Monthly Archives: marzo 1973

DIOS NOS AMA

Sal. 103:8-14; Juan 3:16, 17

 

  Introducción:

  ¡Admirable respuesta!: Una profesora de E. Dominical preguntó a sus alumnas: ¿Quién es Cristo? ¡Cristo, fue la respuesta, es uno que conoce todo acerca de nosotros ysin embargo nos ama!

  Afirman los entendidos que una de las necesidades más básicas del hombre es el amor. Desde que nacemos estamos necesitados de amor. Es curioso; cuánto más débiles somos más dependemos de los seres que nos aman. Ver si no a un niño recién nacido, ¡cuántos cuidados necesita! Y que inclinados nos sentimos a amarlo. ¡Parece tan desvalido! Pero a medida que uno crece, este sentimiento de ser amado se transforma en deseo de amar. El hombre normal debe amar y ser amado como consecuencia fiel y lógica de su naturaleza racional. Sin embargo, el amor del mundo, aun en su expresión más elevada, se nos presenta como limitado e imperfecto. Por eso sabemos que falla. Es por eso que conocemos muchos casos en que el amor, incluso entre seres de la misma familia, falla. Este aspecto negativo del amor mundano ha ido en aumento gracias a las exigencias de la vida moderna pues que la consecución de ciertas metas, aun pareciendo buenas por ser exponentes de una vida mejor, nos han ido distanciando del resto de nuestros semejantes, llegando a decir sin sonrojarse: ¡La vida es una selva! Y lo que es peor, este mal ha llegado hasta el centro de la humanidad social: ¡La familia! La comunicación casi ha desaparecido entre los miembros de la misma. Y si no existe mal se pueden interesar los unos y los otros por los nimios problemas cotidianos que explotan cada día. Los cristianos, tal vez en menor escala, tampoco podemos zafarnos a esta ley. El imperativo de entregarse a la lucha cotidiana por la vida, por la subsistencia, también nos convierte en lobos solitarios. ¿Cuánto tiempo hace que no tenemos en casa un culto familiar? ¿Cuánto hace que no leemos la Biblia u oramos en común…? ¡El amor falta también en cualquier guerra o revolución! ¡En cualquier transacción comercial! ¡En cualquier plan pensado por nosotros, los hombres! ¡Falta el amor, en fin, hacia los demás en cada momento de nuestro ir y deambular por el asfalto de la vida!

  En resumen: Que falta el amor entre los seres humanos es un hecho axiomático. Lo curioso es que el hombre a medida que crece tiene más necesidad de amar porque si no lo hace se para, se embrutece. Por el contrario, ¡el Amor con mayúsculas exalta y dignifica al hombre y le convierte en algo más que un animal! Sin embargo, por más que uno se esfuerce siempre termina por ensuciar el concepto ideal del amor pues si amar es dar algo sin esperar nada a cambio, el ser humano a causa de su naturaleza pecaminosa, ¡jamás podrá conseguirlo! Sólo Dios ama de verdad, pues sólo Él tiene amor verdadero y, lo que es más importante, permanente.

  Pero, ¿qué es el amor? El Diccionario, dice: Afecto que inclina al ánimo a apetecer el bien, real o imaginado. Personalmente prefiero otra definición: Dios es amor y, por lo tanto, amor perfecto es Dios. La Santa Biblia dice que Dios nos ama y nos ha amado siempre. No importa cómo vivamos o cuán grandes sean nuestros pecados. Recordar que decíamos antes como única definición de la persona de Cristo que es uno que conoce todo acerca de nosotros y sin embargo nos ama. Dios nos ama. Así de sencillo. Pero, ¿en qué cuantía? Empecemos la lección:

 

  Desarrollo:

  Sal. 103:6. Misericordioso y clemente en Jehovah… El amor de Dios es inescrutable. Forma parte de su naturaleza. No puede evitar el amarnos del mismo modo que el sol sale cada día alumbrando a salvos y a no salvos. A pecadores y a justos. Pero no ignoramos que aunque el amor domine su ser, es inexorable tocante a la ley y el culpable no podrá eludirle. Sin embargo, el que se arrepiente y convierte del mal camino podrá constatar de forma perfecta que Él es amor. Sus pecados le serán perdonados del todo, es decir como si nunca hubiesen existido. El museo de la Guerra en Madrid, dice: ¡Perdonar, pero no olvidar! ¿Dónde quedan el amor y el perdón?. Dios perdona borrando hasta las manchas. Nunca más nos serán imputados, precisamente gracias a ese amor incomprensible por nosotros. Lento para la ira y muy grande en misericordia… Una de las consecuencias del amor, precisamente la más hermosa, es la paciencia. Y Dios se ha caracterizado siempre por la suya. Lento para la ira… Su amor se impone siempre cada vez que mira al pecador. Pero, ¡cuidado! Vendrán días en que acabada la época de la gracia, y a pesar de todo el amor eterno que sólo Dios es capaz de manifestar, nada podrá hacer por el hombre pecador, pues con el mismo acto que glorifique a los santos, excluirá a los rebeldes para la eternidad. La misericordia de Dios es infinita, pero el valor de su Palabra también. Un día cerrará la puerta y nadie podrá entrar ni salir del arca del Noé actual. Mientras esto llega, espera con paciencia y tristeza a la vez. El hombre tiene ahora la oportunidad de gustar el amor de Dios. Sólo aquél que crea que puede redimirlo puede experimentar la sensación inenarrable que significa el sentirse a salvo por y para siempre.

  Sal. 103:9. No contenderá para siempre… No, no estará enojado para siempre con nosotros a causa de nuestros pecados. Mas, no ocurre así con el ser humano. Hemos oído alguna vez: No me hablo con mi vecino desde hace años. Así, un enfado, a veces una nimiedad, ha ido creciendo en nuestro corazón como una bola de nieve hasta el punto en que ni aun en el caso de muerte de nuestro contendiente consigue ablandarnos y olvidar. Pero Dios es distinto, muy distinto. A pesar de nuestra infiel y constante rebelión en su contra, no nos la tiene en cuenta para siempre jamás, incluso nos recibe con los brazos abiertos de Padre si nos volvemos a Él con los ojos suplicantes y confiando en su poder salvador. Ni para siempre guardará su enojo: Ya hemos dicho antes con otras palabras que el enojo guardado en el fondo del corazón, con el tiempo, se convierte en odio. En Dios no hay cabida para el odio porque Él es amor. Y el odio es contrario al amor y, por lo tanto, contrario a su naturaleza. Así pues, ¿Dios no se enfada por los desplantes del hombre? Sí, pero lo hace de forma momentánea, pronto prevalece su gran amor y eterna misericordia. Es el enojo de un padre que ama frente a la falta del hijo amado.

  Sal. 103:10. (Dios) no ha hecho con nosotros conforme a las iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Otra clara referencia a que Él no nos trata con la severidad que se merecen nuestros múltiples pecados, sino con una infinita misericordia. Ahora viene la pregunta: ¿Dios nos perdonó una sola vez el día en que nos convertimos o lo hace de forma continua cada vez que pecamos? ¡Sí, claro, lo hace cada día, continuamente! Y así, ¿cuál debe ser nuestra actitud hacia el pecado? ¡Vivir la vida con la cabeza levantada a pesar de que podemos caer en el barro! El cristiano se diferencia del que no lo es, en la actitud misma del arrepentimiento. Así que, cada vez que volvamos nuestros ojos arrepentidos hacia Dios, tendremos la seguridad de que Él nos perdona y no nos tiene en cuenta nuestra caída.

  Sal. 103:11. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra: ¿Qué quiere decir esto? Que del mismo modo que no podemos medir ni comprender con la mente limitada y finita el equilibrio del universo, así mismo no podemos entender que: engrandeció su total misericordia sobre los que le temen. De manera que si Dios ama a los hombres por el solo hecho de serlo, aún ama más a todos aquellos que se han vuelto a Él haciendo, estableciendo la unión primitiva rota por el pecado. Sobre los reconciliados, Dios vuelca su misericordia y su perdón como un torrente inagotable. Lo cierto es que su amor es tan grande como incomprensible resulta para todos nosotros. Tanto o más que la comprensión o el infinito que separa al cielo de la tierra.

