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VIDA EN CRISTO

 

Juan 15:1-11

 

  Introducción:

  Un viñatero llevó a su hijo de corta edad a su viña, en tiempo de poda. Éste se fijó como el padre cortó varias ramas de la vid, aparentemente, incluso más de la cuenta. Y luego, los sarmientos que dejó, los limpió con cariño arrancando hojas secas e incluso, el viejo fruto que aún tenía. Y tan severo le pareció este trabajo a nuestro zagal que le dijo a su padre:

  –Papá, has matado la vid. Y ya no podrá crecer otra vez. ¿Por qué la has matado?

  –Es verdad que la vid parece muerta –respondió el padre-. Y tienes razón creyendo que parezco cruel por haberla cortado demasiado. Pero sé que la planta no crecerá bien si no la podo a conciencia. Tengo que quitarle todas las ramas secas, hasta los racimos que han quedado de la cosecha anterior, para que crezca de nuevo este año. Has de saber que si no la limpio bien no dará fruto. Así que aunque te parezca que la he matado, lo que he hecho en realidad es darle una nueva vida.

  ¿Cómo podemos aprovechar los recursos que Cristo tiene para nosotros? ¿Cómo podemos vivir en Él? ¿Cómo hemos de ser y hasta portarnos para que Él viva en nosotros? ¿Cómo podemos aprovechar toda su savia? Estas y otras tantas preguntas son las que hoy vamos a intentar contestar.

  Sabemos que para muchas personas la religión está divorciada de la vida diaria, de la conducta, de la labor, de las actitudes personales, etc. Que, en suma, no es igual “predicar que dar trigo.” Una cosa es venir los domingos a la iglesia y otra muy diferente, es dar nuestra vida en la cotidiana lucha por los demás. Aún hay otros que indican que la fe cristiana tiene que ver sólo con la esperanza de vida en comunión con Dios Padre después de la muerte, no antes. Que creemos en Cristo y esto da suficiente garantía para gozar eternamente de su Salvación, y sí, es verdad, pero protestamos ante semejante criterio. Otros, en cambio, aseguran que esta fe cristiana aún va más allá y añaden a lo expuesto que debe demostrarse con los cultos y servicios religiosos, que acuden a los templos y otros lugares de reunión con cierta asiduidad y que aquí se acaba la historia, pero volvemos a protestar delante de semejante forma de pensar. Aún hay otros más que dicen que la fe cristiana tiene que demostrarse con buenos argumentos en metálico para sostener obras en la lejanía, pero protestamos delante de este criterio.

  Es cierto que la fe tiene que ver con todo eso, pero hay mucho más. Si la limitamos a formas externas y vacías, la vamos a enterrar. La fe cristiana es viva, es energía, es movimiento, es impulsiva, es incluso agresiva, es… es… savia de Cristo. No olvidemos hermanos que Jesús habla en el cap. 14 de Juan, de las moradas celestiales y de lo que los creyentes podemos esperar de Él, pero también es cierto que en el presente cap. 15 nos habla de las cosas terrenales, perfectamente digeribles con nuestros actuales estómagos, de lo que debe ser la vida del creyente en su quehacer y andar diario, de como debe relacionarse con sus semejantes y de cómo lograr una vida de gozo, incluso en medio de los males y adversidades.

  En una palabra, vamos a estudiar el cap en el que Jesús nos señala de forma explícita lo que espera de nosotros, ¡fruto! Pero, ¿cuál es el fruto que espera? (a) Un carácter moldeado a su imagen y semejanza (ahora explicar algunas particularidades del moldeo: Igual al molde. Igual al modelo). ¿Y cómo podemos definir al molde, a Cristo? ¿Cuáles son sus resultados? Rom. 8:28-30; Gál. 5:22, 23. (b) Un servicio a otros, comunicándoles el Evangelio y atendiendo a sus necesidades físicas en cuanto le sea posible. Y… ¡esto es todo!

 

  Desarrollo:

  Juan 15:1. Yo soy la vid verdadera. En el AT, Sal. 80:8-19; Isa. 5:1-7; Jer. 2:21 y otros, Israel se presenta como la Vid de Dios. Pero muchas veces no dio el fruto que Dios esperaba de ella, o el fruto era agrio o no servía para nada. Sabemos con certeza que la llamada Vid de Dios se negó a cumplir el propósito que el Señor había preparado para ella. Aquí Jesús pronuncia con solemnidad que Él mismo es la vid verdadera, la genuina, el modelo real, el arquetipo de aquella otra secundaria de Israel; que, dicho sea de paso, no fue sino más que un ensayo, en suma, la vid que daría el fruto apetecido por Dios, el fruto que agradaría a su Padre celestial. Así que, en otras palabras, todo aquello que Dios quiso conseguir por medio de su pueblo escogido Israel, y que no consiguió en razón a su rebeldía, ahora iba a lograrlo por medio de Cristo y el nuevo pueblo escogido de seguidores que venían a ser el “Nuevo Israel.”

  Esta es la última vez que el apóstol cita la expresión de Jesús: “Yo soy”, pero tiene un contexto extraordinario:

  Sigue Juan 15:1. Mi Padre es el Labrador. Tenemos así, que es el mismísimo Dios Padre el que cuida y trabaja en y por medio de su viña. De donde, usando la misma figura citada por Cristo fácilmente podemos explicar que es el Padre, parangonando al labrador, quien riega, limpia, poda y mima a la cepa y lo que es importante: a todas las ramas, los sarmientos, que alimentadas por aquélla deben dar frutos apetecibles a sus ojos, so pena, de ser arrancados de forma irremediable en la época adecuada.

  Finalmente hagamos referencia al hecho de que todos los frutos esperados no serán valorados por nuestros propios ojos, cosa que tan acostumbrados estamos a hacer, sino por otros ajenos y perfectamente justos, los cuales sin duda calibrarán su calidad y decidirán a la luz de este criterio si el sarmiento en cuestión debe seguir existiendo o no.

  Juan 15:2. Todo pámpano que en mi no lleva fruto, lo quitará. Está bien claro. El agricultor, el Padre, aplica las tijeras a las ramas que son estériles o muertas por una razón perfectamente lógica: ¿Cuál es? Pues evitar que los pámpanos, estas ramas, estorben el normal desarrollo de los fructíferos. ¿Hay injusticia es esta actitud? Ninguna. El labrador de la viña sólo tiene un propósito: ¡Qué produzca fruto abundante y de buena calidad y la limpieza radical de todo aquello que impida esta realidad, debe ser roto, podado y eliminado. Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto. Somos conscientes de que el labrador sabe que aun los sarmientos que producen fruto deben ser limpiados de hojas y ramitas inútiles que absorben la savia tan vital para su crecimiento. Y otra vez, en esta parte del mimo del agricultor, vemos la misma ansia o avidez: ¡Qué haya buena y abundante cosecha! De todas formas es importante que el labrador sepa cuándo y cómo podar su hacienda. De lo que si estamos seguros es que Dios, el Padre, si lo sabe: Muchas veces ha limpiado su viña, la Iglesia. Por las persecuciones que, en el momento y a los ojos de los propios perseguidos, parecía que deseaba destruir de forma total a la planta más que sanearla, pero, a la larga, en la época del fruto, se comprobaba que la viña era mucho más fructífera que antes de la poda.

  Juan 15:3. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Anda, resulta así, que otra tijera que Dios emplea para limpiar los pámpanos es las Escrituras, ya que sabemos que la lectura diaria de la Biblia crea en el creyente una conciencia de la diferencia entre el bien y el mal, entre lo que gusta al Señor y lo que le desagrada. Y así, el creyente que día a día se alimenta de la savia, con la ayuda de Dios, irá eliminando las cosas que estorban a su vida y testimonios cristianos. Jesús dice que los once apóstoles estaban básicamente limpios por las voces y palabras que habían escuchado de sus labios y, que por lo tanto, estaban ya bien preparados para dar frutos y frutos en abundancia, ejemplares.

