ESTUDIOS III

 

ESTUDIOS III

 

Otro volumen de Estudios más, el tercero,

viene a sumarse a los que, a lo largo de varios años,

hemos dado en guardar siguiendo los impulsos

de Piscis del orden y gustos metódicos.

Amén del interés denunciado en los prólogos anteriores,

hay añadimos en primer lugar el hecho de numerarlos,

y, en segundo,

la comprensión que da el tiempo,

puesto que aquella fogosidad inicial de la juventud

de querer escribir pensando en la pronta publicación,

ha dado paso a una mejor comprensión,

a un asentamiento de ideas,

a un poner las cosas en su puesto.

Escribir pudo haber sido la gran vocación de nuestra vida,

pero diversas razones que no vienen a cuento,

nos han hecho ir por otros derroteros de menor gloria,

pero de mayor efectividad.

No vamos a darle vueltas.

Es un hecho consumado y como tal lo aceptamos.

El libro que hoy presentamos está compuesto,

en su gran mayoría,

por lecciones desarrolladas en el Departamento de Adultos

de la Escuela Dominical de la

1ª Iglesia Bautista de Barcelona, Bonanova,

y como tal lo hemos consignado.

¡Gracias al cielo de nuevo por esta

tercera oportunidad!

071916

bou3

 

 

 

 

Barcelona, 17 de enero de 2002

_______

 

 

146 REQUISITO PREVIO PARA CRECER

Juan 15:1-11

  Introducción:

Hay algunas personas que creen ser creyentes porque sus padres lo son e incluso por el hecho de que el país donde ha nacido ha escogido oficialmente la religión cristiana. Sin embargo, no hay nada más contrario a la verdad novo testamentaria. La Biblia nos indica expresamente que la persona que se arrepiente de su pecado y confía en Cristo llega a ser una nueva criatura, que es necesario de nuevo, que cada uno dará cuenta de sí mismo, que, en una palabra, la salvación es personal e intransferible y que por lo tanto, es imprescindible conseguir una relación con Cristo del mismo modo que la tienen las ramas al tronco de un árbol.

Así tenemos que las Escrituras nos presentan la vida como algo concreto, real, vibrante y activo porque todo ser vivo, y más el hombre, debe y tiene que desarrollarse según las características inherentes a su naturaleza. Hay algo dinámico en esto. No hay dos individuos idénticos porque siempre hay unas cualidades que los definen y distinguen entre sí. En otro orden de cosas, sabemos que una misma oportunidad no se presenta en la misma manera a dos personas, porque cada una es distinta a todas las demás, por las razones aducidas más arriba tocante a su naturaleza y por las sanas experiencias, tropiezos y vicisitudes que haya tenido. Y si esto se aplica a la vida del hombre en general, ¡cuánto más lo podemos ver y enfatizar en la vida del creyente por depender, mayormente, en cosas del corazón!

El cap. 15 de Juan trata, como sabemos, de la íntima relación que tiene cada discípulo de Jesús con su divino Maestro. Es con mucho una identificación al máximo. Pero, además, en este hermoso y fiel evangelio y en sus caps. del 13 al 17, se nos presenta a Jesús en su identificación con el Padre celestial por un lado y con sus fieles discípulos con otro sin que, al parecer, exista diferencia alguna; de donde se desprende el consolador hecho de que nuestra relación con él puede y debe llegar a ser total y absoluta, del mismo modo que pueden llegar a serlo la vid y los pámpanos. Como sencilla demostración de lo que ahora estamos diciendo bástenos citar que Jesús, en este mismo evangelio, se ha presentado a sí mismo como siervo de todos, 13:1-20, como el único camino que conduce al Padre, 14:6, como expresión total de la verdad, 14:6, como fuente de la vida, 14:6, como muestra vida del Padre, 14:10, como inspiración de toda buena obra, 14:12 y como origen de paz perdurable y auténtica. Con esta base, Jesús se presenta en el cap como la vid, de la cual depende todo el desarrollo de los pámpanos.

Tal vez nos sea difícil en nuestra época captar todo el significado de esta ilustración, porque muchos creyentes de hoy viven en centros urbanos y es poca, o nula, nuestra experiencia en vides y viticultura, pero en tiempo del Maestro era todo un símbolo, es más, para el pueblo de Israel lo era de forma predilecta a lo largo y ancho de todo el AT: Isa. 5:1; Jer. 2:21; Ose. 10:1; Eze. 15:1-5; 19:10, 11 y Sal. 80:8-11. Vale la pena, pues, que intentemos sentir, comprender, todo el alcance de la figura porque encierra algunas de las más ricas enseñanzas de la Biblia.

 

Desarrollo:

Juan 15:1. Con esta admirable parábola que inicia Jesús. Nos viene a decir a que extremo llega su idea de unión con los suyos, esta unión que acababa de insinuarles en 14:18-23, esta unión que quería ser tan viviente, tan íntima, tan orgánica como puede serlo la de los sarmientos con la vid, de la sacan la savia, la vida, la fertilidad y su razón de ser. Con el pronombre personal yo al inicio de la frase enfatizo su personalidad en contraposición con otras vides que nos denuncia falsas. Él es, pues, la vid verdadera, la que en la esfera moral y espiritual, y en sus relaciones con las almas, realiza plenamente la idea de la vida en la naturaleza. La palabra vid, comprende aquí de forma concluyente al tronco y a las ramas, como el término el Cristo de 1 Cor. 12:12, designa a Cristo y a su Iglesia. Algo más tarde vendrá la división de personalidades y su relación con el fruto propiamente dicho. Otra buena idea que se desprende de este precioso v. es que la vid es una planta sin apariencia, Isa. 52:2, sin hermosura y sin embargo Jesús la usa por la afinidad que encierra la dependencia de los pámpanos y el correspondiente fruto, despreciando, p. ejemplo, la hermosa figura del alto cedro del Líbano, precisamente por que éste, a diferencia de aquella, no produce sus frutos exquisitos, su vino generoso y no tiene su vivacidad y adaptación a toda clase de terreno. Pero bien, seríamos injustos si terminásemos aquí el comentario de este v por cuanto aún hay una segunda frase, una segunda parte que nos conviene estudiar. En efecto, Jesucristo añade: Mi padre es el labrador. Sin duda la enseñanza es clara. Dios ha plantado esa cepa en el seno de nuestra humanidad, al enviar su Hijo al mundo, y por la efusión del E. Santo provocará su crecimiento. En otras palabras: Dios lleva las almas a la comunión con el Salvador, 6:37, 44; Dios, en fin, por el incesante trabajo de su gracia, purifica y santifica a los que ha traído al Salvador, v. 2.

Juan 15:2. Igualmente se puede traducir: y todo sarmiento que está en mí, unido en apariencia a la vid, y que no lleva fruto; o bien, todo aquel pámpano que no lleva fruto en mí por su unión orgánica conmigo. En efecto, hay en la vid brotes silvestres que no llevan ni llevarán fruto; el viñador, el labrador, los corta, los quita, a fin de que no absorban inútilmente la savia. Un hombre puede de diversas maneras pertenecer exteriormente a Cristo, uniéndose incluso a la iglesia, profesando la fe cristiana sin tener parte en la vida santificadora de Jesús. Tarde o temprano se verá arrancado, podado, excluido de esa aparente comunión con el Salvador. Pero los verdaderos sarmientos llevan fruto. A éstos, Dios los limpia, los purifica, o según la mayoría de nuestras versiones, los poda. Es mejor el primer término para hacer resaltar, como en el griego, la relación de este acto con las palabras que siguen: Ya vosotros sois limpios del v. 2. Jesús quiere decir que esos sarmientos fértiles deben ser limpiados de todo brote inútil, y aun así de una parte del follaje que podría malograr el fruto. De manera que Dios es aún quien prosigue, en todos sus hijos, esta obra de purificación y de santificación continua; la realiza por su Palabra, v. 3, por su santo Espíritu y por todos los medios de su Gracia. Y por si esto no bastara, el agricultor celestial emplea el instrumento cortante y doloroso de las pruebas, del sufrimiento y de los renunciamientos que impone a sus hijos. Por eso su voluntad, o las santas pruebas emanantes de su voluntad, no deben inquietarnos tanto puesto que debemos saber que lo que realmente quiere a cualquier precio es ver, conseguir que llevemos fruto.

  Juan 15:3. Jesús volviéndose hacia sus discípulos, les conforta ahora respecto a la severidad de la frase: limpia todo sarmiento que lleva fruto. Ya estás limpio y puro en el sentido indicado en el v. 2, es decir, que por medio de la palabra divina de Jesús les ha anunciado este inicio de pureza; que esta palabra, este anuncio, constituye como un principio imperecedero de vida nueva que, al depositarse en su corazón, se desarrollará allí poco a poco hasta su total perfección. Esta idea no es nada nueva. Jesús expresa ampliamente en otra parte este principio profundo y consolador, 13:10; 17:8. Y además concuerda con lo que han experimentado otros testigos de primera mano, Jud. 1:18; 1 Ped. 1:23.

Juan 15:4. De las palabras indicadas en el texto que describen su posición de sarmientos, de pámpanos, unidos a la vid, en mí, se deriva para los discípulos un deber absoluto que Jesús formula así: permanecer en mí, renunciando constantemente a todo mérito propio, a toda sabiduría propia, a toda voluntad y fuerzas propias, a toda idea de gloria propia inherente a la altura en que esté ubicado; lo que es condición sine qua non para que la pretendida comunión sea efectiva y viva conmigo. Si lo hiciereis, yo estaré en vosotros, como la fuente inagotable de vuestra vida espiritual. Si no, os condenaríais a la esterilidad del sarmiento separado de la vid. Esta consecuencia resulta de la evidencia de la misma figura usada por Jesús, estableciendo con ello claramente la distinción entre la naturaleza y la gracia.

  Juan 15:5. A fin de hacer más impresionante la consecuencia negativa que precede, Jesús declara solemnemente que Él es la vid y sus discípulos los pámpanos; pero es para inferir una vez más que en Él llevarán mucho fruto, pero que, por contracción, fuera de Él, no llevarán ninguno; es decir, no más que el que llevaría el pámpano separado de la vid. Esta segunda idea, introducida por la palabra “pues”, “porque”, parece dada como una prueba de la sana afirmación precedente; eso no parece a primera vista muy lógico: El hecho de que fuera de Cristo no pueden hacer nada no prueba que en Cristo, llevarán mucho fruto. Pero, ¿quién lleva ese fruto? Sólo aquel que permanece en mí, dice Jesús, de donde resulta que sólo es Espíritu de Cristo, como la savia de la vid es al sarmiento, hace llevar fruto al hombre; es lo que confirma pues el hecho bien experimentado de que el hombre fuera de Jesucristo, como el seco sarmiento fuera de la vid, no puede producir nada, nada de nada, nada verdaderamente bueno, nada que soporte la mirada del Santo Dios y nada, en fin, que le sea agradable. Debemos tener cuidado porque el tema formulado aquí no es el de la impotencia moral del hombre natural para todo bien; es el de la infecundidad de todo creyente dejado a sus propias fuerzas, cuando se trata de producir, de adelantar bien en la vida espiritual, de producir frutos en una palabra, demostrativos de su propio testimonio, y bien orientados en hacerlos surgir en los demás.

  Juan 15:6. No sólo quien no permanece en Jesús, en viva y santa comunión con él, no puede hacer nada, v. 5, sino que por desgracia, irremisiblemente, va al encuentro de una sucesión de juicios duros y terribles. El sarmiento separado de la vid es echado fuera de la viña que representa el reino de Dios, y se seca necesariamente, ya que no recibe la savia de la planta. Lo primero que viene a nuestra mente al leer un pasaje así es el elocuente ejemplo de Judas, cuya ruina acababa de anunciar Jesús, 13:21 ss. Lo que también es bien evidente, se trata de una descripción de la desgracia de los que en algún momento estuvieron injertados en la vid, no de aquellos que nunca lo hicieron y que su desenlace se sigue en otro sumario distinto. Se trata, pues, de quienes dicen ser creyentes y que sus frutos nos indican lo contrario; de quienes sólo son cristianos de nombre, de quienes, aun a pesar de ir a cualquier iglesia, se van sin alimento, de quienes, en una palabra, son muertos vivientes que merecen el juicio descrito. Este juicio, moralmente realizado desde ahora, tendrá, en el último día, su resultado trágico, tal y como lo describen las siguientes palabras: más tarde, luego, se recogen los sarmientos, los echan al fuego y arden. Fijémonos que todos los verbos están en presente y hacen la escena tanto más actual y viva. Además, en su descripción, se sigue una cadencia que obliga al pensamiento a fijarse con pavor en el último verbo que habla por sí solo. Una palabra más, ¿quién es el sujeto de estos verbos? En la parábola son los siervos del Labrador, en la realidad son los ángeles de Dios, Mat. 13:40-42.

  Juan 15:7. Después de haber pronunciado estas terribles y duras palabras, vuelve Jesús su vista con ternura a sus discípulos que permanecen en él, y les promete las más preciosas gracias, vs. 16; 14:13, 14; 16:23, y tendrán la dicha de glorificar a Dios con frutos abundantes, v. 8. Pero la comunión de los discípulos con Cristo es expresada aquí por estos dos curiosos términos: si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, y no, como lo harían entender los estudiados vs. 4 y 5, que se limita al sí yo permanezco en vosotros. Pero la clave la debemos buscar en las palabras de Jesús, que son espíritu y vida y que, al guardarlas en el corazón, son el necesario vínculo viviente que hace real la comunión con él y los consiguientes frutos. Inspirados por ellas, por estas palabras, están en la fuente de todas las gracias divinas y, por consiguiente, sus oraciones, que no serán más que las simples palabras de Jesús transformadas en súplicas, tendrán siempre segura concesión. Pero cuidado que no estamos diciendo que todo lo que pidamos nos será concedido si al hacerlo pisamos la demarcación de las palabras de Jesús de: sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra, sino que todo aquello que pidamos dentro de esa línea, nos sería dado, ciertamente concedido.

  Juan 15:8. En esto, no se refiere a lo que precede, sino a lo que sigue ahora: en que llevéis mucho fruto, el Padre es glorificado. Veamos: Dios es sus perfecciones, su poder, su santidad, su amor, se glorifica al reproducir en el menor de sus hijos, esos diversos rasgos de su semejanza, más que por toda la gloria de las obras de la mismísima creación. Pero además, llevar mucho fruto a la gloria de Dios será la prueba cierta de que somos discípulos y además, el medio de volvernos o involucrarnos como tales cada vez más. Así y siguiendo la idea de la vid, tenemos un cierto escalonamiento en el crecimiento, el cual, inexorablemente nos obliga a tener cada vez más y mejores frutos si permanecemos en ella.

  Juan 15:9. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado, permanecer en mi amor. En la instrucción que hasta aquí ha sacado de la parábola de la vid y los sarmientos, Jesús no ha hablado expresamente de su amor por sus discípulos, pero, sin embargo, cada rasgo de esta hermosa figura respira ese amor. ¿Qué otra cosa si no prueba la insistencia con que les recomienda permanecer en él, y qué significa, sino, su reiterada promesa: yo permaneceré en vosotros, sino que los ama? Ahora se lo dice sin tapujos, con efusión: ¡El amor inefable del Padre para con él es la medida de su amor para con ellos! ¡Qué conmovedora resulta la súplica: permanecer en mi amor! Debemos fijarnos una vez más que el amor de que habla no es el de ellos para con él, sino el suyo para con ellos: ¡en mi amor! El amor que Él abre para el creyente como una atmósfera de luz, de vida, de paz, en la cual pueda siempre respirar, pensar, amar y obrar; y en una palabra, producir los frutos con destino a la gloria del Padre. Si nos preguntamos el por qué estos verbos me amó y os he amado están en pretérito, aún podemos desgranar una idea de este precioso y consolador v. Jesús que llega al final de su vida, echa una clara mirada hacia atrás y comprueba con emoción que jamás le ha faltado el amor de su Padre, 5:20; 8:29; 10:17, y que Él mismo ha amado tiernamente a los suyos, 13:1, 34. Pero este doble amor es, por su fiel naturaleza, permanente y eterno, por lo que en la actualidad podríamos poner humildemente en boca de Jesús: ¡Cómo mi Padre me ama, yo también os amo!

  Juan 15:10. Jesús no ha permanecido en el amor de su Padre, no ha disfrutado de ese amor más que por su perfecta obediencia. Del mismo modo, los discípulos tampoco pueden sentirse dichosos en el amor del Salvador si no es en esa condición. Precisamente en ello estribará su gozo.

Juan 15:11. Estas cosas son todo el discurso, vs. 1-10, relativo a la comunión íntima en que les invita a vivir con Él, incidiendo en el deber de permanecer en su amor y seguirle en la senda de la fiel obediencia, v. 10. Pero todo se lo ha dicho a fin de poder hacerlos compartir su gozo que será, paradójicamente, en ellos. Pero, ¡ojo, cuidado! No hay que entender por ello ni el gozo que Él producirá en ellos, ni el gozo cuyas fuentes les descubre, ni el gozo que Él siente respecto de ellos, ni el gozo que ellos tienen en Él, sino su gozo, gr. el mío, mi gozo; el gozo íntimo y profundo que Él mismo gusta en el amor de su Padre, y que aun la proximidad de todos sus sufrimientos y la propia muerte pueden quitarle, porque sabe que su sacrificio servirá para la redención del mundo. Pero, además, Él quiere hacerlos participar de ese tipo de gozo, como de su amor, v. 10, como de su paz, 14:27. De modo que ese gozo será en ellos y crecerá hasta volverse en gozo cumplido, 17:13. Abundando más en la idea y por si no ha quedado claro lo que hemos querido decir, añadimos que el Apóstol Pablo conocía muy bien este tipo de gozo que subsistía pare él aun en medio de sus padecimientos y que les recomendaba tan a menudo a sus hermanos por ser un elemento indispensable para el crecimiento espiritual, 2 Cor. 13:11; Fil. 2:17; 4:4.

 

Conclusión:

Así tenemos Como Requisito Previo Para Crecer el hecho santo e imprescindible de permanecer injertados en la vid, en Cristo; en otras palabras: Hacer nuestro el dicho de que con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí, y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí, Gál. 2:20.

Así sea.

 

 

 

 

070323

  Barcelona, 29 de junio de 1975

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147 LA META DEL CRECIMIENTO CRISTIANO

 

Efe. 4:11-16; Fil. 3:12-16; 1 Jn. 3:1-3

  Introducción:

Una vida sin propósito no vale la pena vivirla. Alguien ha dicho que si no es para quemarla no tiene utilidad. También se ha dicho que el creyente en Cristo no tiene la dificultad de carecer de moral y propósito. Que al creer en Él, automáticamente queda sujeto, encuadrado, encasillado, en un tipo de normativa descriptiva y hasta determinante; pero sin embargo, si les preguntara a muchos hermanos cual era su meta como creyentes, les resultaría difícil responder. Algunos dirían que este propósito no puede ser otro que cumplir los mandamientos que se encuentran en la Biblia y que sin duda, representan la voluntad de Dios. Otros, se limitarían a los sabidos Diez Mandamientos, o tal vez citarían los consejos y hasta las enseñanzas que Jesús dio en el llamado Sermón del Monte. Y éstos tendrían suficiente con la regla de oro del ama a tu prójimo como a ti mismo; aquéllos, que al tener comunión con Dios es la meta más grande. Aún podría haber otros más que indican que el propósito principal a conseguir es el estado completo de madurez espiritual, al cual se llega por medio de una lectura exhaustiva de la Biblia, por la oración, la meditación e incluso, a través del ayuno. Pero, ¿hay otras maneras de responder? ¿Cuál es a juicio de la Palabra de Dios la meta del crecimiento cristiano?

 

Desarrollo:

  Efe. 4:11. Deberíamos citar en primer lugar la gran verdad de que el llamamiento cristiano siempre da por resultado un ministerio, sea de la clase que sea. En este v. Pablo cita alguno de ellos. Desde luego no tuvo la pretensión de que fueran completos sino más bien, claros ejemplos de lo que quería decir. Otra cosa importante que debería notar tan solo al repasarlos someramente es que ninguno de ellos representan un fin en sí. Siempre cumplen un propósito y son instrumentos en manos de Dios. Si creemos esto llegaremos a la conclusión de que no podemos decir que la meta final de una fiel persona es su ministerio, aunque éste entre de lleno en la firme composición de la meta. Ver p. ejemplo el caso de un evangelista. Si lo es, a la voluntad del Señor debe achacárselo y no a su deber principal por cuanto todos y cada uno de los cristianos deberíamos ser unos evangelistas. Y con esto no queremos minimizar ninguna vocación ministerial; al contrario, si hemos sacado a colación este deber lo ha sido por el afán de dignificarlo pero, a la vez, gritar y denunciar la dependencia divina de su origen constituyó apóstoles, profetas, etc.

  Efe. 4:12. Aquí tenemos el fin o la meta de todos los ministerios ya mencionados en el v. anterior. ¿Cuál es, pues, el fin de todo el tema? Perfeccionar a los santos para que puedan funcionar con la manera debida, es decir, para que se cumplan con el fin para el que fueron salvos y escogidos. La importancia del v no radica desde luego en la palabra santos, que ya sabemos su significado, sino en esta idea tan paulina de una progresión en la madurez espiritual. Madurez que encuentra su forma de ser y su justificación en la edificación de la iglesia denominada “Cuerpo de Cristo”. Pero, además, haciendo esto, proseguimos hacia otro fin no menos santo e importante cual es la plenitud de la unidad de fe.

  Efe. 4:13. Sabemos que quien se salva es el individuo que se rinde a Cristo. Sin embargo, todos los creyentes componen el cuerpo del Señor. Por lo tanto, y ahí el quid de la cuestión, ningún individuo es completo e íntegro sin que todos los demás alcancen también la misma meta. Así, en la medida de que cada uno se desarrolla y madura, contribuye al crecimiento y madurez de los hermanos. Sí, siempre habrá u solo Cristo, una sola cabeza, pero también es cierto que la función de cada miembro de su cuerpo no puede ser independiente del resto, aunque tenga alguna que otra forma más o menos individual de manifestarse, a la larga es indispensable para su propio crecimiento y el de los demás.

  Efe. 4:14. Aquí tenemos perfectamente descritos los dos grandes peligros a los que está expuesto el creyente: el uno es interno y el otro externo y a cual de los dos es más peligroso. El interno es que el creyente no madure, que no desarrolle juicio propio y sano para distinguir entre el bien y el mal cayendo en el error de dejarse llevar por la tendencia de dejar que otros sean los que decidan y esto no es aceptar la plena responsabilidad de ser discípulo del fiel Maestro. Una persona que vacila, indecisa, inmadura, necesita que se le llame la atención sobre su estado por si le resulta revulsivo, consigue plantarse e iniciar su tardío crecimiento. El peligro del exterior consiste en que siempre hay quienes quieren engañar. No sólo se encuentran a sí mismo perdidos y extraviados, sino que además quieren evitar que otros encuentren el camino recto. Sí, la dura filosofía del mal de muchos es perfectamente conocida para que la podamos olvidar. Así, se nos dice que necesitamos crecer, dejar el estado de niños, para evitar con éxito cualquiera de los dos peligros indicados y luchar hasta lograr vencerlos si se tercia esta circunstancia.

  Efe. 4:15. En este v. hay dos claves que sobresalen por derechos propios: en amor y en Cristo. Así tenemos que es necesario buscar primero la verdad hasta encontrarla, y luego seguirla. Pero algunos ponen de relieve la verdad como si ella por sí misma tuviera supremo y definitivo valor. Esto es un error. Hay que seguir la verdad, sí, pero en amor. Es posible usar la verdad para golpear y machacar a los que aún no la entienden. Es posible usar la verdad para menospreciar la personalidad del prójimo. Es posible usar la verdad para imponerla a otros y hasta para llegar a matar. Esto no es sólo maltratar y vejar a las personas, sino usar mal la verdad. Así que al seguirla en amor, forzosamente nos concentramos en la identidad de Cristo. La pequeña frase: en Cristo, es con mucho la predilecta del apóstol Pablo por lo que viene a decir y significar: Si yo crezco, o nosotros crecemos, es para que Cristo y su cuerpo funcionen mejor y por ende, para que Dios resulte honrado y mi vida valore los propósitos dignos de realizar.

  Efe. 4:16. No sería posible describir en términos más enfáticos la unión y la identificación entre Cristo y sus discípulos y entre éstos mismos. El cimiento que une a todos en el amor, aquel ingrediente que es necesario antes que la verdad pueda funcionar, y que Cristo mismo dijo que era indispensable para que el mundo identificara a sus discípulos como tales, Juan 17. De tal manera que como cada miembro es responsable de su propio crecimiento y desarrollo, también  contribuye al desarrollo de su prójimo, es decir, en este caso, de su hermano en la fe.

  Fil. 3:12. Pablo reconoce aquí con claridad la posibilidad y la necesidad de crecer en la fe, pero a la vez es realista y sabe que ni él mismo ha alcanzado la meta tan querida o deseada. Pero, y esto es extraordinario, el hecho de no haberlo logrado no era, ni es, motivo para desanimarse, al contrario, se apunta hacia una perfecta perfección como meta gloriosa. Aunque deberíamos tener sumo cuidado con el tema de la perfección, que tanta sangre ha costado al mundo y pararnos por un momento a considerar su significado. Aquí, para la mayoría de los comentaristas, esta perfección tiene dos vértices, dos interpretaciones. Uno es la perfección final, en el más allá, que jamás se podrá alcanzar en esta vida y el otro se relaciona con la obediencia y el deseo de cumplir al máximo la voluntad del Padre celestial. Naturalmente, este v se refiere al primer caso, puesto que el propio Pablo se confiesa imperfecto y dando ejemplo del segundo en el v 15 en el que se defina ya como perfecto.

  Fil. 3:13. Veamos el personaje: el gran Apóstol de los Gentiles era uno de los más grandes y consagrados discípulos de Jesús, fue instrumento en manos del E Santo para divulgar la Palabra de Dios, tuvo el privilegio de predicar el Evangelio por vez primera en muchas partes del mundo. Y, sin embargo, fue hombre con todas las debilidades y flaquezas como indica su propia confesión. No le importaba lo que había dejado atrás, muchas veces no avanzamos porque nos detenemos a contemplar todo aquello que hemos hecho hasta la fecha y nos convertimos en otras tantas “estatuas de sal”. Lo que queda atrás es un lastre que nos impide levantar el vuelo convenientemente y, por lo tanto, nos hace apartar la mirada de la meta con el consiguiente peligro que esto encierra. No hay gloria más efímera que la pasada ni nada más triste que los minutos que ya no volverán. El pasado debe servir tan solo de experiencia y para hacernos exclamar con Pablo:

  Fil. 3:14. Esta figura llena de verdad explica todo el resto de las palabras del Apóstol: El que corre no se detiene para mirar atrás con ansia de ver cuánto espacio ha recorrido ya, sino que dirige sus ojos hacia adelante, al espacio que le separa de la meta. ¿Para qué contemplar lo que se ha hecho si olvida lo que le queda por hacer? Prosigo, pues, hacia la meta, ardiendo en deseos de alcanzarla. Y por mucha que sea la velocidad que ponga en sus pies, el resto del cuerpo se adelanta hacia adelante, tendiendo las manos hacia la meta, sacando el pecho para romper la cita de llegada. Según esta figura, lo que está detrás y que el cristiano debe olvidar, no es sólo el mundo y el pecado, sino sus propias virtudes, sus progresos reales, que podrían estar tentado a contemplar con complacencia de sí mismo, mientras que olvidaría ineludiblemente sus faltas, sus miserias y su vital dependencia. Por contra, Dios tiene delante de él, en el término de la carrera, el premio glorioso de su vocación, el supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Por lo que llegar a él, tomarle, hacerle nuestro debe ser el único pensamiento, la única mira, el único propósito.

  Fil. 3:15. Sabiamente, Pablo no exige que todos estemos de acuerdo con él. Más bien confiaba que Dios indicara a cada uno el camino que debía seguir. Así tenemos que la perfección  de la cual escribe en este v, es la del deseo de proseguir a ese blanco, a esa meta, que Dios le fija a cada uno.

  Fil. 3:16. De donde se desprende la idea y gran verdad de que hay una unión y unanimidad entre los hermanos, siempre y cuando estén basados en su común experiencia en Cristo. Y que seguirán estándolo en tanto no se separen de esta experiencia o lo que es igual, cuando una comunidad o un individuo tiene ideas propias, ajenas a la cruz, no tarda en desorganizarse y al poco desaparecer. La idea de la comunidad cristiana no tiene su fundamento en las ideas o conceptos humanos, sino más bien se basa, está asentada en la gran verdad de lo que Dios ha hecho por ellos y, en consecuencia, “sienten una misma cosa”.

  1 Jn. 3:1. Para Juan, el amor del Señor no es algo que admite un debate sobre su autenticidad o integridad. Lo que verdaderamente le importa es constatar que ese amor que nos ha dado el Padre ha sido ubicado en la persona de su Hijo y que el conocerle a Él como Señor y Salvador son conocer a Dios y a su gran amor. Este v nos da la clave del por qué el mundo nos ignora. ¡No nos conoce porque no conoce a Dios!

  1 Jn. 3:2. Juan expresa con un léxico propio lo que Pablo acaba de describir como perfecto y perfección. En resumen: La completa y última transformación y perfección se realizará más allá de esta limitada vida terrenal.

  1 Jn. 3:3. Pero al igual que Pablo, Juan continúa diciendo que aunque aquella transformación queda para el futuro, tiene un gran, un tremendo resultado en la vida actual porque funciona como el tónico purificador de todo el sistema del creyente. De hecho hemos de señalar que tanto el uno como el otro tienen mucho cuidado en señalar que si algo conseguimos en este sentido lo hacemos gracias a Cristo y no gracias a nuestros méritos propios.

 

Conclusión:

Así, pues, ya hemos visto lo que queremos decir cuando nos referimos a la madurez cristiana, cuál es el sentido del crecimiento paulatino y qué debe hacer el creyente para alcanzar esa ansiada madurez, ahora sólo nos queda poner en práctica ese hermoso propósito de proseguir al blanco, siguiendo la verdad en amor.

 

 

 

 

070324

  Barcelona, 13 de julio de 1975

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148 COMO HACER FRENTE A LAS DIFICULTADES

 

1 Cor. 2:1-5; 2 Cor. 4:7-11, 16

  Introducción:

Algunos creyentes que trabajan fielmente testificando en todo tiempo, no tienen mucho éxito y se preguntan por qué. Pues para la pregunta sólo hay una respuesta: No tienen fruto porque trabajan y testifican con su propio poder. No hay duda de que los que hablan y testifican a otros del Señor tienen que enfrentarse a serias y duras dificultades, sería necio negar esta evidencia. Algunos sufren la oposición de su familia, otros la de sus amigos y otros más, las de sus vecinos; y aunque parezca increíble, algunos la sufren de otros creyentes y miembros de la iglesia. Pero lo que de verdad importa es saber hasta qué punto estamos testificando, estamos trabajando, en la obra del Señor y, en consecuencia, olvidando todas aquellas dificultades que no son sino otros tantos tropiezos, vamos gestando y avanzando un paso más en la consecución de la ansiada madurez espiritual. Madurez que ya hemos pregonado varias veces desde esta misma tribuna y que es, a la postre, nuestra mejor aspiración.

En esta lección, al igual que en la que tendremos el 10 de agosto, se va a tocar este tema debido a su importancia. Debemos saber que en primer lugar es posible que haya alguna flaqueza en el buen carácter o en la preparación del creyente mismo, que impida su crecimiento. Sabemos que esta posibilidad no se da sólo en la fiel y moderna Iglesia, sino que la ha acompañado a lo largo de toda su historia. Bástenos como ejemplo aquel reconocido perjuicio que se nos cuenta que tuvo Pedro en el cap 10 de Hechos acerca de los alimentos presentado en éxtasis y la consiguiente visita a Cornelio. Posiblemente el impedimento venga de afuera de uno mismo, o desde la oposición del mundo al evangelio, o desde los perjuicios o malas interpretaciones de algunos hermanos, pero sí es importante localizar la fuente del impedimento que nos ataca y frena, es más importante nuestra manera de reaccionar ante él y cómo demostrar nuestra total dependencia a Dios.

 

Desarrollo:

  1 Cor. 2:1. En su segundo viaje misionero, Pablo había viajado de Atenas a Corinto y aunque su experiencia en la capital griega dio algún fruto espiritual, no fue del todo lo que podríamos considerar como un éxito. Cierto es que en una aquellas famosas alocuciones helénicas citó incluso a uno de sus más afamados filósofos, pero muchos oidores se confundieron y algunos llegaron a burlarse del apóstol y de su mensaje. Por tanto, al recordar aquella amarga y dura experiencia, Pablo toma la buena decisión de limitarse al puro evangelio cuando predicara en Corinto. No fue con excelencia de palabras o sabiduría, como también dice en 1:17, y descuidando las formas corrientes de la ciencia se limitó a proclamar de forma sencilla un hecho divino, v 22, que no es otra cosa que lo que aquí llama testimonio de Dios, es decir, lo que Dios ha hecho en Cristo Jesús para salvar el mundo.

  1 Cor. 2:2. Por oposición a un Cristo revestido de la gloria de este mundo, Pablo buscó la potencia de su predicación en lo que era para los judíos un escándalo y para los griegos una necedad: ¡La Cruz de Cristo! 1:23, 24. La muerte expiatoria del Salvador es la fuente de la que debe manar toda la verdad y toda la sabiduría por lo que una predicación que no considere a la cruz como el centro del todo regenerador, no es apostólica. Naturalmente, esto no impidió a Pablo exponer a la Iglesia todas las doctrinas que son la consecuencia de esta verdad fundamental. Por otra parte, las cartas y discursos del resto de los apóstoles prueban bastante bien cuan fecunda es esta primera verdad en sabiduría práctica, aplicable a todas las necesidades del alma, a todas las relaciones entre todos los hombres entre sí y con Dios; pero también prueban que todas, absolutamente todas, sus enseñanzas venían, derivaban de la cruz y que recurrían a ella incesantemente en cuanto tenían ocasión, 6:20; 7:23; 8:11; 2 Cor. 5:14, 15; Efe. 4:32; Fil. 2:1-8; 1 Ped. 1:18, 19; 2:18-25.

  1 Cor. 2:3. Estas dos palabras temor y temblor expresan en las cartas de Pablo, a menudo, una profunda y religiosa veneración, 2 Cor. 7:15; Fil. 2:12; Efe. 6:5. En cuanto a la debilidad de que aquí se habla, se ha querido ver ora pruebas internas, ora ciertas enfermedades corporales, Gál. 4:13, 14; 2 Cor. 12:7; es sobre todo el sentimiento abrumador de la santidad y la grandeza de su tarea, que, en una ciudad donde esperaba tanta resistencia parece haber intimidado a Pablo a su llegada a Corinto, 2 Cor. 10:1, 10; Hech. 18:9-10. Se sabe que su acción allí había hecho un cierto contraste notable con la mala y ruidosa osadía de los sofistas y de los jefes de escuela en las grandes ciudades de Grecia, incluso teniendo a favor la gran elocuencia de un Apolo. Pero lo que era para el Apóstol un oprobio a los ojos del mundo, nuestro Dios lo cambió en su gloria y en la confirmación del evangelio, al cumplir tan grandes cosas a través de un instrumento tan débil, tan temeroso y tembloroso.

  1 Cor. 2:4. Palabras persuasivas, es decir, ciertos discursos compuestos y pronunciados según los métodos capciosos de los oradores del tiempo. Pablo había dicho ya, 1:17; que repudiaba esta sabiduría. Por otra parte ya no debemos entender por esta demostración de Espíritu y poder, ciertos dones milagrosos del Espíritu del Señor, sino mucho más su acción sobre las almas por medio de su santa palabra. Una humillante convicción de pecado, Juan 16:8, la santa consolación y la paz del perdón, la fuerza necesaria para ser libertado de la esclavitud de la corrupción y del mundo, la sabia inteligencia enteramente nueva de verdades divinas de que si siquiera se tenía idea; éstas y no otras constituyen la verdadera y fiel demostración que produce el Espíritu de Dios y que el apóstol opone a discursos hechos persuasivos por los artificios de una elocuencia humana, v. 5; 2 Cor. 4:7; 1 Tes. 1:5. Sin embargo, como Pablo mismo nos hace conocer que, precisamente en Corinto, le fue dado obrar por las enormes manifestaciones del Espíritu que se acostumbra a llamar extraordinarias, Cor. 14:18; 2 Cor. 12:12, no hay excluirlas absolutamente de la demostración que se cita aquí. Otra palabra clave de este mismo v es, sin duda, poder, potencia. Pablo escribió en otra oportunidad que el evangelio es poder de Dios para salvación, Rom. 1:16. La voz poder en estas dos citas u oportunidades viene de una palabra en el gr. que nosotros leemos y traducimos por dinamita, indicando con ello, como sabemos, que este algo es de tal naturaleza que no necesita otra fuerza fuera de sí, para producir el impacto deseado o la liberación de su propia energía. Esto es el evangelio. No necesita de la sabiduría humana ni palabras persuasivas de ningún poder terrenal. Desde luego, no queremos decir con esto que los predicadores no deban prepararse, al contrario, lo deben hacer más y mejor. Lo que queremos decir es que no se debe confiar en una preparación humana, por grande que sea, como garantía del poder divino.

  1 Cor. 2:5. Cuanta más sencillez había habido en la palabra de Pablo, desprovista de todos los artificios persuasivos de la natural sabiduría, cuanto más débiles habían sido, en general, sus medios, a los ojos de los hombres, v. 3, tanto más evidentes los inmensos resultados de su predicación eran una obra de la potencia de Dios, ejercida por su Espíritu y que reside ya en la cruz, 1:18. Pero debemos fijarnos que esto no ha sido una circunstancia natural ni determinada por la fuerza de sus dones que por cierto eran enormes y ampliamente reconocidos, sino que tal había sido su intención y él lo reconoce cuando dice para que. Cuando, al contrario, se dice y recurre a medios humanos de persuasión, es muy difícil discernir lo que, en los resultados, es un efecto pasajero de la sabiduría humana, y lo que es la obra, única permanente del Espíritu de Dios.

  2 Cor. 4:7. Otro peligro, mayor si cabe que el ya explicado en la Primera Epístola, se cernía ahora sobre Corinto. Entonces Pablo tuvo que luchar contra la corriente y costumbre de confiar en las palabras humanas según las modas filosóficas de la época y que por si solas, impedían crecer y desarrollarse espiritualmente a los creyentes. Ahora va a demostrar que lo realmente tiene valor es el poder de Dios y no los receptáculos del mismo consiguiendo con ello evitar la vanidad y el orgullo que son mortales para el espíritu de cada cual. Todos los discípulos de nuestro Maestro tienen un tesoro tan grande que no hay manera de valorarlo. Sin embargo lo lleva en un vaso que oculta su verdadero valor. Además, les dice que el vaso es muy frágil; tanto que al más mínimo embate se quiebra, pero que, en caso de que esto ocurra, no afecta para nada el auténtico valor del tesoro.

Vamos a interpretar esta hermosa parábola: El tesoro es la vida abundante que Dios, no sólo nos la ha prometido, sino que nos la ha dado. El vaso, como bien habréis supuesto, es la vida terrenal y el poder triunfador es de Dios. Así no había que preocuparse por las circunstancias de la vida y se puede libremente y sin temor obedecer al Salvador en todo “quemando la vida” si es preciso y si Él la pide.

  2 Cor. 4:8. Ya lo hemos dicho, la tribulación y el apuro son circunstancias de la vida, impuestas desde el exterior. Y el dolor, la angustia y la desesperación son una manera de reaccionar y responder a aquéllas. La palabra traducida por atribulados nos dice y significa, oprimidos terriblemente y los hermanos de la ciudad de Corinto ya habían experimentado en carne propia lo que significaba aquella tribulación a causa de su fe. Sin embargo, Pablo los felicita por no sentirse angustiados. En más de una ocasión, el propio apóstol se encontró en apuros y no dijo que tal circunstancia fuera motivo para desesperarse porque sabía que era a causa del evangelio y no a causa o por motivos de ningún mal pecado que hubiese cometido. En este caso confiaba plenamente en que Dios le ayudaría.

  2 Cor. 4:9. Persecución quiere decir que los otros que se nos oponen tienen el poder y lo usan bien para maltratarnos y abusar de nosotros. Sin embargo, el creyente no se siente desamparado ni en medio de la persecución más cruenta porque sabe que es visto y observado por Uno que le hará justicia. La segunda figura es curiosa. El ejemplo más actual no puede ser otro que aquel avión que al ser alcanzado por el fuego enemigo es abatido, es derribado, pero que los pilotos tienen tiempo de salvarse. Esta es también la vida del creyente, pueden derribarlo, humillarlo, pero jamás destruirlo.

  2 Cor. 4:10. Otra faceta del peligro que antes apuntábamos y que asomaba en la iglesia de Corinto era la herejía de que el cuerpo era malo y que ninguna manifestación espiritual podía cuajar en él. Sin embargo, Pablo les dice que el cuerpo humano sirve para muchas cosas positivas y que uno no debe menospreciarlo porque forma parte relevante de la Creación de Dios y que, por cierto, Él mismo la catalogó como buena. Les dice también que uno de los propósitos para que pueda servir el cuerpo, es para predicar el fiel Evangelio. El físico de un creyente es muestra viva, palpable, del poder de Dios. Es un testimonio innegable de la salvación que sólo se tiene en Cristo. Porque la frase también la vida de Jesús se una y manifieste en nuestros cuerpos no tiene otro significado. Todos nuestros miembros, todas nuestras actitudes, todas nuestras cortas palabras, deben respirar vida en Cristo Jesús.

  2 Cor. 4:11. Es muy posible que cuando Pablo escribió o dictó la epístola, se encontrara prisionero en alguna parte y esperaba ya la sentencia de muerte. Claro que también se resistiría a la muerte física porque era un ser humano, y un instinto de todo ser viviente es conservar la vida mientras sea posible. Sin embargo, no lloraba ni desesperaba. Sabía que la muerte física no pondría fin a todo. Más bien sería el comienzo de la eternidad con el Padre celestial y con su Señor y Salvador. Así, muriendo en paz y gloria también manifestaría la vida de Jesús.

  2 Cor. 4:16. Por lo tanto no desmayamos; aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior se renueva día a día.

 

Conclusión:

En resumen: Aunque la vejez alcance a Pablo o a los hermanos en Corinto, o a cualquier otro cristiano, realmente no importa. El ser interior se renueva porque es la morada de Jesús por medio del E Santo.

Una vez más, todas las circunstancias exteriores no pueden obstaculizar el ansiado desarrollo espiritual, porque es de todos sabido que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, Fil. 4:13.

Amén.

 

 

 

 

070325

  Barcelona, 20 de julio de 1975

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149 EL E SANTO EN EL CRECIMIENTO CRISTIANO

 

Juan 16:12-15; Rom. 8:26, 27; Gál. 5:16, 17, 22-25

  Introducción:

Muchos cristianos actuales, aún los más liberales, están errados, equivocados, están confundidos en cuanto al E Santo porque hay o existen dos tendencias en cuanto a su función. La primera de ellas, es pasar por alto la realidad del Espíritu de Dios, tanto en la Biblia como en la vida actual, debido quizá a los excesos que otros de los hermanos demuestran en la aplicación de este tema o quizá sea debido a la propia época en que nos ha tocado vivir hoy tan racionalista, tan científico y tan “sin Dios” que se hace extraño no sólo hablar de manifestaciones espirituales, sino de nombrarlo siquiera. En cuanto a la llamada segunda tendencia, ya denunciada ligeramente, es decir, ir al extremo en las llamadas demostraciones extraordinarias del Espíritu, tales como el hablar lenguas, hacer sanidades, etc. Y además, esta segunda variante tiene la extraña característica de ser usada incluso en el juicio de los hermanos, acusando o despreciando a aquellos que no han experimentado estos dones especiales tachándolos de “carnales”. Es tanto o más equivocada que aquélla.

Nosotros sabemos que el E Santo es el don de Dios para todos los creyentes y que nos lo da en el momento que Él quiere, Hech. 10:45; 11:17; que los dones son irrevocables y por eso Dios nunca quita el E. Santo al creyente, Rom. 11:29; que el E. Santo vive en el creyente, 1 Cor. 6:19; que el E. Santo sella al creyente, Efe. 4:30; que el E. Santo son las arras de nuestra herencia, Efe. 1:13, 14; que el E. Santo unge al creyente, 2 Cor. 1:21, 22, y que el E santo llena al creyente día tras día, Efe. 5:18.

 

Desarrollo:

  Juan 16:12. En este v tenemos una muestra que es la revelación progresiva de Dios para con el ser humano. Jesús había estado con sus discípulos por un periodo de tres años aprox., y durante este tiempo siempre les había enseñado y mostrado la verdad divina. Pero ahora que está por terminar su carrera terrenal les dice esta extraña frase que demuestra bien a las claras no sólo que les faltaba mucho por aprender, sino que a Jesús le faltaba mucho por enseñar. Ahora bien, la clave del v está en las palabras no las podéis sobrellevar indicando bien a las claras que la culpa, si se la podemos achacar a Jesús, no es precisamente de Él, sino de ellos por no tener la madurez suficiente para recibir más enseñanzas. El Maestro demostró en todo momento que era capaz de enseñar hasta el mismo límite de la comprensión de sus oyentes y tres años no fueron suficientes. Sin embargo no podemos hablar de mal sabor de boca por pensar que el ministerio de Jesús pudiera ser una Sinfonía Inacabada; al contrario, todo fue previsto y realizado teniendo en cuenta la más pura disposición por cumplir la voluntad del Padre.

  Juan 16:13. Hablando pues humanamente, a Jesús le quedó mucho por enseñar, y no hubo tiempo para hacerlo, pero Él sabía que podía contar con la ayuda del Padre. Y el Espíritu de Dios acompañaría a los discípulos desde el preciso momento en que Él se ausentase. Es necesario que los seguidores no sean engañados, que sepan en todo momento cual es la verdad porque siempre hay algo que viene a confundir al rebaño cristiano por aquello de que la prueba templa y hacer madurar al probado. Por aquel entonces, la muerte venidera de Jesús, y sobretodo su extraña manera de morir, los tambalearía terriblemente y si no recibían explicación y, sobre todo, entendimiento pleno de lo que estaba ocurriendo no sabrían que hacer. Es entonces cuando el Espíritu de verdad empieza a trabajar, les acompañaría y les enseñaría la verdad de las cosas y cual  era el lado bueno de las mismas. Del mismo modo, en la dura actualidad, este v nos habla con poder y, del mismo modo, la promesa que encierra, nos consuela y nos guía en medio del caos cotidiano de la vida moderna.

  Juan 16:14. Indefectiblemente, al pensar en su muerte humillante el Maestro Jesús se da cuenta de lo escandalizados, horrorizados y hasta avergonzados que estarán sus discípulos. Y era del todo necesario que aquella muerte fuese comprendida por todos ellos hasta el punto en que vieran en ella, gloria y honra no sólo para Jesús, sino hasta el Padre celestial. Pero se nos dice a todos en el v. 12, que el comprender esta gran verdad no estaba dentro de las capacidades normales de sus seguidores por aquel entonces. Por eso fue, y es, necesaria la presencia didácticas del E Santo y ellos, los receptores verán en Él la gloriosa continuación de su queridísimo Maestro, viniendo a demostrar una vez más que todo el futuro crecimiento espiritual de los discípulos depende de la actividad potente del E. Santo en ellos. Además, se nos explica el tipo de glorificación que acostumbra a desarrollar: tomar de la herencia del Hijo y hacer que la podamos saber.

  Juan 16:15. Aquí vemos que existe total y completa armonía entre el Padre y el Hijo; sin embargo, es una verdad que los discípulos aún no han podido captar. Así, si ellos solos vieran la muerte de Jesús, sin la presencia del E. Santo para ayudarles a comprender todo su significado, probablemente pensarían que el Padre había abandonado definitivamente a su Hijo. Así, la primera verdad que tienen que saber es que todo lo que hace Jesús y las extrañas circunstancias que lo involucran, sigue paso a paso el fiel desarrollo de un plan divino para la salvación del mundo; además, y esto es importante, no sólo está de acuerdo con Dios, sino que Él mismo lo trazó antes de que creara el mundo.

  Rom. 8:26. El tema de la epístola de Pablo a los Romanos, es la justicia de Dios y así nos planteamos la primera pregunta: ¿Cómo puede ser Dios justo y a la vez justificar al pecador? La respuesta, como sabemos, no puede ser otra que si esto es así es gracias a que nos justifica en la Persona de su Hijo quien fue justo y a la vez humano. Pero hay otro problema relacionado con el que acabamos de explicar y que, sin embargo, es subordinado al mismo: ¿Cómo puede ahora el que ha sido justificado por los méritos de Jesús saber pedir a Dios las cosas buenas y necesarias para su vida nueva? La respuesta es: Tal como Jesús logró la salvación de los seres humanos por su ministerio, ahora es el Espíritu de Dios el que ayuda a los hombres redimidos a hacer sus peticiones al Padre por lo que aun cuando el creyente no sepa como llevar todas sus plegarias, el Espíritu intercede por él.

  Rom. 8:27. Perfectamente claro, Dios tiene un interés personal y hasta especial en cada creyente. Se nos dice que él escudriña el fiel corazón de cada uno, no para castigar, ni espiar, ni coartar la libertad humana, sino más bien para velar por su bienestar. Así que, siguiendo esta idea, sabe interpretar perfectamente cuál es la intención del Espíritu cuando éste intercede en favor de cualquier creyente. Pero aquí hay algo más. Se trata de un misterio grande, se trata de la colaboración y cooperación entre el Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo en bien del creyente. Y aunque no lo comprendamos en su totalidad, sí podemos aceptar esta verdad y regocijarnos con ella. Por eso, cuando aceptamos a Jesús como Salvador y Señor tenemos la seguridad de que todo el poder santo y maravilloso de Dios actúa en nuestro favor. ¿Cómo es posible que, a veces, tengamos la sensación de estar abandonados y de no crecer espiritualmente?

  Gál. 5:16. Sabemos que uno de los más grandes temas de la Biblia es precisamente el de la libertad humana. Sabemos que, según las Escrituras, el ser humano es libre, que disfruta de una libertad responsable ante Dios, ante su propia vida y ante la de sus semejantes. Pero cuando el ser humano quiere librarse de esta responsabilidad, cae en las garras de una esclavitud terrible, en un libertinaje desenfrenado: “Sus propios deseos que, al campar por sus respetos, llegan a dominar a su dueño, a aquel o a aquella que quisieron ser libres con los ojos de los sin Dios.” La única manera que el creyente tiene para evitar una nueva esclavitud es caminar siempre acompañado por el E. de Dios porque sólo Él es capaz de mantenerlo libre y vencedor de los deseos que nos esclavizan. Así que, los deseos de la carne se refieren a todo aquello que se opone a Dios y a la libertad que Dios desea para nosotros.

  Gál. 5:17. Parece que estamos ante una guerra mortal sin que un lado quiera ceder ante el otro. No es posible que haya paz ni compromiso entre las fuerzas del bien y del mal, por lo que la lucha es terrible y tremenda en el mismo campo de batalla que no es otro que el cuerpo humano. Así tenemos que cuando el creyente era incrédulo y quería hacer el bien, no podía porque aún era esclavo de los deseos de la carne que antes hemos dicho y denunciado. Si, ahora es diferente: cuando quiere hacer el bien y encuentra que los deseos de la carne se oponen, la presencia del Espíritu le ayuda a vencer.

  Gál. 5:22. Lo hemos estudiado muchas veces, estas cualidades son tanto externas como internas porque éstas últimas se abren, se manifiestan externamente. En una época como la actual, con tanto énfasis en lo exterior, con tantas metas visibles, estas cualidades espirituales son necesarias para que las otras tengan auténtico valor.

Gál. 5:23. En la lista de las obras de la carne, aun los que las hacen y practican, las quieren ocultar o disimular, porque son repugnantes. Por contra, las obras del Espíritu aunque no las practiquen, les gustaría hacerlo; así, ¿qué tipo de sociedad las pronunciaría como malas o ilegales?

Gál. 5:24. Del mismo modo que Jesús fue muerto a causa de las pasiones de la carne de los incrédulos, es justo ahora que sus fieles discípulos crucifiquen estos mismos deseos si aún no moran en ellos porque, además, Dios desea la muerte de tales pasiones.

Gál. 5:25. Pablo nos presenta una gran paradoja en la vida del creyente. Existe la tendencia o la tentación de decir que como uno vive interiormente por el Espíritu, ¿para qué preocuparse por la vida exterior? Pero el apóstol insiste una vez más que debiera de haber armonía ente la vida interior y la exterior y que, si bien el Espíritu está presto para ayudarnos en la lucha interior, también lo está par la exterior.

 

Conclusión:

Entonces el E. Santo es vital para el crecimiento cristiano porque nos guía, nos capacita, nos enseña sobre Cristo, nos ayuda en las debilidades, intercede por nosotros y produce frutos en nuestras vidas.

Así sea.

 

 

 

 

070326

  Barcelona, 27 de julio de 1975

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150 MEDIOS PARA CRECER COMO CRISTIANOS

 

Fil. 4:4-9; Col. 3:1-4, 12-17

  Introducción:

Ya llevamos varias lecciones hablando del crecimiento cristiano, pero no por ello, éstas, carecen de interés. Hoy vamos a ver varios medios que, bien usados, nos ayudarán a crecer un poco más. Es sabido que en el corazón de cada creyente hay un deseo innato de crecer espiritualmente y a ello tienden todas sus actitudes posibles. Oportunamente vimos como necesitábamos crecer, cuál era la meta (concreta) del crecimiento cristiano, cómo hacer frente a las dificultades, y el domingo pasado qué tiene que ver el E. Santo en el crecimiento cristiano. Pero nos equivocaríamos si creyésemos que los medios acaban aquí. Existe también el hecho de nuestros propios hermanos en la fe, sin los cuales tampoco sería posible el crecimiento. A través de la historia, algunos creyentes han llegado a creer equivocadamente que la mejor manera de agradar a Dios era retirarse del contacto humano y vivir a solas; sin embargo el desarrollo cristiano logra su mejor propósito dentro de una comunidad de creyentes, la cual, como sabemos, se llama Iglesia. Los pasos que nos indican Fil. 4:4-9, son: regocijarse en el Señor, orar al Señor, dar gracias al Señor, gozar de la paz del señor y pensar en lo mejor. Otro aspecto del mismo asunto nos lo da Col. 3:1-4, cuando se nos dice que debemos poner la mira en las cosas eternas y no en las terrenales, que debemos reconocer que estamos escondidos en Cristo y que, en suma, seremos manifestados con Cristo en gloria. Por fin, se nos dice que la ropa con que el creyente debe vestirse es el carácter de Cristo, el ejemplo de Cristo, la ley de Cristo, la paz de Cristo, la gratitud, la palabra de Cristo y el nombre de Cristo, Col. 3:12-17.

 

Desarrollo:

  Fil. 4:4. Regocijaos, tal era la fórmula de saludo entre los griegos, pero el apóstol, exhortando al gozo a los cristianos e indicándoles por estas palabras: en el Señor, la fuente inagotable de ese gozo, da a la salutación un sentido completamente nuevo. Ya no es tan solo una forma de saludarse y desear lo mejor, sino que se nos indica la forma, la fuente, de poder conseguirlo. Pero, ¿cómo puede estar el fiel siempre gozoso en un mundo rodeado de tantos y tantos motivos de tristeza? ¿Cómo se puede estar regocijándose continuamente en medio de sus duros combates diarios contra el pecado? ¿Cómo puede gozarse uno al restañarse la sangre que le producen las heridas del desprecio, abandono e incomprensión? A estas y a otras tantas preguntas no hay más que una respuesta: ¡Regocijaos en el Señor!

  Fil. 4:5. El pensamiento de que el Señor está cerca, que luego nos aparecerá, Apoc. 1:3; 22:10, en infinitamente apropiado para inspirar al cristiano esta moderación, esta gentileza que el apóstol recomienda que sea conocida de todos los hombres incluyendo, desde luego, a aquellos que le aborrecen o persiguen. Antes Pablo había apelado al Pastor de la Iglesia en el sentido que buscase la armonía entre dos reconocidas hermanas y no tan solo en el sentido que una cediese ante la otra, sino que, reconociendo las propias limitaciones de cada cual, empleasen palabras suaves prometedoras de un futuro entendimiento y, desde luego, capaces de generar un buen crecimiento en los hermanos que las oyesen. ¡Cuidado! Nuestra actitud ante los hermanos puede ser de un valor incalculable o producir un daño irremediable según sea nuestro testimonio. Así que debemos cuidar nuestra gentileza máximo teniendo en cuenta la omnipotencia de Dios que sonda de manera constante los corazones ya que esto quiere decir aquí el apóstol, y no otra cosa, con su el Señor está cerca.

  Fil. 4:6. Sería tan imposible no preocuparse de nada, no estar afanosos en nada, como gozarse siempre, si el santo evangelio no ofreciera constantemente los medios y los remedios, Mat. 6:25 ss. A las inquietudes, Pablo opone la oración, el ruego, la súplica, por la cual cada hijo de Dios deposita en el seno de su Padre celestial cada motivo de pena o inquietud o afán y le pide fuerzas para soportarlo todo. Pero, ¿por qué la acción de gracias cuando se está en aflicción y en temor? Porque, aún en sus malos días, el cristiano tiene más motivo de reconocimiento y de gozo por las gracias que ha recibido, que de queja o tristeza por las pruebas a que es expuesto. Y aún en el supuesto caso de que le sucediera no poder orar con confianza, la acción de gracias, subiendo a Dios del fondo de un buen corazón verdaderamente reconocido, le abrirá las fuentes del auténtico ruego.

  Fil. 4:7. Este es otro beneficio que resulta como fruto de la oración y de la acción de gracias y que, desde luego, se opone a las raras inquietudes. La paz de Dios, el mayor de todos los bienes habidos, sobrepuja todo entendimiento, porque la razón humana no ve, no comprende que exista paz allí donde todo es normal que produzca inquietud y turbación. Por eso, el cristiano mismo, en medio de la aflicción, no viendo medio alguno de liberación, experimenta que la paz de Dios sobrepuja todos los inquietos esfuerzos de su santo espíritu para hallarla. Debemos tener en cuenta que el apóstol no habla aquí de la paz que se siente cuando cesa el mal, sino de una paz, que, en el seno mismo de la prueba, llena el alma de varios consuelos y no deja penetrar en ella la turbación; luego entonces, que un hombre quede en paz, bajo la cruz, bien tranquilo en la tempestad y alegre en las tribulaciones, la razón humana no la puede entender, es natural. Además, se nos dice que esta paz de Dios guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos en el Señor Jesús.

  Fil. 4:8. Por estas palabras, por lo demás, el apóstol resume todo lo que podría tener aún que decir a sus hermanos para llevarlos a una gran vida verdaderamente cristiana en todos los sentidos; quería agotar todos los rasgos que constituyen su carácter, como lo prueba la palabra todo, seis veces repetida. Todo lo que es, moralmente y según el espíritu del Evangelio, verdadero o digno, justo, en sí o con respecto a los hombres, puro, en las costumbres y en todas las intenciones; amable, como lo es siempre para los demás la caridad unida a la humildad; de buen nombre, es decir, que gusta de oír; son algunos de los rasgos del retrato de un buen cristiano. Pero en la escalada que comentamos, Pablo rompe su construcción y, como tratando de no dejarse nada en la pluma, añade: si hay alguna virtud (este v y 2 Ped. 1:5 son los únicos que emplean este término aplicado a la moral), si algo digno de alabanza verdaderamente merecida y exenta de adulación, ¡en esto pensad!

  A continuación Pablo va a decirles que todo esto debe ser puesto en práctica, v. 9, pero antes es necesario que estén en sus últimos pensamientos.

  Fil. 4:9. El apóstol prosigue con la exhortación del v. 8. Esas cosas, todas esas virtudes tan cristianas, los filipenses las habían aprendido, recibido, oído, por su enseñanza, y las habían visto más de una vez en su conducta; luego, ellos mismos podían y debían hacerlas. Termina el versículo con el Dios de paz estará con vosotros. Desde luego, si Él es con nosotros, la promesa expresada en el v. 7, podrá ser cumplida. Por último debemos evitar el pensar que Pablo parece tener poca humildad aquí. En este v, como el 3:17 en el que pide: ser imitadores de mí, no hace otra cosa que señalar hacia Cristo a través, eso sí, de su justo testimonio, pues él y no otro, el émulo supremo a quien hay que imitar en todo.

  Col 3:1. Pablo ha supuesto en 2:12, 20 y 3:3 lo que va a confirmar. Los cristianos a quienes se dirige ya han fallecido con Cristo, muerto al mundo, al pecado y a sí mismos y, que por lo tanto, puede suponer también que han resucitado con Cristo, pues que estas dos cosas no son más dos lados de la misma obra de Dios en la regeneración, Rom. 6:4. La potencia de la resurrección y vida, por la cual Cristo se levantó de entre los muertos, pasa de él a sus miembros, a sus discípulos y es para ellos la vida eterna. Bajo este punto de vista también es natural que busquen las cosas de arriba; es decir, la comunión viva y real con su Jefe, que está sentado a la diestra de Dios, pensamiento que debe estimular esa busca con el más potente estímulo, Rom. 8:34. Las cosas de arriba, pues, son todos los bienes celestiales de que Cristo es la fuente, es decir, lo que las Escrituras llama en otras partes. El premio de la santa vocación celestial, Fil. 3:14; los tesoros en el cielo, Mat. 6:20; el reino de Dios, Mat. 6:33 y vivienda en los cielos, Fil. 3:20.

  Col. 3:2. Es necesario prestar mucha atención a estas palabras de Pablo. Nosotros vivimos en la tierra, desde luego, y debemos llevar vidas ejemplares, cierto; pero el aceptar los ideales del mundo sería fracasar en nuestro intento cristiano. Debemos, pues, poner nuestra mira en el ideal divino.

  Col. 3:3. Estos dos vs. motivan toda la exhortación que venimos comentando. Si nuestro cristiano ha muerto, v 1, tiene otra vida verdadera, imperecedera, que es la vida de Cristo en él, v. 4. Pero la vida, esta vida, está escondida, oculta con Cristo en Dios y por eso el mundo no la ve. Podemos vivir de acuerdo con nuestra forma de ser y nuestros ideales, pero sin embargo, no podremos justificarlos a completa y entera satisfacción de nuestros amigos inconversos, precisamente porque ellos están “sin Dios.”

  Col. 3:4. Así como Cristo, después de haber terminado su obra en este mundo se ocultó a los ojos de la carne y vive en el seno de Dios, del mismo modo el cristiano, cuya vida es Cristo, tiene parte, desde ahora, por una comunión viva con él, en esa existencia celestial, aunque cumpla aún su tarea en medio de los combates y miserias de este mundo. Pero afortunadamente su estado de prueba no durará siempre. Jesucristo que debe ser manifestado en gloria recibirá en ella a cada uno de sus redimidos que, entonces, serán semejantes a Él, porque le verás tal cual es, 1 Jn. 3:2.

  Col. 3:12. Efectivamente, el apóstol nos recomienda en este cap tres acciones bien delimitadas: a) Buscar las cosas de arriba, v 1; b) Hacer morir entre nosotros las cosas terrenales, v. 5, y c) vestirse con ropa espiritual nueva, de hechura divina, vs. 12.15. Esta nueva vestimenta concuerda totalmente con la nueva naturaleza, con los nuevos ideales, con la nueva vida de los escogidos, de los santos y amados de Dios. De hecho la manera de vestirnos todos de misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, implica dosis de sensatez, crecimiento, desarrollo y superación pero, desde luego, notando, reconociendo que las hechuras no son nuestras, sino de Dios.

  Col. 3:13. La expresión “vestirse” del v. 12 es tomada de nuevo del v. 10 y aquí nos da la clave de la vida cristiana: el creyente debe tratar a los demás de la misma manera que Dios le ha tratado a él en Cristo.

  Col. 3:14. Sobre todas estas cosas anuncia el tema principal, tema que debe agregarse a las virtudes precedentes sin la cual éstas no pueden nada, 1 Cor. 13:1-3. El “amor” merece el título de vínculo perfecto, porque retiene en unidad los otros elementos de la perfección, en particular todos los ingredientes de la vida cristiana que han precedido y que sin él, querían esparcidos e ineficaces. Las otras virtudes cristianas son como los miembros de un cuerpo sin vida mientras no son animadas por el amor. Éste, no sólo las contiene todas, Mat. 22:40; Rom. 13:10, sino que las conecta con el Señor, que es Amor.

  Col. 3:15. La paz de Dios que ya hemos señalado antes no implica tanto la ausencia de conflicto como la armonía, es la cualidad que rige el corazón. Y a la vez, es la misma cualidad que hace posible la existencia de la Iglesia porque sin ella, los seres humanos no sentiríamos comunión ni compañerismo, ambas condiciones más o menos indispensables para la vida de aquélla.

  Col. 3:16. Aquí la palabra de Cristo, lo entendemos bien, no quiere decir las sílabas u oraciones pronunciadas por Él, sino su fiel doctrina, sus enseñanzas tal y como eran conocidas por la Iglesia a la cual Pablo estaba escribiendo.

  Col. 3:17. En la época en que nos ha tocado vivir no es extraño oír hablar de cambios radicales a todos los niveles y sobre todo en aquellas esferas en que la moralidad y actitudes internas juegan un papel preponderante. Es normal leer de incomprensiones entre las generaciones, de malos entendidos familiares, de zancadillas en el trabajo, de poco amor en las relaciones sociales, de despecho ante las desgracias ajenas, de robos, violaciones y asesinatos, de poco aprecio corporal y, sobre todo, de desprecio hacia todo aquellos que pueda “oler” a Dios. Sin embargo la Biblia tiene un mensaje muy claro para definir la Vida Nueva. Se nos dice que el cambio debe producirse no por una actitud externa tan solo, sino que, más bien, el secreto está basado en la forma interna de responder al mensaje. Que es lo que sale del interior lo que hay que cuidar puesto que es representativo de una forma de ser acorde siempre con la forma de pensar y actuar del individuo regenerado. Que, y dado a que éste debe vivir en el mundo actual y no apartarse a impulsos de un falso anacronismo, sus pasos no deben ser otros más que aquellos que en su día marcó el Maestro. Que, además, sus andares deben ser ejemplo y consuelo para aquellos otros hermanos más débiles, pues de no ser así cercenan una de sus posibilidades de crecimiento. Que por otra parte, tienen que tener el suficiente espíritu para dar gracias a Dios por su Cristo aun en medio de la tribulación, en medio de la vejación, en medio de la burla, en medio de la soledad, en medio de la incomprensión, en medio de la multitud, en medio del hambre, de la persecución, de la… muerte.

Porque el cristiano tiene la inmensa ventaja de no temer ni al tiempo ni al espacio; sabe que, aun cuando las apariencias digan o indiquen lo contrario, él es observado, consolado y edificado. Sabe que aunque no posea luz propia, la refleja de su Cristo y que es del todo natural que el mundo lo le comprenda porque tampoco sabe o comprende la fuente de esa luz y energía. Además conoce a ciencia cierta que cuando Cristo, que es su vida, se manifieste en gloria, él será también manifestado y comprendido por todos, por lo que éste es uno de los pilares de esperanza que le estimulan a llevar una fiel existencia, no negativa como el mundo pudiera entender por su forma de enfocar actitudes, sino positiva a todas luces. Es positiva porque sabe que su espíritu no morirá, es más, sabe incluso que su cuerpo será regenerado y que, por lo tanto, todo aquello que termina y está de acuerdo con la doctrina novo testamentaria le será anotado con letras de fuego en su haber. Y es positiva porque la vive para testificar al mundo acerca de su Dios y de su Cristo a pesar de que sabe que no siempre será atendido y la mayoría de las veces, ni oído siquiera. Y es positiva porque sabe que contra el viento y marea va a dejar huella a su paso, y es positiva, en suma, porque sabe que su Maestro no le tendrá en cuenta los errores habidos tanto como los aciertos alcanzados.

 

Conclusión:

Por todo ello, la ansiada solución vital para el angustioso mundo actual no es otra que haya hombres y mujeres “recién nacidos” y cuantos más mejor para que, entre unos y otras, extiendan su influencia hasta el límite del mismo y entre tanto Dios lo quiera.

 

 

 

 

070327

  Barcelona, 3 de agosto de 1975

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151 HECHO A SU IMAGEN

 

Gén. 1:26, 27; 2:7, 18-25

  Introducción:

En esta ocasión iniciamos la primera de trece lecciones sobre el tema: Génesis: El hombre busca su identidad. Como su título nos indica todas ellas están basadas en el primer libro de Moisés que es con mucho la fuente más autorizada sobre el origen humano, no tan sólo de la Biblia, sino de la literatura mundial. El tema no puede ser más actual. Hoy que estamos volviendo a las religiones y civilizaciones antiguas, yendo a oriente en busca de los primeros vestigios, no puede extrañarnos que sintamos inquietud en el mismo sentido. Vamos a intentar, pues, en trece lecciones, definir no sólo la identidad de hombre estadísticamente hablando, sino también su origen, naturaleza, historia y proyección futura.

La primera de ellas no puede ser más sugestiva por cuanto va de lleno a la fuente del problema: Naturaleza inicial del hombre. Y ¿qué es el hombre? ¿Es un animal sólo? ¿Es una máquina? Pese a haber pecado, ¿ha perdido su naturaleza semejante a la de Dios? ¿Hacia dónde camina? ¿Es superior al resto de la Creación? ¿Por qué Dios hizo a la mujer? ¿Para qué la hizo? ¿Qué tiene de social el matrimonio? Estas y muchas más preguntas que pudiéramos hacernos están directa o indirectamente contestadas en la presente lección. La identidad de una persona es de vital importancia. Tanto es así que todos los países tienen cédulas o tarjetas de identidad que definen, enmarcan y determinan a cada individuo. Muchas personas, incluso, se identifican por medio de un número cuando entran en un trabajo o reciben un sueldo. Pero hay otras que piensan que nadie las considera como personas, sino como unos miembros de cierta clase o cierto grupo y aún hay un tercer núcleo que considera que este asunto no les incumbe y que, por lo tanto, no tiene la menor importancia. Frente a esta situación muchos realmente no saben ni quieren son ni adónde van. Y ante esta confusión, la Biblia nos ofrece una palabra clara y cierta sobre la identidad de la persona. En esta lección se estudia que el hombre fue creado a imagen de Dios y que ha recibido de Él las cualidades que no tiene ningún otro ser viviente. Incluso, nos atrevemos a afirmar que es muy capaz de tener un verdadero compañerismo con su  y que es el único en toda la Creación que tiene la aptitud de saber y, desde luego, hacer la voluntad de Dios.

 

Desarrollo:

  Gén. 1:26. Con este entonces Moisés quiere indicarnos la cúspide de la creación; es decir, que le ha llegado el turno al hombre. Ya habían sido creadas todas las cosas siguiendo un orden perfecto, como podríamos comprobar fácilmente si leemos los vs. anteriores de este mismo cap, el primer día, 1-5; el segundo, 6-8; el tercero, 9-13; el cuarto, 14-19; el quinto 20-23 y el sexto 24, 25. El hombre venía a ser como algo así como la obra más grande e importante de la Creación. Así, después de crear un mundo con luz, con mares, tierra fértil y buena, plantas, aves y animales, Dios hace y pone corona a su creación con ese hagamos al hombre. Pero con el uso del verbo “hagamos” surge la primera dificultad. Unos piensan que está el plural porque es la Trinidad la que habla entre sí. Otros, que Dios anunció el hecho de su magna obra al concilio de ángeles que le atendían. Otros, en fin, que es mejor interpretarlo como el anuncio majestuoso del propósito del Señor antes de hacerlo. Estos últimos parecen tener razón puesto que en los vs. anteriores se puede notar que Dios anunció los hechos importantes de la creación precisamente antes de efectuarlos. En cuanto a la idea trinitaria, podemos decir que hay un solo Dios y que como tal creó el universo y todo lo que hay en él. Sabemos que el propio Cristo participó con el Padre, Col. 1:15-17; Juan 1:3, pero en unión a él y al E. Santo como un todo compacto y sin fisuras como podría serlo si tuviesen varias inteligencias pensantes e independientes. Y por último, el caso que nos queda comentar se cae por su propio peso ya que no pueden ser creadores partícipes, como parece sugerirnos el vocablo hagamos, unos seres que asimismo han sido creados.

Por otra parte, hagamos al hombre, se puede traducir muy bien por hagamos una humanidad, pues no cabe duda que tal como Dios creó a la raza humana, empezando por Adán, comenzó en aquel momento la existencia de la especie más dura, peligrosa y maravillosa que había de habitar la tierra llenándola por completo con su presencia y sus manifestaciones. Estos días hemos podido ver otra vez en los medios informativos la alarmante noticia, según el juicio de la propia fuente, que en el año 2000 seremos en el mundo cuatro mil millones de seres humanos. Una comisión internacional está asustada no ocurriéndoseles nada mejor que proponer un duro régimen de natalidad ignorando que existen fuentes inagotables para explotar en la tierra o fuera de ella, que no se investigan a causa de los intereses creados de la mayoría de las naciones que representan los delegados. Estamos seguros que este estado de fina actitud ha surgido a causa del pecado, puesto que una de sus duras características la constituye precisamente esa inseguridad en el mañana. A nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, no es, como es natural, que el hombre represente la imagen física de Dios porque Dios es Espíritu y la Biblia nos prohíbe representarlo con imagen alguna, Éxo. 20:4, 5. La idea es que todo hombre posee ciertas cualidades intelectuales y morales que ningún animal tiene y que le condiciona como ser inferior.

El resto del v. nos ayuda a entender este concepto: El hombre es capaz de señorear sobre todo animal y de dominar la Tierra. Es capaz de planear y hacer obras, de decidir entre lo bueno y lo malo aunque, a veces, no adivine sus consecuencias. Se cuenta que los reyes del antiguo oriente colocaban una imagen suya en todas las provincias lejanas para recordar a sus súbditos que su soberanía se extendía hasta aquellos lugares. Del mismo modo, el hombre está en la tierra representando la soberanía de Dios. Es el administrador puesto por Dios para trabajar y cuidar su mundo. Así que todos aquellos que se hacen ilusiones de poder, mando o propiedad están engañándose a sí mismos porque el hombre no es Dios, ni nunca llegará a serlo. No negamos que tiene ciertas cualidades de la real personalidad de Dios, pero siempre queda  como responsable ante Él y nunca como dueño ni siquiera de una brizna de paja. Esto es así porque la imagen de Dios no se destruyó o anuló con la caída del hombre, es una característica de éste y por más que el humano pueda degenerarse o portarse indignamente, aun a riesgo de abusar de las cualidades de esta imagen, nunca la puede perder, Gén. 5:1, 3; 9:6. Pero eso sí, estamos capacitados para ser responsables de nuestros actos al ejercer esta mayordomía por lo que, caso de fracasar, seremos puntualmente juzgados y condenados si procede.

  Gén. 1:27. Y creó Dios al hombre a su imagen. Es curioso hacer notar que el libro de Génesis emplea el verbo crear sólo para referirse a la obra de Dios; así que, ¡qué equivocados estamos al afirmar que estamos haciendo creaciones de algún tipo! El hombre puede hacer o fabricar, pero sólo Dios puede crear.

  Varón y hembra los creó. Aquí notamos un cambio muy extraño. Primero habla de él y después, de ellos. Debemos recordar que no se nos dice nada de la formación de la mujer hasta bien entrado el cap segundo, aunque aquí se nos diga, vv28-30, que Dios los creó, bendijo y dio a los dos el señorío de la creación. Que las órdenes inferiores de la misma  quedaban bajo el dominio de los dos. Mas Eva recibió sus bendiciones de Adán. De él recibió también su fiel posición de dignidad aunque, ni bien no existía por aquel entonces, fue considerada en los propósitos de Dios como parte del hombre, pues sabemos que sus designios están en realizados en su mente aunque no lo estén en realidad, Sal 139:16. En este orden de cosas podemos afirmar que si Dios previó la existencia de una hembra para paliar la soledad del hombre, también estamos seguros que nos escogió en Él antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos sin mancha delante de Él en amor. Además, la frase varón y hembra los creó tiene cuando menos dos enseñanzas más aún. La primera de ellas pudiera ser significativa, no, mejor indicativa, y de una claridad meridiana, de que el llamado pecado original no fue sexual. Al contrario, desde el principio Dios dejó establecido el hogar y el matrimonio, unidad formada por dos en la misma carne, para promover el crecimiento armonioso de la humanidad y, por ende, formar una elite escogida de personas que le alabasen trabajando y disfrutando de su inefable compañía. Por otra parte, el v. siguiente, el 28, nos podría dar la razón sin miramientos. La otra enseñanza nos viene dada del paralelismo real que existe entre esa primera pareja y Cristo y su Iglesia. ¿O no es cierto que la Iglesia es necesaria para Cristo, su cabeza? Sin duda alguna. Debemos indicar que está escrito: No es bueno que el hombre esté solo, le haré una ayuda idónea para él, Gén. 2:18, y porque el varón no es de la cabeza, sino la mujer para el varón, 1 Cor. 11:8-12. La cuestión ya no es si Dios puede salvar al pecador impotente, no es si puede borrar sus pecados y recibirle bajo la nueva ley de una justificación divina. Dios ha dicho no es bueno que el hombre esté solo y si preparó para el primer hombre una ayuda idónea, mucho menos dejará sin ayuda al segundo Hombre. Como en el primer caso habría habido un vacío en la fiel creación sin Eva, así también, la idea nos asombra por su grandeza, en el caso del Segundo Hombre, en el caso de Cristo, habría habido un vacío si no existiera la Esposa, que es la Iglesia.

  Gén. 2:7. Dios formó al hombre, el cap. 2 de Gén. describe la creación humana desde otro punto de vista. Es un relato más vivo y concreto. El verbo “formar” es el mismo que se usa para señalar o describir la obra del alfarero, Jer. 18:1-6. Dios creó al hombre como la corona de la Creación como una obra de arte… del polvo de la tierra; así, el hombre es de la tierra, no es divino.

Debe saber y debe reconocer en todo momento que procede de la materia más básica y abundante. Dos vs. advierten al hombre que debe someterse a su Creador: Isa. 45:9 y Rom. 9:20. Y sopló en su nariz aliento de vida. Así que Dios dio al hombre lo que no dio a los animales, le dio una clase de vida especial. Vida capaz de adorarle y caminar con él. Sin este aliento de vida, el hombre sería un objeto muerto. Con ello es un ser viviente capaz de madurar y seguir a Dios o rebajarse al mismo nivel animal a causa de su dura desobediencia. El aliento de vida, si bien determina alma, espíritu eterno, no debe confundirse con el otro aliento, el E Santo de Dios que entra en la persona sólo al recibir a Cristo como Salvador.

  Gén. 2:18. El hombre es un ser social y no se desarrolla ni logra sus mejores éxitos sin la presencia de otras personas con quienes puede conversar y colaborar. La vida no se puede disfrutar solo. Le haré ayuda idónea, dice el Señor. El significado del concepto he es: uno que es capaz de responder. Así, no tanto subordinado a sus deseos, sino uno capaz de establecer un diálogo racional con él. La mujer es el complemento del hombre. El día en que crió Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo, varón y hembra los crió y los bendijo, Gén. 5:1b-2a. El Señor no quiso que ella compartiera siempre el mismo punto de vista del hombre, sino que fuese capaz de mostrarle otro parecer sobre el mismo asunto. Este v. ha servido de excusa para polemizar o determinar la importancia de uno u otro sexo. Claro, quien hace esto ignora u olvida las razones de la Biblia: ¿No habéis leído que él los hizo, macho y hembra los hizo? Mat. 19:4. Ambos para un fin muy determinado e incompletos el uno sin el otro. Pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios, Mar. 10:6, con un propósito claro y perfecto: Pues qué, ¿no hizo él uno solo aunque tenía abundancia del espíritu? ¿Y por qué uno? Para que procurara una simiente del Señor. Guardaos pues en vuestros espíritus y, además, contra la mujer de vuestra mocedad no seáis desleales, Mal. 2:15. En este Año Internacional de la Mujer se quiere elevar a la mujer al lugar del que nunca debió salir ya que el propio Dios determinó que fuera compañera, ayuda y madre de los hijos del hombre: Y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que los dos fueron criados. Y vivió Adán ciento treinta años y engendró un hijo a su semejanza… Gén. 5:2b-3a. Concretemos, pues, dentro del tiempo y el espacio de que disponemos. Cierto es que la mujer fue creada para ser “ayuda idónea” para el hombre, pero también es cierto que esto no la desmerece, sino más bien, al contrario, ¡la iguala al hombre!

  Gén. 2:19. Tanto los animales como las aves son formados de la tierra, la materia prima del mundo, pero no comparten con el ser humano aquella cualidad de vida tan especial que Dios reservó únicamente para el hombre. La educación del mismo comenzó temprano. Dios quiso que el hombre empleara su imaginación y le dio la tarea de dar nombre a los animales. Se puede decir que la biología es la ciencia más antigua. Además, esto es importante, el hecho de dar un nombre a todos los animales significaba que el hombre podría “dominarlos”, pues quedaban bajo su señorío.

Gén. 2:21. Dios quiso hacer la ayuda idónea de la misma materia que la del hombre, no de otra distinta.

  Gén. 2:22. El verbo usado es muy semejante al usado en el v. 7. La mujer, tanto como el hombre, es una obra de arte. Nuestro Señor la formó y aunque no se dice aquí, se presume que ella también recibió el aliento de vida.

  Gén. 2:23. El hombre la acepta y se identifica plenamente con la mujer. La expresión de gozo, en el he, aún es más gráfica y significa: Al fin he encontrado la ayuda ideal. Es, pues, una personalidad complementaria a la suya, pero revalorizándola. La semejanza de las palabras hombre y mujer en el idioma he enseña que los dos comparten la misma naturaleza física y psicológica. El gozo del hombre demuestra que no pensó que la mujer había sido creada para servirle, sino para ofrecerle un compañerismo ideal, sano y permanente.

  Gén. 2:24. Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, claramente, este v enseña que la primera institución social fue el matrimonio. Sí, Dios sabía que es la base de toda la sociedad feliz y bien constituida. Enseña que una familia nueva debe tener su propia vivienda y cortar los lazos antiguos para hacer o establecer un nuevo hogar con sus propios propósitos e ideales. Por lo tanto, esta debe ser la meta principal de la sociedad actual. Serán una sola carne se refiere sin duda a las relaciones íntimas y a los hijos que nacen del matrimonio, pero también significa algo más. El hombre y la esposa se unen al tener los mismos principios, ideales y aspiraciones para su familia, Mat. 19:5; Mar. 10:6-9; 1 Cor. 6:16 y Efe. 5:31.

  Gén. 2:25. Y estaban desnudos… y no se avergonzaban. Aquí no se describe únicamente el estado de “inocencia”, sino contiene la idea de una mutua confianza y estima. El pecado es quien produce un sentido de culpa y vergüenza y fomenta el deseo de esconderse.

 

Conclusión:

Deberíamos terminar con aquel dicho que si bien no define más que una parte del asunto, se acerca bastante: Dios no tomó a la mujer del pie de Adán para ser pisada por él, sino de su costado, de cerca de su corazón, para ser amada y protegida por él.

 

 

 

 

070328

  Barcelona, 7 de septiembre de 1975

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152 LIBRE, PERO RESPONSABLE

 

Gén. 3:1-13

  Introducción:

Siguiendo con el tema: Génesis, el hombre busca su identidad, nos encontramos que en esta segunda lección se estudia ya la seria responsabilidad de la libertad humana. Como recordaréis, el domingo anterior, estudiamos la identidad del hombre en cuanto a su origen definiendo como resultado del estudio que éste fue creado a imagen de Dios y que, esto será la gran temática del día de hoy, con el pecado no perdió esta característica, es más, con la caída se hizo indispensable realzarla para que, en un momento dado, pudiera volver a aspirar a tener el sitio y el privilegio que tenía en el Paraíso, consiguiéndolo gracias a su posible confianza en la sangre de Cristo.

Antes de seguir adelante deberíamos dedicar nuestra atención a la palabra “libre”. El Diccionario dice: Facultad para obrar o no obrar. Que no es esclavo. Que no está preso. Aún hay muchas más acepciones en el mismo sentido. Así pues, el tema es actual pero a la vez delicado. Decir que esto no preocupa a los sociólogos, estadistas y maestros, demostraría no tener poco o ningún conocimiento del asunto o cuando menos, no estar nada interesado en el mismo. Pero la verdad es que cada día hay más personas que se preocupan de dar, determinar, cualificar y describir su alcance, problemática y hasta el comportamiento de la libertad, porque es necesario constatar que es muy fácil confundir la verdad de que Dios nos creó libres, con la mentira de que podemos ser dueños absolutos de nuestro destino. Dios estableció en el universo tanto leyes morales como leyes físicas; el desobedecer estas leyes por cualquier motivo nos llevaría o abocaría al libertinaje; es decir, a la ruina. Esta lección no trata ni pretende tanto enseñar el origen de la maldad en el mundo, sino demostrar que el ser humano es responsable por sus hechos y si cae en el pecado es porque él mismo desobedeció los claros y justos mandamientos de Dios.

La tentación aprovecha siempre la ambición humana, ofrece la ilusión de una vida cómoda, fácil y sin ningún esfuerzo. Engaña a la persona con la idea de que el hombre puede ser un dios, que puede dominar su mundo, que puede saber de antemano las metas y circunstancias de su vida. Sin embargo, el ser humano tiene un arma poderosa para resistir la tentación; su lealtad incondicional a Dios. El secreto es no contemplar la tentación, sino levantar la vista enseguida a Dios y alejarse de aquella atracción peligrosa. Tan pronto como uno se para tratando de vencerla por que sí, ya está perdido por cuanto el tentador antes fue demonio y tiene de su parte todas las ventajas del juego, menos una. Por lo tanto, lo mejor es que tan pronto como uno sienta el primer síntoma, debe levantarse del suelo y confiar en Aquel que venció a Satán en todas las oportunidades en que se enfrentaron. No queremos decir con esto que debemos olvidar las tentaciones como si estas no fueran nada o no existieran. No, no estamos tratando de decir que hemos de esconder la cabeza en la arena como un avestruz cualquiera. Si lo hiciéramos, también perderíamos. Hemos tener plena conciencia de que somos tentados, sólo que debemos recabar la ayuda de Dios en todos los casos. Sólo así venceremos, sólo así creceremos un poco más…

 

Desarrollo:

  Gén. 3:1. Pero la serpiente era astuta… Es curioso como el bruto representante de la maldad se ve en este v. como un simple animal del campo, aunque, eso sí, con cualidades que los otros no tienen. Deberíamos en esto porque es importante. Si bien la tentación es presentada a la mujer, las circunstancias en que aquélla tiene lugar debería haber bastado para ponerla en guardia. El Tentador era listo, engañoso y sutil, sí, pero estaba hablando habiendo tomado una figura animal. Es una gran normativa determinativa y especial en todas las tentaciones. Si bien se nos ataca por al lado más débil, siempre hay en este ataque algo de ilógico que debería bastarnos para no caer en sus redes. En aquella ocasión y porque así lo pedía, lo requería la importancia de la primera tentación, Satanás en persona toda el aspecto de una serpiente común y se acerca a la mujer. Deberíamos decir, entre paréntesis, que sólo siglos más tarde se la identifica plenamente con el Diablo, Apoc. 20:2. Esto es así, porque la Biblia no se interesa tanto en explicar el origen de la maldad, que es siempre una cuestión teórica, como en demostrar su efecto sobre la vida humana.

  Dijo a la mujer: ¿De veras el Señor os ha dicho: No comáis de ningún árbol del jardín? Debemos acercarnos al he para entender todo el alcance de la pregunta. Sí, la pregunta escrita comienza con una expresión burlona: ¿Será posible que Dios os haya dicho? Ver que es una pregunta de doble intención, la serpiente desea que la mujer misma diga lo que Dios ha prohibido para más tarde poder sembrar la duda en su mente cuando ella está más indefensa tratando de justificar al propio Dios. Sin duda la pregunta estaba encaminada a demostrar que Dios era injusto. Era una insinuación perfecta de que Él aplicaba restricciones injustificables sobre su creación. Era, pues, una trampa astuta y la mujer… cayó.

  Gén. 3:2, 3. Y la mujer respondió… Ante palabras tan falsas Eva reaccionó de forma enérgica explicando que podían comer de todos los árboles, excepto de uno. Pero en su celo se confundió y siguió con ello el juego que le proponía el Malo. Dios no dijo que no podían tocar el árbol, Gén. 2:17, sino que no podían comer de él. En este momento debemos hacer la aclaración de que la frase el árbol de la ciencia del bien y del mal no se refiere tan sólo a la sabiduría capaz de decidir cuestiones morales, sino a la totalidad de la experiencia humana. En una palabra: saber todo lo que el ser humano es capaz de experimentar. En este orden de cosas el verbo, que es la base de la palabra “ciencia”, no significa sólo el conocimiento intelectual, sino también, y es lo importante, el conocimiento que se adquiere por experiencia propia, la cual será irreemplazable. Es fácil ver el peligro de tal conocimiento, uno puede experimentar con ciertas drogas o participar en ciertas citas o actividades creyendo que por ser la primera vez parecen inofensivas, pero que inevitablemente, en la mayoría de los casos, resultarán agentes de la muerte para el individuo. Por otra parte, y esto es otro aspecto de la tentación, el hecho de mentalizarnos y justificar ciertas actitudes, ciertas pruebas, hace que debilitemos la defensa y, por lo tanto, somos más vulnerables a los ataques de la misma. Fue el apóstol Pablo quien nos dejó escrito: Todo me es lícito, mas no todo conviene.

  Gén. 3:4, 5. Entonces la serpiente dijo, entre otras muchas cosas, no moriréis. Al ver que la mujer no huyó de la tentación sino que se declaraba dispuesta a conversar, la serpiente elabora y presenta su mejor argumento persuasivo. Rápidamente se olvida de la tesis del peligro que antes habían insinuado, para basarse por completo en la descripción de los deleites temporales del pecado, Heb. 11:25. El tentador afirmó que él conocía a Dios mejor que ella y trató de llevarla al terreno en el cual podría mirar a Dios desde un punto de vista neutral; es decir, al punto en que ella dejara de ver o defender la actitud divina para pasar a considerar sólo su propia situación. El argumento empleado por Satán es muy astuto e incluso, nos atreveríamos a decir, muy moderno: Dios sabe que se os abrirán los ojos… El diablo lo que parece intentar y consigue, es sembrar la duda sobre la bondad de Dios en la mente de Eva. E insinúa que el Señor estaba ocultando algo realmente bonito a su mejor creación. En una palabra: que habían cosas interesantes que Dios sabía y que no quería que el hombre también las supiese y así romper el delgado equilibrio existente entre Creador y creado. Dice seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. De todas las facetas de la creación esta es, sin duda, la más atractiva. Aquí el tentador ha empleado la palabra Dios con el significado de dioses, pues que así se puede traducir la frase. Ellos podrían ser como los dioses del cielo pagano, pues si ya eran inmortales ya podían a la perfección experimentar con todo sin peligro de hacerse daño. Cualquier paso o emoción, cualquier experiencia, todo les sería posible.

Aún nos queda una enseñanza que deberíamos aprovechar: Saber el bien y el mal es la frase que en AT se usaba para saberlo todo. La persona que no sabe el bien y el mal, no sabe nada, Deut. 1:39; 2 Sam. 19:35, 36. La persona que no dice ni el bien ni el mal, no dice nada, Gén. 31:24, 29; 2 Sam. 13:22. Por lo tanto, el que dice el bien y el mal, lo dice todo sin ocultar nada, el que sabe el bien y el mal, lo sabe todo y nada se le escapa.

  Gén. 3:6. Vio la mujer… La serpiente no hizo ninguna invitación directa, simplemente se limitó a descubrir cierta posibilidad. Y la mujer se quedó pensando en ella dando forma a la idea que sería su perdición y la de Adán. Tal vez aquella desobediencia no le traería la muerte, sino la elevación a la posición divina. El árbol era bueno; en su emoción, la mujer vio tres aspectos valiosos del árbol que hasta entonces ni siquiera había podido presentir: Era bueno para comer, por lo que con él podría satisfacer sus apetitos físicos. Era agradable a los ojos, con lo que podría satisfacer sus deseos de arte y estética. Finalmente, también era codiciable para alcanzar sabiduría, y con él podría satisfacer toda la aspiración intelectual que se le antojase. Esto era ideal. 1 Jn. 2:16 describe a la perfección este tipo de tentación. Y tomó de su fruto y comió. El pecado pasó, ocurrió, tan rápido que ella casi no se dio cuenta de su caída. En este momento deberíamos tener en cuenta de que la Biblia no lo describe como algo sensacional para que viéramos aún más la dura astucia del tentador, sino más bien como ejemplo de lo que nos puede ocurrir a cada uno de nosotros en cualquier momento y ante circunstancias similares. Delante de una tentación tan bien urdida y preparada, es muy difícil no caer sobre todo, teniendo en cuenta que Eva sólo contaba con sus propias fuerzas en aquella ocasión. Y dio también al marido, el cual comió así como ella. Al punto, en este momento la mujer se convirtió en tentadora. Lo primero que se ve en este v es que la inmediata consecuencia del pecado es social, uno no puede pecar sin afectar directa o indirectamente a otras personas. El que hace algo malo quiere que los otros hagan igual por aquello de que “mal de muchos, consuelo de tontos”, así, entre otras razones. Luego, aquí se nos indica que hay dos posibles actitudes en el pecado de Adán: se dejó engañar fácilmente por su esposa o la amaba tanto que al verla en pecado, la vida perdió su significado y quiso morir y perderse de forma conjunta con ella. No lo sabemos. Lo cierto es que Adán ni siquiera reconvino a su mujer, sino que se nos dice que comió como ella.

  Gén. 3:7. Entonces fueron abiertos los ojos de ellos, como cruel consecuencia de su pecado no vieron las cosas maravillosas que el tentador les había prometido, 3:5, sino únicamente su propia culpa y vergüenza. El hecho de haber pecado robó a la pareja su nobleza y su dignidad. Y conocieron que estaban desnudos. Sí, claro, el estado de inocencia desapareció y empezaron a tener vergüenza de ellos mismos primero y del respectivo consorte después, lo cual marca un hito en la historia puesto que después se prohibiría ir o acercarse a Dios sin el vestido correcto, Éxo. 20:26. Además, esta extraña situación define a las claras lo equivocados que están los defensores del nudismo moderno, ya que si bien la Biblia enseña que el sexo es hermoso y digno dentro del matrimonio, también indica que el cuerpo humano merece respecto hacia sí mismo y hacia los demás y debe cubrir, como mínimo, aquellas partes que podrían ser motivo de vergüenza. Por otro lado se nos indica que el cuerpo humano no se debe explotar, ni tratarlo de una manera mala o frívola. Ni comercial con él, ni despreciarlo, ni mucho menos, matarlo.

Pero si este v es triste por lo que representa, a su término parece que hay un mensaje de esperanza. El hombre y la mujer tienen una mente y la ponen a trabajar. Piensan y se dan cuenta de que a pesar del pecado, eran distintos a los animales. Se hicieron delantales con rapidez tratando de paliar su situación. Aquellos delantales vegetales tuvieron la virtud de darles confianza. Ya podían mirarse a la cara sin pudor. Del mal el menos parece que pudieron pensar, claro que el remedio humano para minimizar las consecuencias del pecado era totalmente inadecuado o cuando menos, equivocado. Es cierto que ya podían convivir de nuevo sin que hubiese barreras que les impidiese hablar cara a cara, pero no tuvieron en cuanta a Dios. Tristemente empezaron a hacer planes sin consultar a Dios, pero ¿iban a resistir la prueba del Creador?

  Gén. 3:8. Ya dijimos que al hacer al hombre a su imagen y semejanza, Dios le creó capaz de tener un compañerismo con él: Al atardecer, a la hora más hermosa del día, cuando la jornada ya ha rendido su trabajo y queda por delante el solaz, el hombre oyó el paso divino en el jardín (en 2 Sam. 5:24, hay un pasaje paralelo en el que se indica la sensible forma de andar entre los árboles). El Señor estaba buscando al hombre para oír su oración, orientarle y consolarle. En una palabra: para conservar con él. Pero el pecado había roto la original armonía y el hombre tuvo miedo y de forma automática se escondió.

  Gén. 3:9. Jehovah llamó al hombre, no para condenarlo, sino para pasear juntos y hablar de cosas hermosas. ¿Dónde estás tú? Y la pregunta no sólo recorrió la atmósfera de Edén, sino que aún está presente en el mundo encarándose con todos aquellos que aún no tienen el consuelo de saberse salvos por la sangre de Cristo Jesús.

  Gén. 3:10. Veamos la escena: No fue ni la presencia ni la voz de Dios Padre la que causó el miedo. El origen del mismo deberíamos buscarlo en su propia culpa. El hombre sabía de forma positiva que ya no era digno de presentarse delante de Dios a causa de su desobediencia. Su instinto de ser racional le advirtió que Dios lo sabía todo y como era responsable por fuerza tendría que responder por sus hechos. Así que, en un momento de pánico se escondió. Pero debería de haber sabido que era imposible ocultarse del Señor y que ya era tarde para lamentarse.

  Gén. 3:11. He aquí dos preguntas trascendentales. Sabemos que el Señor lo sabe todo, pero siempre da una oportunidad al hombre para explicarse. Aquí, en esta ocasión, no podía ser menos. Pero con la primera de ellas debemos tener especial cuidado. En primer lugar indica bien a las claras que el ser humano tiene siempre que recibir sus enseñanzas básicas de alguien. Y que si no las recibe de él puede caer en manos de maestros falsos. En segundo lugar nos demuestra que sin esta enseñanza concreta la desnudez no era nada defectuosa. Antes de ese abrir de ojos el hombre no sabía que estar desnudo era vergonzoso. Es más, era su forma natural de andar por el Paraíso. La segunda pregunta se explica por sí sola. Más tarde todo el contexto bíblico abundará sobre el tema. Rom. 14:10-12, demuestra que cada uno debemos responder de nosotros mismo ante Dios. El Creador sabe que el primer paso hacia un fiel arrepentimiento sincero es confesarse autor del delito que motiva su apartamiento y, en consecuencia, su muerte.

  Gén. 3:12. Fijémonos en el profundo cambio experimentado por el hombre. Primero quiso exonerarse echando la culpa sobre la mujer y luego sobre el mismo Dios, el cual se la había dado como ayuda idónea. Es una escena muy triste. El mismo hombre que antes demostraba su gozo a Dios por su compañera, 2:23, ahora la acusa de ser la causa y motivo de su caída. Es sintomático, el rudo pecado destruye siempre la unidad espiritual entre los hombres. Y aunque el pecado los había unido aún más con el mismo rasero, no quisieron presentar un frente unido delante de Dios. Cada uno empezó a excusarse acusando al otro.

  Gén. 3:13. Digamos de pasada que esta famosa pregunta de Dios demuestra que Él no hace acepción de personas. Cada uno es igualmente responsable delante de él y cada uno de nosotros tendrá que responder por sus propios hechos. La serpiente me engañó y yo comí… Es curioso que la Biblia no menciona la pregunta a la serpiente ni su respuesta. Dios lo sabía todo y no tenía nada que preguntar a la serpiente ni ésta nada que decir. Todo el relato se enfoca sobre el ser humano.

 

Conclusión:

Dios creó al hombre libre pero responsable y el hombre fracasó de una forma miserable. Sí, Adán y Eva tuvieron que aceptar las consecuencias de su decisión y nosotros… ¡también!

 

 

 

 

070329

  Barcelona, 14 de septiembre de 1975

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153 EL HERMANO DE MI HERMANO

 

Gén. 4:1-15

  Introducción:

Durante estos domingos hemos venido diciendo que el hombre es creado a imagen de Dios, que es libre, pero responsable delante del mismo por sus actitudes, acciones y trabajo, pero hoy debemos añadir que lo es especialmente y sobre todo por sus relaciones para con el prójimo. Todos sabemos a la perfección que vivimos en un mundo que está haciéndose más y más impersonal. Algunos ya han sugerido que cada persona debe recibir un número al nacer con el cual pueda identificarse para el resto de su vida. Así, con este número se matricularía en la ciudad, en la escuela, en el trabajo, en la universidad, en el ejército, en el juzgado para casarse y, por último, en el cementerio. Pero si se llegara a este extremo podemos estar seguros que se habría destruido para siempre la personalidad humana. Ya dijimos que los seres humanos somos personas y que nos necesitamos los unos a los otros. Pero además, y ahí radica la presente lección, al haber sido creados a imagen de Dios, tenemos la capacidad y la necesidad de relacionarnos con otros que sean capaces de respondernos. Amén de que nadie puede vivir solo, todos tenemos que depender de los otros de una manera o de otra lo queramos o no. Por eso es importante que aceptemos esta gran responsabilidad desde el principio. Por otra parte y por el mismo principio, hay también muchas personas que dependen de nosotros para su total desenvolvimiento y no podemos ignorarlo. Veamos: ¿Cuántos hermanos tenemos? De acuerdo con la respuesta afirma tener cierta cantidad de hermanos. ¿Es eso todo? De ninguna de las maneras podemos olvidarnos de nuestros hermanos cristianos y de todos aquellos prójimos que también lo son en cualquier otra medida. De forma que no podemos limitar nuestro afecto tan solo a los hermanos carnales o espirituales a pesar de que en este mundo complejo y difícil ya nos parece bastante tener que proveer para las necesidades de la vida de los miembros de nuestra familia. Quedan en segundo lugar todos los hermanos de la Iglesia y en un tercero y distante lugar el resto de la humanidad. Tanto es así que en las ciudades apenas se conocen algunos “vecinos” del mismo rellano. Todos estamos ocupados en nuestros propios y raros problemas. Sin embargo la Biblia nos enseña que este es un problema mucho más grave de lo que parece a simple vista: Si alguno dice: Yo amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? 1 Jn. 4:20. La lógica de este v se cae por sí sola. ¿Cómo puede uno decir que ama a Dios si descuida por completo las necesidades de su prójimo? En realidad, pues, se sabe quienes somos y hasta nuestro amor a Dios por la manera en la cual nos relacionamos con nuestros prójimos y la responsabilidad que sentimos hacia ellos.

 

Desarrollo:

  Gén. 4:1. En este v. se ve con claridad que el nacimiento de su primer hijo fue ocasión de gran gozo para Eva. Aparte de la normal alegría por ser madre, deberíamos añadir aquí el gozo por el privilegio de colaborar con Dios en el milagro de dar una nueva vida al mundo. En efecto, y dejando aparte el alborozo que provoca el hijo primero, la Santa Biblia enseña que el tener hijos es una bendición de Dios y una herencia que solo éste puede dar, Sal. 127:3-5; 128. El nombre Caín significa, como muy bien declara Eva, posesión y también adquirido. Así pues, la mujer se gozaba porque al fin había adquirido algo suyo.

  Gén. 4:2. El nombre de Abel es significativo. Por Abel se designa a un soplo de viento, a la vanidad o a algo frágil. Por eso se ha llegado a pensar que tal vez el segundo de Adán y Eva estaba muy enfermo al nacer y su madre no pensaba que pudiera sobrevivir. Y aunque esta idea se contradice con todas las teorías ecológicas actuales que indican una mayor pureza de sangre y vitalidad en nuestros antiguos antepasados. Así, de todas maneras su nombre indica la naturaleza transitoria de su vida y figurativamente de toda la vida humana. Abel fue pastor de ovejas y Caín fue labrador de la tierra. Estas eran las dos principales formar de vivir en la ruda antigüedad, pero sabemos que la ganadería y la agricultura no siempre son compatibles porque ambas reclaman la misma tierra y la misma agua. A veces y hay epopeyas, aparte de la que vamos a estudiar, que lo describen a la maravilla, la lucha por sobrevivir es a muerte.

  Gén. 4:3, 4. Debemos fijarnos en este punto ya que la Biblia no habla expresamente del origen del culto, sino que reconoce con sencillez que el hombre siente necesidad de adorar a Dios tan solo que sea obediente a su impulso. De la calidad de la ofrenda de Caín, la Biblia no dice nada pero de la de Abel se dice que trajo de los primogénitos y de, entre éstos, de los más gordos. Entonces podemos decir que Abel ofrendó a Dios lo mejor que tenía y con el mejor espíritu, Sal. 51:16, 17. Y en consecuencia, Dios lo bendice. Debemos notar otro aspecto importante de la ofrenda de Abel: Sí, había traído a Dios sus ganancias en olor de gratitud y humildad, Heb. 11:4, y por fuerza, a instancias de su fe, Dios tenía que responderle de alguna manera. Y miró Jehovah con agrado a Abel y a su ofrenda. Atención, lo importante no es que Dios miró con más agrado un sacrificio animal que a una ofrenda vegetal, puesto que aún no había nada estipulado al respecto, sino que se nos dice que primero miró a Abel, luego a su ofrenda. Lo que parece indicar a todas luces que el problema residía en la persona, en Abel, más que en la ofrenda en sí. Dios respondió de forma positiva a la actitud positiva de Abel en tanto que ignoró la de Caín.

  Gén. 4:5. Lo único que podemos añadir es que Abel trajo lo mejor que tenía con fe y reverencia, mientras que Caín lo entregó como tratando de cumplir con los requisitos mínimos. En fin, tratando de cumplir la letra de la ley oral, pero no su buen espíritu. En estas condiciones nunca podía esperar éxito. Caín debería de haber sabido que su actitud era equivocada y que Dios mira el corazón del hombre, 1 Sam. 16:7, y que los sentimientos hacia el hermano son de suma importancia para Dios, Lev. 19:17, 18. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante. En lugar de sentir, humillarse ante Dios y examinar su propia vida tratando de buscar y encontrar las causas de su fracaso, Caín reaccionó con soberbia y orgullo con lo que echó leña en el fuego. Dice el versículo que en su cara se vio, se hizo patente, su resentimiento contra Dios y su envidia hacia su hermano. Y así es como la Biblia, con este ejemplo, dice, reconoce y denuncia que el odio es el padre del asesinato. Leer Mat. 5:21-24.

  Gén. 4:6. La pregunta del Señor era una clara advertencia. Dios le estaba indicando que a pesar del fracaso de su ofrenda, lo que era más grave era precisamente la actitud del corazón en el que no cabía ni tenía lugar el arrepentimiento. En una palabra: quiso indicarle como triunfar antes de que fuera demasiado tarde. Lo único positivo de esta conversación es que Dios, aunque no aceptó la ofrenda de Caín, no lo ignoró ni lo rechazó, es más, ahora mismo está tratando de ganarlo de nuevo.

  Gén. 4:7. Dios hace un llamamiento a Caín para hacer el bien y por extensión lo hace a todos los hombres. Este fue y no otro el fiel mensaje de todos los profetas, 1 Sam. 1:16, 17; Miq. 6:8; Amós 5:24. La idea del he es: Si haces el bien, podrás levantar el rostro libremente. Cierto. La única manera de tener la cara alegre es tener el corazón limpio, porque no en vano la cara es el espejo del alma. En consecuencia, si no haces el bien, el pecado está a la puerta. Y aquí se describe una figura que es como un animal salvaje que aguarda su presa al lado del camino, 1 Ped. 5:8. El pecado desea tener al hombre, desea dominarlo, como una nueva Quimera al lado del camino preguntando ciertas adivinanzas insolubles, desea, además, subyugarlo y esclavizarlo. Por contra, el hombre tiene que frenarlo con todas sus fuerzas, tiene que aguzar su inteligencia y contestar sus adivinanzas, vencer sus sutilezas, denunciar sus fijos resultados y pregonar sus vergüenzas. Además, en el idioma original el v termina con un imperativo: ¡Hay que dominarlo! Esta es la clave. Somos responsables de dominar todas nuestras pasiones e impulsos pecaminosos, Col. 3:5.

  Gén. 4:8. Todo el versículo describe el hecho de un asesinato premeditado y felino. Uno que ha querido atenuar el pecado de Caín ha dicho que cabe la posibilidad de que se pusieran a discutir sobre el asunto de las ofrendas y que Caín se enojó tanto que en un golpe de rabia mató a su hermano. Sin embargo, el texto parece indicar que Caín invitó a Abel a ir a un lugar solitario con la intención de matarlo. Por otra parte, en este terrible hecho, Adán y Eva vieron otra consecuencia de su propio pecado, Gén. 2:17, porque al morir su hijo tuvieron su primera experiencia con la muerte y en aquel preciso momento, ellos empezaron a morir. Esta es la justicia del pecador. Si Caín no podía gozar del agrado de Dios, determinó que Abel tampoco debía tenerlo. Y en lugar de mejorar su propia vida eligió destruir una vida mejor que la suya. En cierto sentido era un anticipo de la propia cruz: al ver la autoridad de Cristo y el apoyo que recibió del pueblo, los fariseos y sacerdotes se llenaron de celo y envidia, y para recuperar su posición decidieron que lo más cómodo y fácil era eliminarlo en la creencia de que eliminando el agente, eliminaban la enfermedad. Pero el uno en la antigüedad y los otros más tarde, se equivocaron en el planteamiento y solución del problema.

  Gén. 4:9. La pregunta tiene una íntima relación con la de Gén. 3:9, ¿dónde estás tú? El hombre había dejado de ser responsable único de su persona para serlo también de su prójimo. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Además de la propia mentira, Caín dio una respuesta insolente, haciendo burla y escarnio del oficio de su hermano, exclama: ¿Acaso soy yo el pastor del pastor? Pues ésta y no otra parece ser la mejor traducción del texto. Además, Caín demostraba unas características criminales con esta respuesta. Era un hombre de corazón duro y no lamentaba lo que había hecho. Una pregunta semejante a la de Caín, aunque no tan insolente, dio a Cristo ocasión para relatar la parábola del Buen Samaritano, Luc. 10:29-37. La actitud cristiana es de amar a otros, no porque tengan derecho o sean más valiosos, sino porque Cristo los amó, 1 Cor. 8:11, 12.

  Gén. 4:10. En este v Dios anuncia un principio fundamental de la Biblia: Dios es el único Señor de toda la vida, Gén. 2:7, y la vida está en la sangre, Lev. 17:11-14. Por tanto, al asesinar a una persona, el criminal ataca la posición de Dios. Se nos dice que la sangre clama de la tierra a su legítimo Dueño y Señor y esto es inevitable. En el mundo antiguo, el pariente más cercano tenía la obligación de vengar la muerte de uno de su familia y en esta ocasión, en este momento tan solemne, Dios acepta la extraña responsabilidad de declararse pariente de Abel.

  Gén. 4:11. El castigo fue muy severo. Aquel agricultor fue expulsado de la tierra que amaba y que le producía su subsistencia y sus ingresos. Deberíamos darnos cuenta exacta de lo queremos decir. Aparte de la lógica congoja que puede generar la expatriación, se trataba de dejar una tierra regada con sus sudores, una tierra muy enraizada con sentimientos que solo puede entender el verdadero agricultor, una tierra que era su heredad, una tierra que tenía parte de sus mismos productos químicos, Gén. 2:7, una tierra, en suma, a la que tenía la responsabilidad de trabajar y cuidar, Gén. 1:29. La tierra que les fue dada por bendición se vuelve en agente de maldición.

  Gén. 4:12. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza

¡Qué perspectiva para aquel labrador! Si a la dureza de su labor se le añade el hecho de saber que su trabajo va a ser en vano, el futuro no es nada agradable. En efecto, este es un principio que se ve a través de toda la Biblia: Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará, Gál. 6:7. Caín había abusado de la tierra, la había usado contra natura por haberse empapado de sangre humana y, por lo tanto, la tierra jamás le volvería a responder positivamente. Errante y extranjero serás en la tierra. No parece haber nada más importante para el agricultor que el privilegio de tener su propia tierra, de labrarla, regarla, cuidarla y esperar con paciencia el buen cambio de estaciones para ver recompensados sus esfuerzos, notar sus frutos y gustar sus resultados. Pero Caín sería siempre un buen labrador sin tierra y viendo los fértiles campos de los alrededores aún lo sentiría más. ¡Nunca jamás tendría ya uno igual!

  Gén. 4, 13, 14. Por todo el contexto, parece ser que Caín no se arrepintió de su crimen, sólo se lamenta de estar en una situación delicada. En una palabra: Sin esperanza y sin Dios en el mundo, Efe. 2:12. Esto quizá en el día de hoy no nos diga mucho. Pero en el mundo antiguo cada tribu tenía su territorio u un apátrida, sin familia y fuera de su territorio sería en blanco de cualquiera. Lo que Caín se lamenta aquí es eso, que estando errabundo no podría tener la protección de Dios como en el presente.