  Además, como ya ha quedado dicho, ese amor universal se transforma en un amor especial, particular e individual para los que le temen. ¿Por qué? Porque estos ahora son su pueblo escogido, 1 Ped. 2:9. Además tenemos una promesa formidable: Desde hoy y hasta la eternidad, Dios nos salva continuamente, Hech. 7:25.

  Sal. 103:12. Cuan lejos está el oriente del occidente. Es decir, de un extremo del orbe al otro. Sin posibilidad alguna de unión o contacto. Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones, dando la medida del verdadero perdón. Además, sólo Dios es capaz de perdonar así. La sangre de Cristo es el detergente que ha obrado el milagro. Por obra y gracia de su muerte, el creyente aparece delante de Dios Padre justificado definitivamente y muy bien perdonado; es decir, como si ya fuese inocente de toda culpa.

  Sal. 103:13. Como el padre se compadece de los hijos… una referencia a un padre normal que si reprende y castiga a los hijos lo hace dentro de la esfera del amor. Se compadece Dios de los que le temen. Porque ha pasado a ser un padre para ellos y como a pesar de hijos de Dios, todavía no somos perfectos, ya no nos tiene en cuenta nuestras debilidades y pecados, a pesar de que sí se entristece a cada nueva caída.

  Sal. 103:14. Porque Él conoce nuestra condición… Si, Él nos conoce hasta el extremo de sorprendernos en aquel día del juicio cuando conozcamos como somos conocidos. Él nos ha creado, ha visto nuestra historia y conoce nuestras debilidades. ¡Como un padre! Él nos entiende porque se acuerda muy bien de que somos polvo. Somos hechos con sus manos por lo que tiene en cuenta nuestra pobre constitución física. Sabe lo frágiles que somos en lo físico y de la veleidad de nuestras almas, tan prontas a traicionarle y a volverle la espalda. Conoce demasiado bien las limitaciones en que nos desenvolvemos, los carencias y males de que adolecemos y las flaquezas que nos gobiernan pero aún así y todo, nos ama.

  ¡Este es el quid del evangelio!

  Juan 3:16. Porque, esta conjunción sirve de enlace perfecto entre la afirmación anterior y la que va a seguir. De tal manera, es decir, en un grado tal, en tal medida que es imposible acotarlo, ni determinarlo. Como mínimo, es tan grande como grandes fueron todos los pecados que aportamos a la soledad de la cruz. Nos ha amado y nos ama, como nadie antes pudo haberlo hecho. Con la magnitud que corresponde a un ser divino. Amó Dios, este es el principio, fin y fuente de la salvación. Esto es lo más grande que se puede decir de el Señor, que nos amó. Muchas otras cosas relacionamos con su divinidad, tales como la justicia, el poderío, etc., pero ninguna es tan grande como el amor. Dios nos amó, por que todo Él es amor. El amor es una actividad del corazón. Por consiguiente, el amor nació del mismo centro del Señor. Al mundo, es decir, al ser humano, a nosotros. No, no al cosmos invertebrado, sino al ser hecho de sus manos. ¿Hasta qué punto nos ha amado? Pues hasta el punto que nos ha dado a su Hijo Unigénito, a Jesucristo. El teórico amor de Dios hecho realidad, ya que cuando entregó a su Hijo para morir por nosotros, se estaba entregando a Sí mismo.

  Anécdota: Heroico sacrificio: “Un barco se va a pique porque tiene un boquete en su casco. El capitán reúne a la tripulación, y dice: –¿Quién irá a taparlo? –¡Yo! –exclama su hijo. Y muere taponando el agujero con su cuerpo salvando así a los demás. ¿Qué podría sentir el capitán como padre? El Paraíso Perdido de Milton: –¿Quién bajará a la tierra para salvar a los hombres?–, pregunta Dios. –¡Heme aquí, envíame a Mí!–, responde el Hijo.

  Probablemente en el cielo habrían otros a quien el Señor podía haber delegado para el sacrificio y éstos hubieran ido de buen grado a hacer un servicio para su Creador, pero no hubiera sido justo. El amor de Dios aun siendo grande, exigía un sacrificio justo, enorme, el mayor, debía enviar a su propio Hijo, a Él mismo.

  Para que todo aquel que en Él cree, no hay, pues, limitación de persona alguna. Aunque, de una manera, condiciona al hombre a dar el primer paso. Este todo aquel es terrible y a la vez justiciero. Con la muerte de Cristo, Dios lo ha hecho todo; ahora le toca al ser humano avanzar hacia adelante por medio del arrepentimiento y la fe. Además, este “todo aquel” incluye de una vez por todas al género humano. No hay limitación de razas ni situación social. Lo que normalmente sirve de barreras a los hombres, para el Señor no tiene la menor importancia. Pero es indispensable creer que puede hacerlo. ¡Qué nos puede salvar! Es menester creer para que el ser humano: no se pierda, más tenga vida eterna. así que aquí están perfectamente identificados los dos caminos: ¡El cielo y el infierno! Esta es la encrucijada en la que todo hombre debe decidir en algún momento de la vida. Ser o no ser… la condenación o el perdón. Digamos de paso que Dios no quiere que nadie se condene. El hecho de haber dado a su Hijo lo demuestra a la perfección.

  Además, la salvación es instantánea. Del mismo modo que los israelitas mordidos mortalmente por las serpientes del desierto sanaban de inmediato por el solo hecho de creer que aquella figura metálica levantada en una cruz podía salvarles. Así el hombre que confía en la muerte de Cristo como el vehículo de salvación, la experimenta en el acto, pasa de muerte a vida en el acto. En otras palabras, tan pronto como le confiesa como Señor y Salvador. –¡Acuérdate de mí!–, dijo el llamado buen ladrón.–De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso–, fue la respuesta del Crucificado.

  Juan 3;17. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo. Cristo Jesús en su primera venida no lo hizo en calidad de Juez, sino de Salvador. Sino para que el mundo sea salvo por Él. El mensaje está claro. La Salvación es universal en el sentido de que todos nosotros tenemos la misma oportunidad de salvarnos, pero ésta sólo tiene efecto en aquellos seres humanos que acuden a Cristo y se acogen a su poder, gloria y santidad. ¡Qué claman en lo más hondo de su gracia!

 

  Conclusión:

  Cualquiera pueda acogerse a esta amplia medida del amor divino. La anchura viene determinada por el porque de tal manera amó a Dios al mundo, así pues se incluye a todo el mundo. La profundidad podríamos decir que es: Que ha dado a su Hijo Unigénito. Así, este amor, parece ser tan profundo que por su causa nos dio a su único Hijo. La longitud: Para que todo aquel que en él cree. Sí, el amor de Dios es tan largo que alcanza a todo pecador. Y la altura podría ser: No se pierda, más tenga vida eterna. De manera que el amor de Dios llega tan alto que nos lleva hasta el mismísimo cielo.

  Estas son las medidas del amor de Dios y éste es el mensaje del Evangelio.

  ¡Qué Él nos bendiga!

LA PUERTA AÚN ESTÁ ABIERTA

Gén. 7:1-16

Sermón de Evangelismo,

predicado en los puntos de misión

del Carmelo y Sants.

 

  Propósito:

  Demostrar que la época de la gracia es limitada.

 

  Introducción:

  Hace poco hemos leído en la prensa diaria noticias del choque que han sufrido dos aviones españoles sobre el cielo de Francia. Las causas, a juicio de los expertos, son bien concretas: Como los controladores del país vecino están en huelga, el ejército se ha hecho cargo de los vuelos y aquellos servidores, faltos de experiencia, habían señalado las mismas coordenadas a las dos aeronaves por lo que la colisión resultó inevitable.

  El hombre normal ha hecho lo mismo. Haciendo caso a las falsas voces que suenas y resuenan en su interior, se ha desviado del rumbo que debía haber seguido como viva imagen que es de Dios. Esta falsa coordenada que distorsiona la realidad es el pecado, causa y efecto de todos los males que aquejan al hombre moderno. Y si entendemos que pecado significa errar el blanco, veremos muy bien que el hombre está cada día más lejos de la trayectoria que inició al nacer. Originalmente, el blanco o meta era Dios, o lo que es igual, una estrecha comunión con él. Pero el pecado nos desvió de la línea correcta y nos llevó rumbo al sometimiento letal y vergonzoso de Satanás. Aunque esto no es nada nuevo. La serpiente prometió a Adán y a Eva que si comían del árbol prohibido conocerían el bien y el mal. Claro, al pecar, los dos seres conocieron el mal y sus circunstancias, pero el bien aún lo están buscando a pesar de los cientos de ejemplos que ven cada día a su alrededor. Esta es la triste historia de la mejor creación de Dios.