  Juan 15:4. Permanecer en mí y yo en vosotros. La firme y primera condición esencial para producir fruto es una buena limpieza radical. La segunda es que exista una relación vital. Para recalcar la necesidad de una relación así entre él y sus seguidores, Jesús emplea la palabra permanecer, unas diez veces en el texto de esta lección. El término señala muy bien el hecho de mantener una conexión sin romper entre el pámpano fructífero y el tronco propiamente dicho. Es curioso pues Jesús presenta este hecho como un mandato, no es optativo. Si se emplea la preposición “en” nada menos que trece veces es para indicar la relación vital entre Cristo y sus seguidores, la vid y los pámpanos, si es que han de dar frutos. Pero aún hay más, es también una acción recíproca: ¡Nosotros en Él y Él en nosotros! Cómo el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo sino permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Era y es un hecho conocido por todos por su simpleza que un pámpano que no esté unido, soldado al tronco de la vida, no puede dar fruto. Pero es que precisamente, hermanos, la misma simpleza compone el binomio Cristo/seguidores. Si uno no está sólidamente unido al tronco de la vida, no puede tener esos frutos apetecibles a los ojos del labrador puesto que al no recibir savia, vital para su subsistencia, no puede existir. Sí, así de claro, así de lógico. Permanecer en Él es lo mismo o significa lo mismo, que significa para el pámpano al estar conectado a la vid.

  Juan 15:5.Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, y el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Jesús repite y resume todo lo que ha dicho hasta este momento en cuanto a una relación vital, o en cuanto a la necesidad de vida con él, viendo y asegurando que esa relación resultará de manera indefectible en un fruto abundante. Aquí debemos notar una triple progresión de la figura del fruto: (a) Fruto simplemente en el v. 2; (b) más fruto en la segunda parte del v. 2, y (c) mucho fruto en el v. 5. Y ahora Jesús remacha la idea y la consecuencia negativa, firme y contundente, de esa escalada idílica: ¡Porque separados de mí, nada podéis hacer! Seria advertencia que nos señala que es imposible hacer algo, es decir, llegar fruto, estando cortados, separados o desvinculados de Él. No hace falta más comentarios por lo claro que nos resulta el mensaje.

  Juan 15:6. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará, y los recogen y los echan en el fuego y arden. Los verbos será echado y se secará, en el gr. están escritos en pretérito indefinido. Y se usan así para indicar la idea de un hecho tan seguro como si este ya hubiese tenido lugar. El proceso de podar la vid, echar las ramas fuera, verlas secar y quemar, etc. era común en la zona y presentan una descripción sorprendente, clara y categórica de aquellos que, en apariencia, están unidos a Cristo, pero que no lo están la realidad. En una palabra: Aquellos cristianos que no demuestran con hechos la calidad de sus frutos, dicen ni más ni menos, que a pesar de ser pámpanos, están en la época de secarse al sol y, por consiguiente, a la espera de ser quemados. En palabras más reales, sin que por ello pierda valor la alegoría presentada: Todos estos humanos, espiritualmente se secarán, serán echados afuera y al final se quemarán en el juicio final.

  Juan 15:7. Si permanecéis en mí, y mis palabras lo hacen en vosotros… Aquí el Señor agrega una condición más. Hemos visto en el 5 que es Jesús el que permanece en los creyentes, aquí son sus palabras las que están en ellos. Pero sabemos que en Cristo Jesús y sus palabras son inseparables en el corazón del creyente puesto que por éstas, Él se presenta y se une a su pueblo. Es decir, la suma de sus dichos es una revelación de Él por la cual nos presenta su naturaleza más íntima. Por sus dichos y hechos lo hemos conocido. Pedir todo lo que queráis y os será hecho. Ahora estamos delante de un pasaje tremendo y peligroso en oposición con todo lo que hemos estado estudiando hasta aquí. Esta frase interpretada en forma literal y aparte del contexto ha creado una gran desilusión en algunos de los creyentes. Mi propia madre, que era considerada como una gran cristiana, fue una de ellas. Estuvo dos horas orando ante la cama de su padre, mi abuelo, intentando curarle por medio de la oración y al no conseguirlo, tuvo una gran crisis espiritual que le costó superar. Por el contrario, esta frase, interpretada a la luz del contexto, ha sido confirmada y hasta corroborada con la experiencia diaria de la mayoría de los discípulos de Cristo. En primer lugar, pues, la oración para el creyente es un privilegio, un gran privilegio, pero también es un mandato. Pedir es uno de los términos más fuertes en relación con la oración y como podemos ver, está escrito en imperativo. Sí, “pedir”, pero las condiciones para pedir lo que queremos con la confianza de recibirlo, son: (a) permanecer en el Señor, y (b) asegurar que sus palabras estén siempre, de forma continua, en nuestras mentes. Si reunimos estas condiciones podremos pedir lo que queramos sin tapujos con la esperanza de recibirlo, puesto que sus solicitudes estarán de acuerdo con el propósito y voluntad de Cristo, aunque aún hay más, tendrán como fin el propósito de glorificarlo por medio del fruto que produce.

  Juan 15:8. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Esto es el resultado: La oración eficaz escrita en el v. 7 y la unión con Cristo Jesús denunciada en el v. 6, asegura una vida fructífera estudiada ya en el v. 5 y en este v. 8 que ahora desgranamos. Todos los frutos apetecibles son de forma la gloria del Padre y para su Hijo, del mismo modo que los frutos lo son para el agricultor haciéndole olvidar sufrimientos y sueño sólo con mirarlos y sopesarlos. Pero no terminan aquí las enseñanzas de este hermoso v.: Resulta que la glorificación del Padre, por otro lado, es uno de los factores determinantes para conseguir más fruto, puesto que de hecho con este: y seáis mis discípulos indica que en la actualidad aún no lo somos del todo. Es decir: Parece que se nos señala que esta gloria es el empuje final para que lleguemos a ser sus fieles discípulos, con la idea implícita de un proceso hacia el ideal perfecto. De donde se desprende el hecho de que a más fruto, más gloria para el Señor, más perfección para nosotros, mucho más fruto, más gloria, más perfección y así hasta aquel día en que por fin, hayamos copado hasta rebosar toda la copa que nos está destinada.

  Juan 15:9. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado. Lo hemos venido diciendo estos domingos, el amor de Cristo por sus seguidores es de la misma calidad y profundidad que el amor del Padre para con el Hijo. Es del todo imposible emplear un lenguaje más alto, fuerte y a la vez más explícito. La idea se nos presenta muy clara. El cómo es un adverbio de modo que señala, describe y limita una manera de acción. Permanecer en mi amor. Esto es definitivo. Conscientes del infinito amor de Cristo para con nosotros, debemos sentirnos constreñidos a vivir de manera constante en ese amor. Es decir: ¡Dejar hacer que Él sea el que nos alimente!

  Juan 15:10. Dice: Si guardarais mis mandamientos estaréis o permaneceréis en mi amor. El hecho de permanecer en el amor de Cristo se ve y manifiesta por una obediencia consciente y total a sus mandatos. Más, dicho de otra forma, la práctica de guardar con entusiasmo todos sus mandatos nos asegura la continuidad de su bendición de amor hacia nosotros. Así como he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor… Este es el puente vivo, cierto y eficaz, pues si me amáis, guardar mis mandamientos de esta forma nos aseguramos su amor eterno. Así, la misma relación de obediencia y amor recíprocos deben verse, manifestarse entre los fieles discípulos y Cristo, como lo hizo ya entre éste y el Padre.

