Monthly Archives: junio 1994

13.1 EL RESUMEN DE LA VIDA

Trece de enero

 Mar. 12:28-34

Al acabar cualquier año, y en general después de cada período importante de la vida, debemos hacer un inventario de las partes de la ley divina que hemos cumplido. Sobretodo, ¡cómo hemos amado al prójimo! Porque este es el resumen de la vida y la clave de nuestra actuación en cristiano.

Por eso el Maestro estaba tan interesado en aclarar las relaciones más ideales hombre/Dios y hombre/hombre. De manera que siempre que podía exponía sus razones de forma contundente. Aquí, sin ir más lejos, en el texto sugerido, nos da una lección magistral de su interpretación del amor a Dios y a su criatura. A instancias de un escriba, de quien no sabemos ni el nombre, dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y como buscando un cierto paralelismo, añade: Y al prójimo como a ti mismo.

En efecto, amar al prójimo es una consecuencia de amar a Dios o lo que es lo mismo, no podemos decir de ninguna forma que amamos a Dios si no amamos al prójimo, 1 Jn. 2:9; 4:20, 21. De manera que siempre hemos de tener en cuenta ambos enfoques: Dios y el prójimo. Así, debemos aprender del camaleón que tiene la habilidad de mirar a dos sitios a la vez e integrar las dos miradas en nuestro cerebro y hacer de nuestra vida el mejor resumen de la voluntad divina (la ley), pues amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, es más importante que todos los holocaustos y sacrificios juntos.

Por otra parte conviene que nos preguntemos si estamos viviendo en el Reino de Dios o si estamos cerca, a punto de entrar. No sea que nos quedemos en la puerta como el escriba del texto y no sirvan para nada las experiencias y los malos ratos. Aquí, de lo que se trata es de entrar, el primero o el último, pero entrar. De nada sirve el casi, Hech. 26:28. Pues bien, para hacerlo, para entrar en el Reino, sólo hay un camino: Amar a Dios o, lo que es lo mismo, amar al prójimo. Sí, ya sabemos que sólo Cristo salva y que nuestros actos no tienen nada que ver en el proceso. Pero otra cosa son los sentimientos, éstos sí que intervienen, califican y hasta nos condicionan, pues no sólo deben reflejar sumisión y arrepentimiento, sino ser motrices para ejemplo de los demás.

Un examen, anual o periódico, debe utilizarse para descubrir las carencias y debilidades de las promesas hechas en medio de la emoción del momento y hasta para reforzar el propósito de cumplimiento de las que sin duda hemos de hacer todavía. De todas formas, y como guinda para este postre, debiéramos ver de seleccionar nuestros votos (promesa de dar o consagrar al Señor una persona o una cosa; también, promesa de realizar alguna obra buena) y juramentos (voto de abstinencia a través del cual cierta persona promete abstenerse de algo que tiene permitido), puesto que una vez hechos debemos cumplirlos si no queremos perder la credibilidad ante los ojos de Dios… y del prójimo.