Monthly Archives: abril 1973

EL HOMBRE RESPONDE POR MEDIO DE LA FE

Juan 20:26-29; Rom. 10:6-11

 

  Introducción:

  ¿Cuál es la llave que nos puede abrir la puerta de la vida eterna? ¡Jesucristo! Por medio de su muerte ignominiosa en la cruz y mediante su resurrección gloriosa de la tumba, forjaba la llave capaz de abrir al hombre las puertas de la Vida Eterna, normalmente cerradas.

  Ahora bien, ¿la Salvación por medio de Cristo, es local? ¡No, de ninguna de las maneras! La obra expiatoria de la cruz es universal en cuanto al carácter y personal en lo que toca al individuo. Aún otra pregunta: ¿Hay hombres de alguna raza o condición social a quiénes les está vedado el salvarse? ¡No, no! Todos los hombres tienen la misma oportunidad de alcanzar la salvación eterna. Pero la actitud del hombre no tiene nada de pasiva en cuanto al deseo de salvarse. El hombre ha sido, es y será un mero espectador en el asunto mecánico de la salvación; es decir, quien murió y resucitó es Cristo, nadie más. Pero, sin embargo, para que la salvación tenga efecto en el hombre es necesario que abandone esa pasividad y ese aspecto negativo del asunto y responda positiva y activamente a las demandas de la fe en Cristo. ¡Sólo así es posible ser salvo!

  Así que para que la salvación tenga lugar es necesario que exista un Salvador: Jesucristo, claro, y un posible salvado, el hombre. Y que éste se considere perdido y dé el primer paso de unión o acercamiento al Salvador. Una fe viva es sólo la que nos hace reconocer a Cristo como Salvador y Señor de nuestra vida. Es por medio y a través de la fe que el hombre se reconcilia con Dios. ¡Es la fe activa la que da vida!

  Los cuervos de Elías: Una viuda y su hijo estaban en una sala de su casa sin comer durante dos días. Los dos leían la historia de Elías y los cuervos. –Mamá –decía el niño-, si vinieran los cuervos aquí, encontrarían la ventana cerrada. ¿Me permites que la abra? –Ábrela, hijo. –Ahora ya está abierta –dijo el niño-, ¿volvemos a pedir al Señor que nos envíe al menos un poco de pan? –Sí, vamos a hacerlo, hijito. Mientras oraban en voz alta, acertó a pasar por allí el alcalde de la localidad y enterado de su necesidad, puso rápido remedio.

 

  Desarrollo:

  Juan 20:26. Ocho días después, ¿después, de qué? De la santa y gloriosa resurrección. El domingo siguiente de la resurrección de Jesucristo. De domingo a domingo. Sus discípulos estaban adentro otra vez, y Tomás estaba con ellos. ¿Qué hacían dentro de la casa? Estaban reunidos celebrando un culto en un lugar secreto por temor a los judíos, v. 19. Pero a pesar de esta circunstancia, lo importante es el hecho de que llevaban dos domingos igual, reuniéndose para crecer espiritualmente; es decir, comentar el mensaje de Cristo y ver que actitud tomar en los días venideros. Debemos resaltar que la costumbre cristiana de reunirse los domingos significó un cambio notable en la vida común de los judíos que estaban acostumbrados a festejar los sábados. Así, de esta forma se inaugura la época de gracia, cambiando el preceptivo día de descanso, sólo porque Cristo resucitó en domingo.

  Pero en la ocasión que nos ocupa, Tomás, uno de los apóstoles ausente el domingo anterior no sabemos porque causa, sí está presente y parece un poco escéptico por lo que cuentan sus compañeros en el ministerio. Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesucristo entró, se puso en medio de ellos y dijo: Con sorpresa y sin que nadie supiese la hora, Cristo entró en la sala ignorando la realidad física de las puertas. Ya no habían barreras para su cuerpo glorificado. Notar, sin embargo, que ellos le reconocieron. De donde se desprende el hecho de que también lo haremos nosotros cuando allá arriba estemos todos glorificados empeñados en dar gloria al Señor. Y dijo así: ¡Paz a vosotros! Una salutación corriente en aquellos días pero que, sin embargo, no dejaba de indicar una bendición. Ahora veamos: ¿Por qué se presentó así Jesús? Como mínimo se nos ocurren tres razones: (1) Había alguien que lo necesitaba mucho, Tomás. (2) Toda la comunidad creyente estaba lista para encontrarlo, y (3) el mismo Cristo necesitaba dejar explicaciones que tapasen cualquier resquicio de duda que pudiera haber entre los doce.