  Antes de los hechos narrados en el texto sugerido, un gran hombre, un hombre de Dios, Enoc, había vivido y había sido traspuesto al cielo sin pasar por la prueba de la muerte y sin que, al parecer, haber influido para nada en la moralidad de la vida de su época. Pero sin embargo, sabemos que precisamente por su testimonio durante el peregrinaje de su vida en la tierra, el Dios Padre tuvo a bien glorificarlo. Así que no podemos achacarle el hecho de que su mundo se hubiese apartado del Creador por su culpa. Pero, repetimos, que su vida había producido poco efecto sobre sus contemporáneos es muy claro y evidente porque no hicieron ningún caso del modo de elevarse al cielo. Así que la vida humana del día al día siguió por sus trece: Aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, les nacieron hijas. Y viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran bellas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas, Gén. 6:1, 2. La mezcla de todo aquello es una forma de mal que se presta como instrumento de Satanás para manchar seriamente el testimonio de Enoc o del mismo Cristo cuando estuvo aquí en la tierra.

  Sin embargo, esta mezcla tenía apariencias de ser una cosa deseable. Práctica y hasta sana según el juicio de los sabios humanos de todas las épocas, ya que leemos que gracias a esa mezcla de sangre, vinieron a nacer los valientes que desde la antigüedad fueron hombres de renombre, Gén. 6:4. Mas sin embargo, el Señor no les dio su aprobación. Y es que el Señor no mira lo que el hombre mira. El Señor no tiene las metas ni los pensamientos que nosotros tenemos. Jehovah Dios vio que la maldad del hombre era mucha en esta pobre tierra, y que toda la tendencia de los pensamientos del corazón era de continuo al mal, Gén. 6:5.

  Este es el meollo, el centro, de la cuestión. El hombre tiene la mente y la naturaleza pecaminosas y en aquella ocasión, el bien que pudieran haber hecho Enoc y los grandes hombres, quedó totalmente anulado por el mal general, tanto es así, que Dios se arrepiente de habernos creado, y exclama: Arrasaré de la faz de la tierra los seres que he creado… Gén. 6:7. Pero si el Señor del cielo es justo, también es misericordioso. Aun en las condiciones tan adversas como las que estamos narrando, Él previó una escapatoria: Noé halla gracia en sus ojos y le manda construir un arca. Sí, el patriarca pudo haber sentido un cierto orgullo al notarse elegido y ver al resto de todos sus conciudadanos sucios y perdidos. Pero obedeciendo la voz de Dios, empezó a dar forma a sus deseos que no sólo anunciaban el fatal cataclismo, sino que ofrecía la posibilidad de la salvación. Sí, no había más que un modo de escapar, pero éste le fue revelado por la fe y no por la vista ni la razón, ni aun siquiera por la más calenturienta. Porque fue durante la construcción del arca, durante los largos ciento veinte años, en que aguantaba la rechifla de la gente que lo creía loco de atar, que demostró la fe en la evidencia de un final que, no por ser muy lejano, era menos inminente. Porque, ¿cómo podría Noé haber predicado toda la justicia durante esos largos años que duró la rara construcción del arca propiamente dicha, del gran navío de ciprés, sino hubiese tenido la convicción de que Dios le había hablado y que la amenaza del diluvio era una realidad terrible? En Heb. 11:7, podemos ver: Por la fe Noé, habiendo sido advertido por revelación acerca de las cosas que aún no habían sido vistas, y movido por temor reverente, preparó el arca para la salvación de su familia. Por la fe él condenó al mundo y llegó a ser el heredero de la justicia que es según la fe. El hombre natural se gobierna por lo que ve y siente, pero cuando Jehovah Dios le habló a Noé de un juicio de destrucción, no había ninguna señal del mismo. Todavía no se veía… Sin embargo, sólo se salvaron aquellos que por fe lo vieron y que, por lo tanto, se preocuparon por obtener un puesto seguro dentro del arca. Total ocho personas. Y cuando llegó la hora final oyeron la voz tan clara como la habían oído ciento veinte años antes por los oídos de la fe: ¡Entra tú y toda tu casa en el arca! Y cuando todos estuvieron dentro, en su sitio, casi sin podérselo creer del todo, Jehovah Dios cerró la puerta. ¿De verdad hacía falta más seguridad? La misma mano que cerró el arca fue la que abrió las ventanas de los cielos y rompió las fuentes del abismo por usar el mismo léxico bíblico. Así, ¿qué podían temer? El arca flotaba tranquilamente sobre el agua que había venido a ejecutar el juicio de y sobre toda carne.

  Pero, ¿qué pasó con todos aquellos que permanecieron fuera del arca cuando llegó el día fatal? Sin duda habrían muchos que desde alguna altura natural miraron con una cierta ansiedad hacia la extraña embarcación que ya flotaba sobre las aguas bajas, pero comprendían que ya no tenían acceso a ella puesto que desde hacía mucho tiempo la puerta estaba cerrada. El día de gracia pasó, el tiempo para la amonestación y el testimonio no volvió a aparecer para ellos. La misma mano que encerró a Noé, por el mismo acto en sí, excluyó a los demás y era tan imposible para unos salir como para otros entrar.

 

  1er. Punto: Inminencia de un fin y seguridad para los salvos.

  A lo mejor me diréis que el tema que hemos escogido para esta ocasión no es nada actual. Qué pertenece a la historia. Nada más lejos de la verdad: Como pasó en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre: Ellos comían y bebían; se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos, Luc. 17:26, 27. Estamos en las mismas circunstancias, estamos en una época similar, los hombres comen y beben, se casan y hacen proyectos. Igual, igual que en la era de Noé. Estas cosas no son pecaminosas de por sí, pero el mal vuelve a hallarse en el centro del corazón de los que las hacen. Así que Dios sigue hablando igual de un remedio y de la única vía de escape a su ruina inminente, pero ellos se ocupan de su prosperidad temporal. Estamos en una época en la que cientos de voces proclaman la existencia de una segunda arca gobernada por Jesucristo, pero los hombres siguen haciendo sus planes para permanecer en la tierra como si esta les perteneciera.

  Los hombres se olvidan continuamente de que hay una cláusula suspendida en su contrato de arrendamiento y que su ocupación de la tierra es válida tan solo hasta que nuestro Dios lo quiera. Los sabios indican que la vida cada día será mejor gracias a los adelantos técnicos. Todos procuran vivir más y mejor. Pero la cosa no termina aquí. Ya se afirma que el mañana será aún más cómodo; tanto es así, que se dice que el año dos mil ya no será necesario hacer ningún esfuerzo para comer puesto que bastará con la consabida pastilla de proteínas. Esto no hace sino dar fe de lo que hemos leído en la Biblia: Como pasó en los días de Noé, así será en los días del Hijo del Hombre. Y sin embargo, estas mismas razones hablan de la inminencia del fin. Del mismo modo que hubo un fin… ¡habrá otro! Jehovah Dios ya ha dicho: Destruiré toda carne… En cuanto al momento que esto suceda, se produzca, es otra cuestión; ya que puede ser dentro de un momento o dentro de un milenio. Mas el hecho de no saber en qué momento se producirá no excluye el fin. Aquellos hombres que durante tantos años veían la marcha de la construcción del arca, tampoco sabían el momento del fin… pero éste se produjo inevitablemente.

  En 2 Ped. 3:4-10, leemos: El día del Señor vendrá como ladrón de noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos y la tierra y las obras que en ella están, serán quemadas.

  Vendrá. Sin duda, el fin de toda la creación vendrá.

  ¿Qué ocurrirá con aquellos que han creído que Cristo es capaz de salvarlos del cataclismo? El mismo Señor Jesús que trastocará los elementos, será el que nos recibirá en el aire, en las nubes, cerrando de paso la puerta a nuestro alrededor para impedir que ni aún uno solo de nuestros cabellos sea tocado por el fuego. Pero, ojo, ya nadie más podrá ser salvo. Todos aquellos que en algún momento de su vida no se entregaron a nuestro Señor, serán fieles observadores de la salvación de los creyentes. ¡Y es que el mismo hecho de escoger a los salvos es el que condena a los que no lo son!

