Monthly Archives: febrero 1974

LA RESURRECCIÓN VICTORIOSA

 

Juan 20:19-29

 

  Introducción:

  Estamos sin duda ante el evento más importante de la historia humana: ¡La resurrección de Cristo! No hay nada, ni aun el propio nacimiento de uno mismo que pueda ser igualado a la brusca rotura de las puertas de Edén que por norma permanecían cerradas al acceso del hombre. La sobrenatural apertura de la losa sepulcral dice mucho más que la enseñanza lógica de una prueba física de su vuelta a la vida, es con mucho, el símbolo de las cadenas rotas. Cristo ha vencido a la muerte y lo que es más, por su victoria, podemos vencerla nosotros también. Y si para las mujeres bastaron las evidencias de sudarios abandonados, lo fue mucho más las apariciones del Señor en olor de santidad y gloria.

  Juan nos da evidencias físicas tratando de demostrar que Jesús resucitó, y hasta nos dice lo que para él fue la experiencia de los lienzos vacíos, pues dice que al verlo creyó, Juan 20:8, pero si bien la última palabra se debe a la fe, en aquellos momentos eran necesarios los datos finales que podían transformar a los apóstoles en verdaderas máquinas de convertir almas. Por eso, les da los últimos toques con sus apariciones, los prepara y los lanza hacia los caminos de la inmortalidad: ¡Testigos suyos! Mas, ¿testigos de qué? De su resurrección, claro. La única condición capaz de generar la salvación a todo aquel que cree, al judío primeramente y también al griego. Así debemos considerar el hecho concreto de que gracias a esa resurrección nosotros hoy estamos aquí. Leer 1 Cor. 15:14.

  La tercera y última evidencia que dejo Jesús de su resurrección fueron, sin duda, las once apariciones que realizó delante de sus amigos apóstoles de forma que, en su totalidad, sin incluir a la de Pablo, fueron suficientes, ni sobrando ni faltando ninguna, para borrar en ellos la desilusión, tristeza y mil dudas que les habían dominado a causa de los últimos acontecimientos vividos. Como ya ha quedado dicho, engendró en todos ellos, por contra, un deseo vehemente del primer amor, una confianza, un gozo y un celo misionero capaces, aún hoy, de emocionarnos. Aquellos hombres sencillos, incautos, orgullosos y hasta cobardes se transformaron en unos seres capaces de dar incluso la vida por su Maestro. Fueron desterrados, rotos, torturados y muertos por su fe: ¡La resurrección de Cristo fue el revulsivo, el suficiente acicate para darnos aún esta cuarta evidencia! Y aún podríamos añadir que bien podría haber una quinta. ¡Ojalá que estas dos apariciones que vamos a estudiar tuviesen la virtud de hacer de nosotros otros tantos pescadores de almas, dispuestos, no sólo a renunciar a nuestras conquistas sociales actuales, sino a morir por el Maestro si fuese necesario.

 

  Desarrollo:

  Juan 20:19. Para Juan y los demás discípulos este día no sólo fue el primero de la semana, sino, con mucho, el primero de su vida. En este domingo hubieron cinco apariciones distintas del Cristo victorioso, a saber: (a) A María Magdalena, Juan 20:11-18; (b) a las otras mujeres, Mat. 28:8-10; (c) a dos discípulos en el camino a Emaús, Luc. 24:13-32; (d) a Simón Pedro, Luc. 24:34, y (e) a los discípulos reunidos en el aposento alto, Juan 20:19-23.

  Cuando llegó la noche de aquel mismo día, ¿qué tenía de importante el día? ¡Era el domingo de resurrección! Fijémonos que Juan emplea un vocabulario romano para contar el tiempo, puesto que los judíos empezaban a contar el día precisamente a la puesta del sol y en este caso, Juan hubiese dicho, empleando la costumbre judía: al día siguiente… estando cerradas las puertas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos. Los discípulos habían vuelto al aposento que habían ocupado con su querido Maestro tres días antes con motivo de la cena pascual. Las puertas estaban bien cerradas y aseguradas por una razón: ¡Miedo cerval a los judíos! En estas circunstancias, sin que hubiese ningún resquicio para poder pasar, Jesús estuvo en medio de ellos, sin que notasen como había entrado ya que se nos asegura que las puertas estaban cerradas. Es evidente que el Evangelista ve en esta aparición de Cristo Jesús algo misterioso, situación que vuelve a mencionar ocho días más tarde.

  Todas las tentativas habidas para explicar la entrada de Jesús de un modo natural no son sino deformaciones del texto original. Calvino y otros intérpretes piensan que las puertas se abrieron ante una señal de su Majestad, pero si así hubiese sido, Juan lo hubiera dicho y explicado con toda sencillez. Y por otra parte, pensamos, esto también hubiese sido un gran milagro. Es pues más acorde con la realidad admitir que el cuerpo resucitado de Jesús estaba o se encontraba en vías de ser glorificado, en una palabra que se acercaba al estado de “cuerpo espiritual” definido en 1 Cor. 15:44 y que estaba desde entonces, liberado de las leyes del espacio y materia. Por otra parte, el término empleado por el médico Luc. 24:31: desapareció de delante de ellos, nos autoriza a dar o llegar a la misma conclusión. Además existe el hecho innegable por el cual muchos discípulos no le conocieron en otras apariciones hasta que Él les declaró quien era. Paz a vosotros: Este saludo, corriente entre los israelitas, tomaba una nueva dimensión en boca de Jesús: ¡No sólo deseaba la paz, sino que la dada!

  Juan 20:20 Les mostró tanto las manos como el costado, Jesús conociendo la debilidad de sus discípulos y la gran dificultad que tenían para creer en su resurrección real, accede a darles pruebas tangibles y visibles, pero más tarde va a decirles que no era precisamente aquello lo que daba fuerza a la fe, por ser ésta un acto libre de la conciencia y el corazón. Viendo al Señor, viendo sus señales, sabiendo que era Él, los discípulos se gozaron. Este gozo sucedió a las dudas que llenaban sus corazones desde hacía tres días. Era como el despertar de una tensión, como el llegar a un reconocimiento de que aquel abandono de tierras, familia y casa no había sido en vano y como el ver al sol levantarse en medio de las tinieblas de la tempestad. Entonces, sólo entonces, se cumplió la promesa de Jesús, Juan 16:22. El creyente que hoy vive en constante comunión con el Cristo victorioso tiene una segura base para ese gozo que es indispensable en el servicio diario que le debemos y, por consiguiente, una confianza firme y perfecta en el triunfo final del reino de Cristo.

  Juan 20:21. Paz a vosotros; Jesús repite el saludo, pero esta vez lo hace como preparando lo que va a seguir, ya que no podemos olvidar el orden con que se producen los hechos, el total de los acontecimientos: (a) Jesús establece su identidad; (b) la asegura con evidencias de su resurrección corporal; (c) calma el temor, y (d) señala la responsabilidad misionera que espera de ellos. Y como me envió el Padre, así yo os envío también. Jesucristo les encarga así, solemnemente, esa misión que debe continuar la suya en el mundo y a la que da un carácter divino, ya que les atribuye el mismo origen que motivó su propia misión: Como. El momento escogido para lanzarlos al mundo está cuidadosamente señalado: Los inviste de apóstoles después de su resurrección con todo el poder emotivo de la misma y para que le sean los testigos veraces de la misma. Así, ¿cuál de ellos podría llegar a olvidarlo? ¡Ninguno! Salieron a la mies, como auténticos líderes y ministros de reconciliación que eran, 2 Cor. 5:19, y bien dispuestos a correr sin desmayo anunciando el evangelio.

