Monthly Archives: febrero 1973

LA PROMESA DE UN DÍA MEJOR

Zac. 8:1-8, 11-13

 

  Introducción:

  El cap. 8 del libro del profeta Zacarías describe bien a la ciudad perfecta. ¿De qué ciudad se trata? La Jerusalén celestial, claro. Pero sin embargo, el joven está hablando a los moradores de la terrenal, de la ciudad entonces sitiada. ¿Cómo iban a creerle? ¿Aquella ciudad en ruinas pisada por algún que otro centenar de antiguos cautivos, iba a resultar prototipo de bienestar? Ellos sabían la historia y nosotros que aún sabemos más, decimos y afirmamos que una ciudad sin peligros y bendita sólo podrá ser realidad cuando el hombre cambie de ser, de naturaleza.

  Echemos un vistazo a la historia de la Jerusalén terrena: La ciudad fue tomada muy tarde por David, 2 Sam. 5:6-9. Salomón construyó el templo. Cuando las diez tribus se separaron, fue la capital del reino del sur o de Judá. Fue tomada varias veces al asalto, hasta que fue deshecha por Babilonia. Después de 70 años, en el 536 aC, muchos judíos regresaron con Zorobabel, Josué y Zacarías, época en que está ubicada la lección, quienes hicieron mucho por devolverla su antigua esplendor. En el 332 aC, la urbe se rindió a Alejandro Magno de Macedonia. Después de su muerte, Tolomeo Soter de Egipto, general de aquél, la tomó un sábado abusando del escrúpulo que sentían los judíos por pelear en ese día. Corría el año 320 aC. En el año 179 aC, cayó en poder de Antíoco Epífanes y fue arrasada y dedicada al culto de Júpiter. En el 1163 aC, recobró su independencia bajo el mando de los Macabeos. En el 63 aC, fue tomada de nuevo por Pompeyo, el Romano. En el 54 aC, Herodes quiso devolver su antiguo esplendor y gastó cuantiosas sumas culminando su obra con la reedificación del templo que fue acabada en el año 20 aC. En el 33 dC, fue crucificado nuestro Señor y en el 70 dC, fue de nuevo arrasada por Tito, instrumento del Señor Dios por aquello que dijeron los judíos: ¡Su sangre (la de Cristo) caiga sobre nuestras cabezas! ¡Y la nación judía dejó de existir como tal! Adriano, en el año 135 dC, la cambió el nombre por el de Elia Capitolina y prohibió acercarse a los judíos bajo la pena de muerte. En el año 326 dC, Constantino la volvió a dar el nombre de siempre y su madre Helena construyó dos iglesias famosas: La de Belén y la del Monte de los Olivos. En el 614 dC, fue tomada por Chosroes II, rey de Persia. En el 627 dC, Heraclio derrotó a los persas y volvió a ser colonia griega. En el año 637 dC, fue tomada por el califa Omar y estuvo bajo el dominio de los árabes hasta el año 1089 dC, en que fue conquistada por los cruzados al mando de Godofredo de Bouillón. En el año 1187 de nuestra era, Saladino, sultán de Oriente, la tomó gracias a la traición del conde de Trípoli. En 1242, fue regalada a los príncipes latinos por Ismael, emir de Damasco, pero la perdieron de nuevo en 1291 a manos de los sultanes de Egipto que la conservaron hasta 1382. Selim, el turco dominó Egipto, incluida Jerusalén y bajo el reinado de su hijo Solimán se reconstruyeron las murallas que aún hoy mismo se pueden admirar. Estuvo bajo el dominio de los turcos hasta el año 1919 en que fue capital del protectorado británico. Por fin, en el año 1948, la ONU, permitió la creación de un Estado moderno de Israel que la hizo su capital en el año 1950. Sin embargo, la ciudad estaba en manos de Jordania en su mayor parte y la capitalidad del país pasó a Tel Aviv. Aunque recientemente, la ciudad ha sido conquistada casi totalmente por los hebreos… ¿hasta cuándo?

  Recordemos que Jerusalén ha sido tomada y saqueada hasta sus cimientos 17 veces… ¡Ésta pues no podía ser la ciudad donde los niños y ancianos paseaban por sus calles sin peligro!

 

  1er. Punto: La promesa para el pueblo de Dios, Zac. 8:1-6.

  Zac. 8:1, 2. Aquí han terminado las visiones del profeta. Y ya está preparado. En adelante Dios le hablará igual que a los otros profetas: Yo tuve un gran celo por Sión; con gran enojo tuve celo de ella. Este pueblo que se sentía defraudado, ¿sufría el capricho de Dios o la simple consecuencia de su pecado? ¡Lo segundo! Mas, ¿qué significan este celo y esta ira? El Señor va a obrar ya en favor de su pueblo. Con celo, tesón y calor. Es algo que ya ha decidido y nada ni nadie lo hará cambiar. El Nuevo Nacimiento se está gestando. Es ya un hecho listo, irreversible. Este celo de Dios tiene un aspecto positivo que es su amor por el nuevo Sion, en el que estamos inmersos e involucrados todos los salvos, pero como en todas las cosas, existe un adverso de la medalla que no es otro que su ira contra el pecado. Además, aquí está presente aquella promesa de: ¡Ay de las naciones que toquen un pelo de uno de mis hijos! Los que corren a nuestro alrededor en dirección contraria y nos ajan y molestan con sus roces, están para eso, para hacer mejor temple de nuestro acero, pero ¡ay de ellos!

  Zac. 8:3. Sabemos que Ezequiel tuvo una visión de la gloria de Dios saliendo de Jerusalén porque Él no podía soportar más su pecado y su desobediencia, Eze. 10:18, 19. Y ahora, después de 70 años de cautiverio, Zacarías recibe el mensaje de que Jehovah va a volver a la ciudad. Sin embargo hay un matiz diferente. Salomón y el pueblo se empeñaron en ceñir a Dios en el templo únicamente, pero la criba de la esclavitud había cambiado las cosas. Zacarías y los grandes profetas con él sabían que Él mora en otras partes y que es menester adorarle en espíritu y en verdad donde quiera que sea necesario. Ya no moraba en casa de piedra, sino que quería hacerlo en casas de carne, en los corazones del pueblo. Esta era la diferencia. Y este es el cambio pensado y prometido para la ciudad. El dicho reza así: Cambia a todos los hombres y conseguiréis cambiar a la ciudad entera. Así que Jerusalén tendrá un nuevo nombre que añadir a su lista: Ciudad de verdad, porque allí se practicará y enseñará la verdad. De todas formas existirá el monte donde se podrá adorar en común a Dios porque será un monte dedicado por completo a su Santidad.

  Zac. 8:4, 5. Si comparamos este cuadro con nuestras ciudades, veremos que aquella sí que será una urbe pacífica. En la Ciudad Eterna habrá cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Y si a estos cortos vs. añadimos aquellos otros de Apoc. que dicen que el cordero se paseará con el león, la visión de una ciudad de paz y en paz no puede ser más perfecta. Ahora bien, ¿cómo puede llegar a ser realidad una verdad así? ¡Dejando que Dios sea el centro y motivo de la ciudad y de sus moradores! No nos quepa ninguna duda, el cumplimiento de esta promesa será un milagro y maravillará al mundo. Si es utópico para todos los hombres llegar a pensar y mucho más realizar este ideal, ¿lo es para Dios? Veamos lo que dice la Biblia:

  Zac. 8:6. Quizá muchos contemporáneos del profeta creyesen que esto era un sueño demasiado maravilloso para ser verdad. Ser sentían tan poca cosa y estaban tan desanimados, pobres e indefensos que no podían creerlo… ¿Y nosotros? No podremos creerlo tampoco si no nos consideramos parte del remanente del pueblo por la gracia del Señor. Sin embargo, los pocos judíos que volvieron del cautiverio son llamados cariñosamente por el Padre: Remanente. En efecto, Amós e Isaías decían que el juicio de Israel no sería total, sino que quedaría un remanente con el que volver a empezar de nuevo la santa obra de salvación por medio y a través de Él. Del mismo modo, por su gracia, como adoptivos, formamos parte del citado y selecto remanente. ¿No es maravilloso a nuestros ojos que el Señor pueda crear este tipo de ciudad? Sí, no nos engañemos para Él no hay nada imposible, leer Gén. 18:14.

 

  2do. Punto: La salvación para el pueblo de Dios, Zac. 8:7, 8.