  Gén. 4:15. Esto es extraordinario. Debemos señalar que este pacto de Dios es con un asesino. Sin duda es otro milagro de la hermosa misericordia divina. Por lo que sabemos, la señal que Dios colocó en Caín no era una forma de castigo, sino una indicación a todos de que aquel hombre era propiedad exclusiva de Dios y que gozaba de su protección. Es inútil que nos devanemos los sesos tratando de investigar cual era esta señal. Los judíos antiguos pensaban que era la letra “té” en su frente y los primeros cristianos la señal de la cruz, porque no tiene la más mínima importancia. Lo digno de señalar es que cualquiera que la viese, sabía lo que representaba y respetaba su vida.

 

Conclusión:

En resumen: ¿Cuál es el hermano de mi hermano? Yo, claro, naturalmente. ¿Y hasta que punto me quiero yo? ¡Hasta dónde cada uno de nosotros sabe! Por lo tanto, ¿cuál debe ser nuestra actitud para con Dios y para con nuestro prójimo? Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

Amén.

 

 

 

 

070330

  Barcelona, 21 de septiembre de 1975

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154 EL HOMBRE EN EL PLAN DE DIOS

 

Gén. 6:13, 18-22; 9:8-13

  Introducción:

Siguiendo con el plan previsto para el presente mes, que como sabéis se titula: “El hombre busca su identidad”, tenemos hoy una de las principales lecciones de que está compuesto. Ya vimos que el hombre estaba criado a imagen de Dios, que lo fue libre y hasta responsable y que era hermano de su hermano, pero como es tan bien muy importante, necesitamos estudiar el punto de vista de Dios sobre esta cuestión. En este mundo complejo y cada vez más difícil nos parece que ya es bastante conque tengamos que luchar a brazo partido para conseguir el alimento de nuestra familia t el nuestro para que nos preocupemos del puesto que ocupamos en el Plan de Dios. Sin embargo es imprescindible que lo hagamos, tanto o más que procurar por nuestra subsistencia cotidiana. Ya sabemos que frente a los problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad actual, un hombre parece ser muy poca cosa. Pero esta lección nos enseña lo que Dios hizo por medio de un hombre íntegro y fiel que vivía en la sociedad más corrompida que el mundo jamás ha visto. Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de las cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase, y por esa fue condenó al mundo y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe, Heb. 11:7. Además en esta lección se describe por primera vez el pacto de Dios que hizo con un hombre y por si esto fuera poco, se describe las provisiones que el Creador hizo para conservar la vida humana en la tierra. En otras palabras: En esta única lección Dios estableció para el hombre el derecho de dominar hasta sobre los animales, le dio la responsabilidad de autogobierno y le prometió la no existencia de un nuevo Diluvio universal.

 

Desarrollo:

  Gén. 6:13. Este es el axioma que recorrerá la Biblia de una punta a la otra: el resultado de la corrupción moral es la violencia y el crimen. ¡Qué importancia adquiere ahora aquel simple gesto de Eva precursor de la entrada del pecado en el mundo! Y, ¡cómo debieron sentir el dolor al ver la sangre de su hijo Abel y darse cuenta de que eran mortales! ¡Cuánto debieron sufrir, cuando en las tardes libres y soleadas, sopesaban cuidadosamente el estado que habían dejado para siempre! Pero os preguntaréis, ¿qué tienen que ver los padres con el versículo que nos ocupa? Mucho. Precisamente este nos enseña un principio de suma importancia: La corrupción moral es como una infección en el cuerpo de la sociedad. Cuando llega a cierto grado, el resultado es letal. La maldad había crecido, desde aquel primer momento, como un cáncer hasta que la gente mala era mucho más numerosa que la buena. Hasta el punto esto era así que ya no cabía la posibilidad de mejorar por reformas. Aquella sociedad estaba moribunda. Dios, en cierto sentido, sólo tuvo que precipitar el final. Y si él decidió poner fin a aquella humanidad fue porque sabía el resultado inevitable de tanta corrupción y tanta violencia, es más, pensó, y esto entra de lleno en su Espíritu de las últimas oportunidades, que quizá así, viendo el arca un día y otro levantarse en medio del llano más de uno podría arrepentirse y salvarse. Sabemos que no fue así, pero ahí queda la oportunidad no aprovechada que exime a Dios de toda injusticia.

Por otra parte, es necesario apuntar aquí para aquellos que tienen problemas con la ubicación del Diluvio que no necesariamente éste tenía que ser universal con la acepción que hoy damos a la palabra. Por lo tanto y teniendo en cuenta que la vida empezó en medio de los ríos Tigris y Eufrates, en Mesopotamia, y que en tiempos de Noé el hombre no se había extendido mucho, podemos situarlo con facilidad en el llamado Fértil Creciente, aunque, desde luego, con estas razones, nosotros no rebajamos de ninguna manera la acción milagrosa de la catástrofe. De todas maneras, como el tema no toca la cuestión sino de pasada, dejaremos su discusión para otro buen momento. Lo que verdaderamente nos importa es saber que Dios reveló sus intenciones a Noé porque era un varón justo y perfecto, Gén. 6:9. Claro que esto no necesariamente indica que no tuviese pecado, primero porque conocemos que no hay justo ni aun uno y segundo, porque después del Diluvio se nos señala que, como mínimo, tenía uno y gordo, Gén. 9:20, 21. Lo que queremos decir es que era un hombre íntegro y completo en su lealtad y en sus relaciones con Dios. Que no repartía sus apetencias y lealtades entre el Señor y el mundo. Que sólo servía a Dios Padre y que, en una palabra, era perfecto en el mismo sentido que Job, Job 1:1. Aun así, seguro, tendría muchas preguntas en la mente cuando Dios le mandó hacer o construir aquel barco casi tan grande como un transatlántico en medio del llano muy lejos de cualquier mar. Sí, es lo que nosotros acostumbramos a hacer en ocasiones similares. Nuestros cuántos y porqués acribillan de continuo a Dios ignorando que Él sólo quiere obediencia, sumisión y, cuando más, obediencia. Pero sin embargo Noé, por fe, cumplió las órdenes de su Señor sin rechistar en medio de la rechifla general.

  Gén. 6:18. Aquí encontramos la palabra “pacto” por primera vez en la Biblia. Cierto que Dios hizo uno con Caín y le dio una señal para evitar su destrucción, pero no se usó esta palabra en aquella ocasión. Aquí sí, solemnemente Dios anunció a Noé que a pesar de su desobediencia y maldad iba a conservar al hombre y a la creación animal. Pensamos que Dios bien pudo haber borrado de manera definitiva al hombre de la faz de la tierra puesto que le había fallado dos veces, pero en su gran y más sabia misericordia se comprometió a continuar trabajando por él a pesar de todos sus defectos, pues no en vano era su mejor creación. Por lo que podemos saber Noé fue uno de los primeros predicadores ya que su fe sirvió y sirve a todas las generaciones del mundo a que entiendan y valoren la confianza que Dios deposita en el género humano, 2 Ped. 2:5. Es de admirar como aquel hombre aguantó días y días, meses y meses construyendo aquel arca basándose sólo en las palabras que si bien encerraban un pacto, era por el momento totalmente invisible. Pero a cada martillazo, a cada nueva tira de madera, a cada nuevo brochazo de alquitrán, predicaba sin cesar. Su fe le convertía en sordo a las burlas, ciego a las injurias, manco a los insultos e insalubre a los resabios. Por su fe condenó al mundo pues que por el mismo motivo que él se salvó entrando en el barco, condenó a los que se quedaron fuera.

  Gén. 6:19. Incluido en el pacto estaba la conservación de la vida animal en la tierra. La intención de Dios desde el principio era que el hombre viviera en el mundo juntamente con los animales a pesar que, algunos de ellos, representaban un peligro para su existencia. Todos son útiles al hombre, todos mantienen el techo ecológico ideal. Y el Señor les permite la subsistencia para mantener ese equilibrio y de paso servir para solaz y deleite del ser humano. Los caps 38 al 40 de Job hablan de la enseñanza bíblica sobre la grandeza del reino animal.

  Gén. 6:20. Las instrucciones a Noé eran muy detalladas. Y como quiera que Dios mandó a los animales que se multiplicaran, el mar y la tierra y el aire, Gén. 1:22, estaban llenos de ellos. Así que Noé pudo escoger las parejas que hicieran posible la continuación de las especies después del diluvio.

  Gén. 6:21. Dios sabía que el diluvio iba a durar 150 días, Gén. 7:24, y por eso mandó a Noé que se llevase comida suficiente. Aquel ingenio extraordinario que era el arca fue capaz de llevar las ocho personas, los animales y la comida para todos. Sabemos que medía casi 150 metros de larga, 25 de anchura y 15 de altura, de forma que su eslora era la mitad del famoso transatlántico Queen Mary. De todas formas es interesante observar que a cada paso que avanzamos notamos más y más la fe de Noé. Esta nueva orden del Señor era suficiente para desanimar al más optimista. Todas las especies animales fueron poco a poco acomodadas dentro del navío aunque para ello, antes tuvieron que ser atrapadas.

  Gén. 6:22. Este v. es bien curioso. En hebreo se lee como una descripción del buen soldado o el buen empleado que hacen todo lo que sus jefes les piden incluyendo hasta el más pequeño detalle. Ya hemos visto que la característica más sobresaliente de la vida de Noé era su obediencia, Heb. 11:7. De forma que él cumplió las órdenes de Dios al pie de la letra a sabiendas que parecía un loco a los ojos de sus vecinos.

  Gén. 9:8, 9. Fijémonos que al salir a tierra, lo primero que hizo Noé fue rendir culto a Dios. La respuesta no se hizo esperar: Dios le informó de las condiciones del nuevo pacto que iba a hacer con la humanidad cuya principal característica sería el hecho de ser universal y perpetuo. En efecto, pronto las tres familias de sus hijos se desparramaron por este mundo: Sem pobló Asia; Cam, África y Jafet Europa, portadores todos ellos de la promesa del pacto. Conviene entender, por otra parte, que este tipo de pactos no son como los de los hombres acostumbramos a firmar. Aquí Dios estipula las condiciones y si el hombre las acepta y las obedece, se cumple. Por otra parte también tenemos la seguridad que nunca, en ningún caso, Dios ha faltado en cumplir su responsabilidad, si los pactos se han roto lo ha sido a causa de los hombres que en un exceso de vista los rescinden unilateralmente.

  Gén. 9:10. Curioso. Todas las previsiones del pacto incluían el cuidado y protección de los mismos animales. En una palabra: Dios afirma y promete no destruir nunca más la vida animal de la tierra por medio del agua. En los vs. anteriores de este mismo cap, que no hemos estudiado, se estipularon las tres provisiones del pacto: a) Dios entrega al hombre para comer a los animales, cosa que antes tenía vedado, Gén. 9:2-6. Aunque eso sí, prohibió comerla si antes no estaba desangrada. En el AT se consideraba que la vida estaba en la sangre, Lev. 17:14, y como la vida era propiedad del Creador debían respetarla. b) También incitó al hombre a que formase un gobierno civil en el sentido de instituir la “pena capital” para todos los crímenes, Gén. 9:5-7. A partir de aquel momento, el hombre no podía satisfacer su culpa ni con sacrificios animales ni con todas las acostumbradas ofrendas de animales. Así, desde aquel momento, el sacrificio de Cristo se hizo inevitable para obtener el perdón de los pecados, Mat. 20:38. En cuanto a la tercera condición nos viene dada en el v siguiente:

  Gén. 9:11. La tercera promesa del pacto es la promesa de divina de la protección contra otro diluvio universal. Claro, esto no indica que ya no habría más desastres naturales en el mundo, sino que les habría locales, nunca más universales. Sin embargo, Cristo mismo nos advirtió que tal como ocurrió en los días de Noé, toda la humanidad será cogida por sorpresa en su venida para juzgar al mundo, Mat. 24:37-39. Y que habrá otro día en el cual Dios pondrá fin a la maldad de la tierra, mas no será por agua, sino por fuego, 2 Ped. 3:6-10. De ahí la urgencia a que prediquemos el evangelio sin cesar.

  Gén. 9:12, 13. El arco era un instrumento de guerra y la señal de dejar el arco significaba el fin de las hostilidades. Cierto que es una figura, pero la Biblia está llena de ellas y todas tienen su sana enseñanza. En otro lugar describe los relámpagos como las saetas de Dios y el arco de su ira, Hab. 3:8-12; Sal. 7:12, 13. Por eso es que el hermoso arco iris en las nubes es una señal universal y hasta perpetua de la misma hermosa promesa y no obstante, sirve para recordarnos que si no fuese por la misericordia divina la vida no podría durar en la tierra. Abundando más sobre este mismo tema podemos decir que el profeta Isaías anunció que Dios nunca se olvidará de su promesa, Isa. 54:9, es más, en tres ocasiones en la Biblia una visión de Dios se acompaña con el arco iris, Eze. 1:28; Apoc. 4:3 y 10:1. Así, cada vez que vemos este símbolo en el cielo deberíamos sentir gozo por reconocer el pacto que Dios hizo con la tierra, pero al mismo tiempo no debería ser revulsivo para recordar la responsabilidad hacia esa misma humanidad que él conserva hasta que se arrepienta, 2 Ped. 3:9.

 

Conclusión:

Definitivamente pues, entramos de lleno en el Plan de Dios. Y sabemos que Él cumplirá sus promesas en tanto que nosotros le obedezcamos en todo y para todo. Una leyenda persa cuenta que cierto rey necesitaba un criado fiel y dos hombres solicitaron el empleo. Contrató a los dos a sueldo fijo y si primera orden fue que echaran en una canasta el agua de un pozo cercano, tantas veces como fuera necesario, hasta vaciarlo. Después de intentarlo una o dos veces, uno de los hombres dijo:

–Es una tontería estar haciendo este trabajo, pues tan pronto como sacamos el agua, se escurre por el fondo de la canasta.

El otro contesto: –¿Y qué importa? Nos pagan por hacer este trabajo, lo demás es asunto del rey.

–Pues yo no voy a seguir haciendo más el papel de tonto –replicó el primero. Y arrojando la canasta, se fue. El otro continuó con su trabajo hasta que se agotó el agua del pozo y al mirar al fondo del mismo, vio algo que brillaba y cuando lo recuperó vio que era un anillo de diamantes.

–Ahora comprendo porque se nos ordenó sacar el agua del pozo con una canasta, pues de no haberlo hecho así nos exponíamos a que el anillo se hubiese perdido.

Que Dios nos bendiga.

 

 

 

 

070331

  Barcelona, 28 de septiembre de 1975

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155 IRÉ A DONDE DIOS ME GUÍE

 

Gén. 12:1-9

  Introducción:

El viaje del fiel Abram desde Caldea hasta la tierra de Palestina constituye una de las más grandes aventuras de la historia, sólo comparable quizá a los que hizo Marco Polo en el siglo XIII o el genio Cristóbal Colón en el XV. Abram levantó su tienda 3.500 años antes de que este último partiera del puerto de Palos con sus 3 famosas carabelas. La única explicación de su extraña conducta le deberíamos buscar en el origen del llamamiento que recibió de su Dios. Sin duda, el patriarca estaba convencido de que el Señor lo había llamado a abandonar su tierra y dirigirse hacia una nueva que, precisamente, sería el escenario de grandes bendiciones para sus descendientes. El momento vale la pena saborearlo porque este especial llamamiento es de suma importancia para la historia de la humanidad. Con un solo hombre y su estéril mujer, Dios puso en marcha el plan por el cual iba a enviar a su Hijo único en forma humana a la tierra para salvación de todo el que quisiera creer que estaba capacitado para hacerlo.

Pero esta lección no tendría más mérito que el anecdótico si no demostráramos que de igual manera hoy Dios llama a sus siervos. Desde luego, no queremos decir con esto que nos llame a dejar, a abandonar nuestros países para ir a otros, aunque bien pudiera hacerlo, sino que nos está llamando urgentemente para que nos lancemos por fe a vivir nuevas aventuras de servicio.

 

Desarrollo:

  Gén. 12:1. Con este ve cambia el enfoque del libro de Génesis, ya no es la intervención directa de Dios en los hechos como el diluvio o la torre de Babel, sino que llama a un hombre para convertirlo en instrumento capaz de llevar a cabo su plan entre los hombres. En primer lugar deberíamos entender que el llamado de Abram tenía dos aspectos, uno negativo y el otro positivo. Por lo tanto no difería en nada de cualquier otro llamamiento divino puesto que en ellos siempre se cumple el mismo axioma. En nuestro caso, el Señor lo llamó para que abandonara su tierra, sus parientes y su casa, la casa donde había nacido, pero por otro lado le invitó a ir a una tierra nueva donde sus descendientes llegarían a ser una nación grande y poderosa. En segundo lugar debemos considerar que en la época de Abram el hecho de salir de su tierra y de la casa de uno significaba mucho más de lo que significa emigrar ahora, en la actualidad. La persona, o personas, rompía todos sus lazos y quedaba expuesta continuamente a grandes peligros inherentes a la propia ruta, al hecho de la locomoción usada y a los bandidos que infectaban los caminos. No obstante Abram obedeció a Dios, no con una fe ciega, sino con una inteligente sabiendo que iba a guiarlo paso a paso hasta su destino: Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia y salió sin saber a dónde iba, Heb. 11:8. Aquí se nos dice expresamente que su marcha fue realizada por la fe. Y que fue en respuesta al llamado de Dios: siendo llamado, obedeció, y como esto es un participio presente acentúa la prontitud de su marcada obediencia. En otras palabras: mientras estaba siendo llamado, obedeció. En efecto, el acto de dejar a sus compatriotas y la patria para ir a una tierra  nueva en la no se podía esperar más que peligros de hombres y animales salvajes fue de veras un acto de fe del patriarca. Además, se fue sin ninguna esperanza de alguna recompensa puesto que obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia, pero él aún no lo sabía, fue mucho más tarde cuando el Señor se lo comunicó, pero él, como bien indica el v salió sin saber a dónde iba. ¿Queremos más pruebas de la fe de Abraham? Obedeció la orden sin ver a dónde iba. Este es el tipo de confianza que nuestro Señor demanda de nosotros, avanzar en la vida dependiendo totalmente de él.

Por otra parte nos queda el consuelo de saber que Dios no escogió al patriarca por casualidad: Era una persona de amplia cultura y esto era muy importante en aquellas circunstancias. Ur de Caldea, su ciudad natal, Gén 11:28, era el centro de educación en todo el Oriente. Tenía casi 500.000 habitantes y gozaba de la ciencia más avanzada de la época. Sabemos que existían escuelas y bibliotecas y el aire de escribir estaba muy extendido. En una palabra: Era la Roma del mundo antiguo. Pero lo que conviene resaltar es que Abram era el hombre ideal para el trabajo ideal y Dios siempre llama al siervo adecuado para el servicio correspondiente.

  Gén. 12:2. Después del llamamiento viene indefectiblemente la promesa. En aquellos momentos ésta era aún más maravillosa si tenemos en cuenta que Sara, su mujer, no podía tener hijos, Gén. 11:30. Pero Dios anunció a Abram que sería padre de un enorme pueblo y a éste, no le importaron las dificultades. Simplemente lo creyó. La tierra que Dios eligió era excelente para cumplir su propósito. Estaba en el centro del mundo antiguo con fácil acceso a África, Europa y Asia. La segunda promesa de este v es la fiel bendición de Dios, si él marchaba, iba a bendecirlo. Aquí, se debe tener en cuenta que para el hebreo bendición significa prosperidad material y bienestar general o lo que es lo mismo: que tendría éxito en los negocios que emprendiera y adquiriría riquezas en su nueva vida y estado. La tercera promesa que se desprende de la normal interpretación del versículo tiene carácter personal: Dios iba a engrandecer su nombre. En efecto, para el cristiano el nombre de Abraham es un símbolo de fe. El mismo Pablo nos exhorta a tener fe en Dios como la tuvo Abram, Gál. 3:6-18. Es más, los seguidores de como mínimas tres religiones le reconocen como “patriarca”: El judaísmo, el cristianismo y el islamismo.

  Gén. 12:3. Aquí aparece el anticipo del evangelio. Por medio de la familia de Abraham, Dios promete enviar una bendición universal. Por otra parte el versículo enseña que gozaría de una protección especial en su viaje de fe a una tierra desconocida. Aunque la verdad es que nos extraña un poco leer que Dios iba a maldecir a los que vejaran o maldijeran al viajero, pero hemos de recordar que aquellos pueblos habían rechazado ya la luz de su propia conciencia y Dios estaba declarando que Abram era su siervo escogido. Por lo tanto, no tendrían excusa para observar una conducta muy contraria a los descendientes del escogido. Pero la gran enseñanza del v es que Abram sería el instrumento de una bendición especial para toda la raza humana. La última parte del mismo se podría traducir así: Todas las familias de la tierra serán bendecidas por ti. Pero como quiera que se lea, destaca la idea de que por medio de Abram toda la humanidad recibiría una gran bendición. Éste y no otro es el sentido que el NT interpreta este v, Hech. 3:25; Gál. 3:8; Rom. 4:13.

  Gén. 12:4. Lo primero que sobresale al contemplar este v es la edad que tenía al comenzar el viaje. Ya no era un joven que iba en busca de aventuras, sino un hombre de edad media. Nosotros, en su caso, quizá hubiéramos pensado que como ya habíamos llegado a Harán ya habíamos cumplido toda la orden de Dios y máxime teniendo que allí encontró prosperidad y bendición. Por otra parte no podemos olvidar que allí enterró a su padre Taré y esto era muy serio para cualquiera y más para un hebreo. Podría pues, pensar muy bien que ya había cumplido el mandamiento de Dios de salir de Ur y que no había necesidad de más. Pero éste no era el espíritu de Abram. La característica principal de su vida era la obediencia. La voz de Dios lo llamó y él respondió con hechos. Aquel no era el final, era el comienzo de un viaje que realmente duraría cien años puesto que la característica de su vida sería una tienda de campaña montada en una tierra que no le pertenecería ni un ápice.

  Gén. 12:5. Este v dice mucho en pocas palabras. Por otra parte no dice nada del gran esfuerzo que representaba el organizar una caravana de aquella índole. Eran muchas las almas que se unieron a él en su estancia de Harán y el hecho de la marcha a través o bordeando el desierto, requería muchos preparativos. Por otra parte tampoco sabemos las aventuras y peligros del largo viaje desde las montañas de Harán hasta Canaán. Seguramente habrían habido momentos de desánimo y desaliento por el cansancio y la dura incertidumbre de aquel viaje de dos años, desde el norte de Asiria, en Mesopotamia, hasta Palestina. Nada se nos dice en la Biblia, sólo la magnífica frase: salieron para ir a la tierra de Canaán y a la tierra de Canaán llegaron. En suma: Abram cumplió muy bien su objetivo, no se quedó a medias ni fracasó en el intento. Sabía muy bien que él más Dios era mayoría y como tal se comportó.

  Gén. 12:6. En efecto, Abram no se quedó en la frontera del país, sino que penetró hasta el mismo centro. El primer campamento de que tengamos noticia lo estableció al lado de la vieja ciudad de Siquem. Es importante reseñar que el cananeo estaba entonces en la tierra. Que aquel país no estaba vacío, sino habitado por un pueblo feroz que vivía en ciudades de muros y murallas y que cultivaba ya las tierras alrededor de ellas. Pero él éxito político de Abram se debe a que cada ciudad tenía su rey y todas eran más o menos independientes las unas de las otras. Y mientras el patriarca no sentara sus reales en su territorio, nadie tenía la autoridad suficiente para expulsar a la familia de Abram.

  Gén. 12:7. Dios se le apareció en la misma tierra prometida para confirmarle su promesa y su mandamiento. Tal como Amós, Isaías y otros profetas, Abram tuvo una experiencia personal con Dios. Y esta misma visión le confortó después de tan largo y difícil viaje, es decir, entonces supo que efectivamente estaba en el lugar en que Dios le había señalado. Ahora es oportuno señalar que en varios lugares de su viaje Abram construyó un altar, pero nunca edificó una casa, almacén o una fortaleza. Para él era más importante adorar a Dios que pensar en su propia seguridad o prosperidad económico. Por esta razón a pasado a ser el caudillo mundial que más y mejor demostró una total dependencia para con el Señor.

  Gén. 12:8. Probablemente acampó al sur de la ciudad de Siquem y en el sector donde más tarde Saúl tuvo su fortaleza y donde vivirían las tribus de Benjamín y Judá. Desde el centro geográfico de Palestina Abram podría contemplar la tierra que pertenecería a sus descendientes, pero aun en ese mirar vemos la fe que hacía gala en todo momento. Su esposa aún era estéril y al pisar los duros terrones quizá pensase que aquello era muy bonito para ser verdad. Sin embargo edificó un altar allí mismo demostrando con ello que creía que no había nada imposible para aquel Dios que hasta el presente le había acompañado. En efecto, en aquel mismo lugar, 500 años más tarde los hijos de Israel bajo el mando de Josué afirmarían su lealtad incondicional a Jehovah y a su pacto, Jos. 24.

  Gén. 12:9. Así que si ya estaba en el centro de Canaán y marchó hacia el sur quiere decir que lo atravesó de punta a punta. La justa misión que Dios tenía reservada para él no era por cierto la más bonita ni la que le gusta hacer a todos. Era la del explorador, la del pionero, pero no podía echar raíces en ningún sitio, no podría ser colono. Esta última situación estaba reservada para sus hijos y nietos. Finalmente llegó a la fértil tierra al sur de Jerusalén, entre Hebrón y Beerseba y desde allí, la grandiosa familia de Abram extendería sus raíces sobre todo Canaán primero y sobre toda Palestina después. Por siglos y siglos, esta zona es conocida como el hogar de Abram, Isaac y Jacob. La promesa se cumplió.

 

Conclusión:

Muchas veces una madre sabe que no hay voluntarios para hacer ciertos trabajos en el hogar, pero dice: –Necesito algunas cosas de la tienda, ¿quién quiere ir?

Por lo común se le responde: –Yo estoy ocupado, que vaya mi hermano.

Es fácil imaginar lo sorprendida que queda esta madre cuando alguien le responde: –Aquí estoy madre, envíame a mí.

En otro orden de cosas, si hubiesen más cristiano que estuviesen dispuestos a aceptar el llamamiento de Dios para llevar su mensaje hasta el punto donde Él lo dirige, no habría la vergonzosa escasez de misioneros que padecen nuestras iglesias. No hay vocaciones de pastores, de diáconos, de maestros, de siervos…

Cuando oigamos que Dios nos llama no digamos: –Yo estoy muy ocupado, envía a otro –nuestra respuesta debería ser unánime-: ¡Heme aquí, envíame a mí!

Amén

 

 

 

 

070332

  Barcelona, 5 de octubre de 1975

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156 LUCHA CONTRA LA DUDA

 

Gén. 17:1-8, 15-19

  Introducción:

Una niña y su padre estaban contemplando una función de circo, cuando al ver bailar a una jirafa, aquélla cogió el brazo de su padre y dijo: –Papaíto, ¡mira! ¿De verdad puede hacer esto una jirafa?

–No querida –respondió el padre-. Una jirafa no podría siquiera dar un paso de los que hemos visto. Pero si estuviésemos más cerca notarías que dentro del animal hay un hombre que es quien ha estado bailando todo el tiempo.

De manera parecida el E. Santo hace cosas admirables por medio de nosotros pues cuando la duda hace mella en nuestro interior, Él acude en nuestro socorro. En otro orden de cosas, sabemos que las dudas religiosas son las peores, preguntas como: ¿podemos estar seguros de que Dios oye nuestras oraciones?, ¿Es cierto que Cristo me ha salvado o sólo es una idea mía? ¿Estoy seguro de que no pierdo el tiempo cuando voy avanzando contra la corriente del mundo? Son las que verdaderamente nos hacen tambalear con peligro de nuestra estabilidad espiritual. Es muy humano dudar, pero esta hermosa lección tratará de demostrar que Dios sabe de antemano nuestras necesidades y nos ofrece su inefable promesa de ayuda para que podamos seguir adelante.

El domingo anterior dejamos a Abram en la mitad de su carrera y fue en ese preciso momento cuando empezó a tener serias dudas. Y cada día que pasaba la promesa divina le parecía más irrealizable puesto que también cada día que pasaba él y su esposa se hacían más viejos. ¿Dónde estaba aquella descendencia que tenía que ser el comienzo de una gran nación? ¿Dónde estaba aquel hijo que iba a heredad su nombre?

 

Desarrollo:

Gén. 17:1. Ya habían pasado 24 años desde su llamamiento en Harán. Abram tenía las pruebas necesarias para saber que cada día era más viejo. Era normal que creyese que ya había dado suficiente tiempo a Dios para demostrar la veracidad de su promesa. 24 años son muchos años para no pensar siquiera un poco en lo irrealizable de la misma. Había pasado incluso por una guerra para librar a su sobrino Lot, Gén. 14:12-16, y aún no aparecía el ansiado heredero que iniciaría la nación prometida por Dios, Gén. 12:1-3. pero sin embargo, Dios se le había aparecido en dos ocasiones para aliviar sus dudas y asegurar que las promesas que iban a cumplir, Gén. 15; 17. Esto es importante porque demuestra que Abram no sólo creyó en el Señor, sino que lo conoció en la intimidad de una experiencia personal. Por eso, en aquella ocasión, cuando estaba más abatido por las dudas y el sentido transitorio de la vida, de nuevo su Señor Dios se le apareció. Así, el Señor le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso, anda delante de mí y sé perfecto, en una voz, le anuncia que era un Dios capaz de todo poder, capaz de vencer cualquier obstáculo, incluso aquellos que el hombre consideraba como imposibles, que su nombre era superior a los dioses de los pueblos vecinos. En una palabra: Abram, siendo forastero en una tierra desconocida no tenía por qué temer porque Dios estaba con él. Este mandamiento en el he es muy gráfico y quiere decir algo más que lo que se lee de la traducción que hemos leído: Anda tú, arriba y abajo, continuamente, delante de mi rostro. Así que Dios manda a su escogido que camine delante de él y que no piense ni se preocupe de nada más, el resto le será dado por añadidura. Que debe vivir su vida como si realmente estuviese siempre delante la presencia divina.

Ya vimos el domingo anterior que la palabra perfecto en he no significa necesariamente sin falta, sino íntegro, completo, con un solo propósito. El hombre perfecto a la manera de Job, es uno que obra siempre con integridad y lealtad absoluta para con Dios. Es decir, no es un hipócrita que tratando de servir a Dios, sirve al mundo al mismo tiempo.

  Gén. 17:2. Y pondré mi pacto entre tú y yo. ¿Por qué era esto tan importante? Para Abram, todo. Uno de los conceptos más grandes de la Biblia es sin duda el pacto y en esta ocasión no iba a ser una excepción. Abram intuye que aquello es un compromiso solemne por parte de Dios y se siente reconfortado. En efecto, nos estamos refiriendo al pacto que Dios hizo con él, con su hijo, con su nieto y finalmente, con el pueblo de Israel en pleno, en el sentido de que ellos serían su pueblo y Él sería su Dios para siempre. Después, y en la misma línea,  la idea de Dios se hace más eterna en el Nuevo Pacto sellado con la sangre de Cristo con la particularidad que, a diferencia del primero, no sería revocado jamás. Por otra parte, éste último tiene la particularidad extraordinaria de que ya no sólo no limita nacionalidad como su antecesor, sino que, además, es selectivo en el hermoso y justo sentido que todo aquel que quiera pueda beneficiarse de sus extremos sin importar raza ni razón social. De todas formas este versículo aún tiene algo más que enseñarnos. Dios no firmó un pacto con Abram en el sentido que damos a estas palabras, es decir, interviniendo en ambas partes del litigio, sino que le dio un pacto. El hombre no pone nunca condiciones a los pactos divinos, se limita a obedecer o a desobedecer, porque no podemos olvidar su libertad, los santos mandamientos de Dios. Tanto es así, que el hombre ser infiel al pacto, pero Dios, en razón inversa, jamás faltará sus compromisos. Ahora no iba a ser menos. Le había prometido a Abram dos cosas importantes: Una descendencia amplia y una tierra propia y lo iba a cumplir a pesar de las apariencias físicas y de lugar.

  Gén. 17:3. El padre de los judíos hizo lo que debiéramos hacer todos cuando nos habla Dios. Se mantuvo es respetuoso silencio y escuchó las condiciones del pacto de la mejor manera posible: ¡arrodillado!

  Gén. 17:4, 5. Evidentemente parece increíble que a este hombre anciano y a su estéril esposa Dios le prometiera una familia muy numerosa. Pero el Señor da tanta importancia a este hecho que hasta motiva un nuevo cambio de nombre para Abraham y para su esposa Sara. Para aquella gente, ya lo sabemos, el nombre tenía mucha más importancia que para nosotros. Significaba en realidad algo para sus mentes y conciencias. Los padres ponían el nombre a sus hijos de acuerdo con las esperanzas y las ilusiones que tenían para su vida. Así, del mismo modo, Dios manifestó su confianza en el patriarca al llamarle desde aquel momento padre de una multitud, puesto que eso significaba su nombre. Además, el v da énfasis al hecho de que no sería un solo hijo el que tendría, sino que sería padre, progenitor, patriarca, de una muchedumbre tan grande que nadie podría contabilizar.

  Gén. 17:6. La promesa se hizo aún más extraordinaria si cabe, pero nosotros sabemos que se cumplió. Los árabes, los hebreos, los edomitas, todos y cada uno llaman padre a Abraham. Además, en un cierto modo, los creyentes somos sus hijos espirituales.

  Gén 17:7. Aquí lo vemos claro. Dios no prometió sólo a Abram un pacto eterno, sino a todos sus descendientes. Así, aseguró al pueblo de Israel su protección y su bendición para siempre. Su real descendencia tendría que ser para Él un tesoro especial, un real sacerdocio para comunicar su amor al resto de los hombres. Este pacto se cumplió finalmente en el nuevo y perpetuo pacto firmado con la sangre de Cristo, Luc. 22:20.

  Gén. 17:8. Este v explica y remacha el anterior. Abraham salió de su casa, abandonó su tierra y su herencia, se hizo apátrida, pero recibió la promesa de que le sería dada la tierra de Canaán como heredad perpetua (¿?). Pero, y aparte de las bendiciones físicas que sin duda se encierran en este v, su última parte quiere decirnos algo más: Dios le promete ser el Señor de ellos como suprema bendición, como un clímax codiciado, como una meta inalcanzable de otro modo.

  Gén. 17:15. Por la misma razón de que Dios usó para cambiar el nombre de Abraham, lo hizo con el de Sara. Puesto que iba a ser madre de una enorme línea de reyes, era lógico que su nombre significase princesa a partir de aquel momento. Ya lo hemos dicho antes, un nuevo nombre significa en la Biblia un nuevo propósito de vida y una nueva dirección a seguir. Así, los cristianos del primer siglo recibieron también un nuevo hombre con ocasión de su bautismo, Apoc. 2:17.

  Gén. 17:16. Al igual que el v. 6, Dios promete hacer naciones de Abraham, pero aquí lo hace de una forma más clara. Sería Sara y no otra mujer quien le diera a Abraham el hijo esperado y objeto del inicio de la cadena de bendición. Pero aquello era demasiado. Bien que tuvieran descendencia a pesar de sus años, pero con una mujer fértil. El hecho concreto que se le anunciara que sería con su querida mujer estéril, era demasiado increíble. Así, naturalmente, Abraham no podía creer lo que estaba oyendo.

  Gén. 17:17. Este es uno de los textos más humanos de toda la Biblia, pero al mismo tiempo demuestra que Dios no tuvo ni santos ni hombres perfectos con quienes trabajar. Además, este v es curioso. Abraham mostró el debido respeto a Dios y se inclinó ante él al escuchar la profecía al igual que hizo con la promesa; pero, al mismo tiempo, como hombre práctico y realista que era, no pudo evitar reírse. Cuidado, no se reía de Dios, esto hubiera sido una falta de respeto y así habría constado. Tampoco dijo nada en alta voz, sin embargo sabía en su corazón que todo lo que estaba oyendo era imposible de realizar biológicamente hablando. Era viejo y su esposa también, amén de su esterilidad. Así, en una palabra: a pesar de que probablemente utilizaba un calendario babilónico que como sabemos no tenía doce meses, la edad para tener hijos había quedado muy atrás.

Gén. 17:18. Entonces Abraham hizo lo único que un hombre muy práctico podía haber hecho: a la vista que la profecía eran tan dura e imposible de cumplir, propuso una solución humana. Como ya tenía a Ismael de Agar, la sierva egipcia de Sara con el visto bueno de ésta, Gén 16, propuso a Dios que cumpliera sus promesas a través de él.

Gén. 17:19. La respuesta de Dios no se hace esperar. Le llega a Abraham rápida y definitiva. Los límites del hombre no son los límites de Dios. Y no se prestó a maniobras ni a soluciones a medias, Dios promete a Abraham que al año próximo Sara tendría un hijo y para más señas debía ponerle el nombre de risa. De forma definitiva Dios prometió confirmar el pacto con él y con sus descendientes para siempre. Pero, recordémoslo, no pensó tan solo en la grandeza de una nación y un pueblo. Su promesa se extendió a través de la historia hasta el mundo entero y hasta nuestros días. Por otra parte argüimos que en un momento de duda, Abraham recibió una respuesta precisa y definitiva que fortaleció su fe para los años difíciles que iban a venir.

 

Conclusión:

Del mismo modo, el gran nombre, la gran tierra, la gran nación y la gran bendición que fueron de Abraham, pueden ser nuestras. Tan solo debemos hacer lo que él: postrarnos y adorar y creer que sus promesas, por disparatadas que nos parezcan pueden ser reales y redundar en beneficio nuestro… y de nuestros descendientes. Esta es nuestra lucha contra la duda: Caer de rodillas y adorar.

¿Algunos de los que estáis ahora aquí habéis dudado de Dios o de alguna de sus promesas? Que nos cuente como vencieron sus dudas y oraremos por ello, dando gracias a Dios.

Amén.

 

 

 

 

070333

  Barcelona, 12 de octubre de 1975

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157 DARÉ LO QUE DIOS PIDA

 

Gén. 22:1-13

  Introducción:

Si quisiéramos, podríamos extendernos toda la mañana en una introducción elogiosa a la fe de Abraham, puesto que éste es un personaje conocido y que no tiene ninguna actitud despreciable por lo que todos sus gestos, sus dichos, su saber estar, sus pasos, sus conversaciones, sus intercesiones y sus pruebas son otras tantas lecciones fácilmente aprovechables. Pero como lo que de verdad no nos importa en el día de hoy es circunscribirnos a los trece vs. que abarca la lección, no vamos a ser nosotros sino la Biblia quien se ocupe de la misma, Así: Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac, y el que había recibido las promesas ofrecía a su unigénito, Heb. 11:17. Notemos que lo primero a que se hace una referencia es al objeto de esta ofrenda. Este sacrificio fue hecho por fe, pues esta sería la construcción del principio de la frase en una buena traducción, con el buen entendido de que las cosas hechas por fe ya están realizadas en el ánimo, en la mente y en el espíritu del sujeto. Luego se presenta el motivo: la prueba. Por fe ofreció, (en un tiempo perfecto: ha ofrecido) Abraham a Isaac cuando fue probado (literalmente: siendo probado). Con la idea apuntada más arriba de “hacer sobre la marcha”, es decir, “siendo probado”… ofreció. Sin duda este ve es una clara ref. a Gén. 22:1, dónde, como  veremos, el escritor bíblico, dice: Dios probó a Abraham. Toda la escena es clara: Dios está probándole, incitándole a hacer algo que era muy difícil, ¡sacrificar a su propio hijo! Pero, y antes de iniciar la lección, surge la primera dificultad: ¿Es que Dios no sabía el estado del corazón del patriarca? ¿Por qué existen, pues, ese tipo de pruebas?

Vayamos por partes. Que existen tenemos constancia en más de diecinueve vs. de manera directa y varios centenares que tratan el tema directamente. Entre los primeros podríamos citar: Job 9:23; Rom. 5:4; 1 Cor. 3:13; 2 Cor. 8:2, 8, 24; 13:3; Stg. 1:3; 1 Ped. 1:7; 4:12; Deut. 13:3; Job 34:3; Sal. 7:9; 11:5; Prov. 17:3; 27:21; Dan. 1:12; Zac. 11:9; 1 Tes. 2:4. Y entre los segundos, bástenos como muestra los trece de la actual lección. Sin embargo aún no hemos contestado el por qué. Quizá el más claro sobre el tema es el que dice: Para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual perece, bien que sea probado con el fuego, y sea encontrada en alabanza, gloria y honra, cuando Jesucristo sea manifestado.

La prueba que nos ocupa tuvo la real finalidad de determinar si Abraham amaba más a Dios o a su hijo. También tuvo el propósito de resolver si el patriarca creía la promesa de Dios con respecto a su descendencia, que ineludiblemente había de ser a través de Isaac, Heb. 11:18, 19. Así, la prueba resulta ser el escenario en donde la fe actúa y desde donde ésta puede probar su autenticidad delante del Infinito y para lo finito. Y Abraham salió bien de la prueba ofreciendo de hecho al unigénito, es decir, estaba en el acto físico de ofrecerlo cuando el ángel de Jehovah le llamó desde los cielos y le señaló el sustituto del hijo que era como sabemos, un carnero enredado por las astas en un matorral. Debemos hacer constar que aquí a Isaac se le llama “unigénito” es un buen sentido limitado. Sabemos perfectamente que Abraham tenía otro hijo mayor, Ismael, hijo de la concubina egipcia Agar. Pero este hijo no figuraba en el pacto que Dios hizo con el patriarca. Ya había dejado el hogar paterno y en cuanto a las promesas espirituales, nada tenía que ver con ellas. Fue como si no existiera o como si nunca hubiera nacido. Para los fines del argumento del autor, que se basaba, como ya hemos dicho, sobre el pacto de Dios con Abraham, Isaac era el unigénito. Así que el que había recibido las promesas, es decir, Abraham, ofrecía a su hijo unigénito cuando la mano de Dios lo detuvo de realizar semejante sacrificio cruento. Y debemos tener especial cuidado en notar que el autor no entra en la cuestión moral relacionada con el sacrificio humano. Para él es evidente que el hecho de ser un mandamiento de Dios le quita al acto propuesto todo vestigio de mala moral. Por otra parte, hemos de insistir, el sacrificio no se realizó y es evidente que Dios no quiso que se realizara. Tan solo se trataba de una prueba, pero… ¡qué prueba! A veces la voluntad de Dios significa para nosotros una decisión difícil, pero a lo largo del tiempo tendremos no sólo la satisfacción de haber obedecido a Dios, sino también grandes bendiciones que de otra manera nunca hubieran llegado a nuestro espíritu.

 

Desarrollo:

  Gén. 22:1. Hemos dado suficientes pruebas para asegurar que esto no constituye una “tentación”, sino una prueba. Que no sólo son distintas cosas, sino que provienen de distintas fuentes. Dios quiso probar la lealtad y fe de su siervo antes de llevarle más adelante en su servicio. Es más, creemos que toda su vida anterior había sido una preparación para esta crisis. Desde el momento en que abandona Ur hasta el punto que nos ocupa han pasado muchos años, en los cuales, siempre había respondido al Señor en la medida en que había sido solicitado por éste. Ahora está maduro y recibe la prueba suprema. Pero, y a pesar de que ésta vino en el momento menos esperado, no fue ni antes ni después. Era el buen momento adecuado, el servicio adecuado y el siervo adecuado. El patriarca Abraham se había establecido en un lugar tranquilo y había hecho un pacto de paz con los habitantes de aquella tierra. Lo único que esperaba ya era ver correr a su hijo Isaac por aquellas campiñas, esperando que se hiciera un hombre que le relevara y recibiera las promesas del Señor. Pero Dios le sorprendió y como siempre pasa de nosotros si nos encuentra con la guardia baja.

  Gén. 22:2. La descripción que Dios hace de Isaac nos hace notar la importancia que tenía para Abraham. En efecto, era el hijo de la promesa, Gén. 21:12b, y como tal era su único, un tesoro especial que amaba con todo su corazón. En cuanto a la forma del sacrificio es clara: “holocausto”, es decir, cremación total sobre el altar sin dejar nada para el ofertante, para el sacerdote, para el creyente. Era pues, la ofrenda máxima a Dios. Es natural, a pesar de todo lo que hemos dicho antes, a nosotros nos parece horrible e inhumano lo que Dios pidió a Abraham. Sin embargo, debemos apuntar que éste era una práctica muy extendida en el mundo antiguo. Por ej., ejemplo, diremos que el rey de Moab sacrificó a su propio hijo para defenderse de un ataque de Israel, 2 Rey 3:27, y dos reyes abominables de los hebreos practicaban el sacrificio de sus hijos, 2 Rey. 16:3; 21:6. Claro que la ley lo prohibió enfáticamente, Deut 12:31, pero en tiempos de Abraham esta ley no existía. Aunque, somos del parecer, que la versión apuntada en la introducción de esta lección sea la más acertada, en el sentido de que Dios nunca quiso de veras llevar a cabo semejante sacrificio. Queda por decir, que en 2 Crón. 3:1 se nos indica que el sitio señalado por Dios fue el lugar donde, más tarde, Salomón colocó el altar en el templo; en una palabra, se trataba de Jerusalén, donde aún más tarde Dios sí permitió el sacrificio de su Hijo unigénito.

  Gén. 22:3. En este v se nos indica que la revelación de Dios vino a Abraham en una visión nocturna y, desde luego, fue distinta a la que tuvo con motivo de la destrucción de Sodoma y Gomorra, Gén. 18:20-33. En esta ocasión no dijo nada a Dios, no pidió siquiera que tuviese en cuenta las especiales circunstancias del caso como lo hizo entonces. Se limitó a obedecer en silencio. Se levantó e hizo una cuidadosa preparación para el cumplimiento al pie de la letra del mandamiento divino. El terrible silencio de Abraham en este v. es impresionante. Pero creemos que si se hubiera parado a discutir con Dios como acostumbraba, probablemente no habría ido nunca hacia el norte.

  Gén. 22:4. Así que el viaje desde Beerseba, en el sur, hasta Jerusalén, fue largo. Tres días agotadores. Esta escena se parece a aquella otra que vivió el Salvador cuando al mirar a la capital hebrea entró en ella sabiendo que iba a morir.

  Gén. 22:5. Sin duda, este v nos enseña la enorme fe de Abraham: volveremos a vosotros significa más que una frase hecha; significa que él creía que Dios le había dicho que iba a darle descendencia por medio del muchacho, Gén. 17:19. Y sabía que el Señor siempre cumple su palabra. No sabía cómo, sin embargo, sabía a ciencia cierta que Isaac volvería con él para que la descendencia fuese una realidad.

  Gén. 22:6. Isaac tendría entre doce y quince años cuando vivió esta experiencia.

  Gén. 22:7. Esta fue sin duda una de las preguntas más difíciles que el patriarca Abraham tuvo que responder a su hijo.

  Gén. 22:8. Esta es la respuesta que se transforma en tema de todo el relato por derecho propio y es a la vez, el principio básico de la vida de Abraham. Dios le había provisto todo hasta aquel preciso momento y ahora no iba a defraudarle. Pero no nos engañemos, no es una respuesta fácil. Nos imaginamos al padre hablando con el corazón quebrantado entre la duda y la fe, pero sólo después de la victoria era capaz de darle este nombre a aquella montaña, Gén. 22:14. Pero no nos adelantemos, por aquel entonces aún no sabía nada, sólo confiaba en Dios.

  Gén. 22:9. Sólo Dios sabe las palabras de consuelo que diría el pobre Abraham a su hijo en aquellos momentos, lo cierto es que se nos indica que éste no se resistió.

  Gén. 22:10. El v habla por sí solo. Abraham fue fiel hasta la muerte.

  Gén. 22:11. Estamos seguros que no era un ángel cualquiera. El buen Abraham reconoció enseguida la voz de Dios al igual que ocurrió con Isaías en 6:8.

  Gén. 22:11. Este v es la calificación de la prueba de Abraham por Dios y a fe que lo hizo con un sobresaliente en lealtad. Aquí, como podéis suponer, el ve temer no significa susto o miedo, pues que se refiere al respeto reverente que uno siente hacia Dios. Muchos de los hermanos han encontrado aquí una cierta piedra de tropiezo ya que parece criticar la actitud del Señor, el cual esperó hasta el fin, hasta el último momento para parar al patriarca, pero es que como el humano tiene voluntad propia, Dios no podía intervenir hasta el último segundo. El probado debía realizar la película por completo y así fue en el caso que nos ocupa, de quien dice el v 19 de Heb. 11 que Abraham recibió a Isaac como a un resucitado. La lección es particular, todos nosotros hemos de decidir si vamos a obedecer a Dios hasta las últimas consecuencias o no. Sí, claro, toda esta historia, aparte de lo que se indica, es todo un prototipo de lo que iba a pasar en el Calvario. Rom. 8:32 nos enseña que el Señor consintió en el sacrificio de su propio Hijo para nuestra salvación. Lo que Dios no exigió de Abraham, lo hizo en su persona.

  Gén. 22:13. Por primera vez aparece en la Biblia la idea de un sacrificio sustituto. Así, en lugar de Isaac Abraham pudo ofrecer el sacrificio que Dios había preparado. Sin duda aquel fue el día más feliz de su vida. El propio Cristo dijo de él: Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día, y lo vio y se gozó, Juan 8:56. Aquí se describe como Cordero de Dios sano y apto para el sacrificio eterno que el Padre tenía preparado desde antes de la fundación del mundo.

 

Conclusión:

Resumiendo diremos que taxativamente el AT enseña que el sacrificio humano no tiene ningún lugar en el culto del Señor, Miq. 6:6-8, y que Abraham aprendió que el Señor es siempre fiel a sus promesas y que Él cumple con los que le obedecen. Pensemos por un momento en la afirmación del título de la lección: En realidad, ¿daré lo que Dios me pide? Abraham lo dio al igual que una lista interminable de testigos, ¿vamos a ser menos?

¡Qué Dios nos bendiga!

 

 

 

 

070334

  Barcelona, 19 de octubre de 1975

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158 QUIERO LO QUE YO QUIERO

 

Gén. 25:19-34; 27:41-43

  Introducción:

Siguiendo en la línea de las trece lecciones que nos hablan de la busca del “origen del hombre”, nos encontramos con el presente que denuncia y soluciona uno de los problemas más antiguos del carácter humano: El orgullo. Es de lamentar que quizás éste sea el origen de lo menos cuarenta de los males que aquejan a la pobre humanidad. Es un gran peligro porque trabaja dentro de nosotros y contra nosotros, sin darnos cuenta, va minando nuestra propia rara seguridad y nos hace dar pasos que siempre habremos de lamentar. Esta lección enseña que el éxito no es el todo en la vida, porque si uno triunfa por medio del engaño y la violación de los derechos de otras personas, no tendrá la satisfacción que intentó conseguir. En otro orden de cosas, llevadas a nuestro terreno, nos deberían bastar aquellas inspiradas palabras de Salomón: Confía en Dios con todo tu corazón y no te apoyes en tu inteligencia, Prov. 3:5. Las razones saltan a l avista, este apoyo es ficticio pues, como el bastón de goma que falla cuando más peso se apoya en él, la prudencia cede al primer envite de la corriente. Del mismo modo, al fin de su vida azarosa Jacob resumió sus experiencias, diciendo: pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, Gén. 47:9b. En efecto, a pesar de que Jacob era el padre de la nación de Israel, al principio no estaba contento o convencido en confiar en Dios y empleó toda clase de artimañas para obtener sus fines. Tanto es así que, como sabemos todos, en su afán de salir adelante no respetó siquiera  ni a su padre ni a su hermano aunque, bien es verdad, Esaú tampoco fue el ideal de hijo que debería haber sido. Se puede decir que desde su fantástico nacimiento, los dos, Esaú y Jacob, tuvieron bien marcadas y distintas personalidades. Ambos tenían ciertas las características muy buenas… y muy malas. Eso sí, ambos tenían en común que durante sus primeros años ninguno de ellos confió realmente en Dios ni es sus promesas, sino que cada uno quiso satisfacer sus apetitos sin pensar en las consecuencias futuras de sus hechos. Del mismo modo, y salvando las distancias, cada persona es responsable ante Dios por sus hechos y, en efecto, un día tendremos que dar cuentas de los mismos a Él. Por otro lado, sepamos que nadie es autosuficiente y que todos, absolutamente todos dependemos de Dios.

 

Desarrollo:

  Gén. 25:19. Con este v empieza la parte de Génesis que enseña que las promesas hechas a Abraham en el cap. 12 y repetidas en el 15 y en el 17, comienzan a cumplirse en Isaac. Estaba en la mente de Dios el plan de dar a los hijos de éste, la fama, el buen nombre, la tierra y los muchos descendientes que había prometido. ¿Qué podemos decir de Isaac? Es el verdadero retrato del heredero perfecto, del hombre y marido perfectos, obediente a Jehovah Dios y rebosante de una fe clara y sencilla. Isaac nunca buscó su propia voluntad, toda su vida siguió siendo el sacrificio perfecto que se nos narra en el cap. 22.

  Gén. 25:20. La hermosa historia de la búsqueda de una esposa para Isaac se relata ampliamente en el cap. 24. Nos imaginamos que Abraham sabía que Isaac no era una persona agresiva y, entre otras cosas, por eso no quiso que se casara con una mujer cananea. ¿Pensaba, quizás, que éste hubiera sido incapaz de dominarla en un asunto tan importante como puede serlo la religión? ¿Quizás tuvo miedo de que ella lo hubiera iniciado en las prácticas de Baal o baalismo tan en boga a la sazón? No lo sabemos, lo cierto es que quiso tener una nuera de la familia.

  Gén. 25:21. Por lo que vemos la esposa de Isaac tuvo el mismo problema que su propia madre, Gén. 16:1, 2, pero la solución con ser difícil, estaba más a mano. Sin duda él vio la fe probada de su padre y seguramente, su madre le había contado innumerables veces su propio nacimiento milagroso. Así que nos imaginamos a Isaac sabiendo realmente lo que debía hacer. Como no ignoraba que no había nada imposible para Dios, comenzó a orar. Y a su debido tiempo la respuesta llegó y el problema fue resuelto por ese medio. Podemos decir, pues, que los hijos de Isaac eran el fruto de su fe.

  Gén. 25:22. Es natural que Rebeca se encontrara tan mal que pensaba que no iba a vivir. El original hebreo, tan gráfico como siempre, nos va a dar más luz. Dice literalmente: y los hijos se aplastaban el uno al otro dentro de su cuerpo. Es humano pensar que Rebeca no fue a Dios únicamente para consultarle, sino también para buscar su propia sanidad puesto que el dolor era tan agudo que pensaba que iba a fallecer.

  Gén. 25:23. Esta profecía tuvo mucho significado para todos los hebreos. Está diciendo realmente que siempre serían superiores a los vecinos los edomitas. Sabemos que este pueblo nómada, de piel oscura y vellosa, vivía en las montañas rocosas del desierto al sur de Israel, eran pastores de ovejas y cabras reivindicaban a Esaú como su padre. Su historia es muy azarosa, David los conquistó, pero siglos más tarde ellos aprovecharon la caída de Judá para dar o participar en el saqueo de Jerusalén. Los judíos no perdonaron nunca esta traición, incluso el profeta Abdías denuncia esta actitud, Abd. 1:14. Posteriormente, el apóstol Pablo citó esta profecía en Rom. 9:12 para mostrar que Dios escogió a Israel para servirle y que, por lo tanto, los judíos no tienen ninguna excusa por pobre que sea para rechazar la invitación de Cristo. Pensamos que es triste que Rebeca no haya querido esperar la mano de Dios en el cumplimiento de esta profecía, sino que se precipitó y la quiso arreglar por medio de la política solapada y el engaño. Estamos seguros de que Dios, en el momento preciso, en el lugar adecuado, hubiera demostrado su preferencia por Jacob y nadie hubiera sido perjudicado con la espera. En Gén. cap 27, podríamos leer el precio que Rebeca pagó por su parte en la trama. En efecto, fue un precio muy alto para una madre. Su favorito, su hijo Jacob, tuvo que vivir veinte años en el destierro y cuando volvió a casa, a la casa que le había visto nacer, ella había muerto. Desde el momento en que le abrigó y le dio alimentos para el camino, no le vio nunca más. Me diréis que cabe tamaño sacrificio materno, pero creo que si ella hubiese calibrado el precio habría esperado.

  Gén. 25:24, 25. Abraham tuvo un solo heredero legítimo, pero en el caso de Isaac que tuvo dos, el problema se planteó en el acto: ¿Cuál de los dos iba a recibir las promesas? A pesar del v. 23 que es determinante, nos imaginamos a aquella pareja indecisa sin pensar que hacer. Por eso echaron una mano tratando de ayudar a Dios. Como sabemos el significado del nombre Esaú es “velloso” aunque su etimología no sea tan clara como Edom que si significa “rojo”. Esaú nació robusto, peludo y rubio.

  Gén. 25:26. Es curioso. Aun en el momento de nacer, el menor quiso adelantarse al mayor y echarlo para atrás, pues no tiene otro significado esta figura. El nombre de Jacob, además de ser “el que suplanta”, puede indicar “el que Dios protege”. Sin embargo, la Biblia no disimula su mayor defecto: el engaño. Pero, esta relación se cumple inexorablemente en la vida, tal y como él engañó a su padre, sus propios hijos le engañaron a él, Gén. 37:31-35.

  Gén. 25:27. Vemos que este v no sólo describe las dos distintas personalidades de los hermanos, sino también las de los pueblos que salieron de ellos. Los pastores y agricultores de Israel creían que los cazadores de Edom vivían una vida muy liviana, sin tener problemas, a un salto de mata, desperdiciando sus bienes sin hacer provisión para los tiempos difíciles que vendrían sin duda. Son dos actitudes comunes frente a la vida que aún tienen vigencia en la actualidad. Los dos hombres eran totalmente distintos. Esaú se nos presenta como un hombre de acción, poco dado al pensamiento y a la contemplación de las artes. Era, en una palabra, un hombre que buscaba las ganancias y soluciones rápidas, vivía para el día sin pensar en el mañana. Era aquel perfecto aventurero que todos quisiéramos ser y por el cual hemos soñado más de una vez. Quizá el anciano Isaac, tan dominado por su esposa, vio en él algo del ideal que él mismo nunca había podido ser, Gén. 27:2-4, 27, 28. Pero no debemos juzgar a Edom a la ligera. Quizás pensara que “bastaba al día su afán”, que mañana “Dios proveería”, que debía confiar en Dios y esto sería elogiable.

Jacob, por otro lado, era un hombre pensativo, algo cerebral, no “parado” en la acepción moderna de esta palabra, sino estable, ordenado, sin dar un paso antes de dónde podría poner el otro. Así, amaba la civilización de la época y la vida en comunidad más que su hermano, el cual, como hemos visto, sólo quería estar en el campo pues allí se encontraba a gusto. Claro, Jacob tenía buenas cualidades, pero las usó muy mal y no quiso esperar la oportuna bendición de Dios a su tiempo, ni confiar en Él en cuanto a la sana dirección de su vida y, por lo tanto, su egoísmo y engaño, en lugar de traerle los ansiados beneficios permanentes le causaron mil y un sufrimiento durante toda su vida.

  Gén. 25:28. Aquí aparece descrito en pocas palabras el drama de aquella familia. Este v describe de forma magistral un error grande de los padres: el favoritismo. Todo el cap. 27 es una ampliación de este breve v. Lo que en principio parece no tener importancia, fue la causa de muchos años de dolor e incluso muertes, para que el agua volviese a su cauce. Es importante respetar la personalidad de nuestros hijos y tratar a cada uno con el mismo amor; mejor, con la misma cantidad de amor si ello pudiera medirse de alguna manera. Los padres que nos ocupan no dejaron vivir a sus hijos sus propias vidas, ambos quisieron manipularlos para satisfacer sus fines algo personales.

  Gén. 25:29. La escena describe de forma admirable todas las cualidades de cada hermano. El cazador no hizo provisión antes de salir y llegó a casa rendido y dispuesto a lo que fuera.

  Gén. 25:30. Esaú no sabía lo que Jacob preparaba y es casi seguro que pensaba que era algo pensaba que era algo de guisado de carne por el color rojo, y dijo: Dame de lo rojo, de eso rojo, porque estoy fatigado y tengo hambre. Este v enseña que es a causa de su buen alimento, y no por el color de la piel, que se le dio el nombre de Edom. Lo que de verdad nos importa es hacer constar que bien es verdad que Esaú era un hombre de fuertes apetitos y que pensaba únicamente en satisfacer sus deseos inmediatos.

  Gén. 25:31. En este v se ve la astucia e incluso la maldad del fiel Jacob. No vaciló ni un segundo en aprovecharse de las circunstancias y sin vacilar le pidió lo más valioso por aquel entonces. Según Deut. 21:15-17, el hijo mayor recibía una doble porción de la buena herencia paterna y era reconocido como la única cabeza de familia a la muerte de su progenitor.

  Gén. 25:32. Otra vez se demuestra la personalidad de Esaú. Era un hombre impulsivo y poco dado a pensar las cosas. Casi es seguro que habría otras personas en la comunidad que le hubieran dado algo de comida a menos precio, pero él no estaba nada acostumbrado a esperar: quería, pues, resultados inmediatos.

  Gén. 25:33. Jacob quiso concluir de forma rápida un contrato permanente: por eso mismo aprovechó el cansancio y la debilidad de Esaú para hacerle jurar que cumpliría el compromiso. Cuando vemos esta escena todos sonreímos pensando que un juramento así no tiene la menor importancia. Los hombres actuales rompen no ya juramentos, sino tratados, letras aceptadas y sin aceptar, talones, etc., sin el menor sonrojo. Pero entonces no era así, el juramento en tiempos bíblicos  tenía un valor real, el mismo o más quizás que en los tiempos actuales, firmar ante notario un documento de venta o compraventa, (leer Jos. 9:19).

  Gén. 25:34. En evidente. Esaú después de concluir el contrato sufrió otro engaño. El lugar de ser una sabrosa comida de carne como él esperaba quizá, resultó ser únicamente un simple guiso de lentejas. Este versículo es muy gráfico. Los cuatro verbos en he describen el disgusto del hombre engañado: comió, bebió, se levantó y se fue. No había nada más que hacer allí. Pero, sin embargo, sabemos que no olvidó nunca lo que allí le pasó y en Gén. 27:36 acusó a Jacob de un doble engaño. En una palabra: Este sencillo relato destaca la maldad y la equivocación de ambos hermanos: La de Jacob por su escaño y maniobras sutiles y la de Esaú, por no saber prescindir de sus apetitos físicos cuando éstos le pedían un precio tan elevado.

  Gén. 27:41. Así que conociendo como era este hombre, no nos debe extrañar que se doliera de la conducta de su hermano y jurase vengarse. Llegarán los días del luto de mi padre, esta es una frase común en oriente ante la muerte paterna y viene a significar: Así, cuando acabe los días de luto que debo tener por la muerte de mi padre… nos veremos.

  Gén. 27:42, 43. Pobre mujer, pronto empieza a cosechar los frutos amargos de su ardid. Para salvar a su hijo predilecto le envía a otra parte segura pero a riesgo de no volverse a ver como efectivamente sucedió. Claro que aquí cabe preguntarse si ella, en su fuero interno, estaba o no cumpliendo con la voluntad de Dios. Cierto que ella no ganó nada, pero también es cierto, y en esto debemos ser justos, que cada uno de aquellos malos pasos fueron dirigidos por el Señor de tal manera que inexorablemente, la bendición se cumplió y el resultado fue bueno. En este mismo orden de cosas, también debemos suponer que sin que ella hubiese intervenido y en consecuencia, sin haber sufrido, la voluntad de Dios para Jacob también se habría cumplido con la misma forma inexorable.

 

Conclusión:

Sin duda el engaño y el egoísmo son malos consejeros y nada aconsejables para nosotros los cristianos. Se cuenta una anécdota que ilustra muy bien lo que queremos decir: Cada año los pájaros volaban hacia el sur para invernar con la consiguiente envidia de una tortuga vecina. Ella quería ir con ellos por encima de todo, incluso contra la naturaleza, pensó en un modo admirable de viajar. Convenció a dos de sus mejores amigos pájaros a que con ambos picos sujetasen un palo mientras que ella se asiría con la boca en medio del mismo. Dice la misma anécdota, que las aves accedieron y aquel extraño trío comenzó a desplazarse hacia el sur. Un agricultor acertó a verlos y dijo con gran admiración: “El que pensó en eso fue inteligente”. La tortuga, que era muy vanidosa y egoísta, no pudo quedarse callada y abriendo la boca dijo: “Yo lo pensé”. Y cayó al suelo. La relación es evidente. Ninguno de nosotros nos dejaríamos llevar por el orgullo si pensáramos una y otra vez: ¡Yo pertenezco a Dios! Todo lo que tengo es de él y tengo que usarlo para su gloria.

¡Ojala que así fuera!

 

 

 

 

070335

  Barcelona, 26 de octubre de 1975

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159 DE SUEÑO A REALIDAD

 

Gén. 28:10-17; 32:24-29

  Introducción:

Es evidente que una experiencia personal propia con Dios es básica para la vida cristiana. De otra forma no podríamos concebir como era posible tener un contacto permanente con el Señor puesto que siempre nuestro “punto de mira” apunta hacia derroteros que no son los divinos. La presente lección nos enseña como un ser materialista y egoísta que practicaba normalmente el engaño y la astucia para seguir adelante en su vida, tiene no uno solo, sino dos encuentros decisivos con el Señor. Hoy acompañaremos a Jacob lejos de su casa paterna y le veremos vagar solitario y sin asilo en la tierra. Pero también vamos a ver como Dios empieza a ocuparse de él de un modo especial, en tanto que, nuestro hombre, empieza a recoger en cierta medida el amargo fruto de su conducta para con Esaú. Sin embargo, es positivo ver como el Señor pasa por alto toda la flaqueza y locura de su siervo y despliega su gracia y fiel sabiduría infinitas en sus caminos para con él. En efecto, como siempre, Dios cumple sus designios cualesquiera que fuesen los medios usados, pero si aquel hijo de Dios, el objeto de futuras bendiciones, en su impaciencia e incredulidad, quiere sustraerse al gobierno de su Amo, no puede esperar otra cosa que pasar por las experiencias dolorosas y sufrir un lamentable castigo. Eso fue lo que le sucedió a Jacob: no habría tenido necesidad de huir a Harán si hubiese dejado a Dios el obrar en su favor puesto que en lugar de permanecer pasivos bajo la mano de Dios queremos “ayudarle”, obrar por nosotros mismos sin darnos cuenta que obrando, así impedimos a Dios desplegar la potencia de su gracia en nuestro favor.

No obstante, el precepto estar quietos y conocer que yo soy Dios, que nos señala el Sal. 46:10, es un mandato que nadie puede obedecer sin mediar la gracia divina a pesar de que continuamente se nos insta a tener más y más confianza en él y a depender menos de nosotros mismos. Vuestra amabilidad sea conocida por todos los hombres: ¡El Señor está cerca! Por nada estéis afanosos, más bien, y presentad vuestras peticiones ante Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. El mensaje es evidente. Si hacemos esto, si confiamos en su veracidad, si dependemos totalmente de él, y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús, Fil. 4:5-7. De todos modos, mientras recogemos el fruto de nuestros propios caminos, de nuestra impaciencia y de nuestra incredulidad, Dios, en su gracia, se sirve de nuestra flaqueza y de nuestra locura para hacernos comprender mejor su tierra gracia y su sabiduría perfecta. Claro, esto no quiere decir que autoricemos ni justifiquemos ni la impaciencia ni la incredulidad ni la independencia nuestra para con Dios. Estamos sencillamente indicando que es en estas claras circunstancias cuando Dios interviene en favor nuestro, cuando estaría plenamente justificado su abandono y alejamiento. Es pues entonces, en pleno abandono moral, en pleno temor y hasta miedo por nuestra vida física, cuando Dios nos conforta con su presencia y regocijando nuestro corazón. Dios está sobre todas las cosas e incluso podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Dios tiene la exclusiva prerrogativa de hacer salir bien del mal: del comedor salió comida y del fuerte salió dulzura, Jue 14:14. En este orden de cosas, si bien es verdad que nuestro Jacob fue obligado a vivir desterrado a causa de su impaciencia y superchería, no es menos verdad, por otro lado, que si se hubiese quedado tranquilo en el hogar paterno, nunca hubiese llegado a comprender el potente significado de Betel. Jacob, en su primera experiencia comprendió que Dios estaba presente en un lugar donde menos lo esperaba. Y, aprendió al fin que un hombre no puede hacer prosperar sus planes por sus propias maniobras, sino sólo, repetimos, por la gracia de Dios.

 

Desarrollo:

Gén. 28:10. Recordemos brevemente la gran lección del domingo anterior, como a instancias de Rebeca, Jacob salió de su casa, de la casa de sus padres, para desplazarse a la de sus abuelos. En este v le vemos iniciando ya de hecho la acción, pero el viaje no fue tan feliz como lo planeó. El hecho de caminar con el cuello vuelto hacia atrás intentando descubrir si era perseguido por el hermano que había jurado matarlo, Gén. 27:36, 41, no era pues demasiado halagüeño. Estamos seguros que al primer día ya tuvo constancia de que sus maniobras y su engaño no le habían traído la paz y la seguridad por él buscadas, sino únicamente el peligro y la mala ansiedad. Su madre le había dicho que fuese a casa de Labán, su tío, por “algunos días”, los justos para que la ira de Esaú pasara, Gén. 27:42-45; pero esos días se tradujeron en unos veinte años existiendo la de que nunca más volvió a ver a su madre. En efecto, cuando al cabo del tiempo indicado volvió, ella ya había muerto.

  Gén. 28:11. Cuando llevaba ya varios días de viaje, la noche le cogió en un lugar desierto. Se acostó en las montañas, al norte de Jerusalén, cerca del sitio del segundo campamento de su abuelo Abraham, Gén. 12:8. Sin embargo, no pudo dormir tranquilo, su conciencia lo acusaba. A pesar de saberse poseedor de la hermosa primogenitura de su hermano, se vio pequeño y muy poca cosa debajo del cielo inmenso con sus millones de estrellas rutilantes. En una palabra: se sintió solo e indefenso. Pero, precisamente, estaba en la debida condición para que Dios pudiera encontrarse con él y pasar repaso a sus consejos de gracia y gloria. No hay nada mejor que exprese mejor la nulidad e impotencia del hombre que la condición a la que Jacob se ve reducido aquí: Debilidad corporal bajo la bóveda del cielo y teniendo una piedra como almohada.

  Gén. 28:12. Sabemos que en varias ocasiones el Señor se reveló mediante el sueño, Gén. 37:5-11; 1 Rey. 3:5-15, por lo que aquí no debe extrañarnos. Por escalera deberíamos entender la pendiente pavimentada en ángulo como aquellas halladas en muchas torres babilónicas Era la visión de un templo enorme en cuya cumbre estaba la morada de Dios en tanto que los ángeles subían y bajaban cumpliendo órdenes del Señor como las indicadas en Job 1:6, 7; Isa. 6:1-7. Sin embargo, lo importante del caso es hacer constar que Jacob comprendió que estaba en la presencia de Dios, que estaba en la entrada del cielo. En efecto, esta escalera apoyada en la tierra, nos lleva a la meditación sobre la manifestación de la gracia de la obra y persona del Hijo de Dios. Fue sobre la tierra que se cumplió la obra maravillosa que constituye la base, el fundamento sólido y eterno de todos los consejos en orden a Israel, a la Iglesia y al mundo. Fue en la tierra que vivió, trabajó y murió Jesús, para que por su muerte quitara todo lo que constituyese obstáculo al posible cumplimiento de los designios de Dios Padre para la bendición del hombre. Aun, el otro extremo de la escalera tocaba el cielo, por lo que formaba el medio de comunicación entre éste y la tierra y a través de ese fiel camino, subían y bajaban los ángeles. Dios ha provisto todo lo que les es necesario para el cumplimiento de sus planes para con el hombre y a pesar del pecado y la locura de éste, sigue en su puesto, apareciéndose y hablando a todos aquellos que, con los ojos del Espíritu, levantan la vista hasta el mismísimo extremo de la escala.

El profeta Oseas nos transporta sabiamente a los tiempos o a las cosas representadas por la escalera de Jacob, precisamente en el punto en que éstas tendrán debido cumplimiento, Ose. 2:18-23. Por otra parte tenemos una referencia más moderna a la visión de Jacob en las palabras del propio Jesús en Juan 1:51, de cierto os digo: de ahora en adelante veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre. Con todo, esta visión de Jacob es una revelación maravillosa de la gracia de Dios para con Israel. Hemos visto ya cual era el verdadero carácter y el estado real de Jacob probando hasta la saciedad que si había de ser bendecido, todo tendría que ser por gracia puesto que nada se merecía. Ni su carácter, ni su nacimiento, le daban derecho alguno a cosa ninguna. Esaú podía, en virtud de su nacimiento y carácter pretender a algo, a condición, por su puesto, que se pusiera al lado del derecho soberano de Dios, pero Jacob no tenía derecho a nada en absoluto. Así es que si el pobre Esaú no podía vindicar sus derechos sino a expensar de la soberanía de Dios, no le quedaban otros a Jacob que los que le concediera esta misma soberanía, y pecador como era, no podía descansar sobre otra cosa que sobre la sola soberana y pura gracia de Dios. Así que esta revelación  le recuerda lo que él mismo iba a hacer a través de su persona:

  Gén. 28:13-15. En efecto, veamos: Yo soy Jehovah… Yo te daré la tierra… Yo te guardaré… Yo te volveré… Yo no te dejaré… hasta tanto que Yo haya hecho lo que te he dicho… Todo viene de Dios sin condición ninguna. Pobre Jacob si pensaba acelerar las cosas con su intervención. Siendo la gracia de Dios lo que obra en nosotros, no hay ni puede haber ni sí ni pero, la entrega es absoluta no condicional. No queremos decir con esto que Dios no puede dar o poner a un hombre en situación de objetar un sí o un pero, sino que es en estado de plena obediencia cuando él bendice más. Aquí, en tanto que Jacob duerme sobre una almohada de piedra, lejos de hallarse en una situación de responsabilidad se halla, al contrario, en el abandono y la debilidad más completa. Y esta es la razón del por qué se encontraba en situación de poder oír la respuesta de Dios. No podemos por menos que apreciar la bienaventuranza más infinita que hay para nosotros en una condición tal que no tenemos nada en que apoyarnos fuera de Dios mismo, y en que, además, toda verdadera bendición y toda dicha positiva descansan para nosotros en los soberanos derechos de Dios y en su fidelidad a su propia naturaleza. Jacob era tan malo y se olvidó de Dios tantas veces a lo largo de aquellos veinte años que nada de lo que fue más tarde puede decirse que lo consiguiera por méritos propios, todo se lo debía al Señor.

  Gén. 28:16. La revelación que Jehovah hace de sí mismo es una cosa y entender o acatar esta revelación es otra bien distinta. Dios, lo hemos visto, se revela a Jacob en su gracia infinita, pero apenas se despierta le vemos manifestar su propio carácter, demostrando lo poco que aun conoce al Dios bendito que acaba de revelársele de un modo maravilloso.

  Gén. 28:17. Jacob no estaba tranquilo en presencia de Dios, pues sólo cuando el corazón está del todo quebrantado y el hombre está despojado de sí mismo, puede estar tranquilo en presencia de su Señor. Dios se agrada del corazón quebrantado, ¡alabado sea su Nombre! Y el corazón quebrantado se halla dichoso y feliz en su presencia. Pero el corazón de Jacob no se hallaba todavía en esa condición. Jacob no había aprendido todavía a descansar sobre aquél que pudo decir: Yo amé a Jacob, Mal. 1:2; Rom. 9:13. Y el perfecto amor echa fuera al temor. Donde este amor no se conoce y realiza plenamente, siempre hay dificultad e inquietud, y no puede ser de otro modo. La casa de Dios y la presencia divina no inspiran espanto en el alma que conoce el amor divino, tal cual éste se halla manifestado en el sacrificio de Cristo. Más bien dice el alma: Dios, la habitación de tu casa he amado y el lugar del tabernáculo de tu gloria, Sal. 26:8. Y todavía: ¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehovah de los Ejércitos! Mi alma anhela y aun desea ardientemente los atrios de Dios, Sal. 84:1, 2. Cuando el corazón está firme en el conocimiento de Dios sea cual fuese su naturaleza exterior, el Betel, el Templo de Jerusalén o la Iglesia ahora formada por los creyentes verdaderos juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu, Efe. 2:22. Sea como sea, el conocimiento que Jacob tenía de Dios y de su casa era limitado en esta época de su historia, y tenemos de ella una nueva prueba en el negocio que quería hacer con Dios, según los últimos vs. del cap. 28. Sin embargo, no lo ponemos en duda, Betel significó una gran experiencia en la vida del viajero. Años más tarde fue el sitio de su consagración completa a Dios, Gén. 35:1-15. En su segunda parte o experiencia recibió una confirmación divina de las promesas hechas a Abraham y a Isaac, Dios cambió su nombre para indicar un cambio radical en el propósito de su vida. El Jacob astuto se convirtió en Israel, el padre de un pueblo escogido y objeto de protección especial de Dios.

  Gén. 32:24. Veinte años habían pasado desde la experiencia descrita en el texto anterior. Jacob regresó a su tierra, un hombre rico con dos esposas y con mucho ganado. Al llegar a la frontera mandó por delante regalos para su hermano Esaú y se quedó solo pensando que podía ser la última noche de su vida puesto que Esaú tenía aún la intención de matarlo. La lucha fue espiritual y física al mismo tiempo. Jacob había evadido su responsabilidad y tuvo que enfrentarse con la verdad. Esperaba una lucha con Esaú y había arreglado sus problemas una vez más por medio del engaño, la astucia y los regalos. Nada le sirvió aquella noche: Tuvo que ir y resolver su situación frente a Dios y a sí mismo. La lucha no fue breve: toda la noche Jacob luchó con su conciencia y lo que él sabía que era la voluntad de Dios. Su adversario no era un ángel en el sentido popular de la palabra: Era un guerrero fuerte, ver: Gén. 28:1-16, en especial los vs. 12, 13 y Hech. 1:10, 11. Nadie estaba presente excepto él mismo y más tarde dijo que era un hombre, no únicamente una visión.

  Gén. 32:25. Es curioso notar que se nos dice que un varón lucha con él, no él con un varón. Si soy yo quien lucha con otro, indica que quiero conseguir algo de él, si es otro, quien, al contrario, lucha conmigo es que quiere conseguir algo de mí. Dios luchó con Jacob para hacerle comprender que era una débil y pobre criatura, pero al ver que era fuerte, con la conciencia endurecida, tuvo que dejarle una señal de impotencia. Jacob, a través de los desengaños de la vida en casa de su tío Labán se había encallecido por lo que presentó enconada batalla. Lucho con fuerza contra el deseo de aflorar de su conciencia, contra su culpa, y contra los pecados pasados. Le hemos visto hacer planes y arreglos con orgullo y astucia en casa de sus tíos a lo largo de veinte años, pero no fue hasta quedar solo que adquirió la idea de lo impotente y flaco que era cuando se abandonaba a sus propias fuerzas. Entonces fue, cuando ya incapacitado físicamente, ablandado espiritualmente y abonado moralmente, pudo decir:

  Gén. 32:26. No te dejaré si no me bendices. Aquel amanecer sorprendió a un nuevo Jacob. Cierto es que luchó mucho antes de ceder pues que su confianza en la carne era mucha pero, Dios sabe inclinar hasta el polvo el carácter más obstinado, al saber que iba o estaba luchando contra Dios, pidió una bendición. Ya no quiso confiar más en su fuerza ni en su inteligencia, a partir de aquel momento quiso que el Dios de sus padres morara en él.

  Gén. 32:27, 28. Así fue como por medio de esta experiencia Jacob recibió un nuevo nombre y un nuevo destino en la vida. Dios le vio y reconoció como un luchador y un vencedor. Era ya capaz de dar y llevar a su familia adelante a través de las experiencias difíciles. El príncipe de Dios fue ya el resultado visible de las promesas de Abraham e Isaac.

  Gén. 32:29. Jacob, de acuerdo con su personalidad quiso estar seguro de que luchaba con Dios. Sin embargo aún no sabía que algunas cosas hay que tomarlas con fe y no por conocimiento. Por esta razón, Dios no respondió la pregunta. Sin embargo, le dio motivos suficientes para que supiera quién era: Y lo bendijo allí.

 

Conclusión:

Para terminar esta lección observaremos que el libro de Job es, en cierto sentido, un buen comentario a esta escena que acabamos de considerar. De un extremo a otro de los 31 primeros caps, Job lucha con sus amigos y sostiene su tesis contra los argumentos, pero en el cap. 32, Dios, valiéndose de Elihú, entra en batalla con él, y en cap. 38, le ataca directamente en la manifestación de su grandeza y gloria, haciendo salir de su boca aquellas palabras bien conocidas por todos: De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco y me arrepiento en el polvo y la ceniza, Job 42:5, 6. Dios le había tocado en el encaje de su muslo y por tanto ya no se mirará más a sí mismo como a alguien a quien admirar, sino que, en su propia debilidad, verá el motivo de la grandeza divina. Sólo a la vista de lo que Dios es, puede uno producir un verdadero arrepentimiento y aborrecimiento del propio yo, y en consecuencia, acercarse al trono de gracia y hacer realidad nuestro sueño más querido: De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven.

Debemos aprender de la experiencia ajena y saber o entender el significado de las terribles palabras de Dios: Es tu destrucción, oh Israel, que esté contra mí, contra tu socorro, Ose. 13:9.

¡Qué Dios nos bendiga!

 

 

 

 

070336

  Barcelona, 2 de noviembre de 1975

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160 CONTIENDA ENTRE EL ORGULLO Y LA ENVIDIA

 

Gén. 37:5-11, 17b-24

  Introducción:

Iniciamos hoy el estudio de un personaje especial. En cuatro domingos vamos a desmenuzarlo tratando de encontrar lecciones prácticas para nuestras vidas. Es con mucho un personaje que se nos hace simpático porque ya de pequeños hemos estudiado su historia de mil y una formas distintas, conocemos sus vicisitudes, sus andares, sus sueños, su lucha en Egipto, su protección a la familia y, ¿porqué no decirlo? Su fracaso individual en el papel que le correspondía en la promesa habida a Abraham y a sus hijos y descendentes. Es cierto que quizá como ninguno adquirió fama y riquezas haciéndose indispensable en una nación fronteriza, pero también es cierto que nunca heredó personalmente la tierra de sus padres. Tuvieron que ser sus dos hijos Manasés y Efraín los que formaran dos de las doce tribus que dominaron Palestina. De él, dicen las Escrituras, que fue embalsamado y puesto en un ataúd en Egipto, Gén. 50:26. Sus principios no podían ser menos justos y esperanzadores. José era un joven con muchos talentos y gran imaginación, pero su orgullo y falta de madurez le causaron mucho daño y le abocaron a lo que sería su destino. Sin embargo, por otra parte, la actitud de sus hermanos tampoco la podemos estimar como noble: en lugar de procurar vivir sus propias vidas y dejar a Dios el juicio de otros como sería normal, quisieron destruirlo sólo porque parecía representar una amenaza para ellos. Cierto es que cada persona en la vida busca su identidad y queremos que se nos conozca como seres distintos y que nos respeten como tales, pero también es cierto que esta lucha por conseguir una identidad única, puede generar orgullo y envidia y en consecuencia puede causar sufrimiento en lugar de satisfacción. Por otra parte, esta lección enseña que la preferencia de un hijo sobre los demás puede causar también más problemas, que el orgullo y la soberbia causan celos y que éstos pueden causar engaño y el deseo de venganza. Así tenemos como resultado la cadena de emociones que crea violencia y sufrimiento aun entre los miembros de una misma familia. Ya es sabido que el mundo se compone de personas diferentes y hemos de aprender a vivir en paz con ellas. Por último, conviene recordar que la envidia es un cáncer que sirve para destruir a la persona que lo cobija y que, de igual manera, el orgullo sirve para aislarnos cada vez más, dejarnos sin amigos y crearnos enemigos.

Ubicamos la escena en un momento histórico de Jacob: Él y sus cuatro mujeres, Raquel y Lea, esposas, Bilha y Zilpa, concubinas, y sus doce hijos, Rubén, Simeón, Leví, Judá Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser, Neftalí, José y Benjamín, sus rebaños, siervos y criados, estaban ya en las tierras de su abuelo Abraham iniciando la posesión de una tierra que no sería del todo real hasta muchos años más tarde, cuando:

 

Desarrollo:

  Gén. 37:5. Como bien sabemos todos la causa inmediata del enojo de los hermanos de José eran los sueños que señala el v, pero detrás del mismo había algo mucho más grave. Como Jacob había sido el favorito de Rebeca, su madre, él hizo lo mismo con José, hijo de su mujer más amada, le hizo una túnica especial, una túnica de un príncipe y además no lo mandó al campo para hacer el trabajo molesto de pastor como el resto de sus hermanos, Gén. 37:3, 13, 14. Tal vez Jacob recordaba los tiempos difíciles de pastor que él mismo había tenido que vivir con los rebaños de su tío Labán y quiso ofrecer una vida más cómoda al hijo que podía representar el ideal que a él mismo le había gustado ser. Pero fue un error, pues su preferencia por José hizo al muchacho el objeto de la envidia y el desprecio de sus hermanos. Con un poco de imaginación y buena voluntad podemos entender el sueño de José. Tenía justamente diecisiete años, que es precisamente la edad de las grandes ilusiones, proyectos y sueños de futuro, pero haríamos bien aconsejando a nuestros jóvenes que sus sueños fuesen metas secretas, siempre necesarias, pero que jamás se jactaran de ellas ante los demás si no querían sufrir no sólo dolor y decepciones, sino malentendidos y hasta desprecios.

  Gén. 37:6, 7. Para entender bien esta escena deberíamos hacer constar que para el mundo antiguo los sueños tenían mucha más importancia que para nosotros. Muchas personas de aquella época consideraban que los sueños eran unas manifestaciones divinas del futuro y que, por lo tanto, la persona que sabía interpretarlos era conocida como un maestro y, en consecuencia, conocedor del futuro. Ahora bien; ¿dónde podía residir el motivo de enfado de los hermanos? Pues sencillamente, el hecho de inclinarse en el oriente era una manifestación de la disposición de obedecer, y el sujeto que se inclinaba indicaba al rey o señor que estaba dispuesto a cumplir las órdenes. Esto es lo que entendieron ellos sin ninguna dificultad. Su hermano estaba indicando que ellos se inclinarían ante él o lo que es lo mismo, que él sería su Señor. En efecto, este sueño llegó a ser realidad años más tarde en Egipto como sabemos Gén. 42:6.

  Gén. 37:8. Los hermanos entendieron enseguida el significado del sueño y lo que vieron no les gustó de ninguna manera. ¿Cómo era posible que el penúltimo de sus hermanos les pudiese gobernar? Si se llamara Rubén, a lo mejor lo aceptaban en razón de su sabida primogenitura, pero ¿aquel mocoso? ¡Era inaudito! Sin duda era un malcriado y su padre hacía mal en confiar y esperar tanto en él. De todas formas el hincapié del v radica en el uso de las palabras aún más. ¿Qué significan? Sencillamente, se debía a una acumulación de todos los hechos anteriores por todos conocidos: La actitud de José en todo momento traduciendo su orgullo, el trato bien preferente que recibía de su padre a los ojos de todos, la ropa de la nobleza que vestía a todas horas, sus propios sueños y lo que es más importante, su propia y particular interpretación habían culminado con ese “aún más”. Todo en él concurría para conseguir que le aborrecieran.

  Gén. 37:9. No se sabe a ciencia cierta cuanto tiempo pasó entre los dos sueños, pero el texto parece indicar que fueron correlativos, uno seguido del otro. Y la idea del segundo indica con claridad que José preveía un acto de veneración familiar que no sólo incluía a sus once hermanos como antes, sino también a sus padres. Aquí deberíamos citar una salvedad pues como su madre Raquel había muerto, Gén. 35:19, su referencia ha de haber sido Lea, la primera esposa de su padre y hermana de su madre que vivía todavía y a quien, por costumbre, adquiría la maternidad de los hijos habidos de su hermana. Aunque lo que de verdad nos importa es el hecho señalado y reconocido de que él veía, aun sin saber cómo, un gran homenaje y una disposición de servir de las personas que por norma debían ser servidas. En efecto, este sueño se cumplió en Gén. 42:6; 50:18.

Así fue como José soñó que había de llegar a ser el centro de la vida de la familia. Es posible que las tres muertes recientes de las que había sido testigo habían influido en su carácter hasta el punto de desear ser el protector familiar. La primera de ellas, la de Débora, la antigua nodriza de su abuela Rebeca, es posible que le sirviese para pensar que allí se rompían los vínculos de la familia en Harán; la segunda, la de su propia madre Raquel, en Belén, tuvo la virtud de espolearle en el sentido de sentirse más hombre y más consecuente y la tercera, la de su abuelo Isaac en Macpela, en el mismo lugar donde enterraría a su padre veintisiete años más tarde, quizá le sirviese para aceptar al Dios que nunca dejó de adorar. Así, y dejando aparte la ropa talar principesca, objeto de la envidia de los hermanos, deberíamos buscar la raíz de su enemistad mucho más profundamente. Dios dijo refiriéndose a la mujer en Edén: Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente. Y este es uno de los dichos más profundos de toda la Biblia. Es la clave de la Escritura. Todo lo que viene después no hace más que probar la virulencia y la universalidad del conflicto entre los hijos de Dios y los del diablo. Se mostró ya en Caín y Abel. Ha amargado a toda la familia. Ha dividido al hogar. Algún día ha de estremecer a todo el universo. Este fue el secreto del conflicto que se formó alrededor de José. Entendemos que el hogar estaba mal organizado, que todos los males inherentes a la poligamia estaban allí, que Jacob se nos muestra incompetente para dirigirlo. Pero, no obstante, vemos allí un ejemplo de aquel problema del que habló el propio Cristo: He venido para enfrentar al hombre con su padre… José, sin embargo, cumplió fielmente con su papel. No hizo pecado ni hubo engaño en su boca y cuando padeció bajo la calumnia, ni siquiera pensó en vengarse y así fue sostenido por Dios en medio del odio y la oposición de todos sus enemigos, y por último, sus sueños fueron cumpliéndose en los días de prosperidad que siguieron.

  Gén. 37:10. No deberíamos asustarnos. La reacción de su padre y la de todos sus hermanos era absolutamente normal. José se había excedido en su actitud, pero también es cierto que la reprensión de su padre fue hecha tarde y era insuficiente a todas luces. Quizás Jacob, recordando su antigua parcialidad, no tuvo la fuerza moral para decir nada más.

  Gén. 37:11. Este v indica bien a las claras que tanto su padre como sus hermanos concedieron mucha importancia a los sueños de José. No. No eran sólo las ilusiones normales de un jovencito ambicioso, puesto que inspiraban dos actitudes claras y opuestas: envidia por parte de los hermanos y reflexión por parte del padre. ¿Qué podría estar meditando Jacob? ¿Acaso estaría barajando las posibilidades de su hijo en el Plan de Dios y sus Promesas? Sin duda la interpretación del sueño le tendría muy preocupado pero tal posibilidad en nada le distanció de su bien amado hijo.

  Gén. 37:17b. Días más tarde de los hechos que hemos estado considerando, los hermanos de José salieron de Hebrón, Gén. 37:14 buscando pastos para los grandes rebaños de Jacob y fueron hacia el norte, hasta Dotán, cerca del sitio donde más tarde se levantaría la ciudad de Samaria. ¿Y qué fue a hacer allí José? El chico tenía una misión muy importante. Sus hermanos estaban pasando por momentos de peligro como podría ser un ataque de los belicosos cananeos, o una enfermedad o un accidente. Hacía días que Jacob no tenía noticias de ellos y quería saber como estaban y envía a su único recurso: Su hijo preferido. Lo que tira por tierra la teoría que indicaba que su padre no amaba lo suficiente al resto de sus hermanos. Pero  la misión resultó demasiado difícil para un joven con ropa larga y rica, poco apto para cargar corderos, vadear ríos y atravesar vaguadas. El resultado fue que se perdió en el viaje, Gén. 37:15-17.

  Gén. 37:18. En efecto, la visita de José no fue motivo de gozo para sus hermanos, al verlo acercarse tramaron contra él. Sabían que era más listo, con más inteligencia y con más imaginación que ellos, pero en lugar de aprovecharse sanamente de sus talentos, se decidieron eliminarlo. Por desgracia es muy corriente el hecho de que se quiere ganar a la competencia, eliminándola. Pero en aquel hecho existió sin duda la alevosía. No fue idea de uno solo. Dicen las Escrituras que se confabularon contra él. Sin duda, este es un pasaje paralelo al de Caín y Abel, Gén. 4. Pensaban que con aquella muerte ganarían tres cosas: Castigar a un padre por su preferencia, dar castigo a José por su arrogancia y poner fin a los sueños proféticos que los humillaban.

  Gén. 37:19. El hebreo es más rico que nuestra traducción. Dice de forma literal: Mirad, viene el dueño de los sueños. En suma, dicen y reconocen en él a uno que tiene capacidad para tener sueños más o menos proféticos. Así que mientras viviera sería un constante peligro para ellos porque, un día y otro, aquellos podrían ser una realidad.

  Gén. 37:20. Tal y como años antes su padre había hecho un plan para engañar al anciano y ciego Isaac, ellos confeccionaron su propio engaño tratando de que éste fuese lo más real y creíble posible. Aquí se nos indica claramente porque tomaron una radical decisión: tenían miedo de los sueños de su hermano. Dijeron con sencillez: Si lo matamos, veremos en qué quedan sus sueños. Así es como la envidia no puede triunfar nunca, lo único que puede es eliminar a la oposición y, además, de forma cobarde.

  Gén. 37:21. Rubén, el primogénito de Jacob, Gén. 29:32; 35:23, aparece como el más sensato de los hermanos. Actuó con nobleza y compasión y defendió a José librándole de una muerte cierta. Pero, ¿podemos suponer el por qué actuó así?

  Gén. 37:22. Rubén, en el peligro de José, vio también el suyo propio. Era el primogénito, era el responsable, y sus hermanos estaban dispuestos a eliminar la competencia, fácilmente podrían volverse también contra él. Así empleó en sus argumentos, algo de la astucia heredada de su padre.

  Gén. 37:23. En efecto, la túnica de José tenía importancia para los hermanos. Ya lo hemos dicho, era el símbolo de una vida cómoda, una vida de realeza que encajaba en la interpretación de los sueños que tanto les irritaban. No, no se trataba de la ropa de trabajo que ellos llevaban, eran la ropa de privilegio que sólo la familia real la podía llevar, 2 Sam. 13:18, 19, y en un simbolismo cruel quisieron emplearla como evidencia de la muerte de José, Gén. 37:31-33. Una vez más se cumplió el axioma del mal: tal y como Jacob engañó a su bueno y anciano padre, sus propios hijos le engañaron a él, Gén. 27.

Gén. 37:24. La vida de nuestro José tenía muchas y muy diversas sorpresas. En un momento se acercaba feliz con su ropa real y de repente se encontró en medio del barro de la cisterna sólo con la ropa interior. Este es un pasaje paralelo con aquel otro de Jeremías, Jer. 38, en el que también se empleó una cisterna como calabozo, pero en ambos casos Dios los sacó del pozo, Sal 40:2.

 

Conclusión:

Resumiendo podemos decir que si bien es cierto que cada uno de nosotros tenemos un carácter y unos dones, también es cierto que es precisamente ese rosario de habilidades bien usadas lo que hace prosperar una comunidad cristiana. Que el orgullo y la envidia son malos consejeras y que la humildad y fe en Dios son los mejores antídotos para combatirlas hasta su extinción.

 

 

 

 

070337

  Barcelona, 9 de noviembre de 1975

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161 HALLO FORTALEZA AL SERVIR A DIOS

 

Gén. 39:6b-12, 16, 21

  Introducción:

La presente lección es quizás la más importante de las cuatro dedicadas a José porque nos da la oportunidad de estudiar tres grandes verdades que nos son básicas a los que, como nosotros, creemos en el Evangelio. La primera de ellas es la que se halla descrita en nuestro texto áureo: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana, pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la fuerza y la salida, para que la podáis soportar, 1 Cor. 10:13. En efecto, cada ser humano tiene que experimentar tentaciones a lo largo de su vida, sin embargo, se nos dice muy claro que Dios no va a permitir que seamos tentados más de lo que podemos resistir y que, además, junto con la tentación va a darnos una salida que, bien aprovechada por nuestra parte, nos evitará caer en ella. En esta línea se encuentra el ejemplo de José, el cual demostró una capacidad moral enorme gracias a la cual resistió la tentación. En una palabra: Tuvo los recursos espirituales suficientes para mantenerse firme y no ceder ante el pecado. Lo que indica de forma harto suficiente que si nosotros caemos no es ni por culpa de Dios ni por culpa de la tentación propiamente dicha ni por culpa de las circunstancias que nos hacen contemporizar, sino que es por falta de la fuerza suficiente y, lo que es peor, por nuestra falta de confianza en Dios y nuestro poco deseo de servirle como se merece. La segunda verdad que hemos apuntado está compuesta por la idea de que es de suma importancia el ser hallado digno de confianza. Sabemos que nuestras acciones siempre hablan con mucha más claridad que nuestras palabras y es en los momentos difíciles cuando debemos demostrar mejor nuestra entereza y no defraudar jamás a quien nos dio su confianza precisamente basándose en nuestras creencias religiosas o en nuestra forma de ser. En el caso de José, él demostró ser una persona de confianza y, en consecuencia, sus caminos fueron bendecidos. La tercera verdad, que se eleva por encima de las dos anteriores, es el triunfo espiritual de José. Fue a la cárcel no porque era culpable, sino porque era inocente. Los que hayamos estado bajo la acusación de un magistrado siendo si son culpables nos entenderán a la perfección. ¡Qué honra, qué hermoso consuelo debe ser sufrir a causa del Señor! José, a pesar de todo lo que le ocurrió y que luego veremos, nunca perdió su confianza en Dios. Él sabía en quién había creído y que estaba en la cárcel porque era inocente y, lo que es más importante, porque sabía que Dios estaba con él. Así no nos extraña que aún es sus momentos más difíciles hallase la fortaleza para vencer.

 

Desarrollo:

Gén. 39:6b. En la pasada lección lo habíamos dejado en el fondo de una cisterna a causa de la envidia de sus hermanos y de su falta de madurez. Luego, sabemos que fue vendido al egipcio Potifar, en cuya casa le encontramos al arrancar la acción de esta lección. Aquí la Biblia describe a José como un hombre atractivo, inteligente e, incluso, como se lee en alguna traducción, de buen tipo. No obstante, y esto nos debe constar por encima de todo o de cualquier otra cosa, no se debió sólo a que heredó la belleza de su madre y la inteligencia de su padre, sino al hecho de que Dios estaba con él en todo momento dándole prosperidad y bendición. Por eso, aquel muchacho que conocimos tan inmaduro es ahora un hombre noble y respetable y, lo que es mejor, responsable. En el resto de vs. de este cap que no vamos a estudiar se nos enseña que, aun siendo un esclavo, su amo lo hizo administrador general entregándole todos sus bienes. El caso no era normal, era una responsabilidad muy grande para un joven, máximo cuando no se ignoraba su condición. Sin embargo, él sabía que aquella enorme bendición la había recibido porque Jehovah su Dios estaba con él bendiciendo sus esfuerzos, Gén. 39:2-5. Por eso, cuando llegaron los días de adversidad demostró que era fuerte quedándole los suficientes arrestos para ser humilde delante de las situaciones que lo requerían.

  Gén. 39:7. Sabemos a la perfección que el abuso del sexo es un pecado que ha afectado a todas las culturas y a todas las edades. Y nosotros, adultos conscientes, debemos señalar en las ocasiones que tengamos oportunidad, que éste en uno de los pecados más peligrosos, puesto que si bien destruye a la pareja, a la larga, también rompe aun tercero, un cuarto o a las dos familias. En aquellos momentos una invitación tan directa de la mujer de su amo era una tentación enorme para un joven que estaba lejos de su familia y que pensaba que nadie lo amaba en realidad, que estaba falto de amor y en circunstancias favorables para que hubiese podido aceptar tan halagadora proposición. José era muy atractivo y ella quiso seducirlo y conquistarlo no sabemos en fiel realidad con que oscuros propósitos. En fácil imaginarlo, estaba muy sola a causa de las forzosas ausencias de su esposo o tal vez por vicio. Todo esto y mucho más es lo que José barajó en su mente en los momentos de tentación.

  Gén. 39:8. Sin embargo, José reaccionó a tiempo y reconoció el peligro. Esto es importante, es imprescindible para vencer la cruel tentación el hecho de reconocerla a tiempo. Acerca de lo que nos ocupa, sólo el libro de Proverbios dedica dos caps enteros, el 5 y el 7. Allí se advierte a los lectores sobre la seducción de la mujer deshonesta. Y sin duda, hablar sobre este asunto se nos presenta difícil y más cuando estamos viviendo en un país cuya educación sexual tiene mucho que desear. Hasta hace sólo unos años el tema era tabú en cualquier escala social. Incluso en el seno de las sanas familias esto tiene tanta importancia que se evita hablar de él. Así los jóvenes se enteran, conocen y experimentan el sexo fuera del seno ideal y cuando lo hacen, en la mayoría de los casos, es muy tarde o demasiado tarde. Creerme, el sexo no es malo, lo es su abuso y así deberíamos enseñarlo a nuestros hijos. En este v y en el que le sigue José presentó los argumentos para no abusar de la confianza depositada en él. Reconoció y denunció la lealtad que debía a su amo y en especial a su Dios. Aun siendo esclavo, su señor le había colocado en una posición muy elevada. Ya hemos dicho que era el administrador de todo y esto, en aquellas normas y circunstancias, era harto extraño al menos a nuestra mentalidad, aunque deberíamos decir que sabemos de un precedente similar, pues años antes Abraham demostró semejante confianza con el jefe de sus esclavos, Gén. 15:2, 3; 24:2-4. No obstante, lo que de verdad importa es hacer notar que en el momento de crisis, José no abusó de su poderío. Sí, sus reservas morales y espirituales fueron suficientes para resistir la prueba. Sabemos que esa fuerza no se adquiere en el momento del peligro, sino precisamente en los momentos de calma. Así, el cristiano tiene que ganarla antes por medio de su crecimiento espiritual.

  Gén. 39:9. Este v es de suma importancia. La responsabilidad social se entiende a la luz de la de Dios. En efecto, un día cada uno tendrá que rendir cuentas al Señor, Rom. 14:10-12, porque la moralidad del humanismo es una casa edificada sobre la arena. Y si el ser humano cree no tener valor eterno, la moralidad que aplica es optativa según la ocasión que se la presenta, si el ser humano no se cree responsable delante de Dios, su moralidad se reduce a simples maniobras sociales para sacar ventajas. José no tuvo ninguna duda sobre su deber. Aun hoy día muchos quieren disculparse de su mala conducta diciendo: Me vi comprometido y no pude hacer otra cosa. Pero la pregunta triunfante de José fue: ¿Cómo, pues, haría ese mal y pecaría contra Dios?

  Gen 39:10. Así fue como la tentación era fuerte y contante sobre la vida del hijo de Jacob. Aquella mujer mantenía su ataque cada día y, esto, sin duda, constituía un nuevo peligro para el joven. Y sabemos que la resistencia moral de una persona puede perderse o desaparecer bajo aquel bombardeo constante de la tentación. José supo por intuición que la única solución era alejarse de la negra presencia de la tentación y por eso evitaba hasta estar cerca de la mujer. Desde luego, la relación sexual dentro del matrimonio es hermosa y bendecida por Dios, pero la unión indisciplinada del sexo rebaja la personalidad humana al nivel de los animales y corrompe el cuerpo y el alma. Por eso la Santa Biblia prohíbe expresamente el adulterio en tres mandamientos distintos: Éxo. 20:14; Lev. 18:20 y Deut. 22:22. Además, Jesucristo destaca su gravedad en el Sermón del Monte, Mat. 5:27-32.

  Gén. 39:11, 12. Evidentemente el pecado da astucia al pecador. La mujer aprovechó la ausencia de testigos para hacer la carga final. Mas, en el momento crítico, José conservó su integridad moral. Hizo lo que Pablo recomendaría a los jóvenes siglos más tarde, 2 Tim. 2:22, huir de la escena del pecado o de la tentación. No. En aquel momento no era recomendable discutir como lo había hecho antes o tratar de convencerla mediante argumentos más o menos bien hilvanados. Ella quería hechos. Sí, ella quería seducirlo. José hizo lo que deberíamos hacer todos en las mismas circunstancias: Alejarnos de una tentación tan fuerte. Él sabía de forma positiva que ella no le ofrecía amor, sino que únicamente estaba hablando en nombre de la pasión de la pasión de la carne y en consecuencia, traería la perdición para ambos más tarde o más temprano. El v. 12 es un ejemplo práctico del significado del texto áureo. En medio de la tentación, Dios le dio una salida que si no creemos que fue airosa, sus consecuencias serían beneficiosas pare el propio José.

  Gén. 39:16. El pecado es una reacción en cadena. Aquí queda demostrada la maldad de la mujer de Potifar. Ella, por despecho, retuvo la túnica de José, y como bien explica el v. 14, llamó a los siervos de la casa para usarlos como testigos contra el joven. Retuvo su ropa forzando la escena para que su marido no tuviera ninguna duda al respecto.

  Gén. 39:17, 18. La Biblia demuestra un profundo conocimiento de la psicología humana. Al ver burlados sus deseos, el ardor sexual de la mujer se convirtió en un odio igual de fuerte. Ya que no pudo dominar a José, intentó destruirle, 2 Sam. 13:15. Veamos un poco ligeramente la condición de la acusación. En primer lugar comenzó con un insulto que indicó su perjuicio racial ya que lo consideraba inferior a ella. Después, aun a sabiendas de haber pisoteado de hecho su honor y dignidad, invocó a su honor como algo sagrado. Y por último, con una mentira abierta acusó a José, cuando en realidad lo hemos visto sucedió todo lo contrario. Sin duda, la noble conducta del joven frente a la tentación la puso más furiosa aún si cabe.

  Gén. 39:19. Como era natural, y como ella esperaba, la primera reacción del marido fue de furor, pero lo que pasó a continuación no le gustó tanto.

  Gén. 39:20. Observémoslo, el castigo que aplicó a José era un tanto extraño. Por lo normal tendría que haber sido la muerte o los trabajos forzados de por vida para un esclavo acusado del crimen como el supuestamente producido por el joven israelita. A lo mejor Potifar conocía el temperamento de su esposa y tras pensarlo con calma se dio cuenta de que José no era de esa clase de gente pecadora, y nos parece que tomó una decisión muy sabia Respetó bien la palabra de su mujer, pero al mismo tiempo, es evidente, protegió al joven. No lo mandó matar ni siquiera lo envió a trabajos forzados o a galeras, es más, no lo puso en una cárcel común, sino que lo encerró en la del rey donde se recibía un trato preferente y lo que es más importante, era un lugar en el que existía la posibilidad de adquirir la libertad después de cierto tiempo de buena conducta.

  Gén. 39:21. Este v junto a los vs. 2, 3, y 33 son con mucho los más importantes del cap. El gran tema es que Dios está con los que le temen. En efecto, en todas sus experiencias, a José no le faltaron ni la protección ni la bendición de Dios. José sufrió una gran injusticia. Era inocente y recibió un castigo mientras que la verdadera culpable salió ilesa. Mas sin embargo, él no reaccionó contra Dios como hubiera sido lo más natural del mundo, o como el resto de los no creyentes hubiera encontrado normal, él vio así desaparecer y esfumarse todas sus posibilidades y escalafones de la sociedad a la que aspiraba, pero siguió con su fe en el Señor.

 

Conclusión:

¡Qué gran lección para todos nosotros! No hay lugar, no hay rincón, no hay país, que la misericordia de Dios no pueda vernos o alcanzarnos. Se nos dice que la gracia divina llegó hasta aquella cárcel real y, en consecuencia, José pronto halló favor en los ojos del carcelero y luego… en los ojos del mismísimo faraón.

Un niño pequeño procuraba con ahínco levantar una piedra muy pesada. Al verlo su padre le dijo: “Estás usando todas tus fuerzas” “Sí”, contentó el niño. “No creo que lo estés haciendo”, contestó el padre, “no me has pedido ayuda todavía”. A veces, no damos la talla y fracasamos en todas las tareas que empezamos a pesar de poner en ellas todo nuestro empeño. ¡Nos olvidamos de pedir la ayuda de nuestro Señor!

 

 

 

 

070338

  Barcelona, 16 de noviembre de 1975

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162 OTROS ANTES QUE YO

 

Gén. 44:18-23, 30-34

  Introducción:

Siguiendo con la línea de lecciones dedicadas a la figura justa y patriarcal de José, tenemos ante nosotros la más hermosa de las cuatro, la más emocionante, la más señera, la que nos dice más de entrega y sacrificio, en suma, una de las más emocionantes de la Biblia. Judá, siendo inocente en esta ocasión de todo el mal del  que se le acusaba, ofreció su vida para salvar la de hermano menor a sabiendas de que era la única forma de hacerlo y dar un poco de respiro a las canas de su padre Jacob. Ya hemos dicho varias veces desde esta misma tribuna que el egoísmo es uno de los más graves defectos de la humanidad. Es más natural, y hasta cierto punto defendible, la actitud del yo antes que otros que la evangélica realidad de otros antes que yo. La primera de ellas la practicamos casi sin darnos cuenta en todo momento y ocasión, y a consecuencia de ella nuestro mundo está sufriendo por falta de la necesaria compasión que, como sabemos, es el ingrediente más vital para el equilibrio humano en el mismo. En una palabra, por lo general no tenemos misericordia de la gente que sufre a nuestro alrededor porque, en primer lugar, ignoramos que existen y en segundo, cerramos los ojos cuando su evidencia es tan manifiesta que no podemos eludir la realidad. La segunda actitud, la más difícil porque nos pide un gran sentido de la voluntad, es sin duda reveladora de un sentimiento interior adquirido no por naturaleza sino por ejemplos vivos que han germinado y eclosionado en su persona. En esta línea, Judá era un hombre que se dada por los demás. En un momento dado, cuando debía tomarse una decisión arriesgada, no dudó en adelantarse y poner su vida en prenda y a favor de otros. Estos son los valores eternos, cuando otros no son capaces de enfrentarse ante la tremenda responsabilidad de la vida, siempre hay uno de ellos que adelanta un paso a sabiendas de que puede irle la vida. Judá, estamos seguros, comprendió muy bien el alcance de lo que había prometido y, naturalmente, estaba dispuesto a dar su vida para cumplir su palabra. Y tenemos que está lección enseña el valor de una vida humana y que la fiel satisfacción más grande no se encuentra en el egoísmo, sino en el sacrificio de uno mismo. Nada hagáis por contienda o por vanagloria, antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros, Fil. 2:3. Esta es la política loca del espíritu de los cristianos. No somos llamados a juzgar a los demás, sino todo lo contrario, a dar nuestra vida por los demás si es necesario. Pero para que esto no sea más que un pensamiento literario sin valor debido a las veces que lo hemos oído repetir, vamos a narrar una anécdota que expresará mejor lo que queremos decir: “Hace unos años, se aproximaba un gran tren a cierta ciudad y de repente el conductor vio sobre la vía a un perro que ladraba furiosamente. Y dio varios silbidos de aviso por ver si lo espantaba, pero el animal siguió en su sitio hasta que pereció bajo las ruedas. Cuando aquel tren llegó a la estación, el conductor tuvo la oportunidad de ver un trozo de vestido de una niña enganchado a la locomotora, por lo que dando aviso a sus superiores fueron al lugar del atropello comprobando que allí no sólo estaba el cuerpo destrozado del animal, sino el de una niña. Luego se supo que ésta había salido a pasear por el campo y que rendida de cansancio se había echado en los raíles y que el perro, al ver acercarse el tren hizo todo lo posible por despertarla, salvar su vida y que ante la imposibilidad de hacerlo, prefirió morir cubriéndola con su cuerpo por si así lo pudiera conseguir.” Es posible que el caso no fuese así, pero si que se nos indica que el perro murió por ella. Es esta línea donde queremos arrancar la lección de hoy. Sabemos que Judá no llegó a morir pero él se entregó a sabiendas de que esto era posible y, por lo tanto, ya se consideró muerto al avanzar y ofrecerse delante de José. Esto, hermanos, es evangelio puro. Es una negación al egoísmo humano y una aceptación de la cruz cotidiana que nos predijo nuestro Señor.