  Juan 20:27. Luego dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; sí, sí, Cristo va derecho al grano. No quiere vacilaciones y como conoce muy bien, a la perfección, el corazón humano sabía de la duda de Tomás (ver el v. 25). Sin embargo, aquí Jesús repite las mismas palabras de las pruebas solicitadas por Tomás dándole a ver y entender que Él era sabedor de su debilidad. Esto hace sentir vergüenza al apóstol de las dudas y le hace reconocer que está en un error y, con ello, Cristo gana otra batalla. ¡Otro cristiano que le seguirá hasta la muerte! Después, quizá con ternura no exenta de energía le riñe, le reprende: Y no seas incrédulo… con un duro corazón incapaz de reconocer las señales que se habían predicho acerca de todos los hechos que estaban ocurriendo, sino creyente. El estado de Tomás entrañaba el peligro mortal de endurecer su corazón y hasta convertirle en un verdadero incrédulo acerca del Maestro y su ministerio expiatorio. Porque, mirar, ¿cuál era realmente la duda de Tomás? ¡La resurrección de Jesús! Por eso es exhortado a seguir el camino de la fe, una fe basada en la verdad, en la certidumbre de la resurrección del Señor. Otra forma, es vana, ¡es una fe ciega y muerta!

  Juan 20:28. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! La actitud y las palabras de Cristo tuvieron su eco inmediato. Tomás rectifica y su sumisión es completa. ¡Está salvado! Ahora veamos bien: ¿Podía usar por derecho propio el pronombre posesivo? ¿No parece demasiado exclusivista? No. Cada hombre tiene derecho a poseer a Cristo por completo y por entero. Del mismo modo que Él se entrega totalmente, exige una entrega total. Pero en esta ocasión, Cristo Jesús va más lejos:

  Juan 20:29. Y Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, has creído? Hay aquí un ligero y cariñoso reproche. Cristo parece decir: Sí, querido Tomás, ¡qué lástima que hayas tenido necesidad de verme para creer! Pero ya no tiene importancia. Lo que es de verdad importante es que con aquel –¡Señor mío!–, el apóstol ha sido restaurado por completo. Sin embargo, creo que sería injusto postergar a los que han creído en Él sin verlo: ¡Bienaventurados los que no ven y creen! En verdad en esto estriba la verdadera fe. Sí, sí, es la convicción de creer en algo que no se ve. Es gustar algo que no se come. Es sentir algo que no se toca, Heb. 11:1. Porque todo el que hace depender su fe en las cosas demostrables corre el riesgo de encontrar un vacío al final de la carrera, puesto que sólo las cosas invisibles son las eternas, 2 Cor. 4:18.