  Juan 15:11. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros. Con este v concluye la alegoría de la viña. Es la primera vez que Juan menciona el gozo de Jesús. Fijémonos bien, esta referencia al gozo se emplea en la misma noche de la crucifixión. Así que ya podemos decir que el gozo que Cristo experimentaba se desprende del hecho de saberse en comunión con el Padre, el cual le sostenía en sus tentaciones, dolores y sufrimientos, pero, y lo que es importante: El Señor Jesús dice que nos ha hablado estas cosas para que su gozo también esté en nosotros. Esta es la relación: Una unión vital y obediente con Cristo redunda en gozo del propio Hijo de Dios y. a su vez, en la savia para el propio creyente. Y que vuestro gozo sea cumplido. Sí, el corazón humano no puede sentir un gozo más grande y sublime que este: “Saberse alimentado por Cristo”, tener, hacer o producir frutos y, como consecuencia, generar gloria a el Padre, principio, subsistencia y fin de todo lo creado.

 

  Conclusión:

  Hermanos, no podemos engañarnos. Los frutos de este Espíritu son claros: Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, bondad, fe, mansedumbre: Contra tales cosas no hay ley, Gál. 5:22, 23.

  Si hacemos esto, nuestro gozo se verá cumplido.

  ¡Amén!

EL AMOR ENTRE LOS CREYENTES

 

Juan 13:1-5, 12-14, 34, 35

 

  Introducción:

  No descubrimos nada nuevo al decir que todo ser tiene hondas necesidades sociales. Necesita amar a otros y lo que es más importante, sentirse amado. Sí, sabemos que las personas más desgraciadas son aquellas que se sienten solas, abandonadas o rechazadas. Tanto es así, que no importa lo que uno pueda tener, sin amor, su vida es una amarga peregrinación. Emocionalmente es verdadero el dicho: ¡El mundo se está muriendo por falta de amor!

  Sí, pero, ¿qué es amor? Habla el Diccionario: Con este término se designan actividades de naturaleza diversa pero que tienen relación con los conceptos de inclinación, pasión, aspiración, etc. Por lo demás, es necesario anotar estas dos tendencias más sobresalientes en cuanto a la definición del amor: (a) La griega. Su máximo teórico fue Platón pues afirmaba que el amor es la aspiración de lo menos perfecto a lo más perfecto. Que el real movimiento parte del ser amante y el final del amado, en cuanto atrae a aquél. Lo amado, pues, no necesita amar: ¡Todo su ser es apetecible! (b) La cristiana. El amor parte de lo amado, en el cual se da el amor modélico: la tendencia que tiende lo perfecto a descender hacia lo que es menos perfecto para atraerlo hacia él y salvarlo.

  Pero, hay más. Aparte de la consideración teórica, metafísica y teológica del amor, los filósofos modernos han prestado gran atención al amor desde el punto de vista psicológico y hasta sociológico ya que constituye uno de los módulos de regulación entre todos los hombres que componen nuestra sociedad. Si esta preocupación suscita y remueve la mente de los intelectuales no es por otra cosa que por considerarlo vital en un mundo lleno de enorme incomprensión y taras sociales.

  Jesucristo vino al mundo para revelar el amor superlativo de Dios a los hombres, un amor que se expresa al final en la entrega voluntaria de sí mismo a la muerte en favor de otros: Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos, Juan 15:13. Su obra en la Cruz posibilita la nueva concepción del amor y hasta la nueva naturaleza, constituyendo su principal característica la fuerte capacidad de amar. Capacidad que se hace bien extensiva al Señor y a sus semejantes, aun a aquellos que la sociedad considera enemigos. De donde se desprende el hecho de que ahora sí, ahora es posible que dos personas se amen a pesar de que antes no podían ni siquiera hablarse, que dos personas que antes se tenían por amo y siervo puedan amarse ocupando cada uno el lugar que le corresponde, que dos personas se entiendan y sin conocerse apenas por el simple hecho de saberse creyentes en el mismo Señor Jesús, y que, en suma, dos personas se amen hasta llegar a dar la vida el uno por el otro si fuese necesario.

  Pero, ¿de dónde ha salido esta rara filosofía que parece locura al resto de la humanidad? Leer 1 Cor. 13:1-7. Sí, este es el amor y sus principales manifestaciones pero, ¿cuál es la fuente? Leer ahora 1 Jn. 4:8. Entonces, lo que el mundo necesita mucho más es precisamente lo que Cristo vino a ofrecer, puesto que si las peleas personales, suicidios, homicidios e injusticias evidencian la falta de amor, por otro lado sabemos que Él fue enviado para darnos la suprema lección del tema: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados, 1 Jn. 4:10.

 

  Desarrollo:

  Juan 13:1. Antes de la fiesta de Pascua… Situemos la escena. Ahora estamos en el llamado Aposento Alto, en la ciudad de Jerusalén. Jesús sabía bien que su ministerio público estaba tocando a su fin. Sólo faltaba su obra suprema: ¡Morir en la Cruz! Y a pesar de que aquellos horas vividas eran, sin duda, muy angustiosas, no vacila en aprovechar las pocas oportunidades que aún tiene para dar una lección a sus discípulos. Así, pocos minutos antes de empezar la Cena Pascual, que instituiría más tarde como recordatorio de su nombre y venida, o quizá fuese durante el transcurso de la Cena propiamente dicha, el momento quizá no importa, Jesús aprovecha la ocasión para mostrar a sus discípulos lo que es el amor y la humildad en acción. Sabiendo que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre… Ahora Él está seguro del terreno que pisa. Sabe que su hora ha llegado por más que pensemos que Él nunca dejó de saberlo, aunque ahora el momento se hace denso, se mastica. En varias ocasiones demostró que sabía de su final ignominioso, Juan 2:4; 7:6; 8:20, pero ahora, recién apagado los vítores de la muchedumbre es consciente de que la hora ha llegado, y que debe terminar su ministerio terrenal y volver con el Padre. Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Este detalle es muy revelador. Era porque Jesús sabía que su hora había llegado que amó a sus discípulos hasta el fin, o lo que es lo mismo, ¡los amó siempre! Pero aquí hay una idea, una consideración que debemos hacer. El verbo “amar” está escrito en tiempo de pretérito indefinido, indicando un acto determinado en un momento determinado. Y la expresión “hasta el fin”, podría referirse al límite del tiempo, es decir, hasta el término de su vida terrenal, o a la última voz o manifestación del amor, o al grado de intensidad de su amor, o quizá a las tres cosas o, por lo menos, las dos últimas por cuanto casan mejor con todo el contexto. Aún nos queda otra expresión digna de discutir: La frase “estaban en el mundo” nos indica sin duda que hay otros que pudieran no estarlo. Nos referimos a ese Seno de Abraham dicho o comentado por el rico de la historia de Lázaro, a ese cielo poblado por seres ya en comunión con el Padre, a ese estado en que las almas ya gustan del amor de Dios y de su Cristo.

  Juan 13:2. Cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas, hijo de Simón, que le entregase… Ya sabemos que la cena era un momento de íntima comunión para todos los judíos. Y sabemos que aquella cena aún lo era más. Pero el feliz acontecimiento tenía su lado negro, su adverso, la excepción que confirmase la regla: Judas Iscariote, el único discípulo que no era de Galilea, se prestó como instrumento del diablo para dar o entregar a Jesús a los líderes religioso que estaban determinados a destruirlo.

  El caso de Judas es bien curioso: Jesús lo llamó al oficio del apostolado aun a sabiendas de su carácter real, Juan 6:64, 70. A continuación Judas, según parece, se granjeó la confianza de sus compañeros quienes le encargaron el cuidado de los presentes que se les habían hecho y todos sus medios de subsistencia cotidiana. Y cuando los doce fueron a predicar y obrar milagros, Judas debió estar con ellos y recibir las mismas facultades. Sin embargo, aun en ese tiempo, tenía el defecto de apropiarse de una parte del fondo común para su propia uso, Juan 12:6, y, por último como sabemos, selló su infamia con la entrega que hizo de nuestro Señor a los judíos por dinero. Pero la confesión que hizo lleno de remordimiento asegurando la inocencia de su Jesús cuando la cosa ya no tenía remedio es bien notable, Mat. 27:4, y el espantoso fin que tuvo nos hace pensar en el triste papel que desempeñó en la historia de Cristo y la de su salvación. Ahora viene a cuento una cuestión importante. Sí, sabemos que lo hizo todo porque así estaba escrito, pero, ¿era libre o no de seguir esta inclinación? Era libre, al igual que lo somos cada uno de nosotros. No podemos culpar a Dios de injusto y lo estaríamos haciendo si creyésemos que Judas no pudo evitar o eludir su destino. Él tuvo su oportunidad de darse cuenta del fin a que se dirigía haciendo caso al diablo y a sus innatos deseos de avaricia. Por otra parte, existe el hecho de que Jesús lo escogió dándole así un escape vital que hubiese podido utilizar sólo con que lo hubiese querido.