 

Desarrollo:

  Gén. 44:18. El discurso de Judá en defensa de su hermano menor es uno de los más profundos de la literatura universal, Gén. 44:18-34. Es una verdadera obra de arte lingüístico que todavía llega a las fibras más emotivas del lector y del oyente, máxime sabiendo toda la historia que lo precedió, caps. 42, 43 y 44 de Gén., y lo que también es importante, la que siguió. En primer lugar deberíamos notar la habilidad con que Judá empezó su discurso. Comenzó mostrando a José todo el respeto que hubiera manifestado al mismísimo jefe de estado egipcio, porque sabía que su hermano era el segundo del reino únicamente superado por el propio rey faraón. Pero, al mismo tiempo que le daba los honores de jefe de estado, mostró cierto temor que dejaba traducir sus palabras y que delimitaba su propia posición porque, en su fuero interno, sabía que en realidad no tenía derecho a hablar si aquel a quien alababa no le autorizaba a hacerlo. Por otra parte y salvando las distancias sociales que los separaban, aún existía el hecho de saberse reo criminal porque habían sido hecho prisioneros ante el cuerpo del delito y las pruebas del mismo aparecieron en todos los costales y la copa de José en el saco de Benjamín.

  Gén. 44:19. Con este v Judá comenzó a argumentar y a relatar su historia desde su punto de vista. Quería llevar a José a un terreno en que se pudiera si no dominar, al menos ganar para su causa. En una época de hambre en Palestina, su padre Jacob los mandó a Egipto en busca de trigo y allí encontraron a su hermano, aun sin reconocerlo, como gobernador y administrador general. ¿Cómo iban a reconocer a su hermano en la persona de un gobernante tan grande e importante? Seguramente pensaban que si José vivía iba a ser un esclavo perdido entre los millones que pululaban por las tierras egipcias. Pero los caminos de Dios son insondables y he aquí que él estaba en la capital y ante ellos preguntado por el resto de sus familiares, sobre todo por su padre y por su hermano menor Benjamín. Luego, inexplicablemente, les acusa de espías, Gén. 42:9, y ellos responden que eran honrados, vs. 11 y 31.

  Gén. 44:20. Judá pasa a relatar la patética situación familiar de su padre Jacob. Era un anciano, y lo que es más duro, aún estaba afligido por la desaparición de su hijo preferido. Por eso se ve y se entiende que a falta de aquél, encauzase su amor hacia el hijo menor de su querida Raquel. Así, Benjamín era la posesión más importante del anciano. Es interesante observar como se desplaza el interés del hombrea medida en que avanza con los años. En su juventud, Jacob, amaba al dinero y llevó a cabo diversas tretas y triquiñuelas para engañar incluso a su tío Labán. Pero al ser viejo sus valores se trastocaron y entendió que eran más interesantes y más rentables sus propios hijos que todos los tesoros de la tierra. En este pasaje se nos presenta la dificultad de que no sabemos a ciencia cierta la edad del joven Benjamín. Según Gén. 41.46, José tenía por lo menos treinta y siete años por lo que su hermano pequeño tendría de veintitrés a veintiocho. Pero no importa tanto la edad como el anuncio que se hace que fue tenido en la vejez. Todos aquellos que hemos tenido hijos siendo más o menos de edad, sabrán lo que queremos decir con esto. Son aquellos hijos que ya no se esperan los que nos hacen sentirnos más hombres y mujeres conscientes de nuestro papel en la naturaleza y sociedad.

  Gén. 44:21. Esta es la prueba que José puso a sus hermanos. Y es que quería saber si estaban dispuestos a abandonar a Benjamín cuando se jugaban su propia seguridad. Pero la frase pondré mis ojos en él, indica favor y motivo especial hacia el joven. Así se quiso probar si en efecto la envidia estaba enterrada para siempre fuera de sus corazones.

  Gén. 44:22. Los hermanos recordaban perfectamente que cuando desapareció José, casi matan a su padre. Por eso mismo, por esa misma razón, argumentaron que su padre no permitiría jamás que Benjamín volviese con ellos a Egipto. En realidad se ve en esta actitud la maduración del carácter de los hermanos de José. En la ocasión de su venta no pensaron en ningún momento que aquella desaparición pudiera causar a su padre algún mal, pero ahora, por aquel precedente, ya temen por su vida si le pasa algo a Benjamín y es que ya no hay envidias, entienden a su padre y aprecian su cariño.

  Gén. 44:23. José aún no está seguro e insiste en llevar adelante su plan y con él la prueba de sus hermanos. Retiene como rehén y garantía a Simeón, 42:24, y les manda de nuevo a casa poniendo como condición indispensable si querían tener una nueva ocasión que trajesen a Benjamín. Y para hacer la cosa aún más difícil, para hacer más evidente su superioridad, pone el dinero del trigo en sus sacos. Entretanto, la situación en Palestina seguía grave hasta el punto que Jacob pide a sus hijos que vuelvan a Egipto para comprar más trigo. Ellos le dicen que el primer ministro no les recibiría si no iban con su hermano pequeño. Después de una escena llena de emoción, Judá dice a su padre: ¡Yo te respondo por él! Gén. 43:9. Asumió de golpe toda la responsabilidad dando o añadiendo un juramento que de no cumplirlo significaría ser un culpable frente a su padre. Es más, en este juramento involucró la seguridad física de sus propios hijos, aunque lo más sublime de su actitud fue que estuvo dispuesto a sacrificarse por los suyos antes que desear la seguridad personal. Así fue como todos los hermanos llevaron a Benjamín a la casa de José, en Egipto. Pero al igual que en la primera ocasión, no lo reconocieron y él siguió endureciendo más la prueba. No sólo les devolvió el dinero del trigo adquirido, sino que mandó esconder su propia copa de plata en el costal de Benjamín. Judá, al pronunciar su discurso, no sabía aún si su hermano era culpable o no, lo único que sabía era la realidad de su promesa a Jacob, y trata por todos los medios de no defraudarlo.

  Gén. 44:30. Con este v Judá inicia la conclusión de su discurso. Y lo hace dándole un tinte sentimental por si de paso puede tocar la fibra más íntima de aquel gobernador tan desconcertante. Dice que la vida de Benjamín está íntimamente ligada a la de su padre, o lo que es lo mismo, que su padre tiene fuerzas para vivir en tanto viva su querido hijo. Notemos que aunque no nombra a José de forma directa, su presencia se nota a lo largo y ancho de todo el discurso puesto que desde su supuesta muerte, Jacob parecía vivir sólo para ver sus sueños realizados en la única persona de Benjamín.

  Gén. 44:31. Aquí dice con claridad que Judá sabía que si ellos regresaban con trigo pero sin su hermano, sería la causa directa de la muerte de su padre, recordaba que hizo un esfuerzo sin éxito para salvar al propio José, Gén. 37:26, 27. Y sabía que ahora no debía fracasar. Era una cuestión de vida o muerte para el anciano. Aquí hay una palabra extraña para nuestro lenguaje: Seol. Para los hombres del AT Seol representaba un lugar de oscuridad y de tristeza. Nadie volvió del Seol y allí se quedaban únicamente las sombras de las personas, Job 10:21, 22; Sal. 88:3-6. En realidad, aún no sabían nada de la vida eterna y gloriosa, en la presencia de Dios que Cristo nos prometió, Juan 14:1-6. Por eso la muerte con dolor y abandono físico era mucho más triste pues barajaban el más allá con los sentimientos hipotéticos de aquellas tinieblas sin orden ni concierto. Lo que de verdad importa hacer notar es que cuando Judá citó al Seol, José lo entendió a la perfección. Sabía a lo que se refería y Judá sabía también que José no lo ignoraba.

  Gén. 44:32. En este v Judá cita la promesa que había hecho a su padre antes de salir de casa, Gén. 43:8, 9. Como sabemos, allí se presentó como fiador de su hermano. Ya hemos visto que era un voto muy atrevido y que sus hijos y nietos podrían haber sufrido las consecuencias del incumplimiento de la promesa. En efecto, asumió una responsabilidad tremenda al decir las palabras: ¡Yo respondo por él! Gén. 43:9. Así, se obligaba a sí mismo a hacer lo humanamente posible para amparar a Benjamín y hacerlo llegar sano y salvo de nuevo ante la presencia paterna.

  Gén. 44:33. Sin duda este es el v clave de toda la lección y del discurso. Judá hace la promesa más noble que un hombre puede hacer: ofreció dar su propia vida en lugar de la de su hermano. Y estaba dispuesto a quedarse como esclavo si Benjamín pudiese ir a casa. Así, al asumir una responsabilidad tan grande, al cargar con toda la culpa, Judá superó ampliamente la prueba de José. Sí, había triunfado pues había considerado a los otros antes que a si mismo y la envidia había desaparecido para dejar paso al amor, al amor del bueno, genuino, auténtico. También es justo considerar que por su hecho generoso se pudo volver a restablecer la perdida hermandad de la familia. Aquel sacrificio fundió el hielo del duro corazón de José de forma que algunos comentaristas han visto en el sacrificio de Judá un anticipo del de Cristo, el cual también su vida por los demás.

  Gén. 44:34. Judá termina su discurso a la manera tradicional con una pregunta sin respuesta. Se parece a aquella otra que hizo el fiel Pedro en Juan 6:68. Pero lo realmente cierto es que para Judá no había otra alternativa. Sencillamente no podía volver a su casa sin su hermano y no tanto por el triste espectáculo de ver morir a su padre de pena, sino porque había dado su palabra y no podía volverse atrás. Y esta es una de las escenas más poderosas de la Biblia. José había probado a sus hermanos para ver si ya habían cambiado y al ver el resultado casi no pudo contenerse ante ellos. Por otra parte Judá, que era inocente, estaba dispuesto a morir si perdía a su hermano menor. ¡Aquello ya no eran los doce criterios distintos, aquello era una familia!

 

Conclusión:

En efecto, es difícil cumplir con la enseñanza que nos enseña el texto áureo, pero realizarla debiera ser el esfuerzo constante del cristiano. Otra enseñanza que se desprende de la lección de hoy es sin duda la necesidad que tenemos de aprovechar las pocas y raras ocasiones que se nos presentan. Sólo así podremos tener el éxito y conseguir lo que pretendíamos con nuestro sacrificio. Se cuenta de un vapor que estaba detenido a corta distancia de un puerto porque habían llegado con la marea baja y el capitán había visto un gran banco de arena. Cuando subió el nivel del agua guió el barco con seguridad hasta el puerto de refugio. Atrás quedaba el banco de arena y el peligro de una acción temeraria. ¡Qué el otro antes que yo sea una realidad en nuestras vidas!

 

 

 

 

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  Barcelona, 23 de noviembre de 1975

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163 INTRODUCCIÓN

 

Gotas de rocío

  Si hay frases que me hayan producido una profunda impresión, dejando aparte, claro está, las que componen el libro de los Libros una de ellas es: ¡Sé como el sándalo que perfuma el hacha del leñador que le hiere! Mas vista así, no deja de ser una frase más o menos inspirada, pero poca cosa más. Si profundizamos un tanto, lo primero que veríamos es que no es sólo literatura, es más mucho más, casi me atrevería a asegurar que describe un tipo de filosofía poco usual en nuestros días. Cuando la oí por primera vez me gustó enseguida por aquello de que parecía describir todo lo que desde la niñez habría querido realizar. Y cuando se da esta circunstancia feliz, nuestra atención se eleva de inmediato por encima de todo lo demás. Como siempre, la afinidad nos hace receptivos a todo aquello que consideramos bello, como una flor, una estrella, una frase o ¡una gota de rocío! En efecto, aquí hay algo más que una frase, hay una forma de ser, actuar, pensar, sentir, desear… y sintiendo siempre la imperiosa necesidad de ver y escribir acerca de estos sentimientos, traduciendo las ideas que, ahora mismo, fluyen a borbotones a la mente, nos atrevemos, me atrevo, a presentarlos ante vuestra consideración con la esperanza de que os sean beneficiosos recibiendo con ello de paso, el mayor pago al que podríamos aspirar.

Una vez decidido a escribir acerca de aquellas situaciones sanas y sencillas que encierran la vida cotidiana comparadas con los vs. de la Palabra de Dios afines a las mismas situaciones, se me da, se me presenta la dificultad de cómo hacerlo. ¿Cómo dar un pan, un alimento sencillo, digerible que a la vez produzca sentimientos tan escondidos que, en la mayoría de los casos, ni siquiera existen como tales? Pensando en este asunto durante varios días vi por casualidad una planta llena de gotas de rocío y encontré la vía, la solución. Esta, claro, no es el agua que en forma de gotas aparece sobre el suelo o sobre ciertas superficies expuestas a la intemperie como producto de la condensación del vapor atmosférico a causa del enfriamiento experimentado por esos lugares a ciertas horas de la madrugada, sino, como es natural, en la enseñanza que nos reporta el hecho de que al salir el sol, se licuan volviendo a ser lo que nunca dejaron de ser: ¡Agua! Nos parece que empezamos mal No quisiéramos demostrar falsa modestia con nuestras anteriores palabras, sin embargo, una gota de agua es tan poca cosa que es difícil que supere la prueba del sol, pero una más otra llenan la vasija, tanto es así que basta un frágil pétalo de rosa para hacer que ésta se derrame sin remedio. Si terminásemos aquí mismo la introducción daríamos otra vez una falsa impresión. Y no es mi intención hacer un tratado moral, aunque moralizaré, lo que trato de conseguir es inundar cada día vuestros corazones con estas mis gotas de rocío para que, al calor de vuestro sol, os refresque y como mínimo os de un momento de paro, de respiro, un segundo de pausa, una inhalación de aire, una bocanada de oxígeno en plena carrera de la vida moderna.

Es cierto que a veces no entendemos el arte de enseñar la “otra mejilla” a nuestro interlocutor, sin embargo, al hacerlo, lejos de rebajar nuestra personalidad, la ennoblece. No en vano tenemos el ejemplo del Maestro de quien nadie pone en tela de juicio ni sus doctrinas, ni actos, ni dichos, ni pensamientos. Conocía la vida como pocos y siempre tenía palabras de consuelo a flor de labios. En el momento preciso, surgía la palabra precisa y la gota de rocío restañaba la hiel del pobre y cansado corazón humano.

  Sé como el sándalo que perfuma el hacha del leñador que le hiere, puede ser el lema de estas trescientas sesenta y cinco gotas de rocío.

 

 

 

 

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  Barcelona, 24 de noviembre de 1975

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164 EL DINERO

 

Gotas de rocío

1 Tim. 6:10

 

El otro día estuvimos invitados a una reunión, a una super junta, que organizaba una marca americana de cosméticos. El principio no podía ser más espectacular, son sentaron flanqueados por dos delegados que contestaban con evasivas a nuestras preguntas, tanto es así que adoptamos una actitud defensiva a la espera de acontecimientos. No sabíamos en qué terminaría la cosa. Cierto es que habíamos ido allí en busca de la posibilidad de ganar un dinero extra en respuesta al anuncio leído pero la verdad es que no sabíamos ni cuánto, ni cómo, ni dónde. Como todos teníamos prohibido hablar, el ambiente estaba tenso cada vez más a causa de que nuevos aspirantes y delegados iban entrando en la sala. Al cabo de un tiempo, la electricidad se notaba en la piel de las 200 personas que la ocupábamos. El interés crecía por momentos al ver como les era prohibida la entrada a una serie de hombres que pretendían hacerlo sin corbata. Se iban con cara de alguien que acababa de perder la oportunidad de su vida. Al poco, volvían a aparecer sonrientes luciendo la ropa solicitada. Nos imaginamos nerviosas carreras hasta sus casas en su busca, o adquiriéndolas en las tiendas cercanas, o pidiéndolas prestadas. No importaba el medio, sino el fin. Luego, bien acompañados por el inefable par de delegados se sentaban fatigados en los aledaños que aún había vacíos.

El murmullo ceremonial era ya casi inevitable por cuanto nos habían prohibido también el uso del tabaco y el licor. Luego, en el momento oportuno, salió a la tribuna un señor que se presentó así mismo como el director de la firma. Explicó las bondades de los productos que patrocinaba, los premios internacionales que habían tenido, la forma de la casa madre y sus características, el desarrollo y la manera de trabajar de sus empleados modelos, las posibilidades de prosperar a su servicio, etc. Y cuando pudimos zafarnos de aquel interés pegajoso, pensamos que hacíamos allí. Nos atrevimos a mirar a nuestro alrededor y vimos caras tensas, llenas de sudor, ojos fijos sin vida, actitudes reverenciales, casi idolátricas. Quisimos hacer un esfuerzo y escaparnos pero, en el momento se dio un golpe teatral haciendo salir al estrado a un fiel novicio del curso de vendedores que habían terminado en el día anterior. Lleno de dinamismo, nervioso, exagerado, trató de dar, de demostrar en el encerado la grandiosa escalada económica que podíamos alcanzar todos y cada uno de los que estábamos allí. Si empezó por cientos acabó por miles mientras el pulso de la gente se aceleraba en la misma medida. A continuación dejó el sitio a un vendedor experimentado en medio de los atronadores aplausos de la concurrencia. Éste nos habló de cargos, oficios, galones, grados, clases y remuneraciones de varios de los presentes que, vendiendo a mansalva, fueron fieles a los predicados de la famosa Empresa. Al desaparecer del estrado, todos los novicios fuimos materialmente envueltos por los expertos que, de golpe, querían convencernos aún más torpedeándonos con tantos por ciento de fáciles ganancias para, luego, indicarnos que si queríamos acudir a los cursos de perfeccionamiento deberíamos pagar de entrada unos derechos monetarios que podríamos recuperar tan pronto como saliésemos a la calle a vender.

En un momento dado de la exposición del general de nuestro grupo, acertamos a ver sus manos. Estaban temblando de sudor, impaciencia, tratando de repetir esto a aquello que a su juicio no había quedado claro. Inquisidor, nos instaba a la firma en tanto el ambiente nos coaccionaba junto a los siseos, los murmullos, las ganancias fáciles, el dinero… aquello era un templo, allí se cernía el dinero, se adoraba el dinero, aquello era una vorágine de dinero y poder…

Recordamos haber respirado hondo cuando al salir a la calle y levantado los ojos al cielo negro, hacia dónde debieran de haber estado las estrellas, murmuramos: El amor al dinero es la raíz de todos los males. Por una vez habíamos escapado de sus doradas garras.

 

 

 

 

070341

  Barcelona, 24 de noviembre de 1975

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165 LOGRANDO LA RECONCILIACIÓN

 

Gén. 45:4-8, 15; 50:15-21

  Introducción:

Estamos sin duda ante una lección que no sólo es la cuarta y la última del personaje José, sino la que define mejor a ese hombre en su paso por los caminos bíblicos. Es con mucho la más clara y evangélica de las cuatro y una de las más inspiradas de la Biblia. Algunos adultos piensan que Dios no puede actualmente obrar a través de todos ellos porque no son ni pastores, ni diáconos, ni maestros, ni miembros del coro, ni miembros de mil comisiones especiales, ni, a veces, buenos miembros, pero hoy veremos el por qué podemos comprender como Dios obra en las ocasiones que lo estima oportuno, por medio y en la vida de las personas a pesar de que éstas no se den cuenta de ello. Es significativo el hecho de que sus caminos son insondables y cosas o hechos aparentemente inconexos, y a veces molestos, nos ocurren porque están dentro de esa línea. Estamos seguros que José entendió la obra de Dios en su vida sólo después de llegar a ser gobernador de Egipto y la bendición para su familia. José nos da la lección que deberíamos considerar en todo momento: El verdadero cristiano no guarda rencor ni busca la oportunidad para vengarse de aquellos que le han tratado o tratan mal. Es tan anormal dejarse llevar por el odio dentro del espíritu de Cristo como anormal puede ser el hecho de pasar sin comer. No decimos que el cristiano no sienta los duros ramalazos del egoísmo, odio o deseo de venganza, sino que no lo escucha ni lo sigue. Pero cuenta mucho llegar a dominar todos los malignos pensamientos. Por eso son tan edificantes todas aquellas lecciones que nos dan los hombres de Dios. Así, el espíritu noble y compasivo de José debe ser uno de nuestros ejemplos a seguir, y es porque sabemos que Dios estaba obrando a través de su vida, incluyendo las persecuciones y las angustias para cumplir su plan divino de salvación para aquella humanidad, no le defraudó y cumplió con los dictados de sus conciencias. Es más, se nos dice de forma expresa que él quedó maravillado ante el gran misterio que hacía y representaba  lo que estamos diciendo, máxime cuando se podía considerar el tortuoso camino que hubo que seguir antes de estar ubicado en el puesto de gobernador y número dos de Egipto.

José entendió perfectamente que los propósitos del Señor se dan y se cumplen en la reconciliación y por eso quiso establecer las correctas relaciones con sus hermanos y olvidar el pasado. Esta es la forma ideal del perdón. Esto es lo que Dios espera de nosotros. Sabemos de forma positiva que somos instrumentos de gloria y reconciliación en el mundo y, que en consecuencia, debemos tomar la iniciativa en todo momento para ayudar a otros a limar sus diferencias. En una palabra, hemos de sentirnos impulsados por sentimientos de compasión y simpatía hacia los demás, y hemos de estar dispuestos a confesar nuestros pecados y perdonar a quienes, directa o indirectamente, nos hayan podido ofender. No podemos olvidar las inmortales palabras del Maestro: Y por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí, en el acto de adorar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda, Mat. 5:23, 24. No hay comentarios. Incluso cuando recordamos que alguien tiene algo contra nosotros, no nosotros contra él, debemos intentar ser ministros de la reconciliación. Esto es locura, esto el evangelio.

 

Desarrollo:

  Gén. 45:4. Los vs. de la lección nos da la clave para entender la personalidad de José. En la primera de ellas llegamos todos a la conclusión de que se parecía más una falta de madurez que de orgullo; en la segunda, más preparado, nos lo encontramos ante la tentación y el modo cómo la evitó; en la tercera, la que tuvimos el domingo anterior, fue ya capaz de asimilar la carga dramática que se desprendía del hecho de la entrega personal de su hermano Judá y en la presente, va a ser tan sorpresivamente magnánimo que él mismo reconoce la mano divina en todos sus pasos. De la ropa inicial de púrpura a la actual han pasado muchos años y un hombre se ha formado, y lo ha hecho hasta el extremo de aseverar que su estado actual no lo debía ni a conocimientos propios, ni ala suerte, ni a su poder de adivinación, ni a su figura, ni, incluso, al hecho de ser judío, sino a Dios, el cual, le había guiado en todo momento.

Así le encontramos después de haber oído la noble oferta de su hermano Judá, y no puede contenerse más, se da a conocer. Y es que considera que ellos han pasado la prueba y ya no quiere que piensen que iba a tratar a Benjamín como le habían tratado a él. Pero en esta identificación concurrieron varios hechos relevantes que deberíamos considerar: a) En primer lugar hizo salir a toda persona extraña de la familia porque sin duda pensó que no podía darse a conocer sin referirse a lo que le hicieron cuando lo dieron o vendieron y no quería avergonzarlos delante de los egipcios. Y esto es un claro exponente de lo que debe ser el perdón real ya que no se debe humillar al perdonado. Por otra parte entendemos que obró así a causa del amor, el cual cubre multitud de faltas. b) Entonces lloró. Dicen las Escrituras que lo hizo a voz en grito, es decir, no con sollozos disimulados, sino a viva voz. Tanto es así que lo oyeron todos los egipcios de Faraón. Ni le importaba el qué dirían, ni su situación social, ni las personas ajenas al litigio. Importaba sólo el sujeto, o sujetos, de su amor y perdón. Por otro lado, es fácil imaginar, el desmadre de mil sentimientos que dejó escapar aquel corazón tanto tiempo contenido. No es fácil olvidar ni perdonar. No es fácil renunciar a la dulce venganza. A veces, como en esta ocasión, el hacerlo nos cuesta muchas lágrimas y muchos malos ratos pero, en ellos, podemos encontrar el consuelo si miramos suplicantes a la sombra de la Cruz. c) A continuación preguntó por su padre pues no creía que pudiese vivir todavía, indicando con ello su capacidad de amor filial a toda luces loable. Yo soy José, dice el v 3, pero sus hermanos reaccionan con miedo y no lo creen del todo. Por eso, ahora, él tiene que identificarse con aquel al que vendisteis que no les deja resquicio a la duda. De todas formas, estamos seguros, no hay animosidad en José ni mucho menos deseos de venganza o desprecio. Simplemente trata de identificarse borrando las posibles dudas de sus mentes.

  Gén. 45:5. Sin duda, cuando ellos se hicieron cargo de la veraz realidad tratarían de encontrar alguna justificación viable a su pasada actuación. José, sin darles opción, quiso aclarar su buena posición frente a sus asombrados hermanos. Y lo hizo tratando de levantarles el peso de la culpa que debían sentir, para lo cual, dijo que Dios había tenido un propósito definido y demostrable para permitir todo lo que había pasado. Pero no nos engañemos. Era un misterio para ellos y lo es también para nosotros. Pero la realidad está ahí, por medio de hechos confusos, torcidos y malos la mano de Dios estaba presente guiándolo todo hacia divina meta. Debemos notar, pues, que a juicio de José, era Dios y no los hermanos quién lo envió a Egipto. Es más, que cuando lo hizo es porque tenía un propósito para hacerlo, en otras palabras: que lo envió para preservar la vida de los suyos, o lo que es lo mismo, el Señor estaba actuando en la historia para salvar a la familia de Abraham. Por último conviene recordar que José pudo comunicar una verdad tan grande a sus hermanos únicamente cuando éstos demostraron estar bien arrepentidos, en cualquier otro caso no le habrían entendido.

  Gén. 45:6. Para entender bien este v. hay que recordar el sueño de Faraón que se narra en al cap. 41. Allí José explicó que el país tendría siete años de abundancia, seguidos de otros siete años de hambre. En el momento del encuentro y reconciliación de todos todavía faltaban cinco años más de hambruna.

  Gén. 45:7. Dos grandes verdades sobresalen en este v con luz propia: La primera es que Dios mismo envió a José a Egipto para preservar a la familia. En efecto, el Señor había prometido a Abraham, a Isaac y a Jacob una descendencia numerosa, un gran nombre, y que en su simiente serían benditas todas las familias de la tierra, Gén. 12:1-3; 17:5-7; 26:3, 4; 28:13, 14, y previniendo el hambre que podía ser letal y evitara el cumplimiento de esta promesa, envía a José a Egipto, como su embajador, lo bendice y prospera y lo prepara para cuando llegase el momento. Por eso José se convirtió en el instrumento clave de la futura realidad. La segunda verdad a la que hacíamos referencia, es que Dios iba a dar vida a su pueblo por medio y a través de una gran liberación. Así, tenemos como resumen que si bien José fue el instrumento para librar a ese pueblo de la muerte por hambre, también se les anuncia la inefabilidad de la gran y milagrosa liberación para los descendientes de aquellos atónitos oyentes, que Dios mismo iba a realizar a través del gran siervo Moisés, Deut. 7:7, 8. Pero sin embargo, estamos seguros, ellos sólo estaban capacitados para entender la primera parte del mensaje y esto aún con reservas. Y tampoco podemos tener la pretensión de que entendiesen la velada profecía que hace referencia a la liberación del pecado y a la vida seria y abundante obras por el mismísimo Jesucristo, Juan 8:34-36.

  Gén. 45:8. Por su parte José lo resume todo indicando que fue el Señor quien le dio la alta posición que disfrutaba incluyendo, desde luego, la idea de padre o consejero especial de Faraón.

  Gén. 45:15. José no guardó rencor ni buscaba la venganza sobre sus hermanos y la prueba más directa de lo que estamos diciendo la tenemos en el hecho de que, en caso contrario, no hubiera sido posible realizarse espiritualmente y si convertido en una persona amargada y nula. Pero nos consta que pasó todo lo contrario, José aprovechó todas las oportunidades que se le presentaron para salir triunfante, sabiendo que Dios tenía un propósito grande para su vida y que al fin, éste lo cumpliría independientemente de su actitud. De todas formas, su nobleza hizo posible la hermosa e increíble reconciliación de la familia.

  Gén. 50:15. Al morir el anciano Jacob, los hermanos de José se encontraron atenazados por un nuevo tipo de temor, y es que se temían lo peor, que sólo por respeto al padre común aún estaban vivos. Pensaban que ahora sin tener nada que lo frenase, se iba a vengar de ellos. Ahora, la situación estaba clara. Y esperaban el pago por el mal que habían hecho. En esta línea es interesante ver y observar que personas que nunca han leído la Biblia saben por instinto que la paga del pecado es muerte, Rom. 6:23, y esperan con temor los inevitables resultados de sus malos hechos. Así, en aquellos momentos, y a pesar del tiempo pasado, la carga de la conciencia era tan grande para los hermanos que no podían creer que José les hubiese perdonado del todo. Para uno que no tiene ni ha tenido una experiencia personal del perdón de Dios, es muy difícil creer que otro le puede perdonar las ofensas.

Gén. 50:16, 17. Es difícil saber desde esta distancia, si aquellos hermanos buscaban una solución a su problema por medio de una mentira o si en realidad el anciano Jacob les había hecho aquel encargo. Pero hay algo sospechoso en esta segunda posibilidad ya que el ruego no era la manera habitual de expresarse de todos los patriarcas, ni tampoco vemos un motivo para esperar tanto. Así que más bien nos inclinamos a favor de la primera de ellas. Si esto fuera así, tendríamos ante nosotros una prueba más de lo malo y terrible que es el orgullo humano. Los hermanos vivieron durante años gustando la ansiedad y el temor sólo porque no quisieron reconocer abiertamente su culpa ni pedir perdón. A veces, nuestro peor enemigo es precisamente nuestro amor propio y nuestro egoísmo. Tampoco podemos saber con exactitud el por qué lloró José. Y tal vez fue porque intuyó que en aquel preciso momento sus hermanos estaban confesando su dura culpa y en consecuencia, le estaban pidiendo perdón. Pero lo más probable es que era de pena. Le dolió que sus queridos hermanos no le hubiesen creído ya desde el principio y desdeñado la sincera y fiel reconciliación que les estaba ofreciendo libremente. Así que, en una palabra, creemos que José lloró de pena al ver que, al morir su padre, ellos recurrieran a una vergonzosa maniobra para ver de solucionar de una vez lo que creían que era su problema.

  Gén. 50:18. Sus hermanos le deban una vez más el homenaje que merecía como primer ministro egipcio. Por otra parte tenemos aquí la realización de los sueños juveniles que se nos narran en Gén. 37:7-10, pero él ya había experimentado el amor de Dios y así, nos imaginamos que no encontró satisfacción alguna en aquel duro y triste momento.

  Gén. 50:19. José aclara su relación con Dios y con sus hermanos. En su días había visto la culpa de éstos y los había probado, la noble actitud de Judá había sido el clímax de la misma, Gén. 44:18-34, y no había nada más que hacer. A partir de ese corto momento, José no quiso ocupar el lugar de Dios pues si él los hubiera castigado habría cambiado hasta el juicio divino y, en consecuencia, ocupado el lugar del Señor.

  Gén. 50:20. Nos parece que este es el v clave para entender toda la vida de José. Fijémonos bien que se nos dice con claridad en el peor de los casos, que misteriosamente Dios actúa en los asuntos humanos. Entendámonos: José no disculpó en ningún momento ni la actitud ni los hechos de los hermanos, ellos hicieron sus planes y los llevaron a cabo, pero Dios, con su poder y sabiduría, y ésta es la línea que apuntan las palabras de José, hizo que aquellas obras malas sirvieran para que realizasen sus propósitos. Y según nuestro pobre juicio, la palabra más importante del v es del ve encaminar. El significativo porque indica que la actividad motora radica fuera del individuo. En efecto, en su gran poder salvador, Dios tomó las obras malas y le dio un giro distinto para cumplir sus propósitos. Este es el misterio de la obra del Señor, y ningún ser humano puede entenderlo del todo, Pro 20:24; 16:9. Para ver de confirmarlo, José señaló la evidencia que estaba muy a la vista: Familias intactas, niños felices y sanos, abundancia de comida y mucho pueblo para continua la línea iniciada en Abraham.

  Gén. 50:21. Vemos, pues, que la promesa de consuelo es el claro y directo resultado del v anterior. Por último, nos queda indicar que la frase hablar al corazón se usaba para referirse a las íntimas promesas que el novio hacía a la novia. Era, en una palabra, dar y asegurar a la persona un amor inquebrantable y una seguridad fiel y permanente, Ose. 2:14, 15.

 

Conclusión:

No quisiéramos despedirnos sin antes solicitar una oración para que Dios nos de ese amor genuino del que José hizo gala, a fin de lograr una reconciliación verdadera con nuestros semejantes.

¡Amén!

 

 

 

 

070342

  Barcelona, 30 de noviembre de 1975

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166 EL EVANGELIO SINGULAR DE MATEO

 

Mat. 9:9-13; 1:1, 17; 4:23-25

  Introducción:

Iniciamos hoy un extenso estudio sobre el Evangelio de Mateo que está compuesto por veinte lecciones, culminando con el domingo de Pascua. Por ello nos atreveríamos a asegurar que es quizás la más larga exposición sobre este libro de la que nosotros tengamos memoria. En cuanto al plan de estudios nos viene dado como sigue: La primera de todas ellas, es decir, la de hoy, es una especie de introducción y se refiere a la naturaleza del Evangelio es cuestión, la segunda está dedicada a la forma en que Mateo interpreta a Jesús a la luz de las promesas del AT. De ahí en adelante, hasta llegar a su total conclusión, las lecciones siguen la secuencia del libro. También es obligado decir que en los caps. 8 y 9 del Evangelio según Mateo encontramos una serie de datos y acontecimientos importantísimos para entender bien la naturaleza sufriente y mesiánica del Maestro, aunque bien es verdad, éstos no siguen el orden cronológico que utilizan los otros evangelistas. Es interesante cada uno de estos pequeños hechos dentro de la narración principal por lo que es cada uno en sí mismo, por lo que nos enseña y por lo que significa. Así, p ej. se nos dice de la curación de un leproso que se llegó al Señor Jesús en busca de la salud, la fe del centurión demostrada al pedirle la sanidad del siervo a distancia, la curación de la suegra de Pedro, la expulsión de muchos demonios que dominaban a gentes desdichadas, un joven que deseaba seguirlo y fue advertido de la dificultad que entrañaba semejante decisión, se nos narra, asimismo, la ocasión en que el Señor calmó una tempestad en el mar de Galilea cuando él y sus discípulos estaban navegando, cómo él mismo salvó al endemoniado gadareno y al paralítico que unos hombres habían traído con su cama, y entre estos importantes y sobresalientes acontecimientos, Mateo coloca su propia conversión y su entrega al señor Jesús, hecho que también hoy dedicaremos nuestra buena y especial atención.

 

Desarrollo:

  Mat. 9:9. Jesús hacía poco que había perdonado y sanado a un paralítico a la orilla del mar, cuando la acción da un salto y se nos presenta frente a Mateo. No creemos que hubiese nadie que fuera un candidato tan improbable para el apostolado como Mateo. Era lo que muchas versiones de nuestra Biblia denomina publicano, en el bien entendido que el adjetivo enfatiza a las personas que hoy llamaríamos recaudadores de impuestos, con una acepción más denigrante como luego veremos, ya que su nombre les viene dado porque recaudaban “dinero público” para los romanos. Así, el problema de este gobierno era diseñar un sistema mediante el cual cobrar todos los cuantiosos impuestos del modo más eficaz y barato posible. La solucionaron vendiendo al mejor postor el agro derecho a cobrar los impuestos en una determinada área. Cuando alguien compraba  el derecho a recaudar impuestos en un lugar, era responsable ante el gobierno dominante de una suma anual: y todo lo que el agente pudiera cobrar por encima de la suma, era su comisión. Evidentemente, este sistema se prestaba a grandes abusos. La gente en realidad no sabía cuánto debía pagar ni si tenían derecho a apelar contra las exigencias del publicano. Así, el resultado de este estado de cosas salta a la vista: La mayoría de los publicanos llegaban a enriquecerse puesto que abusaban de su oficio en provecho de sus bolsillos. Y si a la falta de información existente le añadimos el hecho de que habían cuando menos tres impuestos principales que todos debían pagar, comprenderemos el caos reinante y quizás justifiquemos la saña del pueblo contra aquellos hombres. Veamos someramente la complejidad del duro asunto: El primer impuesto importante era sobre la tierra, que era o mandaba a todo agricultor a pagar un décimo de su cosecha de cereales y un quinto de su fruta o vino, ya fuera en dinero o en especies. Había otro impuesto a los créditos, que obligaba a dar o contribuir con el uno por ciento de los ingresos. Y había un tercer impuesto de capitalización que consistía en una suma fija que debían abonar anualmente los varones entre los catorce y los sesenta y cinco años y las mujeres entre los doce y sesenta y cinco años de edad. Estos eran impuestos estatales, y fijos, que todos ya conocían y mediante los cuales el publicano difícilmente hubiera podido sacar una ganancia personal. Pero es que además de estos tres, habían otros varios de distinto tipo. P. ejemplo los productos de fuera, importados o exportados, debían pagar unos derechos que oscilaban entre el 2,5 % y el 12,5 %. Se debía pagar por los caminos principales, por los puentes, por entrar en los mercados, en las ciudades y en los puertos. Habían impuestos por los burros y animales de trabajo y hasta por los vehículos, según la cantidad de ruedas o ejes que tuvieran. También los había por las compras y ventas de lo que era monopolio del gobierno como en Egipto, el nitrato, la cerveza y el papiro, por lo que su uso condicionaba una nueva tasa arbitraria según necesidades y demandas. En suma, a pesar de que el gobierno romano había simplificado el sistema con respecto a otras civilizaciones, aún necesitaban mucha gente para recaudar bien tantos impuestos. Por lo general, las personas que los cobraban eran naturales de la región en la que prestaban sus servicios y, a menudo, voluntarios que habían comprado lugar tan privilegiado.

No es extrañar, pues, que todo el mundo odiara a los publicanos. Estaban al servicio de los conquistadores de su patria y se volvían ricos a las costillas de sus conciudadanos. Eran personas de fama deshonesta, colaboracionistas y desalmados que, no sólo robaban o esquilmaban a sus paisanos, sino que, también, por lo general, engañaban al gobierno. Por otra parte, se sabe que parte de sus ganancias provenía del cohecho y del soborno de los ricos que no querían pagar tantos impuestos a los que estaban obligados. Es bien conocido que en todas partes los recaudadores de impuestos son personas poco gratas, pero entre los judíos se les odiaba por partida doble. Sabemos que los judíos eran y son nacionalistas fanáticos, pero sobre todo, lo que provocaba su acción negativa, era la convicción de que el único rey era Jehovah y, que por lo tanto, pagar impuestos a un gobernante humano era infringir los derechos de Dios e insultar a su majestad. Así tenemos que la ley judía prohibía entrar en la sinagoga a los que eran o habían sido publicanos. Es más, se los incluía en la misma categoría de las cosas y animales impuros, y se les aplicaba las disposiciones de Lev. 20:5, por lo que no podían ser testigos ante la justicia y cuando se nombraban las personas indignas, siempre formaban pareja con los ladrones, asesinos y criminales.

Así, cuando Jesús llamó a Mateo, llamó a alguien a quien todos odiaban por lo que tenemos ante nosotros uno de los más grandes ejemplos del NT de cómo Jesús era capaz de ver en un hombre no lo que era, sino lo que podía llegar a ser. Veamos la circunstancia de la llamada. Capernaúm pertenecía aún al territorio de Herodes Antipas y muy probablemente Mateo no rea un empleado directo de los romanos. Estaba, eso sí, al servicio de Herodes. Y aquella ciudad estaba ubicada en una encrucijada de rutas importantes. En particular, por ella atravesaba el gran camino que unía Egipto con Damasco, la famosa Ruta del Mar. Así, por Capernaúm iban o venían, entraban o salían, todas las mercaderías comerciales. Y es muy probable que Mateo haya sido oficial de aduana y en justa consecuencia, encargado de gravar todo el comercio de la zona con los impuestos locales. Por otra parte, no hemos de pensar que esta era la primera vez que nuestro hombre se encuentra con Jesús. Sin duda habría oído hablar del joven galileo que andaba predicando un mensaje nuevo, que hablaba con una autoridad que ya habrían querido para sí los mejores sacerdotes y que, por lo general, nunca antes le había visto y que incluía entre sus amigos a personas de quienes cualquier religioso ortodoxo habría huido con repugnancia. Sin duda Mateo lo habría oído hablar en alguna oportunidad, mezclado quizás entre la multitud o de lejos, y las palabras del Maestro le habían hecho estremecer el corazón. Quizás Mateo se haya preguntado interiormente si todavía era demasiado tarde para levantar el vuelo en busca de un mundo nuevo, dejar atrás su vieja vida y su vergüenza, y comenzar de nuevo en cualquier otro lugar. Ahora tiene a Jesús ante sí, ya no puede perderse en medio de la multitud salvadora, siente sus ojos puros que le escudriñan la cara y el corazón, siente el desafío del Maestro: ¡Sígueme! Mateo acepta sin rechistar, se levanta, lo deja todo y lo sigue.

Deberíamos fijarnos cuando menos en dos cosas positivas en la entrega de Mateo: a) En primer lugar que es lo que Mateo pierde y lo que gana. Así, pierde un empleo cómodo, pero encuentra un destino glorioso. Pierde una holgura económica, pero gana honra. Pierde seguridad material, pero gana una aventura que nunca se habría atrevido a soñar. En efecto, es posible que si aceptamos el desafío de Jesús nos encontremos más pobres de cosas materiales, puede que hasta tengamos que abandonar todas las ambiciones mundanas, pero sin lugar a dudas encontraremos una paz, un gozo, una vida tan llena de intereses nuevos y una satisfacción tal y como nunca habíamos conocido antes, puesto que en Cristo uno encuentra una riqueza mayor que cualquiera de las que puedan existir en este mundo. b) Y debemos fijarnos también en lo que Mateo dejó y en lo que se llevó. Dejó la banca de recaudador de impuestos y se llevó, cuando menos, una pluma, su pluma. Aquí vemos de nuevo el ejemplo glorioso de la manera en que Jesús puede utilizar los dones de quienes acuden a Él. Es muy poco probable que los otros once apóstoles fueran tan hábiles en el uso de la pluma de escribir, pues los pescadores galileos no eran, por lo general, personas instruidas, capaces de escribir con sentido o siquiera esbozar un discurso. Pero Mateo poseía ampliamente esta habilidad y el hombre que por su oficio estaba acostumbrado a usar la pluma, la iba a usar para componer el primer manual de los dichos y actos de Jesús, sin duda, uno de los libros más santos e importantes que el mundo haya leído. Resumiendo, pues, Mateo al abandonar la banca, dejó mucho en lo material, pero lo ganó en espíritu, se convirtió en heredero de una fortuna inmensa, fortuna que posiblemente calibró al contestar de forma positiva al reto de Jesús.

  Mat. 9:10-13. Jesús no sólo llamó a Mateo para que fuera su fiel seguidor, sino que llegó a sentarse a la mesa junto con hombres y mujeres que eran como Mateo, publicanos y pecadoras notorias. Aquí se nos plantea una pregunta interesante: ¿Dónde tuvo lugar esta comida? Sólo Lucas dice de manera explícita que el ágape tuvo lugar en casa de Mateo o Leví, Luc. 5:27-32. Pero según el relato de Marcos o del propio Mateo, Mar. 2:14-17; Mat. 9:10-13, la comida podría haber tenido lugar en la casa de Jesús o donde se alojaba en aquellos momentos. De ser así, sus palabras se nos antojan más agudas y profundas. Jesús dijo: Pues no he venido a llamar justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Apuntamos esta segunda posibilidad debido a que l apalabra griega utilizada es kaláin, un término técnico que aparece sólo en las invitaciones cursadas para participar en una fiesta o en una comida. En la sana parábola del Gran Banquete, Mat. 22:1-10; Luc. 14:15-24, según recordamos, los huéspedes invitados rechazaron tal honor con varias excusas, y entonces se llamó a los pobres, a los lisiados y a los ciegos, sacándolos de las calles y caminos donde mendigaban, y se los sentó a la mesa del Rey. Del mismo modo, puede ser que Jesús esté diciendo: Cuando hacéis una fiesta, invitáis a todos los ortodoxos más píos y estrictos, a los piadosos, a los que se enorgullecen de su virtud, pero cuando yo hago una fiesta, en cambio, invito a los que tienen mayor conciencia de pecado y necesitan más de Dios. Sea como fuere, tuviera lugar la comida en casa de Mateo o en la que Jesús se hospedaba, para los necios fariseos y los escribas ortodoxos, la situación fue chocante en todo caso. En términos generales, la gente de Palestina se dividía en dos categorías: los ortodoxos, que observaban la ley en sus más pequeños detalles y estipulaciones, y el pueblo en general, que no prestaba atención a las minucias de la ley. A éstos se les llama corrientemente gente de la tierra y aquéllos tenían bien prohibido viajar juntos, comerciar, dar o recibir algo, invitarlos o ser invitados a sus casas. Al juntarse con este tipo de personas el Maestro estaba haciendo algo que ningún religioso ortodoxo de su época hubiera hecho.

La defensa de Jesús fue de una simplicidad ejemplar. Sólo dijo que iba allí donde la necesidad era mayor. El lugar del médico está junto a los enfermos. Su tarea y su gloria es estar allí donde se le necesita. Diógenes fue uno de los grandes maestros de la antigüedad griega. Nunca se cansó de comparar la decadente vida de Atenas, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida, con la simplicidad y austeridad de Esparta. Alguien lo interpeló un día y le dijo: “Si piensas que Esparta es tan maravillosa y Atenas tan despreciable, ¿por qué no dejas Atenas y te vas a Esparta?” La respuesta del filósofo fue: “No importa lo que yo prefiera. Mi ley y mi obligación es quedarme en el lugar donde los hombres me necesitan más.” Eran los pecadores quienes necesitaban de Jesús y entre ellos pasó su vida.

Ahora bien, cuando dijo: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, pronunció palabras que deben entenderse correctamente. No significan que hayan personas tan perfectas y buenas que no necesiten nada de lo que él pueda ofrecerles. Y menos que Jesús no esté interesado en la gente sana. Este dicho de Jesús es algo así como un epigrama, es decir, una locución verbal altamente comprimida. Lo que quiso decir Jesucristo fue: No he venido a invitar a personas tan satisfechas consigo mismo que están convencidas de su bondad y que creen no necesitar a nadie, he venido para invitar a los que son conscientes de sus pecados y saben que necesitan un Salvador. Los escribas y fariseos de la época interpretaban la religión de una manera que aún sigue siendo corriente entre muchas personas que se golpean el pecho una y otra vez con un falso arrepentimiento: a) Estaban más preocupados con la preservación de su propia santidad que por ayudar a otros en su pecado. Eran como los médicos que se niegan a visitar a los enfermos por temor al contagio. Luego se apartaban asqueados del pecador y no querían saber nada con gente de tal categoría. Su religión así, era egoísta. Buscaban más su propia salvación que la de los demás y ya habían olvidado, en consecuencia, que era la manera más segura de perderse ellos. b) Se ocupaban más de criticar que de estimular a los demás. Eran o estaban más dispuestos a condenar las faltas de los demás que a ayudarlos a superarlas. Cuando un médico debe examinar a un enfermo afectado de algún mal infeccioso, capaz de trastornar el estómago de cualquiera, si es un buen profesional no sentirá asco, sino el deseo de ayudar. c) Practicaban una forma de bondad cuyo resultado era la condenación antes que el propio perdón o la simpatía. Eran capaces de dejar a un hombre en la zanja antes que estirar la mano para ayudarlo a salir de ella. Eran como los médicos muy interesados en reconocer y diagnosticar el mal o la enfermedad de sus pacientes, pero sin el más mínimo interés en curar. En una palabra: Se ocupaban más en mirar con desprecio a los demás, antes que hacerlo con simpatía y amor. d) Practicaban una religión que consistía más en una ortodoxia exterior que en la ayuda práctica al prójimo. Jesús estimaba mucho la afirmación de Oseas 6:6 en el sentido de que Dios prefiera la misericordia antes que el sacrificio. Así citó este pasaje más de una vez, ver: Mat. 12:7. El hombre religioso puede realizar todos los ritos de la piedad ortodoxa, pero si nunca ha estirado la mano para tocar y mancharse con el sudor de la que tiende el pecador o el que tiene necesidad o el que está enfermo o el que está preso o marginado, no es auténticamente religioso.

  Mat. 1:1. Como podemos ver, se trata de la misma terminología que se usa en Gén. 5:1, y significa lista de antepasados. Mateo traza el linaje de Jesús hasta Abraham pues debemos recordar que éste dirige su Evangelio a los judíos. Por lo tanto, conforme a la costumbre de ellos, Mateo trata la descendencia de Jesús a través de los padres. Desde un principio quiere que loa lectores judíos sepan que este Jesús es el Mesías que ellos esperaban. Por eso le llaman Jesucristo, o sea Jesús el Cristo. Nunca sobra que digamos que Jesús significa Salvador y Cristo es un nombre de origen gr. que viene a decir lo mismo que la palabra he Mesías, el Ungido o apartado para cumplir una misión. En esta misma línea se nos hace saber que Cristo es hijo de David, que fue quien estableció la dinastía real en el reino de Israel, la cual continuó en el de Judá. Por esto, más tarde al Señor Jesús se le llamó Rey de los judíos, Mat. 2:2; 27:29, 37. También se le llamó descendiente o hijo de Abraham porque este patriarca fue el fundador de la raza o nación hebrea. Así, de esta forma, el pacto que Jehovah había hecho con Abraham y con sus descendientes iba a ser cumplido por este Jesús, el Cristo de Dios.

  Mat. 1:17. Abraham y David, dos personajes notables en los ecos israelitas. Son catorce, tres veces se menciona este número que marca cada una de las divisiones. Hasta la deportación, el cautiverio de Israel en Babilonia que, en efecto, marcó un hito en su historia. Hasta Cristo, o lo que es lo mismo: hasta que nació Cristo. En total, pues, cuarenta y dos generaciones, divididas en grupos de catorce para facilitar su recordatorio.

  Mat. 4:23-25. Jesús había elegido comenzar su misión en la parte de Galilea por ser quizás la provincia más preparada para recibirle. Y en aquella provincia eligió lanzar su campaña en las sinagogas. Éstas eran la institución más importante en la vida de todo judío porque en esencial era una institución docente y se encontraba allí donde quiera hubiese una pequeña colonia de judíos. Las sinagogas han sido definidas como las universidades populares religiosas de la época, por lo que cualquiera que tuviera ideas o enseñanzas ética y religiosas que quisieran diseminar, la sinagoga era sin duda el lugar donde más le convenía empezar su misión. Esto es lo que hizo Jesús y haría más tarde Pablo. Además, el servicio religioso que se desarrollaba en la sinagoga daba la oportunidad para que cualquier maestro comunicara su doctrina, porque éste se dividía en tres partes: La primera consistía en oraciones, la segunda se desarrollaba con unas lecturas de la Ley y los Profetas, que eran hechas en voz alta por miembros de la congregación. La tercera parte era el sermón o discurso. Un hecho de suma importancia es que no había una persona determinada para pronunciar el sermón y cualquiera podía ser invitado algún sábado. Por eso, de este modo, desde el principio, la puerta y el púlpito de la casa estaban abiertos a Jesús y éste aprovechó cuántas ocasiones tuvo de decir o predicar por este medio. Pero Jesús no sólo predicaba. También curaba a los enfermos. No es extraño, pues, que al poco tiempo circulaban por todas partes las noticias de las maravillas que hacía y que, por lo tanto, se reunieran verdaderas multitudes para escucharlo, para verlo, y para beneficiarse de su misericordia. Los había que venían de Siria, pero la mayoría eran habitantes de la Galilea y cuando en Jerusalén y Judea se supo, también iban de allí. Además acudían de la zona allende del Jordán, una provincia conocida por Perea y también de Decápolis, o federación griega de diez ciudades independientes al otro lado del Jordán. Pero la lista es simbólica, porque en ella vemos que no sólo los judíos, sino también los gentiles se acercaban a Jesús, buscando en él lo que sólo él podía ofrecerles. Ya habían comenzado a congregarse en torno suyo los confines de la tierra.

  Este pasaje que ahora nos ocupa es muy importante porque nos ofrece un resumen de las tres principales que Jesús desempeñó durante su ministerio: a) Cristo vino proclamando el evangelio, o predicando como dicen otras versiones. Como muy sabemos, la predicación es el anuncio de certezas. Por lo tanto, Jesús vino para derrotar la ignorancia de los hombres. Vino para decirnos la verdad acerca de Dios, para decirnos aquello que por nuestra cuenta nunca hubiéramos podido descubrir. Vino para poner fin a la invención y a las hipótesis en lo que respecta al conocimiento de Dios. b) Vino enseñando en las sinagogas. Enseguida se nos hace la pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre enseñar y predicar? La predicación es un anuncio de aquellas certezas que no admiten discusión ni compromisos, la enseñanza es la explicación del significado y las implicaciones de aquellas certezas. Por lo tanto, Jesús vino para derrotar los malentendidos de los hombres. Hay momentos en que el hombre sabe la verdad, pero extrae de ella conclusiones completamente desacertadas. Jesús, pues, vino para enseñar a los hombres el significado de la verdadera religión. c) Y vino curando a quienes tenían necesidad de curación. Es decir, Jesús vino para derrotar el sufrimiento humano. Lo que es útil e importante respecto a Jesús es que no se contentó con hablar de la verdad, sino que vino para convertir la verdad en hechos. Es bien cierto aquel dicho: Nunca poseemos un ideal hasta que no lo tocamos con la punta de los dedos. El ideal no es nuestro si no lo vemos convertido en acción. Jesús convirtió sus enseñanzas en acción, en sus obras de sanidad y de ayuda a los necesitados. En una palabra: Jesucristo nos vino para derrotar la ignorancia, los malentendidos, el sufrimiento y el dolor humanos y trocarlos por una nueva vida y una nueva salvación eternas.

 

Conclusión:

Este es el Evangelio singular de Mateo, el Evangelio mundial, el Evangelio de Cristo; es por eso que los cristianos también hemos de proclamar nuestras certezas y estar listos para explicar nuestra fe. En una palabra: Hemos de convertir en acción y en hechos concretos el contenido de nuestros ideales.

 

 

 

 

070343

  Barcelona, 7 de diciembre de 1975

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167 EL TIEMPO

 

Gotas de rocío

Ecl. 3:1

 

Desde que el hombre inventó la máquina de medir el tiempo se convirtió en esclavo del mismo, es más, por caer en un tipo de fiel esclavitud sin tener conciencia de la realidad, no puede buscar en antídoto necesario para contrarrestarla y cada vez agoniza más en el torbellino de la vida moderna. Y antes de que esto ocurriera la naturaleza marcaba y definía los ciclos horarios bien señalados y una estación sucedía a la anterior en el momento oportuno. El sol y la creación entera guiaban al hombre en la administración de su tiempo.

El otro día, al término de la jornada laboral, cuatro empleados nos dirigíamos hasta nuestras respectivas casas coincidiendo en la misma estación del Metro en razón de vecindad. Mas antes de aflorar en la misma, es necesario atravesar un pasillo subterráneo de unos cinco metros de ancho por doscientos de largo. Recuerdo que íbamos hablando al tiempo que avanzábamos cuando, al ver o reparar en la gente que se nos cruzaba o nos adelantaba, me di cuenta de que estábamos corriendo, tomé conciencia de íbamos corriendo a nuestros hogares. Recuerdo que retuve a los amigos un momento y apoyados en una de las paredes del túnel les hice ver lo que estábamos haciendo. Quedamos asombrados viendo y comprobando la certeza de mi aserto, pues bien, en tanto que duró el experimento, nadie reparó en nosotros, ni siquiera una persona se volvió a mirarnos, a nadie importábamos, era como si realmente no existiéramos. Un sudor frío cubrió nuestras frentes. ¿Qué estábamos queriendo demostrar? Era la manifestación de un acto masivo involuntario. Ante nosotros teníamos la sorprendente prueba de que la humanidad se destruye e insensibiliza poco a poco en colmenas de cemento, acero y hormigón. Todo el mundo tiene prisa y, en consecuencia, el prójimo desaparece como tal. Y volvimos a iniciar la marcha en silencio, llenos de pena, vacíos y preocupados. Recuerdo, para mi consternación, que al final del túnel, oyendo el ruido de la llegada del tren, echamos otra vez a correr intentando abordarlo sin pensar que al cabo de poco rato tendríamos otro a nuestra disposición. Cuando aquellas puertas neumáticas se cerraron detrás nuestro, recordé las grandes etapas o temporadas que pasé de pequeño en un pueblecito de Aragón, en contacto casi permanente con la naturaleza, entonces, ¡qué poca importancia tenía mi tiempo! Hasta podía dormir, si quería, la siesta, contemplar al detalle un hormiguero o con precaución un avispero de acuerdo con las preferencias del momento o las situaciones por las que atravesaba, localizar una roja amapola en medio del trigo o jugar a encontrar un “trébol de cuatro hojas”. Y, ¡cuántas veces pude ver cómo los peces zigzagueaban en las claras aguas del Cinca. Y cuándo, por circunstancias familiares íbamos al lejano campo dos o tres días, podía dormir al raso tratando de encontrar estrellas o medir la velocidad con que se desplazaban las fugaces. He sentido sobre mi cabeza el restallazo del seco rayo en los Monegros sin otro refugio que un castigado olivo, he visto los Arco Iris completos, de una punta del cielo a la otra, he olido la tierra recién mojada, he gustado el agua pura de lluvia sin saber a cloro, he comido caza al fuego de aliagas salvajes, he tomado frutos directamente del árbol, he arrancado trigo con mis propias manos, he regado la huerta a la luz de la luna, ¿qué es lo que estaba haciendo en aquel túnel y corriendo?

Decididamente, me disgustaría que se me tomase por ser un retrógrado, la vida moderna tiene ventajas pero también sus inconvenientes, por lo que si queremos vivir en paz y en conciencia demos tiempo al tiempo, pues no en balde se nos dice: Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora, Ecl. 3:1.

 

 

 

 

070344

  Barcelona, 7 de diciembre de 1975

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168 LA MÁQUINA

 

Gotas de rocío

Eze. 33:7

 

En la parada del autobús que uso cada día hay una máquina tragaperras de esas que, a cambio de una peseta, deja escapar una determinada cantidad de cacahuetes salados. Cierto día pude ver como una chiquilla leía las instrucciones, introducía la moneda, giraba la palanca y… los apetecibles frutos no aparecieron con la consiguiente sorpresa de la niña. Pensando que tal vez no lo había hecho bien, volvió a meter otra peseta, apretó la palanca, pero no obtuvo mejor resultado que la vez anterior. Aunque sí hubo una marcada diferencia, esta vez el estupor y el desencanto fueron tan evidentes y gráficos que pecaron de elocuentes. Un aspirante a pasajero, testigo del incidente, se acercó solícito a la máquina y a la niña ante la mirada aprobadora de los que estábamos allí. Casi empleando gestos teatrales sacó el monedero, extrajo la moneda consabida, la introdujo en la máquina, asió la palanca con fuerza, la dio un golpe brusco y… nada. A la vista del fracaso la golpeó violentamente y anotó la dirección del fabricante a la vista de todos asegurando de que aquello no acabaría así. Ocho presentes hicimos causa común con el chasqueado, barbotando frases para todos los gustos, pero la venida del autobús esperado disolvió y finiquitó el asunto de la máquina.

Nuestra niña se quedó mirando aquella deserción inesperada con aire desvalido hasta que una señora que no se había marchado y que había sido testigo del suceso desde el principio, abrió su monedero y la restituyó amorosamente las dos pesetas perdidas, con lo que el caso se terminó en el acto.

Muchos días después he venido observando la máquina. Sigue en su puesto, erguida, recién pintada incluso, llena de cacahuetes, pero un letrero la divide en diagonal: El “no funciona” era claro y visible aun en la distancia. Casi sin querer pensé en aquellos seres cristianos que están en su puesto, firmes, aguantando aguaceros, cuándo estos son claros y declarados, pero no funcionan cuando el sacrificio es tan pequeño que se hace microscópico, invisible. Son incapaces se sentir amor por una flor, una hormiga, una niña desvalida… Son amigos de las grandes cosas y afirman que por las pequeñas no vale la pena gastar el nombre y la dignidad de ser un cristiano. Con cierta sonrisa solidaria pensé que éstos no cumplen con la función para la que fueron plantados en el mundo: Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca y les apercibirás de mi parte. Así, en consecuencia, a diferencia de aquella máquina, a nosotros se nos pedirán responsabilidades si cuando llegue el momento de nuestro trasplante y retiro, no hemos funcionado nunca.

 

 

 

 

070345

  Barcelona, 7 de diciembre de 1975

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169 MATEO Y EL MESÍAS

 

Mat. 4:13-16; 12:15-21; 21:1-5

 

Introducción

Es cosa sabida que Mateo escribió principalmente para el pueblo judío. Se había propuesto demostrar cuando menos dos cosas a su querido pueblo dejando claro una vez más el axioma de un ser humano creyente en Jesús que se vuelca sobre las personas de su entorno: En primer lugar señala que Jesús de Nazaret es el Mesías prometido a Israel, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios y, en suma, el cumplimiento de todo el AT y, en consecuencia, hilando más fino, que el Mesías vino a salvar al mundo entero a condición de que éste se arrepienta y se entregue a Él. En segundo lugar, y siguiendo la misma línea ya expresada, que este Mesías, rey verdadero de su pueblo, vino a fundar en la tierra un reino aparte y diferente a la idea terrestre, un reino diferente, religioso y moral. De todas formas, realmente hablando, poco éxito popular podría tener un Evangelio que hablaba de sacrificios, de anulaciones, de entregas y de conciencias lavadas cuando ellos esperaban mandos de gobiernos legalistas, nacionalista y hasta expansionistas. Pero sin embargo, debieran de haber sabido, pues tenían posibilidades para hacerlo, que el Cristo cumplía con todas las profecías que guardaban celosamente, que el Cristo iba a trastocar a la sociedad, que el Cristo iba a darles una supremacía como nunca habían soñado, que el Cristo necesitaba padecer incluso en sus propias manos, que el Cristo, en suma, era el Redentor universal. Pero que difícil es ver amor en el desalojo violento del templo, que difícil es presentar la otra mejilla y que difícil es morir siendo inocente. Y llegamos a la conclusión de que no le aceptaron porque tenían de Él una imagen distorsionada y falsa. Entonces bien podemos preguntar a cada uno de nuestros conocidos: ¿Cuál es la imagen que tienes de Cristo? Es lo primero que necesitamos saber y de acuerdo con la respuesta obrar en consecuencia. Siguiendo en esta línea podremos demostrar su necesidad y su hambre de Cristo y llevarlos al arrepentimiento y a la consiguiente salvación. En su caso Mateo, persiguiendo el fin que se había propuesto, coloca al principio de su Evangelio: El libro de la genealogía de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham. De Abraham porque de su firme descendencia debían ser benditas todas las familias de la tierra y de David, porque el Mesías debía restablecer su reinado de una vez para siempre.

 

Desarrollo:

  Mat. 4:13. Y dejando a Nazaret, lugar que, como sabemos, fue primero por ser la ciudad en la que se había criado. Aquí Mateo no nos dice  el por qué Jesús se marchó de Nazaret, pero sabemos por Lucas, 4:16-30, que no le habían recibido bien. En efecto, lo echaron fuera de la ciudad e intentaron matarlo porque afirmaba que estaba cumpliendo Isa 61:1, 2, la profecía mesiánica que iba y afirmaba que estaba cumpliendo con el envío de Dios a predicar las buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, a los presos apertura de la cárcel, a promulgar el año de la buena voluntad del Señor, el día de la venganza de Dios y a consolar a todos los enlutados.

  Vino y habitó en Capernaúm, ciudad de gran importancia en esa época, situada en la playa occidental del mar de Galilea. En el tiempo de Cristo era un formidable centro comercial y vital del país: tenía, p eje, aduana, Mat. 9:9, sinagoga, Luc. 7:5, y lo que en realidad nos da fe de su importancia, tenía una guarnición de los soldados, Mat. 8:9. En la región de Zabulón y de Neftalí, dos de las tribus de Israel que, precisamente, sus fronteras pasaban cerca de Capernaúm. En esta ciudad Jesús pasó gran parte de su corto ministerio público, tanto es así que, a veces, la llama “su ciudad”.

  Mat. 4:14. La cita que sigue está tomada de Isa. 9:1, 2. Luego entonces, Mateo afirma que en Capernaúm fueron cumplidas la ubicación y el arranque de las profecías que lo enmarcan y definen.

  Mat. 4:15, 16. Sigue la cita de la misma profecía: Camino del mar, posteriormente se trató de buscar una ciudad a la orilla del mar, sin embargo ésta cumplía a la perfección con el sentido de la profecía por estar ubicada sobre la ruta de Damasco a Tolemaida, por la cual se hacía el comercio con Egipto. Esta carretera, este camino se llamaba por lo común: “El camino del Mar”. Otro dato a tener en cuenta es sin duda: Galilea de los Gentiles, en efecto, toda persona que no era judía era gentil y en Galilea, ya quedó dicho el domingo anterior, era una parrilla de gentes que iban desde judíos hasta romanos, pasando por fenicios, sirios, árabes y egipcios. La profecía continúa diciendo que el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz, en efecto, sabemos muy bien que todas las tinieblas son sinónimos de pecado y de depravación moral y que alguien que fuese justo, sano e inocente por fuerza tenía que resultar una gran luz que imitar. Así, la luz les resplandeció, en todos los aspectos. Si fueron ciegos a sus efectos, no era culpa de la luz, sino de sus propios ojos puesto que hicieron todo lo posible primero para ignorarla y segundo para apagarla.

  Mat. 12:15. Sabiendo esto Jesús, el mismo que conocía los duros intentos del corazón cuando le ponían trampas, ahora conocía que tenían el propósito de destruirlo. Se apartó de allí. Recogió a sus discípulos y se apartó al mar de Galilea, Mar 3:7. Muchos han visto en este pasaje la demostración del “miedo” de Jesús. Había acabado de curar al hombre que tenía la mano seca en sábado y tenía plena conciencia de que los fariseos hacían consultas para destruirle. Pero no tenía miedo. Sabemos que frecuentemente, por prudencia, se retiraba a otro lugar cuando las condiciones se le hacían intolerables, Mat. 4:12; 14:13; 15:21; 16:5, pero no era debido al miedo. Sabía de forma positiva que su hora no había llegado y cuando ésta llegó, cuando supo que iba a ser entregado a manos de pecadores, Mat. 26:45, no vaciló, sólo se quedó mudo, no dijo nada, y aguantó a pie firme. Mas en la ocasión que nos ocupa, esto no era necesario. Es más, estas idas y venidas tenían como resultado el que le siguiera mucha gente y a consecuencia  de la fe demostrada, sanara a todos.

  Mat. 12:16. Extraña orden para un líder que necesitaba darse a conocer. Sin embargo, sabemos que no quería hacer notoria su fama entre el pueblo publicando las curaciones que acababa de realizar. Además, ésta no era la primera vez que había prohibido tal cosa, Mat. 8:4. ¿A qué podría deberse esta actitud tan fuera de lugar? El siguiente v nos da una clara respuesta:

  Mas 12:17. En efecto, lo que el evangelista quiere mostrar, al citar estas hermosas palabras, son los rasgos por los cuales el Eterno caracteriza al Mesías, su mansedumbre, su caridad, su amor al silencio y al retiro. Ese es el motivo que Mateo da para no publicar sus obras a bombo y platillo, v. 6. Pero es evidente que todos los demás pormenores de la profecía también se han hecho, se han cumplido. Veamos si no:

  Mat. 12:18. He aquí mi siervo, es claro y evidente que el aquí llamado siervo es el Mesías; además, y dejando aparte la profecía que venimos comentando, los veinticuatro últimos caps de Isaías nos describen y enfatizan muy bien el tipo de Cristo como Siervo de Jehovah. A quien he escogido, Dios sustentará a este siervo suyo, por haberlo escogido para hacer una obra importante. Mi amado. Esta frase nos hace recordar las palabras del Padre en ocasión del bautismo de Jesús, Mat. 3:17. Mas pondré mi Espíritu sobre Él, con un grado especial y notable que no se dará en otra persona, Isa. 61:1; Luc. 4:13; Juan 3:34. Y a los gentiles anunciará juicio. En efecto, esta frase es la demostración de que los gentiles también entrábamos en el plan de Dios, puesto que debían ser llamados a juicio, es decir, a la posibilidad del arrepentimiento. Así, el juicio que el Mesías debía anunciar a los gentiles, es la fiel revelación de la justicia de Dios en grado sumo, Rom. 1:17, que tiene lugar en la conciencia humana por la predicación de la pura verdad y la gracia y que se consumará en el último día como una victoria eterna del reino de Dios.

  Mat. 12:19. Sabemos que Jesús contradecía los sofismas de los judíos, pero no discutió ni un segundo sobre ciertas bagatelas. Ni voceará, es decir, no buscará la popularidad, ni nadie oirá su voz en las calles, en el sentido que él mismo criticó condenando la religión ostentosa que era tan común en los lugares públicos y las esquinas de oración.

  Mat. 12:20. Expresiones que se nos antojan figuradas pues no en vano el E Santo describió por boca del profeta a aquellos cuya sed de gracia era débil y cuyo arrepentimiento es vacilante. Y que hacia esas personas el Señor Jesús era tierno y compasivo puesto que a sus ojos, la gracia, el arrepentimiento y la fe, por débiles que sean, tienen mucho valor y las detecta a la perfección. Hasta que saque a victoria el juicio, así el Mesías vencerá todos a los obstáculos y toda la oposición, y proclamará y establecerá la obra, la palabra y la persona de Dios.

  Mat. 12:21. Con el buen entendido de la acepción equivalente a naciones. La única esperanza de salvación que tendrá todo el orbe sin importar su color, lengua o raza, será por fe en el más sublime de los nombres.

  Mat. 21:1. Viajando entre Betania y Jerusalén, el domingo por la mañana, vinieron a Betfagé o casa de higos maduros, la pequeña población en la falda oriental del monte de los Olivos, llamado también monte del olivar en Hech. 1:12. Sabemos que este monte separaba a la capital de los valles de Josafat y el Quedrón. Una vez allí, casi a la sombra de la cruz, envió dos discípulos cuyo nombre ignoramos.

  Mat. 21:2. Es decir, a Betfagé o a cualquier otro pueblo cercano, hallaréis un asna atada, Marcos al describir esta escena hace ref. a un pollino, 11:2. Aquí hay un detalle revelador de la sabiduría de Jesús. Dice a sus discípulos lo que se van a encontrar. Muchas veces se ha tratado de justificar la humildad de Jesús al entrar en la capital a lomos de un asno, pero debemos considerar que en el oriente se tenía al asno en un gran aprecio, era más grande y andaba más deprisa que los que nosotros conocemos y era, desde luego, objeto de una majestad pacífica. Nos imaginamos a los dos discípulos maravillados cuando pudieron comprobar la veracidad de lo descrito. No obstante, a nosotros nos debe bastar el hecho de que Marcos y Lucas hagan énfasis en un detalle revelador: Nunca jamás ningún hombre se había sentado en él y así, otra vez se vive la profecía: Los animales usados en todos los oficios sagrados no debían haber llevado nunca el yugo, Deut. 21:3; Núm. 19:2. Sin duda, por eso, para cumplirla, el Señor mandó traer el pollino, ¡no había sido usado aún! Notemos que Cristo no les da explicaciones y sobre todo, que ellos no perdieron el tiempo haciendo preguntas inútiles. Se limitaron a cumplir y a ser obedientes.

  Mat. 21:3. Se ha dicho también que el dueño de la casa conocía al Señor y que sin duda le iba a dejar usar los animales. A favor de esta teoría tenemos a todos aquellos que indican que nos asnos estaban en Betania y que el amo al oír la contraseña: El Señor los necesita, gustosamente lo haría por entender que había llegado la hora tantas veces comentada y temida, Mar. 11:1.

  Mat. 21:4. Pero entendámoslo bien, no quiere decir esto que Jesús consultara las profecías para ver lo que tenía que hacer el Mesías, sino más bien que Dios había inspirado a los profetas a ver o predecir, Isa. 62:11; Zac. 9:9, lo que Él después requeriría de su Hijo. Lo importante del hecho es que la multitud lo recibió con la imagen de lo que estaba llamado a ser: ¡Un Rey!

  Mat. 21:5; Isa. 62:11. Esta frase encierra cierta dificultad. Es sin duda un hebraísmo que designa a la ciudad entera de Jerusalén. Si el texto de Isaías es el aviso de la llegada, la profecía propiamente dicha que ahora estamos comentando, la hallamos en Zac. 9:9, el donde se prevén las circunstancias materiales del hecho. Lo importante que deberíamos resaltar es sin duda el dato de que el pensamiento del profeta y del evangelista al describirnos la pobre y humilde cabalgadura del Salvador en el instante de su entrada real en la capital, es unánime y claramente indicativa de su santa majestad especial: En sus expresiones ven en ella la buena señal de mansedumbre y del espíritu pacífico, de la pobreza y de la sana humillación del Mesías, en el instante mismo que habría podido aspirar al poder y la gloria. Tu rey viene a ti, Jesús, rey del reino de los cielos, entraba en la ciudad santa, la hija de Sion. Manso, benigno de carácter, humilde y condescendiente. Sentado sobre una asna, sobre un pollino, mejor: sobre un pollino de asna, Juan 12:15. En efecto, llevaron también al asna para poder dirigir y dominar mejor al pollino. En una palabra, Jesús no entró a lomos de un caballo que hubiera podido predecir guerras, sino a lomos de un animal que más bien representaba la paz.

 

Conclusión:

Esta es la figura que magistralmente describe Mateo de su Cristo y de su Mesías. ¿Cuál será la figura que nosotros vamos a dar de Él? Quizás un buen hombre, un estratega, un revolucionario del pueblo, social, un criminal, un salvador, un equivocado, un fuera de lugar, un pobre, un apolítico, un loco o cualquier otra cosa. No importa, lo que es necesario, si hemos creído en Él y tenemos la sensación de que somos salvos, es reflejar su imagen real para que otros puedan llegar al conocimiento de la verdad.

Así sea.

 

 

 

 

070346

  Barcelona, 14 de diciembre de 1975

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170 EN BUSCA DEL REY

 

Mat. 2:1-12

 

Introducción

Nuestra lección se concreta a la consideración de la búsqueda de hombres sabios. Esta búsqueda es el reto eterno a los hombres sabios de todas las épocas. Cada vez que Cristo se destaca más y más como la figura central en la historia humana. A través de los siglos los sabios de verdad han procurado encontrarlo, entenderlo y seguirlo. ¡Qué tragedia que muchos sabios del mundo no lo han buscado y, por lo tanto, nunca han encontrado al verdadero Dios!

Después del nacimiento de Jesús, el cual pasó en el año cinco o seis antes de Cristo, José y María se habían establecido en Belén. La visita de los sabios se verificó algunos meses más tarde. Al iniciar el estudio del evangelio de Mateo, notamos que él escribió para los judíos y procuró establecer la relación de Jesús con el país y con el cumplimiento de las Escrituras. Sin embargo, en esta lección acerca de los magos, Mateo muestra a Jesús como el único Salvador del mundo.

 

Desarrollo:

  Mat. 2:1. Cuando Jesús nació, conforme al tiempo, los hechos y las circunstancias, y guiados por Jehovah Dios, Gál. 4:4. En Belén de Judea, en tiempo de Abraham esta aldea se llamaba Efrata, Gén. 35:16, 19, pero los israelitas le dieron por nombre Belén, que quiere decir “casa de pan”. Está situada a unos siete Km. al sur de Jerusalén. Fueron José y María a Belén para ser empadronados, Luc. 2:1-7. En días del rey Herodes, rey de Judea desde el 37 al 4 aC, y durante este tiempo nació Jesús. Vinieron del oriente a Jerusalén unos magos. Estos magos eran entre los persas y medos una casta sacerdotal, formaban el consejo secreto de varios reyes, administraban los asuntos religiosos y se dedicaban al estudio de la naturaleza.

  Mat. 2:2. Los escritores paganos testifican que por este tiempo había en el Oriente una expectativa general de que naciera en Judea un hombre que poseería el dominio universal. La estrella no fue una cualquiera, era su estrella, la que debiera anunciar al Rey. El movimiento de la estrella, como está descrito en el v. 9, no fue conforme a las leyes naturales. Entendiendo el lenguaje de Mateo conforme a su sentido obvio tenemos que considerar la aparición milagrosa. Y venimos a adorarle, tributarle homenaje es mucho mejor pues no hay razón para creer que consideraban que el niño nacido era el Rey en algún sentido divino, aunque parece que aún esperaban que su reinado tendría influencia en otras naciones.

  Mat. 2:3. Y con sobrada razón, puesto que su conciencia mala y criminal se alarmó ante la posibilidad del advenimiento de un rey judío poderoso. Es posible también que pensara en el Mesías que había de venir, según las Escrituras de los judíos. Pero aunque dependientes de Herodes participarían de sus sentimientos, por tener interés en la permanencia de su gobierno al mismo tiempo todo el pueblo se turbaría por temor a nuevas tiranías y crueldades efecto de su celo.

  Mat. 2:4. Herodes convocó al grupo de eruditos (probablemente en el sanedrín, como 20:18), y a los copistas, estudiantes y buenos expositores de las Escrituras, quienes eran a veces titulados y con experiencia, y doctores de la ley, todo ello a fin de saber dónde debía nacer el Cristo. Por supuesto, Herodes no quería saberlo para homenajearlo, sino para destruirlo.

  Mat. 2:5. Los hombres eruditos pudieron contestar porque tenían conocimientos de las enseñanzas espirituales. Así está escrito, en las profecías que estudiaban. Por el profeta, Miqueas, uno de los profetas menores de Judá, el reino del sur. Éste había predicho el lugar de nacimiento del Mesías más de siete siglos antes.

  Mat. 2:6. Mateo hace una traducción coloquial de Miqueas 5:2. Abraham, Isaac, Jacob y sus descendientes Dios les prometió que vendría el Mesías, que nacería en el cumplimiento del tiempo para redimir a su pueblo del pecado y para apacentarlo a través de los siglos.

  Mat. 2:7. Claro, no reveló su propósito a los magos, sino que de forma hipócrita les hizo creer que sinceramente pretendía saber la misión de ellos. Así, averiguó, mediante preguntas sacó lo que quería saber, la información que necesitaba, puesto que los sabios no sospechaban nada. Les pregunta e tiempo de la aparición de la estrella con exactitud, pues si no hubiesen sabido nada, Herodes no hubiera demostrado interés alguno en los magos ni tampoco en su mensaje, pero la verdad es que lo de la estrella lo turbó.

  Mat. 2:8. Enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguar acerca del niño con diligencia. Herodes agrega la hipocresía y la astucia a su designio criminal. Trata del tema como de gran importancia, y es que nunca perdona esfuerzo para conseguir su fin. Y cuando lo halléis, en caso de dar con él, hacédmelo saber para que yo vaya y le adore. ¡Qué hipócrita! ¡Qué mentiroso! ¿Cuándo sabrán los hombres que Dios no puede ser burlado? Gál. 6:7. Todavía hay quien profesa fe en Cristo para ganar ventajas económicas, fama, popularidad, bienestar y situación social ventajosa.

  Mat. 2:9. Los magos oyeron todo lo que el rey les decía y fueron a Belén, a poca distancia d Jerusalén como ya ha quedado dicho. Y Dios los guiaba por medio de la estrella. ¿No sería una ilusión óptica, como piensan aquellos que admiten que era un fenómeno físico? ¿Cómo explicar que la estrella se parase sobre el lugar o la casa donde estaba el Niño? Si como se pretende, esto significaba que el astro estaba en su cenit, ¿habría sido esto una indicación segura para nuestros viajeros? No, cada punto de este relato dice y muestra con claridad que el autor habla de una luz extraordinaria, conducida por la mano de Dios que se revelaba así a los piadosos viajeros.

  Mat. 2:10. Esto es lo importante, buscar aquella luz divina en la dirección de Dios. La estrella estaba sobre la tierra de los judíos y sobre sus cabezas, y no la vieron, así ha sido siempre en cuanto a la luz del evangelio. Los tres magos se regocijaron porque habían tenido éxito en su búsqueda, habían hallado al Mesías del cual el buen Miqueas había profetizado. De la misma manera, los seres humanos deben seguir la luz del evangelio que les puede conducir a Cristo, y al hallarlo se regocijarán con gran gozo. No hay gozo mejor, ni más perdurable, que el que siente el hombre que hace las paces con Dios.

  Mat. 2:11. Y al entrar en la casa sobre la cual se había parado la estrella. Se nos dice que había pasado algún tiempo después del nacimiento del niño y que los padres se habían trasladado a una casa, que ya no estaban en el pesebre. Así, su presentación en el templo ya habría pasado y éste tenía lugar cuarenta días después del nacimiento, Luc. 2:22; Lev. 12:1-4. Allí vieron al Niño con su madre. Aquí se menciona primero al niño, el cual es en efecto el Salvador. María era una mujer honorable, pero no era el objeto de la visita de los Magos, ni el objeto del homenaje. Postrándose, le adoraron, rindieron gloria al niño, al que era en verdad el Rey de los judíos. Está claro que no adoraron a María. Y abriendo sus tesoros, en aquellos tiempos nadie se presentaba delante de los grandes personajes sin ofrecerles presentes. Así ofrecieron a Jesús dones de valor demostrando que tenían en gran estima y valor su grandeza: Oro, incienso y mirra. La mirra simbolizaba la santa y real resurrección y es lo que se ofrece a un ser mortal, el oro es lo que se da a un rey, el incienso simboliza la oración y es lo que suele ofrecerse a Dios.

 Mat. 2:12. El Señor de los señores les hizo saber que no debían informar a Herodes. El rey pensaba matar al niño. Les informó en sueños, con frecuencia Dios revelaba su voluntad de esta manera en los tiempos antiguos. Ellos regresaron a su tierra. No sabemos de dónde eran, sólo que vinieron del Oriente. Por otro camino, es decir, no volvieron por Jerusalén. Así fue demorada la ejecución del astuto plan de Herodes, y él tuvo que dar pasos de ciego para saber quién era el Niño.

 

Conclusión:

Todos acostumbramos a dar regalos para Navidad, unos tratando de obtener algo a cuenta de ellos, otros por amor a los familiares y otros esperando recibir otros. Pero hoy levantamos la pregunta, ¿cuál es el regalo más grande que podemos ofrecer a Cristo? Sin duda nuestra vida. En uno de los templos paganos del Japón, el adorador corre alrededor del templo cien veces y deja caer un pedazo de madera en una caja cada vez que completa la vuelta. Al concluir su tarea vuelve a su casa cansado, pero feliz  porque cree que ha agradado a su dios. A su modo esta costumbre nos da una lección. Los magos no sólo se limitaron a buscar y encontrar al Cristo, sino que le ofrecieron dones, ¿vamos a ser menos?

 

 

 

 

070347

  Barcelona, 21 de diciembre de 1975

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171 LUCHA CONTRA LA TENTACIÓN

 

Mat. 4:1-11

 

Introducción

Siguiendo con el estudio que estamos haciendo del Evangelio de Mateo, llegamos al principio del ministerio público de Jesús. Pero nuestro evangelista omite en su relato toda referencia a la niñez del Salvador, es incluso a su juventud, e inicia de nuevo el relato en el momento del dramático bautismo de Juan y la posterior dura tentación de Jesús. En efecto, la dedicación y la tentación pueden venir muy juntas y así sucedió en la vida del Maestro. Pero para la total comprensión de este estudio no podemos pasar por alto el cap. 3. Jesús fue a su primo Juan el Bautista con el propósito de ser bautizado por él, v. 13; Juan se resistió ya que el mismo debía ser bautizado por Cristo, v. 14, a lo que el joven maestro contestó: Deja, porque así conviene que cumplamos la justicia, v. 15 y Juan lo bautizó.

  Mat. 3:16. Ahora digamos de paso que el bautismo bíblico es por inmersión en el agua, así estaba bautizando el Bautista y así fue bautizado Jesús. Sabemos que la primera acepción del verbo gr. baptizo es sumergir. Además, dice el texto: Subió del agua, muy evidente, primero bajó al agua, enseguida entró en ella, después fue bautizado, es decir, cubierto, y finalmente subió del agua. Así, podemos decir de paso que subió de aquel sepulcro simbólico en el que había de ser sepultado. Rom. 6:4, nos indica la obligatoriedad de imitarle si queremos resucitar con él para siempre. Pero aquí se nos presenta una dificultad que tocaremos de paso por no entrar de lleno en nuestra lección. Juan bautizaba a personas pecadoras que se habían arrepentido, Mat. 3:2, 6. Pero Jesús no tenía pecado, ¿qué significaba, pues, el bautismo de Jesús? Los grandes sabios y comentaristas dicen: El bautismo de Jesús cumplió la voluntad del Padre, o lo es igual, fue la aprobación bíblica del ministerio del precursor Juan, identificó a Cristo Jesús con los pecadores que recibieron el bautismo, aunque él no había pecado, y así, con este simple hecho, nuestro Maestro ejemplificó a los mortales para que hiciesen lo mismo, amén de indicar al propio Juan que Él era el Mesías y que su Obra y Dedicación no había sido en balde. Y además, y esto es sintomático, entendemos que Jesús al oír hablar del bautismo de Juan supo que su momento había llegado. Dejó el banco de carpintero y aceptó el banco de almas. Por otra parte, nos parece que el bautismo de Jesús simbolizaba también la total muerte vicaria que pronto tendría que efectuar a favor de todos los pecadores, y su resurrección para justificar a los que creyeran en Él, Rom. 4:25. Esta dedicación pública a la misión redentora forzó u ocasionó la aprobación del E. Santo y del Padre celestial: He aquí los cielos fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre Él; Lucas, al referirse a este pasaje, dice: Y orando, descendió el E Santo sobre Él en forma corporal, como paloma, Luc. 3:21, 22. En efecto, tal vez fue el acto público una unción divina para su ministerio, pero para nuestro Juan fue la evidencia de que Jesús era el Hijo de Dios, Juan 1:32-34.

  Mar. 3:17. Ésta, sin duda, fue la voz de Dios. Digamos de paso que tres veces, durante el ministerio de Cristo, esta voz del cielo le habló. La que nos ocupa fue la primera, la segunda en la santa transfiguración, Mar. 9:7, y la tercera, finalmente, en la semana de antes de la crucifixión, Juan 12:28. Éste es mi Hijo amado, Jesús es el unigénito de Dios, Él no ha dicho. Debemos añadir puesto que la ocasión lo requiere, que aquí vemos representadas a las tres Personas de la Trinidad: Al Hijo, a Jesús en el agua, el E Santo que desciende en forma de paloma y al Padre, a quién oímos su voz, diciendo: En quien tengo complacencia, en Cristo. Una fiel complacencia bien entendida por cuanto aquel su Hijo acababa de iniciar el ministerio que tendría su culminación en el logro de la reconciliación de los hombres con Dios.

 

Desarrollo:

  Mat. 4:1. Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, Mar. 1:12, 13; Luc. 4:1-13. Este relato, al que pasa el evangelista por la simple partícula entonces, es la continuación inmediata de lo que precede. De manera que la tentación sucede al bautismo casi como una consecuencia directa de aquél. Hay pues en las dos situaciones una relación tan íntima, una significación tan buena y profunda, que difícilmente se nos puede escapar. Jesús, lleno del E Santo es llevado por este Espíritu al desierto, para prepararse en soledad por la meditación, por la oración y, sobretodo, por la tentación, para la obra que iba a emprender. Se nos dice que este desierto estaba en las montañas cercanas a Jericó, el cual no era por el que Juan había deambulado y que estaba con las fieras, Mar. 1:13. Pero lo importante es hacer notar que no importa el lugar tanto como la seguridad del advenimiento de la tentación. Y es que podemos ser tentados en medio de una muchedumbre, por lo que la importancia del momento relega el lugar para pasar a la forma en qué podemos vencerla. Para ser tentado por el diablo. Veamos a grandes rasgos quien es el nuevo personaje: Su nombre significa calumniador, el que acusa a los justos, llamado Satanás en el AT y el adversario, Job 1:6; 2:1; Zac. 3:1; Juan 8:44; Apoc. 12:10. Es el representante del poder de las tinieblas, Efe. 2:2; 6:12, 16, el mismo que Jesús venía a destruir, 1 Jn. 3:8, por lo que el malo sabía desde el principio hasta el fin que debía ser enemigo de su obra divina, Juan 13:2, 27; 14:30. El Salvador mismo nos lo descubre así, Mat. 13:19, 39; Luc. 8:12. Pero lo que es también significativo, Mateo, al igual que los otros escritores del NT, lo llama el Tentador, v. 3, a causa de su perniciosa influencia entre los hombres.

  Mat. 4:2. Algunos comentaristas han llegado a indicar que este periodo de tiempo es simbólico y que para la creencia judía de entonces significaba mucho tiempo. Pero nosotros nos inclinamos más bien por la opinión de otros que aseveran que el ayuno del Salvador fue una absoluta abstención de alimento, Luc. 4:2, y que formaba parte de su preparación, al igual que lo fueron los tenidos por Moisés, Éxo. 34:28, y Elías, 1 Rey. 19:8. De todas formas no nos importan tanto aquellos días que estuvo sin comer como la consecuencia de los mismos: Tras haber ayunado, tuvo hambre. Y a esta necesidad natural, a este lógico padecimiento, se dirigió el enemigo en primer lugar.

  Mat. 4:3. Como se aproximó el tentador a Jesús y porque medio le sugirió sus tentaciones lo callan los evangelistas. Este silencio ha dejado el campo libre a las más variadas realidades en cuanto al género de nuestro relato. Todas ellas pueden ser reducidas a 4 principales, sostenidas todas sucesivamente por los exégetas: (a) Los unos han visto en el relato un hecho histórico, que reciben con todos sus detalles en su sentido más literal incluyendo, desde luego, la visible aparición del demonio. No puede negarse que esta manera de ver las cosas sea, al primer golpe de vista, la más conforme a la idea que los evangelistas parece que tuvieron del hecho que nos relatan. Sin embargo, al poco que reflexionemos, este sentido literal se hace al menos dudoso. Una escena mágica se desarrollaría ante nuestra vista: Jesucristo sería transportado a través del espacio hasta el techo del templo y esto sería tan poco conforme a las tentaciones ordinarias del demonio como poco digno del Salvador. La tercera tentación sería aún más imposible que la segunda, puesto que supondría la existencia de un monte desde donde pudiesen ser vistos todos los reinos del mundo y su gloria. (b) Otros piensan que Jesús habría referido a sus discípulos esta profunda experiencia de su vida como una parábola destinada a ponerles en guardia contra las tentaciones del adversario, y que los evangelistas habrían puesto este relato bajo la forma histórica de que le hallamos revertido. Nada en las enseñanzas del Salvador ni en las narraciones evangélicas autoriza esta suposición. Cuando Jesús propuso parábolas a sus discípulos, supieron entenderlas muy bien y catalogarlas como parábolas que eran. (c) Otros aún, admitiendo la idea de nuestro relato tal como es brevemente dicho en Marcos 1:12, 13, han visto en su forma actual un mito que habría sido así desarrollado por aquella tradición apostólica, pero podemos constatar con facilidad que esta opinión está en franca contradicción con el carácter histórico de nuestros evangelios. Y (d) se ha supuesto, por último, que toda la historia de la tentación, con su trágica realidad, ha ocurrido en realidad en el alma del Señor, y que ella fue muy al principio de su ministerio, una lucha moral y espiritual con el príncipe de las tinieblas, correspondiente a la terrible lucha de Getsemaní que constituyó su fin. La forma del relato, en armonía con el genio oriental, al que agrada poner en forma de drama los hechos del mundo espiritual, no es falsa, no es irreconciliable con esta interpretación. Es semejante, casi igual, a la historia de la tentación en Edén, cuya contrapartida es, o parece ser, pues no carece de analogía, el principio del libro de Job. Por lo demás, lo que importa, no es el carácter del relato, sino el hecho interior y moral de la tentación, que hemos de entender en su profunda y seria realidad.

Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Dios acababa de declarar que Jesús era su Hijo amado, 3:17, y el Salvador mismo era consciente de esta dignidad. La menor duda a este respecto habría roto la fuerza necesaria para la lucha en la que entraba y que sólo debía terminar con su vida. Aquel tentador trata de insinuarle la duda: Si eres Hijo de Dios… Sí, se trata del mismo principio que la tentación en Edén aunque allí el resultado fue otro, evidentemente. ¿Cómo puede estar el Hijo de Dios dado o expuesto al hambre, a las privaciones, a los padecimientos y a los peligros? Si en realidad lo eres, pruébalo a ti mismo y a tu fiel pueblo por medio de prodigios físicos que sirvan para alcanzar tu gloria. Allí estaba la sutileza de la tentación: hacer uso del poder milagroso para escapar al padecer del hambre y obedeciendo a Satanás, salir con ostentación de la prueba. En necesario que no olvidemos que la idea presentada a Jesús por el demonio estaba ya extendida en el pueblo judío y que, muchas veces, la tendría que oír de sus contemporáneos. Israel esperaba un Mesías potente y glorioso, que restableciera a la nación su antiguo esplendor de la tierra, liberándola del yugo extranjero. ¿Iba Jesús a adoptar este pensamiento tan apropiado para ganar el apoyo nacionalista del hebreo o iba a entrar en la larga carrera de humillaciones, dolores y padecimientos cuyo término señalaba a la cruz, para reinar sólo por aquella verdad, Juan 18:37, y realizar la redención moral del mundo? Esta era la cuestión que constituía para Él la tentación más terrible.

Esta cuestión es en el fondo la misma que se plantea en toda conciencia humana. Por una parte el Evangelio le dice: Renuncia a todo y a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús en la senda de la pobreza, para reinar con Él. Por la otra, el mundo le invita a buscar la satisfacción de sus necesidades materiales y naturales, de sus deseos egoístas, vivir para si mismo y es necesario escoger un día sí y el otro también. Y esta elección que deben hacer tanto el discípulo como el Maestro, se presenta a cada paso en la vida y es necesario vencer por la obediencia y el sacrificio de uno mismo y para ello debemos recurrir a una fuerza que no es terrenal, v. 4.

Ahora, aquí mismo, se nos presenta un problema cuya solución rige todo el sentido de la historia. ¿Era Jesús en realidad propicio y propenso a esta tentación? En otras palabras: ¿Era posible que cayese en la misma? Si desconociendo la realidad de su real naturaleza humana se responde negativamente, si con Calvino se declara que los dardos de Satanás no podrían herirle, es decir, que era inmune al pecado, nuestro relato sería una ficción poco digna del centro del Evangelio, y Jesús cesaría de ser nuestro libertador y modelo en su lucha y victoria. No, todo fue realidad en su vida humana, tuvo sed, tuvo hambre y fue tentado como podemos serlo nosotros en todo, Heb. 4:15. Segundo Adán, jefe y representante de nuestra humanidad, ha librado todas nuestras batallas contra el pecado y la potencia de las tinieblas, por sí mismo ante todo y luego por nosotros. Si hubiera sucumbido, su obra habría sido perdida, mas por cuanto fue consumado, ha destruido las obras del diablo, y ha sido hecho el autor de una salvación eterna para todos los que le obedecen, Heb. 5:9.

  Mat. 4:4. Esta es una cita a Deut 8:3 según la versión llamada de los setenta. Estas palabras están admirablemente escogidas, pues que están dirigidas a Israel alimentado con el maná del desierto. El sentido literal hebreo es el siguiente: Te humilló, te hizo sentir hambre, pero Él te alimentó con maná del cielo. Para que sepas que el hombre vivirá no sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. La versión griega ha traducido bien las últimas palabras, porque lo que sale de la boca de Jehovah Dios, es su palabra omnipotente y creadora, por la cual había ordenado el maná y por la cual sostiene todas las cosas, Heb. 1:3. Toda prueba como para Jesús el desfallecimiento por hambre, puede abrir la puerta a la tentación. Nuestra fuerza está entonces únicamente en la confianza en Dios y en la obediencia a su Palabra: Escrito está. Respondiendo así Jesús no quiere decir que Dios iba a alimentarle aunque no descarta la idea, sino más bien afirma que la vida del hombre no depende sólo de la satisfacción de sus necesidades del cuerpo, sino ante todo, del cumplimiento de las órdenes de Dios, Juan 4:34. En una palabra, él obedecerá siempre a su Padre, de quien espera día tras día el sustento para su vida y no usará el poder que tiene para hacer milagros y salir sin más de la posición en la que el propio Dios le había puesto.

  Mat. 4:5. Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, a la capital de Jerusalén, Luc. 4:9; Isa. 48:2; 52:1; Mat. 27:53, y le puso en el pináculo del templo. Se ha trabajado mucho por determinar lo que podían ser estas almenas, alas o pináculo del edificio donde el tentador hizo subir a Jesús, pero sólo se ha llegado a conjeturas que no nos llevan a ninguna parte.

  Mat. 4:6. Ahora el diablo está citando casi literalmente al Sal. 91:11, 12. Con ello cambia de actitud, en la primera tentación el si eres, debía conducir a Jesús a la conclusión: No te quedes sin nada, ¡ayúdate a ti mismo! Aquí, las mismas palabras significan: No tengas miedo, en último lugar, Dios te ayudará. Es pues, como vemos, la tentación opuesta. Allí, la falta de fe, que es la prueba de los principiantes; aquí, por así decirlo, el exceso de fe o el abuso de la fe, que sólo puede ser el peligro de los adelantados y líderes. Y precisamente porque esta sugestión hace un llamado a la fe, Satanás la apoya con una promesa divina. Quizás viendo que Jesús le había vencido ya en una ocasión con aquella fuente, Satán ensaya la misma arma. Muchos interpretes piensan que Satanás incitaba a Jesús a realizar un milagro ostentoso que lo hubiera hecho reconocer como el Mesías por la multitud alegre y entusiasmada, pero nuestro relato no indica tal fin y no nos muestra en ningún momento la muchedumbre espectadora del fiel milagro.

  Mat. 4:7. Es una cita de Deut. 6:16 según la versión de los setenta

Tentar a Dios, aunque era murmurar contra Él y sus maravillosas dispensaciones, era también exigir de Él manifestaciones más o menos extraordinarias de su poder y su bondad, Éxo. 17:2-7; Sal. 95:9; 1 Cor. 10:9. Y tal habría sido el pecado de Jesús, si hubiera consentido en exponerse a un peligro inútil, contando con la santa protección de Dios. Así, debemos confiar en Dios, pero nunca debemos tentarlo.

  Mat. 4:8, 9. Es decir, si me rindes homenaje como si fuera tu rey, porque Satanás no podía exigir la adoración propiamente dicha, el lazo habría sido demasiado grosero. El Salvador sabía que todos los reinos del mundo le estaban prometidos, Sal. 2:8, pero, ¿cómo debía tomar posesión de ellos? Podía escoger como siempre entre dos caminos: Fundar su reino con la potencia y el esplendor, con medios tomados de la sabiduría del siglo, más aún, con el enorme prestigio de su poder milagroso que habría fascinado a su pueblo o fundarlo por el renunciamiento a todo lo que el mundo podría ofrecer, por la humillación, el padecimiento y el sacrificio de sí mismo. Satanás le impele hacia el primero de estos caminos que tan bien responde a las aspiraciones de la humanidad natural. Se presenta ante él como el príncipe de este mundo, Luc. 4:6; Juan 12:31; 14:30; 16:11. Esta proposición no es, como podía creerse, una quimera sin alcance alguno. Por la seducción y el pecado, el príncipe de este mundo reina, en efecto en el mundo y no hay duda que si Jesús hubiera querido inclinarse ante ese imperio, habría adquirido inmensas riquezas y honores. Pero Jesús ya ve y ha descubierto el lazo del adversario, rechaza toda ambición, todo deseo de grandeza carnal, escoge el camino de la humillación, de la inmolación, de la cruz. En adelante andará por él sin vacilar, pero no sin pasar por muchas luchas, Juan 12:27; Mat. 26:38. Es en esta alternativa donde estaba en realidad la esencia de la fuerte tentación y se comprende por qué, según nuestro evangelio, éste es el último de los tres asaltos de Satanás.

  Mat. 4:10. Este v. es Deut. 6:13 libremente citado. Esta rígida ley monoteísta del AT, considerada en su sentido absoluto, excluye otra adoración y hace de Dios sólo el gran móvil de todos nuestros actos. Por primera vez en este relato, Jesús llama a su enemigo el tentador Satanás, lo que significa como ya hemos escrito antes adversario. En el punto en que éste le ofrece los mayores favores se descubre el fondo de sus insinuaciones y lo llama de forma valiente por su nombre.

  Mat. 4:11. La victoria es un hecho, Jesús se halla de nuevo en la comunión con las potencias celestiales y por eso son ángeles los que le atienden, asisten y le sirven, Juan 1:51; Luc. 22:43; 1 Rey. 19:5. Las más diversas tentaciones se reproducirán durante toda la vida del Salvador, Luc. 4:13 (el diablo se fue por un tiempo), pero la victoria por la cual rechaza para siempre la falsa idea que se tenía de él como Mesías, es la prenda del resto de sus victorias. La potencia de las tinieblas está quebrantada y el Salvador ha ganado la fuerza y la simpatía que le permitirán liberar a sus redimidos, si sufren idénticas o semejantes tentaciones, Heb. 2:18.

 

Conclusión

En efecto, el hecho de saber que Él luchó y venció a todas las tentaciones nos da fuerza para dirigir nuestros ojos hacia su figura y exclamar: Escrito está…

 

 

 

 

070348

  Barcelona, 28 de diciembre de 1975

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172 VIVIR ES IGUAL A AGONIZAR

 

Gotas de rocío

Jer. 31:19

 

El cobrador habitual del autobús que uso cada día por lo normal me saluda jovial todas las mañanas con un ¿cómo va eso? Y por lo normal también recibe la misma respuesta: Viviendo… Pero la otra mañana me sorprendió cuando aseveró al tiempo en que me daba el correspondiente billete de viaje: -¡Qué es lo mismo que decir agonizando! Con el papelito en la mano me quedé sin saber que decirle y no se si fue su sonrisa o el resto de pasajeros que me apretaban, lo cierto es que avancé por el pasillo como si estuviera flotando, hasta colocarme en la delantera del coche. Durante todo el trayecto fui pensando en la veracidad del aserto. Sin duda el cristiano arrepentido, muy lastimado tantas veces por involucrar el sutil pensamiento que le lleva a considerar que el camino que iba siguiendo hasta entonces estaba equivocado; perturbado por el brusco cambio total de mente, cuerpo y sensibilidad, por la fuerza cada paso positivo que da arrastrando su cruz, debe resultarle muy agónico. Sabemos que el arrepentimiento no es un lamento duro y sentimental: Es algo revolucionario, agresivo, convincente, y tan diferente de nuestra pasada actitud que por fuerza debe chocar con uno mismo y con la amorfa y vegetativa sociedad actual.

Por eso son tan pocos los que verdaderamente se arrepienten, porque dentro de la misma dificultad, sería fácil hacerlo si uno sólo tuviera que dejar de cometer robos, homicidios, adulterios o cualquier otro tipo de pecado exterior. Pero este cambio reclama algo más, puede tratarse de cambiar una vida egoísta, exigente o desconsiderada hacia los demás, puede tratarse de cambiar puntos de vista, puede tratarse de cambiar actitudes, gestos, vocabularios y ademanes, puede tratarse de cambiar una buena posición por pobreza o cuando menos, se nos puede exigir amor desinteresado allí donde es más necesario. Éstos, por ser pecados íntimos y que sólo nosotros somos conscientes del cambio son los más difíciles de dejar en la cuneta en el momento de dar el giro hacia el único y verdadero Dios. Al dejar jirones de nuestra piel sobre el asfalto, notaremos el sabor amargo de las lágrimas, pues ya somos bien conscientes que hemos vivido de espaldas a Dios: Porque después de desviarme, me arrepentí; y después de darme cuenta, golpeé mi muslo. Luego fui avergonzado y también afrentado, porque he llevado el oprobio de mi juventud.

Forzosamente una vida así no puede quedar ignorada por Dios y ante el hecho de un genuino arrepentimiento, surge el confortable olor del perdón de los pecados, el clarinazo de una salvación sana pero inmerecida, la seguridad de recibir el premio en la meta, la certeza de ver al Creador al final de la carrera, el tacto y el sudor, el jadeo y el esfuerzo de los corredores que avanzan a nuestro lado en la misma pista y por último, la garantía de un más allá glorioso en el que se nos pedirá, no ya luchar contra nuestro demonio, sino alabar a nuestro Salvador. Vale la pena esta especie de agonía si estamos seguros de no haber equivocado su propósito.

 

 

 

 

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  Barcelona, 28 de diciembre de 1975

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173 LA FUENTE SIN AGUA

 

Gotas de rocío

Juan 4:14

 

No hay nada que nos defraude más que toparnos con algo que no cumpla con la función para la que fue creada. Si llevamos la cosa hasta el extremo, las consecuencias pueden ser letales. Es fácil en una ciudad encontrar una fuente con agua si en la esquina anterior hemos encontrado otra sin agua, seca, pero ya no lo es tanto si en un desierto o en un descampado tenemos la misma experiencia.

Jesús dijo: Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. Y si alguien se acerca hasta nosotros sediento y no puede saciar su sed; una de dos, o nosotros sólo hemos bebido del pozo de la samaritana o lo hemos hecho del agua del Redentor, pero sólo con la vista. Así que la evidencia es tan aplastante que debiera sernos revulsivo y motor de un sincero arrepentimiento, ver aquella imagen de un ser chasqueado y sediento a nuestros pies. Sus dos ojos defraudados tendrían que ser suficiente acicate para revisar nuestras cañerías y la presión del agua. El ser cristiano tiene un sin número de dones y privilegios, pero también lleva inherente la responsabilidad de cumplir la misión testificadora y reconfortante por la que fuimos escogidos… y salvos. La idea de la fuente que mane a borbotones el agua viva, corriente, es fuerte y evidencia el gusto, la pureza y la calidad del líquido elemento. Cualquiera que le añada aditivos de su propia cosecha, por extraño que parezca, redundará en detrimento de su calidad vivificadora.

En un pueblecito de Aragón, en la frontera de los Monegros, fui testigo obligado, por estar a la sazón bajo la custodia de mi abuelo de la destrucción y posterior desmantelamiento de un pozo casi seco e insalubre. Su agua había sido la causa de dos aparatosos envenenamientos, uno de ellos mortal, por lo que las autoridades sanitarias locales ordenaron su destrucción. El dueño de la finca de secano donde estaba ubicado arguyó mil y una excusas, ruegos y promesas de saneamiento, pero todo fue inútil. Una vez tomada la decisión, la máquina administrativa fue implacable. Aquellos hombres del pueblo, entre ellos mi abuelo, fueron convocados en el pozo y sin mediar palabra alguna, empezaron a cegarlo con las piedras calizas que adornaban aquellos parajes. Cuando el cúmulo fue suficiente, rompieron su fábrica de tal forma que nadie ajeno a la escena podría adivinar que allí había existido pozo alguno. La escena me hizo pensar muchas veces en los años posteriores en el peligro que corremos cuando volvemos la vista atrás y perdemos la oportunidad de ver quien acude a nuestro lado a refrescarse con el agua que almacenamos. Si el Agricultor se cansa de nuestra real inutilidad, nos cegará y eliminando de nosotros todo el vestigio húmedo, nadie nos reconocerá como alguien que fue creado para el servicio de los demás.

¡Mantengamos limpia de impurezas el agua viva que ya hemos recibido y compartámosla pues de lo contrario seremos mojones viejos, ciego e inútiles!

 

 

 

 

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  Barcelona, 28 de diciembre de 1975

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174 JESÚS Y LA LEY

 

Mat. 5:38-48

 

Introducción:

Hay pocos pasajes en el NT que contengan con tanta pureza la esencia de la ética cristiana como éste que se nos ha dado estudiar hoy. En él se contempla sin filtros la característica relevante de la vida cristiana y el comportamiento que debiera distinguirnos del resto de los hombres:

 

Desarrollo:

  Mat. 5:38-42. Jesús comienza citando la ley más antigua que haya existido jamás: Ojo por ojo y diente por diente. Ya aparece en el Código de Hamurabi, el rey de Babilonia durante los años 2285 al 2242 aC, estableciendo con algunos ejemplos que si uno lastima a otro de alguna manera, debía recibir un agravio idéntico. Esta ley se convirtió en parte de la ética del AT y como mínimo aparece tres veces con las mismas letras e intención: Éxo. 21:23-25; Lev. 24:19, 20 y Deut. 19:21. Con frecuencia, se cita esta ley como la más sangrienta, salvaje e inmisericorde de la antigüedad, pero antes de llegar a esta conclusión deberíamos hacernos varias observaciones: a) La Ley del Talión, lejos de ser una disposición salvaje es el principio de la misericordia, pues la idea original es la limitación de la venganza. No podías hacer más de lo que te habían hecho a ti. b) Además, esta ley nunca dio al individuo, como persona privada, el derecho de cobrar los agravios recibidos y era aplicada por un juez mediante un proceso legal de carácter público, Éxo. 19:18. c) Esta ley, nunca o casi nunca fue aplicada de modo literal. Los juristas judíos afirmaban con mucha razón que su aplicación literal podía ser lo contrario que la justicia, ya que podía significar privar a alguien de un ojo sano cuando éste podía haber dañado uno enfermo, o de un diente intacto a cambio de uno careado. Pero pronto se estudiaron y estipularon equivalentes monetarios de las distintas heridas posibles, llegando a valorar, la herida en si, la curación, la pérdida de tiempo del herido y daños colaterales como perjuicios, etc. d) Y lo más importante, debemos recordar que esta ley no es, en manera alguna, toda la ética del AT pues encontramos en él verdaderos resplandores de misericordia: No te vengarás, Lev. 19:18; da de comer y beber a quien te lo pida, Prov. 25:21; da la mejilla a quien te hiera, Lam. 3:30; etc. Resumiendo podemos decir que la Ley era una ley misericordiosa para aquellas culturas, que debía aplicarla un juez, que casi nunca se hizo de forma literal y que, al mismo tiempo, iba acompañada de una cierta venganza; así que, debemos decir que Jesús su base, porque la venganza, por más controlada y restringida que sea, no cabe en la vida cristiana.

A continuación se nos da tres ejemplos de cómo debe funcionar el espíritu cristiano: a) Se dice que si alguien nos abofetea en la mejilla derecha debemos darle también la otra. Las apariencias de este pasaje engañan, porque la verdad es que se trata de mucho más que unas bofetadas en la cara. Supongamos que una persona que habitualmente usa su mano derecha está parada frente a otra y pensemos cuál será la situación si quiere pegarle a otro un golpe en la mejilla derecha. ¿Cómo lo hará? A menos que se someta a las más complicadas contorsiones sólo hay una buena manera de hacerlo: con el dorso de la mano. Ahora bien, según la ley de los rabinos, pegar así era doblemente insultante que hacerlo con la palma. Siguiendo con este criterio, lo que Jesús está diciendo es lo que sigue: Aún cuando se os insulte de la manera más alevosa que existe, no debéis responder con otro insulto ni sentiros rotos u ofendidos por su acción. Así pues, el verdadero cristiano debe olvidar lo que significa ser insultado, tener resentimiento o deseos de venganza. b) Jesús sigue diciendo que si alguien intenta quitar la túnica, no sólo debemos dejar que se la lleve, sino ofrecerle la capa. Veamos la diferencia: La ley judía establecía que la túnica, vestido común interior del que hasta los pobres tenían más de una, era confiscable, pero no la capa que era vestido exterior y fiel cobijo durante la noche, Éxo. 22:26, 27. Lo que dice Jesús, es: El cristiano no debe exigir la satisfacción de sus derechos, nunca debe disputar para que se cumplan a favor suyo las ordenanzas o disposiciones legales que lo protegen; que, en un palabra: Que actúa como si no tuviera derecho alguno. c) En tercer lugar Jesús habla de ser obligado a andar una milla, que en tal caso, debemos estar dispuestos a ir dos millas en vez de una. Esta imagen es muy poco familiar, pero ellos, que estaban ocupados militarmente por Roma, lo entendían perfectamente. Cualquier palestino sabía muy bien el significado del tacto de una lanza romana sobre su hombro ya que estaba obligado a obedecerlo en todo lo que él solicitase, aun cuando la tarea fuera humillante. Esto fue lo que le sucedió a Simón Cirineo cuando fue obligado a cargar con la cruz de Jesús en el camino del Calvario. Así, pues, Jesús nos está diciendo: Ver: suponer que vuestros opresores vienen a vosotros y os obligan a servirles de guía, o a llevar una carga durante una milla. Pues no cumpláis esta obligación con amargura ni resentimiento. Id con él dos millas con alegría y buena voluntad.

