COSAS DE LA VIDA

 

Gracias a la aceptación

que han tenido nuestros

artículos recopilados

bajo el nombre genérico de

«Gotas de rocío» (140826),

iniciamos esta segunda serie

esperando que las

«Cosas de la vida»

sean útiles al Señor y a su pueblo.

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bou5

 

 

 

Barcelona, 18 de octubre de 1993

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Uno de enero

 

1.1 LA GENTE QUE DEJA HUELLA

 

Luc. 19:1-10

 

Todos conocemos a esa gente que no ha sobresalido en nada, pero que nos ha ayudado mucho, que siempre ha estado a nuestro alcance, a nuestra disposición. Sí, todos recordamos muy bien y con una cierta melancolía no exenta de fiel agradecimiento aquel apretón de manos oportuno, aquel golpe de ánimo en un hombro, aquella palabra sencilla, aquel saber oír y hasta aquella mirada comprensiva…

Y es que gente así no hay mucha y sus actos escasean. Por contra, la hay importante, real o no, cuya presencia es limitada, fugaz, sin interés alguno. Son personas que están porque tiene que haber de todo el la viña del Señor, pero pasan desapercibidas o sirven de contrapunto a la gente, normal o no, esa es la verdad, que deja huella en el campo de las relaciones humanas.

El cristiano pequeño como Zaqueo (no nos referimos a la altura física, sino a la juventud, frescura y ganas de hacer del que se siente y actúa impulsado por aquella fuerza del llamado primer amor), es el que más ayuda. El publicano, después de tener una entrevista personal con el Maestro Jesús, manifiesta su deseo de ayudar renunciando como mínimo a la mitad de sus bienes y devolviendo cuatro veces el valor defraudado de lo que llegase a tener conocimiento. Este es el Camino. Salvando las distancias, este cristiano pequeño, el de a pie, como Zaqueo, es el que más ayuda y el que deja una huella más profunda en nuestro corazón.

Por eso nosotros, los cristianos viejos, los que tenemos la piel de la conciencia agarbanzada por todos los años y por las coces de cientos de batallas, hemos de volver a los orígenes y apoyar más a los hermanos y a sus pequeñas cosas pensando que con unas piedrecitas se puede llegar a hacer una gran montaña. Es verdad que muchas veces las personas que tratamos de ayudar no sólo no aceptarán nuestra ayuda, sino que nos marginarán como hicieron con el Zaqueo convertido. Pero es igual, hemos de permanecer con la mano extendida sabiendo que alguien la estrechará agradecido; hemos de interesarnos por aquellos problemas ajenos sabiendo que alguien saldrá reconfortado… Además, los seguidores de Jesucristo hemos de aparentar aquello que decimos ser. Magritte, un pintor surrealista inteligente, pintó un cuadro que representaba una pipa y debajo de ella escribió con enormes letras: ¡Esto no es una pipa! El cristiano que no vive como tal, tampoco es cristiano.

Conviene recordar que Dios está con nosotros siempre y que crea sin cesar las condiciones para que dejemos huella en el entorno a la manera de los más grandes ejemplos, Heb. 11:32-38 o de los pequeños testigos, Mat. 25:21; Luc. 19:17, que todo vale si sirve para engrandecer el Reino de los Cielos. En Enciso (La Rioja) se han cumplido todos los requisitos necesarios para la conservación de las huellas de aquellos dinosaurios que parece que vivieron en la tierra hace tiempo, puesto que se han descubierto, estudiado y catalogado más de tres mil pisadas a través de las cuales, los paleontólogos llegan a conclusiones alucinantes, como el peso del animal, la longitud de la zancada, la velocidad a que caminaba, si era carnívoro o herbívoro, etc., etc. Bien, no pretendemos llegar tan lejos (aunque en algún aspecto nuestra huella resulta eterna), pero si nuestro testimonio, conservado en la fuerza de Cristo, llega a ser ejemplar para uno de nuestros semejantes y le hacemos cambiar de vida, ya estaremos cumpliendo con nuestro ansiado destino porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

 

 

 

 

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Barcelona, 19 de octubre de l993

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Dos de enero

 

2.1 LOS ATREVIDOS

 

Rom. 4:18-25

  Lo más sobresaliente de Abraham es que tuvo la osadía de tomar la Palabra del Señor, valorarla de cabo a rabo, creer en toda ella y actuar en consecuencia (siendo de 100 años y teniendo una mujer estéril, creyó que tendría un hijo pues estaba convencido de que Dios era poderoso para hacer todo lo que le había prometido).

  Desde luego, era un atrevido.

Nosotros, algo más avanzados en el tiempo y en el conocimiento bíblico, aunque tal vez con menos fe, seguro, tenemos delante nuestro un montón de promesas divinas que, aparentemente, son para otros pues no solamente no hacemos caso de ellas, sino que las ignoramos. Y sin embargo, sabemos que la Palabra de Dios no puede volver vacía, Isa. 55:11, y que, al final, se hará lo que Él quiera que se haga en nosotros… o en nuestros vecinos.

Este es el gran mal de nuestro tiempo: No hacemos caso de Dios ni de sus promesas, pasamos de todos sus cuidados, ignoramos sus bendiciones… Por eso pedimos pocas cosas en oración o, cuando menos, no le pedimos lo que El quiere que le pidamos. En efecto, no tomamos en serio las promesas del Señor y así nos va. Por el contrario, Abraham creyó que Dios haría posible lo imposible y así le fue. Esta diferencia debería hacernos pensar. Y entender, sobretodo, que Él quiere estar en permanente contacto con todos nosotros para hacernos saber sus planes, valorarlos y participar en todas y cada una de sus bendiciones… ¡Quiere diálogo!, dicen algunos. Cierto, por eso hacemos mal cuando nos cansamos de insistir en las peticiones en contra del ejemplo dejado por aquel patriarca (recordemos aquella conversación que tuvo con el Señor intercediendo por Sodoma, Gén. 18:23-33) y de las elementales normas de la convivencia espiritual.

Hemos de ser atrevidos y ver las cosas que no se ven, 2 Cor. 4:18, pues al decir del mismo Pablo las que se ven son temporales y las que no, eternas. Así que, hemos de tener confianza en los hechos del Señor a pesar de que muchas veces creamos que nosotros lo haríamos incluso mejor. El Salmista, otro atrevido de las épocas pasadas, dijo en cierta ocasión: Grande es el Señor nuestro y de mucho poder, y su entendimiento es infinito, Sal. 147:5. Él sabía por propia experiencia los resultados de sus obras y las de Dios y no tuvo ninguna duda en elegir el camino mejor reconociendo la grandeza y el poder del Creador del universo, sabia y excelsa característica que envuelve en esa pincelada de humanidad que parece representar el entendimiento y la enorme comprensión de Dios que están ahí por si algo sale mal y no llegamos a la altura que se espera de nosotros.

Hemos de ser fieros azotes de la injusticia, paladines de las viudas, huérfanos y desesperados, firmen defensores de la verdad, trabajadores de primera, familiares muy ejemplares, unos ciudadanos responsables y, sobre todo, buenos y atrevidos hacedores de la voluntad de Dios. Hemos de confiar en los métodos divinos y olvidarnos de que nosotros y nuestros recursos harían mejor las cosas. Es que un atrevido vivo es capaz de hacer cosas más extraordinarias si toma la Palabra de Dios, si acepta su reto, si vive con reverencia, entrega y dependencia a sus designios y si llama a las cosas por su nombre en un intento de concienciar a los demás para que, a su vez, lleven una ida más justa y más acorde con el fiel Reino de Dios.

A veces el mundo nos da lecciones y nos va por delante. Mirar, la falta de información masiva que sufren las mujeres acerca del cáncer de mama, debió ser lo que decidió a aquella gran escultora norteamericana Matushka a ofrecer, como firme portada del semanario The New York Times, una fotografía suya en la que nos enseñaba su seno derecho extirpado… Desde luego, desde este punto de vista, Matushka es una mujer valiente, una atrevida, que llama a las cosas por su nombre en un intento de advertir a las mujeres modernas de lo que les puede pasar a menos que no se hagan una revisión médica anual para detectar la enfermedad.

Esta es la clase de atrevidos que estamos echando a faltar: Unas gentes que como Abraham, se apropian de las promesas de Dios y viven como si éstas ya fuesen reales, siendo consuelo a todos los demás denunciando el mal, aplaudiendo el bien y, sobre todo, practicando la verdad que es el símbolo de la moderna libertad, Juan 8:32.

 

 

 

 

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Barcelona, 20 de octubre de 1993

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Tres de enero

 

3.1 LAS VACACIONES

 

Heb. 4:9-13

  Cuando el calendario nos anuncia que se acercan las vacaciones nos preparamos a fondo para aprovecharlas al máximo. Ya se sabe, el hombre es un animal que tiene muy en cuenta el qué dirán y todo nos parece girar en torno a un intento de mejorar su imagen. Pero, aunque este tipo de preparación abarca todos los campos (desde la elección del ideal lugar de descanso hasta la financiación necesaria y las actividades a realizar), es en el aspecto personal donde empleamos más tiempo. Así, semanas antes de que se inicie el descanso (¿el cambio de actividad?) se hace lo imposible para borrar o reducir las feas redondeces que el sedentarismo ha creado en nuestro cuerpo. Queremos lucir una figura lo más cercana posible a la que la moda indica que es ideal y no regateamos los medios para conseguirla.

Entonces, si nos preparamos tan bien para las vacaciones físicas, ¿por qué no hacemos igual para las espirituales? Ah, pero lo malo es que aquí, ahora, aparece un elemento muy nuevo: ¡Dios nos ve desnudos y sin que podamos tapar o disimular los defectos! Por lo tanto, todos los medios de preparación que debemos usar para ir al reposo vacacional con cierta dignidad son unos otros que, además, están bien identificados en el pasaje sugerido.

Veamos: En primer lugar está la creencia de que existe un reposo espiritual para nosotros que basándose en la obra de Cristo (tan perfecta como lo fue la creación de todas las cosas), nos da un cierto derecho a disfrutarlo, pero a la vez introduce una veraz obligación. Desde el texto básico que estamos comentando se nos invita a que procuremos entrar en el reposo del Señor aprendiendo bien del fracaso de la generación israelita que salió felizmente de Egipto y que, a causa de su incredulidad, no entró en la tierra prometida. Segundo, como quiera que ese descanso, ese reposo, es estar ya en la real presencia de Dios, conviene que lo empecemos a disfrutar aquí, a la espera de los definitivos cielo y tierra nuevos, Apoc. 21:1. Para ello, nada mejor que sumergirnos cada día en la Santa Biblia que es viva y eficaz y más cortante que una espada de dos filos…. Sí, a través de ella, o más bien, gracias a ella, podremos limar, rebajar, eliminar, ese exceso de quilos del alma que tanto parecen afearnos, pues como ya discierne las intenciones del corazón nos puede servir de régimen perfecto. Tercero, una vez inmersos en el conocimiento que da la Palabra del Señor, que nos penetra hasta partirnos el alma y el espíritu, podemos llegar a saber cuál es su voluntad para nosotros y ponerla en práctica aunque para hacerlo, tengamos que pasar por una terapia muy rigurosa y molesta.

Con todo, los resultados de tanto esfuerzo no sólo serán visibles para Dios, sino que podrán ser observados también por nuestros semejantes que es un fin concreto para el que no debemos regatear medios.

Hay un reposo eterno, sí, para nosotros los creyentes y tendremos vacaciones; vale la pena, pues, prepararse bien, a conciencia haciendo la voluntad de Dios sabiendo que si bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos del Aquel a quien tenemos que dar cuenta…, también, que si en algo fallamos, nos va a defender el mejor abogado de todos los tiempos, 1 Jn. 2:1.

 

 

 

 

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Barcelona, 21 de octubre de 1993

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Cuatro de enero

 

4.1 LO NUEVO Y LO VIEJO

 

1 Jn. 2:7-17

  Desde el inicio de todos los tiempos, el ser humano ha sentido atracción por lo nuevo. Es natural, parece como si en lo nuevo tuviésemos la oportunidad de dejar impresa nuestra huella sin demasiadas influencias ni vicios anteriores. Así, desde pequeños elegimos el juguete nuevo, el más vistoso, el que hace más ruido… Luego, hacemos lo mismo en el trabajo, con el coche, la casa, los amigos…

Por eso no nos gusta demasiado el mandamiento antiguo que hemos tenido desde el principio. Sin embargo, el mandamiento al que Juan hace referencia es el que regula el sincero amor mutuo, 2 Jn. 5, que debe manifestarse en los corazones que han sido ya renovados por el E Santo, Rom. 5:5; Heb. 10:16, fluyendo, libre y espontáneo, hacia los objetos del amor de Dios, 2 Cor. 5:14-20; 1 Tes. 2:7, 8. Esta ley, que nos fue dada por Jesucristo, Mar 12:31, es nueva en muchos sentidos. Es una ley de libertad, Stg1:25; 2:12, que, en cierto modo, está en contraste con la ley de Moisés (ésta pedía amor, Lev 19:18; Deut 6:5; Luc 10:27; aquélla es amor, Rom. 5:5 otra vez; 1 Jn. 4:7, 19, 20, y no sólo por estar escrita en nuestro interior, 2 Cor. 3:3.

Pero, además, este mandamiento, que el propio apóstol Juan adjetiva como nuevo, v 8, y que dirige a los hijos, a los jóvenes, hasta los padres, es la clave para alumbrar en un mundo que avanza en tinieblas y, por consiguiente, para cumplir con una de las demandas del Maestro, Mat. 28:19. Sólo se nos indica que tiene una limitación: ¡No amar las cosas que están en el mundo! vs. 15-17. No sólo porque se pasan, sino porque nos alejan de la fuente que origina la luz y podemos apagarnos sin remisión. No en vano domina las antiguas fuerzas del orgullo, el egoísmo, ambición y placer que están al servicio del príncipe de las tinieblas, Mat. 4:8.

Claro, con esta práctica, amando a los imposibles, dando la espalda al mundo y a sus afanes, el creyente está solo… mas aparentemente y si no decimos por qué lloramos cada día es a causa de los desprecios que nos hacen los demás que siguen apegados a sus cosas viejas. Además, a causa de que somos pocos en los trabajos y en todo, tenemos la sensación de estar librando una batalla que no podemos ganar, lo cual es falso. El Señor está con todos nosotros y debiéramos estar contentos siempre por gozar de su santa compañía. Por otra parte, el amar a los demás tal y como se espera de nosotros nos puede ayudar mucho a evitar esa sensación de soledad.

Volviendo al tema y superando el aparente y grave escollo intelectual que representa el hecho de que el amor a los demás en un mandamiento de siempre, 1 Jn 3:11, y nuevo según el propio Jesús, Juan 13:34, según sea la teoría de la Ley o la práctica con el Hijo de Dios, debemos andar por el mundo haciendo gala de nuestro vestido nuevo, Efe. 4:24, y predicando que somos nómadas que van en busca el oasis nuevo, 2 Ped. 3:13, en el que habita y reina la justicia, para encontrar la piedrecita personificada, Apoc. 2:17, y al Rey de las naciones y de todos los que las habitan, Apoc. 19:16.

 

 

 

 

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Barcelona, 22 de octubre de 1993

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Cinco de enero

 

5.1 EL AMOR A JESÚS

 

Juan 12:1-8

  ¿Cómo es nuestro amor a Jesús? ¿Miramos el coste de las cosas que damos a Jesús…? En la cena de amigos que describe el pasaje sugerido ocurrió una cosa insólita o, cuando menos, algo que no era corriente y que, de alguna forma, nos puede ayudar a encontrar el ideal de nuestras propias respuestas.

Veamos:

Un poco antes de Pascua (la última para Jesús) se reunieron en Betania para cenar los hermanos Marta, María, Lázaro, todos los apóstoles y el mismo Jesús. Era una cena extraña en la que cada comensal podría estar ensimismado en sus propios pensamientos:

Lázaro, el dueño de la casa, un resucitado, celebraría su suerte sin creérsela del todo y agradeciendo a Jesucristo su gesto sin grandes aspavientos. ¿Estaba amando, no? Pues cada vez que el Maestro pasase por el pueblo de Betania podría descansar allí y reponer fuerzas… ¿qué más podía hacer?

Marta, su hermana, bastante trabajo tenía con preparar la cena para tanta gente y servirla dignamente haciendo todo lo posible para que su invitado y sus amigos se encontrasen relajados y cómodos. ¿Se le podía pedir más?

Judas, el calculador, intentaría cuadrar las cuentas ignorando que el amor se mide por otros parámetros…

Para Jesús, seguro que la cosa sería distinta. Sabía que eran sus últimos momentos de paz y debía aprovecharlos no sólo amando a los demás como siempre (y más a sus amigos, Luc. 12:4), sino permitiendo que le amasen como nunca.

¿Y qué podemos decir de María que sólo recibe alabanzas de su Maestro? Luc. 10:42. Pues que, enamorada, dio todo lo que tenía e hizo más de lo que se esperaba de ella.

Y es que el amor no tiene en cuenta el valor de las cosas. Y es que el que ama y se da a sí mismo no tiene en cuenta si pierde enteros ante los demás si los gana a los ojos del Señor (María enjugó los pies de Jesús con sus cabellos a pesar de que sabía que una mujer judía no podía hacerlo por llevarlo recogido. Sólo las mujeres públicas se permitían aquella licencia. Al hacer lo que hizo estaba diciendo que no le importaba que los demás pensasen lo que quisiesen). Esto nos lleva a otra lección muy concreta: ¡A veces no amamos a Jesús porque no queremos quedar mal ante los demás!

Otra cosa a tener en cuenta en la meditación de hoy es que cuando amamos a los demás, el amor sincero se hace evidente. Mas cuando uno se da, cuando uno se entrega, todo se llena de perfume. No lo podemos evitar. Eso no debe impedirnos que amemos al prójimo a discreción o, cuando menos, que siempre estemos listos para hacerlo a la manera de Dios, Ose. 11:4, de quién somos hijos por Cristo, 1 Jn. 4:7-10, y, por lo tanto, capaces de semejantes empresas.

Además, hemos de tener en cuenta que la actitud del hombre no determina la cantidad del amor de Dios, que siempre es directo, completo y suficiente y que, a su vez, se deja amar y adorar ya sea en su persona o en la de su Hijo. Y, desde luego, permite que amemos al ser humano que lo necesite sin pararse a meditar si se lo merece o no. De esa forma se cierra el círculo amoroso del que salimos beneficiados todos, Dios, el prójimo y nosotros. El amor del Señor Jesús obra para salvar, Rom. 5:8-11, y el nuestro para confirmar.

Un gran filósofo decía para luchar contra la prisa del momento: Cuando Dios hizo el tiempo, hizo mucho. En efecto, hay un tiempo para todo, Ecl. 3:1-8, y, claro, también para amar. Es más, amar a Jesús y a sus pequeñitos, Mat. 25:34-40, es una forma de vivir, por lo que debemos estar dispuestos a hacerlo siempre. Así, más que amarlo en ocasiones únicas, especiales, en cenas más o menos ocasionales, debemos hacerlo cada día y sin valorar el coste de los posibles esfuerzos. Cuando uno ama a Jesús se da de forma total, sin esperar nada a cambio, aun a riesgo de que los demás no sepan interpretar ni a nosotros ni a nuestras acciones.

 

 

 

 

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Barcelona, 8 de noviembre de 1993

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Seis de enero

 

6.1 LOS LAMENTOS

 

Sal. 48

  No hay día en que no nos lamentemos por alguna cosa. Los hacemos por todo: por las noticias que oímos, leemos o vemos, por el trabajo o por la falta de él, por la suerte, por la familia… ¡por todo! Sin embargo, cuando uno tiene la oportunidad de respirar hondo, cuando uno se para oír, se mira hacia sí mismo, puede pensar y descansar en Dios; mejor, cuando uno se para y respira, piensa en Dios.

De manera que sabiendo donde está el descanso, el oasis, no tenemos excusa si no vamos en su busca, si no nos desconectamos de la servidumbre del mundo. Es un hecho real que muchos de nosotros vamos a nuestra iglesia a descansar, a respirar hondo, a oxigenarnos, a cargar las pilas… Eso está bien. Pero mientras participamos en el culto debemos pasar de los trabajos, olvidarnos de nuestros problemas, superar todos los tragos amargos y hasta ignorar nuestros más recientes fracasos. Estamos en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo, en la ciudad del gran Rey, y debemos dedicar nuestro tiempo real a alabarlo y a ponernos a sus pies para que su voluntad sea manifiesta, entendida y practicada en nuestras vidas.

Cuando uno repara en las bendiciones del Señor llega a pensar que tiene un buen aliado. Sí, en efecto, sin tener derecho a nada, Dios Padre guarda memoria de nosotros y nos bendice, prospera y protege. Cuando pensamos en Él, vemos su justicia, v. 10, que es todo lo contrario de lo que vemos cada día en esta tierra; cuando reparamos en sus obras y en lo que ha sido capaz de realizar en nosotros, ningún lamento puede desanimarnos hasta el punto de creer que estamos solos y abandonados. Sabemos que el Señor nos guiará hasta más allá de la muerte física, v. 14; entonces, ¿tenemos derecho a lamentarnos? Si sabemos también que nadie ni nada nos puede separar de su amor, Rom. 8:35-39, ¿aún tenemos derecho a lamentarnos?

Otra razón de peso que debiera bastar para no lamentarnos es el hecho de saber que el Señor quiere que vivamos, Eze. 18:32, y que lo hagamos sin lamentos. No podemos decir que ya estamos a salvo de cualquier mal irreparable y caminar como si fuésemos vulnerables a las desgracias, a las zancadillas de los demás y a los vaivenes de la fortuna. Es verdad que mientras estemos en este valle de lágrimas nos puede alcanzar el desánimo, la apatía o la inseguridad, pero no al precio de lamentar nuestra suerte o un posible abandono divino. Dios nos cuida, nos quiere bien y si andamos en su voluntad nos bendecirá, por lo que no tenemos ningún derecho a lamentar nuestro estado.

Debiéramos revisar, pues, nuestro enfoque de las cosas de cada día y no sólo para dar ejemplo. Somos los primer beneficiarios del plan del Señor para el mundo y debemos dar testimonio de que vivir como El quiere es una buena manera de hacerlo y que, además, es la única que acepta. Las rosas las da el rosal y aunque existen de plástico o de cualquier otro material, sólo las auténticas son naturales. No nos engañemos. El mundo, al que intentamos traer a los pies de Jesucristo gracias a nuestro testimonio, no se merece ser testigo de nuestros lamentos, no puede cogernos en un renuncio sin sufrir un desengaño. Somos cristianos alegres que sabemos bien quiénes éramos sin Dios y a dónde nos dirigimos con Él y no podemos lamentarnos por el roce de las piedras del camino de la vida eterna.

 

 

 

 

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Barcelona, 9 de noviembre de 1993

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Siete de enero

 

7.1 LOS CARGOS DE SERVICIO

 

Rom. 12:3-8

  Siempre que se acercan reuniones de iglesia para la elección de cargos de servicio, vemos una falta de interés que nos entristece. Ni siquiera la posibilidad de acceder a un cargo para figurar es un acicate suficiente para lograr una competencia leal que sería beneficiosa para todos los servidos. Todos tenemos ya muy desarrollado el sentido del deber y sabemos que si aceptamos un trabajo tendremos que cumplir y dar lo mejor de nosotros mismos y eso no nos gusta. Claro, siempre hay personas que disfrutan del poder, que no del servicio, y aceptan cualquier cargo para conseguirlo, pero ese es otro tema. En general pasamos de cargos y huimos de los hermanos de la comisión que llevan el bolígrafo en ristre como si tuvieran la peste y de la reunión administrativa como si la pobre iglesia estuviera en cuarentena.

Sin embargo, todos estamos llamados a hacer algo en servicio a los demás y no sólo porque es una orden divina, Juan 13:15, sino porque es un bien escaso y su aplicación nos beneficia. Pablo, en el texto sugerido, dice que todos los miembros de un cuerpo trabajan para el crecimiento y mejora del mismo es una clara y neta referencia a la Iglesia y a las personas que la componen. En efecto, el símil del cuerpo humano y el fino comportamiento de sus diferentes organismos es tan axiomático que no necesita ninguna demostración. Nadie ignora lo que pasaría con un cuerpo que sólo fuese ojo p ej., o con una iglesia en la que todos fuésemos pastores… Así que, nos necesitamos los unos a los otros, todos somos necesarios, y si no colaboramos en todo tipo de servicio, algo del conjunto se resquebraja y lesiona con el consiguiente perjuicio general.

Entonces, para poder servir lo mejor posible prescindiendo de la importancia del servicio, debemos conocernos bien a nosotros mismos, a los demás y al trabajo a realizar. Es un error lanzarse a desempeñar un cargo sólo con una alforja de buena voluntad. Así, hemos de aceptarnos con humildad y prepararnos para no defraudar la confianza de quienes nos han elegido; por eso, es muy conveniente conocer nuestras limitaciones y lo que se espera de nuestras personas, no despreciando unos trabajos aparentemente humildes y llevarlos a cabo con alegría, agradeciendo la buena voluntad ajena.