  Los hombres sueñan con una edad dorada y placentera en la vida, se ilusionan con la esperanza de un milenio de artes y ciencias; se alimentan con las utópicas cosechas abundantes del mañana. Pero, ¡qué vanos son todos esos pensamientos, sueños, ideas y promesas! La fe, nuestra fe, puede ver en el horizonte las nubes de la destrucción. El día de juicio se acerca y será lleno de ira. Entonces la puerta estará cerrada y el engaño obrará con más fuerza, si cabe, sobre los que queden:

 

  2do. Punto: ¿Hay posibilidad de salvación?

  Ahora, cualquiera que sea el objeto que pide nuestra atención al contemplar el futuro, no podemos obviar o menospreciar la importancia de atender una vez más al testimonio que tenemos a mano acerca de la gracia que se hace extensible a todos los pecadores del mundo. En 2 Cor. 6:2, leemos: Ahora es el tiempo ideal, he aquí hoy es el día de la Salvación… Pero me diréis: ¿Por qué debo salvarme sino estoy perdido? Claro, sin embargo recordaréis que dije al principio que la trayectoria del hombre se ha separado de su meta. Que el pecado es la causa final de la separación actual del hombre y Dios. Y Éste ha dicho bien claro, muchas y repetidas veces, que toda alma que pecare, morirá. Así que estáis perdidos si no creéis en Cristo. Así, sin disfraces. Sólo os queda una solución. Debéis entrar en la moderna arca si os queréis salvar. Ahora bien, ¿cómo encontrar la entrada del arca en pleno siglo XX? Además, debe ser algo que sea capaz de dar tal seguridad que ya sintáis de hecho la salvación y también, debe ser perfectamente capaz de no dejar ver los pecados a los ojos escrutadores de Dios.

  Podemos leer otra vez en 2 Cor. 5:19: Ciertamente Dios estaba en su Hijo Jesucristo reconciliando al mundo consigo mismo, no imputándole sus pecados. Este es el camino, el único camino que conduce a la salvación. ¡Sólo Cristo es capaz de perdonar los pecados! Pues en él, se centran todas las exigencias de Dios para aceptar al hombre de nuevo. Ahora bien, ¿de qué manera se encuentra realizada la acción divina de la reconciliación en el Cristo? Nosotros sabemos que es posible gracias al hecho de su muerte en la cruz. Pero hay más. La reconciliación del hombre con Dios; de Dios con el hombre, ha tenido lugar ante todo en la persona misma de Cristo, hombre y Dios: El Señor estaba en Cristo reconciliando al mundo. Sólo así, la muerte del Señor ha tenido toda su eficacia ante Dios y ante el hombre. Ahora sí podemos entender bien el resto de la frase: No imputándoles sus pecados. Es decir, perdonándoselos gracias y a consecuencia del mejor y más efectivo de los binomios que han existido en el mundo: De parte de Dios dando todo su amor hasta el extremo de consentir en la muerte de su Hijo y de parte del hombre, atraído por ese perdón, atraído por ese amor, siéndole suficiente garantía para que confiar en que la muerte del Hijo divino es lo único que puede salvarle. Así que ya sabemos que la salvación sólo puede ser posible cuando el hombre alarga la mano hacia el Señor suplicando el perdón. ¡Sólo asiendo y girando el pomo de la puerta, en tanto está entreabierta, podemos salvarnos!

 

  Conclusión:

  ¿Cuál es el v que nos puede llevar a convencernos de la fiel seguridad de la salvación de Cristo? Este: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él crea, no se pierda más tenga vida eterna. ¿Cuál es el vehículo capaz de hacernos experimentar la fuerza suficiente para que podamos alzar la mano suplicante? La fe. Anécdota: “El niño de la casa ardiendo”: Estaba en el balcón del tercer piso de una casa ardiendo. Los bomberos le piden que salte y ante la negativa de éste, van en busca del padre. Cuando llega, extiende los brazos y le pide que salte. Inmediatamente, el niño salta. Esto es la fe. Es confiar ya en estar salvos. No, no os dejéis engañar por las señales actuales. Lo mismo que en tiempos de Noé, mientras estaba construyendo el arca, nada nos parece indicar la inminencia del fin. Pero éste se acerca. Éste es real. Sólo podemos aprovecharnos de esta oportunidad de salvarnos mientras dure el periodo de la gracia o cuando menos, mientras estemos vivos. Y del mismo modo que no sabemos cuándo ni cómo moriremos, tampoco sabemos bien la duración del período abierto de la reconciliación. Depende totalmente de Dios y de nadie más. ¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad? Ahora es el tiempo ideal, he aquí hoy, es el día de la Salvación. Sí, cierto. ¡Puede ser el día de tu salvación! La puerta está abierta… ¿por cuánto tiempo? No lo sabemos. Entra pues en el arca ahora que puedes… y serás salvo. Cree en el Señor Jesucristo… ¡y serás salvo!

  Amén.

EL HOMBRE SE HA DESVIADO

Sal. 14:2, 3; Jer. 17:9, 10; Rom. 1:28-32; 2:1

 

  Introducción:

  Los titulares de Tele/exprés del día 16 de marzo de este año: “Panamá no quiere ser colonia Usa”. “Bofetadas en el colegio de abogados en Madrid”. “La última batalla de los sioux”. Y “en torno a la reconstrucción del Vietnam…”

  ¡Este y no otro es nuestro mundo reflejado un día de lo más normal, un día cualquiera! Sencillo. El hombre fue un ser hecho a imagen y semejanza de Dios; es decir, un ser justo, bueno, inteligente y superior al resto de la creación, pero le hizo libre y escogió desobedecer a Dios y pecar dándole la espalda. Así, desde este mismo momento el Señor ha procurado por todos los medios atrayéndoselo de nuevo. Pero todo hombre, por voluntad propia, ha roto o desviado el rumbo que conduce a Él. Hoy sabemos que los aviones en el cielo se gobiernan por espacios aéreos trazados por coordenadas y datos que convierten las nubes en carreteras, pero si cualquier aparato no sigue el rumbo establecido, jamás llegará a su base. El hombre ha equivocado su rumbo. Dios Padre, su estrella polar, le había trazado un mapa con la ruta adecuada para llegar a buen puerto; pero el hombre se cree sabio y piensa que se basta y sobra para llegar, aunque, todos lo sabemos bien, jamás lo conseguirá estando solo. En la época en que la navegación naval tenía que confiar tan solo en la rústica brújula, se cuenta de un oficial que la saboteó con un imán llevando a toda la tripulación a una muerte cierta. ¿Cuál puede ser el imán que Satán pone junto al hombre como si este fuese la brújula? ¡El pecado!

  Pecado significa errar o fallar en el blanco. Originalmente el blanco del hombre era el Señor. El hombre tenía una estrecha relación con Él, pero el pecado le desvió de la ruta correcta. No obstante, el rumbo del hombre debe llevarle a alguna parte pues que no puede viajar ni llegar al vacío. Así… ¡si no va rumbo a Dios… va rumbo a Satán! ¿Sabéis que el pecado fue la causa, aunque no el motivo, de la muerte de Cristo? Ahora leer poco a poco la poesía: Esto en la Guerra (Balbuceos Navideños, pág 83). Aquella serpiente (Satán) había prometido al hombre el conocimiento del bien y del mal. ¡Y a fe que se lo dio!

  Por otra parte, podemos preguntarnos: ¿No quería Dios acaso, que el hombre conociera estos extremos? Según el plan del Creador, el hombre tenía que haber percibido el bien y el mal por medio de sus triunfos sobre la tentación, pero precisamente por haber caído en el pecado, llegó a saber demasiado bien lo que era el mal y apenas intuyó lo que pudo haber sido el bien. Por querer ser creador en vez de creado, las puertas del paraíso se abrieron ante él… ¡pero para salir!

 

  Desarrollo:

  Sal. 14:2. Es decir, miró con detenimiento la conducta de todos los seres de la tierra. Para ver si había algún sensato… algún hombre sabio, entendido y prudente en contraste al necio descrito perfectamente en el v. 1. Que buscara a Dios. Así que hace falta en verdad ser sabio para que además de reconocer que hay un Dios Padre sustentador, le busque para servirle y adorarle como su soberano. Mas Él descubre que nadie, absolutamente nadie le busca.