  Rom. 10:6-8. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón, ¿quién subirá al cielo? (para hacer bajar o descender a Cristo), ni ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Más bien, ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. ¡Vaya! Un pasaje paralelo a este lo podríamos leer en Deut. 30:11-14. Este fragmento de Moisés que Pablo comenta y aumenta a la luz que le da el hecho de conocer el Evangelio, es menos una cita y más una interpretación libre del pasaje citado. No es más que una pincelada dentro del cuadro que expresa su propio pensamiento. Pero sin embargo, hay en estas hermosas palabras de Moisés un sentido íntimo y espiritual que está en completa armonía con la palabra de fe que predicamos y que tan bien expone Pablo. El uso que él hace aquí del tema muestra por lo menos que a sus ojos el medio de salvación por gracia, por la fe, no era del todo extraño al mundo del AT. Podríamos leer el cap. 1 de Rom. el 2, el 3:21 y el 4:1, para reafirmar lo que estamos diciendo. En el antiguo Pacto, no habrían habido jamás hombres reconciliados con Dios, llenos de paz, gustando lo bueno que era el Señor, hallando su ley más dulce al alma que la miel a su boca, cantando con placer el perdón de los pecados, sino hubiesen sido justificados por la fe, por medio de la gracia de Cristo. Este medio de salvación les había sido revelado por los sacrificios, por los símbolos del culto, por todas las promesas del Dios Padre y, en particular, por algunas declaraciones del amor del Señor, como la que nos ocupa y que fueron usadas, ampliadas y aplicadas por Moisés y Pablo. Así pues, y siguiendo el razonamiento del Apóstol, ya en el Antiguo Pacto el hombre no estaba obligado a decirse con cierta desesperación: ¿Quién subirá al cielo? En otras palabras: ¿Quién llevará a cabo lo imposible? No. No era posible una salvación por la ley. Por eso Dios, en su infinita misericordia, les había revelado que su gracia la había puesto en la boca y en el corazón del creyente y la había hecho por lo tanto, fácil y posible (ver Jer. 31:33). La salvación se podía, pues, digerir. Sin embargo, este estado de salvación es tanto más lleno, más completo ahora por cuanto conocemos mucho más que la justicia que es por la fe, como el apóstol dice en el v 6. Así que decir ahora, bajo la manta de este segundo Pacto: ¿Quién subirá al cielo?, es sinónimo de negar que haya descendido ya para revelarnos todo el consejo de su Padre. Es pensar en la posibilidad de obligarle a bajar de nuevo para rescatarnos de la maldición de la ley. Pero Él vino ya una sola vez y ha hecho su trabajo, Juan 16:28. Decir aún ¿quién descenderá al abismo? sería igual, lo mismo, que traer de nuevo a Cristo de entre los muertos; es decir, negar que ya haya muerto por nuestras faltas y resucitado para nuestra justificación. Decir eso, sería volver a pedir su sacrificio y toda su obra de redención y es esta incredulidad lo que Pablo reprocha a los judíos actuales, a los judíos contemporáneos. Así, lo que ha sido imposible al hombre no teniendo más que la justicia de la ley, le es ofrecido en Cristo quien, por la fe, le pone en posesión de todos sus derechos, de su justicia y de su vida. El pecador ya no tiene que hacer más que creer con el corazón y confesar con su boca, como veremos un poco más tarde, enseguida. En cuanto a los judíos que habían tenido las primicias de la ley, han venido negando con insistencia la gloria de Cristo a pesar de tener en sus manos y en su corazón las señales que le identificaban como tal. Nosotros podemos decir con Pablo: Esta es la palabra de fe que predicamos…

  Rom. 10:9. Que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor. No basta saber que es el Señor. Es necesario confesarlo a viva voz. Pero, ¿por qué está invertido el sentido de la frase? ¿Cómo es posible confesar a Cristo si aún no se ha creído? Está escrito así para corresponder a la cita estudiada: En tu boca y en tu corazón. Luego en el v 10 se establece el orden natural. Y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, la fe es algo que va más allá del mero asentimiento intelectual. El término griego que se traduce por corazón designa, no a la parte afectiva de la actividad espiritual, sino que incluye al intelecto, la voluntad y la emoción. Estas facultades se condicionan entre sí, mediante el ejercicio de la fe en Cristo. ¡Serás salvo! Y de forma automática, el reconocimiento de Cristo como Señor y la sumisión voluntaria a Él por la fe, colocan al hombre en la fiel situación de salvo.

  Rom. 10:10. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se hace confesión para salvación. Así que para los efectos de la nueva vida, el creer antecede a la confesión. Sin embargo, la confesión es consecuencia de la fe. Pero ambas, una y la otra, son inseparables. La fe que no es confesada, es decir, que no testifica, no es una fe viva. Por último, podemos decir que la justificación que no lleve a la salvación, no es de verdad y, por lo tanto, incapaz de reconciliar al hombre con Dios.

  Rom. 10:11. La Escritura dice así: Todo aquel que cree en él no será avergonzado. Otra cita del Apóstol Pablo a Isa. 28:16. El creyente en Cristo no tiene porque avergonzarse de su fe, sino que por el contrario, esta fe, es motivo de gozo y alegría. Pero aquí hay una velada cita a ese momento del juicio final cuando todos los hombres sin falta se presentarán ante el Juez Justo. Los verdaderos creyentes en este día, recibirán la más cálida felicitación de parte del Señor.

 

  Conclusión:

  ¡Qué contraste con todos aquellos que no podrán aguantar la amorosa y justa mirada del Juez!

  Ahora que aún estáis a tiempo, responder con fe a la llamada Universal. ¡Dios quiera que así sea!