Así Jesús establece, en estas tres reglas generales, que el que es cristiano nunca sentirá rencor, ni practicará la venganza, ni hará nada por defender sus derechos legales, ni pensará que tiene razón para hacer lo que se le antoje, sino que siempre tratará de hacer bien a los demás por todos los medios a su alcance. Por último, la exigencia de Jesús es que demos a todos los que nos pidan y que nunca nos neguemos a un pedido de préstamo. El Maestro decía y recordaba las disposiciones maravillosas contenidas en Deut. 15:7-11 que los rabinos se habían apresurado a dividir en cinco partes, cabezas de otros tantos principios, que debían regir la acción de dar: a) Nunca nos debemos negar a dar. Así que mas bienaventurada cosa es dar que recibir. b) La dádiva debe beneficiar a la persona que la recibe. c) También el donativo debe entregarse de una manera privada y hasta secreta. d) El modo de dar debe adecuarse al carácter, vida y temperamento del receptor, y e) dar es al mismo tiempo un gran privilegio y una obligación porque en realidad todo lo que se da se da a Dios. Ahora bien, ¿podemos decir, pues, que Jesús instó a los hombres a dar indiscriminadamente? No podríamos responder a esa pregunta sin establecer antes ciertos límites porque es muy evidente de debe tomarse en cuenta el efecto del don sobre el que se recibe. Desde luego, no debemos estimular la haraganería o la dilapidación pero creo interpretar el deseo de Jesús afirmando que es mejor dar a una veintena de mendigos fraudulentos que negarle el pedido a alguien que realmente necesite nuestra ayuda.

  Mat. 5:43-48. Estos cinco vs. son la descripción de la esencia del cristianismo practicante. Precisamente, los incrédulos nos acusan de no cumplir con esta idea moral propuesta por nuestro Maestro. Y lo que es peor, nosotros mismos estamos convencidos de que somos incapaces de llevarlo a cabo. Así que, si hemos de procurar poner en práctica esta enseñanza, lo primero que debemos hacer, evidentemente, es conocer lo que quiso decir Jesús cuando nos ordenó amar a nuestros enemigos. El griego es un idioma muy rico en palabras con significados muy similares cuyos matices son a veces imposibles de traducir. P. ejemplo este idioma tiene sus cuatro palabras diferentes que equivalen a nuestro sustantivo amor. a) está el sustantivo storgué, con el verbo stérguein, que describen el amor familiar. b) Otro sustantivo es eros, y el verbo ser que dan el amor de un hombre por una mujer y viceversa, pero con la idea implícita de pasión y sexo. c) Está filia, con su correspondiente verbo filáin, que es con mucho la palabra más cálida y tierna que tiene el gr. para hablar del amor, y denota amor tierno, cariñoso, cálido, en suma, la forma más elevada del amor. d) Por último, está la palabra ágape, con el verbo agapán. Esta es la que se usa en nuestro texto. El verdadero significado de ágape es bondad, también benevolencia invencible e infinita buena voluntad. Si tenemos a una persona con este amor, no nos importará lo que pueda hacer o hacernos, no nos importará la forma en que nos trate y además, nunca permitiremos que nos invada el corazón otro sentimiento que la mejor y más elevada buena voluntad y siempre la veremos con esa benevolencia que busca, en toda ocasión, el mejor bien para el otro.

Partiendo de estas cuatro palabras podemos sacar unas premisas, conclusiones: a) Jesús nunca pidió que amásemos a los enemigos del mismo modo que amamos a nuestros seres queridos, lo que aparte de ser imposible, sería incorrecto. Se trata, como ya hemos visto, de un tipo diferente de amor. b) En qué radica la diferencia? En el caso de los seres queridos nunca podríamos dejar de amar, porque ese amor nos entra y nos domina el corazón; pero en el caso de nuestros enemigos el amor no es sólo fruto de corazón, ya que interviene también la voluntad. No es algo que no podríamos evitar, como el amor de una madre por s hijo, sino que es algo que debemos proponernos hacer. El ágape significa una victoria de la mente, la voluntad y el corazón y desde luego sólo podemos sentir cuando Jesús nos capacita para vencer nuestra tendencia natural hacia la ira y el resentimiento. c) Por otra parte, este ágape, este amor cristiano, no significa permitir que todo el mundo haga y sea lo que se le antoje, sin ejercer ningún control sobre ellos. Mas nuestro dedo debe señalar siempre hacia la resta y justa por el mismo motivo que un padre que ama de verdad a su hijo no le permite hacer todo aquello que le da la gana. d) También hemos de tener en cuenta que Jesús estableció este amor como base y fundamento de las relaciones personales y que antes de señalar a otros en beneficio nuestro, debemos apropiárnoslo en beneficio de ellos. e) Debe notarse que sólo los cristianos pueden obedecer este mandamiento, precisamente porque la gracia de Jesús puede dar y poner a alguien en condiciones de experimentar una benevolencia invencible hacia todos sus semejantes en el trato cotidiano. f) Por último, y quizá esto sea lo más importante, debemos notar que el mandamiento no sólo implica dejar que los demás nos traten y miren como quieran; también incluye lo que debe ser nuestro fiel comportamiento con respecto a los demás: Y se nos ordena orar por ellos. Nadie puede odiar a un ser humano a favor de quien estamos orando. Nadie puede odiar a otro ser humano en la santa presencia de Dios, por lo que la forma más segura que tenemos para eliminar el resentimiento es orar por aquel a quien nos hemos sentido tentados a odiar.

Hasta aquí hemos visto qué quiso decir Jesús cuando nos ordenó tener ese amor cristiano. Ahora debemos seguir más adelante y ver por qué nos lo ordenó. ¿Por qué se nos exige que sintamos ese ágape? La razón es tan simple como tremenda: ¡Por qué tal amor hace que el hombre sea como Dios! ¡Qué hagamos con Él! Así, en primer lugar señaló su acción en el mundo y ésta es una acción agapán. Envía la lluvia y hace lucir el sol sobre buenos y malos, justos e injustos, leer el Sal. 145:15, 16. A continuación señala que debemos tener este amor para que podamos llegar a ser hijos del Padre que está en el cielo. En he, para paliar su falta de adjetivos, se emplea la expresión hijo de… para denotar semejanza. Donde tenemos, p. ejemplo, que hijo de la paz quiere decir pacífico e hijo de la consolación, consolador. Por lo tanto, en nuestro caso, un hijo de Dios significa alguien que es semejante a Dios, como Dios en este orden de cosas. Y entonces, la razón porque debemos sentir, tener este ágape es porque Dios lo tiene y si podemos llegar a poseerlo por la gracia de Cristo, nos volveremos hijos de Dios con un saber y un carácter similar al de Dios. Aquí tenemos la clave para ver de comprender una de las frases más difíciles de todo el NT, la que encontramos al final de este pasaje: Sed, pues, tan perfectos como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto. La impresión que recibimos al escuchar estas palabras es que se trata de un mandato que no puede tener nada que ver con nosotros. Nadie de los que estamos aquí establecería una relación necesaria, por más tenue que fuese, entre nuestras vidas y cualquier forma de perfección. La palabra griega que significa perfecto es teleios, la cual se una de una forma especial. No tiene que ver con lo que podríamos ver o denominar perfección abstracta, filosófica o metafísica. Teleios era la víctima adecuada para ser presentada es sacrificio al Señor. También el hombre cuando alcanza la plenitud de su estatura física, en oposición al muchacho o al niño que todavía no están desarrollados. También el alumno que lograba una comprensión cabal de la materia de estudio, en oposición con el que, siendo un principiante, aún no domina el tema. Para decirlo de otra manera, algo es perfecto si cumple con el propósito para el que ha sido creado, fabricado o hecho. Y como teleios significa fin, meta, propósito y objetivo, una cosa es teleios si realiza el fin, propósito y objetivo para el que ha sido creado, fabricado y hecho; de donde un hombre es teleios, perfecto, si cumple con el propósito para el cual el mismo Dios Padre lo ha creado y enviado al mundo. Para ejemplificar lo que queremos decir: supongamos que tengo un fiel aparato que tiene un tornillo flojo. Como quiero apretarlo, voy a mi caja de herramientas y elijo un destornillador que se adapte a la cabeza del tornillo, que no sea demasiado grande ni demasiado chico, ni demasiado romo ni demasiado puntiagudo. Lo justo. Al colocarlo sobre la cabeza del tornillo compruebo que el útil va bien, se ajusta a las característica del mismo. Si hablara griego, y en particular si usara las palabras con el sentido que tienen en el NT, diría que la herramienta es teleios, cumple a la perfección con el propósito para el que fue fabricado. Así, pues, un ser humano es perfecto si cumple el propósito para el cual Dios lo ha creado. La pregunta nace de forma natural: ¿Para qué fuimos creados? La Santa Biblia no deja lugar a dudas: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforma a nuestra semejanza, Gén. 1:26. El hombre fue creado para ser como Dios. Y si como hemos visto, la naturaleza y característica de Dios es esta benevolencia universal, esta buena voluntad invencible, también esta búsqueda constante del bienestar de los hombres, el camino no nos deja opción y debemos imitarle. Así, si su razón de ser es su amor hacia santos y pecadores por igual, la respuesta, nuestra respuesta, debe ser la misma si queremos llegar a ser perfectos.

 

Conclusión:

La enseñanza de toda la Biblia es que solamente alcanzamos la plenitud de nuestra humanidad cuando nos asemejamos a Dios y que el hombre más perfecto es aquel a quien le importan más los demás. En una palabra: Seremos teleios si aprendemos a amar y a perdonar como Dios ama y perdona. Ahora bien, sólo la gracia de Cristo puede darnos esa capacidad.

 

 

 

 

070351

  Barcelona, 4 de enero de 1976

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175 MANERA DE VIVIR EN EL REINO

 

Mat. 6:19-21, 24-33

 

Introducción:

En el cap. 6 del Evangelio según Mateo, Jesucristo ha estado poniendo en consideración de sus oyentes unas manifestaciones exteriores de la piedad personal como pudieran ser la limosna, la oración y el ayuno, pero, ahora, en la segunda parte de este vivo y real cap, el Señor llama su atención para que se consideren más y más esta cuestión, puesto que les encara con la verdadera razón o confianza que el creyente debe tener en su Dios, les impele hacia un espíritu de verdadera dependencia en la provisión siempre fiel y suficiente del Padre por antonomasia y les presenta el reto que pudiera resultar de comprometer su leal lealtad a los más grandes y perdurables intereses humanos que debieran ser los intereses del Reino de Dios. Así, fácilmente podemos hacernos esta pregunta: ¿qué es lo que nuestro Señor reclama de nosotros como súbditos de su reino? (Enseño y reparto unos clavos y tornillos oxidados). ¡Guardarme este tesoro hasta el final de la clase en cuyo momento os lo reclamaré!

 

Desarrollo:

  Mat. 6:19-21. En el ordenamiento cotidiano de nuestras vidas, la verdadera sabiduría es tratar de obtener sólo aquellas cosas que duran. Cuando vamos a comprar evitamos, por el sentido común, adquirir cosas mal hechas o con visibles signos de deterioro pues queremos que duren. Esto es, exactamente, lo que nuestro Jesús está diciendo en este pasaje real: Que debemos concentrar nuestra atención en las cosas perennes y recurre a tres imágenes que eran o correspondían a otras tanta fuertes de riqueza en la Palestina de la época. a) Y nos dice que evitemos todo lo que la polilla puede destruir. En Oriente, parte de la riqueza de cualquier hombre eran tener ropas costosas y lujosas. Tenemos dos ejemplos en el AT de lo extendida y perniciosa que estaba esta idea. Geizi, sirviente de Eliseo, que pidió dos mudas de ropa a Naamán aprovechándose del servicio gratuito de su amo, 2 Rey. 5:22, y Acán que pecó a causa de un manto babilónico de buena calidad, Jos. 7:21. Según Jesús éste es un gran error por cuanto estos objetos podían ser atacados por la polilla y echados a perder. b) También se nos aconseja que evitemos las cosas que corrompe el óxido. Aunque en honor a la verdad debemos decir aquí que la palabra traducida, óxido de hierro, no se encuentra en otro lugar, por lo que parece indicar que la idea era otra que la que sugiere la palabra óxido aunque ambas tengan la misma enseñanza. Veamos: en el oriente, la riqueza de muchos hombres acaudalados consistía también en el grano que había sobrado de las cosechas y que se guardaba en enormes silos. Estos granos almacenados tenían el peligro natural de ser atacados por gorgojos o roedores con lo que aquel tesoro no valía nada y perdía su razón de ser. De todas formas, Jesús indica, sea una u otra idea, que este tipo de posesiones carecían de permanencia. c) En tercer lugar dice que no se debe acumular aquellos tesoros que los ladrones puedan hurtar mediante una excavación. Sabemos que aquellas casas estaban hechas de barro y que los ladrones podían romper las paredes y entrar a robar una cosa de valor con lo que la idea de permanencia de este tipo de cosas, también quedaba descartada.

De manera que, por oposición, Jesús nos alerta contra tres clases de posesiones: a) Su advertencia se dirige contra los placeres que pueden esfumarse como un vestido viejo. Así, aquéllos, cuando son físicos, cada uno a su manera, terminan por perder el encanto que nos incitó a buscarlos con el agravante de que para sentir el mismo placer, con el tiempo, necesitamos más y más dosis de los mismos. Somos insensatos si hacemos que nuestro goce consista en aquellas cosas que nos ofrecen cada vez menos recompensa. b) También nos advierte contra los placeres que pueden ser ciegos o erosionados, bien por las ratas, por el óxido o por la edad, pues es igualmente cierto que los placeres físicos son tan perecederos como el trigo guardado en los silos, los clavos oxidados o la plata enmohecida. Somos insensatos si hacemos del placer, que cambia a impulsos del tiempo, el objeto de nuestra vida. c) Pero también nos advierte contra los placeres que nos puedan ser robados y así es como incluye a todos los bienes materiales. Todos nos pueden ser robados o perdidos por lo que si construimos nuestra felicidad sobre el incierto hecho de su posición, estamos edificando sobre cimientos demasiado endebles e ineficaces. Resumiendo se puede decir que todo aquel que hace que su placer dependa de las cosas falaces, está condenado a la frustración. Que todo hombre cuyo tesoro está en las cosas, tarde o temprano las perderá porque no son permanentes, que no hay nada que nos dure para siempre y que aunque durase estamos obligados a abandonarlas en el último minuto. Ayer en el aparcamiento que uso de forma habitual había un coche de un amigo que había muerto asía sólo unos días. En el parabrisas había un letrero espeluznante: El “se vende” era harto elocuente. La viuda de mi amigo lo había puesto a la venta por la necesidad, ¡cómo me acordaba de él cuando, en vida, lo cuidaba con esmero! ¿Dónde estaba su afán? ¿Dónde su tesoro?

Los judíos conocían bien la frase tesoros en el cielo y los veían e identificaban principalmente con dos cosas: a) Decían que las acciones bondadosas que uno hacía en el mundo, se convertían en su tesoro celestial. Que todo lo que ofrecían a los demás, desde un ápice hasta la vida, acumulaba tesoros en el cielo. Dentro de esa línea estaba la Iglesia primitiva por cuanto siempre cuidó de forma cariñosa a los pobres, a los enfermos, a los desgraciados y a los depauperados. Se cuenta que en los días de la terrible y dura persecución de Decio, en Roma, las autoridades allanaron una de las iglesias cristiana para apoderarse de los tesoros que se suponía almacenaban en el lugar imitando a otras religiones de la época. El prefecto romano ordenó a Laurencio, el diácono, “Muéstrame inmediatamente el lugar dónde guardáis el tesoro”. Éste señaló las viudas y huérfanos que estaban comiendo, los enfermos que se estaban curando, y los pobres cuyas necesidades estaban siendo cubiertas, y dijo: “Estos son los tesoros de la Iglesia”. b) Luego, en segundo lugar, siempre relacionaron la expresión tesoros en el cielo con el carácter. En efecto, paliando un refrán español que afirma que las mortajas no tienen bolsillos lo único que podemos llevarnos de este mundo es el carácter, lo que somos, en una sola palabra: La sombra bajo la que hayamos vivido y puesto nuestra confianza.

Por último, Jesús concluye este pasaje diciendo que allí donde esté nuestro tesoro estará nuestro corazón. Se cuenta de aquel ser creyente que le dispararon por todo el cuerpo sin conseguir darle ni matarlo, pero cuando una bala le atravesó el bolsillo trasero del pantalón, cayó sin vida por cuanto su corazón siempre había sido el dinero. Así, si lo que verdaderamente vale para nosotros está en esta tierra, en el momento de abandonarla nos sentiremos rotos y defraudados, pero, si por el contrario, hemos puesto la mira en las cosas de arriba, en las cosas del cielo y las hemos anhelado, nos iremos con alegría, porque finalmente nos estaremos acercando a Dios. Jesús nunca dijo que este mundo careciera de importancia, pero repitió, una y otra vez, que el poder del mismo no está en él, sino en aquello hacia lo que nos conduce. Que el mundo no es el fin, sino el medio, una estación en nuestro viaje, una parada en el camino, por tanto, qué nadie se llame a engaño. Nadie debe dar su corazón a este mundo ni a las cosas que le pertenecen porque lo perderá. Nuestros ojos deben quedar fijos permanentemente en la meta que nos espera más allá.

  Mat. 6:24. Las palabras traducidas no nos dan una idea tan exacta como lo fue para aquellos que tuvieron la suerte de oír o escuchar el original. La palabra traducida por servir, viene de un verbo que significa ser esclavo. Por otra parte, la palabra señor en griego significa amo absoluto de la vida y la muerte. Así que, una construcción más exacta sería: Nadie puede ser un esclavo de dos amos. Todos tenemos en la mente los conceptos de esclavo y amo en su justo valor. Así, si tenemos a Dios por nuestro amo, no nos pertenece momento alguno de nuestras vidas. El cristiano no deja de serlo jamás, no tiene vacaciones y en ningún momento deja de estar de servicio. No basta con una obediencia parcial o a tiempo partido. Toda su fuerza, toda su salud, todo su tiempo, todo su dinero, toda su inteligencia, todas sus habilidades son del amo Dios. ¡Ser cristiano es un trabajo a tiempo completo! Jesús sigue diciendo: No podéis servir a Dios y a las riquezas. Para aquellos rabinos las riquezas no eran, por lo menos en principio, una cosa moralmente condenable. Pero la historia de esta palabra muestra bien a las claras cómo las posesiones materiales pueden usurpar en la vida que nunca les perteneció. Con el correr del tiempo, la palabra que significa riquezas, en hebreo mamón, fue modificada de forma sutil. Proviene de una raíz que significa confiar y al inicio quería decir que el dinero lo habían confiado a alguien para tener más seguridad. Pero luego pasó se significar aquello en el que confía en aquello en el que uno pone su confianza. Por fin, se la escribió ya con mayúscula y llegó a considerarse una especie de divinidad. De donde, cuando ponemos nuestra confianza en el poder de las cosas materiales, éstas dejar de ser nuestro sostén para pasar a ser nuestro dios, el dios Mamón.

  Mat. 6:25. Ahora Jesús dirige sus ojos hacia las preocupaciones de la vida material, que es la consecuencia más lógica, por tanto, resultante de la incompatibilidad que hay entre el servicio a Dios o a Mamón. La inquieta búsqueda de nuestra subsistencia como la posesión de las riquezas nos impide entregarnos por entero a nuestro único y legítimo Señor. La palabra clave del v es, sin duda, afanéis, que es la traducción de un verbo griego que quiere decir estar dividido. En efecto, los sentimientos contrarios de un corazón dividido entre el cielo y la tierra son la dura congoja del hombre más fuerte. El remedio para este mal, es la confianza en Dios que Jesús quiere insuflar en sus discípulos. Por eso les dice o presenta diversas consideraciones tan sublimas como poderosas y, ¿no es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Este es el primer motivo de confianza. Puesto que la vida, del gr. alma, como principio de vida, es más que el alimento que la mantiene y el cuerpo más que el vestido que la cubre, y si Dios nos ha dado vida y cuerpo, ¿va a dejar de darnos lo más poco, lo más sencillo, esto es, el alimento y el vestido? Pablo usa el mismo argumento en Rom. 8:32 y las conclusiones de ambos pasajes son evidentes.

  Mat. 6:26. Segundo motivo: Los cuidados admirables de Dios en la naturaleza. Ese Dios, ¡es nuestro Padre! Y esta idea del Creador alimentando las aves del cielo, basada en los salmos 104:27 y 145:15, es harto elocuente por cuanto el hombre, como cúspide de la creación, vale más que ellas, por su razón, por su alma y por la facultad que tiene de conocer a Dios.

  Mat. 6:27. Tercer motivo: La inutilidad y la impotencia de las inquietudes mundanas. Nadie puede con afán añadir un solo cm a su estatura, o como dicen otras versiones: añadir una sola hora a la duración de su vida, pues Dios ha determinado la medida de una y de otra, Sal. 39:5, y nadie puede agregar nada.

  Mat. 6:28, 29. ¡Cuánta poesía y verdad hay en esta comparación entre la magnificencia de una simples flores y toda la gloria de Salomón. ¡Cómo pierde valor la mayor riqueza humana cuando se la compara con la flor más sencilla.

  Mat. 6:30. La poca fe, o mejor dicho, la falta de esa fe, que no es otra cosa que la desconfianza del corazón en Dios es, según Jesús, la causa de todas nuestras inquietudes.

  Mat. 6:31, 32. En otras palabras: Los gentiles, los no creyentes, deben forzosamente buscar estas cosas, poner en ellas su corazón y estar afanados, divididos y acongojados, cuando le falten, en lugar de adorar al Dios vivo adoran a falsas divinidades, pero vosotros que conocéis a vuestro Padre celestial, ¡cómo podéis ya estar intranquilos. Él conoce nuestras necesidades y hasta debiera bastarnos para disipar nuestras inquietudes.

  Mat. 6:33. Mas buscar primeramente, en primer lugar, antes que cualquier otra cosa y antes que cualquier interés, el reino de Dios, dominio soberano de Dios sobre sus criaturas inteligentes, un dominio que es conforme en todo a sus perfecciones: su santidad, su justicia, su misericordia y su amor. Y su justicia, es decir, todo lo que tiene que ver con el carácter de los súbditos del reino. Y todas estas cosas os serán añadidas. Llegarán de forma natural, como el verano sucede a la primavera, como la noche al día y como un año a otro año, y serán el complemento de las más ricas bendiciones de Dios cuales son todas aquellas que tienen que ver con el espíritu.

 

Conclusión:

¡Enseñarme los clavos oxidados! ¿Vamos a confiar en algo más o menos tangible, pero indefectiblemente pasajero o, bien por el contrario, depositaremos nuestra confianza en Dios? Vuestra es la elección. Si elegís el Reino de Dios y su justicia, estamos seguros de que el Señor cumplirá todas las promesas de bendición que Él mismo, personalmente, nos ha hecho.

¡Qué Dios nos bendiga!

 

 

 

 

070352

  Barcelona, 11 de enero de 1976

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176 EL PODER SANADOR DE JESÚS

 

Mat. 9:18-31

 

Introducción:

Uno de los más serios problemas que se enfrenta actualmente la humanidad es que se deriva de las enfermedades. Haremos bien en recapacitar en cuanto a nuestra actitud frente a circunstancias difíciles y cómo nuestra fe en Cristo viene a ser una poderosa fuente de bendición. La lección de hoy nos describe tres historias que tienen un mismo común denominador: Una fe imperfecta y un poder perfecto. Estas son la curación de la hija de Jairo, vs. 18, 19, 23-26, la de la mujer que tenía flujo de sangre, vs. 20-22, y la de los dos ciegos, vs. 27-31. Antes de ocuparnos con detalle de cada una de estas historias deberíamos hacer algunas pautas o consideraciones que sin duda nos ayudarían a descubrir lo que tienen en común. En primer lugar, tenemos a Jairo que, sin duda, acudió a Jesús porque habría probado todos los otros recursos a su alcance. A continuación, la mujer enferma se acercó a Jesús por detrás y le tocó el borde de la túnica del mismo modo que otros tocan pañuelos o reliquias que han usado los santos por lo que, visto así, su fe era inadecuada. Luego tenemos a aquellos dos ciegos que se acercan a Jesús gritando: Ten misericordia hijo de David, pero el título era el que habría usado un líder nacionalista y Jesús, con serlo, estaba lejos de querer llenar sólo este ideal tan político militar; por lo que, en cierto modo, podemos decir que los ciegos se acercaron al Maestro con una idea muy inadecuada de quien era. Sin embargo, en los tres casos sin excepción, dieron con el poder y el amor de Jesús aguardando y estando listo para ayudarlos. Este simple detalle nos parece extraordinario. Nos dice que no importa cómo vayamos a Jesús tanto como el hecho que lo hagamos. No importa que seamos imperfectos o que vayamos por caminos equivocados, su amor y sus brazos están bien abiertos para recibirnos. Esta es la doble lección de hoy. Significa por un lado que no debemos esperar hasta el último suspiro para pedirle ayuda a que nuestra fe o nuestra teología sean perfectas por que podemos acudir a él tal y como somos. Y en segundo lugar que no tenemos derecho a criticar a aquellos cuyas motivaciones nos resulten sospechosas, cuya fe ponemos en tela de juicio o cuya teología, en nuestra opinión, es incorrecta. Lo que importa, hay que resumir, no importa cómo vayamos a Jesús, lo importante es que vayamos de una forma u otra porque hemos de tener la justa seguridad de que él siempre está dispuesto a aceptarnos tal y como somos y convertirnos en lo que deberíamos ser.

 

Desarrollo:

  Mat. 9:18, 19, 23-26. Mateo narra esta historia con mucha más economía de palabras que los otros evangelistas. Si hemos de tener más detalles de la escena, debemos buscarlos en Mar. 5:21-43 y Luc. 8:40-56. El allí donde descubrimos que el nombre del hombre principal era Jairo y que era presidente de la sinagoga, Mar. 5:22; Luc. 8:41. Este cargo era muy importante. Era elegido entre los ancianos de cada congregación judía y aún se hace así en todo el mundo. Su responsabilidad no era la de enseñar o hacer la dirección de las reuniones, pero tenía a su cargo vigilar todo el orden durante las mismas, y supervisar los intereses del local y la sinagoga en general. Además, designaba a los que debían dar o encargarse de las lecturas durante las reuniones sabatinas y a los que dirigían las oraciones. La administración de los asuntos prácticos estaba en sus manos y nada en el mobiliario o en el edificio estaba fuera de su jurisdicción. Es muy evidente que un hombre así sólo acudiría a Jesús como último recurso. Lo exacto o más probable es que era un judío ortodoxo estricto, de los que consideraban que el nuevo profeta era un hereje peligroso, y sólo cuando todo lo demás le había fallado se vuelve a Jesús dolido y desesperado. Este muy bien le hubiera podido decir: Cuando todo te iba bien lo único que querías era matarme, ahora que tienes problemas vienes en busca de ayuda. Muy bien hubiera podido negarse a atenderle por cuanto ni militada en sus filas, ni tan solo era conocido. Pero Jesús reacciona de manera diferente a la que hubiéramos reaccionado nosotros. Jesús no siente resentimiento alguno, había alguien que lo necesitaba y lo único que cabría era ayudar. En la mente de Jesús no hay lugar para el orgullo ni la venganza. Entonces va con sus discípulos y el hombre principal hasta su casa y allí se encontró con la niña muerta y con un gran alboroto. Sabido es que los judíos tenían la obligación de llorar a sus muertos. Y que existían varios aspectos de demostrar el duelo público entre los que entresacamos tres de los más importantes: a) En primer lugar, los deudos se rompían la ropa. En treinta y nueve reglas se establecía por lo general cómo debía efectuarse el desgarramiento. Debían hacerlo estando de pie y los rotos debían ser tan profundos y grandes que pudiera caber el puño. Durante los primeros  siete días debían ir así fuesen donde fuesen, luego la ropa de podía zurcir defectuosamente para que aún se pudiese ver el desgarro durante treinta días más y partir de cuyo momento la ropa ya se podía coser de forma definitiva. b) Luego estaba la fiel lamentación por el muerto. En la casa del deudo se mantenía un lloro continuo a cargo de las lloronas profesionales que se podían alquilar fácilmente. A cada nuevo grupo de personas que acudían a dar el pésame a la familia dolida, aquéllas se ponían a gritar, llorar y gemir de tal manera que resultaba fácil a los llegados unir sus propios lloros y hasta lamentos. Como por lo general era gente local conocían la historia de los recién venidos por lo que hábilmente recordaban los difuntos del visitante, le conmovían y le hacían participar del lloro general. Así, cada uno lloraba a sus propios deudos y entre todos convertían aquella casa en un galimatías enorme. Aquel día, las plañideras oficiales debían haber llenado la casa de Jairo. c) Por último, estaban los flautistas. Para el judío y en general para el mundo antiguo, incluida Roma, la música de la flauta se relacionaba de manera especial con la muerte. El Talmud indica que aun el más pobre de los judíos debía contratar a dos lloronas y a un flautista a la muerte de un pariente cercano, pero si es rico debe hacerlo todo de acuerdo a sus posibilidades. De todas maneras, la música llegaba a ser tan estridente que en diversos lugares la ley había limitado a diez el número de flautas que se podían contratar en cada funeral.

Podemos imaginarnos la escena que se estaba desarrollando en casa del jefe de la sinagoga. Los deudos tenían sus ropas rasgadas y deambulaban de una sala a otra, las lloronas llenaban el lugar con sus lamentos y aullidos prefabricados y las flautas producían sin cesar su agudo quejido. En esta atmósfera excitada e histérica entró Jesús. Ahora veamos su actuación: Con autoridad hizo salir a todos. Con voz tranquila les dice que la niña no está muerta, sino dormida… y todos se ríen de él. Estaban disfrutando tanto con el duelo que rechazaban una palabra de esperanza, pero para el padre de la niña el momento fue real. También estamos seguros que cuando Jesús dijo que la muchacha quinceañera estaba medio dormida, no quería decir exactamente lo que nosotros creemos o entendemos por dormir. La palabra tiene otra acepción y en gr. y en castellano a veces se usa la idea del sueño de los muertos. Eso es lo que quiso decir Jesús, que la muerte sólo es un sueño, un paso, una puerta, una frontera, que hay, efectivamente, algo más allá y por eso se rieron. Sin embargo a la niña todavía no le había la hora de presentarse ante el Supremo Juez y la mano de Jesús la devuelve a la vida. De donde vemos que una fe manifiesta en viva humildad, es el revulsivo adecuado para que Jesús se desvíe de su camino y atienda al que acude en busca de su poder y amor.

  Mat. 9:20-22. Desde el punto de vista judío, esta mujer no podía sufrir la enfermedad más humillante y terrible que la hemorragia. Era un mal bastante común en Palestina y el Talmud recomienda no menos que once formas de curarla que iban desde unas hierbas astringentes hasta simples supersticiones. Como debe bastarnos un ejemplo citaremos uno: Se debía conseguir y llevar siempre encima un grano de maíz blanco que se hubiera encontrado en los excrementos de una burra. En fin, cuando Marcos cuenta esta historia, dice que la mujer había probado toda clase de curas, que había consultado a todos los médicos que estuvieron a su alcance y que cada vez estaba peor, Mar. 5:26. Es necesario hacer constar para entender la desesperación de la mujer que el horror de este mal o enfermedad consistía en convertirla en impura, Lev. 15:25-27. Es decir, marginarla de la sociedad humana normal y hasta del culto divino. Por eso, cuando se acercó a Jesús, la multitud la habría rechazado de haberlo sabido, pues su contacto les habría convertido a su vez en impuros, y esto era con mucho lo peor que podría haberle pasado a un judío. Pero ella estaba dispuesta a ver y probarlo todo para escapar a su azote y se acerca a Jesús, sin ser vista, y tocó el borde de su túnica. Este borde consistía en cuatro borlas de hilo azul que todo varón judío debía llevar según la viva disposición de la Ley en Núm. 15:37-41 y Deut 22:12. Así que lo que la mujer tocó fueron sólo los flecos del manto de Jesús. Pero cuando tocó esta parte de la vestimenta de Jesús fue como si el tiempo se hubiese detenido en el espacio. Jesús se para en medio de la multitud y pregunta quien le ha tocado. Para él la mujer no estaba perdida en medio de la muchedumbre. Era una necesidad y Jesús nota un escape de poder y quiere atender a bien la persona de forma total. Para Dios un hombre nunca es igual a otro: cada uno es uno de sus hijos a quien conoce a la perfección y todo el amor y el poder del Padre están a su disposición cuando hay una necesidad. Para Jesús, aquella mujer no era un rostro más en toda la multitud, cuando ella le necesitó, ella fue lo único que quiso y le interesó. Así, una fe sincera, oscura, quizá algo equivocada, fue el revulsivo para que Jesús se parase en su camino y atendiera a la persona necesitada.

  Mat. 9:27-31. Sabemos que la ceguera era la enfermedad común en Palestina debida, entre otras cosas, a la falta de higiene y al sol de la región. Amén que nubes de moscas transmitían infecciones que producían esta terrible enfermedad. No debiera extrañarnos, pues, que dos ciegos a la vez se dirigieran a Jesús, lo que si que debe causar sorpresa es la manera en que lo hacen. El nombre que le dan es Hijo de David. En otros pasajes que describen como a Jesús le dan este título, Mat. 15:22; 20:30, 31; Mar. 10:47; 12:35-37, siempre son seres que lo conocen de lejos, de oídas o de un poco terceras personas, pero nunca lo llaman así sus íntimos. Y no lo hacen porque el término describe la concepción popular del Mesías que habían esperado durante siglos y que, posiblemente, los iba llevar a la conquista del mundo conocido. Mas ésta no era la idea que Jesús quería dar a entender. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, aun usando ideas equivocadas teológicamente hablando, él los curó. En esta línea está la extraña forma con que Jesús los trata: a) Y en primer lugar no contestó enseguida a sus gritos. Quería, quizás, estar seguro de que eran sinceros y que en realidad ansiaban lo que él podía darles. Era muy posible que sólo estuviesen repitiendo lo que habían oído decir a los demás y que tan pronto como Jesús hubiese pasado se olvidasen del incidente. b) Luego, debemos notar que Jesús de hecho les obliga a que le vean en privado. Es fácil decidirse a favor de Jesús en la emoción de una gran reunión pública, pero ya no lo es tanto hacerlo en privado. Jesús quiere hablar con cada hombre, uno a uno, quiere encararse con él, oír sus problemas, escuchar sus cuitas, gustar su fe y sanarlo. c) Por último les hace la pregunta universal: ¿Creéis que soy capaz de curaros? Y lo único esencial para que ocurra el milagro es la fe, y sigue: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y esta es la respuesta universal. De manera que una fe clamorosa y persistente es puesta a prueba y recompensada como se merece de acuerdo y en la medida de la fe manifestada.

Tres casos distintos, tres problemas de sufrimientos distintos, tres clases de fe distintas y una sola respuesta: ¡Sanación y alivio de la enfermedad! El poder sanador de Jesús se manifiesta en este mundo a borbotones. Ahora bien, a veces pedimos acerca de las enfermedades y muertes y no recibimos una respuesta afirmativa, ¿a qué es debido? ¿No tenemos suficiente fe? ¿No será que nos pensamos la respuesta divina arreglada a nuestras conveniencias?

 

Conclusión:

Se cuenta de un miembro de Iglesia relevante cayó enfermo de cáncer y fue desahuciado por lo médicos. Una comisión de todos los hermanos lo fue a visitar y le dijo: -Recuerde que toda la fiel congregación está orando por usted y por su salud -a lo que él les contestó-: Decir a todos los hermanos que pidan que por medio de mi mal y enfermedad sea Dios glorificado.

Aquel hermano estaba dispuesto a aceptar la voluntad de Dios a pesar de que ésta pudiese estar en contra de él mismo y de toda la Iglesia. Este es el camino Parece una paradoja pero, a través del sufrimiento, en los momentos de profunda aflicción, en medio de la enfermedad, nuestro Dios está llamando a toda la humanidad al conocimiento de las grandes verdades del Evangelio y a la veraz aceptación de una salvación eterna.

¡Hermanos, aprendamos a aceptar de corazón toda voluntad de Dios y no le regateemos la alabanza en ningún momento.

 

 

 

 

070353

  Barcelona, 18 de enero de 1976

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177 LA MISIÓN DE LOS DOCE

 

Mat. 9:35-10:1, 16-20, 40, 41

 

Introducción:

El Señor quiso, y quiere ahora, que sus escogidos fuesen unos eficaces servidores de su causa. Nada dejó al azar. Todo estaba ya previsto, puesto que conocía bien que el mundo estaba en crisis y sabía de antemano todas aquellas peculiaridades por las cuales una podía ser perdida. Sabía que su estancia en el mundo era muy limitada desde el punto de vista humano y actuaba con rapidez más nunca con improvisación, con urgencia pero nunca dejando las cosas al azar. Pero aun así y todo, necesitaba la colaboración de personas que estuviesen dispuestas a seguir sus pasos cuando dejase este mundo y nada mejor que ensayos como l que vamos a estudiar hoy para adquirir la certeza de que no había perdido el tiempo. Hoy en día nada ha variado aquella situación, dejando aparte el hecho de que él ya no está físicamente con nosotros, por lo que debemos entender a la perfección la misión encomendada.

 

Desarrollo:

  Mat. 9:35. En primer lugar tenemos su ejemplo. Precisamente, es este v, un compendio de la vida de Jesús. En una sola oración real y gramatical, encontramos las tres áreas en las que él quemó su tiempo: a) Jesús era un heraldo, porque llevaba un mensaje de parte de Dios preñado de certezas. Nunca ha habido un momento en que este tipo de certezas haya sido tan necesario como lo es hoy en día. Los grandes estadistas denuncian los principales ecos y vacíos entre los que se mueve la sociedad moderna. Casi todos coinciden en una cosa: Que nos encontramos en una encrucijada en la cual han desaparecido todos los letreros indicadores. Ya nadie sabe adónde va, vivimos en una época de incertidumbre, una época en la que la gente no está segura de nada ni de nadie. Y Jesús no sólo fue el heraldo de Dios, sino que dio esa autoridad a doce hombres, los cuales, con su mensaje, han posible que hoy se sienta el mismo deseo de proclamar esas mismas nuevas llevando la esperanza, la paz y la salvación a todo aquel que lo desee b) Él, Jesús, era un maestro porque no basta con proclamar las certezas de la fe cristiana y sentarnos dando por terminada la tarea. Hemos de ser capaces de vivir lo que estamos gritando, y hemos de ser capaces de demostrar las certezas que ya estamos proclamando. El deber no es sólo hablar a los hombres acerca de Cristo, hemos de demostrar lo que Jesús ha hecho, no sólo hemos de hablar de la bondad de Dios, sino mostrar lo que todos nosotros, por su gracia, somos capaces de hacer en su nombre. c) Jesús sanaba porque su Evangelio no se limitaba al anuncio de un mensaje ya determinado, sino que lo traducía en acciones, y acciones dignas de alabanza. Si leyésemos con cuidado los evangelios veríamos con sorpresa que Jesús pasó más tiempo curando a los enfermos, dando de comer a los hambrientos y con solando a los tristes que hablando de Dios, porque tuvo especial interés en transformar las palabras de la verdad cristiana en hechos de amor cristiano.

Pero es que, además, en Jesús convergía otro hecho de singular importancia:

  Mat. 9:36. La palabra que aquí sobresale con derecho propio es, sin duda, compasión. La que se usa en el original griego para ver y describir este sentimiento del Maestro es la más fuerte que hay en dicha lengua para expresar la piedad que uno puede tener hacia otro ser humano. Su origen y fuente no puede ser más cierta y elocuente. Se deriva de un sustantivo que significa entrañas. Es así que se trata de una compasión que conmueve hasta lo más fiel y profundo de nuestro ser. Lo extraño es que los evangelios sólo se usa esta palabra, con excepción a algunas parábolas, haciendo referencia a Jesús, Mat. 9:36; 14:14; 15:32; 20:34; Mar. 1:41; Luc. 7:13. Cuando leemos estos pasajes podemos darnos cuenta de las cosas que conmovían a Jesús: a) Sentía una compasión entrañable por el dolor y el sufrimiento de los hombres. Sentía piedad por los enfermos, Mat. 14:14, por los ciegos, Mat. 20:34, por los que eran poseídos por el demonio, Mar. 9:22. En una palabra, no podía ver a alguien sufriendo sin anhelar aliviarle inmediatamente b) Sentía compasión por la tristeza del mundo. Y la visión de la viuda de Naín, que seguía el cortejo fúnebre de su hijo, conmovió su corazón, Luc. 7:13. c) También el hambre del mundo lo conmovía y por eso aquella multitud hambrienta y cansada, por sí misma, era un llamado a usar su poder; Mat. 15:32. d) El espectáculo de la soledad le inspiraba piedad. El leproso, que tenía prohibida la compañía de sus semejantes y que vivía en la absoluta soledad y abandono, evocaba tanto su compasión como su poder, Mar. 1:41, y e) lo conmovía, por último, la confusión de las gentes. Esto era precisamente lo que inspiró piedad en Jesús en la ocasión que nos ocupa. Aquellos pilares que eran los fariseos, escribas, sacerdotes, saduceos, herodianos, publicanos y otros costumbristas les habían fallado porque no tenían nada que ofrecerles, es más, la palabra usada para describir la condición del pueblo, en griego, servía para describir o designar a un cadáver que es víctima de las aves de rapiña, por lo que indica bien a las claras que el pueblo estaba esquilmado por hombres rapaces, vejado por quienes carecían de piedad y defraudado por quienes los receptores naturales de su confianza.

También es muy jugosa la palabra que traducimos por dispersas ya que en el original significa ni más ni menos estar postrado con la idea de uno que no puede moverse, ni hacia adelante ni hacia atrás, por haber recibido mortales heridas en una batalla. Así que, deberíamos extraer de esto cuando menos una lección y recordar que la religión cristiana no existe para descorazonar, sino para dar y estimular, no para aplastar a los hombres con cargas, sino para elevarlos al cielo tras haber dejado el lastre de los pecados.

Así, teniendo en cuenta lo que antecede, fácilmente entendemos el siguiente paso de Jesús:

  Mat. 9:37, 38. Este es uno de los dichos más afortunados que Jesús haya pronunciado jamás y tiene mucho que ver con el texto que nos ocupa. Cuando Él y los dirigentes religiosos de su época miraban a las multitudes las veían de dos maneras completamente distintas. Los fariseos veían al populacho como paja que debía ser quemada y Jesús lo veía como parte de una cosecha que debía ver y salvarse. La diferencia es evidente: Los fariseos, en su orgullo, esperaban la destrucción real de los pecadores mientras que Jesús murió por ellos. Pero aquí también hallamos una de las verdades cristianas más grandes y no de los supremos desafíos del cristiano total: Nuestra cosecha nunca será recogida a menos que hayan habido buenos labradores que hayan hecho su trabajo. Una de las verdades fundamentales de la fe es que Cristo necesita gente, hombres y mujeres, para llevar a cabo su tarea. Él no puede hacer todo el trabajo. No salió de Palestina a pesar de que el mundo lo estaba esperando. Más aun, todavía quiere que los hombres oigan las buenas nuevas, pero nadie va a escucharlas a menos que haya hombres y mujeres que lo prediquen. No basta la oración, aunque es indispensable para el éxito. Hay levantarse del reclinatorio y enfrentarse a pecho descubierto con las masas que están pidiendo a gritos que las cosechen por amor. Por eso el v siguiente es de consecuencia lógica:

  Mat. 10:1. Basta echar un vistazo a los hombres que seleccionó cuidadosamente para darnos cuenta de que también habríamos podido formar parte del equipo: a. Eran hombres comunes, con poca cosa, no tenían riquezas, ni formación académica, sin casi posición social, por lo que nadie de nosotros puede pensar jamás que no tiene nada que ofrecer a Jesucristo. En sus manos todo se convierte en grande, en sublime, en positivo. b. Constituían una extraña mescolanza. Estaba p ej. el traidor Mateo, recaudador de impuestos; Simón el cananita, zelote, nacionalista fanático que si hubiera encontrado a Mateo en otras circunstancias no habría dudado en cercenarle el cuello. Pescadores galileos y otras gentes populares amalgamados por el amor y la paz de Cristo.

Muchas veces se ha querido ver en el número de apóstoles unas semejanzas con las tribus de Israel, pero lo que verdaderamente nos importa es que nos dieron ejemplo, un ejemplo a seguir por todos nosotros, un ejemplo hasta la muerte si es preciso, ejemplo confortante y que sus nombres forman las doce piedras básicas y fundamentales de la Santa Ciudad Celestial, Apoc. 21:14. En una palabra: Se trata de hombres y mujeres comunes los que forman o constituyen el material sobre el cual Cristo ha apoyado su Iglesia. De todas formas, aquellos hombres tenían en común lo siguiente: a Jesús los eligió (Luc. 6:13 dice que Jesús mandó llamar a sus discípulos y que de entre ellos eligió a doce); b Jesús los llamó; c Jesús les asignó una tarea, Mar 3:14; d y los eligió para que estuviesen con él, Mar 3:14; e fueron llamados para ser apóstoles y embajadores, Luc 6:13; Mar 3:14; f por último, todos fueron encargados de predicar, Mat. 10:7, que no quiere significar otra cosa la palabra heraldo. De todas formas, conviene resaltar que la embajada requería valor:

  Mat. 10:16-20. Así que nadie podía leer este pasaje sin quedar profundamente impresionado por la honestidad de Jesús. Él no vaciló en decirles a sus discípulos cuál era la suerte que podrían alcanzar si le seguían. Sin embargo, lo siguieron y muchos ¡hasta la muerte! En esta ocasión ofreció a sus seguidores tres clases de pruebas perfectamente determinadas: a. El Estado los perseguiría y serían llevados a los tribunales, ante reyes y gobernadores. En efecto, la historia ha demostrado ampliamente la verdad de este aserto, pero también es cierto que las palabras de Dios a Moisés en Éxo. 4:12, han sido reales y eficaces siempre. b. La Iglesia real los perseguiría porque los cristianos fueron y son los que mueven y trastocan al mundo, Hech. 17:6. La Iglesia oficial de todas las épocas no quiere ser perturbada y tiene sus propios métodos para tratar de eliminar las voces discordantes. c. Por último, hasta la propia familia los perseguiría, Mat. 10:21, 22, por creerlos lo y antisociales. ¡Qué triunvirato de fuerzas hacen fuerza común ante el cristiano! Pero el consejo de Jesús aún tiene vigor: Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas. No correr riesgos innecesarios ni echar mano de los recursos naturales para escapar de él. ¿Qué debe querer significar? ¡Confianza constante en Dios!

Se cuenta de que cierta noche, que en medio de un huracán, un guardacostas observó una señal de socorro que venía de un barco encallado en un banco de arena. Las lanchas salvavidas podían salir, pero era muy difícil que llegasen a la seguridad de tierra. El oficial ordenó botarlas, pero uno de los marinos protestó con algo de miedo: -¡Capitán, podemos salir, podemos llegar al barco roto, pero será imposible volver! -Muchacho, no tenemos qué volver!- dijo el hombre, y este dicho ha pasado a la historia. No importa tanto el riesgo que podemos correr, como el simple hecho de que corramos. En última estancia, nuestra gran misión será recompensada.

Mat. 10:40. Sin duda es un gran aliciente para el discipulado el verse asistido por la autoridad de su Señor. Es un motivo de gozo y confianza el saber que contamos con el poder de Jesucristo para llevar a cabo nuestra tarea. Además, si el discípulo es recibido, Él es recibido, y si Cristo el recibido, Dios es glorificado. Tenemos, pues, a nuestras espaldas un ministerio de gran trascendencia, 2 Cor. 5:20.

Mat. 10:41. El profeta es en el NT la persona que dice, declara o pregona la verdad de Dios. Y debe ser justo por su carácter, por sus acciones, por su servicio, por su ministerio y por su buen nombre. Recompensa de justo recibirá, si se complace en la sana justicia, justicia recibirá.

 

Conclusión:

Este es el panorama que nos espera si queremos ser como los doce y cómo le gusta a Jesús. Amén.

 

 

 

 

070354

  Barcelona, 25 de enero de 1976

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178 JESÚS INVOLUCRADO EN CONFLICTO

 

Mat. 12:1-14

 

Introducción:

Que vivimos en un mundo de conflicto constante es evidente. Somos conscientes de los frecuentes choques entre los intereses de personas, razas y culturas. Así, cuando pensamos en el andar del cumplimiento de nuestro comedido como cristianos, sabemos que de algún modo, un día u otro, tendremos que hacer frente a la oposición. Existe un tipo de cristiano que basándose en una falsa prudencia evita por todos los medios que están a su alcance no sólo oponerse a la injusticia si la hay, sino pasar por completo del todo desapercibido pensando que no encarándose no hace ningún daño, es más, cuando detecta un conflicto, por débil que sea, da un rodeo, salir por la tangente e ignorarlo antes de hacerle frente con la ayuda del Señor. Y esto da una idea falsa del cristianismo. Jesús nos dejó dicho en todas las ocasiones que se le presentaron que el cristianismo no es una religión de no hacer, sino de todo lo contrario. El cristiano, por su problemática, por sus ideales, por su sentido de la justicia y razón social, debe intervenir siempre e intervenir de forma positiva cuando el problema le viene de cara. No puede eludirlo, no puede sacarse el cristianismo de encima de la piel como si fuera piel de cebolla, o una casaca de quita y pon. O se es cristiano o no se es. No hay término medio. No puede uno ser tibio siquiera. Debemos saber constantemente que permanecer indiferentes nos privará como mínimo de aquellas bendiciones de Dios.

A continuación dos ejemplos de cómo Jesús se desenvuelve ante el conflicto y la oposición:

 

Desarrollo:

  Mat. 12:1-8. En primer lugar nos conviene ver la escena: En la época de Jesús, los campos de trigo y las tierras cultivadas de la tierra de Canaán eran fajas largas y angostas, en cuyos límites, entre franja y franja, estaban los caminos por los que cualquiera podía transitar. Por uno de esos caminos, entre los dos campos de trigo, era pon donde caminaban Jesús y sus discípulos el día en que sucedió este incidente. No tenemos ni la más mínima razón que indique que los discípulos estuviesen cometiendo un robo ya que la ley establecía de manera terminante que todo viajero con hambre podía, y de hecho siempre era así, hacer lo mismo que hicieron aquellos hombres con las manos y no con una hoz, Deut. 23:25. De manera que la acusación estaba orientada hacia otros frentes. Según los escribas y fariseos, la falta de los apóstoles era que habían arrancado espigas y comido en sábado. En efecto, la ley prohibía trabajar en sábado, pero quienes la interpretaban no se habían sentido satisfechos con esta simple prohibición. Había que definir lo que era trabajo. De manera que se establecieron 39 acciones básicas que estaban prohibidas en sábado, entre ellas estaba cosechar, desgranar, trillar y preparar la comida. A los ojos

occidentales, lo que hacían los discípulos, no tenía nada que ver con el pecado, pero para aquellos beatos la cosa era más sutil. P ej., estaba prohibido llevar una carga, pero que era una carga? Una carga es llevar cualquier cosa que pese más de dos higos secos. Así, según ellos, los apóstoles, por haber arrancado las espigas de trigo, eran culpables de cosechar, por frotarlo entre las dos manos eran culpables de cosechar, por haber separado los granos del tallo de la espiga, eran culpables de trillar y por todo el proceso eran culpables de preparar una comida en día sábado sabiendo que debían haber preparado los alimentos el viernes.

Pero Jesús, que no podía permitirse el lujo de caminar y eludir la cuestión, usa tres argumentos para diluir la crítica de los escribas y fariseos: a Citó la actitud de David, 1 Sam. 21:1-6, cuando él y sus hombres, estando hambrientos, entraron en el tabernáculo y comieron de los panes de la proposición que sólo los sacerdotes podían comer. En Lev. 24:5-9 se describe este alimento. Eran las doce hogazas de pan sin levadura que se disponían en dos filas de seis en la sala en agradecimiento a Dios por los alimentos. Estos panes se cambiaban todas las semanas y los viejos pasaban a ser posesión de los sacerdotes quienes eran los únicos hombres que podían comerlos. En la oportunidad que nos ocupa, y debido al hambre que sentían, David y sus soldados comieron de estos panes y nadie les acusó de nada porque se entendía que la urgente necesidad y el hambre humanas tenían prioridad sobre cualquier costumbre o práctica ritual. b Citó también el trabajo que se hacía en el templo en sábado. Sabido es que un ritual elaborado da trabajo: encender fuego, matar animales, levantarlos hasta el altar, etc. De hecho en ese día el trabajo era doble por cuanto en ese día se duplicaban las ofrendas y los sacrificios, Núm. 28:9. Mas cualquiera de estas acciones hubiera sido ilegal si las hubiera hecho una persona común, pero al hacerlas un sacerdote no sólo eran legales, sino también obligatorias por cuanto la adoración en el templo no debía cesar jamás. Así, este servicio a Dios superaba las reglas y normas del sábado. c. Citó las palabras de su Padre al profeta Oseas: Misericordia quiero y no sacrificios, Ose 6:6, para indicar que Dios desea más que el sacrificio ritual, la bondad, pues el espíritu sacrificial reside en la entrega a los demás. Así los tres ejemplos tienden hacia lo mismo: Las obligaciones de la viva adoración, las del ritual, las de la liturgia, establecidas y por establecer, son importantes y tienen su lugar, pero antes que todo está la obligación impuesta por la necesidad humana.

Por último, queda una dificultad en este pasaje que no se puede resolver con absoluta certeza puesto que podemos interpretarla en dos formas distintas: a Porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo puede significar que Jesús afirma ser Señor del día sábado en el sentido que tiene derecho a usarlo como le parezca mejor. Ya hemos visto que la santidad del trabajo en el templo era mayor a todas las reglas del sábado. Y Jesús acaba de afirmar que en él hay algo mayor que en el templo. Siendo así, él tiene más derecho para ignorar normas y reglas del sábado y hacer lo que le parezca más conveniente. Pero esta interpretación, con ser la tradicional, tiene seria dificultades de credibilidad no porque lo dicho no sea cierto, sino porque está tratando de enseñar otra cosa. b Es fácil comprobar que en la ocasión que nos ocupa Jesús no se defiende a sí mismo por algo que haya hecho en el día de descanso, sino que está defendiendo a sus discípulos. Así, hay que señalar que la autoridad y atención que reclama no es tanto su autoridad como la de la necesidad humana. Además, existe un detalla importantísimo del testimonio de Marcos, el cual, en 2:27, pone en boca de Jesús como clímax del pasaje: El día sábado fue hecho por causa del hombre y no el hombre por causa del día de reposo. A esto debemos agregar que en he y arameo la frase hijo del hombre con minúsculas no es un título, sino una forma de decir un hombre, Sal. 8:4; Eze. 2:1, 6, 8; 3:1-4, 17, 25. Ahora bien, el hecho de que en Mat. 12:8 aparezca con mayúsculas puede ser debido a que este manuscrito es del tipo uncial, es decir, está todo escrito con mayúsculas. Así que puede que Jesús esté diciendo: El hombre no es un esclavo del sábado, o del domingo, es su señor para utilizarlo en su provecho siempre, claro está, dentro de las más elementales normas cristianas.

  Mat. 12:9-14. Este incidente representa un momento crucial en la vida de Jesús. Hemos leído que desobedeció en público y de manera deliberada la ley del sábado y el resultado fue una reunión de los líderes judíos más ortodoxos convocada con el único fin y propósito de encontrar una fórmula capaz de eliminarlo. Pero la humanidad de Jesús iba más allá que los convencionalismos. El sabía que la Ley prohibía de manera definitiva y precisa curar en sábado, que todo esto no se podía hacer a no ser que el paciente estuviese en grave peligro de muerte, que lo máximo permitido era hacer algo para que al paciente no empeorara, pero nada que le mejorase, que lo máximo que se le podía hacer a un herido era vendarlo, aunque aquella venda no debía tener ningún remedio, emplaste, ungüento o algo similar que pudiera hacer mejorar toda la herida. Pero el paralítico del texto no estaba en peligro mortal y bien podía ser curado al día siguiente, así que Jesús sabía muy bien que quebrantaba la ley judía y sabía que era observado y tal vez criticado. Sabía que iba a ser perseguido y sin embargo curó al hombre porque no estaba dispuesto a aceptar ninguna ley que coartara la libertad humana y que hiciera sufrir a un hombre más de lo necesario.

Una vez más vemos a Jesús dando la cara al conflicto y dando una lección. Aquel hombre de la mano seca no importaba nada o en absoluto a los escribas y fariseos a no ser para usarlo como un pretexto para acusar a Jesús. Mas el Maestro conocía muy bien la respuesta a tan insidiosa pregunta y ya desde el principio los vence en su propio terreno con el ejemplo del animal que sí estaba previsto en la Ley. Pero donde verdaderamente los supera es cuando invierte el argumento: Pues si es bueno hacer el bien en sábado, negarse a hacerlo está mal. El principio fundamental era que no existe un tiempo más sagrado que no pueda usarse para ayudar al prójimo necesitado. Esto es un clarinazo a nuestra atención: No seremos juzgados por la cantidad de cultos a los que hayamos asistido, ni por el número de capítulos de la Biblia que hayamos leído, ni por la cantidad de horas que hayamos orado, sino por la cantidad de gente a la que hayamos ayudado cuando su necesidad llamó a nuestras puertas. A veces nos parecemos más a los escribas y fariseos que no pudieron curar la mano del paralítico por no ver su dolor que resbalaba en sus cortas mentes que a Jesús que sí lo sanó porque puso su atención en lo que valía la pena: ¡en un hombre! El resultado en evidente: Tenemos de una parte un hombre sano en donde estaba enfermo y un odio de las fuerzas del mal que son incapaces de conceder un cambio en su vida. Salieron de la sinagoga para planificar la muerte de Jesús porque a sus ojos era un hombre peligroso. En cierto sentido, la mayor alabanza que se le puede hacer a un hombre es perseguirlo porque, al hacerlo, se le reconoce como fuerza efectiva. Así, de alguna manera, la actitud de los escribas y fariseos es la medida del poder del poder de Cristo y es el axioma a través del cual, el mundo puede odiar al auténtico cristianismo, pero no lo puede ignorar nunca como fuerza efectiva.

 

Conclusión:

Jesús salió incólume de todos los conflictos en que fue envuelto, enderezó entuertos, dio su mensaje y proclamó el principio de la libertad humana sobre todas las cosas aunque la oposición se reunió para intentar matarle. Y ahora viene la dolorosa pregunta: ¿En las actividades de cada día, se nos ignora, se nos alaba o se nos combate? Pues cada uno de nosotros y Dios sabe la respuesta. ¿Somos caballeros de la “Triste Figura” que siempre combate las injusticias o somos anguilas que desaparecemos sutilmente ante los peligros en los que tengamos que definir nuestra posición de cristianos? Cada uno de nosotros y Dios sabe la respuesta. En el este mundo, ¿tenemos más amigos que enemigos? Sólo Dios y nosotros sabemos la respuesta.

Debiera bastarnos saber en todo momento que la presencia fiel de Cristo nos fortalece y su historia está más llena de bondades a los demás que cumplimientos de los fríos formulismos.

 

 

 

 

070355

  Barcelona, 25 de enero de 1976

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179 LA LUZ VERDADERA

 

Juan 1:1-18

Sermón devocional

Himnos: 147, 126, 131

 

Propósito: Demostrar que Jesús es la luz verdadera y que, por lo tanto, es el único capaz de darnos salvación.

 

Introducción:

De siempre el hombre ha estudiado, luchado y hasta muerto por descubrir la verdad de la luz, pero también lo es que no siempre ha avanzado en la dirección adecuada. Sin embargo, la luz está ahí, inamovible, siempre en su puesto, a la espera de ser vista o descubierta. Cuando el 23 de enero de 1930, el norteamericano Lowell, descubrió el noveno planeta de nuestro fiel sistema solar, Plutón, no hizo más que dar con algo que siempre había estado ahí a la espera de ser descrito, estudiado, definido, medido y bien catalogado. Del mismo modo, la luz verdadera, está delante de nuestras narices retándonos a que usemos el telescopio adecuado que consiga no sólo hacerla visible, sino comprensible y, lo que es más importante, alcanzable.

 

Desarrollo:

Juan 1:4. Para el autor del IV Evangelio, vida y luz, son dos de las grandes palabras fundamentales sobre las que construye toda su obra. Al igual que los grandes músicos sinfónicos, Juan apunta desarrolla y termina sus temas particulares que, en conjunto, dan y eclosionan en una maravillosa armonía evangelística. Por ej., empieza y termina su exposición con la palabra vida. Aquí, en el comienzo, leemos que en Jesús estaba la vida y al final vemos que el objetivo que le obligó a escribir su evangelio fue para que los hombres pudieran creer que Jesús era el Cristo, Hijo de Dios, y para que creyendo, tuviesen vida en su Nombre, Juan 20:31. Aún así, esto, con ser una obra maestra, no podría llenarnos del todo si no fuera porque Juan pone en boca de Jesús la palabra vida todo el tiempo. En 5:40, Jesús lamenta de que los hombres no se acerquen a él para tener vida. En 10:10, afirma que vino para que todos los hombres tengan vida y para que la tengan en abundancia. En 10:28 anuncia que da vida a los hombres y que jamás perecerán porque nadie los podrá arrebatar de su mano y en 14:6 afirma que Él es el camino, la verdad y la vida.

En resumen, en este Evangelio, la palabra vida aparece más de 35 veces y el verbo vivir o tener vida más de quince; ahora bien, debiéramos entender lo que Juan entiende por vida antes de pasar a estudiar su posible conexión con nuestra luz ya que ésta es la consecuencia directa de aquélla: (a) En primer lugar, para Juan, vida es lo contrario de destrucción, condenación y muerte. Dios envió a su Hijo para que el hombre que crea no se pierda, sino que tenga vida eterna, 3:16. El hombre que oye y cree tiene vida eterna y no será condenado, 5:24. Aquellos a quienes Jesús da la vida no perecerán jamás, 10:28. En una palabra: En Jesús hay algo que da seguridad al hombre en esta vida y en la otra, que no se puede decir que vivimos hasta que no aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y lo coronamos como nuestro Rey. Un hombre que vive una vida sin Cristo existe, pero no sabe lo que es la vida. (b) Pero Juan está seguro de que, aunque Jesús es quien nos trae esta vida, el origen, el autor y el dador de la misma es Dios. Una y otra vez emplea la frase del Dios vivo para expresar el origen de la fuente de la vida. La voluntad del Padre que envió a Jesús es quien hace que Él tenga la vida eterna, 6:40. Por eso dice que Él da vida a todos los que Dios le ha dado, 17:2. Para Juan detrás de todo el misterio está Dios. (c) Ahora ya debemos preguntarnos  qué clase de vida estamos descubriendo. El Cuarto Evangelio usa una y otra vez la frase vida eterna. Ahora bien, sea lo que sea esta vida eterna, no puede ser una vida que dure para siempre, porque es evidente que una vida que durase para siempre en el contexto humano sería una terrible maldición. Así en la vida eterna debe haber algo más que duración, y debe hacer una cierta calidad de vida. La clave y la solución la tenemos en el adj. gr. que Juan usa cuando quiere indicar eternidad. Para él, sólo Dios es eterno, en la suprema acepción de la palabra, por lo tanto, la vida eterna es la que vive Dios. Lo que nos ofrece Jesús de parte de Dios es la vida misma de Dios, porque es una vida que conoce algo de serenidad y el poder de vida del mismo Dios. (d) Sin embargo existe aquella pregunta: ¿Cómo podemos entrar en esa vida? La respuesta es tan sencilla como real y efectiva: ¡Entramos en esa calidad de vida al creer en Cristo! En 3:36, leemos: El que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna. En 6:47 dice Jesús: El que cree en mí ya tiene vida eterna. Pero, sin embargo, donde encontramos el verdadero sentido al sacrificio divino es en 5:24: La voluntad del Señor está en que todos los hombres vean al Hijo, crean en él y tengan vida eterna. Luego entonces la vida está al alcance de todos y cada uno de los hombres, sólo tienen que alargar la mano y creer, sólo tienen que dar un paso y creer, sólo tienen que mirar al frente y creer.

Ahora bien, ¿qué significa creer? ¿Qué queremos decir cuando insistimos que sólo es necesario creer en Cristo para alcanzar y poseer la vida eterna? (a) Para Juan y para nosotros significa que debemos estar convencidos de que Jesús es real y verdaderamente el Hijo de Dios, que, pues, debemos verlo, estudiarlo y pensar en él hasta que lleguemos a la conclusión de que no es otro sino el Hijo de Dios. (b) Pero al hacer esto, hay algo más que la creencia intelectual. Creer en Jesús significa tomarle la palabra, significa aceptar sus mandamientos como algo absolutamente obligatorio o lo que es lo mismo: actuar bajo la convicción de que no podemos hacer otra cosa que obedecerlo, seguirlo e imitarlo. Así, podemos llegar a la conclusión de toda creencia consta de tres pasos vivos y concretos: Primero significa la convicción de la mente acerca de que Jesús es el Hijo de Dios. Segundo, significa la confianza del corazón en que todo lo que dice Jesús es verdad y tercero, es o significa basar toda la acción de nuestra vida en la inamovible y viva seguridad de que debemos tomar a Jesús al pie de la letra. Sí, sólo cuando llegamos a este punto en concreto dejamos de existir y empezamos a vivir. Y a partir de este momento tomamos cierto contacto con la luz. Esta palabra aparece más de veintiuna vez en el Cuarto Evangelio. Jesús, como dice Juan aquí, es la luz de los hombres, por eso, en dos ocasiones, se denomina asimismo la luz del mundo, 8:12 y 9:5. Pero lo que es importante para nosotros es notar el hecho de que esta luz puede llegar a los hombres, 11:10, y convertirnos en hijos de luz, 12:36, por el mismo principio que aludió el propio Jesús al afirmar: Yo, la luz, he venido al mundo, 12:46.

Pero del mismo modo que la luz del sol se diluye en los siete colores básicos del arco iris, esta luz tiene tres grandes vertientes: (a) La luz que trae Jesús y que es accesible a los hombres es la luz que hace desaparecer el caos. En el relato de la Creación se nos dice que Dios se movía sobre el abismo oscuro e informe que era o existía antes del principio del mundo y que Dios dijo: Sea la luz Gén. 1:3. Así la recién creada luz eliminó el caos. En otro orden de cosas, se nos dice que Jesús era la luz que resplandece en las tinieblas, 1:5, por lo que Jesús es la única persona que puede evitar que la vida se convierta es un auténtico caos pues librados a nuestras propias fuerzas estamos a  merced de nuestras pasiones o deseos, temores y miedos. De donde, pues, cuando Jesús nace o aparece en la vida, viene la luz. (b) En segundo lugar, la luz que trae Jesús es una luz reveladora. La condenación de los hombres consiste en que amaron las tinieblas antes que la luz, y fue así porque sus acciones eran malas, y aborrecieron la luz para que no se reprendieran sus obras, 3:19, 20, y porque la luz que trae Jesús es algo que nos muestra las cosas como son, les quita falsas máscaras y disfraces y muestra las cosas en su cruda desnudez. Es así, nunca nos vemos a nosotros mismos hasta que nos vemos a través de los ojos de Jesús. (c) Por otra parte, la luz que trae Jesús es una luz que guía por lo que el que no posee esa luz anda en las tinieblas y no sabe a donde va, 12:35, y cuando el hombre recibe esa luz y cree en ella, ya no anda más en tinieblas, 12:46. Cuando Jesús viene a la vida de uno se termina el tiempo de adivinar, se acaba el momento de la duda, se acabó para siempre la vacilación y la incertidumbre. El camino que era oscuro se llena de luz y lo que antes era miedo a la encrucijada, por ser dudosos sus postes indicadores, ahora se nos presentan diáfanos y concretos.

  Juan 1:5. Sin embargo, no podemos negándolo, las tinieblas son hostiles a la luz. Es axiomático el hecho de que la luz resplandece en las tinieblas, pero éstas, por más que se esfuercen no pueden extinguirla. En efecto, ni todas las tinieblas del mundo pueden ahogar, pagar, anular a la pequeña luz. Así, cuando llega Jesús al mundo como la luz eterna, hay muchas tinieblas que tratan de ahogarlo, desterrarlo de la vida, extinguirlo, pero en Jesús hay un poder invencible, tanto es así que las tinieblas pueden odiarlo, pero jamás librarse de él. Es más, se nos dice enfáticamente que el que sigue a Jesús, confesando que es luz del mundo, no andará en tinieblas, 8:12. Pero, por oposición, para Juan, una vida sin Cristo es una vida de tinieblas, una vida de condenación, una vida de muerte.

Pero aún hay más. La palabra que traducimos por extinguir, por no permanecer, puede tener tres significados a cual más gustoso: (a) Puede querer decir que las tinieblas nunca comprendieron a la luz. De donde se entiende que el hombre del mundo no puede entender las exigencias de Cristo y el camino que nos ofrece. Y es que le parece de una insensatez total, una locura, una pérdida de tiempo. Es cierto, el hombre corriente no puede amar ni entender a Cristo hasta que no se somete a Él. Sólo entonces las figuras difusas que entreveía se vuelven nítidas y comprensibles. (b) Mas puede significar también que las tinieblas nunca vencieron a la luz y que si bien habían hecho todo lo posible para eliminar a Jesús, incluso crucificarlo, jamás pudieron destruirlo. (c) Y por fin, por conclusión, puede querer decir que las tinieblas, por la naturaleza, son incapaces de apagar la llama o fuego que produce la luz. De donde, por más que hagan los hombres para oscurecer la luz de Dios en Cristo, no podrán apagarla. Ahí está la historia: ¡Veinte siglos tratando de apagar la luz!

  Juan 1:6-8. Necesariamente debemos entrar en la descripción de la composición de esta luz y este Cuarto Evangelio es genial en el arte de presentarnos un testimonio tras otro acerca de Cristo: (a) En prime lugar está el testimonio del Padre: El propio Jesús dijo al efecto: También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí, 5:37, y el Padre que me envió da testimonio de mí, 8:18. Pero realmente, ¿qué quiso decir con esto? Quiso decir algo que le era claro, que les afectaba a él mismo, es decir, en su corazón usaba la voz interior de Dios y esto no le dejaba ninguna duda acerca de quien era y para qué había sido enviado. Pero además estaba muy ligado, íntimamente convencido que iba a vivir y a morir por los hombres por lo que su venida estaba destinada a afectar a los mismos. Así, cuando un humano se enfrenta a Cristo experimenta la íntima convicción de que éste no es otro que el Hijo de Dios. (b) Está el testimonio del mismo Jesús. Yo soy, dijo, el que doy testimonio de mí mismo, 8:18. En otra ocasión aseveró: Aunque doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio en verdadero, 8:14. De donde se desprende que lo que era Jesús era su mejor testimonio. (c) Está el testimonio de sus obras. Dijo: Las obras que el Padre me dio para que se cumpliesen… dan testimonio de mí, 5:36. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí, 10:25. Más tarde habla a Felipe: Creerme por las mismas obras, 14:11. Y la evidencia es exhaustiva: Nadie podía haber vivido esa vida de amor, piedad, compasión, perdón, servicio y ayuda los necesitados donde quiera estuviesen, si Él no hubiera estado en Dios y Dios en Él. (d) Está el testimonio de las Escrituras. Jesús dijo: Escudriñar las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí, 5:39. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió Él, 5:6. A través de toda la historia de Israel, los hombres habían soñado con el día en el que vendría el Mesías de Dios y de pronto Aquel que el mundo estaba esperando aparece con un mensaje de amor. (e) Está el testimonio del último de los profetas, Juan, quien vino precisamente a dar un testimonio de aquella luz a sabiendas de que él no era la luz, a sabiendas de que solo era dedo que señalaba a Cristo, a sabiendas de que él sólo era un mensajero que señalaba al Rey. (f) Está pues el testimonio de aquellos con quienes Jesús entró en contacto. La samaritana dio testimonio del poder, 4:39. El hombre ciego de nacimiento testificó del poder curativo de Jesús 9:25, 38. La gente que presenciaba sus milagros certificaba con asombro las cosas jamás vistas, 12:17. Del mismo modo en todas las generaciones y en todas las edades han habido multitudes que estaban dispuestas a dar testimonio de lo que Jesús ha hecho con sus almas. (g) Está el testimonio de los discípulos y en especial del mismo autor del Evangelio. Cuando él envía a sus discípulos les dice: Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio, 15:27. En cuanto al autor del Evangelio exclama en cuantas ocasiones puede: Y el que lo vio da testimonio, 19:35, el que escribe estas cosas, da testimonio de las mismas, 21:24. Y en este orden de cosas, cada uno de nosotros, los que en él hemos creído, damos testimonio de que es el Cristo, la luz del mundo. (h) Por último está el testimonio del E Santo. En cierta ocasión dijo Jesús: Cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad… dará testimonio acerca de mí, 15:26. Un poco más adelante, el propio Juan, muy inspirado, afirma: Y el Espíritu es el que da el testimonio, porque el Espíritu es la verdad, 1 Jn 5:6. Esto es muy importante, significa que el Espíritu fue quien trajo la verdad de Dios a los hombres y permitió también que estos la reconocieran en cuanto la vieran.

  Juan 1:9. Porque no podemos olvidar que aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. Luego es aquí, en medio de la problemática humana, donde debemos calibrar su alcance y su autenticidad. En este v Juan emplea una palabra muy significativa para describir a Jesús. Dice que es la luz verdadera, la luz genuina, por lo que antes de que llegara Jesús los hombres seguían a otras luces. Algunas, indudablemente, eran chispas de la verdad, algunas eran visiones vagas de la realidad, pero igual es cierto que la mayoría eran destellos falsos que, al seguirlos los , hombres se acercaban a las tinieblas en vez de huir de ellas. Pero sin embargo, se nos dice que Jesús trajo la luz real a los hombres, a todos y a cada uno de los hombres. La venida de Jesús, pues, fue como una llamarada de Luz, como la llegada de la aurora. Se da, se cuenta de un viajero que estaba de pie en una colina desde la cual se dominaba la bahía de Nápoles, pero era una noche tan oscura que no veía nada, en un momento, repetidamente, brilló un relámpago y todo quedó iluminado, expuesto en sus más mínimos detalles. Así, cuando Jesús vino a este mundo lo hizo como una luz en las tinieblas: (a) Pero además su venida disipó las sombras sólo podían adivinar algo acerca de Dios. Se habían terminado los días de las adivinanzas, habían desaparecido las sombras y bruma de la duda. ¡Había llegado la luz! (b) Pero, también su feliz venida disipó las sombras de la desesperación porque el hombre aunque aborrecía al pecado no podía desembarazarse de él y al ser sentido y consciente de su estancia en la tierra y ver su poder y su fuerza dinámica, el hombre pudo saber lo dulce que podía llegar a ser la esperanza. (c) Por eso también, su venida disipó las tinieblas de la muerte. Siempre el hombre ha tenido miedo cerval a la muerte y en el mejor de los casos significaba la aniquilación y en el peor significaba la tortura a manos de algún dios. Pero a través de su venida, vida, muerte y resurrección, Jesús mostró a los hombres que la muerte era la única forma de llegar a la vida superior.

  Juan 1:10, 11. Por si quedara alguna duda, Juan enfatiza aquí la antigüedad de esta luz y su proyección a los hombres. Y nos lleva sin vacilación a la época antes de que Jesús viniera al mundo hecho carne. Desde el principio del tiempo, desde que el mundo fue creado, el Logos de Dios, el Verbo de Dios, había estado en acción en el mundo, a pesar de que todos los hombres no querían reconocerlo, sin embargo, hace mucho tiempo el apóstol Pablo dijo que las cosas visibles que hay en el mundo están destinadas por el Señor a dirigir los pensamientos de los humanos hacia las codas invisibles, y que si estos hubiesen mirado al mundo con los ojos abiertos y con un corazón comprensivo, sus pensamientos los hubieran llevado de forma inevitable al Creador, Rom. 1:19, 20. Ahora, en la actualidad, esta idea aún está vigente y, por lo tanto, deberíamos preguntarnos cómo podemos ver el Verbo, el Logos, la Razón, la Mente de Dios y la luz en el mundo en que vivimos: (a) Debemos mirar hacia fuera. Entre los griegos, destino mimado del Cuarto Evangelio a pesar de su universalidad, existía una idea fundamental: Donde hay orden debe haber una mente. Y cuando miramos al mundo notamos un orden sorprendente: Los planetas mantienen sus cursos, los mares siguen un ritmo, la época de la siembra y la cosecha, el invierno y el verano, el día y la noche van en un orden. Es evidente, pues, que en la naturaleza existe orden y por lo tanto también es evidente que debe haber una mente detrás, pero, además, esa mente debe ser superior a la mente humana porque logra resultados que ésta jamás podría lograr. Así, mirar hacia fuera al mundo significa enfrentarse cara a cara con Dios. (b) Debemos mirar también hacia arriba. De todas las cosas que demuestran el orden asombroso de nuestro mundo, ninguna más demostrativa que su propio movimiento. La astronomía nos dice que hay tantas estrellas como granos de arena en las playas y que las órbitas de sus planetas y satélites son tan perfectas que por fuerza, cuando miramos hacia arriba, a poco que queramos vemos a Dios. (c) Debemos mirar hacia adentro. ¿De dónde obtuvimos el poder de pensar, razonar y conocer? ¿De dónde obtuvimos todo el conocimiento del bien y el mal? ¿Por qué el hombres más malo y perverso que podamos imaginar sabe en su interior que obra mal? ¿De dónde viene el arrepentimiento, el remordimiento y el fuerte sentimiento de culpabilidad? Ineludiblemente, cuando miramos hacia adentro vemos a Dios. (d) Debemos mirar hacia atrás. Toda la historia no es más que una demostración de la ley moral en una acción y está demostrado que la  degeneración moral y el colapso de una nación van de la mano. Así, cuando nos sumergimos en la historia y calibramos sus hechos vemos que hay Dios.

Sin embargo, sabiendo que el mundo no le conoció, tuvo que ir o venir un ramalazo de luz tan evidente que nadie jamás podrá ir a negar haberlo visto aunque fuese durante un solo segundo. De manera que a lo suyo vino, a cumplir con su destino fiel y eterno, a alumbrar para siempre a la humanidad, a redimir a todo aquel que fuera capaz de creer en Él y responder a su reto, a dejar cierta constancia de que Dios se había acercado a los hombres y que lejos de ser un Dios de guerra, odio y rencor, era un Dios de amor, capaz de perdonar y reconciliar a sí mismo a su máxima criatura. Y aunque se nos dice que los suyos no lo recibieron, dejando algo aparte el sabor local del pueblo judío que ahora no viene al caso, también se nos dice:

  Juan 1:12, 13. Así, no todos rechazaron a Jesús cuando vino, es más, día a día cientos de hombres y mujeres lo aceptan como a su único Salvador. A aquéllos y a éstos, Jesús les dio el derecho de convertirse en hijos de Dios. Hay un sentido en que el hombre no es naturalmente hijo de Dios, pues hay un sentido en el cual debe convertirse en hijo de Dios. Para poder entender lo que estamos diciendo debemos echar mano de los recursos humanos, porque son los únicos términos en que somos capaces de pensarlo. Y es que sabemos que hay dos clases de hijos. Esta aquel que jamás hace nada más que usar su casa, aquel que toda su juventud toma todo lo que le ofrece el hogar y no da nada a cambio y cuando se va de casa, no trata de mantenerse en contacto con sus padres ni tiene conciencia de haberle debido algo. Ese hijo es hijo de su padre porque a él le debe la existencia, a él le debe lo que es, pero sin embargo, y a pesar del amor paterno derrochado a borbotones, lo ignora olímpicamente. Por el otro lado está el hijo que durante toda su vida tiene presente lo que su padre hizo y sigue haciendo por él y aprovecha cada oportunidad para demostrar su sincero agradecimiento tratando de ser el hijo que su padre desea y así, en la medida que pasan los años, se va acercando más y más al padre amasando camaradería y amistad. Y aun cuando se marche de la casa de forma natural, subsiste el vínculo que los une pues es consciente de tener una deuda que jamás podrá pagar. Cierto que en ambos casos, los dos son hijos, pero el carácter de los tales es muy distinto. El segundo se ha convertido en hijo en una forma que el primero jamás llegó a ser. Así, de la misma manera, todos los hombres son hijos de Dios en el sentido de que todos deben su creación y la conservación de su vida a Dios, pero sólo algunos se convierten en hijos de Dios en la verdadera y auténtica intimidad que debe existir entre padre e hijo. Pero se nos dice bien claro que este carácter de hijo no procede de ningún deseo humano, ni de ningún acto de la voluntad humana, procede enteramente de Dios. Podemos adquirir ese derecho porque Dios, con gracia inmerecida y a impulsos de su amor, consintió en abrirnos un camino hacia sí mismo, consintió en plantar un faro en la noche pletórica de luz verdadera que le señalara, consintió, pues, en una palabra, hacer lo único que podía salvar al hombre: ¡Morir por él! Sin embargo no podemos negar que esta relación es un asunto a tratar entre dos que tiene una vertiente humana. Que el hombre debe apropiarse de lo que el Señor le ofrece si quiere salvarse, que nos ofrece, en suma, el gran derecho de convertirnos en sus hijos, pero que nos impone la obligación de aceptarlo. Es algo que nosotros mismos debemos decidir. Él siempre está en su puesto con la mano abierta y extendida en nuestra dirección sufriendo por que vé que, a pesar de estar ahogándonos en las tinieblas, aún no queremos elevar la nuestra en busca de su contacto. Sin embargo, Él nos dice claro y alto que podremos ser sus hijos, e hijos salvos, tan pronto como creamos en el nombre de Jesucristo. En realidad, ¿qué quiere decir esto? El pensamiento y la lengua hebrea tenían una forma de usar la expresión el nombre que a nosotros puede parecernos muy extraña. Al hablar del nombre no se referían tanto al nombre que se usaba para identificar a una persona como a su naturaleza en la medida en que se mostraba y conocía. En el Sal. 9:10, p ej., se nos dice: En ti confiarán los que conocen tu nombre. Es evidente que no significa que quienes saben que el nombre de Dios es Jehovah serán los que confiarán en Él. Quiere decir, simplemente, que los que conocen la personalidad de Dios, su naturaleza y tal como es, estarán dispuestos y deseosos de confiar en Él para todas las cosas Así confiar en el nombre de Jesús significa confiar en lo que es Jesús. Y sabemos que Él es la personalización de la generosidad, el amor, la amabilidad y el perdón. La gran doctrina de Juan, el tema principal de su obra, es que en Jesús vemos la mente misma de Dios y su actitud hacia todos los hombres. Si creemos esto, si creemos que Jesús es la luz salvadora, también creemos que Dios es como Jesús, tan amoroso, generoso y apto para perdonar como lo fue el Salvador. Creer en el nombre de Jesús significa creer que Dios es cómo Jesús.

 

Conclusión:

Sólo cuando creemos esto podemos someternos a Dios y vernos convertidos en sus hijos porque lo que es Jesús, lo que hizo Jesús, es lo que nos abre la puerta a la oportunidad de ser hijos de luz. Sólo al creer que Él es la luz verdadera nos capacita para ser los verdaderos HIJOS DE DIOS.

 

 

 

 

070356

  Barcelona, 8 de febrero de 1976

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180 PARÁBOLAS DEL REINO

 

Mat. 13:31-33, 44-52

 

Introducción:

La vida cristiana tiene un comienzo, un desarrollo y hasta una culminación porque al igual que otras muchas cosas está sujeto a las leyes del crecimiento. De alguna forma, todos los cristianos participamos en este crecimiento amalgamado en lo que hemos dado en llamar Reino de los Cielos. Ahora bien, ¿qué entendemos por esto? Es la expresión usada en el NT, sobre todo por Mateo, para señalar e identificar al reino, régimen y administración de Jesucristo y sus seguidores, Mat. 3:2; 4:17; 13:31-47; 2 Tim. 4:18. Ahora, como proviene de la vieja idea del advenimiento del Mesías, la confusión acerca de su significado en los días de Jesús era considerable, Dan. 2:44; 7:13; Miq. 4:1-7, profecías del reino y Mat. 20:21; Luc. 17:20; 19:11; Hech. 1:6, en cuanto al reparto de puestos principales en ese teórico reino. No nos extraña, pues, que los hijos de Zebedeo trataran de asegurarse las cabeceras por cuanto siempre lo concebían  en términos humanos y de ahí el aparente enfado del resto de los apóstoles. Jesús usa el sistema de parábolas para señalar la realidad y todas las grandes verdades del Reino, cuatro de las cuales vamos a estudiar hoy: (a) En primer lugar debemos entender lo que es una parábola. Es la traducción de una palabra griega que significa poner al lado o lo que es lo mismo: comparación. Es decir, significa que al narrar un aspecto, escena o actitud conocidas y ganada la atención de la gente, se puede señalar verdades espirituales indefinidas que de otro modo podrían llegar a no ser comprensivas. De todas maneras conviene resaltar que éste era un método muy corriente de enseñar en la época, es más, el uso que el Señor hizo de las parábolas, respecto al propósito de las mismas, el propio evangelista indica: Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Abriré en parábolas mi boca y declararé cosas escondidas desde la real fundación del mundo, Mat. 13:34, 35. Así es como Jesús nos dice y presenta hoy las verdades trascendentales de la naturaleza de su reino. Veámoslas:

 

Desarrollo:

  Mat. 13:31, 32. Tenemos aquí la descripción del pequeño inicio o comienzo del Reino de los Cielos. La semilla de la mostaza, si no es la más pequeña que existe, la del ciprés por ej. le gana en pequeñez, es la mejor que pudo haber cogido Jesús para enseñar lo que quería decir. En Palestina, la poca cosa de esta semilla era proverbial y cuando querían referirse a algo realmente pequeño usaban la figura: Es tan pequeño, tan poco importante, tan leve, tan barato, etc., como un grano de mostaza. Indudablemente, en una sociedad que desconocía el átomo, esta semilla servía como punto de comparación. El propio Jesús empleó la frase una vez en el sentido de comparar la fe a un grano de mostaza, Mat. 17:20; Luc 17:6. Pues bien, esta semilla de aspecto modesto, pequeña, al ser plantada, crecía hasta convertirse en algo semejante a un árbol de tres metros de altura, tanto es así, que hasta las grandes aves se cobijaban en sus ramas en busca de refugio y comida. En cuanto al sentido de la parábola resulta tan claro como el agua. El Reino de los Cielos comienza desde un punto pequeño, pero nadie sabe donde terminará. Sin duda esta es una de las parábolas personales de Jesús. En algunas ocasiones sus discípulos deben de haberse sentido desesperados. Su grupo era tan pequeño y el mundo tan inmenso, ¿cómo llegar a cada casa, cada rincón, cada nación y cada continente? Pero Jesús les dice que no deben desilusionarse, que cada uno debe dar testimonio allí donde el Labrador le plantó, que el resto lo hace el Señor y que los hombres no podían concebir más que ligeramente y a través de una parábola. Queda el hecho de dar un sentido espiritual al encantador detalle de esas aves que corren a cobijarse en las grandes ramas del árbol, ¿no lo hallaríamos en esa multitud de hombres que, sin pertenecer al corazón del Reino de Dios, gozan, sin embargo, de las luces del Evangelio y de los beneficios de la civilización cristiana?

  Mat. 13:33. Como fácilmente podemos ver toda la parábola gira alrededor del poder transformador de la levadura, pues se quiere indicar con ello que el Reino de los cielos experimenta un enorme crecimiento interno precedido por una transformación. Es cierto que el cristianismo empieza por cambiar al individuo. En 1 Cor. 6:9, 10, Pablo reúne una lista terriblemente desagradable de rudos pecadores y en el v siguiente hace una afirmación aterradora: esto erais algunos. En segundo lugar, transformó la vida para todas las mujeres. En su oración matutina los judíos daban gracias a Dios por no nacer gentil, esclavo o mujer. En tercero transformó la vida de los débiles y enfermos. En Esparta, p ej., cuando nacía un niño se lo examinaba, si era sano se le permitía vivir, si era débil o tenía algún defecto se le despeñaba. También transformó la vida para los ancianos. Lo mismo que los débiles, los ancianos representaban un estorbo para toda las civilizaciones. El famoso Catón, aconsejando a los terratenientes, les dice: Vender aquellos bueyes cansados, las ovejas que no son perfectas, las lanas, las pieles defectuosas, los carros viejos, las herramientas rotas y los esclavos viejos o enfermos. También el cristianismo cambió la vida del niño y la existencia de la familia. El divorcio era algo tan común que no era extraño ni condenable que una mujer tuviese un marido nuevo cada año. Existe una carta de un tal Hilario, el cual, estando de viaje escribe a su mujer que se había quedado en casa a causa de su embarazo: Si con suerte tienes un hijo, déjalo vivir, si es una hembra, tírala. La transformación de este mundo gracias al cristianismo, pues, es evidente. Por otro lado y como la acción de la levadura es intensa y eficaz, significa que si bien ella trabaja sin que se la vea, los resultados son evidentes. Así el es el Reino de Dios: La acción cambiante tiene lugar dentro de cada individuo, cada familia, cada iglesia, la sociedad y en el mundo entero, tanto es así que la acción resultante borbotea de una forma violenta, incluso perturbadora que todos pueden ver. Cuando el cristianismo llegó a Tesalónica, la exclamación fue: Estos que trastornan al mundo entero también han venido acá, Hech. 17:6.

  Mat. 13:44. Quizá en nuestra época esta parábola no tendría un sentido, pero en aquella en la cual no existían los Bancos, lo que explica es claro y perfectamente posible. Ahora bien la enseñanza de esta parábola es, en primer lugar, que el hombre encontró un tesoro, no tanto por casualidad, como han dado en decir algunos comentaristas, sino en el trabajo diario. Es cierto que tropezó con él inesperadamente, pero lo hizo a la vez que se ocupaba de sus cosas. Es lógico suponerlo porque no se concibe que este tesoro estuviese a flor de tierra. El hombre estaría cavando hondo en el campo alquilado cuando halló el tesoro. Y eso, dejando aparte la enseñanza del Reino que luego comentaremos, nos quiere indicar algo. En efecto, cuando el albañil coloca ladrillos, cuando el peón carpintero trabaja y moldea la madera, cuando el mecánico forja y moldea el hierro, Jesús está presente. La felicidad auténtica, la satisfacción del deber cumplido, el sentido de Dios, la presencia auténtica de Cristo también se encuentra en el duro trabajo diario cuando éste se desarrolla de una forma honesta y consciente. Es una equivocación ubicar a Cristo, o monopolizar su presencia en los templos, en los lugares considerados santos o en las llamadas celebraciones religiosas. No, no, Cristo está en todas partes. En la parábola que nos ocupa, aquel hombre jamás hubiese encontrado el tesoro si no hubiese estado cavando en el campo en cuestión. Por otra parte, tenemos la lección que nos enseña que vale la pena cualquier tipo de sacrificio para entrar y poseer el Reino de los cielos. Mas, ¿entendemos bien lo que esto significa? Según Mat. 6:10, este reino es un estado de la sociedad en la tierra en la cual la voluntad de Dios se lleva a cabo con la misma perfección con que se desarrolla en el cielo. Por lo tanto, estar en el reino, entrar en el reino, significa aceptar y hacer la voluntad de Dios. Es decir y siguiendo la parábola, vale la pena hacer cualquier cosa para cumplir esta voluntad. En realidad, vale la pena abandonarlo todo para aceptar y cumplir la voluntad de Dios.

  Mat. 13:45, 46. Aquí tenemos el mismo principio que en la vasta parábola anterior. El hombre halla la perla a través de su trabajo cotidiano. Podríamos agregar a lo que dijimos antes que es muy sugestivo comprobar que hay otras perlas, pero una sola de alto precio. El hombre puede encontrar cosas buenas en la mente, en el conocimiento, en el arte, en la música, en la literatura y en todos los logros del espíritu humano, pero cuando encuentra la forma de cumplir la voluntad de Dios, todas estas cosas pasan a un segundo término. Otra diferencia sustancial con la parábola de antes es que el hombre del tesoro lo halló sin estar buscándolo y el hombre que iba tras las perlas dedicaba a ella su vida. Pero no importa si el descubrimiento fue el resultado de un momento o la búsqueda de toda una vida, la reacción fue la misma: Había que venderlo todo para obtener aquel tesoro. Y una vez más nos quedamos con la misma verdad, que sea como sea que el hombre descubre la voluntad de Dios, ya sea en la iluminación repentina de un momento o el final de una búsqueda larga y consciente, no cabe la menor duda de que vale la pena aceptarla sin titubear.

  Mat. 13:47-50. Era la cosa más natural del mundo que Cristo empleara ejemplos de la pesca al hablar con pescadores: Mirar, el trabajo de todos los días os habla de las cosas de Reino. En el país había dos formas principales de pescar. La una era con una red manual, mandada por un solo hombre, y la otra era una red de arrastre o de remolque que requería necesariamente una buena embarcación. Este es el método a que hace referencia la parábola. Ésta contiene, cuando menos, dos grandes lecciones: * Está en la propia naturaleza de la red barredera el no poder seleccionar, triar ni discriminar los peces que arrastre. No tiene otro remedio que acarrear todo tipo de cosas al moverse por el agua. Su contenido siempre es una mezcla. Si aplicamos esto a la iglesia, que es el instrumento del Reino de Dios sobre la tierra, significa que ésta no puede ser selectiva ni discriminatoria, que necesariamente incluirá todo tipo de gente, buena y mala, útil e inútil y que, en suma, no somos nosotros quiénes debemos juzgar, Mat. 7:1. * Y la parábola también afirma que llegará por fuerza un momento en que la separación será efectiva, que llegará un momento en que se enviará a los buenos y a los malos a sus respectivos destinos. Pero también se nos dice que esta separación, por más segura que sea, no es tarea de hombre, sino de Dios.

  Mat. 13:51, 52. Cuando Jesús terminó de hablar sobre el Reino preguntó a sus discípulos si habían entendido. Sí, habían oído, al menos, habían comprendido, al menos en parte. Luego Jesús pasa a hablar sobre el escriba instruido en el Reino de Dios que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas. Esto quiere decir dos cosas al menos: * Significa que cuando un estudioso se acerca a Jesús no abandona sus estudios por ello, antes bien, los usa en beneficio de Cristo. Que un hombre de negocios no tiene porque abandonar sus ocupaciones si son honestas, al contrario, debe administrarlas como lo haría un cristiano. Que alguien que canta, baila o pinta no tiene porque abandonar su arte, sino emplearlo de manera bien cristiana. Así, el deportista no tiene que abandonar el deporte, sino conducirse en él como cristiano. Y es que Cristo dice que no sólo sabremos cosas que sabíamos antes de acercarnos a Él, sino que también conoceremos otras que jamás habríamos escuchado. En una palabra, Jesús no quiere que abandonemos nuestros dones sino que los usemos de manera productiva y útil para los demás. * También puede significar que si hemos entendido la verdad de Dios, somos responsables de enseñarla con fidelidad. Por lo tanto, hermanos, tomemos las cosas viejas, las viejas verdades del credo del evangelio y presentémoslas en formas, aspectos y aplicaciones siempre nuevos, a la luz de los acontecimientos que estremecen al mundo en la actualidad.

 

Conclusión:

A continuación tendremos la oportunidad de hablar acerca de la luz verdadera, y el Reino de los cielos. Luego, es importante que oremos para que alguien acepte el desafío que representa el hecho de aceptar esa luz.

 

 

 

 

070357

  Barcelona, 8 de febrero de 1976

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181 SIGNIFICADO Y MISIÓN DE LA IGLESIA

 

Mat. 16:13-26

 

Introducción:

Si decimos que actualmente hemos de revisar el concepto que tenemos de nuestras iglesias, no estamos indicando ni un secreto ni una herejía. Todos conocen la idea actual acerca del mismo por lo que debiéramos dedicar cuando menos varias lecciones para empezar a entender el verdadero y real carácter de su existencia. Es cierto que hay mucha desorientación acerca de su significado, alcance y misión de la Iglesia, es más, existen tres grandes grupos que amparan a otros tantos generales, los cuales, por sí solo, ya se merecen las lecciones que apuntábamos más arriba. * En primer lugar existen aquellas personas que han adoptado la indiferencia absoluta respecto a la Iglesia y no les importa nada de lo que se relaciona con la misma o con su trabajo. Cumplen con ella lo más indispensable y eso cuando lo hacen. Algún que otro día traen su ofrenda, asisten a algún que otro culto seleccionado, huyen de todo cargo de servicio y bien podemos decir que pasan vegetando su vida cristiana. Para ellos, la Iglesia, es algo que solo les roza de forma superficial y no la evitan del todo porque no pueden. * Y otros, que los hay, piensan que la Iglesia es como si fuera una agencia de servicio social, dependencia gubernamental o una obra a la que hay que ayudar. Los tales colaboran cuando hay un mal o un desastre nacional o internacional. Nada más. Para todos éstos la Iglesia se limita a un local más o menos bien limpio y administrado por personas filantrópicas y nunca la relacionan con sus corazones. * Por último, están todos aquellos que, por el contrario, se muestran dispuestos a examinar las enseñanzas novo testamentarias sobre el tema y a redescubrir posibles conceptos básicos y a aplicarlos día a día adoptando una actitud continua de testimonio y servicio. Y tratan de emular a los miembros de la Iglesia primitiva y tienen en mente en todo momento a su santo fundador y mantenedor: ¡Jesucristo, nuestro Salvador! No hace falta que entremos en discusión para entender que estos últimos son los que están tomando el camino correcto y los que se ajustan más al ideal cristiano. Vamos, pues, una vez más, a profundizar en el tema, siempre viejo y siempre nuevo, del significado y misión de la Iglesia.

 

Desarrollo:

  Mat. 16:13-16. La escena la tenemos ubicada en una ciudad cuyo nombre fue puesto en claro honor al emperador y al tetrarca Felipe y también para diferenciarla de la otra Cesárea que está junto al mar. Así, la que nos ocupa está situada al pie del monte Hermón, cerca de las fuentes del río Jordán, en plena Siria actual. El momento es muy importante en la vida de Jesús. Aquel pobre carpintero de Galilea, recortado al trasfondo de todo el imperio que se filtraba a cada momento en aquella ciudad; aquel Dios tan humilde pide ser comparado con los cientos de dioses, desde Pan al propio emperador, a un pequeño grupo de hombres temerosos e indecisos. Es ya, sin duda, un momento dramático. Pronto partirá hacia Jerusalén, hacia la cruz y quiere saber si alguno de ellos ha visto quien es Él aunque sea de manera remota. Pero no formula la pregunta directa, sino que los condujo inevitablemente hacia ella. Así que empieza por preguntar que decía la gente sobre él y quien creían que era. En primer lugar pensaban que era Juan el Bautista, demostrando con ello que Herodes Antipas no era el único que creía que el Precursor podía haber resucitado de entre los muertos. Otros decían que era Elías. Y al hacerlo afirmaban dos cosas: que era el más grande de los profetas y que era el real precursor del Mesías propiamente dicho, Mal 4:5. luego, también decían que podía ser Jeremías por ser ésta un ansia muy íntima del pueblo de Israel que tenía la creencia de que antes que viniera el Mesías, lo haría Jeremías y que éste encontraría el arca de la alianza que se escondió en el monte Nebo. Según estas opiniones, cuando la gente identificaba a Jesús con estos grandes hombres lo estaban alabando y colocando en un lugar muy alto, porque en todos los casos se trataba de precursores y tenían que ver con el Mesías. De manera que cuando ellos llegaran, el reino estaría muy cerca. Pero Jesús va más lejos, le importa más lo que ellos creen, así es que formula la pregunta fundamental: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Ante el reto puede que haya habido un momento de silencio al tratar de expresar en palabras tantos y tantos pensamientos encontrados, pero Pedro de adelanta y hace su gran descubrimiento y confesión: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente! No bastaba, ni basta, ubicar a Jesús en una viva categoría humana y comprensible para los hombres como lo hacía la multitud. Jesús es más que uno de ellos o que cualquier cosa, Jesús es Dios, el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por otro lado le interesa saber algo que es un descubrimiento personal. Así que, el cristianismo nunca consiste en conocer algo de Jesús, sino que es siempre conocer a Jesús.

  Mat. 16:17-19. En primer lugar tenemos el famoso juego de las palabras más polémicas de todo el NT. Por un lado está el nombre de Pedro y su significado, del gr. petros, piedra pequeña, movible, y por el otro roca, del gr. petra, que significa roca grande, que no se puede mover con medios humanos. Sabemos que este último simbolismo nunca se aplica al hombre y siempre a Dios y en este pasaje sería la única ocasión. Así que esta roca debemos buscarla en otro sitio en el cual Pedro no tiene más privilegio que ser en efecto el primero es descubrirlo. Y cuando pensamos que esta roca no es otra cosa que la confesión del apóstol, es decir Cristo, todas las dificultades desaparecen. Tanto es así que ni la propia muerte podrá vencerla. En una palabra: Los poderes destructivos que han relegado al olvido a todas las civilizaciones antiguas no pueden contra una Iglesia fundada sobre Cristo, la roca, puesto que éste es superior al tiempo y al espacio. Otra dificultad está en el hecho de la citación y posesión de las llaves del Reino, pero desaparece también inmediatamente cuando lo vemos como justo representante de los demás ya que Pedro jamás se atribuyó poder ni superioridad alguna, Mat. 18:18; Juan 20:23. A continuación debemos ver las llaves citadas nada más que como son, es decir, útiles para abrir lo que está cerrado, en nuestro caso el reino de los cielos con minúsculas, ese lugar de la tierra, cuyos habitantes hacen la voluntad del Señor como sabemos que se hace en el Cielo con mayúsculas. En efecto, Pedro las usó maravillosamente abriendo la puerta del evangelio a los judíos den Pentecostés y a los gentiles en la casa de Cornelio, como podemos ver en Hech. 2, 10 y 11. Por último está el hecho de atar y desatar en la tierra en correspondencia al reino de los cielos. Pero esta autoridad no le fue dada únicamente a Pedro, como podemos ver por el contexto, sino a todos los apóstoles en nombre de los cuales habló Pedro. De acuerdo con esto, el don puede tener relación con dos aspectos de la obra: * Primero, con la predicación del Evangelio que ata o declara desatado el reino y la bendición del Señor al que escucha el mensaje, * a la administración de los intereses y a la disciplina del cuerpo de Cristo, es decir, la Iglesia.

  Mat. 16:20-23. ¡Qué gran reprimenda! A pesar de que los buenos discípulos habían captado el hecho de que Jesús era el Mesías de Dios aún no habían llegado a comprender su exacto significado. Para sus mentes aquellos quería decir algo diferente de lo que quería decir para Jesús. Seguían pensando en términos del Mesías conquistador que echaría a los romanos de Palestina. Por eso Jesús les manda, ordena, guardar cierto silencio. Si en aquel momento hubiesen hablado a la multitud, pronto habrían prendido la mecha de una rebelión en la conciencia nacionalista judía. Así, antes de predicar que Jesús era el Mesías debían aprender el real y verdadero sentido de la palabra. Por eso les empieza a abrir los ojos denunciando el hecho de que era necesario morir y padecer. Pero enseguida, Pedro reaccionó de forma violenta. Él había sido educado con la idea de un Mesías de poder, gloria y conquista y le resultaba increíble la idea de un Mesías sufriente. Tomó aparte a Jesús, lo más probable es que lo rodeara con su brazo protector como para detener su intento suicida. Eso -dijo Pedro-, no puede ni debe suceder. Y entonces ocurrió: ¡Vete de mí, Satanás! Ahora nos imaginamos el corazón de Jesús y el dolor de su alma al ver y comprobar que el Tentador, el Adversario, le hablaba por boca de su querido Pedro, pero no tiene más remedio que sacudirlo de forma violenta para que éste ocupe su lugar. Si antes le felicitaba por su confesión casi extrahumana, ahora le riñe por querer definir al Mesías en unos términos humanos. Orígenes, cuando comenta este pasaje, indica que Jesús le quiso decir a Pedro: Amigo, tu lugar está detrás de mí, no delante. En efecto, tenemos la costumbre de encuadrar a Dios en nuestro prisma en vez de oír las continuas revelaciones que nos llegan del Padre que está en los cielos.

  Mat. 16:24-26. Este es uno de los grandes temas que dominan y se repiten en toda la enorme enseñanza de Jesús: Mat. 10:37-39; Mar. 8:34-37; Luc. 9:23-27; 14:25-27; 17:33; Juan 12:25. Una y otra vez Jesús enfrentó a los hombres con el gran desafío de la vida cristiana. Según estas lecciones hay tres cosas que el hombre debe estar dispuesto a hacer si ha de vivir la vida que Cristo sabe como verdadera: * Debe negarse a sí mismo. Pues por lo general empleamos este término en forma restringida, y por lo general no queremos decir más que una pequeña parte de lo que quiso decir Jesús. Es algo más que un sacrificio, un tiempo determinado y una actitud local. Negarse a sí mismo significa destronarse de golpe, de una vez por todas y para siempre, en todo momento y lugar y entronizar a Dios. Negarse a sí mismo significa borrar el yo como el principio dominante de la vida y hacer del Señor el principio motor de la misma, más aún, la pasión dominante de la vida. * En segundo lugar cada uno debe tomar su cruz. Es decir, debe cargar el peso del sacrificio. Lucas agrega la frase: cada día, como si quisiese indicar con ello que la vida cristiana en una vida sacrificial, y que lo verdaderamente importante no son aquellos grandes momentos de público sacrificio, sino una vida de honesta comprensión, minuto a minuto, de las exigencias divinas y de las necesidades humanas. * Debe, por último, seguir a Jesucristo. O lo que es lo mismo, manifestar y practicar una obediencia real y absolutamente perfecta a Cristo y, en consecuencia, seguirle hasta el lugar donde nos quiera llevar.

Luego se dice que en este mundo existe una profunda diferencia entre existir y vivir. Lo primero es permitir simplemente que los pulmones respiren y que lata el corazón. Mas vivir significa estar en un mundo donde todo vale la pena, donde hay paz en el alma, alegría en el corazón y gozo a cada instante. Según Jesús, estas con las indicaciones para la vida como algo diferente a la simple existencia. * El hombre que va en pos de la seguridad pierde la vida. No podemos olvidar que Mateo por el año 80 o 90 dC. Así, que escribía en los días más amargos de las persecuciones de los cristianos y que lo que escribía quería decir: Es muy posible que llegue el momento en que podáis salvar vuestras vidas dejando o abandonando la fe; pero si lo hacéis algún día, lejos de salvarla en el verdadero peligro, la perderéis. El hombre fiel puede morir pero muere para vivir. El que abandona su fe persiguiendo una seguridad, puede vivir, pero vive para morir. En nuestra época y generación puede que la cuestión no sea de martirio, pero sigue vigente el hecho de que si enfrentamos la vida como la búsqueda constante de seguridad, confort, carencia de dificultades, si cada decisión que tomamos está basada en motivaciones de prudencia y reputación mundana, estamos perdiendo todo lo que hace que la vida merezca ser vivida. La vida se convierte en algo hueco, seco y duro cuando podría haber sido una aventura. La vida se cambia, se convierte, en algo egoísta cuando podría haber sido algo puro y radiante a causa de la actitud de servicio. La vida se convierte en algo condenado a la dimensión terrenal cuando podría haber sido algo que apuntara siempre hacia las estrellas. Alguien escribió un amargo epitafio: Nació hombre y murió almacenero, con perdón del oficio, y cambiando el mismo por cualquier otro. El hombre que busca la seguridad antes de cualquier otra cosa deja de serlo porque está hecho a imagen de Dios. * En segundo lugar tenemos que el hombre que arriesga todo por Cristo, aunque parezca que lo pierde todo, encuentra la vida. Esta es una máxima que se cumple en todos los órdenes de la naturaleza; si no existieran, p ej. madres dispuestas a correr el riesgo, no nacería ningún niño. El hombre que está dispuesto a jugarse la vida a una sola carta a que hay Dios, es quien, en última instancia, encuentra la vida. * Mas Jesús advierte: Suponed que alguien busca la seguridad, suponed que obtiene el mundo entero, y suponed que más arde descubre que esa vida no vale la pena, ¿qué puede dar para volver a tener la vida? La respuesta no necesita comentarios. De todas formas conviene resaltar que el mundo representa las cosas materiales por oposición a Dios y que, en suma, nadie se las puede llevar al otro mundo al término de sus días, ni comprar con ellas todo lo deseable, ni acallar con ellas una conciencia culpable. * Y por último, Jesús pregunta: ¿Qué recompensa dará el hombre por su alma? La versión griega da a entender que no hay precio para ver o comprar un amigo fiel o un alma bien educada; de manera que Cristo Jesús indica que no hay precio que pueda comprar un alma queriendo significar cuando menos dos cosas: * Que una vez que el hombre ha perdido su vida auténtica debido a un desmadrado deseo de seguridad y cosas materiales, no podrá recuperarla a ni por todo el dinero del mundo, y * que el hombre se debe él mismo y todo lo que tiene a Cristo, y no hay nada que pueda entregarle en lugar de su vida. De manera que el único don que podemos hacer a la Iglesia es darnos nosotros mismos completos y que el único don que podemos dar a Cristo es nuestra vida entera. No hay nada que pueda sustituir esta entrega, esto es lo único válido.

 

Conclusión:

Pues bien, en esta línea y en esta manera, la Iglesia, formada por componentes cristianos, adquiere el verdadero significado de su misión y se une al testimonio mundial de las voces que exclaman a los cuatro vientos: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

Así sea.

 

 

 

 

070358

  Barcelona, 22 de febrero de 1976

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182 MINISTERIO DE LA ENSEÑANZA BÍBLICA EN LA IGLESIA

 

2 Ped. 1:20

 

Propósito:

Demostrar que la ED cumple con el Ministerio de la enseñanza bíblica en la Iglesia.

 

Introducción:

Si entendemos a la ED como un Departamento de la Iglesia sin otro menester que enseñar las Escrituras bíblicas a los niños, o una manifestación caduca de la misma, o una gestora amorfa sin más vida que la que le dala revista que la estructura, o una forma de estudio pasado de moda basada en el deseo particular de evitar un analfabetismo bíblico, o un brote inconexo inter iglesias, ya podemos marcharnos a nuestras casas. Pero si entendemos que la ED desarrolla a la perfección el mandato real del Ministerio de la enseñanza bíblica por y para la Iglesia, estaremos abriendo una posibilidad al diálogo. Mas llegando a este extremo, en primer lugar nos damos cuenta de que estamos fuera de fuego por cuanto nuestra colaboración en la misma, si no es nula en algunos casos lo parece y en segundo, comprendemos que por tener rango de ministerio nuestra dedicación a la misma no es remotamente  lo que debería ser pues que nuestra participación asistencial, p ej., no llega al trece por ciento del numeral de la Iglesia. Por otra parte, justo es decirlo, de un tiempo a esta parte existe una muy fuerte y real inquietud en sus dirigentes orientada precisamente a lograr que este ministerio deje de tener sólo nombre como programa de trabajo, ocupe todo el espacio que le corresponde y que nunca debió dejar. Personalmente hemos vivido experiencias en las que la ED era el más vigoroso departamento de la Iglesia en el cual no sólo se cumplían unas siete leyes fundamentales de la enseñanza aplicadas a temas bíblicos, sino que la misma servía de vivero a la perfección para la comunidad cristiana del barrio con toda la problemática imaginable puesto que hasta se promovían visitas y llamamientos, se despertaban pastores y misioneros, se gestaban mayordomías, se hacían planes para la juventud, se fomentaba un cuadro escénico, se forjaban predicadores y se despertaban unos maestros que permitían ver el futuro con confianza.

 

Desarrollo:

Me diréis que esto ya es agua pasada y que no puede arrastrar ningún molino, sin embargo hoy traemos un reto para todos ya que se nos brinda la oportunidad de tomar una decisión. Sí, la ED está ahí, existe y vive, y la Iglesia, en asamblea, ha puesto sobre nosotros la responsabilidad de usarla de la única manera que el contexto cristiano define: Como el único Ministerio de la misma capaz de ejercer la enseñanza bíblica, pues no podemos olvidar que en ella tenemos el privilegio de:

a. Estudiar la Biblia a un mismo nivel.

b. Desarrollar el Ministerio de la enseñanza.

c. Forjar planes homiléticos.

d. Aprender a expresar bien con palabras nuestros pensamientos.

e. A convivir cristianamente.

f. Acostumbrar nuestra mente al estudio.

g. Descubrir puntos de vista bíblicos que nunca se nos ocurriría estudiar solos.

h. Aplicar las siete leyes de la enseñanza en cualquier asunto aunque éste sea secular.

i. Valorar el entusiasmo y la habilidad.

j. Descubrir vuestras posibilidades de servicio.

k. Tener en cuenta siempre los contextos bíblicos.

l. Aprender a valorar los manantiales de interés de los pasajes leídos cientos de veces.

m. Aprender a depurar nuestro léxico cotidiano y a incrementar con él nuestros conocimientos.

n. Aprender a pensar con rapidez.