  Sal. 14:3. La raza humana, gracias a su naturaleza pecaminosa ha caído en brazos del pecado, así que todos se han ido, se han apartado de la senda hollada por los pies de Dios. Mas, como decíamos más arriba, si el hombre no sigue al Señor, sigue a sus necias apetencias carnales, es decir, a Satanás. Todos nos descarriamos, dice Isa. 53:6: A una se han corrompido, dirá este salmo. No hay nadie sano. Al igual que las manzanas sanas de una cesta se pudren al contacto con una mala, el hombre, por la mancha de su pecado, ha afectado hasta su metabolismo y ha cambiado su capacidad moral y su maravillosa naturaleza. La raza humana ha caído… Rom. 3:10. ¿Qué pasaría si cogiésemos la pareja humana más sana, buena e inteligente del universo y la trasplantáramos a una isla desierta? ¿Se acabaría el pecado? ¡De ninguna manera! A la segunda generación como máximo todos habrían pecado. Es cosa de naturaleza. No hay quien haga el bien; no hay ni siquiera uno. No, no hay nadie que en algún momento de su vida no haya pecado. Además, y aquí hay algo muy cruel y doloroso, todo lo que el hombre haga por sí mismo, aun lo mejor según la tabla de los valores humanos, es malo. ¿?

  Por eso, lo mejor del hombre según el hombre, para Dios es como la basura. No sirve para nada. ¿Por qué? Por no hablar el mismo idioma. Si tuviésemos un valioso aparato de radio portátil y se lo diésemos a una hormiga, ¿le sería útil? No, lo pisotearía y hasta despreciaría. No hablamos el mismo idioma. Lo que para nosotros es de valor para la hormiga no es sino un obstáculo en su camino. No hay nada que pueda ser agradable a Dios, por más difícil que sea conseguirlo, si sale del corazón pecaminoso del hombre.

  Jer. 17:9. Engañoso: Una palabra formada de una raíz que significa el que embauca o el que suplanta. Es la misma palabra que forma el nombre de Jacob. ¿Por qué? Porque suplantó a su hermano Esaú y engañó a su padre Isaac. Esta es la forma o la idea conque el corazón suplanta la verdad por la mentira. Es el corazón, más que todas las cosas, y sin remedio. El corazón es el órgano sensitivo vital. Es el que hace circular la sangre y a la vez reclama para sí el centro de toda vida emocional. Todos los hechos del hombre interior son atribuidos al propio corazón, ya que lo que hoy llamamos conciencia, los más antiguos llamaban corazón. Pero la Biblia, las Escrituras, nos dice en esta ocasión que la conciencia es más engañosa que todas las cosas. Si la que nos debía guiar en nuestro camino empieza por engañarnos, ¿adónde iremos a parar? Además, gracias a su naturaleza, nunca podremos estar seguros de su verdadero comportamiento. Por eso, a veces, lo que normalmente consideramos malo, lo vemos menos malo, puesto que nuestra conciencia nos lo disfraza para que lo veamos menos malo y, por lo tanto, realizable o, cuando menos, justificable. El corazón pues es engañoso; es decir, dado al mal y dominado por él. Sí, la vida del hombre natural, sin Dios, se desarrolla cuando menos sometida al mal. Pero lo que sin duda es peor, está sin esperanza real de regeneración por sus propios medios o por los medios naturales del entorno que le rodea. Así que nos parece tan necio confiar en el corazón de nuestro prójimo como en el nuestro, Prov. 28:26. La pregunta central es: ¿Quién lo conocerá? Ningún mortal, desde luego. Y la verdad, no puede hacerlo porque es engañoso. Nadie puede prever cuál será su reacción ante un problema real de la vida.

  Jer. 17:10. Sólo Dios conoce al hombre tal y como es. Para Dios no es problema ver el interior del hombre ni aun siquiera el rincón más escondido de éste. Para Él ni hay secretos ni hay misterios. No solamente conoce la fuente secreta de nuestros pensamientos, sino que descubre la más sutil de las raras malezas del corazón. Ahora bien, ¿con qué fin escudriña Dios nuestros corazones? ¡Para dar a cada hombre según su camino y según el fruto de sus obras! Aquí está bien claro. Nadie que no sea nuestro Señor es capaz de juzgar con verdadera imparcialidad, porque es que nadie más conoce nuestro interior como Él. Tanto es así, que la observación de Dios en lo más secreto del alma, llegará incluso a significar un premio cuando se nos dice con claridad meridiana que ¡conoceremos como somos conocidos! Sólo nuestro Dios puede ejecutar un juicio justo. ¿Cuál puede ser? ¡Bendición en obediencia y maldición en desobediencia! Sin embargo, la justicia del Señor es justa y necesaria entre los seres humanos debido precisamente a la injusticia de la humanidad. Sí, el cruel pecado nos convierte a todos iguales. Sí, todos somos medidos por igual rasero. Pablo, que espiritualmente hablando era un médico muy certero y sabio, diagnostica una enfermedad común a la iglesia de Roma y a todas las iglesias:

  Rom. 1:28. Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios: en otras palabras: como ellos se desentendieron del Señor para encontrar la solución a sus problemas… el Padre Dios los abandonó. ¡Y es que todos ellos se hicieron los desentendidos! Sabían del verdadero Señor y no lo quisieron, lo rechazaron. Prefirieron ignorar al Señor para andar de forma más plácida siguiendo los designios de su corrompido corazón. Pero en este v hay algo extraño: En apariencia lograron su propósito de vivir lejos del Señor. En efecto, El Señor los entregó a una mente reprobada, para hacer lo que no es debido. Han llegado a tal situación que ya no pueden discernir entre el bien y el mal, entre lo que les conviene o no. ¿Mas, cómo es posible llegar a esta situación? Se ha deformado de tal modo la conciencia que se ha puesto tan dura como un callo. Los hombres han abandonado al Señor y éste, simplemente, los dejó a su suerte… ¡Es el precio parcial de la libertad mal entendida por el hombre! Y es que cuando se deja dominar por sus embrutecidos deseos carnales, se convierte en un ser vicioso, codicioso y orgulloso.

  Rom. 1:29-31. Estos tres vs. encierran la lista de pecados que demuestran lo bajo que ha caído el hombre carnal. Veamos: Se han llenado de injusticia, atropellos y explotación injusta; maldad, deleite en la práctica del mal; avaricia, el estado de la desviación espiritual que solamente busca perjudicar al prójimo; perversidad, ambición desmedida de poseer más y más; repletos de envidia, odio dentro del corazón que se enfoca hacia los que están sobre nosotros o hacia los que poseen cosas o artículos que no tenemos; homicidios, asesinatos; contiendas, disputas y pleitos; engaños, mentiras; mala intención, maldad de gran extensión de acción; contenciosos, siempre buscando la pelea; calumniadores, le gusta hablar mal de su prójimo y en secreto; aborrecedores de Dios, esto sí es curioso. Odian a Dios Padre a causa de sus propios pecados; insolentes, observan a los demás por encima del hombro; soberbios, miran con altanería a los que les rodean; jactanciosos, llenos de vana presunción; inventores de males, sí, a más pecado, más maldad; desobedientes a sus propios padres, al no haber temor de Dios no hay respeto para nadie, y menos para los familiares más viejos; insensatos, sin entendimiento; desleales, faltan al trato con facilidad; crueles, hacer el mal por hacerlo, porque sí; sin misericordia, sin nada de compasión. ¡Ya no hay amor!

  Rom. 1:32. A pesar de que ellos reconocen el justo juicio de Dios (conocen bastante bien lo que les espera), que los que practican tales cosas son dignos de muerte (todos ellos saben que están condenados irremisiblemente), no sólo las hacen, sino que también se complacen en los que las practican. Así que no solamente hacen lo que les dicta su perdida conciencia, sino que aplauden a los que hacen lo mismo y se alegran del mal de los demás.