  ¿Quién es el que salva? Jesús y el Padre, un solo Dios, Hech. 4:12. Parece que si Dios no actuara, no diera los primeros pasos, seguiríamos en este triste mundo solos, perdidos, abandonados, dispersos y perseguidos. Pero, gracias le sean dadas por su misericordia, dice: ¡Yo salvo! En otras palabras: Yo traeré el remanente de la tierra de Oriente, es decir de Babilonia, de la tierra donde se pone el sol, de Egipto, de España y de todos los países del mundo… Todos los esparcidos por el viento del mal podrán volver a la tierra prometida a gozarse con las altas bendiciones de Dios, ahora, eso sí, es necesaria fe para dejar todos los bienes y posesiones de uno y ponerse en camino. Dijimos el otro día que la fe es el vehículo capaz de transformar nuestra vida y llevarnos al lugar de su motivo y razón. Tener fe en la existencia de esa ciudad, es marchar, es vivir ya en sus calles y plazas. Cuando Pizarro hizo pasar, traspasar la línea que había hecho en la arena con su espada, a los trece valientes de la historia, ya veían y hasta disfrutaban de las riquezas de las siete ciudades de Cibola. ¡Las dificultades del camino no cuentan!

  Zac. 8:8. Este es el centro de la promesa: Relación familiar entre Dios y su pueblo. No seremos extraños, sino que seremos miembros de su gran familia. Vamos a confiar en Dios con una fe pura y una obediencia completa y el Señor, por su parte, va a cumplir sus promesas hasta el último detalle. Cristo nos lo dejó dicho bien claro: Yo soy en buen Pastor y conozco mis ovejas, las mías me conocen y ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer, Juan 10:14; 15:15.

 

  3er. Punto: Prosperidad para el pueblo de Dios, Zac. 8:11-13.

  Zac. 8:11. Es verdad que han cambiado las circunstancias. Pero la naturaleza de Dios, no. Tuvo que castigar a gentes anteriores a causa de su pecado, pero todo ese celo en castigar bien puede cambiarse en bendecir y hacerlo plenamente.

  Zac. 8:12. Una era de paz completa está a punto de nacer, de iniciarse. Pero, no lo olvidemos. Sólo aquellos que tengan la suficiente visión para verlo ahora, podrán gozarlo en el futuro. El mundo ha pasado, pasa y pasará por muchos desastres y guerras, pero los propósitos de Dios siguen adelante por medio y a través de sus seguidores. Sí, nuestro Señor está obrando en la historia actual: ¡Somos el pueblo escogido por Él para dar fe de la existencia de una ciudad de paz y gloria!

  Zac. 8:13. En otras palabras: ¡Por vuestra sola causa tuve que castigar a otras naciones que os castigaron a su vez! La ruina total de Israel fue la causa y origen del dicho árabe: ¡Qué Alá nos impida calzar la sandalia israelí! Desde ahora la situación va a cambiar: Os libraré y seréis bendición. Dios sacó a Abram de su casa para que fuese bendición a sus vecinos, pero sus hijos y descendientes no lo entendieron así y Dios tuvo que enviar a su Hijo como motor de una nueva Salvación. El principio es el mismo: ¡No somos salvos para guardar bendiciones para nuestro uso exclusivo, lo somos para servir de focos de bendición a los demás!

  Por último, las directrices a seguir mientras estemos de paso en este valle de lágrimas: No temáis… Hay que ver el éxito final. Hay que correr la carrera que nos queda por delante viendo al Mantenedor de los Juegos como ya nos espera a cada uno de nosotros en la meta. Esfuércense vuestras manos. Así, como siempre, Dios quiere que demos el primer paso. Y Él, sin duda, va a bendecir nuestra labor y nos hará capaces de terminarla con éxito.

 

  Conclusión:

  ¡Corramos ya hacia la Ciudad Eterna, sólo allí podremos descansar! Sólo así seremos motivo de asombro y hasta maravilla para muchos inconversos. Sólo así podremos ser útiles a los demás: En aquellos días acontecerá que diez hombres de todas las lenguas de las gentes, trabarán de la falta de un judío, de un creyente, diciendo: ¡Iremos con vosotros porque hemos oído que Dios está a vuestro lado!

  ¡Amén!

DIOS OBRA POR MEDIO DEL PUEBLO

Zac. 1:1-3; 4:1-10a

 

  Introducción:

  Uno de los peores enemigos de cualquier grupo o congregación cristiana moderna es la indiferencia, padre de la apatía y hasta nieta de la desgana. En muchas ocasiones tenemos la tentación de decir: Cómo no podemos hacer nada, ¿para qué intentarlo? Es natural, pues en estas ocasiones sólo contamos con nuestras fuerzas y por eso fracasamos. En Hag. 1:6, leemos: El que anda a jornal, recibe su jornal en trapo horadado. No hay otro pago para aquel que esconde su talento por el miedo a perderlo… Así cuando era reciente nuestro primer amor éramos agresivos, vivos, activos, valientes y cuando empezábamos algo en el nombre del Señor, él nos ayudaba a llevarlo a buen término. ¿Qué nos está pasando? Hacemos campaña tras campaña, pedimos voluntarios para repartir folletos o para predicar, y ¿qué nos responden? ¡No puedo hacer nada! Tengo tan poco tiempo… tan poco dinero…

  Hoy vamos a estudiar la lección dada por un joven profeta que animó a su pueblo el cual estaba triste y desmoralizado. Todo el libro de Zacarías está lleno de las visiones destinadas a enseñar que Dios no ha olvidado a su pueblo y, que por lo tanto, está obrando en el mundo a pesar de que nos obstinemos en no verlo. En un mundo en el cual se acostumbra a resolver los problemas por la fuerza militar o la económica, Él proclamó que el poder más poderoso y más grande del universo es el Espíritu de Dios. El profeta, estaba convencido cada día de que el Señor estaba obrando en el mundo y que, además, iba a terminar de forma feliz lo que había comenzado. Pero, notemos las circunstancias. Estaba hablando a un pueblo que había perdido la esperanza en su futuro y con su mensaje de fe y victoria les decía que ya era hora de levantarse y empezar el trabajo. Les decía que si ellos hacían su parte, Dios pondría todo lo que faltaba.

 

  1er. Punto: El mensaje de Zacarías, Zac. 1:1-3.

  Zac. 1:1. Hijo de Berequías y nieto de Ido el sacerdote, llamado ya hijo de Ido en Esd. 5:1 y 6:14, y sucesor suyo en el real sacerdocio, Neh. 12:4, quizá por motivo de la muerte de su padre Berequías. Zacarías es el undécimo de los llamados profetas menores. Nacido en la cautividad de Babilonia, regresó a Canaán con Zorobabel y Josué, el sumo sacerdote, y empezó a profetizar desde muy joven, Zac. 2:4, en el segundo año de Darío, como ya hemos leído, en el año 520 aC., en el mes octavo y dos meses después de que lo hiciera Hageo. Con éste, animaban al pueblo que había sido liberado a que reanudasen la construcción del gran templo de Jerusalén, iniciada en tiempo de Esd. 5:1, y aletargada por la hostilidad de los vecinos samaritanos.

  El nombre de Zacarías significa en he Jehovah recuerda. Una definición que nos parece un símbolo a su valiente fe. Valiente porque luchó contra un pueblo que se creía ya olvidado en vez de escogido. En este v. vemos a otro hombre que sí estuvo atento al mensaje del cielo. Al igual que Jeremías, Ezequiel, el mismo Hageo y tantos otros.

  Zac. 1:2. Esta primera revelación del Señor no llegó por medio de una visión como las siguientes, ocho en total, sino que vino al profeta en forma de palabra de Jehovah. Pero el inicio del mensaje es duro. Dios se había enojado en gran manera con las generaciones anteriores. Desde el punto de vista del Señor, el cautiverio sufrido y la destrucción de la ciudad de Jerusalén no era un desastre tan terrible ni mucho menos definitivo, estaba claro que había sido por causa o como consecuencia directa del pecado de sus padres.

  ¡Dios quiso ser su Salvador y le eligieron como Juez!

  El profeta no quiso que su generación se olvidara de la justicia de Dios y en sus primeros ocho caps les habla del mismo tema que Hageo. El pueblo debe levantarse pronto para construir el templo. Y cuando lo hagan, Dios será a la ciudad: un mundo de fuego alrededor y estará en medio de ella como su Gloria… porque el que os toca, toca la niña de su ojo, Zac. 2:5-8. La obra tiene que hacerse, pero no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehovah de los Ejércitos, Zac. 4:6.