Resumiendo, debemos usar los dones recibidos, aquellos que nos hacen diferentes a la mayoría de los hermanos (y ellos de nosotros), y no porque conviene seguir creciendo por medio de la renovación de nuestro entendimiento, Rom. 12:2, sino porque, en el fondo, no son nuestros. Todos los dones, habilidades y aptitudes son de Dios y es importante notar que de no usarlos en el servicio del único Reino de los Cielos, se oxidan y hasta desaparecen perdiéndose la oportunidad de hacer historia.

Así, la próxima vez que se nos acerque un hermano de la comisión Pro Cargos, bolígrafo en ristre, debe encontrarnos a la espera (con una sonrisa en los labios, como premiando su propio servicio), aceptar de buen grado lo que nos ofrece después de haberlo decidido en oración y quedarnos a la espera de la fiel e inmediata decisión de la Asamblea soberana pensando que una iglesia fuerte es aquella que después de tener a Cristo en la cabeza, tiene bien cubiertos todos los servicios.

 

 

 

 

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Barcelona, 29 de noviembre de 1993

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Ocho de enero

 

8.1 LA UNIDAD

 

Juan 17:20-26

  Una de las facetas más sorprendentes de nuestro Cristo es aquella que comprende preocupaciones presentes que desembocan en actuaciones o situaciones futuras. En efecto, en el pasaje sugerido se observa con cierta claridad que ya oraba por nosotros antes de conocernos, v. 20; lo cual, aparte de señalar con antelación nuestra salvación, indica la fuente de nuestra seguridad que, apoyada en Dios, nos garantiza la individualidad dentro de la pluralidad del reino.

También se indica la existencia de una cadena de testimonios de más de dos mil años (aún hoy está vigente) cuya característica principal es llevar las personas a los pies de Jesús para que, una vez salvos, constituyan la unidad más grande de este mundo. Unidad que, formada por cientos y cientos de almas de todas las eras y épocas, aumenta día a día con la protección divina, v. 21, y que, a su vez, es la prueba que se necesita para creer que Cristo es el enviado del Dios Padre.

Por eso, mientras en este mundo lo más normal es la segregación, la separación, formación de tribus, capillas, grupos, (Yugoslavia, Checoslovaquia, etc.), Jesús quiere la unión. Y la quiere porque El como cabeza entiende que sólo tenemos posibilidad de futuro perteneciendo a su cuerpo, Efe. 5:23.

Entonces, en relación a los creyentes, hemos de apreciar más lo que nos une que lo que nos separa y potenciar lo que tenemos en común que no es otra cosa que el amor de Dios. Apoyándonos en ese común denominador feliz, ya podemos y debemos avanzar en la unidad hasta llegar a la perfección, v. 23. Claro que, a veces, nos sentimos tan poca cosa que nos vemos incapaces de alcanzarla y así, hasta dejamos de luchar pensando que ya no vale la pena intentarlo si al final no vamos a conseguirlo. Estamos equivocados y hacemos mal. En esas condiciones debemos pensar que tenemos la gloria de Cristo a nuestra disposición, v. 22, que, con mucho, es suficiente para lograrla.

Con todo, hemos de tener en cuenta que no tendremos nunca una unión perfecta del pueblo de Dios si no estamos previamente unidos nosotros al Señor a la manera de la vid y los pámpanos, Juan 15:5, ejemplo suyo en el que la gloria hacía las veces de real savia vivificadora. De manera que debemos potenciar nuestra relación con Dios si queremos conseguir ser uno con él y con los demás ciudadanos de su reino.

Por otra parte, hemos de reconocer la importancia que tiene el hecho de que Jesús orase para que seamos uno con El, uno con Dios. No podemos defraudar su confianza ni hacer fracasar el futuro. Eso es lo que estamos haciendo cuando nos peleamos en todas las reuniones ordinarias de negocios de la iglesia, cuando resaltamos sin piedad los defectos ajenos, cuando huimos de los hermanos de la comisión “Pro Cargos” como si tuvieran la peste, cuando no colaboramos en ningún programa misionero, cuando, en fin, regateamos el diezmo al Señor con argumentos pasados de moda. Sólo imitando el desprendimiento total de Jesús tendremos alguna opción a ser como Él es y compartir su gloria; lo otro, lo contrario, ser creyentes solitarios, sólo nos da derecho a ser salvos por los pelos y a pasar la eternidad perdidos en las últimas filas del coro celestial.

 

 

 

 

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Barcelona, 2 de enero de 1994

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Nueve de enero

 

9.1 EL SUEÑO

 

1 Rey. 3:5-15

  Cuando leemos el pasaje sugerido tenemos la sensación de estar viviendo en otra galaxia a causa de la diferencia entre la reacción de Salomón y la nuestra. Diferencia que, sin embargo, es un reto para nuestra vida espiritual.

¿Cómo son en realidad nuestros sueños…? Sabemos que en la antigüedad los sueños eran importantes y desde la perspectiva bíblica un vehículo de la revelación que Dios usaba con personas a quienes había dado ese don (hoy tenemos la Biblia, su Palabra, para lo mismo). También, que su interpretación era una gracia del Señor y no una técnica humana que podía adquirirse a voluntad, tanto es así, que en Deut. 13:1-3 hasta se nos prohíbe hacerlo ya que tiende a la idolatría. Mas, ¿cómo son nuestros sueños? Dios le dice al hijo de David recién ascendido al trono que le pida un deseo… Si nosotros hubiésemos estado en su piel, ¿qué habríamos pedido? Sabemos que él pidió capacidad para cumplir muy bien con su trabajo y responsabilidad para gobernar; pero, ¿y todos nosotros? ¿Sabemos siquiera qué trabajo pendiente tenemos en la obra del Señor y cuál es nuestra misión en la predicación del Evangelio en nuestro ecosistema? Bien, tenemos de ser capaces de identificar las dos cosas. Salomón, dijo: Tú me has puesto aquí, dame fuerzas para no decepcionarte. Esta y no otra debiera ser nuestra oración cotidiana.

¿Mas que soñamos…? Es necesario que aprendamos a soñar despiertos y a creer en los sueños del Señor, en las promesas de Dios, en las órdenes del Padre… Muchas veces no oramos porque tenemos miedo de que el Señor conteste a nuestras peticiones… y que nos las quite si no sabemos aprovecharlas. El sueño con Dios, el estar en contacto con Dios, debe ser una realidad en nuestras vidas. Debemos orar y pedir por aquello que creamos de verdad. Pedir para saber su voluntad (porque, ¿cómo vamos a obedecer si no sabemos lo que quiere?), pedir para que seamos capaces de llevar a cabo la responsabilidad del trabajo que aquellos hermanos de la comisión Pro Cargos nos han adjudicado guiados por el Señor. Pedir las fuerzas necesarias para ser las lumbreras que se espera de nosotros. Pedir para servir a los demás; pedir, en fin, para predicar el evangelio por palabra y obra hasta que la muerte nos lo impida.

Y es que todos tenemos un trabajo real, un reino en el que gobernar justamente, una responsabilidad puesta por Dios que debemos desarrollar lo mejor posible. Por eso hemos de estar atentos para identificar su voz y recabar su ayuda si fuese preciso, teniendo en cuenta que si la pedimos para serle testigos no sólo nos la dará, sino que nos agregará el resto de todas las cosas.

Terminamos: El Señor se presenta muchas veces y de muchas maneras, ¡hasta en sueños! Sueños identificables, despiertos, reales… Para detectarlos sólo nos hace falta ser receptivos, estar en contacto permanente. Cosas que no podemos hacer si no vivimos con él. De manera que hemos de buscarle y El responderá, Stg. 4:8. Es cierto que está en cualquier sitio del mundo, pero sólo se deja ver (o enseñar su gloria) por aquél o aquéllos que le buscan de buena fe. En esta sintonía, pues, se puede oír su voz, su deseo de que le pidamos la ayuda que queramos y su aprobación o reparos a nuestra gestión.

 

 

 

 

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Barcelona, 4 de febrero de 1994

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Diez de enero

 

10.1 ESTAR CERCA

 

Heb. 4:16

  El estar cerca de aquellos que son más importantes que nosotros es una constante humana. Por eso, muchas veces luchamos por acercarnos a los políticos, jefes, cantantes, famosos, etc., con la intención de chupar cámara, salir en la foto o, simplemente, beneficiarnos de su mediático poder de convocatoria.

Pues esto mismo es lo que debemos hacer con el Señor. Y por mejores y más sublimes motivos.

En primer lugar hemos de hacerlo de forma confiada, sabiendo que sólo a su lado alcanzaremos misericordia (a la que tenemos derecho por ser hermanos de Cristo, 1 Cor. 3:11, y por su propia voluntad, Rom. 9:16, y gracia (vocablo que explica la razón de nuestra salvación, Efe. 2:8). Ahora bien, nuestra actitud debe ser honesta y tener el corazón sincero y limpio, Heb. 10:22, pues no podemos acercarnos al Señor con éxito si no estamos santificados, Éxo. 3:5, o en vías de santificación.

Mas para eso, para acercarnos al santo trono del Eterno, conviene saber que debemos dar el primer paso ya que es la única forma de conseguirlo (al menos desde el punto de vista humano, Stg. 4:8). Y hacerlo como decíamos antes, con toda nuestra personalidad, Isa. 29:13, pues a plazos, a trozos o con poca intensidad, no sirve tampoco. Y es que Dios es un Dios santo y celoso, Éxo. 20:5, que quiere de nosotros todo o nada. Sabe que si el ser humano baja la guardia y se deja llevar por la corriente del mundo, aunque sea sólo un momento o de forma parcial, corre el peligro de parar, desorientarse y volver la vista atrás, circunstancia que si no lo convierte en estatua de sal, Gén. 19:26, lo hace indigno, Luc. 9:62, y, por lo tanto y en consecuencia, propenso a la perdición. De manera que se nos exige con razón una entrega total o, cuando menos, una marcada predisposición a la entrega total. Es decir, lo que se nos exige a cambio de gozar de la proximidad divina es una vida quemada en el servicio, una vida dedicada a los demás. Mas, cosa extraña, esto sólo se consigue, esto sólo es posible, estando cerca de Dios, oyendo su voz, haciendo su voluntad y, sobre todo, intentando ser cada día más puros y santos.

Lo único peligroso del sistema es que Dios no va a estar siempre a nuestro alcance, Isa. 55:6, que se acabará el rato de la gracia, y como ésta es la única fuente de poder que tenemos, pues sin Él quedaríamos desamparados. De ahí la urgencia del anuncio, de ahí la necesidad de dar el primer paso, de ahí la importancia de tomar una decisión en la buena dirección… Así pues, ahora nos conviene buscar la compañía del Señor, aunque sea desesperadamente, para ganar más fuerzas, 2 Tim. 4:17, y tener socorro, Heb. 4:16, pensando que, con su ayuda, lo podremos todo, Fil. 4:13, mientras llega el momento en que seamos uno de forma permanente con Cristo, circunstancia que no tardará mucho en ocurrir, Fil. 4:5.

 

 

 

 

231209

Barcelona, 15 de marzo de 1994

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Once de enero

 

11.1 LA COMPASIÓN

 

Mat. 9:35-38

  La compasión es un sentimiento de lástima hacia el mal o desgracia ajenos que, en el caso de nuestro Dios, está ampliamente demostrado, incluso en nuestras carnes. Nos amó tanto que, viéndonos perdidos y desorientados por nuestra tenaz y cerril manera de ser, dejó la seguridad de su gloria y se hizo un hombre para compartir los males y presentar los remedios, para entender nuestras razones y dar soluciones definitivas. Nunca valoraremos su sacrificio y entrega en su clara y justa medida. Sólo cuando nos damos a otros, cuando damos algo nuestro a otros, nos estamos acercando (aunque sea a años luz) al sentimiento motor de su compasión.

En Mat. 14:14 se nos enseña que Jesús sanó a muchos enfermos por compasión, en un gesto de restituir su antigua naturaleza y erradicar el dolor y el sufrimiento innecesarios. Incluso, en el pasaje sugerido para hoy, se nos dice que la tuvo también al ver a la gente que vivía desamparada, sola y dispersa como ovejas que no tienen pastor. Más adelante (en Mat. 15:32 y en Mar. 8:2), Él mismo confiesa que tiene compasión de la gente que se ha reunido para oír su voz y rápidamente pone remedio a aquella situación previendo primero los alimentos necesarios. De manera que esta compasión viene a ser una fuerza viva que nos obliga a hacer algo, a restaurar todas las situaciones traumáticas, a aplacar estómagos, a estrechar manos, a llorar injusticias… La compasión debe movernos a dar lo que nos gustaría recibir, también a solucionar los problemas ajenos que no quisiéramos tener, a remediar las injusticias sociales que se pongan a nuestro alcance, a enderezar la mayor cantidad de entuertos posibles…

La compasión debe ser en nosotros una actitud, un estado del corazón, una forma de vida. Y sentirla en las entrañas debiera ser la práctica normal en aquellas relaciones diarias sobrecargadas por las lágrimas del mundo. Es decir, la compasión no sólo debe ser un sentimiento más o menos sublime, sino la energía que nos haga tomar partido a favor de las causas perdidas o de los más débiles. Dios se hizo hombre para demostrar su compasión y nosotros debemos ponernos en la piel de los desamparados por lo mismo.

La próxima vez, pues, que alguien alargue su mano para pedirnos algo no debe retirarla vacía a pesar de darnos la impresión de no necesitar nada o que malgastará nuestra ayuda. Lo nuestro es ayudar sin cuestionar lo que harán los demás. Lo nuestro es amar sin esperar nada a cambio… Así, pues, sólo viviendo en amor podrán identificarnos como amigos de Dios y, por lo tanto, con posibilidad de aplicar una ayuda de forma claramente sistemática e indispensable para la supervivencia de los demás, Jon. 1:6.

 

 

 

 

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Barcelona, 22 de abril de 1994

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Doce de enero

 

12.1 LA FELICIDAD

 

Fil. 4:8

  La felicidad es una situación estable o un estado de ánimo muy momentáneo del ser para quien las circunstancias de esta vida son tales como las desea, por lo que no es nada fácil de alcanzar o mantener.

De todas formas, como hay que hablar de ella, nos parece buena idea la conferencia que organizó hace poco el diario periódico Le Monde sobre el tema, pues es una información de primer orden. Sí, se trataba de algo muy parecido a una novedad: Animar a sobreponerse, como individuos y como sociedad, a ciertas pobres decadencias o poses como podrían ser las ideologías, las utopías, las fidelidades, etc. La crisis de la política, de la justicia, de la economía, de la dignidad y, desde luego, de la felicidad, nos lleva e induce a creer que vamos por un callejón sin salida que nos obliga a cierto fatalismo, cuando estos callejones tienen siempre un lugar de escape, un lugar para salir, ¡aquel por el que se entró!

Para el cristiano, que por su razón de ser tiene una ventaja para ser feliz, la felicidad es un estado, una forma de vida, una razón de fe. Sentirse seguro en medio de las aguas bravas de este mundo y a salvo de cualquier contingencia, posiblemente desestabilizadora, gracias a los esfuerzos de nuestro Jesús, es suficiente para avanzar hacia el punto de encuentro en cuyo lugar tendremos más felicidad si cabe que la que decimos o confesamos tener aquí, Fil. 1:21.

Pero, mientras tanto, mientras no llega ese momento, no sólo hemos de ser felices, sino parecerlo. Creerme, el gozo es lo más parecido a la demostración de felicidad. Pablo, un buen conocedor de la fragilidad humana, nos manda con cariño: Mirar, regocijaos en el Señor siempre. Y de nuevo: Regocijaos, Fil. 4:4. Y da la razón para hacerlo: El Señor está cerca, Fil. 4:5. Es decir, el punto de encuentro que deseamos tanto y que es básico para sentirnos felices, no sólo se producirá, sino que lo hará pronto. Así que hemos de caminar por la vida irradiando felicidad, una felicidad contagiosa que, bien mirado, hasta nos puede resultar favorable para predicar el Evangelio que se espera de nosotros.

Mas, como ya ha quedado dicho que la felicidad es un estado del individuo y que éste es frágil de constancia, el mismo apóstol nos señala una buena solución para cargar las pilas cuantas veces sea necesario: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, y todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si hay algo digno de alabanza, en esto pensad, Fil. 4:8. De manera que el cristiano, vestido con la camisa del hombre feliz, ha de ser consciente de su papel conservante en la sociedad, pues si bien en cierto que cada época tiene sus propias victorias y sus derrotas; las que importan, las que quedan, las que de verdad cuentan, son aquellas que buscan las soluciones, recrean aventuras del bien común y tienden a conseguir la felicidad de la mayoría.

El cristiano no puede desentenderse de los brotes de pesimismo social ni del mal humor general y debe luchar contra ellos con las armas que le da su condición de salvo. Por eso, tiene que mirarse hacia adentro valorando la enormidad del cambio producido por la sangre de Jesús, pensar en todo lo positivo que tiene la vida y vaciarse hacia el exterior salpicando de felicidad a todos los que tengan la suerte de pasar por su lado.

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 25 de junio de 1994

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Trece de enero

 

13.1 EL RESUMEN DE LA VIDA

 

Mar. 12:28-34

  Al acabar cualquier año, y en general después de cada período importante de la vida, debemos hacer un inventario de las partes de la ley divina que hemos cumplido. Sobretodo, ¡cómo hemos amado al prójimo! Porque este es el resumen de la vida y la clave de nuestra actuación en cristiano.

Por eso el Maestro estaba tan interesado en aclarar las relaciones más ideales hombre/Dios y hombre/hombre. De manera que siempre que podía exponía sus razones de forma contundente. Aquí, sin ir más lejos, en el texto sugerido, nos da una lección magistral de su interpretación del amor a Dios y a su criatura. A instancias de un escriba, de quien no sabemos ni el nombre, dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y como buscando un cierto paralelismo, añade: Y al prójimo como a ti mismo.

  En efecto, amar al prójimo es una consecuencia de amar a Dios o lo que es lo mismo, no podemos decir de ninguna forma que amamos a Dios si no amamos al prójimo, 1 Jn. 2:9; 4:20, 21. De manera que siempre hemos de tener en cuenta ambos enfoques: Dios y el prójimo. Así, debemos aprender del camaleón que tiene la habilidad de mirar a dos sitios a la vez e integrar las dos miradas en nuestro cerebro y hacer de nuestra vida el mejor resumen de la voluntad divina (la ley), pues amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, es más importante que todos los holocaustos y sacrificios juntos.

Por otra parte conviene que nos preguntemos si estamos viviendo en el Reino de Dios o si estamos cerca, a punto de entrar. No sea que nos quedemos en la puerta como el escriba del texto y no sirvan para nada las experiencias y los malos ratos. Aquí, de lo que se trata es de entrar, el primero o el último, pero entrar. De nada sirve el casi, Hech. 26:28. Pues bien, para hacerlo, para entrar en el Reino, sólo hay un camino: Amar a Dios o, lo que es lo mismo, amar al prójimo. Sí, ya sabemos que sólo Cristo salva y que nuestros actos no tienen nada que ver en el proceso. Pero otra cosa son los sentimientos, éstos sí que intervienen, califican y hasta nos condicionan, pues no sólo deben reflejar sumisión y arrepentimiento, sino ser motrices para ejemplo de los demás.

Un examen, anual o periódico, debe utilizarse para descubrir las carencias y debilidades de las promesas hechas en medio de la emoción del momento y hasta para reforzar el propósito de cumplimiento de las que sin duda hemos de hacer todavía. De todas formas, y como guinda para este postre, debiéramos ver de seleccionar nuestros votos (promesa de dar o consagrar al Señor una persona o una cosa; también, promesa de realizar alguna obra buena) y juramentos (voto de abstinencia a través del cual cierta persona promete abstenerse de algo que tiene permitido), puesto que una vez hechos debemos cumplirlos si no queremos perder la credibilidad ante los ojos de Dios… y del prójimo.

 

 

 

 

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Barcelona, 16 de julio de 1994

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Catorce de enero

 

14.1 LA UNIVERSIDAD CELESTIAL

1 Jn. 2:12-14

  El pasaje escogido para hoy no tiene desperdicio: Juan les habla a «los hijos, padres y jóvenes» y, en general, a todos aquellos que queremos aprender de nuestro Dios de forma muy personal.

En primer lugar se nos dice que tenemos en común el perdón de los pecados conseguido gracias a una acción redentora de Jesús. De manera que de no tener esa base, de no haber aprobado esa selectividad por usar un lenguaje académico, no podríamos haber accedido al paraninfo celestial. Así, para crecer en santidad, para seguir en carrera, debemos vivir en cristiano; es decir, estar bien matriculados en el conocimiento de Dios.

Luego (esta es una característica que se nos reconoce y valora en lo que cabe), ya que conocemos al Rector del curso y que sabemos que ha ejercido desde el principio de todos los tiempos, debemos aprovechar su permisividad para tratar de conocerlo de una forma íntima y aprender de sus claras lecciones magistrales.

Y es que este conocimiento, esta pureza creciente, genera a su vez una fuerza capaz de vencer al fracaso, a la poca santidad, al maligno y a su mediocridad… Es cierto, la fuerza y el saber del conocimiento celestiales se adquieren haciendo, practicando la santidad y viviendo, día a día, la voluntad de Dios. En otras palabras, ¡imitando a Cristo! Imitación que pasa por un claro desgastarnos los codos y las rodillas leyendo su Palabra y orando continuamente.

Pero hay más: Una vez conseguida la fuerza suficiente para vencer al maligno, para dejarlo a la espalda, hemos de aprender a usarla en todas aquellas ocasiones de la vida que lo requieran. Así, antes de tomar una decisión importante, optar por un camino o elegir una carrera, hemos de consultar al Maestro el cómo y el cuándo aplicar una fuerza recién adquirida no sea que, sin querer, la usemos para oponernos a la voluntad de Dios. Recordemos que éste es muy sabio y lo mismo da que quita, Job 1:21. Aprendamos, pues, de los misterios del Reino de los cielos que se adivinan en las palabras de Jesús, pronunciadas en un fin de curso cualquiera: Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene (al que no conserva), aun lo que tiene le será quitado, Mat. 13:12.

De todas formas, aprovechemos la estancia en la universidad celestial, pues hemos de saber que aunque no demos la nota esperada; al final, si hemos confiado en Él, en Jesús, tendremos el despacho, el diploma, que nos dará derecho a ejercer a lo largo y ancho de la eternidad, Mat. 25:21.

 

 

 

 

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Barcelona, 16 de julio de 1994

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Quince de enero

 

15.1 LOS PLAZOS DE DIOS

Jos. 6:12-20

  Parece ser que la impaciencia y la desconfianza son una constante de la humanidad. Así, se pueden contar con los dedos de la mano los hombres y las mujeres que no tienen o padecen semejantes fallos del espíritu ya que si tenemos fama de alguna cosa, no es de paciencia, favor y confianza precisamente (Job y Rahab son, pues, excepcionales).

Sin embargo, en la conquista de Canaán, la paciencia y la confianza del pueblo de Israel fueron puestas a prueba una y otra vez. Y es que hay bendiciones a las que Dios pone plazos y están ahí para probar nuestra fe. El mundo, por lo general, exige del Señor resultados rápidos, pero Él es muy paciente y quiere que nosotros lo seamos también. Ya sabemos que este mundo fue creado en eras o etapas (nosotros mismos nos formamos en nueve meses), y así debemos avanzar en santidad. Es verdad que el muro de Jericó pudo haber caído el primer o el quinto día, pero no fue así porque Dios quiso que fuese el séptimo. Es un error pensar que si Dios es poderoso, ¿por qué no hace lo que yo quiero? ¿Por qué no nos bendice ya? ¿Por qué no salva a todos mis hijos…? Sin duda ésta no es la actitud correcta y, desde luego, la más alejada para entrar en la ciudad celestial o para gozar de sus beneficios.

Veamos brevemente la táctica usada por el pueblo de Josué en la ocasión que nos ocupa:

El primer paso para alcanzar pacientemente las promesas divinas es ir detrás de Dios, es siguiendo sus pasos como hicieron los hebreos detrás del arca, v. 13. Claro adaptados a su sistema, a su forma de ser, no puede hacerse largo ningún camino, ninguna empresa, ninguna bendición…

El segundo es tener disciplina como individuos y como pueblo, v. 14. Siempre hay argumentos para apartarnos del trabajo de la iglesia, de su método misionero, de su sentido devocional, y eso es malo, muy malo. Sí, es posible que si se nos pidiese una entrega instantánea la hiciésemos, pero eso de darnos día a día, de forma continua, es harina de otro costal. Sin embargo, si queremos ver las bendiciones de Dios hemos de colaborar en los trabajos, cortos o largos, de su Iglesia y tomar parte en las aventuras que se gesten en común.