JESUCRISTO ES EL REY

 

Hech. 2:36; Zac. 9:9, 10; Fil. 2:5-11, 15

 

  Introducción:

  El domingo anterior vimos perfectamente el cuadro que nos brindaba el Siervo por excelencia: El Señor Jesús. El cómo había sido abandonado, angustiado y muerto por nosotros. Hora es que lo estudiemos como Rey y Soberano. Tenemos la experiencia diaria de ver como pasan a la historia las soberanías y reinos humanos, precisamente por eso: ¡Por ser humanos! Cristo es eterno y eterno será su reinado.

 

  Desarrollo:

  Hech. 2:36. Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, del discurso de Pedro en Pentecostés, anuncia a la casa de Israel y a todo el mundo: que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, ¡qué actitud tan diferente la de Pedro en contraste con aquellas negativas suyas de antes de la crucifixión de su amigo y Maestro! ¿A quién acusa aquí? A la casa de Israel y con ella a todos los seres humanos. Dios le ha hecho Señor y Cristo. Otra vez hay un contraste entre lo que consideran los hombres y lo que el Señor realiza. El mismo tipo de desprecio humano sirve para ensalzar al Cristo y ganarse el título de Señor de los señores.

  Zac. 9:9. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Y da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! Zacarías, uno de los profetas más vivos y mesiánicos por excelencia, nos habla de alegría por la cercanía del nuevo Rey. Sion y Jerusalén se refieren a lo mismo. La ciudad de Jerusalén, en el AT, es llamada Sion porque está ubicada precisamente en el monte del mismo nombre. Pero aquí la profecía las menciona en un sentido figurado puesto que se refiere al nuevo pueblo de Dios en un sentido espiritual. Este nuevo pueblo está establecido en base a la obra expiatoria y redentora de Cristo. Así que esta alegría es indispensable para los que como nosotros esperan la segunda venida en gloria. Ahora bien. Si Él será el futuro rey de los cielos, debemos dejar establecido que estos cielos somos nosotros, miembros de las iglesias locales y miembros de la Iglesia universal. En suma: ¡Somos ciudadanos del Reino de los cielos para usar el léxico paulino!

  He aquí, tu rey viene a ti, ¡qué difícil es imaginar un reino sin rey! Nosotros tenemos la seguridad de que Él vendrá de nuevo. Pero este Cristo venidero sufrirá una marcada metamorfosis. ¡De Siervo sufriente a Rey soberano! Ahora bien, ¿cuándo será esta segunda venida? No importa. Nosotros podemos decir que está cercana, que está ya a la puerta; puesto que por más que se demore, por más que tarde, no es nada pues nuestro sentido del tiempo no es nada comparado con la Eternidad. Justo, recto. Atributo que hemos dado muchas veces al Mesías en conexión con la Redención. ¿Dónde radica su sentido de la justicia? (1) Debía ser justo, sin mancha, para poder realizar perfectamente la Salvación, y (2) porque no sólo nos perdona nuestros pecados, sino que nos justifica ante el Padre. Debemos recordar una vez más que nunca hubiésemos podido ser salvos de no mediar una poderosa justificación apta hasta para los ojos justos de Dios. Y victorioso, en Él está la salvación de forma natural tal y como está la vida. Pero sólo puede ser Salvador de aquel o aquellos que quieran, aunque sea una paradoja. Es decir, Cristo, el Cristo victorioso, el de las cien victorias, se autolimita a la voluntad humana. Humilde. Este atributo dice mucho de mansedumbre, paz, misericordia y perdón. Y montado sobre un asno, ¿qué quiere decir esto? En la época de la profecía, este animal no era despreciado como lo es en el día de hoy. ¡Ni mucho menos era símbolo de humillación! Los príncipes y hombres importantes solían cabalgar sobre asnos, Jue. 5:10. Y si el caballo era el símbolo de la guerra, el asno lo era de la paz. Ahora bien, ¿a qué venida de Jesús se refiere el profeta? Pues a la primera y más concretamente a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero no podemos desligar a la segunda en la que lo hará también en calidad de Rey de Paz. De forma que la profecía asocia de forma indistinta varios elementos de las dos venidas que no se pueden evitar ni discernir por completo debido a su marcado y fuerte paralelismo. Sobre un borriquillo, hijo de asna. Se trata de un asno joven, sin domar, sobre quien no se había sentado nadie antes, Luc. 19:30. Los judíos de la época de Jesús entendieron muy bien el mensaje de la figura. Jesús entraba en la ciudad como Rey y Señor de Paz y más: ¡Cómo Soberano victorioso!