  Rom. 2:1. Y por lo tanto, no tienes excusa, oh hombre, no importa quién seas tú que juzgas (no hay ninguna excusa para desplazar al Señor del papel de juez); porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo (¿Sabéis por qué? Porque el que quiere juzgar a los otros tiene los mismos pecados que aquel a quien trata de juzgar), pues tú que juzgas haces lo mismo. Eres igual de pecador. O bastante más. Así que, ¡atención!, cuando condenamos a nuestros deudores, nos condenamos a nosotros mismos.

 

  Conclusión:

  Hemos dicho varias veces la palabra pecado, pero no debemos avergonzarnos. A las cosas hay que llamarlas por su nombre a pesar que nos parezcan repulsivas. ¿Deberíamos decir “fraude” o “engaño” para disimular el pecado? No. De ninguna manera. A un frasco con veneno no podemos ponerle una etiqueta que diga “esencia de menta.”

  ¡Qué Dios nos ayude a parecernos a Él!

 

EL HOMBRE, UN SER RESPONSABLE

Gén. 1:27-30; Hech. 17:30, 31; Rom. 14:10-12

 

  Introducción:

  ¿Dónde tiene origen el mal, en el hombre o en Dios? En el hombre, claro, porque el mal es el fruto de la desobediencia a la voluntad del Señor. Se cuenta que en un incendio de Buenos Aires, los bomberos encontraron un hombre que estaba echado en la cama. El examen posterior reveló que hacía horas que había fallecido víctima de las drogas y el alcohol que él mismo había preparado en una especie de alambique casero. Este aparato provocó el incendio de manera que podemos decir bien que el pecado de aquel hombre le alcanzó y, lo que es aún peor, trajo el mal para los que le rodeaban.

  ¡El pecado es quien castiga al pecador a quien Dios ha dejado revolcarse en su rebeldía! Rom. 1:24-30. ¡Qué imagen diferente da este hombre con relación al ser estudiado el domingo pasado! Desde el momento de su creación por Dios, ocupa el primer lugar dentro del gran concierto universal. Para diferenciarlo de los demás seres, el Señor antes de crearlo, exclama: Hagamos al hombre a nuestra imagen… Este solo hecho coloca al hombre en ese lugar privilegiado que hemos señalado pero, a la vez, al mismo tiempo, es un lugar de gran responsabilidad. Veamos por qué: (1) Tiene una responsabilidad moral por el hecho singular de conocer el bien y el mal y, por ende, tiene el deber de amar a sus semejantes. (2) Tiene una gran responsabilidad espiritual porque no ha sido creado por gusto ni por diversión. Ha sido creado con el propósito de relacionarse con su Creador para vivir en íntima armonía con Él, y (3), tiene una responsabilidad administrativa por haber recibido del Él poder para gobernar y hacer uso de todo aquello que tenga o pueda tener al alcance de la mano.

  Así pues, vemos al hombre perfectamente capaz de ser capaz y responsable de sus actos. Y, sobretodo, hacerlo en olor de santidad. Porque no es tanto nuestra actitud externa lo que ve Dios, sino nuestra intención. Recordar el caso de Caín y Abel. Muchas veces caemos en el mismo error pensando que Abel halló gracia en el Señor a causa de sus ofrendas sólo en contra de las de su hermano, pero en Heb. 11:4, leemos: Por la fe Abel ofreció a Jehovah más excelente sacrificio que Caín por lo cual alcanzó testimonio de que era justo. No fue por casualidad que Dios eligiera mejor una oveja para su ideal sacrificio en vez de un fruto de la tierra. La diferencia en mucho más profunda. La excelencia del sacrificio radicaba en el interior del donante, uno lo daba con fe, tratando de reconciliarse con el Padre; el otro, con algo de servilismo, porque no había más remedio, era la costumbre… ¡Y no le sirvió de nada!

  Por alguna extraña razón, somos responsables hasta en nuestros más pequeños detalles y decisiones.

 

  Desarrollo:

  Gén. 1:27. Esto es la conclusión, de la declaración del v. 26 que estudiamos el domingo anterior. A imagen de Dios lo creó… ¿Qué es una imagen? Ilustración: “Una noche despejada en la que pueda verse la imagen de la luna reflejada sobre el agua. Mientras el viento no perturbe la superficie del agua o alguna nube cubra el satélite, la imagen de este brillará clara y neta. Pero si algo se interpone, la imagen desaparecerá, pero la luna no. Pasa lo mismo si se tira una piedra al agua, la imagen se deforma, pero la luna no.” Con el hombre ocurre algo semejante. Es la imagen de Dios, no la física como dejamos dicho claro, sino la espiritual y moral. Pero la imagen se ha distorsionado, se ha deformado, a causa del pecado que se ha interpuesto entre el uno y el otro. Por eso decíamos que todo el hombre es mental, moral y socialmente semejante a Dios. Por ello, en su libertad, siempre tiene opción en cuanto a obedecerle o no, pero esa libertad lo hace jurídicamente apto y responsable. Sólo el pecado, como apuntábamos un poco más arriba, es la causa de la muralla que se ha levantado entre el Uno y el otro. Mas, por su gracia, al aceptar a Cristo como Salvador y Señor, esta semejanza rota se restaura de nuevo y la muralla se derriba. Varón y hembra los crió. La presencia de ambos sexos en la cúspide de la creación los apareja por igual en los privilegios y deberes. Dios instituyó el matrimonio con un fin determinado: ¡Extender y garantizar la vida humana!

  Gén. 1:28. Dios los bendijo y les dijo: El Señor consagró la unión matrimonial. Consagró el establecimiento del hogar y la familia. Hombre y mujer con compelidos a vivir el uno para el otro y ambos para Dios. ¿Dónde queda el divorcio? La unión de la pareja en un matrimonio queda establecido como sigue: ¡Un hombre para una mujer y una mujer para un hombre, y para siempre! Y aunque el imperativo de llenar o fructificar tiene relación con los frutos de la unión del matrimonio, sin duda aquí hay algo más. Parece ser un mandato a trabajar y hacer producir a la tierra y a todo aquello que ya está puesto a su alcance en la naturaleza, para asegurar el sustento y bienestar propio, de los hijos y de las personas de su responsabilidad. Ser fecundos y multiplicaos. Aquí si que hay un mandato urgente de reproducir y multiplicar la raza. Y de donde se desprende que la vida sexual sana forma parte del santo proceso creativo del Señor y dentro de esa unión, del matrimonio, la relación marital tiene un papel preponderante. Digamos de paso, que el ser humano no tiene ninguna excusa para la relación sexual fuera del matrimonio. Llenad la tierra; he aquí también un mandato claro para que el globo sea colonizado en su totalidad, Hech. 17:26; Gén. 11:8. Sí, sojuzgarla y tened dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y los animales que se desplazan sobre la tierra. El hombre tiene el deber de conquistar la tierra, de dominarla y explotarla para beneficio propio y ajeno, de la comunidad en general. Su dominio no está limitado a las cosas inanimadas de la tierra, sino sobre todos los demás seres vivos inferiores estén donde estén.

  Gén. 1:29. Así que todos los vegetales fueron creados como sustento para el hombre o cuando menos, para su deleite. Parece ser que en el origen el hombre debía alimentarse de vegetales, legumbres, hortalizas, etc., pues por lo que sabemos sólo tras el diluvio, el Señor incluyó la carne en la alimentación diaria del mismo, Gén. 9:3.

  Gén. 1:30. Así que los animales eran vegetarianos. Lo cierto es que todo se realizó como había sido determinado. Sí, Dios sustenta a todos los seres vivientes y cuida de su creación, Sal. 36:6.

  Hech. 17:30. Los griegos del Areópago eran sabios en el campo de la filosofía y de todos los conocimientos humanos, pero ignorantes en cuando a la existencia y poder del verdadero Dios. ¿Cuáles podían ser los tiempos de la ignorancia? Pues todos aquellos en que se cometían pecados a causa de no saber que lo eran ante los ojos del Padre. De ahí la importancia de la predicación. Pablo pone su sano granito de arena ante aquellos sabios, nosotros… dónde se presente la buena ocasión. Ahora bien, ¿seremos culpados nosotros de los pecados cometidos en la ignorancia? Rom. 3:24, 25. Pero este estado de cosas no puede continuar así. Y si el hombre sabedor de Dios continúa pecando ya no tendrá excusa. Por eso, manda a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan. Delante de este enorme evangelio, el hombre está ante la encrucijada eterna: Con su libertad, puede seguir a Cristo o… ¡negarlo! Así que todos deben arrepentirse, iniciar la marcha hacia el sentido contrario. Deben hacerlo porque de lo contrario no tendrán consuelo en el día final. ¿Por qué?

