpo. Queremos lucir una figura lo más cercana posible a la que la moda indica que es ideal y no regateamos los medios para conseguirla.

Entonces, si nos preparamos tan bien para las vacaciones físicas, ¿por qué no hacemos igual para las espirituales? Ah, pero lo malo es que aquí, ahora, aparece un elemento muy nuevo: ¡Dios nos ve desnudos y sin que podamos tapar o disimular los defectos! Por lo tanto, todos los medios de preparación que debemos usar para ir al reposo vacacional con cierta dignidad son unos otros que, además, están bien identificados en el pasaje sugerido.

Veamos: En primer lugar está la creencia de que existe un reposo espiritual para nosotros que basándose en la obra de Cristo (tan perfecta como lo fue la creación de todas las cosas), nos da un cierto derecho a disfrutarlo, pero a la vez introduce una veraz obligación. Desde el texto básico que estamos comentando se nos invita a que procuremos entrar en el reposo del Señor aprendiendo bien del fracaso de la generación israelita que salió felizmente de Egipto y que, a causa de su incredulidad, no entró en la tierra prometida. Segundo, como quiera que ese descanso, ese reposo, es estar ya en la real presencia de Dios, conviene que lo empecemos a disfrutar aquí, a la espera de los definitivos cielo y tierra nuevos, Apoc. 21:1. Para ello, nada mejor que sumergirnos cada día en la Santa Biblia que es viva y eficaz y más cortante que una espada de dos filos…. Sí, a través de ella, o más bien, gracias a ella, podremos limar, rebajar, eliminar, ese exceso de quilos del alma que tanto parecen afearnos, pues como ya discierne las intenciones del corazón nos puede servir de régimen perfecto. Tercero, una vez inmersos en el conocimiento que da la Palabra del Señor, que nos penetra hasta partirnos el alma y el espíritu, podemos llegar a saber cuál es su voluntad para nosotros y ponerla en práctica aunque para hacerlo, tengamos que pasar por una terapia muy rigurosa y molesta.

Con todo, los resultados de tanto esfuerzo no sólo serán visibles para Dios, sino que podrán ser observados también por nuestros semejantes que es un fin concreto para el que no debemos regatear medios.

Hay un reposo eterno, sí, para nosotros los creyentes y tendremos vacaciones; vale la pena, pues, prepararse bien, a conciencia haciendo la voluntad de Dios sabiendo que si bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos del Aquel a quien tenemos que dar cuenta…, también, que si en algo fallamos, nos va a defender el mejor abogado de todos los tiempos, 1 Jn. 2:1.

2.1 LOS ATREVIDOS

Dos de enero

Rom. 4:18-25

Lo más sobresaliente de Abraham es que tuvo la osadía de tomar la Palabra del Señor, valorarla de cabo a rabo, creer en toda ella y actuar en consecuencia (siendo de 100 años y teniendo una mujer estéril, creyó que tendría un hijo pues estaba convencido de que Dios era poderoso para hacer todo lo que le había prometido).

Desde luego, era un atrevido.

Nosotros, algo más avanzados en el tiempo y en el conocimiento bíblico, aunque tal vez con menos fe, seguro, tenemos delante nuestro un montón de promesas divinas que, aparentemente, son para otros pues no solamente no hacemos caso de ellas, sino que las ignoramos. Y sin embargo, sabemos que la Palabra de Dios no puede volver vacía, Isa. 55:11, y que, al final, se hará lo que Él quiera que se haga en nosotros… o en nuestros vecinos.

Este es el gran mal de nuestro tiempo: No hacemos caso de Dios ni de sus promesas, pasamos de todos sus cuidados, ignoramos sus bendiciones… Por eso pedimos pocas cosas en oración o, cuando menos, no le pedimos lo que El quiere que le pidamos. En efecto, no tomamos en serio las promesas del Señor y así nos va. Por el contrario, Abraham creyó que Dios haría posible lo imposible y así le fue. Esta diferencia debería hacernos pensar. Y entender, sobretodo, que Él quiere estar en permanente contacto con todos nosotros para hacernos saber sus planes, valorarlos y participar en todas y cada una de sus bendiciones… ¡Quiere diálogo!, dicen algunos. Cierto, por eso hacemos mal cuando nos cansamos de insistir en las peticiones en contra del ejemplo dejado por aquel patriarca (recordemos aquella conversación que tuvo con el Señor intercediendo por Sodoma, Gén. 18:23-33) y de las elementales normas de la convivencia espiritual.

Hemos de ser atrevidos y ver las cosas que no se ven, 2 Cor. 4:18, pues al decir del mismo Pablo las que se ven son temporales y las que no, eternas. Así que, hemos de tener confianza en los hechos del Señor a pesar de que muchas veces creamos que nosotros lo haríamos incluso mejor. El Salmista, otro atrevido de las épocas pasadas, dijo en cierta ocasión: Grande es el Señor nuestro y de mucho poder, y su entendimiento es infinito, Sal. 147:5. Él sabía por propia experiencia los resultados de sus obras y las de Dios y no tuvo ninguna duda en elegir el camino mejor reconociendo la grandeza y el poder del Creador del universo, sabia y excelsa característica que envuelve en esa pincelada de humanidad que parece representar el entendimiento y la enorme comprensión de Dios que están ahí por si algo sale mal y no llegamos a la altura que se espera de nosotros.