ñ. Aprender manejar libros en la preparación de las lecciones.

o. Aprender a sacar enseñanzas de cualquier lección dada por el maestro.

p. Sacar enseñanzas de la vida diaria aún de aquellos asuntos más nimios.

q. Valorar el esfuerzo ajeno y entender que cada uno de nosotros somos indispensables en su rol, tanto es así que ya nadie puede ocupar nuestro lugar.

r. Colaborar en el actual Ministerio de la Enseñanza y vigorizar el cuerpo de Cristo.

rr. Acompañar a los hijos para habituarlos al aprendizaje de la Biblia.

s. Entender que no es posible cumplir con las siete leyes de la enseñanza si no existen el maestro, el discípulo, idioma común, la lección, la obra del maestro, la del discípulo y las conclusiones que deben realizar todas y cada una de las labores llevadas a cabo en la misma.

t. Comprender que es el único departamento en el cual adoramos a Dios aprendiendo.

u. Descubrir nuestros valores y aplicarlos en la obra del Señor.

v. Conocer mejor a Cristo y, por lo tanto, amarlo más y seguirlo con el mayor ahínco.

x. Entender de una vez por todas que ninguna profecía de las Escrituras es de particular interpretación y que se necesitan de estudios comparativos, por lo tanto, desechar esta oportunidad o ignorar esta posibilidad racional de estudio no sólo es lamentable, sino peligroso.

y. Adquirir más fe y esperanza a través del estudio sistemático y repetitivo de la Biblia, y

z. Prepararse un poco más para el servicio cristiano en todas las esferas de nuestra influencia.

 

Conclusión:

La ED es la base y el futuro de cada Iglesia.

Amén.

 

 

 

 

070359

  Barcelona, 29 de febrero de 1976

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183 EL CAMINO DEL PERDÓN

 

Mat. 18:21-35

 

Introducción:

Después de la gran confesión de Pedro que ya estudiamos en la lección anterior, tuvo lugar la transformación del Señor cerca de Cesárea de Filipos, probablemente en el monte Hermón, y cuando bajaron, los discípulos preguntaron qué era la resurrección y por qué la gente decía que vendría, enseguida Jesús sanó a un loco o endemoniado a quien los apóstoles de la llanura no habían podido sanar. Algo más tarde dejó la región de Cesárea y anduvieron por Galilea: luego por segunda vez predijo su muerte y resurrección. Ya en Capernaúm, el Señor hizo el milagro de que Pedro cogiera el pez y de él sacó un estatero para pagar el impuesto del templo. Después, los discípulos tuvieron una discusión en cuanto a quien sería el mayor en el Reino de los Cielos y Jesús les dijo que quien se volviese como un niño. Todavía en Capernaúm, el Señor, por medio de unas parábolas, reprende el acerado exclusivismo de sus hombres, Mar. 9:2-10:50; Mat. 1:18-20; Luc. 9:28-50.

Inmediatamente después tienen lugar los hechos que narran la presente lección:

 

Desarrollo:

  Mat. 18:21-35. Es mucho lo que le debemos a Pedro por no tener pelos en la lengua. Una y otra vez se soltaba a hablar a hablar de forma impetuosa por cuya causa extrajo enseñanzas inmortales de la boca de Jesús. En la oportunidad que nos ocupa Pedro pensaba que era muy generoso y que actuaba al límite de su capacidad imaginativa. Le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar a su hermano preocupado quizás por el v. 15 en el que Jesús indica la base de la ética cristiana de convivencia y luego respondió a su propia pregunta sugiriendo que debía hacerlo siete veces como mucho. Sin embargo Pedro tenía sus motivos para hacer esta gran afirmación. Los rabinos enseñaban que un hombre debe perdonar a su hermano tres veces por la misma causa delictiva u ofensiva. Un prohombre judío, el rabí José Ben Hanina decía: El que ruega a su vecino que lo perdone no debe hacerlo más de tres veces. Otro sabio de la época aseguraba: Si alguien comete una ofensa una vez lo perdonan, si comete otra, lo perdonan, si comete una tercera lo perdonan, pero si comete una cuarta ya no puede ser perdonado. La prueba bíblica de la corrección y aplicación de esta medida la encontramos en Amós. En sus primeros caps se ve o establece una serie de condenas para diferentes naciones por tres pecados y por el cuarto, Amós 1:3, 6, 9, 11, 13; 2:1, 4, 6. De ahí se extrajo la idea de que el perdón de Dios se extiende a tres ofensas únicamente y que se acerca al pecador con algún castigo en la cuarta. Evidentemente no se podía pensar que un hombre fuera más piadoso que Dios de manera que limitaron el perdón a tres ofensas nada más. Así, Pedro pensaba que estaba yendo muy lejos porque toma las tres veces rabínicas, las multiplica por dos, agrega una más y sugiere muy complacido consigo mismo, que bastará con perdonar siete veces. Humanamente hablando nos imaginamos que el apóstol esperaba recibir una felicitación cuando menos, pero la respuesta de Jesús es que el cristiano debe perdonar setenta veces siete, 490, que, de hecho, no había límite para el perdón por cuanto era imposible encontrar a alguien que te hiciera 490 veces la misma ofensa. Pero además, tenemos que decir que no se trata sólo de un ejercicio aritmético que debamos calcular a cada momento, sino un estado anímico en el cual la imposibilidad de encontrar justificación para no perdonar es muy improbable. Una vez más Jesús demuestra que su moral es bien distinta a la rabínica y que él había venido en cumplimiento de un NT demostrativo de la misericordia divina. Pobre Pedro, su neta magnanimidad quedó mermada o cortada por ser revolucionaria para la moral de la época. Y nos da una lección: ¡Se nos dice que somos humanos y que nos basta con perdonar una cuantas veces! ¡Qué el mandamiento de Jesús es imposible de cumplir, pero sin embargo él lo cumplió y hasta la saciedad! Me diréis que Él era Dios. Evidentemente, pero también era humano como nosotros y toda su vida se la pasó perdonando. Aunque en honor a la verdad debemos afirmar que si bien nuestra ofensa a Dios no la podemos pagar en la vida, nosotros sí podemos y debemos perdonar a los deudores por cuanto su ofensa es una nimiedad comparada con aquélla. Así que aquí, en nuestro caso hay algo más; hay el factor llamado gracia que nos exime de culpa y nos deja libres pero sin merecerlo.

La parábola que nos cuenta Jesús es harto elocuente: En aquella ocasión, como las palabras de Pedro habían abierto el problema, Jesús ilustra sus pensamientos hasta hacerlos comprensibles. Va a hablar de un siervo a quien se le perdonó una gran deuda y que al salir del recinto libre y sin deuda ya, trató sin misericordia a otro sirviente que le debía a su vez una suma que era una fracción infinitesimal de la que él mismo había debido hasta hacia poco: ¡Por esta falta de misericordia recibió una condena total! Para los sorprendidos discípulos, hasta para nosotros, esta parábola enseña algunas lecciones que Jesús nunca se cansaba de repetir: * En primer lugar está la idea que recorre todo el NT de una punta a la otra: El hombre debe perdonar para ser perdonado. Luego, por oposición: quién no perdona a su prójimo no puede pretender que Dios lo perdone a él. “Bienaventurados los misericordiosos -dijo Jesús en el Sermón del Monte- porque ellos alcanzarán la misma misericordia.” Mas adelante, en el mismo discurso, apenas había enseñado su oración a los hombres, Jesús amplió una de las más grandes peticiones que encierra: Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas, Mat. 6:14, 15. Años más tarde Santiago asegura con claridad: Juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia, Stg. 2:13. Así todos tenemos que el perdón humano y el divino deben ir de la mano y hasta se condicionan y complementan. * ¿Por qué debe ser así? Uno de los puntos centrales de esta parábola es la comparación entre las dos deudas. El primer sirviente debía cien mil talentos, es decir, unos trescientos sesenta y nueve millones seiscientas mil pesetas. Una deuda increíble para la época. Era superior al gasto total de la provincia entera y eso que Galilea era muy rica. Se puede decir que la deuda superaba al rescate de un rey. El iluso pretendía pagarla en vida sin darse muy en cuenta de la necedad de su pretensión. Por otro lado, la deuda que le debía su amigo su amigo y compañero era bien ínfima. Equivalía a unas seiscientas pesetas. Hay una descripción gráfica que acentúa aún más la dura diferencia: Suponiendo que ambas deudas debieran pagarse con monedas de medio centavo de dólar, los cien denarios se habrían podido llevar en el bolsillo. Sin embargo, la de diez mil talentos hubiera tenido que trasladarla un ejército de ocho mil seiscientas personas, cargando cada una de ellas con un saco de monedas de unos 30 Kg. de peso y marchando en fila, a un metro de distancia una de la otra hubieran formado una hilera de casi nueve Km. Así el contraste entre las dos deudas es enorme. Pero, el primer siervo cogió por el cuello al segundo y lo entregó a la justicia para que le pagase.

Aplicando la parábola se destaca por sí solo el hecho de que nada de lo que nos hagan los hombres puede compararse con lo que nosotros hemos hecho y hacemos a Dios y si a pesar de todo, Dios ha perdonado nuestra deuda, nosotros debemos perdonar a nuestros prójimos. Nada de lo que nosotros tenemos que perdonar se puede comparar en forma vaga o remota con lo que se nos ha perdonado a nosotros, pues se nos ha perdonado una deuda que está más allá de todo pago pues por nuestra culpa tuvo lugar la misma muerte del Hijo de Dios, y por ello es del todo imposible que nosotros, por nosotros mismos, podamos llegar a pagar ni aun viviendo cien vidas y si esto es así, debemos perdonar a otros o no podremos aspirar a misericordia alguna. Se nos ha dicho que perdonar, perdonar de todo corazón, perdonar siempre, con la misma compasión que el pecador implora al Señor, es la única señal que uno ha de recibir por su propio perdón. Y esto sólo es posible si en nuestro ser eclosiona el mismo amor de Cristo en la Cruz cuando perdonaba a sus crucificadores alegando a Dios un descargo por ignorancia, Luc 23:34. Este amor es lo único que hace posible que todo cristiano reparta perdón dignamente a los demás.

 

Conclusión:

Y queda una última cuestión por resolver: ¿Por qué no puede esperar perdón uno que no perdona? Pues porque el que no lo hace tiene como un cáncer que le deshace el corazón y, por lo tanto, anulada su capacidad de asimilación espiritual en su alma, es incapaz de creer que su deuda puede ser perdonada, es más, ni siquiera cree tener deuda. Por eso es necesario que todo cristiano perdone porque cree que Dios le perdonó a él.

 

 

 

 

070360

  Barcelona, 29 de febrero de 1976

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184 JESÚS DEMUESTRA SU TOTAL CONSAGRACIÓN

 

Mat. 19:1, 2; 20:17-28

 

Introducción:

La idea de la consagración y el servicio siempre han ido de la mano hasta el punto que una es imposible sin el otro. Es más, una consagración siempre tiene que ver con la renuncia de algo de mucho valor. Se cuenta que cuando Cortés y sus leales quinientos hombres desembarcaron en Méjico, él mandó quemar los barcos en presencia de todos. A los conquistadores les fue fácil suponer, al ver arder los objetos de su seguridad y retirada, que se habían entregado de por vida a conquistar un nuevo mundo para España. No les quedó ninguna duda, en cierta manera el anuncio de Jesús de ir a Jerusalén representó la quema de sus naves, los discípulos debieran de haber sabido que no tenían otra opción que ir a morir con él. Esta seguridad de los hombres de Cortés, de los también trece de Pizarro y en mayor grado la del mismo Jesús, es la que todos los cristianos deberíamos sentir.

 

Desarrollo:

Mat. 19:1, 2. Después de la parábola de los dos deudores que estudiamos en la lección anterior, tiene lugar los cambios de plan y escena que hemos leído. Lo primero que notamos de interés es la frase se alejó porque lo que en realidad sucedió es que salió de Galilea para siempre puesto que tan sólo le quedaban unos cinco meses de vida y no volvió jamás a aquella provincia. Ahora bien, para ir a Judea, se nos dice que pasó el Jordán indicando que siguió la ruta del Este primero y luego hacia el Sur atravesando la Perea contra su costumbre, ya que antes para hacer ese mismo camino habría atravesado Samaria. Y a pesar de que no había ido mucho a Perea, su fama había llegado antes que él pues se nos dice que le seguían grandes multitudes. Allí, aún esperaban un Mesías convencional conforme a los cánones nacionalistas judíos y acudían a él con expectación, encontrando la sanidad para sus dolencias y paz para sus espíritus. Esto es muy revelador. Jesús siempre se caracterizó por ser una persona que siempre atendía a quien acudía en su busca. Jamás, ni el momentos más amargos, envió a ningún hombre de vacío. Nunca defraudó a quien trató de encontrarlo. Sus discípulos debieran de haber visto en este detalle una revelación acerca de su auténtica misión: ¡Ser Salvador para todos los hombres! Pero como aún no la vieron ni la entendieron, él tuvo que explicarla claramente una y otra vez:

  Mat. 20:17-19. Jesús y sus acompañantes ya están en Judea y se acercan a la capital y él, aun sabiendo lo que allí le esperaba anda y continúa hacia delante, pero no quiere llevar engañados a sus discípulos. Va a ser claro, y tan claro, que debiera haber sonado como un fuerte clarinazo en los oídos de aquellos hombres, sin embargo, no alcanzaron a ver dramatismo alguno a pesar de que ésta era la tercera vez que Jesús les advierte que se dirige hacia la cruz, Mat. 16:21; 17:22, 23. De todas formas, fuera lo que fuera lo que pensaran aquellos discípulos, la inquietud se adueñaba de sus voluntades por momentos. Aquel mensaje no podía contener nada bueno. Tanto Marcos como Lucas añaden toques propios a este relato para poner de manifiesto la tensión y la premonición de la tragedia que imperaba en el grupo de apóstoles. Marcos nos dice que Jesús caminaba solo delante y que los discípulos estaban algo maravillados y asustados, Mar. 10:32-34. No entendían lo que era, ni lo que sucedía, pero eran sensibles a la lucha que todas y cada una de las fibras del cuerpo del Maestro tenían consigo mismo. Y Lucas también nos dice que Jesús tomó a sus discípulos a solas para tratar de obligarlos a entender lo que tenía por delante, Luc. 18:31-34. De forma que nos encontramos delante del primer paso decisivo que nos conducirá al último acto de la tragedia de Jesús. En realidad, lo que está haciendo Jesús es avanzar de manera bien deliberada y con los ojos bien abiertos hacia Jerusalén y la Cruz. Además, él mismo explica que había extraña tonalidad en el duro sufrimiento que le esperaba: Sería entregado, entregado en manos de los sumos sacerdotes y escribas indicando con ello el sufrir del corazón destrozado por la enorme deslealtad de sus amigos. Sería condenado a muerte, por lo que también experimentaría el sufrir de la injusticia que es duro de soportar. Los paganos romanos se burlarían de él y así añadirían el sufrimiento de la indignidad, la humillación y el insulto deliberado. Y sería azotado con el cruel látigo romano, por lo que también iba a sentir dolor físico. Por fin sería crucificado y, por lo tanto, gustaría del duro sufrimiento de la propia muerte. En una palabra, en sí mismo iba a concentrar todo tipo posible de sufrimiento físico, emocional y mental que el mundo fuera capaz de infligirle. Es más en cierto momento futuro iba a saber también lo que significaba el sufrimiento moral del abandono total. Pero ni siquiera en un momento como aquel sus palabras terminaron allí. Finalizó su alocución a los discípulos con una afirmación confiada en su propia resurrección. Evidente, más allá de la cortina del sufrimiento estaba la revelación de la gloria. Más allá de la Cruz, él veía una corona, y más allá de la derrota intuía la victoria y más allá de la muerte sabía que estaba la vida. Y quiere que sus apóstoles lo sepan como él lo sabe: Que después de una total consagración tiene lugar la glorificación, que tras la cruz del servicio, aparece inmediatamente las victoria y el reconocimiento divinos.

  Mat. 20:20-28. Entonces, es decir, algo después de la predicción precedente, lo que dicho sea de paso prueba lo poco que habían comprendido sus discípulos el significado real de la misma, Luc 18:34, con lo que es posible que hayan pensado un sentido más o menos figurado cualquiera, la madre de los hijos de Zebedeo se le acerca y formula una petición extraordinaria. Una vez más se ve la ambición humana de sus seguidores y su teoría acerca del Mesías.

Antes de pasar adelante debemos decir que hay una diferencia muy reveladora entre las versiones de Mateo y Marcos. En éste último, Mar. 10:35-45, son los mismos Santiago y Juan se acercan a Jesús con esta solicitud. En Mateo, como hemos leído, quien se acerca es la madre. La razón de la diferencia es sencilla. Mateo escribía su Evangelio veinticinco años más tarde que Marcos y en esa época ya se había rodeado a los apóstoles con un halo de viva santidad. Al parecer, Mateo no deseaba mostrar a los hermanos incurriendo en una ambición humana, de manera que pone aquel pedido en boca de la madre. Ahora bien, este personaje no fue una invención de Mateo, puesto que fue una mujer que siguió a Jesús desde Galilea hasta el pie de la cruz. Por él sabemos que era madre de los dos hijos de Zebedeo, y por Marcos que se llamaba Salomé, y por Juan que era una hermana de la madre del propio Jesús. Con lo que, vista la escena bajo este prisma, la petición ya no resultaba tan exagerada por cuando pedía lugares de privilegio para los primos hermanos de Jesús y que un caudillo favoreciera a sus familiares era harto corriente para resultar escandaloso. (Ver los tres nombres de la mujer: Mat. 27:56; Mar. 15:40; Juan 19:25.

Por otra parte, y dejando el aspecto histórico de la cuestión, este es uno de los pasajes más reveladores del NT, especialmente del relato evangélico, pues nos ilumina sobre tres grandes elementos: a) En primer lugar nos dice tres cosas sobre los discípulos: * Nos habla de su ambición. Querían que Jesús les asegurara una vida de príncipes con un solo gesto de su mano. Pero todo hombre debe aprender que la verdadera grandeza no se encuentra en la dominación, sino en el servicio, y si bien esta parte de su petición era negativa, las otras dos ideas restantes son altamente positivas. * Pero no hay ningún otro incidente que demuestre con mayor claridad su fe invencible en Jesús. Basta con que pensemos en el momento en que tuvo lugar el pedido. Jesús acaba de decir que va a morir y ellos, aun en su ignorancia, son incapaces de concebir que Jesús sufra una derrota final. Saben por experiencia propia que de alguna manera la victoria estaba al lado de Jesús. * Yendo más lejos, aquí se demuestra la lealtad invencible de los pobres discípulos. Aunque se les menciona el amargo cáliz, estaban bien decididos a beberlo. En una palabra: Si triunfar con Cristo era o implicaba sufrir con él, estaban bien decididos a enfrentarse con ese sufrimiento. b) En segundo lugar, este pasaje ilumina la vida cristiana. Jesús dice que aquellos que quieran compartir su clara victoria debían beber de su cáliz. Pero, ¿qué significa esa copa? Él, Jesús, hablaba a Santiago y a Juan y la vida les trató de forma bien diferente. Santiago fue el primero de los apóstoles que murió en el martirio, Hech. 12:2, por lo que para él el cáliz fue la muerte violenta. Por su parte, Juan, murió en Éfeso teniendo cerca de cien años y de muerte natural, con lo que para él el cáliz fue y representó la disciplina y la lucha constante de la vida cristiana a través de los años. Así, no es erróneo pensar que el cáliz significa para nosotros la lucha brava, dura, amarga y agónica del martirio. Puede tratarse también, y de hecho lo es, la larga rutina de la vida con sus desalientos, desengaños y lágrimas. En cierta moneda romana se representaba a un buey ante un altar y un arado con la leyenda que rezaba: Dispuesto para ambos. Eso también nos vale para el cristiano y sea cualquiera que sea el cáliz que nos esté destinado beberlo hasta la heces. c) En tercer lugar, estos vs. nos dan una luz sobre Jesús. Nunca perdió la paciencia ni se enojó con los hombres. A pesar de lo que representaba lo que acababa de decir, allí estaban aquellos hombres y su madre hablando de cargos en un gobierno y reino terrenales. Pero él no estalla ante su ceguera ni tampoco se desespera ante su manifiesta incapacidad de aprender. Trata, una vez más, de dirigirlos hacia la verdad con lo que también queda demostrada su honestidad. Sabía de la copa amarga que debía beber y no titubeó en decírselo. Así, nadie le pudo decir que lo había seguido engañado puesto que él siempre dijo que aun cuando la vida termine con una corona, transcurre con una cruz sobre la espalda. Además, este pasaje también nos habla de la confianza de Jesús en los hombres. Nunca dudó de que Santiago y Juan mantendrían su lealtad hasta el fin. Es cierto que tenían ambiciones equivocadas, su ceguera e ideas erróneas, pero jamás pensó en eliminarlos de su gloriosa lista. Esto nos da otra lección: Aun cuando nos aborrezcamos a nosotros mismos, Jesús sigue creyendo en nosotros.

Pero este pasaje aún da más de sí. No nos debe extrañar que el pedido de Santiago y Juan haya fastidiado al resto de apóstoles. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dirige las palabras que han venido a ser la base misma y hasta el fundamento de la vida cristiana: En el mundo, dice Jesús, sucede en realidad, que el hombre poderoso es quien domina a los otros, pero, y siempre según el punto de vista cristiano, lo único que confiere grandeza es el servicio: Quien quiera ser el primero de todos, que empiece por ser esclavo. Esto, sin duda, constituye un trastocar todos los valores mundanos. Es locura, es incomprensible para todo aquel que no conoce a Jesús.

 

Conclusión:

En suma: El mundo puede estimar la grandeza de alguien por la cantidad de gente que domina, o por su prestigio intelectual o por su eminencia académica o por el número de comisiones que lleva y regenta, o por el monto de su cuenta corriente o por las riquezas o posesiones materiales que ha logrado reunir, pero para el juicio de Cristo estas cosas carecen de importancia. Su vara de medir es muy sencilla: ¿A cuánta gente has ayudado en tu vida? Esta es la verdadera grandeza: ¡La consagración que sigue al servicio! Jesús nos dio el ejemplo, ¡no quiso ocupar un trono, sino una Cruz!

Por último, Cristo mismo resumió toda su vida en una frase muy aguda: El Hijo del hombre vino para dar su vida en rescate por muchos. Ahora bien, esta frase tiene mucha dificultad pues no en vano se han ocupado de ella cientos de teólogos tratando de ver o descubrir a quien pagó Jesús este rescate olvidándose, mientras tanto, que esto no era tan importante como indagar por quién lo pagó: La respuesta es tan sencilla como penetrante: Los hombres estaban encadenados, esclavizados, por el poder del mal con unos lazos que no podía romper por sí mismo. Y su pecado lo apartaba más y más de Dios. Ahora bien, un rescate no es más que algo que se entrega o se paga para liberar a alguien de una situación insostenible. Así, el significado de la frase es como sigue: Llevar de nuevo los hombres a Dios costó la vida y la muerte de Jesús. No hay ninguna razón para preguntar a quién se pagó el rescate. La única verdad, tremenda y poderosa, es que sin Jesucristo y su vida de servicio y muerte de amor, jamás hubiéramos encontrado el camino que nos lleva de vuelta al amor de Dios.

 

 

 

 

070361

  Barcelona, 7 de marzo de 1976

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185 PARÁBOLAS DE ARREPENTIMIENTO Y OBEDIENCIA

 

Mat. 21:28-32, 42-46

 

Introducción:

Jesús está quemando etapas en su ministerio en Jerusalén. Está aprovechando el tiempo enseñando es las escalinatas y el atrio del templo como un rabino cualquiera  con la excepción de la ventaja que le daba el hecho de saber que disponía de poco tiempo para hacerlo y de que era el Hijo de Dios. La religión ortodoxa se le enfrenta preguntado de dónde provenía su autoridad, v. 23, por si podían ridiculizar o desmerecer su mensaje, pero lo que de verdad consiguen es confesar su propia ignorancia, v. 27, a lo que el buen Maestro contestó públicamente: Ni yo os digo con qué autoridad lo hago. Pero luego, para darles una oportunidad de arrepentirse, exclama:

 

Desarrollo:

  Mat. 21:28-32. Hay parábolas confusas o que se prestan a dos o varias interpretaciones, pero el significado de la que nos ocupa es tan claro como el agua. Los líderes judíos, sacerdotes y ancianos, fueron los que dijeron que iban a obedecer al Señor y luego no lo hicieron. Por el contrario, los publicanos y las rameras son los que habían dicho que seguirían su propia camino y luego, por la predicación de Juan, se habían arrepentido y seguido a Dios. Pero debemos decir que la clave para comprender de forma correcta esta parábola, estriba en que no se alaba a nadie. Nos presenta la imagen de dos grupos imperfectos, pero ninguno de los cuales era mejor que el otro. En efecto, ninguno de los dos hijos era la clase de hijo que alegraría la vida de su padre. Ambos eran imperfectos pero el que al final obedeció era mil veces mejor que el otro. Pero se evidencia que el ideal de hijo debió ser aquel que obedeció a la primera el mandato paterno. Las enseñanzas que se desprenden de esta parábola son muchas y muy principales. En primer lugar tenemos la gran certeza de la imperfección humana vista bajo el prisma de Dios. Así, nada de lo que hagamos ni nada de lo que seamos sirve para contentarlo, es más, sólo podemos entrar de prestado en la viña cuando decidamos arrepentirnos, cambiar de dirección e ir a la misma. En segundo lugar, nos explica que hay dos clases de gentes: los que usan palabras mucho mejores que sus acciones y aquéllos que sus acciones son mucho mejores que sus palabras. Y por fin, esta misma parábola nos enseña que las promesas jamás pueden ocupar el lugar de las acciones y que las palabras altisonantes nunca sirven de sustituto a las acciones que son correctas. El segundo hijo llamó a su padre señor, es evidente que no le bastó. Cierto que el verdadero objetivo de la parábola es señalar que, mientras se debe preferir mil veces a la segunda clase de gente ninguna de las dos se acerca ni remotamente a la imagen de la perfección. Ciertamente personas como María Magdalena o Mateo el publicano arrepentidos tienen asegurada la herencia en tanto que los principales de los sacerdotes, fariseos, ancianos y varios etcéteras, a pesar de haber visto los efectos de la salvación ofrecida por Jesús, al no arrepentirse, serán repudiados.

Como quiera que a los directores de aquella religión ortodoxa les pudiese quedar alguna duda acerca del significado real de la parábola anterior o pensaran que tal vez no tuviera nada que ver con ellos, Jesús les propuso otra que venía a dar algo así como un énfasis en el juicio que vendría de forma natural sobre aquéllos que oyendo la verdad y la vida no se arrepintiesen.

  Mat. 21:33-46. Nos encontramos otra vez delante de una enorme parábola tan clara, tan transparente, que todos y cada uno de sus detalles tiene significado. Tanto es así que se nos dice de forma expresa que los sumo sacerdotes y fariseos supieron muy bien que les quería decir Jesús y cuál era su postura ante el pueblo. Así, cada detalle del relato se basa en algo que era muy conocido por quienes lo escuchaban por primera vez. La imagen de la nación judía como la viña de Dios era algo que los profetas habían usado con frecuencia: La viña de Jehovah de los Ejércitos es la casa de Israel, Isa. 5:7. Por su parte, el vallado era un tupido cerco de las plantas espinosas cuyo objetivo era proteger la plantación de los animales salvajes que podían destrozar las viñas y de los ladrones que podían robar las uvas. Cada viña tenía su lagar. Constaba de dos pabellones que podían ser excavados en la roca o construidos con ladrillos. Uno era un poco más alto que el otro y estaba bien conectado con el más bajo por medio de un canal. Las uvas se pisaban en el superior y el mosto corría hacia el inferior. Por otro lado, la torre tenía dos propósitos: Servía como mirador, como atalaya propiamente dicha y también se usaba como vivienda para los que trabajaban en la viña. De forma que los objetos que Jesús incluye en su parábola eran perfectamente identificables en cualquier viña de los exteriores de Jerusalén. Por otra parte, todas las actitudes del dueño de la misma eran normales, corrientes y creíbles. En época de Jesús, Palestina era un lugar convulsionado donde la gente se podía permitir pocos lujos. De manera que era usual que hubieran señores que no vivieran en las viñas y que las arrendaran a jornaleros especializados en hacer prosperar estos latifundios. Como en la actualidad, los amos sólo se preocupaban de cobrar los beneficios a su tiempo. Lo demás corría a cargo del labrador quien se las veía y deseaba para poder pagar a tiempo. La renta se podía pagar en tres formas: con dinero, con una buena cantidad de frutos que producía la plantación explotada o bien se aceptaba un elevado tanto por ciento de la cosecha final. La dócil actitud de los trabajadores tampoco era nada fuera de lo común. En la época de Jesús, ya lo hemos dicho, Palestina entera hervía a causa del descontento económico. Los obreros estaban cansados, nada conformes, y asumían una actitud rebelde en cuanto podían, máximo teniendo el cuenta que el agricultor tiene un apego muy especial hacia la tierra que trabaja. Por lo tanto, aunque era una actitud extrema, cuando los labradores del ejemplo trataron de eliminar al hijo no estaban haciendo lo que nunca había ocurrido antes. Y Como ya hemos dicho, quienes oían la parábola podían identificar todas las cosas y detalles sin dificultad. Pero nosotros, antes de hacerlo debemos establecer los siguientes elementos: La viña es el pueblo de Israel y el dueño, en consonancia, es Dios. Y los labradores son los líderes religiosos de los judíos que estaban a cargo, por decirlo de alguna manera, del bienestar de la nación, tarea impuesta por el mismo Señor. Los mensajeros enviados eran los profetas que tantas veces fueron rechazados y ajusticiados El hijo que fue al final no era otro que el propio Jesús. De forma que era un relato muy real. Jesús manifiesta tanto la historia como la condenación de Israel y los principales sacerdotes y los fariseos lo entendieron perfectamente.

Ahora bien, de alguna manera, esta parábola también tiene para nosotros un mensaje positivo. Nos habla de un privilegio y de una responsabilidad, de un juicio, de Dios, de Jesús y de los hombres.

a) Nos dice mucho acerca de Dios: * Nos habla de la confianza de Dios a los hombres. El dueño de la viña la confió a los obreros y ni siquiera ejerció sobre ellos un control policial. Se fue y los dejó a cargo de la tarea. Del mismo modo, Dios concede a los hombres el honor de confiarles su tarea, la suya propia. Esto es importante. Debemos entender que cada trabajo que recibimos es algo que el Señor y sólo el Señor nos manda hacer. * Nos habla, asimismo, de la paciencia de Dios. El Señor de la parábola envió un siervo tras otro. No fue a la viña con una venganza fulminante cuando vejaron y maltrataron al primer mensajero. Les dio a los obreros una oportunidad tras otra para responder a su llamado. En otro orden de cosas, el Señor tolera a los hombres con paciencia en su pecaminosidad y no los destruye. * Nos habla, sin embargo, del juicio de Dios. Al final, el señor de la viña se la quitó a esos labradores y la dio a otros. El juicio más severo de Dios se ve, se manifiesta en cuando nos saca de la mano la tarea que quería que hiciésemos, de forma que bien podemos decir que el hombre ha caído al nivel más bajo posible ya que se ha convertido en inútil para Dios. b) En segundo lugar, esta parábola, tiene mucho que decirnos acerca de los hombres. * Así, nos habla del privilegio humano. Aquella viña estaba equipada con todo lo necesario: el vallado, el lagar, la torre y la casa, para aligerar la tarea de todos los cultivadores. Esto les permitiría cumplir el trabajo sin excusa por falta de medios. Dios no sólo nos da una tarea para cumplir sino que también nos da los medios para llevarla a cabo y llevarla a cabo bien. * Nos habla de la libertad humana. El amo dejó que los obreros hicieran la tarea como quisieran. Dios no es un amo tiránico. Es como un comandante sabio que encarga una vigilia al soldado conociendo sus limitaciones y no mandándole más de lo que es capaz de hacer. * Nos habla de la responsabilidad humana. A todos los hombres nos llega el momento del balance. Más tarde o más temprano debemos responder por la forma en que hemos de cumplir con la tarea que Dios nos confió. * No habla sobre el carácter intencional del pecado humano. En nuestra parábola, los labradores practicaban una deliberada política de rebeldía, fuerza y desobediencia contra el amo. Del mismo modo, es la oposición intencional contra Dios. En una palabra: pecado es seguir nuestro camino con deliberación cuando sabemos bien cuál es la senda de Dios. c) Tiene que decirnos mucho de Dios. * Nos habla del santo derecho de Jesús. Esta parábola nos muestra la forma en que el Señor Jesús se eleva con toda claridad por encima de la sucesión de profetas. Quienes vinieron antes que Él eran mensajeros de Dios, nadie podía negarles ese derecho, ese gran honor, pero eran siervos. Él era el Hijo. De forma que esta parábola contiene una de las afirmaciones más claras de Cristo acerca de su carácter único y diferente. Así, Jesús es mayor y mejor que los hombres más grandes que le han precedido. * Nos habla, por fin, sobre el sacrificio de Jesús. Aquí se nos muestra con toda claridad que Jesús sabía lo que tenía por delante. En el relato que nos ocupa, el hijo murió a manos de hombres perversos y Jesús demuestra, una y otra vez, que sabía el destino que le aguardaba. Además, no murió porque le obligaron, sino que se encaminó hacia la muerte en forma voluntaria, con los ojos abiertos y siendo consciente de lo que les había ocurrido a sus predecesores.

Sólo nos queda comentar la imagen de la piedra. A simple vista nos encontramos con dos interpretaciones: * La primera es clara: Se trata de la imagen de la piedra que desecharon los edificadores y que se convirtió en la piedra más importante de todo el edificio. La idea pertenece al Sal. 118:22: La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza de ángulo. En su origen, el salmista usó esta imagen para representar al pueblo de Israel. En efecto, Israel era un pueblo desechado y rechazado. Así, fueron siervos y esclavos de muchas naciones; sin embargo, la nación de todos rechazaron era el pueblo de Dios. Al apropiarse Cristo la imagen tenemos que puede ser que los hombres lo rechacen, que traten de eliminarlo, pero que, sin embargo, verán que ese Cristo a quien desecharon es la persona más importante del mundo. Que en una palabra, el hombre de la Cruz se ha convertido en Juez y Rey del mundo entero. * Pero también tenemos aquí una imagen más difícil: La idea de una piedra que machaca al hombre si cae sobre él o que lo quebranta si tropieza con ella. Se trata sin duda de una imagen compuesta. En el AT hay tres pasajes que se usan para componer el que hemos leído: La primera idea está en Isa. 8:13-15: ¡A Jehovah de los Ejércitos, a Él tratar como santo! Y si él es vuestro temor, y si Él es vuestro temblor, Él será vuestro santuario, pero será piedra de tropiezo y roca de escándalo para las dos casas de Israel, red y trampa para aquellos habitantes de Jerusalén. De ellos muchos tropezarán, se caerán y hasta serán quebrantados. Quedarán atrapados y apresados. En cuanto al segundo pasaje pertenece asimismo a Isaías 28:16: Por tanto, así ha dicho el Señor Jehovah: He aquí que yo pongo como cimiento en mi Sión una piedra, una piedra probada. Una preciosa piedra angular es puesta como cimiento. Y el que crea no se apresure. Y por fin, el tercero está en Dan. 2:34, 44, 45, donde hay una rara y extraña imagen de una piedra que no es cortada con manos y que destroza a los enemigos de Dios. La idea que está detrás de todo esto es que el AT están estas ideas de una piedra y que todas ellas apuntan a Jesucristo. Jesús es, pues, la piedra angular sobre la que se construye todo lo demás y la que mantiene la estructura en su lugar. Rechazar su camino significa golpearse la cabeza contra las paredes de la Ley de Dios. Desafiarlo significa, en la más última instancia, morir aplastado.

 

Conclusión:

Los judíos entendieron lo que Jesús quiso decirles, pero no lo aceptaron. Ahora nos toca a nosotros tomar una decisión correcta: ¿Rechazaremos a Jesús o lo aceptaremos como Señor y Salvador?

 

 

 

 

070362

  Barcelona, 14 de marzo de 1976

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186 LAS CONSECUENCIAS DE LA HIPOCRESÍA

 

Mat. 23:27-39

 

Introducción:

No todas las palabras que hoy conocemos tuvieron en su día las acepciones que usamos, ni su significado fue el que hoy le damos Un vivo ejemplo de lo que estamos diciendo lo constituye sin duda la palabra hipócrita. En su principio quería decir algo sano y respetable y desde luego, no tenía ni poco ni mucho el agrio valor y significados actuales. Viene directamente de una palabra griega que se usaba sólo cuando se quería dar a entender que uno estaba desempeñando en el teatro un papel de otro y no había nada sucio ni denigrante en ello. Sólo definía una situación, por lo tanto se decía que un actos era hipócrita cuando llevaba una máscara que representaba el personaje que le había tocado interpretar y quería decir que el personaje que veía el público no era la persona que le estaba dando vida. Así, al principio la palabra en cuestión no era mala, sino una palabra más. Comenzó a tener un sentido desagradable cuando el papel se desempeñaba en la vida real para hacer ver que la máscara, real o ficticia, se usaba para hacer ver que uno era mejor, más honrado, más bueno, más sensible, que lo se era en realidad. Salta ala vista que si esta actitud es condenable en la vida diaria, lo es mucho más cuando las personas hipócritas son religiosas, ya que no sólo son más difíciles de desenmascarar, sino que por servir a los asuntos del alma, el posible desengaño adquiere consecuencias bastante imprevisibles. El Señor desenmascaró sin piedad a este tipo de personas en cuantas ocasiones tuvo, porque hacen mucho mal a las personas de buena voluntad, Mat. 21; 22; 23:1-12; Mar. 11; 12; Luc. 19:29-21:4; Juan 11:55-12:50. Cuando nos tocan este tipo de lecciones inevitablemente pensamos que nada o muy poco tienen que ver con nosotros. Pero a poco que ahondemos en el tema veremos que alguna sí nos toca de lleno. En nuestras iglesias se enfatiza la salvación por fe y no por obras,

y por lo tanto, creemos que esta hipocresía no tiene cabida en las relaciones corrientes. Sin embargo, damos mucha importancia a ciertas actitudes, costumbres, gestos y vestuario que bien podrían ser fuente de este mal. Convenir conmigo que no podríamos ser los primeros en tirar las teóricas primeras piedras a los convictos fariseos hipócritas que hoy nos ha tocado estudiar:

 

Desarrollo:

Mat. 23:27. Las tumbas o sepulcros estaban en cuevas en las rocas como el que usó José de Arimatea con el cuerpo del propio Jesús, o el de Lázaro u otros. En ocasiones se abrían en terrenos planos y al lado de ciertos caminos. Estos últimos se blanqueaban para que los caminantes los vieran de día y de noche y no sólo por el posible tropiezo, sino porque cualquiera que los tocase aun sin querer, quedaba automáticamente inmundo. Que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, con la luz del sol los sepulcros blanqueados con cal, salpicando los caminos de trecho en trecho, se veían casi hermosos, pero su apariencia era engañosa: Mas por dentro están llenos de huesos y de toda inmundicia. Es cierto, la blancura e higiene exterior no podía cubrir la carne descompuesta y agusanada ni la pestilencia y los huesos secos que había en esas tumbas.

Mat. 23:28. Aquellos hombres aparentaban llevar una vida sana y piadosa, con toda clase de señales externas, pero por dentro estaban llenos de hipocresía e iniquidad. Así, por paralelismo, el Señor Jesús les hace notar que estos pecados son tan repugnantes como lo corrompido del interior de los sepulcros.

  Mat. 23:29. Parece como si un grito se escapase del corazón del Señor. Estaba diciendo que eran hipócritas porque llevaban una doble vida, pero, además, los está condenando porque adornaban los nichos conocidos de los profetas y los monumentos de los justos sólo para congraciarse con el pueblo y ser tenidos por gente piadora y justa.

  Mat. 23:30. Era fácil decir para ellos que si hubiesen estado en el lugar de sus padres, no hubieran matado a ninguno de los profetas ni los habrían hecho sufrir. Es fácil expresar esta clase de ideas cuando no estamos en las misma circunstancia en la que estaban las personas juzgadas. La verdad es otra y bien diferente, ellos mismos estaban persiguiendo a los hombres de Dios.

  Mat. 23:31. Con esta declaración, los mismos escribas y fariseos estaban reconociendo que eran hijos de aquellos que habían dado o matado a los profetas. Sin embargo, ellos decía ser mejores que sus ancestros, y que, en circunstancias semejantes, no se habrían comportado como lo había hecho ellos.

  Mat. 23:32. El significado de este v es bien curioso. Al decir de los estudiosos significa: Así, no acabéis lo que empezaron todos vuestros antepasados.

  Mat. 23:33. Tremendas palabras para ser dichas por Jesucristo: Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Y no puede ser más claro. Estas duras palabras que muchos quieren ignorar en la boca de Jesús son sin embargo una oportunidad para todos sus interlocutores. Les habla francamente, sin tapujos, por ver si la fibra sensible de sus almas se arrepiente. Luego, en estas palabras hay implícita una condenación: Si no dejaban la hipocresía se verían abocados al infierno. Ahora bien, ¿Por qué es así? Además del género de la hipocresía que enseña a uno mismo, podemos ver 4 clases bien delimitadas y clasificadas: * Todos los mundanos que profesan la religión con miras egoístas, Mat. 23:5. * Aquellos legales quienes obedecen la ley para merecer el cielo, sin tener el corazón vivo y renovado, Rom. 10:3. * Los evangélicos que se regocijan con la idea de que Cristo murió por ellos, pero no siguen una vida que manifieste una fe sincera, 2 Ped. 2:20, * los entusiastas que ya confían en sistemas y sentimientos, sin los frutos del E Santo, 2 Cor. 11:13-15. Pero, en cualquier caso, no hay salvación genuina y no habiendo salvación, es evidente la condenación que asevera el propio Jesús.

  Mat. 23:34. Les está diciendo que tendrán la misma oportunidad que tuvieron sus padres y que se también se comportarán de la misma manera. Basta con que recordemos la vida de Pablo para comprobar la condenable actitud de los judíos ortodoxos.

  Mat. 23:35. Al perseguir a los seguidores de Cristo, los líderes de los judíos participarían de la reputación que tenían sus ancestros y compartirían la culpa con los hipócritas que habían derramado sangre inocente desde que Caín mató a Abel. La referencia a Abel y Zacarías abarca probablemente a asesinatos  cometidos desde el primero al último libro de la Biblia hebrea, 2 Crón. 24:21.

  Mat. 23:37. Otro grito de dolor se escapa del corazón de Jesús al despedirse del pueblo que tanto amaba y que lo había rechazado. Después de haber dicho verdades como puños a los portavoces y jefes de la localidad y de la nación, clama por la ciudad que estaba visitando por última vez y que dentro de poco lo mataría. ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a los polluelos debajo de las alas, y no quisiste! ¡Cuántas veces había enseñado y amonestado a esta gente perversa, Luc. 13:3-5, con toda la compasión y bondad de que había sido capaz por desear su salvación y no su destrucción. Pero no le había hecho caso. Y ahora está lamentando el inminente juicio que les espera porque han rehusado al Único que los podía haber salvado. Aquel último grito adquiere caracteres dramáticos: ¡No quisiste…! con lo que nos da idea de una situación a la que llegarían porque así lo querían. Y nadie les obligaba: ¡Por qué quisisteis! Así que nos está hablando ahora mismo, respetando eso sí, la ansiada libertad del individuo, pero inapelablemente, aquel que pronuncia la frase ¡no quiero! y niega al señor Jesús se encamina sin remedio hacia la perdición del mismo modo que lo hace aquel que dice ¡quiero! y luego no va.

  Mat. 23:38. Un tremendo castigo vendría sobre aquella gente generacional en la destrucción de Jerusalén en el año 70 dC. Pero aquí hay algo más: Vuestra casa, no significa sólo aquel templo, como han pensado algún reformador como Calvino y otros, sino Jerusalén, capital  de toda la teocracia. Esta morada favorecida por el ofrecimiento de las gracia de Dios y por la presencia del Salvador, será dejada desierta! Vacía, rota, desolada, desbastada, como toda la ciudad, toda casa y toda alma donde no estaba Dios.

  Mat. 23:39. Sin duda se está refiriendo a su segunda venida, que ampliará a sus discípulos en los caps. 24 y 25. Existe también la interpretación de que Jesús se puede estar refiriendo a la pronta entrada triunfal en Jerusalén en la algunos gritaron: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, aunque el grito no fue unánime. En su segunda venida sí que todos lo gritaremos al unísono, claro, algunos lo harán muy a su pesar.

 

Conclusión:

¡Ojalá que este terrible pecado no nos sea imputado y tengamos que oír de labios de Jesús: ¡Ay de vosotros, escribas, fariseos y creyentes hipócritas, porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la Ley: La justicia, la fe y la misericordia! Mat. 23:23.

 

 

 

 

070363

  Barcelona, 21 de marzo de 1976

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187 BASE PARA EL JUICIO

 

Mat. 25:31-46

 

Introducción:

De la certeza del Juicio Final tenemos cientos de notas en el NT, pero acaso ninguna de ellas es tan clara como la que hoy nos va a ocupar. Por otra parte, nadie pone en duda su veracidad, tan solo, quizás, se discute acerca de su inminencia, pero lo cierto es que de siempre, en el campo evangélico, se han hecho cábalas acerca del tiempo, forma y maneras pero nunca se ha dudado de su firme autenticidad. Es un hecho aceptado por todos y por cada uno de aquellos que aceptan el evangelio como dogma de fe. Así, no hay discusión. El Juicio Final es una realidad. Si bien es cierto que lo que vamos a escuchar hoy es una parábola, es con mucho una de las más gráficas pronunciadas por Jesús. Su sentido es claro y su enseñanza es como sigue: Dios nos juzgará de acuerdo a nuestra respuesta a la necesidad humana. Así se nos dice que el juicio de Dios no depende del conocimiento que hayamos adquirido, ni de la fama que nos hayamos granjeado, ni de la fortuna que hayamos amasado, sino de la ayuda que hayamos brindado.

 

Desarrollo:

Mat. 25:31. Esta solemne mención al regreso de Cristo, para el juicio del mundo, es el desenlace de las dos finas parábolas que nos han precedido: las vírgenes y los talentos y, sobretodo, la real respuesta a la profecía del cap. 24, pronunciada como respuesta a las preguntas de los discípulos en el v. 3. Y dinos, ¿cuándo serán estas cosas? El respuesta es conocida: La Gran Tribulación y la Segunda venida de Cristo. Ahora, la escena que Jesús va a decir, a describir es pues, la conclusión natural de los discursos de antes y precedentes. Lo primero que notamos en qué calidad vendrá el Señor: Hijo del Hombre. Tal vez el pasaje que mejor describe el tema es Mat. 8:20, leerlo, porque él mismo demuestra que es tal su pobreza y desprendimiento de todo lo que sea de este mundo, que a la mañana no sabe dónde reclinará su cabeza al atardecer. Pero este título, del que Jesús hacía uso frecuente y que los discípulos no de atrevían a adjudicárselo, encierra dificultad. Por lo general, ha sido interpretado de varias maneras, bajo aquella influencia de ideas preconcebidas y, por lo tanto carecen de valor. Los unos buscan su origen en el Sal. 8:5 donde es evidente que el Hijo del hombre significa simplemente hombre, como lo prueba el enorme paralelismo del pasaje. Pero así no se comprendería por qué Jesús se designaría de esa manera, lo que por un lado era bien evidente, aunque el término poético sería arcaico para el lenguaje corriente. Los defensores de esta tesis contestan que esto es así para llamar la atención general sobre sí mismo en el sentido de que era el hombre por excelencia, el hombre ideal, el segundo Adán y el tipo de la humanidad regenerada. Cierto que estas verdades son bíblicas en sí mismas, pero no es seguro que deban encontrarse en la expresión que ya nos ocupa. Muchos interpretes de los más autorizados, hallan el origen de este nombre en la gran visión de Daniel, 7:13, 14, donde nuestro Mesías, a quien es dado un reino universal y eterno, aparece como un hijo de hombre en medio de los ángeles del juicio y viviendo sobre las nubes del cielo. Mas esta aplicación a la visión no es arbitraria y está basada en buenas y solemnes declaraciones de Cristo mismo, en las cuales, al decir que es Hijo del Hombre, anuncia su vuelta para juicio: viniendo en las nubes del cielo, Mat. 24:30, 26:64, alusión evidente a la citada visión del profeta. La frase de Hijo del Hombre designa, pues, al Mesías, pero con la idea de humillación, de pobreza, en una palabra, de su humanidad que un día será elevado a la gloria, Fil. 2:6-11. Pero digamos de paso que la única cita en que es nombrado así por un discípulo, Hech. 7:56, obedece a la situación del momento y confirma la buena interpretación que acabamos de decir o exponer. Por tanto, sin olvidar este contexto, cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, se sentará en el trono. Con esta misión específica, viene el Cristo a ejercer el juicio, Juan 5:27. Sin embargo, justo es decirlo, para cumplir la misión, esta función, debe tener los atributos divinos de la omnisciencia para sondear los secretos de los corazones y de la perfecta justicia para pagar a cada uno según sus propias obras. Evidentemente, para juzgar al mundo, lo mismo que para lograr salvarlo, es necesario que Él sea hombre Dios. Por lo demás, no debemos olvidarlo, la intención del Salvador no es la de describir en los vs. que siguen todo lo que pasará en las grandes escenas del último día, sino indicar solamente algunos rasgos generales del juicio, tales como la separación definitiva de los justos de los que no lo son, y el carácter principal que será buscado en los que compadezcan en su presencia, a saber, el amor de un corazón humilde libre de todo egoísmo y abundante en obras de amor y caridad. Por otra parte, debemos notar que este Hijo del Hombre aparece no ya en su humillación, sino en su gloria divina realzada por la presencia de todos los ángeles, ejecutores de la voluntad de Dios, 24:31. Así, la dignidad real del Hijo de Dios, actualmente velada para los ojos humanos, aparecerá entonces en todo su buen esplendor pues estará sentado sobre el trono de su gloria bajo la corona de rey, vs. 34 y 40.

  Mat. 25:32. Esta expresión todas las naciones, demuestra que el juicio descrito aquí es el llamado juicio universal, Rom. 2:5-9; Apoc. 20:11-13; Hech. 17:31. Pero como, por otra parte los que son admitidos a la derecha del Salvador, v. 34 ss. asimismo como los mismos reprobados, v. 41 ss., son hombres que han tenido la ocasión de conocerlo y hacerle bien en las personas de los pobres, es evidente que Jesús sabía que en la época de su venida para el juicio del mundo, él sería conocido por todos los pueblos por la predicación del Evangelio, 24:14; 28:19. Y como, por otra parte, el nombre de Jesús es el único dado a los hombres por el cual se puede ser salvo, Hech. 4:12, se puede inferir de ello que todos los hombres serán colocados en presencia de Cristo y puestos en estado de aceptar o rechazar la salud que Él les ofrece. En el día del juicio, se manifestará si ellos han acogido por fe el evangelio de la gracia y si éste ha penetrado en el corazón de aquellos que lo profesan o si su religión ha sido sólo una religión de labios. Por otra parte, los considerandos del juicio indicados en esta especie de descripción profética no excluyen, pues, de ninguna manera la gran doctrina cristiana de la salvación por la fe; al contrario, se pone de manifiesto sólo en aquéllos en quiénes esa fe les habrá obrado por la caridad, Gál. 5:6.

  Mat. 25:33. La separación, es decir, para el pueblo de Dios, la cesación de la mezcla confusa en que ahora vive con el mundo, es la idea principal representada en esta figura. Jesús añade para los suyos el privilegio de ser colocados a su derecha, lo que, en todos los pueblos y culturas, es considerado como un honor. Resta decir que se busca ordinariamente es esta figura otra antítesis, que se basaría en el contraste entre las ovejas y las cabras, representando las unas la mansedumbre, la paz, la inocencia, y las otras dotadas de un carácter indómito, pendenciero y hasta impuro. Pero no debemos dar mucha importancia a esta comparación, porque si las ovejas son, en toda la Escritura, la figura del pueblo de Dios, la idea opuesta no se encuentra en las palabras que traducimos por cabras o cabritos y que no implica las mismas ideas negativas y desfavorables típicas del pueblo sin Dios.

  Mat. 25:34. El Rey es Cristo, cuya divina realeza aparece en todo su esplendor ahora que entra en su Reino, venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para todos vosotros desde la fundación del mundo. Puesto que este reino estaba preparado en el consejo de la gracia divina desde la fundación del mundo para los que son benditos del Padre, ellos mismos estaban siendo destinados, predestinados, para él por la misma gracia, Efe. 1:4. Estas palabras demuestran pues evidentemente que la recompensa de los justos es un don de la misericordia divina y no el premio de las obras que van a ser mencionadas. Así, estas obras no son tanto la causa de aquella felicidad aquí descrita, como el Buen testimonio y el fruto de la fe y del amor de aquellos que las han hecho.

  Mat. 25:35, 36. En suma: Todos los atributos de los servicios y caridades más abnegadas. Las palabras que traducimos por: me recogisteis, significan literalmente: me llevasteis con vosotros, es decir, me introdujisteis en vuestras moradas, en vuestras vidas, en vuestro círculo familiar, allí donde está el verdadero calor de uno mismo, en el lugar reservado sólo para uno mismo.

  Mat. 25:37-39. Estas preguntas de los justos se han interpretado de varias maneras. Se ha visto en todas ellas una muestra de su humildad, de su modestia, y de las que, sin embargo, no tenían conciencia. Se ha encontrado también el pensamiento de que se habían olvidado de sus buenas obras para no acordarse nada más que de sus faltas, no habiendo esperado subsistir en aquel juicio, salvo en la gracia y misericordia de Dios. Sin duda, estas razones y suposiciones son fundadas, pero la causa principal de los justos es la idea expresada por el Salvador, vs. 35, 36, de que ellos han hecho a Él mismo lo que han hecho a los desdichados. Así, ellos niegan a sus obras el inmenso valor que de repente adquieren ante sus ojos por el hecho de que el Rey, v. 34, se identifica así con los pobres y desgraciados. Por lo demás, la expresión de asombro de los justos es destinada a provocar la inmediata respuesta del Rey, v. 40.

  Mat. 25:40. ¿A quién señala Jesús con el pronombre éstos? Unos han pensado que se trataba de los cristianos en general, otros, de los discípulos que le estaban rodeando. Sin embargo, él mismo enseñó en la parábola del Samaritano que cualquier hombre en desgracia debe ser objeto de nuestra caridad sin ninguna excusa. Por otra parte, Él mismo también estaba siempre rodeado de los pobres, enfermos, pequeños, publicanos y pecadores y, por lo tanto, a nuestro entender, los representa a su alrededor en el día del juicio, dependiendo de Él, confiando en Él. Yo me lo imagino en aquel día, cuando estaba haciendo aquella extraña predicción, señalando a los depauperados llamándolos: Mis hermanos, estos pequeños. Sin embargo, la importancia del v. radica en la frase a mí mismo, a mí lo hicisteis. Creemos que este es el motivo de las obras humanas que Él acepta y recompensa. Son aquéllas que se hacen a fondo perdido, sin esperar premio humano o devolución humana. Así, cuando aprendemos de la generosidad que ayuda a los hombres en las cosas más simples y en la forma desinteresada, también sabremos y conoceremos la alegría de ayudar al mismísimo Cristo.

  Mat. 25:41. Estas temibles palabras forman el complemento y el contraste del v. 34. Jesús conserva a propósito la misma forma de expresión y algunos de los mismos términos. Pero es necesario observar también las marcadas diferencias intencionales: No dice malditos de mi Padre, ni aquel fuego eterno preparado desde la fundación del mismo, ni que os está preparado. De donde estas diferencias llevan consigo una profunda enseñanza. No nos hacen remontar la causa de la condenación de los reprobados hasta Dios sino que la muestran desnuda en su propia falta, por lo que ellos solos cargan con su responsabilidad. En efecto, la salvación, como la condenación, es un hecho básico en el que la libertad del individuo es su cualidad más preciada. Falta una recomendación. Cada vez que la Biblia nos pinta las penas morales de los que son condenados bajo la figura de un fuego, como en esta ocasión, de una llama, de un gusano, etc., nos está describiendo estados del alma y debemos tener mucho cuidado en no materializarlas en cosas concretas si no queremos equivocarnos. Y es la conciencia con sus remordimientos, en el alma con todos sus pesares, donde se realizarán los castigos de la justicia divina.

  Mat. 25:42, 43. Aquí también, la ausencia de esas obras cita y describe un estado del alma. La falta de amor hacia el Salvador o del amor fraternal, que es lo mismo como hemos visto, es en sí mismo la muerte y la condenación, 1 Cor. 13:1 ss.; 1 Jn. 3:10, 11; 4:8; 5:1.

  Mat. 25:44. Así creen hallar una excusa en el pensamiento de que por su indiferencia y su egoísmo no habrían obrado de forma personal contra el Señor. Es más, en su propia justificación dan a entender que, si hubieran reconocido al Salvador en sus hermanos lo habrían socorrido sin el menor género de dudas.

  Mat. 25:45. No hay que darle vueltas. El hecho de que Jesús se identifica nuevamente con todos los desdichados, demuestra que la falta de amor hacia el prójimo supone la ausencia del amor de Jesús, única fuente de toda la caridad.

  Mat. 25:46. Este es el resultado trágico y definitivo del juicio, Dan. 12:2. Los que niegan la duración infinita de las penas no pueden apoyar su opinión en el hecho de que la palabra griega que traducimos por eterno no tiene siempre el sentido de una real duración sin fin, pues el contraste evidente e intencional que se halla aquí entre castigo eterna y vida eterna no permite dar a uno de esos dos términos un significado diferente, del otro.

 

Conclusión:

Así, pues, un estado y el otro estado serán para siempre, sin opción de fin ni de cambio.

 

 

 

 

070364

  Barcelona, 4 de abril de 1976

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188 EL REY RECHAZADO

 

Mat. 27:11, 15-23, 27-31

 

Introducción:

Actualmente, al igual que ocurrió en la época en que narran los hechos de la lección de hoy, hay cuando lo menos dos especies diferentes  de rechazo al señorío y realeza de Cristo: el de la corta y cobarde neutralidad de quien no quiere comprometerse, como es el caso que ejemplifica Pilato, y el de la hostilidad satánica y ciega que quienes no queriendo saber nada de Jesús opinan sobre Él con actitudes temerariamente homicidas. Para poder entender este juicio debemos ver aunque sea someramente los antecedentes de sus resultados. Como el Sanedrín no tenía autoridad suficiente como para condenar a pena de muerte, salvo en una circunstancia y ésta no se cumplía con Jesús, fabricaron tres cargos políticos a cual más agresivo, y con una mentira consciente, porque sabían que Pilato actuaría sólo a partir de este tipo de acusaciones. Así, en primer lugar le acusaban de ser un revolucionario, en segundo, de incitar a la gente a no pagar los impuestos y, por fin, de decir que era rey, Luc. 23:2. Estos son los considerandos determinantes del juicio de Jesús ante Pilato. Ahora bien, ¿qué tipo de hombre era este gobernador romano? Pilato era el procurador de la tierra provincial y era responsable de la seguridad civil ante el propio emperador. Lo fue desde el año 26 dC, estuvo en el cargo durante diez años hasta que lo llamaron a Roma. Cuando Pilato llegó a la Judea se encontró con numerosos problemas de los que era bien responsable. No sentía ninguna simpatía por los judíos y en vez de emplear con ellos guantes de seda, usó puño de hierro. P ej., se sabe que los estandartes romanos no eran banderas, sino que eran mástiles finalizados con el águila romana o la imagen del duro emperador del momento. Pues bien, en un fiel gesto de deferencia hacia el odio que sentían los judíos por las imágenes, todos los gobernadores anteriores, cuando se trasladaban desde Cesárea, el cuartel general romano, a Jerusalén las quitaban, dejando los palos desnudos excepto los emblemas de las legiones de las que se tratase. Pilato se negó a hacerlo. El resultado fue una oposición tan grande que tuvo que claudicar porque no podía ejecutar a una nación entera En venganza construyó un acueducto para la ciudad de Jerusalén pagándolo con el sagrado tesoro del templo, con lo que se granjeó. aún más una pésima reputación entre los judíos. Al fin, lo mandaron llamar a Roma debido a su salvaje actitud en un incidente ocurrido en Samaria: Un impostor había levantado a la gente en el monte Gerizim con la promesa de una inmediata liberación. Pilato envió todas sus legiones a una aldea llamada Tiritaba y los pasó a todos por las armas, incluso mujeres y niños. Los samaritanos presentaron sus quejas a Vitelio, el legado de Siria, que era el inmediato superior de Pilato y éste fue enviado a Roma a dar cuentas al emperador de su administración. Mientras Pilato viajaba a Roma, murió el emperador Tiberio y al parecer aquél nunca fue juzgado. Pero las leyendas cuentan que terminó suicidándose en medio del tedio y desprecio romanos. Su cuerpo fue tirado al Tíber para ser recogido más tarde y llevado a Francia y tirado al Ródano. Pero al igual que en la misma Italia, la superstición hizo que lo volvieran a recoger y lo enterraran cerca de Vienna, Francia, para más tarde llevarlo a Lausana, Suiza, y dejarlo de forma definitiva en una cueva del monte  que actualmente lleva su nombre, Pilatus, en la orilla del lago de los Cuatro Cantones.

 

Desarrollo:

Mat. 27:11. Están frente a frente el derecho divino y el derecho humano: Jesús, el Hijo de Dios, frente a un gobernador romano: El Juez ante el juez. Pero hay una incongruencia. Y Jesús, como presunto acusado estaba de pie, en tanto que el acusador estaba sentado, pero la serenidad de Jesús es proverbial en los evangelios sobre todo Juan nos da mucha luz sobre este momento dramático. ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús le contesta preguntando si ha llegado a esa conclusión por sí mismo, a lo que aquel gobernador, responde: ¿Soy yo judío? y le repite la pregunta. Jesús responde: ¡Tú lo dices, pero mi reino no es de este mundo! Hay algo vivo y real en la majestad de Jesús que hace que Pilato excluya con algo de rapidez las dos primeras acusaciones de los judíos para centrar el problema en la tercera de ellas. Pero el tú lo dices tiene la gran virtud de desarmarlo. En tanto, los principales sacerdotes y demás ancianos vociferaban y viendo que Jesús permanece mudo ante las acusaciones, Pilato quiere desentenderse del problema y busca rápidamente una salida:

  Mat. 27:15. Esta costumbre, cuyo origen nos es desconocido, porque no se menciona ni en el AT ni en el Talmud y tampoco se sabe que fuera establecida por los romanos. Sin embargo se dice que el gobernador romano acostumbraba a hacerlo, pues según Juan 18:39, Pilato dice a los principales judíos: vosotros tenéis una costumbre… Había desde luego una relación entre esta rara costumbre y la fiesta de la Pascua que, como sabemos era la sana conmemoración de la liberación inolvidable del yugo de Egipto. El caso es que como cada costumbre llevada a la práctica, a la larga se convierte en ley y Pilato ve en ella una salida airosa a su problema.

  Mat. 27:16. Sabemos muy poco de Barrabás, pero lo que se sabe justifica la jugada de Pilato, pues éste lo propone creyendo, por contraste, que el populacho elegirá libertar a Jesús. Mateo, ya lo hemos visto, lo llama preso famoso, Marcos homicida revoltoso, Lucas sedicioso político y rebelde y Juan que era ladrón. Es más, Pedro en sus discurso del pórtico de Salomón en Hech. 3:14, lo cita como homicida. De manera que Pilato pensaba que jamás elegirían a semejante malhechor. Pero el gobernador se equivoca por dos razones: La primera es que Barrabás era un zelote que había jurado libertar Palestina aunque para ellos tuviera que robar, matar y expoliar y esto le daba cierta simpatía al pueblo judío más nacionalista y la segunda, era que él desconocía del todo la voluntad de Dios. Aún queda otro detalle que hace más dramática la decisión del pueblo. Algún manuscrito llama a este Barrabás, Jesús Barrabás, de manera que bien pudo haber dicho el pueblo: No sueltes a Jesús Nazareno, suelta a Jesús Barrabás (Bar Abba, hijo del padre o Bar Rabban, hijo del rabino).

  Mat. 27:17. Debemos comprender la heterogénea reunión que se reunía en Jerusalén con motivo de la Pascua. Cualquier varón judío que viviese a menos de 30 Km. de la capital estaba obligado a asistir, asimismo, los judíos extranjeros tenían que ir una vez en la vida como mínimo. El resultado era una multitud de cerca de tres millones de personas en una ciudad que por lo normal no llegaba al medio millón. La gente vivía en medio de las calles y comían de los cientos de animales sacrificados en el Templo y el ambiente de fiesta y ganas de espectáculos eran evidentes. A esta clase de gente, convulsionada ya por los sacerdotes, Pilato les pregunta: ¿A Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo?

  Mat. 27:18. La versión bíblica que uso es más sutil pues empieza este versículo con la conjunción pues en vez del porque moderno. Así quizás se entienda más la desesperada tentativa de Pilato de dar la libertad a Jesús ofreciéndole al pueblo en lugar de aquel Barrabás. Podía ver en toda la conducta de los principales que se dejaban arrastrar por la envidia y los celos que les inspiraba la influencia de Jesús en el pueblo.

  Mat. 27:19. Sólo Mateo nos ha conservado este episodio. Pilato se había sentado solemnemente en el tribunal, esperando la clase de respuesta ideal a la pregunta formulada en el 17 y se disponía a pronunciar su sentencia cuando su mujer le hizo llegar este raro mensaje. Sabemos que se llamaba Claudia Prócula y también que por el giro de su lenguaje intuimos que al igual que su marido, estaba convencida de la inocencia de Jesús. De todas formas debemos ver en el incidente una última advertencia providencial dirigida a Pilato, por lo que estamos seguros éste será responsable en el Juicio Final por aquellos actos, por cuanto puso sordina a su conciencia pese a los signos externos.

  Mat. 27:20. Hicieron todo esto mientras Pilato estaba ocupado con el mensaje de su mujer. La cosa ya no tenía remedio y todo se transformaba con rapidez en un motín. Pilato no se daba cuenta de que mientras Dios nos está hablando al corazón, el adversario está trabajando intensamente minando todos los conductos más efectivos a nuestro alrededor tratando de conseguir de nuevo su ventaja. Ya no hay opción para Jesús y cuando el gobernador se enfrenta al pueblo otra vez, la elección del mismo es unánime.

  Mat. 27:21. Teniendo ante ellos la vida, como habían sido dados y persuadidos para matarla, votaron. Pero el detalle no les exime de responsabilidad, el apóstol Pedro hizo poco después un duro reproche, severo y directo, por su actitud en el día que nos ocupa, Hech. 3:14. No debemos pecar de injustos condenándolos de forma sistemática, puesto que si bien delante de una alternativa tan trascendental, decidieron mal, no hicieron sino lo que todos los hombres han hecho en algún momento de su historia. Todos aquellos que no están con Cristo, están de alguna manera contra él y le dan la espalda prefiriendo a su particular Barrabás. Sólo aquellos que hemos creído que el Justo padeció, murió y resucitó por nosotros, estamos a su lado, pero no olvidamos que un día, más o menos lejano, le dimos la espalda, justificando así aquel asesinato. Lo más triste de la escena es que Pilato, representante del imparcial derecho romano, cedió ante la enconada pasión de una multitud vociferante.

  Mat. 27:22. Esta pregunta de Pilato, como la del v siguiente, no son más que otras tantas alternativas de salvar a Jesús porque era de agradecer que el pueblo no exigiera la muerte del acusado, que se contentase tan solo con un castigo más leve. Pero aquel brutal grito de ¡crucifícale! tiene la virtud de volverle a la realidad amén de demostrar su impotencia. Entretanto, ¿qué hace Jesús? En pie ante el gobernador estaba mudo. ¿Acaso no podía protestar acerca de su inocencia pública en contraste con el crimen de Barrabás? ¿Acaso no podía solicitar la ayuda de las legiones celestiales? Está mucho. Solo en medio de una manifiesta indecisión errada, equivocada. Pilato tiembla porque la petición del pueblo, hacía caer sobre él una responsabilidad mayor.

  Mat. 27:23. No querían preguntas que pudieran ablandarles. Gritaban aún más con la idea de ahogar las preguntas, demostrar bien a las claras cuál era su deseo. Luego, cuando Pilato se lava las manos en su presencia, exclaman: Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos, v. 25. Vosotros veréis, es la sola respuesta de Pilato. ¡Qué paradoja! Momentos antes, ellos habían dicho a Judas que protestaba del trato: Tú veras, v. 4. Y dando a entender que allá se las compusiera con su traición, y ahora Pilato en un arrebato de inspiración, les paga con la misma moneda. De todos modos, cuarenta años después, aquellos judíos supieron lo que quería decir la terrible frase que esgrimieron. Tito no dejó de Jerusalén piedra sobre piedra y por sus calles y plazas hizo tirar sal en profusión para que no creciera ni la hierba, pero esto ya es otra historia. El v. 26 cuenta como Pilato les entrega a Jesús para ser crucificado, después de azotarlo salvajemente con el cruel látigo romano de cuerdas de cuero llenas de trocitos de plomo y huesecillos de animales.

  Mat. 27:27. Entonces los soldados del gobernador, es decir, su propia cohorte, su propia batallón personal, llevaron a Jesús al Pretorio, al cuartel, la fortaleza Antonia, al noroeste del templo, y reunieron alrededor de él a toda la compañía. Volvieron, pues, a traer a Jesús de nuevo al patio del edificio, ya que la flagelación había tenido lugar afuera, públicamente, y le pusieron bajo la fiel custodia de 600 hombres que eran los encargados del orden en la ejecución que iba a seguir. Lo que hicieron estos soldados luego a continuación puede hacernos estremecer, pero de todas las partes que se vieron comprometidas en la crucifixión, los soldados son los que está más libres de culpa por decirlo de alguna manera. Ni siquiera estaban destacados en Jerusalén, desde Cesárea habían venido acompañando a Pilato hasta el palacio de Herodes y no tenían la menor idea de quien era Jesús. No habían judíos entre ellos porque los judíos eran el único país del mundo romano que estaba exento del servicio militar y todos podían venir del otro extremo del mundo y se divertían haciendo bromas pesadas en la persona de los criminales que, cuando caían en sus manos, ya eran convictos. Así que, a diferencia de los hebreos y del propio Pilato, lo hacían en plena ignorancia. Quizás esto fue lo más fácil de soportar para Jesús, porque aunque lo disfrazaron de rey no había odio en sus miradas. Para ellos, sólo era un galileo medio loco que iba camino de la cruz.

  Mat. 27:28. Este manto escarlata o púrpura, lo llevaban de forma solemne la gente importante de centuriones para arriba hasta el propio gobernador y el emperador. Pero, tenía diversas cualidades aunque siempre era rojo. ¿Cómo tenían los soldados aquella ropa. Se han dado varias respuestas a la pregunta, pero preferimos una que indica que provenía de un saqueo anterior puesto que se sabe que los soldados eran dueños de lo que conseguían en campaña. De todas formas la idea de escarnecerlo era patente y el manto ayudaba a crear el clima adecuado.

  Mat. 27:29. Los judíos se habían burlado de Él como profeta, 26:68, y ahora los romanos se estaban burlando de Él como rey. Esas insignias de dignidad real, el manto, la corona, el cetro y su adoración tienen un contexto profundo. Los soldados romanos en su grotesca ignorancia, profetizan como Caifás sin saberlo, Juan 11:51. Este es el tremendo abismo de humillaciones donde Jesús afirma precisamente su eterna realeza sobre las almas.

  Mat. 27:30. Esto era el fin, el clímax. Tanta insolencia y falta de respeto no podemos ni achacarlo ni justificarlo por ignorancia. La insolencia de estar solazándose al ver todos aquellos escupitajos descender por el rostro de Jesucristo mezclados con la roja sangre producida por las espinas, no la podemos justificar. Tal falta de amor y respeto no lo podemos justificar. Aquel Jesús doliente por causa de los crueles latigazos que en más de una ocasión eran la causa directa de la muerte, los desprecios del pueblo ha quien había querido tanto, por el abandono de sus discípulos y seres queridos, por la amargura de la injusticia que padecía, por el mal que estaba sufriendo, por el escarnio… sólo sabe responder con el silencio. En el huerto ya ha tomado su decisión y marcha hacia la Cruz paso a paso, pero indefectiblemente. Para Él, aquel patio sólo fue un paso más que lo acercó a su destino eterno.

  Mat. 27:31.  Si pensamos que por Cristo fueron creadas todas las cosas, si pensamos que en Él habita la plenitud de la deidad, si pensamos que por su palabra se ordena el mundo, se calma un río furioso, un huracán, se seca una higuera, se levantan los muertos, ¡debemos pensar en toda afrenta, humillación, dolor, vergüenza y la tremenda pasión que sufrió sin exclamar una sola palabra por nuestra redención! Porque hoy por hoy, endurecidos por tantas causas materiales, nos hace falta vivir las dimensiones de ternura e identificación de la cruz con la que Pablo se siente uno en Gál. 2:20: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí.

 

Conclusión:

Hoy tenemos la oportunidad de tomar una decisión. ¡O estamos con Cristo o contra Él! ¡O le nombramos rey de nuestras vidas o dejamos que nuestro propio rey personal nos lleve directamente a la condenación eterna!

¡Yo sé a quien he elegido! ¿Y vosotros…?

 

 

 

 

070365

  Barcelona, 11 de abril de 1976

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189 ESTILO DE VIDA EN LA FAMILIA CRISTIANA

 

Col. 3:1-14, 18-20

 

Introducción:

Iniciamos hoy una serie de seis lecciones dedicadas a la familia, pero por cierto, nunca más a tiempo. No hay nada que el mundo necesite más y que sea lo más importante para el bienestar del mismo, que hogares cristianos. Hay quien cree que la familia tal y como la conocemos, padre, madre e hijos, pertenece al pasado y, que por lo tanto, no vale la pena preocuparse por ella en nuestra actualidad. Pero, si la familia como tal sigue siendo importante, socialmente hablando, lo es mucho más cuando en la misma reina Cristo y en ella se ponen en práctica día a día las enseñanzas novo testamentarias sobre la material. De las seis lecciones que ya hemos apuntado hay títulos tan originales como el desafío de la familia en marcha, el problema de la droga y el alcohol, la real familia de la fe, etc., que estudiaremos oportunamente. Y nada mejor para empezar que hablar del estilo de vida que debe regir en toda familia cristiana.

En primer lugar debemos repetir una vez más que la Biblia es nuestra norma de fe y conducta y que es precisamente allí donde hemos encontrado las normas elementales para definir el estilo de vida para la familia. Es cierto que el fundamento de la conducta radica en nuestra experiencia de la fe en Cristo y así sabemos que la humildad triunfa sobre la soberbia, la armonía sobre los gritos y desavenencias, el perdón sobre las ofensas y la reconciliación sobre el rencor. En una palabra, no hay nada que defina mejor este estilo de vida que el amor, el amor común, el amor sin límite, el amor sano, el amor consciente, el amor sincero y hasta el amor amable. De manera que debemos vestirnos de amor para que el estilo sea no tan solo reconocido e imitado, sino motivo de gloria para nuestro Señor Jesucristo.

 

Desarrollo:

Col. 3:1-4. El planteo original que establece Pablo es el siguiente Simbólicamente, en el bautismo el cristiano muere y resucita al mismo tiempo. Así cuando las aguas le cubren por completo es como si enterrasen un cuerpo muerto y cuando emerge de ellas, como si estuviese resucitando a una nueva vida. Ahora bien, si esto es así, el cristiano no puede salir del bautismo siendo la misma persona que era cuando bajó a las aguas (no físicamente hablando). Tiene que haber una diferencia. ¿Dónde está? En el hecho incuestionable de que ahora el cristiano coloca su mente y pensamiento en las llamadas cosas de arriba. Ya no puede pensar ni preocuparse más por las cosas pasajeras y tribales de la tierra que antes eran su único objeto y motivo de vida, pues ahora debe preocuparse de las verdades eternas del cielo. Ahora bien, hemos de advertir desde el principio lo que Pablo entiende con esto. No está abogando por un orden ultra mundano, extraterrestre, en el que el cristiano se separe de toda obra o actividad y no haga sino, por decirlo de alguna manera, contemplar la eternidad. Luego el apóstol va a plantear una serie de principios éticos de los que van o resultan con claridad que esperan que el cristiano como tal siga con su obra en el mundo y mantenga en él sus relaciones más normales. Pero no está predicando toda una filosófica actitud contemplativa o una ascética forma de vida; lo que está diciendo es que hay una diferencia en este nuevo hombre. Y de ahora en adelante, el cristiano ve cada cosa a la luz y en la proyección de la eternidad, pues ya no vive como si el mundo fuera todo lo que le interesa, todo su horizonte, sino que lo contempla con los nuevos cristales eternos, con el enfoque celestial de Cristo y bajo el punto de vista del propio Salvador. Esto le da, obviamente, una nueva escala de valores, un nuevo modo de juzgar las cosas y un nuevo sentido de la proporción. Así las ambiciones que dominan al orbe ya no tienen influencia en él y no pueden dañarle. Cierto es que continúa actuando en el mismo y usando sus cosas, pero en una nueva forma. P ej. se propondrá dar antes que recibir, servir antes que dominar, perdonar antes que vengarse y hasta sanar antes que dañar. Ha dejado para siempre la escala de valores del hombre para usar la de Dios.

Pero deberíamos levantar una pregunta lógica: ¿Cómo se hará esto? La vida del cristiano está escondida con Cristo en Dios. Este formidable pensamiento tiene cuando menos dos vividas imágenes: * Debemos recordar una vez más como los cristianos primitivos consideraban al bautismo como un morir y un vivir, un resucitar con Cristo. Ahora bien, cuando un hombre moría y era enterrado el pensamiento griego nos decía que lo que en realidad pasaba es que aquel hombre estaba escondido en la tierra. Según esta idea, Pablo indica claramente que el cristiano que ha muerto en el bautismo no está escondido en la tierra, sino en Cristo. De manera que aquel acto público lo que hacía es sugerir que el ser cristiano quedaba impregnado para siempre del olor de Cristo, que éste envolvía al hombre tal y como el aire envuelve a la tierra y que al igual que ésta le es imposible subsistir sin él, al hombre resucitado le es imposible vivir ya sin Cristo porque, de pronto, todos aquellos valores por los que había luchado tanto carecen del suficiente asidero. * Y también existe aquí un precioso juego de palabras que cualquier griego reconocería enseguida. Los falsos maestros llamaban a sus libros de pretendida sabiduría: los libros escondidos para aquellos que no estuviesen iniciados en su léxico o en su pensamiento. Ahora bien, la palabra usada por Pablo para decir que nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios es parte del verbo indicado en el verbo anterior, de donde procede el adjetivo apócrifo. Así, parece que esté diciendo a los gnósticos: Para vosotros, los tesoros de toda sabiduría están escondidos en vuestros libros secretos, para nosotros Cristo es el tesoro de la sabiduría y nosotros estamos escondidos en él. Pero aún queda otro pensamiento que debemos aprovechar. Cierto que la vida del cristiano está escondida con Cristo en Dios, pero lo que está así escondido queda oculto y no se ve bien, por lo que la verdadera grandeza del cristiano está de momento escondida al mundo, pero Pablo continúa: Viene el día en que Cristo volverá en gloria y entonces nosotros, sólo entonces, seremos manifestados con él en gloria. Esta es nuestra bendita esperanza. Si quisiéramos no nos iríamos nunca de este pasaje pues siempre nos queda una cosa por desgranar, por descubrir. P ej., Pablo en el v. 4 llama a Cristo nuestra vida. Este fue un pensamiento muy caro al corazón del Apóstol. Escribiendo a sus queridos filipenses les dijo: Para mí el vivir es Cristo, Fil. 1:21. Algunos años antes, cuando lo hacía a los Gálatas había dicho: Ya no vivo yo mas Cristo vive en mí, Gál. 2:20. Según Pablo, para el cristiano, Cristo es lo más importante de la vida, más aun, es la vida misma. Algunas veces decimos de alguien: La música es su vida, o el deporte o el trabajo, indicando con ello que para la persona la vida significa sólo la música, el deporte o el trabajo. Para el cristiano, Cristo es la vida y domina su pensamiento y colma su vida del todo.

  Col. 3:5-9. Esta Carta hace ahora aquel cambio que encontramos siempre en las de Pablo. Después de la más alta teología viene la exigencia ética elemental. Pablo entra en materia inmediatamente con una enérgica exigencia: Haced morir, pues, todo lo terrenal en vosotros. El NT jamás duda en exigir con cierta violencia la eliminación total de la vida de todo aquello que está contra Dios. Aquí, el apóstol, usa la misma línea de pensamiento que en Rom. 8:3: Mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Además es exactamente el pensamiento de Cristo cuando exigía que un hombre se corte una mano o un pie o se arranque un ojo si por estos miembros es inducido al pecado, Mat. 5:29, 30. En otras palabras y en lenguaje moderno: El cristiano debe matar su egocentrismo y debe considerar como muertos todos los deseos y ambiciones mundanos. Debe haber una transformación radical de voluntad y un desplazamiento radical del centro. Todo aquello que lo aparte de la obediencia total a Dios y de la entrega plena a Cristo debe ser amputado quirúrgicamente.

A continuación, y por si alguien tiene alguna duda de lo que quiere decir, nos reseña una lista de las cosas que los colosenses, y nosotros con ellos, deben eliminar de su vida: * fornicación e impureza: Como es sabido, la castidad fue la única virtud nueva que el cristianismo trajo al mundo, pues en la antigüedad todas las relaciones prematrimoniales y extramatrimoniales no eran un motivo de vergüenza y eran una práctica normal aceptada por todos. Es más, creían que el apetito sexual era una cosa que debía saciarse y no controlarse. Mas ésta es una actitud que en modo alguno ha desaparecido de la sociedad moderna. Es más, una de las razones por las que se lucha por el control de nacimientos es por el uso indiscriminado de anticonceptivos que permite gozar del sexo sin peligro. La ética cristiana insiste en la pureza y en la castidad por cuanto la relación entre los sexos es algo tan bueno y hermoso que su uso incontrolado acaba con su total destrucción; * pasiones y deseos: Todos aquellos que pueden dominar al ser humano destrozándolo como la gula, la ira, etc.; * la avaricia: Es un pecado de los más repugnantes y el apóstol le lleva a decir que es como la idolatría. La palabra original griega indica de forma fundamental el deseo de tener más y para ejemplificarlo decían que su satisfacción era como llenar de agua un recipiente roto o agujereado. Así, y como su idea básica es de un amplio espectro, también cabe la idolatría. Y si el avaro tiene hambre de dinero puede conducirlo al robo, si es de prestigio le aboca a una gran ambición perversa, si es deseo de poder lo conduce a la tiranía sádica, si es personal no se calma ni con la posesión sexual y si, por último, es de dependencia total a las cosas mundanas ajenas, lo conduce irremediablemente a la idolatría pues que ésta sólo es poner algo en lugar de Dios. Sobre todas estas cosas caerá la ira de Dios porque es una ley fundamental del universo: El hombre cosechará todo aquello que siembra, o lo que es lo mismo, nadie escapará jamás a las consecuencias de su pecado. En el v 8, el apóstol Pablo aconseja a los colosenses desvestirse de algunas de las cosas cotidianas, empleando otra vez la idea del bautismo que ha usado en el cap 2, pues que el cristiano primitivo, al bautizarse se quitaba para siempre las ropas viejas que hasta entonces había usado y se vestía de unas nuevas que estrenaba expresamente para indicar que era un hombre nuevo hasta en la apariencia.

En primer lugar el cristiano debe deponer la ira y el enojo. En el gr. hay una diferencia notable entre ambos términos. Enojo es un relámpago de ira repentina que se enciende un instante y muere con la misma rapidez. Por otra parte, la ira es una llama que arde lentamente, que rehúsa ser pacificada y que nutre su cólera para mantenerse viva. Para el cristiano están igualmente proscritos tanto los estallidos del temperamento como la ira persistente. Está la malicia. Se trata de un término difícil de traducir porque indica en realidad esa depravación mental de la que surgen todos los vicios particulares. Este es un mal que lo invade todo. El cristiano debe dejar de lado las blasfemias, las palabras deshonestas y el engaño de los demás. Tres cosas que tienen que ver con la lengua que tanto define a uno y refleja el estilo de vida que uno lleva. Y por el contrario, como el cristiano tiene que hablar, debe ser fiel, amable, puro y verdadero. Quedan, pues, proscritas para siempre las palabras obscenas y las mentiras por piadosas que sean.

  Col. 3:10-14. Este es el cambio al que antes hacíamos referencia. Además, aquí l vemos claro, este cambio es progresivo porque la nueva creación es una renovación continua hasta conseguir el conocimiento pleno de conocer como somos conocidos o ver a el Señor cara a cara. Uno de los grandes logros de este cristianismo es que destruye las barreras divisorias. En aquellos momentos, los griegos miraban con desdén a los bárbaros, quienes eran todos los que no hablaban griego. El judío, por su parte, desdeñaba a el resto de naciones. Además, los escitas eran los bárbaros de los bárbaros al decir de los griegos, muy cerca de las fieras salvajes al decir de Josefo. El esclavo ni siquiera era considerado como un ser humano y no podía soñarse que hubiera camaradería entre éste y un hombre libre.

Pero con Cristo todas las barreras fueron eliminadas: * Destruyó las barreras que resultan del nacimiento y de la nacionalidad y así, representantes de países que se destruían unos a otros a través de guerras y piraterías, podían sentarse juntos en la mesa del Señor. * Destruyó las barreras que provienen del ceremonial y del ritual. Circuncisos e incircuncisos, al ser cristianos pasaron a ser humanos. * Destruyó las barreras entre la cultura y la incultura. Así, el sabio más grande del mundo y el obrero más humilde de la tierra podían codearse en perfecta armonía en la iglesia de Cristo. * Destruyó también las barreras entre las clases sociales. El libre y el esclavo podían ya participar en una misma iglesia.

Llegados a este punto, Pablo se dirige a los colosenses como a los escogidos de Dios, santos y amados. No son piropos normales y lo significativo del caso es que cada una de estas tres palabras correspondían originalmente a los judíos y Pablo las aplica a los gentiles. Así, en la economía de Dios ya no existe la cláusula de nación más favorecida. Ahora lo curioso es que la lista que va a seguir tiene que ver totalmente con las relaciones personales. Pero Pablo sabía lo que hacía. No ignoraba que el cristianismo es ante todo una gran comunidad de gentes de diversas procedencias. Así comienza con una entrañable misericordia. Los ancianos, los enfermos, los física y mentalmente débiles, los animales, los niños, las mujeres y los esclavos deben lo que son al cristianismo. Está la benignidad. Es decir, luchar por el todo bien ajeno con la misma intensidad que si fuera propio y hacerlo amablemente. Y está la humildad. Comúnmente se entiende mal esta palabra. No hay nada rastrero en la humildad cristiana. En primer lugar está basada en que la conciencia siempre tiene presente su condición de criatura de Dios y en segundo, por consiguiente, todos los hombres son iguales ante Él: ¡Criaturas suyas! Y está también la mansedumbre. El hombre guiado por Dios conserva siempre su dominio propio y tiene al mismo tiempo la energía y la suavidad de la verdadera gentileza. Está la paciencia. Que es, con todo, un pálido reflejo de la divina. Está el espíritu que soporta y perdona. El cristiano soporta y perdona porque jamás olvida que el que ha sido perdonado debe perdonar, porque sólo el que perdona puede ser perdonado. A todos estos ornamentos Pablo agrega una más, el definitivo: El vínculo perfecto del amor. La tendencia de toda la sociedad de personas y, con ella, la familia, es tarde o temprano de disgregarse, sólo el amor es la argamasa, el vínculo que puede mantener unidos a una y a otra.

  Col. 3:18. En el vínculo del amor es comprensible la sujeción, el sometimiento y la obediencia de la esposa para con su marido.

  Col. 3:19. El amor del marido a la mujer es como el de Cristo a la Iglesia: de sacrificio. Cristo adquirió la esposa dándose.

  Col 3:20. Es una obediencia consciente y voluntaria.

 

Conclusión:

Este es el panorama del estilo de vida cristiano.

Amén.

 

 

 

 

070366

  Barcelona, 25 de abril de 1976

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190 EL DESAFÍO DE LA FAMILIA EN MARCHA

 

Heb. 11:1, 8-16

 

Introducción:

Una prueba de la viabilidad y ductilidad de la Biblia la podemos tener en este pasaje por cuanto ya nos ha servido, cuando menos, en seis ocasiones distintas para otros tantos mensajes diferentes. La primera ocasión de la que guardamos constancia es cuando el 12/2/56 y bajo el título Más = Más santos hablábamos de que la santidad está directamente proporcionada a la cantidad de fe viva y alcanzada. Más tarde, el 11/3/59, decíamos de la Confianza en Dios, ejemplificado en la gloriosa figura de Abraham. Sendos y vivos discursos, en el Carmelo y Sants, el 18 y 25/3/73, bajo el título La puerta aún está abierta, vinieron a plasmar enseñanzas y oportunidades de este memorable cap Luego, el 8/9/74, tuvimos en esta E Dominical el estudio titulado: Dios escoge un pueblo. Y por fin, sin tener en cuenta la presente lección, el años pasado creamos una obra lírica formada por tantos sonetos como vs. tiene el cap.

Hoy nos sirve de base lo que debe ser una Familia en marcha. Vimos el domingo anterior cual debía ser el estilo de vida en la familia cristiana y ahora es cuando nos toca demostrar este estilo caminando. Hay un dicho popular que nos dice: El haragán y el mezquino andan dos veces el camino. Así, hay muchos que no le sacan a esta vida más que lo indispensable y esto es así porque no se esfuerzan lo más mínimo en conseguirlo. Gente que sufre una carencia de agua por no cavar un pozo o ingeniar el sistema mejor de canalización; gente que no medra en el trabajo cotidiano por no querer buscar una mayor responsabilidad en el mismo y gente que, en suma, es incapaz de marchar caminando en confianza en Dios. Coincidimos todos en que es necesario estimular el espíritu de trabajo y de lucha a nivel personal y familiar, que no sirven las largas paradas más que para adquirir las nuevas fuerzas que nos impulsen a nuevos destinos, que debemos experimentar y sentir en cada carencia un desafío y en cada necesidad un reto. Es más, si este es el ideal de cada familia, lo es mucho más en aquella que es cristiana por cuanto, en ella, cuando nace un hijo, cuando éste se matricula en un nuevo colegio, cuando el padre va y cambia de empleo, cuando muere alguien, cuando un hijo se casa y se va o cuando alguien enferma, son cambios normales que, en olor a santidad, no son sino otra formas de hacer crecer una familia. Es indudable que hay que aprender con Abraham a dejar todo en la mano de Dios y, en consecuencia, encontrar todo en Dios, porque no podemos olvidar que el Dios del patriarca es el nuestro.

 

Desarrollo:

  Heb. 11:1. En primer lugar, en este v, no tenemos una definición de la fe, sino más bien un juicio acerca de la misma o, a lo sumo, una descripción de algunos aspectos de la fe. Una cosa tan grande como la fe no se puede definir, se pueden emitir juicios sobre ella describirla, ilustrarla, y nada más. Lo que hace el autor de Heb. aquí, lo que hace y consigue, es describirla en efecto y no en esencia, tal y como no podemos hacerlo con el amor y sí con una silla p ej. Luego tenemos la palabra certeza que en las versiones anteriores se traducía por sustancia y que en 1:3 aparece como un atributo calificativo de Cristo: Siendo el resplandor de su gloria y la misma imagen de su sustancia. En cuyo caso se aplica a lo que está debajo de, de donde viene su aplicación de fundamento, firmeza, confianza y certeza. Así Jesús era definido como la viva certeza del propio Dios, su sustancia y el mismo fundamento. Y trasladando estas ideas  a nuestro v, tenemos que la fe es el mejor fundamento, la mejor sustancia y certeza de todo lo que se espera. Aunque aquí, de acuerdo con muchos traductores, aparece una idea nueva: confianza, que se emplea más con referencia a la fiel naturaleza misma de una cosa. De donde tenemos que la fe es ese algo que nos hace esperar confiados en lo que nos espera. Pero sin embargo, la fe es más concreta que la esperanza. Y en ésta, esperamos que tal o cual cosa sucederá; en la fe creemos, tenemos confianza en que así será. Por otra parte tenemos que la palabra fe en este pasaje está sin el artículo determinado, es la fe en general lo que el autor quiere definir y no se refiere por lo tanto sólo a la fe cristiana. Es evidente, sin embargo, que el autor piensa en que, en vez de aquellas cosas futuras que el Señor nos ha prometido, y que no se pueden discernir por ningún sentido físico, tenemos una realidad concreta, que es la fe. Esto todavía nos ha de parecer abstracto y vago, si no recordamos que toda la vida está basada en la fe: el hogar, el negocio, la sociedad misma. La fe es lo que presta realidad a la vida. Luego el autor emplea otra palabra para describir la fe, la convicción, la demostración, de las cosas que no se ven, de lo que no se ve, con lo que concreta su concepto de la fe, por cuanto define una actitud subjetiva en contra de la idea implícita objetiva del término. La fe es, pues, una convicción que uno tiene con respecto a las cosas invisibles o por venir. Es más, el hecho de que nosotros tenemos en el corazón la imagen de lo que se espera, es una evidencia para el hombre de fe que tal cosa existe. Nadie más que un hombre de fe puede comprender esto, por cuanto hay que experimentar fe para poder saber lo que es. Así, cuando los hombres de ciencia vieron, desde antes de llegar a la Luna, la posibilidad de alcanzarla, tuvieron fe en conseguirlo y cuando lo lograron el mundo se maravilló por ello. Y cuando los visionarios de la fe en Dios o en Cristo, buscando bienes del alma o espirituales y teniendo su apoyo en el fundamento de Dios, se embarcan hacia lo desconocido quemando sus naves y consiguen su objetivo, no sólo de maravilló el mundo, sino el cielo.

  Heb. 11:8. Esta arriesgada salida de Ur de Caldea, en el sur de Mesopotamia poco después del fracaso de la torre de Babel, fue realizada por fe. Y también fue en respuesta al llamamiento de Dios: Siendo llamado, obedeció. Y en circunstancias especiales, por cuanto la idolatría de sus compatriotas no era el mejor acicate revulsivo para que un hombre normal cargase con su familia y sus enseres y saliese al extranjero, a lo desconocido. Una de las frases más importantes de este v. es: Siendo llamado, obedeció. Está escrita en un participio presente lo que acentúa la prontitud de su obediencia, en otras palabras, se indica expresamente que mientras estaba siendo llamado, obedeció. Y debemos notar que se fue sin ninguna esperanza  de recompensa de recompensa por cuando obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia, Canaán, pero él aún no sabía que lo iba a recibir ya que salió sin saber a donde iba. Precisamente, en esto se realza la fe de Abraham, porque obedeció a Dios aun cuando no veía ni sabía a dónde iba.

  Heb. 11:9. En este v, el autor relaciona con la fe la morada de Abraham en la tierra prometida. Durante todos los años de su vida, después de su llegada a Palestina, el patriarca vivió como en tierra ajena. El Señor se la había prometido, pero él no vio la realización de la promesa en su propia vida. Es más cuando quiso una porción de ella, tuvo que pagarla con buen dinero, Gén. 23:1-20. Y él mismo reconoce su condición cuando dice a los hijos de Het: Peregrino soy y extranjero en medio de vosotros, Gén. 23:4. Por otra parte el carácter provisional de la habitación de Abraham en la tierra se ilustra en que llevaba una vida nómada morando en tiendas. Circunstancia que habla de la voluntad de este hombre para ir a dónde Dios quería en cualquier momento y a cualquier lugar. Su ideal era la ciudad con fundamento, esto lo podía hacer gracias a su gran fe sacrificial. Es una ironía que la residencia permanente de Abraham en la tierra fuera en tiendas, lo cual nos indica la poca importancia que daba a echar raíces a pesar de que entonces, el hacerlo, era el ideal humano. Tampoco sus hijos y nietos gustaron del cumplimiento de la promesa pues que ellos también habitaron en tiendas conjuntamente con él y ninguno de los dos, Isaac y Jacob, pudieron llamar suyo a ningún trozo de aquella tierra. Así que también para ellos, aquello no fue más que una promesa que sólo se podía apreciar a través de la fe.

  Heb. 11:10. Pero, aunque Abraham vivía en una tienda, por la fe esperaba algo más concreto y sustancial: Porque esperaba una ciudad con fundamentos. Y aquí ciudad se enfrenta a la palabra tienda. Se ha especulado mucho cuál sería esta ciudad, llegando a pensar de que se trataba de Jerusalén, capital de Israel muchos años más tarde, pero creemos que Abraham confiaba más bien en aquella ciudad en la que iba a morar después de muerto ya que su arquitecto y constructor era Dios. Lo cierto es que toda su vida se condujo teniendo en su corazón la gran esperanza de morar algún día en esa ciudad con cimientos que los vientos del desierto no podrían abatir.

  Heb. 11:11. Este v. pasa a resaltar la fe de otro miembro familiar: Sara. Y la alaba porque tuvo un hijo en circunstancias especiales que no lo fueron por el hecho de tenerlo, sino por creer que lo tendría. Así, una buena traducción del v sería: Por fe, aun Sara recibió poder para la fundación de una raza. Y es que si bien en el acto de procrear intervenía la fe viva de Abraham, también era justo reconocer que la de ella no era menos viva ya que cobijó con fe esa simiente. Luego llegamos a lo que para nuestro autor es la condición especial que más le llama la atención: Aún fuera del tiempo de la edad. En efecto, Sara tenía noventa años cuando nació Isaac.

  Heb. 11:12. Ahora señala cómo se extendió el milagro del vivo nacimiento de Isaac, terminando en multitud. Por (causa de) lo cual: a causa del nacimiento descrito en el v anterior, también de uno, y éste ya casi muerto (un enorme contraste con lo que sigue) salieron como las estrellas del cielo en multitud. Sí, Dios es fiel y sus promesas no son hechas en vano.

  Heb. 11:13. En este repaso a la actuación de los tres patriarcas, se contempla en primer lugar el hecho de que fueran peregrinos y que murieran sin ver cumplidas las promesas. Conforme a la fe murieron todos éstos. Se trata, pues, de una muerte en fe, es decir que murieron confiando en Dios, creyendo que de una forma u otra Dios se realizaría en ellos, o por ellos, o a través de ellos, o gracias a ellos. Pero aquí aún hay algo interesante. La expresión conforme a la fe se construye no sólo con murieron, sino con los participios que siguen: mirando todas las promesas, creyéndolas, saludándolas, confesando, etc. Lo que sin duda resaltaría aún más el valor de su fe, ya que sitúan el objeto de las promesas en un lugar después de la muerte por cuanto se nos dice de forma expresa que murieron sin haberlas alcanzado. Pues, de ahí su fiel confesión de que eran extranjeros, que la tierra no era más que un camino que se debía andar y que la muerte, una puerta que era necesario traspasar para alcanzar su propia realización. El texto nos autoriza a pensar también que murieron viendo y creyendo las promesas físicas y reales de su familia que se cumplieron en su día, pero la primera acepción del pasaje concuerda más con el espíritu de la lección.

  Heb. 11:14. Este v es una interpretación cabal de las palabras de Abraham citadas en el anterior y transcritas en Gén. 23:4. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria. Ni aún cuando enterró a su mujer, Sara, en Canaán, con 127 años, se sentían en su patria. Compró un trozo de tierra y una cueva porque no quería recibir de los hombres lo que él sabía que Dios le había prometido. Seguía esperando una patria y por eso repetía una y otra vez: Extranjero soy y advenedizo…

  Heb. 11:15. Este es el argumento con que el autor de Hebreos demuestra que los patriarcas se habían ya olvidado de su tierra natal, el ejemplo es de una fuerza tal que no necesita comentario. Y a pesar del hambre y las calamidades padecidas a nadie se le ocurrió la idea de volver a desandar el camino.

  Heb. 11:16. Desde aquí y ahora se ve claro el motivo de esta rendición incondicional a la voluntad de Dios: Anhelaban una patria mejor. Para que no haya confusiones, nuestro autor explica que su ubicación y naturaleza era celestial. Y esa era una gran esperanza y el motivo de la fe: ¡Habitar con Dios después de la muerte en la patria celestial! Fue, precisamente, por esta gran consagración que el Señor no se avergüenza de llamarse el Dios de ellos y la prueba la tenemos en el hecho de que les había dado y preparado una ciudad. Que es el paralelo de aquella otra frase de Jesús: En la casa de mi Padre muchas moradas hay.

 

Conclusión:

Esta es la gran respuesta al desafío de una familia en marcha, cuentan todos y cada uno de sus miembros. Así, como individuos y como familia debemos vivir siendo peregrinos y advenedizos, confesando en todo momento que hemos creído en la promesa, aun cuando ésta no se haya materializado y, pronto, los que nos rodean, los que confían en una patria terrena, dirán de nosotros: ¡Se nota que han estado con Jesús!

 

 

 

 

070367

  Barcelona, 2 de mayo de 1976

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191 DESAFÍO QUE PRESENTAN LAS RELACIONES FAMILIARES

 

Efe. 5:21-6:4

 

Introducción:

En efecto, las relaciones familiares son un desafío a la necesaria honestidad de los cristianos porque cada familia conoce nuestras debilidades. Por el contrario, es el seno de la familia donde hemos de aplicar todo nuestro saber y practicar lo mejor y más sano de nuestro amor. Porque es en el hogar y a través del filtro que nos ofrece la cruz de Cristo que el matrimonio se ve en relación de amor y respeto, en el cual, el marido, la mujer y los hijos ocupan cada uno el lugar que les corresponde.

Veamos el punto paulino:

 

Desarrollo:

  Efe 5:21-33. Cuando hoy leemos este paisaje no podemos agotar ni alcanzar toda su grandeza. No debemos olvidar que para llegar al concepto actual del matrimonio han debido de pasar 20 siglos y aunque en la práctica no alcance siempre el ideal, éste siempre está claro en las mentes y corazones de los hombres que viven en una situación cristiana. Así, consideramos al matrimonio como la unión perfecta de cuerpo, mente y espíritu y de por vida entre un hombre y una mujer. Pero cuando Pablo escribía la situación era muy diferente: * Los judíos tenían muy bajo concepto de la mujer tanto es así, que en sus oraciones matutinas daban gracias a Dios por no haber nacido pagano, esclavo o mujer. El estado de cosas desencadenó imprevisibles reacciones en las costumbres del país y el pueblo, llegando a legislar el hecho de que la mujer no era una persona, sino una cosa y, por lo tanto, posesión absoluta del marido, el cual podía disponer de ella a capricho. Tanto es así, que un hombre podía divorciarse de su mujer si ésta había echado demasiado sal en la comida o si paseaba en público con la cabeza descubierta o si hablaba con otros hombres en la calle o si en sus palabras había una cierta falta de respeto a los padres del marido en presencia de éste o si era alborotadora, impertinente, habladora o adúltera. Bien es verdad que un gran sector del pueblo creía de forma sincera en el matrimonio y que sólo se divorciaban en al caso de adulterio comprobado. De todas formas, unos y otros, se servían del divorcio que les autorizaba la ley en Deut. 24:1, en cuyo v. la frase alguna cosa indecente servía para conformar a las dos tendencias. Dos factores en la ley judía empeoraban las cosas. En primer lugar, la mujer no tenía derecho al divorcio aun cuando su marido pudiera convertirse en leproso, incrédulo, apóstata, o maleante y en segundo lugar, el proceso de divorcio era rabiosamente fácil. El v en cuestión dice que el que quisiera divorciarse debía entregar a su mujer una carta de divorcio. Esta carta, creada por los legalistas, decía: Que esta sea de mi parte la escritura de divorcio, la carta de despido y el acta de liberación, de manera que puedas casarte con cualquier hombre que puedas encontrar. Así, todo lo que debía hacer el hombre es entregar esta carta escrita por un rabino y en presencia de dos testigos y el caso de divorcio estaba cerrado. Luego, si la causa aducida era tan baladí que exageraba, el rabino obligaba al ex marido a devolver al padre de la mujer la dote que aportó al matrimonio. Y cuando surgió el cristianismo, el lazo matrimonial estaba en peligro aun dentro del judaísmo y muchas mujeres rechazaban propuestas de matrimonio por lo inestable de su situación. * El ambiente aún era peor dentro del mundo helénico. Sabemos que la prostitución era una parte esencial de la vida griega y hasta Demóstenes dejo escrito: Tenemos cortesanas por razón del placer, disponemos de concubinas por razón de la cohabitación diaria, tenemos esposa con el propósito de poseer hijos legítimos y una guardiana fiel de todos nuestros asuntos domésticos. Así, pues, las mujeres de las clases más respetables de Grecia llevaban una vida aparte. No tenían parte en la vida pública, nunca aparecía solas por las calles ni en comidas ni en reuniones sociales y vivían en sus propias habitaciones a las que nadie podía entrar salvo el marido. Como decía Jenofonte, la finalidad de este gran ostracismo eran para que vieran poco, oyeran poco y preguntaran tan poco como fuera posible. La mujer respetable ya era educada así desde su nacimiento, esto sin contar los casos de los espartanos que son de dominio público. Así, que encontraban normal que su marido buscase fuera de casa el placer y la amistad que no encontraba dentro de ella. Sócrates decía: ¿Existe alguien a quien puedas confiar asuntos más serios que a tu mujer y que, a la vez, haya alguien con quien hables menos que con ella? Para arreglar las cosas, en Grecia no existía un procedimiento legal de divorcio por lo que éste era meramente un pobre capricho, la única seguridad que tenía la mujer era la reintegración de su dote. Pero lo cierto es que en Grecia el hogar y la vida familiar estaban próximos a irse, a desaparecer y la fidelidad era absolutamente inexistente. * Pero en los días de Pablo la situación de Roma era aun peor. La moral y la degeneración  en Roma eran trágicas, y la familia estaba en ruinas. Séneca dejó escrito que todas las mujeres se casaban para divorciarse y se divorciaban para casarse. Y luego, en otra gran ocasión, añade: si los varones datan sus años con los nombres de sus cónsules, las mujeres lo hacen con los nombres de sus pocos maridos. El poeta Marcial nos habla de una mujer que tuvo diez maridos. Juvenal de una que tuvo ocho en cinco años y Jerónimo nos confirma que vivía una mujer casada con su vigésimo tercer marido el cual a su vez ella era la mujer vigésimo primera. El mismo Cicerón se casó por última vez a una edad muy avanzada con una joven rica para lo cual echó de su casa a su actual mujer Terencia. Esta era la atmósfera del mundo antiguo en el cual se puede decir que se respiraba el adulterio por todas partes. El lazo matrimonial estaba en completa bancarrota. Pablo escribe contra el trasfondo de esta situación. Y lo que intenta es llamar a los hombres y mujeres a una nueva fidelidad, a una nueva pureza y a una nueva comunión en la vida matrimonial.

Justamente es en este pasaje donde encontramos el verdadero pensamiento de Pablo sobre el matrimonio. En otra ocasión dejó escrito cosas que nos llenan de perplejidad y nos desconciertan, cosas que honestamente desearíamos que nunca las hubiese dado por escrito. Uno de los caps más extraños de Pablo es 1 Cor. 7. Es allí dónde habla del matrimonio y sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres. Según este cap, la verdad desnuda, es que la única razón por la cual es permisible el matrimonio, es para evitar algo peor. Pero a causa de las fornicaciones, escribe, cada uno tenga su propia mujer y cada una tenga su propio marido, 7:2. Permite que una viuda pueda casarse de nuevo, pero es mejor que se quede soltera, 7:39, 40. Prefiere que no se casen solteros y las viudas, pero si no tienen el don de la continencia, que se casen pues es mejor casarse que quemarse, 7:9. Para hablar con crudeza, la enseñanza hiriente y extraña de este cap, es que el matrimonio es mejor que el adulterio, pero que eso es todo lo que se puede decir sobre él. Pero creemos que hay una razón para que Pablo escribiese así. Y al hacerlo por primera vez a los corintios, esperaba cada día y cada hora la segunda venida del Señor y estaba convencido de que nadie, hombre o mujer debía someterse a ninguna clase de lazo terrenal, sino que debían concentrarse en la preparación de esa segunda venida. El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradarle, pero el casado tiene el cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, 7:32, 33. Así, y cuando escribía el cap 7 de 1 Cor, Pablo estaba insistiendo en realidad en que el hombre debía amar más a Jesús que al padre o a la esposa o al hijo, en que la lealtad a Jesús debía tener preferencia sobre las más caras lealtades de la Tierra. Pero entre este cap y el de Efesios que hoy estamos estudiando hay un espacio de nueve años y en el transcurso de los cuales se percató de que la segunda venida no era tan inminente como creía, que de hecho la comunidad cristiana no vivía en situación temporal de final del mundo, sino en una situación más o menos permanente. Por eso, en Efesios, encontramos la verdadera enseñanza de Pablo sobre el matrimonio y nos viene a decir que éste es la relación más preciada de la vida y que su único paralelo es la fiel relación entre Cristo y su Iglesia. Así, para ser justos con él debemos sacar su doctrina sobre el tema de este cap y no sobre el anteriormente citado, porque, aparte de lo dicho, parece ser que este pasaje de Cor. está coloreado por una experiencia personal suya. Él pertenecía al Sanedrín pues que en Hech. 26:10 dice que dio su voto contra los cristianos y sólo lo hacían quienes pertenecían a tal alto gobierno. Bien, parece ser que una de las condiciones para ser miembro del organismo era estar casado, por eso él tuvo que estarlo. Pero no menciona nunca a su esposa, ¿por qué? Puede que ésta lo dejara cuando se hizo cristiano o puede que le diera mal vivir. Lo cierto es que parece ser que cuando escribe a los corintios hablaba no sólo como esperando el advenimiento inmediato de Cristo, sino como alguien que ve en el matrimonio uno de los problemas más grandes y uno de los quebrantos más penosos. En estas concretas circunstancias, es fácil de imaginar que concibiera al matrimonio como un estorbo para el cristiano. Pero con el correr de loa años cayó en la cuenta que la relación matrimonial se asemejaba nada menos que a la relación entre Cristo y la Iglesia.

Y por tanto ve en el amor que el marido debe tener con su mujer cinco aspectos que tienden a aprobar su tesis: * Debe ser un amor sacrificial. El hombre debe amar a su mujer como Cristo ama a su Iglesia, es decir, hasta el punto de darse a sí mismo. Nunca debe ser un amor egoísta pues que Cristo no amó a la Iglesia para que ésta hiciera algo especial, sino para hacer él cosas por ella. Cierto que Pablo afirma que el marido es cabeza de la mujer, y también dice que el marido debe amar a su mujer como Cristo nos amó, con un amor que jamás recurre a la tiranía del control, sino que está dispuesto a cualquier sacrificio por su bien. * Tiene que ser un amor purificador. Cristo purificó y consagró a la Iglesia por el lavamiento del agua el día en que cada miembros de la misma hizo profesión de fe en el acto público del bautismo. Así que el verdadero amor del marido hacia su mujer es aquel que purifica, que crea, que mejora, que quita las arrugas de los problemas y la suciedad de los malos entendidos. El amor verdadero es el gran purificador y limpiador de la vida. * Debe ser un amor solícito. Un hombre debe amar a su mujer como ama a su propio cuerpo. Así, el verdadero amor no ama por conveniencia, sino que regala a la persona amada. Darse es la cresta superior del amor conyugal y entendemos por darse el hecho de complementarse. No en vano se nos dice en Gén.: Hagamos al hombre… varón y hembra los crió. * Es un amor inquebrantable. Por este amor, el hombre deja padre y madre y se junta a su mujer. Se hacen carne, es decir, se une a ella como los miembros del cuerpo lo hacen entre sí. No piensa ni trata de separarse de ella porque sería lo mismo que si quisiera desgarrar su propio cuerpo, y por fin * es una relación con nuestro Señor. Se vive en su presencia, en su atmósfera y cada iniciativa es dirigida por el Señor y cada decisión es tomada por el Señor. Así, en el hogar cristiano, Jesús es el huésped que siempre tiene un lugar preferente aunque éste sea invisible, por lo que podríamos decir que los cristianos también formamos el vivo y famoso triángulo: Marido, mujer… y Cristo.