  Juan 20:22. Estamos ante un v. difícil. Nos encontramos aquí con un gran símbolo y una realidad. El símbolo lo constituye la acción del Maestro: Sopló sobre ellos. Una acción tanto más significativa cuando que, en he y en gr. el aliento o el viento, es designado por la misma palabra que el espíritu, Eze. 37:5; Juan 3:8; Hech. 2:2 e incluso Gén. 2:7. La realidad está claramente indicada por estas palabras: Recibid el Espíritu Santo. Esto no es sólo una renovación de la promesa que debía cumplirse en el Pentecostés, y por otra parte, el evangelista no pretende referir aquí la poderosa efusión del Espíritu Santo que tuvo lugar entonces, como piensan los que pretenden que Juan coloca esta ascensión en el mismo día de la resurrección basándose en el v. 17 y el verdadero descenso del ES apoyado muy bien en este v. 22 que estamos estudiando. El v. 20 prueba que Jesús aún no estaba glorificado del todo, no podía, pues, según nuestro propio evangelista, 7:39 y 16:7, enviar el E Santo a los suyos. Por otro lado el acto realizado por Él no es puramente simbólico, ya que agrega: Recibir el E Santo. Basta para comprender su sentido, considerar que estos discípulos, en el mismo momento que recibían el apostolado tenían la urgente sed o necesidad de recibir un socorro divino que confortara su fe y su esperanza y les sirviera de consuelo hasta el día en que tuvieran la plenitud del Espíritu.

  Debían, en efecto, vivir en la espera y en la oración, Hech. 1:4, 14, y debían tomar decisiones, Hech. 1:13-26. No podían, pues, en este importante intervalo, estar abandonados a sí mismos, a sus fuerzas y a sus temores e ignorancia. A esa necesidad provee Jesús al indicarles: ¡Recibid el Espíritu Santo!

  Por otro lado sabemos que este recibo temporal o pleno del E. Santo, es optativo, es decir, podemos recibirlo si queremos o también quedarnos sin él. En la ocasión que nos ocupa, Tomás, no estando presente, se abstiene. ¡Cuánto deberíamos aprender del apóstol! ¿Habéis pensado alguna vez que también nosotros podemos quedarnos sin la oportunidad de recibir el Espíritu al ser impartido? ¿Cuántos de nosotros acudimos a la reunión de oración de nuestra iglesia? La misión de reconciliación es del todo imposible e inadmisible sin el consenso del E Santo.

  Juan 20:23. Primero la autoridad, que acompaña a la presencia del Espíritu, se dio a los creyentes presentes y no sólo a los apóstoles y segundo, la autoridad conferida tiene dos aspectos principales: (a) La de anunciar todas las condiciones establecidas por Dios para el perdón de los pecados, y (b) pronunciar el perdón del Señor sobre los que reúnen las mínimas condiciones advirtiendo, a la vez, que no hay perdón para aquellos que se niegan a cumplirlas.

  Ahora es conveniente que nos fijemos en que el ve remitidos está en tiempo presente, para indicar con cierta claridad el efecto inmediato. En efecto, Dios ratifica su perdón en el momento mismo en que es solicitado. En cuanto al segundo ve: Retenidos está en perfecto para indicar el efecto persistente, un estado de endurecimiento o de incredulidad: ¡No perdonados!

  Así, ¿podemos o no perdonar los pecados? No. A todo aquel que crea, por su fe, podemos indicarles que Dios no les tiene en cuenta sus pecados, al que no crea, podemos afirmar que Dios se los echará en cara.

  Juan 20:24. A través de dos incidentes diferentes nuestro Juan había descrito ya a este discípulo de carácter sombrío inclinado a la duda y al desaliento: Juan 11:16; 14:5. Pero es sobre todo en este relato donde Tomás se presenta tal y cual es. Ante todo, lo vemos ausente del círculo íntimo de los discípulos cuando Jesús se les apareció por vez primera. Sin duda, no teniendo ninguna esperanza, habría buscado la soledad para entregarse a sus pensamientos.

  Juan 20:25. Fue sin duda, en una reunión subsiguiente cuando los condiscípulos dijeron a Tomás, con natural alegría: ¡Hemos visto al Señor! Primero es necesario que observemos en su respuesta la obstinación de la duda que se expresa en términos bien enérgicos y repetidos: ¡No creeré! Deberíamos estudiar con cuidado esta conclusión de Tomás por cuanto dice mucho más que lo que aparenta decir. En gr aparece una segunda intención en la respuesta que significa: ¡No creeré de ningún modo! Así, hablando así, este discípulo pensaba no obedecer más que a lo que le indicase su razón. Pero, no obstante, tenemos algo que agradecer a estas dudas y actitudes criticables de Tomás por cuanto motivó una de las razones por las cuales Jesús continuó apareciéndose y dando mucha más luz.

  Juan 20:26. Parece ser que durante estos ocho días no hubo nuevas apariciones de Jesús, aunque, sin duda, los discípulos se habían reunido a menudo como si estuvieran esperándole. Por fin viene. Es necesario observar este v en presente para hacer resaltar la solemnidad del acto y del momento. El Señor se presenta en medio de ellos en las mismas circunstancias y en el mismo sitio que la vez anterior, aunque había una marcada diferencia: ¡Esta vez estaba presente Tomás! Por otro lado, esto no debemos de olvidarlo, la sexta aparición llevada a cabo en domingo, sienta las primeras bases que establecerán para siempre el Día del Señor.

  Juan 20:27. Notemos que en cuanto Jesús pronuncia la dulce palabra de paz, se dirige directamente a Tomás, lo que nos da idea de que conocía a la perfección sus dudas y lo que es más importante, concede a todos sus queridos amigos las pruebas que necesiten, puesto que después, una vez comprobadas, serán capaces de morir por Él. Es curioso, si algún religioso fariseo hubiese pedido estas mismas pruebas para creer no se las hubiese concedido, pero a un discípulo hasta aquí probado, nada le rehúsa. Sin embargo, repitiendo intencionadamente sus mismas palabras, Jesús hace sentir, gustar, a Tomás su yerro y le cubre de confusión. Luego concluye con esta advertencia: No te hagas el incrédulo, sino creyente. No hay que traducir pues, no seas, sino no te hagas. Jesús le hace sentir la crítica situación en que se halla en la actualidad: En el vértice justo en que se separan los dos caminos: La de la incredulidad decidida y la de la fe perfecta.

  Juan 20:28. La evidencia de la resurrección marcó la diferencia entre el escepticismo y la fe cristiana para el pobre Tomás. Con su confesión, el apóstol llegó a la cima más alta del cristianismo. Fue el primero en llamarle con un nombre que quizá ninguno otro antes se había atrevido a hacerlo: ¡Mi Señor y mi Dios! Y Jesús lo aprueba a pesar de lo tortuoso del camino. Aquel discípulo que se había quedado atrás en cuanto a creer en su resurrección, con las evidencias aportadas, pasó al frente del resto de sus compañeros con la enormidad de su confesión.

  Juan 20:29. No hay reproche en las palabras de Jesús. ¿O es qué los demás habían creído en Él antes de verlo resucitado? No. Sin embargo, notamos una cierta censura en el resto del v puesto que Tomás se había encontrado en una situación apurada en la que hubiera podido llegar a creer con facilidad. Los otros compañeros le habían dicho: Ya hemos visto al Señor. Y él, que conocía a la perfección su buena fe había exigido una prueba o demostración material que pudieran digerir sus sentidos. Esto es a nuestro juicio, lo único condenable en la actitud de Tomás. ¡Negaba el valor del testimonio sobre el cual reposan la mayor parte de nuestros sanos conocimientos y convicciones!

  Por eso Jesús establece para su reino esta nueva base: Dichosos lo que no vieron y creyeron.