Hemos de ser fieros azotes de la injusticia, paladines de las viudas, huérfanos y desesperados, firmen defensores de la verdad, trabajadores de primera, familiares muy ejemplares, unos ciudadanos responsables y, sobre todo, buenos y atrevidos hacedores de la voluntad de Dios.

Hemos de confiar en los métodos divinos y olvidarnos de que nosotros y nuestros recursos harían mejor las cosas. Es que un atrevido vivo es capaz de hacer cosas más extraordinarias si toma la Palabra de Dios, si acepta su reto, si vive con reverencia, entrega y dependencia a sus designios y si llama a las cosas por su nombre en un intento de concienciar a los demás para que, a su vez, lleven una ida más justa y más acorde con el fiel Reino de Dios.

A veces el mundo nos da lecciones y nos va por delante. Mirar, la falta de información masiva que sufren las mujeres acerca del cáncer de mama, debió ser lo que decidió a aquella gran escultora norteamericana Matushka a ofrecer, como firme portada del semanario The New York Times, una fotografía suya en la que nos enseñaba su seno derecho extirpado… Desde luego, desde este punto de vista, Matushka es una mujer valiente, una atrevida, que llama a las cosas por su nombre en un intento de advertir a las mujeres modernas de lo que les puede pasar a menos que no se hagan una revisión médica anual para detectar la enfermedad.

Esta es la clase de atrevidos que estamos echando a faltar: Unas gentes que como Abraham, se apropian de las promesas de Dios y viven como si éstas ya fuesen reales, siendo consuelo a todos los demás denunciando el mal, aplaudiendo el bien y, sobre todo, practicando la verdad que es el símbolo de la moderna libertad, Juan 8:32.

1.1 LA GENTE QUE DEJA HUELLA

Uno de enero

Luc. 19:1-10

Todos conocemos a esa gente que no ha sobresalido en nada, pero que nos ha ayudado mucho, que siempre ha estado a nuestro alcance, a nuestra disposición. Sí, todos recordamos muy bien y con una cierta melancolía no exenta de fiel agradecimiento aquel apretón de manos oportuno, aquel golpe de ánimo en un hombro, aquella palabra sencilla, aquel saber oír y hasta aquella mirada comprensiva…

Y es que gente así no hay mucha y sus actos escasean. Por contra, la hay importante, real o no, cuya presencia es limitada, fugaz, sin interés alguno. Son personas que están porque tiene que haber de todo el la viña del Señor, pero pasan desapercibidas o sirven de contrapunto a la gente, normal o no, esa es la verdad, que deja huella en el campo de las relaciones humanas.

El cristiano pequeño como Zaqueo (no nos referimos a la altura física, sino a la juventud, frescura y ganas de hacer del que se siente y actúa impulsado por aquella fuerza del llamado primer amor), es el que más ayuda. El publicano, después de tener una entrevista personal con el Maestro Jesús, manifiesta su deseo de ayudar renunciando como mínimo a la mitad de sus bienes y devolviendo cuatro veces el valor defraudado de lo que llegase a tener conocimiento. Este es el Camino. Salvando las distancias, este cristiano pequeño, el de a pie, como Zaqueo, es el que más ayuda y el que deja una huella más profunda en nuestro corazón.

Por eso nosotros, los cristianos viejos, los que tenemos la piel de la conciencia agarbanzada por todos los años y por las coces de cientos de batallas, hemos de volver a los orígenes y apoyar más a los hermanos y a sus pequeñas cosas pensando que con unas piedrecitas se puede llegar a hacer una gran montaña. Es verdad que muchas veces las personas que tratamos de ayudar no sólo no aceptarán nuestra ayuda, sino que nos marginarán como hicieron con el Zaqueo convertido. Pero es igual, hemos de permanecer con la mano extendida sabiendo que alguien la estrechará agradecido; hemos de interesarnos por aquellos problemas ajenos sabiendo que alguien saldrá reconfortado… Además, los seguidores de Jesucristo hemos de aparentar aquello que decimos ser. Magritte, un pintor surrealista inteligente, pintó un cuadro que representaba una pipa y debajo de ella escribió con enormes letras: ¡Esto no es una pipa! El cristiano que no vive como tal, tampoco es cristiano.

Conviene recordar que Dios está con nosotros siempre y que crea sin cesar las condiciones para que dejemos huella en el entorno a la manera de los más grandes ejemplos, Heb. 11:32-38 o de los pequeños testigos, Mat. 25:21; Luc. 19:17, que todo vale si sirve para engrandecer el Reino de los Cielos. En Enciso (La Rioja) se han cumplido todos los requisitos necesarios para la conservación de las huellas de aquellos dinosaurios que parece que vivieron en la tierra hace tiempo, puesto que se han descubierto, estudiado y catalogado más de tres mil pisadas a través de las cuales, los paleontólogos llegan a conclusiones alucinantes, como el peso del animal, la longitud de la zancada, la velocidad a que caminaba, si era carnívoro o herbívoro, etc., etc. Bien, no pretendemos llegar tan lejos (aunque en algún aspecto nuestra huella resulta eterna), pero si nuestro testimonio, conservado en la fuerza de Cristo, llega a ser ejemplar para uno de nuestros semejantes y le hacemos cambiar de vida, ya estaremos cumpliendo con nuestro ansiado destino porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.