El tercero, es esperar la ocasión para obedecer a Dios con confianza aunque sus órdenes sean extrañas en apariencia y no desesperar por la tardanza de los posibles resultados. El pueblo de Israel esperó a dar los gritos en el momento justo, v. 20. No estaban armados ni preparados para nada, pero sabían gritar y lo hicieron creyendo que Dios añadiría poder a su fuerza. Así fue. Con semejante aliado, el muro de Jericó se derrumbó y cada uno avanzó derecho hacia adelante y tomaron la ciudad. Entonces, ¿qué impedimento o dificultad humanas puede resistir en pie al grito del pueblo de Dios? Si lo hacemos bien, ¡ninguno!

Mientras, seamos pacientes hasta la venida del Señor, Stg. 5:7, confiando en que los cielos y la tierra nuevos serán una realidad es nuestro futuro inmediato, 2 Ped. 3:13, aunque tengamos que atenernos a los plazos de Dios.

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 11 de agosto de 1994

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Dieciséis de enero

 

16.1 LA AUTOESTIMA

Rom. 3:9-18

  No nos gusta saber lo malo que tenemos, ni si estamos enfermos, ni si andamos fracasados, ni destacar por una tara, un defecto o una desgracia… A veces, hasta decimos que nos gustaría saber aquello que piensan de nosotros los demás, pero es mentira. Sólo queremos saber lo bueno, sea cierto o no, que tenemos y que se nos antoja evidente para todo el mundo.

Pues bien, ese tipo de auto estima es mala. Sirve de una corteza inexpugnable para que no nos llegue el consejo del amigo, la frase del familiar o la sentencia de Dios. Porque ésa es otra. Si no nos gusta que los demás vean nuestras debilidades, menos nos gustará saber lo que el Señor piensa de nosotros. Y con razón. Porque Él va directo a la estancia más secreta del corazón y sabe como somos y lo que valemos. Tal vez podamos engañar al prójimo con una capa superficial de buenas personas, pero a Dios no. A Él no. Nos conoce desde siempre porque nos creó y va más allá de la piel.

Por eso no nos gusta este mensaje de Pablo. Este texto sugerido describe a un ser humano que está muy lejos de la presencia de Dios y que no quiere saber lo que Él conoce de su persona.

Pero, veamos el tema un poco más en profundidad:

Ahora, notamos de entrada que la definición paulina parece la descripción de una enfermedad curable… Claro, es verdad, Dios, cuando dice algo que no nos gusta, es para sanarnos, para romper la capa de auto estima que nos amordaza y empequeñece. Jesús dijo que vino a salvar a los enfermos y es en esta dimensión que debemos entender sus sanos y curativos mensajes. Por ej.: Un hombre alejado de Dios es capaz de llegar a ser un depredador de sí mismo, pero recuperado para el Señor es un ángel para los demás. En esta línea, pues, hemos de ser capaces de mirarnos hacia adentro con la ayuda de Dios y abrirnos al prójimo.

Jesús es sin duda el gran médico de nuestras vidas. Mas, para que tenga efecto la milagrosa curación y se produzca el cambio de forma visible y veraz, hemos de reconocer que estamos marcados y lastrados por la pesada auto estima y que somos incapaces de sanar con métodos humanos y más tarde, acercarnos a El con la humildad requerida. Sólo en esta línea podremos ser recuperados y reciclados para ser útiles a los demás y, en consecuencia, a la sociedad de Dios (en cuyo momento verán en nosotros los ángeles que nunca debimos de haber dejado de ser).

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 11 de agosto de 1994

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Diecisiete de enero

 

17.1 LA SEQUÍA

Eze. 47:1-12

  Estamos en un año de sequía física pero, también, de sequía espiritual. Sí, vivimos en un país mediterráneo de alto riesgo de incendio, azotado por los vientos secos de poniente y estrangulado por su carencia de agua, y eso se paga. Pero el nuestro también es un estado desengañado por decenas de años de moral católica, quemado por la corriente atea y atrofiado por el consumismo de final de siglo, y eso también se paga.

De todas formas, si estamos secos espiritualmente no es porque no tengamos a nuestra disposición las condiciones necesarias para evitarlo. El Señor nos da siempre su agua espiritual y si no nos refresca y beneficia es porque la corteza impermeable producida por el pecado nos impide hacerlo. Esto es como todas las cosas. Hay muchas veces que pensamos que no necesitamos humedad alguna, otras que el tema no va con nosotros y aún otras más que nos convencen de que si hay que preocuparse, ya lo haremos mañana cuando la falta de agua (espíritu) sea más evidente y el fuego nos esté calcinando.

Es verdad que aquel creyente sincero, el que crece en santidad cada día por estar regado por el espíritu de Dios, es a su vez una fuente de agua viva, Juan 7:37-39, que, generada por el Espíritu Santo, esparce beneficios en su ecosistema; pero también, que si no se va al tanto, si uno no se vacía hacia los demás, se corre el peligro de estancar humedad y beneficios y, por consiguiente, de romper el círculo de vida, la cadena de vida, sin tener derecho alguno. Tanto es así, que si vemos la sequedad espiritual a nuestro alrededor es porque lo estamos nosotros (anulada la capacidad conservante) o no sabemos proyectarnos al exterior por obturación de nuestra capacidad permeable. En cualquier caso debiéramos volver a los orígenes de nuestro primer amor y a la marcada dependencia divina de aquellos días.

A estas alturas del pensamiento de hoy debiéramos volver a leer el texto sugerido para darnos cuenta de lo que podría significar una comunidad creyente, llena de vida, en donde aquella sequía sólo fuese una nebulosa en nuestra pasada memoria y para colocar nuestro granito de arena; mejor, nuestra gotita de agua, en su pronta realidad de oasis en medio del desierto del mundo, pues si reconocemos que el Señor es en sí mismo el agua de verdad que posibilita semejante milagro y que si acaso se nos debe dar un lugar en todo este proceso, vendríamos a ser como esa especie de hoja que conserva el rocío matutino, esa flor que aguanta la humedad ambiental…

 

 

 

 

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Segur de Calafell, 24 de agosto de 1994

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Dieciocho de enero

 

18.1 EL MANTO DE JUSTICIA

Isa. 61:8-11

  Desde el momento en que conocemos al Señor, movidos por su gracia y lavados por su sangre, Él nos da un manto de justicia que es diferente a las togas o vestidos del resto de los hombres. Esto es muy importante. Bien es verdad que el hábito no hace al monje, pero nadie reconocería a un juez en funciones sin su toga. De manera que este manto, el dado por Dios, no el ganado por esfuerzos propios, debe marcar nuestra vida hasta el punto de influir positivamente en nuestro comportamiento diario.

En efecto, este manto es una forma de vida, una actitud, una manera de ver las cosas y una fuerza motriz que nos hace estar por encima de ellas. De manera que, a imitación de los antiguos discípulos, Hech. 4:13, con la ayuda externa, debemos transformar nuestros espíritus, mentes y cuerpos para que el mundo conozca que hemos estado y tenido una experiencia personal con Cristo. Precisamente, el hecho de que todos sepan que somos hijos de Dios, es una de las razones del por qué se nos ha dado un manto de justicia sin merecerlo y sin haber hecho oposición alguna. O lo que es lo mismo, el que todos nos reconozcan como hijos suyos es la constante que no hemos de olvidar si no queremos dañar este manto con aquella polilla del pasotismo tan en boga en nuestros días.

El Señor quiere que resultemos atractivos, presentables, limpios y sanos para que podamos predicar con ventaja el mensaje de la salvación y la verdad es que, a veces, nos resistimos a ponernos el manto de justicia porque no nos gusta mucho ser reconocidos como cristianos. Sí durante algunos momentos, sí en ocasiones especiales, pero cada día, cada minuto, ¡no! Sin embargo, en toda la cadena de salvación humana, hemos de predicar el evangelio con nuestra vida, enseñar nuestro cambio, señalar a Cristo Jesús… Debemos ser reconocidos como transmisores del mensaje de Dios y como hacedores de su voluntad llevando dignamente la toga, manto, o señal de nuestro ministerio.

Pero, ¡cuidado! A veces sentimos la tentación de modificar este proceso con ropas o pinceladas de color personales cuando el manto de justicia no sólo es de Dios, sino que es el único que puede modificar el vestido de la salvación. Es cierto que la tierra es importante para la consecución del fruto, pero lo es más la semilla que lo hace fructificar. Es cierto que somos importantes, incluso imprescindibles, para llevar a otros la posibilidad de salvación, pero es el Señor su único autor y realizador. Otra cosa es engañarnos a nosotros mismos y hacer perder el tiempo a los demás. Él nos viste con su manto porque nos eligió y salvó y tiene especial interés que otros lo sepan. Nos hizo justos gracias a la sangre de su Hijo, nos hizo justos por gracia y ese manto es la señal indicadora de que algo cambió nuestra vida. No hay vuelta de hoja. Cualquier cosa que impida nuestro testimonio oscurece su acción benigna, su manto de justicia, y merma las posibilidades de salvación de todos los que nos rodean. Por el contrario, si dejamos actuar a Dios a través de nuestra vida nuestra descendencia será conocida entre las naciones y nuestros renuevos en medio de los pueblos.

 

 

 

 

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Barcelona, 20 de septiembre de 1994

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Diecinueve de enero

 

19.1 ¿DE QUE SOMOS CAPACES?

Mat. 5:38-42

  Todo lo que nos rodea nos incita a tener reacciones de fuerza. El trabajo, la conducción de los vehículos, los roces, todo, todo está montado de forma que cualquier chispa nos hace perder los estribos una vez sí y otra también. Se ha venido diciendo que la vida es una selva en la que sólo tienen cabida los ganadores y nos abrimos paso a codazos por no usar otra figura más fuerte. Pero no debiera de ser así. Es verdad que la filosofía mundana nos bombardea de forma constante diciendo a voz en grito que vale más quien acaba ganando o ya no importan los medios para conseguir el fin. Y esto no debiera ser así de ninguna manera. Jesús nos enseña cómo eliminar el resentimiento de nuestra vida, v. 39, cómo andar por este valle de lágrimas sin pisar a nadie, cómo transformar la agresividad en potencia positiva…

Él, Jesús, nos dejó miles de ejemplos, tantos que, si nos pusiéramos a describirlos, no cabrían en el mundo los libros que podrían escribirse, Juan 21:25. Cuando le decían que era amigo de pecadores y de prostitutas, no se inmutaba; al revés, daba una lección magistral a quien quisiera oírla. Y cuando le acusaban de trabajar en sábado, les demostraba que, o estaba haciendo un bien o cubriendo las elementales necesidades físicas, mentales o espirituales. Pero Jesús, cuando le mataban, perdonaba, cuando le injuriaban, sonreía… Este es el modelo a seguir, el listón a superar o a igualar. Claro que no podemos hacerlo solos; precisamente, otra cualidad del Maestro es ayudar a sus discípulos. Ni tampoco lo conseguiremos de golpe. El cristiano crece poco a poco, paso a paso, golpe a golpe, hasta que aprende bien a no reaccionar de la forma violenta a ningún insulto, a ninguna provocación, a ninguna tortura…

Sí, hemos de ser capaces de ir más allá de la razón, v. 40. No sólo hemos de ser capaces de resistir el hecho de que nos invadan el territorio, que nos pisen el callo, sino de abrir de par en par las puertas de nuestra corazón. Si siempre estuviésemos en guardia, viendo, catalogando y debatiendo los insultos o curándonos los pisotones, ya no tendríamos tiempo para nada, ni para amar ni para perdonar.

¿Estamos dispuestos a servir por imposición? v. 41. Casi todos nos revelamos cuando tenemos que hacer algo a la fuerza, por obligación; pues bien, Jesús quiere que seamos capaces no sólo de hacerlo con alegría, sino doblando el esfuerzo exigido. ¿Estamos dispuestos a dar más de lo que se espera de todos nosotros? v. 42. ¿Sí?, pues esa es la verdadera actitud a seguir. Debemos ser, pues, increíbles, buenos, diferentes, generosos, nuevos, sanos, limpios… Hemos de demostrar al mundo de lo que somos capaces… Así, ¿estamos dispuestos a dar la persona si se nos pide? ¿Sí?, pues ese es nuestro límite y aquello que se espera de nosotros. Sólo siendo diferentes tirando a bueno tendremos oportunidad de aprovechar nuestro testimonio al máximo y hacer que otros se acerquen a los pies de Jesús.

 

 

 

 

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Barcelona, 23 de septiembre de 1994

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Veinte de enero

 

20.1 LOS VESTIDOS

Efe. 6:10-18

  Se ha dicho muchas veces que el hábito no hace al monje y es verdad, pero ¡ayuda a reconocerlo! Además, en el caso que nos ocupa, el asunto va más lejos. Los vestidos cristianos no sólo nos ayudan a ser identificados, sino que nos imprimen carácter. El apóstol Pablo, que en esto de usar figuras era un buen especialista, dice: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos, Gál. 3:27. De manera que el aserto no se presta a muchas discusiones: El vestido cristiano, la forma de vivir, es muy determinante para la vida espiritual y colectiva de nuestra comunidad.

Por si queda alguna duda en la confección del mismo, veámosla con los ojos del de Tarso, quien a su vez se está inspirando en el seco atuendo del soldado romano que, a la puerta de su cárcel, le impide su libertad:

La posición, firmes; el cinturón de la verdad que nos da soltura, agilidad y libertad de movimientos; la coraza de la vida verdadera y justa, que acaba con los entuertos y los malos entendidos; el calzado, dando vida (no como el de Atila del que se dice que por donde pisaba no crecía la hierba); el escudo grande, de fe, para poder anular con éxito cualquier ataque enemigo; el casco de la salvación, dando y guardando la vida, sin sacárnoslo de la cabeza, como si fuésemos motoristas avezados, y la espada, la Palabra de Dios para hacer su voluntad, para saber dónde estamos, para atacar si hace falta (no con nuestras ideas, sino con las de Dios). Luego la oración, que lo abarca todo, como la grasa que mantiene a punto, en uso, la armadura.

Este es el mensaje. Dios no nos llama a ir disfrazados de sus hijos, sino a ir revestidos con sus ropas. Nos gusta mucho remedar a Dios dando a nuestro atuendo un toque por aquí, un lazo por allá… pero hacemos mal. El vestido que Dios pone a nuestro alcance es perfecto y cualquier cosa que queramos añadir o modificar nos disfraza. Mirar, si en algo queremos gastar fuerzas, hagámoslo teniéndolo a punto, conservándolo y hasta indicando a otros como pueden tener uno igual. Porque esa es otra. Una de las razones por las que debemos ser identificables, y no la más pequeña, es para enseñar a otros la capacidad redentora del mensaje del sastre celestial, de Cristo. Estamos en la pasarela de la moda de la vida eterna para señalar a la cruz como solución correctora del desnudo pecado mundial. Y a eso vamos. Cualquier intento de modificar estos vestidos ganados por gracia, si no desvirtúa el mensaje, que es eterno, lo diluye y, en consecuencia, retrasa sus efectos.

De manera que no nos disfracemos ni por carnaval. Sí, hemos se ser nosotros mismos siempre porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes…

 

 

 

 

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Barcelona, 3 de octubre de 1994

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Veintiuno de enero

 

21.1 EL AMIGO DE DIOS

Stg. 2:14-26

  Hemos dicho muchas veces que los amigos no nacen, sino que se hacen. Y que tenerlos es una de las mayores riquezas a la que debemos aspirar con honra, pues el afecto personal desinteresado que producen, es algo tan valioso como difícil de conseguir y conservar. Pues bien, entre otras cosas, nos molesta mucho que un amigo diga algo y luego haga todo lo contrario. Es un daño a nuestra confianza y un deterioro de su imagen. Pues a Dios le pasa lo mismo. Continuamente le defraudamos. Pero como de tuyas a mías hay un mundo, cuando fallamos, tratamos de dulcificar el daño argumentando que somos humanos y que hay una distancia infranqueable entre lo que uno dice que va a hacer y lo que hará al final.

Sin embargo, esto no debiera ser de esta manera. Sobre todo si hablamos de nuestra relación con Dios. En toda su Palabra está el mensaje que manda hacer lo que decimos, que el cristiano completo es aquel que conjuga la acción y el pensamiento. Porque un hombre que no practica lo que cree es un hombre a medias, un cristiano que no hace lo que dice es un cristiano a medias… ¡Si las convicciones son firmes, hemos de practicarlas!

En más de un sentido, hemos de ser santos y luchadores. Bien está ayunar en el desierto, pero hay que salir al valle, mezclarse con la gente y demostrar que se puede hacer lo que uno dice. No hay cristianos, pues, pasivos o activos, hay cristianos completos o no. Cristianos que ponen su fe por obras y sus aspiraciones por hechos. De esto de trata: ¡Nuestra fe debe estar repleta de acción! Sólo seremos cristianos de la última generación si practicamos con ilusión lo que creemos, equilibrando la fe y las obras, puesto que aquí son conceptos inseparables, unas caras de la misma moneda, precisamente porque éstas son una consecuencia directa de aquélla y porque aquélla no se puede demostrar sin la existencia de éstas.

Pero hay más, sólo el cristiano completo, el que hace lo que dice en la órbita celestial, es amigo de Dios, v. 23. La fe perfeccionada por las obras es la demostración de nuestra creencia, de nuestra consideración de hombres justos y de nuestra amistad con Dios. Y en esto, no importan ni nuestra situación anterior a la conversión, ni tampoco nuestra actual y aparente debilidad. Sólo cuenta creer y hacer lo que se espera de nosotros en ese momento temporal de la historia en que nos encontramos cada día. Lo demás son buenos propósitos que no llevan a ninguna parte. ¿Qué diríamos de Andrés, si sabiendo dónde había panes y peces no los hubiese llevado a Jesús? Juan 6:8, 9. ¿O de Ananías, por poner otro ejemplo, si no hubiese ido a conocer a Saulo de Tarso a casa de un tal Judas? Hech. 9:11. Las respuestas son tan obvias que no necesitan transcripción, sólo acción. ¿No sabemos que la fe se perfecciona por las obras? v. 22. Pues bien, si queremos ser amigos del Señor, además de hijos, hemos de hacer aquellas pequeñas cosas que se esperan de nosotros como unos y como otros.

 

 

 

 

231220

Barcelona, 20 de octubre de 1994

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Veintidós de enero

 

22.1 LAS BUENAS INTENCIONES

1 Crón. 16:8-11

  Una de las constantes de la vida cristiana es la de estar llenos de buenas intenciones, porque después de conocer a Cristo tenemos grandes deseos de organizar el entorno al estilo de David con el arca de la alianza y sus enseres. Y, sobre todo, de poner a Dios en su sitio. En nuestra casa, en nuestra vida… Así, empezamos por estudiar aquel plano del templo que le queremos edificar, que dimensiones ha de tener, cuantas puertas, como financiarlo… Después, buscamos el momento, los permisos, los materiales… Hasta nos es posible que empecemos a desbrozar el solar y a profundizar las zanjas de los cimientos; pero, poco a poco, estas buenas intenciones se diluyen como azucarillos en la leche caliente.

Y es que es muy duro construir para el mañana en medio de gentes que viven al día (si no que se lo pregunten a Noé). Cuando David puso el arca en su sitio se alegró, pero los demás le tildaron de estar loco, incluso su mujer, 1 Crón. 15:29, que parecería ser la menos indicada. Así que las dificultades no deben preocuparnos hasta el punto de dejar de trabajar en el proyecto. Si lo que hacemos es para el reino del Señor, Él estará con nosotros ayudando, 1 Crón. 15:26, y bendiciendo. De manera que debemos seguir con la tarea de colocarle en un sitio muy principal y demostrando que lo adoramos aun en medio de la posible mofa ajena. Ya lo hemos dicho, David no sólo se alegró de acabar su obra al poner en práctica sus buenas intenciones hasta donde las razones divinas le dejaron, sino que lo hizo de forma visible y palpable, creando, además, un himno a la alegría.

El sabía, y nosotros con él, que una vez puesto a Dios en el lugar principal de su vida, ya no tardarían en aparecer las bendiciones. Sí, en efecto, la presencia de Dios tiene una acción benefactora para el ofertante puesto que no deja sitio para los diosecillos del mundo y, en consecuencia, la prosperidad del pacto se hace evidente. En segundo lugar, la ocupación divina posibilita que su poder se proyecte hacia los demás, pues su influencia nos obliga a realizar nuestras buenas intenciones en el entorno. Y, por fin, tener a Dios al alcance de la mano nos da una mejor calidad de vida en donde la alegría y la confianza se respiran por todos los poros. Estas son las llamadas tres patas del taburete que ejemplarizan la relación ideal con Dios y su influencia en la manifestación de las buenas intenciones. Si una es más corta que las otras dos no podemos sentarnos sin poner en peligro nuestra integridad, si Dios no ocupa el mejor lugar o si su fuerza no se aprovecha para ayudar a los demás y para crecer en santidad, no podremos cantar las alabanzas que se esperan como hijos de luz.

La presencia de Dios, el arca en los días de David, fue como una bomba en medio del pueblo que les obligaba a estar en guardia, prontos a hacer su santa voluntad. Lo mismo hemos de sentir nosotros. Su presencia, no sólo debe producir alegría interna y externa, invisible y visible, sino posibilitar que los demás lo vean y lo sientan a través de la onda expansiva de nuestro testimonio. Al final, si hacemos lo que se espera de nosotros, si ponemos en práctica las buenas intenciones, nuestros interlocutores nos dirán ¡amén! como hizo en su día el pueblo de Israel, 1 Crón 16:36, después de apuntarse al carro de las suyas.

 

 

 

 

231221

Barcelona, 7 de noviembre de 1994

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Veintitrés de enero

 

23.1 LA TARJETA DE CRÉDITO

Fil. 4:5-7

  Con esto de la oración pasa lo que con otras muchas cosas. A veces creemos que es una tarjeta de crédito sin límite, pero no es así. La oración es la sintonía con Dios que más está expuesta a las inclemencias y variaciones de nuestra santidad. Si la usamos poco, poco la echamos a faltar, si la usamos mal la inutilizamos… Es su uso cotidiano cuando la oración alcanza su eficacia y su razón de ser, 1 Tes. 5:17.

Así que debemos explotar al máximo su poder; es decir, como quiera que los cristianos tenemos negocios con Dios, necesitamos saber que crédito tenemos con Él y como usarlo sin sobrepasar su límite. Por eso debemos recordar una cuantas verdades de la oración perfecta:

Al orar, debemos practicar la humildad con claridad, pues no la tendremos con los demás si no la tenemos con Dios (recordemos la parábola del fariseo y el publicado, Luc. 18:9-14).

También debemos sentir aquella fe que abarca a todas las promesas divinas y que nos hace gozar de antemano de las respuestas de Dios.

Lo mismo se podría decir de la esperanza que nos hace sentir en presente el cumplimiento de esas promesas… Por otra parte, el amor y la paciencia deben estar incluidas en la composición de la oración, el primero porque está llamado a representar el papel de avalista en nuestras relaciones con el Señor y la segunda porque nos hace renunciar a intervenir en sus decisiones.

Por último, debemos cubrir de sensatez lo que pedimos a Dios (muchas veces pedimos cosas que ni el mismo Jesús se habría atrevido a pedirlas). Así pues, cuando sentimos la necesidad de orar, ya sea en la dificultad, la indecisión o la alegría, debemos hacerlo sabiendo el alcance de nuestro crédito y su disponibilidad, aceptando de entrada la santa voluntad de sus respuestas y sus bendiciones. Lo que no quiere decir que no debamos pedir aquello que nosotros mismos no podemos conseguir; al contrario, muchas veces no pedimos cosas porque tenemos miedo de que Dios nos las conceda, con lo cual nuestro crédito se pierde sin usar. En otras palabras: La medida justa de la oración está en la total y clara dependencia a Dios, en el gozo adelantado por aquello que pedimos y en la aceptación última de su voluntad.

Pero el crédito es agresivo, no podemos estar ociosos o en actitud de reposo en nuestras relaciones con Dios. Pedir y se os dará, Mat. 7:7; Luc. 11:9, decía el Señor y esa es la verdadera mecánica. Él está cerca, v. 5, y, por lo tanto, al alcance de nuestros gritos aunque sean hechos en voz baja o mentalmente. Conoce cualquier corazón y es capaz de oír e interpretar hasta las más íntimas y finas vibraciones de angustia, gratitud o ganas de servir en su reino. Entonces, no tiene sentido que no usemos más la oración, el poder más grande del universo que decían algunos, para alcanzar todo aquello que nunca conseguiríamos de otro modo por nosotros mismos.

Una palabra más: Cuando un discípulo pidió a Jesús que le enseñase a orar, El dijo: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Y el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos los pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal, Luc .11:1-4. Amén.