 

  Conclusión:

  La fe es, en efecto, un acto moral de la conciencia y el corazón, independiente de todos los sentidos. La Iglesia cristiana, desde hace diecinueve siglos, cree en Cristo y en su resurrección basándose en el mismo testimonio que Tomás rechazaba. Esto, repetimos, es quizá lo único que podemos reprochar a Tomás, pero nos guardamos mucho de juzgarlo cuando el propio Jesús no lo hizo y lo felicitó.

  ¡Qué Él nos haga también motivo de elogio cuando nos juzgue a nosotros y a nuestra labor!

  Así sea.

VICTORIOSOS EN LA MUERTE

 

Juan 19:17-22, 28-30

 

  Introducción:

  Cuando Adán y Eva desobedecieron a su Señor natural y fueron expulsados de Edén, Dios les hizo una promesa por cuya causa podrían volver al estado anterior al pecado, pero además les hizo una advertencia vital: A partir de aquel momento habría una enemistad a muerte entre la simiente del humano y la de la serpiente que los tentó. Así, la pareja dejó el huerto sabiendo que las serpientes futuras les iban a cercar y a morder, pero también, que su propia simiente, en el momento dado, oportuno, daría un golpe mortal en la cabeza de Satanás.

  Así que este conflicto se inició, desarrolló y continuó en el AT, volviéndose en el N. como algo latente que se ve o manifiesta entre los que obedecen a Dios y los que no lo hacen. Un día, también en el momento justo, oportuno, un día prefijado durante siglos, Jesucristo nació y llegó a ser el hombre obediente, la perfección y el ejemplo de todos los que aman y agradan a Dios. Esta fue la razón del por qué atrajo sobre sí toda la enemistad y furia de la simiente de la serpiente. La enemistad, camuflada en el principio, fue intensificándose durante su ministerio terrenal a medida, o en proporción directa en que iba revelando su gran divinidad y su poder. Por fin, el conflicto de los siglos tuvo su clímax en la cruz para que, desde ella, al vencer a la muerte, la simiente humana pudiese volver de nuevo a gozar de los paseos con Dios en Edén.

 

  Desarrollo:

  Juan 19:17. Irrumpimos bruscamente en la cruel escena cuando el primer actor se nos aparece con toda la carga dramática que quiso transmitirnos el autor.

  ¡Jesús lleva su propia Cruz!

  Mat. 10:38. Él debía dar ejemplo. Sólo Juan ha conservado este emocionante detalle que ha quedado grabado en su recuerdo como testigo ocular que fue. Entre los romanos era costumbre que el condenado fuera con su cruz o cuando menos, con el palo que sería puesto de forma horizontal más tarde, uniéndolo al vertical levantado antes en el lugar elegido para la ejecución. Así, el Maestro, como un reo cualquiera, fue sometido a este tipo de humillación hasta el momento en que no pudiendo más y caer exhausto, los soldados romanos hicieron lo que también era corriente: ¡obligar a cargar aquel madero al primer judío con el que se topasen! Mat. 27:32. Así cargaron a Simón de Cirene. Ningún romano quiso llevarla ni ningún judío lo habría hecho voluntariamente. Vieron al africano que volvía de su campo y le cargaron la cruz: A éste forzaron a llevar la cruz, nos dice el original gr. (hacemos esta pobre aclaración para salir al paso de aquellos que señalan que este hombre ya era discípulo de Jesús). En él, hombre de humilde condición, medio extranjero, vieron los romanos al sujeto que iba a salvar su responsabilidad de hacer llegar vivo al condenado al lugar del suplicio. Pero no obstante, debemos decir que a juzgar con el contexto evangélico, el hombre se convirtió, o por lo menos sus hijos, puesto que en Mar. 15:21 se dice que era padre de Alejando y Rufo a quien Pablo saluda como hijo en Rom. 16:13. En cuanto a la segunda parte del v debemos añadir o aclarar la palabra salió. ¿Qué puede indicar? ¡Qué salió de la ciudad!

  ¿Sabemos por qué aquel lugar se llama Gólgota o Lugar de la Calavera? Se ha supuesto que ese teatro de ciertas ejecuciones de criminales era llamado así a causa de los cráneos privados de sepultura que se podían ver allí. Unos piensan por su parte que el nombre le viene por la forma redondeada de la colina en cuestión. Otra cosa digna de mención es que a pesar de miles de decenas de investigaciones de todo tipo, no se ha conseguido lograr la certidumbre de su ubicación topográfica. De todas formas, nos importa más el hecho de la crucifixión en sí que el lugar donde tuvo lugar. El sitio tradicional, indicado por la iglesia conocida con el nombre del Santo Sepulcro, que la emperatriz Elena hizo construir a principios del siglo IV, está actualmente dentro del perímetro de la ciudad de Jerusalén. Los que defienden esta tesis piensan que en tiempos de Jesús, la muralla seguía de norte a sur en trazado de la calle de Damasco para volver bruscamente hacia el oeste en dirección a la puerta de Jaffa, de donde se desprende el hecho de que el Calvario habría estado ubicado en este ángulo dejado libre por el correr de las murallas. De todas formas, estuviese dónde estuviese el lugar conocido por el Gólgota en arameo y hebreo, era siniestro y las buenas gentes evitaban acercarse cuidadosamente.

  Juan 19:18. Debemos detenernos un momento en considerar la crucifixión: Dice la Biblia: ¡Allí le crucificaron! Es necesario, repito, detenerse en presencia de esta palabra “crucificado” pues dicho a la ligera puede perder todo su significado. La crucifixión define al suplicio más horrible que haya inventado la crueldad humana y que la legislación romana reservaba a los esclavos y a los criminales. La cruz, como sabemos, se componía de dos piezas, una vertical introducida profundamente en el suelo y la otra horizontal colocada ora al extremo de la primera, como formando una gran te, ora un poco más abajo como suponen la mayoría de las narraciones piadosas.

  Esta última fue probablemente la de la cruz de Jesús ya que coincide mejor con el hecho de que fue colocada una inscripción sobre su cabeza indicando los títulos y cargos. Cuando la cruz estaba levantada se izaba al condenado por medio de cuerdas hasta la viga transversal, sobre la cual se le fijaban las manos por medio de clavos. A media altura de la viga vertical había una clavija de madera sobre la que era colocado el reo a caballo, para impedir que el peso del cuerpo desgarrase las manos. Los pies, en fin, eran también clavados, ora uno sobre el otro con el mismo clavo, ora el uno al costado del otro con sendos clavos. Y también se usaba, pero de forma más rara, la norma que decía, establecía que el condenado se fijara a la cruz estando en el suelo y luego se izaba todo el conjunto dando un golpe seco en el mismo fondo del orificio previsto para el tramo vertical con el consiguiente dolor para el reo. Los crucificados de cualquiera de esos dos sistemas vivían una doce horas, aunque se habían dado caos excepcionales en los que el reo duraba dos y hasta tres días. La inflamación de todas las heridas provocaba fiebre y una sed ardiente, la espesa inmovilidad forzada del cuerpo ocasionaba, a su vez, unos dolorosos calambres y por fin, la afluencia de sangre al corazón y al cerebro causaban mil sufrimientos, angustias indecibles y el consiguiente óbito.

  Fijémonos que si bien fueron los soldados romanos los autores materiales de la crucifixión, lo fueron en calidad de simples comparsas, puesto que los verdaderos autores debemos buscarlos entre los fieros vociferantes hijos de Israel, que pasaron por la humillación de no poder matarlo según la costumbre, es decir, lapidado hasta la muerte.

  Y con Él otros dos, uno a cada lado, Mateo nos indica que tras haber crucificado a Jesús, los romanos colgaron a dos ladrones para que le franquearan, infringiéndole así, si cabe, una nueva humillación, pero al morir entre dos bandidos por salvarnos cumple una nueva paradoja divina narrada bien en Isa. 53:12: Fue contado entre los transgresores. Así se cumplió la profecía del AT incluyendo la citada por el propio Jesús en Luc. 22:37.