  Como ya hemos dicho antes, mucho de esta profecía se expresó en imágenes en medio de visiones: La visión de los caballeros de Dios, la de los cuatro cuernos y de los cuatro guerreros, del hombre con la línea de medir, el candelabro de oro (que luego estudiaremos) y los dos olivos, el rollo volante y los cuatro carros, entre muchas otras. Todas ellas tienden a lo mismo y el cautiverio del pueblo nos enseñó una lección muy importante: La obediencia a Dios nos trae bendición y vida mientras que la desobediencia, trae ruina y muerte.

  Zac. 1:3. Con este v. entramos de lleno en la doctrina de la reconciliación. Podemos decir que nuestro profeta comenzó su carrera como un evangelista de lo más puro. Sin embargo, es el mismo llamamiento que usaron en su día, en otras fechas y generaciones anteriores, Amós, Oseas y otros voceros y profetas mayores y menores: ¡Volveos a mí!, dice Jehovah. Su significado en hebreo no puede ser más revelador: Volver a mí, es dar media vuelta, arrepentirse, convertirse, cambiar la manera de vivir y correr en la dirección buena, adecuada. Pero esta llamada al pueblo choca contra el muro de su actitud y, desde luego, es un toque de clarín para que el pueblo cambie de vida y conducta.

  El v. es bien simple y contiene una hermosa promesa. Si el pueblo deja a un lado su apatía e indiferencia, el Señor va a derramar sobre él su bendición. Además, vemos, observamos que el Señor mira al corazón del hombre, llegando al lugar dónde uno guarda sus pensamientos más secretos. Él ha visto en los judíos los comienzos del espíritu rebelde que trajo la ruina a sus padres: No han colaborado en la construcción del templo por pensar que ya no era tan importante y lo que es peor: ¡Qué jamás lo terminarían! Pero Zacarías les dice que deben meditar mucho sus caminos porque hasta el momento presente no van bien, no andan bien. Sin embargo, su mensaje no es negativo. Más bien al contrario, es positivo a todas luces. Al igual que en Eze 18:30-32, recuerda al pueblo que si todos ellos se vuelven a Dios, Él se volverá hacia ellos con todas las riquezas de su Gracia.

 

  2do. Punto: La visión del candelabro, Zac. 4:1-5.

  Zac. 4:1. Es por medio de ocho visiones en una noche que Dios asegura al profeta de que era falso el mal concepto que el pueblo tenía de que el Señor no hacía nada para ayudarles. Los judíos habían basado su apatía en la obra de restauración del templo diciendo que Dios les había abandonado a su suerte y no hacía nada para ayudarles en la reconstrucción de su amada patria. Mediante estas ocho visiones, Zacarías llegó a la clara y rara conclusión de que la verdad era precisamente todo lo contrario: ¡Dios sí que estaba trabajando por su pueblo! A veces, su labor nos parece silenciosa e invisible, pero al fin su causa triunfará. En esta lección sólo podemos estudiar una de esas claras visiones: La del candelabro de oro y los dos olivos. Así que tras ver y entender cuatro de estas visiones, el profeta cayó en un profundo sueño. Era lo normal, poneros en su lugar. La tensión nerviosa debió ser grande y máximo teniendo en cuenta que soportaba la visión de un ángel. Se durmió, pues, completamente agotado. Pero el propio ángel le despierta como uno lo hace con un amigo dormido. Tenía aún algo importante que enseñarle:

  Zac. 4:2, 3. Zacarías vio un enorme candelabro semejante al que se usaba en el tabernáculo, Éxo. 40:24, y algo más tarde en el templo de Salomón, 1 Rey. 7:49. Tenía siete lámparas de aceite que ardían por medio de una mecha. El número siete significaba perfección entre los hebreos. Así que, siguiendo esta idea, el candelabro era perfecto, pues no le faltaba ni le sobraba nada. El aceite alimentaba a las siete lámparas por medio de tubos que bajaban de un depósito situado sobre el candelabro propiamente dicho. Este depósito, a su vez, era llenado a través de canales que venían de dos grandes olivos situados el uno a la derecha del depósito y el otro a la izquierda.

  Zac. 4:4, 5. Nuestro profeta se quedó tan asombrado con esta la visión como nosotros lo hubiésemos estado, y preguntó al ángel: ¿Qué es esto, señor mío? El ángel que hablaba conmigo me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y yo dije: ¡No, señor mío! El ser alado, una vez convencido de la sinceridad de su interlocutor pasa a explicarle la visión: el candelabro en sí representa la comunidad de los hebreos, es decir, el compacto grupo de seres que estaban luchando para restablecer la nueva nación de Israel. La llama representa la vida y la prosperidad de esa comunidad (mientras la llama arda habría vida en todo el grupo). Los dos olivos, por último, representaban la firme autoridad religiosa y civil de la elite de la comunidad, v. 14. ¿Quiénes eran en aquel tiempo? Uno era Zorobabel, el gobernados civil y el otro Josué, el sumo sacerdote.

  La lección aplicada a nuestros tiempos también es bien simple. Dios obra hoy día por medio de personas santas y consagradas, puesto que el pastor, la autoridad religiosa en cada iglesia, no puede hacerlo todo: hace falta personas comunes que a través de sus testimonios y trabajos, traten de ensanchar la hermosa causa de Cristo. Pero como decíamos al principio, debemos sacarnos la túnica que nos impide hacer la carrera que nos es propuesta. ¡Un cristiano parado es un cristiano muerto! Para correr es menester dejar la carga del pecado, Heb. 12:1, esa ropa exterior que nos impide avanzar con soltura.

 

  3er. Punto: Palabras de ánimo para Zorobabel, Zac. 4:6-10a.

  Zac. 4:6. Aquí el Señor señala al gobernador y a nosotros, que aunque él no disponía de un gran ejército ni tesoros en sus arcas, podría obrar a través de Él para levantar de nuevo con poder a la nación de Israel. La fuerza física no es imprescindible para hacer la obra de Cristo. Al revés, muchas veces la fuerza y la sabiduría humanas fracasan mientras que siempre, el Espíritu de Dios sale victorioso pues obra en los corazones día y noche en cualquier parte del mundo.

  Zac. 4:7. No importa si los problemas aparecen como una enorme montaña pues el Espíritu de Dios puede reducirlos a una simple llanura. ¡Él está ahí, basta con que lo queramos usar!

  Zac. 4:8, 9. La última palabra de esta visión es que el Señor siempre termina lo que comienza. En cambio, nosotros dejamos muchas veces los proyectos a medio terminar, pero no ocurre lo mismo con Él. La obra de construcción que muchos daban por imposible de hacer se va a terminar y Zorobabel, quien la había iniciado de nuevo, va a ver la inauguración final del templo. Así conoceréis que Jehovah de los Ejércitos me ha enviado a vosotros. El profeta condiciona su seguridad en Dios en el hecho de que todos verán el templo reconstruido. Cuando esto suceda, el pueblo entero sabrá que Él les ha hablado a través de Zacarías.

  Zac. 4:10a. Así que queda claro que no podemos menospreciar las cosas del Señor por pequeñas que parezcan, puesto que sólo Él sabe los resultados que se pueden conseguir. Cuando alguien lanza una pequeña bola en la pendiente de una montaña, sólo la nieve acumulada en su camino sabe lo grande que puede llegar a ser. Y por otra parte, nada de lo que hagamos por importante que nos parezca, tendrá validez si no está visada o inspirada por el Espíritu Santo.

 

  Conclusión:

  ¡Levantémonos hermanos! Es hora de salir a la mies por pocas y débiles que sean las fuerzas. Debemos brillar en el mundo, en el entorno aunque sea como lo hacen las pequeñas luciérnagas en una noche oscura. Y una cosa más. Quisiera terminar con la más hermosa promesa que nos legó el profeta Zacarías: Será un día único… No será ni día ni noche; más bien, sucederá que al tiempo de anochecer habrá luz, 14:7.

  ¡El Señor quiera obrar a través nuestro lo mismo que hizo con Zorobabel, Zacarías y tantos y tantos prohombres!

¿DE QUIÉN SOMOS TESTIGOS?