  Hech. 17:31. Clara referencia al Juicio Final en el día de la segunda venida de Cristo. De una cosa podemos estar seguros: El juicio particular será justo y no podremos de ningún modo criticar el veredicto. Cristo será el Juez, Él hizo el mundo, lo gobierna y lo juzgará. Él tiene las credenciales con las que su buen Padre lo ha revestido ante el mundo entero: ¡Resucitarle de entre los muertos! De manera que tendrá un doble papel: Salvador y Juez. Sí, esta condición divina nos iguala a todos con el mismo rasero. No hay cristianos más grandes ni más pequeños. Ni débiles ni fuertes. La Iglesia de Roma tenía este problema. Algunos hermanos curtidos estaban seguros de que la calidad de la vida cristiana no depende de la clase de alimentos que se iban a ingerir ni de la cantidad de días festivos guardados o dejados de guardar. Otros creyentes inmaduros, hacían distinciones más superficiales en ciertas prácticas personales. Como consecuencia, los unos juzgaban y criticaban a los otros y los otros negaban y menospreciaban a los primeros.

  Rom. 14:10. Referencia al hermano débil que critica al fuerte. Pablo esconde una fuerte reprensión. Están usurpando la parte, la función que pertenece por naturaleza al propio Cristo. Y dice: O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Es una clara reprensión al hermano maduro y formado. Sí, ¿por qué tomas en poco a tu hermano en la fe? La madurez cristiana se caracteriza en amor y comprensión para los hermanos aunque no estén de acuerdo con nuestras maravillosas ideas. Pues todos iremos ante el tribunal de Dios. Tanto el que juzga y critica como el que menosprecia estarán un día ante del Juez supremo. Claro, en nuestro caso, no para algún tipo de condenación pero se nos pedirán cuentas en lo tocante a la administración de nuestra mayordomía, 2 Cor. 5:10.

  Rom. 14:11. En el llamado día final, todos, absolutamente todos, proclamaremos el Señorío y soberanía de Dios. Los salvos se inclinarán y confesarán su alborozo, mientras que el resto lo hará con dolor.

  Rom. 14:12. De manera que cada uno de nosotros rendirá cuenta al Señor de sí mismo. Claro, cada cristiano, de forma individual, dará cuenta al Juez Supremo. Mas, ¿sobre qué daremos cuentas? ¡De todo lo que hayamos recibido de Él en esta vida! La vida, el cuerpo, las energías, el tiempo, el pan, los bienes, etc. Todo saldrá a la luz, hasta el último de los trapitos sucios. Y lo malo de todo es que no tendremos a quien dar las culpas de nuestro posible fracaso, a pesar de estar rodeados por millones de seres.

 

  Conclusión:

  Una lavandera se quejaba de que su ropa quedaba mal lavada y exclamaba con mal humor: –Tiene la culpa la lavadora-. Claro que sí, siempre decimos lo mismo: –Tiene la culpa Eva. Tiene la culpa la serpiente-…

  Debemos terminar con todas las excusas: ¡Somos serios y responsables de nosotros mismos”

  Así que, queridos hermanos, administremos bien todos los talentos ahora que aún estamos a tiempo.

  ¡Así sea!

EL MUNDO PERTENECE A DIOS

Gén. 1:1, 26, 31; Sal. 24:1, 2; 104:24-30

 

  Introducción:

  Cierta vez un minero se estaba quejando de lo dura que le resultaba la vida, pero su interlocutor le dijo: ¿No es maravilloso que Dios nos haya dejado enterrado este filón de carbón para que podamos calentarnos y darle mil usos? Cierto, contestó el primero, pero me habría gustado que lo hubiese puesto un poco más cerca del suelo. ¿No será este el espíritu de algunos de los cristianos? Algunos quisieran que la vida, después de haberse salvado, fuera menos difícil. Sin duda iban a vivir más contentos si el grito de ¡toma tu cruz y sígueme!, no se hubiese exclamado nunca. Éstos puede que no sean del infierno, pero sí del mundo.

  Hoy abrimos una nueva Unidad de Estudio titulada: “Nuestra Condición Humana”. Y nuestra primera lección es: ¡El mundo pertenece al Señor! Sí, la creación es una obra exclusiva del Hacedor. Y es una obra que los que poseemos una mente finita no hemos podido llegar a entender del todo; pero, eso sí, nos revela todas las cosas invisibles del Señor, Rom. 1:20. Así que ahora vemos al Señor no sólo en su revelación directa, sino a través de todas sus obras: ¡Dios es dueño absoluto y soberano de la vasta Creación! En cuanto a la conexión de los evidentes descubrimientos físicos y arqueológicos con la narración bíblica podemos decir que hay varios medios que la armonizan, dejando sentado primero que los seis días de los cuales se habla en Gén. 1, describen otras tantas épocas más o menos representativas y una lenta formación verificada en la superficie de la tierra. Sí, lo dicho no forma parte de ninguna herejía porque para Dios, los días, épocas o milenios no tienen importancia, Sal. 90:4.

  Segundo, las largas épocas indicadas en la estructura geológica del globo tuvieron lugar antes del inicio de la narración bíblica, o más bien, entre el intervalo que media entre el v. 1 y el 2 del cap. 1º de Gén. Tercero y último, Dios redujo la obra de aquellas épocas ignoradas a seis días cortos y creó el mundo como lo hizo con Adán, en un estado de plena madurez.

  Según el primero de estos modos de interpretación, la última teoría de la creación puede formularse como sigue: En el v uno se indica la creación original de la materia en una forma gaseosa difundida universalmente y definida ya como una cosa sin forma y vacía. En el primer día fue formada la luz por una reunión química de las partículas gaseosas. En el segundo, fue hecho el firmamento y el gas se condensó en las incontables esferas de materia nebulosa, base y fundamento de la tierra. En el tercero, llegó la condensación de esa materia nebulosa destinada a la tierra, que fue transformándose en una masa mineral líquida que, al enfriarse de forma gradual por la superficie, dio ocasión a la separación del agua de la tierra y el comienzo de la vegetación. En el cuarto día, siguió la organización del sistema solar con el día, la noche, las estaciones, el clima, etc. En el quinto, vino la creación de las órdenes inferiores de vida animal, de los reptiles y aves. Y en el sexto, fueron creados los animales superiores y como clímax, el hombre.

  Naturalmente, estamos de acuerdo en que estos días geológicos han sido épocas de considerable duración, siendo cada una más larga que la que la seguía de forma natural. Pero estamos en contra de todo aquello que huela a la teoría de la evolución. Dios dejó hacer a la creación en cualquier época, ¡pero Él creó! Así es científicamente imposible que si decimos que la Tierra salió del sol, pueda por sí sola engendrar vida ni aun por la misma casualidad. Dios bien pudo dejar que el agua se evaporase por el calor y que se condensase en lluvia después, pero todo esto no es suficiente, con ser mucho, para engendrar la vida. Sí, hizo falta su dedo: ¡Su Palabra! No hay evolución. La unidad de la raza humana tuvo origen de un solo golpe en Adán, Mal. 2:10; Hech. 17:26. Así que el hombre también es y pertenece a Dios por derecho de creación como cumbre del orden mundial. Pero es que además, el hecho de estar creados a su imagen, hace que todos los humanos le pertenezcan aún más y si cabe, nosotros lo somos todavía más por el hecho de la Redención.

  Podemos afirmar, pues, que el mundo pertenece a Dios.

 

  Desarrollo:

  Gén. 1:1. En el comienzo del tiempo, es cuando su noción sale por primera vez. Cuando se inicia la cuenta del primer segundo, aparece este vocablo tan vital para la vida de todos los hombres: ¡El tiempo! Antes de ese inicio no había nada, excepto, claro, el mismo Dios. Creó… La idea del verbo descrito aquí, nos indica creación de la nada, por cuanto no existía antes material alguno. Dios… en he procede de una raíz que significa poder, fortaleza, etc., concretamente de la palabra Elohim. Aquí a Dios, pues, se le llama el Fuerte o el Poderoso. Además, la idea, en el original, está escrita en plural, pero no para expresar pluralidad de dioses, sino para realzar la majestad y la grandeza de los atributos de Dios. Los cielos y la tierra, es decir, el mundo o el Universo. Como vemos en este primer v de la Biblia es una introducción general a la afirmación de toda ella: Cuánto existe en el universo tiene su origen y fin en Dios, Rom. 11:36.