  Es curioso pensar que la humanidad estaba representada en una de las tres cruces: (a) El Salvador sin pecado. (b) El pecador arrepentido y (c) el escéptico. ¿Tú, a cuál perteneces?

  Juan 19:19. ¡Jesús Nazareno, Rey de los Judíos! Era una cruel costumbre entre los romanos, suspender del poste de la cruz, encima del presunto criminal, un rótulo indicando la causa de su condenación y muerte. Fue la última burla y venganza de Pilato, irritado contra los jerarcas del pueblo judío al negarse a su petición de cambiar el texto del título, Juan 19:22. Así que vierte sobre ellos su desprecio y tal vez odio, dándoles por Rey a este crucificado y, al mismo tiempo, pone en ridículo la acusación que habían hecho o levantado contra Él. Pero lo que no sabía Pilato es que sin quererlo, dio a Jesús su verdadero título, puesto que fue precisamente sobre esta misma cruz donde el Redentor fundó su eterna realeza para proyectarla sobre el corazón de todos los redimidos. Naturalmente, este título también concedía a Pilato la ansiada excusa para aplicar la pena capital puesto que así pensaba quedar justificado. Una última cosa, ¿por qué aparece el adjetivo Nazareno? Pues porque lo identificaban como natural de Nazaret.

  Juan 19:20. El letrero, pues era trilingüe: El hebreo que era la lengua sagrada, la lengua nacional de los judíos; el latín, la lengua de los romanos que dominaba el universo por entonces conocido y el griego que era la mejor lengua de la cultura y la más universalmente aceptada. De donde se desprende que esta inscripción fue una fiel profecía de la dignidad real de Cristo, la cual debía extenderse al mundo entero.

  Juan 19:21. Los sacerdotes estaban equivocados. Jesús nunca dijo que era el rey de los judíos. Cierto que admitió ante Pilato que era Rey sobre aquellos que amaban la verdad, Juan 18:36, 37, ante Caifás que era el Mesías, el Hijo de Dios, Mat. 26:63-66, pero no que era rey de los judíos. Jesús demostró su derecho a ser el Rey de una manera nueva y con un método distinto. Y demostró su real soberanía cuando moría voluntariamente y sin palear.

  Juan 19:22. Ante la insistencia de los principales sacerdotes que demuestran temer a Jesús aun en la cruz, puesto que el famoso letrero podía ser leído por cientos y cientos de personas que visitaban Jerusalén en la Pascua cosa que no entraba en sus planes, cuya ignominia no requería publicidad, Pilato responde como sabe: La inútil y perentoria negativa del romano revela por fin cierta firmeza y al mismo tiempo, su mal humor. ¡Ya está harto del caso de Jesús y de sus acusadores! Y dice: Lo que he escrito, he escrito. Hay autores que han querido ver aquí algún conato de arrepentimiento tardío en Pilato, pero creemos mejor que se trata simplemente de un hastío pasajero, o como mucho, la demostración de algo que hemos hecho mal y que ya no podemos remediar. Como la traducción de alguna sensación interna a la que por razonamientos habíamos amordazado y que por fin, brota al exterior. Pilato, a nuestro pobre juicio, es el gran equivocado de la historia.

  Juan 19:28. Eran las tres de la tarde y durante la oscuridad sobrenatural que había ensombrecido el cielo aquel mediodía. Se dice que Jesús aún está consciente por cuanto se hace alusión a que Él sabía que ya estaba todo consumado. Este ve consumar es el mismo que se emplea en el v 30 y significa terminar, completar o concluir cualquier proyecto.

  Ahora estamos delante de aquel pasaje tan difícil: Dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Sí, es sin duda una interpretación de Juan. Creemos que Jesús no dijo tengo sed para cumplir lo dicho en el Sal. 69:21, sino que lo dijo a causa del calor del día, de la pérdida de sangre o del polvo levantado por el incesante corretear de la gente nerviosa. Claro, una vez que lo dijo, se cumplió la profecía. Esta fue la 5ª palabra, de un total de 7, que pronunció el Maestro en la cruz y fue la única referencia a su agonía física. (Las cuatro anteriores son: Luc. 23:34; 23:43; Juan 19:26 y Mat. 26:46).

  Juan 19:29. Son los soldados que habían crucificado a Jesús, sin duda, los que ahora realizan este acto tan humano. Este vinagre era, como sabemos, un vino ácido. Bebida común entre los soldados y los pobres. Mas como este vino estaba allí junto a una esponja un tallo de hisopo, podía haber sido llevado para alivio de los sujetos crucificados. El hisopo es una planta muy pequeña descrita en 1 Rey. 4:33, y su tallo tiene a lo sumo de cincuenta a sesenta cm de largo y, por lo tanto, debía bastar para llevar la esponja hasta la boca del torturado, pues éste no estaba separado del suelo. Contrariamente a lo que se nos describe en los cuadros piadosos, los pies de los crucificados estaban a lo sumo a 30 o a cincuenta cm del suelo por lo que eran fácilmente accesibles. Sólo una palabra más: No hay que confundir este incidente con el referido en Mat. 27:34 y Mar. 15:32, en los que se describe la escena de dar vino a Jesús antes de la crucifixión propiamente dicha, vino que Él rechazó, pero sí es paralelo al descrito en Mat. 27:48, aunque allí se nos dice que fue usada una caña en vez del hisopo.

  Juan 19:30. Esta vez sí. Jesús toma el vinagre con sus labios, contrariamente a lo que había hecho en los textos referidos anteriormente por tener efectos estupefacientes (hiel y vinagre), y exclama: ¡Consumado es! ¡Consumado está! La Obra de Jesús, la redención del mundo estaba ya terminada, Juan 17:4. Pero somos justos al reconocer que hay en las palabras el sentimiento de una victoria, de una gran victoria, pues al morir, el Salvador triunfa y su muerte representa la vida para miles de millones de seres humanos. Por otra parte, consumado está, es la 6ª palabra de la cruz, faltaba la última, la descrita por Luc. 23:46: ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!

  Y habiendo inclinado la cabeza… al leer este v nos viene a la memoria aquel otro en el que el propio Jesús dice: El Hijo del Hombre no tiene dónde reposar la cabeza, Mat. 8:20. Aquí aún parece que Jesús tiene el control de la situación. Cada acto se nos antoja voluntario y firme. Habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu. Ningún Evangelio dice que Jesús muriera. Aún este último acto fue voluntario, puesto que sabiendo lo que le pasaba, estaba de acuerdo con el Padre. Además, aquello era el único camino para volver a su lado.

 

  Conclusión:

  La muerte de Cristo no es el último acto del drama: ¡Es tan sólo el principio! ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. Pero gracias a Dios, quién nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo 1 Cor. 15:55-57.

  Invitación.

VICTORIOSO EN LAS PRUEBAS

 

Juan 18:33-38; 19:7-11

 

  Introducción:

  Para situarnos en escena basta con recordar que Jesús fue entregado a los líderes religiosos por Judas estando en el huerto de Getsemaní y a continuación empezó a funcionar la máquina que iba a condenarlo. Sabemos que hubo por lo menos 6 juicios hasta que encontraron las bases falsas con que condenarlo y crucificarlo. (a) Ante Anás, el ex sumo sacerdote. (b) Ante el Sanedrín, que fue convocado antes del amanecer por falta de tiempo. En el transcurso de aquella reunión salió sentenciado a muerte por Caifás, el sumo sacerdote a la sazón. Esta asamblea era ilegal a causa de la hora. (c) Ante el propio Caifás y el Sanedrín en un juicio ya legal a los ojos de los judíos ya que abría su sesión a la hora preceptiva, ya amanecido. (d) Ante Pilato. Los judíos tenían que refrendar sus penas de muerte ante el poder ejecutivo: El gobernador romano. (e) Ante Herodes, y (f) Ante Pilato por segunda vez.