Heb. 12:1; Jos. 24:22

 

  Introducción:

  Hemos escrito y hablado acerca de la responsabilidad que tenemos delante del mundo actual de testificar; pero, ¿nos hemos preguntado alguna vez lo que hay que testificar? O más bien, ¿de quién y de qué somos testigos?

  Lo fácil sería responder que somos testigos de Cristo y del cambio de naturaleza que todos hemos experimentado gracias a su salvación, pero si hilásemos más fino, aún podríamos sacar varias perlas que añadir a nuestra particular colección espiritual.

 

  1er. Punto: La Salvación, Heb. 12:1.

  En primer lugar veamos el cómo y el por qué llegamos a la conclusión de que somos testigos vivientes, antorchas vivas, del más grande evento de todos los siglos: Nuestra propia Salvación.

  Por tanto, a la vista de todo lo dicho en los caps anteriores, ni más ni menos que el monumento a la fe del cap. 11; nosotros, ¿quiénes? Los creyentes. Pablo o el autor del libro, aquí es bien explícito. Usa la figura de la carrera atlética, tan popular en el mundo antiguo y en el moderno, para ilustrar con esa 1ª persona del plural, tiempo del v escrito, que él en primer lugar y nosotros inmediatamente detrás suyo, estamos empeñados en una lucha sorda y cruenta, en una carrera que, o nos lacerará los pies o nos romperá el corazón. Porque debemos saber que si la indiferencia ajena, si la burla de la gente que nos rodea no nos hace daño, es que estamos yendo en la dirección opuesta a la meta. También, como los patriarcas, reyes y profetas de la antigüedad descritos en el cap. 11. Así, usando la misma zapatilla, gustando el mismo oxígeno viciado, sudando la misma fe, con el mismo punto de mira y con la misma… alegría, a pesar de que en vez en cuando tengamos que levantar el brazo para sacrificar a nuestro hijo único a una señal del Señor. Teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, ¿? Parece ser que, al menos, no estamos solos en la empresa. Esta gran nube de testigos parece indicarlo. Sí, los grandes hombres que han quedado grabados en la historia gracias a su fidelidad, están presentes dándonos su apoyo total. Porque una buena traducción de la palabra “testigo” usada aquí pudiera ser: Uno que puede afirmar lo que ha visto y oído. Así que corremos sabiendo que somos observados y lo que es más importante, su clamor se esparce, se filtra en el ambiente dando alas a nuestros pobres pies. Porque, justo es decirlo, están aún testificando en lo tocante a su fe gracias a la Palabra Escrita y nos inspiran diaria y constantemente con lo que han hecho por Dios. Así, a la vista de que tenemos una nube de testigos que nos dan voces de ánimo en todo momento con su fe, corramos con paciencia, perseverancia, o como diría el Diccionario: Sosiego en la espera de las cosas. No debe importar tanto lo que vayamos avanzando como el hecho de hacerlo, correr en la dirección adecuada. Pero, además, con sosiego interior esperando sólo la corona triunfal y encima, sonriendo a pesar de las burlas de aquellos que nos rozan al pasar junto a nosotros corriendo en la dirección opuesta. Por fin y además, hablando al correr. Claro, indicando con el gesto la dirección a seguir, sin dejar traslucir en el rostro el sufrimiento moral que engendra el luchar contra esa corriente; consolándonos por el hecho de ver los que corren a nuestro alrededor hacia la misma meta, corriendo con garbo la carrera que nos ha sido propuesta, o lo que es mejor, la carrera que aún queda delante de nosotros. Eso sí, quitándonos el peso del pecado que nos rodea. Quitándonos la túnica que nos pesa, agobia, única condición impuesta para participar.

  Ahora bien, ¿de dónde viene la necesidad de participar?

 

  2do. Punto: La encrucijada, Jos. 24:22.

  Justo al terminar su ministerio, Josué presenta al pueblo una encrucijada que sólo conduce a dos caminos: O de espaldas a Dios hacia la muerte o frente a Dios hacia la vida. No les deja ningún resquicio para la evasión, la indiferencia o el pasotismo. A Jehovah serviremos, dice todo pueblo a una sola voz. Y Josué responde: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de lo que habéis hecho, habéis elegido a Dios para servirle. Así que ellos responden: ¡Testigos somos! Una sabia y justa respuesta. Habían elegido la única forma de vivir para siempre.

  Nosotros los salvos, también hemos elegido vivir así, de manera que somos testigos contra nosotros mismos. Ahora bien, si ya hemos llegado a la conclusión de que el hecho de ser testigos implica afirmar lo que hemos visto y oído acerca de lo que Jesús ha hecho con nuestras cortas vidas, si hemos aceptado que este testificar sólo se puede demostrar andando, fácilmente podremos añadir que sólo podremos ser fieles y consecuentes con nosotros mismos cuando aceptemos de facto la real responsabilidad que tenemos delante del mundo y nos lancemos a la pista de la vida a enseñar nuestras artes y actitudes de servicio bajo la fiel y comprensiva mirada de unos espectadores que nos precedieron y el justo y sano juicio del Hacedor y Mantenedor de los Juegos.

  Una cosa más. La pista de cemento, tierra, ceniza o tartán sobre la que corremos es, a todas luces, apta para la buena carrera. Unos testifican en forma de misiones muy lejos de sus hogares, lejos de la seguridad de sus posesiones, sin mirar atrás. Otros lo hacen en situaciones en que las burlas, el desprecio e incluso la violencia física les roza tratando de ahogarles. Otros más, lo hacen en lugares rocosos donde, a la simple vista humana, jamás se puede tener éxito alguno. Y todavía existen otros más que se desenvuelven entre las muchedumbres de las urbes tratando de brillar con cierta desesperación como sencillas luciérnagas en la terrible noche de los tiempos… pero unos y otros corren con cierta paciencia… hacia ese premio que, no por repetido, se hace menos verídico.

 

  Conclusión:

  ¡He aquí nuestro reto! He aquí la encrucijada… ¿Y qué vamos a hacer? No esperemos que el Señor intervenga de forma personal otra vez. ¡Ya es nuestra hora! Somos testigos contra nosotros mismos por el hecho de haber aceptado la salvación que nos fue ofrecida de balde. Sí, sí, mueve la cabeza. A tu derecha, a tu izquierda, detrás y delante tuyo está la mies. No permitas que alguien, a quien conocemos bien, nos señale con el dedo en la gran reunión final, diciendo: ¡A ese le conozco, Señor, y jamás me indicó la verdadera dirección!

  Estamos en deuda con el Autor del Nuevo Pacto. Nos sacó de la profunda depresión del pecado, nos reconcilió para sí y nos dio la enorme tarea de testificar ante todo el mundo limitándose, en su glorioso poder, a no acercarse a otros hombres si no es a través de nosotros mismos. Por consiguiente, debemos quitarnos la túnica, hermanos, y correr bien la única carrera que se nos propone incluso a riesgo de caer exhaustos en el intento.

  ¡Amén!

HABLANDO EN SU NOMBRE

Hech. 2:4-4:3; 8:26-40; Juan 9:1-38

 

  Introducción:

  En los días anteriores hemos estado hablando de la profunda condición pecaminosa del hombre, también de la condición reconciliadora de Dios y, por último, de la grata experiencia personal en esa reconciliación.

  Es hora, pues, de aplicar estos conocimientos. Es hora de ir y surcar el espacio sideral si hablásemos del tema de un cohete cualquiera y pensásemos que las tres lecciones anteriores son otras tantas partes de la cuenta atrás que precede a su disparo. Hoy vamos a ver cómo podemos hablar en su Nombre con las mínimas probabilidades de éxito. En primer lugar nos conviene que sepamos cuáles son las armas: (1) La oración. Indispensable coraza. (2) El E. Santo, capaz de prepararnos la estrategia a seguir, y (3), la Biblia. Y en particular el Nuevo Testamento.

  Esta extraordinaria parte de las Escrituras nos ayuda en varias maneras a comprender y hablar acerca de la Salvación que el Señor nos ha dado en Cristo. Pero aún hay más, el NT nos da ejemplos de aquellos que, habiendo gustado o experimentado el perdón y hasta la reconciliación, dieron marcado testimonio a otros de lo que Dios había hecho en su Hijo y con ellos mismos. Caso curioso. De los ejemplos que hoy vamos a estudiar, uno solo era predicador: Simón Pedro. El segundo caso, Felipe, era un diácono y el tercero si siquiera sabemos su nombre; sólo se habla de él como que era un hombre ciego de nacimiento.