  Efe 6:1-4. Y si la mujer debe al cristianismo el lugar que hoy ocupa, otro tanto podemos decir de los hijos, los cuales, los que llegaban a vivir, habiendo pasado la cruel preselección paterna imperante en la época, no adquirían la mayoría de edad hasta la muerte del padre. Pero Pablo manda que los hijos obedezcan a los padres y que los honren. Dice que es el primer mandamiento con promesa y lo que probablemente quería decir  es que es el primer mandamiento que el niño debía aprender de memoria. Mas Pablo se da cuenta de que el problema tiene otra cara. Dice a los padres que no provoquen la ira de sus hijos y en Col. 3:21, su orden tiene una forma más concreta: Padres, no exasperéis a vuestros hijos para que no se desalienten. Sabemos que el desaliento lo puede producir unas críticas continuadas, disciplinas demasiado rígidas o reprimendas fuera de lugar. Además. debemos recordar que podemos ser injustos con los hijos por lo menos de tres maneras: * Podemos olvidar que las cosas tienen que cambiar. Que las costumbres de una generación no tienen por qué ser de la otra. De todos es conocida aquella anécdota de la madre que reñía a su hijita: Cuando yo tenía tu edad no me dejaban hacer esto. A lo que la niña respondió: Pero mamá, tú vivías entonces y yo vivo ahora. * Podemos practicar un control tan estricto que se vuelva en un descrédito para la misma educación de los hijos. Los padres deberíamos recordar que es mejor correr el riesgo de equivocarse con los hijos confiando demasiado en ellos, que controlándolos agónicamente. * Podemos olvidar el deber de estimular. Lutero dijo en cierta ocasión: Si ahorras la vara arruinarás al hijo, pero junto a la vara ten una manzana para dársela cuando obre bien. Así, el estímulo logra más que el reproche.

 

Conclusión:

La enseñanza final es que nunca debemos acobardar a nuestra juventud. Según Pablo, los hijos deben honrar a sus padres, pero éstos nunca deben desanimarlos. Así, el desafío que presentan las relaciones familiares no es más que otro estímulo para crecer, ¡aprovechémoslo!

 

 

 

 

070368

  Barcelona, 9 de mayo de 1976

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192 DESAFÍO AL CONFORMISMO

 

Rom. 12:1-10, 14-18

 

Introducción:

Estamos de acuerdo en que todas las familias cristianas deberían vencer las presiones que continuamente se le presentan por tratar de vivir de acuerdo con su fe. Estas presiones son de muy diversa índole: El precio de la comida, de la ropa, y de los artículos de 1ª necesidad, aumentan cada día a ojos vistas; el costo para educar a los hijos está tan disparatado que, a veces, la angustia hace presa de nosotros; el alquiler de la vivienda, la luz, el agua, el gas y los saneamientos cuestan también más a cada año que pasa. Por otro lado existen las llamadas presiones morales, tan definitivas o más que las económicas, que ponen su grano de arena en este mare mágnum que nos ha tocado vivir: ciertos ancianos que hay que mantener, hijos enfermos, amigos que nos instan a no ser fieles a nuestras esposas o maridos, compañeros de trabajo que nos dicen de estafar a nuestros patronos o políticos de tendencias dudosas que nos presionan a mal hablar de nuestros gobiernos, etc., etc., son otras tantas espadas de Damocles que minan nuestra sana y vital necesidad de estabilidad y ponen en peligro nuestro exigible testimonio.

Sin embargo, el mensaje de Pablo y de Cristo es claro:

 

Desarrollo:

  Rom. 12:1, 2. No hay una demanda que sea más característica del cristianismo que esta de presentar vuestros cuerpos a Dios. Desde los mismos griegos que preconizaban la exaltación del ser espíritu en contra de las miserias del cuerpo, de quien ciertos nos predicaban que incluso llegaba a ser vergonzante, hasta los raros y modernos puritanos de boquilla que consideraban al cuerpo un lastre que les impedía  elevarse a las más altas esferas, siempre ha habido quienes han creído que la carne es la espina que nos hace andar medio cojos en el valle de lágrimas, el castigo por nuestros pecados más o menos originales, la joroba que nos humilla y el barro que nos consume. Pero los auténticos cristianos jamás han creído eso. El cuerpo es el templo del E. Santo, el lugar dónde se manifiesta y desarrolla el E. Santo y el instrumento mediante al cual obra el E. Santo. El cristiano sabe que su cuerpo pertenece al Señor como su alma y que puede servirle tanto con su cuerpo como con su mente y espíritu. Así pues, nos dice Pablo, toda tu cuerpo, todas las tareas que debas hacer cada día en la tienda, en el taller, en la fábrica, en la oficina, en la cocina o… en la cama y ofrecerlas a Dios como un acto de adoración.

La palabra traducida en el v. 1 por culto nacional tiene una carga histórica muy interesante: Es el verbo original que significa hacer o trabajar por un jornal o paga. Se usaba para definir la labor que uno hacía a cambio de una remuneración estipulada y no tenía nada que ver con la palabra esclavitud por cuanto este trabajo era aceptado de forma voluntaria. Con el tiempo, llegó a significar el servir, pero también se aplicaba para definir todo aquello que el hombre dedica a la totalidad de la vida. Por asimilación, pasó a usarse con todo aquello que se dedicaba para el servicio de los dioses. Y esta última acepción es la usada por Pablo. De donde se tiene que el verdadero culto, el culto realmente espiritual, es la ofrenda del cuerpo, de todo lo que uno hace diariamente con él, a Dios. El culto verdadero no es tan solo la ofrenda de plegarias al Señor. El culto verdadero no es tan solo la ofrenda de plegarias a Dios, no es tan solo el cumplimiento de una liturgia por noble que sea ni de un ritual, por magnífico que sea. Adorar es ofrecer a Dios la vida de cada día. Así, uno puede decir: Voy a la iglesia a adorar a Dios, pero también debería decir: Voy a la fábrica, la tienda, la oficina, la escuela, el garaje, el cobertizo de los trenes y locomotoras, aquella mina, el astillero, el campo, el establo, el jardín, la cocina y el deporte a adorar a Dios. Esto, nos dice el mismo Pablo, exige un cambio radical. Dice que no debemos ver ni adaptarnos al mundo, sino ser transformados. Para expresar la idea, usa dos palabras griegas prácticamente intraducibles en este idioma, pero cuyas raíces vamos a tratar de explicar. La primera significa la forma exterior que varía año tras año y día tras día. Así, el exterior de un hombre no es el mismo cuando tiene 17 años que cuando tiene 70. No es el mismo en ropa de trabajo que cuando se viste para la cena o para salir. El exterior de un hombre está en cambio continuo.  de manera que Pablo dice: No tratéis de emparejar vuestra vida con todas las modas del mundo, no seáis como el camaleón que toma el color de todas las cosas que lo rodean, no sigáis al mundo, no dejéis que éste decida cómo debéis ser. Pero hay algo más, la segunda palabra, la segunda raíz significa la forma o el elemento esencial inalterable del algo. Ya hemos dicho que un hombre no tiene el mismo esquema a los 17 años que a los 70. Pero si tiene la misma forma interior. Uno tiene distinto aspecto exterior en ropa de trabajo que en ropa de fiesta, pero tiene el mismo carácter., el aspecto va cambiando pero es la misma persona. Por lo tanto, Pablo está diciendo que para adorar y servir a Dios debemos sufrir un cambio, no en la forma exterior, sino en nuestra personalidad interna, en la esencia misma de nuestro ser. Para decirlo de otra manera y parodiando al apóstol, podemos decir que si nos abandonamos a nuestro arbitrio viviremos dominados por los más bajos instintos de la naturaleza humana, pero si nos entregamos a Cristo, de seguro viviremos una vida dominada por el Espíritu. Sin duda, se ha producido un cambio interior, la esencia del hombre ha sido cambiada, ahora ya no vive una vida centrada en sí mismo, sino una vida que gira alrededor de Cristo y para Cristo. Pero, ¿cómo puede ser esto? El apóstol dice que por la renovación de nuestras mentes. La palabra usada significa nuevo respecto al tiempo, nuevo en carácter y la naturaleza. Cuando Cristo entra en la vida de un hombre se hace, se transforma en un hombre nuevo, a partir de este momento el centro de su ser es diferente, el poder impulsor de su vida es otro, su mente es diferente, porque el centro, el poder impulsor y la mente son de Cristo y se posesionan totalmente de ellos. Entonces cuando Cristo se transforma en el centro de las vidas, podemos ofrecer a Dios un culto verdadero, un culto que es la ofrenda de cada momento y cada acción de nuestra vida.

  Rom. 12:3. La gracia que le ha sido dada al apóstol es la fe, por medio de la cual adquirió ese conocimiento que le hace discernir las cosas que el Espíritu de Dios quiere revelarle. Y conforme a esta gracia exhorta a no tener más alto concepto de sí mismo que el que uno debe tener, sino procurando la cordura naturalmente espiritual que permite ver en cada uno de nuestros hermanos a los otros tantos miembros de un mismo cuerpo a quienes Dios les quiso otorgar también el mismo tipo de gracia. La idea de que la Iglesia es un cuerpo con muchos miembros está muy desarrollada en Pablo y siempre que puede vuelve con el tema.

  Rom. 12:4. Y como tales debemos vernos cumpliendo con la función propia que nos corresponde y no otra, sabiendo que el verdadero valor está en el cumplimiento adecuado de la función que ocupamos como miembros.

  Rom. 12:5. En una palabra, parodiando el ejemplo, viviendo en la interdependencia total unificada, vivificados y moviéndonos por un mismo Espíritu.

  Rom. 12:6. Es el Espíritu quien dota a su Iglesia diferentes dones para el perfeccionamiento de los santos… y la edificación. Si a un miembro le es dado el carisma de la profecía, debe usarla para revelar la voluntad de Dios, sin agregar ni un ápice de su propia cosecha y conseguir el fortalecimiento del resto de los miembros.

  Rom. 12:7. Quien se sienta llamado al servicio debe entregarse del todo a los demás, quien sienta el carisma de la enseñanza, se dará en enseñar el contenido de la Palabra de Dios traduciéndolo en la vida práctica de la Iglesia.

  Rom. 12:8. Si la enseñanza esclarece juicios para ser llevados a la práctica, la exhortación conmueve los corazones para llevar a cabo la obra. Quien reparta, dé de lo suyo, si preside debe hacerlo como lo haría un jefe de familia, con celo y justicia, y quien mira y ministra a los enfermos, encarcelados, pobres, refugiados, y depauperados porque es misericordioso, debe hacerlo con alegría contagiosa y su visita tendrá un valor doble.

  Rom. 12:9. Ya sea entre los hermanos, vs. 10-16, o a todos los hombres, incluyendo a todos los enemigos, vs. 17-21, el amor ha de conjugarse como fruto de una vida plena por el E Santo.

  Rom. 12:10. Pues así de claro, en el amor espiritual no hay que solapar la falsedad ni la indiferencia. El amor es activo y por eso el imperativo de amaos los unos a los otros, pero es menester que este ágape sea afectuoso y tierno como un amor fraternal, pues de eso se trata, que ame a los otros como más dignos y les da honra y preferencia.

  Rom. 12:14. El primer signo exterior del experimentado por el cristiano a partir de su nuevo nacimiento, es su nueva capacidad de amar. Sin embargo, la exhortación va más hondo, porque se nos pide que invoquemos la bendición divina sobre los que nos persiguen, con lo que pedimos para ellos que sean colmados de bienes y de prosperidad.

  Rom. 12:15. Se trata de nuevo de palabras que van directas al corazón, porque gozoso es el ánimo que se complace en la propia posesión  de bienes materiales apetecibles y el corazón cristiano ha de anhelar vehemente los bienes espirituales, conjuntamente con sus hermanos en la fe y que, por lo tanto, jamás puede causar perjuicios. Y en cuanto al llorar es también un llamado a sentir de forma viva lo mismo que sienten los otros cuando sufren ciertas desgracias o muertes o culpas o pecados.

  Rom. 12:16. La libertad en Cristo tumba las barreras sociales raciales o geográficas y permite convivir con un sentir común. En el momento de nuestra entrega al Señor acaba nuestra altivez innata y el conocimiento de la indignidad con que se ha ido bien alcanzado por la misericordia de Dios, permite la asociación sin restricciones con otros que comparten la misma situación de viva humildad consciente. Naturalmente, en una sociedad ideal como la que pregona Pablo, no pueden haber sabios en su propia luz u opinión, sino sabios para el bien general.

  Rom. 12:17. El amor cristiano va al encuentro del odio y de la necesidad y si el enemigo tiene hambre, le da de comer; si tiene sed, le da de beber y si está cansado, de dará descanso de forma tal que el bien, aplicado agresivamente, venga al malpara siempre jamás. Este es el olor a Cristo, el estilo de vida y la aplicación del amor de toda la tesis cristiana.

  Rom. 12:18 Esta es la sal de la tierra: siempre con un ánimo tranquilo en medio de los hombres. Conversación sosegada, sin esas turbaciones mentales. Comportamiento sin apasionamientos irreflexivos, por fin, haciendo efectivo aquel dicho: Dos no se pelean si uno no quiere.

 

Conclusión:

Si es cierto que la unificación de la Iglesia como cuerpo, es un sustento divino del E. Santo, también que no es una organización de personas con cuerpos, mente y espíritus, sino un ser vivo en donde cada miembro nace, se mueve, crece y se perfecciona en sus funciones para el bien propio y el de los demás.

¡Os emplazo a que, con la ayuda de Dios, desafiéis conformismo letal que nos rodea y eclosionéis en amor!

 

 

 

 

070369

  Barcelona, 16 de mayo de 1976

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193 DESAFÍO A LAS DROGAS Y AL ALCOHOL

 

1 Cor. 6:9-20

 

Introducción:

Vimos el domingo anterior que la persona que ha emprendido el camino de ser santo era un ser eminentemente espiritual y, por lo tanto, dependiente del amor de Dios en todo momento y así, en vez de ser retado por las cambiantes circunstancias del mundo, es desafiante, agresivo y, en último extremo, determinante para ver y arremeter contra las poderosas armas que esgrime el maligno para debilitar y aun anular la influencia de los hijos de Dios. Por lo tanto, el creyente, por su naturaleza, no puede ser imparcial ante la vida, es más, siempre, en todo momento, debe asumir cartas en su partida y concretar su postura sin olvidar que aparte de ser una persona conocida y expuesta a las miradas de parientes, amigos, conocidos, etc., que desmenuzan su gestión, el propio Dios que es quien escudriña su corazón y a Él no puede engañar. Pero el vivo problema aún es más evidente y sutil. El creyente, no sólo rechaza lo que es maligno para su cuerpo o su mente, sino que lo evita. Es más, y ahí radica su verdadera grandeza, lucha por los medios a su alcance para que otros lo abandonen, le imiten y, que por fin, acepten a Cristo como a su único y suficiente Salvador.

 

Desarrollo:

  1 Cor. 6:9-11. Pablo nos describe, en una terrible enumeración de pecados, el estado de la civilización corrompida en la que la Iglesia de Corinto estaba creciendo. Hay ciertas cosas de las que no es agradable hablar, pero debemos hacerlo, debemos repasar y considerar el catálogo, aunque sea una sola vez cada cuatro años, y tratar de comprender el medio que rodeaba la Iglesia primitiva, y ver que la naturaleza humana no ha cambiado mucho o nada En el rol tenemos fornicarios y adúlteros. Descubrimos el domingo anterior, y en otras ocasiones, que el relajamiento sexual era parte de la vida pagana y que la virtud de la castidad, que siempre nos preconizaba el apóstol, era casi desconocida. La palabra que usa el gr. para describir fornicario es especialmente desagradable y se utilizaba con preferencia para describir a todos aquellos hombres que se prostituían. Hoy la palabra se usa para señalar a aquel que tiene ayuntamiento carnal fuera del matrimonio. Tampoco la palabra adúltero tenía mejor suerte, viniendo a describir a aquel que tiene ayuntamiento carnal ilegítimo con la mujer que no es su esposa, pudiendo ésta estar soltera o casada. A continuación aparecen los idólatras. El edificio más grande de Corinto era el templo de Afrodita, la diosa del amor, donde prosperaban mano a mano la idolatría y la inmoralidad. Tanto entonces como hoy, la idolatría es el triste ejemplo de lo que sucede cuando tratamos de hacer que la religión sea más fácil. Históricamente, un ídolo no surgía como un dios, su función original era facilitar el culto del dios inalcanzable, proveyendo de algún objeto que localizara la presencia del mismo. Pero muy pronto los hombres empezaron a adorar no al dios que estaba detrás del ídolo, sino al ídolo mismo. Este es uno de los grandes peligros de la vida actual: Los hombres tienen la tendencia de adorar al símbolo en lugar de la realidad. Se enfatiza constantemente que la veneración de los símbolos no es peligrosa, que la intercesión de los prohombres ya muertos no debilita, que las moratorias y bulas no nos perjudican, pero la adoración que se da a los ídolos, más o menos disfrazada, es la idolatría y es lo que nos perjudica. Fácilmente podemos constatar la peligrosidad que reviste el hecho de hacer objeto de nuestras vidas al dinero, a la mujer, al trabajo o a nuestro propio ego. Debe haber sido muy difícil ser cristiano en la corrupta atmósfera de Corinto. Había afeminados. La palabra traducida significa de una forma literal aquellos que son suaves y femeninos, aquellos que han perdido su virilidad y que no viven en la lujuria de los goces o placeres escondidos; la palabra, en suma, describe lo que sólo llamar vicio en el que el hombre ha perdido todo poder no sólo de resistencia, sino de dignidad y vergüenza. Está en un punto tal del que ya no pueden salir sin la neurología y psiquiatría y está en vías de convertirse en un psicópata crónico. Cuando Ulises y sus marinos llegaron a la isla de Circe se encontraron con la flor del loto. El que comía de la flor se olvidaba de su hogar y de hasta sus seres queridos y deseaba vivir para siempre en aquella tierra en la que era siempre de tarde. Perdían el gozo severo que viene del hecho diario de remontar las olas del mar de la vida. Así, el afeminado desea la vida en la cual siempre es de tarde. Había los ladrones y estafadores. Prácticamente, el mundo antiguo estaba lleno de ellos. Era muy fácil entrar en las casas, además muchos cacos frecuentaban los lugares públicos: Baños y gimnasios. En donde robaban las ropas y pertenencias de los que se estaban en el agua o en el campo. Era común el robo de esclavos con ciertos dones especiales hasta el punto que sus dueños trataban de minimizar su habilidades tratando de que no fueran apetecibles. Leyes locales y costumbres demuestran lo grave que era este problema. Tanto es así que había tres tipos de robo que se penaban con la muerte: * Robos por valor de más de 50 dracmas; * robos en los baños del pueblo, gimnasios y foros por valor de más de diez dracmas y * robos nocturnos, cualquiera que fuera su valor. En una palabra, los cristianos vivían rodeados por una población que se dedicaba a la ratería o a sacar dineros con engaños. Había borrachos. La palabra usada proviene de otra que significa bebedor sin control. En Grecia, hasta los niños bebían vino y el alimento matutino de los bebés eran sopas de pan con vino. La inadecuada provisión de agua era una de las causas del por qué se bebía tanto vino y si por otra parte, justo es reconocerlo, la sobriedad de los griegos es bien reconocida por los clásicos, las borracheras de los corintios eran alabadas hasta el punto de convertirse en atracción turística. Había avaros y maldicientes. Los cuales herían a las personas en el bolsillo y en la dignidad. Y Había, por fin, homosexuales. Es con mucho el pecado menos natural. Este mal pecado se había extendido como una infección en la vida griega, y más tarde se propagó a Roma por aquellos de que los conquistadores heredad lo peor de los conquistados. Apenas nos podemos dar cuenta de lo complicado que era el mundo antiguo. todavía un hombre tan grande como Sócrates lo practicaba con normalidad. El diálogo de Platón el Simposio ha sido señalado como una de las grandes obras de amor que se conocen, pero su tema no es el amor más o menos natural, sino el antinatural. Catorce de los primeros quince emperadores romanos practicaban este vicio y el que a la sazón era el vigente, Nerón, había tomado a un joven llamado Esporo y lo había castrado. Se había casado con él en una gran ceremonia y lo había llevado a palacio en procesión y vivía con él como con una esposa. Además, también se había casado con un hombre real llamado Pitágoras y lo consideraba su esposo. En este estado de cosas, cuando se eliminó a Nerón y otro subió al trono, lo primero que hizo fue tomar posesión de Esporo. Mucho más tarde, el buen nombre del emperador Adriano está asociado para siempre con el de un joven de Bitinia llamado Antonio. Vivió con él siempre y cuando murió lo deificó y cubrió el mundo con sus bellas estatuas e inmortalizó su pecado llamando a una estrella por su nombre. Y este vicio es especial, en la época de la Iglesia primitiva hundía al mundo en la vergüenza, tanto es así, que existen pocas dudas de que este fuera una de las causas principales de su degeneración y de la caída final de nuestra civilización. Pero después de este horrendo catálogo de vicios, naturales o no, Pablo da un grito de triunfo: Y eso erais algunos de vosotros. En consecuencia, la mayor prueba del cristianismo residía en su poder. Podía tomar los desperdicios de la humanidad y hacer de ellos hombres. Y podía tomar a los hijos perdidos de la vergüenza y hacerlo hijos de Dios. Había en Corinto, y en todo el mundo, unos hombres que existían, que eran prueba vivientes del poder regenerador de Dios y de su Cristo. Este poder es todavía el mismo. Ningún hombre puede cambiarse a sí mismo, sólo Cristo puede hacerlo, incluso en la literatura más contemporánea hay un marcado contraste entre la pagana y la fiel cristiana. Séneca declara que los hombres necesitan la mano de alguien que se agache a recogerlos. Pablo replica que el hombre es una joya en bruto la cual, una vez comprada por precio brilla con todo su esplendor. A este mundo, consciente de la marea más decadente que nada ni nadie podía detener, llegó el poder radiante del cristianismo cambiando todas las cosas de manera triunfal y visible.

  1 Cor. 6:12-20. Ahora Pablo se enfrenta a la serie de problemas determinados con un curioso mandato: Glorificar, pues, a Dios con vuestro cuerpo. Este es el grito de batalla del apóstol. Mas si siempre había abundado en el tema, ahora es más necesario que nunca, porque todos aquellos griegos y corintios siempre negaron y despreciaron al cuerpo. Hay un proverbio que decía: El cuerpo es una tumba. Epicteto, el famoso filósofo, exclamaba: Soy una pobre alma encadenada a un cadáver. Lo que más importaba a los libre pensadores era el alma, el espíritu del hombre mientras que el cuerpo no les interesaba para nada. Naturalmente, esta nula actitud degeneraba en dos vertientes: O daba origen a un riguroso ascetismo en el cual todo se realizaba para dominar y humillar los deseos o instintos del cuerpo o, en la urbe de Corinto prevalecía esta segunda actitud, significaba que puesto que el cuerpo no importaba se podía hacer lo que se quisiera con él y, por lo tanto, había que dejar que se saciara y satisficiera sus apetitos. A nadie le importaba lo que uno hiciera con su propio cuerpo. De pronto, en esta esfera, irrumpe Pablo con su doctrina cristiana y todo nos parece complicarse. Si el hombre cristiano es más libre que otros a impulsos de su novísimas creencias, ¿no está libre para hacer lo que desee, en especial con este cuerpo que le pertenece y al que tiene tan poco apego? De modo que, argumentaban los corintios de una manera sabia, había que dejar que el cuerpo hiciese lo que quisiera. Mas, ¿qué es lo que el cuerpo quiere? El estómago ha sido creado para la comida y ésta para aquél, seguían diciendo los corintios. Comida y estómago van juntos. Y de la misma manera, decían, el cuerpo estaba hecho para sus instintos, incluyendo el acto sexual. Así que había que dejar que los deseos del cuerpo les siguieran por su camino. Pero la respuesta de Pablo es clara: El estómago y la comida son algo pasajero, llegará un día en que las dos cosas desaparecerán en el polvo, mas el alma personal e inmortal ha sido creada para unirse a Cristo Jesús en este mundo y crecer en el más allá. De forma que Cristo y el hombre ya están relacionados. ¿Qué sucede entonces si cualquier hombre fornica o adultera? Si entrega su cuerpo a una ramera, ¿qué ocurre con el Señor? Dice la Escritura que el acto sexual hace que dos personas sean una sola carne, Gén. 2:24, ¿entonces? El cuerpo físico que también pertenece a Jesucristo ha sido prostituido con todos los considerandos que ello significa. Ahora bien, debemos recordar que Pablo no nos está escribiendo un tratado, está predicando y rogando con su fogoso corazón y con una lengua que está lista a usar todos los argumentos que pueda para apoyar su exposición. Dice que de todos los pecados, la fornicación es el que afecta más al cuerpo del hombre. Ahora, esto no es rigurosamente cierto pues el alcoholismo, p ej., puede hacer lo mismo. Pero Pablo no está escribiendo para un examinador, está suplicando para que los corintios se salven en cuerpo y alma. Al final, realiza un último llamado: Debido a que el E de Dios habita en nosotros, nos hemos convertido en su templo y si esto es así, nuestros cuerpos son sagrados. Lo que es más, Cristo murió no para salvar una parte del hombre, sino su totalidad, cuerpo, mente y espíritu. Así tuvo que morir para devolver al hombre un alma redimida y un cuerpo puro. Debido a esto, el cuerpo del hombre no es de su sola propiedad con el cual puede hacer lo que desee, sino que sólo lo administra, pertenece a Cristo, y el hombre debe utilizarlo no para satisfacer sus propios apetitos, sino para la gloria de su Salvador.

Esta enseñanza paulina encierra dos grandes pensamientos: * Se insiste en que, a pesar de estar libre para hacer lo que uno desee, no dejará que nada le domine. Una de las grandezas de la fe cristiana es que no libera al hombre para pecar, sino para que no lo haga. Es fácil dejar que hábitos, prácticas y formas de vida nos dominen, pero la fuerza dinámica de Cristo ayuda a vencerlos. Y cuando un hombre realmente experimenta el poder cristiano se convierte, no en un esclavo del cuerpo, de sus instintos y de sus deseos, sino en amo de los mismos. * Pablo insiste en que no nos pertenecemos. No hay en el mundo un hombre que se haya hecho a sí mismo. No podemos hacer nada que sólo nos haga sufrir a nosotros. El cristiano ya no piensa en sus derechos, sino en sus obligaciones. Nunca puede hacer lo que quisiera, debido a que no se pertenece, sino que debe hacer siempre lo que Cristo quiere, debido a que le compró con su sangre.

 

Conclusión:

Digámoslo de una vez por todas: El cuerpo forma parte del ser humano, y si el E. Santo está en el hombre, el cuerpo le sirve de santuario y participa de esa gloria tanto como puede hacerlo el alma y así debe hacerse instrumento santificado de la voluntad de Dios y glorificarle. ¡Qué moral presenta aquí el apóstol contra el pecado!

 

 

 

 

070370

  Barcelona, 23 de mayo de 1976

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194 COMIENZOS

 

Hech. 1:1, 2; 2:22-32

 

Introducción:

Empezamos hoy una unidad de estudios titulada: La Biblia y la Iglesia, que está compuesta por trece lecciones a cual más viva y sugestiva, en el transcurso de las cuales trataremos de contestar a otras tantas preguntas que por si solas hablan de la importancia de los temas que las provocarán.

Veamos un pequeño avance: * ¿Sobre quién se funda la Iglesia? * ¿Cuáles son las tres cualidades necesarias para un pastor o un diácono? * ¿Dios da por igual su E Santo a todos los creyentes? * ¿Cuál es la responsabilidad de cada creyente ante las autoridades civiles? * ¿Para quiénes es el verdadero Evangelio y cuál es la responsabilidad del creyente en cuanto ellos? * ¿Cómo debemos relacionarnos con el mundo natural? * ¿Cómo podemos saber la diferencia entre la verdad y el error? * ¿Cómo se relacionan las obras de la fe en cuanto a la Salvación? * ¿Por qué es importante la Biblia? * ¿Se limita el Evangelio a ciertas personas? * ¿Cómo se deben tratar a los de otra raza, nacionalidad, etc.? * ¿Por qué se enseña la Biblia en la Iglesia? * ¿Por qué colaboran las iglesias y los creyentes en una iglesia local?

La primera de ellas habla por sí sola de la temática que encierra y por cuya respuesta cientos de hombres han luchado, incluso muerto, arguyendo que disponían de la verdad, pero ésta sólo es una: El fundador de la Iglesia es Cristo, el cual, a través del E Santo, la mantiene viva y agresiva con la misión de proclamar su evangelio a el mundo. Y con un tema sí, fácilmente podríamos caer en la trampa de levantar una polémica acerca de lo que creen otras confesiones, para nada más lejos de nuestro propósito. Eso sí, creemos que la roca citada por Mat. 16:18 señala a Cristo, esto lo podemos saber no tan sólo al desgranar la confesión de Pedro, sino por propia y particular revelación del E. Santo. En efecto, Él es quien revela a los hombres el conocimiento de la naturaleza de Cristo y el que traduce a sus corazones el alcance de su amor y su sacrificio. No en vano Mateo señala esa dirección cuando incluye en su evangelio la famosa declaración de Pedro o Juan al contar la confesión de Tomás o el propio Pablo cuando dice: Nadie puede llamar a Jesús Señor si no es por el E. Santo. Y es en base a esa revelación del E. Santo para reconocer en Jesús al Hijo de Dios en que está fundada la fe del pueblo cristiano. No hay otro fundamento. No puede haberlo porque cualquier otro por fuerza sería un espejismo de la realidad. En una palabra pues, Cristo es la roca inconmovible en quien Dios ha sustentado todas sus voces y promesas de redención eterna predichas desde el Edén, si me apuráis, desde antes de la fundación del mundo, a través del santo testimonio del pueblo de Israel y su propia manifestación en forma humana en el momento preciso y, en consecuencia, sólo allí dónde quiera que se reconozca a Jesús como hijo de Dios, está su Iglesia.

 

Desarrollo:

  Hech. 1:1. Desde las primeras palabras, Lucas nos recuerda que ha escrito ya un primer libro, la vida de Jesús. Este relato, tratado, discurso, historia o evangelio, dedicado al mismo Teófilo que aparece aquí, Luc. 1:3, se resume ahora en dos palabras: hacer y enseñar. Y lo curioso es que Lucas coloca antes las obras de Jesús que sus enseñanzas indicando con ello que por aquéllas y no por éstas nos ha revelado a Dios y salvado a nuestra humanidad. Igual el santo escritor hace hincapié en el verbo comenzó (a hacer y a enseñar) indicando quizás que Jesús, durante su paso por la tierra, no ha hecho más que empezar la inmensa obra de la salvación del mundo, que ha colocado el fundamento, que ha señalado el medio y el camino y que la prosigue desde lo alto de su gloria por y a través de su Espíritu y por medio de sus discípulos, la Iglesia, hasta que llegue la perfección, Hech. 2:3, lenguas de fuego… que será la demostración del conocimiento pleno. Este argumento da o parece cobrar fuerza cuando en el v. 2, determina la marcha del Cristo histórico y se inicia aquella acción del Cristo glorificado a través de sus testigos dando cuerpo y tema a todo el libro de los Hechos de los Apóstoles. Es así como, con este suave puente roto o interrumpido, Lucas continúa su narración aplicando en su 2º tratado lo que predijo en el primero.

  Hech. 1:2. Hasta ese día, día en que fue recibido arriba, llegaba el relato del evangelio según Lucas, 24:50-52, pero el autor quiere recordar aquí con mayores detalles todo lo que había precedido a ese día supremo. Así tenemos primero que el Cristo resucitado había dado órdenes, Luc. 24:49; Mat. 28:19, 20, a los apóstoles y que lo hizo por el E. Santo y que él mismo los había escogido, Luc. 6:13-16. En una palabra: Los confirma como enviados suyos y los hace receptores de la carta orgánica de su reino sobre la tierra, prometiéndoles, así mismo, el advenimiento del Espíritu que les iba a facilitar el cumplimiento de su misión. Precisamente en medio del cumplimiento de este mandato, donde vemos a uno de sus enviados más característicos: Pedro.

  Hech. 2:22. Pedro, después de explicar el enorme milagro de Pentecostés a la muchedumbre intrigada, puesto en pie en medio de los once, alzó la voz, en cuyo relato incluso señala el cumplimiento de una de las mejores profecías de Joel. 3:1-5, viene a hablar de Jesús, de quien va a recordar su muerte y probar la resurrección y de quien, incluso va a afirmar que, desde el seno de su gloria, ha derramado sobre su Iglesia el E de Dios, para concluir que Él es el Señor y el Cristo, v. 36. Los primeros baluartes del evangelio sabían emplear muy bien los argumentos de que disponían para señalar solo al motor de todas las cosas: a Cristo. Lo demás no tenía importancia Aquí da a Jesús el nombre de Nazareno, con que el pueblo judío le designaba, pero agrega de forma inmediata los títulos gloriosos con que Dios le había revestido ante su pueblo pasando por la aseveración de que Dios le había autorizado, acreditado y hasta demostrado por obras de potencia divina, con prodigios, giros y maravillas, término que acumula el apóstol como otras tantas cartas de crédito que definen al Cristo, Heb. 2:4; Rom. 15:19. Y a fin de que no tengan escapatoria posible sigue afirmando que todo ello había pasado junto a ellos, entre vosotros, redondeando su introducción con una viva apelación a sus mismos testimonios: como vosotros mismos sabéis. Ya no podían, pues, sufrir ningún error de identificación. ¡Sabían de quien les estaba hablando!

  Hech. 2:23. Hay en estas palabras una concepción luminosa de las causas de la muerte de Jesús; el apóstol encuentra en ella las causas humanas, pero dominadas desde lo alto por causas divinas * Jesús fue entregado por Judas, luego clavado en una cruz cruel a manos de hombres inicuos, hombres sin ley, 1 Cor. 9:21, seres paganos, así designados por Pedro. Pero, ¿cómo puede decir a sus oyentes vosotros le matasteis? Y sin duda muchos de ellos habían sido agentes extraños al asesinato jurídico de Jesús, ¿por qué esta acusación? Sin embargo, este pueblo engañado por sus jefes, ¿no le había rechazado, pedido su muerte y gritado: Qué su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos? Lo cierto es que este pueblo se sentía solidario con el Sanedrín que condenó al Cristo Salvador por cuanto al término del discurso se compungieron en el corazón. * Pero no debían creer, sin embargo, que la vida del Mesías podía depender únicamente de la perversa voluntad de los hombres, no, si todo aquello había pasado porque así había sido el consejo determinado de Dios cuya presciencia había previsto y determinado todo. Como siempre que rozamos el tema de la santa libertad humana, surgen a nuestra mente justificantes que tienden a reducir la responsabilidad del hombre respecto de los actos divinos. Pero debiéramos hacernos la siguiente reflexión Si esta muerte no hubiera sido indispensable para la salvación del mundo, ¿la habría querido Dios?

  Hech. 2:24. Al cual el Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, si la muerte de Jesús parecía ser la negación de su oficio de Mesías, su resurrección es la afirmación brillante de aquel. Por eso Pedro pronuncia sin transición esta importante declaración: Al cual Dios levantó, y emplea todo el resto del discurso para ver de probarlo. Sin embargo usa frase que presenta alguna dificultad Sueltos los dolores de la muerte. Esta locución es tomada libre de Sal. 18:5, o del 116:3, aunque aquí la palabra principal dolores, en he, significa ataduras. Pero dando la razón a la versión de los 70 que era común en la época, creemos que Pedro quiso decir que con el hecho de la resurrección de Cristo se acabaron los dolores de parto de la muerte, por cuanto ésta ya no lo podía guardar en su seno. Personificando a la muerte, haciéndola sensible al dolor, incluye a toda la naturaleza por cuanto la eclosión divina de Jesús significó un verdadero alivio por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. Ahora, ¿por qué no era posible? Porque la viva resurrección de Cristo estaba predicha, vs. 25 ss., pero lo estaba porque la voluntad soberana de Dios así lo había determinado y porque el Santo no podía ver ni sentir la corrupción y porque el Hijo de Dios tenía la vida en sí mismo, Juan 5:26, y porque Él mismo era la resurrección y la vida, Juan 11:25.

  Hech. 2:25a. Para él, en vista de él o con relación a él, tal es la traducción del griego empleada por Lucas. La siguiente cita fue tomada del Sal. 16:8-11 y gramaticalmente es una copia exacta de la Versión de los Setenta:

  Hech. 2:25b-28. El Salmista canta la dicha que da su confianza en Dios, que está siempre a su lado, a su diestra, como su garante defensor, Sal. 109:31; 121:5, a fin de que no sea conmovido. Por eso todo su ser está lleno de gozo, su corazón lo saborea y su lengua lo expresa en este canto. Aun su carne reposará con cierta esperanza y al término de sus días no se volverá en presa segura de la muerte. Su alma, hasta su carne, no será abandonada en la mansión de los muertos ni permitirá que su Santo, el amado de Dios, sea abandonado en la fosa y se corrompa. Me hiciste ver y conocer, aun en la muerte, los caminos de la vida y me llenarás de gozo con tu presencia. Y tanto Pedro en esta ocasión, como Pablo en Antioquía de Pisidia, Hech. 13:14 ss., interpretan este salmo a la luz de Jesús y reconocen que David no sólo lo vio, sino que hizo ver que por medio de Él Dios anunciaba el perdón de los pecados.

  Hech. 2:29. Ahora el apóstol argumenta irrefutablemente que las palabras de David no se habían cumplido en él, puesto que se murió y fue sepultado y que ellos mismos podían comprobarlo ya que tenían el sepulcro ante sus ojos, 1 Rey. 2:10; Neh. 3:16, puesto que había sido enterrado en Jerusalén, pero se había cumplido en uno de sus descendientes, el Mesías, a quien vio con los ojos de profeta.

  Hech. 2:30, 31. Como profeta pues habló David y el apóstol le atribuye la previsión de dos hechos importantes del provenir: * Y sabía por la promesa infalible de Dios, 2 Sam. 7:12; Sal. 89:4, 5, que uno de sus descendientes estaría sentado en su trono, reinado en un reino que sería la realización espiritual y eterna del reino de David, y * previendo, viéndolo, habló como profeta de la gloriosa resurrección de Cristo, por quien sólo han sido cumplidas todas las esperanzas expresadas en el Salmo. Claro, Pablo emplea el v aoristo no fue dejado en lugar del tiempo futuro del verbo usado en el v. 27, porque expresa el hecho desde su punto de vista. ¡Así, aquello que el patriarca David previno ya ha pasado! ¡El alma de Cristo no había sido dejada en la mansión de los muertos ni en el sepulcro, de manera que a él hacía referencia nuestro padre David de todas formas!

  Hech. 2:32. Por segunda vez, v. 24, Pedro pronuncia la solemne declaración: A este Jesús, objeto y sujeto de la profecía, Dios le ha resucitado. Y apoya este acontecimiento con el testimonio de los apóstoles que habían sido testigos activos del movimiento de Pentecostés, que tanto había llamado la atención.

 

Conclusión:

Estos fueron los comienzos y éste su vivo mensaje: ¡El Cristo de Dios ha resucitado! Estos fueron los comienzos y este es su claro trabajo: De lo cual todos nosotros somos testigos.

Aquel Cristo es también nuestro Señor. ¡Seamos también sus testigos por cuanto también disfrutamos de las ventajas del santo Consolador!

 

 

 

 

070371

  Barcelona, 6 de junio de 1976

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195 LA IGLESIA SE ORGANIZA

 

1 Tim. 3:1-13

 

Introducción:

En la lección anterior vimos los comienzos de la Iglesia cristiana como sus miembros predicando a Cristo crucificado y resucitado comenzaban rápidamente a crecer en número y, por lo tanto, a ver y a organizarse. Y hacerlo de forma que la pureza de la doctrina tuviera que ser enriquecida con el cuidado en la selección de quienes tenían a su cargo el pastoreado y los que habrían de ser los diáconos para vigilar que la paz y aquella armonía espirituales no fueran perturbadas por ninguna fricción de carácter material.

La primera carta a Timoteo registra esta revelación del E. Santo para la organización de su Iglesia en las nuevas aspiraciones de algunos que querían ser obispos, las nuevas aspiraciones de unos que querían ser obispos, la nueva conciencia de valores de quienes ejercerían el diaconado y el nuevo campo pastoral que se presentaba al pueblo de Dios como un cuerpo en un mundo pobre y necesitado de la verdad eterna.

 

Desarrollo:

  1 Tim. 3:1-7. Este es un pasaje muy importante desde el punto de vista del gobierno de la Iglesia. Claro, se refiere al hombre que llamamos pastor, anciano, obispo, presbítero, supervisor y hasta sobreveedor, según los casos, normas y denominaciones a las que podamos pertenezcamos. Pero, principalmente, en el NT hay dos de estas palabras que describen a los principales funcionarios de la Iglesia, de cuya conducta y administración depende el bienestar de estas congregaciones: * Había un hombre llamado anciano. Y era uno de los puestos más antiguos dentro de la congregación. Los mismos judíos ya tenían sus ancianos fijando sus orígenes en la ocasión en que Moisés, en el desierto, nombró a 70 hombres para ayudarle en la tarea de controlar y cuidar de su pueblo, Núm. 11:16. Así, cada sinagoga tenía sus ancianos, que eran los únicos y verdaderos líderes de la comunidad. Pero habían más naciones aparte de la judía que contaban con ancianos. El cuerpo que guiaba, mandaba y presidía a los espartanos era llamada la junta de ancianos. El senado romano debe su palabra a los hombres que lo componían, a los ancianos. Del mismo modo, otras culturas y países, desde los asirios, los indios americanos o la Inglaterra ya moderna, sus principales varones de consulta eran y son llamados ancianos. * Pero algunas veces el NT utiliza otra palabra: obispo, pastor, etc., que literalmente significa supervisor, superintendente. Esta palabra también tiene una historia larga y honorable. En la versión de los Setenta, versión griega de las escrituras judías, se utilizaba para describir a aquellos que eran maestros de obra, que supervisaban las obras públicas y todos los planes de edificación, 1 Cor. 34:17. Los griegos la usaban para describir a los hombres que tenían a su cargo los asuntos de cualquier colonia, ciudad o país. Los romanos, a los hombres que estaban encargados de ver y supervisar la venta de alimentos en la ciudad de Roma. Y por fin, la idea general es que se utilizaba para referirse a los hombres delegados especiales nombrados por el rey para ver que las reglas, leyes y normas que él había establecido se cumplieran. De forma y manera que la palabra significaba dos cosas: ** Supervisar un área o esfera de trabajo, o ** cuidar de la responsabilidad hacia un poder o autoridad más alta.

La gran pregunta que surge aquí es: ¿Cuál era en aquella Iglesia primitiva la relación entre el anciano, el obispo y el pastor? La creencia moderna es prácticamente unánime en sostener que el pastor y el obispo eran una misma persona. Los fundamentos para esta identificación son los siguientes: * En todas partes se nombraban ancianos. Después del primer viaje misionero, Pablo y Bernabé nombraron ancianos en todas las iglesias que habían fundado, Hech. 14:23. Se instruye a Tito para que los nombre y ordene en todas las iglesias de Creta, Tito 1:5. * Las condiciones de los presbíteros o ancianos y obispos eran idénticas, 1 Tim. 3:2-7; Tito 1:6-9. * Al comienzo de Filipenses, las salutaciones de Pablo van dirigidas a obispos y diáconos, Fil. 1:1. Y es imposible que Pablo no hubiese enviado saludos a los ancianos en caso de haberlos. Así, por lo tanto obispos, pastores y ancianos eran las mismas personas. * Y cuando Pablo estaba realizando su último viaje a Jerusalén envió a buscar a los ancianos de Éfeso para ver de encontrarse en Mileto, Hech. 20:17, y en el transcurso de su conversación les dice que Dios les ha hecho supervisores, obispos para alimentar a la Iglesia de Dios, Hech. 20:28. * Cuando Pedro escribe a su gente se dirige a ellos como un anciano de ancianos, 1 Ped. 5:1, y luego continúa diciendo que su función es la de ver y apacentar la grey de Dios, 1 Ped. 5:2. La palabra que utiliza es la de obispo. Así que, y por no cansar con más evidencias, el obispo y el anciano son la misma persona.

Pero, preguntaréis, si eran lo mismo, ¿por qué se usan dos o tres nombres diferentes? La respuesta es que un anciano describe a los líderes de la iglesia de más edad. Por otro lado, obispo describe su tarea que no era otra que supervisar la aplicación de la doctrina y su práctica. De dónde, la primera palabra describe al hombre y la segunda a su función. Ya tenemos, pues, centrado al personaje, veamos ahora su nombramiento, sus deberes y su condiciones de servicio. * Eran apartados oficial y formalmente para su función, Tito 1:5. No era elegido ni nombrado en secreto por lo que todos sabían que estaba ordenado para sus funciones en público, era depositario del honor de la iglesia y la representaba en su relación con el exterior. * Debían pasar por un periodo de prueba, 1 Tim. 8:10. * Se les pagaba por la tarea que debían hacer, 1 Tim. 5:18. * Se les podía censurar, 1 Tim. 5:19-22, porque tenían implícitas 2 funciones: bien es verdad que era el líder de la Iglesia por decirlo de alguna manera, pero también era cierto que era un siervo y un funcionario de la misma. * Su tarea principal era la de presidir la asamblea cristiana y enseñar a la congregación, 1 Tim. 5:17. Así, administrar e instruir eran dos características que lo definían. * No debían ser neófitos, es decir, personas convertidas hacía poco, porque según Pablo existían dos poderosas razones. La primera es para evitar la vanidad y la segunda para no caer en la tentación del diablo. Sentencia esta última que requiere un poco de nuestra atención: La palabra original es diábolos que le viene a significar diablo y también calumniador. Y como quiera que es también la palabra empleada en el v. 11 en el que se prohíbe que las mujeres sean para nada calumniadoras, el resultado es espectacular. Las personas recién convertidas y que han sido elegidas para ocupar un cargo tan representativo, y que se han envanecido pensando que lo han sido por méritos propios, está dando a todos los calumniadores una oportunidad para dirigir sus dardos, sus calumnias, contra la Iglesia del Señor. El anciano, el pastor y el obispo que tienen este pecado están dando un mal testimonio, que es lo mismo que dar o entregar mal el testigo, y que es lo mismo que zancadillear a los miembros y que es lo mismo que estar fuera de lugar. Ahora bien, tal y como lo consideraban la Iglesia primitiva, la responsabilidad de sus funcionarios no comenzaba y terminaba con ella. Había otras dos esferas de actuación que también eran importantes, ya que si fallaba en una de ellas era probable que fallara también en la iglesia: * su primera esfera de servicio era su propio hogar, 3:5, y * la segunda el mundo exterior, 3:7. En ambos casos u ejemplo y testimonio debía ser a toda prueba para no caer en descrédito y en lazo del diablo.

Acabamos de ver que el líder cristiano debe ser un hombre que se haya ganado el respeto de todos y cuyo carácter es descrito minuciosamente por Pablo tanto es así que es valioso que veamos cada una de estas palabras: * El líder cristiano debe ser sincero e irreprensible. La palabra original gr. se utilizaba para referirse a una posición inexpugnable e inviolable, que no tenían ninguno de los resquicios en los que pudiera apoyarse el enemigo. * El líder cristiano tenía que ser marido de una sola mujer, es decir, marido fiel que preserva al matrimonio en toa su pureza. Este consejo se nos antoja extraño por cuanto hemos conocido pastores que son solteros, sin embargo no podemos olvidar que el v 5 es enfático. Por otro lado, el entorno de la época, en la que la castidad era una rara Avis, aconsejaba incluir esta cualidad en el rol ideal del líder. * El líder cristiano debe ser sobrio. Y más adelante leemos no dado al vino. Ambas palabras se explican por sí solas por lo que nos interesa bucear en un asegunda acepción que tiene el original griego. La primera de ellas significa también atento, vigilante, y la segunda pendenciero y violento. Ahora fácilmente podemos hacer la composición de toda la frase: Es necesario que el líder sea sobrio, atento, vigilante y no dado al vino, ni pendenciero y violento.

A continuación vienen dos grandes palabras griegas: Prudente y decoroso. * La 1ª se ha traducido por prudente, pero en realidad se trata de una de esas palabras que no tienen traducción y se cambia por cabal, discreto, controlado, casto, y ese alguien que tiene completo dominio sobre los deseos sexuales. Esta palabra aún se deriva para definir a algo o a alguien que tiene un juicio cabal y seguro, que sabe donde va y cuál es la meta. Con lo que es todo lo contrario a la intemperancia y falta de dominio propio. En otras palabras, el hombre que es prudente es el que tiene cada parte de su naturaleza bajo un perfecto dominio, lo cual significa que tiene que tener la ayuda del Cristo que debe reinar en su alma y corazón. * La otra palabra, íntimamente ligada a ésta, es como ya hemos dicho decoroso. Está unida porque sólo un hombre es decoroso en su vida exterior cuando es muy prudente en su vida interior. * El líder cristiano tiene que ser también huésped, que aloja en su casa. Esta es una cualidad que se hace mucho énfasis en el NT, Rom. 12:13; 1 Ped. 4:9, porque socialmente tenía mucha importancia. Ya en el Pastor de Hermas, uno de los escritos del cristianismo primitivo se establece: El obispo debe ser huésped, un hombre que de la bienvenida a su casa a los siervos de Dios, gozoso y en todo momento. En la época, ya habían predicadores y maestros ambulantes que necesitaban que se les hospedase ya que los hoteles y fondas eran no sólo insuficientes, sino antihigiénicos * El líder cristiano debe ser apto para enseñar. Se ha dicho del pastor que su deber es predicar a los inconversos y enseñar a los conversos. * El líder cristiano no debe ser pendenciero. También aquí la palabra original gr. significa algo más. Literalmente señala y significa alguien que por palabras o por acciones castiga a un ser humano. * El líder cristiano tampoco debe ser codicioso de ganancias deshonestas porque sabe que existen valores que no se compran con dinero. * El líder cristiano debe ser amable. La voz gr no tiene traducción exacta. Aristóteles la describe como algo que corrige incluso a la justicia, y queriendo decir que algunas veces uno puede ser injusto aplicando estrictamente lo que dice la ley. Y sigue diciendo: Esta palabra define a la acción que perdona los errores humanos, que contempla al legislador y no a la ley, que calibra la intención y no la acción, la totalidad y no una parte, las cualidades del actor a través de una trayectoria y no tan solo el momento presente, recordar el bien el lugar del mal del ya mismo, soportar al ser injuriado y desear solucionar un asunto con voces y palabras en lugar de los hechos. En una palabra, la atmósfera de la iglesia cambiaría radicalmente si hubiera más amabilidad y amor dentro de ella. * El líder cristiano debe ser apacible. En el gr el significado es mucho más rico: es un ser negado para la lucha. No sólo se trata de alguien que no quiere luchar, sino que define a alguien que nada desea tanto como la paz con su prójimo. * Por último, el líder cristiano no debe ser avaro por la sencilla razón que no puede servir a dos señores.

  1 Tim. 3:8-13. En la iglesia primitiva la función de los diáconos se dirigía mucho más a la esfera del servicio práctico del día a días ya que heredó de los judíos una magnífica organización muy caritativa dedicada al servicio de las mesas, Hech. 6:2. Muchas de las cualidades del diácono son las mismas que para el obispo y, por lo tanto, deben ser hombres de carácter digno, abstemios, sin ensuciarse las manos con ganancias deshonestas, sometidos a las pruebas por algún tiempo, poner en práctica lo que predican, de modo que puedan tener la revelación de la fe cristiana con limpia conciencia. Pero se nos agrega una cualidad más: Debían ser sin doblez. Es decir, que no deben decir una cosa a una persona y otra a otra, no tener dos lenguas. Juan Bunyan, en el Peregrino, sitúa a un personaje, ministro, llamado señor dos lenguas y su testimonio queda destrozado. Un diácono, en sus visitas casa por casa, y en su trato con aquellos que lo necesitan y requerían de su caridad, tenía que responder sin doblez. En el texto sugerido, hay un v, concretamente el 11, que parece no encajar en el conjunto: Las mujeres, asimismo, sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo. ¿Qué clase de mujeres son…? ¿Las de los diáconos? ¿Las de los obispos? En primer lugar hemos de tener en cuenta que el sustantivo griego diákonos puede ser masculino como en Rom. 13:4 y femenino como en Rom. 16:1 (Febe). Sin embargo, en el texto recibido no aparece este sustantivo. Así que estamos igual que al principio. Calvino y Lutero por su parte nos traducen: Asimismo, que sus mujeres sean honestas, con lo que de paso desaparece el problema por cuanto parece indicar que la exhortación va destinada a las esposas de los diáconos, pero no obstante, los exégetas modernos piensan que el apóstol nos habla de las diaconisas propiamente dichas basándose en las siguientes razones: * Que el texto no dice sus mujeres, sino las mujeres. * Que estas exhortaciones sólo conciernen a personas que ejercen cargos en la iglesia y * que la recomendación ser fieles en todo, incluye a los deberes especiales. Claro, esto no quiere decir que las esposas de los pastores y diáconos no han de tener cualidades como éstas. Sólo insistimos en que el texto se refiere a las nobles diaconisas por cuanto éstas están citadas en el versículo doce sin más comentarios paulinos. Por último, el grado honroso parece significar la consideración y confianza que disfrutaban ante la iglesia los que habían servido bien y era natural que se eligieran ancianos o pastores precisamente entre los diáconos que habían probado su fidelidad. Y la mucha confianza en la fe es la firme certidumbre de la salvación ante Dios, que aumenta con las sanas experiencias y fidelidad de la vida cristiana, 1 Jn. 3:21.

 

Conclusión:

Debemos orar continuamente por los líderes de la Iglesia y por lo que representan.

 

 

 

 

070372

  Barcelona, 13 de junio de 1976

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196 LUCHA Y CRECIMIENTO

 

Hech. 11:11-18; Gál. 2:11-16

 

Introducción:

Si algo hay que sea nocivo para la causa del Evangelio son los perjuicios, es más, por culpa de los mismos se han hecho incluso cruentas luchas, aunque, en honor a la verdad y gracias a la santa inspiración del E Santo estas luchas se han superado y redundado en un crecimiento positivo para la Iglesia de Cristo. Es evidente que la vida conjugada en la dimensión del E nos inicia en una dimensión que tumba las barreras físicas, religiosas y culturales.

Está demostrado que es el E donde unificamos nuestros dones y criterios a pesar de nuestras diferencias naturales y es en el crisol eterno donde se funden nuestras personalidades para formar un todo compacto bajo la sombra de la cruz. De ahí que al dejar que los perjuicios nos dominen, sean del orden que sean, estamos desandando el camino de Jesús e impedimos que otros puedan acercarse a esa sombra salvadora. Pero, como muchos perjuicios existen haríamos muy bien estando de guardia en todo momento para cuando se presenten poderlos vencer con ayuda del E Santo y, en consecuencia, crecer un poco más.

 

Desarrollo:

Hech. 11:11. Pedro está explicando a los hermanos de Jerusalén el por qué había entrado en casa de hombres incircuncisos y comido con ellos y por qué mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús, y lo está haciendo siguiendo un orden cronológico: Estaba orando y vio una visión. Y cuando ésta le fue confirmada por tres veces consecutivas, recibió la visita de tres hombres que le venían a ver desde Cesárea. Es importante la defensa de Pedro pues no en vano fue el primer apóstol en permitir que ya fueran agregados unos gentiles en el seno de la Iglesia. Ahora bien, este v tiene una frase en litigio que conviene estudiar: Hemos leído la frase la casa donde yo estaba cuando otras versiones traducen: la casa en la que estábamos. En efecto, esta última oración parece ganar en razón por cuando Pedro no estaba solo ya que estaban con él los hermanos de Jope que luego le acompañaron a Cesárea, 10:23.

  Hech. 11:12. Al pronunciar estas palabras, Pedro presentaba a la asamblea a esos seis hermanos que no sólo le habían acompañado a Cesárea, sino que lo habían hecho hasta Jerusalén y le servían de testigos. Su testimonio era importante por cuanto también eran judíos convertidos. 10:45, 46. Pobre Pedro, sin entenderlo aún del todo está defendiendo una moción misionera en el seno de esta iglesia cargada de perjuicios raciales y no se le ocurre otra cosa que defenderse insinuando que: el Espíritu me dijo que fuese con ellos sin dudar. Aquello sí que lo entendían todos los miembros que habían sido testigos de Pentecostés. Si lo había mandado el E estaba bien. El propio Pedro fue comprendiendo las intenciones de la orden sobre la marcha y poco a poco fue descubriendo las bendiciones que ella encerraba.

  Hech. 11:13-15. Las palabras cuando comencé a hablar parecen indicar que Pedro se proponía prolongar aún su discurso, pero fue interrumpido por las inesperada y sorpresiva efusión del Espíritu, 10:44. La cita en el principio es una alusión directa a Pentecostés en dónde el E. se manifestó de igual forma que en Cesárea, cuyo evento testificaban los judíos que acompañaban a Pedro, 10:45, 46. En la iglesia se empieza a llegar a la conclusión positiva que le define su crecimiento: Si Dios no había hecho diferencias, ¿quién eran ellos para hacerlas?

  Hech. 11:16. En efecto, este dicho que el Señor había dirigido a los apóstoles antes de dejarlos, 1:5, es aplicada por Pedro, y con razón, a sus oyentes de Cesárea, porque había visto con sus ojos su cumplimiento en medio de ellos. Además, Mat. 3:11; Mar. 1:8; Luc. 3:16; Juan 1:33, atestiguan que el pensamiento de Pedro está en la mejor línea evangélica al autenticar que Cristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos, por cuanto en aquella época, unos diez años después de la experiencia, el Señor aún seguía siendo fiel a su palabra.

  Hech. 11:17. Conclusión a la cual ninguno podía replicar nada. El apóstol, en efecto, habría estorbado a Dios si hubiese rehusado a admitir en la iglesia hombres que habían recibido visiblemente el E Santo. Además, la construcción de la frase es interesante; él, Pedro, está intentando y consiguiendo decir que el don del E Santo les fue dado no porque eran de la circuncisión, sino por haber creído.

  Hech. 11:18. Los oyentes de Pedro se han convencido ya del todo: Se callaron, que es una forma de otorgar, Luc. 14:4, cesaron de disputar contra él, v. 2; se regocijaron por los hechos que les habían sido referidos, glorificaron a Dios por ellos y reconocieron de forma unánime que Dios había dado a los paganos el natural arrepentimiento para vida. Este arrepentimiento, que es ya, como la palabra indica, una transformación moral, es la regeneración que obra el E Santo en los corazones de los hombres para que puedan recibir la vida en mayúsculas. Pero, es curioso como los cristianos dan gracias a Dios por el hecho de haber sido movidos al arrepentimiento y no a la salvación propiamente dicha. Están reconociendo implícitamente toda la realidad del proceso: hombre pecador y, por lo tanto, perdido ya que por sí mismo no puede salvarse; en un momento dado interviene el E. y toca su corazón. A partir de aquel instante, éste recibe el entendimiento consciente de que está mortalmente perdido y que es incapaz de salvarse, en consecuencia, es movido al arrepentimiento, una condición que le reconcilia con Dios, y acepta la cruz de Cristo como única posibilidad. El hombre así descrito ya es salvo, ya tiene vida. Por desgracia los oyentes de Pedro no eran el partido judío cristiano. La iglesia sigue creciendo y el partido también demostrando toda la estrechez y todo el sectarismo de su espíritu irrumpiendo con fuerza en la escena en el cap. 15 y siendo para el apóstol Pablo uno de sus mayores obstáculos para su ministerio.

  Gál. 2:11. Se trata de Antioquía de Siria, asiento de una iglesia numerosa, compuesta en su mayor parte por gentiles convertidos, Hech. 13:1. Pablo había vuelto a la ciudad después del Concilio de Jerusalén, al que antes hacíamos una referencia velada, Hech. 15:33-35. En cuanto a la época en que Pedro fue allí no es sabida, pero es probable que fuera algo más tarde, durante otra estancia de Pablo, entre su segundo y tercer viaje misionero, Hech. 18:22, 23. Le resistí cara a cara porque era de condenar. Sin duda los cristianos de Antioquía criticaban e, incluso, condenaban a Pedro por cuanto su conducta les escandalizaba (en los vs. siguientes se ve por qué). Muchas veces nos ha chocado que Pablo contase de manera pública este incidente, pero estamos seguros que lo hace para convencer a los gálatas de la independencia de su apostolado y de la importancia que debían atribuir a la doctrina fundamental de la justificación por la de sola. Esta conclusión se evidencia por cuanto completa la parte de la epístola que precede y forma la introducción natural a aquella parte de la misma en la que se va a exponer de nuevo la gran doctrina en cuestión. Evidentemente Pedro se encuentra de nuevo en problemas. Lo hemos visto en Jerusalén porque había entrado en una casa de incircuncisos y comido con ellos y porque mandó bautizarles en el nombre del Señor y ahora se retraía y apartaba de ellos por miedo a los de la circuncisión y en particular a los enviados por Jacobo. Pero en la escena que describe el v hemos de ver más que una disputa entre líderes, una charla dirigida por el E. Santo, a fin de limpiar un mal ejemplo y promover un nuevo crecimiento en la iglesia.

  Gál. 2:12. En efecto, pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo comía con los gentiles, es decir, comía con los buenos cristianos convertidos del paganismo, o lo que es lo mismo, vivía con ellos, Luc. 15:2. Desde luego, esta enorme libertad chocaba a los cristianos judaizantes, Hech. 11:3, porque en sus comidas y alimentación no observaban las disposiciones de la ley mosaica y tradición judías, Lev. 11; Hech. 15:20, 28, 29; Mar. 7:1. Bien, no se nos dice con qué objeto estos algunos fueron de Jerusalén a la ciudad de Antioquía de parte de Jacobo, pero es dudoso que lo hicieran para obrar al estilo judaizante, pues, aunque él mismo observaba las layes, había reconocido positivamente el trabajo y el ministerio de Pablo entre los gentiles, v. 9. Sea lo que fuere, bajo la influencia de esas personas venidas de Judea, Pedro se retraía y apartaba aunque fuera por el momento y su actitud hacía daño o afectaba a un judaísmo que, bajo la autoridad y el ejemplo de un apóstol tan grande, podía ejercer en la iglesia un influencia perniciosa incluso para la doctrina misma. Tanto es así, que el v 13 suministra la prueba de lo que estaba pasando. Pero a Pablo no le ofende ni el cumplimiento que pudiera hacer Pedro de la ley de Moisés, ni tampoco que comiera o no con los gentiles, lo que le ofrende, lo que le saca de sus casillas es lo que llama con dolor simulación en aquel apóstol que se deja arrastrar otra vez por la debilidad de su carácter.

Gál. 2:13. Es una frase muy dura pero no debemos atenuar ni un ápice la fuerza que encierra. Ya que al agravar la falta de Pedro, refutamos anticipadamente aquellas consecuencias erróneas que se podrían extraer del pasaje. A veces, los apologistas contrarios han preguntado a la vista del mismo: ¿Dónde queda su autoridad en la verdad absoluta de la salvación? ¡Aquí mismo dos de los más grandes apóstoles están en evidente contradicción sobre un punto muy importante de doctrina, el uno arguye que la salvación necesita las obras, el otro grita que sólo la fe salva! Pero no hay nada en este relato que de lugar a estas conclusiones, ni que haga necesarias las hipótesis a que se ha recurrido para explicarlo, ni que justifique una teoría de inspiración según la cual sólo los escritos de autores sagrados estaban inspirados y no su persona o enseñanza oral. En efecto, a Pedro mismo le fue revelada primero la gran verdad de la salvación de los gentiles por la fe sin las obra

de la ley, Hech. 10. Convertido en el primer heraldo de esta viva verdad y, a causa de ella, acusado por los judaizantes de la ciudad de Jerusalén, se justifica delante de todos, apoyándose en la santa revelación de Dios y de su Espíritu como hemos visto, Hech. 11. Por último, y a causa del revuelo, la cuestión es llevada por Pablo y Bernabé ante los apóstoles y ante la propia iglesia de la capital, Hech. 15, y es Pedro quien, el primero, toma la palabra y defiende con energía la libertad cristiana de aquellos a quienes Dios había llamado a la fe del seno del paganismo: Ahora pues, concluye, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer a los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Hech. 15:10, 11.

Luego, después, Pedro va a Antioquía, ¿había cambiado ya de convicción? No, puesto que su conducta judaizante es declarada hipocresía. ¿Enseña una doctrina contraria a la de Pablo sobre la ley y la gracia? De ningún modo, así como, al negar a su maestro, no profesaba una teoría de la traición. Aquí, como entonces, comete una falta por la misma debilidad de su corazón y ante el temor a los hombres o al que dirán como el mismo Pablo lo cita y reconoce en este mismo v que estamos estudiando. Los dos apóstoles están de acuerdo en la doctrina. Lo que ha ocurrido es que Pedro sucumbe a la tentación y Pablo lo reprende por ello. No hay que ver más en este asunto. Lo lamentable es que esta fija simulación estorbaba la convivencia armoniosa que los gentiles habían experimentado ante la sana presencia de Pedro, puesto que ahora los evitaba. Y no solo eso, su actitud atrajo a otros judíos e incluso a Bernabé a quien el propio apóstol Pablo debía tanto.

  Gál. 2:14. En efecto, pues antes de la llegada de los judaizantes, Pedro, judío de nacimiento, vivía al modo de los gentiles salvos, convertidos, es decir, que comía con ellos, v. 12 y no se sometía a las prescripciones de la ley. Ya hemos visto que fue Dios mismo el que le indujo a seguir aquel camino, Hech. 10, y tal había sido desde entonces, se puede suponer, su práctica más habitual. Pero desde que los enviados de Jacobo están en Antioquía, empieza a observar rigurosamente la ley o, lo que es lo mismo, a obligar a los recién convertidos de entre los gentiles a imitarle por la mejor autoridad de su ser, es decir, los insta a judaizar. Este es el duro reproche de Pablo para pasar enseguida a exponer la doctrina que trata de preservar intacta:

  Gál. 2:15. Cualquiera que haya leído Rom. 3:9 comprenderá que aquí el apóstol no dice que los judíos no son pecadores. Sería en contra de su pensamiento por cuando declara precisamente que ellos, judíos por naturaleza, no pueden ser justificados por las obras de la ley, sino únicamente por la fe en Cristo, v. 16. Además formidable argumento para ellos, judíos de nacimiento, no había otro medio de salvación, ¡cuánto menos para los pecadores de los gentiles, que falsos doctores y el propio Pedro al judaizar, querían reconducir al yugo de la ley!

  Gál. 2:16. Este es el mazazo de Rom. 3:20. Y la evidencia de la importancia que el apóstol Pablo daba a esta doctrina de la veraz justificación del pecador por la fe, sin las obras de la ley, está en Rom. 1:17, y los caps. 3 al 5 de Gálatas. Las palabras de los vs. 15 y 16, prueban también que Pablo está convencido de que Pedro profesa la misma doctrina puesto que cuando dice: pues nosotros, judíos de nacimiento, quiere abarcar a ambos.

 

Conclusión:

Ahora bien, la vista de judíos repudiando toda confianza para la salvación en las obras de la ley, apoyándose únicamente en la fe en Cristo, debía hacer una profunda impresión  en los gentiles convertidos a quienes el ejemplo de Pedro podía debilitar esta impresión y turbar la fe que Pablo había predicado. En una buena palabra: La Salvación por fe es para toda clase de personas: niños pequeños, hombres y mujeres, ricos y pobres, altos y bajos, muy blancos, negros, de todas las culturas, de todas las nacionalidades y haríamos bien en recibir con los brazos abiertos de miembros a cualquier persona que así lo entienda y no lastrarla a las primeras de cambio con problemas de adaptación que ni nosotros mismos somos capaces de sobrellevar.

 

 

 

 

070373

  Barcelona, 20 de junio de 1976

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197 LA IGLESIA Y LAS AUTORIDADES CIVILES

 

Rom. 13:1-10

 

Introducción:

La lección de hoy nos plantea la posibilidad de que un creyente tenga que decidir alguna vez en su vida entre ser leal a Cristo por razones de su compromiso con él y obedecer a las autoridades civiles en aquellas órdenes que básicamente están en desacuerdo con la más elemental ética cristiana. Cuando esto ocurre decimos que es menester obedecer antes a Dios que a todos los hombres y hacemos bien, pero el ser leal al Señor comienza con actitudes más sencillas y oscuras, desde faltar al trabajo sin ninguna razón, no rendir en él lo que nos dicta la conciencia hasta tener que ver y participar en una huelga o no. P ej., ¿cuál sería nuestra actitud si * trabajando en un lugar, nos debiesen dos meses de sueldo? * Si estudiando en la universidad, nos expulsaran sin ninguna razón o explicación? * Fuésemos objeto de una injusticia? * Por ser vivos creyentes nos nombrasen delegados sindicales de la empresa? * Si por defender una causa justa nos pusiesen en la cárcel? En efecto, existen otras tantas preguntas que podrían hacernos pensar si la actitud para con nuestros semejantes, socialmente hablando, es todo lo cristiana que debiera ser. Pero, por el contrario, tenemos ante nosotros el ejemplo de todos aquellos que, en los primeros tiempos, prefirieron morir antes de transigir en detrimento de su testimonio y los escritos sagrados que, en todo momento, nos dan la luz de la línea a seguir.

 

Desarrollo:

  Rom. 13:1-7. A primera vista este es un pasaje sorprendente, ya que parece aconsejar la absoluta obediencia de los cristianos al poder civil sin considerar que éste lo sea de hecho o de derecho. Pero, en realidad, éste es un mandamiento que está presente en todo el NT; 1 Tim. 2:1, 2; Tito 3:1; 1 Ped. 2:13-17. Podríamos ver y alegar que estos pasajes son de la época en la que el gobierno romano no había empezado a perseguir y dar caza a los cristianos. Y que, con frecuencia, el tribunal de los magistrados paganos era el refugio más seguro contra la furia del populacho judío. Pero lo interesante y significativo es que, muchos años después, incluso siglos, cuando la persecución había comenzado a rugir y los seres creyentes estaban fuera de la ley, los líderes cristianos decían lo mismo, exactamente lo mismo. P ej., Justino Mártir escribe en la Apología 1:17: En todo lugar, nosotros, algo más dispuestos que otros, procuramos pagar los impuestos prescritos por vosotros, tanto los ordinarios como los extraordinarios, tal y como nos ha enseñado Jesús. Adoramos a Dios sólo, pero en otras cuestiones os servimos gustosos, reconociéndoos como reyes y conductores de los hombres, y rogando que con vuestro real poder, poseáis también un juicio sensato. Atenágoras, por su parte, abogando a favor de los cristianos, escribe: Merecemos el favor, porque aún rogamos  por vuestro gobierno, para que podáis, como es justo, trasmitir vuestro reino del padre al hijo, y que vuestro imperio crezca, hasta que los hombres estén sujetos a vuestro mando. Y Tertuliano escribe extensamente sobre el asunto: Ofrecemos unas plegarias por la salvación de nuestro príncipe al Dios eterno, de verdad, viviente, cuyo favor, más allá de todas las cosas, ellos mismos deben desear… Oremos sin descanso por todos nuestros emperadores. Rogamos por una larga vida, por la seguridad del imperio, por protección para la casa imperial, por ejércitos muy vivos y valientes, por un senado leal, un pueblo victorioso y un mundo en paz. Arnobio declara que en las reuniones cristianas se pide paz y perdón para todos los que tienen autoridad.

En una palabra, pues, la enseñanza oficial de la iglesia de Cristo, era que se debía obedecer y orar por el poder civil, aun cuando el depositario de este poder pudiera ser Nerón. ¿Y cuál es el veraz pensamiento y la creencia que hay detrás de todo esto? * En caso de Pablo, hay una causa inmediata que obliga a obedecer a la real autoridad civil. Los judíos eran muy rebeldes. En Palestina, y en especial en Galilea, bullían sin cesar muchas insurrecciones. Además, estaban los zelotes, convencidos de que no existía otro rey para los judíos que Dios. Y que no debía pagarse tribuno alguno, sino a Dios. Y no se conformaban con una resistencia pasiva. Creían que Dios no les ayudaría si no se embarcaban en una acción muy violenta para valerse así mismos. Estaban juramentados, también empeñados en una carrera de muerte y asesinatos. Su propósito era hacer imposible todo gobierno civil. Eran conocidos como los portadores de dagas y eran nacionalistas fanáticos que no sólo usaban el terrorismo contra el gobierno romano, sino que también destruían las casas y quemaban el grano, asesinando las familias de sus propios compatriotas judíos que pagaban tributo al tesoro romano. Pablo no veían que esto tuviera propósito alguno, es más veía que era la negación de toda la más elemental conducta de los cristianos. Con todo, al menos en una parte iba en contra también de la ética judía. Quizás escribió aquí de forma tan dura porque deseaba disociar al cristianismo del judaísmo insurrecto y dejar en claro que aquél y la buena ciudadanía iban necesariamente de la mano.* Pero hay más que una mera relación temporal entre el cristiano y el estado. Puede ser que Pablo tuviera presente todas aquellas circunstancias causadas por la combatividad de los vivos judíos que ya hemos apuntado pero también habían otros motivos Primero y fundamental tenemos que nadie puede disociarse por entero de la sociedad de la que forma parte. Así, nadie puede en conciencia, marginarse de la nación. Como parte de ella, el ser disfruta de una serie de beneficios que no tendría de otra manera. Uno no puede pretender poseer todos los privilegios y rechazar los deberes. Tenemos un gran deber hacia el Estado y debemos afrontarlo con sus consecuencias aunque al frente del mismo esté el mismísimo Nerón. * El Estado está para dar protección al ser humano. Se creó a causa de la justicia y la seguridad puesto que su forma jurídica protegía al humano contras las bestias salvajes y los hombres criminales. Un Estado es, pues, esencialmente, un cuerpo de hombres que se han unido, que han convenido tener ciertas relaciones entre ellos y observar ciertas leyes. Y sin el Estado, sin estas leyes, y sin acuerdo para observarlas, imperaría el malvado, el egoísta y el fuerte. En consecuencia, todo débil se vería en apuros. La vida sería regida por la ley de la selva. * Por otra parte la gente más común debe al Estado una amplia gama de servicios que individualmente no podría disfrutar Sería imposible que cada uno tuviera su propia agua, su propia luz, servicios de la salud, sistema de transporte, etc. Un individuo aislado no podría disfrutar de un sistema se servicios municipales o de servicios sociales de seguridad. Estas cosas sólo se obtienen cuando los hombres acuerdan vivir juntos. * Y por último, creemos que el principal concepto de Pablo sobre el Estado era que, en sus días, él veía al imperio romano como el instrumento divino ordenado por Dios para salvar al mundo del caos. Era, en efecto, la famosa paz romana, lo que le daba al misionero cristiano, entre otras más cosas, la posibilidad de realizar su trabajo.

Además, se veía en el Estado un instrumento de Dios, haciendo la obra de Dios, y, por lo tanto, era un deber cristiano ayudar y no obstruir. Una palabra más. Se nos dice que debemos estar sujetos a causa de la conciencia. No por temor al castigo tan solo sino por causa de la conciencia porque somos conscientes de que la soberanía de Dios y de su Cristo son determinantes de la vida misma del Estado y de los ciudadanos.

  Rom. 13:8-10. Acabados de estudiar lo que podríamos calificar de deudas públicas del hombre, incluso en el v. 7 se citan dos de estas por su nombre, tributo e impuesto. Por el primero entiende aquel que debe ser pagado por miembros de la nación dominada, es decir, el impuesto a la tierra por al cual uno debía pagar, en efectivo o en especie, un décimo de su grano y un quinto de toda la fruta y el vino producido por su terreno. El impuesto de la renta que era el uno por ciento del total de los ingresos de un hombre y el de la capitulación que debía ser pagado por toda persona entre lo catorce y los sesenta y cinco años de edad. Y por el segundo, Pablo se refiere a los impuestos locales que debían pagarse, tales como los derechos de aduana, por pasar por las sendas, caminos y carreteras principales, por los puentes, por poseer un animal o un carro. Insistiendo que el cristiano debe pagarlos a las autoridades estatales y locales por pesados que sean los mismos. Pero luego, el apóstol pasa a ocuparse de las deudas privadas. Nos dice: No debáis a nadie nada. Parece una cosa innecesaria de decir, pero había quienes cambiaban el sentido de la petición del Padre nuestro para pretender la absolución de toda deuda u obligación monetaria. Pablo tenía que recordar a la gente que el cristianismo no significa una excusa para negar nuestras obligaciones hacia los prójimos, sino una razón para cumplirlas al máximo. Luego, pasa a hablar de la única deuda que el hombre debe pagar todos los días y que, sin embargo, y al mismo tiempo, sigue siempre debiendo. Es la deuda de amor al prójimo. Pablo llega a afirmar que si uno trata de satisfacer su deuda de amor, automáticamente cumplirá todos los mandamientos. Si cumple con su deuda de amor, no cometerá adulterio, ni matará, ni odiará, ni codiciará.

 

Conclusión:

Hay un famoso dicho que afirma: Ama al Señor y luego haz lo que quieras. Si el amor es el resorte principal del corazón del hombre, si toda su vida está dominada por el amor a Dios y a sus prójimos, no necesita otra ley, porque la ley de amor no necesita otra ley.

 

 

 

 

070374

  Barcelona, 27 de junio de 1976

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198 EXPANSIÓN DE LA IGLESIA

 

Hech. 1:6-8; 2 Cor. 5:16-20

 

Introducción:

Sabemos que la Iglesia fue formada para crecer y extenderse por toda la tierra y que su trabajo es proclamar el evangelio por todo el mundo y a toda criatura y que su alcance es universal y perenne y que para cumplir esta misión ha sido dotada de un poder y de una autoridad que la aseguran el éxito de su ministerio: El poder el E Santo y la autoridad de Cristo.

 

Desarrollo:

  Hech. 1:6. La partícula entonces reanuda el relato del v. 4 y nos indica que se trata de la misma reunión. Los once apóstoles, v 2; Luc. 24:33, 34, conectan con razón la promesa del E. Santo con la restauración, 3:21; Mar. 9:12, 13, de este reino del cual Jesús le hablara con tanta frecuencia, v. 3, la esperaban a través del mismo De todas formas su actual pregunta tiene un cierto límite marcadamente local, Israel, y muestra al mismo tiempo su duro patriotismo y su poco, o nada, conocimiento de la universalidad y espiritualidad del mismo. Sin duda aún están imbuidos de ese particularismo judío, al que no renunciarán sino por grados y por medio de ciertas revelaciones positivas, 10:9 y ss. Pero, por aquel entonces, todavía estaban lejos de sospechar que el evangelio rompería las barreras de las fronteras, por eso padecen el error que les induce a creer en el restablecimiento terrestre y material de ese reino en una época cercana, respecto de la cual interrogan al Maestro.

  Hech. 1:7. Notamos en primer lugar que en su respuesta, Jesús no censura la pregunta de los discípulos, mas sin embargo, rehúsa revelarles los tiempos o las sazones, es decir, las épocas precisas, momentos favorables y fechas generales del restablecimiento del Reino de Dios, 1 Tes. 5:1. No toca a vosotros saberlos, porque dependen exclusivamente de la autoridad del Padre. Y por otra parte, Jesús llega a declarar que Él mismo, en su estado terreno, los ignora. Es importante observar que, con estas palabras, el Salvador rectifica también indirectamente lo que había de erróneo en la pregunta de los discípulos, pues les da a entender que el fiel restablecimiento del reino está aún en un porvenir lejano y que no será sólo para Israel, sino para todo el pueblo de Dios, judíos y gentiles salvados. Sin embargo este restablecimiento permanece seguro y cierto, sin lo cual no estaría condicionado a los tiempos y sazones que el Padre puso en su sola potestad.

  Hech. 1:8. Con estas palabras Jesús opone (pero) la promesa, que se va a cumplir, a las vanas especulaciones de los apóstoles sobre los tiempos y las sazones. Van a ser preparados para llevar a cabo su trabajo por el E de Dios, que será en ellos una potencia, un poder, intelectual y moral, tanto es así, que de su alcance aún no tienen idea alguna. Su obra va a consentir en testigos de Jesús, testigos de su obra santa, de su vida, de su verdad y de forma particular, de su resurrección, Luc. 24:48. En cuanto al área de su trabajo, se localizará primero en Jerusalén y en toda Judea que se hace coincidir con la orden de no moverse del centro, v. 4. Luego, pasarían a Samaria, sus despreciables vecinos y por último hasta lo último de la tierra, un extremo predicho ya por Isaías 49:6 y corroborado por Hech. 13:47; Rom. 10:18.

  2 Cor. 5:16. Con el fin de expresar de un modo sorprendente la renovación completa de aquellos que, muertos a sí mismos, ya no viven más que para el Cristo que los salvó, el apóstol Pablo dice y expone este hecho bajo dos formas que tienen algo de absoluto e irrevocable: No los conoce ya según nuestra carne y son nuevas criaturas, v. 17. Antes de pasar adelante debemos entender que si el primer pasaje nos presenta a los testigos de la resurrección en el momento de recibir su embajada, el que ahora iniciamos nos muestra a otros que, pudiéramos llamar de segunda generación, tienen ante sí una nueva imagen de Cristo puesto que hablan de reconciliación y se basan más que en un conocimiento personal y físico del Maestro es su carácter espiritual. En efecto, Jesús fue visto por centenares de personas que nunca creyeron en él y este es el conocimiento de la carne al que Pablo rehúsa a favor de un conocimiento superior, resultado del poder generado por aquéllos que no vieron y creyeron. Y según esta tesis paulina, conocer a alguien según la carne es conocerle en su vida natural, según sea su posición externa, rico o pobre, sabio o ignorante, judío o griego y que todo esto ha desaparecido a los ojos del cristiano, el cual, no conoce, no busca y no ama en sus hermanos más que la vida nueva y los frutos que ella produce. Y con la idea de dar más energía a su pensamiento, Pablo aplica esta idea a Cristo mismo. Sin embargo confesar a Jesucristo venido en carne, 1 Jn. 4:2, 3, es en realidad un conocimiento saludable del Salvador porque el Dios manifestado en carne ha sido también glorificado en E, 1 Tim. 3:16, y porque aquél que es hijo de David según la carne, ha sido declarado hijo de Dios con potencia, a causa de su vuelta y resurrección de entre los muertos, Rom. 1:4. De forma que el que conoce a Cristo muerto por nuestras ofensas no le conoce según la carne, porque le adora resucitado por nuestra justificación. Se ha tratado de ver en este pasaje un perfecto acuerdo con 1 Cor. 1:2, y que el apóstol introduce una cierta idea de polémica contra adversarios judaizantes de Corinto que se jactaban de sus pobres relaciones personales con Cristo o que elevaban a otros apóstoles por encima de él porque habían conocido a Jesús y habían vivido en su intimidad.

  1 Cor. 5:17. Se puede traducir por nueva creación, lo mismo que por nueva criatura, pues la voz griega usada tiene ambos sentidos. Quizá el apóstol tiene presente en el pensamiento la promesa de Dios, Isa. 43:18, 19; 65:17, cuya realización se adivina en Apoc. 21:1-5, y ve desde ahora esta creación nueva interiormente hecha y realizada en cada creyente. Hay, en efecto, en cada cristiano, en cada creyente, la segunda creación y, por lo tanto, la concepción de una nueva criatura. Su vida natural, sobre la cual reinaba el pecado, ha perecido, v. 14, y Dios ha creado en él, por su E, una vida nueva, cuyas manifestaciones son opuestas a las del viejo hombre pensamientos, afectos, deseos, gozos, necesidades, penas, temores y esperanzas. De ahí, que el apóstol puede decir que todo ha sido nuevo ya que la obra de Dios, una vez empezada, no puede tener otro fin que la perfección, Fil. 1:6; Efe. 2:1; Gál. 6:15. De todas formas es importante notar que para que todo esto ocurra en el hombre, Pablo lo condiciona a estar en Cristo, es decir, es una comunión viva y efectiva, íntima con él.

  2 Cor. 5:18. Esta vida nueva, sus frutos, todo lo que tenemos, todo lo que somos, es un don gratuito de Dios, el cual nos abrió camino hacia esa fuente inagotable de gracias a través de la santa reconciliación que Él mismo ha realizado en Cristo, vs. 18-21.

  2 Cor. 5:18, 19. El v. 19 explica y prueba la segunda parte del v. 18, aunque antes de pasar adelante deberíamos precisar que es lo que entendemos por reconciliación: Uno de los mejores v que la describen es con mucho Rom. 5:1: Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio del Señor nuestro Cristo. En efecto, la paz no renace en el alma del hombre hasta el mismo momento en que Dios la declara justificada, aceptando su fe como garantía y a causa del sacrificio del Salvador, o lo que es lo mismo, hasta que no se ha reconciliado con Dios creyendo que éste y no otro fue el propósito expiatorio de Jesús, Luc 22:19, 20; Rom. 5:8; 8:32; 14:15; 1 Cor. 1:13; 2 Cor. 1:14, 15; Gál. 3:13; Efe. 5:2; 1 Tes. 5:10; 1 Tim. 2:6; Tito 2:14; 1 Ped. 3:18; Rom. 3:25.

Ahora bien, la frase: Dios estaba en Jesucristo reconciliando consigo al mundo, expresa al mismo tiempo la plenitud de la fiel divinidad de el Mediador y la acción soberana de Dios Padre en la obra de la reconciliación. Pero, ¿de qué manera se encuentra realizada la acción divina de la reconciliación en Cristo? De por sí se responde: En su muerte, esta respuesta está plenamente bien justificada en el v. 21, donde el apóstol se explica con claridad, lo mismo que por todo el NT, que atribuye el perdón de los pecados y la reconciliación propiamente dicha al sacrificio de la cruz, Rom. 3:23-25. Pero para que esta idea sea verdadera y completa hay que ver aún más en las palabras del apóstol: Así, la reconciliación del hombre con Dios, de Dios con el hombre, ha tenido lugar ante todo en la persona misma de Cristo, hombre y Dios. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo no ofrece dudas y sólo bajo este prisma la muerte de Jesús, jefe y representante de nuestra humanidad, ha tenido toda su eficacia reconciliadora ante Dios y los propios hombres por cuanto él mismo justificó y se hizo plena justicia para que en su persona Dios pudiera acoger a los que creyeran en él. Por fin, los dos actos divinos que siguen están ya condicionados o subordinados al primero que acabamos de leer y desgranar: * No tomándoles en cuenta sus pecados; es decir, algo así como perdonándoselos, una acción ejecutiva de reconciliar y * Encargándonos la palabra de reconciliación (ministerio dice el v. 18). La primera acción nos habla del enorme amor con que Dios mira a los hijos de la ira, Efe. 2:3, y como éstos son ganados por ese amor y las consecuencias de semejante perdón y la segunda, de la previsión divina y el saber hacer de Dios pues que instituye un sacerdocio por medio del cual pudiera ser anunciada esta reconciliación al mundo. Por último cabe destacar aquí que lo que Dios estaba reconciliando a través de Cristo es al mundo entero, a nuestra humanidad entera, 1 Jn. 2:2, porque así, tal es el designio de la misericordia divina. Ahora bien, Pablo no dice aquí como es que esta reconciliación se realiza en unos y en otros no, pero en realidad no hace falta por cuanto, además de ser fervorosos creyentes del santo ministerio de la reconciliación, lo somos de la predestinación.

  2 Cor. 5:20. Hablamos a todos los hombres en su lugar, como si él mismo les hablase, como si Dios rogase por medio de nosotros ya que él mismo puso en nosotros la palabra de reconciliación, v. 19. Por eso: Os rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos con Dios!

 

Conclusión:

De parte de Dios la reconciliación está virtualmente hecha, Rom. 5:8, 9, ¿Vamos a despreciarla? ¿Quién quiere reconciliarse hoy con Dios?

Este es nuestro mensaje: ¡Reconciliaos con Dios!

 

 

 

 

070375

  Barcelona, 4 de julio de 1976

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199 VIVIENDO UNA NUEVA VIDA

 

Mat. 19:16-30

 

Introducción:

Sabemos por experiencia que el cristianismo no es sólo un modo de creer, sino de vivir. Un estilo de vida que no se caracteriza con ningún patrón cultural conocido fuera del mismo, es decir, tiene que ver con una ruptura del orden mundano que se opone a la voluntad de Dios, a pesar de que a este resultado se puede llegar de muchas formas. De todas maneras el resultado es el mismo, o debería serlo: Seguir a Cristo abandonando todo aquello que nos lo impide.

 

Desarrollo:

  Mat. 19:16-22. Aquí nos encontramos con uno de los relatos más conocidos de todo el Evangelio Una de las cosas más interesantes acerca de esta historia es la forma en que la mayoría de nosotros une, de forma inconsciente, distintos detalles sobre la misma que extraemos de los distintos evangelios para obtener una imagen más completa y real de lo que pasó en realidad. Por lo general solemos llamarla la historia del joven rico. En esto sí coinciden los relatos evangélicos. Todos señalan que era rico porque es el motivo real del relato. Pero Mateo es el único que nos dice que era joven, Mat. 19:20. Por su parte Lucas añade que era principal, Luc 18:18. Es interesante observar como algo inconscientemente hemos elaborado una imagen compuesta por los diferentes datos y elementos extraídos de los evangelios sinópticos, Mat. 19:16-22; Mar. 10:17-22 y Luc. 18:18-23.

Pero aún hay otro elemento interesante acerca de este relato. Mateo cambia la pregunta que el hombre hace a Jesús, puesto que tanto Marcos como Lucas dicen que fue la siguiente respuesta: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios, Mar. 10:16; Luc. 18:19. Mas por su parte Mateo insiste que la pregunta de Jesús fue así: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno, Mat. 19:17. Sí, claro, este cambio tiene su razón de ser. Veamos: Si hubiésemos leído nuestra parte de la lección en una versión de Valera (incluyendo la versión del 60) no hubiésemos notado diferencia alguna en las preguntas de Jesús sin embargo, lo que hemos leído es la versión más correcta que aparece en cualquier traducción moderna. Debemos indicar que ya la Biblia de Jerusalén capta la diferencia que estamos viendo y considerando. Sabemos que Mateo es el último de los tres escritos evangélicos comparativos y su respeto hacia Jesús le impide darlo o mostrarlo formulando la pregunta ¿por qué me llamas bueno? Para él semejantes palabras parecerían indicar un rechazo por la parte del Maestro a que lo llamen bueno, de manera que cambia las palabras, y no el sentido precisamente, y escribe: ¿porqué me preguntas acerca de lo bueno? a fin de evitar lo que él considera una irreverencia. Existe en el mismo evangelista otro precedente semejante cuando pone en boca de madre de los hijos de Zebedeo la petición de las jerarquías del Reino, cuando en el resto de los evangelios son ellos mismos los que hacen la petición. De todas formas y dejando aparte sutilezas, en esta historia tenemos una de las enseñanzas más profundas del Evangelio porque contiene todo el fundamento de la diferencia entre la idea correcta y la que no lo es acerca de la religión. El hombre que se acercó a Jesús buscaba lo que él denominaba la vida eterna. Es decir, buscaba felicidad, satisfacción y paz con Dios y a nuestro juicio, era sincero. Pero la forma en que plantea la pregunta le traiciona: ¿Qué bien haré? Y es que piensa en términos de acciones. De forma inconsciente se parece a los fariseos puesto que piensa en términos de obedecer reglas, normas o leyes. Piensa en acumular un crédito con Dios mediante la observancia de las obras de la ley. Es evidente que no conoce nada de la doctrina de la gracia y piensa en aquello que ya sabe de una religión de la ley y en obtener la aprobación de Dios cumpliéndola al dedillo.

De manera que Jesús trata de conducirlo hacia el punto de vista correcto. ¡Cuánto deberíamos aprender de Jesús! Siempre sigue las conversaciones en el mismo terreno en el que se ha quedado su interlocutor. Aquí le responde en sus mismos términos. Le dice que guarde los mandamientos. El joven no se da por vencido y le pregunta a qué tipo de mandamientos se refiere. Entonces Jesús puntualiza y le cita cinco de los diez  que nos son clásicos. Ahora bien, hay dos cosas importantes acerca de los mandamientos que elige Jesús. En primer lugar se trata de normas que se ocupan de la obligación del hombre para con el hombre. Todos pertenecen a la segunda parte del Decálogo la parte que no se ocupa de nuestra obligación para con Dios, sino de nuestra obligación para con los hombres. Son las normas que rigen nuestras relaciones personales y nuestra actitud para con el prójimo. En segundo lugar, cita un mandamiento que parece estar fuera de lugar, por decir de alguna

manera, por decir algo. Cita en último lugar el mandato sobre la obligación de honrar al padre y a la madre cuando en realidad debería ocupar el primer puesto de esta relación tan particular. ¿Por qué? ¿No será, acaso, porque este joven se había hecho rico y poderoso en su carrera y se había olvidado de sus padres que quizá eran pobres? ¿Quizás había escalado posiciones sociales que le hacían avergonzar de la personalidad de sus padres? Y ¿había hecho el juramento Corbán que Jesús había condenado sin miramientos? Mat. 15:1-6; Mar. 7:9-13. Toda la verdad no la sabemos, lo que sí sabemos es que este pasaje demuestra que pudo haber hecho cualquiera de estas cosas y sin embargo tenía también el derecho a sostener que había obedecido en todo a los mandatos divinos. ¿Cómo era posible? P ej., declarando Corbán a su fortuna estaba exento de ayudarlos. Pero lo realmente cierto es que Jesús, con el rol de mandamientos escogidos, le está preguntando cuál es su actitud hacia sus propios padres y hacia su prójimo y cómo eran sus relaciones personales. Así, la respuesta que el joven da a nuestro Maestro Jesús es que había obedecido los mandamientos y que, sin embargo, había algo que sabía que debía tener y no tenía. De manera que Cristo le da otro mandamiento: Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y sígueme. Ahora bien, sucede que contamos con otra versión de todo este incidente en el nuevo Evangelio apócrifo según los Hechos. Como sabéis se trata de un escrito que corría de boca en boca, pero que no se incluyó en el NT. Su relato nos proporciona información accesoria excelente y valiosa: El segundo de los jóvenes dijo a Jesús: Maestro, ¿qué cosa buena puedo hacer para vivir? Él le respondió: Hombre, cumple la ley y los profetas. El joven contestó: Los he cumplido. Jesús le dijo: Anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme. Pero el joven rico comenzó a rascarse la cabeza y no le satisfizo. Y el Señor le dijo: ¿Cómo dices, he cumplido la ley y los profetas? Porque está escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, y muchos de tus hermanos, hijos de Abraham están vestidos con harapos, sufren hambre, y tu casa está llena de cosas buenas y ellos no tienen ninguna. En efecto, tenemos la clave de todo el asunto. El joven afirma que había cumplido la ley y en un sentido literal podía ser cierto, pero desde el punto de vista espiritual no lo era porque su actitud hacia el prójimo era incorrecta. En última instancia, su actitud era incorrecta. Fue por eso que Jesús lo enfrentó con el desafío de venderlo todo y darlo a los pobres. El hombre estaba tan atado a sus posesiones que lo único que le separaría de ellas era una especie de operación quirúrgica. Si el hombre ve sus posesiones como algo que le ha sido dado con el único fin de proporcionarle comodidad y confort estos bienes se convierten en una cadena que hay que romper. Por el contrario, si un hombre ve sus posesiones como un medio para ayudar a los demás, sus bienes se convertirán en una corona. La gran verdad de esta historia está en la forma en que ilumina el fiel significado de la vida eterna. Recordemos que ésta es la que vive como la vive Dios. La palabra que designa lo eterno es algo que pertenece a Dios, que es característico o digno de Dios, actitud de Dios u olor de Dios. Y lo real de Dios es que amó y se dio como lo hizo. De manera que la esencia de la vida eterna, de la vida real no es una observación cuidadosa y calculada de mandamientos, reglas y normas. La vida eterna se basa en una actitud generosa y sacrificial hacia nuestro prójimo. Si queremos encontrar la vida eterna, si queremos encontrar felicidad, alegría, la satisfacción, la paz de espíritu y la serenidad de corazón, no la encontraremos tratando de llenar una hoja de crédito con Dios obedeciendo sus mandamientos, reglas y normas fría y sistemáticamente. Hemos de encontrarla si copiamos su actitud y capacidad de dar y su fiel preocupación para con el prójimo humano. Digámoslo de una vez por todas: ¡Seguir a Cristo y servir con gracia y generosidad a los hombres por quienes él murió, es lo mismo.

Al final, el joven se alejó con un sentimiento de desesperación. Rechazó el desafío porque tenía muchas posesiones. Su tragedia pasa a la historia porque casi amaba más a las cosas que a las personas. Por consiguiente le dio la espalda a Jesús.

  Mat. 19:23-26. El caso del joven rico iluminó en forma vivida y trágica el peligro de las riquezas pues nos habla de un caso de una persona que rechazó a Cristo por tener muchas posesiones. Jesucristo aprovechó el interés despertado en sus oyentes para subrayar este peligro. Es difícil, dijo, que un hombre rico entre en el Reino de los cielos. Usó un símil muy elocuente para ilustrar lo difícil que era. Dijo que lo sería tanto como el que un camello pasara por el ojo de una aguja. Se han dado diversas interpretaciones a estas palabras de Jesús. El camello era el animal más grande que ellos conocían  y, por otro lado, se afirma que las ciudades amuralladas tenían dos puertas. La principal era usada de día para permitir el tránsito comercial y humano y la segunda, baja y angosta, estaba adosada a la anterior. Resultaba que cuando se cerraba la puerta principal, se la aseguraba con cerrojos y guardias permanentes en la noche. Cualquier persona rezagada que quisiera entrar en la ciudad, forzosamente tenía que hacerlo por la puerta estrecha una vez que era identificado. Esta puertecita era llamada por el pueblo el ojo de la aguja. De manera que siguiendo esta última imagen, lo que Jesús dice que es difícil pasar por esa puerta y más con un camello. Existe otra sugerencia que resulta muy atractiva: La voz griega para camello es similar a la cuerda de anclaje de un barco. Así, Jesús pudo haber dicho que es tan difícil entrar un rico en el cielo como enhebrar una aguja normal con la calabrote de un gran barco. Con lo que la imagen cobra visos de imposibilidad. Lo más probable es que Jesús empleara la frase y la imagen en un sentido literal y así, todos entendieron lo que quiso decir, ya que preguntan: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Sin duda, las riquezas revierten con tres efectos principales en el punto de vista y la actitud de un hombre: * Fomentar una falsa independencia.  El que lleno de bienes de este mundo se siente inclinado a pensar que puede vérselas con cualquier situación que pueda surgir. Hay una imagen muy elocuente de esta realidad en la carta a la Iglesia de Laodicea en el Apocalipsis. Esta ciudad fue destruida por un terremoto en el año 60 dC y rechazó una ayuda romana para su reconstrucción argumentando que era capaz de rehacerse por sus propios medios quedando como característica descriptiva de la ciudad su autosuficiencia que, al nivel que nos ocupa, tiene unos resultados catastróficos. El Cristo resucitado escucha argumentar a la Iglesia de Laodicea: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna otra cosa tengo necesidad, Apoc. 3:17. La cínica frase: y todo hombre tiene su precio, está en boga en los ambientes más o menos literarios y culturales del país, pero más bien refleja un fiel estado de conciencia sintomático. Así, si un hombre es rico puede pensar que todas las cosas tienen su precio y que si quiere algo puede comprarlo, y que si se encuentra en una situación algo complicada puede pagar para salir airoso. Quizá llegue a pensar que puede comprar el camino de la felicidad o que puede evitarse el dolor. De manera que puede llegar a pensar que se las arreglará sin Dios y que es muy capaz de solucionar su vida por su propia cuenta. Pero llega el momento en que el hombre descubre que hay cosas que no se pueden comprar con dinero, y cosas de las cuales el mismo no se puede librar. Así es que siempre existe el peligro latente de que las posesiones demasiado numerosas fomentar una falsa independencia, por cuanto tienden a eliminar la necesidad del Señor. * Las riquezas encadenan al hombre a este mundo. El Señor Jesús dijo: Donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón. Mat. 6:21. Si todo lo que desea el hombre pertenece a este mundo, si todos sus intereses pertenecen aquí, nunca halla la necesidad de pensar en el más allá por cuanto su apego a la tierra le impiden ver las nubes del cielo, ignorando que todas las cosas de la tierra le obstruyen el camino hacia las cosas invisibles y más eternas. * Las riquezas tienden a hacer egoísta al hombre. Por más que uno posea, siempre existe la tendencia a tener más. Ahí queda la canción: El que tiene un peso quiere tener dos, etc. Y aquel otro adagio: Lo suficiente siempre es un poco más de lo que uno tiene. Así, la vida de todo hombre se convierte en un infierno ya que sigue su instinto de poseer más y más buscando la seguridad de las posesiones, de dónde resulta que el aferrarse más a ellas, las adora, sustituye a Dios por las riquezas, elimina a Dios de su horizonte al no sentir la necesidad de la dependencia y anula al prójimo como alguien en cuyo servicio podría sublimarse El hombre en estas condiciones se olvida que uno pierde lo que retiene y da a los demás.

Pero Jesús no dijo que era imposible que un rico entrara en el reino de los cielos porque el resquicio queda posible para Dios. Y Zaqueo era uno de los hombres más acaudalados de Jericó y entró, Luc. 19:9. José de Arimatea era un hombre rico, Mat. 27:57. Nicodemo debe haberlo sido también porque aportó especies carísimas para embalsamar el cadáver de Jesús, Juan 19:39. No se trata pues de que los ricos tengan las puertas del cielo cerradas. Tampoco se trata de que las riquezas sean un pecado. Pero son un peligro. La base de todo el cristianismo es un sentimiento imperioso de gran necesidad y dependencia para con Dios y cuando un hombre tiene muchas cosas en la tierra, corre el riesgo de considerar que no necesita al Señor para nada.

  Mat. 19:27-30. A Jesús le hubiera sido fácil responder a la dura pregunta de Pedro con un reproche. En cierto sentido era la más inadecuada que se podía hacer, ¿pues, qué ganamos nosotros con seguirte? Y Jesús  podía haberle respondido que cualquiera que lo seguía con ánimo de ganancia no tenía la menor idea de lo que significaba hacerlo. Sin embargo encuentra la pregunta natural y la corrige aplicándola a la parábola del señor que contrata obreros para el trabajo de su viña, pero antes establece tres grandes leyes de la vida cristiana: * Siempre es cierto que quien comparte la compañía de Jesús compartirá su triunfo. Quien carga con su cruz lucirá su corona. * También es cierto que el cristiano recibirá mucho más de lo que haya tenido que abandonar. Primero cuando un hombre se hace cristiano entra a formar parte de una nueva y mejor confraternidad humana y la Iglesia le acoge con los brazos abiertos encontrando amigos que él no ha formado y hermanos que él no ha forjado. En segundo lugar, entra a formar parte de una nueva compañía divina puesto que recibe en propiedad la vida eterna, con todo el significado que antes hemos apuntado, es decir, una vida idéntica a la de Dios. * Por último, Jesús advierte claramente que en el juicio final habrán sorpresas. Y es que los criterios que Dios emplea para juzgar no son los mismos que usan los hombres. Existe, sin duda, un mundo nuevo para compensar el equilibrio del viejo, hay una eternidad para corregir los juicios equivocados del tiempo y del espacio. Y puede ser, y de hecho lo será, que quienes fueron humildes en la tierra sean grandes en el cielo y que quienes fueron grandes en la tierra sean humillados en el mundo venidero.

 

Conclusión:

Resumiendo, podemos decir que el hombre que vive la nueva vida es consciente de que no puede guardar perfectamente la ley, Stg. 2:10, 11, y que no será justificado por las obras de la ley, Rom. 3:20, sino que lo será por el simple hecho de haber creído en Jesús, Juan 3:16, y que por el hecho de haber creído ya le hace participar inmediatamente de las bendiciones al cien por cien en la misma tierra, Mar. 10:30, pero que en el siglo venidero, en el que no imperará la tan en moda selección natural, sino la viva ley sacrificial del amor, recibirá la vida eterna, Mar. 10:30 otra vez, cuyo tanto por ciento de beneficio ya no nos atrevemos a indicar.

 

 

 

 

070376

  Barcelona, 11 de julio de 1976

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200 DIFERENCIA ENTRE LA VERDAD Y EL ERROR

 

1 Jn. 4:1-12

 

Introducción:

Se nos ha dicho muchas veces que la 1ª Epístola de Juan es un escrito polémico de finales del primer siglo cuyo principal motivo fue salir al paso de la peligrosa herejía gnóstica que negaba la real humanidad de Cristo, a quien consideraban una especie de visión fantasmal como mucho, pero no un hombre de carne y hueso. Es sabido que según esta filosofía, todo lo material era malo y, por lo tanto, Cristo no podía haber tenido un cuerpo realmente físico, sino sólo la apariencia como tal.

 

Desarrollo:

  1 Jn. 4:1. Mis amados, no creáis a todo espíritu, es decir, a todo maestro o profeta que habla y enseña dándose por inspirado por Dios, 1 Cor. 14:32; 12:3, 10; 2 Tes. 2:2; 1 Tim. 4:1. Juan acaba de invocar el testimonio del E. Santo en nosotros como prueba de que estamos en comunión con Dios, 3:24, mas se acuerda de que muchos pretenden este testimonio aun estando practicando fallos y errores mortales, y pone a sus hermanos en guardia contra estos falsos doctores. En realidad se trata de una repetición de 2:18 ss. Sino probar los espíritus, si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En efecto, hay falsos profetas en el nuevo pacto como los hubo en el antiguo y están por el mundo, leer 2 Jn. 7, impelidos por el espíritu de mentira que les anima, tratando de extender sus errores. Es necesario pues, probar los espíritus, 1 Tes. 5:21, para saber si son de Dios, es decir, para saber si Dios los envía, si el E de Dios habla con ellos, v. 2, habla en ellos y a través de ellos. La doctrina que anuncien es la señal cierta de la presencia o la ausencia del E de Dios.

  1 Jn. 4:, 3a. La enseñanza es clara: Aquella clave para medir la calidad del espíritu que anima a cada cual es su confesión. Si uno confiesa a Cristo venido en carne, es decir, si uno confiesa tener fe en el Cristo histórico como Hijo de Dios, como la Palabra de Dios que se ha hecho carne, que se ha vestido de una manera real y definitiva de nuestra humanidad, es poseedor del Espíritu de Dios. O lo que es lo mismo, la confesión de Cristo, venido en carne, es la principal señal por la que los cristianos podrán ver y discernir los espíritus y saber si vienen del Señor. Ahora bien, ¿dónde radica la importancia de esta confesión? Sí, sencillamente porque el hecho de la encarnación implica el de la redención. Este hecho enteramente reconocido nos previene contra todo error más o menos esencial y muestra que poseemos la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el pecado y sobre la obra de la gracia en o sobre nosotros. Por esto, Pablo, aunque bajo otro punto de vista, emplea el mismo lenguaje que Juan, 2 Cor. 5:19; Col. 1:13-20.

  1 Jn. 4:3b. Ver 2:18. Juan insiste de nuevo en su tesis. Ahora trata de decir que el hecho del Anticristo no puede resultar una sorpresa en el confiado pueblo de Dios, puesto que ya está en el mundo. Y es posible que hasta dentro de la propia Iglesia puesto que tiene la habilidad de aparecer ante los ojos humanos bajo la forma de un ángel de luz, 2 Cor. 11:14. Según Juan, ¿cuál es el espíritu del anticristo? El espíritu que no confiesa que Cristo es venido en carne, que, en una palabra, no es de Dios.

  1 Jn. 4:4. El que está en vosotros, es Dios, el cual habita por su E Santo en el alma de los que aun son nacidos de él, 2:20, 27. Por eso el verdadero cristiano no tiene ningún problema de identidad, sabemos que somos de Dios y que tenemos la seguridad de que el espíritu de este Anticristo no tiene oportunidad de ganar en esta velada contienda que apunta el apóstol Juan, porque el E Santo es superior a semejante adversario. Es más, el tiempo en que está escrito el verbo, indica bien a las claras que esta victoria ya ha tenido lugar, leer Juan 16:33.

  1 Jn. 4:5. Dicen cosas procedentes del mundo y el mundo los oye Hablan de conocimientos que sus oyentes quieren escuchar y por eso tienen éxito.

  1 Jn. 4:6. Cuando tenemos que probar los espíritus, este v es la señal cierta por la cual discernimos el espíritu de la verdad y el del error: Los que tienen el segundo son del mundo y lo dicen y manifiestan por su lenguaje. Hablan como siendo del mundo, es decir, que, aun pretendiendo tener la verdad de Dios, la proponen en un espíritu y bajo formas que agradan al mundo, y por eso el mundo los escucha. Esto mismo es un nuevo lazo para los hijos de Dios, frecuentemente tentados a ver en el éxito ajeno una señal de la verdad. Juan realza, pues, la oposición irreductible que hay entre el espíritu  del mundo y el de Dios, entre el lenguaje de los falsos doctores que recoge el aplauso del mundo y el testimonio de los cristianos que no es recibido sino por el que obedece al Señor: El que conoce a Dios nos escucha, el que no es de Él no lo hace. Esta exposición la ha expresado el Maestro de forma tan viva como el discípulo, Juan 3:31; 8:23, 47; 10:2-5; 18:37. Así pues, todo el que quiere debilitarla, borrarla por una enseñanza que aplauda las inclinaciones del mundo, no tiene el espíritu de verdad, sino el del error. De donde: Cuando oigamos a un orador afirmar o negar la encarnación de Jesús, sabremos positivamente si está predicando la verdad o el error.

  1 Jn. 4:7. Con estas palabras, el apóstol vuelve al tema de su fiel predicación, al amor fraternal, en el cual ve la esencia de la vida cristiana, 3:11-23. Lo considera aquí bajo nuevos aspectos: El primero, escrito en imperativo, resalta inmediatamente: Amar unos a otros porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios, este pensamiento es ampliado en 5:1 y es de la máxima importancia para entender lo que sigue. El amor del que habla no es del hombre natural, es de Dios y viene de Él, pues es el Señor quien lo ha manifestado al mundo dando a su único Hijo v. 9; Juan 3:16, y sólo lo experimenta el que es engendrado, nacido de Él y al que Dios comunica así su propia naturaleza, que es el amor, 3:9; Juan 1:12, 13; 3:5. Todo afecto que no venga o sea inspirado y santificado por el Espíritu de Dios, no es el amor que, a los ojos de Juan, o de todos los apóstoles, 1 Cor. 13:1 ss., es la esencia de la vida cristiana, porque es el fruto de la fe o, más bien, es Dios mismo en sus hijos nacidos de Él, Rom. 5:5. Y le conoce a Él. Claro, el hijo conoce al padre, lo respeta y procura parecerse en todo, porque no podemos olvidar la estrecha unión o relación entre conocer y amar que sublima el v siguiente:

  1 Jn. 4:8. Esta es una de las pocas definiciones que tenemos de Dios en la Biblia, breve, pero de alcance infinito: Dios es amor. No podemos comentarla por cuanto fue inspirada por su Espíritu en el corazón que vivió  en la más íntima comunión con Él, pero es necesario notar el objetivo de Juan y el fin que persigue. Había afirmado que Dios era luz a fin de hacer sentir que todo el que andaba en tinieblas no podía tener el Padre, 1:5-7. Ahora dice y proclama que Dios es amor, para demostrar sin posible réplica que el que no ama no conoce ni a conocido a Dios jamás, puesto que no se le asemeja. De modo que esta sentencia, que respira todo lo que hay de profundo y tierno en el amor divino, es al mismo tiempo una de las más severas y exclusivas del NT. Si leemos de nuevo el v. 7, sin duda la idea del apóstol es realzar el amor fraterno, amémonos unos a otros, pero lo importante es que el amor mismo, independientemente de su objeto, es su tesis más preclara: Según un hombre posea o no el verdadero amor, conoce a Dios o no, es nacido de Dios o está en su estado natural. Así, de esta manera, también en el amor podemos determinar dónde está el error o la verdad.

  1 Jn. 4:9, 10. Estos dos vs. parecen a simple vista una repetición, pero la realidad es que el primer pensamiento, tan solo esbozado, es recogido por el apóstol y contemplado en total profundidad. Veamos ¿Dios es amor? Sí, ¿cómo lo demostró? Si amar en darse, Dios amó de esta manera cuando nos dio ese otro sí mismo: ¡Su Hijo unigénito! Entonces, su amor ha sido dado y demostrado, es más, lo ha sido en nosotros, pues para conocerlo de forma perfecta no basta considerar la aparición histórica del Hijo, es necesario que el E le glorifique en nosotros, Juan 16:14; Gál. 1:16. Esto es lo que dice Juan cuando suscribe la forma del verbo en perfecto expresando con ello que en esta acción de darse, Dios es una manifestación permanente. Ahora bien: ¿Para qué esta manifestación del amor de Dios por el envío de su Hijo al mundo? El propio Juan nos lo dice: Para que vivamos por él. Juan 3:16. Pero esto no es todo. El amor lo constituye el hecho de que Dios nos amó primero y no nosotros a él. El fue quien envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados, que era lo que nos volvía a Él que es luz. De modo que no sólo el amor de Dios es gratuito e inmerecido, sino que, para hacernos capaces de comprenderlo y responder, ha sido necesario el profundo misterio de la propiciación, 2:2, nueva e insondable manifestación del amor de Dios. Mas, bajo una forma diferente, estos mismos pensamientos aparecen en Rom. 5:6-10 de la pluma paulina.

