DIOS NOS AMA

Sal. 103:8-14; Juan 3:16, 17

 

  Introducción:

  ¡Admirable respuesta!: Una profesora de E. Dominical preguntó a sus alumnas: ¿Quién es Cristo? ¡Cristo, fue la respuesta, es uno que conoce todo acerca de nosotros ysin embargo nos ama!

  Afirman los entendidos que una de las necesidades más básicas del hombre es el amor. Desde que nacemos estamos necesitados de amor. Es curioso; cuánto más débiles somos más dependemos de los seres que nos aman. Ver si no a un niño recién nacido, ¡cuántos cuidados necesita! Y que inclinados nos sentimos a amarlo. ¡Parece tan desvalido! Pero a medida que uno crece, este sentimiento de ser amado se transforma en deseo de amar. El hombre normal debe amar y ser amado como consecuencia fiel y lógica de su naturaleza racional. Sin embargo, el amor del mundo, aun en su expresión más elevada, se nos presenta como limitado e imperfecto. Por eso sabemos que falla. Es por eso que conocemos muchos casos en que el amor, incluso entre seres de la misma familia, falla. Este aspecto negativo del amor mundano ha ido en aumento gracias a las exigencias de la vida moderna pues que la consecución de ciertas metas, aun pareciendo buenas por ser exponentes de una vida mejor, nos han ido distanciando del resto de nuestros semejantes, llegando a decir sin sonrojarse: ¡La vida es una selva! Y lo que es peor, este mal ha llegado hasta el centro de la humanidad social: ¡La familia! La comunicación casi ha desaparecido entre los miembros de la misma. Y si no existe mal se pueden interesar los unos y los otros por los nimios problemas cotidianos que explotan cada día. Los cristianos, tal vez en menor escala, tampoco podemos zafarnos a esta ley. El imperativo de entregarse a la lucha cotidiana por la vida, por la subsistencia, también nos convierte en lobos solitarios. ¿Cuánto tiempo hace que no tenemos en casa un culto familiar? ¿Cuánto hace que no leemos la Biblia u oramos en común…? ¡El amor falta también en cualquier guerra o revolución! ¡En cualquier transacción comercial! ¡En cualquier plan pensado por nosotros, los hombres! ¡Falta el amor, en fin, hacia los demás en cada momento de nuestro ir y deambular por el asfalto de la vida!

  En resumen: Que falta el amor entre los seres humanos es un hecho axiomático. Lo curioso es que el hombre a medida que crece tiene más necesidad de amar porque si no lo hace se para, se embrutece. Por el contrario, ¡el Amor con mayúsculas exalta y dignifica al hombre y le convierte en algo más que un animal! Sin embargo, por más que uno se esfuerce siempre termina por ensuciar el concepto ideal del amor pues si amar es dar algo sin esperar nada a cambio, el ser humano a causa de su naturaleza pecaminosa, ¡jamás podrá conseguirlo! Sólo Dios ama de verdad, pues sólo Él tiene amor verdadero y, lo que es más importante, permanente.

  Pero, ¿qué es el amor? El Diccionario, dice: Afecto que inclina al ánimo a apetecer el bien, real o imaginado. Personalmente prefiero otra definición: Dios es amor y, por lo tanto, amor perfecto es Dios. La Santa Biblia dice que Dios nos ama y nos ha amado siempre. No importa cómo vivamos o cuán grandes sean nuestros pecados. Recordar que decíamos antes como única definición de la persona de Cristo que es uno que conoce todo acerca de nosotros y sin embargo nos ama. Dios nos ama. Así de sencillo. Pero, ¿en qué cuantía? Empecemos la lección:

 

  Desarrollo:

  Sal. 103:6. Misericordioso y clemente en Jehovah… El amor de Dios es inescrutable. Forma parte de su naturaleza. No puede evitar el amarnos del mismo modo que el sol sale cada día alumbrando a salvos y a no salvos. A pecadores y a justos. Pero no ignoramos que aunque el amor domine su ser, es inexorable tocante a la ley y el culpable no podrá eludirle. Sin embargo, el que se arrepiente y convierte del mal camino podrá constatar de forma perfecta que Él es amor. Sus pecados le serán perdonados del todo, es decir como si nunca hubiesen existido. El museo de la Guerra en Madrid, dice: ¡Perdonar, pero no olvidar! ¿Dónde quedan el amor y el perdón?. Dios perdona borrando hasta las manchas. Nunca más nos serán imputados, precisamente gracias a ese amor incomprensible por nosotros. Lento para la ira y muy grande en misericordia… Una de las consecuencias del amor, precisamente la más hermosa, es la paciencia. Y Dios se ha caracterizado siempre por la suya. Lento para la ira… Su amor se impone siempre cada vez que mira al pecador. Pero, ¡cuidado! Vendrán días en que acabada la época de la gracia, y a pesar de todo el amor eterno que sólo Dios es capaz de manifestar, nada podrá hacer por el hombre pecador, pues con el mismo acto que glorifique a los santos, excluirá a los rebeldes para la eternidad. La misericordia de Dios es infinita, pero el valor de su Palabra también. Un día cerrará la puerta y nadie podrá entrar ni salir del arca del Noé actual. Mientras esto llega, espera con paciencia y tristeza a la vez. El hombre tiene ahora la oportunidad de gustar el amor de Dios. Sólo aquél que crea que puede redimirlo puede experimentar la sensación inenarrable que significa el sentirse a salvo por y para siempre.