 

  1er. Punto: Testificando en su poder, Hech. 2:4-4:3.

  A Pedro y a Juan que figuraban como dirigentes de la Iglesia no podemos estudiarlos fuera de ella, pues lo que hicieron como individuos era ni más ni menos una simple extensión de la Comunidad cristiana.

  Hech. 3:12-16. El sermón de Pedro, como una tercera parte del mismo. Al repasar estos vs. vemos enseguida las tres grandes notas dominantes en la predicación de la Iglesia primitiva: (1) La Cruz estaba entre los más grandes delitos o crímenes cometidos por los seres humanos (vs. 13, 14). (2) La resurrección de Cristo de entre los muertos era la vindicación de Cristo por Dios, v. 15, y (3), El cojo fue curado por el poder del Señor resucitado, v. 16. Pedro y Juan y los discípulos sólo se consideraban canales a través de los cuales Jesús pudo hacer su obra en el mundo. Aquí se señala una gran lección que debemos aprender los cristianos modernos: ¡La obra de Dios debe ser hecha por el poder de Dios y no por el del hombre! Cuando los hombres confían en algún trazo humano como sustituto del Señor, el fracaso es seguro. Así que hemos de convencernos a nosotros mismos de que en la santa resurrección de Jesucristo hay un poder ilimitado. Pablo en su carta a los Efe pone el dedo en la llaga del poder cristiano al afirmar: Según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos, Hech. 1:19, 20.

  Hech. 3:17-26. Es el resumen del sermón de Pedro. Aquí vemos varias ideas principales: (1) Denuncia del juicio particular del hombre saturado con una gran pincelada de misericordia, vs. 17, 18. (2) Una hermosa invitación al arrepentimiento como la única puerta válida para conseguir la entrada en las alturas, v. 19. (3) La insistencia de que Cristo cumplió la profecía, vs. 20-24, y (4), y una sugerencia del privilegio y responsabilidad de los judíos, vs. 25, 26.

  Por otra parte, el sermón dramatiza dos importantes puntos en el evangelismo: (1) Que Cristo es el único capaz de perdonar pecados a través de su ignominiosa muerte y su resurrección. La Iglesia es importante, pero está creada única y exclusivamente para elevar y señalar a Cristo Jesús. La experiencia personal es poderosa, pero es necesaria para ensalzar al Hijo de Dios y no al hombre. La Biblia es inspirada, pero se centra en la persona del Salvador, Juan 5:39, y (2), el testimonio fiel nunca opera por su propio poder. Así que aquí no tiene ningún valor la inteligencia, la personalidad o la habilidad personal, la oración reverente es más importante que cien discursos aprendidos de memoria. Un corazón compasivo es más importante que la audacia que se tenga en un debate. Y la sola presencia del Espíritu Santo puede convertir. Así, resumiendo, el hombre, aun en este campo tan específico, debe depender del poder de Dios.

  El evento registrado en Hech. 3:1-11, formó la congregación que escuchó el sermón. Repasemos con brevedad lo que pudo haber sucedido: (1) Pedro y Juan iban a orar al templo a las tres de la tarde. (2) Por aquella puerta pasaba un gran número de gente. (3) Un cojo que estaba allí sentado les pidió limosna. (4) No teniendo dinero alguno, Pedro sanó a este hombre. (5) Inmediatamente, éste, comenzó a saltar y a alabar a Dios, y (6), muchos le vieron y reconocían que él era el que siendo cojo de nacimiento se sentaba en la puerta. Resumen: El grupo formado para oír a Pedro estaba compuesto por gentes que habían sufrido una conmoción por aquel hecho insólito. Así que no nos es difícil adivinar que sus oídos estaban prestos a oír el evangelio porque antes habían visto la señal. Este es el secreto del éxito de los apóstoles. No tenían recursos materiales, pero eran ricos en los bienes espirituales. La Iglesia moderna puede tener terrenos y edificios, puede levantar escuelas y hospitales, puede promover grandes campañas y programas especiales, pero esto se reduce a que todo sea hecho en el hombre y el poder de Jesús.

  Hech. 4:1-3. Esto es lo que sucedió al final del sermón. Como resultado de sanar a aquel pobre hombre y dar un testimonio fiel a Jesucristo, Pedro y Juan, fueron asidos y arrestados y metidos en la mazmorra. Desde entonces y hasta ahora no ha habido un solo día en que el dar buen testimonio no haya sido costoso. Es lo menos que podemos hacer. El hecho de que el cristiano actual no es eminentemente evangelista no se debe a que tenga miedo a la violencia física. Al contrario, muchos cristianos cuando se enfrentan a esas situaciones dicen como los primeros discípulos: Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres. Pero la presión más sutil es a veces más efectiva. La burla puede ser más dura que la cárcel y la indiferencia puede ser más firme, fatal y devastadora que la hostilidad. Pero debemos saber que el mismo poder del Señor resucitado que mantuvo a los discípulos, puede vencer la indiferencia y la frivolidad de las personas llamadas a ser nuestros oyentes. Y cuando la escena del testimonio es transferida de la puerta del templo a la oficina, al taller o a la calle, el mismo poder curativo está en nuestra mano. No importa cuales sean los hechos o las circunstancias, un buen cristiano no necesita depender de su propio poder para llevar a otros a Cristo, sólo debe dejarse llevar en brazos del Espíritu Santo.

 

  2do. Punto: Testificando por medio de las Escrituras, Hech. 8:26-40.

  Nuestro segundo ejemplo es diferente al primero en casi todos los aspectos: (1) El testigo es un laico en lugar de un predicador. (2) Estaba en un camino en lugar de la puerta del templo, y (3), estaba solo y ninguna multitud se reunió. Pero había un hombre buscando a Cristo y Felipe buscó y aprovechó la oportunidad. Era un etíope, extranjero, y además tesorero de la reina de su país y tenía problemas espirituales. La prueba de que estaba buscando el Camino de Jesús la encontramos en el hecho de que cuando fue abordado por el evangelista, estaba leyendo a Isaías 53. Como hemos apuntado antes, Felipe no dejó pasar la ocasión y fue sensible al aviso directo del Espíritu Santo. Otro, en su lugar, hubiera pensado: Un hombre tan importante sin duda no querrá oírme. Pero a él, como le iba la vida en juego, ni siquiera dudó: Sabía que el Señor prepara los corazones más duros con anterioridad, y en el peor de los casos, nuestra misión es sembrar dejándole a Él la ocasión de recoger el fruto a su debido tiempo.

  Psicológicamente, Felipe comenzó su sana exposición con una pregunta enfocada al mismo punto en donde se había encallado el etíope. Luego procedió a demostrarle que Jesús era el único y exacto cumplidor de la profecía que estaba leyendo. Si nosotros lo hiciésemos en Isa. 53:4-9, veríamos lo fácil que le resultó al evangelista demostrar tal cosa. A veces, nosotros, en nuestros continuos contactos buscamos hechos o palabras ininteligibles para nuestros oyentes cuando la sencillez puede ser casi siempre el mejor camino en el que convergen sus ansias exploratorias y nuestro evangelio.

  Felipe basó su alegato en las Escrituras del AT por dos razones: (1) Porque era lo que estaba leyendo el eunuco etíope en aquel momento, y (2), porque sencillamente, era el único libro sagrado a que podían echar mano. Nosotros tenemos, no sólo las mismas Escrituras, sino que a éstas se les ha añadido el NT, prueba y compendio del Nuevo Pacto, con sus mil y un casos de veraz cumplimiento de profecías y ejemplos de los hombres que, como todos nosotros, habían sido pecadores antes de dar testimonio personal del poder de Jesucristo. Y es que no debemos olvidar que el cristiano no sólo es testigo de su Padre en Cristo, sino que lo es a la vez de sí mismo, puesto que como Josué, un día nos escogimos al Dios a quien poder servir. Así, es elemental para el creyente el hecho de aprender a manejar con soltura la Palabra de Dios, puesto que es un medio importante a través del cual, puede dar cumplido testimonio.