  Gén. 1:26. Ese Dios fuerte y poderoso antes de dar el paso supremo de la creación, parece que hace una pausa, y exclama: Hagamos al hombre… Otro verbo en plural que muchos ven un diálogo entre personas de la Trinidad; pero parece ser mejor la idea de un lenguaje de Majestad, como lo es el nos de los reyes y papas. A nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Aquí hay dos términos que tienen el mismo significado. Y usados a la vez para dar más realce al asunto. Esta imagen y semejanza se refieren directamente a la propia naturaleza mental, moral y espiritual del hombre. Pero si hilamos más fino, diremos que estando hablando de poderes de ser, razonamiento e inteligencia, de libre voluntad y de clara conciencia propia y de su capacidad para hablar y comunicarse con Dios. No tiene nada que ver con el aspecto físico. ¿Por qué? Porque Dios no tiene cuerpo.Y que tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la misma. Así, aunque el humano no provee nada para los animales, sin embargo, por designio divino, tiene poder sobre ellos. El hombre, por la gracia de Dios, ha sido constituido en señor de la creación inferior.

  Gén. 1:31. Todo era bueno, perfecto y sin fallo alguno. Todo estaba ya listo, cada parte por separado estaba bien hecha y el conjunto estaba perfectamente terminado. Pero de todo aquello sobresale el hombre. Ahora bien, al decir que las cosas fueron creadas por y para Cristo, señalamos de paso que el único ser racional hecho a imagen de Dios, lo fue únicamente para darle culto y alabanza. Y fue la tarde y fue la mañana del sexto día. Aquí Dios acaba su obra dándonos una lección de trabajo y descanso medido. El domingo es el día adecuado para el reposo y adoración especial a Dios.

  Sal. 24:1. Aquí Dios aparece designado por otro nombre. Y significa: El que existe por sí solo. No, no ha tenido principio ni tendrá por consiguiente fin. Vive por su propia energía, es decir, por sí mismo. Y por contrapartida, el hombre sólo tiene potestad en términos totalmente temporales. Posee títulos de propiedad de terrenos, pero sólo son válidos entre los hombres. El mundo y los que en él habitan… Esto es una clara señal y referencia al globo habitable y por ende, al hombre. Sí, todo es de Dios. El hombre, por consiguiente, no es dueño de nada, ni de sí mismo. Su cuerpo, alma y todo el ser son propiedad real y absoluta del Señor. El es sólo administrador y mayordomo de algo, por eso nada puede llevarse cuando parte de este mundo.

  Sal. 24:2. Otra alusión evidente a su soberanía. La tierra es suya. Él la hizo y la habilitó para el uso del hombre. Como ya hemos dicho antes, en el principio el agua cubría la tierra, pero pronto se evaporó y apareció la tierra seca. Aquí no hace falta pensar que Dios la secase, sino que creó el principio natural de la evaporación y las contracciones internas del planeta azul que hicieron emerger las tierras altas y secas.

  Sal. 104:24. El hombre consciente le basta extender su mirada en cualquier dirección para descubrir no sólo maravillas, sino complejidad y cantidad. Pero nunca jamás llegará a dominar o a catalogar todas las maravillas del Universo. Cuando más avanza en el conocimiento de las cosas, otras van apareciendo como novedades. Se descubrió la telefonía y enseguida apareció la comunicación sin hilos. Se descubrió el cinema y apareció la televisión. Se descubrió como volar y apareció la reacción. Se descubrió la bomba atómica y apareció la de hidrógeno… Y así un largo y ancho etc., que no citamos para no cansar. A todas las hiciste con sabiduría, todo fue creado con tal precisión y orden que hasta las cosas más significantes cumplen las leyes naturales. Sí, todo tiene su razón de ser. Hasta los animales e insectos más pequeños o dañinos tienen su razón de ser en la creación, aunque sean tan solo para mantener el nivel perfecto de la ecología universal. Y todo ello se ajusta a la idea de que jamás pudo haber sido creada por casualidad, sino gracias a una mente infinitamente sabia e inteligente. Toda la tierra está llena de tus criaturas: Todo está a punto. La fuerza de la gravedad se contrarresta con la centrífuga. Las mareas y los climas no son más que beneficios para el hombre. Ahora sabemos que si la corteza terrestre tuviese tres metros más de espesor, no habría oxígeno en la atmósfera y sin él no sería posible la vida animal. Y también sabemos que de no existir la capa atmosférica que nos envuelve, cientos de miles de cuerpos espaciales eliminarían con rapidez la vida en la tierra y gracias a la misma defensa no nos quemamos por los rayos solares, puesto que esta corteza gaseosa los filtra e inclina. Gracias, pues, a este santo orden y precisión matemática existe vida sobre la tierra y, por lo tanto, ¡el hombre!

  Sal. 104:25. El Salmista separa de nuevo la tierra seca del mar y se detiene en la contemplación de este último, un lugar inmenso que a juicio de los sabios ecologistas, es el almacén alimenticio del futuro. Este es el mar grande y ancho, en el cual hay peces sin número, animales grandes y pequeños. Desde el plancton a las ballenas.

  Sal. 104:26. Sobre él navegan los navíos, clara alusión a los diferentes tipos de barcos que surcan los mares de una punta a otra. Sigue: Allí está el Leviatán que hiciste para que jugase en él. Se refiere a un monstruo marino o a una ballena, comp. Sal. 74:14; Job 3:8; 41:1.

  Sal. 104:27. Todas las familias vivientes, desde vegetales hasta el hombre, dependen de Dios para su sustento. Así, basándonos en el axioma de que la materia no se destruye, sino que se transforma, los vegetales viven para el sustento animal y las sustancias orgánicas que llegan a segregar éstos, dan sustento a la vida vegetal en un círculo armónico.

  Sal. 104:28. Tú les das, ellos recogen. La idea es que a causa de su situación, a cada ser viviente, el Creador pone el alimento cerca de la mano y ellos no tienen más que cogerlo. Sigue así: Abres tu mano, y se sacian bien. Claro, el Señor derrama sus bendiciones y posibilidades de existir aun en las situaciones más difíciles.

  Sal. 104:29. Escondes tu rostro, es decir, cuando Dios da la espalda todo va mal. Cuando el Señor retira su providencia, los hombres se desvanecen. La vida se hace imposible. Les quitas el aliento, y dejan de ser. Si Dios es el Dueño y la Fuente de la vida, puede muy bien quitar o dar la vida a cada momento. Y así vuelven al polvo. Todo es materia, todo vuelve al polvo. Los seres vivos que han nacido han de morir, pero el hombre tiene una ventaja. Tiene un alma inmortal. Un alma que dejada en manos del Señor, puede llegar a ser feliz toda la eternidad dando alabanza a Cristo Jesús.

  Sal. 104:30. Nada tiene lugar fuera del conocimiento divino. De forma especial la vida que aparece lo hace bajo la orden directa de su Creador. En su sabiduría va reponiendo generaciones que suplen a las que desaparecen. Gracias pues, a esta doble acción renovadora del Señor, la vida en la tierra actual está siempre joven y lozana. Si Dios no decide abandonar la tierra, no faltará nada sobre ella.

 

  Conclusión:

  Esta es nuestra condición humana: ¡Depender de forma total de Dios! Para el cristiano la lección es clara: Debe tratar por todos los medios de volver al origen primario de la comunicación con Él a pesar de las dificultades que entraña la vida actual y moderna. Hay que dar gracias al Señor por el pan de cada día. Hay que darle gracias también por el 2º Mandamiento.

  No desesperemos jamás: ¡Dios no tiene prisa! Cierto día en que alguien esperaba intranquilo un desenlace que le era importante, se paseaba nervioso por el pasillo de la clínica. –¿Qué te pasa?–, quiso saber un vecino. –Me pasa –dijo el impaciente– que yo tengo prisa y Dios no.

  El buen Padre esperó seis largas épocas… ¡pero al fin descansó complacido ante la clara visión de una Creación perfecta.