 

 

 

 

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Barcelona, 17 de noviembre de 1994

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Veinticuatro de enero

 

24.1 LA CARA

Hech. 6:8-15

  Dicen que hay gestos de nuestra cara que denuncian lo que sentimos, que la cara es el espejo del alma, y es verdad. La expresión del rostro tiende a reflejar nuestra propia vida. Por eso los antiguos artistas griegos se ponían máscaras en la cara para aparentar mejor lo que no eran o sentían (de ahí la palabra sincera que venía a enseñar lo que era cada cual).

En el pasaje que nos ocupa, la cara de Esteban, uno de los primeros siete diáconos del cristianismo, venía a ser el alma que estaba llena de gracia. Tanto es así, que aquellos que le apedreaban vieron una cara de ángel a pesar de la distancia, el polvo y el alboroto. Y es que la gente necesita ver caras de ángel en un mundo de demonios. Siempre ha sido así y ahora, en el tiempo que nos ha tocado vivir, también lo es. Sin embargo, el énfasis no está puesto en la necesidad de que nos pongamos una máscara más o menos creíble, sino de purificar el alma. Ya hemos dicho que la cara refleja lo que sentimos y deja ver nuestra gracia aun en las condiciones más adversas, v. 12. Bien, ahora decimos más: La cara debe reflejar nuestros sentimientos en cualquier ocasión. Podía llegar el caso en que, ayudados quizá por lo excepcional del ambiente, viniésemos a dar testimonio de nuestro salvado estado interior, pero esto se nos antoja más difícil si la ocasión es repetitiva, anodina o poco vistosa. Sí, sabemos de la fuerza que nos da el martirio, pero nos gusta descuidar un tanto el morir un poco cada día. Mas, en el gota a gota del alma demostramos también el poder de la gracia recibida…

Ahora bien, esto no es fácil. Ninguno ha dicho que sea fácil. Cristo, hablando de su muerte, su segunda venida y el período de aparente indefensión de sus discípulos en el corto tiempo que va de una cosa a la otra, dijo: En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo, Juan 16:33. De manera que nadie puede decir que ha sido llamado a engaño. Hay y habrán problemas, pero Jesucristo está con nosotros y sólo estando en comunión plena con él podremos ser sal y luz para los demás. Claro, ¡sólo los que viven con Dios pueden reflejarlo! Éxo. 34:29, 30.

Así que debemos enseñar al mundo nuestras caras de ángel y no sólo porque los hombres mirarán con lupa de aumento intentando ver lo que reflejan, sino porque es su última esperanza. Lo hicieron aquellos apóstoles, Hech. 4:13, y debemos hacerlo nosotros…

Para todos los que no sepan como se puede producir un cambio de vida tan importante y benefactor, ahí dejamos la solución: Por tanto, nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria de Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor, 2 Cor. 3:18, y para aquellos otros que piensan que ya han dado de sí todo los que se espera de ellos, esta otra: Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal como El es, 1 Jn. 3:2.

 

 

 

 

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Barcelona, 16 de enero de 1995

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Veinticinco de enero

 

25.1 LA NAVIDAD CRISTIANA

Juan 1:14

  Cada año la Navidad anda más fatigada, a merced del poder económico que con sus árboles triangulares atraen al personal hacia las compras.

Sin embargo, la Navidad, la Navidad cristiana, es mucho más: Natividad o Navidad, procede del verbo latino nasci, nacer, nacimiento. Entonces, la acepción cristiana se refiere al mismo nacimiento de Jesús. Visto así, este tipo de Navidad no tenía sentido entre los griegos y los romanos, pues todo, dioses incluidos, provenía de todo, desde siempre. Pero en el texto judío, el planteamiento es diferente. Moisés escribió: en el principio creó Dios los cielos y la tierra, Gén. 1:1. Este principio no es temporal, sino que señala aquellos que hace posible y condiciona la narración. Dios creó. Entre este verbo y lo creado no había nada… Mas aparece el ser humano, una enorme coma de la creación, también una obra maestra de Dios, que, apercibido de la nadería anterior se da cuenta de su inferioridad y juega a ser un dios para librarse de ella, para librarse de la losa que representa la nada. Pero el pecado se cuida de desengañarlo, de decirle que no hay un ser humano capaz de levantar una pasarela sobre el gran río de la nada. La originalidad del cristianismo, pues, es la de contar que el puente, el nacimiento, se ha edificado desde el otro lado, desde la divinidad. Esto es lo que nos dice Juan: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… Juan 1:14. En fin, el Verbo, la Palabra… ¡Dios se encarna en la nadería a fin de salvarnos!

Así que la Navidad, ya sea celebrada el 25 de diciembre, el 9 de julio, o cualquier otro día, debiera hacernos pensar, reflexionar. Es verdad que debemos festejarla por todo lo alto, pero también que debiéramos usarla para acercarnos, para reconciliarnos con Dios y con los hombres. Este es el momento justo, el ideal. Los sentimientos andan flojos y las voluntades están a favor, sólo falta ceder ante el impulso filial que nos hace sentir hermanos de todos los seres humanos y actuar en consecuencia. Cristo nació para devolvernos al Paraíso del que nunca debimos salir, por lo que su glorioso advenimiento es una buena ocasión para aunar esfuerzos y limar diferencias orientados en la consecución de ese fin.

La Navidad cristiana en la época más fértil del año, nos vuelve niños, nos hace mejores y hasta parece que nos hace sentir más cerca de Dios, el creador de la nada… ¡y qué les aproveche el turrón, si es decente, y el cava, si es honrado!

 

 

 

 

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Barcelona, 23 de enero de 1995

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Veintiséis de enero

 

26.1 LAS GRACIAS

Luc. 17:7-10

  Uno de los refranes más jugosos de la lengua castellana, dice: Es de buen nacido ser agradecido. Sí, está bien que demos las gracias por todo aquello que nos hacen sin tener obligación, pero otra cosa distinta es que nos consideremos merecedores de la gratitud ajena sólo por el hecho de cumplir con nuestro deber. Sin embargo, como somos tan especiales y decimos gracias por todo, o por casi todo, nos duele que no nos paguen con la misma moneda.

En nuestra relación con Dios pasa lo mismo, por lo que debiéramos revisar a la baja nuestras ideas a este respecto pues, a veces, nos comportamos de pena con Él creyendo que es un mal educado que no agradece las cosas que hacemos en su nombre con tanto esfuerzo. Empecemos diciendo que el pagar nuestras deudas, que el cumplir con nuestro deber; más aún, que el hacer lo que se espera de nosotros, es un mandamiento divino, Rom. 13:7, y que, por lo tanto, no tiene porque generar agradecimiento. El Señor no nos debe nada, aunque a veces nos comportamos como así fuera. Mirar, no nos ganamos una medalla por intentar no pecar, ¡es nuestro deber! Si pensamos que Dios debe estarnos agradecidos, nos equivocamos del todo. Esto no es un contrato. La relación con Dios es de amor y amor es lo que se espera del amado.

Los discípulos de Jesús tampoco tenían claro esto de las gracias y pensaban que el estar a su lado comiendo y bebiendo merecía un premio (que en último extremo lo hay, pero no como pago a los servicios prestados, a la forma de vida requerida). Pero el Maestro, después de poner algunos ejemplos claros, les dice: Cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.

De manera que debe bastarnos la satisfacción natural del trabajo bien hecho, del deber cumplido… y, si acaso, darle las gracias nosotros a El por la oportunidad que nos da de relacionarnos como hijos y herederos de su gloria eterna. ¿Somos siervos de mérito por hacer lo que debemos? No, más bien siervos agradecidos por entrar en sus planes por gracia, por pensar en nosotros antes de la fundación del mundo y por haber dado su vida para salvarnos.

De ahora en adelante, pues, nuestra relación con nuestro Dios debe estar basada en el amor más que nunca, en el amor que se da sin esperar nada a cambio, en el servicio abnegado de cada día y en la esperanza de morar con él después de haber oído: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré, Mat. 25:23.

 

 

 

 

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Barcelona, 31 de enero de 1995

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Veintisiete de enero

 

27.1 LA PAZ

Mar. 11:1-11

  Para nadie es un secreto que vivimos en un mundo que lucha por la paz, pero que se mueve por la guerra. En efecto, en todos los presupuestos nacionales de los países del orbe se contemplan partidas de dinero destinadas a las armas y a la formación y mantenimiento de los ejércitos. Y hasta se han acuñado frases como armas para la paz para explicar una filosofía amenazadora o todo por la Patria para justificar medidas represivas es un mal intento de demostrar que la fuerza es la valedora de la paz; sin embargo, en el pasaje que nos ocupa, se nos habla de paz sin usar medio expeditivo alguno. Se nos dice que Jesús, el Rey, entró en Jerusalén montado en un pollino. Pues no se nos ocurre una imagen más vacía de poder humano… El vehículo usado, un animalillo que nadie había montado antes, se da de patadas con la idea de fuerza moderna… Sin embargo hay más carga de paz en él que en el más poderoso tanque o coche blindado del mundo. Luego está la muchedumbre acaudillada por el Señor, la cual reconoce que era Príncipe de Paz, echando mantos al suelo, arrancando ramas con que alfombrar el camino y cantando sin cesar: Bendito el que viene en el nombre del Señor…

Aquello bien podría identificarse como una manifestación por la paz… Pero cuando la exaltación de los dos millones largos de personas que se habían juntado para la pascua judía se volvió peligrosa al intentar convertir a su líder en Rey de Guerra, éste, Jesús, mirándolo todo, v. 11, se fue a descansar a Betania tras reconocer a aquellos por los que moriría poco después (tal vez lo hizo suspirando agradecido por haber huido de las tentaciones de la gloria humana).

Pero no, Cristo necesita de estas manifestaciones por la paz. Por eso reprende a quien está tratando de impedirlas, Luc. 19:39, 40; es más, como ve sus intenciones, llora por ellos, Luc. 19:41, 42. Lo cual no indica que Él no quiera que la gente no se queme por la paz, sólo que las personas que no son capaces de encontrarla le hacen llorar. Empezando por los jerarcas de todo el orbe que quieren reventar la viva manifestación de la paz porque no es rentable, Juan 12:19, hasta los individuos más humildes que pasan de ella pues piensan que no pueden hacer nada de nada, todos somos responsables de su poca aplicación y todos, absolutamente todos, hacemos  llorar a Jesús.

La paz, como es sabido, es la ausencia de guerra y ya que en el fondo queremos que el mundo vaya detrás de la de Jesús, debemos preparar el camino limando las aristas de nuestro testimonio que le hacen llorar y colaborar en todas las manifestaciones de paz que la ocasión o la oportunidad pongan a nuestro alcance… aunque sea haciendo cosas tan simples como echando nuestros mantos en el duro suelo o arrancando ramas de árbol con que alfombrar el sendero por donde pasará el Rey de Paz.

 

 

 

 

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Barcelona, 8 de marzo de 1995

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Veintiocho de enero

 

28.1 LA TOLERANCIA

Rom. 14:1-8

  La tolerancia es, entre muchas más cosas, la capacidad de soportar algo de otros sin sufrir daño o aceptar ideas u opiniones distintas de las propias. En efecto, por su razón de ser, la tolerancia es la clave que regula con éxito las relaciones humanas. Pablo, a pesar de su carácter, era tan tolerante que practicaba sin cesar la ley viva del amor que acepta las cosas dudosas de los demás buscando su lado positivo.

Venía a decir que aunque todos los cristianos vivimos para el Señor; aparentemente, hay fuertes y débiles en la fe y que, a pesar de que tenemos cierta tendencia a pensar que somos los primeros, tenemos puntos fuertes y débiles, pues es sabido que somos fuertes cuando resistimos la tentación y débiles cuando caemos en sus garras. De manera que, visto así, hemos de ser bien tolerantes con los demás si queremos que éstos lo sean con nosotros en horas bajas, cuando estamos inmersos en las luchas cotidianas contra el mal.

Y si la tolerancia es importante, y hasta definitiva, en las relaciones individuales, lo es más en nuestras comunidades cristianas en donde llega a ser vital para el crecimiento general. En la Iglesia debemos dar cabida a todos aunque quien nos llame sea una gente sencilla y aparentemente sin valor. Puede ser un ángel… Además, no debemos juzgar a nadie. Aceptemos toda profesión de fe venga de donde venga. Demos votos de confianza sin parar. Vivamos en un régimen de manos abiertas, sostengámonos los unos a los otros…

Muchas veces basamos nuestros juicios en costumbres, culturas, ideas, aspectos y hasta en formas de hablar, pero debiéramos hacerlo en la Palabra de Dios. No somos un grupo cerrado, exclusivista, sino una comunidad compuesta por hijos, amigos y compañeros de Dios, que tiene a Cristo como denominador común y a la esperanza y al amor como formas de vida.

Por eso tiene tanto valor el dominio de los sentimientos y el control de los conceptos que tenemos de nosotros. El apóstol Pedro, que también sabía un rato de las relaciones humanas, nos enseña el secreto que puede hacer funcionar nuestra química con la de los demás y beneficiar, de paso, a la comunidad local. En un arranque de inspiración, dice: Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos de forma fraternal, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni tampoco maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición, 1 Ped. 3:8, 9. Así, para aceptar al débil debemos sentirnos igual; para aceptar al diferente, debemos volvernos diferentes; para aceptar al cansado y cargado de problemas, debemos sostener; para aceptar al rebelde, debemos amar… Para aceptar a cualquiera, pues, debemos hacer lo que hizo Jesucristo… ¡morir por él si es preciso! Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos De manera pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.

 

 

 

 

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Barcelona, 31 de mayo de 1995

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Veintinueve de enero

 

29.1 ¿DE TAL PALO TAL ASTILLA?

Eze. 18:1-9, 20

  El refrán que titula el pensamiento de hoy, en su forma positiva, es uno de los más extendidos del idioma moderno. En efecto, tenemos a mucha honra apuntarnos a los éxitos de nuestros hijos pues nos gusta alardear de las victorias o conquistas de nuestros cercanos y hasta nos pavoneamos de los premios, coronas, medallas o menciones honoríficas que pueden corresponder a nuestros allegados, tanto si son familiares como si no lo son. En todos los casos nos asiste el secreto orgullo de que esos éxitos, victorias, conquistas, premios y menciones han sido debidas al único hecho de ser nuestros conocidos, descendientes o no, y a las buenas cualidades que les hemos sabido transmitir.

Pero, ¿las circunstancias influyen en las personas? Más o menos. Todos los israelitas decían que sí y actuaban en consecuencia hasta el extremo de pensar y decir: Como los padres fueron malos y nosotros también lo seremos, no vale la pena esforzarnos en intentar hacer el bien. Sin embargo, Dios no dice eso; más bien afirma lo contrario: El que haga bien, vivirá. Es más, basta leer despacio el texto sugerido para entender que todo el hombre (alma) es de Dios. El cuerpo y la mente. Que quiere de él su vida entera. Por otra parte, está muy claro, confía más en nosotros que nosotros mismos, v. 20. Dios no tiene en cuenta el exterior del hombre, el color de la piel, el sexo, la altura social… La justicia de Dios es directa y abarca el todo del rey de su creación, v. 28.

En un aspecto parece como si Dios tratase de mejorar al hombre durante toda la vida natural de éste para que tenga la calidad que tuvo cuando paseaba con él por los valles del Paraíso, Gén. 3:8, antes de pecar. Y por eso quiere su vida y no su muerte, v. 32. Parece como si le gustase que el hombre se le parezca en todo o, cuando menos, se acerque al ideal original, Gén. 1:26. Mas, de cualquier manera, aun en las condiciones actuales, Dios quiere que vivamos y que no seamos responsables de lo malo que pudieron hacer nuestros padres; en consecuencia, sólo cargaremos con el peso de las circunstancias que nosotros mismos hayamos generado (lo cual no es un alivio, precisamente).

De todas formas, y en cualquier caso, nos conviene saber que, como quiera que vivamos, ha previsto la manera de adquirir justicia en la persona de su Hijo, el cual, de una manera completa, suple lo que nos falta para llegar a ese ideal de semejanza más o menos indispensable que nos haga gozar de la vida eterna.

Una cosa más: La confluencia de las voluntades divina y humana hace que la vida cristiana tenga sentido. Dios no quiere perdernos y nosotros queremos salvarnos. Es en esa línea donde debemos movernos y si de paso conseguimos éxitos, victorias o premios para nuestro Señor, tanto mejor, pues hasta los ángeles, dirán: ¡De tal palo tal astilla!

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 9 de agosto de 1995

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Treinta de enero

 

30.1 EL CANDIDATO

Juan 6:60-69

  Todos los partidos políticos luchan por ganar adeptos que los mantengan en el poder y no dudan de echar mano a aquellos procedimientos ilegales si estos lo pueden conseguir. Jesús no, Jesús va más lejos. Él no quiere que le sigamos por unas promesas materiales sean del orden que sean. ¡Él quiere que le sigamos por lo que es!

Por eso, cuando habló palabras de vida eterna después de su sermón en una sinagoga de Capernaúm, muchos de sus discípulos se marcharon de su lado. No querían promesas, reconocimientos ni logros para después de muertos. Pero aquellos que se quedaron, los que le siguieron, los que le votaron, los que creyeron que las verdades de Jesús no halagan los oídos de la gente, sabían lo que hacían. Jesús era, es el perfecto candidato. Todos los políticos nos necesitan y hacen lo que sea para conseguir nuestros pobres votos, ya lo hemos dicho; sin embargo, con Cristo Jesús, ¡somos nosotros quiénes lo necesitamos a Él! A la recia pregunta: ¿Queréis iros vosotros también?, sólo hay una respuesta: ¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna…

La gente quiere ser engañada políticamente, pero el Señor Jesús prefiere no engañar a nadie: Quiero que me sigáis en libertad, parece decirnos siempre. No quiero número, sino calidad, parece ser su eterna política… Lo que quiere este candidato son ciertos compromisos. Al joven rico, le dijo: Vende todo lo que tienes y ven… Luc. 18:22. A Zaqueo: Date prisa, desciende… Luc. 19:5. A la mujer samaritana: Dame de beber… Juan 4:7. A todos los demás: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame, Luc. 9:23.

Así que nadie os engañe, vemos la diferencia que existe entre los políticos y Cristo, entre unos mensajes y otros y aun entre unos seguidores y otros… Por lo tanto actuemos en consecuencia. La sensación de que hacemos un favor al Señor Jesús cuando vamos al templo una vez por semana, cuando oramos accidentalmente, cuando damos de lo que nos sobra… es una sensación equivocada. Precisamente, la situación es a la inversa. Él, Jesucristo, con sus palabras de vida eterna, es el que nos hace un favor cuando no nos tiene en cuenta un testimonio tan pobre.

En cualquier caso, nos conviene tener las ideas claras y elegir desde ahora mismo al candidato eterno no sea que mientras estamos discutiendo si son galgos o podencos se nos pase al oportunidad y nos quedemos a la puerta de la mejor opción a la que podíamos aspirar.

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 10 de agosto de 1995

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Treinta y uno de enero

 

31.1 EL PERDÓN

Gén. 50:15-21

  No deja de ser inquietante el hecho de que alguien nos pueda hacer daño siendo cristianos. ¿Es que Dios no nos protege lo suficiente? Sí, no penséis que el tema no tiene su importancia. Cada día nos enfrentamos a situaciones comprometidas que nos ponen en un estado de indefensión por el hecho de ser pueblo de Dios. Entonces, después de haber sufrido un zarpazo o un pisotón o una mala pasada, ¿qué pensamos de la actitud de nuestro Señor? Más aún, ¿qué elementos de juicio tenemos a nuestro alcance para generar perdón hacia los sujetos o circunstancias que nos hacen la vida aparentemente imposible?

Haríamos bien en leer el texto que hemos sugerido para contestar tantas preguntas, pues por mucho que nos hagan no llegarán a hacernos, normalmente, lo que le hicieron a José. Sus hermanos le habían destrozado su joven vida arrancándole de la protección y bienestar de la casa del padre, pero él reconoce que todo el proceso fue posible porque Dios lo permitió, v. 20. Y que su actual situación era mucho mejor que la que tuvo que dejar con violencia. Es más, que nunca hubiera podido prosperar hasta el punto de ser el salvador de la familia de no haber sido por aquella venta de esclavo.

Entonces, hay que tener humildad para reconocer la mano poderosa de Dios a pesar de que haya permitido el mal que nos puedan haber hecho. Nunca sabremos en el momento de sufrir la agresión hasta que punto nos puede beneficiar la situación generada por la incomprensión, la injusticia o el desprecio.

Pero también hace falta serenidad ante Dios y dejar a su cuidado todo, incluso la venganza (mía es la venganza, dijo el Señor). En cualquier caso, la vida que nuestro Dios nos da es para crecer en gloria y en formación. De manera que no hay nada superfluo en nuestra educación. Todo lo que nos pasa, pues, es para nuestra edificación y crecimiento y haríamos bien en aceptar de muy buen grado su voluntad aunque no la entendamos demasiado bien. Sólo de esa manera podremos perdonar como es debido y se espera de nosotros. Porque esta es otra. Sí, tenemos que aprender a perdonar, porque si lo hacemos mal estaremos orgullosos de hacerlo con lo que perderemos su efectividad. El perdón bueno da vida, v. 21. El perdón cristiano incluye también el olvido de la ofensa…

Este José supo estar en su sitio, perdonó y nos dio de paso otra lección: ¡Nada nos pasa sin el permiso de Dios!

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 18 de agosto de 1995

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Uno de febrero

 

1.2 LA ELECCIÓN

Hech. 1:21-26

  Como cualquier lección que se precie, la sustitución de Judas Iscariote se presentó como un asunto de dos entre quinientos. Se trataba de elegir a un apóstol ni más ni menos… y no estaban acostumbrados, pues a los otros los eligió el Señor a vista. No es difícil imaginarnos la escena ya que la narración es descriptiva. En aquel momento, en el punto de la historia que nos ocupa, los apóstoles leales entendieron que era necesario cubrir la ausencia de Judas y actuaron en consecuencia.

Pero el candidato tenía que tener unas condiciones dadas: Tenía que ser testigo de Jesús (desde su bautismo hasta su resurrección). Tenía que estar lleno del E. Santo y gozar del reconocimiento de todos… Sólo dos de la asamblea reunían estos requisitos. Así que la elección no fue ni fácil ni un asunto de suerte y tuvieron que confiar en el Señor a través de la oración.

De manera que el procedimiento a seguir en la elección de líderes en nuestras iglesias es simple: Creada la necesidad, se buscan las personas idóneas, aptas, se ora sobre ellas y se vota. Nuestro Señor, que conoce los corazones de cada cual, hará saber su fiel decisión de forma clara y concreta hasta el punto que cada votante habrá sabido qué hacer en la urna.

Una vez hecha la votación, los apóstoles aceptaron de buen grado la voluntad de la mayoría dándonos, de paso, otra lección. Hemos de aprender a aceptar las decisiones de la mayoría de nuestras comunidades tanto si se ajustan a la nuestra como si no. Tan democrático es quien elige a un candidato para hacer un trabajo como el que lo acepta.

Una cosa más: Tanto Matías como Barsabás aceptaron ser los candidatos, no dieron la espalda al delegado de la Comisión Pro Cargos de la época. Es sabido que muchas veces ni comemos ni dejamos comer, como el Perro del Hortelano, con lo cual, y entre otras cosas, nos estamos oponiendo al engrandecimiento del reino de Dios. Hemos de pensar que no hay más paraísos que aquéllos que se pierden y la democracia de nuestras iglesias es tan débil que no podemos jugar con ella.

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 21 de agosto de 1995

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Dos de febrero

 

2.2 LOS AMIGOS

Hech. 11:19-21

  Al leer detenidamente el texto sugerido notamos un hecho que nos puede hacer reflexionar: Entre los que habían sido esparcidos a causa de la persecución en tiempo del pobre diácono Esteban, aparecen dos clases de creyentes: Los que predican sólo a los judíos, a los amigos, y otros que lo hacen a todo el mundo que se pone a tiro. Esto es evidente porque lo dice la Palabra. Lo que al parecer no lo es tanto es nuestra imparcialidad de observadores porque, a veces, cuando nosotros hablamos del Evangelio, sólo lo hacemos a gusto, sin coste alguno, a aquellos que nos quieren o tienen que hacer poco para cambiar.

Pues bien, hemos de entender de una vez por todas que las buenas nuevas de que Jesús es el Señor que salva son para todos y cada uno de los seres vivientes, amigos o no. Es más, conviene tener en cuenta que la predicación del Evangelio es determinante para la segunda venida del Maestro, Mat. 24:14, y eso por si solo ya es un asunto que vale la pena. Además, dejando aparte el hecho de que la predicación es un mandato magistral, Hech. 1:8, el premio por colaborar a adelantar la nueva era, la nueva vida, no tiene desperdicio. No sólo dejaremos más pronto el valle de sombra de muerte, Sal. 23:4, sino que entraremos antes en la ciudad de oro puro semejante al vidrio limpio, Apoc. 21:18 en donde conoceremos como somos conocidos, 1 Cor. 13:12.