  Veamos ahora un sencillo plan que nos ayudará sin duda a conocer mejor la Biblia, nuestra espada. Y precisamente debido a su sencillez es muy accesible a cada cristiano: (1) Hágase un lector de la Biblia. Para dar más énfasis a los vs. citados en el momento de testificar, el cristiano necesita saber el lugar donde se encuentran. La mejor manera de hacer esto es leyendo el NT en un corto espacio de tiempo. Si cada día leyésemos tres cap, lo terminaríamos en tres meses. Además, estos tres caps. diarios no nos quitarían más que quince minutos de nuestro tiempo. Esto puede ser un reto o una disciplina para esta clase de ED. (2) Hágase un estudiante serio de la Biblia. El adulto en general tiene la idea de que puede entenderla sin estudiarla, pero se equivoca. La Palabra es como un terreno de cien áreas y sus riquezas no son para aquellos que se sientan a la sombra del primer árbol que encuentran y se ponen a discutir, sino para aquellos otros que van a ese campo a sudar arando surcos lo más profundos posibles. (3) Y aprenda a usar bien, por lo menos, algunos párrafos de la Biblia. Una persona debe saber por lo menos tres cosas respecto al pasaje que escogió para su estudio: (a) Dónde se encuentra. Qué libro, cap. y v. (b) Aprender que es lo que exactamente dice el párrafo. Es muy buena la práctica de aprenderse de memoria varios vs. para el momento en que no tengamos la Palabra de Dios a mano. (c) Por último, debe saber la enseñanza central del v o vs. y traducirla con sus propias palabras o cuando menos, a palabras que el interlocutor puede entender. Ejemplo: No hay justo ni uno, es decir, ni tú, ni yo, ni nadie conocido, puede aparecer delante de Dios como justo a causa de las cosas que hemos hecho, hacemos o haremos. Otro: Dios es amor, que Dios te ama a ti y a mí, tanto que envió a su propio Hijo para salvarnos.

  Pero en la Biblia hay vs. que destacan por encima de otros por su mensaje evangelístico. Veamos primero tres del libro de Juan: (1) 3:3. Este v nos habla de la necesidad espiritual del hombre. Sí, todo hombre necesita un segundo nacimiento; además, un nacimiento exterior a su naturaleza, que le venga de arriba. En otras palabras, que en el hombre hay algo tan equivocado que no verá el cielo a menos que no pase por un nuevo nacimiento. (2) 3:16. Muchos estudiosos no dudan al decir que si toda la Biblia pudiera reducirse a un solo v, sería precisamente éste. Dios envió a su Cristo a morir en el madero por nuestros pecados porque amaba al hombre. El hecho de creer tiene que ver tanto con la mente que con el corazón. Por eso el hombre no ha de creer sólo en Jesucristo, debe confesarlo como su Señor y entregarle la vida. (3) 3:36. Aquí hay un contraste entre los que creen en Cristo y los que no lo han hecho. Unos tendrán vida, los otros no. La frase la ira de Dios no implica que el Señor no ame a estas personas, quiere decir que ellos no responden al don del amor de Dios, permanecen bajo el manto de sus propios pecados y, por lo tanto, bajo cierta condenación.

  Veamos ahora cuatro vs. de Rom.: (1) 3:23. Mientras que Dios se ha revelado en la Creación, en la conciencia y en la ley, todos los hombres sin excepción, han ido por su camino. (2) 6:23. Esto es la muerte espiritual. Nuestra relación con Dios ha sido cortada por nuestro pecado del mismo modo que la enfermera cortó el cordón umbilical que nos unía a nuestra madre. (3) 5:8. Este es Juan 3:16 del libro de Romanos. Aun cuando el hombre peque contra Dios, aún sigue siendo objeto de su amor. (4) 10:9, 10. Probablemente estas eras las primeras palabras que decían los convertidos cuando se bautizaban, porque este pasaje dice: Lo que debe creerse, lo que la confesión de nuestra vida debe ser, y lo que Dios da al hombre.

  Resumiendo, debemos pensar que al usar cualquier texto o pasajes bíblicos es importante recordar que no salen de un libro mágico. Es la Escritura escuchada y comprendida la que tiene sentido para la vida.

 

  3er. Punto: Testificando por la experiencia, Juan 9:1-38.

  Este tercer ejemplo que vamos a considerar es distinto a los otros. Nuestro primer testigo, Pedro, fue uno de los apóstoles. El segundo, como hemos visto, fue uno de los diáconos, Felipe. Y este tercero, ni siquiera era miembro de la iglesia. Pero dio un testimonio de Cristo inmediatamente después de haber sanado. Con la fuerza del primer amor dijo lo que Jesús le había hecho. No tenía una preparación o una experiencia que lo respaldara, pero conocía a Cristo y sabía lo que había hecho con él.

  Los vs. 1 al 5, registran una pregunta teológica de los buenos discípulos y la respuesta práctica de Jesús. Los vs. 6 y 7, nos hablan de la instrucción simple y de la obediencia que le guiaron a la sanidad. Los vs. 9, 11, 12, 15, 25, son otras tantas respuestas del sanado y de su testimonio. Sin duda el clímax aparece en el v 25. Los fariseos invitan al hombre a que diera gloria a Dios, v. 24, lo que equivalía a renunciar a Jesús. Usaron el argumento de su teórico conocimiento para convencerlo: Nosotros sabemos que este hombre es un pecador. Pero nuestro testigo, a pesar de que culturalmente no podía refutar la teoría de los técnicos padres de la Sinagoga, sostuvo el argumento que tan bien conocía por su experiencia: Una cosa sé, que habiendo sido ciego ahora veo, v 25. Es curioso notar el proceso del hombre en cuando al real conocimiento de Jesús. En el v. 11, dice: Aquel hombre que se llama Jesús. En el 17, profeta. En el 31: Temeroso de Dios, pero en el 38, le llama ya sin tapujos Señor y le adora. Este hecho, estos ejemplos, son como un bálsamo para nosotros. Algunos de los testimonios más efectivos de la Iglesia nos son dados por miles de personas ordinarias que han aprendido a compartir con otros lo que Jesucristo hizo con ellas. Muchos de nosotros quisiéramos ser un testimonio tan relevante como el de Pablo, pero debemos saber que por cada Saulo recién convertido en el camino que va a Damasco, hay miles de hombres como Timoteo que han conocido a Cristo por padres fieles y miles como Andrés sencillos, pero con una experiencia maravillosa y con un saber estar oportuno y hermoso.

  El buen testimonio personal es muy positivo, lo cual hace más terrible el hecho de que el nuestro esté enmohecido por la inactividad. Puede que un hombre no entienda toda la Biblia ni sepa qué contestar algunas preguntas, ni sepa evaluar las razones o experiencias sagradas de los demás, pero en su propia vida es él el que tiene toda la autoridad. Notemos que todo el amplio conocimiento combinado de los fariseos cayó al suelo al conjuro de la sencilla voz, de las palabras del antiguo y pobre ciego: Una cosa sé…

  Además, el testimonio es tan personal como pudieran serlo las huellas digitales; aunque tenemos algunas guías que nos pueden hacer que lo que se comparta sea de más ayuda: (1) Es bastante importante mantener los detalles humanos en todo tipo de testimonio. Muchas veces queremos ser tan técnicos que los no creyentes creen que somos seres nacidos en otro planeta. (2) Debemos usar un lenguaje que pueda entender la otra persona. A veces, usamos de un léxico bíblico que lo otros no conocen. P ej., es difícil que sepan lo que decimos cuando empezamos las frases así: Cuando yo me di cuenta de que caminaba perdido… Es mejor argumentar en otro sentido, señalando nuestra baja condición pecaminosa y la de los que nos rodean y presentarnos bajo la comprensión del prisma de Dios. (3) No debemos limitar nuestro testimonio al inicio de la vida espiritual, porque todo lo que ahora nos ocurra puede ser usado en un buen testimonio. El hecho de que Dios contesta nuestras oraciones, el cómo y el cuánto nos ayuda, etc.

  Sin embargo, lo más importante es creer que lo que Dios ha hecho con nosotros puede ser bueno para los demás. Si los perdidos de nuestra tierra han de oír las buenas nuevas del amor del Señor y su perdón, han de haber muchos cambios en el evangelismo de nuestras iglesias. La Iglesia debe reflejar la nota buscadora de su Señor y empezar a buscar. La Iglesia debe hacer suya la santa compasión del Padre y preocuparse más de las personas cercanas a su influencia. La Iglesia debe mirar cada muro que separa a los hombres de Cristo y debe en su Nombre, gritar para que estos se retiren o derriben.