  Nuestra lección está basada en los dos juicios delante Pilato.

 

  Desarrollo:

  Juan 18:33. ¿Cuál es la pregunta básica? ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Lo primero que notamos es el tono en que está hecha la pregunta. Sin duda denota extrañeza con algún ribete de ironía. Pero esta pregunta de Pilato no se comprende si no tenemos en cuenta los vs. anteriores. Y podemos admitir perfectamente que los judíos, aun sin ver la pretensión solapada del v 30, en el que insinuaban la condena que presumían, han acabado de formular su acusación en toda regla. En Luc. 23:2, vemos que el principal punto de la acusación consistía en el hecho de que Cristo decía ser el Mesías. Así, ¿en que se basaba la notoria inquina de los judíos? La maldad del procedimiento estribaba el transformar el agravio religioso, por el cual ya habían condenado a Jesús, Mat. 26:63-65, en una acusación política sobre la cual no tenían ningún fundamento legal. El remache final, allí donde apoyaban su teoría radica en el v. de Lucas que ya hemos leído: ¡Prohíbe pagar tributos a César! Sí, con esa acusación entraba de lleno en la jurisdicción del romano. Pilato vuelve a entrar en el Pretorio. ¿Qué significan las entradas y salidas de Pilato? El Pretorio era la vivienda del gobernador y a la vez dónde estaba ubicada la sala de los casos perdidos. Jesús tuvo que entrar en esa sala, pero los judíos se quedaron en el atrio porque trataban de no mancharse, contaminarse, cosa que hubiesen hecho de entrar en una casa romana. ¡Qué contrasentido! No querían entrar en la casa y pedían la sangre inocente de Jesús. Así que si Pilato quiere enterarse de la causa criminal tiene que salir y hablar con los representantes del pueblo. Una vez que lo hace, vuelve, llama a Jesús y le dice: ¿Eres tú el Rey de los Judíos?

  Juan 18:34. Jesús responde con una pregunta, la cual ha sido interpretada de muy diversos modos: Unos creen que Jesús hacía uso del derecho que todo acusado tiene de ver y conocer a sus acusadores, puesto que Él no podía suponer que Pilato tomara el título de rey en otro sentido que el político. Pero esta creencia se cae por su base en el mismo momento en que pensamos en la primera parte de la pregunta del Maestro: ¿Dices esto por ti mismo? Si Jesús quisiera conocer tan sólo a sus acusadores, ¿por qué está pregunta? Sobra a todas luces. Otros piensan que Jesús quería hacer sospechosa a los ojos de Pilato la acusación que venía de sus enemigos. Pero esto tampoco motiva, a nuestro juicio, la doble pregunta. Jesús, con su intencionada pregunta, hace una distinción importante: En el sentido político que un romano debía dar a ese título de Rey, podía sencillamente negarlo, pero en la significación que los judíos daban al vocablo Rey, es decir, Mesías, se habría cuidado de rehusarlo puesto que hubiese pisado terreno resbaladizo por cuanto se hubiese situado en oposición de sus mismas palabras que hemos leído en Mat. 26:64. Por eso pregunta a Pilato si ha llegado por sí mismo a sospechar que aspira a la dignidad real, en este caso habría respondido con una sencilla negativa ya que sus ideas no eran políticas. Pero si por el contrario, la pregunta de Pilato había sido sugerida por el Sanedrín, el Maestro tiene el sano deber de explicarse positivamente sobre el título de Mesías que Él mismo había vindicado en varias ocasiones.

  Juan 18:35. En esta respuesta del funcionario romano vemos cierto desprecio por las ideas de todo lo judío, significando con otras palabras: ¿Puedo acaso entender la cosa más pequeña de vuestras sutiles y raras distinciones judaicas? Dejemos eso, y ya que tu nación y tus sacerdotes te acusan, respóndeme con claridad: ¿Qué has hecho? ¿Cuál es tu crimen? O lo que es lo mismo: Le da la oportunidad de exponer la naturaleza de su Reino y Jesús la aprovechó hasta el límite de sus posibilidades:

  Juan 18:36. Tres veces pronuncia con solemnidad las palabras: Mi reino, o mejor, “mi dignidad.” Lo hace con el fin de recalcar que esta realeza, no es de este mundo, no es de aquí. Por su origen, naturaleza, espíritu y por su fin, no tiene nada en común con las coronas humanas. Viene de lo alto, y la prueba que da de ello es que desprecia todas las armas carnales o terrenales. Tanto es así, que no ha querido que sus servidores hayan de combatir por su causa. Sus armas no son de este mundo. Él domina sólo los corazones. Pero, ¿quiénes son estos servidores que no ha querido que inicien un combate? Unos opinan que se refiere a aquellos que sin duda habría reclutado si su reino fuera de este mundo. Otros piensan que entiende a los criados que tiene realmente y a esas multitudes que le aclamaban hace unos días tan solo y que, en efecto, habrían querido proclamarlo Rey de todo, Juan 6:15. ¿Y quién duda lo que Jesús habría sido capaz de hacer con su poder sobre las masas si hubiese querido incitar su entusiasmo o sus pasiones nacionalistas? Cualquiera de estas dos interpretaciones pueden ser la correcta. Pero aún existe una tercera que resume a los que dicen que los servidores son los ángeles basando sus ideas o tesis en Mat. 26:53, pero tampoco es correcto. ¿Habría expresado Jesús este pensamiento en presencia de Pilato a quien este argumento habría dejado indiferente? Creemos que no.

  Juan 18:37. Pilato cree que con las palabras de Jesús, se atribuye una dignidad real y ante del desaliño del porte, exclama con asombro: ¿Luego, eres rey? ¿Pero todavía habla con ironía o desprecio? ¿O se ha puesto serio con el giro que ha tomado la conversación? Es difícil de decir puesto que en este punto no se han puesto de acuerdo los mejores intérpretes. Pero la respuesta de Jesús no se hace esperar: ¡Tú lo dices! O mejor, “sí, como tú lo dices,” Mat. 26:64, leerlo: Para eso he nacido, para ser Rey, dando testimonio de la verdad. Así que aquí, Jesús afirma con mucha solemnidad que ha nacido y venido al mundo para dar testimonio de la verdad divina que Él mismo había revelado. Podemos comprobar que el primero de estos dos términos indica su nacimiento humano y el segundo su venida de arriba, del cielo, donde existía antes de su genial nacimiento. De donde se desprende el hecho innegable de que su misión como rey era la de revelar íntegramente la verdad acerca de Dios, testificar de esa verdad y conseguir que sus seguidores tuviesen la misma fuente de poder que Él tuvo: ¡La verdad divina! Evidentemente, ni los líderes religiosos ni Pilato pertenecían al reino de la verdad y tienen que preguntar:

  Juan 18:38. Pilato, en esta pregunta que arroja con soberbia e indiferencia, sin esperar la respuesta, señala o manifiesta toda la presuntuosa ligereza del hombre del mundo, al mismo tiempo que demuestra tener la limitada sabiduría de hombre de estado que no cree más que en el reinado de la violencia y la intriga. Después de esto, no viendo ya en Jesús más que un exaltado ligeramente peligroso, lo declara inocente en cuanto a la dura acusación política formulada contra Él. Pero, cosa extraña, en lugar de dejarlo libre, por temor a los judíos a quienes desprecia y teme, recurre a diversos expedientes y tretas para poder librarle: Envía al prisionero ante el rey Herodes en primer lugar, Luc. 23:6 y ss. En segundo, ofrece a los judíos soltar a Jesús aprovechando el privilegio que tenían de pedir la liberación de un prisionero en la fiesta anual de la Pascua, Juan 18:39, 40. Pero los dos planes fallaron y lo tenemos de nuevo ante su presencia:

  Juan 19:7. En este intervalo de las idas y venidas, de pocas sugerencias, razonamientos e incluso azotes, los judíos apelan a su ley. Era corriente. En general, los hoscos romanos dejaban a los pueblos vencidos su legislación nacional y los judíos se aprovechaban de ella con una especie de orgullo: Nosotros, dicen, tenemos una ley. Sí, señalan a Lev. 24:16 que condena a muerte al blasfemo del nombre de Dios. Ahora bien, según estos teólogos, el Maestro había blasfemado declarándose Hijo de Dios, y lo había hecho aquella misma tarde, aquella misma noche, y de manera solemne ante el Sanedrín, Mat. 26:64; Mar 14:62-64. Luego, en consecuencia, debía morir. Pero había, en este nuevo giro que dan a la acusación, tan poca destreza como buena fe. Después de condenar a Jesús por el presunto agravio religioso de declararse el Hijo de Dios, han presentado ante Pilato una acusación política como ya hemos visto en la primera parte del pasaje pero ahora, no habiendo obtenido nada del gobernador, se vuelven a la primera acusación ignorando que Pilato iba a rechazar esta versión más firmemente que la primera vez.

  Juan 19:8. Pero miedo, ¿a qué? ¡Miedo, creemos, a que se le forzase a condenar a Jesús! ¿Cuál podía haber sido la causa de este temor creciente? Los interpretes están de acuerdo al pensar que Pilato, oyendo las palabras Hijo de Dios, y bajo la fuerte impresión que podía haber recibido de la presencia y palabras de Jesús, veían en Él algún poder sobrenatural o al “hijo de algún dios.” Su temor habría que considerarlo como supersticioso, máxime habiendo oído la advertencia de su mujer hacía sólo un momento, Mat. 27:19. Claro que el temor del gobernador se podría atribuir a otra causa. Se exigía de él la ratificación de una sentencia de muerte de conformidad con una ley que no conocía y sobre un agravio religioso que él no podía ni quería admitir. Además, el agravio era sostenido por sus encarnizados enemigos que cambiaban de acusación en su presencia una y otra vez. Pero lo que nos decide a favor de la primera explicación es la extraña pregunta que formula a Jesús:

  Juan 19:9. ¿De dónde eres tú? No es posible que esta pregunta signifique: ¿Cuál es tu país?, lo que no tendría razón de ser a causa del contexto que tenemos. Además, Pilato acaba de saber que era de Galilea, Luc. 23:6, un motivo por el cual fue enviado a Herodes que a la sazón estaba en Jerusalén a causa de la Pascua. Su pregunta, pues, parece significar: ¿Pretendes venir del cielo y ser el Hijo de Dios? Mas, ¿por qué Jesús rehúsa responder? Ya había dicho a Pilato todo lo que aún podía revelarse sobre su persona hablándole de la naturaleza celestial de su reino, como ya hemos visto. Si le hubiera dicho: “Vengo del cielo y sí que soy Hijo de Dios”, hubiera significado para su interlocutor pagano, el hijo de una divinidad mitológica cualquiera. Por otra parte Pilato, un esclavo de las pasiones mundanas, no estaba en disposición moral de entender más sobre el misterio de piedad, Mat. 27:12-14. Pero la verdadera voz o respuesta deberíamos encontrarla en lo que antecede: Pilato sabía lo bastante al respecto como para libertarle y él mismo lo había declarado inocente varias veces. Jesús no tiene ya nada más que añadir, además no podía decir nada que pudiera inducir a Pilato a libertarle porque era contrario a la voluntad de Dios. ¿?

  Juan 19:10. El gobernador queda asombrado y herido a causa del silencio del Maestro, silencio que le parece falta de respeto. Por eso dice: ¿A mí no me hablas? Después suelta dos veces la expresión altiva de su “poder” sobre la libertad o la vida de Jesús. Pero no hay justicia en Pilato, sólo superstición y orgullo.

  Juan 19:11. Jesús rebaja primero el malo orgullo del romano, diciéndole que no tiene esa autoridad por sí mismo, sino porque le ha sido dada por Uno mayor que él, por Dios, el que aún puede quitárselo. Se podría esperar que Jesús se basara en esta declaración para demostrar que Pilato era tanto más culpable que Él, puesto que era responsable de su poder delante de Aquel que se lo había dado. Pero ve, al contrario, que el gobernador no hace más que ejercer la autoridad que Dios había dado sobre su pueblo y, por lo tanto, era un atenuante, siempre, claro está, de acuerdo a nuestro criterio. De dónde se desprende, por esto, por la comparación, que el que le ha entregado, el sanedrín, más o mayor pecado tiene. ¿Por qué? Porque no ha recibido o Dios no le ha dado ninguna autoridad para ello, sino que la ha usurpado. Cristo no ve en Pilato, más que el sujeto depositario de un poder al que Él se somete con humildad y, al mismo tiempo, lo ve, lo reconoce como instrumento débil en los tortuosos actos del sanedrín por lo que volvemos a afirmar: ¡Pilato es culpable, pero el sanedrín lo es mucho más!

  Jesús, atado, acusado y condenado se erige en “Juez de sus jueces.”

 

  Conclusión:

  Para finalizar diremos que Jesús ante Pilato, condenado a la muerte por nuestros pecados, fue un loco fracasado según sus enemigos, pero nosotros, con la distancia que dan los años, sabemos muy bien que fue un verdadero triunfador. En pocas palabras, salió victorioso en las pruebas.

LA PROMESA DEL CONSOLADOR

 

Juan 16:4c-15

 

  Introducción:

  Esta lección es la última de la serie de seis que hemos venido estudiando bajo el lema: “El Hijo de Dios está entre nosotros.” Recordémoslas por encima: (a) Agua: Agua viva: Yo soy el agua viva, cualquiera que de mí bebiere jamás volverá a tener sed, Juan 4:14. (b) Pan: Pan para los hambrientos: Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo, Juan 6:33. (c) Luz: Luz para los ciegos: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida, Juan 8:12. (d) Siervo: El amor entre los creyentes: En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos a los otros, Juan 13:35. (e) Vida: Vida en Cristo: Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre, sino por mí, Juan 14:6. Y (f) Consolador: La promesa del Consolador: El Consolador, el Espíritu Santo, a quien mi Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho, Juan 14:26.

  Vamos a encararnos hoy con la más difícil de las seis puesto que trataremos de algo intangible como puede ser el Espíritu de Dios. Algunos creyentes han tenido muy poco que decir sobre el ministerio del Espíritu Santo. Por los grandes estudiosos de la Biblia se señalan tres ideas o razones principales que explican este relativo silencio: (a) La naturaleza del Espíritu es señalar a Cristo en vez de llamar la atención sobre sí mismo. (b) Nos molesta todo aquello que no podemos controlar y que quiere controlarnos a nosotros. Y (c), el espíritu hace demanda sobre nosotros personalmente, y tenemos la tendencia de resistirlo.

  Por otro lado, hay razones fundamentales por las cuales nos conviene estudiar el Ministerio del Espíritu Santo, en especial, en relación con nuestras vidas y nuestro servicio al Señor: (a) Por su prominencia en la Biblia. (b) Porque es por su ministerio, que los eventos históricos de nuestra fe se aplican a nuestra vida hoy en día. (c) Porque hay muchas perversiones de la doctrina del E. Santo, y (d) porque hemos permitido que entren en nuestras casas e iglesias muchos sustitutos engañosos a la acción del Espíritu, tales como ciertas acciones emocionales, activismo, organización y personalismo.