De manera que hemos de hablar de Jesucristo, de lo que éramos antes de conocerle, de lo que somos y de lo que pueden llegar a ser nuestros interlocutores si creen en él. Por otro lado sabemos que los amigos no nacen, se hacen. Así que cualquiera puede llegar a serlo si creemos que esto nos ayuda a abrir mejor nuestro corazón. Tratemos bien a los demás. No les mintamos nunca, seamos defensores de la justicia y no les defraudemos jamás. Dice el dicho que, a veces, un amigo es más que un hermano. Bien, puede ser. Lo que si es cierto es que un amigo es alguien con quien podemos compartir lo mejor de nuestro tesoro, alguien que nos escucha y nos quiere, alguien que confía en nosotros… ¿cómo no compartir con él este Evangelio? No queremos pensar en la cara que pondremos en el día del Juicio Final si alguno de nuestros amigos se pierde a la izquierda del Cordero. ¡Cómo trataremos de ir a escondernos para rehuir su mirada…!

Repasemos enseguida nuestra agenda para comprobar a cuántos de nuestros amigos no les hemos hablado jamás del Evangelio y actuemos en consecuencia.

De todas formas, y como ha quedado dicho, si están todos tocados por el dedo del Señor y ya son salvos, debemos ampliar el horizonte para que no quede nadie en nuestro entorno sin oír de nosotros las buenas nuevas a la manera de los griegos de Antioquía de Siria

 

 

 

 

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Barcelona, 19 de junio de 1998

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Tres de febrero

 

3.2 LA LUZ

Juan 12:35, 36

  Los hombres, como no somos murciélagos, necesitamos luz para casi todo. Nos basta con que cerremos los ojos cuando estamos moviéndonos en un entorno desconocido para darnos cuenta enseguida de esta verdad. Tropezamos con todo o casi todo y nuestro andar se vuelve inseguro, torpe y hasta peligroso. Sí, necesitamos la luz para una operación quirúrgica, para bajar a una mina, para avanzar por una carretera y para, en general, posibilitaron la vida.

Por eso Jesús nos da un mensaje de urgencia. Nos dice: Andad mientras tenéis la luz. Es decir, poner en orden la existencia presente y futura antes de que os sorprendan las tinieblas. De manera que nos es vital tomar una decisión al respecto. El que anda en tinieblas no sabe a dónde va. Y la luz se acaba… Además, sabemos por experiencia que las sombras deforman la realidad, por lo que no es nada bueno ni recomendable confiar en ellas. Dice el dicho que de noche todos los gatos son pardos. Es verdad, nada de lo que aparenta es cierto, todo parece irreal. Pero lo peor del caso en que sin luz no vemos el camino a seguir. Jesús también dijo ser el camino, Juan 14:6, y la luz, Juan 8:12, con lo cual se nos facilita la cuestión. No sólo podremos encontrar el destino si vamos hacia él, hacia el camino, sino que su luz posibilita el éxito del encuentro. No en vano, la visión de la cruz de Jesús nos da la clave para conocer el buen camino.

Ahora bien, y dicho ya esto, mientras tengamos la clara posibilidad de acceder a la luz debemos creer en su poderío para reciclarla en beneficio de todos los demás. Este es el misterio: Mientras Jesucristo esté cerca, creamos en El, carguemos las pilas y alumbremos también. Se nos ha indicado que somos la luz del mundo, Mat. 5:14, no para hacer una frase bonita ni para quedar bien, sino para que apliquemos sus beneficiosos rayos al orbe entero. Esta fórmula es magistral y su aplicación no debiera tener ni un desperdicio. Sí, sabemos que este tipo de cosas parecen teóricas y hasta suenan un poco a demagogia ecuménica. Sin embargo, su aplicación es posible, real y benefactora. Basta con seguir el consejo del buen Maestro: Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen vuestro Padre que está en los cielos, Mat. 5:16. Cierto. La luz que podemos dar pasa por el testimonio y por dos claros y concretos fines: El visible, que hace que los alumbrados glorifiquen a Dios y el oculto, que consigue que nuestra pequeña espiritualidad crezca y se consolide.

Por último, el texto sugerido hace una llamada para aprovechar la oportunidad. La luz útil, la luz aprovechable, la luz como tal, está limitada por su característica natural: Aún por un poco de tiempo está la luz entre vosotros. En otras palabras: La época de gracia se acaba, se termina y no podemos perder el tiempo pensando en que si los perros son galgos o podencos. Vivamos predicando el Evangelio, alumbrando, siendo justos y conscientes no sólo de estar cumpliendo nuestro deber, sino de acortar el poco tiempo que nos queda, Mat. 24:14, con la consiguiente vuelta al Paraíso del que nunca debiéramos haber salido.

 

 

 

 

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Barcelona, 7 de julio de 1998

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Cuatro de febrero

 

4.2 EL EXAMEN

2 Tim. 2:15

  La existencia es un guión sin sentido para muchos. Nacen, comen, duermen… y algunos se preparan mentalmente para morir aceptando como máximo que sea inevitable. No dan para más. No han pedido venir al mundo y lo pasan como pueden. Pero para el cristiano, la vida es una gran oportunidad que se nos da para gastarla en beneficio de Dios, en el de los demás y en el nuestro.

En efecto, a diferencia de la gente del mundo, sabemos de dónde venimos y a dónde vamos. En consecuencia, hemos de ajustar la vida para ser útiles al Señor. Y si puede ser con un aprobado alto, un sobresaliente o una matrícula de honor, mejor, ya que se trata de un curso magistral que debemos aprobar. Muchos dicen me han suspendido en vez de he suspendido cuando se evidencia un fracaso escolar cualquiera. Pero nosotros, no. Sabemos que el aprobar o el suspender es cosa de uno. Por eso Pablo le dice a Timoteo que vea en la Palabra de Dios lo que necesita para pasar el examen con brillantez. Además, le indica que debe oír y entender la voluntad de Dios, pues mal podrá ajustar su existencia si no la conoce o si la conoce y no la entiende (como lo hicieron los antiguos israelitas, Isa. 1:3).

Así, mirando bien el asunto, los cristianos que ignoran la Biblia son como los estudiantes del mundo que quieren aprobar la carrera sin abrir un libro. Entonces, si queremos pasar bien el examen final delante de Dios, hemos de leer, meditar y practicar su Palabra en el día a día, procurando que nuestros actos resumen voluntad de Dios por todos los poros.

Se dice que Peter Pan no quería crecer porque estaba bien siendo niño. No tenía más responsabilidad que jugar y volar con todos sus amigos. No tenía que gastarse los codos estudiando ni sentir los crujidos del crecimiento. Pero el cristiano no debe, no puede, ser así. No puede quedarse contemplando la paz sin esfuerzo en cualquier Monte de la Transfiguración que le toque vivir. Pablo le dice a Timoteo de nuevo que procure crecer, que procure pasar el examen, que sea un buen ejemplo para los demás. Pero eso sólo se consigue con esfuerzo. Hay de meditar día a  día la Palabra de Dios en nuestro Aposento Alto y aplicarla en nuestra vida y entorno para que los demás vean la diferencia y quieran imitarnos en el seguimiento al Señor y llenar su vida de algo más que de esperanzas perdidas.

Ya no debemos avergonzarnos de ser diferentes ante la injusticia, las claras violaciones de los Derechos Humanos, las guerras, la explotación de niños, la hambruna mundial… Tracemos bien la palabra de verdad. Sin dudar. Indicando dónde está el bien y el mal. En resumen, presentándonos al mundo como aprobados de Dios dispuestos a todo.

Claro que sí, sabemos que el esfuerzo que se nos exige es tan grande como enorme es la tarea que tenemos ante las narices; pero, aún así, no debemos dudar y si hay que gastar la vida, ¡qué sea para Dios! No olvidemos que El nos va a ayudar en todo momento y que como nos conoce, 1 Tim. 2:19b; Núm. 16:5, al final, aunque hayamos pasado el examen por los pelos, le oiremos decir como siempre: Bien, siervo bueno y fiel. Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor, Mat. 25:21.

 

 

 

 

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Barcelona, 22 de julio de 1998

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Cinco de febrero

 

5.2 LAS MARAVILLAS

Núm. 14:1-10

  Hay cosas que no se entienden muy bien. Los israelitas se espantaron en Cades delante del relato de las correrías de Josué y Caleb en la tierra de Canaán… y nosotros también nos asustamos de lo bueno (que signifique algún esfuerzo) que Dios nos pueda dar. Es más, sabemos que el Señor está tratando de obrar en el mundo a través nuestro, pero no lo dejamos. Tenemos miedo de que sus promesas se cumplan y vengamos a ser por su Palabra precisos faros que guíen a otros hacia Cristo. Sí, queremos predicar el Evangelio, pero parece disgustarnos que Dios nos use para llevar a otros al arrepentimiento. En fin, hasta parece que tenemos miedo de los retos y de los imprevistos que nos da cada día. Estamos bien en Egipto, incluso en el desierto, salvos eso sí, ¿por qué tenemos que levantar el campo y conseguir maravillas a base de esfuerzos?

El relato sugerido nos habla de una fe expansiva (¿qué hay detrás de la siguiente duna, del siguiente kilómetro, de la siguiente gestión, de la siguiente orden?), de no temer nada (Dios nos iba a ayudar a llevar la mochila, a abrir la puerta, a suplir todas las necesidades…) y de dejarse ir (El nos va a guiar al siguiente país, al nuevo reto, al nuevo tope…).

Claro que para ver y alcanzar maravillas con Dios, hemos de forjar nuestro carácter como lo hizo Josué por poner un ejemplo:

El hijo de Nun estaba interesado en la espiritualidad, Jos. 3:5, pues hace falta estar en sintonía con Dios para oír su Palabra y ver aquello que está detrás de las dificultades. Después de la toma de Hai, Jos. 8:30, 31, se retiró para dar las gracias al Señor del cielo, señalándonos de paso que una vez conseguida la maravilla hemos de agradecérsela a El, pues, a veces, al gustar la conquista nos olvidamos de algo tal elemental. En ese sentido, Josué fue perfecto a los ojos de Dios, Núm. 32:11, 12. Supo ver maravillas donde otros vieron gigantes (esto es difícil; sólo los consagrados, los perfectos, pueden ver las maravillas: Moisés fue un gran hombre, uno de los más grandes, pero no entró en la tierra prometida por desobedecer al Señor una sola vez. David igual, pero no pudo ver el templo por sus pecados…). Y Josué fue reverente, Jos. 5:13, 14, mientras que todos nosotros perdemos el respeto a Dios más veces de lo deseable, lo que nos imposibilita para contemplar cualquier maravilla por pequeña que sea. Josué fue valeroso, Jos. 10:25, y no tuvo miedo de pisar lo que Dios había vencido. Era obediente. Hacía la voluntad del Señor sin cortapisas, condiciones o peros. Por eso nos sirve de ejemplo. Nosotros estamos dispuestos a dar a nuestro Dios todo, pero hoy no. Tal vez mañana… para mañana decir lo mismo, como denunciaba aquel soneto de Lope de Vega. Josué, en fin, era un ser decidido, Jos. 24:15, y así le fue: ¡Entró en Canaán!

Una reflexión más: La fuerza de Dios es mayor que la del mundo y la nuestra como hijos suyos también. ¿Qué nos ocurre? Lo que nos pasa es que muchas veces no nos lo creemos. Por eso la fe es la llave, el meollo, del asunto. Juan, 1 Jn. 5:4, nos da a conocer el secreto para ver las maravillas. Necesitamos fe, una fe explosiva, expansiva y envolvente. Jesús hacía maravillas, Mat. 21:15, cierto, y con fe, nosotros también podremos hacerlas, Mat. 21:21.

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 5 de agosto de 1998

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Seis de febrero

 

6.2 LA RAZÓN DE NUESTRA ACTUACIÓN

 

Heb. 11:31-34

  Todos tenemos alguna razón para hacer las cosas; desde el amor, el dinero, la obligación, el deber, el interés, etc., pero no vemos ninguna para hacerlo con fe. Casi nunca por fe. La fe no vende, no convence, no obliga… Pero los hijos de Dios deben obrar por fe. No vale otra razón si se trata de asuntos del testimonio y de la entrega propia.

Nosotros los cristianos creemos en Dios a pesar de los hechos. Los ejemplos son claros:

Rahab ayudó a los espías de Josué, Jos. 2, a pesar de los hechos y las evidencias (un pueblo nómada que quería transformar su manera de vivir, murallas seguras, puertas inviolables) y arriesgó su futuro. Pensó que Dios podía ganar la batalla y arriesgó su bienestar y su vida.

Gedeón, Jue. 6:11-8:32, obedeció también la voz del ángel del Señor, dejó su hacienda y forma de existencia y tras las pruebas y dudas iniciales, sirvió a Dios como sexto juez de Israel.

Barac hijo de Abinoam, Jue. 4:6-24, lo hizo como quinto juez luchando al lado de Débora contra Sísara, capitán del ejército de Jabín, venciéndolo y asegurando la paz de Israel durante 40 años, cuando habría sido más fácil y cómodo quedarse en casa…

Sansón, por su parte, Jue. 13:24-16:31, sirvió a su Señor al final de la séptima apostasía y la correspondiente opresión filistea. Desde pequeño tuvo el Espíritu de Jehovah sobre él y supo servirle muchas veces sin razón aparente. Juzgó a Israel 20 años, murió en Gaza y fue enterrado entre Zora y Estaol testificando hasta el último suspiro.

Jefté, el noveno juez, Jue. 11:1-40, sirvió a Dios a través de los hechos extraordinarios y beneficiosos para el pueblo, demostrando su humanidad en otros con malos y terribles resultados, pero su entrega por fe arriesgando la vida y las posesiones, superaron aquellas limitadas realidades de sus equivocaciones.

De David, el segundo rey de Israel, no podríamos reseñar su vida aquí ni resumiéndola hasta el punto de perder su identidad; por eso, sólo señalaremos su gran entrega a la voluntad de Dios y su reconocimiento a su limitación. Sirvió al Señor a pesar de las circunstancias y de las condiciones adversas, consiguió hacer un pacto con El y murió sabiendo que el Mesías estaría entre los de su simiente.

Nos queda Samuel y los profetas que por fe conquistaron los reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, sofocaron la enorme violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, luego sacaron fuerzas de la debilidad, se hicieron poderosos en la batalla y pusieron en fuga a muchos de los ejércitos extranjeros… Y nosotros… Nosotros también necesitamos hacer cosas por la fe si queremos pasar a la historia y demostrar que el brazo de Dios aún funciona. El Señor es el mismo que guió e inspiró a nuestros grandes ejemplos y, que por lo tanto, es el que guiará e inspirará nuestras acciones.

Tenemos que llenar nuestras vidas de autos de fe para que cualquiera que nos vea se pregunte la razón de nuestra actuación y nos de pie para expresarle nuestro testimonio.

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 10 de agosto de l999

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Siete de febrero

 

7.2 EL SECRETO PARA EVITAR EL FRACASO

Fil. 4:10-13

  No pretendemos hacer desde aquí un tratado para evitar el fracaso, ni es el foro adecuado ni tampoco tenemos la preparación suficiente para hacerlo, pero sí que queremos y podemos aportar unas sencillas ideas barnizadas por la experiencia.

Digamos de entrada que la sociedad nos enseña que el fracaso es no tener más y más de todo. Que nos sentimos fracasados cuando no podemos demostrar que poseemos más que todos los demás. Tenemos la sensación de fracasar cuando no prosperamos como queremos, es verdad, pero la Biblia nos enseña que hemos de depender de Dios de forma total, exclusivamente. La sociedad nos educa para que creamos, confiemos y dependamos de las ciertas posesiones, Dios para confiar en Él y para imitar a su Hijo.

Si leemos con tranquilidad todo el texto sugerido para hoy, veremos que Pablo aprendió a existir confortado y, lo que también es importante, aprendió a indicar a los demás el camino a seguir. Dice que dependemos tanto de los demás, de lo que dirán o de lo que pensarán, que no sabemos vivir con Dios. Y, mirar, debemos estar conformes con todo.

Nos cuesta aceptar la vida que nos rodea, pero debemos estar conformes con todo. Al estilo de Pablo, y al de tantos otros ejemplos que corren a nuestro lado, Heb. 12:1, 2, hemos de aprender de dos fuentes bien diferenciadas; una, explicando a Dios nuestra situación y dos, contentándonos con lo que puedan significar sus respuestas. Así de fácil. De suerte que hemos de aprender a aceptar lo que llegue con alegría sea cual sea nuestra situación. Porque ésa es otra. Lloramos en el hombro de los vecinos, pero no en el de Dios. Sin embargo, tenemos que hacerlo, tenemos que contar al Señor los problemas, ideas y deseos, pues sólo El puede transformar nuestra aparente derrota en una victoria personal. No podemos olvidar que al igual que Pablo, todo lo podemos en Cristo que nos fortalece. Y cuando la Biblia dice todo es todo.

Pensemos que somos miembros de una escalada de alta montaña que está preparando rutas y el material necesario: Paseo, agua, ladera, piedras, grietas, paredes verticales… y cuerda atada bien fuerte, por si acaso. En la vida espiritual pasa lo mismo ya haya placidez o zancadillas, bonanza o problemas, sujetos a Cristo nada puede desestabilizarnos, ni los demás… ni nosotros mismos. Sólo Jesucristo nos da el espíritu de paz. Podemos vivir la vida en altos y en bajos, pero sólo podremos aguantar si estamos soldados a Cristo, anclados con Cristo, unidos con el cordón umbilical de la vida eterna.

El secreto para evitar el fracaso está en vencer el afán, en la ausencia del egoísmo, en la anulación del yo. Pero una victoria así no es fácil. Deja heridas y algunas tardan en curar. Porque no nos referimos al pasar de todo, al anular los deseos, al no importarnos nada. Esto no es la ausencia del todo. Estamos en la tierra y viviendo, luego sentimos y estamos expuestos a todas las duras limitaciones de esta carne, sólo que debemos confiar en el cuidado del Padre, Mat. 6:25-34, y jamás fracasaremos.

 

 

 

 

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Segur de Calafell, Tarragona, 26 de septiembre de 1999

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Ocho de febrero

 

8.2 ¿DÓNDE ESTÁ DIOS?

Isa. 59

  Muchos de los que hacen las cosas descritas en la mayor parte del capítulo, creen que Dios es un anciano que está muy lejos o, como mucho, que no puede hacerles nada. A lo mejor está muy ocupado en su residencia celestial dictando leyes, rumiando planes o ideando venganzas, pero que es incapaz de alcanzarlos para corregir, castigar o educar. Y así viven, bajo la bandera de una ley de la selva en la que no importan los medios si se puede conseguir un buen fin.

Se han apartado de Dios porque piensan que es la única manera de hacer dinero y amistades, escalar puestos en la clase social e influencia o adquirir poder, dinero, fama o buen nombre. Nos dicen que Dios es una carga, un lastre; siempre está vigilando, pendiente de las acciones, pensamientos e, incluso, intenciones… Sin Él uno hace lo que quiere y, encima, no tiene que dar cuenta de nada.

Sin embargo, lejos del Señor no vemos las cosas bien porque las miramos con otra óptica distinta. Desde luego, tendremos que dar cuenta de ellas. Además, otros hombres serán los primeros en aplicar las teorías que hemos creado o predicado con tanto orgullo. Es la ley del vaivén. Hemos de pagar y pagaremos por lo que hacemos. Pero es al final, en el juicio, cuando realmente sentiremos el peso de la balanza divina. Una mirada del Señor, que ya no podremos evitar o negar de ninguna manera, bastará para que nos coloquemos a su lado, a su derecha o a su izquierda según tengamos un avalista o no. Los que aún habiendo sido pecadores hemos confiado en Jesucristo, a la derecha del trono; los demás, a la izquierda… pues no puede servirles alguien a quien han dado la espalda toda su vida.

Pero no todo está perdido, aún estamos en el período de la gracia y los que están lejos de Dios deben saber que su maldad no hará buenas sus obras y qué sólo Cristo salva, perdona y justifica. El camino de la salvación no viene por fuerza, inteligencia o deseo nuestro, sino porque El quiere.

Por eso hemos de confiar en un Dios cercano, en un Dios que puede pactar nuestro cambio, pues necesitamos de su poder para seguir a Jesús. Mas no importa lo que hayamos hecho, el veraz arrepentimiento es la clave para verlo todo con otros ojos, para sentirlo cerca, para hacerlo nuestro… Dice Isaías que el Redentor se hará visible y cercano a todos aquellos que se vuelven de su iniquidad, v. 20. Sí, el Espíritu de Dios se dejará sentir y utilizar. Y entonces, gracias al cielo, su luz incidirá no sólo en ellos (como lo hizo en su día con nosotros), sino en toda su descendencia, v. 21.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 22 de enero de 2000

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Nueve de febrero

 

9.2 EL NOMBRE

Isa. 43:1-7

  Cuando nace un niño nos preocupa ponerle un nombre que recuerde muchas cosas, cuantas más mejor. Y es que el nombre es algo importante, antes era para toda la vida… Hay un pueblo en Aragón famoso por la extravagancia de los nombres de sus jóvenes: resulta que cada padrino elige el del recién nacido y lo elige lo más raro y desconocido que puede encontrar, pero cuando él se casa y tiene hijos a su vez, el padre del niño anterior es el padrino y el que sugiere el nombre. El resultado de puede imaginar.

El nombre tiene una carga didáctica muy importante. Unas veces recuerda al padre, otras al abuelo y otras tantas a familiares notables. En otras culturas, antiguas o no, lejanas o no, los nombres significaban más que una cosa útil para identificarse; a veces, sólo obedecía a un deseo de los padres, a un carácter, a un mensaje, hasta algún acontecimiento, alguna esperanza, Gén. 5:19, etc. Así, el nombre de uno quiere decir mucho y más si se lleva con dignidad… Pues bien, en más de un sentido, Dios nos puso el nuestro. Dice Isaías 43:1: No temas, porque yo te he redimido. Te he llamado por tu nombre; tú eres mío. En las versiones antiguas de la Biblia aún es más enfático, dice: Te puse nombre… Dios Padre, pues, nos ha puesto el nombre. Pero aquí este nombre tiene una connotación de propiedad y el que lo lleva está bajo los cuidados del dueño divino.

Es verdad que Dios se dirige a su pueblo, pero también nos incluye como individuos. Este mensaje sigue con un buen requerimiento a no tener miedo del mundo que nos rodea, porque fuimos comprados y redimidos por Él. Tú eres mío, dice. En efecto, al conocerle, debiéramos cambiarnos el nombre al estilo de las órdenes religiosas que lo hacen al entrar en los monasterios. Somos de Dios y debemos demostrarlo.

El Padre se preocupa por nosotros dándonos alimento, cuidados, salvación: Cuando pases por las aguas… cuando pases por los ríos, no te inundarán. Mas cuando andes por el fuego, no te quemarás, v. 2.

Somos de gran estima para los ojos de Dios (v. 3) y de mucho valor. Nos quiere ver cerca, v. 4, y un día reunirá a todos los que tenemos el mismo nombre, vs. 5, 6. Para El es importante que los que somos suyos estemos juntos porque fuimos creados para su gloria, v. 7.

¿Cuántos de nuestros compañeros de trabajo, conocidos, amigos, vecinos, familiares, saben que tenemos un nombre diferente al que conocen? ¿Qué lo hemos recibido de Dios? Isa. 43:8-10, describe el mundo al que hemos de predicar. ¡Somos testigos y siervos de El! Por eso, el nombre puesto por Dios debe ser usado para que otros sepan que Cristo salva, que en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos, Hech. 4:12. Este es el reto y la lección, si cambiamos de vida gracias a la santa sangre de Cristo, debemos cambiar también de nombre. Yo mismo, al nacer, tuve una experiencia similar. Resulta que mis padres me llamaron Eliseo, y así me registraron; pero al finalizar la guerra las fuerzas vivas me cambiaron el nombre por el de Miguel (¿?) Era lo que se llevaba y era lo que se tenía que hacer… Cuando me convertí al Señor, mi nuevo nombre y el del Padre aparecieron escritos en mi frente, Apoc. 14:1, y ahí quedará para siempre, Apoc. 22:4, y por lo tanto, debo, debemos actuar en consecuencia.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 8 de abril de 2000

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Diez de febrero

 

10.2 LA CADENA DEL PERDÓN

Mat. 18:23-35

  ¿Qué nos cuesta más, pedir perdón o perdonar? Esta es la pregunta del millón, es una pregunta para pensar bien la respuesta pues no es fácil aunque sólo sea porque hemos de definirnos y eso no nos gusta. De entrada, parece más sencillo pedir perdón sin prestar mucha atención, sólo con los labios, sin profundizar, forzados por la costumbre… Pues perdonar, significa borrar la ofensa del disco duro del corazón, dejar las cosas como estaban, olvidar…

Sí, el párrafo sugerido es un texto duro. De esos que nos obligan a comparar, a pensar, a decidir… Es un pasaje que parece estar escrito para servirnos de espejo. Sin embargo, no es un caso aislado, todo el Nuevo Testamento está orientado hacia el ideal sentido de perdonar para ser perdonado, de tener misericordia para esperar recibirla, Stg. 2:13.