  Sal. 103:9. No contenderá para siempre… No, no estará enojado para siempre con nosotros a causa de nuestros pecados. Mas, no ocurre así con el ser humano. Hemos oído alguna vez: No me hablo con mi vecino desde hace años. Así, un enfado, a veces una nimiedad, ha ido creciendo en nuestro corazón como una bola de nieve hasta el punto en que ni aun en el caso de muerte de nuestro contendiente consigue ablandarnos y olvidar. Pero Dios es distinto, muy distinto. A pesar de nuestra infiel y constante rebelión en su contra, no nos la tiene en cuenta para siempre jamás, incluso nos recibe con los brazos abiertos de Padre si nos volvemos a Él con los ojos suplicantes y confiando en su poder salvador. Ni para siempre guardará su enojo: Ya hemos dicho antes con otras palabras que el enojo guardado en el fondo del corazón, con el tiempo, se convierte en odio. En Dios no hay cabida para el odio porque Él es amor. Y el odio es contrario al amor y, por lo tanto, contrario a su naturaleza. Así pues, ¿Dios no se enfada por los desplantes del hombre? Sí, pero lo hace de forma momentánea, pronto prevalece su gran amor y eterna misericordia. Es el enojo de un padre que ama frente a la falta del hijo amado.

  Sal. 103:10. (Dios) no ha hecho con nosotros conforme a las iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Otra clara referencia a que Él no nos trata con la severidad que se merecen nuestros múltiples pecados, sino con una infinita misericordia. Ahora viene la pregunta: ¿Dios nos perdonó una sola vez el día en que nos convertimos o lo hace de forma continua cada vez que pecamos? ¡Sí, claro, lo hace cada día, continuamente! Y así, ¿cuál debe ser nuestra actitud hacia el pecado? ¡Vivir la vida con la cabeza levantada a pesar de que podemos caer en el barro! El cristiano se diferencia del que no lo es, en la actitud misma del arrepentimiento. Así que, cada vez que volvamos nuestros ojos arrepentidos hacia Dios, tendremos la seguridad de que Él nos perdona y no nos tiene en cuenta nuestra caída.

  Sal. 103:11. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra: ¿Qué quiere decir esto? Que del mismo modo que no podemos medir ni comprender con la mente limitada y finita el equilibrio del universo, así mismo no podemos entender que: engrandeció su total misericordia sobre los que le temen. De manera que si Dios ama a los hombres por el solo hecho de serlo, aún ama más a todos aquellos que se han vuelto a Él haciendo, estableciendo la unión primitiva rota por el pecado. Sobre los reconciliados, Dios vuelca su misericordia y su perdón como un torrente inagotable. Lo cierto es que su amor es tan grande como incomprensible resulta para todos nosotros. Tanto o más que la comprensión o el infinito que separa al cielo de la tierra.

  Además, como ya ha quedado dicho, ese amor universal se transforma en un amor especial, particular e individual para los que le temen. ¿Por qué? Porque estos ahora son su pueblo escogido, 1 Ped. 2:9. Además tenemos una promesa formidable: Desde hoy y hasta la eternidad, Dios nos salva continuamente, Hech. 7:25.

  Sal. 103:12. Cuan lejos está el oriente del occidente. Es decir, de un extremo del orbe al otro. Sin posibilidad alguna de unión o contacto. Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones, dando la medida del verdadero perdón. Además, sólo Dios es capaz de perdonar así. La sangre de Cristo es el detergente que ha obrado el milagro. Por obra y gracia de su muerte, el creyente aparece delante de Dios Padre justificado definitivamente y muy bien perdonado; es decir, como si ya fuese inocente de toda culpa.

  Sal. 103:13. Como el padre se compadece de los hijos… una referencia a un padre normal que si reprende y castiga a los hijos lo hace dentro de la esfera del amor. Se compadece Dios de los que le temen. Porque ha pasado a ser un padre para ellos y como a pesar de hijos de Dios, todavía no somos perfectos, ya no nos tiene en cuenta nuestras debilidades y pecados, a pesar de que sí se entristece a cada nueva caída.

  Sal. 103:14. Porque Él conoce nuestra condición… Si, Él nos conoce hasta el extremo de sorprendernos en aquel día del juicio cuando conozcamos como somos conocidos. Él nos ha creado, ha visto nuestra historia y conoce nuestras debilidades. ¡Como un padre! Él nos entiende porque se acuerda muy bien de que somos polvo. Somos hechos con sus manos por lo que tiene en cuenta nuestra pobre constitución física. Sabe lo frágiles que somos en lo físico y de la veleidad de nuestras almas, tan prontas a traicionarle y a volverle la espalda. Conoce demasiado bien las limitaciones en que nos desenvolvemos, los carencias y males de que adolecemos y las flaquezas que nos gobiernan pero aún así y todo, nos ama.