  1 Jn. 4:11. Leer 1 Jn. 3:11 y Juan 13:34. El amor de los hijos de Dios, unos a otros, debe ser de la misma naturaleza que el de Dios para con ellos, el cual es producido por el perfecto y santo conocimiento del mismo.

  1 Jn. 4:12. El Dios invisible, inaccesible, se ha manifestado en nosotros por su Hijo Unigénito, vs. 9, 10; Juan 1:18. Y se crea en nosotros por la comunión del amor fraternal que es un aprueba sensible de su presencia, de su comunión íntima con nosotros. Su amor es entonces perfecto (consumado según Heb. 5:9 en nosotros ya que ninguno puede amar a sus hermanos, sino aquel en quien Dios ha derramado su amor; ahora bien, donde Él ya ha realizado esta obra de gracia por la regeneración de un corazón que se ha abierto para recibir el amor de Dios, la proseguirá hasta su vivida perfección.

 

Conclusión:

De manera que hemos visto dos pruebas evidentes que nos ayudarán sin duda a diferenciar el error de la verdad.

 

 

 

 

070377

  Barcelona, 18 de julio de 1976

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201 EL MENSAJE DE GRACIA

 

Gál. 2:15-21; 3:23-29

 

Introducción:

La primera parte de la lección, que por cierto hemos estudiado recientemente, está enmarcada, en un relato de primera mano, en un incidente protagonizado por enormes Pablo y Pedro ocurrido en Antioquía, y en el que el primero en un arranque de sinceridad y viva valentía le reprocha a su hermano su disimulo ante los errores de los judaizantes. Por lo general criticamos la actitud de Pedro y admiramos la de Pablo que tuvo la valentía de resistir cara a cara al príncipe de la Iglesia pero en el fondo de la cuestión hay algo que no siempre se dice y es que un judío no podía, a causa de la conciencia, comer con un gentil precisamente porque éstos comían cosas que los judías las tenían prohibidas por las leyes del AT, Lev. 11. Así es que Pedro, creyente como el que más tiene sus propias dudas y antes de dañar aquellos mensajeros de la capital con su ejemplo, disimula y se aparta de las mesas. Mas en este afán se olvida de que también era observado por creyentes griegos a los que su actitud hacia daño y eso fue lo que hizo mover al apóstol Pablo. Y explota: Bajo la nueva ley de la gracia, las prohibiciones rituales ya no tenían sentido. La circuncisión era una señal en el alma y, por lo tanto ya no había ninguna razón para discriminar a los incircuncisos, si me apuráis, a sus comidas.

 

Desarrollo:

  Gál. 2:15. Este arranque es un reconocimiento y una distinción, porque quiere indicar que nuestra condición de judíos es natural, por sangre y por nacionalidad, pero no es razón suficiente para que hagamos inferiores a los gentiles por el solo hecho de haber nacido fuera del seno de Abraham, ya que nosotros aun siendo judíos de nacimiento no pecadores, es decir, judíos prosélitos, gentiles convertidos al judaísmo, somos salvos a través de la misma fe, lo mismo que ellos.

  Gál. 2:16. La exposición es clara por cuanto es una afirmación de la igualdad de los hombres en su impotencia para salvarse y en su oportunidad para ser admitidos a la gracia del Señor en su Cristo. Evidentemente, este es el pensamiento clave para entrar en un nuevo entendimiento entre los hombres creyentes y su trato respecto a Dios, por cuanto todos somos medidos con el mismo rasero y sin posibilidad alguna de vanagloriarse por causa racial, social, lingüista o de cualquier otra índole. Ahora se nos presenta una extraña situación: Pablo, en los siguientes tres versículos nos exhorta a que si queremos ser justificados por Cristo, procuremos ser pecadores (¿?). Claro, se trata de una situación extrema, casi hipotética, por cuanto la frase la debemos tomar por pasiva, es decir, porque somos pecadores podemos ser justificados por Jesús El v. 17 introduce el asunto por medio de una cláusula harto condicional en la que Cristo es disculpado de ser ministro de real pecado, suponiendo que los judíos fueran hallados pecadores, en la misma categoría o clase que los gentiles. De manera que ellos y los gentiles ya podían reunirse y comer juntos incluso, ya que ambos quedaban con la misma necesidad y con la misma razón u oportunidad de salir de su estado. Si en la condición de igualdad eran hallados los judíos, lo mismo que los gentiles, Cristo no por ello era un instrumento de pecado, sino todo lo contrario, de santa salvación.

  Gál. 2:18. Sigue con la exposición de su tesis. Nos presenta a un sujeto, descrito en primera persona, que destruye el sistema de la salvación por obras y luego lo vuelve a construir. Pero, ¿cuál es el resultado? Otra cláusula condicional, en la que nuestro hombre se convierte en un violador de la ley por cuanto el propio Dios había establecido el nuevo orden de cosas y no era posible volver hacer o construir el yugo que ni ellos ni sus padres habían podido llevar Así que Pablo se apresura a definir su posición puesto que el uso y empleo de la primera persona podía haber supuesto algún tipo de confusión y como o quiere tomar parte en transgresión alguna, invita a Pedro a que lo imite.

  Gál. 2:19. La idea es clara y contundente: Puesto que la ley hizo calibrar mi pecado, me guió a Cristo a conocerlo como Salvador, estoy muerto para esa ley que sólo señalaba y no curaba y, por consecuencia, ella también murió para mí, dejó de existir, se fue, desapareció, de donde ya no puede convertirme en transgresor, violarla o incumplirla por esta misma razón: ¡No existe más para mí! Evidentemente, ni Pablo, ni Pedro, ni yo mismo, ni vosotros, podemos edificar de nuevo lo que ya destruimos con el único fin de vivir para Dios. No podemos olvidar que en el v. 20, se llega al clímax del pensamiento paulino pues que determina su relación, y la nuestra, para con Cristo llegando a identificarse con el mismo y, por lo tanto, copartícipe de la destrucción de la ley como genial instrumento de la salvación: Con Cristo estoy crucificado y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí. Se nos dice que está crucificado con Cristo. ¿Qué quiere decir esto? Muchos han indicado, incluso yo mismo, que se refiere tan solo a la necesaria crucifixión diaria del yo de cada uno, pero esto no es necesariamente cierto o cierto del todo. Aquí se nos dice mucho más y no ganaremos nada con disfrazar parte de la verdad. Con Él estoy juntamente crucificado, y con el contexto anterior, quiere decir más que una negación del individuo, necesaria, no obstante, en el proceso de santificación. Quiere decir también que en el Calvario, Pablo, vosotros y yo, y todos los seres humanos, fuimos crucificados a la vez que con el Cristo, pues no hay otra acepción para el adverbio juntamente. Me explicaré. Según esta idea, a la vez que hay sustitución en la cruz, pues Cristo murió por nosotros, debe haber identificación con él puesto que si no tenemos la sensación de haber muerto con él, tampoco la tendremos de haber resucitado. Viene a cuento la referencia al sacrificio de Isaac por Abraham, el cual, a pesar de no llegar a matarlo físicamente ya lo había hecho en su corazón y por ello Dios lo detuvo. Del mismo modo, si no creemos haber muerto en la cruz, aunque sustitución en el último minuto, no podemos aceptar aquella víctima propiciatoria y, por lo tanto, aún estamos bajo la ley, bajo el pecado. Claro que aceptar esto es casi identificarse con el escándalo de la cruz y sus consecuencias y, creerme, esto es superior a la simple negación del yo. Ahora bien, si ya he aceptado estar crucificado, muerto con Él, ya no vivo yo, no puedo vivir y de hecho, por derecho, Cristo vive en mí, ya no estoy crucificado con Él tan solo, estoy resucitado y soy uno con Él en todo, ¿cómo despreciar a un hermano mío por el hecho de no haber nacido en mi país? ¿Cómo despreciarlo por el hecho de no ser de mi raza o de mi condición social? ¿Puedo desechar la gracia de Dios?

  Gál. 2:21. No desecho la gracia de Dios porque por ella soy salvo. Y lo soy gracias a la fe que el propio puso en mi corazón y gracias a que ésta me justifica delante de Él en la cantidad y en la medida adecuada, Efe. 2:8; Rom. 5:1. Y por fin viene el mazazo: Porque si por la ley fuese la justicia, si por la ley pudiéramos ser salvos, por demás murió Cristo. Con lo que Dios mismo habría incurrido en la mayor injusticia de la historia, lo que es injusto y materialmente imposible. Ahora bien, ¿esta ley es esencialmente mala? ¿No cumplió con su propósito?

  Gál. 3:23-25. Pablo no la desprecia de ninguna de las maneras y pasa seguidamente a demostrar que realmente cumplió con su fiel cometido y propósito. Por lo cual, describe la situación del pueblo judío antes de la venida de Cristo a través de dos interesantísimas imágenes: la de los confinados o de esperanza, guardados, luego encerrados, esperando la revelación de una nueva fe y la de un niño que es llevado a la escuela por su ayo o pedagogo. Con lo que la ley cumplió su finalidad temporal, pero necesaria: mantener quieto al pueblo bajo una serie de regulaciones buenas e indispensables para que el advenimiento de la fe hallara a ese fiel pueblo preparado para aceptarla; en una palabra, en actitud viva y expectante y con entendederas suficientes para aceptar de facto la revelación del nuevo orden. Una vez cumplida esta finalidad, la ley y ano tenía razón de ser. Una vez en la escuela ya no hemos de tener necesidad de ningún acompañante: Mas venida la fe, ya no estamos bajo ayo.

Y la misma idea de hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, v. 26, está apuntando directamente al concepto del nuevo nacimiento. Y aquí está la clave de todo el asunto. Era la interpretación de quien era en realidad hijo lo que separaba a aquellos pueblos. Y según Pablo, estos hijos, este nuevo Israel, son los que han nacido del Señor a través de su promesa, pero no necesariamente hebraica, ya que la condiciona a la fe en Cristo Jesús. Si audaz era esta viva afirmación en boca de Pablo ante la congregación de Antioquía y transcrita después a los gálatas, puesto que se establece la gracia (todos) y el medio (la fe) y la persona en quien se realiza este fiel milagro (Cristo Jesús), aún lo es más en el v siguiente (el 27, leer) por cuanto no sólo indica la nueva naturaleza y el nuevo estado imperante, sino que expresa una profundidad extraordinaria de pensamiento al denunciar que por el hecho de estar salvos (por la fe), estamos impregnados del E. de Cristo, bautizados en Cristo, sumergidos en Cristo, con un olor de Cristo y, lo que también es importante, con una nueva apariencia que traduce la veracidad de este interior intangible: ¡De Cristo estáis revestidos! De manera que cualquiera que nos vea sabe y conoce que somos de Él. Tal vez este detalle nos parezca pueril o superficial, porque ¿a qué viene esa retorcida preocupación por nuestra apariencia cristiana, por estar revestidos de Cristo? ¿La idea es tan sólo la que hemos apuntado? ¿La que nos conozcan los demás? ¡De ninguna manera es así! No es tan solo eso. Según la epístola a los Efesios, esta nueva vestidura es a los ojos del Señor como el vestido de una novia, nítido en su impoluta blancura y perfecto en su textura y la condición indispensable para que nos acepte ante su presencia. Según el autor de Apoc., esta blanca vestidura es la justicia de los santos, de la cual somos investidos por Dios en Jesucristo para aceptarnos como hijos.

Así, bajo este manto unificador:

  Gál. 3:28. Este es el mensaje de gracia, el nuevo orden de cosas, la buena nueva: ¡Unos en Cristo! Ahora bien, aquí se denuncia la igualdad humana en unidad por cuanto ya no hay barrera alguna, ni nacionalistas ni exclusivistas, no hay judío ni griego, sociales, no hay esclavo ni libre, de sexos, no hay varón ni mujer, porque en todos vosotros, concluye triunfalmente la tesis paulina, sois uno en Cristo. ¿Queda alguna duda?

  Gál. 3:29. Con la única condición de ser de Cristo por fe, somos descendientes de Abraham, del linaje, a quien se considera con razón el padre de los creyentes, Rom. 4:16; Gál. 3:7.

 

Conclusión:

Sólo esa fe en Cristo nos vuelve herederos de la vida eterna, miembros de la nueva nación de Israel, vida que nos ha sido dada y prometida profusamente por Cristo mismo y por el Padre, Juan 3:16; 6:35; 10:10; 11:25. Este es el mensaje de gracia: Al recibir a Cristo y el estar con él nos pone en una nueva condición de hijos de Dios, Juan 1:12.

 

 

 

 

070378

  Barcelona, 25 de julio de 1976

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202 JUSTIFICACIÓN POR LA FE

 

Gál. 2:15, 16; 3:1-14

 

Introducción:

La presente lección trata de un asunto de rabiosa actualidad: La Justificación. Desde su inicio nos conviene saber que Dios no ha tenido sino una sola manera de justificar a los hombres, a saber, por gracia y por medio de la fe. Cualquier otra justificación no sirve para con Dios. Cuando hacemos algo indebido fácilmente lo advertimos y tratamos de justificarnos de una forma automática, como lo hizo Adán ante nuestro Dios cuando le preguntó: ¿Qué has hecho? Pero, indefectiblemente también, llega la sensación de estar escondidos detrás de la parra para no ser vistos por Él. Y sólo la fe, como normativa salvadora y justificadora, puede abrir o restituirnos el Paraíso Perdido, pero lo puede hacer sólo cuando creemos que en la Persona de Cristo Dios es justificado sobre cada uno de nosotros. Que, en una palabra, a través de ella, quedo cubierto por la sangre del Salvador y puedo acercarme a Dios tal y como podría haberlo hecho antes de pecar.

Dos pasajes extraordinarios van a sernos presentados, ambos de la Epístola a los Gálatas que, independientemente, cada uno de ellos sería capaz de ocuparnos la lección entera. El primero, 2:15, 16, trata, como sabéis, de la justificación por la fe y el segundo, 3:1-14, dividido a su vez en dos asuntos, abarca la enseñanza de que el Espíritu se recibe por la fe y no por la ley y el significado real del Pacto de Dios con Abraham, correspondientes a 3:1-5 y 6-14 respectivamente. La pregunta que se nos hace es: ¿cómo estos pasajes determinan el concepto de libertad en una persona reconciliada con Dios? Tratemos de contestarla:

 

Desarrollo:

Gál. 2:15. Para poder entender la problemática del momento y el entorno de la situación planteada debemos leer Gál. 2:11-14. En las palabras que hemos leído no hay rechazo de una nacionalidad. Pablo está ya lejos del orgullo de otros tiempos el cual se refleja en la enumeración de los privilegios que consigna en Fil. 3:5, 6, pero tampoco está negando su condición de judío de nacimiento. Yendo más al fondo del v. 15, y después de haber leído Rom. 3:9: ¿qué, somos mejores que ellos? En ninguna manera: porque ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están debajo de pecado, nadie puede interpretar aquí que las palabras del apóstol como si quisiera decir que los judíos no eran pecadores. Sería aún directamente lo opuesto de su pensamiento, puesto que declara tácitamente que ellos, los judíos por nacimiento, no pueden ser justificados por las obras de la ley, sino únicamente por la fe en Jesús, v. 16.

Gál. 2:16. Damos un salto en el tiempo y leamos Rom. 3:20, en el cual el apóstol concluye sin dudarlo un momento que la ley, lejos de justificar al pecador, le da conocimiento de pecado, Rom. 7:7; es decir, le acusa, le condena y lo separa como transgresor de la ley santa. También nos conviene saber que la ley referida no es jamás la ley ceremonial sola, sino la ley divina entera, tal y como fue dada por Moisés, ratificada por todo el AT y cumplida por el Señor Jesús, Mat. 5:17. Visto lo que antecede y sabiendo a qué ley se está refiriendo el apóstol, podemos ya decir que la doctrina de la justificación del pecador por la fe sola, sin las obras de la ley ha sido expuesta, asimismo, en Rom. 1:17 y en los caps del 3 al 5, culminando su tesis en 5:1, justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Aquí, y en el versículo que estamos estudiando, está el corazón del mensaje esperanzador del Evangelio y en tanto el hombre no entienda esta verdad no será libre ni feliz. En todo ser humano existe un sentimiento de culpa que no podemos negar y de, igual modo, en toda persona existe el deseo de recibir la aprobación de los demás, incluido Dios. Y aún hay más, cada uno de nosotros quiere tener también la aprobación de su conciencia, secreto que es compartido por los estudios de la moderna sicología aplicada. La norma para lograr esta aprobación, socialmente, puede variar de tiempo en tiempo y de lugar en lugar. Esta convulsión puede ser tan fuerte que degenere en algo enfermizo, como sucedió con el fariseísmo, el cual, con su afán perfeccionista, sus repetidos lavamientos ceremoniales y sus erráticas simulaciones, con las que pretendían cubrir sus fracasos en el cumplimiento de la Ley de Moisés. Todos los sistemas tienden a tratar de mejorar la faz individual de cada uno para con Dios; unos, sacan en procesión a sus santos particulares para que interceda en cualquier posible calamidad; otros, como los antiguos aztecas, hacían mil sacrificios humanos orientados hacia el mismo fin; y otros, en fin, llegan a flagelarse los cuerpos con la esperanza de llamar la atención de Dios. Mas todo es el vano en tanto se usen las acciones de la ley para tratar de salvarse en el buen sentido que tampoco se quiere decir con ello que, puesto que como no sirven las obras, debemos dejarlas. Ya hemos discutido más de una vez sobre este mismo asunto: Rom. 6:1, 2: ¿Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca? ¡En ninguna manera! Porque los que son muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?

En otro orden de cosas, el v. 16 que estamos estudiando prueba que Pablo está convencido de encontrar en Pedro la doctrina, el mismo tipo de doctrina que él mismo profesa, pues, las palabras: nosotros, judíos de nacimiento, abarcan a ambos, los incluyen y no tienen en cuenta las acciones que, en aquel momento, estaban desarrollado cada uno. Y que, no obstante, habían sido la causa del enfrentamiento. Ahora bien, la confesión repudiando toda la confianza para la salvación en las obras de la ley y apoyándose únicamente en la fe en Jesucristo, habría sido una gran impresión en aquellos gentiles convertidos y una revalorización de su propia fe.

  Gál. 3:1. Insensatos es un término fuerte pero exacto para decir, para describir al que se deja fascinar (engañar por algo que luce bien pero que es falso), hechizar, tienen las versiones antiguas, en tal forma que rechaza la obediencia a la verdad y echa en olvido la visión de la cruz. La descripción de Cristo, que cita el apóstol, es la de alguien expuesto a la vista de todos, de modo que nadie puede dejar de verlo. Presentado claramente entre vosotros dice o significa que la escena llegó a oídos de todos los miembros de la Iglesia y que la actual separación en pos de otras luces tenía el peligro de caer en el error denunciado en Heb. 6:4-6.

  Gál. 3:2. Esta es una fuerte apelación a su pasada experiencia de conversión, y que, evidentemente, es de un valor incalculable. La de oír con fe, en respuesta a la predicación de fe, les enfrenta con sus propias conciencias y mentes. El Espíritu de Dios, con sus poderosas manifestaciones que ha acompañado a esta predicación paulina, la ha sellado con un testimonio vivo en el corazón de los oyentes gálatas y provoca la pregunta: ¿Es por la ley o por la fe que les ha anunciado esta Palabra y les ha hecho participar de los dones? La respuesta no es dudosa. Hemos recibido el Espíritu a través de la fe comunicada por medio de la predicación de la vida y muerte y resurrección de Jesús. A través de esta predicación que nos anuncia la gracia hemos sentido en nuestra carne la claridad entre el nuevo y el viejo hombre y hemos sentido el ramalazo del Espíritu de adopción que nos ha acercado al Padre. Si hemos sentido esto, si los gálatas lo habían sentido, fácilmente podrían reaccionar a la siguiente pregunta de Pablo:

  Gál. 3:3. Pablo ya había hablado en otra ocasión de la diferencia sustancial entre el Espíritu y la carne, Rom. 1:3; 4:1. Y quedó bien claro que por las obras de la ley y todo lo que favorece su propia justicia, el hombre queda en la carne; es decir, en su naturaleza limitada y corrupta. También incluye las tradiciones humanas, en las cuales se busca inútilmente el Espíritu y la vida, Heb. 7:16; 9:19. Por eso, llegar al término, acabar, conseguir la perfección por la carne, o quererla alcanzar gracias a ella, es la expresión de fina ironía, orientada a hacerles ver el enorme peligro en que se encontraban con el cambio de valores.

Los dos siguientes argumentos, que ya tienen muy en cuenta las experiencias pasadas de los gálatas, son igualmente claros y hasta enérgicos, y como el anterior alcanzan su forma más incisiva en la interrogación con que los formula:

  Gál. 3:4. Parece una clara referencia a Hech. 14:22 en la que el apóstol Pablo predice grandes tribulaciones a los lectores gálatas. En efecto, habría sido en vano si su meta era volver a ser lo mismo que era antes. Esto no es otra cosa que un aldabonazo que va a dar paso a la siguiente pregunta: El que os provee del E y obra milagros entre vosotros, ¿lo hacía por las obras de le ley o por el oír de la fe? v. 5. La respuesta es obvia, pero una vez se ha de responder: ¡Por el oír de la fe! Los gálatas debieron de decir lo mismo porque Pablo pasa inmediatamente a ilustrar, una vez más cómo Dios justifica al hombre y para hacerlo ejemplariza a la fiel persona de Abraham:

  Gál. 3:6. Y continúa en el 3:7. Citando Gén. 15:6, Pablo saca las conclusiones que reproduce en Rom. 4:11, 12, 16, donde estudia y desarrolla más completamente el ejemplo de Abraham y las vivas relaciones de los verdaderos creyentes con él, como una prueba bíblica de la justificación por la fe. En efecto, los judíos veían la calidad de los hijos de Abraham en relaciones completamente externas a él, en la circunstancia según la carne. Pablo, por su parte, nos muestra que para ser un hijo del patriarca hay que ser semejante a él espiritualmente hablando. Así los verdaderos hijos de Abraham son aquellos que lo son por la fe, aquellos cuya vida, nacida de la fe, es constantemente dadaa e incorporada y dirigida por ella. Esta es la predicación de la gracia y la posibilidad de entrar a ser o formar parte del nuevo Israel.

  Gál. 3:8-14. Los versículos 8 y 9 nos descubren: Primero, que la justificación de los gentiles ya estaba prevista en la promesa del Señor, lo cual el apóstol Pablo cita de Gén. 12:3 y 18:18; segundo, que la bendición de Abraham favorece a todos los que son de la fe, esto es, a todos los gentiles y judíos creyentes. Pero en seguida vienen los contrastes: Los que están bajo la ley son malditos, porque ninguno la cumple, v. 10, este v se refiere a Deut. 27:26, en cambio el justo vivirá por la fe, v. 11: reproducción de lo que dice y afirma Hab. 2:4. La ley no requiere fe sino obras. Y en seguida, a continuación, v. 11 también, cita a Lev. 18:25, para demostrar que creer y hacer son dos cosas diferentes en su naturaleza y fiel resultado. La corona de esta argumentación magnífica es la base de la afirmación final: Cristo nos redimió de la maldición de la ley, v. 13. Después declara lo que dice Deut. 21:33. ¡Extraña cosa, en verdad, que por un hombre maldecido viniera la bendición ya prometida a Abraham para todos los gentiles y, en consecuencia, recibieron el E Santo. Cosa que Pablo siempre relaciona con la libertad, 2 Cor. 3:17, de modo que todo este razonamiento es para llegar a esta conclusión: La venida del Espíritu, base de la santa libertad, es por fe. En estos dos últimos vs. tenemos una de las más interesantes cadenas de finalidades a que era tan adicto el apóstol Pablo: La redención obrada por Cristo tenía por fin que la bendición de Abraham alcanzara también a los gentiles y esta bendición tenía por finalidad que los gentiles recibieran por fe la promesa del Espíritu. Todo ello predicho hace cientos, incluso miles, de años.

 

Conclusión:

La recepción del Espíritu es la condición indispensable para que el hombre, sea de la raza que sea, alcance la verdadera libertad, la verdadera naturaleza y la verdadera paz.

 

 

 

 

070379

  Barcelona, 5 de septiembre de 1976

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203 HEREDEROS DE LA GRACIA DE DIOS

 

Gál. 3:23-4:7

 

Introducción:

Decíamos en la lección anterior que la justificación del hombre tenía lugar mediante la fe y no por las obras de la ley, que Cristo nos había redimido de la maldición de la ley, Gál. 3:13, que era una locura, a través del testimonio de los gálatas, que buscásemos la perfección a través de las obras de la carne, 3:3, y que, en suma, los que somos de la fe de alguna manera somos hijos de Abraham y su promesa, 3:7, pero la idea quedaba incompleta para poder llegar hoy al clímax de la tesis paulina y del Evangelio pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, 3:26.

Para ello, nuestra lección se divide en 4 partes diferenciadas: * Estudio del propósito de la ley, 3:23-25; * nuestra nueva relación en Cristo, 3:26-29; * la época durante la cual el hijo todavía no es heredero, 4:1-3, y * el cumplimiento de la promesa, 4:4-7.

 

Desarrollo:

  Gál. 3:23. El griego original permite realizar otra traducción: Éramos guardados, y encerrados, bajo la ley, v 2, para la fe que debía ser revelada. Evidentemente, esta sintaxis nos permite ver y construir mejor la idea de la impotencia del hombre. Pues por la fe, el apóstol entiende aquí, el objeto de la fe, es decir, todo el Evangelio. En efecto, no hay que olvidar que antes de la venida de esta fe, bajo el antiguo pacto, la fe considerada en sí misma, la fe subjetiva y personal, existía ya. El mismo apóstol nos lo dice de Abraham, 3:6; Rom. 4:1 ss.; de David, Rom. 4:6 ss. Hebreos, por su parte, dice de una multitud de creyentes: Todos murieron por la fe a las promesas y fueron justificados por esa fe, Heb. 11. Pero, y debemos hacer esta salvedad para entender esta lección, todo el pueblo, incluyendo a estos creyentes, no dejaban de estar guardados bajo la ley, por lo cual Dios los educaba para un mejor porvenir, v 24. Y aún hay más. Esta relación de la ley y de la viva gracia dura todavía, y durará siempre según el grado de desarrollo en que se encuentren los hombres. De la misma manera que el sol alumbra a los creyentes y a los que no lo son, la relación ley/fe existe para consuelo de unos y esperanza de otros.

  Gál. 3:24, 25. Es importante, por más que sepamos su definición lo que representa Pablo con la figura del ayo. La palabra señalaba al esclavo encargado de vigilar al niño, de conducirlo sin peligro a la escuela, de volverlo a la casa paterna y, es importante, vivir con él educándolo y contestando a todas sus naturales preguntas juveniles. La conclusión, pues, ya es imaginable: Su misión consistía en convertir al niño en un hombre. Esta es una figura muy justa de la ley, según el propósito que le asigna el apóstol, vs. 23-25. Este ministerio de la ley, llevar los hombres a Cristo, nunca ha cesado, pues si Pablo dice: Pues ya no estamos bajo ayo, es hablando de aquéllos que empiezan a gustar el sabor de la fe.

  Gál. 3:26. Debemos realzar la importancia del adj. todos. Pablo se refiere sin duda tanto a judíos como a gentiles cuya mayoría henchía la iglesia de los gálatas. Así que todos ya no estaban bajo el ayo, bajo la ley, de forma, que aquella postura de Pedro, los judaizantes y los visitantes enviados por Santiago, era falsa o al menos, no genuinamente evangélica. Pablo, superada la crisis se dirige directamente a sus lectores, dejando la polémica judía y ¡oh maravilla!, les aplica todo lo que acaba de decir acerca de todas las excelencias y bendiciones de la postura hebraica. Es más, saca y extrae conclusiones extraordinarias, vs. 26-29. El apóstol llama aún hijos de Dios a cristianos a quienes acaba de hacer fuertes reproches, v 1 ss., pero lo hace en la suposición expresada en el v siguiente que tiene muy en cuenta los que no han dejado la fe de Cristo a pesar de sus errores manifiestos.

  Gál. 3:27. El Pablo de siempre ha amado esta figura tan justa e impresionante del vestir, 1 Cor. 15:53, 54; Efe. 4:24; Col. 3:10; 2 Cor. 5:2-4. Y eso es así porque entiende que vestirse de Cristo es hacerse de tal modo con él, que su justicia nos cubre del todo, por completo, y que su vida es nuestra vida, de modo que Dios ya no nos ve más como pecadores, sino que ve a su Hijo en nosotros y a nosotros con él. De manera que se nos anuncian cuando menos dos bendiciones: bautizados y revestidos. Él mismo insiste en Rom. 6:3-5 que somos bautizados en Cristo en su muerte y en su resurrección, y es bajo este contexto que debemos estudiar este v. Cierto que Pablo señala también a la ordenanza del bautismo pero lo hacía de forma subjetiva, es decir, sabía positivamente que no todos los que habían sido bautizados físicamente estaban vestidos o revestidos de Cristo, pero esto no le preocupaba puesto que se dirigía a los que sí lo estaban en realidad. Es fácil para nosotros acusar a hermanos nuestros por incumplimiento de actos externos pero imitando a Pablo, debiéramos hablarles como si realmente cumplieran con el espíritu de estos actos. Para él, estar revestidos de Cristo significa estar no sólo lavados y limpios, es decir, haber pasado por las ordenanzas rituales, sino llevar un nuevo vestido. Vestido que describe de forma magistral en Efe. 5:27 como sin mancha ni arruga ni cosa semejante y que el autor de Apoc. pinta como de lino fino y resplandeciente, Apoc. 19:8.

Así pues, aquí tenemos dos figuras perfectamente delimitadas: La primera de ellas, el bautismo en Cristo, del cual el bautismo en agua es sólo un símbolo, el creyente es hecho uno con Cristo, en su muerte y resurrección, es decir, muere al pecado y resucita a una nueva vida. Y la segunda, por la cual el creyente que ya ha gustado de la nueva naturaleza por las causas explicadas más arriba, es revestido con la justicia de Jesucristo. Las dos, ambas, se complementan, puesto que sin la certeza de la segunda, la primera queda con el carácter de obra mágica, transfiriendo al acto en si mismo lo que no puede ser más que una obra de la gran potencia y gracia de Dios.

  Gál. 3:28. Todas las diferencias de nacionalidad, de rango social o sexo, son borradas para los que, por la fe y la veraz regeneración, se han hecho uno con Cristo y son transformados por él en su exacta semejanza. Esta declaración programática fue importantísima en el contexto histórico de la época, en la cual, los judíos oraban a Dios cada mañana dándole las gracias por no haber nacido gentil, esclavo o mujer. Con todo, el Cristo rompe las barreras aún tiene vigencia en la actualidad y deberíamos entender de una vez por todas que lo que Dios trata de unir e igualar con el rasero de la fe no podemos deshacerlo.

  Gál. 3:29. Esta es la natural conclusión de todo lo que el apóstol ha intentado, y conseguido, probar, vs. 15-28. Los judíos querían y pretendían creer que sólo eran descendientes de Abraham todos aquellos que habían entrado en su seno por la circuncisión en el antiguo pacto y observaban todas las prescripciones temporales de la ley, pero Pablo arguye que hay más de una descendencia del patriarca, puesto que la promesa en singular, fue dada mucho antes que la ley, vs. 15-18; Gén. 12:13, o cuando menos, que esta descendencia no era un monopolio judío. A continuación ha demostrado el objeto de la ley. Que tan sólo era un medio fiel, educador y preparatorio para llegar a Cristo, en quien ya no existen diferencias, vs. 19-28, por lo que resume magistralmente la tesis diciendo que, por lo tanto, ya no hay más que una sola y única descendencia, la de la promesa, completamente cumplida en Jesucristo, v. 29.

  Gál. 4:1. Pero digo, más digo o pero también digo, según todas las versiones consultadas, refiriéndose a lo que precede, 3:23-25, y a los desarrollos que van a seguir. Es, en efecto, el pensamiento final del cap 3 lo que el apóstol Pablo vuelve a tomar aquí, y lo desarrolla con una nueva figura, vs. 1-3, a fin de oponer el estado del hombre bajo la ley a la plenitud de la gracias de Dios, gracias que ya pueden ser nuestras desde el advenimiento del Salvador, vs. 4 ss.

  Gál. 4:1, 2. Pablo explica sencillamente el caso de un niño rico heredero de la época. Mientras es menor de edad, el heredero en nada difiere del siervo: no tiene su libertad, ni el goce y la dicha de la administración de los bienes de los cuales, sin embargo, es señor por su nacimiento. La mayoría de edad es representada aquí como dependiendo únicamente de la voluntad del padre, un tema insinuado de lo que será luego la sinfonía del versículo cuatro.

  Gál. 4:3. Esta es, naturalmente, la aplicación de la figura usada o empleada en los vs. 1 y 2. Pablo considera así, que todo lo que ha precedido al evangelio y a la vida cristiana, era algo similar o normal a un estado de infancia, o lo que es lo mismo, sin poder ejercer derecho alguno por inmadurez, ignorancia o dependencia.

  Gál. 4:4. El término usado aquí es importante para entender que Pablo se esta refiriendo al momento escogido por la sabiduría de Dios para enviar a su Hijo. Así arguyendo que en efecto hubo un momento oportuno al cumplimiento del tiempo podemos decir o afirmar que éste no pudo tener lugar más que después de una larga preparación del pueblo judío y de las naciones paganas. Las revelaciones divinas, profecías, experiencias en el primer caso y filosofías en el segundo, insuficientes sistemas ambos para tener o conseguir la salvación, pero decisivos para indicar que cuando apareció Jesucristo los tiempos ya estaban en sazón, cumplidos y completos.

  Gál. 4:5. Así fue como el Hijo de Dios, nacido de mujer, término que indica su perfecta humanidad, Job 14:1, ha debido ser en todas las cosas semejante a sus hermanos. Tanto es así, que debió nacer y vivir bajo la ley, llevar su yugo, cumplirla perfectamente incluyendo a una muerte en la cruz. Todo ello a fin de redimir a los que habían violado esta ley, 3:13, y elevarlos a la condición gloriosa de hijos de Dios, caracterizada aquí con el término de adopción, Rom. 8:15. A partir de este momento, los creyentes, judíos o gentiles, gozan, por esa misma fe, una doble libertad: ya como mayores de edad, no están bajo la tutela de los elementos del mundo y adoran a Dios su Padre en espíritu y en verdad. La ley ya no se levanta ante ellos con sus amenazas y condenaciones, sino que revestidos de la justicia de Cristo y hechos agradables a Dios por su Hijo, reciben la fuerza para cumplir la ley con filial obediencia, encontrando la felicidad en vez de la esclavitud.

  Gál. 4:6; Rom. 8:15 Estos hijos de Dios están revestidos de todos los privilegios y del mismo Espíritu del Hijo de Dios, y a través del cual, ellos pueden exclamar Abba, es decir, invocar a Dios como padre. Es curioso de Pablo utilice la palabra aramea para Padre, aunque la traduce en el acto. Sin duda quiere expresar con ello la misma idea del pequeño seguro del afecto y comprensión paternas y se dirige a él como papaíto.

  Gál. 4:7. Es el clímax. Coherederos con Cristo, Rom. 8:17.

Corresponde evidentemente a las últimas palabras del v 2, que atribuyen al padre la determinación del momento en que pone a su querido Hijo en posesión de todos sus bienes. Mas, para ser consecuentes, hemos de indicar que las palabras estaban dirigidas a los gálatas, nacidos en su mayor parte del paganismo, v 8, y que les reprocha el querer volver a tomar el yugo de la servidumbre, vs. 9-11, con lo ese clímax aún adquiere más valor. ¡De esclavos reconocidos, sin derechos ni bienes que poseer, a Hijo de Dios con derecho pleno a heredar! Para dar aún más, si cabe, precisión a sus palabras, Pablo se dirige a sus lectores de forma individual, en singular: Ya no eres esclavo, etc., etc.

 

Conclusión:

No hay ninguna duda, todos y cada uno de nosotros podemos ser herederos de la gracia de Dios. ¿Cómo conseguirlo? Eso es otro cantar, pero podemos leer Juan 3:16.

 

 

 

 

070380

  Barcelona, 12 de septiembre de 1976

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204 ¡LIBERADO!

 

Gál. 4:8-11; 5:1-10

 

Introducción:

Iniciamos nuestra lección de hoy inmediatamente después de donde la dejamos el domingo anterior y en la que demostramos que podíamos ser herederos de Dios y coherederos de Cristo. En esta ocasión se nos presenta dos grandes temas: No volver atrás a la esclavitud, Gál. 4:8-11, y permanecer firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, Gál. 5:1-10. La exhortación es clara porque si es bello el hecho de ser liberado, es muy triste caminar de nuevo al cautiverio gracias a una equivocada decisión o una aceptación de metas confusas. La libertad es muy buena para ser conservada porque es algo que no se conserva por sí misma y, por lo tanto, hay que luchar para no perderla. Hay que estar siempre en guardia y no descuidarse ni un momento. Es como un campo dedicado al cultivo, el cual, si queremos que se conserve limpio y apto para producir hemos limpiarlo cada día de las malas hierbas, o de lo contrario, a la que nos descuidemos, toda la mala hierba ahogará al trigo y el campo se echará a perder.

 

Desarrollo:

Gál. 4:8. Esta es, ciertamente, una buena entrada para el primer tema. Fijémonos que Pablo parece decir: Cuando los servíais no conociendo a Dios, erais en cierto modo excusables.

  Gál. 4:9a, mas ahora, conociendo a Dios o más bien, siendo conocidos de Dios, aquí el apóstol se corrige en cierto modo, para dar a su pensamiento más fuerza si cabe. En efecto, en el fondo del asunto, nosotros no conocemos a Dios realmente sino cuando hemos sido conocidos de él, lo que implica de su parte el amor y la adopción, 1 Cor. 8:1-3, e incluso, Juan 10:14, 15. El apóstol Pablo añade mucho con lo que ahora dice: Que no es el hombre quien previese a Dios y quien le escoge, sino a la inversa, Rom. 8:28, 29; Isa. 65:1; Juan 15:16. Ahora bien, la inserción aquí de este clímax teológico, el pensamiento de la libre gracia de Dios, sólo por la cual el hombre es capaz de conocerlo, debía humillar aun más a los gálatas por haber consentido en dejarse arrastrar de nuevo hacia el yugo de los débiles y pobres elementos rudimentos del mundo.

  Gál. 4:9b-11. ¿Cuáles son estos débiles y pobres rudimentos en los que volvían a confiar los gálatas? En la lección anterior vimos y tocamos el tema de pasada. En efecto, en aquel memorable v 3 de este mismo cap leíamos: sí, cuando éramos niños, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo… Como quedó claro, la clase de niños a los que se refería Pablo, consideraba que todo lo que había precedido a la vida cristiana, eran los rudimentos, las limitaciones. Fácilmente podemos ver en estos rudimentos a la misma ley y a sus innumerables prescripciones, a los tutores, v. 2, solamente. Pero este pensamiento va más lejos: Pablo nombra a los elementos del mundo, Col 2:8, 20, para llegar a nuestro v. 9, llamándolos rudimentos. El término elementos en griego como en nuestra lengua tiene un doble significado: aplicado a los objetos de la naturaleza designa las partes primeras y constitutivas de una cosa; en un orden más elevado, el arte, la ciencia, la religión, nos indica sus inicios, sus principios. Si se toma aquí esa voz en su primer sentido se trataría de principios del conocimiento religioso de la ley con todas sus minuciosas prescripciones de las que se estaba rodeada. Así, si la frase usada por Pablo, hubiese sido sólo formada con elementos o rudimentos, no vacilaríamos en adoptar esta tesis. Pero el apóstol adjetiva a estos elementos, como a los elementos del mundo, término que no puede apropiarse del todo a la ley mosaica, ni al pueblo judío, ni la gentil tampoco, en cuyo caso, por la acción contemplativa de la naturaleza, debiéramos adoptar la primera acepción de la palabra que nos ocupa. No, el pensamiento paulino va más allá, más lejos, a un punto en que ambas comunidades eran una. Pero, en efecto, también nosotros, cuando éramos niños, estábamos esclavizados bajo los duros elementos del mundo, judíos y gentiles, bajo las fuerzas brutas de la naturaleza y durante tanto tiempo que nos fue imposible sentir o conocer a Dios que es espíritu y que quiere ser adorado en vivo espíritu y verdad. El resultado bien a la vista está: Todo hombre, originalmente destinado a dominar la naturaleza, se ha vuelto esclavo de ella gracias a su pecado. Es más, todo culto que da o tributa a Dios, está afectado por esa esclavitud. Dios empezó por dar a los judíos prescripciones simbólicas legales, que eran en gran parte inherentes a la vida natural (leyes sobre la comida, la bebida, los tiempos, las estaciones, los días, etc., v. 10, pero, al mismo tiempo, les daba bastantes luces para que comprendieran el sentido espiritual de tales ordenanzas y tal era en particular el objeto constante de la predicación de los profetas, de los grandes hombres. Pero, a excepción de unos cuantos, el pueblo, por un efecto de ceguera carnal, permaneció apegado al sentido material de las prescripciones. Tomó el medio por el fin, su culto recayó en un sistema casi pagano y en lugar de elevarse de forma gradual según la intención de Dios, hacia la libertad y la adoración santas y espirituales, permaneció en la servidumbre de los elementos del mundo incapaces por si solos de generar libertad. Por eso aquí, en el v 9, que estamos estudiando, el apóstol los encasilla aún más al denunciarlos como débiles y pobres y lo son porque ellos mismos no podían comunicar al alma ni fuerza, ni vida, ni paz, Col. 2:20.

Estos son los rudimentos a los que los falsos doctores instaban a apoyarse en la Iglesia de Gracia. Estos rudimentos a cambio del evangelio espiritual eterno que ya disfrutaban por la predicación de Pablo y la gracia de Dios. Por eso, el apóstol, opone a los fríos epítetos débiles y pobres con la fuerza y la riqueza del Espíritu. Y pensando, tal vez, que no lo iban a entender, cita la observación de diversas fiestas israelitas como ejemplo del yugo legal en el que iban cayendo por la tediosa predicación de los judaizantes. Guardáis, observáis con ansiedad, con espíritu servil contrario a la libertad del cristiano, esos días, sábados y otras fiestas fijadas por la ley, meses, nuevas lunas que señalaban ciertas celebridades tiempos, por lo general épocas consagradas a grandes fiestas, como la Pascual, Lev. 23:4, vuelta de más solemnidades, como el jubileo, el año sabático, etc. En una palabra, sin espíritu, lo que era parodiar a los gentiles y a sus calendarios de fiestas.

Así, imponer estas observancias como una obligación servil, buscar en ellas el todo o en parte su justificación delante de Dios, era simplemente renunciar a la libre gracia divina que es, a la postre, lo que el apóstol censura con toda su fuerza. No en vano significaba recaer bajo los elementos del mundo, objeto del culto de los paganos. Por eso Pablo expresa en el v. 11 su temor, a la vista de aquellas aberraciones, de que quizás su trabajo ha sido en vano. Pero eso no representa más que una parada en el camino, un respiro, pues inmediatamente vuelve a la carga.

  Gál. 5:1. Este es el gran contraste: Por un lado la libertad por Cristo y en Cristo, Juan 8:36, y por el otro, la servidumbre bajo la ley del mundo y de la justicia propia del hombre. Los gálatas, y con ellos el mundo entero, podían escoger ya. Con estas palabras, Pablo concluye los pensamientos que preceden y que le sirven de transición natural a la exhortación que va a seguir, con lo que parece indicar que él no creía que la situación de sus lectores era irremediable.

  Gál. 5:2-4. Estos tres vs. se completan y explican mutuamente. Y para comprender como Cristo se hacía inútil a los que se habían circuncidado, hay que buscar el motivo para que obraran así: Ser justificados por la Ley o, lo que es lo mismo, ser salvos por la circuncisión en sí y por todas las obligaciones legales que el acto imponía. Claro, en ese régimen sobraba Jesucristo. Mas no nos engañemos, No es la figura de la circuncisión lo que ataca Pablo, sino lo que representa. Él no le daba ninguna importancia al acto físico, 2:3, 4; Hech. 16:3. Pero como aquí nota que el error hacía inútil a Cristo, que hacía caer al hombre de la gracia, arremete en contra de él. Es más afirma que una vez metido en la circuncisión legalmente no había otra salida que entender que la ley no hacía ninguna concesión y que debían cumplirla del todo, v. 3. Así, en consecuencia, caer de la gracia, es situarnos fuera del plano de la seguridad que gozábamos en la suprema calidad de hijos de Dios y coherederos de Cristo. En una palabra: ¡Expuestos al juicio de la Ley!

  Gál. 5:5. Esto es directamente opuesto al sistema legal que se ha combatido en los vs. precedentes. La frase indica la razón: Pues nosotros tenemos otra esperanza distinta, la cual, se supone en el apóstol y en los que con él comparten su fe y certidumbre de poseer la verdad. Así, no sólo esperamos de la fe, de la fe sola, sin las obras de la ley, la esperanza de la justicia sino que ésta misma es una obra del E de Dios en todos aquellos que confiamos en Él. El apóstol dice aquí que aguardamos la esperanza de la justicia, es decir, el pleno cumplimiento de esta esperanza. De ordinario se representa a esta justicia como una posesión actual del creyente. A nuestro juicio son dos fases de una misma verdad: Por una parte, el cristiano posee en este mundo el don de la justicia, con la paz y todos los bienes que de ella emanan, Rom. 5:1 ss., y por la otra, la plenitud de la justicia y de sus frutos es aún objeto de una esperanza y anhelo, Rom. 8:23-25. Sin embargo, en cualquier caso tenemos aquí dos de las más grandes verdades del santo Evangelio: * la esperanza de la justicia ante el tribunal de Dios, se obtiene por la fe, 2:16; Rom. 1:17; 3:22; 9:30; 10:6; de forma principal, y * esta fe que justifica y que es la raíz de la esperanza, es en nosotros la obra del Espíritu de Dios, 3:2, 5; 4:6.

  Gál. 5:6-10. En primer lugar llamamos vuestra atención para el v. 6. Nada externo nos asegura la salvación, ni los privilegios de los judíos, ni la moralidad de algunos paganos, ni nuestras buenas obras, sino únicamente la fe, cuya energía y vida se muestran por el amor que es, a su vez, el alma de la vida cristiana. Queda claro: aquí la fe es la raíz y el amor es el fruto y no a la inversa como predican algunas confesiones que todos conocemos, Rom. 7:5; 2 Cor. 1:4; 4:12; Efe. 3:20; 1 Tes. 2:13; 2 Tes. 2:7, etc. ¿Así, de dónde vendría el amor si debiera existir antes? ¿No está claro, por otra parte, que el apóstol motiva por este v la verdad del precedente, de que la justicia es por la fe? En consecuencia, tenemos aquí la verdadera relación entre la fe y el amor. Por fe entendemos el germen de la vida divina en el hombre a través del cual, podemos apropiarnos de Cristo y de su obra redentora y, por lo tanto, tener acceso al amor de Dios, Rom. 5:1 ss. Entonces es cuando este amor, el de Dios, se derrama en el corazón del creyente y se hace en fuente de amor no ya, únicamente para el mismo Dios, sino para con todos los hermanos humanos. Ahora bien, este amor hacia el prójimo, representa el cumplimiento de la ley, es la dulce obediencia, es la santificación, son, en suma, las buenas obras. Y que, a su vez, no son otra cosa que el cumplimiento del amar al prójimo como a uno mismo y a Dios sobre todas las cosas. En una palabra: Todo lo que el pecador ha recibido por la fe se abre y manifiesta obrando eficazmente por el amor, porque éste está basado en aquélla. En verdad que hay una fe muerta que no hace ni produce nada parecido, Stg. 2:14-17, y es verdad también que el amor es mayor que la fe, porque ésta debe desaparecer cuando hayamos legado a la perfección, mientras que aquél será la vida misma del cielo, 1 Cor. 13:13. Pero el orden de su advenimiento en el hombre es el que hemos anunciado.

Por último, digamos de paso, que en estos dos vs., el 5 y el 6, están reunidas las tres grandes virtudes cristianas: Fe, esperanza y amor.

Ahora veamos con Pablo los vs. 7 al 9. Se dirige directamente a sus lectores para aplicar las doctrinas que acaba de exponer y llevar, una vez más, su atención al origen de sus errores. Estaban en el buen camino… ¿Quién los apartó de él? Ciertamente no fue aquel que los había llamado, Dios, puesto que su llamamiento está basado únicamente en el evangelio de su gracia. Una vez esto ha quedado claro, les cita un proverbio, Mat. 16:11, 12; 1 Cor. 5:6, para explicarles que si bien su desviación era aún incipiente, amenazaba en realidad a su fe cristiana y podía hacerles caer de la gracia. Por fin, en el v. 10, se nota que Pablo cuando más y más adelanta en su carta, tanto más se entrega a la esperanza de que estas iglesias de Galacia que le eran tan queridas, serían vueltas de sus errores, pero también expresa cada vez más fuerte su dura indignación contra los que habían ido a perturbar a sus rebaños. En el v. 12 habla incluso de desear que se mutilen. Y termina por decirnos que el tal perturbador o perturbadores por extensión, va a heredad el juicio de Dios mas que la excomunión que sugieren otros.

 

Conclusión:

Ahora bien, ¿Hoy día estamos a salvo de estos perturbadores? Quizás sí en cuanto al judaísmo, pero no olvidemos que una vida dedicada a la contemplación de los ejercicios piadosos, hasta del ascetismo, tiende a los mismos peligros, o que la filosofía orientada a pretender poseer un conocimiento completo, directo y trascendental de la naturaleza y atributos de Dios, el gnosticismo, tiende a ser lo mismo y que, incluso, el antinomia, el buen vivir a caballo de la ley, hasta contra la ley, tiende a la misma razón: Desbancar a Cristo y a su salvación. ¡Atención, pues, estad bien firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no queráis estar otra vez sujetos al yugo de la esclavitud, Gál. 5:1.

 

 

 

 

070381

  Barcelona, 19 de septiembre de 1976

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205 LIBERADOS PARA SERVIR

 

Gál. 5:13-15, 25; 6:1-10

 

Introducción:

Decíamos en la lección anterior: Estad, pues, firmes en la fiel libertad con que Jesucristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud, Gál. 5:1, para definir de alguna manera el grito de la humanidad cristiana: ¡Liberado! En efecto, y vemos que por la única fuerza de la Gracia de Dios, el cristiano podía conseguir la libertad, pero que debía luchar constantemente para conservarla debido a su fragilidad y volatilidad y que, por fin, este estado nuevo, incomprensible para todo aquel que no esté en conocimiento de Cristo, debe ser proyectado hacia el frío exterior traduciéndose en una constante vorágine amorosa hacia el prójimo porque sólo la fe que obra por el amor tiene valor en Cristo Jesús. Esto es así porque una fe sin obras está muerta. De ahí el que nuestra lección de hoy considere el tema de la libertad como oportunidad de servicio aunque, con ello, nos encontremos ante la primera dificultad por cuanto no deja de ser paradójico o contradictorio que seamos liberados para ser esclavos. Bueno, nos explicaremos: Mejor dicho, vamos a dejar que Pablo nos explique si hay contradicción en el tema o por si el contrario los dos datos extremos no son más que dos aspectos de una misma verdad.

 

Desarrollo:

  Gál. 5:13-15. Los que has visto aquí tan solo la justificación o la descripción de una cierta forma de canibalismo más cristiano han perdido la oportunidad de ver una de las mejores lecciones éticas del apóstol Pablo. Sí, en efecto, con este párrafo, la carta de los Gálatas, cambio de énfasis. Hasta aquí ha tenido un carácter muy teológico, y aparecen las primeras estribaciones de la más y mejor ética cristiana. No podemos olvidar que Pablo tenía una mente práctica y que aún cuando ha estado escalando las cimas más altas del pensamiento teológico, siempre acaba con su aplicación en la nota práctica. Para él la teología no tenía el menor valor si no podía ser vivida cada día en el mundo. Así, en Rom., después de describir uno de los tratados teológicos más importantes del mundo, baja casi de forma repentina a tierra firme en el cap. 12, para expresar reclamos y advertencias de carácter prácticos. Aquí ocurre lo mismo. Pablo necesita aplicar su doctrina porque era sabedor de que la teología siempre corre el peligro de ser mal entendida y más la suya que no contemporiza con las corrientes intelectuales de la época. Si declaraba que había llegado el fin del reino de la ley y había comenzado el reinado de la gracia, el infiel mal intencionado podía decir: Pues si es así, puedo hacer lo que quiera, todas las restricciones me han sido suprimidas y puedo seguir mis inclinaciones, pasiones, deseos y emociones, adonde quiera me conduzcan. La Ley ha pasado y la gracia segura de todos modos el perdón. Pero Pablo tiene especial interés para que esto no ocurra. Según él, hasta el fin de la época presente, quedan dos obligaciones perfectamente delimitadas y complementarias: * Obligaciones hacia Dios. Si Dios amó de tal manera, entonces el amor de Cristo nos constriñe con lo cual no podemos mancillar o ensuciar una vida por la que e Señor pagó con la suya propia. * Obligación hacia nuestros semejantes. Somos libres, en efecto, pero es una libertad especial, es una clase de libertad que ama al prójimo como a uno mismo.

Por usar alguna semblanza, escogemos el término democracia, tan en boca en la actualidad, por significar de alguna manera el un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Pues bien, el cristianismo sería la única forma de verdadera democracia por cuanto un estado cristiano conseguiría que uno pensara tanto en sus semejantes como en sí mismos. Cualquier otra forma de andar de gobierno o de justicia social no puede ser más que copias más o menos inexactas del original. Y eso es así, porque la libertad cristiana no se parece en nada al libertinaje. Es más, podemos decir bien alto que nos asiste la razón para afirmar que el llamado cristianismo no ha sido hecho libre para pecar, sino, por la gracia de Dios, ha sido hecho libre para no pecar. Así, entendemos por cristiano a toda aquella persona que, por el Espíritu de Cristo que habita en él, está tan purificado del lastre ególatra, que puede amar a su prójimo con la misma cantidad de amor que a sí mismo

Por último, Pablo agrega una advertencia breve pero severa: A no ser que resolváis el problema de la convivencia, les dice, haréis la vida imposible e insoportable. Sabía que el egoísmo no exalta al hombre sino que lo destruye al igual que se destruyen las bestia salvajes de cuya problemática extrae el apóstol la figura que nos ocupa. Así, cuando los creyentes murmuramos los unos de los otros con acritud, cuando nos despellejamos los unos a los otros, estamos haciendo lo que el apóstol dice que no hagamos. O lo que es lo mismo, confundir libertad con libertinaje. La libertad bien entendida debe tener como respuesta una victoria sobre la carnalidad y todas las características que ello representa.

Gál. 5:25. El v. es la conclusión de todo lo que nos ha precedido, vs. 10 ss. El viejo hombre, que producía las obras de la carne, vs. 19-21, ha sido crucificado con los que son de Cristo. Y aunque esa crucifixión dure durante toda nuestra vida terrestre, el apóstol la considera un hecho cumplido, porque, en el cristiano, esa cruel potencia de corrupción no reina más, Rom. 6:11-14, y está muy destinada a perecer por entero. Si es así, parece decir Pablo, si vivimos por el Espíritu Santo, andemos también por Él. ¿Cuál es la principal diferencia de ambos términos? Pues que el uno indica la fuente y el otro las aguas que manan de ella: Si en realidad el E ha creado en nosotros una vida nueva, no es para encerrarla en el interior del corazón, sino a fin de que toda nuestra conducta diga, manifieste y produzca los frutos del Espíritu, v. 22, para que, en pocas palabras, sigamos sus directrices en pensamientos, en obras y en palabras.

Gál. 5:26. Esta particular exhortación se refiere a las que abren el cap 6, pero, sin embargo, no carece de conexión con lo que precede: el apóstol proscribe la vana gloria, Fil. 2:3. Es vana, sin fundamento y sin valor, por el único hecho de que todo hombre quiere glorificarse a sí mismo en lugar de glorificar a Dios, 1 Cor. 1:31; 2 Cor. 10:17. Así esta vanagloria es el engreimiento en valores falsos o el servicio hecho no por amor sino para ganar el aplauso y la alabanza de los demás. Y lo peor no es su falso valor y su egoísmo, sino que siembra el malestar entre los demás ya que el que busca la vanagloria provoca la cólera de sus hermanos porque fomenta la envidia en lugar de excitar la emulación fraternal. La búsqueda de esa vanagloria siempre ha tenido por resultado que los fuertes provoquen a los débiles al combate y a las malas controversias, v. 20, y que los débiles envidien a los fuertes, a los que parecen tener mayores dones. Ahora, advertidos del peligro de la vanagloria, podemos entrar en materia y comprender que debemos tratar a  todos como a iguales, como compañeros en la libertad de Jesucristo.

  Gál. 6:1-5. Pablo conocía los problemas que surgen una y otra vez en cada comunidad cristiana. El mejor de los hombres puede dar un traspié. La palabra usada no señala el pecado deliberado sino el resbalón de un hombre que camina sobre hielo o por un sendero peligroso. Ahora bien, el peligro de aquellos que son sólo espirituales pero que se esfuerzan de verdad por vivir la fe viva y cristiana consiste en que se inclinan mucho a juzgar con dureza los pecados ajenos. En muchas personas buenas persiste aún una actitud de dureza para el caído. Hay mucha gente buena que no podemos contar nuestros fracasos, defectos o errores porque nos recibiría con fría antipatía. Pablo nos dice taxativamente que uno tiene la obligación de levantar al cristiano que ha dado un traspié. La palabra traducida restaurad es la usada por lo común para definir a una reparación. También se usa para describir la labor de un cirujano. De forma que toda la atmósfera del pasaje pone el énfasis no en el castigo, sino en la curación. La razón nos la da el mismo Pablo, y haríamos bien en decir cuando vemos a alguien que ha caído: Si no fuera por la gracia de Dios, el caído podría haber sido yo. Y continúa reprochando el egoísmo y hasta nos da una fórmula para evitarlo. Nos dice que no hemos de comparar nuestros logros con las obras de nuestro prójimo, debemos pensar y considerar lo que todos deberíamos y podríamos haber hecho si hubiésemos conseguido el ideal. Comparar nuestro pobre servicio con el que deberíamos haber hecho. Catalogar nuestras sencillas conquistas con las que aún nos faltan por conseguir. En efecto, podemos regocijarnos por nuestros éxitos si los comparamos con otros, pero cuando nos comparamos con el ideal marcado por Jesús, todo motivo de vanagloria, todo motivo de vanidad, se va, desaparece en seguida. Pero aún hay más. En este pasaje habla dos veces de llevar las cargas. Hay un tipo de carga que proviene de las oportunidades y las mudanzas de la vida; y su origen es externo y se produce cuando el hombre sobrelleva alguna crisis, alguna situación de emergencia o alguna crisis. Y si cumple la ley de Cristo precisamente ayudándole, dándole la mano, animándole Pero hay una carga que el hombre debe llevar por sí mismo. Esta palabra que usa Pablo se identifica con la mochila del soldado. Hay un deber que nadie puede cumplir por nosotros y una tarea a la que somos personalmente responsables.

  Gál. 6:6-10. Aquí tenemos otra prueba de que Pablo era práctico. La Iglesia cristiana tenía maestros y aunque en la época existía una participación comunitaria, algunos podían llegar a sentirse reacios a contribuir a su mantenimiento, y les viene a decir: Si un hombre os enseña las verdades eternas, lo menos que podéis ser o hacer por él es compartir las cosas materiales que poseéis, ya que también es una forma de servicio. Al fin Pablo pasa a afirmar una dura verdad. Insiste que al final de la vida los platillos de la vida se equilibrarán con justicia. Si uno se deja dominar por la parte baja de la naturaleza, al final de sus días no podrá esperar otra cosa que una cosecha de tribulaciones. Pero si se mantiene en el buen camino haciendo el bien, aunque tenga que esperar un tiempo Dios, al fin, lo recompensará.

 

Conclusión:

Debemos recordar siempre que Dios puede perdonar y perdona los pecados del hombre, pero ni aun Él puede eliminar sus datos y consecuencias. Si un hombre peca contra su cuerpo, lo pagará con su salud arruinada aun cuando haya sido personado. Si un hombre peca contra la persona amada, tarde o temprano habrán corazones destrozados aunque él haya sido perdonado. Es bien cierto que las cicatrices del pecado quedan visibles. Hay una ley moral en el nuestro universo y si alguien la quebranta, podrá ser perdonado, pero la quebranta a su propio riesgo. Asó como Dios no puede ser burlado, y como nuestra vida es una siembra que dará su cosecha de acuerdo con ella, Pablo recomienda que no nos cansemos de hacer el bien, que no desmayemos, sino que hagamos bien a todos y mayormente a los de la familia de la fe, precisamente porque éstos no pueden esperar mucho del favor o benevolencia del mundo, que sólo ama lo que es suyo, ver Juan 15:18, 19.

En una palabra: el verdadero servicio estriba en una aplicación correcta de la libertad.

 

 

 

 

070382

  Barcelona, 26 de septiembre de 1976

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206 NUESTRA NECESIDAD DE ESTAR RECONCILIADOS

 

Rom. 1:28-2:11

 

Introducción:

Iniciamos hoy la importante unidad de estudio que aglutina un tema novo testamentario: La Reconciliación. Durante todo el mes de octubre lo estudiaremos bajo su significado, habiendo dejado abandonado su mensaje que estudiamos en septiembre sirviendo de puente a la vida del reconciliado que veremos en noviembre. Como podemos ver aún nos quedan dos largos meses con el Tema y la Fe, que si queremos lo podremos aprovechar del todo.

Corrientemente decimos que tenemos necesidad de algo para denotar nuestra imposibilidad de detectar el futuro y lo que éste nos depara. Decimos: tenemos la necesidad de estar asegurados previendo el que si nos pasa algo no dejaremos a nuestra familia sin cubrir, tenemos necesidad de trabajar en sitio seguro para asegurarnos el pan en el día de mañana; incluso, en la reciente huelga del pan, dijimos: tenemos necesidad de proveernos del alimento indispensable para no quedarnos sin él. Pues del mismo modo, y aunque el apetito sea distinto, tenemos necesidad de estar reconciliados con Dios para asegurarnos la vida terrenal y, lo que es más importante, la vida venidera. Pero no siempre adivinamos con la forma adecuada o cuando al parecer lo hemos conseguido, no sabemos cómo mantener esa situación.

La lección de hoy enseña la manera de no perder la privilegiada situación que es otra forma de aprender a conservarla.

 

Desarrollo:

Rom. 1:28-32. Hay en el texto un juego de palabras que nos anuncia el castigo del pecado por el pecado: Como no aprobaron conocer a Dios, éste, los entregó a un entendimiento reprobado. Sobre esta rápida pendiente anormal hacia la ruina y la destrucción, cuyo primer indicio nos lo da Pablo en el v. 21, el segundo en el v. 24, y por fin, aquí el tercero, y en el fondo de este abismo de iniquidades se halla un estado inmoral tal cual es descrito por el apóstol en los vs. que hemos leído. Difícilmente haya un pasaje que señale con claridad lo que le sucede al hombre cuando ha dejado de tener en cuenta a Dios, pues que de eso se trata y no a la inversa pues éste no le abandona nunca. Esta evidencia es clara: Es el espejo del hombre que se echa sobre sí mismo el juicio, pues que impide a Dios su lugar protector en el esquema de su vida. Parodiando la situación, el hombre descrito aquí es igual a aquel otro ser que ha de trabajar en una central nuclear sin la debida protección, que manipula el reactor con las manos desnudas. Por otra parte hemos podido observar ya la viva progresión que señala el apóstol en esta descripción, lista o rol, de la corrupción pagana de la época. Pero lo curioso del caso es que si la comparamos con la actualidad tenemos, a poco que nos fijemos, los mismos extremos, si no más, por cuanto éstos viven y proliferan con el saber del mundo. El cuadro de pinta Pablo, cuyos detalles no necesitan explicación por cuanto está en el ánimo de todos el alcance de cada palabra, no parecerá exagerado a los que, por alguna razón, están familiarizados con el pensar del mundo antiguo, pero creemos que al mismo tiempo, el apóstol no quiere decir con ello que todos los individuos habían llegado a ese grado de depravación, 2:14, 15. Con todo, denunciando el más alto grado de culpabilidad en el v. 32, Pablo también afirma que, aun en ese tenebroso estado, la conciencia humana no ha cesado jamás de dar testimonio a la justa ordenanza o al juicio de Dios, el cual pronuncia una sentencia de muerte, de muerte eterna sobre una corrupción semejante por ver si esta inquietud natural les es revulsivo capaz de hacerles iniciar una nueva singladura.

  Rom. 2:1-11. En este pasaje ha cambiado la decoración, pero no la escena. Pablo se está dirigiendo ahora directamente a los judíos y a todos aquellos que pretender monopolizar la salvación. Esta es la conexión del pensamiento: En los pasajes anteriores, Pablo ha pintado un cuadro un cuadro horrendo y terrible del mundo pagano, un mundo que estaba bajo la amenaza de la condenación de Dios. Los judíos conocían, aceptaban, cada una de las palabras de esta condenación. Creían que Él eliminaría a los paganos a causa de su pecado. Pero ni por un momento imaginaban que ellos estaban bajo una condenación semejante. Pensaban ocupar una posición privilegiada ante los ojos del Altísimo. Dios sería el Juez de los gentiles, pero era el protector especial de los judíos. Y aquí, Pablo, les señala que eran tan pecadores como aquellos, y que desde el preciso momento en el que el judío condena al gentil ya está condenándose a sí mismo; que el hecho de ser judío no le iba a salvar del juicio y que, en suma, no iba a ser juzgado por su herencia racial, sino por la clase de vida que había vivido.

Esta temática judía que aún persiste, está reflejada no sólo en su tradición oral, sino en su literatura. Toda ella nos da fe de que los judíos se consideraron siempre a sí mismos en una posición muy privilegiada delante de Dios. Jehovah, decían, de entre todas las naciones de la tierra ama sólo a Israel. Otros afirmaban: Dios juzgará a los gentiles con una medida y a los judíos con otra. Y otros: Todos los israelitas tendrán cabida y participarán en el reino venidero. Y otros más: Abraham está sentado junto a las puertas del infierno y no permitirá que ningún mal judío las pase Cuando Justino mártir, en el Diálogo con Tritón, discute con el judío acerca de la posición de éstos tiene que oír: Aquellos que son descendientes de Abraham según la carne participarán del Reino eterno de todas maneras, aunque hayan sido pecadores, infieles y desobedientes a Dios. El autor del libro de Sabiduría, comparando la actitud de Dios hacia los judíos y gentiles, dice: Porque a los unos probaste como padre que amonesta, mas a los otros diste tormento como una ley inexorable que condena, Sáb. 11:10. Así que, mientras a nosotros nos corrige, sobre nuestros enemigos descarga miles de azotes, Sáb. 12:22. De manera que los judíos creían que todos estaban destinados al juicio, excepto ellos mismos. Y lo más triste del caso, es que creían esto no porque tuvieran alguna bondad especial que los hiciera inmunes a la ira de Dios, sino simplemente por el solo hecho de haber sido paridos judíos.

Pablo, para enfrentar esta situación les recuerda cuatro cosas: a Les dice sencillamente que ellos están traficando con el amor y la misericordia de Dios. En el v. 4 utiliza tres grandes palabras: Mas ¿menosprecias todas las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad? Veamos aunque someramente, el alcance de los términos: * Benignidad. Se ha dicho que tan hermosa palabra nos señala una hermosa idea. En griego hay dos expresiones para ver bueno. La diferencia entre las dos es ésta: La bondad del hombre que es agathos puede revertir en reproche, disciplina e incluso un castigo, pero la bondad del hombre que es crestos es siempre muy mansa. P ej., Jesús fue agathos cuando limpió el templo y arrojó a los cambistas y a los vendedores de palomas en la exaltación de su ira y fue crestos cuando trató con amante gentileza a la mujer que ungió sus pies o a la hembra tomada en adulterio. Así Pablo dice: Vosotros los judíos estáis simplemente tratando se sacar ventajas de la benignidad, crestos, de Dios. * Paciencia, anoque Este es el término griego utilizado para tregua. Significa, sí, una cesación de la enemistad y la hostilidad, pero una cesación que tiene un límite. Pablo está diciendo a los judíos: Vosotros pensáis que estáis seguros porque el juicio de Dios todavía no ha caído sobre vosotros. Pero el Señor no os da carta blanca para pecar, sino que os está dando una oportunidad para arrepentiros y enmendar vuestros caminos. Porque el hombre no puede pecar impunemente. * Longanimidad, makrothumia El término expresa paciencia con la gente. Crisóstomo la define como la fina característica del hombre que tiene el poder de vengarse, pero que no lo usa. Es el espíritu de aquel que podría destruir al hombre que lo hiere o insulta, pero que con paciencia sujeta sus manos. Así, pues, Pablo está diciendo a los judíos: No penséis que el hecho de que Dios no os castigue es una señal de que no puede hacerlo. El hecho de que el pecado no sea seguido por el castigo de Dios no es la demostración de su impotencia. Así que debéis vuestras vidas a la longanimidad de Dios.

Un gran comentarista dijo que frecuentemente todos tienen lo que él llama “una vaga e indefinida esperanza de impunidad”, un cierto sentimiento de que “eso no puede pasarme a mí”. Bien, los judíos iban más allá de esto: “Estaban traficando con la grandiosa misericordia de Dios”.

b Los hebreos consideraban la misericordia de Dios como una invitación a pecar más, pues era incentivo para el arrepentimiento A un ateo, Heine, se le preguntó por su tranquilidad, a lo que les respondió: ¡Dios perdonará! Y al insistir en el por qué estaba tan seguro, contestó: “Es su oficio”. Como vemos el cinismo no es ni era patrimonio judío. Ahora este sentir judío traduzcámoslo a los términos corrientes y la actitud de Dios a términos humanos. Así, supongamos que un joven hace algo que avergüenza, entristece y quebranta a los padres; y supongamos que por amor es perdonado por éstos y nunca le es reprochada su acción. Él puede hacer dos cosas: * Puede ir y hacer lo mismo otra vez, especulando con el hecho de que será perdonado igualmente, o puede ser movido al arrepentimiento lleno de gratitud por el perdón inmerecido que ha recibido y se dedique toda su vida a tratar de ser merecedor del mismo. Así, una de las cosas más indecentes del mundo es usar la misericordia y el perdón del amor como una excusa para seguir pecando. La misericordia de Dios, el amor de Dios, no pretenden hacernos sentir que podemos pecar y obtener ganancia con ello, sino que pretende hacer estallar de amor nuestro corazones de manera que procuremos no volver a pecar jamás.

c Pablo insiste en que para Dios no hay favoritismos. Insiste en que en el plan de Dios no hay ninguna cláusula de nación más favorecida. Puede haber naciones que son escogidas para realizar un atarea especial y con una responsabilidad especial, pero no hay naciones escogidas para recibir privilegios y consideraciones especiales. Sin embargo, la totalidad de la religión judía estaba basada en la convicción de que los hebreos tenían una posición especial de privilegio y favor a los ojos de Dios. Puede parecernos que hemos dejado muy atrás esa actitud. Pero cuando miramos por encima del hombro a personas que no son de nuestra raza, lo que hacemos es despreciarla y no entender el propio contacto con Dios. merece un cuidadoso estudio, con el fin de llegar a una correcta noción de las ideas del de Tarso. Se arguye con cierta frecuencia que la posición de Pablo era que todo lo que importa es la fe. La religión que pone énfasis en la importancia de las obras es con frecuencia puesta de lado con menosprecio por considerarla totalmente fuera de tono con el NT: Nada podría estar más lejos de la verdad. Dios, dice Pablo, pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Para Pablo, una fe que no se expresara en obrar sería una parodia y una simulación de la fe. De hecho no sería fe, o como máximo, una fe muerta. Pablo podía muy bien decir que la única manera en que uno puede ver la fe de un hombre es a través y por medio de sus obras. Sabemos por experiencia que una de las más duras y peligrosas tendencias religiosas es hablar de fe y las obras como algo que es separado y distinto. Pero la realidad es que no puede haber una fe que no se exprese en obras o unas obras que no sean el producto de una fe genuina. Las obras y la fe están vinculadas entre sí. ¿Cómo podría Dios, en última instancia juzgar al hombre sino por sus obras?

Ahora bien, ¿dónde queda la necesidad es estar reconciliados? El secreto está en el final del v 11: No hay acepción de personas en Dios, Deut. 10:17; 1 Sam. 16:7; 2 Crón. 19:78; Job 34:19; Hech. 10:34; Gál. 2:6. Pablo no está haciendo más que citar un principio universal de la justicia divina, pero no cita de ninguna manera al medio por el cual podemos subsistir ante él. El apóstol, a menos de ponerse en contradicción con todas sus enseñanzas y de una manera particular con lo expuesto en esta epístola, no trata de decir que ninguna clase de hombres, judíos o griegos, sin el santo evangelio y aplicándose con sus fuerzas a la práctica de las obras bien hechas, puede tener acceso a la vida eterna, sino que declara que del estado moral del hombre, sea judío, pagano o cristiano, dependerá la sentencia pronunciada sobre él en el día del juicio, lo que es rigurosamente justo. Más tarde, más avanzada la carta a los Romanos, se va a ocupar de forma exhaustiva a lo que el Señor hizo en su gracia para que el pecador fuese aceptable a sus ojos.

 

Conclusión:

Entretanto, esta lección contrapone una seria perseverancia a hacer el bien contra la vana disputa de palabras, el estéril saber religioso, la orgullosa justicia propia y a necia e inútil vanagloria.

 

 

 

 

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  Barcelona, 3 de octubre de 1976

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207 ¿CONOCIMIENTO PLENO?

 

Col. 1:9-11

 

Es conmovedor leer la oración de un genio por sus amigos. En efecto, esta que nos ocupa es quizás con mucho una de las más importantes de Pablo a favor de la Iglesia de Colosas; iglesia que, aunque no fundó personalmente, le tenía ganada el alma, 2:1. Por eso pide que sean llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que anden como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios para que sean muy fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad con gozo. Aunque nosotros nos detenemos aquí, la oración prosigue hasta ciertos límites insospechados por cuanto llega a confundirse con la sección bien doctrinal, la cual se adueña de la escena hacia mediados del cap primero, lo que no es un obstáculo para que en toda esta escala entresaquemos las enseñanzas de nuestro tema por cuanto el buen material que aporta Pablo florece en cada frase o palabra, y a poco que se busque sobre la superficie de su mar, gracias a la bondad de sus aguas, podemos descubrir los corales que encierra y en los que los moluscos lamelibranquios de doble concha salen o aparecen por sí solos y en ellos, hurgando un poco más, hemos de encontrar tantas perlas que puede parecernos imposible.

Evidentemente hay dos vs. clave, 9 y 10, que nos dan pie y que son otras tantas modulaciones temáticas de la sinfonía a los santos de Colosa: El seáis bien llenos del conocimiento de su voluntad y en creciendo en el conocimiento de Dios, son frutos del mismo árbol, estrellas del mismo cielo, flores del mismo jardín y, en suma, ramalazos visionarios e inspiradísimos de una de las más definidas tesis paulinas: El Conocimiento.

En primer lugar notemos que el conocimiento, en todo caso la acepción de la palabra que nos ocupa, o la acción de conocer, no es una circunstancia con la que uno nace como si se tratara de un gen cualquiera, sino que se adquiere con el tiempo y a través de agentes externos tal y como el seáis llenos y creciendo nos dan a entender que, en ambos casos, la acción aún no está completa, no conclusa. Pero hay más, la característica del conocimiento jamás se repite. Ramón Pérez de Ayala dejó escrito: El río es siempre diverso. La majestad del río es de una monotonía casi hipotética Pero su fluencia es incesante. No podemos bañarnos dos veces en la mismas aguas del mismo río; a cada instante las aguas ya son otras, lo que permanece constante es el cauce, y el derrotero hacia el mar, que es el morir… Del mismo modo no podemos sentir dos veces la misma intensidad del conocimiento por cuanto éste se nos presenta siempre de acuerdo con nuestra capacidad receptora del momento, de lo contrario podría resultarnos vano e ininteligible, y si dejamos pasar la oportunidad lo haremos para siempre, por más que permanezca su cauce y siga su derrotero al Señor, hacia el vivir. Mas el carácter humano es bien extraño o cuando menos el pecado lo ha deformado. ¿Acaso en nuestro andar por la vida, por seguir de algún modo la tesis de Machado inexplicablemente en boga en la actual época de inconformismo, no queremos saber dónde queda la próxima piedra, clavo, recodo, baque, arbusto, rama baja o áspid? ¿No es mejor conocer dónde apoyamos nuestra esperanza? ¿No es mejor estar fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, v 11, que cantar con el poeta:

Galopa la muerte bregando

a lomos de su incierto sino,

cosechando la triste suerte

de aquellos que le da el destino:

A unos, los encuentra vagos,

a otros, bebiendo vino,

a aquéllos de más allá, solos,

a éstos, con ropa del vecino.

Decididamente andar como es digno del Señor, del v. 10, sólo es posible cuando el conocimiento de su voluntad ha calado en nosotros de alguna manera ya que éste siempre debe traducirse en una situación humana concreta. No olvidemos que en la oración que nos ocupa, el apóstol Pablo pide para que tengan inteligencia y sabiduría, pide para que entiendan las grandes verdades del cristianismo y pide para que sean muy capaces de aplicar estas verdades con gozo, v. 11, a las tareas y decisiones de la vida de cada día. Pero no nos precipitemos y empecemos por el principio:

En 1 Sam. 2:12 leemos que todos los hijos de Elí no tenían conocimiento del Señor; es más, se nos dice taxativamente que por estas circunstancias eran hombres impíos, hombres sin Dios aunque, sin embargo, ellos y todos tuvieron la oportunidad de ver y aprender acerca de ese conocimiento a pesar de hallarse bajo los pobres y flacos rudimentos del mundo, Gál. 4:9. Luego entonces es posible estar vacío del conocimiento de Dios y de hecho todos y cada uno de nosotros lo hemos estado en una época de nuestra vida. Ahora bien, ¿dónde se inicia el conocimiento? En Prov. 2:6, leemos: De su boca (la del Señor) viene el conocimiento, con lo que entramos de lleno en el misterio de la adopción y plena gracia de Dios, máxime cuando leemos en el mismo v. 9 de Gál. 4: Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos de Dios Y por si el argumento no fuera convincente aportamos el remache final de Rom. 8:29: Porque a los que antes conoció, también predestinó… Así que, creemos, queda bien claro, que tan solo empezamos a conocer a Dios a partir del preciso momento en que él nos conoce y que éste es tanto más elevado a los ojos divinos que el más grande holocausto, Ose. 6:6, y que fue predicho por los antiguos cuando aseguraban muy bien que la tierra sería llena del conocimiento del Señor, Hab. 2:14. Con lo que también hemos avanzado un paso por cuanto ya podemos encasillarlo y limitarlo al saber que lo que realmente se trata es de conocer la Gloria de Dios. Llegados a este punto ya podemos anunciar que el propio Cristo vino para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Luc. 1:77. Y todo ello, ¿para qué? Para que a través del mismo y por fe, puedan redimir sus pecados, Luc. 1:77. Visto lo cual, este tipo de conocimiento llega a ser una de las cosas más preciadas del cristianismo: Ciertamente aún tengo las cosas por pérdida, si tengo el eminente conocimiento de Cristo Jesús, Fil. 3:8. Por eso Pablo ruega a Dios para que sus lectores sean llenos del conocimiento de su voluntad, Col. 1:9, es decir, completos, perfectos y no sólo en cuando a su deseo de que entendamos la redención por Cristo Jesús, Efe. 1:8-10, también sus designios respecto a los hombres mismos; para que, de esta forma, puedan crecer en este mismo conocimiento, Col. 1:10; con lo que tenemos apuntada la idea del crecimiento inherente al mismo, cuando más que se centra su vértice en el mismísimo Cristo, Col. 2:3, y sirve como envoltura memorable del nuevo hombre, Col. 3:10; el cual, es capaz de pregonar ya la verdad, meta divina, 1 Tim. 2:4; Tito 1:1, y que nos previene constantemente contra los peligros de pecar una vez gustado ese conocimiento, Heb. 10:26, y por eso, finalmente, el mismo Pedro nos insta al crecimiento del mismo, el cual, al igual que la gracia, pueden y deben crecer hasta llegar al nivel de la perfección, 2 Ped. 3:18.

Ahora bien, esta perfección, este conocimiento pleno, ¿dónde tiene lugar? ¿Es posible alcanzarlo en esta tierra? Basta con que leamos 1 Cor. 13:12 para saber las respuestas: Ahora conozco en parte, mas entonces conoceré como soy conocido. Con lo que no queda otra opción que aseverar que esta plenitud apetecible no la podremos jamás alcanzar aquí máxime cuando ya hemos leído que es Dios quien nos conoce a nosotros, Gál. 4:9, y que aquí se señala como sujeto conocedor principal del nuevo al propio Dios. Es más, se apunta y se habla de un conocimiento mutuo que será factible gracias también a la mutua compenetración por el amor, en otras palabras, una comunión perfecta, Juan 17:21. Así que, en tanto estemos en la tierra permanecen la fe, la esperanza y el amor, 1 Cor. 13:13, para hacernos conocer a Dios tal cual es en nosotros y cuando las dos primeras virtudes desaparezcan, porque lo harán, el amor permanecerá porque es eterno, porque es Dios, 1 Jn. 4:8. Mientras tanto y aunque aún no podamos alcanzar la totalidad de la longitud, la profundidad y hasta la altura del conocimiento de la gloria de Dios, tenemos el consuelo de haber conocido al amor de Cristo que excede a aquel, Efe. 3:14-21.

 

 

 

 

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  Barcelona, 3 de octubre de 1976

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208 RECONCILIADOS POR MEDIO DE JESUCRISTO

 

Rom. 5:1-11

 

Introducción:

Decíamos el domingo pasado que teníamos necesidad de estar reconciliados puesto que por sí solo el hombre era incapaz de acercarse al Trono de Gracia con alguna posibilidad de éxito. Por lo cual, en el día de hoy, vamos a ver el cómo y el medio por el cual aquello se convierte en una auténtica realidad:

 

Desarrollo:

Rom. 5:1-5. Este es con mucho uno de los pasajes más líricos de Pablo, en el cual canta el gozo profundo de su confianza a con Dios y en Dios. La confianza de la fe, la aceptación de Dios por su palabra, ha hecho lo que el esfuerzo por realizar las obras de la ley no ha podido hacer nunca., le ha dado al hombre paz con Dios. Antes que viniera Jesús, y antes de que el hombre aceptara como verdadero lo que Jesús dijo acerca de Dios, nadie pudo jamás intimar con Dios. Tanto es así que muchos han visto a Dios no como el supremo bien, sino como el nefasto mal.

Hay quienes lo han visto como algo del todo inalcanzable, como algo completamente extraño. En uno de los libros de H. G. Wells se halla la historia de un hombre de negocios cuya mente estaba tan tensa y forzada que se abocaba a una crisis nerviosa y mental. Su médico le dijo que la única cosa que podía salvarlo era hallar la paz que podía darle la relación con Dios.

-¡Qué -respondió-. ¿Pensar que aquello, allá arriba, puede tener comunión conmigo? ¡Me sería más fácil pensar en refrescar mi garganta con la Vía Láctea o estrechar las manos con las estrellas!

Dios, para él, era completamente inalcanzable.

Rosita Forbes, la viajera, relata que un anoche buscó refugio en un templo de una aldea china porque no había dónde dormir. Se despertó durante la noche y a la luz de la luna que se filtraba a través de algunas ventanas, vio los rostros de los dioses que la rodeaban, y en cada uno de ellos creyó imaginar desprecio, odio o desinterés, como si odiaran a toso los hombres. Sólo cuando nos damos cuenta de que Dios es el Dios y Padre de nuestro Cristo va y llega a nuestra vida esa intimidad con el santo cielo, esa nueva relación que Pablo llama Justificación.

Por medio de Cristo, dice Pablo, tenemos entrada a la gracia en la cual estamos y permanecemos firmes. El término que usa Pablo para entrada tiene dos grandes figuras: * Es el término común para referirse a la introducción o presentación de alguien ante la presencia de la realeza, y el término más común para referirse al acercamiento del creyente a Dios. Es como si Pablo dijese: “Jesús nos introduce a la presencia misma de Dios. Jesús nos abre las puertas a la presencia del Rey de reyes y cuando estas puertas se abren lo que hallamos es gracia, no condenación, ni juicio, ni venganza, sino la pura, inmerecida e increíble bondad de Dios”. * Pero el término griego contiene otra figura. Era el término usado para referirse al lugar donde llegan los barcos. Es decir, se trata de la misma palabra para decir puerto. Si en nuestro caso, lo tomamos en este sentido, significa que por más que tratemos de depender de nuestros propios esfuerzos somos barridos por la tempestad como marineros que se enfrentan a un mar que trata de amenazarnos con la destrucción total. Pero tras oír la palabra de Cristo, hemos alcanzado el puerto de la gracia y conocemos la calma de depender no de lo que pudimos o debimos hacer por nosotros mismos, sino por lo que Dios ha hecho. Por lo que por medio de Cristo hemos entrado a la presencia del único Rey, hemos entrado en el puerto de la gracia de Dios. Una vez en el mismo ya hay seguridad, seguridad que nos pareció imposible en tanto estábamos en el mar.

Tan pronto como Pablo ha dicho esto, le llama la atención  la otra parte de la cuestión. Todo esto es verdadero, toso esto es muy glorioso, pero lo cierto es que en esta vida los cristianos se hallan en un difícil situación. Lo era serlo en Roma, y el apóstol lo sabe y reconoce, Recordándolo, Pablo, alcanza su más alto clímax para afirmar: La tribulación, dice, produce paciencia. La palabra que se traduce por tribulación significa presión. Toda clase de cosas pueden presionar a los cristianos, la carencia de algo necesario, la estrechez de las circunstancias, la presión del pesar, de la soledad, de la persecución, la impopularidad, etc. Pero esta presión, dice Pablo, produce paciencia. La palabra utilizada para paciencia señala al espíritu que puede vencer al mundo, no el que resiste de forma pacífica, sino activa, conquistando pruebas y tribulaciones de la vida. Cuando Beethoven estaba amenazado por la sordera, la prueba más terrible para un músico, dijo:

-¡Agarraré a la vida por el cuello!- y compuso su novena sinfonía, esto es paciencia.

Cuando Scott se vio envuelto en la ruina, dijo:

-Nadie dirá ¡pobre hombre! Mi propia mano derecha, pagará la deuda. Esto es paciencia.

Alguien dijo un día a una alma noble que estaba pasando por una gran pena:

-La pena colorea la vida, ¿no es cierto?

-¡Cierto! -contestó aquélla-. ¡Y yo me propongo elegir el color! Esto es paciencia.

Así la paciencia no es el espíritu que se echa y permite que lo cubran las aguas, es el espíritu que enfrenta las pruebas y las gana y las supera. No es el espíritu que esconde la cabeza bajo la arena creyendo que las circunstancias le pasarán rozando, es aquel que las mira de frente y las vence. Esta es la clase de paciencia que debe ser engendrada por la tribulación.

-La paciencia -continúa Pablo-, produce prueba.

La palabra utilizada en griego se usaba para referirse al metal que ha sido sometido al fuego para limpiarlo de todos sus fallos e impurezas. También era usada con referencia al acuñar monedas a través de la fundición, a través del crisol. Y por fin, también nos describe algo o alguien a quien se ha eliminado toda posible aleación de impurezas o de materiales innobles. Así, cuando el hombre se enfrenta a la aflicción con paciencia, emerge de la cruz y la batalla más fuerte, más puro, mejor y más cerca de Dios. Pero hay más, esta prueba, continúa Pablo, produce esperanza. Dos de los hombres pueden enfrentarse a la misma situación, pero ésta puede llevar al uno a la desesperación y puede proyectar al otro a realizar acciones triunfantes, de gigantes, inhumanas. Para el uno puede ser el fin de la esperanza, para el otro puede ser un desafío de grandeza.

-¡A mí no me gustan las crisis! -dijo Lord Reith-, y la verdad es que me gustan las oportunidades que ellas proporcionan.

Ahora bien, la diferencia corresponde a la que existe en el fondo e interior del hombre. Si uno se ha dejado convertir en un ser débil, impotente y flojo, si ha dejado que las circunstancias lo ajen y abatan, si se ha dejado afligir y rebajar por la aflicción, se ha separado a sí mismo de tal manera que cuando viene el desafío de la crisis no puede hacer otra cosa que desesperarse. Si, por otra parte, un hombre ha insistido en enfrentar la vida con la frente alta, si siempre la ha enfrentado y, enfrentándola, ha conseguido cosas, entonces, cuando venga el desafío lo enfrentará con los ojos inflamados de esperanza. Siempre es así. El carácter que ha gustado y superado la prueba emerge con esperanza.

Luego Pablo, para evitar que el objeto de esta esperanza humana sea puesta en cosas finitas, exclama:

-La esperanza cristiana nunca desilusiona porque está fundada en el amor de Dios.

Un gran escritos escribió también:

-Las esperanzas humanas en que los hombres ponen en sus corazones acaban siendo cenizas, no prosperan, pero poco a poco, como la nieve sobre la arena del desierto, brilla un poco y se va.

Pero cuando la esperanza del hombre está puesta en Dios no se vuelve polvo o ceniza. Cuando esta esperanza esta puesta en el Señor, no puede ser frustrada. Cuando está puesta en el amor de Dios, nunca puede ser una ilusión, porque Dios nos ama con un amor eterno, el cual está respaldado por un poder santo, eterno e indisoluble.

Rom. 5:6-11. El hecho de que Jesús muriera por nosotros es la prueba final del amor de Dios. Sería bastante difícil conseguir que un justo muriese por un justo. Se podría persuadir a alguien para que muriera por un principio. Podría haber alguien que se diese por un amigo, un familiar; pero lo maravilloso de Cristo se dejó clavar y morir en la cruz por nosotros siendo pecadores, malos y viviendo en una situación de enemistad y de hostilidad hacia su Padre, Dios. El amor no puede ir más allá que esto.

Se cuenta un incidente en la vida del gran Lawrence de Arabia. En 1.915 estaba realizando un viaje a través del desierto con unos árabes. La situación era desesperada. Casi se les había acabado comida y sólo les quedaban unas pocas gotas de agua. Llevaban puestas las capuchas para resguardarse del viento que era como una llamarada y que estaba cargado de punzantes granos de arena y de pronto alguien dijo:

-¿Dónde está Jazmín?

Otro dijo:

-¿Quién es Jazmín?

-Es aquel hombre amarillo de Mann -respondió un tercero-, mató a un recaudador de impuestos turco y huyó al desierto.

El primero dijo:

-Mirad, el camello de Jazmín no tiene jinete. Su rifle está en su montura, pero él ha desaparecido.

-Alguien le ha disparado un tiro sobre la marcha y se ha caído-, opinó el segundo.

Aquel tercero opinó:

-No era muy fuerte, tal vez se extravió siguiendo un espejismo, o tal vez se sintió desfallecer y se cayó del camello.

Luego el primero que lo había encontrado a faltar, dijo:

-Y, ¿qué importa? Jazmín no valía ni media corona.

Los árabes se encorvaron en los respectivos camellos y se fueron cabalgando. Pero Lawrence volvió y desanduvo el camino. Solo, en medio del calor asfixiante, a riesgo de su propia vida, volvió al paraje llamado “El yunque del sol”. Después de una cabalgata de una hora y media vio algo en la arena. Era Jazmín, ciego y algo enloquecido por el calor y la sed. El pobre estaba siendo muerto, engullido, por el desierto. Lawrence lo subió sobre su camello, le dio algunos tragos de su preciosa agua y lentamente volvió con el resto de la compañía. Cuando llegó a su altura, los mahometanos le miraron estupefactos:

-Aquí está Jazmín -dijeron-, Jazmín, que no vale ni media corona, salvado por nuestro Lawrence aun a riesgo de su vida.

Del mismo modo, y dejando la anécdota donde debe quedar, Cristo murió por todos los pecadores, no por los hombres buenos. No murió por rescatar a sus amigos, sino por todos los hombres que estaban enemistados con Dios.

Luego Pablo avanza un poco más. Por medio de Jesús nuestra relación con nuestro Dios ha sido cambiada. De pecadores como éramos hemos sido puestos en la correcta situación con Él, hasta en un clima de reconciliación con Él, pero esto no era suficiente. Ya no sólo hemos de cambiar la situación, sino también nuestro estado. El pecador salvado no puede continuar siendo pecador. Ha de llegar a ser un hombre nuevo y bueno. Ahora bien, la santa

muerte de Cristo cambió nuestra situación, pero su resurrección debe cambiar nuestro estado. Él no está muerto, vive, está con nosotros siempre para guiarnos y dirigirnos, para llevarnos con su poder de modo que seamos capaces de vencer cada tentación que florezca ante los ojos, para revestir las vidas con algo de su esplendor y para mantenernos para siempre delante su presencia resucitada. Sí, el que cambió nuestra situación con Dios puede cambiar también nuestro estado. Comienza poniendo a todos los pecadores en correcta relación con Dios cuando son pecadores, continúa por su gracia volviendo a esos pecadores seres capaces de renunciar al pecado y llegar a ser hombres nuevos y salvos. Hay nombres técnicos para todas estas cosas: El cambio de esta situación es la justificación, esto es, el inicio del proceso de la salvación. El cambio de nuestro estado es la santificación, esto es, cuando el proceso de salvación continúa, para no terminar hasta que lo veamos cara a cara, seamos semejantes a Él y consigamos al fin el conocimiento pleno.

Pero hay una cosa que debemos notar porque es sumamente importante. Pablo es claro en que el proceso total de la salvación, la venida de Cristo, la muerte de Cristo y su resurrección es la prueba del amor de Dios. En efecto, todo sucedió para demostrar que el Señor nos ama. Ahora bien, muchas veces la cuestión se presenta como si por un lado hubiese un Jesús benévolo y amante y por el otro un Dios colérico y vengativo. A veces se presenta la cuestión como si Cristo hubiese hecho algo que cambió la actitud de Dios hacia los hombres, que transformó a su Padre de ser un ente colérico en un ser benévolo. Pero nada está más lejos de la verdad. Todo el proceso brota de su amor, Él vino a mostrarnos tal cual es y ésta fue siempre la actitud para con los hombres. Él vino a probar a los seres humanos que en realidad Dios es amor.

 

Conclusión:

No puede quedarnos ninguna duda: Mas Dios encarece su amor para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Ésta es la reconciliación, ahora a conseguir nuestra santificación.

 

 

 

 

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  Barcelona, 10 de octubre de 1976

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209 LA NUEVA VIDA EN CRISTO

 

Rom. 6:12-23

 

Introducción:

La nueva vida en Cristo es vida de libertad en amor. Y lo es porque la libertad sin amor se vuelve rápidamente en libertinaje y disolución, cosa del todo contraria a la vida y al ejemplo de nuestro Cristo. Por otra parte sabemos que la reconciliación que hemos gustado tiene como resultado visible una obediencia sana y voluntaria a las leyes de la nueva vida, en la que el uso del cuerpo también responde a una ley de santidad y justicia que tiene como consecuencia la búsqueda de la gloria de Dios y de la paz con el hombre, su semejante. De ahí el que sea libertad en amor: ¡Amos a Dios y amor al hombre!

Nuestra lección de hoy es parte del gran argumento de Pablo sobre la santificación del cristiano, que tiene lugar a través de los caps 6-8 de la Epístola los Romanos y cuyo contenido especial tiene mucho que ver con la libertad del llamado cristiano en su nueva existencia al lado de Jesús.

 

Desarrollo:

Rom. 6:12-14. Después de la experiencia mística del apóstol de los Gentiles en los vs. anteriores en los que habló acerca de la fiel necesidad que tiene el cristiano de vivir tan cerca de su Maestro que se les confunda, vida iniciada con la conversión y señalada de forma pública en el bautismo, viene ahora a extenderse en lo que podríamos llamar experiencia práctica de todos los misterios que le anteceden. En efecto, después de la experiencia mística llega siempre la exigencia práctica porque el cristianismo no es sólo una experiencia emocional, es un modo de vida. El creyente no está llamado a complacerse con la experiencia por maravillosa que sea; está llamado a servir y a vivir cierta clase de vida a pesar de los ataques y problemas del mundo. A veces, nos sentamos en los bancos de nuestras iglesias y dejamos que nos envuelva un halo de espiritualidad y emoción a causa del mensaje, oraciones o himnos, pero nada más. Cierto que en estos preciosos momentos almacenamos energía que debemos gastar luego en el día a día. ¿Qué diríamos de las abejas que estuvieran todo el día libando el polen si luego esto no de tradujera en miel? ¡Cierto que hemos de estar en los distintos aposentos altos, pero también lo es que debemos salir de ellos y aplicar nuestras experiencias y nuestros conocimientos! De todos es conocido aquel extraordinario relato del monte alto en el que los discípulos querían quedarse allí para siempre y cómo Jesús les obliga a bajar por las laderas hasta el suelo que era dónde estaban los verdaderos problemas. No. No es una experiencia común sentir el olor a Cristo cuando estamos rodeados del hedor del mundo. Deberíamos sentir que el creyente no se queda con Jesús en la soledad que hay en la mitad del único camino. La emoción cristiana tiene que traducirse en acción. El sentimiento religioso nunca debe ser sustituto del buen hacer de la religión. El cristianismo no puede desplegar su bandera en un lugar privado, sino en una plaza pública.

Cuando cualquier hombre sale al mundo es confrontado con una situación aterradora. El pensamiento paulino es que tanto Dios como el pecado están buscarnos armas para usarlas. El Señor no puede obrar sin los hombres, pero el pecado tampoco. Si Dios quiere decir una palabra tiene que conseguir que un hombre la diga, aunque Él podría hacerlo solo si fuese su voluntad. Si quiere realizar una acción, tiene que conseguir que un hombre la haga, aunque podría prescindir de él. Si quiere, en fin, alegrar, alentar, fortalecer, ayudar a una persona, tiene que conseguir que un ser humano lo haga. En una palabra, Dios está en todas partes viendo y buscando manos que utilizar. Pero lo mismo ocurre con el mal, con el pecado. La invitación a delinquir ha sido ofrecida a todo hombre y mujer, y siempre se está buscando quien, por sus frases, palabras o ejemplos, seduzcan a otros a pecar. Es como si Pablo dijera: En este mundo hay una batalla eterna entre el pecado y Dios, elige tu bando. Sí, estamos enfrentados con la tremenda opción de convertirnos en armas en las manos de Dios o de Satán. Mas ante la encrucijada alguno puede estar a decir: Semejante elección es demasiado fuerte para mi. Haga lo que haga estoy condenado a fracasar. La respuesta de Pablo, es: No os canséis, ni os desaniméis ni desesperéis, el pecado no se enseñoreará de vosotros. ¿Por qué? La respuesta es sencilla y tremenda a la vez. Porque ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. Así ya no estamos tratando de satisfacer la exigencias de la Ley, sino que estamos tratando de ser dignos de los dones del amor de Dios. Ya no estamos viendo al Señor como un Juez severo, sino como un Dios de Amor. Bajo el nuevo prisma, el del amor, la nueva vida cristiana ya no es una carga intolerable que acarrear, sino un vivo privilegio en conformidad con el cual vivir. Se ha dicho muchas veces que no es la restricción, sino la inspiración la que nos libra del pecado, no nos salva el monte Sinaí, sino el Calvario, y en él Jesucristo.

  Rom. 6:15-23. Para cierto tipo de mentalidad la doctrina de la libre gracia es siempre una tentación. Se dice: Si el perdón es tan fácil y tan inevitable, si el único deseo de Dios es perdonar a los hombres, y si la gracia de Dios es suficientemente amplia para cubrir todo defecto, ¿por qué preocuparnos del pecado? ¿Por qué no actuar como nos de la gana? Al final, el resultado será el mismo. Para impedir el pensar así, Pablo usa una figura que por aquel entonces tenía una vigencia extraordinaria: Una vez os entregasteis al pecado como sus esclavos; cuando esto hicisteis, la justicia no tuvo ningún derecho sobre vosotros. Pero ahora os habéis entregado a Dios como esclavos de la justicia, al hacerlo así, el pecado no tiene ningún derecho sobre vosotros. La lógica es aplastante, pero para comprender lo que quiere decir debemos comprender la situación del esclavo. Cuando pensamos en un sirviente actual, pensamos en un hombre que da cierta parte de su tiempo a cambio de una paga. En ese tiempo está a disposición de su patrón y bajo sus órdenes. Pero cuando ese tiempo acaba, está libre para hacer exactamente lo que quiera. Pero en la época de Pablo, la situación del esclavo era diferente. Literalmente no tenía tiempo que le perteneciera. Cada instante pertenecía a su amo Era una posesión absoluta y exclusiva del amo; tanto es así, que ni le pertenecían sus propios hijos. Pablo dice: En una época vosotros erais esclavos del pecado, el cual era vuestro amo. No podíais hablar y hacer de otra cosa que no fuera pecar. Pero ahora, ya sois de Dios, es vuestro nuevo amo. Ya no podéis pecar, sino ver de ampliar vuestra santidad.

Pero el apóstol se disculpa por usar esta alegoría. Dice: Estoy usando un ejemplo humano para que podáis entenderme. Y lo hace porque no quiere comparar la vida cristiana con alguna clase de esclavitud, aunque la figura realza el hecho pretendido de que el creyente no puede tener otro amo más que Dios. No puede dar una parte de su tiempo a Dios y otra parte al mundo. Para Dioses todo o nada. En la medida en que alguno reserva algún rincón de su vida sin Dios, en la medida en que alguien quiere reservar una parte de su vida sin Dios, no es verdaderamente cristiano. Éste es el hombre que ha dado el dominio total de su vida a Cristo y no se reserva nada.

Nadie que haya hecho esto puede pensar en usar la gracia como una excusa para pecar.

Mas Pablo tiene algo más que decir y dice: Vosotros tomasteis una decisión libre y espontánea de obedecer las normas de la enseñanza a la cual os entregasteis. En otras palabras, Pablo está diciendo: Sabíais lo que hacíais, lo hicisteis por propia voluntad Esto es interesante. Debemos recordar que este pasaje surgió de una discusión sobre el bautismo, al comienzo de este capítulo. Y bautismo de adultos, bautismo de personas conscientes que lo aceptaban de propia voluntad. Bautismo con instrucción, es decir, se le mostraba una y otra vez lo que Cristo ofrecía y lo que Cristo exigía. Entonces, y sólo entonces ya podían tomar la decisión de entrar a formar parte de la iglesia. Se dice que para entrar en la orden benedictina, el neófito cuelga sus ropas de calle en su celda durante un largo año de manera que durante todo ese tiempo tiene posibilidad de cogerlas y salir al mundo renunciando al hábito y nadie iba a pensar mal de él. Sólo al término de ese año se le quitan definitivamente las ropas. Debe saber lo que está haciendo y entrar en la orden con plena conciencia. A su manera, nosotros seguimos una política similar. Jesús no quería que sus apóstoles se detuvieran a calcular el costo de sus decisiones. Él no quería a una persona que expresara una lealtad efímera gracias a un rato o momento de emoción, la quería para toda la vida. Por eso Pablo les recuerda que han accedido al nuevo estado por su propia voluntad.

A continuación, Pablo traza una distinción entre la antigua vida y la nueva. La primera estaba caracterizada por la inmundicia y la iniquidad. El mundo pagano era algo inmundo y no conocían el significado de la castidad. Justino mártir tiene una dura agudeza hablando acerca de la exposición y desecho de infante. En Roma, los niños no deseados, especialmente mujeres, eran abandonados. La niñas eran recogidas por torvos sujetos que manejaban los burdeles y eran criadas para ejercer de prostitutas. Así Justino se vuelve a sus oponente paganos y les dice que, en su inmoralidad, tenían la probabilidad de ir a una casa de citas y, sin saberlo, tener relaciones con sus propias hijas. Así era la vida pagana El mundo era inicuo. Y lo era porque las únicas layes los hombres satisfacían sólo sus apetitos. Y esa iniquidad engendraba más iniquidad porque esa es la ley del pecado. El pecado engendra pecado de manera inevitable. La primera vez que hacemos algo malo lo hacemos con una duda, un temblor, un estremecimiento. La segunda es más fácil y si continuamos haciéndolo llegaremos a llevarlo a cabo sin esfuerzo moral alguno porque el pecado pierde a la larga su terror. Comenzar en esa senda es avanzar más y más, del mismo modo que una bola de nieve en una ladera de la montaña.

Pero la nueva vida es diferente. Los griegos definían la justicia como dar al hombre y a Dios lo que les corresponde. En efecto, la ida cristiana es aquella que da a Dios su propio lugar y que respeta los derechos de la personalidad humana. El cristiano nunca desobedecerá a Dios ni utilizará a un ser humano para satisfacer en modo alguno sus deseos de placer o lujuria. Esta es la vida que Pablo y nosotros llamamos santificación. Pero es que hay más. El término griego fija que los sustantivos acabamos en “asmos” describen no un estado acabado, sino un proceso. Así la santificación no la podemos considerar un estado completo, acabado, sino un proceso. Cuando un hombre entrega su vida al señor Jesús, no se detiene en ese momento y se convierte en un ser perfecto, acabado, santo, la lucha no ha concluido de ninguna manera, tan sólo ha comenzado. Una vez que uno es de Cristo, empieza el proceso de la santificación, el camino de la santidad.

 

Conclusión:

Pablo concluye esta lección con un gran dicho que contiene una doble y clara metáfora: La paga del pecado es muerte, dice, mas la dádiva de Dios es vida eterna. Usa dos términos militares: Paga y dádiva. La paga era algo que un soldado ganaba al acabar el día o la campaña, algo que era suyo y que nadie podía quitarle, pero la dádiva es algo que se le daba sin merecerlo. Era el carisma griego o el donativum latino que excepcionalmente daba el rey o el emperador con motivo de su boda, aniversario, conquista, etc. De forma que Pablo está diciendo: El pecado merece la muerte. Si recibiéramos la paga que merecemos sería la muerte. Ésta es lo que se nos debe por derecho. Y luego continúa: Pero lo que hemos recibido es una dádiva, no la ganamos, no lo merecíamos pues nuestra paga era la muerte, pero en su gracia Él nos ha dado la dádiva de la salvación y la vida eterna.

 

 

 

 

070386

  Barcelona, 17 de octubre de 1976

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210 LA NUEVA VIDA COMO LIBERTAD

 

Rom. 7:14-8:2

 

Introducción:

Nuestro estudio, esta semana, trata de un problema común de todos los creyentes. Después de convertirnos descubrimos que no estamos exentos del apetito carnal y que Satanás explota nuestra debilidad con tentaciones de varias clases, siempre nuevas e igual de malas. Pero por medio de Cristo están a nuestro alcance los medios para hacer sino desaparecer el mal, si vencerlo. Así como el chico crece y se desarrolla por medio del ejercicio, nosotros podemos crecer por medio de la lucha para no hacer el mal.

La primera parte de nuestra lección, 7:14-17, no debiera ser interpretada separadamente del cap. 6 y los vs. 1 al 12 del cap 7, por cuanto tienen mucho que ver con lo que ahora nos ocupa. El apóstol Pablo ha dicho que el creyente, al unirse con Cristo el Salvador por la fe, muere al pecado y resucita con Jesús a una nueva vida. Así, ya no es esclavo del pecado, sino que es siervo de la justicia. Sin embargo, aunque en la regeneración recibimos una inclinación a hacer lo bueno, lo recto, no estamos exentos de la tentación para hacer el mal. Es más, debemos luchar contra las inclinaciones carnales mientras vivamos en este cuerpo. Éste y no otro es el problema que el apóstol está discutiendo en aquellos momentos.

 

Desarrollo:

Rom. 7:14. Sabemos que la ley es espiritual; es decir, que tiene su origen en Dios. Mas yo soy carnal, hecho de carne y sujeto por lo tanto a las debilidades de la misma. Vendido al pecado. Pablo declara que él es una criatura de carne, al igual que todos los hombres. Esto no quiere decir obligatoriamente que la carne es mala, pero lo que si quiere significar es que está sujeta al pecado, cautiva por el pecado.

Rom. 7:15. En los vs. 7 al 14 emplea el vocablo ley como un sinónimo de los mandamientos de Dios. Pero ahora el Apóstol usa o emplea un nuevo argot. Empieza a hablar de dos leyes, o fuerzas, que obran en la vida del hombre: La ley del espíritu y la ley del pecado, 7:23-8:2. En el cap. 8, es donde Pablo trata del triunfo del creyente por medio del Espíritu y muestra con claridad que aún está en plena lucha: Porque lo que hago, no lo entiendo. Pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Esto parece la declaración de un fracaso. Aunque lo que en realidad está afirmando es que el cristiano, a través de su vida experimenta la lucha entre su elevada naturaleza espiritual y su baja y siempre corta naturaleza carnal. El creyente encuentra que cuando quiere hacer el bien, el mal está presente, que aún está latente la función del pecado que no quiere perder presa alguna. Por otra parte el verdadero deleite lo encuentra en las cosas espirituales y de eso no le queda ninguna duda.

Rom. 7:16. Si lo que no quiero, eso hago, apruebo que la ley es buena. En efecto, el hecho de que un creyente reconozca que una cosa es mala, y no quiera volver a hacerla, es un argumento a favor de la ley de Dios, por cuanto sus mandamientos son rectos.

  Rom. 7:17. Ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí, el texto griego indica que el yo es bastante enfático, probablemente se refiere al yo regenerado o sea al hombre interior v. 22, que se deleita en la ley del Señor. A primera vista parece que el apóstol está tratando de negar su responsabilidad en los pecados habidos, pero su lenguaje en éste y en los anteriores vs. demuestra que su personalidad no aceptaba de ningún modo el pecado ni mucho menos consentía en el mismo.

  Rom. 7:18-21. Yo sé que en mí, para aclarar que el mí no se refiere al yo del v 17, Pablo pone como paréntesis: esto es, en mi carne. Y por carne entiende el conjunto de los apetitos y pasiones que tienen su raíz en el cuerpo. En esta naturaleza interior del hombre no mora el bien, cosa que ha sido ilustrada en su vida y en la nuestra propia que teniendo el querer hacer lo bueno, no siempre encontramos el camino de hacerlo y no deseando hacer el malo, por alguna razón, caemos en pecado. De modo que el sabio apóstol concluye: ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Con lo que repite la idea expresada en el v. 17, de que no es una expresión genuina del verdadero yo, el yo regenerado, sino que se debe a la naturaleza carnal que aún no ha logrado vencer y que Satanás explota.

  Rom. 7:22, 23. En estos dos vs., el apóstol pone en contraste os leyes: La de Dios y la del pecado que mora en el hombre, además, está ahí para evitar que obedezca la ley de Dios. Y es que hombre interior es el yo espiritual, que se inclina a obedecer la ley del E Santo y desea hacer lo bueno, Efe. 3:16, el hombre exterior es el yo corporal, 2 Cor. 4:16. Este hombre interior, o sea el de aspecto espiritual, se deleita en la Ley de Dios, pero dice el apóstol: Veo otra ley en todos mis miembros, como dándonos a entender algo relacionado con un sentido de enorme potestad o autoridad. Que se rebela contra la ley de mi mente y que lleva cautivo a la ley del pecado; en efecto, hay un principio de autoridad en el hombre que dice: Haz esto o aquello y otra que le invita a no hacerlo. Y es en esta guerra interna el principio superior, a veces, cede ante los embates de la autoridad inferior que ya no debía haberlo vencido jamás.

Rom. 7:24. ¡Miserable de mí! El pecado no hace feliz a nadie, pero la persona más miserable de todas es el cristiano de espíritu sensible que se ve arrastrado por la tentación, el descuido o por alguna debilidad. De todos es conocida aquella soledad moral gustada por Pedro tras su tercer negación, Mar. 14:66-72. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Veamos la figura usada por Pedro: * Se sentía como encadenado a un cadáver, y * por mucho que uno desee vencer a su naturaleza carnal no lo puede hacer sin ayuda. ¿De dónde puede venir esa ayuda? Lo vamos a ver:

..Rom. 7:25. Gracias  doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro. Y así como en el v anterior era un grito de agonía, éste lo es de una victoria. Hay un medio por el cual podemos triunfar: la presencia y el poder del E Santo que Jesúa da a los que confían en Él, Juan 14:12-14; 15:26; 16:13-16. Sin esta ayuda no podemos triunfar. Así que… Pablo reafirma su deseo de obedecer y servir a Dios, pero confiesa que no ha logrado subyugar por completo el apetito carnal.