De manera que, de alguna manera, perdonar es el motor de la vida cristiana.

Mas, a veces, no perdonamos porque no sabemos lo que nos ha sido perdonado. No somos conscientes de la deuda. Empezando por la vida, los dones, las oportunidades (los mil talentos) y terminando por la salvación gratuita que Dios nos da. Todo eso, y más, debemos apuntarlo al debe de nuestra cuenta. Visto así, sabiendo y valorando lo que nos ha sido perdonado, ¿cómo podemos negar nuestro perdón a cualquier ofensa millones de veces menor? Desde luego, el enunciado no es nada nuevo; era un tema que también preocupaba a los discípulos, pero a Jesús no, Mat. 18:21, 22. Y de Él hemos de aprender:

Así, nunca debemos dejar de perdonar porque estamos obligados a hacerlo por nuestra fe, creencia y relación con Dios. Es verdad que se nos autoriza a ser directos, justos y legales con nuestros prójimos, pero no podemos ahogarlos en poses legalistas más o menos justicieros o en proclamas apocalípticas. Así, hemos de perdonar y… ¡punto!, es una orden directa de Cristo, Luc. 17:3, 4.

Otra razón para perdonar nos dice que las leyes del amor van por un camino diferente a las leyes de la justicia. ¡Sí, hemos de perdonar y perdonar olvidando! Porque esa es otra. A veces perdonamos sin olvidar y eso no es perdón. Si perdonamos una ofensa, el ofensor no nos debe nada. Está tan limpio como si nunca nos hubiese ofendido. Eso es lo que el Señor hizo con nosotros y eso es lo que quiere que hagamos nosotros con los demás siguiendo el criterio de la cadena del perdón que El mismo practicó: Primero, qué el que nos ofende sepa que lo hace; segundo, qué nos pida perdón tras haber removido su conciencia y, tercero, qué lo perdonemos.

Creerme, hemos de practicar este perdón aunque sea de forma egoísta, pues ya no podemos ni debemos olvidar la justicia final de nuestro Padre celestial, v. 35.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 15 de mayo de 2000

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Once de febrero

 

11.2 EL LAVADO DE PIES

Juan 13:12-17

  Se dice que este pasaje es el testamento ideológico de Jesús. Es verdad. Su punto de vista acerca del servicio es fundamental. Y es que la verdad todos dicen: “Servicio, sí, pero menos”; mientras que Jesús, dice: “Servicio sí, pero más.” Este es el secreto. Por más que sirvamos, nunca serviremos más de la cuenta. Por eso, Él lo hacía cuando se le presentaba la oportunidad. Jamás la desaprovechaba. Es más, Él en sí era un modelo de siervo, el Siervo con mayúsculas, pues lavar los pies de alguna persona estaba reservado a los siervos más bajos del estrato social. Los que tenían esta misión eran los esclavos de los señores, los siervos de los amos…

Otra cosa a tener en cuenta al leer este trozo de las Escrituras, es que Jesús conocía muy bien a quien servía; incluso, al que lo iba a negar, al que lo iba a traicionar, a los que lo iban a dejar solo… pero Él les lavó los pies, los sirvió. Por eso, podemos deducir que todos tienen derecho a ser servidos por los que buscamos la gloria de Dios, que no podemos negar un servicio allá donde haya un ser que necesite ser servido, tanto si se lo merece como si no. Esto es así, porque la acción de servicio es el complemento necesario, natural, de la propagación del evangelio y porque es una orden directa del Siervo Supremo, v. 15.

La grandeza de cada cristiano viene dada por la forma del servicio y es que también el servir es romper nuestra inclinación a sentirnos superiores. Y por otra parte, no servimos más porque siempre estamos sentados a la mesa olvidando que Jesús se levantó y lavó los pies de los suyos. Por eso es tan importante dejar de hacer lo que estamos haciendo si hay un servicio a la vista, y eso no siempre nos apetece. Además del esfuerzo y la incomodidad que representa moverse, hay gente que como Pedro no quieren que se les sirva, vs. 8, 9. ¿Para qué molestarse, pues? ¡Allá cada uno con sus problemas! Olvidamos que si el Maestro hubiera pensado así, no nos habría salvado. Sin embargo, dejó la gloria y se hizo siervo por amor, y por amor hemos de servir nosotros.

Por último, se señala una bienaventuranza que recibirá el que sabe servir. ¡Bienaventurados los que saben servir!, parece decir el v. 17. En efecto, esto es así porque el servir es una forma de crecer en santidad y acercarse un poco más al Maestro. Servir así, sin esperar nada a cambio, es dar culto y adoración a Cristo. En una manera de vivir, una forma de estar, un estilo de predicar…  Hacer algo que nadie espera que hagamos es una llamada de atención que debemos aprovechar para predicar al Señor en nuestro deseo de acortar la tardanza de su segunda vuelta, Mat. 24:14.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 29 de julio de 2000

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Doce de febrero

 

12.2 AMAR COMO JESÚS

Juan 13:34, 35

  A poco que leamos estos dos versículos de Juan veremos que son dos joyas capaces de influir en nuestro testimonio de forma muy especial. Son de los que dejan señal, de los que marcan la diferencia, de los que indican afiliación…

Esto está bien. Sí, encontrar algo que nos identifique está bien… si es positivo. Los judíos de la era nazi llevaban una estrella amarilla para señalarlos, pero no era nada bueno. Es verdad que la señal los igualaba a pesar de ser altos, bajos, rubios, morenos, negros, etc., pero no era bueno. Era una identificación negativa cien por cien… Actualmente, muchos llevan pegatinas en sus coches para señalar que son cristianos, lo cual no quiere decir nada si no viven de acuerdo a lo indicado por Jesucristo. Sin embargo, los dos vs. llevados a la práctica hasta sus últimas consecuencias, no sólo nos hermana, identifica y señala, sino que es un mandato del Señor.

El amor, como el que practicaba Jesús, no debe ser egoísta. Él nunca pensaba en sí mismo. Daba o amaba porque sí, porque era lo único que sabía hacer. Amaba sin pensar si los amados se lo merecían o no. Amaba sin pedir nada a cambio, sin esperar compensación…

Además, su amor era con sacrificio. Y debemos imitarlo. No, cuesta pero no es imposible. A veces lo aplicamos en los hijos. Claro que este tipo de amor puede costarnos caro (a Jesús le costó la vida). Pero debemos practicarlo sin tener en cuenta precios, desgastes o mermas.

Por otra parte, su amor también era comprensivo. Su amor conocía y amaba (Él amó hasta el final). Sabía a quién estaba hablando, quién le traicionaría, quién le dejaría, quién le daría la espalda; sin embargo, no excluyó a nadie. Este es un aspecto del amor que debemos imitar con cierta generosidad de espíritu. Él decía: Que os améis unos a otros como yo os he amado.

  Por último, el amor ideal como el de Jesús, tiene que tener un espíritu de perdón. Todos sus discípulos fueron muy cobardes (pues le abandonaron, traicionaron, negaron, etc.) y ninguno parecía merecer su amor, pero Él los amó y mandó que ellos se amasen como Él lo hizo. Esta es la medida: Como yo os he amado. Muchas veces, hacemos daño a las personas que amamos y esto no era el amor de Cristo. El espíritu del perdón no se acuerda de las ofensas, se perdona y se olvida. Se ama como si no pudiéramos hacer otra cosa y como si todos se lo merecieran.

Ahora bien, la razón de esta actitud tan poco corriente es sencilla. Cristo lo dejó dicho: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. De manera que debemos amarnos públicamente los unos a los otros para que nos conozcan. Esta es nuestra señal de identidad, nuestra estrella amarilla. Allí donde veamos amar a alguien así, de esta forma, veremos un cristiano. Esto es mejor y más eficaz que el dibujo del pez que hacían en el polvo del suelo los primeros fieles perseguidos. Amar como Jesús es nuestro pasaporte. Amar así puede que no venda, pero hay que hacerlo aunque sólo sea por obediencia y por intentar devolver algo de lo mucho que nos ha sido dado por gracia. Es difícil, sí, pero no imposible, no si contamos con la inestimable ayuda del que dijo: Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando, Juan 15:14)

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 17 de agosto de 2000

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Trece de febrero

 

13.2 LA CARA DE UN HOMBRE QUE TENÍA

LA PAZ DEL SEÑOR

Fil. 4:4-7

  Empezar un artículo con un título largo no es prometedor, pero parece apropiado para explicar lo que reflejan y sienten el hombre y la mujer cristianos.

Primero se afirma lo que es de común conocimiento: Qué la cara es el espejo del alma. De manera que el que tiene la paz del Señor la refleja sin más. Y segundo, que esa paz es beneficiosa para el mundo cuya crispación es la norma general que lo define. En ese contexto podemos encuadrar las palabras del apóstol Pablo a los filipenses que vienen a denunciar la falta que hace de enfrentar caras vivas que reflejen la paz de nuestro Señor a las hoscas, preocupadas y malhumoradas del resto de los hombres. Dice: Gozaos, alegraos, reíd, regocijaos en el Señor siempre. No porque los cristianos tengan un sentido ridículo de la realidad, o sean insensibles a las calamidades de estos últimos días, sino porque el Señor está cerca. De manera que este es el motor que debe mover nuestras existencias sin demasiado esfuerzo, pues lo que llevamos dentro debe poder más que lo que nos rodea.

Es sabido que Pablo escribía a la iglesia de Filipos en unas condiciones extremas para su integridad, pero él tenía las ideas muy claras. Sabía que vivimos condicionados por el medio, aunque debiéramos estarlo también por nuestros interiores. ¿Aún vivimos crispados, preocupados y hasta malhumorados? Miremos hacia adentro y veamos hacia afuera sin temor. Lo que vemos es el horizonte, lo que esperamos es la segunda venida de Jesucristo, lo que nos aguarda es la habitación celestial, circunstancias que debieran condicionar nuestra vida y conformar nuestra gentileza, v. 5. El Señor está cerca es la razón suficiente para demostrar a los demás que llevamos dentro la firme seguridad del cumplimiento de las promesas de Dios.

Otro consejo paulino se perfila en el v. 6. Ya no debemos tener ansiedad. Ser felices. Desterrar el afán de nuestras vidas. Y, sobre todo, poner en las manos de Dios todo lo que tanto nos preocupa. Si lo hacemos así estaremos en el camino que nos dará acceso a la paz de Dios, v. 7, y al gozo de nuestra cara, pues Su paz es aquella que nos hace saber que Él tiene el control de todo.

¡Gozaos, alegraos, reíd…! No, tal vez no hayan motivos para hacerlo en el mundo que nos rodea (sólo hace falta recordar las guerras, violaciones, desgracias, etc.); por eso, el reflejo de la cara debe ir acompañada de una explicación lógica que amortigüe la impresión bobalicona de nuestra expresión. Del mismo modo que debemos explicar a la gente el por qué cantamos en nuestros entierros, debemos hacerlo para positivar las sonrisas de enorme felicidad que, ya lo hemos dicho antes, no se crean por las situaciones del mundo, sino por lo que sentimos en el interior al sabernos salvos. Pues sí, la paz del Señor sobrepasa el entendimiento, v. 7, pero algo tenemos que hacer para dar oportunidad a otras personas para que alcancen la misma felicidad.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 18 de septiembre de 2000

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Catorce de febrero

 

14.2 EL CUADRILÁTERO DE LA ORACIÓN

1 Tim. 2:1-6

  A veces circunscribimos el santo evangelio a unas pocas personas ignorando que Dios tiene la misma disposición para crear que para salvar. Y del mismo modo que hizo el universo para uso, gobierno y disfrute de todos, quiere que todos sean salvos. ¡Qué diferencia con nuestros deseos! Sólo nos acordamos de la familia, de algún amigo… ¡de poco más! Somos egoístas y muy poco dados (o nada) a compartir bienes, conocimientos o ventajas. Lo tuyo “mío” y lo mío “mío”, sería la acertada filosofía que podría definir a la generación humana. Sin embargo, esta forma de pensar está lejos de la divina. Él quiere que todos los hombres tengan la oportunidad de oír su Palabra, arrepentirse y ser salvos para ser justificados en el último día.

Se nos dirá que somos demasiado pocos y pequeños para abarcar semejante trabajo, demasiado limitados para ganar o alcanzar metas universales… Pero, al decirlo, olvidamos que tenemos un vehículo capaz de conseguir el milagro de la intercesión. Este vehículo es la oración.

Sabiendo que nadie está lejos del amor de nuestro Dios, y que no debiera estarlo tampoco del corazón del cristiano, debemos dibujar el cuadrilátero de la oración diaria con la seguridad de alcanzar y cubrir, con todos o con alguno de sus lados, hasta el último de los hombres.

Dice Pablo que hagamos rogativas, oraciones públicas para rogar a Dios por sucesos, asuntos o problemas serios y extraordinarios, comunes y locales. Este tipo de oración señala un sentimiento de desamparo a la hora de la verdad para solucionar entuertos a base de nuestras fuerzas.

También se dice que debemos hacer oraciones, unas simples oraciones, públicas o privadas, pidiendo a Dios lo que Él sólo puede hacer, incluyendo, claro, el hecho de que su Espíritu toque el corazón de los hombres.

Estas oraciones pueden ser ciertas peticiones muy importantes, como las demandas que uno haría a un rey. Peticiones orientadas a la salvación de los demás, pues el Señor quiere encarecidamente que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad, v 4; sólo hace falta nuestra intercesión, Stg. 5:16.

Por último, se nos pide que hagamos acciones de gracias porque nuestra relación con Dios no debe ser un ejercicio de peticiones de solución de problemas, sino también un saber dar gracias por las cosas buenas y malas que nos rozan en el día a día. Pero no se trata sólo de dar gracias de forma particular, que lo es, sino general. Las acciones de gracias deben ser varias y aunque no necesariamente públicas, alcanzan su desarrollo cuando lo son. Además, la idea de acción sugiere movimiento.

Este cuadrilátero, esta forma de orar, se debe hacer para que nuestra fuerza intercesora alcance a los hombres. Ya que, de la misma manera que hay un solo Dios y un solo mediador, vs. 5, 6, hay un deseo de que todos lleguen a saber que Cristo es el único Salvador. ¿Y quién se lo dirá si nosotros no lo hacemos…? Entonces, podemos utilizar la oración para esparcir el Evangelio, y para decir a los demás que Dios quiere tener una relación de Padre a hijo con cada uno de ellos.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 25 de septiembre de 2000

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Quince de febrero

15.2 EL AGUA Y LA PALABRA

Isa. 55:10, 11

  Este pasaje de Isaías es uno de los más inspirados de todos los escritos por el profeta. Comienza por introducir un ejemplo que todos conocen para argumentar una verdad universal: La palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía. Igual que el agua que cae del cielo, riega la tierra y hace germinar las semillas, la Palabra divina cumple con el propósito con que fue gestada.

Ahora bien, tanto una cosa como la otra necesita de unas manos humanas para ser efectivas mediante el trabajo. En el primer caso, la aplicación es obvia, luego la veremos mejor; en cuanto al segundo, siendo testigos de Dios hasta lo último de la tierra llevamos y sembramos su palabra al mundo. Es decir, dejando aparte su carácter vivificador que es divino, la aplicación ideal debe ser humana. Debemos, pues, sembrar las semillas, el resto, el hacerlas germinar, es cosa de Dios. Lo que no invalida nuestra gestión para nada. Así, a través de nuestras vidas debemos llegar a los otros, pues si la lluvia es necesaria, la palabra de Dios también. Es más, se dice que un año de nieves, es un año de bienes para indicar que, de alguna manera, todos los resultados tienen mucho que ver con nuestra forma de trabajar y con la calidad de nuestra dedicación. A pesar de que sabemos que Dios es el sembrador que tiene la última palabra, a nosotros corresponde la preparación, cuidado y limpieza de la tierra que debe recibir la lluvia beneficiosa en un caso y la palabra vivificadora en el otro.

No hay vuelta de hoja. Isaías asegura con claridad que la Palabra de Dios no puede volver vacía a poco que se halle terreno abonado para germinar. Y esa es la labor vital del creyente: Preparar la tierra, predicar el evangelio, para que no se pierda una semilla tan costosa para el Señor. Qué sí, que el gestor de la vida del fruto es Dios, pero ésta no puede hacerse sin la aportación inestimable del ser humano porque lo quiso él mismo. Es ahí donde entramos de lleno cada uno de nosotros.

Ahora bien, ¿cómo es posible que el Señor base todo su programa de crecimiento en la ayuda de unos seres que no llegan a ser tan importantes como los ángeles? Heb. 2:7. Es un misterio, pero ya hemos dicho que Dios lo quiso así. El hombre administra el agua y la Palabra. Por eso no se nos ocurre ninguna excusa si lo hacemos mal o no lo hacemos como se espera de nosotros. Entonces, debemos llevar su evangelio a todos los rincones de nuestro ecosistema… el resto, lo sabemos, es cosa de Dios. Y aunque no lo parezca, lo dicho está en consonancia con la parábola del Sembrador, Mat. 13:1-9, de amplias y sabias resonancias cristianas. Pero aquí la misión del hombre no estriba tanto en elegir la clase de terreno como sembrar sabiendo que, en último caso, no nos cansaremos de repetirlo, será Dios quien haga germinar el fruto cuál a ciento, cuál a sesenta, cuál a treinta por uno, v. 8.

Por último, y por si no ha quedado claro, hemos de tener en cuenta que Dios quiere la salvación para todos. En su infinita misericordia quiere que todos tengan oportunidad de dar fruto, se salvarse. E Isaías comienza su discurso en el mismo sentido: A todos los sedientos… v. 55:1. Entonces, haremos mal eligiendo la tierra de forma selectiva para evitar dar de beber a las personas o colectivos que según nosotros no merecen este fiel evangelio para nada. Nuestro trabajo es sembrar después de haber preparado el terreno lo mejor posible con nuestro testimonio diario… el resultado depende de Nuestro Señor pues que, en cualquier caso, dice: La palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 15 de abril de 2001

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Dieciséis de febrero

16.2 LA CONDUCTA CRISTIANA

1 Cor. 6:12

  Muchas veces leemos, y hasta estudiamos, la Biblia como autómatas, sin prestar atención, sin entender y sin darnos mucha cuenta de lo que leemos. Sin embargo, la Palabra de Dios es para saborear todas y cada una de sus letras. Sus enseñanzas, órdenes y recomendaciones son para seguirlas a rajatabla y no sólo en la iglesia, sino en la vida, el trabajo, en casa, etc.

Así es, en las Sagradas Escrituras encontramos la base para la ética y la conducta cristianas. No hay pasaje que no podamos aplicar sin esfuerzo a mejorar la calidad de la vida cristiana. Por ejemplo, en el que nos ocupa, se ve de forma clara que para vivir en cristiano se debe elegir en libertad aquellas cosas que nos convienen, que nos sean lícitas y que no nos dominen, que no nos hagan olvidar el origen de nuestra felicidad. En este sentido, debemos tener en cuenta que la libertad del mundo es esclavitud del pecado y que la nuestra, la origina, cuida y consolida el mismo Cristo. Por eso es importante saber donde termina y hasta donde llega nuestra libertad…

El texto sugerido además, nos habla de madurez, de saber ser responsables, de saber hasta que punto se nos permite llegar. Pues hemos de tener la voluntad suficiente para no dejarnos dominar por un vicio, una costumbre, una persona, un estado. ¡Ninguna cosa debe ser superior a lo que puede formar! Saber que hacer en todo momento es importante para conseguir un equilibrio en la conducta cristiana; pero, ¿cómo llegar a conocer el verdadero camino? Jesús dice: Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres, Juan 8:32. Este es el secreto. Ahora bien, ¿dónde está la verdad? En el mismo Cristo. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, Juan 14:6, dijo con ocasión de su enfrentamiento con su fiel Tomás, y esto es así. De manera que nuestra conducta debe estar inspirada en la de Jesús. Si por alguna razón estamos en medio de una encrucijada, debemos preguntar: ¿Qué haría Jesús aquí? La respuesta siempre es tan clarificadora que no deja lugar a dudas.

Por otro lado, nuestra voluntad debe estar basada en Dios, pues él nunca nos la anula, sino que la potencia. Somos libres porque él lo quiso que sea así y no va a dejar que se pierda un caudal tan importante; por eso, va a ayudarnos en todo. Con ese enorme poder a nuestras espaldas, con ese apoyo, podemos decir con propiedad con el apóstol: Todas las cosas me son lícitas, pero todo no me conviene. Todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna. Así, guiados por Dios desde el centro de nuestra voluntad, podemos seguir la conducta cristiana que marca Cristo, teniendo en cuenta que seguirla o no ya es cosa nuestra. Si no lo hacemos, si la conducta no es la que se espera de nosotros, se nos llamará al orden y se nos exigirá todas aquellas responsabilidades que sean de rigor. Es verdad que tenemos un abogado de oficio, 1 Jn. 2:1, fiel, apto y capaz, pero no debiéramos obligarle a que trabaje demasiado. No se merece que lo ignoremos.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 24 de julio de 2001

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Diecisiete de febrero

 

17.2 EL MES DE LA GENEROSIDAD

2 Cor. 9:1-5

  Hay meses que parecen estar dedicados a algo, mayo es llamado el mes de las flores, de la madre, junio el de la renta, septiembre el del comienzo del colegio… y diciembre el de la generosidad. En efecto, es un mes que nos ayuda a dar, que no tenemos ningún inconveniente en dar, que tenemos la mano suelta y el bolsillo fácil… Mas esto no es así por casualidad pues el hombre natural es egoísta. Nosotros los cristianos, estamos siendo educados en este sentido hasta extremos que nunca hubiéramos imaginado.

Eso está bien. Se da por supuesto que Dios es generoso. Jesús, su Hijo, dejó cientos de ejemplos de generosidad para que hagamos lo mismo. Es la mejor escuela… imitar a un Señor que amamos tanto con el fin de seguir sus pasos, de parecernos a Él, es una buena terapia. Así que, si somos hermanos y hasta herederos del Reino del Maestro, lo mejor que debemos hacer es extenderlo compartiendo los bienes que su Padre nos ha dejado en régimen general de administración.

Pero la verdad es que lo que más nos cuesta es dar, dar, aunque sea poca cosa pues, a veces, la cantidad no es sinónimo de calidad, Mar 12:41-44. Eso de quedarnos sin el aparente respaldo de las cosas materiales se nos hace muy difícil de aceptar y más de realizar. Sin embargo, el amor de Dios debiera ponernos boca abajo hasta vaciarnos, dejar nuestro destino en sus manos, Mat. 6:25-34, y aprovechar su fuerza para amar a los enemigos, Mat. 5:38-48.

Además, dar en un orgullo sano. O lo que es lo mismo, hemos de ser capaces de tener ese orgullo para saber dar. Pablo explicaba a las iglesias lo bueno que tenían las otras de su entorno más cercano. Él sabía bien que para tener éxito en una campaña de economía debía crear un clima propicio y saber copiar lo bueno que tenían los demás. Y es que, a veces, es fácil dar sin peligro de continuidad al que te molesta o inoportuna con su presencia real, pero dar a personas, causas o iglesias que no conocemos es más difícil. Así que no es malo que algo o alguien nos estimule, que nos de un golpe en el dorso de la mano para soltar la prenda…

Pero también necesitamos prepararnos para ese tipo de ofrendas. Cuando nos proponemos dar un regalo concreto, consultamos los gustos, vemos escaparates, tratamos de saber qué es lo que necesita nuestro posible beneficiario; eso está bien, la experiencia secular nos enseña lo que es mejor y, por lo tanto, lo que podemos aplicar en nuestra práctica de dar a los que se nos acercan, nos requieren o nos solicitan nuestra aportación económica o en especie.