 

  Desarrollo:

  Juan 16:4c. Esto no os lo dije al principio porque yo estaba con vosotros. La exposición es clara. Mientras Jesús estaba con sus discípulos, contra él se dirigía la oposición e incredulidad de sus enemigos, y como su sola presencia bastaba para proteger y conformar a los suyos, les visitaba las más sombrías predicciones relativas al odio del mundo. Pero estas claras palabras: No os lo dije al principio, presentan una dificultad que ha ocupado de forma singular a los exégetas. Veamos: Desde el principio, es decir, desde el mismo Sermón del Monte y desde el envío de los discípulos de dos en dos, Jesús había anunciado con claridad que ellos tendrían que soportar persecuciones. ¿Dónde está, pues, la razón de la diferencia que ahora indicamos? Estamos seguros que sabían bien por experiencia propia que habrían persecuciones puesto que la oposición de que fueron objeto desde los primeros días fácilmente los induciría a ello. Pero esto nunca había sido tan claro como hasta ahora. Lo que hay de nuevo en este discurso actual, es que les descubre la causa profunda y dolorosa de esas persecuciones que aún tendrían que soportar: el odio del mundo contra Cristo mismo y contra los suyos, un odio tal que Dios es el primer objetivo: Juan 15:18-24.

  Tampoco les había señalado hasta entonces de forma tan directa ese fanatismo ciego del que él debía ser, al día siguiente, la primera víctima. Así que creemos que no les había revelado desde el principio esas profundidades de la corrupción humana porque no debían manifestarse más que en la propia cruz y delante de la sombra de su sola presencia. En resumen: En los primeros tiempos, cuando los discípulos aún disfrutaban del favor del pueblo no hubiesen creído en semejante incongruencia que era o representa el hecho de ser objetos principales de las ira del príncipe de este mundo, Satanás. Pero ahora mismo Jesús va a probarles con hechos hasta dónde son capaces de llegar los hombres dominados por el diablo.

  Juan 16:5, 6. Pero ahora yo voy al que me envió. Y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, cierta tristeza ha llenado vuestro corazón. Oyendo estas palabras tan claras: Ahora me voy al que me envió, y todos los discípulos se paran o detienen únicamente en el dolor de la cruel separación, en otras palabras: La tristeza llena su corazón. Y ni sueñan en pedir nuevas luces acerca del fin glorioso que su buen Maestro iba ya a alcanzar. Así que Jesús se extraña y se aflige queriendo provocar en ellos preguntas a las cuales sería dichoso en responder. Tomadas en este sentido, las palabras no son contrarias a la pregunta a Simón Pedro en Juan 13:36: ¿A dónde vas? Ahora no puedes seguirme, me seguirás luego. O la interrupción de Tomás de Juan 14:5, si no sabemos donde vas, ¿cómo podemos saber el camino? En esta gran ocasión, los discípulos, enteramente preocupados aún por la suerte del reino terrestre del Mesías, deseaban no separarse de Él, más al contrario: ¡Seguirle enseguida, inmediatamente! Juan 13:37.

  Juan 16:7. Porque yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, pues si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros, mas si me fuere, os lo enviaré. Jesús quería sacar a sus discípulos de esa melancolía y tristeza que los deja mudos en su presencia, y para ello procura hacerles comprender que su regreso a la Gloria es la una condición indispensable del envío del Espíritu Santo, que a partir de aquel momento, debía ser para ellos, la luz y la vida. Para entender bien este v debemos trasladarnos a otro cronológicamente más antiguo y claro: Juan 7:39. Estas palabras: Al Espíritu que habían de recibir los que creían en él, es la clave. Juan dice que ese Espíritu “no era aún”. Pero no quiere decir que el Espíritu de Dios no hubiese existido antes o que no se hubiese manifestado ya en el AT. Sabemos que Gén. 1:2, dice: El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Y que impelidos por Él vieron, hablaron y hasta profetizaron todos los Varones de Dios, 2 Ped. 1:21. Así que el pensamiento de Juan debe ser interpretado a la luz de las declaraciones de Jesús en el Aposento Alto que, precisamente hacen depender la venida del Espíritu Santo o Consolador, con la propia marcha de Cristo otra vez al Padre, puesto que fácilmente podemos identificar este don del Espíritu en el corazón de los hombres en el momento en que Jesús lo deja sano y limpio para que pueda morar de forma adecuada. Tenemos que fue en Pentecostés cuando por primera vez el Espíritu de Dios empezó a morar en el corazón de los hombres y a obrar en él como un principio de regeneración y vida. En este sentido, pues, el evangelista puede decir: No era aún el Espíritu. Y nos da una razón de peso, un buen argumento irrefutable: ¡Jesús no estaba aún glorificado!

  Volviendo a nuestro v vemos que la frase de Jesús os conviene que yo me vaya es, pues, desde dos puntos de vista, una verdad profunda. Por una parte, era necesario que la obra de nuestra redención fuera cumplida por la muerte, por la resurrección del Salvador y por su cierta elevación a la gloria divina. En una clara palabra, que toda potestad le hubiese sido dada en el cielo y en la tierra, Mat. 28:18, para que pudiera derramar su Espíritu sobre los suyos. Por otra parte, éstos iban a ser elevados por este mismo espíritu a una vida religiosa muy superior a la que habían conocido hasta entonces. Iban a ver ensanchado su fiel y propio conocimiento de las cosas eternas: No conocerán más a Cristo según la carne, es decir, bajo la condición de siervo; pero, por una comunión espiritual y viva con él, le poseerán glorificado y comprenderán la universalidad de sus claros enunciados y la espiritualidad de su reinado, que ellos, y sólo ellos, iban a consolidar en esta tierra con ayuda del anunciado Consolador. Era pues, conveniente que Él se fuera, aunque a ellos esta palabra les resultaría misteriosa e incomprensible aún. Un paréntesis tan solo para indicar que el término Consolador es la traducción del vocablo griego “Paracleto” que quiere decir: Uno que está llamado al lado de otro para prestarle ayuda. Aquí no hay comentarios.

  Juan 16:8. Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado y de juicio. Otra faceta pues, de este Consolador tiene que ver con el mundo propiamente dicho: Dice el v que en cuanto al mundo, el Espíritu le convencerá con potencia de pecado, de justicia y de juicio. ¿Qué quiere decir esto? Convencer es un término jurídico; así se dice: Convencer a alguno de un crimen ante un tribunal. En las Escrituras estas palabras tienen la intención y significado morales, tanto más íntimo que tiene que ver con la propia conciencia. Cuando un alma es así convencida por estos tres grandes hechos del mundo moral: Pecado delante de Dios, justicia divina y juicio eterno, se produce en ella una crisis cuyo resultado puede ser el arrepentimiento y la salvación, 1 Cor 14:24, 25. O también el endurecimiento y la ruina, Hech. 24:25.

  Juan 16:9. Sí, de pecado, por cuanto no creen en mí. Pues convencer de pecado al mundo, tal es la primera acción del Espíritu de Dios, es también el primer paso que puede andar el pecador hacia su renovación moral. Pero aquí, a la idea general de pecado expresada en el v. 8, Jesús añade un rasgo especial que caracteriza a la verdadera naturaleza del pecado en todo hombre y en particular en el mundo judío que había rechazado vez tras vez al único verdadero Mesías, la incredulidad: De pecado, por cuanto no creen en Mí. Puesto que debemos de saber que la más abrumadora demostración del pecado en todos los hombres, de su enemistad contra el Señor, consiste en rechazar a Aquel que fue sobre esta tierra la imagen viviente de la santidad y amor divinos. Este es el pecado en esencia, la fuente de todos los demás, y “la única causa de la condenación.” Fijémonos bien: Todos los demás pecados, expiados a fondo por la muerte de Cristo, pueden ser perdonados en cuanto el pecador abraza al Salvador con fe, pero éste al que ahora nos estamos refiriendo, precisamente por no creer en Él, por rechazarlo, le retiene en la muerte y hace imposible su salvación. En cuanto un hombre es convencido por Él, por usar las mismas palabras del texto, ya no tiene excusa ni escape: ¡O se arrepiente y vuelve la cara a Dios, o… se pierde!