  Volviendo al punto donde dejamos la acción, sabemos que a la luz de lo que dicen los Evangelios, Judas debió salir antes de instituirse la Cena del Señor, puesto que de otro modo no habría tenido tiempo de llevar a cabo su infame y cruel trato. Claro que el acto de Judas no fue una sorpresa para Jesús ni estorbó el propósito de Dios. Por el contrario, el Señor aprovecha y aun encamina los pies y planes de sus enemigos para lograr sus propósitos. Quizá este punto negro de la actitud de Judas esté puesto aquí para contrastar de forma tremenda con la poderosa luz que emana de la actitud amorosa de Cristo en contraposición con la negativa de aquél. De todos modos, este suceso fue determinante en el futuro de la Iglesia puesto que se tomó la sana costumbre de separar de las cenas a todos aquellos que su actitud pública no era lo suficiente cristiana que hubiera sido de desear, 1 Cor. 5:11.

  Juan 13:3. Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en sus manos, y que había salido de Dios y a Dios iba… Sin duda los vs. que hemos estudiado nos preparan para entender la actitud y el por qué Jesús lavó los pies de sus discípulos. Aunque Él sabía todas las cosas, que su hora de volver al Padre había llegado, que Éste le había dado la suprema autoridad aquí en la tierra, que había procedido de Él y que pronto regresaría al mismo, consciente de todo esto y mucho más que no hace falta relatar en esta ocasión, lavó los pies de sus discípulos. Por otra parte, y eso sí debemos decirlo, Él sabía bien que había venido del Padre sin dejarlo del todo; es decir, que hablando de forma espiritual, en ningún momento había dejado de ser Dios y, lo que también es importante, Él regresaba al Padre sin abandonarlo del todo. Sabiendo todo esto, conociendo desde la creación del mundo hasta su fin, palpando las horas venideras y sintiendo el cruel y tortuoso carácter humano, les lavó los pies a todos sus discípulos.

  Juan 13:4. Se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó. Seguramente la disputa de los discípulos, unos instantes antes, sobre quien de ellos sería el mayor en su Reino, Luc. 22:24, le entristeció o le apenó mucho. Y quizás aquella disputa también tuvo que ver sobre quién ocuparía el lugar más prominente en la mesa y sobre quién recaería el papel de siervo o esclavo en el ritual obligatorio lavado de los pies. Claro, a nadie se le ocurrió pensar que este papel lo iba a reclamar el mismo Jesús para sí. Pero el Maestro, tal vez con este episodio en mente y deseando dejarles un ejemplo inolvidable de la grandeza del servicio, les lavó los pies a todos. Lo curioso del caso es que sólo Juan, el llamado discípulo del amor, registra este caso, anota este evento. Lo cierto es que tal vez lo hizo por haberle quedado fijo y grabado en el corazón más que por otra razón más complicada.

  El evangelista prosigue:

  Juan 13:5. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies a sus discípulos, y a enjuagarlos con la toalla con que estaba ceñido. Al parecer, Juan recordaba bien estos detalles a pesar de que ya habían pasado unos setenta años desde que escribió su Evangelio y el momento en que realmente sucedieron las cosas.

  Juan 13:12. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Veamos de nuevo la escena. Los discípulos estarían expectantes e incluso muchos habían protestado por la actitud de Jesús, y cuando éste termina su extraño servicio que, sin duda, tuvo que afectarlos de manera profunda, y se echó sobre su lado izquierdo en la colchoneta de la mesa, les hace la pregunta que tiene la virtud de dejarlos más atónitos si cabe. Sólo un paréntesis para explicar mi frase “reclinarse sobre su brazo”: Este volver a la mesa, en gr. significa literalmente reclinarse o acostarse. Sabido es que la costumbre de la época era reclinarse alrededor de la mesa de unos diez o doce cm de altura y alcanzar la comida con la mano derecha. Ahora ya, volviendo a lo que importa, repetimos la inquietante pregunta del Maestro: ¿Sabéis lo que os he hecho? En primer lugar sirvió sin duda para llamar la atención de ellos sobre lo que les iba a decir enseguida, a continuación, puesto que no podía referirse a los hechos concretos que habían visto con sus propios ojos. Sabían muy bien lo que les había hecho, había sido un completo lavatorio de pies, pero, ¿por qué motivo? ¿Cuál era la razón de esta humillación aparente? ¿Qué pretendía o quería decirles? ¿Qué debían contestar…? La expectación se hizo patente hasta conseguir menguar la respiración:

  Juan 13:13. Sí, vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Esta es la introducción a la lección que seguirá y que los discípulos esperan ya. (Este título era normal para un rabí, siendo opuesto a la condición de discípulo y en cuanto a Señor, otro título que se aplicaba también a los rabinos, es del mismo modo opuesto a siervo). Sabemos que Jesús no buscaba su vanagloria ni el aplauso de los hombres, pero nunca les negó ni reprochó que le reconocieran o que le confesaran su grandeza. Pero aquí, al reconocerlo Él mismo, y lo que es más, al declarar la posición de ellos, de discípulos o siervos, les está preparando muy bien para la apelación y aplicación que sigue:

  Juan 13:14. Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis lavaron los pies los unos a los otros. Los pronombres “yo” y “vosotros” son enfáticos y diametralmente opuestos. En contraste con ellos, con todos los discípulos que buscaban ocupar el primer lugar de honor, Jesús tomó el último lugar, el lugar de la humildad. El acto de tomar la toalla y lavar los sucios pies de los hombres era una descripción gráfica de todo su ministerio terrenal de servicio y sufrimiento, Fil. 2:6-8. Por otro lado, este vosotros también debéis lavarse habla de un deber, obligación o deuda que todo creyente tiene para con los demás discípulos del Señor. Así, en otras palabras: en varias circunstancias semejantes, el creyente debe tener una disposición de servir a los hermanos, aun en las tareas humildes. De donde se desprende la idea de que aun la tarea más baja cobra nobleza y dignidad si se hace en nombre de Cristo y para su gloria, y también, que un servicio que no es nada o demasiado humilde para que el Señor Jesús lo haga, no debe ser demasiado para que nosotros no podamos hacerlo también.

  Esta costumbre de lavar los pies los unos a los otros se ha practicado entre los grupos de cristianos como ordenanza desde el siglo IV, aunque, sin embargo, no parece ser un mandato claro de Cristo que deba ser realizado de forma periódica. Ya sabemos que la mención que se hace en 1 Tim. 5:10, probablemente se refiera a un determinado tipo de ministerio en uso en aquella época en que se andaba descalzo o con sandalias y que, desde luego, era un servicio inapreciable para el visitante o amigo, más bien que un acto que formaba parte del culto a Dios.

  Juan 13:34. Un mandamiento nuevo os doy: Fijémonos que la ley exigía amor entre los hombres en los siguientes términos: ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo! Lev. 19:18. ¿En qué sentido es un nuevo mandamiento el que nos da Jesucristo? Hay varias explicaciones, dos de las cuales son: (a) El motivo del amor es nuevo precisamente porque “Cristo nos amó”, y (b) el objeto del amor es nuevo precisamente porque debemos amar a todas las personas que están o son de Cristo Jesús. Como os he amado, que también os améis unos a otros. El creyente tiene en Jesús un gran ejemplo de cómo debe amar a otros. ¿Y cómo hacerlo? ¡Cómo Él nos amó a nosotros! Entonces, y a partir de este preciso punto, este amor deja de ser algo abstracto para pasar a ser algo perfectamente definido y hasta concreto. No hay excusa ni escapatoria posible. La medida de nuestro amor a los demás es la usada por el propio Cristo, y a fe que la dejó bien colmada.