  Y aunque, por lo general, en la Iglesia hay gente lista, se necesita gente más poderosa. Se necesitan hombres de oración y de fe que tengan el poder del Cristo crucificado y resucitado para cambiar las situaciones destrozadas de la vida en la forma en que el propio Pedro lo hizo. Se necesita miembros bíblicos. No que tengan las Biblias en sus viviendas, sino que las estudien y además, miembros cuyas vidas se transformen de forma clara, firme y continua gracias a esa misma lectura. Y, por último, la comunidad necesita más gente que desee hacerse sensible y que se abra para compartir con otros lo que Dios está haciendo en su propia vida cada día.

 

  Conclusión:

  Entonces, y sólo entonces, la condición de los hombres y del mundo, no los frustrará. El mundo sabrá que el Dios de la Creación está creando un nuevo orden de cosas y seres a través de Cristo. Y, como consecuencia natural, estarán listos para oír y algunos para responder al testimonio de aquellos que hablan en su nombre.

  Y ahora, en fin, ¡salgamos a la mies!

LA EXPERIENCIA DE LA RECONCILIACIÓN

Efe 2:4-10; Rom. 10:8-10; 5:1-10

 

  Introducción:

  Comentábamos hace dos domingos exactos la profundidad de nuestra condición perdida y el pasado lo hacíamos acerca del Dios conciliador; pues bien, ambos temas quedarían inconclusos sino aplicásemos esta experiencia de la reconciliación a nivel personal.

  Debemos reconocer que cada uno de nosotros comparte la perdición y, por lo tanto, la posibilidad de salvación, no como meros espectadores, sino como activos sujetos participantes. La lección que vamos a estudiar en el día de hoy demuestra que cada uno, cada persona, puede participar por experiencia única y personal en el capítulo de la reconciliación con Dios. Llegamos a esta conclusión tan pronto como pensamos que si Él es amor, me ama a mí:

 

  1er Punto: El gran amor de Dios, Efe. 2:4-10.

  El Apóstol Pablo, que siempre tenía en su boca palabras de gozo por la gracia y el amor de Dios, nos recuerda aquí la condición del hombre sin Cristo. Las palabras, pero Dios… del inicio del v 4, nos recuerda la condición que definen a una vida sin Cristo: (1) Es una vida marcada por los patrones del mundo, como pudieran serlo el egoísmo, la falta de amor, el odio y tantos otros. (2). Está bajo el dictado personal de Satanás. (3) Se caracteriza principalmente por la clara desobediencia. (4) Está, pues, a merced del deseo, y (5), es una vida, en consecuencia, que merece el olvido y hasta el castigo de Dios.

  Pero el todo hombre, pecador por naturaleza, recibe por gracia y misericordia de Dios amor en vez de ira. Hemos leído en estos vs. lo que Él hace por el hombre. De su condición perdida, lo levanta y le da un lugar en su gloria.

  En otro orden de cosas vemos tres palabras nuevas: ¡Gracia, fe y salvo! Y lo que es más curioso, las tres están unidas en la misma frase de un solo v: Por gracia sois salvos, por medio de la fe, Efe. 2:8. Ahora veamos su aplicación: La primera palabra nos da el carácter de la relación del Señor hacia nosotros. La segunda describe lo que Dios hace en nosotros, a nosotros y para nosotros y la tercera, describe la respuesta del hombre a la gracia divina que es la que hace posible esta salvación propiamente dicha.

  La palabra gracia, usada en la Biblia en varios pasajes, tiene un trasfondo que contribuye a un único significado final: (1) Existe la idea de que la gracia se muestra en sentido descendente, es decir, va de un ser superior a uno inferior con la circunstancia de que no existe una obligación real para mostrar esa bondad. (2) El significado real de la palabra en el NT es como una buena descripción total del amor de Dios en su acepción de Redentor. Además, aquí hay una salvedad notable: Esta gracia se mantiene activa en todo momento derramando sus beneficios y dones a los pecadores, y (3), el énfasis, tanto en el AT como en el N, es el de que el hombre no merece este perdón, sino que es un don gratuito de Dios, Rom. 3:24. Así que por gracia entendemos que el Señor nos ofrece la salvación que necesitamos, pero que no la merecemos ni la podemos comprar. Además, está bien claro que ni siquiera las buenas obras pueden conseguirlo: No por obras, para que nadie se gloríe, Efe. 2:8. De donde se desprende que la enseñanza bíblica de la gracia deberá tener dos claros beneficios inmediatos a medida que pensemos en la clara experiencia de la reconciliación: (4) Los que ya somos salvos, deberíamos saber hasta donde podemos llegar en cuando al tema de la gracia. Cuando se nos dice o pregunta si lo somos, solemos responder: ¡Bueno, estoy tratando de serlo! Casi reconocemos una falta de humildad, pues la respuesta correcta debería ser: ¡Sí, lo soy mas lo soy por la gracia de Dios y no por que me lo merezca! (5) La doctrina de la gracia debe hacernos humildes. Es muy fácil caer en el error de que somos cristianos por algo que hemos hecho o por algo que nos merecemos. Nada más lejos de la realidad: ¡Los hombres somos hijos de Dios por su gracia! Así que debemos ser sinceros y humildes.

  La segunda palabra: salvo, es usada dos veces en este mismo pasaje. El mismo Jesús nos da el primer toque acerca de la cuestión en su charla con Zaqueo: El Hijo de Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, Luc. 19:10. Pablo en Rom. 1:16, abunda algo más en el tema: El Evangelio es poder para salvación. Así que la salvación es una de las grandes palabras de la Biblia para describir lo que el Señor hace por el hombre. En la salvación propiamente dicha podemos apreciar tres etapas bien definidas: (1) La salvación es un hecho definido. Efe. 2:8, dice: Por gracias sois salvos, por medio de la fe. El tiempo en que está escrito el verbo demuestra fácilmente que la acción de salvar ha sido completa. En casa de Zaqueo, Jesucristo dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, Luc. 19:9. Así que el hombre arrepentido puede ser salvo en el acto y todo esto sin citar las famosas palabras del Maestro en la cruz cuando dialoga con el ladrón arrepentido. (2) La salvación es un proceso. No podríamos entender que la actividad creadora de Dios finalizase en su relación inicial. Sabemos del poder sustentador del Señor y de la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones que nos hace madurar. En el mismo texto que ya hemos leído, Efe. 2:8, y estrujando más la idea del tiempo en que está escrito el verbo, podríamos leerlo de forma clara y literal: Fuiste salvo en el pasado y continuarás siendo salvo en el momento presente. Sí, hemos sido salvos por gracia y nos mantenemos salvos por la misma. La cita de 1 Cor. 1:18, ilustra este sentido de continuidad: Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden, pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Así que el hecho del proceso de la salvación no es otro que la vida cristiana misma. Este es nuestro crecimiento hasta llegar a la madurez, pero sin olvidarnos que en este proceso continuo de salvación existe la certeza de una relación plena con Dios ya, ahora. El crecimiento cristiano supone una etapa en el nuevo nacimiento, pero no lo puede reemplazar. Si cambiásemos el tema de la salvación por el del matrimonio, diríamos: La boda es al matrimonio lo que la conversión es a la vida cristiana: ¡El principio! (3) La salvación es una consumación. Que toda vida cristiana se dirige hacia una gloriosa consumación es un aspecto bien cimentado en el NT. Hay más de 150 casos en que esta palabra de la salvación es aplicada en tiempo futuro y hecha, consumada en el último día. Un caso concreto lo constituye sin duda Rom. 13:11: Porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. Aunque no debemos olvidar que el destino futuro del hombre está determinado por su estado presente con Dios, de manera que una persona que ha sido salva está segura de que no verá la condenación en el juicio final. Así que, resumiendo, digamos lo que hace el Señor cuando salva a un hombre, a una persona: (a) Perdona los pecados de tal manera o forma que nunca más serán una barrera que le separe del hombre. (b) Da el E Santo a cada creyente. (c) Da la vida eterna a cada uno de nosotros. (d) Da a cada creyente una nueva vida, y (e), da significado real a la vida del cristiano porque la salvación hacia el hombre es parte vital en la naturaleza divina. Pablo nos lo recuerda en Efe. 2:10: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales preparó el Señor Dios de antemano para que anduviéramos en el ellas.