Pero ahora, en el cap. 8 va a seguir mostrando que el conflicto seguirá en el cristiano y como por medio de la sumisión al E Santo, saldrá limpio y victorioso.

  Rom. 8:1, 2. Estas palabras se refieren a la lucha citada en el cap. 7 y a la exclamación de gracias del v. 25.

Es de suma importancia comprender que ninguna condenación hay, como consecuencia de la actuación del E Santo como ley de vida, que libra al creyente de la ley contraria, la del pecado y la muerte, los cuales aún poseen los miembros no redimidos. La obra del pasaje, el tema central, ya no es otro que la labor del E Santo en nosotros.

Ahora bien, esta obra en el creyente, como se expone en el cap. 8, es fundamental para la salvación del mismo y como tal debe se entendida por todos nosotros. Las palabras en Cristo Jesús dicen, expresan, el glorioso lugar en el cual Dios ha colocado al creyente Ya no se trata tan sólo de la justificación, sino de algo tan grande como la posición del propio Cristo en donde no puede existir si hay condenación. No hay término medio, o se está con Cristo o no se está.

Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Las dos veces que aparecen las palabras la ley en este pasaje, indican un principio que actúa de forma uniforme. Ahora bien, en cuanto a la ley del pecado y la muerte, la última parte del cap. 7 hace muy claro lo que significa: el poder del pecado que obra en nuestros cuerpos no redimidos aún, en contra del cual hasta la voluntad renovada del hombre es impotente. Mas ahora interviene otra ley. El hombre creyente no sólo tiene vida en el Cristo resucitado, sino que ha recibido el E Santo como poder de esa vida. De modo que el éste se convierte en un poderoso Agente dentro del cristiano que lo asegura por completo, haciendo efectiva aquella liberación de que gozó Pablo en la eclosión gozosa del v 25 del cap anterior.

Pero hemos de insistir: El que convierte esta liberación en santa experiencia es el bendito Espíritu de Dios.

 

Conclusión:

Así, perdemos la comunión con Dios y deshonramos al Señor con nuestra conducta, cuando no andamos según ese mismo Dios. Debemos recordar que ya no estamos bajo la ley del pecado y que habiendo muerto con Cristo y siendo partícipes de la nueva vida en Él y del E. Santo somos libres y felices aun en este valle de las miserias:

Porque todos los que son guiados por el E. Santo, son hijos de Dios. Rom. 8:14.

 

 

 

 

070387

  Barcelona, 18 de octubre de 1976

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211 SEGUROS EN EL AMOR DE DIOS

 

Rom. 8:28-39

 

Introducción:

Últimamente venimos estudiando extraordinarias lecciones que tienen mucho que ver con la vida cristiana. Ya demostramos que mientras somos pecadores somos esclavos del pecado, que Cristo nos liberó para que seamos hijos de Dios y servidores de Él y de los seres humanos, que estamos libres de las exigencias de todo ritual, Rom. 7:1-6, ceremonial de la ley mosaica, porque Jesús la cumplió de una vez por todas y, por lo tanto, le pertenecemos como la mujer casada pertenece al marido por decirlo de alguna manera, que el pecado mora en nosotros, 7:7-25, pero que al vivir bajo la dirección del E. Santo, podemos escapar del mismo y evitar sus detritus y perniciosas consecuencias y que, en una sana palabra, podemos avanzar día a día hacia la perfección de la santa gloria habiendo sido justificados y avalados por el sacrificio cruento de nuestro Señor y Maestro.

Hoy consideramos que a pesar de las pruebas que pueden venir por el hecho de ser cristianos, nada ni nadie nos separará del amor de Dios.

 

Desarrollo:

Rom. 8:28. ¡Cuánta seguridad da el conocimiento! En cualquier aspecto de la vida, cuando uno afirma: ¡Yo sé que…!, está dando fuerza, apoyando sus teorías con algo más que palabras. Lo ha visto, lo ha sentido, lo ha conocido y hasta se ofende si alguien pone en duda lo que está narrando. De igual modo, los verdaderos creyentes saben que son salvos, hijos de Dios y, en consecuencia, están seguros de su amor. De la misma manera que un hijo menor se cobija en los brazos de su padre sabiendo que éste no puede defraudarle, nosotros estamos seguros en el amor divino.

Pero hay más: Sabemos que a los que aman a Dios, es decir, a los redimidos que aman al Señor con todo su corazón, con lo que de manera sutil, hemos cambiado ya el sujeto amante. Decíamos estar seguros del amor de Dios, pero ahora la construcción de la frase que el seguro es aquel que ama a Dios, que no sólo confía estar guardado en el inmenso amor divino porque éste no es más que la demostración de su oficio, sino que es él el que ama y, en consecuencia, está dispuesto al sacrificio y a la muerte si es justo y preciso por el sujeto amado. Decíamos que sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, con lo que hasta los mismos contratiempos, las persecuciones, las aflicciones y los problemas de la vida diaria, les ayudan a bien y con bastante frecuencia, más que la prosperidad, sin embargo, también este estado está comprendido en todas las cosas.

Por si hubiese alguna duda del tipo de personas que aquí se citan, el apóstol remacha: A los que conforme a su propósito son llamados. Ahora bien, sabemos que Dios llama constantemente a todos los hombres y también sabemos que no a todos ellos las cosas les ayudan a bien, con lo que al parecer nos topamos ya con la primera dificultad. Nos explicaremos: Es cierto que Dios llama de alguna manera a todos los hombres, pero lo hace de manera especial a los que oyen y obedecen sus mandamientos, con lo que ya tenemos bien limitada la diferencia. Todas las cosas les ayudan a bien a aquellos que son llamados y obedecen en el llamamiento, con lo que la justicia de Dios no se resquebraja ni un ápice.

Rom. 8:29. En efecto, Dios es omnisciente. No sólo conoce los pensamientos hoy, en la actualidad, v. 27, sino que tuvo pleno conocimiento de nosotros aun antes de la fundación del mundo, Efe. 1:4. Este es el primer y fundamental principio básico de la actividad redentora de Dios. Por otra parte es otro argumento a favor de nuestro propio conocimiento puesto que si esto fue así, tenemos razón al afirmar que sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien.

  Rom. 8:30. Esta es la cadena irrompible de la Salvación: a los que Dios, en su omnisciencia predestina, los llama a través del E. Santo. Si esto es así, ¿quién puede separarnos del amor de Dios? Hay más: Y a los que llamó, a estos también justificó, los gustó, los reconoció como justos, como si nunca hubieran pecado, como si nunca se hubiesen separado de su lado, como si nunca se hubiesen ido de Edén…, naturalmente, todo esto pudo ser posible gracias al sacrificio de su Hijo y a la propia justicia adquirida por nuestro Redentor, Rom. 3:24-26; 5:1. Pero ahora no importa tanto cómo ocurrió, sino qué es lo que ocurrió que hace continuar todo el proceso: Y a los que justificó, a éstos también glorificó.

  Con lo que nuestra propia glorificación empieza enseguida, después de que tiene lugar la renovación, la justificación, y hasta la santificación, con lo que nuestra santificación se perfecciona día a día hasta que tenga lugar de hecho nuestra exaltación en la gloria del cielo. Digamos que para nosotros, esta glorificación que remata la escalera del cristiano todavía, pues, no está del todo efectuada, pero sin embargo, y es lo que importa, en la mente omnisciente de Dios es un hecho consumado.

  Rom. 8:31. Pablo se pregunta e inquiere a los romanos, y con ellos a todos nosotros, a quienes está hablando a través de la carta escrita: ¿Qué, pues, diremos a esto? Pero la ansiada respuesta es esperada no tanto como descifrar el misterio de la escalera citada en el v anterior, sino: ¿Qué puedo opinar y que podéis opinar vosotros de las doctrinas que os acabo de hablar? ¿Qué, pues, diremos con respecto a esas bendiciones, a las tentaciones y a los peligros que, sin duda, sufriremos? (No podemos olvidar la época que atravesaban los destinatarios de la carta). Sólo hay una buena respuesta: Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros? Dios como Padre amoroso, nos trata como a hijos amados y, por lo tanto, nos defenderá cuando de alguna manera seamos asaltados por el enemigo de nuestras almas, porque como nos dijo nuestro propio Señor, en este mundo tendremos aflicciones, conflictos, persecuciones y zancadillas de propios y extraños, pero podemos confiar en él por cuanto antes ha vencido al mundo, Juan 16:33.

Rom. 8:32. Con el fin que el que crea en Él tenga vida eterna y, en consecuencia, encuentre la seguridad para siempre. Esta fue la misión del enviado, al cual, Dios no escatimó: Padeció una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, ¿para qué? para llevarnos a Dios, 1 Ped. 3:18. Es más, resucitó para asegurarnos que por Él también resucitaríamos. Este es el argumento y esta es la pregunta: Si Dios hizo que su Hijo muriera por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas? Cualquier niño podría comprender que si Dios nos dio en una ocasión a su Ser más amado, también puede darnos la salvación, el cielo, la vida temporal y la eterna, la salud, los alimentos, el trabajo, la casa, los hijos, el bienestar, etc.

.Rom. 8:33. Tamaña pregunta necesita un comentario, ¿Quiénes son estos escogidos? ¿Los ciento cuarenta y cuatro mil que dicen otras confesiones? No, son aquellos que han sido llamados por Él para glorificarlos, vs. 28, 30. Con lo que estos escogidos no son otros que los regenerados, los justificados, en una palabra: ¡Los cristianos! Sin embargo se prevé que estos escogidos pueden caer en la tentación en tanto estén en este cuerpo sin regenerar y luego, entonces, Satanás querrá acusarlos ante el Señor en función de su perpetuo trabajo acusador de los escogidos, Job 1:9; Zac. 3:1; Apoc. 12:10. Entonces conviene recordar que los redimidos por el Salvador y escogidos por el Padre que, si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Señor, a Jesucristo el Justo, 1 Jn. 2:1. También debe tenerse presente que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, Rom. 8:1. Y que, por fin, Dios es el que justifica, porque somos justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, leer Rom. 3:24; 4:25; 5:1.

Rom. 8:34. Ahora bien, si es cierto que alguien puede llegar a acusarnos, la pregunta es muy consecuente: ¿Quién es el que condenará? ¿Puede hacerlo el propio acusador? Nadie tiene autoridad para hacerlo aunque pueda pensar que aquellos juzgados son pecadores sin redención, pero lo cierto es que Cristo murió por ellos y llevó sobre sus espaldas el pecado de toda su vida, por cuanto también Él resucitó, Rom. 4:25, como se dijo antes. Ahora el clímax del argumento: Si nuestro Cristo murió y resucitó para que fuésemos justificados, Él es el único que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros y ante semejante abogado, ¿quién nos condenará? Es el mismo argumento que emplea el autor de Hebreos cuando dice que Cristo puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan al Señor, viviendo siempre para interceder por ellos, Heb. 7:25. De manera que aunque Cristo es el Juez, porque su Padre le dio todo el proceso, Juan 5:22, no condenará a quienes lo hayan aceptado como Señor y Salvador y será el abogado defensor de quienes hayan caído de forma accidental en alguna tentación, 1 Jn. 2:1.

  Rom. 8:35. ¿Quién nos arrancará por completo de ese amor divino? Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o algo de desnudez, o peligro, o espada? Veamos: * Tribulación:  Son conflictos, aflicciones y tentaciones. * Angustias: Pesadumbres, ansias, tristezas e incertidumbres. * Persecución: Porque hemos aceptado a Cristo como a nuestro único y suficiente Salvador. * Hambre: Porque por habernos hecho cristianos, un patrón, un amo, inconverso, incrédulo y sin compasión nos quitó el trabajo y con ello, el sustento diario. * Desnudez: Porque, por la misma causa, no podemos comprar ropa ni nadie nos la regala aunque esté usada. * Peligro: De un mal que quiera hacernos el enemigo nuestro y de Cristo o que, por la misma razón, alguien quiera perjudicarnos. * Espada: Porque alguien quiera asesinarnos.

El mismo apóstol dijo de sí mismo y del hermano Sóstenes: Padecemos hambre, tenemos sed y estamos desnudos, somos abofeteados, no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos, nos maldices y bendecimos, además padecemos persecución y la soportamos. Nos difaman y rogamos hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos, 1 Cor. 4:11-13.

Rom. 8:36, 37. En las persecuciones, en la pobreza, en los malos consejos y desprecios, en las amenazas de muerte, somos más que vencedores, porque salimos de las mismas más fuertes, más victoriosos por medio de Aquel que nos amó: Cristo Jesús. Tesis extraña pero cierta. En otra ocasión Pablo diría: A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, 2 Cor. 2:14.

Rom. 8:38. Por lo cual, por lo que acaba de decir, estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni el miedo a la muerte ni el amor a la vida, por cuanto para él el vivir es Cristo y el morir ganancia Fil. 1:21. También dijo para nuestro consuelo: Si vivimos para el Señor vivimos y si  morimos para el Señor morimos. Así, pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos, Rom. 14:8. Por lo cual estoy seguro que ni ángeles, buenos o malos, ni principados ni potestades, príncipes angelicales o potestades malignas, ni lo presente ni lo porvenir, lo de hoy o lo que pudiera pasarnos en el futuro,

Rom. 8:39, dice: Ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada, del universo entero, nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro. En una palabra: Cualquier ser o cosa que quiera apartarnos de ese Amor, no podrá hacerlo, fracasará, porque el amor de Dios en Cristo Jesús es eterno y omnipotente, Juan 10:28

 

Conclusión:

Una palabra más del Señor: Mas yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano… ¿Quién nos separará del amor de Cristo?

Así que, hermanos, somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó.

Así sea.

 

 

 

 

070388

  Barcelona, 31 de octubre de 1976

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212 LA MISERICORDIA DE DIOS PARA TODOS

 

Rom. 10:5-13; 11:33-36

 

Introducción:

Según lo estudiado en lecciones anteriores, los hombres, tanto judíos como gentiles, están destituidos de la fiel gloria, juzgados, condenados y perdidos, sin Dios y sin esperanza en el mundo. Mas, si esto es así, ¿cómo podemos salvarnos? El apóstol Pablo contesta la pregunta en la lección de hoy. Veamos: La ley exige a aquellos que están bajo su dominio el firme, completo y perfecto cumplimiento porque todos los que sin ley pecaron, sin ley también perecerán, y todos los que en la ley pecaron, por la ley serán juzgados, Rom. 2:12. Enseguida viene la pregunta: ¿Qué es lo que la ley exige al hombre? Maldito es todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas, Gál. 3:10; Deut. 28:15-20. En una palabra: La ley exige a su súbdito el total cumplimiento de la misma. Bien, ¿algún hombre ha podido cumplirla hasta sus más pequeños detalles? Por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada, Gál. 2:15, 16, y también: Porque por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de Dios, Rom. 3:19, 20. Y también: No hay justo ni aun uno, Rom. 3:10, y por último: Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.

Pero Dios amó al mundo de tal manera que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en el crea, no se pierda, mas tenga eterna, Juan 3:16. ¿Cómo nos fue posible esta salvación? Porque Él, Jesús, con su muerte, cumplió toda la ley de cabo a rabo y, en consecuencia, expió el pecado del hombre pecador, por cuanto fue presentado como la antigua y perfecta víctima del todo propiciatoria. Aquél que crea que esta función es suficiente, se salvará del mismo modo que sanaron todos aquellos enfermos que en el desierto miraron al símbolo levantado en una cruz.

Luego entonces, es la justicia del Salvador la que hace posible la salvación del hombre condenado, justicia que adquirió al cumplir la ley al pie de la letra.

Ahora es muy importante que veamos cuál es el camino de la Salvación según Pablo:

 

Desarrollo:

Rom. 10:5. ¿Cuáles son estas cosas y qué cantidad de las mismas es necesario cumplir para alcanzar la justicia? Ésta sólo se puede lograr mediante la perfección en el cumplimiento de toda la ley y en todos sus detalles, tanto en su letra como en su espíritu. Así, si uno pretende ser justo según la ley de Moisés, tendrá que vivir cada momento teniendo presente todos los requerimientos de ella. Pero en cuanto sea quebrantada esta ley en el más pequeño detalle nada de la creación puede ayudarnos a alcanzar la justicia por más que en todo el resto de nuestra vida la cumplamos. Su fallo es inexorable: Haz y vivirás, pero si no la obedeces, seguro que morirás, aunque el fallo sea insignificante. De modo que la ley es también un ministro de muerte, 2 Cor. 3, y lo es porque en sí misma, es enemiga acérrima del ser humano por cuanto hemos pecaron y la sentencia está pronunciada: Estar separados de la gloria de Dios.

  Rom. 10:6. Pero la justicia que es por la fe, la que recibimos en Cristo no nos deja ninguna duda y dice así, Deut. 30:11-14: No está en el cielo, para que digas: ¿quién subirá por nosotros al cielo (esto es para traer abajo a Cristo)? No, no hay ninguna duda en la voz de la fe. Si acaso alguna llega a nuestro corazón para tratar de desviarnos de la senda verdadera de la salvación, no es enviada por el Salvador por razones obvias e incongruentes, Mat. 11:28-30, sino por Satanás, quien quiere que el pecador dude que ponga objeciones, que diga en su corazón: Cristo está en el cielo, lejos de mi y por lo tanto, no me puede ayudar. Mas hemos de saber que cuando pensamos esto estamos haciendo el juego al diablo y así nos estamos desviando de las huellas de Cristo y de su salvación. Por el contrario, el hecho de que el Señor esté ausente en cierta manera no es un inconveniente, sino bendición: Es necesario que me vaya, porque si no fuese el Consolador no vendría a vosotros, Juan 16:7-11. El E Santo no sólo es su gestor, su representante, sino que es vital para nuestro crecimiento. Él es la Persona de la Trinidad que nos puede ayudar, socorrer y salvar de los malos pasos. No es necesario, pues, traer abajo a Cristo de nuevo. Él está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros y, por lo tanto, representándonos con su justicia ante el trono de Dios.

  Rom. 10:7. O, ¿quién descenderá al abismo, a la tumba, a la habitación de los muertos, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos, con lo que negaríamos el hecho de la propia resurrección de Cristo por cuanto al pensar en la posibilidad de ir a buscarlo entre los muertos para que nos ayude, es afirmar que allí se quedó y si así fue, jamás podría salvarnos. Esta desviación que denuncia el apóstol Pablo puede parecernos imposible, pero hay muchos que creen que Cristo no resucitó. Mas podemos decir que todos aquellos que dudan acerca de esta realidad, no son salvos, ni lo han sido ni lo serán jamás en tanto con cambien de forma de pensar. Por el contrario, sólo son salvos aquellos seres que aceptan a Cristo, muerto, resucitado y glorificado y así le adoran. La verdadera fe que engendra la justicia salvadora, está segura de que Jesús resucitó para nuestra justificación y jamás se puede dudar sobre este aspecto. Si esta duda llega al corazón, debemos pedir fuerzas en seguida al E. Santo para borrarla, pues en caso contrario significaría el principio de nuestro fin.

  Rom. 10:8. Recordemos que el apóstol está discutiendo lo que dice la justicia que es por la fe y ahora pone en su boca: Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, pues bien, esta palabra revela a Cristo y a su justicia, que como ya hemos visto, es por la fe. La misma palabra  nos revela al Verbo, Juan 1:1, 14, y en Jesús, el Verbo, se hallan escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento, los cuales, por su palabra y por la acción consoladora del E. Santo son revelados al hombre. Este es el famoso triángulo feliz: Cristo, el E. Santo y el hombre. Ahora bien ¿dónde podemos encontrar esta palabra reveladora? Está en el corazón y en la boca de todos los creyentes día y noche, y ahora, ¿cómo podríamos definirla? Esta es la palabra de fe que predicamos, que acepta la justicia que se encuentra en Cristo y la proclama a los cuatro vientos:

  Rom. 10:9. Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, como resultado del acto que la regeneración del corazón humano, y creyeres que Dios le levantó de los muertos, esta condición se  nos presenta contrapuesta al v. 7, y es, repetimos, indispensable para conseguir la salvación porque la justicia que es por la fe no duda ni un momento de la resurrección de Jesús. La conclusión es terminante: Si creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. El apóstol no titubea ni un ápice. Para él es vital reconocer como condición para salvarse el solo hecho de confesar a un Jesús bien resucitado. Por otra parte, esta genuina confesión, cuando es hecha con el corazón, es la prueba evidente de que ya somos nuevas criaturas, nueva creación y nuevos adoradores, 2 Cor. 5:17.

  Rom. 10:10. En efecto, el corazón es el centro o asiento de la vida espiritual, la fuente de los pensamientos, pasiones, deseos, apetitos, propósitos y esfuerzos. Pero con la boca se confiesa para salvación. El corazón renovado tiene que exteriorizar sus nuevas alegrías. Así, aquel que cree en su corazón que Dios levantó a Jesús de los muertos y le confiesan como Salvador y Señor tiene la promesa y la seguridad de tamaña salvación. Este detalle es sintomático: Cuando la mujer samaritana creyó en Jesús, se fue y dio testimonio a los conciudadanos, Juan 4; cuando el ciego que Jesús sanó en Jerusalén, Juan 9, y supo que el Hijo de Dios era quién le había dado el gran beneficio, exclamó: ¡Creo Señor! y le adoró. El mismo proceso está hoy vigente: El que cree en Aquel que justifica al impío, su fe le es contada en justicia, Rom. 4:5, y enseguida debe hacer su confesión para gozar de lleno de la santa salvación.

Rom. 10:11, 12. Para el cristiano, el término la Escritura es buen sinónimo de fuente de información, consuelo y crecimiento, pues su Autor, el E. Santo, hace hablar al E. Santo, hace hablar al AT en el Nuevo y es infinitamente consolador. Por ello tenemos otra vez a Isa. 28:16 al igual que fue citado en el último v. del cap. 9. Los judíos deberían haber visto en las palabras todo el que cree, que el camino de Dios era el de la fe sencilla en el Mesías y que dicho mensaje iba dirigido a quien quisiese. Debían estar advertidos además que dicho camino no era otro que el creer y que no iban a ser avergonzados lo que creyeran y que, por contraste, aquellos que escogieran el camino de la justicia propia, sí lo iban a hacer. Y conste que tenemos en cuenta  que el verbo avergonzar en he significa “huir con temor”. Así, aquel que creyera no se vería obligado a huir con temor del Camino del Señor.

Pero el pasaje  para quien quiera se desarrolla mejor en el v. 12, den donde también encontramos las familiares palabras: No hay diferencia entre judíos y griegos. Y las recordamos como una expresión exacta de la idea expresada en la cita 3:22, designando la pecaminosidad universal, aunque aquí se apliquen a la sencilla salvación. Y lo hacemos así, porque primero, Él es el Señor de todos, y en segundo porque es rico con todos aquellos que le invocan. De forma pues, que estas grandes palabras traen el gran consuelo al corazón de todos nosotros, porque demuestran que la misericordia de Dios es universal.

  Rom. 10:13. A continuación, Pablo aporta el gran dicho del profeta Joel: Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo, 2:32.

Con lo que tenemos: a una promesa de salvación, b un mensaje que demuestra que el hombre puede ser salvo, c una salvación consumada por el Señor, d y es para los que invocan su Nombre, y e está destinada para aquel que crea. Este es el gran mensaje evangélico de Pablo y este debe ser el nuestro: Oír y creer, la palabra de la cruz, la cual es potencia de Dios. Y es la prueba del por qué éste sobrepasa al del AT puesto que Pablo la predicó como una Obra consumada. En efecto, esta salvación era útil y factible para cualquiera ya fuese judío o cristiano.

 

Conclusión:

Resumiendo: El Camino de la Salvación es éste: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y ha resucitado: ¡Oye y Cree! Con lo que esta certidumbre de que la misericordia de Dios nos alcanza debería ser suficiente revulsivo para estar alabándole eternamente.

Rom. 11:33. Por eso Pablo, después de haber hablado de la Palabra y del E del Señor, es dominado ahora por la enormidad de tamaño misterio universal: ¡Cuán insondables son tus juicios e inescrutables tus caminos!

  Rom. 11:34. Aquí no tiene por menos que reconocer su corta limitación e impotencia para entender las causas de la aplicación de esta misericordia. ¿O quién fue su consejero? Ni el cielo, ni en la tierra, nadie puede llegar a exponer los infinitos misterios de Dios.

  Rom. 11:35. ¿O quién le dio a Él primero para que le fuese dado o recompensado? Nadie. Esta misericordia es gratuita e inmerecida por el hombre.

Rom. 11:36. Porque de Él, y por Él y para Él, son todas las cosas. Dios es el centro de toda nuestra existencia y todo lo que somos gira n su entorno. No hay vuelta de hoja: ¡Lo que somos y lo que tenemos se lo debemos a Él, incluyendo, claro, nuestra fe y salvación!

Por ello, ¡a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

 

 

 

 

070389

  Barcelona, 7 de noviembre de 1976

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213 LA VIDA TOTALMENTE CONSAGRADA

 

Rom. 12:3-18

 

Introducción:

En la serie de lecciones que hemos venido estudiando hemos visto a la luz de las Escrituras, el significado de la reconciliación abarcando el crecimiento y desarrollo espirituales con las fuerzas morales y espirituales que nos dan fuerza para vencer todos los consabidos problemas con que nos encontramos en el día a día. Y esta relación, esta parte de fricción, diría yo, tiene también su lado positivo: Relación entre los hermanos, dentro y fuera de la Iglesia, entre creyentes y los que no lo son, en el plano individual y social y entre creyentes y sus propios familiares. El resultado ha de ser una vida totalmente consagrada en cualquier momento y circunstancias.

Desde siempre, los creyentes han tomado varias posiciones frente a la sociedad en la que viven y de la que forman parte. Por eso, en los difíciles momentos que se nos ha tocado vivir hemos de tomar una decisión que, como siempre nos esté reñida con la Biblia. Hay muchas preguntas que contestar sobre moral, política, razón, compañerismo, trabajo, etc., para que nos baste tomar una actitud pasiva. Debemos tener las ideas muy claras y exponerlas cuando seamos requeridos o cuando sea necesario nuestro concurso. Así, veamos a la luz de las Escrituras, cuál o cuáles son las bases para adquirir la consagración o, cuando menos, cual es el camino que conduce a ella.

 

Desarrollo:

  Rom. 13:3. El apóstol se está refiriendo no sólo a la gracia de Dios que recibimos todos los cristianos, v. 6, y que es la fuente del verdadero discernimiento moral, sino en especial la gracia del apostolado. Así, pues, lo que va a decir lo hace como apóstol, 15:15; 1 Cor. 3:10; Efe. 3:7, 8. Queriendo señalar a los cristianos algunos deberes relativos a las relaciones con hermanos, empieza por este llamamiento a una sana moderación en la opinión que tienen de sí mismos o, lo que es lo mismo, a la humildad. Sólo este sentimiento, cuando es verdadero, nos pone en el verdadero lugar delante de Dios y de los hombres. La verdadera humildad da conciencia de que lo que se ha recibido de Dios no es una cosa que Él nos debía, sino una gracia. Por tanto es inseparable de un juicio claro, sobrio, modesto de sí mismo. El orgullo, al contrario, no es en el fondo más que una mentirosa apreciación de nosotros mismos. La falsa humildad, a su vez, nos hace desconocer la medida de la fe que Dios ha repartido y, por lo tanto, oscurece el juicio.

  Rom. 12:4, 5. Esta hermosa figura de las verdaderas relaciones de los creyentes entre sí, se encuentra largamente desarrollada y aplicada en 1 Cor. 12 y algo en Efe. 4. Aquí Pablo, se sirve de ella, por una parte, para motivar la exhortación que precede, por la otra, para introducir lo que sigue, sobre la fidelidad con que cada uno debe emplear los dones que ha recibido para la utilidad y unidad de todos, a pesar de su diversidad. Hay que observar bien que el cuerpo no existe más que en Cristo, que es Jefe y Cabeza, y que por su viva comunión con Él los creyentes se vuelven en miembros los unos con los otros.

  Rom. 12:6-8. En primer lugar debemos notar la forma en que el apóstol ha expuesto su pensamiento, ese estilo conciso y rápido, esa forma de omitir los verbos para detenerse únicamente en las cosas y en su aplicación es típico de Pablo. Toda la frase depende de su inicio: De manara que, teniendo diferentes dones… según la gracia… (idea paralela a la de los miembros descritos en los vs. 4 y 5. Así nombra los dones que vienen de la gracia y con un voz o una palabra indica su empleo: * Profecía, don del Espíritu que eleva el alma por encima de sí misma, le comunica la revelación para la Iglesia, pero debe ser proferida conforme a la medida de la fe. La palabra que traducimos por medida, que sólo aquí sale en todo el NT, significa una proporción entre dos cosas, lo mismo que en matemáticas una proporción entre dos cantidades. La idea equivale a una proporción entre la medida perfecta y la recibida por cada uno de nosotros, sin olvidarnos de la advertencia del v 3. Por eso la profecía, la palabra, la predicación, para quedar y ser verdadera, no debe pasar jamás de esta medida. * Ministerio, es decir, servicio, diaconía, ora entiende el apóstol la función de los diáconos propiamente dicha, ora que tenga en vista cualquier otro servicio para el cual el creyente ha recibido don y vocación, debe hacerse en este servicio y no otro, sin aspirar a cosas para las cuales el cristiano no tendría ni don ni vocación en la Iglesia. La misma regla se aplica para la enseñanza y para la exhortación, a cada uno su don y su tarea, que no desempeñaría muy bien en cuanto quisiera invadir otros dominios. * Repartir, como diácono o como cristiano, exige esta sencillez de corazón que no mira ni a las personas para hacer diferencias, ni a sí mismo para jactarse de la buena obra. * Presidir, ora asambleas de edificación, ora ciertas deliberaciones, ora discusiones, exige esa diligencia, esa solicitud y ese celo sin los cuales este deber no podría ser cumplido. * Por último ejercer la Misericordia, con los pobres, los enfermos, los afligidos y los penados no puede hacerse si no es con esa alegría de poder aliviarlos, esa bondad y esa dulzura que es el alma del deber.

Como resumen a estos vs. podemos decir que el apóstol pone aquí a un mismo nivel los dones del Espíritu como la profecía y simples deberes cristianos. Pero es porque simplemente unos y otros no pueden ejercerse sino por ese mismo Espíritu, 1 Cor. 12 y 14.

  Rom. 12:9. Literalmente: Uniéndonos al bien. Los dos preceptos del v, están unidos en el pensamiento del apóstol. Para que el amor cristiano sea sin aquella hipocresía, no debe, como el amor mundano, buscar su interés en los demás y para ello, amar, tolerar en ellos el mal, sino antes aborrecerlo, aun en los seres queridos y gracias al bien que Dios les ha dado. De este amor, el apóstol, hace derivar todas las exhortaciones que siguen y que, desde el v. 9 hasta el 13, no forman más que una sola frase así concebida en el original: Amaos los unos a los otros con amor fraternal, etc.

  Rom. 12:10. La clase de deber que sólo el amor fraternal inspira, equivale a este otro, igualmente dictado por Pablo: Cada uno estime al otro como más excelente de sí mismo, Fil. 2:3. También: Luc. 14:7-10; 1 Tim. 1:15.

  Rom. 12:11. * En lo que requiere diligencia, no perezosos, otro fruto del verdadero amor, activa abnegación por todos los demás; * fervientes, vivos, hirvientes; * en espíritu, sirviendo al Señor. En todas las manifestaciones y en toda la abnegación de nuestro amor por nuestros hermanos, al Señor debemos tener presente, a Él debemos servir pues Él es el primero y el último.

Rom. 12:12. La verdadera fe que produce el amor, es también inseparable de la esperanza. En la vida actual hay más motivos de tristeza que esperanza, pero el cristiano aún puede regocijarse, sabe que el porvenir le pertenece. Por eso la paciencia, que no es más que la perseverancia en el combate contra la viva tribulación interna y externa, se crece a cada momento y genera enteros en la cuenta de la esperanza. No obstante, el creyente perecería en la lucha sin ayuda, pero tiene una fuente inagotable de energía a su disposición que puede alcanzar mediante la oración. De ahí esa exhortación a la constancia.

Rom. 12:13. Dos frutos más que proceden de la misma raíz: El amor. El uno es participar en todas las necesidades de nuestros hermanos y el otro ejercer la hospitalidad sin limitar las clases de personas a beneficiar. Este último deber se comprendía mejor en la época de la carta, cuando había pocos hoteles y posadas, pero aún hoy no pueden faltarnos las ocasiones, hay que aprovecharlas las que se nos acercan o hacerlas venir, pues no debemos olvidar que el apóstol Pablo está diciendo literalmente: Perseguir la hospitalidad. Es, pues, un privilegio y a menudo una inmensa bendición, el recoger a santos como se nos recomienda ya que debemos recordar que algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles, Heb. 13:2.

Rom. 12:14. Este deber, imposible al hombre natural, se hace la más dulce necesidad del hijo de Dios, en quien vive el Espíritu de Cristo, Mat. 5:44; Luc. 22:34; Hech. 7:60. Es esta una prueba de amor, v. 9, que Pablo recomienda aquí con nuevas aplicaciones (volverá al asunto en los vs. 18-21). Con la orden de apartarse del mal, nuestro apóstol escribe siempre en términos y en conceptos positivos.. Sin embargo, no toda experiencia en la vida es buena ni positiva. El cristiano para ser realista, tiene que tener en cuenta las experiencias negativas. El problema radica en saber cómo reaccionar frente a ellas. El mejor procedimiento es seguir los pasos del Maestro, preguntándose que haría Él en nuestro lugar. El remedio es infalible. Nos sirve de horizonte, comparación y paralelismo. Por lo tanto, jamás debemos maldecir a quien nos maldice.. Pero sería un error pensar que cuando uno bendice a una persona, ésta va a cambiar de opinión o de actuación. Lo normal será que aún se enfurezca más, pero de lo que si estamos seguros es que si devolvemos maldición por maldición el asunto o la situación irán de mal en peor. Al bendecir, por lo menos, existe la posibilidad de que la otra persona cambie. De todas formas uno debe bendecir porque así lo hacía Jesús. Por otro lado el v lleva implícita la idea del correr en tanto declaramos la buena bendición y no como aquellos conejos de la historia de podencos o galgos.

Rom. 12:15. Lo que da al cristiano la potencia sobre los demás para hacerles bien, es esta profunda simpatía que le saca de sí mismo y le hace vivir con los demás. Esto es, ante todo, lo que atraía multitudes de desdichados a los pies de Jesús, el divino modelo. Recordemos que su rasgo más recordado de Él, es: Y fue movido a compasión. De todas formas entendemos que el apóstol recomienda llorar con los que lloran, pero, ¿nos ordena gozarnos con los que se gozan? Sí, mas, ¿qué hay de grande en hacer esta cosa? Hay mucho más renunciamiento en este sentimiento que en el primero. Para llorar con  los que lloran, la naturaleza humana se basta y se sobra. Pero ver a un hombre en la dicha y no sólo no tenerle envidia, sino alegrarse con él, es una disposición divina. Por eso Pablo la pone antes que la otra. Nada nos une tanto en el amor como el compartir el dolor y la alegría. Ese v parece que aplica el famoso cap. 3 de Eclesiastés: Entrar en la misma dicha y experiencia de otro y vivirla conjuntamente con él, es lo mismo que hizo Jesús.

Rom. 12:16. Pensar lo mismo los unos para con los otros y no sólo en el dolor ola alegría, sino en el pensamiento de verdad  y amor, Efe 4:3. No altivos, sino asociándoos con los humildes. Ya que la humildad es una cualidad que necesita el creyente y es normal que la haya donde haya humildes. Otras interpretaciones tienen que ver con los pensamientos más que con las personas. Y aunque la aplicación puede ser la misma, la primera está más acorde con el contexto por cuanto la altivez nos separa más de la senda de Cristo que la humildad. Así, no seáis sabios para con vosotros mismos, es decir, relacionado con el deber precedente, no os creáis los únicos sabios, suficientes por vosotros mismos, sino que uno complete al otro, y para esto tenéis necesidad de ser humildes. En efecto, hay hermanos que se oponen a otros por creer que siempre tienen la razón, pero es una mala costumbre. Todos tienen derecho a dar su opinión aunque ésta, a veces,  no está de acuerdo con la nuestra.

Rom. 12:17. Leer Prov. 3:4; 2 Cor. 8:21. Para el cristiano, el gran motivo de una buena conducta es el agradar al Señor, pero hay también una serie responsabilidad delante de todos los hombres, que juzgan la verdad según la vida de los que la profesan, 1 Ped. 2:12; 3:16. Y sabemos que la actuación en la culminación del pensar de uno. Así pues, el por sus frutos los conoceréis adquiere una vigencia e importancia extraordinaria. A veces de acuerdo con el concepto equivocado de la justicia, se dice que es necesario pagar mal por mal, pero no es así la justicia de Dios. Sabemos que se ha criticado muchas veces la justicia que enseña el AT del ojo por ojo y diente por diente, pero debemos constatar que, en aquel momento, representó un adelanto por cuanto el tema corriente era vida por ojo y vida por diente. Mas en esta época de gracia es: no paguéis a nadie mal por mal, procurar lo bueno delante de todos los hombres.

  Rom. 12:18. Con este giro condicional Pablo reconoce que la aplicación del bien por el mal, no siempre es posible. Una vez el Señor dijo: no he venido a traer la paz, sino la guerra. Muy a menudo los hombres no quieren saber nada o muy poco de la paz, pero vosotros: estar siempre dispuestos a hacer la paz en todo lo que dependa de vosotros.

 

Conclusión:

Éste es el mensaje y éste es el cumplimiento ideal.

 

 

 

 

070390

  Barcelona, 14 de noviembre de 1976

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214 CAMINANDO EN AMOR

 

Rom. 14:10-23

 

Introducción:

En toda la lección de hoy se filtra el deseo paulino de que debe reinar el amor en todo uso de la libertad cristiana. Es muy cierto que debemos pensar en los efectos y consecuencias de nuestro hábitos, porque, mal aplicados, son perjudiciales para nosotros mismos, pero, y esta parte es la más importante, también puede ejercer malévola influencia en cuantos nos rodean por cuanto convivimos, quiéranoslo o no, con la sociedad. Otra sana verdad irrefutable que tiene que ver con la lección de hoy es si bien los actos influyen en otras personas, también es cierto que no todos reciben la misma cantidad de influencia y por lo tanto unos pueden ser más afectuosos que otros. Ahora bien, ¿el cristiano debe prescindir de cuanto le rodea o debe tener en cuenta la dura reacción de los demás? Un buen uso de esta libertad hará que siempre tengamos cuidado de no arruinar a nadie con costumbres que ni nosotros podemos tolerar.

Veamos como enfoca este problema el apóstol Pablo:

 

Desarrollo:

Rom. 14:10, 11. Con una cita del AT, en concreto con Isa 45:23-25, Pablo inicia su argumento para aseverar una verdad absoluta: Qué todos somos iguales a los ojos de Dios, que todos veremos y reconoceremos un día su Majestad. Y aunque al final del v. 10, se lea tribunal de Cristo en contra de otras versiones mucho más antiguas que apuntaban tribunal de Dios, no por eso dejan de tener el mismo significado por cuanto Cristo es Dios y a favor de la traducción actual tenemos miles de citas entre las que leemos Por lo cual el Padre también le ensalzó a lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Cristo es el Señor, a la gloria del Dios Padre, Fil. 2:9-11. Por otra parte, debemos señalar que el propio Dios delegó en el Hijo la acción de juzgar: Porque el Padre a nadie juzga, mas todo juicio lo dio al Hijo, Juan 5:22.

El juicio eterno, único equitativamente hablando, por ser hecho con la omnisciencia divina, según su justicia y misericordia, es el motivo más importante que tenemos para no juzgar de forma temeraria los unos a los otros y mucho más, para no despreciar a nadie, ni aun a los más miserables de los hermanos. La razón que arguye Pablo es simple y comprensible: Juzgando usurpamos la prerrogativa del Juez por excelencia. Si el apóstol dice que los creyentes mismos deben comparecer ante el tribunal de Dios, de Cristo, a la par que éste declara en Juan 3:18, que el que cree en Él no será juzgado aparece a simple vista un contrasentido o una diferencia aparente, pero a poco que profundicemos, la diferencia se disuelve por sí sola. Veamos: Cristo, al hacer esta declaración acerca de los suyos ejerce de forma anticipada el acto mismo del juicio llegando a afirmar: El que cree en mí no será condenado. Por otra parte, una acepción de la palabra juzgar significa separar o escoger y, por lo tanto, cuando esta separación ya ha tenido lugar por el hecho mismo de la propia salvación, no puede estar repitiéndose continuamente, ni aunque se trate como aquí, de una vez más tan solo.

Por lo que este juicio ya no puede renovarse. Sólo, en el último día, Dios reconocerá esta separación que ha hecho su Hijo y la manifestará como cumplida.

Rom. 14:15. Ya salió el gran catalizador de la libertad cristiana: El amor. Por él, el verdadero cristiano evitará entristecer de forma moral, evitará escandalizar al hermano en su conciencia: No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió. No vale la pena, pues, la comida del escándalo. Claro, entendemos que no sólo se trata de una actitud física concreta y determinada, sino de la clase de cosas que ofenden y avergüenzan a los cristianos débiles.

Rom. 14:16. El bien no corre peligro, el bien del cristianismo, su tesoro, es la libertad espiritual, su justificación por la fe y su santa liberación de la ley. Sí, todo esto corre peligro pues si hacemos un mal uso del mismo, es posible que sea vituperado, blasfemado y tenido en poco. Por donde, si hay comunión entre los creyentes, poseedores del mismo bien, la comunidad se vigoriza, pero si sus componentes tienen conflictos internos que impiden que el amor les inspire confianza mutua, el resultado en un verdadero fracaso y un desprecio a ese bien. Por otra parte, una liberalidad pobre e irresponsable, también lo minimizaría por cuanto el abuso de la libertad redundaría en hacer creer a los espectadores que el Reino de Dios consiste sólo en esas cosas materiales.

Rom. 14:17. Ni comida no bebida es una manera concisa y viva de decir que el Reino de Dios, que es una comunión viva con él, no consiste en ninguna cosa externa que podamos hacer o no. Por otra parte, el Espíritu de Dios, único que nos introduce en esta comunión con Dios y nos mantiene en ella, también produce en nosotros la justicia, la paz con el Señor y con nuestros hermanos y el gozo, que liberta al alma temerosa de sus penosas ansiedades, Gál. 5:22. Gozo que consiste, no sólo en estas felices nosotros mismos tanto como hacer felices a los demás. Se está refiriendo, sin duda, a esa clase de gozo que sentimos cuando somos causa de alegría en nuestros hermanos aun a costa de nuestras fuerzas y limitaciones personales.

  Rom. 14:18. Servir en esto es servirle con justicia, paz y gozo, con lo que se consigue ser agradables a Dios, puesto que son su obra y, por último, es imposible que los hombres, al menos los que puedan comprenderlas, no las aprueben.

Rom. 14:19. La palabra edificación es una figura cuyo sentido es a menudo mal entendido. Para edificar es necesario materiales y trabajo. A esta obra compara la Escritura al desarrollo interno del cristiano: sentimiento, conocimiento, voluntad, todo debe andar de frente y levantarse como una casa. Y llevando la idea a la fiel comunidad, todos debemos contribuir a ello para que resulte una obra común, 1 Cor. 3:10-15; 1 Ped. 2:5.

Rom. 14:20. La obra de Dios en tu hermano: su fe, su vida santa y cristiana y su porvenir. Pablo parece decir: Lo que ha edificado Dios, no lo derrumbes. El creyente maduro es aquel que debe distinguirse por su sensibilidad hacia los sentimientos de cada uno de sus hermanos.

Rom. 14:21. A los ojos del amor que se abstendrá de todo esto antes de perjudicar al hermano aunque tuviera la posibilidad de hacerlo. De donde las acciones de los creyentes maduros deben contribuir a la edificación y al estímulo para el crecimiento del hombre menos fuerte, y no al contrario.

Rom. 14:22. ¿Tienes tú fe? Una fe fuerte, inteligente, que te hace libre… pues tenla contigo delante de Dios. Con lo que entramos de lleno en una gran verdad que a veces ignoramos: todo creyente recibe la fe ante todo para sí mismo, para tener acceso ante Dios y vivir en su comunión. De otra forma, puede utilizarse de forma errónea para juzgar, para comparar y hasta menospreciar a los hermanos más débiles o menos iluminados.

Bienaventurado aquel que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Aquel que no se juzga a sí mismo es bendecido, pues el maduro en la fe, se le pide que no confíe en su juicio, sino en el divino que sin duda recibirá. Así el que ha examinado de forma seria su línea de conducta que ha sido probada, no se siente reprendido en su conciencia, mejor dicho, no es forzado a ver ni conocer una contradicción entre su convicción y su conducta, sino que las encuentra en plena armonía. El mismo pensamiento, negativamente expresado en el v siguiente, nos hace comprender mucho mejor el que acabamos de dejar.

Rom. 14:23. El apóstol, que ha defendido hasta aquí la causa de los débiles a fin de que no fueran juzgados ni despreciados por sus hermanos más fuertes, no entiende por eso autorizar la corta ignorancia o el error de un espíritu vacilante y sin convicción. Sin convicción no hay moralidad. Pero lo que lo prueba, es el caso especial de que Pablo se ha ocupado en este cap, y en el cual se detiene aún, en las primeras palabras de nuestro v: He aquí un hombre que duda si hay pecado o no en comer ciertos alimentos, y que sin embargo los come, exponiéndose así, desde su punto de vista, a cometer un pecado. ¿Es esto moral? ¿Obrará mejor este hombre cuando de veras se encuentre con un pecado mayor, sin convicción y sin fuerzas? Tenemos razón en dudarlo. Por eso el apóstol, después de haber indicado la causa de una conducta semejante, diciendo que no viene de fe se eleva en este caso muy particular a un principio general, y declara que todo lo que no viene de fe es pecado. Ahora bien, la Escritura entiende que fe es esa confianza de la conciencia y el corazón que se basan en la verdad divina revelada. Por lo tanto, ante el caso de una persona indecisa podemos decir que precisamente la debilidad de los más débiles consiste en la oscuridad y en la vaguedad de su fe y lo es porque su sentido proporcional está desorbitado y su enfoque más equivocado. De ahí, por no venir la fe de arriba, su principio y aplicaciones están distorsionadas. Nunca sabe a que atenerse, duda y sin embargo, prueba; vacila y sin embargo avanza hacia el pecado. Por eso sus frutos son consecuentes: La tal fe no da ni certidumbre ni paz ni gozo.

Por último, hay que repetirlo para hacer comprender bien lo que hay de absoluto en el gran principio establecido aquí por Pablo, tal fe no tienen ninguna moralidad, ni ilumina, ni vivifica nuestra conciencia y abandona al hombre, en cada caso dado, a toda la incertidumbre, a todas las fluctuaciones, a todas sus inclinaciones de su corrompida naturaleza; ella le deja, en pocas palabras, en su pecado y todo lo que hace en este estado, aunque fuesen obras buenas en sí mismas, lleva el triste marchamo del pecado.

 

Conclusión:

La verdadera fe sola, por la cual el hombre sale de sí mismo para vivir en Dios, en su comunión, en su obediencia, en su amor, da a sus obras un carácter moral.

 

 

 

 

070391

  Barcelona, 21 de noviembre de 1976

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215 NUESTRO MINISTERIO DE RECONCILIACIÓN

 

Rom. 1:16; 15:8-21

 

Introducción:

En la presente lección volvemos, una vez más, a ocuparnos de la reconciliación. Mas vamos a hacerlo bajo tres aspectos distintos aunque inseparables: a El ministerio de Cristo para reconciliar a todos los seres humanos con el Dios Padre; b el ministerio del apóstol Pablo a fin de reconciliar a judíos y gentiles entre sí, y c el ministerio de la reconciliación encomendado a los creyentes modernos. Claro, el v que mejor ilustra lo que estamos diciendo es el que llamamos áureo: Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación, porque ciertamente el Señor estaba en Jesucristo reconciliando al mundo a sí, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación. Así que ya somos embajadores en nombre de Cristo, 2 Cor. 5:18-20a.

Mas como no está en nuestro ánimo disertar sobre la veracidad de la reconciliación en sí por darla por sabida y demostrada, vamos a pasar con rapidez a presentar la tarjeta de identidad del apóstol Pablo:

 

Desarrollo:

Rom. 1:16. En primer lugar debemos calibrar el aserto paulino ya que no se trata de una frase sin importancia. Hay en el evangelio algo de que el hombre natural siempre tendrá vergüenza y es que halla en él su condenación y el gusto agrio de sus pecados, que su liberación le es presentada sólo en el nombre de un crucificado y por el medio mismo de la cruz, que debe recibir esta liberación como una gracia que no podría merecer por más que lo intentara y que, ineludiblemente, machaca su orgullo, y que, por último, que el Salvador pobre y rechazado del mundo no ofrece a los suyos más que una parte en sus humillaciones y padecimientos. Así Pablo demuestra bien a las claras su coraje, primero por querer ir a Roma siendo el portador de esa clase de mensaje y segundo por quererlo anunciar a los cuatro vientos en el centro de la potencia y gloria del universo, donde todas las escuelas griegas estaban representadas y a cuyos ojos otro tipo de doctrina que fuera expuesta con semejantes atributos no podría ser más que una locura. Por eso para cualquiera con menos entereza, era un motivo de vergüenza.

Pero el apóstol se eleva sobre el sentimiento por la experiencia que ha hecho en él mismo y en tantos otros, la potencia de Dios, y exclama: ¡No me avergüenzo! Aunque hay más, siempre hay más El no me avergüenzo significa para él encontrar el más sublime motivo de gloria, Gál. 6:14 y sobre todo, 1 Tim. 1:11, según el Evangelio de la gloria del Dios bendito, el cual a mí me ha sido encargado. Así, lo que para otros habría sido motivo y causa de vergüenza a causa de Cristo, a quien despreciaron los judíos y crucificaron los romanos, para él era motivo de gloria, ¿por qué? Porque para él el Evangelio era poder de Dios con lo que de una vez por todas deja claro que éste no es un sistema doctrinal, ni un libro de moral, si siquiera una religión. Evangelio es la potencia eficaz y obrante de Dios mismo, por la cual el pecador es cogido, arrancado, de su estado de condenación y muerte y transplantado a un estado de gracia y vida.

Para salvación a todo aquel que cree, esta salvación tiene un algo negativo que consiste en ser libertado de la ira de Dios, porque bien manifiesta es la ira de Dios del cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, v. 18, de la pena de todo pecado, v 18, que es la muerte eterna, porque la paga del pecado es la muerte, 6:23, y el lado positivo, que encierra el don de la justicia, el recobrar el favor de Dios y, en dos palabras, la vida y la felicidad eternas, Mat. 1:21. En la salvación también hallamos otra causa para el valor demostrado por el apóstol Pablo, puesto que iba a Roma a predicar este tipo de salud a todo aquel que crea, a sea el judío descendiente de Abraham o el griego filósofo, o el romano pagano o el bárbaro ignorante. Claro, había un orden o preferencia bien delimitada: El judío primeramente y también el griego. Pero para ambos había algo en común. Las dos razas sólo tenían un medio de salvación: el evangelio predicado que, al creerlo, experimentarían la fuerza, dinamita, de Dios. La pregunta está a flor de labios, ¿por qué éste orden, ésta primacía? En virtud de la alianza de la gracia tratada por Dios con su pueblo y porque de éste venía la salud, la salvación objeto de la indispensable predicación, Juan 4:22; Rom. 3:1 ss. Por eso era conveniente que estas nuevas noticias les fueran anunciadas primero, Mat. 10:5, 6; Hech. 13:46.

Poco antes de exclamar las palabras que estamos comentando, el apóstol había dicho: A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor, así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaron el evangelio también a vosotros que estáis en Roma, Rom. 1:14, 15. Este era, ahora, su ministerio, su enorme y claro propósito acariciado largamente y el que un día pudo realizar aunque dejó la vida en el empeño. ¡Qué lección para todos nosotros! Esto y nada más es lo que debiéramos de estar haciendo continuamente: Enseñar a sabios y a no sabios por cuanto somos embajadores en su Nombre para enseñar que la palabra de la Cruz es locura a los que se pierden, pero a los que se salvan, eso es, a nosotros, es poder de Dios, 1 Cor. 1:18.

  Leamos todos a la vez: Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, al judío primeramente y también al griego. Amén.

Rom. 15:8, 9a. Magistralmente, Pablo expresa aquí, con una sola palabra, una sola frase, un aspecto del carácter de Nuestro Señor Jesucristo: Siervo de la circuncisión. Para nosotros quizá carezca de sentido, pero para los lectores judíos, la cosa no podía resultar más clara. Esta frase quería decir que Cristo, era su siervo permanente. Es cierto que Él mismo dijo en una ocasión: No soy enviado sino a las ovejas de la casa de Israel, Mat. 15:24. Y también es cierto que cuando envió a los doce, les dijo: Por caminos de gentiles no vayáis, ni entraréis en ciudades de samaritanos, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel, Mat. 10:5, 6. Pero también es cierto que al no recibirlo como Mesías judío, como siervo de la circuncisión, al rechazarlo, la misericordia de Dios se extendió hasta nosotros los gentiles para que le gloriemos, como está escrito:

Rom. 15:9b. Esta referencia directa a la frase de David del Sal. 18:49 es una cita profética al rechazo de Israel por un lado y la posibilidad de aceptación de este mensaje a los gentiles, por el otro, pero lo realmente cierto es que todo el plan ya estaba hecho, realizado en la mente omnisciente de Dios.

Rom. 15:10. Alegraos gentiles, son su pueblo: es decir, con el pueblo de Dios, lo que no deja de ser curioso. El anhelo profético de los gentiles, o naciones no judías, vivan reconciliados y en armonía con el pueblo de Dios, o sea los judíos, es curioso pero a la vez tremendamente dramático pues esto que todos los pueblos del mundo vivan alegremente los unos con los otros aún es una utopía a conseguir.

Rom. 15:11. Otro aspecto de la misma verdad anhelada, Sal 117:1, aunque aquí aparece sublimada a que todos, unos y otros, adoren a Dios.

Rom. 15:12. Otra vez dice Isaías, o sea que como mínimo, en alguna ocasión anterior, el profeta exclamó: Estará la raíz de Isaí y se sabe que éste fue el padre de David y ambos los ancestros de nuestro Señor Jesucristo, con lo que, en efecto, de Isaí nació una vara, un vástago, Isa. 11:1; 2 Tim. 2:8; Apoc. 22:16, del que Isaías profetizaría: Se levantará a regir a los gentiles. Éste, que señalan las profecías es Cristo, una de cuyas virtudes es la de ser Señor y Rey de todas las naciones, 1 Tim. 6:14, 15; 17:14; 19:16. Es más, se nos dice expresamente que los gentiles esperarán en Él, con lo que el mensaje se nos presenta con claridad: Debemos tener en todo momento aspiraciones misioneras a cualquier nivel para que todos los pueblos de la tierra, los gentiles, escuchen las buenas nuevas de salvación y puedan entrar de nuevo en el reino de los vivos, de los que tienen la esperanza y seguridad en el más allá.

Rom. 15:13. A estos mismos romanos, ya cristianos, el apóstol Pablo les aconseja, 5:5, que vivan gozosos en la esperanza, pues en esperanza(fe renovada continuamente) somos salvos, Rom. 8:24, y cuando Cristo mora en nosotros, nos infunde la esperanza de gloria, Col. 1:27. Con lo cual gozosamente esperamos la gloria plena pues no en vano se nos dice: Ahora nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, Rom. 5:2. Y, ¿todo esto para qué? Para que abundéis en esperanza por el poder del E Santo. Este deseo de Pablo para que los romanos cristianos tengan gozo y paz que sólo Dios puede darles va tan lejos y es tan vehemente porque él está seguro de que por medio del poder del E Santo recibirán las pruebas fehacientes de que la esperanza puesta en Cristo, se cumplirá y que Dios no puede defraudarles, porque él mismo, por medio de Cristo, les mostró su amor por ellos y los reconcilió consigo mismo.

  Rom. 15:14. Recordemos que está hablando a los cristianos de Roma. Sí, entre aquellos había algunos errores doctrinales, como aquel por el que creían que podían justificarse delante del Señor si cumplían las obras de la ley mosaica y él tuvo especial interés en demostrarles que sólo podían ser justificados por las obras de la fe sola, Rom. 5:1. Y como quiera que sabía su condición moral y espiritual, reconoce virtudes como la bondad y conocimiento para amonestarse los unos a los otros. Aunque bien es verdad que lo hace como introducción a lo que va a seguir y de forma inteligente los presupone llenos de conocimiento e incapaces de negar las siguientes evidencias:

Rom. 15:15, 16. La sagacidad paulina se evidencia una vez más: Primero les dice que tienen bondad y conocimiento, ahora les habla humildemente, evidenciando cierto atrevimiento, como no queriendo ofenderlos. Y sigue: Como para haceros recordar, por la gracia que de Dios me es dada, gracia que ellos mismos quizá habían olvidado para entregarse a otras doctrinas y que el apóstol condiciona aquí para justificar sus viajes misioneros tratando de que los gentiles convertidos por la predicación de su evangelio, pueden ser reconciliados con Dios y ser su ofrenda agradable. Para ser ministro de Cristo a los gentiles, ministrando el santo evangelio de Dios. A todos ellos, pues, definitivamente, Pablo se presenta como ministro, como siervo de Cristo para servir como un siervo que llevaba el evangelio a todos los gentiles, una gran característica que ellos, romanos convertidos, antiguos judíos debían reconocer por su bondad y conocimiento.

A continuación se permite una ligereza:

Rom. 15:17. Es decir, Pablo se gloriaba, se gozaba, hasta no poder explicarlo, a causa de su permanencia en Cristo, y porque con Dios conservaba una relación que sólo el mismo Jesús había concedido: Hech. 2:17; 5:1.

Rom. 15:18, 19. No me atrevería a hablar, dice, de lo que otros han hecho o han dejado de hacer para evangelizar a los gentiles, sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la buena obediencia de los gentiles. ¿Obediencia? ¿A quién? A Dios y a su Cristo. Pablo piensa, cree y declara que lo que es él se lo debe a Cristo y que ha de usarlo como bendición para los gentiles: Con la palabra en las conversaciones, en las predicaciones o con la pluma, y con las obras buenas hechas al prójimo por amor, con potencia de señales y prodigios en el poder del Espíritu de Dios. Sí, Pablo demostró siempre poseer este poder de origen divino cuando realizó los prodigios que narra, Hech. 19:11, 12. Así, de manera que desde Jerusalén y hasta por los alrededores, como Cesarea, Hech. 9:30, hasta Ilírico, región europea al oeste de la Macedonia, todo lo he llenado del Evangelio de Cristo. La Gran comisión, Mat. 28:18-20; Mar. 16:15; Hech. 1:8, había sido hecha y bien cumplida por Pablo, ¿qué estamos esperando nosotros?

Rom. 15:20, 21. Como ya nos dijera en otra ocasión no quería gloriarse en trabajos que otros hubieran hecho, 2 Cor. 10:15: Sino como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de Él, verán, a los que nunca han oído de Él, entenderán. Está reproduciendo literalmente la profecía que, mucho antes, había compuesto Isaías, 52:13-15, con respecto al Mesías. Ambos a dúo, Isaías y Pablo, se estaban refiriendo a los reyes, a los jefes, a los príncipes, magistrados, filósofos, doctores y pueblo llano que nunca antes habían oído tan buenas nuevas y que muchos de éstos, por la potencia del E Santo, las aceptarían.

 

Conclusión:

El mensaje de entonces fue así: Porque no me avergüenzo del Evangelio. Y el de hoy debe ser: Porque no me avergüenzo del Evangelio porque es potencia de Dios para salvación de todo aquel que crea. Amén.

 

 

 

 

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  Barcelona, 28 de noviembre de 1976

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216 LA VENIDA ANUNCIADA

Luc. 1:26-38

 

Introducción:

En la época que nos ha tocado vivir, estamos en grave peligro de llegar a pensar que el nacimiento de Cristo es una cosa común, que ciertamente, debemos dedicar el pensamiento a este hecho una vez al año… y nada más. Mas la realidad apostólica real y evangélica es bien otra. Es cierto que hemos llegado a donde estamos gracias a varias corrientes que no tienen que ver nada con el hecho vital que estamos comentando, litros de tinta se han gastado es distorsionarla. Muchas corrientes comerciales lo han aprovechado e ilusiones y desencantos han surgido a su conjuro. Pero el nacimiento de Jesús no fue una cosa común, mas por el contrario, los propósitos divinos lo prepararon y el poder de Dios lo realizó finalmente.

Leer antifonalmente Noche Buena, volumen Tercero, pág. 105.

Dos buenas preguntas que podríamos hacernos esta Navidad podrían ser: a ¿Qué vamos a llevarle al Niño al pesebre? y b ¿qué esperamos recibir de él?

De nuestras respuestas depende que la Navidad pase como en años anteriores o que por fin, sea realmente festejada en nuestros corazones como alabanza a la deidad de nuestro Salvador y su reconocimiento como único Salvador universal.

 

Desarrollo:

Luc. 1:26. Este sexto mes viene referido desde la concepción milagrosa de Juan el Bautista narrada en el v. 24 y a la vez es el momento en que Elisabet sale de su retiro y muestra a los ojos de sus vecinos que está embarazada. El nombre de Gabriel significa hombre fuerte d Dios y también Dios es fuerte. El nombre y la misión de este arcángel eran conocidos por todos los judíos más piadosos si habían leído Dan. 8:16; 9:21. Por otra parte, ¿nos extrañamos que los ángeles lleven nombre y un nombre hebreo? Dan. 10:13; 12:1; Apoc. 12:7. Sin embargo, Dios mismo, ¿no se llama Jehovah? Sin duda, cuando Dios se revela a los hombres, es necesario que emplee su lenguaje para que sea comprendido. Y del mismo modo que Dios, dándose un nombre que exprese su esencia, se hace conocer como el Dios personal, así el nombre de un ángel nos revela que estas inteligencias celestiales son seres reales y personales y no sólo apariciones momentáneas o sucintas emanaciones de la divinidad misma. En cuanto a Nazaret, era una pequeña ciudad de Galilea, Mat. 21:11; Luc. 2:4, está situada sobre una colina de la tribu de Zabulón, al sur de Caná, no lejos de Tabor, en una risueña comarca donde convergen dos cadenas de montañas. Lo curioso del caso es que la profecía relativa al nacimiento de Jesús fue hecha en el Templo y publicada a todo el pueblo, pero la profecía del nacimiento de Cristo va a ser hecha en una pequeñísima ciudad, y queda como sepultada en el corazón de una joven.

Luc. 1:27. Las palabras de la casa de David pueden referirse a José o a María, pues que ambos descendían del segundo rey de Israel aunque de distintas ramas, Mat. 1:17, 18; Luc. 3:23. De este modo era como Dios ligaba el Antiguo Pacto y el Nuevo, pues por un lado hace nacer a Juan el Bautista de la raza sacerdotal de Aarón y al Salvador del seno de una familia real israelita. Lucas, al referirse al hecho de que María estaba embarazada con José, está completamente de acuerdo con Mat. 1:18. Se ha pretendido, sin embargo, que la anunciación del ángel a María es del todo inconciliable con las sospechas que el novio concibió luego y la necesidad de la revelación que le fue hecha a este respecto, Mat. 1:19 ss. Pero, ¿quién nos dice que María no comunicó a José el mensaje del ángel? Según Lucas v. 39, María se fue con prisa al monte, donde vivía Elisabet, su pariente, llevando consigo la preciosa revelación que había recibido y sólo a su regreso a casa, cerca de tres meses después, v. 56, José pudo preocuparse de los pensamientos que Mateo le atribuye, pues el estado de su novia ya no era un misterio y, en consecuencia, la promesa de Dios estaba en vías de cumplirse. Una cosa más: María era virgen, mas no sin pecado. Toda persona, exceptuando a Cristo, cayó en Adán y sólo puede llegar a ser salva por medio del Salvador, Hech. 4:12; Rom. 3:10; Gál. 3:22; 1 Jn. 1:8. Así, María misma confesó que ella necesitaba un Salvador, v. 47.

Luc. 1:28. La exclamación en sí, al menos la primera parte, era corriente, lo que ya no lo era tanto, era la segunda. La Vulgata tiene aquí gratia plena, llena de gracia, lo cual es correcto si se quiere decir que María era el objeto de la gracia de Dios por ser escogida para ser la madre de Jesús, el Hijo de Dios, pero es un error decir que por lo tanto se convirtió en un depósito de esa gracia para compartirla con los pecadores, por cuanto la gracia y la verdad vinieron por medio de Cristo, Juan 1:17. El Señor es contigo, sigue. Es cierto. Dios la escogió para ser la madre del mayor y mejor milagro del mundo, Jesús, y aunque negamos que fue concebida sin pecado, y que es mediadora entre Dios y los hombres, sin embargo, con toda sinceridad, afirmamos que no hay ninguna mujer que haya sido favorecida con tan grande y fiel privilegio como el que le fue concedido a María. Por esto, en verdad, fue bendita entre todas las mujeres.

  Luc. 1:29. Ella estaba perpleja pues no comprendía ni el saludo ni al mensajero.

Luc. 1:30. El ángel notó tanto su perplejidad como su espanto y la llama por el nombre: María, como dando a entender que la conocía y a continuación le explica por qué no debe temer: Has hallado gracia delante de Dios. La palabra más relevante de esta extraña revelación es sin duda gracia. Y lo es porque aplicada a uno, significa favor de Dios para con el individuo sin tomar en consideración los méritos de éste.

  Luc. 1:31. Es curioso como dato que en esta frase aparece la palabra hijo con minúscula, pero esto es así y en ello coinciden tanto autores como traductores de la Biblia y comentaristas para incidir, para hacer hincapié sobre la humanidad de Cristo. Por la misma razón, en el v siguiente se escribe con mayúscula porque se refiere a su divinidad. Y llamarás su nombre Jesús, lo que significa literalmente Salvador. Recordemos al respecto lo que el ángel dijo a José: llamarás su nombre Jesús porque Él salvará a su pueblo de sus pecados, Mat. 1:21.

Luc. 1:32. Él vendrá a ser diferente a cualquiera y de ahí este adjetivo. En seguida el ángel aclara cuál sería su carácter y la posición  que iba a ocupar en el Reino de Dios: Y será llamado Hijo del Altísimo. ¡Pobre María, hasta muchos años más tarde no entendería en realidad el alcance de esta declaración! Y el Señor le dará el trono de David su padre. Esto refleja muchos pasajes del AT, donde se describe al Mesías como el Hijo de David y como el heredero de su trono.

Luc. 1:33. Jacob o Israel indistintamente por cuanto ambos se usaban en el lenguaje del pueblo para hablar de la misma persona y más tarde el término llegó a aplicarse al pueblo judío en general De donde, el reinado del Mesías sobre su pueblo había de ser para siempre. Aún más tarde, el término pasó a usarse para definir a toda la cristiandad. Por eso se repite lo mismo en otras palabras: Y su Reino no tendrá fin, tanto es así que ha venido en llamarse Reino de Dios.

Luc. 1:34. María no dudaba que todo aquello sería realidad, pero lo que no entendía es como podría ser aquello puesto que a pesar de estar desposada su matrimonio aún no se había consumado.

Luc. 1:35. El ángel explica minuciosamente a María que iba a concebir un niño por medio de la intervención divina del E Santo, además le anuncia algunas características peculiares que le iban a definir y completar: Sería un Ser Santo y sería llamado Hijo de Dios y así fue reconocido cuando se bautizaba a manos de Juan el Bautista: Tú eres mi Hijo amado, Luc. 3:22; Mat. 3:16, 17; Mar. 1:10, 11.

Luc. 1:36, 37. Tu pariente Elisabet ha concebido hijo en su vejez, cuando se creía que humanamente eso sería imposible, mas nada hay imposible para Dios.

  Luc. 1:38. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra: María en todo el asunto manifestó su fe en el mensaje de Dios que le llevó el ángel, cierta obediencia a Dios y humildad para cumplir su voluntad.

 

Conclusión:

Y el ángel se fue de su presencia, pues ya había cumplido la comisión divina, en cuya realización estaban participando el Dios Padre, el Dios Hijo y el Dios Espíritu Santo.

 

 

 

 

070393

  Barcelona, 3 de diciembre de 1976

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217 LA VENIDA ANTICIPADA

Luc. 1:39-55

 

Introducción:

De todos es sabido que la Biblia es un registro de promesas, las cuales, unas se han cumplido ya y otras están por cumplirse. Una de las primeras es quizás con mucho la más importante, pues que en el AT Dios había prometido la llegada de un Libertador y Salvador y se había cumplido en la persona de Jesús. La promesa es el centro del contenido de todo el Antiguo Pacto y hasta nos atreveríamos a decir, la esperanza y objeto de vida de todo el universo.

Pero para que no tuviésemos alguna duda acerca del milagroso advenimiento, le hizo acompañar de un Precursor bien definido, Juan el Bautista. Pues, en efecto, en el NT, los Evangelios y en particular el de Lucas, comienza describiendo dos promesas de maternidad distintas y similares a la vez. Cierto que las dos son a personas particulares, a Elisabet, esposa de un sacerdote, estéril y anciana, y a María, una virgen que aunque desposada no estaba aún unida maritalmente a su esposo. Sin embargo, la esencia de ambas promesas tiene que ver con el cumplimiento de la promesa del AT, la llegada del Mesías por medio de la concepción santa y milagrosa de María por acción directa del E Santo. De hecho, es la misma Elisabet la primera en celebrar este acontecimiento en el que ve la mano de Dios, como en su caso, y ambas a dúo, ella y María, irrumpen en cánticos de alabanza al Señor por ello.

 

Desarrollo:

Luc. 1:39. Es decir, inmediatamente después del acontecimiento que estudiamos el domingo anterior, vs. 26-38. María dominada por la impresión de la revelación decide ir a visitar a su parienta que ya estaba embarazada de su esposo Zacarías conforme a la promesa del Señor, 1:13, 36. Así, poniéndose en marcha, sin pensárselo dos veces, se dirigió velozmente a la casa de su familia quizás la más cercana, ubicada en la parte alta de Judea, ya que montaña se usa aquí por oposición a llanura que se usaba para describir los lados este y oeste de Jerusalén. A una ciudad de Judá, que no sabemos el nombre y al parecer, el buen evangelista tampoco, aunque lo importante aquí es resaltar la habilidad de Lucas para dejarnos entrever el embarazo de María. En efecto, en toda la narración el evangelista pasa en silencio el acontecimiento y deja al lector la tarea de descubrirlo entre líneas. La prueba más evidente de que la promesa del ángel hecha a María en el v 31, estaba ya realizada la tenemos primero en los vs. 41-45 y luego en el cántico con el que ella da curso a su gozo, vs. 46 ss.

Luc. 1:40. ¡Qué momento tan solemne! Las mismas experiencias de la misericordia de Dios, la misma fe, las mismas esperanzas, el mismo amor les hace fundir sus almas en una comunión sincera e íntima. María, por su parte, va directa al motivo de su viaje sin perder ni un minuto: ¡La paz sea contigo!

  Luc. 1:41, 42. El gozo con que se estremece Elisabet en su ser más íntimo provoca al niño que lleva en su seno. No es necesario un hecho milagroso, la actual medicina indica que el feto siente y vive a través del cordón umbilical que le une a la madre desde los primeros meses y mucho más a partir del quinto mes y la mujer de Zacarías, debemos recordarlo, estaba en su sexto mes de embarazo. Lo extraordinario aquí en la acción del E Santo que la llenó y la reveló en un momento todo lo concerniente a María. Y debemos recordar una vez más que el carácter de toda acción del E Santo es elevar al hombre por encima de sus impresiones de la persona para hacer que predominen sobre él los intereses divinos. Este es el rasgo sobresaliente de la alocución de Elisabet. Ante todo María y su hijo, vs. 42, 43, después ella misma y su propio hijo, v. 44, para terminar de forma espléndida en María y en su dicha, v. 45. Si comparamos el tema veremos un fiel paralelismo de lo que estamos diciendo con el cántico de su marido Zacarías. Así, Elisabet saluda con su famoso: ¡Bendita tú entre todas las mujeres! Es decir, feliz y dichosa como ninguna otra puesto que ninguna ha llevado en su seno al que iba a ser el Salvador del orbe. Y bendito el fruto de tu vientre. Hay un reconocimiento cierto del carácter santo y divino del hijo que su parienta lleva en el vientre. De otra forma, aquella salutación se habría cambiado en maldición si ella hubiera sospechado que era obra de algún hombre.

Luc. 1:43. Esta es una expresión de profunda humildad. Una mujer mucho más joven que ella de su misma familia va a verla, a visitarla, y la recibe como la portadora de su Señor e iba contra todas las leyes sociales de la época y en consonancia total con la revelación recibida por el E. Santo. Tampoco debemos olvidar que tanto ella como María, ambas israelitas piadosas, habían recibido un mensaje divino, vs. 17, 31, y que tanto la una como la otra habían sido preparadas a aquella altas revelaciones gracias a sus conocimientos de las Escrituras y a su fe en la espera de la total consolación de Israel y que, por último, ese mis Espíritu profético era el mismo que daría a un Zacarías, vs. 68 ss., y a un Simeón, vs. 2:27 ss., un conocimiento más luminoso aún si cabe, del cercano reino del Salvador. No podemos extrañarnos, pues, ni del respeto a la madre ni de la adoración al fruto del vientre. Además, damos por superado el hecho de otra adoración, puesto que se nos dice bien claro: Madre de mi Señor y no mi señora o madre de Dios.

Luc. 1:44. El por qué viene referido a toda la salutación que Elisabet acaba de dirigir a María y por la cual la ha proclamado madre del Mesías. Este simple detalle de la emoción que ha sentido y el estremecimiento de su propio hijo, lo usa como única confirmación de lo que ha reconocido respecto a María.

Luc. 1:45. Estas palabras de Elisabet toman el tono y la clave de un himno, canta la dicha de María que creyó lo que le había sido anunciado, v. 38, de parte del Señor. Ella sabe que todas estas promesas tendrán su cumplimiento de forma ineludible, lo sabía ya por una experiencia propia por cuanto ella no dudó como su marido, v. 20, por el contrario, se puso en las manos del Señor de manera incondicional, v. 38.

Luc. 1:46. El Magnificat. María va a cantar las grandes cosas, v 49, que el Señor le ha hecho y, como Elisabet, v 41, aun cuando el relato no lo dice expresamente, habla bajo la influencia del E Santo. Su canto, que se divide en cuatro estrofas, está saturado en la poesía antiguo testamentaria y en particular de laque respira el canto de Ana, la madre de Samuel, 1 Sam. 2:11-10. Entendemos que así debió de ser por cuanto el alma piadosa, en los momentos especiales de su vida, siempre encuentra un cierto paralelismo en algún pasaje de la Escritura.

Luc. 1:47. En primer lugar observamos la semejanza a la poesía hebraica que consiste en verter el mismo pensamiento en dos voces o expresiones diferentes, aunque en este caso, existe un matiz importante: El alma y el espíritu son sujetos de las frases y de todos es conocida su sutil diferencia. Magnificar, celebrar, alabar, es un hebraísmo cuyo sentido es necesario conservar y que significa propiamente engrandecer. Primer verbo que María usa en el canto. En efecto, un alma elevada por el Espíritu como el de María, que siente y contempla la grandeza de Dios, necesita proclamarla a los ojos de todos. Es así como las perfecciones de Dios pueden engrandecerse entre todos los hombres, cuando éstos aprenden a conocerlas mejor. Es la misma idea que tratamos de decir cuando exclamamos: ¡Santificado sea tu Nombre! También debemos señalar que María da a Dios dos nombres que tienen su significado: Primero el de Señor, que es la traducción constante del nombre de Jehovah en las Escrituras de los Setenta y que se halla sin cesar en los primeros relatos de Lucas, vs. 6, 9, 11, 25, 68, etc. Luego le llama Mi Salvador, con lo que la mirada de su fe penetra más allá del momento presente y se extiende hasta esa salud, esa salvación, del mundo que Dios iba a realizar.

Luc. 1:48. Con lo que creemos expresa la razón de la necesidad de un Salvador por parte de María y el motivo de su gran alegría. En efecto, Dios se había fijado en ella sin tener en cuenta su pequeñez o indignidad. Así, el Señor tiene en cuenta cada vida humana, es más, tiene cuidado de los suyos y los alcanza con un amorosa providencia, Sal. 32:8. En cuanto a la bajeza que se sabe y reconoce no la vemos tanto indignidad moral que otros la ven o la adjudican, como de una condición humilde, pobreza en que se encontraba a pesar de descender de reyes de Judá, v. 52. Claro, también cabe que ella se sintiese indigna espiritual como para ser merecedora de semejante distinción. Pues he aquí, canta, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Hace un momento Elisabet la ha llamado dichosa, bienaventurada, v. 45, y esas palabras la llenan de religioso entusiasmo. Pero, además, demuestra su fe en su gran destino por cuanto ve a las futuras generaciones alabándola. Aunque otra vez use palabras y escenas bien conocidas en Gén. 30:13 cuando Lea clama lo mismo al parir a su hijo Aser. Tampoco vemos en esto que se trate de una profecía mariana, tan sólo está aceptando su condición de feliz privilegiada y extrae la consecuencia lógica de la maravilla.

Luc. 1:49. María celebra así el poder, la misericordia de Dios y la santidad, Así, estas tres perfecciones se han manifestado en las grandes cosas que le han sido hechas. Dicho poder se ha visto, demostrado, en la encarnación, que tiene a la santidad por el carácter principal y de esta forma se ha hecho patente la santa misericordia de Dios para el mundo.

Luc. 1:50. Ver Sal. 103:17. Estas palabras hacen las veces de introducción a la estrofa siguiente, en la que María canta la fiel transformación causada por el advenimiento de Cristo.

Luc. 1:51-53. María se eleva, al estilo de los profetas, hasta la contemplación de la gran revelación que se realizará por aquel Mesías que lleva en su seno. Si Dios la ha llamado, siendo la más humilde de las hijas de su pueblo, v. 48, para dar a luz al Cristo, es porque él rechaza todas las ideas de la grandeza humana. El principio del reino que Él quiere establecer y que transformará al mundo, será: Exaltar a todo el que se humille y humillar a todo el que se exalte, Luc. 14:11; 18:14. Y como los profetas, también ella designa con verbos en pretérito a los grandes acontecimientos como ya cumplidos aunque sea a los ojos de su fe. En cuanto a los términos soberbios, poderosos, ricos, se han dado muchas interpretaciones, desde las referencias temporales y locales de los israelitas, hasta las espirituales, mas María sabía que esta gran misericordia de Dios era sólo para aquellos que le temen, v. 50, con lo que el problema queda superado de localismos y se ubica en su verdadero puesto, ni exclusivamente en el sentido social ni en el sentido espiritual, sino en ambas a la vez y condicionado al temor de Dios.

Luc. 1:54, 55. El Eterno, viendo a Israel su siervo, es decir, al verdadero Israel que sirve, que teme, v. 50, que ama al Señor, roto y abrumado bajo la presión de su miseria, lo ha socorrido, ha tomado su causa, en una palabra, él mismo se ha encargado de realizar su liberación, Isa. 41:8, 9. En esta liberación, María ve la fidelidad de Dios que se acuerda de su misericordia eterna para con Abraham y su posteridad, según ha sido anunciada a los padres por los profetas. De esta forma, Abraham y su posteridad son presentados como siendo también objetos de la misericordia de Dios en el cumplimiento de las promesas que ya habían sido hechas a este mismo patriarca, v. 73.

 

Conclusión:

Leer Miq. 7:20; Isa. 29:22 y Juan8:56.

Luc. 1:56. Y moró María con ella como tres meses y se volvió a su casa.

 

 

 

 

070394

  Barcelona, 12 de diciembre de 1976

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218 LA VENIDA CELEBRADA

Luc. 2:7-20

 

Introducción:

En el Imperio romano se realizaban censos periódicos con un doble objeto: para imponer las contribuciones y para descubrir a aquellos que podían ser útiles para el servicio militar obligatorio. Como quiera que los judíos estaban exentos de esta carga, el censo de Palestina tenía un propósito eminentemente impositivo. Con respecto a estos censos tenemos información bien definida de lo que pasaba en Egipto, y es casi seguro que lo que pasaba allí, y que sucedía en Siria, pues ambas formaban parte de las provincias romanas. La información que tenemos proviene de documentos escritos sobre papiros descubiertos entre el polvo de las ciudades y villas egipcias y en las arenas del desierto. Así, sabemos que se censaba cada catorce años y que así se hizo entre los años 20 dC y el 270 dC con absoluta certeza. Si respetamos el plazo de los catorce años que hemos aludido, entonces el censo de Siria que nos ocupa debe haber sido en el año 8 aC y, por lo tanto, Jesús debe haber nacido ese año. Puede ser que Lucas haya cometido y pequeño error por cuanto Cirenio no fue gobernador de Siria hasta el año 6 aC, pero sí tuvo un puesto oficial en esa zona con anterioridad, entre el año 10 y el 7 aC. y este censo, sin duda, fue llevado a cabo durante este periodo de tiempo.

Muchos críticos han puesto en duda este hecho de que todos tuvieran que volver a las ciudades o pueblos de sus nacimientos para ser censados y corroborados con los vecinos supervivientes, pero existe un edicto del gobierno de Egipto que dice: Gayo Vibio Máximo ordena: Debido a que ha llegado el momento de censar, nos es necesario obligar a todos aquellos que por cualquier causa residen fuera de sus distritos a volver a sus hogares, para que cumplan con el censo y para que atiendan el cultivo de sus parcelas y haciendas. Si esto sucedía en Egipto, bien podía pasar en Judea donde se respetaba y mucho el linaje tribal, los hombres tenían que ir a donde residía el principal de su tribu. Así fue, por estos imperativos, como la sagrada familia se encontró viajando de Norte a Sur lenta y agotadamente, puesto que entre Nazaret y Belén habían 120 Km., y las condiciones del viaje por fuerza eran precarias y primitivas a los que por no ser pudientes, como era en este caso, debían recorrer la distancia andando o en mulas.

 

Desarrollo:

Luc. 2:7. Y dio a luz a su hijo primogénito, la concordancia de Lucas con Mateo en el empleo del término hijo primogénito es notable, Mat. 1:25. Sin duda significa que María tuvo otros hijos  después de éste.

Por otro lado, todo parece indicar que en Belén sólo había un mesón y que estaba lleno de forasteros que habían llegado al pueblo por la misma causa o motivo que José y María. Por otra parte sabemos que esta posada oriental estaba compuesta por una serie de casillas, cubículos, departamentos, que daban a un patio común y que los viajeros llevaban su propia comida, todo lo que daba el posadero era el forraje para los animales y fuego para la cocina. De manera que si todo estaba ocupado, Jesús bien pudo haber nacido en el rincón de un patio público y común. Aunque la frase: lo acostó en un pesebre, si no contradice nuestra idea antes expuesta, pues puede significar un lugar dónde comen las caballerías y éste estaba ubicado en el patio común, frente a cada puerta de las casillas, también puede significar otra cosa. Lucas emplea el mismo término en 22:11, con lo que parece indicar el establo de una casa amiga. De lo que hay duda es que en un lugar u otro sus padres estaban en un pesebre porque no había otro lugar y allí nació Jesús. Los pañales consistían  en una tela más o menos cuadrada que salía diagonalmente de una punta y el niño era envuelto en la tela y luego se enrollaba en la ira. ¡Cuánta era la locura! ¿Cómo puede entenderlo el mundo? ¡Aquél que iba a gobernarlo nacía en un establo y moría en una cruz!

Luc. 2:8. La noche era dividida en cuatro guardias o velas de tres horas cada una, Mat. 14:25; Luc. 12:38. Esta costumbre, de pasar la noche al aire libre con el ganado aún existe en el oriente.

Luc. 2:9. La palabra griega que traducimos por se les presentó significa literalmente: se halló allí con ellos, y se aplica a unas apariciones de ángeles, 24:4; Hech. 12:7, pero se usa también para describir el estupor que producen los que aparecen de forma inesperada, 20:1. Por la gloria del Señor es necesario entender una luz celestial, un resplandor casi insoportable, tanto es así que ellos tuvieron gran temor, así era siempre en que hacia acto de presencia esa gloria del Señor, Dan. 10:7, 8; Luc. 1:12; Apoc. 1:17 Recordemos que cuando el ángel anunció a Zacarías 1:12, aquella gracia inmensa que iba a recibir, éste experimenta ese temor que sobrecoge al hombre pecador cada vez  que alguna manifestación del mundo invisible le da el sentimiento de la presencia inmediata de Dios, 1:29; 2:9; Gén. 28:17; Isa. 6:5 y otra vez Apoc. 1:17. Por eso siempre las primeras palabras que Dios dirige al hombre a través de sus enviados siempre comienzan: ¡No temas…!

  Luc. 2:10. O lo que es lo mismo: Os evangelizo un gran gozo, pues que del gozo de la posibilidad de salvación se trata y es para todo el mundo sin exclusión. Primero el pueblo de Israel que esperaba el cumplimiento de las promesas y luego, por rechazo de éste, al pueblo de Dios que salió de entre las naciones.

Luc. 2:11. Un Salvador, esta es la palabra central de todo el mensaje del ángel y el tema del gozo que acaba de anunciar. Ya se había cumplido la profecía dada por Isaías, 9:7, en Belén, el lugar mencionado por Miqueas, 5:2. Pero los pastores debían saber más: Debían saber que ese Salvador es Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías que ellos esperaban con todos los judíos más o menos piadosos de Israel, Mat. 1:16. Por último se les señala que es a la vez Señor, el Señor de todos, Hech. 10:36, aquel a quien toda lengua debía confesar como tal, Fil. 2:11, porque no debemos olvidar que en la versión de los Setenta, de la que es tomado el lenguaje del evangelio de Lucas, la palabra Señor es la traducción constante del nombre de Jehovah. Tampoco debemos olvidar que el ángel había dicho a José: Llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados, Mat. 1:21. Con todo, éste es el único v en que todos estos atributos de Cristo están reunidos

Luc. 2:12. Esta señal debía ser suficiente para que los pastores, en la aldea de Belén, y en un pesebre, un niñito que acababa de nacer, hoy en el v. 11, pudieran encontrarlo, con lo que, de seguro, sólo Cristo cumplía todos estos requisitos. Siempre es bueno que pensemos que si hubiera nacido en el palacio de Herodes, por ej., los pastores se hubieran sentido cohibidos y se hubieran abstenido de ir, pero el pesebre era accesible a su humilde condición. Así Jesús quien no tuvo ni casa propia para nacer ni sepulcro para ser enterrado, simboliza la mansedumbre viviente apto para recibir a cada uno de nosotros por pequeños y depauperados que estemos.

Luc. 2:13. Esta multitud, este ejército celestial de ángeles, son aquellas inteligencias puras y felices con las cuales el Señor ha llenado el mundo invisible y de las que hace sus mensajeros, 1 Rey. 22:19; 2 Crón. 18:18; Sal. 103:21; Mat. 26:53. Estos ángeles toman parte con amor en la gran obra de la redención, Luc. 15:10; Heb. 1:14, y se encuentran ejerciendo su ministerio en los momentos más solemnes de la vida del Salvador, Luc. 1:19, 26; Mat. 4:11; Luc. 22:43; 24:4; Hech. 1:10. Así que aquí, los ángeles son los primeros predicadores del evangelio y los pastores sus primeros oyentes con lo que los dos extremos parecen tocarse, pequeñez y grandeza son los caracteres de este hermoso relato.

Y como por otra parte, una faceta de los ángeles es la de adorar y alabar al Señor, Apoc. 5:11, 12, decían:

Luc. 2:14. ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, y buena voluntad para con los hombres! Conservando la lección del texto recibido, este magnífico canto se divide naturalmente en tres sentencias, de las cuales las dos primeras son paralelas y la tercera indica la causa o el fundamento de las otras dos. Por la redención del mundo es porque los ángeles cantan Dios se ha glorificado en las alturas, a los ojos de los ángeles y de los justos, Luc. 19:38; Efe. 3:10, la paces hechas sobre la tierra, pues los seres humanos se han reconciliado con Dios y los unos con los otros. Por último, es así gracias a la manifestación de la plena misericordia del Señor, de su buena voluntad para con los hombres, como ha demostrado su benevolencia. Es necesario mostrar la armonía de estos conceptos: Gloria y paz, en lo altísimo, y sobre la tierra, Dios y los hombres. Además, vemos, observamos que lo que expresan los ángeles no es un voto o un deseo, cantan lo que ya es. En efecto, todo lo cantado ya es en el designio de Dios y lo será plenamente cuando sea realizado en todos aquellos que participen en la santa redención que anuncian.

Ya los profetas lo cantaron del Mesías, Isa. 9:6, 7; 52:7-10; Miq. 5:2-5, y así, todos aquellos que lo aceptan tienen paz con sus prójimos y con el propio Dios. Debemos decir, por último, que hasta hace poco leíamos: Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad, lo que es erróneo puesto que así tendríamos, no la benevolencia de Dios, su amor, sino una disposición del propio corazón del hombre necesaria para tener esa paz. Lo correcto es, pues, leer: ¡Buena voluntad para con los hombres! con lo que expresamos, no un sentimiento del hombre hacia Dios, sino una disposición misericordiosa del Señor hacia el hombre, Mat. 11:26; Efe. 1:5, 9; Fil. 2:13. Lo mismo ocurre con el verbo de la misma raíz, Mat. 3:17; 17:5; Mar. 1:11 y Luc. 3:22.

Luc. 2:15. Los ángeles, acabada su misión, se retiran y los seres humanos se apresuran a seguir la revelación que acaban de recibir Pasemos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado. La venida del Mesías fue para ellos un acontecimiento que no podía esperar, no dudaban en sus sanos corazones. Abandonaron el ganado y se acercaron a Belén. Al oír del Señor, debemos abandonar todo lo que estemos haciendo por cuanto pierde su valor. Sólo así podremos encontrar al Niño.

Luc. 2:16. El verbo hallaron es compuesto con una partícula griega que indica un descubrimiento sucesivo: Vieron a María, luego a José y por fin, al Niño. Sin duda el E Santo los guió bien hasta el lugar indicado y vieron con sus ojos que el hecho que el Dios se hiciera carne en rescate por los pecadores era la maravilla de los siglos, Juan 1:1-14.

Luc. 2:17. Es decir, relataron a María y a José lo que les había sucedido en el campo, asunto de gran interés para todos. Con lo que este testimonio debe de haber reforzado aún más si cabe la fe del matrimonio.

Luc. 2:18. Gradualmente la rara noticia llegaba al patio común: La visión de Zacarías, la experiencia de María, los nacimientos de Juan y Jesús, y la experiencia de los pastores venían a colmar el vaso de lo extraordinario, luego la visita de los Magos y las malas indagaciones reales en busca del Mesías iban a motivar la marcha apresurada de la familia buscando la salvación del Niño. De todas formas, quizás todos exteriorizasen sus sentimientos,

Luc. 2:19. María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Es necesario observar este pero pues que indica el contraste entre lo que ella cree y la admiración general delante de la noticia de los sucesos ocurridos. Unos parecían sentirlos de una forma superficial pero ella las guardaba en su corazón. Ella las meditaba, comparaba, aquellas cosas que le habían sido predichas nueve meses antes.

Luc. 2:20. Los pastores ya saben que hay plena armonía entre lo que les han dicho y lo que han visto y oído. El primero de estos verbos se refiere sin duda al relato que les han hecho acerca de las circunstancias sobrenaturales que han precedido al nacimiento de Jesús, el segundo a lo que ellos mismos han podido contemplar con sus propios ojos. Por esto glorifican y alaban a Dios.

 

Conclusión:

Muchos en estas fechas van a celebrar la Navidad como si se tratase de una fiesta más en el calendario anual sin pensar en el don inefable que Dios nos ofrece por medio de Cristo, el Autor de la Salvación. Por el contrario, todos los creyentes tenemos la fiel obligación de anunciar en estas mismas fechas todo lo que hemos visto y oído acerca de este nacimiento y de su significado.

¡Celebremos la venida de Jesús como se merece! Corriendo a anunciar a otros las buenas nuevas: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros lleno de gracia y verdad, Juan 1:14.

 

 

 

 

070395

  Barcelona, 19 de diciembre de 1976

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219 LA PROMESA CUMPLIDA

Luc. 2:25-38

 

Introducción:

El primer domingo de este mes hablamos acerca de la Venida Anunciada a la virgen María y con ella, al mundo; el segundo La Venida Anticipada reconocida a la vez por Elisabet y la propia María; el anterior hablábamos de La Venida Celebrada con el anuncio hecho a los pastores galileos y su encuentro con el Niño, con lo que ya tenemos los suficientes elementos de juicio para demostrar que esta Promesa ha sido cumplida.

Aunque el propósito divino de salvar a la humanidad perdida es eterno, se manifestó de una manera clara y convincente cuando Jesús nació de la virgen María. Aquellas promesas de Dios dichas p expresadas por medio de Moisés y muchos profetas hebreos, se cumplieron perfectamente en la vida terrenal de Jesús y en su obra redentora.

 

Desarrollo:

Luc. 2:25. Con estas palabras Lucas conecta su narración acerca del nacimiento del Niño Jesús y su presentación en el templo, vs. 1-24, con los hechos que siguen a continuación. Sabemos que el templo se levantaba en Jerusalén, capital de Israel, y que el citado Simeón tenía unas cualidades que no las tenían todos. Lucas, el narrador meticuloso, no podía hacer menos que describírnoslas como hombre, justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel, seguro que en aquel tiempo había muchos israelitas que eran justos y piadosos a los ojos de Dios y que esperaban a Jesús, el Mesías prometido por los profetas para que consolara al país librándolo del yugo y poderío de los romanos, pero muy pocos esperaban al Mesías como un consolador espiritual que era como Simeón lo esperaba.

El E. Santo estaba con él, eso es lo que le diferenciaba de la inmensa mayoría de los judíos, pues no sólo se nos dice que tenía el E Santo, sino que se dejaba guiar por Él y dependía de Él

Luc. 2:26. Es posible que Simeón pensase que moriría pronto y como no quería hacerlo sin ver al Mesías prometido, había orado a Dios pidiéndole que antes de que lo llamase a su presencia le permitiera ver físicamente al ser objeto de su esperanza. Y aquí se nos dice de forma expresa que el E. Santo le reveló que el deseo le sería concedido.

Luc. 2:27. Es decir, el E. Santo le reveló que debía ir templo y Simeón, fue. Y cuando los padres de Jesús lo trajeron al templo para hacer con él conforme al rito de la ley. Ésta requería tres grandes ritos diferenciados pero que se complementaban llenos de grandes enseñanzas: a La circuncisión que se practicaba en cada hogar el octavo día de haber nacido mediante el cual el niño era introducido en el pacto con Dios y, por lo tanto, de manera automática entraba en la familia del pueblo escogido. b La santa purificación, pues la ley declaraba implícitamente que una madre era impura durante siete días después de haber dado a luz y que debía estar separada del pueblo durante treinta y tres días más cumpliendo un total de cuarenta. Al final de este periodo la mujer debía ofrecer un sacrificio como ofrenda a Dios. Lo corriente era ofrecer un cordero, tan lleno de significado, pero los más pobres podían ofrecer como sustituto un par de tórtolas o dos palominos. José y María usaron es dos últimas aves, con lo que de paso señalaron que eran pobres, leer: Lev. 12:6-8. Al propio tiempo, esta pobreza de la familia nos hace recordar que si bien la venida, el nacimiento de Jesús pareció tener poca importancia a juzgar por las circunstancias externas, hoy todas las naciones del orbe, de una forma u otra, lo recuerdan y lo aplican en lo más profundo de sus corazones, leer 2 Cor. 8:9. c La presentación, redención del primogénito. Esta tercera fase, al igual que la segunda, tenía lugar en el templo, aunque a diferencia de ésta, aquella era hecha sólo con los niños primogénitos y quería significar que el primer varón pertenecía a Dios y que sólo llegaba a ser de sus padres a través del acto de redención que se llevaba a efecto. Así, se hacía una ofrenda en lugar del niño tras la cual el niño era devuelto a sus padres, Éxo. 13:2, 13; 34:19, 20; Lev. 27:26; Núm. 3:13, 45-47.

A propósito de las presentaciones de nuestros niños en los templos, debemos decir que lamentablemente, a veces, tan solo es un sustituto del bautismo infantil y al igual que la circuncisión para el judío o el bautizo para un católico, carece de valor cuando se hace por costumbre o cuando creemos que tiene un cierto valor sacramental. Por otra parte no hay evidencia de ninguna clase en el NT que pueda indicar que la presentación de los niños se hacía en las iglesias primitivas. Sabemos que muchos alegan en su favor el hecho de que Jesús mismo fuera presentado en el plazo de rigor, cierto, pero a los tales debemos recordarles que tan solo se trató de una costumbre judía , de ningún modo cristiana y que el Señor mismo no tuvo nada que ver, porque los dos padres le llevaron sin que Él pudiese alegar nada. Es evidente, lo hicieron para presentarle al Señor conforme a la ley de Moisés, Luc. 2:22.

También debemos decir que, en caso que se produzca, debe ser una ceremonia de acción de gracias, una ofrenda. Los padres van ofreciendo el fruto de su amor al Señor, mas han de ser bien conscientes de que nadie puede comprometerse en su lugar con lo que la ofrenda es de los padres y jamás de los pastores, ancianos o presbíteros. Vendrá el día en que el niño mismo tendrá que ver y decidir el camino que va a seguir, por lo tanto los padres están diciendo al Señor que, en cuanto a ellos concierne, quieren al hijo para que sea suyo y haga de él lo que le parezca. Por fin, la presentación de un niño representa un compromiso. Los padres no comprometen al niño, sino a ellos mismos a proveerle un hogar cristiano en el que pueda conocer un día el amor de Cristo y los caminos del Señor. Se comprometen, en fin, a educarlo en los principios de la Palabra de Dios y a criarlo en ambiente espiritual con lo que prometen al Señor y a la Iglesia que van a ser ejemplo al niño para que sea digno del Señor.

Luc. 2:28. Simeón que estaba en el templo se dio cuenta de las ceremonias de la presentación del Niño, de la purificación de María, comprendió lo que significaba y tomó al Niño en sus brazos. Y bendijo a Dios, es decir, lo alabó porque se daba cuenta de que en Jesucristo se cumplían todas las promesas mesiánicas, diciendo:

Luc. 2:29. Está pensando que ha atrasado su hora para morir y considerándose en relación con el Altísimo, esclavo o siervo, está dispuesto a morir, a hacer su voluntad y asó lo expresa. Dios, ya lo hemos visto, le había prometido a Simeón que le conservaría la vida hasta que viera al Ungido con sus propios ojos. Y Simeón, lo reconoce y está satisfecho y en paz para acudir presto al llamado de su Señor. Ya nada le retenía en la tierra.

Luc. 2:30. Simeón tenía la certeza, estaba seguro, que aquel niño en el futuro, sería causa y motor de la salvación de la humanidad, salvación que reconoce como dimanante de su Dios. Él, como María, Luc. 1:46-55, como Zacarías, Luc. 1:67-79, tenía la plena seguridad de que los planes divinos se estaban realizando. De la misma manera nosotros debiéramos estar viendo esta realización en todo lo que nos rodea y alabarle por lo mismo. Todo tiende a cumplir su voluntad incluso aquello que parece ir en contra de la nuestra.

Luc. 2:31. Aquí reconoce con los patriarcas y los profetas que ha sido Dios quien preparó esta salvación que ahora está cantando y que había sido objeto de su vida y que, a la vez, esta salvación debía ser para todos los pueblos, para todo el orbe, puesto que en presencia de todos ellos ha sido anunciada y realizada: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el crea, no se pierda más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él, Juan 3:16, 17.

Luc. 2:32. Sabíamos que Jesús es la luz del mundo y que el que lo sigue no anda en tinieblas. Sin embargo, aquí, se puntualiza que también es luz para los gentiles, guiados por la cual, todos los pueblos podrán acercarse hasta el trono de la gracia. Además, Jesús es la honra del pueblo israelita y así debieran reconocerlo todos puesto que fueron escogidos para que uno de sus hombres, de la tribu de Judá, concretamente, fuera el Mesías hebraico y el Salvador del mundo.

Luc. 2:33. Y José y su madre, no olvidemos que José a los ojos de la ley era su padre y María su madre, estaban maravillados de todo lo que se decía de Él, pensaban que todo señalaba a realizar el vaticinio anunciado. De María, expresamente, se nos dice que guardaba todas estas cosas en su corazón, vs. 19, 51.

Luc. 2:34. Simeón está ratificando aquellas profecías paralelas que hablan de que el Mesías vendría para caída y levantamiento de muchos del pueblo judío y que, por comparación, aplicamos a que vendría para caída eterna o condenación de los pecadores que no se arrepientan de sus pecados y lo acepten como fiel Salvador personal y para levantamiento de todos aquellos que se muevan al arrepentimiento y lo acepten. No debemos olvidar que la palabra levantamiento significa también resurrección y así se aplica en Mar. 21:44; Hech. 4:11, 12; 28:22; Rom. 9:33; 1 Ped. 2:6. Por otra parte, es cierto, donde se predique el Evangelio habrá opositores, y hasta persecuciones de los cristianos que anuncian que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores.

  Luc. 2:35. La crucifixión de Cristo iba a ser para María como una espada que le produciría indescriptibles sufrimientos y no sólo por verlo en la cruz, Juan 19:25-30, sino por verlo morir inocente, incomprendido e injustamente, en sustitución de los pecadores, Rom. 5:6. Pero el mismo sacrificio que iba a traspasar el corazón de María, también serviría para que muchas gentes manifestaran que en su interior tenían fe en el Salvador y que lo aceptaban como Hijo de Dios, y serviría, asimismo, para que las gentes manifestaran también que no lo veían como Salvador del mundo ni como Dios.

Luc. 2:36-38. Ana, de la tribu de Aser, también estaba en el templo. Sus antepasados habían sido llevados al cautiverio a causa de su incredulidad, pero una vez vueltos fueron fieles a Dios, tanto es así que Ana, mujer piadosa, se había especializado en enseñar las Escrituras al pueblo y en profetizar, por lo cual se ganó el nombre de profetisa. De edad muy avanzada, era viuda desde hacía ochenta y cuatro años, no se apartaba del templo. Sentía gozo y paz en la casa de Dios y podía decir con el Salmista ¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehovah… Bienaventurados los que habitan en tu casa… mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos… Sal. 84:1-4, 10. Los judíos tenían por costumbre ayunar por lo menos dos veces a la semana; Luc. 18:21, y la de ir al templo a eso de las nueve de la mañana y a las tres de la tarde: las horas tercera y novena, Hech. 2:15; 3:1, pero esta anciana iba a la casa de Dios también de noche, vivía, pues, consagrada a adorar y a servir a Dios.

Luc. 2:38. Esta, Ana, presentándose en el templo en la misma hora en que estaban Simeón, José, María y el Niño Jesús, daba gracias a Dios porque ya había visto al Mesías prometido, el Ungido del Señor, v. 26, y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

 

Conclusión:

Así que esta viuda consagrada nos da un excelente ejemplo de lo que debe ser nuestro testimonio personal, ser evangelistas persona a persona, sí, aquella anciana era de esa gran multitud de los que llevan buenas nuevas, Sal. 68:11, porque habían visto con sus ojos la Salvación que Dios había preparado en presencia de todos los pueblos, Luc. 2:30, 31.

 

 

 

 

070396

  Barcelona, 26 de diciembre de 1976

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220 NAVIDAD

Mat. 13:54-58

 

Un nacimiento tan sencillo como el que tuvo Jesús forzosamente tuvo que levantar preguntas a lo largo de toda su vida, sobretodo cuando realizaba o era objeto de cosas extraordinarias. Así que, cuando venido a su tierra y hacía maravillas, la gente preguntó: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estas maravillas? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo y José, y Simón y Judas? ¿Y no están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas? Y se escandalizaban en Él.

  La respuesta de Jesús no se hace esperar: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de Él, dijo: ¡He aquí mi  madre y mis hermanos! Mar. 3:33, 34. Aunque tal vez aquellas palabras, a simple vista, pareciesen duras a oídos de su familia, en las circunstancias en que fueron dichas, carecieron de orgullo y desprecio puesto que a continuación añadió, señalando de paso su carácter divino: Porque cualquiera que hiciere la voluntad de Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre, Mar. 3:35.

Esta es la casuística de la obra teatral del Cristo nos ha nacido (LXVIII, Volumen séptimo, pág. 369) que vamos a ver enseguida y que, sin duda, tiene un mensaje para todos nosotros. En un momento dado de la obra, el actor exclama:

Cristo nació en su momento,

cierto, y es bueno recordarlo,

pero no podéis dejarlo

con unas fiestas y un cuento…

Para poder contemplarlo

hay que incluir en la canción

su muerte y resurrección.

Luego, no podemos separar ambos eventos puesto que los dos, inevitablemente, estaban unidos en la mente de Dios, y seguían

paso a paso, la línea que Él estableció para la total Salvación del universo. El hecho de que Jesús no tuviera cuna propia cuando nació ni sepulcro cuando murió, debiera sernos un revulsivo para ir corriendo a entregarle nuestros corazones.

De vosotros depende que la Navidad se sea una más en vuestra experiencia. ¡Contestemos afirmativamente al reto que levanta la obrita y os prometo que este año lo recordaréis mientras viváis!

¡Año veinticuatro de nuestra era, una carpintería de Nazaret, Galilea, Palestina, Oriente Medio, Asía, el Mundo!

 

 

 

 

070397

  Barcelona, 26 de diciembre de 1976

 

ÍNDICE

146 Requisito previo para crecer 1 (070323)

147 La meta del crecimiento cristiano 3 (070324)

148 Como hacer frente a las dificultades 4 (070325)

149 El E Santo en el crecimiento cristiano 5 (070326)

150 Medios para crecer como cristianos 7 (070327)

151 Hecho a su imagen 8 (070328)

152 Libre, pero responsable 10 (070329)

153 El hermano de mi hermano 12 (070330)

154 El hombre en el plan de Dios 14 (070331)

155 Iré a donde Dios me guíe 15 (070332)

156 Lucha contra la duda 17 (070333)

157 Daré lo que Dios pida 18 (070334)

158 Quiero lo que yo quiero 19 (070335)

159 De sueño a realidad 21 (070336)

160 Contienda entre el orgullo y la envidia 23 (070337)

161 Hallo fortaleza al servir a Dios 24 (070338)

162 Otros antes que yo 26 (070339)

163 Introducción a Gotas de rocío 28 (070340)

164 El dinero (Gotas de rocío) 28 (070341)

165 Logrando la reconciliación 29 (070342)

166 El evangelio singular de Mateo 30 (070343)

167 El tiempo (Gotas de rocío) 33 (070344)

168 La máquina (Gotas de rocío) 33 (070345)

169 Mateo y el Mesías 33 (070346)

170 En busca del Rey 35 (070347)

171 Lucha contra la tentación 36 (070348)

172 Vivir es igual a agonizar (Gotas de rocío) 38 (070349)

173 La fuente sin agua (Gotas de rocío) 38 (070350)

174 Jesús y la Ley 39 (070351)

175 Manera de vivir en el Reino 40 (070352)

176 El poder sanador de Jesús 42 (070353)

177 La misión de los doce 43 (070354)

178 Jesús involucrado en conflicto 45 (070355)

179 La luz verdadera 46 (070356)

180 Parábolas del Reino 49 (070357)

181 Significado y misión de la Iglesia 50 (070358)

182 Ministerio de la enseñanza bíblica en la Iglesia 52 (070359)

183 El camino del perdón 52 (070360)

184 Jesús demuestra su total consagración 53 (070361)

185 Parábolas de arrepentimiento y obediencia 55 (070362)

186 Las consecuencias de la hipocresía 56 (070363)

187 Base para el juicio 57 (070364)

188 El Rey rechazado 59 (070365)

189 Estilo de vida en la familia cristiana 61 (070366)

190 El desafío de la familia en marcha 62 (070367)

191 Desafío que presentan las relaciones familiares 64 (070368)

192 Desafío al conformismo 65 (070369)

193 Desafío a las drogas y al alcohol 67 (070370)

194 Comienzos 68 (070371)

195 La Iglesia se organiza 69 (070372)

196 Lucha y crecimiento 71 (070373)

197 La Iglesia y las autoridades civiles 73 (070374)

198 Expansión de la Iglesia 74 (070375)

199 Viviendo una nueva vida 75 (070376)

200 Diferencia entre la verdad y el error 77 (070377)

201 El mensaje de gracia 78 (070378)

202 Justificación por fe 79 (070379)

203 Herederos de la gracia de Dios 81 (070380)

204 ¡Liberado! 82 (070381)

205 Liberado para servir 83 (070382)

206 Nuestra necesidad de estar reconciliados 85 (070383)

207 ¿Conocimiento pleno? 86 (070384)

208 Reconciliados por medio de Jesucristo 87 (070385)

209 La nueva vida en Cristo 89 (070386)

210 La nueva vida como libertad 90 (070387)

211 Seguros en el amor de Dios 91 (070388)

212 La misericordia de Dios para todos 92 (070389)

213 La vida totalmente consagrada 94 (070390)

214 Caminando en amor 95 (070391)

215 Nuestro ministerio de reconciliación 96 (070392)

216 La venida anunciada 98 (070393)

217 La venida anticipada 99 (070394)

218 La venida celebrada 100 (070395)

219 La promesa cumplida 102 (070396)

220 Navidad 103 (070397)

 

 

 

 

 

071916

  Barcelona, 16 de febrero de 2009

  NOTA: 070000 es la matrícula del volumen mecanografiado y encuadernado artesanalmente en BCN con fecha de 6/2/77.

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

  GÉNESIS:                 1:26, 27/9

2:7, 18-25/8

3:1-13/10

4:1-15/12

6:13, 18-22/14

9:8-13/14

12:1-9/15

17:1-8, 15-19/17

22:1-13/18

25:19-34/19

27:41-43/19

28:10-17/21

32:24-29/21

37:5-11, 17b-24/23

39:6b-12, 16, 21/24

44:18-23, 30-35/26

45:4-8, 15/28

50:15-21/28

 

ECLESIASTÉS:        3:1/33

 

JEREMÍAS:              31:19/38

 

EZEQUIEL:             33:7/33

 

MATEO:                                     1:1, 17/30

2:1-12/35

4:1-11/36 + 4:13-16/33 + 4:23-25/30

5:38-48/39

6:19-21, 24-33/40

9:9-13/30+ 9:18-31/42 + 9:35-10:1, 16-20, 40, 41/43

12:1-14/45 + 12:15-21/33

13:31-33, 44-52/48 + 13:54-58/102

16:13-26/50

18:21-35/52

19:1, 2/53 + 19:16-30/74

20:17-28/53

21:1-5/33 + 21:28-32, 42-46/55

23:27-39/56

25:31-46/57

27:11, 15-23, 27-31/58

 

LUCAS:                    1:26-38/97 + 1:39-55/98

2:7-20/99 + 2:25-38/101

 

JUAN:                       1:1-18/46

4:14/38

15:1-11/1

16:12-15/6

 

HECHOS:                 1:1, 2/68 + 1:6-8/73

2:22-32/68

11:11-18/71

 

ROMANOS:             1:16/96 + 1:28-2:11/84

5:1-11/86

6:12-23/88

7:14-8:2/89

8:26, 27/6 + 8:28-39/90

10:5-13/92

11:33-36/92

12:1-10, 14-18/65 + 12:3-18/93

13:1-10/72

14:10-23/95

15:8-21/96

 

1 CORINTIOS:         2:1-5/4

6:9-20/66

 

2 CORINTIOS:         4:7-11, 16/4

5:16-20/73

 

GÁLATAS:              2:11-16/71 + 2:15, 16/79 + 2:15-21/77

3:1-14/79 + 3:23-29/77 + 3:23-4:7/80

4:8-11/81

5:1-10/81 + 5:13-15, 25/83 + 5:16, 17, 22-25/6

6:1-10/83

 

EFESIOS:                  4:11-16/3

5:21-6:4/63

 

FILIPENSES:            3:12-16/3

4:4-9/7

 

COLOSENSES:        1:9-11/86

3:1-4, 12-17/7 + 3:1-14, 18-20/60

 

1 TIMOTEO:            3:1-13/69

6:10/28

 

HEBREOS:               11:1, 8-16/62

 

2 PEDRO:                 1:20/51

 

1 JUAN:                    4:1-12/76

 

 

 

ESTUDIOS III

071916

bou3

16.02.09