  Juan 13:35. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieseis amor los unos a los otros. Siendo como eran unos miembros individualistas con tendencias claras a la división, la exhortación del Maestro los iba a dejar fijos y forjados en una misma masa capaz de plantar para siempre un frente común: ¡El servicio para con los demás! Esta misma virtud, que brilló de forma notable en su Maestro, llegaría a ser ahora la característica para poder identificar a los verdaderos y santos discípulos. De donde extraemos que la marca inconfundible de la Iglesia del Señor, entonces y ahora, no está compuesta por ciertos milagros, organizaciones, edificios, prestigio ni número de miembros, sino de amor.

 

  Conclusión:

  Tertuliano nos dejó dicho en un comentario del siglo II, cuando escribía lo que le decían los incrédulos al observar a aquella pujante Iglesia: ¡Mirar cómo se aman!

  Hagamos un examen de conciencia y que cada uno de nosotros responda asimismo si esta es la frase que oímos de forma viva y constante por boca de nuestros vecinos cuando se refieren a nosotros y a nuestra Iglesia.

  Leer 1 Jn. 4:8-16.

LUZ PARA LOS CIEGOS

 

Juan 9:1-7, 35-41

 

  Introducción:

  Siguiendo con las lecciones que venimos estudiando, hoy nos corresponde una que es, quizá con mucho, la que más idea nos da acerca del Ministerio de Jesús aquí en la tierra.

  Jesús es la luz para los ciegos. En esta sencilla frase podemos ver tres grandes aspectos: (a) Jesús, (b) acción de luz o ausencia de tinieblas, y (c) ciegos. En cuanto al primer punto, Jesús es el sujeto creador y portador de esa luz, es decir, la linterna origen, causa y efecto de la luz. El segundo, representa el estado físico de una actitud, de estar o no en tinieblas, con la idea implícita del ciego que por propia voluntad trata de ponerse bajo el salvador haz de luz que emana de la personalidad de Cristo. En cuanto al tercero e importante como aquéllos para hacer posible el axioma trinitario, el ciego, el decir, aquel que no ve, que está limitado física y espiritualmente para gozar de toda la amplitud prevista por la naturaleza en su cuerpo.

  Si nos es conocida la personalidad de Jesús como agua viva, pan para los hambrientos y luz para los ciegos, y conocida la naturaleza de la luz que ofrece, hagamos un poco más de fuerza en la personalidad del sujeto a sanar, es decir, del ciego. Claro, una de las tragedias físicas más difíciles de sobrellevar es la de quedarse ciego, primero porque por lo general la ceguera coloca a la persona así afectada en una posición de total dependencia de otros y segundo, porque esta simple circunstancia le impide la función normal de la vida, y esto sin tener en cuenta el aspecto moral de la cuestión, tan cruel de superar por el abatimiento que reporta el hecho de haber visto y no ver. Por otro lado, sabemos que todos aquellos ciegos que son conscientes de serlo, son sensibles a sus posibles desventajas y están dispuestos a probar cualquier cosa o posibilidad de recuperar la vista perdida por muy remota que ésta sea. Esto lo encontramos normal e incluyo los ayudamos en la medida de nuestras fuerzas pero, ¿qué pasa con los ciegos espirituales? Sabemos que en el plano espiritual, toda fe cristiana comienza cuando uno llega a darse cuenta de que el pecado nos ha robado la vista del espíritu y que, en este sentido, uno ha sido ciego desde su nacimiento y es incapaz de librarse por sí solo de las perpetuas tinieblas.

  Así que, el primer paso a dar es estar convencido de ser ciego, de no ver. Luego, la fe cristiana llega a su madurez cuando la persona ciega reconoce que Cristo es el único médico que tiene el suficiente poder para restituirle la vista y, por ello, por ende, para completarlo cara al futuro eterno.

 

  Desarrollo:

  Juan 9:1. En su hacer diario, Cristo siempre encontraba tiempo y oportunidades, justo al lado del camino, para en primer lugar remediar las necesidades humanas y para enseñar prácticamente a sus discípulos. Sus clases didácticas son un ejemplo a seguir. En la ocasión que nos ocupa, sus ojos se posan en la persona de un ciego. ¿Era la primera vez que usaba la figura de un ciego para enseñar? No (el ciego de Betsaida de Mar. 8:22-26 y hasta Bartimeo, el de Jericó de Mar. 10:46-53). Y sin embargo, nuestro ciego es el único ciego de nacimiento registrado en los cuatro Evangelios. Mas, ¿hasta que punto es importante este detalle? Mucho. En primer lugar era más difícil de curar que aquellos otros que pudieran serlo temporales y en segundo, representaba de forma perfecta a todos los hombres ciegos espiritualmente.

  Ahora debemos resaltar el hecho innegable de como el Señor, al paso, detecta al ciego. Lo que nos da cumplida idea de que está tratando de ver personas con problemas de forma fija y continua, reconocidamente ciegas y, por lo tanto, aptas para ser sanadas de una forma magistral. Sin duda habrían cientos de personas en el camino que iban siguiendo, ya fuesen curiosos, discípulos, comerciantes, estudiosos, fariseos e incluso, ¿y por qué no? médicos, pero Él ve al ciego y a sus ganas de ser curado. ¡Cómo nos acordamos de aquel día en que también notamos en nosotros su mirada y a una súplica, recibimos de Él la luz que ahora disfrutamos! ¡Gracias le sean dadas!

  Juan 9:2. Lo primero que notamos en la lectura de este v es la marcada diferencia de un hecho concreto: Los ya discípulos tienen ante sí al mismo hombre, al ciego, al ciego de nacimiento y sin embargo notamos cuán distinta en su aptitud respecto a la adoptada por Jesús. El Maestro Jesús vio a un hombre, a un hombre en una situación patética, a un hombre, en suma, que necesitaba ayuda. Los discípulos, en cambio, al verlo, creyeron un deber entablar con Jesús conversaciones teológicas, eso sí, aprovechando nuestro sujeto como ejemplo vivo, pero sin tratar de hacer ningún bien de resultas de la discusión. Ven en el pobre hombre un motivo de estudio dando más importancia a la causa o agente del pecado que al propio pecador y, por consiguiente, olvidándose por completo del hombre como tal. En cuanto a nosotros, criticamos con facilidad esta actitud tan errónea, pero decirme: ¿No hacemos lo mismo al señalar defectos los sociales, morales o físicos sin darles una solución con toda energía?

  En cuanto a los discípulos están preocupados por aquel caso, pero tan solo en el aspecto teológico de la cuestión. Sabido es que los judíos relacionaban toda la adversidad con el pecado y de ahí la pregunta: ¿Quién pecó? Aunque sabemos que ellos pensaban que la ceguera que estaban viendo era debida a dos posibles causas: (a) Al pecado de sus padres, y (b) al pecado del ciego antes de nacer. Si tomamos la primera razón, sabemos que la ley establecía que Dios iba a visitar la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera o cuarta generación, Éxo 20:5. Sin embargo, esto no era axiomático, ex cátedra, por cuanto más tarde, otro profeta de Dios enseñó la responsabilidad individual y personal delante del Señor, Eze. 18:1-4. Aún sabemos por otros textos que se nos dice que cada uno dará cuenta de sí o todo lo que el hombre sembrare, eso segará, etc. Por ello, creemos que queda descartada la primera posibilidad. ¡Aquel hombre no era ciego por culpa del pecado de sus padres! En cuanto al 2º punto, ¿qué podemos decir? La Biblia en bloque descarta la idea de que un recién nacido haya podido pecar en el vientre de su madre. Así también, la segunda posibilidad queda descartada.