  Juan 16:10. De justicia, por cuanto voy al Padre, y no veréis más. Al mismo tiempo que el Espíritu convencerá al mundo de todo pecado, lo convencerá también de justicia, puesto que las dos ideas son inseparables. Pero esta justicia divina ha sido manifestada al mundo en Jesucristo y especialmente por su elevación a la gloria. Aunque fuera el Santo y el Justo, no por eso dejó de ser desconocido del mundo, acusado, condenado y hasta ejecutado como un malhechor. Así que en Él, según todas las apariencias, la iniquidad triunfaba sobre la justicia. Pero, por su resurrección gloriosa y por su elevación a la diestra del Padre, fue declarado Hijo de Dios con potencia, Rom. 1:4, justificado por el Espíritu, 1 Tim. 3:16 y lo volvemos a decir, elevado a la diestra de Dios Padre como Príncipe y Salvador, Hech. 5:30, 31.

  Así que el Espíritu debía convencer a todo el mundo de la justicia de Cristo mismo, como claramente lo indica con estas palabras: De justicia, por cuanto voy al Padre. Era necesaria, pues, su marcha y glorificación para que la propia justicia se manifestase y no hubiese lugar a dudas. Vino al mundo con una misión concreta que cumplir y la cumplió, era de justicia, pues, recibir el laurel del triunfo. Pero aquí aún hay más: ¿qué puede significar esta frase en apariencia sobrante de no me veréis más? Jesús declara directamente a sus discípulos que se va a hacer invisible a causa de su retorno al lado del Padre y este giro personal que ahora da al enunciado de su pensamiento ya puede explicarse ora por la intención de testificarles su tierna simpatía por el dolor que les causará la separación física, ora por el deseo de advertirles que tendrán que perder el hábito de su presencia material, que deberán aprender a no verle más según la carne, sino a entrar, por medio del Espíritu, en una comunión íntima y viviente con Él. Uniéndonos pues, de esta suerte, como Iglesia de Cristo y con las fuerzas del Espíritu Santo, convenceremos al mundo de su justicia y demostraremos a todos que Jesús es el Santo de Dios, el Salvador de los hombres, la fuente de la salvación y la vida eterna.

  Juan 16:11. Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Donde quiera que el mundo sea convencido de su propio pecado y de la viva justicia de Cristo, será también convencido de juicio. Y este juicio, claro, debía empezar por el que ha sido sobre la tierra, el autor del pecado, el príncipe de este mundo, Juan 12:31. Pero él ya está juzgado por el simple hecho de la obra de redención que iba a realizar el Salvador. Es decir, la fiel reivindicación de Cristo por la resurrección, como justicia encarnada de Dios, fue, a la vez, la condenación real del príncipe de este mundo como personificación de todo lo que se opone a Dios. Este evento estaba tan seguro en la mente de Jesús aun antes de realizarse físicamente, que lo presenta como algo ya prácticamente realizado: ¡Ya ha sido juzgado!

  Juan 16:12. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Para que el Espíritu pueda convencer al mundo, es necesario ante todo que obre en los apóstoles que serán los instrumentos de su acción sobre éste. Por eso, después de haber descrito esta acción, Cristo promete a sus discípulos que el Espíritu los va a conducir por la verdad y completará la instrucción que han recibido de Él. Sí, las enseñanzas de Jesús a sus discípulos contenían toda la verdad que habían podido digerir hasta entonces, pero los grandes desarrollos y las muchas aplicaciones de esta verdad que debían hacerse al establecer el Reino de Dios sobre la tierra les eran aún del todo desconocidas. Así, ignoraban, por ejemplo, el nacimiento y los progresos de una Iglesia cristiana que uniría en un solo cuerpo invisible a judíos y a gentiles. Por otro lado, aunque Jesús les hubiese dicho que Él debía morir por la redención del mundo y les hubiese presentado la fe en Él como medio de participar en aquélla, no podía, mientras su obra no estuviese acabada, enseñarles en su plenitud y la gran doctrina de la justificación por la fe. Por último, los apóstoles no podían comprender ni siquiera prever las profundidades de la regeneración del renunciamiento, de la vida divina en el hombre. El Señor tenía aún muchas cosas que decirles, pero ahora no podían sobrellevarlas.

  Juan 16:13. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad. Aquí la verdad es presentada como una región desconocida por la cual el Espíritu sirve de guía y muestra el camino a seguir. Pero, ¿cuál es esta verdad? ¡Jesús mismo! Juan 14:6. Es decir, estas cosas, estas enseñanzas, vienen a ser la continuación de la vida de Jesús en esta tierra y la actitud a adoptar por sus seguidores a través de los siglos. Pero hay más enseñanzas que debemos explotar: Sobre esta promesa, muy bien cumplida en Pentecostés, se funda la autoridad divina de las enseñanzas de todos sus apóstoles, señalando además, que ya no quedan más revelaciones de la verdad. De paso, debemos señalar que los vs. 12 y 13 ya no pueden servir más de fundamento ni a la tradición católico romana ni a un misticismo que pretende dominar todas las revelaciones del Espíritu fuera del testimonio apostólico. Porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere. Sí, el Espíritu puede revelar toda la verdad porque no enseña de por su cuenta, sino que saca sus instrucciones en perfecta armonía con el Padre y con el Hijo, Juan 16:14, 15, que estudiaremos. Jesús formula el fundamento de la autoridad del Espíritu casi en los mismos términos en que basa la suya, su propia autoridad, una y otra reposan sobre la unidad de voluntad y acción del Padre celestial. Y os hará saber las cosas que habrán de venir. Sí, las cosas que han de venir pertenecen también a esa verdad que el E Santo ha de revelar. Es decir, tratará y de hecho conseguirá grabar en la memoria de los apóstoles las predicciones de Jesús concernientes al porvenir de su Reino, sus sucesivos progresos sobre la tierra y su glorioso cumplimiento.

  Juan 16:14, 15. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso he dicho que de lo mío toma y os anunciará. Del mismo modo que el Hijo había glorificado al Padre revelando su naturaleza, Juan 1:18; 17:4, en palabras y hechos, así el Espíritu glorifica al Hijo también por el hecho de revelarlo. Por último queda analizar la expresión de una posesión que en boca de Jesucristo parece indelicada, y hasta incongruente: Mío, todo el Mío, etc. ¿Qué quiere decir esto? Leer Juan 17:10. Puede usar esta expresión pues forma una unidad indisoluble con el Padre. Asimismo el Espíritu, parte de la misma unidad, toma de lo suyo y lo anuncia para la glorificación del Hijo.

  Este es el trío perfecto: ¡El Padre glorifica al Hijo, éste a al Padre y a su vez, el Espíritu lo hace a ambos!

 

  Conclusión:

  Tienes el Espíritu ya: Una joven cristiana oraba sin cesar a Dios cada día para que le diese el Espíritu Santo. Cierto día le pareció oír una voz que decía: –Hija mía, te di el Espíritu cuando aceptaste a mi Hijo. Tienes el Espíritu ya. Ahora debes dejar que Él viva en tu vida, que Él hable en tu voz, que Él piense con tu mente. Sólo así estarás llena de Él.

  Cada uno de nosotros tiene ya al Consolador, al Espíritu Santo. Dejemos que Él trabaje en nuestras vidas.

  Así sea.