Una cosa más. A veces damos para no oír los gritos, para acallar las conciencias, para ahogar nuestro sentido de la responsabilidad, aunque sabemos bien que la generosidad requiere atención, preparación y entrega. De todas formas, como de lo que se trata es de dar, hemos de hacerlo por la causa que sea. Lo importante es dar y no el por qué. Dar por la causa que sea, ése sería el consejo. Si reconocemos la generosidad de Dios, debemos hacer lo mismo. Y es que no podemos permitir que la Iglesia tenga que retirar un proyecto por falta de fondos… Este es un buen mes para dar. Diciembre es el mes de la generosidad. No hagamos que pierda su fama y colaboremos con alegría en todos aquellos planes locales, regionales o nacionales de los que tengamos conocimiento…

¡Ah!, y eso sin olvidar las manos extendidas que crezcan a nuestro alrededor.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 25 de agosto de 2001

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Dieciocho de febrero

 

18.2 LA HUELGA GENERAL

Fil. 2:2-4

  Es evidente que el mundo tiende a sostener que lo mejor de todo es lo que tiene cada cual. Es más, cuando se trata de calificar un suceso público, como una huelga general, las cifras que se aportan son tan dispares como distintas son las fuerzas que las valoran. Así, una manifestación se compone de una determinada cantidad de gente mucho menor si la califica la fuerza pública o la organización que la provoca.

Esto se vio hace muy poco: En aquella huelga general, los sindicatos, la patronal, la policía y hasta el obrero iban cada uno por su lado y no parece que se puedan poner de acuerdo ni en lo que se pide o representa cada grupo ni en la cantidad de efectivos que puedan arrastrar, y es que la unidad humana es una vieja aspiración de la utopía.

¡Qué diferente es esta situación cuando se trata de los santos creyentes! En verdad que, a veces, hemos querido tener la razón, ser dueños de la verdad o sentirnos como los mejores, pero lo normal es lo contrario. Sabemos que no debemos tener contiendas ni buscar ser los vencedores, que también hemos de buscar lo mejor de los demás. Si queremos a la obra de Dios por encima de todo, nuestras opiniones y puntos de vista deben ser los suyos. El amor de nuestro Dios debe reflejarse sin distorsionar en nosotros, que somos su Obra. Por eso hemos de vivir el día en una actitud de humildad y sencillez. Y nada mejor que hacerlo sin sobresaltos, sin huelgas, sin egoísmos… Debemos ver a los demás como parte de nosotros mismos, incluso, como seres capaces de formarse un criterio más real que el nuestro. Así, buscar su bien y respetar sus ideas podría ser una manera eficaz de vivir la vida.

Sabemos que esto es difícil y hasta revolucionario porque se nos educa desde pequeños para superar, ganar y hasta destruir a los demás. La vida es una selva, se nos dice, un circo, un ring, donde siempre gana el más fuerte, el más preparado o el que sabe poner mejor la zancadilla. Pero hemos de intentarlo. Hemos de vivir todos en una actitud de humildad y sencillez porque así lo hizo el Maestro y así quiere que lo hagamos. Somos un gran pueblo que siente lo mismo, con motivaciones o formas de ser o hacer similares, que sólo buscamos la enorme grandeza de Jesucristo y nos comportamos estimando a los demás como seres superiores, procurando incluirlos en nuestras propias valoraciones.

Los hombres que componen la sociedad van cada uno a lo suyo y miran las cosas con el color del cristal de sus gafas; nosotros, no. Nosotros somos la levadura que, con la ayuda de Dios, puede cambiar al mundo. Así que debemos ser realistas y llamar a las cosas por su nombre ya sea en una situación extrema de huelga general o de un trabajo normal. Que nuestro hablar sea: “Sí, sí; no, no”, sin añadir ni quitar nada, Mat. 5:37, y seamos perfectos como lo es nuestro Padre, Mat. 5:48, a quien, por cierto, tendremos que dar cuentas de nuestra gestión terrenal.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 15 de octubre de 2001

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Diecinueve de febrero

 

19.2 EL PELIGRO

Mat. 16:24-27

 

Vivimos en una sociedad como si nada pudiese hacernos daño o como si nada pudiese hacernos mella. Sin embargo, estamos expuestos a todo tipo de ataques incontrolados que nos pueden hacer tambalear y abatir. Además, lo malo, lo verdaderamente malo, es todo aquello que nos viene de la zona oscura, de la zona que no podemos ver, Efe. 6:12, y que, por lo tanto, poco o nada podemos hacer contra sus embestidas y escapar de sus zarpazos. Es cierto que si intuimos los ataques, o los vemos, tenemos posibilidad de evitarlos, o de mitigar sus efectos, pero como la lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra ciertas huestes espirituales de maldad, tenemos las de perder aunque sólo sea porque no vemos la dirección de los golpes.

Ahora, como el peligro nos viene dado cuando dejamos de vivir tal y como Jesús quiere, la solución para evitarlo pasa por volver otra vez al camino del primer amor. Al camino que debemos recorrer de la mano de Jesucristo, del Hijo de Dios, pues sabemos que de no hacerlo estamos expuestos al peligro al que aludíamos antes. Para estar de nuevo en sintonía, primero debemos negarnos a nosotros mismos, lo que no quiere decir que debamos estar conformes con una situación anormal, con sacrificios sin cuento, con anulación de la personalidad… Negarse a sí mismo es abrirse para que el Señor Jesús entre en nosotros, Apoc. 3:20. En segundo lugar, debemos tomar la cruz cada día pensando que es una victoria que podemos usar para el bien de los demás, pues, en último extremo, tomar la cruz es seguir a Jesús. Por fin, en un tercer lugar, debemos quemarnos en predicar el evangelio pues no basta con cazar al vuelo las oportunidades que se presentan, sino buscarlas y buscarlas bien.

Sabemos que es difícil. Y también, que si no actuamos como debiéramos, tenemos un abogado que nos defenderá en último extremo, 1 Jn. 2:1. Pero esto, podía ser el final. Jesús es extraño. Si ya nos cuesta seguirle con la cruz a cuestas, lo es mucho más hacerlo con las condiciones que se indican. Dice que existe el peligro de que el que quiera salvar la vida por su cuenta, la perderá. Mas, gracias le sean dadas, si alguien pierde la existencia en cumplimiento de su deber, y por su causa, la salvará, v. 25.

Porque dice: ¿Qué aprovechará al hombre, si ganase todo el mundo, y perdiese su alma? v. 26. Esta es la clave del tema, el cogollo de todo el asunto. Saber cuáles son los valores y dónde los tenemos puestos. La pregunta de Jesús es obvia. Creo que todos responderíamos: ¡Nada! Si malgastamos la vida no tendremos provecho alguno. Este el peligro. De manera que haríamos bien en quemarla en la predicación del evangelio aunque sólo sea por el pago que todos y cada uno de nosotros recibiremos en el momento oportuno, v. 21.

 

 

 

 

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  Segur de Calafell, Tarragona, 14 de mayo de 2002

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Veinte de febrero

 

20.2 EL LADRÓN Y LA CRUZ

Luc. 23:39-43

 

Vamos a hablar de un famoso sin nombre, como la mujer samaritana. De este ladrón sabemos poco y por no saber no sabemos cuánto tiempo vivió de su profesión. Es, pues, un personaje anónimo. Como el joven rico. Ahora lo vemos clavado en una cruz al lado de Jesús, ¿a la derecha, a la izquierda? Lo cierto es que no lo sabemos, pero es igual. Es un actor importante que representa el papel de su vida. Y ve que Jesús está pasando por momentos muy delicados y duros. Había enseñado durante tres años como ningún hombre lo había hecho antes de Él. En consecuencia, está clavado también, pero solo y angustiado. Mas, ¿dónde están las multitudes que comieron su pan? ¿Dónde los enfermos que fueron curados? ¿Dónde los ciegos…? La gente no está para protegerlo, sino para pedir su crucifixión. Pedro lo dejó, su amigo lo negó ante unas personas sencillas. Juan parece haber cumplido cuidando de María, su madre, los demás están huidos, desaparecidos sin combate…

Jesús está moralmente solo. Mas quiere salvar las almas hasta en los momentos en que tenía cierto derecho a estar tranquilo repasando su vida… Por eso atendió la llamada. Salvando las injurias, atendió al “buen ladrón” que reconoce que es el autor de la vida. Se quedó con su alma para toda la eternidad.

¿Qué es Jesús para nosotros? Hay más gracia en Jesús que pecado en nosotros. De manera que hemos de tomar partido, o injuriamos o pedimos socorro. Si es lo primero, no tenemos futuro, si lo segundo podemos estar con Jesús en el Paraíso, aunque no lo merezcamos en absoluto. Por eso tendríamos que compensarle en algo, aunque es muy poco lo que podemos hacer. Si acaso, decirle: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a tu reino. Con eso ya no estará solo, ya va con alguien. Es una victoria en el último segundo. No se va de vacío, es un decir. Cristo agradece nuestra pobre compañía y nos enseña de paso que siempre hemos de estar preparados para aprovechar la oportunidad de hablar del Evangelio. Empezando por los de casa, por los que están al lado, por los cercanos, por los que nos quieren oír. Y aunque sabemos que no todos aceptarán a Jesús (había dos ladrones, el uno fue salvo, el otro no, y eso que el salvo no pertenecía a ninguna iglesia), hemos de estar en guardia pues no existen los casos perdidos y la cosecha, el fruto lo pone el Señor.

 

 

 

 

232005

  Barcelona, 24 de agosto de 2008

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Veintiuno de febrero

 

21.2 ¡MI CASA!

1 Crón. 17:6

 

A veces pensamos que somos lo suficientemente hábiles, sabios y autónomos para vivir la vida cristiana sin la ayuda de Dios. Pensamos: Quiero hacer las cosas a mi manera. No queremos prescindir de Dios, sólo que hemos de vivir a pesar de Dios. Pero, Él no nos quiere fuera de su órbita, quiere que seamos sus hijos. Que vivamos juntos. Que compartamos proyectos, ideas… Quiere que dependamos de Él, que pidamos por el pan de hoy, que no nos hagamos seguros de vida…

Con todo, tenemos una ventaja sobre el mundo porque sabemos en quién hemos creído, pero, a veces, queremos vivir como antes de conocerlo, tener un Dios de quita y pon. Creemos en Dios, pero quisiéramos construir aquí una casa mientras estemos aquí. Mas no nos damos cuenta que eso no es depender de Él, es un deseo humano, es un por si acaso… Raquel, al irse de casa con su marido se lleva los diosecillos de su padre por si acaso, por si fallaba el Señor, Gén. 31:34. Eso no es dependencia. Pero el hombre es así, somos así. Queremos confiar en nuestros recursos y si acaso fallamos por alguna razón, echar mano de Dios. Nos gusta tocar la tierra bajo los pies. Lo primero que hizo Caín cuando Dios lo echó es hacerse una ciudad, Gén. 4:17. La torre de Babel era otro intento de hacerse permanentes en la tierra sin depender del Señor, si acaso cuando la casa llegase al último piso, Gén. 11:1-9. Incluso David recogía materiales para construir una casa para el Señor, tanto es así, estaba tan preocupado para tenerlo a mano, que el mismo Señor tuvo que decirle: Tranquilo, ¿me he quejado alguna vez del por qué no me has edificado una casa de cedro? 1 Crón. 17:6.

Lo que el Señor quiere para nosotros es que ya que no tenemos una ciudad ni una casa permanentes, que seamos peregrinos hasta llegar a la morada que ha de venir, Heb. 13:14. Eso sí que le va. No importa que andemos errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y por las cavernas de la tierra, Heb. 11:38, si vamos siguiendo la fiel estela de Jesús, si llevamos las alforjas vacías, nada ni nadie con apartará de Él. Mientras, puedo preguntarme: ¿qué puedo darle para que cambie mi vida? Sé, sabemos, que aún entramos en sus planes, ¿a qué esperamos para decirle: Habla, Señor, que tu siervo escucha? 1 Sam. 3:9.

 

 

 

 

232009

  Barcelona, 1 de marzo de 2009

Publicado: Boletín Barceloneta, Vol. XV, nº 10 en 8/3/09

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Veintidós de febrero

 

22.2 EL CONTENTAMIENTO

1 Tim. 6:6-8

 

El contentamiento o la satisfacción interior que no exige cambios en circunstancias externas, es lo que debemos potenciar. El mundo no lo ve así. Sin embargo, también caemos en la tentación al hacer lo mismo y no vemos diferencia alguna entre lo que necesito y lo que quiero, pues muchos piensan que tener contentamiento es algo así como quererlo todo. Por eso somos compradores convulsivos. El método de compra fácil nos está perdiendo, compramos de todo a plazos y así nos va, bástenos echar un vistazo al mercado actual. Mas el cristiano no debe ser así.

Otro aspecto sobre el mismo tema lo podemos encontrar en las dos clases de gentes: Los que viven con la queja y la insatisfacción constante y los que procuran reafirmar el contentamiento. Éstos últimos lo reciben todo con fe. Como Pablo han aprendido poco a poco a contentarse, Fil. 4:11. Vivir en la pobreza, en la abundancia y eso que él pasaba por momentos duros, 1 Cor. 4:11. Pero tenía un secreto, decía: ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece! Fil. 4:13. Además, no habla de creyentes contentos, sino de vivir en un estado de contentamiento. Ha aprendido a vivir así. Está preso en Roma, escribe desde la angustia. Ahora bien, ¿cómo aprender el contentamiento? De entrada, el ciclo del mismo se describe en dos fases: Aprender a adaptarse a todo y experimentar la fortaleza de Jesús. Podemos pasar de la tristeza, de la desgracia, del dolor, al contentamiento. He aprendido a contentarme, dirá él. A no estar ligado a los acontecimientos. A pasar por encima de los eventos que nos ocurran sin depender de todo. Las circunstancias no nos hacen felices, sino nuestra actitud ante ellas. No, no decimos que debemos desconectarnos de la realidad, que pasemos de lo que nos pase. El contentamiento no es pasotismo, no es resignación. No podemos luchar contra lo que nos pasará. Dios no nos pide eso. Quiere que estemos gozosos, Fil. 4:4-7, nada afanosos, que seamos realistas y pensar que nada que nos pueda pasar es en contra de su voluntad. Hemos de vernos como Dios no ve, ver con sus ojos mientras nos libra de la hiel de la amargura, del mal. Aceptar esto implica saber que Dios puede transformar lo que nos pase en un bien para Él, Gén. 50:20.

El contentamiento es inseparable de la confianza en Dios, nos lleva a una necesidad profunda de aceptar lo que Él quiere que nos pase. Sabemos que dirige cada paso de la vida con un propósito. Y así hemos de aceptarlo. Pablo usa aquí dos verbos: “He aprendido y estoy seguro.” Debemos seguir aprendiendo de Dios. No hemos de ver las cosas que se ven… Ahora bien, esto requiere tiempo. No es un programa de adelgazamiento o de aprender inglés en 30 días. El gozo de Dios se siente aunque tengamos tristeza.

Ahora, ¿dónde se origina el contentamiento? Se origina en Cristo y con gozo, paciencia y fe. De nuevo Pablo nos dice tener poder en Cristo, no con Cristo, en relación permanente, para siempre, Él nos transforma, usa dinamita, poder, y nos capacita para enfrentar a cualquier situación por dura que sea, Juan 15:1-17. Con Él somos más que vencedores, dirá Pablo en Rom. 8:37. El Señor está cerca. Mientras vuelve pensemos que estar contentos o tristes no es tener contentamiento y que nada trajimos a este mundo y es evidente que nada material podremos sacar.

 

 

 

 

232011

  Segur de Calafell, Tarragona, 22 de marzo de 2009

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Veintitrés de febrero

 

23.2 LA PALABRA DE DIOS

Heb. 4:12

 

Digamos de entrada que la palabra de uno es como el carnet de identidad de la persona, nos dice quién es. Lo mismo pasa con la Palabra de Dios, la Biblia, nos habla de quién es y también qué es. Mas aquí concurre algo especial, conocer su Palabra sólo se puede lograr por fe. Sí, es cierto, cualquiera que la lea sólo verá en ella la suma de palabras y frases sin valor espiritual alguno, pero si el lector tiene fe la Palabra adquiere una importancia capital porque está viva. Sabemos que toda la vida se manifiesta a través del movimiento, pues bien, el Señor lo hizo todo, Juan 1:3, así que nadie debería tener duda, Sal. 33:6, ni excusa alguna, Rom. 1:20.

Así, a través de la Biblia todos podemos conocer a Dios y a su modo de ser, de tal manera que cualquiera que la estudie con un mínimo sentido puede alcanzar algún beneficio, Isa. 55:10, 11. Por eso hemos de propagarla, incluso con denuedo por usar el léxico de los primitivos cristianos. Y hemos de pensar que si, además, predicamos el Evangelio, supremo fin de toda su Palabra, no debe preocuparnos el posible fracaso, pues la salvación de las almas depende de Dios, hemos de predicar, sembrar, la cosecha depende del Señor. Esto lo enseña su Palabra y Él no puede mentir, Núm. 23:19.

Lo cual no quiere decir que se ha de tener una fe ciega, sino viva, activa, los que predican, que enseñan, que consuelan, lo hacen en el nombre de Dios, 2 Ped. 1:21. Además, para que su Palabra sea de verdad efectiva se ha de decir que en realidad es suya, entonces quien la rechace se hará merecedor de la culpa correspondiente, Juan 12:48, mientras que nosotros seguiremos gustando del poder del Señor, 1 Cor. 1:18.

La Palabra de Dios es actual y cualquier pasaje nos llega a Jesús, pero, recordemos, su conocimiento requiere una vida de fe.

 

 

 

 

232012

  Segur de Calafell, Tarragona, 29 de marzo de 2009

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Veinticuatro de febrero

 

24.2 ¡DAR GRACIAS A DIOS EN TODO!

1 Tes. 5:18

 

Esta parte de 1 Tes. 5 es una joya. Aparte de la orden que encierra el título, se nos insta a orar sin cesar, v. 17, a no apagar al Espíritu, v. 19. ¿Se puede? ¿Cómo? No dejando que hable, haciéndole callar. Esto viene a cuento porque muchos líderes se han olvidado de que sirven al Señor y habría que volver a las bases bíblicas. A poco que leamos 2 Crón. 7:11-23, pasaje que narra el pacto de Dios con Salomón, veremos que la esencia está muy relacionada con los mandatos de Tesalonicenses 5. Hay que volver a beber otra vez de las fuentes bíblicas y se nos pasará aquel completo de superioridad que no nos lleva a ninguna parte.

Sobretodo el v. 14 es un llamado a la santidad. Para conseguirla, primero y principal hemos de humillarnos delante de la presencia de Dios. Así lo hizo Cristo, dejó su lugar de privilegio para venir a salvarnos. Esta humillación es un reconocer la superioridad del Señor. Hay que sentirse hijo de Él. Del mismo modo que los niños tienen marcas de los padres, debiéramos vernos para comprobar las que tenemos de Dios. ¿Cuánto nos parecemos a nuestro Dios? ¿Cuántos genes tenemos del Señor? Pues somos sus hijos. Si lo creyésemos nuestra fe movería montañas. Se ha dicho que nuestra fe es como un ordenador, del mismo modo que casi nunca usamos su capacidad, tan poco usamos toda la potencia de que es capaz la fe. Pablo nos sugiere orar sin cesar porque es una forma eficiente de acercarnos a Dios, es un puente que nos acerca al Señor.

La única forma de vivir es estar con Dios, orando siempre como lo hacía Nehemías delante de Artajerjes en el intervalo de una pregunta y una respuesta, Neh. 2:4, o como lo hacía el Señor en el huerto la noche que fue entregado, leer su Palabra, no apagando al Espíritu… El Padre tiene para nosotros lo mejor, pero hemos de humillarnos, volvernos de los malos caminos y pensar que somos simples servidores de Él. La obra es suya, todo es de Dios, ni Mengano ni Zutano son nada sin el E. Santo. Hemos de conseguir ser cristianos santos, no sólo creyentes, pues los diablos también creen y tiemblan.

Recordar que el Señor nos dice: Si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado ni Nombre, y si oran y buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.

 

 

 

 

232013

  Segur de Calafell, Tarragona, 5 de abril de 2009

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Veinticinco de febrero

 

25.2 EL ORIGEN DE LOS PROBLEMAS

Stg. 4:1-3

 

A poco que ojeemos la prensa diaria nos daremos cuenta que el mundo está lleno de violencia de todo tipo, desde simples robos pasando por crímenes, asesinatos, hasta guerras sin cuartel, raptos, genocidios, extorsiones… Siempre ha sido así, pero ahora parece que hay cosas nuevas: violencia de género, pedofilia, piratas, trata de blancas… ¿Qué pasa en el mundo? Pues está claro, si leemos el pasaje ya nada nos puede sorprender. Los problemas no van de fuera adentro, sino de dentro afuera. Santiago nos trae el tema de la lengua, cap. 3, el cual no tiene desperdicio, es el único músculo que no se cansa. De manera que aun viendo es caos mundial, el hombre, desde Adán hasta el último de los mortales, se justifica con todo tipo de excusas, y así se cree que nunca tiene la culpa.

Todos los hombres quieren dinero, poder y prestigio, sin darse cuenta que esta trilogía es el origen de todos los males: Para que uno tenga dinero, otro debe tener menos; para haber un caballero, debe haber un caballo; y para tener cierto prestigio debe someter al contrario. Es la formula de los vasos comunicantes.

Pero en el caso de los cristianos la cosa no debería ir así. Debe dar buen testimonio pues la amistad con el mundo es enemistad con Dios, v. 4. Debe someterse a Dios y resistir al diablo, pues éste huirá enseguida, v. 7. Nuestro Dios es poderoso y sufriente y no quiere que le defendamos matando o pisando a otro en su nombre. ¿O no sabéis que las guerras de religión son una de las peores? El origen de los problemas del hombres está en cómo llevar una vida sin controlar la de los demás y despreciar los malos deseos que le nacen en el corazón. La solución está en las Escrituras: Amar y obedecer al Señor y servir a los demás. Sí, sabemos que el hombre de hoy no quiere leyes, que le basta y le sobra con su intuición que califica de excelente o muy excelente; pero sin embargo hemos de aprender a humillarnos delante del Señor pues, en este caso, Él nos exaltará aun en medio del caos actual de nuestro mundo, v. 10.

 

 

 

 

232015

  Segur de Calafell, Tarragona, 13 de abril de 2009

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Veintiséis de febrero

 

26.2 ¿QUÉ HACER CON EL CRISTO?

Mat. 27:22

 

Esta es una gran pregunta hecha desde la inquietud al conjunto del mundo. En el mismo v sugerido ya tenemos una respuesta del colectivo judío lleno de odio, dice: ¡Sea crucificado! Pero esto sólo sería una manera de escapar a la responsabilidad que nos cubre a todos. Es una pregunta general y debe haber una respuesta general. Estamos viviendo en una modernidad salvaje con cientos de personajes, situaciones y hechos. Sin embargo, la pregunta es personal. Pero seguimos sin saber aplicar a César lo de César y a Dios lo de Dios. Por lo tanto debiéramos hacer un esfuerzo en ver y conocer la persona de Cristo. Desde el Cristo de Lepanto que está guardado en la catedral de Barcelona, que está inclinado para evitar una bala de un cañón turco, hasta imágenes de todo tipo, de todos materiales y de todos los colores. Caifás intenta fijar la suya para aclarar qué hacer, Mat. 26:63, pero es inútil. Es más fácil entenderse con imágenes fijas que con un Cristo con corazón.

Y es que un Cristo vivo, de carne y hueso, condiciona y pide una actuación nuestra, nos obliga a hacer algo, a vivir sus mensajes, a amar a los semejantes, a hacer algo. Queremos quedar bien con todo el mundo pero no puede ser, no podemos servir a dos señores y al final el que pierde es Cristo. En un conflicto de intereses casi siempre nos decantamos por el mundo, y esto es fatal. Juan el Bautista, como cualquier otro, tenía dudas y pregunta: ¿Eres tú aquel que ha de venir o esperamos a otro? Mat. 11:3.

Cristo es el Hijo de Dios, que vino al mundo para salvar a todos los hombres que crean en Él. Ya lo tenemos identificado. ¿Qué hacer con él? Hacerlo nuestro, cuidarlo y darlo a conocer a todo el mundo. Luchar contra las opiniones fijas y partidistas como las de aquellos judíos que se burlaban de él estando en la cruz y felicitar a aquellos como el ladrón que estando con Él en el madero abrazó la salvación, Luc. 23:42, 43.

 

 

 

 

232026

  Segur de Calafell, Tarragona, 13 de mayo de 2009

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Veintisiete de febrero

 

27.2 LA SAMARITANA

Juan 4:1-26

 

Todos tenemos conversaciones con mucha gente y en muchos lugares. Incluso hablamos con unas personas que no conocemos de nada. Pero lo mejor del caso es que hay personas que imitan lo que hacemos. Veamos, no como monos, es decir, sin darse cuenta, sino de forma más consciente. Por eso es tan importante el testimonio. Es buena cosa hablar con los demás, pero lo es más dar un buen ejemplo. En esto, Jesús nos superó con creces. Y lo podía hacer porque era humano, lloró, tuvo hambre y sed, estaba cansado y sentía lo que sentimos nosotros. Pero, a la vez, era Dios, espiritual, y no se paraba en la piel de sus interlocutores. Su mirada iba más adentro, buscaba el centro de los afectos, lo purificaba y proponía las ayudas necesarias.