  Ahora, pues, conviene levantar la pregunta: ¿Por qué causa era ciego aquel hombre?

  Juan 9:3. Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Así pues queda reseñada la respuesta y a fe que es difícil. Si fueron descartadas las dos opciones de los discípulos, Jesús presenta ahora una 3ª posibilidad o alternativa que ha dejado perplejos a muchos creyentes. Parece ser o decir que fue el propósito de Dios que el hombre naciera ciego para que, al ser adulto, fuese el objeto de una obra sobrenatural que reportaría mucha gloria al cielo. Pero, ¿esto sería justo? ¿Hacer sufrir al hombre todo el tiempo, a sus padres, a sus vecinos, a sus allegados, entra en el propósito de Dios? No, no, desde luego, la idea no cuadra con el resto de enseñanzas bíblicas en cuanto a la santa personalidad de Dios.

  Veamos como salir de esta situación:

  Muchos comentaristas colocan un punto y seguido después de la palabra padres, dejando el texto leído de esta forma: No es que pecó éste, ni sus padres. Pero, para que las obras de Dios se manifiesten en él, me es necesario… (esto ya pertenece al v siguiente que forma parte de la misma frase). El arreglo es justo y perfectamente aceptable para nosotros cuando sabemos que en el texto original griego no llevaba ningún signo de puntuación, los cuales fueron dados o agregados siglos después por hombres limitados y hasta falibles quienes, al puntuarlo, lo hicieron tal y como aparece en el texto que hemos apuntado al principio. Por otra parte debemos entender la afirmación de Jesús. No dice que ellos no habían pecado, sólo está afirmando que no era la causa de su ceguera.

  Juan 9:4. Me es necesario hacer las cosas del que me envió entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Es curioso. Jesús está diciendo que su forma de actuar dentro de la voluntad de su Padre da como resultado que sus obras sean las mismas que las de Aquel que le envió. Está insinuando a sus oyentes la fuente de su fiel divinidad que en este caso se manifestará con la curación del ciego. Los términos día y noche deben entenderse en un sentido figurado, es decir, por “día” entendemos el tiempo útil de trabajo, el tiempo de nuestra vida en la tierra y por “noche”, la muerte, con el cese de toda actividad física posible y, lo que es peor, sin tiempo ya para hacer pocas o ninguna enmienda. Haciendo caso a este “me es necesario”, Jesús vivió los tres años de su ministerio bajo un tremendo sentido de urgencia, sabiendo que se acercaba la “noche”, la cruz, y deseando realizar cuanto le era posible antes de que viniese su hora. Del la misma manera, sus seguidores, debemos reflejar en nuestra vida ese tipo de urgencia divina.

  Juan 9:5. Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo. Esta luz de Dios ha alumbrado al mundo en varias ocasiones y en varios grados de intensidad, sea que este mundo lo deseara o no, Heb. 1:1-4. Sin embargo, todos nosotros convenimos en la idea de que el Señor Jesús, la luz, como revelación e iluminación de Dios, brilló en su forma más intensa.

  Juan 9:6. Esta es la explicación física de la real mecánica del milagro. Jesús utilizó medios tales como saliva, estanque y lodo, para conseguir sus fines santos, pero sabemos que otras veces fue suficiente sólo su palabra, y lo que sí podemos afirmar es que en todos los casos fue una manifestación de su poder sobrenatural y otras tantas pruebas de su saber y divinidad.

  Pero en la ocasión que nos ocupa, Jesús violó, por así decirlo, cuando menos dos tradiciones judías: (a) Estaba prohibido poner saliva en sábado en los ojos de nadie, y (b) estaba prohibido hacer lodo en día sábado. En primer lugar deberíamos decir que no era una idea descabellada en sí por cuanto los mismos judíos consideraban que la saliva tenía poderes medicinales, claro que nunca había logrado una cura tan espectacular. Lo que ellos estaban criticando aquí es que esta cura sea efectuada en sábado. La segunda razón sustancial era que la ley prohibía hacer un trabajo en ese día y ellos eran recalcitrantes realizadores de la rara normativa. Y llegaron a estar tan ofuscados con la obra y actuación de Cristo Jesús que, en su momento éste los llamó “hipócritas”, es decir, gente con máscara. Sutilmente, Jesús les riñe y reprime con ejemplos cotidianos irrefutables, como aquel de la caída de una oveja en un pozo, ¿no la iban a sacarla por el hecho de ser día sábado? ¡Cuánto más esfuerzo debería hacerse tratándose de la vida o defectos físicos de algún humano!

  Resumiendo, el Señor Jesús escogió un remedio común y le dio una virtud extraordinaria.

  Juan 9:7. El ciego permitió que Jesús aplicara el lodo a sus ojos y luego escuchó el mandato tierno, pero firme, de ir a lavarse a un estanque. Notemos que no tenemos indicios de que Jesús le prometiera nada. En apariencia, el ciego obedeció esperando ilusionado la mejor traducción de una remota esperanza de la situación, pero avanzó sin tener siquiera la promesa de recibir la vista. ¿Por qué lo hizo? Pues a pesar de haber sufrido mil y una desilusiones, el hombre muy desesperado intentará una y otra vez lograr una solución para su necesidad, por más remota que parezca la propia esperanza o más ridícula o nimia que parezca la posibilidad. ¿Qué no hará el hombre por su salud? Así que se va hacia el estanque de Siloé ante la expectación consiguiente (Siloé, en he enviado, por ser un estanque receptor de agua que le es enviada por otra fuente). Así es que va hacia el estanque, repetimos, sabedor quizá de que Cristo Jesús jamás desilusiona al hombre que tiene fe.

  Sigue Juan 9:7. Fue entonces, se lavó y regresó viendo. Este es simplemente el resultado de la fe y obediencia al Señor. Así que fue al estanque aludido siendo ciego, volvió viendo y además maravillándose del recién estrenado don de la vista. De repente su vida cobró una nueva dimensión y ya veía las asombradas caras de sus vecinos, veía el cielo, las piedras, a… Jesús. Esta sensación es igual a la que siente el hombre en el momento de entregarse a Cristo como único y suficiente Salvador. ¡Queda maravillado ante el claro contraste de su nueva situación y la que acaba de dejar!

  Ahora sólo una palabra más para denunciar el hecho de que todos aquellos que habían sido testigos de su ida, lo fueron de su vuelta estando seguros de que a cada uno de ellos, este hecho del Maestro le vino a confirmar la teoría que del mismo asunto se habían formado.

  Juan 9:35. Oyó Jesús que le habían expulsado… Hemos dado un enorme salto en la narración por falta de tiempo y espacio, por lo que nos conviene volver a tomar el hilo vital de la escena. Cuando el ciego regresó del famoso estanque, Jesús se había ido y nuestro hombre fue llevado delante de las fuerzas vivas, las autoridades de la religión organizada donde fue sometido a toda clase de pruebas para desacreditar su testimonio en lo posible y, de paso, el del Señor. Sí, aquel caso iba muy mal para sus fines.

  En primer lugar, los religiosos trataron de probar que el amigo no era el mismo que antes había sido tan ciego. Y como resultó fallido este intento, procuraron desacreditar la obra de Jesús, diciendo que había violado aquella ley que prohibía trabajar en sábado. Estaban ofuscados y delirantes, tanto es así, que cuando nuestro ex ciego dice, afirma, que Jesús era profeta y que no podía ser pecador, le aplican la disciplina establecida para tales casos. Pero su testimonio irrefutable está patente: ¡Antes era ciego y ahora veo! Y no dejaron que se acercase a la sinagoga, sitio de solaz consuelo y reunión… ¡Y lo expulsaron! En ese momento de tanta soledad se topa con Jesús: Y hablándole le dijo: ¿Crees en el Hijo de Dios? El Maestro lo está preparando para otra curación mucho más importante que la primera. (a) Le ha dado fe para irse a lavar al estanque. (b) El convencimiento total de que su sanador no podía ser pecador, y (c) le enseña que como Hijo de Dios podía sanarle los ojos del alma.