  La tercera palabra en fe. Es la única que domina toda discusión del hombre hacia Dios. Y aún hay más; es la única, a través de la cual, es posible aplicar la salvación de Dios. Así que es la que mayormente empleamos en nuestras relaciones cristianas y con el Señor. Nuestros himnarios están llenos de esa palabra. El autor de los Heb. la consideró tan importante que dedicó un cap entero a su interpretación. Por otra parte, junto con la palabra fe, en la Biblia aparece emparentada al arrepentimiento. Pero así como ésta describe la actitud de una persona hacia el pecado, aquélla señala la respuesta de una persona a Dios. En otras palabras, esto es volverse a Cristo. Tener fe en Dios indica el hecho de volverse del pecado (arrepentirse) y mirar a Dios a través de Cristo. Sin embargo, los dos términos son usados en nuestras iglesias, aunque tendemos a no hacerlo en su sentido bíblico completo. Para muchos creyentes fe es creer lo que no es y para otras tantas, arrepentirse es decir a Dios con cara de pena: ¡Lo siento! Fe, en la Escritura, es la palabra que denota la base para una relación completa con el Señor. Y, por lo tanto, no es una palabra que trata de la entrada a la vida cristiana sólo, sino que, además, describe la postura continua que se sigue. Veamos varios aspectos de la fe: (1) El objeto de la fe salvadora es Cristo. (2) La fe involucra a la persona en su totalidad. Con toda su alma, lo que quiere decir que no podemos dejar fuera del juego al cuerpo, a la mente, a las emociones y menos a la voluntad. (3) Fe, en consecuencia, es una entrega total a Cristo como Señor y Salvador, y (4), fe, por último, es la fuerza que nos hace volver el cuello hacia esa cruz con la seguridad de encontrar allí el médico capaz de solucionar el mal a pesar las circunstancias.

  Por otra parte, y profundizando aún más en la idea, la palabra arrepentimiento en las Escrituras dice mucho más que un cambio de pensamiento, es un cambio de dirección. El Hijo Pródigo no sólo piensa en volver en busca del perdón, sino que vuelve. Del Sal 51 podemos sacar un breve y fino resumen de lo que es el arrepentimiento: (1) Involucra el hecho de estar conscientes de nuestro pecado. (2) Involucra el ver nuestros pecados como una afrenta contra Dios. (3) Así, arrepentirse significa asumir las responsabilidades que pudieran haber por nuestros pecados, y (4), implica un levantarse del lodo y volver hacia el Señor en busca de su justicia.

 

  2do. Punto: La respuesta salvadora del hombre, Rom. 10:8-10.

  Decíamos en el domingo anterior que el tema de la Biblia es lo que Dios ha hecho en Jesucristo para salvar al hombre y ahora añadimos que el principal punto es la respuesta que Dios pide al hombre. Debemos hacer constar que si bien Dios creó al hombre con libertad propia y capacidad para obedecerle, también es cierto que su pecado nunca puede impedir su capacidad para responder al amor del Señor. En el pasaje que hemos leído está bien claro cual debe ser la respuesta del pecador hacia Él. Y así llegamos a la conclusión de que el Evangelio es una materia accesible para todo aquel que quiera. El evangelio está latente, está al alcance de quien lo necesite y, por lo tanto, el Cristo viviente está siempre cerca de aquellos que le buscan.

  Bien es cierto que, a veces, la semilla esparcida por todos los sembradores cae en terreno improductivo como el descrito por Jesús en Mat. 13:4, pero es inevitable. Hay personas que han estado tanto tiempo expuestas al santo evangelio que se han endurecido, se han inmunizado como si de una vacuna se tratase. El ablandar a los corazones toca al E Santo. Y así como toda excepción confirma cada regla, digamos que el evangelio está presente en nuestra vida cotidiana y más aún, repetiremos como Pablo: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, pero se levantó otra vez, vive y da vida a los que creen en Él.

  Esto es lo que nos da seguridad en la salvación.

  En los tres vs. que hemos leído, vemos que Pablo no separa en ningún momento la creencia de la confesión. Ver si no como une boca y corazón. Está tratándolos como dos aspectos de una misma respuesta. Confesar es tan indispensable como creer. Uno que afirma que Dios le levantó de los muertos, también creerá que Jesús es el Señor. Así que lo que uno cree y confiesa es una cosa, no dos. La creencia consiste principalmente en la cierta resurrección del Señor sin la cual nuestra salvación hubiese sido vana. Pablo habla mucho acerca del tema como podemos ver en el v 10. Pero toda esta creencia involucra mucho más que un convencimiento intelectual. La resurrección de Cristo y el envío de su Espíritu están unidos en el significado real y práctico de las iglesias. Y aun hay más. El apóstol Pablo sugiere que el creer en la resurrección de todo corazón es la base de la presencia viva de Cristo en la vida de una persona.

  En cuanto a la confesión del señorío de Jesús, podemos decir que es una de las primeras frases que aprendemos al entender la vida cristiana. Pero como en tantas otras cosas, al discutir la frase Jesús es el Señor, han habido dos ideas o interpretaciones: (1) Muchos han rechazado del todo la idea. Han dado tanta importancia a Jesús en su aspecto Salvador que han dejado de pensar en Él como Señor, y (2), otros han creído que por el hecho de reconocerlo lo han levantado a esa dignidad, pero nosotros sabemos a la perfección que nuestra declaración no lo hace Señor. ¡Jesús era y es Señor!

  Nosotros no quitamos ni añadimos nada. Con la frase decimos, anunciamos que Cristo ha resucitado y, por lo tanto, ha de ser el Señor de nuestra vida. Así que la frase en tu corazón califica tanto a la creencia como a la confesión: Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo, 1 Cor. 12:3.

 

  3er. Punto: La vida que vale la pena vivir, Rom. 5:1-10.

  Todos queremos una nueva vida, sí, esto es una ley cierta e inexorable. Pero la vida que vale la pena vivir sólo existe en una relación vital con Dios por medio, y a través, de Cristo Jesús. En el pasaje que nos ocupa, Pablo hace un resumen del carácter y cualidades de la nueva vida en Cristo. Es curioso, ¿sabéis por qué el apóstol tiene tanta fuerza expositora? Porque refleja su propia vida. Sabemos que no fue fácil. Que conoció privaciones y dificultades, que tuvo tentaciones y desengaños. Supo lo que eran la persecución y el rechazo del pueblo, de su pueblo… Y aún así, su vida estuvo tan empapada y marcada por la presencia del Maestro que ha venido en llamarse el Apóstol del Evangelio o de los Gentiles.

  Pero, ¿qué tipo de vida se encuentra el hombre en Cristo? Si repasamos los primeros cinco vs. de este nuestro tercer tema, veremos que algunas frases sobresalen por derecho propio, tales como: Paz para con Dios, entrada a la gracia, nos gloriamos en la experiencia, nos edificamos en la esperanza… amor de Dios, etc. Siguiendo esta tónica, vemos en los restantes vs., que: (1) Dios nos ayudó cuando la necesidad era mayor (v. 6). (2) Nos ayudó cuando no había otra esperanza (v. 7). (3) El amor de Dios se manifestó a través de un sacrificio (v. 8), y (4), nuestra nueva vida crece derecha porque hay una nueva perspectiva, porque nos alimentados de una savia eterna (vs. 9, 10). Sin embargo, la frase que sobresale del pasaje está en el v. 1, que dice: Tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. La paz que alude aquí Pablo no es una alusión a un cese de posibles hostilidades. Esta paz significa más que la ausencia de la guerra directa o la guerra abierta. Hay un aspecto más positivo en ella. Paz con Dios es más que un perdón de los pecados: La paz con Dios restaura una relación perdida. La paz con Dios, basada en la muerte de Cristo, nos trae paz hasta la parte más escondida de nuestro ser y hace posible que exista paz en nuestras relaciones con los demás hombres.

 

  Conclusión:

  Cuando nos damos cuenta de que hemos sido amados hasta lo sumo, hasta motivar la muerte del Hijo de Dios por cada uno de nosotros, encontramos la base de la paz. Esta paz experimentada por medio del arrepentimiento y la fe, que se expresa en nuestra creencia de Cristo como Salvador y Señor, nos hace encontrar en cierta medida la propia experiencia del amor reconciliador de Dios.

  Así que nuestra fe en Cristo trae como resultado paz con Dios porque nuestros pecados han sido perdonados y ya no hay nada que se interponga entre Él y nosotros.