Monthly Archives: abril 1994

12.1 LA FELICIDAD

Doce de enero

 Fil. 4:8

La felicidad es una situación estable o un estado de ánimo muy momentáneo del ser para quien las circunstancias de esta vida son tales como las desea, por lo que no es nada fácil de alcanzar o mantener.

De todas formas, como hay que hablar de ella, nos parece buena idea la conferencia que organizó hace poco el diario periódico Le Monde sobre el tema, pues es una información de primer orden. Sí, se trataba de algo muy parecido a una novedad: Animar a sobreponerse, como individuos y como sociedad, a ciertas pobres decadencias o poses como podrían ser las ideologías, las utopías, las fidelidades, etc. La crisis de la política, de la justicia, de la economía, de la dignidad y, desde luego, de la felicidad, nos lleva e induce a creer que vamos por un callejón sin salida que nos obliga a cierto fatalismo, cuando estos callejones tienen siempre un lugar de escape, un lugar para salir, ¡aquel por el que se entró!

Para el cristiano, que por su razón de ser tiene una ventaja para ser feliz, la felicidad es un estado, una forma de vida, una razón de fe. Sentirse seguro en medio de las aguas bravas de este mundo y a salvo de cualquier contingencia, posiblemente desestabilizadora, gracias a los esfuerzos de nuestro Jesús, es suficiente para avanzar hacia el punto de encuentro en cuyo lugar tendremos más felicidad si cabe que la que decimos o confesamos tener aquí, Fil. 1:21.

Pero, mientras tanto, mientras no llega ese momento, no sólo hemos de ser felices, sino parecerlo. Creerme, el gozo es lo más parecido a la demostración de felicidad. Pablo, un buen conocedor de la fragilidad humana, nos manda con cariño: Mirar, regocijaos en el Señor siempre. Y de nuevo: Regocijaos, Fil. 4:4. Y da la razón para hacerlo: El Señor está cerca, Fil. 4:5. Es decir, el punto de encuentro que deseamos tanto y que es básico para sentirnos felices, no sólo se producirá, sino que lo hará pronto. Así que hemos de caminar por la vida irradiando felicidad, una felicidad contagiosa que, bien mirado, hasta nos puede resultar favorable para predicar el Evangelio que se espera de nosotros.

Mas, como ya ha quedado dicho que la felicidad es un estado del individuo y que éste es frágil de constancia, el mismo apóstol nos señala una buena solución para cargar las pilas cuantas veces sea necesario: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, y todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si hay algo digno de alabanza, en esto pensad, Fil. 4:8. De manera que el cristiano, vestido con la camisa del hombre feliz, ha de ser consciente de su papel conservante en la sociedad, pues si bien en cierto que cada época tiene sus propias victorias y sus derrotas; las que importan, las que quedan, las que de verdad cuentan, son aquellas que buscan las soluciones, recrean aventuras del bien común y tienden a conseguir la felicidad de la mayoría.

El cristiano no puede desentenderse de los brotes de pesimismo social ni del mal humor general y debe luchar contra ellos con las armas que le da su condición de salvo. Por eso, tiene que mirarse hacia adentro valorando la enormidad del cambio producido por la sangre de Jesús, pensar en todo lo positivo que tiene la vida y vaciarse hacia el exterior salpicando de felicidad a todos los que tengan la suerte de pasar por su lado.