  Como en el caso de aquella Samaritana, estudiado hace poco, Jesús pone en su corazón el ansia de saber:

  Juan 9:36. Respondiendo él le dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Nuestro hombre reconoce que su interlocutor era su sanador, pero no lo relaciona aún con el Mesías. Así que pide más datos, aunque está dispuesto a recibir las evidencias, la condición importante para que el Espíritu obre en los corazones.

  Juan 9:37. Y le dijo Jesús: Pues le has visto y el que habla contigo, Él es. Jesús hace una relación directa entre su persona y el Hijo de Dios. En una palabra, se identifica como el Mesías esperado. Y el hombre, terreno abonado ya por lo antedicho, se entrega:

  Juan 9:38. Y le dijo: Creo, Señor, y le adoró. Se nos dice que este “Señor” es claramente distinto al usado en el v. 36. Aquel era de respeto, éste de obediencia. Este es el propósito inicial del evangelio: ¡Despertar en los hombres la disposición de creer en Dios porque el resto ya lo hace Él!

  Juan 9:39. Estas palabras no son otra cosa que un juicio terrible para aquellos que contemplaron la presencia, las palabras y las obras de Jesús, o de sus creyentes, y no respondieron con fe a su llamada. En cuanto a los que “no ven” se refiere a todos los que son conscientes de su necesidad espiritual y que procuran recibir la luz de Dios. Jesús vino y murió para que esto fuera posible.

  Juan 9:40. Entonces algunos de los fariseos que estaban con Él, al oír esto, le dijeron: Di, ¿acaso nosotros somos también ciegos? Ellos, sin duda, pensaban que no se refería a su grupo, los más iluminados del pueblo de Israel en datos o aspectos religiosos. Con dudas, hicieron la pregunta para demostrar que no sentían necesidad de luz, al menos de la luz que promulgada el Hijo de Dios.

  Juan 9:41. Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, más ahora porque decís: Sí, vemos, vuestro pecado permanece. Jesús confirma la ceguera de ellos. Por el contrario, el ciego de nuestra historia tenía las cualidades precisas para dejar de serlo: Fe, lealtad, sincera confesión, adoración…

 

  Conclusión:

  ¿Hay alguno que quiera acercarse al Divino Ser Sanador? ¡Qué lo diga y… oraremos por él!

PAN PARA LOS HAMBRIENTOS

 

Juan 6:35-51

 

  Introducción:

  Ahora nos conviene recordar que los judíos de Jerusalén habían rechazado a Jesús, principalmente porque Él había retado todo el sistema religioso que ellos mismos habían creado. El cap. 6 de Juan, que parcialmente vamos a estudiar hoy, trata y descubre la incredulidad de otros judíos.

  Los galileos, los cuales mostraron interés sólo en el pan, es decir, en el alimento físico para el cuerpo. Aquéllos, como la mayoría de personas hoy en día, prefieren todo aquello que pueden oler y gustar a aquello otro, mil veces más alimenticio, pero que sólo se puede detectar con el olfato y gusto del buen espíritu. Pero para los que ya tenemos ese pan eterno, la lección de hoy también tiene un cierto mensaje. Creemos que teniendo a Jesucristo ya tenemos suficiente y que incluso nos sobra, pero pensamos de forma egoísta. Nos callamos cuando alguien quiere beber de la fuente de ese “agua viva” y comer del “pan eterno”, por la sencilla razón de que no queremos compartirlo.

  Recordamos que en 2 Rey. 7, se narra una historia muy singular: Se cuenta de unos leprosos que, según el uso y la costumbre de la época, vivían en el exterior de la ciudad y forzados por el hambre y la necesidad fueron a visitar el campamento enemigo que había sitiado hasta entonces a su ciudad. ¡Cuál no sería su extrañeza cuando vieron que los soldados se habían ido dejando todas sus cosas o pertenencias usadas en el largo sitio. La alegría de los hombres fue inmensa. Se lanzaron sobre la comida y la devoraron hasta saciarse. Al final, se impuso la cordura y se dijeron los unos a los otros: –No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva y nosotros callamos. Y corrieron a la ciudad a comunicar la noticia del levantamiento del sitio. ¡Cuánto debería enseñarnos esta narración! Sí, nosotros nos gozamos y comemos del pan eterno pero entre bocado y bocado deberíamos decir: –No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva y nosotros callamos.

  Del mismo modo que el “agua viva”, ya estudiada el domingo anterior, este “pan eterno”, si no se reparte a tiempo y consume se florece y no sirve para el medio que fue creado. ¡Qué Dios nos enseñe la forma y manera de lograr como hacer participar a otros de lo que hemos considerado un tesoro inigualable!

  En la ocasión que nos ocupa, el Señor denuncia el propósito materialista de aquellos galileos, Juan 6:26. Buscaban, hasta el punto de abandonar sus hogares y la labor del día a día, la forma de conseguir pan gratis, conseguido sin sudor. Más el propósito principal de la venida de Jesús al mundo ha sido bien diferente. Él ha venido a satisfacer las necesidades espirituales de toda la gente, Juan 6:27. Y les exhorta a creer en Él como el enviado por Dios, ya que se identifica a sí mismo como el Pan verdadero Juan 6:33. Para poder llegar a esta conclusión concreta debemos ponernos en situación: Jesús había estado en Galilea e ido a Tiberias cuando tuvo lugar el evento de aquella alimentación de los cinco mil hombres, la demostración práctica de Andrés con saber estar en todo, la dádiva del muchacho ofreciendo lo que tenía y la del propio Jesús haciendo el consabido milagro del “sexto” pan y el “tercer” pez. Luego Jesús se va y toda aquella multitud pasa el lago buscando más pan:

 

  Desarrollo:

  Juan 6:35. Yo soy el pan de Vida, y entendemos por pan todo alimento esencial y básico para el cuerpo humano. Aquí Jesús se identifica como el alimento espiritual. Ya lo notamos desde la aplicación del pronombre personal yo, puesto que es enfático indicando que sólo Él puede constituirse en un pan que es capaz de sustentar la vida del espíritu, v. 33.

  A lo largo de su ministerio, Jesús usó varias veces el mismo comienzo de frase: Yo soy. Recordemos, entre otras: Luz, Juan 8:12; puerta, Juan 10:7, 9; buen pastor, Juan 10:11, 14; la resurrección y la vida, Juan 11:25; camino, verdad y vida, Juan 14:6 y vid verdadera, Juan 15:1, 5.

  Sigue Juan 6:35. El que a mí viene, nunca tendrá hambre y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Todos los galileos están confundidos. El pan que comieron ayer les sació el hambre, pero ahora están hambrientos y Jesús les habla de un pan que puede saciar eternamente. ¿Qué será este pan? No conformes con la experiencia vivida por ellos mismos le ponen al maná como ejemplo, Juan 6:31-33, pero acaban por reconocer que el maná, a pesar que era dádiva divina, sólo satisfacía el cuerpo humano por un tiempo limitado, en contraste con este “pan” que ahora les está ofreciendo. En cuanto a las ideas “venir a él” y “creer en él” son sinónimas, es decir, expresan el mismo pensamiento. Igual ocurre con los términos tener hambre y tener sed. La única diferencia estriba en el contexto que se aplica al deseo en el corazón del hombre en cuanto a su contacto o comunicación con Él, con el Señor. También hemos de decir que los términos negativos nunca tendrá hambre o no tendrá sed jamás, hablan y expresan de forma veraz y categórica una realidad palpable en el corazón del hombre creyente.