En el caso que nos ocupa, está cansado. Palestina tiene unos 200 Km. de largo y él casi siempre está andando. Es mediodía, la hora sexta, hace calor y se sienta cerca de un pozo de treinta metros de fondo y a un Km. de Sicar, mientras sus discípulos van en busca de alimentos. Llega una mujer y él dice tener sed para abordar a la Samaritana. No es una excusa (las que ponemos nosotros para no hablar del Evangelio con otras personas no son válidas). Ahora, Jesús atiende a los problemas de la mujer cosa que nadie más habría podido hacer en aquel entorno social. Pero no somos jueces y debemos aprender a escuchar. Hablar podemos hacerlo, pero escuchar es más difícil, pero hemos de aprender a hacerlo. Por otro lado Jesús no hace acepción de personas. Los samaritanos y los judíos llevaban 400 años separados. Jesús no, él miraba las almas y ésta son iguales desde hace millones de años. Jesús rompe barreras y nosotros no debemos ponerlas. Habla a la mujer con naturalidad, sugiere soluciones para sus problemas pero, además, le arregla es espíritu y ella se va a predicar, diciendo: ¡Me ha dicho todo lo que he hecho!

 La gente tiene sed de Dios.  Es bueno que hablemos con todos, pero hemos de tener muy claro el discurso y la actuación finales: ¡Llevarlos a los pies del Señor! Acciones y palabras, es el todo. Romper los moldes, abrir barreras, poner puentes… ¡esto es lo que Jesús nos pide, ni más ni menos!

 

 

 

 

232030

  Segur de Calafell, Tarragona, 24 de mayo de 2009

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Veintiocho de febrero

 

28.2 EL SUFRIMIENTO

Heb. 12:11, 12

 

Este es uno de los temas que más nos cuenta entender y aceptar a los creyentes en Cristo Jesús. ¿Por qué sufren los cristianos? Es la pregunta del millón. Al parecer todos los salvos deberíamos estar exentos de enfermedades, dolores y desgracias. En algún sentido, nuestro mundo acepta todo el sufrimiento como algo inherente a la naturaleza humana, aunque lucha con toda la fuerza de la ciencia para tener el menor posible. Es más, muchos aceptan la muerte como algo inevitable, pero no el sufrimiento. Sin embargo hay otros que van mucho más allá y lo aceptan como algo ligado al ser humano. Elifaz, el temanita, amigo de Job, le dice a éste que “el hombre nace para el sufrimiento”, Job 5:7. Pero no es verdad. El dolor y el sufrir nos vino a causa del pecado, Gén. 3:16.

Pedro, experto en la materia, dijo que el sufrimiento de los seres creyentes es como una especie de prueba para que la fe sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Cristo, 1 Ped. 1:7. Es decir, tenemos la certidumbre de la salvación, sí, 1 Ped. 1:2-5, pero hemos de vivir de acuerdo a la esperanza de aquel premio que nos espera en el cielo, que es la herencia incorruptible, incontaminable e inmarchitable, que deberá manifestarse en el mismo momento de la vuelta del Señor, 1 Ped. 1:7. Así que es un poco como el ejemplo de Jesús que tras sufrir aquí, y mucho, tuvo el premio de las glorias venideras, 1 Ped. 1:11. Pero, además, nos dio ejemplo aceptando el sufrimiento, 1 Ped. 2:18-25, 31; como algo inevitable pero añadiendo un matiz especial, pues es mejor padecer haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal, 1 Ped. 3:17, 18.

Ahora bien, dice el propio Pedro que debemos glorificar a Dios en pleno sufrimiento, 1 Ped. 4:12, 13, por lo que no debemos creer que el tema no va con nosotros. Al revés, debemos estar gozosos al participar de alguna manera en las aflicciones del Señor. Es como si nos dijeran que podemos purificarnos, hacernos mejores, a través del sufrimiento no provocado, 1 Ped. 1:7; 4:1, 2; para que, al final, el mismo Jesucristo nos restaurará, nos afirmará y nos fortalecerá, 1 Ped. 5:10. Además, si uno padece por el hecho de ser cristiano, de ser diferente al mundo, que es otra faceta del mismo dolor, debemos glorificar al Padre de nuevo, 1 Ped. 4:16.

Entonces, y concluyendo, sí hay una especie de disciplina en el sufrimiento que nos puede hacer mejores y más aptos para el vivir en Cristo y para dar un buen testimonio a través de los hechos que prediquen su Evangelio, 1 Ped. 4:17-19; 1 Cor. 11:31, 32; Heb. 12:5-13.

Ninguna disciplina puede ser causa de gozo, sino de tristeza, pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados. Por lo tanto, fortaleced las manos debilitadas y las rodillas paralizadas, Heb. 12:11, 12.

 

 

 

 

232189

  Segur de Calafell, Tarragona, 26 de febrero de 2011

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Veintinueve de febrero

 

29.2 EL PARO

Con el sudor de tu frente comerás el

pan hasta que vuelvas a la tierra,

Gén. 3:19.

  Según datos oficiales dados en el día de hoy el paro en nuestro país es de 4.333.669 personas, lo que viene a significar un 19,8 % del total de la población en edad de trabajar. Además, este paro creció en todos los sectores, en todos los grupos de edad y para ambos sexos.

Lo duro del caso no son los números en sí, sólo son unas cifras como otras cualquiera que, con serlo, pronto perderían nuestro interés. Lo grave es lo que significan. Al verlos no es difícil pensar  que envuelven a cientos de casos concretos, familias en las que hay un parado, dos o todos sus componentes. Muchos han perdido primero su trabajo y luego su vivienda por no poder atender la hipoteca. Pero, además, en esa ingente cantidad de personas tiene que haber cientos de casos concretos a cual más surrealista, vidas perdidas, familias con problemas, violencia de género, malos ambientes, desnutrición, enfermedades, baja escolarización, etc. Con lo que el paro es hoy por hoy uno de las pandemias más graves de la civilización actual.

Ahora bien, se dice que el trabajo es un castigo que se nos impuso con aquel “comerás el pan con el sudor de tu frente”. lo cual viene a significar las dificultades, el cansancio y el estrés que conlleva. Lo que pasa es que hoy, por aquellas ironías del destino, el trabajo ya no es el teórico castigo, sino el paro. En efecto, la gran mayoría de parados del país, y del mundo, aceptarían trabajar aunque fuera por debajo de sus categorías académicas o con remuneraciones más bajas del normal…

Sea lo que sea, esperamos que pronto se supere la crisis actual y se pueda normalizar de nuevo el trabajo que, quiérase o no, tanto dignifica al género humano.

 

 

 

 

232198

  Segur de Calafell, Tarragona, 16 de abril de 2011

Publicado en la Revista Marinada7, año 2, número 13 de julio 2011.

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Uno de marzo

 

1.3 JEHOVAH ES MI PASTOR

a la muerte de mi madre

María Pascual.

 

Nota: Con hondo sentimiento dedico este número a la memoria de mi propia madre (040111 de 22.05.1961).

  El día 7 de abril de 1960, murió mi madre en el hospital de Colonias Extranjeras de Barcelona. Aunque el hecho, aparte de resultarme doloroso por el parentesco que me unía a la finada, no lo sacaría a colación si del mismo no se desprendieran enormes enseñanzas aplicable en nuestras propias vidas. Por otra parte, su entereza ante el paso más decisivo del ser humano, la muerte, es suficiente acicate para convencerme de que debo aprovechar la narración en bien, no sólo a los creyentes, a quienes iban dirigidas las palabras anteriores, sino de aquellas almas que sin la seguridad de la salvación eterna, no se atreven a encararse consigo mismo y, lo que es peor, temen a que les llegue el momento supremo al que hacíamos referencia. A unos y a otros vayan mis mejores deseos de simple comentarista de esta vida sencilla, de esta vida de sacrificio, gallardía y honradez, de la vida de María Pascual Alegre.

Nació en un pueblecito de Aragón, llamado Ballobar, y desde muy joven entregó su alma al Señor de los Cielos y desde entonces todos sus actos se caracterizaron por seguir paso a paso los trazos de los caminos eternos que su Maestro y su Pastor anduvo primero durante su estancia terrenal. A lo largo de su vida tuvo que pasar por muchas pruebas, pues desde pequeña tuvo que cuidar de sus cuatro hermanos por ser la hija mayor y única mujer entre éstos, y ayudar a su madre en los pesados quehaceres de aquel hogar del agro aragonés.

Más tarde, y con el mismo fin, se trasladó a Lérida a trabajar en aquella capital y así contribuir al sostenimiento de la casa paterna que, por aquellas fechas, pasaba por momentos difíciles. Esta fue la época en que creyó en Cristo como su único y suficiente Señor y Salvador y empezó a frecuentar la Iglesia Evangélica ubicada en la ciudad. Después, vino a Barcelona dónde localizó y colaboró en la iglesia local situada por aquel entonces en la calle Riera San Miguel. Todos sus miembros me son testigos de su carácter jovial y su espíritu trabajador y cristiano. Allí conoció al que iba a ser su marido, mi padre, con el cual hizo de su hogar un pequeño reino de Jesús.

Durante el éxodo hacia el pueblecitos que la vio nacer, en plena guerra civil española, su marido tuvo que irse al frente por haber sido requerido por la fuerza mayor. Este hecho fue la primera gota amarga que tuvo que paladear. Pero como ambos confiaban en el mismo Señor, la carga les resultó más llevadera, además llegaron a mantener bastante correspondencia. A los ocho días de estar de nuevo con sus padres fue bendecida con el nacimiento de su hijo primero, por el que dio gracias a Dios a pesar de las adversas y malas circunstancias en las que había venido al mundo.

Se arreglaron las cosas. Una vez terminada la guerra, volvió ileso el maridos y juntos se trasladaron de nuevo a la capital catalana para seguir su vida interrumpida sobre los escombros y cascotes de las bombas. Por lo pronto encontraron que les habían quitado el de la Barceloneta que habían comprado con muchos sacrificios. Se fueron a vivir a otro mucho más sencillo y al poco tiempo les nació una niña, fruto segundo de su matrimonio cristiano.

Y empezaron a venirles más pruebas; tan seguidas, que más tarde nos decía que casi no tenía tiempo de reponerse cuando ya venía la próxima. Murió la niña antes de un año de vida, víctima de las penurias de la posguerra a causa de una meningitis aguda. Ambos se consolaban sabiendo que lo que Dios les daba también podía quitárselo. Aquel mismo año murió mi padre en un accidente de trabajo y ella… ¡se quedó sola! Así fue como se quedó sola en un mundo hostil de ciudad, con un hijo de cinco años… pero el buen consuelo de Jesús, su Rey eterno, le inyectaba fuerzas día a día.

Los años en los que su único hijo creció alentado por ella, fueron pasando lentamente. Su mejor obra no podía ser otra que inculcar en aquella mente juvenil sus mismas creencias: Qué Jesús era un Salvador capaz de regenerar cualquier tipo de alma. Los desvelos tuvieron en parte su pago con la alegría que recibió cuando el hijo plasmó públicamente aquella fe mediante el bautismo el 15/8/50. Otra alma, para ella la más preciosa, había aceptado a Cristo como su Redentor personal, gracias a su testimonio.

Pasó el tiempo, no mucho, en plena madurez, aquejada de una deficiencia cardiaca, consecuencia lógica de tantos sufrimientos, tuvo que salir de la ciudad y acompañada de su mejor amiga se fue a un pueblo del interior de la provincia de Tarragona con el propósito de reponer sus menguadas fuerzas. Allí fue donde en vez de esto, le atacó la dolencia que había que precipitar el temido desenlace: “Triple embolia en la pierna derecha, a corta distancia de la vena Ilíaca”- dijo el doctor. Fue trasladada al hospital de la Ciudad Condal que antes hacíamos referencia y tras una operación quirúrgica de seis horas de duración y cuarenta horas de lento sufrir, entregó su alma al Señor.

Días antes de morir me confesó que no estaba triste. Me veía ya independiente, casado, y comprendía que su obra estaba lista. No le importaba dejar este mundo puesto que sabía que algún día me volvería a ver frente al trono de Dios. Su único duelo era que no había podido ver la cara de ningún nieto, ella que había estado rodeada siempre de niños ajenos en la Escuela Dominical… Su muerte, pues, fue como su vida. Todos los presentes atestiguamos su tranquilidad de espíritu. Llamó a Luis Hombre, su pastor, el cual le leyó lentamente los versículos del Salmo 23, que habían sido un lema para ella durante toda su vida: Jehovah es mi Pastor, nada me faltará… Y dándome la mano, expiró.

Esta historia real me hace pensar en una realidad innegable. Una muerte tranquila, pese a las dolencias físicas, demuestran un estado anímico sosegado, como si este paso que todos hemos de dar, no fuera más que algo transitorio, un sueño que debe tener un despertar glorioso. Así es en efecto. “La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado.” Esta es nuestra garantía, por eso los creyentes pasamos así la frontera de la muerte. Tú que me lees, ¿has visto de cerca alguna vez a algún moribundo? De una forma u otra sabrás que en ese momento el hombre es sincero y que su cara demuestra todo lo que siente su alma… ¿No te gustaría tener un seguro de muerte tranquilo? Pues Cristo, el agente celestial, es capaz de proporcionártelo para siempre. Acude hoy mismo a Aquél que dijo: “Jehovah es mi Pastor, nada me faltará… confortará mi alma… y en la casa de mi Padre moraré por largos días.”

  Así sea.

 

 

 

 

232205

  Segur de Calafell, Tarragona, 7 de mayo de 2011

Copia del artículo del mismo título incluido en el libro físico Teatro III, pág. 35 y en el archivo bou5, “Cosas de la vida”, matrícula 231188. Ver bou12, pág. 13, con matrícula 040111.

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Dos de marzo

 

2.3 LOS TEMBLORES

Sal. 8

 

Entre los días 11 y 12 de mayo, 28 temblores de tierra (dos de ellos muy fuertes) sacudieron la ciudad de Lorca (Murcia) matando a nueve personas e hiriendo a 293 más. Se dice que el 80 % de las viviendas han sufrido daños y que 30.000 vecinos durmieron aquella noche al raso por temor a las posibles réplicas.

Hasta aquí la noticia.

Todos los cataclismos con muertos son escalofriantes, pero si aquellos que los protagonizan son seres que tienen la vida por delante, lo son más. Perder la vida es así. Los seres humanos somos mortales, es decir, que naciendo ya empezamos a morir lo cual, a mi juicio, es la consecuencia directa de haber dado la espalda a Dios. El hecho de que las víctimas de los dos terremotos de Lorca hayan muerto prematuramente es tan solo la excepción que confirma la regla.

Ahora bien, a la vista de tanto dolor murciano se oyó decir: ¿Por qué Dios permite las desgracias? Bien, Dios nos las permite ni las deja de permitir. El hombre es libre y como tal usa a la naturaleza como le parece bien. No digo que sea el causante de los temblores de tierra, pero sí del cambio climático que los provoca. Quemamos el petróleo y el gas natural, agotamos los bosques, no dejamos que la pesca se recupere, ensuciamos el agua, creamos escoria radioactiva, hacemos montañas de basura, edificamos hasta las playas, sobre las fallas teutónicas, etc. ¿qué esperamos? Ojala nos mirásemos a nosotros mismos…

En cuanto a Murcia permitirme la licencia de un fragmento de la Parranda que dice: En la huerta del Segura / cuando ríe una huertana / resplandece de hermosura / toda la huerta murciana… / Murcia que hermosa eres / tu huerta no tiene igual. Ojala pronto vuelva todo a la normalidad.

 

 

 

 

232208

  Segur de Calafell, Tarragona, 13 de mayo de 2011

Publicado en la revista Marinada7, año 2, número 12 de junio del 2011 y en el Devocional 06 del 13 al 19 de Junio del corriente de la Iglesia de la Barceloneta.

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Tres de marzo

 

3.3 VACACIONES

Juan 4:20-23.

 

  Desde la terraza del décimo piso que estoy vacacionando puedo apreciar perfectamente la mancha verde azul del mar que empieza a quinientos metros del edificio y se extiende hasta más allá de lo que alcanza la vista. Y luego ver que las corrientes que lo califican se determinan gracias a sus marcados contrastes de color y que, siguiendo sus teóricos dictados, media docena de velas latinas se alejan indolentemente. Más cerca, una barcaza avanzaba a sendos golpes de sus ocho remos cortando, rasgando, su calmada superficie para buscar la alegría del deporte aprovechando el feliz momento de las vacaciones. Unos y otros me ayudan a ver y soñar con gestas o conquistas que no he vivido más que en el papel.

Los pocos bañistas que a esa hora aún están solazándose en la playa, lo hacen de forma zarrapastrosa pero dentro de un orden, como si no quisieran romper la armonía del suave conjunto… De pronto, al unísono, todas las cabezas se giran con brusquedad buscando el motivo del rugido creciente. Y enseguida lo ven, lo vemos: Una motora rompe el agua con su quilla avanzando a impulsos del membrudo motor que lo arrolla todo. Incluso, la ola que levanta lleva a salpicar a todos sin discriminación y hasta pone en peligro el amarre ocasional de las lanchas de recreo. Pero la canoa tan sólo es la punta de la lanza que origina el asombro general. La verdadera causa la constituye un alunado que vuela gracias a un paracaídas arrastrado por la una maroma que, cual cordón umbilical, lo mantiene unido a la embarcación. Así, el hombre sube y baja al compás de la velocidad impulsora haciendo las delicias de algunos niños que chapotean en la misma orilla. Pero pronto aquello deja de tener interés y los ojos recorren la escena buscando nuevos motivos para el esparcimiento. Así, un pescador, dueño de un bou (una barca de pesca levantina) pasota, levanta indolente la vista pensando quizá que aquel jarocho no merece ni un minuto de su atención. En unas rocas, otro sesudo ciudadano trata de pescar y olvidar el trabajo que quedó en la ciudad donde reside. Tampoco para él aquel turista volador genera mucho más interés que el que pueda demostrarle con un leva levantamiento de cejas, al tiempo que sus pupilas permanecen fijas en el corcho de su caña, el cual, indiferente también, retoza en medio de la espuma. Y hacia la derecha y al amparo de una ensenada natural, yacen anclados treinta y dos barquichuelos, desnudos los palos, recuperados los pecios, escondidos los aparejos y olvidadas las andaduras. Al lado contrario, un seco camping extiende sus vallas hasta la misma orilla acotando la indómita e inagotable naturaleza, poniendo barreras donde ésta no las tuvo nunca, excusándose por tener que parcelar el rudo revoltillo humano que regenta.

Son las vacaciones estivales. Atrás han quedado trabajos, afanes, deberes, problemas, abusos, proyectos, planes, ideas, ¿Dios…? ¡Dios no! Dios no está de vacaciones. Pero, aparte de eso debemos dedicar un tiempo a repasar los asuntos pendientes, a suavizar los roces de la pareja, a ayudar a los hijos que han suspendido alguna asignatura, a hacer alguna actividad que no podemos hacer el día a día normal… Se ha llegado a decir que las vacaciones no son sólo la excusa para el ocio, sino para cambiar de actividad. Así, sabiendo que este tiempo de descanso no es un asunto de horas, fechas o temporadas, debe vivirse cada hora, minuto y segundo, ya que no es parte de algo, sino todo de un todo.

Seguro que tenemos algo que hacer y que hemos dejado siempre por falta de tiempo, ahora es el momento, si nos lo sacamos de encima no sólo volveremos al trabajo con las pilas cargadas, sino con la satisfacción del deber personal cumplido.

 

 

 

 

232222

  Segur de Calafell, Tarragona, 13 de mayo de 2011

140547 Vacaciones, Alicante, 9/8/77 bou33, pág. 3.

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Cuatro de marzo

 

4.3 XXX

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231188

  Barcelona, a 000 de 2002

ÍNDICE

1.1 La gente que deja huella 1 (231189)

2.1 Los atrevidos 1 (231190)

3.1 Las vacaciones 2 (231191)

4.1 Lo nuevo y lo viejo 2 (231192)

5.1 El amor a Jesús 3 (231194)

6.1 Los lamentos 3 (231195)

7.1 Los cargos de servicio 4 (231197)

8.1 La unidad 4 (231207)

9.1 El sueño 5 (231208)

10.1 Estar cerca 5 (231209)

11.1 La compasión 5 (231210)

12.1 La felicidad 6 (231211)

13.1 El resumen de la vida 6 (231212)

14.1 La Universidad celestial 7 (231213)

15.1 Los plazos de Dios 7 (231214)

16.1 La autoestima 8 (231215)

17.1 La sequía 8 (231216)

18.1 El manto de justicia 8 (231217)

19.1 ¿De qué somos capaces? 9 (231218)

20.1 Los vestidos 9 (231219)

21.1 El amigo de Dios 10 (231220)

22.1 Las buenas intenciones 10 (231221)

23.1 La tarjeta de crédito 11 (231222)

24.1 La cara 11 (231225)

25.1 La Navidad cristiana 11 (231226)

26.1 Las gracias 12 (231227)

27.1 La paz 12 (231229)

28.1 La tolerancia 13 (231232)

29.1 ¿De tal palo tal astilla? 13 (231233)

30.1 El candidato 13 (231234)

31.1 El perdón 14 (231235)

1.2 La elección 14 (231236)

2.2 Los amigos 15 (231291)

3.2 La luz 15 (231297)

4.2 El examen 15 (231308)

5.2 Las maravillas 16 (231329)

6.2 La razón de nuestra actuación 16 (231472)

7.2 El secreto para evitar el fracaso 17 (231494)

8.2 ¿Dónde está Dios? 17 (231540)

9.2 El nombre 18 (231569)

10.2 La cadena del perdón 18 (231599)

11.2 El lavado de pies 19 (231631)

12.2 Amar como Jesús 19 (231648)

13.2 La cara de un hombre que tenía la paz del Señor 19 (231667)

14.2 El cuadrilátero de la oración 20 (231668)

15.2 El agua y la Palabra 20 (231762)

16.2 La conducta cristiana 21 (231853)

17.2 El mes de la generosidad 21 (231871)

18.2 La huelga general 22 (231898)

19.2 El peligro 22 (231958)

20.2 El ladrón y la cruz 23 (232005)

21.2 ¡Mi casa! 23 (232009)

22.2 El contentamiento 23 (232011)

23.2 La Palabra de Dios 24 (232012)

24.2 ¡Dar gracias a Dios en todo! 24 (232013)

25.2 El origen de los problemas 24 (232015)

26.2 ¿Qué hacer con el Cristo? 25 (232026)

27.2 La Samaritana 25 (232030)

28.2 El sufrimiento 25 (232189)

29.2 El paro 26 (232198)

1.3 Jehovah es mi Pastor 26 (232205)

2.3 Los temblores 27 (232208)

3.3 Vacaciones 27 (232222)

4.3

5.3

6.3

7.3

8.3

9.3

10.3

11.3

12.3 xxx

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BIBLIOGRAFÍA:

 

GÉNESIS.                3:19

50:15-21/13

 

NÚMEROS:             14:1-10/15

 

JOSUÉ.                    6:12-20/7

 

1ª REYES:                3:5-15/

 

1ª CRÓNICAS.        16:8-11/

17:6/21

 

SALMO:                    8

48/3

 

ISAÍAS:                     43:1-7/17

55:10, 11/19

59/16

61:8-11/8

 

EZEQUIEL:              18:1-9, 10/12

47:1-12/7

 

MATEO:                   5:38-42/8

9:35-38/5

16:24-27/21

18:23-35/17

27:22/23

 

MARCOS:                11:1-11/11

12:28-34/6

 

LUCAS:                    17:7-10/11

19:1-10/1

23:39-43/21

 

JUAN:                       1:14/11

4:1-26/23 + 20-23/13

6:60-69/13

12:1-8/3 + 12:35, 36/14

13:12-17/17 + 13:34, 35/18

17:20-26/4

 

HECHOS:                1:21-26/13

6:8-15/10

11:19-21/14

 

ROMANOS:             3:9-18/7

4:18-25/1

12:3-8/3

14:1-18/12

 

1ª CORINTIOS:       6:12/20

 

2ª CORINTIOS:       9:1-5/20

 

EFESIOS:                 6:10-18/9

 

FILIPENSES:           2:2-4/20

4:4-7/18 + 4:5-7/10 + 4:8/6 + 4:10-13/6

 

1ª TESALONICENSES: 5:18/23

 

1ª TIMOTEO:           2:1-6/19

6:6-8/22

 

2ª TIMOTEO:           2:15/14

 

HEBREOS:              4:9-13/2 + 4:12/22 + 4:16/5

11:31-34/15

12:11, 12

 

SANTIAGO.             2:14-16/9

4:1:3/23

 

1ª JUAN:                  2:7-17/2 + 2:12-14/6

 

 

 

COSAS DE LA VIDA

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