  ¡Este es el quid del evangelio!

  Juan 3:16. Porque, esta conjunción sirve de enlace perfecto entre la afirmación anterior y la que va a seguir. De tal manera, es decir, en un grado tal, en tal medida que es imposible acotarlo, ni determinarlo. Como mínimo, es tan grande como grandes fueron todos los pecados que aportamos a la soledad de la cruz. Nos ha amado y nos ama, como nadie antes pudo haberlo hecho. Con la magnitud que corresponde a un ser divino. Amó Dios, este es el principio, fin y fuente de la salvación. Esto es lo más grande que se puede decir de el Señor, que nos amó. Muchas otras cosas relacionamos con su divinidad, tales como la justicia, el poderío, etc., pero ninguna es tan grande como el amor. Dios nos amó, por que todo Él es amor. El amor es una actividad del corazón. Por consiguiente, el amor nació del mismo centro del Señor. Al mundo, es decir, al ser humano, a nosotros. No, no al cosmos invertebrado, sino al ser hecho de sus manos. ¿Hasta qué punto nos ha amado? Pues hasta el punto que nos ha dado a su Hijo Unigénito, a Jesucristo. El teórico amor de Dios hecho realidad, ya que cuando entregó a su Hijo para morir por nosotros, se estaba entregando a Sí mismo.

  Anécdota: Heroico sacrificio: “Un barco se va a pique porque tiene un boquete en su casco. El capitán reúne a la tripulación, y dice: –¿Quién irá a taparlo? –¡Yo! –exclama su hijo. Y muere taponando el agujero con su cuerpo salvando así a los demás. ¿Qué podría sentir el capitán como padre? El Paraíso Perdido de Milton: –¿Quién bajará a la tierra para salvar a los hombres?–, pregunta Dios. –¡Heme aquí, envíame a Mí!–, responde el Hijo.

  Probablemente en el cielo habrían otros a quien el Señor podía haber delegado para el sacrificio y éstos hubieran ido de buen grado a hacer un servicio para su Creador, pero no hubiera sido justo. El amor de Dios aun siendo grande, exigía un sacrificio justo, enorme, el mayor, debía enviar a su propio Hijo, a Él mismo.

  Para que todo aquel que en Él cree, no hay, pues, limitación de persona alguna. Aunque, de una manera, condiciona al hombre a dar el primer paso. Este todo aquel es terrible y a la vez justiciero. Con la muerte de Cristo, Dios lo ha hecho todo; ahora le toca al ser humano avanzar hacia adelante por medio del arrepentimiento y la fe. Además, este “todo aquel” incluye de una vez por todas al género humano. No hay limitación de razas ni situación social. Lo que normalmente sirve de barreras a los hombres, para el Señor no tiene la menor importancia. Pero es indispensable creer que puede hacerlo. ¡Qué nos puede salvar! Es menester creer para que el ser humano: no se pierda, más tenga vida eterna. así que aquí están perfectamente identificados los dos caminos: ¡El cielo y el infierno! Esta es la encrucijada en la que todo hombre debe decidir en algún momento de la vida. Ser o no ser… la condenación o el perdón. Digamos de paso que Dios no quiere que nadie se condene. El hecho de haber dado a su Hijo lo demuestra a la perfección.

  Además, la salvación es instantánea. Del mismo modo que los israelitas mordidos mortalmente por las serpientes del desierto sanaban de inmediato por el solo hecho de creer que aquella figura metálica levantada en una cruz podía salvarles. Así el hombre que confía en la muerte de Cristo como el vehículo de salvación, la experimenta en el acto, pasa de muerte a vida en el acto. En otras palabras, tan pronto como le confiesa como Señor y Salvador. –¡Acuérdate de mí!–, dijo el llamado buen ladrón.–De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso–, fue la respuesta del Crucificado.

  Juan 3;17. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo. Cristo Jesús en su primera venida no lo hizo en calidad de Juez, sino de Salvador. Sino para que el mundo sea salvo por Él. El mensaje está claro. La Salvación es universal en el sentido de que todos nosotros tenemos la misma oportunidad de salvarnos, pero ésta sólo tiene efecto en aquellos seres humanos que acuden a Cristo y se acogen a su poder, gloria y santidad. ¡Qué claman en lo más hondo de su gracia!

 

  Conclusión:

  Cualquiera pueda acogerse a esta amplia medida del amor divino. La anchura viene determinada por el porque de tal manera amó a Dios al mundo, así pues se incluye a todo el mundo. La profundidad podríamos decir que es: Que ha dado a su Hijo Unigénito. Así, este amor, parece ser tan profundo que por su causa nos dio a su único Hijo. La longitud: Para que todo aquel que en él cree. Sí, el amor de Dios es tan largo que alcanza a todo pecador. Y la altura podría ser: No se pierda, más tenga vida eterna. De manera que el amor de Dios llega tan alto que nos lleva hasta el mismísimo cielo.

  Estas son las medidas del amor de Dios y éste es el mensaje del Evangelio.

  ¡Qué Él nos bendiga!