  Juan 6:36. La nota trágica aparece otra vez en el evangelio y aparecerá cada vez que Jesús trate de explicar su presencia en la tierra. Es menester una criba de oyentes que desgraciadamente no creerán en el mensaje evangélico, precisamente para que, por contra, hayan unas personas que lo acepten. Esta es la continua incongruencia del evangelio. A todos se le predicará, mas no todos creerán en Él. Aquellas gentes no sólo habían visto a Jesús y a sus realidades, le habían oído, le habían seguido, le habían aceptado y le habían abandonado. Él había venido al mundo para revelar el amor de Dios, pues el Evangelio no es otra cosa, y despertar así en los seres humanos la disposición de creer en Él. Pero ellos vieron o contemplaron su gloria y decidieron seguir en las tinieblas de la incredulidad por propia voluntad para que nunca más puedan acusar a Jesús de no haberles dado siquiera una oportunidad.

  Juan 6:37. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí. Y ¿qué o quiénes son los que vendrán a Él? Todos aquellos que son objeto de la gracia de Dios Padre, llegarán de forma voluntaria a Cristo con fe y lo recibirán como fuente de vida. Esto parece indicarnos que sólo somos salvos porque el Señor lo quiso, cierto que lo somos por propia confesión de fe, mas estábamos predestinados desde antes de la fundación de este mundo. También habrá quien no quiera aceptarle y, como consecuencia, salirse de esa enorme predestinación eterna, para que entre unos y otros cumplan el propósito del Señor, un propósito que no puede anularse sólo por la incredulidad de la mayoría de todos los hombres.

  Sigue Juan 6:37. Y al que a mí viene, no le echo fuera; es decir, todo aquel que quiera, no se verá defraudado. Sí, todos tenemos sitio en su mesa. Notemos que el deseo de ir o acercarse a Jesucristo por parte del hombre es la evidencia de que el Padre está procurando dárselo al Hijo. La forma negativa no le echo fuera es la forma categórica para expresar una negación, según el texto griego, por lo tanto, a pesar de su vida pecaminosa, Cristo recibirá en su seno a todo el que se acerque a Él con la fe suficiente.

  Juan 6:38. Parece que Cristo Jesús dice: ¿Cómo podría echarles fuera cuando he venido a hacer la voluntad de mi Padre y Él quiere que todos sean recibidos para mi propia gloria? Sí, nada agrada más al Señor que la obediencia voluntaria y gustosa por parte de los creyentes.

  Juan 6:39. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió… Ahora va a decirnos la misión concreta que ha hecho, que ha motivado su venida a este mundo: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Sí, Jesús anuncia otra vez que el Padre da al Hijo todos los que habían de creer en Él. Y Éste, como buen Pastor, tiene el deber y la responsabilidad de vigilar y protegerlos en esta vida y en el día final, resucitarlos para morar eternamente con él.

  Juan 6:40. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna. Este v. repite en parte y explica el anterior. Parece que en el original griego estaba la conjunción “porque” que enlazaba a ambos. Y repetimos: Los que el Padre da al Hijo son los que luego ven al Hijo con fe y creen en Él. Digamos que el v creer es una palabra clave en la Biblia. En el texto que estamos estudiando se emplea seis veces, vs. 29, 30, 35, 36, 40 y 47. Ahora bien, ¿qué se entiende por creer? Además, se incluye la actitud de confiar y comprometerse de forma personal. ¿Qué vemos o entendemos por una vida eterna? ¿Algún premio que hemos de conseguir? No. Vida eterna es una posesión que el creyente disfruta ya. En esencia es una relación vital y consciente con el Padre a través del Hijo.

  Sigue Juan 6:40. Y yo le resucitaré en el día postrero. Sí, otra vez aparece el pronombre enfático yo. ¿Es capaz de cumplir esta promesa? 1 Cor. 15:20 dice: “Primicias de los que durmieron es hecho.” Él, que ya resucitó en su día, es quien efectuará la resurrección de los que creen.

  Juan 6:41. Aquellos judíos que murmuraban en voz baja eran con toda probabilidad los líderes más celosos de la ley. ¿Qué era lo que más les molestaba de Jesús? (a) Su origen, ya le conocían perfectamente, y (b) el significado de comer su carne. Cinco veces Jesús dice que había descendido del cielo, vs. 33, 38, 50, 51 y 58. La queja en cuestión es un resumen de los vs. 33, 35 y 38, precisamente por el hecho de que Jesús afirmaba tener una naturaleza distinta a la de los demás, puesto que se titulaba pan que satisface el hambre de todos y por aquel otro en el que afirmaba haber descendido directamente del cielo. En resumen, y lo repetimos, afirmaba tener un origen distinto al de los demás hombres.

  Juan 6:42. Debemos notar también aquí la enfatización del pronombre nosotros. Sí, es decir, lo habían visto con sus propios ojos. Y estaban seguros de saber los detalles de su nacimiento en el pueblo de Belén y su crecimiento en Nazaret y según ellos, no había nada de sobrenatural en estos detalles maravillosos. Ya conocían a sus padres y habían convivido con ellos. Por lo tanto juzgaban un tanto ridículo que Él afirmase su origen divino.

  Juan 6:43. Sin mezclarse en una discusión de cómo vino aquí, que por otra parte no hubiera conducido a nada, el Señor Jesús dirige su atención a algo más provechoso y dice, y enseña el camino por el cual los hombres pueden acercarse a Él.

  Juan 6:44. Esto es muy importante. La inhabilidad de parte del hombre para ir a Cristo por sí mismo es, claro, esencialmente moral. El pecador no puede acercarse a Él porque no quiere. Pero el Padre obra de forma activa en el hombre despertándole tanto en el querer como en el hacer, Fil. 2:13.

  Juan 6:45. Jesús cita Isa. 54:13, para indicar la manera en que el Padre atrae a los hombres. Enseñándoles e iluminándoles acerca de su condición de perdidos y la medicina que puede salvarles.

  Juan 6:46. Fijémonos que se dice que para oír al Padre y ser enseñado por Él, v. 45, no es necesario verlo. Sí, está diciendo que el que oye al Padre se sentirá atraído por el Hijo, el cual sí que ha visto al Padre.

  Juan 6:47. Como sabemos bien, la repetición “de cierto”, es usada para enfatizar la expresión y dar más fuerza y seguridad. Este es el mensaje fiel del Evangelio: ¡Creer en Cristo tiene como resultado la “vida eterna”!

  Juan 6:48. Yo soy el pan de vida. Jesús pues repite, v. 35, la afirmación de su naturaleza y misión. Así, toda persona que cree en Él comienza a comer de Él, espiritualmente hablando.

  Juan 6:49. El maná, como ya hemos dicho, no les salvó de la muerte física.

  Juan 6:50. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. El contraste entre el maná y este pan es bien notable. El que come del “pan de vida” será librado de la muerte, no en el sentido de que no muera de forma física, sino en el sentido de que la muerte física, para el creyente, es un sueño del cual será vivo y resucitado para vida eterna.

  Juan 6:51. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo, si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre. Con la idea del “pan vivo”, que tiene vida propia, que es capaz de generar a su vez energía motora. En los vs. 33 y 50, se establece que el pan “descendió” estando el v. en presente. En este v. en cambio, se usa el pretérito inde, indicando con ello que la acción ha sido efectuada de una sola vez. En un cierto sentido, Cristo desciende infinitas veces para cuidar de sus hijos, pero su encarnación, su muerte y resurrección, tuvo lugar sólo una vez por todas. ¿Qué duración tendrá la vida que uno recibe de Cristo? ¡Vivir para siempre!

  ¿Cómo pudo conseguir Cristo ser el llamado “pan de Vida”? Y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. ¡Por su muerte en la cruz!

 

  Conclusión:

  Recordemos que San Agustín dijo: “El corazón del ser humano fue creado para tener comunión con Dios Padre y sin conocerlo, siempre queda hambriento.”

  ¿Cuál es el estado de tu corazón?

  ¿Cómo puede el creyente alimentar su alma? Cristo es el autor y sustentador de nuestra vida interior. Ahora recordemos aquella anécdota de los leprosos: ¡No estamos haciendo bien. Es un día de buena nueva y nosotros callamos…!

  ¿Hasta cuándo?