  Zac. 9:10. Destruiré los carros de Efraín y los carros de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, el profeta determina ahora sin duda los acontecimientos que harán de aval en su segunda venida. Todos los elementos de guerra como los carros, caballos y arcos, serán rotos, definitivamente rotos, eliminados y echados en el olvido. Y con ellos se irán los tanques, bombas y artefactos que hoy son los ángeles que guardan de la paz. ¡Hasta ese extremo ha llegado el hombre! Así que la paz mundial, sin temor a represalias, es y será una de las señales que indicarán la inminencia del fin del mundo o el inicio del mundo, como queramos mirarlo o comprenderlo, puesto que nosotros con el buen poeta Gita, decimos: “El fin del nacimiento es la Muerte. El fin de la Muerte es buen Nacimiento. Tal es la ley.”

  En este v. el vocablo Efraín se refiere al reino del Norte o Israel y Jerusalén al reino del Sur o Judá. Así que otra señal equívoca de la segunda venida será sin duda el hecho de que no habrá más rencor entre los hombres, ni fronteras, ni separaciones, ni odio de razas, ni más castas sociales. En resumen: Todo lo que hoy divide al hombre será cambiado en instrumentos para la paz. Por eso Cristo hablará de paz a las naciones. Pero, ¿cómo será posible en aquellas horas, en aquellas circunstancias? Sencillo, ¡porque los servidores actuales de este reino son ya portavoces de esa paz! Cuando Él venga por segunda vez encontrará que todos los moradores de la tierra sin excepción habrán oído hablar de nuestra paz y entonces, la impondrá con autoridad plena y con poder como consecuencia lógica de la campaña desarrollada por sus hijos. Así que otra señal la constituye el hecho de que los moradores de la tierra habrán oído hablar de Él y de su paz. Su dominio será de mar a mar y desde el Río (Éufrates) hasta los confines de la tierra. Nadie se quedará sin haber oído hablar de Cristo y de su Evangelio y lo que es más importante: Ningún ser humano, ni muerto ni vivo, dejará de reconocerlo como Rey y Señor de hecho y derecho.

  Fil. 2:5. Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo en Cristo Jesús. ¿Cuál es ese pensar? Él no buscó lo suyo, antes se humilló adoptando nuestra naturaleza, y sometiéndose a la ingratitud y a la maldad humanas. De ahí que nosotros, no sólo nos debemos limitar a servirle, que sería lo propio, sino que debemos amar y servir a nuestros semejantes.

  Ahora bien, toda la verdad moral se encuentra en Cristo de forma natural y tan viva como la verdad divina. Por eso el apóstol Pablo, exhortando a los cristianos de Filipos y al mundo entero, al desinterés, a la abnegación y hasta a la humildad, vs. 3, 4 de este mismo cap, no tiene un mejor ejemplo que ponerles ante sus ojos que contrastar al Hijo de Dios convertido en Hijo del Hombre. Pero, ¿cuál es, en esta contemplación pura de la persona y de la humillación del Salvador, su punto de partida? ¿Pablo habla sólo del Cristo histórico, de su aparición sobre esta tierra? ¿No será que quiere elevarle hasta su alta preexistencia eterna? ¿No será que quiere enseñarnos lo que Él era antes de esta aparición, para descender luego a las profundidades de la humillación que empezó en el punto de su encarnación? En efecto, el buen Pablo nos demuestra que hay distancia entre el punto de partida de Cristo y su estado latente de humillación donde se colocó como Salvador.

  ¡Cristo existía siempre en forma de Dios! Ver si no:

  Fil. 2:6. Existiendo en forma de Dios, aquí la palabra “forma” no indica una mera apariencia, sino la expresión plena del poder divino. La antítesis de esta frase la encontramos en el v 7, con aquel dicho paralelo de forma de siervo. Sí, siendo totalmente nuestro Señor se transformó totalmente en siervo. La frase existiendo en forma de Dios, equivale a imagen de Dios que estudiamos en otra ocasión, Heb. 1:3. E implica la realidad de la esencia divina, Juan 1:1, 2. Así que cuando Dios se sale, se manifiesta en su gracia, tiene su forma y esencia reales, ya que no puede manifestarse como Dios y no serlo. Él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Así, aun estando en posesión de todas las perfecciones divinas, pues el Hijo de Dios era igual a Dios, Juan 5:18. Y si hubiese venido como tal a la tierra, no habría sido como alguien que se aferra a hierro candente. No. Lo habría hecho con poder, fuerza y gloria. Pero no tubo en cuenta su estado y se humilló hasta el extremo que veremos en el v siguiente:

  Fil. 2:7. Sino que se despojó a sí mismo, se vació, pues este es el mejor sentido del original griego. Y esta es la idea que expresa Pablo en 1 Cor. 15:10. Sí, vaciarse, además de forma voluntaria. Este despojarse lo constituye el hecho real de la humillación propiamente dicha, por la cual el Hijo de Dios bajó de lo infinito a lo finito. El hecho de adquirir forma de hombre le despoja de la gloria divina. ¡De manera que Dios se transforma en forma de siervo! Además, como ya hemos visto, lo es en las dos ocasiones de forma total, completa. Era siervo de Dios, Isa. 42:1, y siervo de los hombres, Mat. 20:28. Él, que era Señor de todos como veremos en el v. 11, de este mismo cap. Y de esta forma se desprende la idea de que su humanidad no era menos real que su divinidad: Tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Ya sabemos el significado formal de la palabra semejante. Y hallándose en condición de hombre, por si el detalle de humanizarse no llevara consigo suficiente lastre y humillación, aún quiso llevar su entrega a mayor profundidad. ¿Cómo…?

  Fil. 2:8. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente fiel hasta la muerte, aunque era por naturaleza Dios debía aprender la obediencia por las cosas que padeció, Heb. 5:8. Y llevar esta obediencia hasta el sacrificio entero de su voluntad, Mat. 26:39. Ahora, ¿hasta qué punto estaba dispuesto a obedecer? Hasta la muerte, muerte que no tenía ningún derecho sobre Él, ¡y muerte de cruz! La más cruel e ignominiosa de todas las muertes. ¿Y dónde radica la humillación de la obediencia? ¡En que jamás antes había obedecido a nadie! Aquí sí, debemos notar dos verdades importantes de la doctrina paulina en cuando a la humillación de Cristo: (1) Qué los términos forma de Dios e igual a Dios no expresan dos atributos diferentes, sino que se complementan y se explican de forma mutua, y (2) que aunque el apóstol enseña aquí en términos claros la perfecta humanidad del Salvador, lo hace con palabras que reservan su naturaleza divina y que, sin duda, separan al hombre Jesús del resto de los humanos.

  Fil. 2:9. Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo. Esto es, le dio, le restituyó a su tiempo la gloria eterna y el ejercicio de los atributos divinos que había renunciado. Aquí hay algo bueno e interesante que notar: No sólo volvió al trono del Padre como Hijo eterno de Dios, sino como el Hombre Jesús que era, porque del mismo modo que no abandonó su divinidad al venir, así tampoco abandonó su humanidad al marchar. Y esto nos señala que si bien nuestros cuerpos aparecerán glorificados, también es cierto que nos conoceremos porque las características esenciales de nuestra naturaleza no se difuminarán ni cambiarán. Y le (dio) otorgó el nombre que es sobre todo nombre. De manera que fue investido con su antiguo nombre de alta dignidad de Soberano, Señor y Cristo.

  Fil. 2:10. Para que en el nombre de Jesús, la humanidad de Cristo antes bien demostrada, se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra. Que las rodillas de los seres celestiales se doblarán ante la gesta del Hijo del Hombre, no tenemos ninguna duda. También sabemos del total reconocimiento que le darán los humanos. Pero, ¿que hay de este extraño acatamiento de los seres de abajo, de los seres subterráneos? Es la hora, digámoslo ya: ¡Las huestes infernales y satánicas también se arrodillarán en su día y en su momento!

  Fil. 2:11. Y toda lengua confiese para la gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor. Así que la confesión de que el Cristo es nuestro Señor es para la gloria de Dios Padre. Porque no podemos olvidar que Dios y todas sus perfecciones han sido hechas y manifestadas en Cristo y en su obra. Esta es la firme esperanza del cristiano. Pero para llegar a la meta sólo hay un camino: el renunciamiento y las humillaciones que Cristo siguió y padeció. No hay otro.

  Fil. 2:15. ¿Todo lo dicho hasta ahora para qué? Para que seáis irreprensibles y sencillos, unos hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida, mala y perversa, en la cual vosotros resplandecéis como luminarias en el mundo.

 

  Conclusión:

  Es nuestro destino: ¡Todos hemos de dar luz indicando el duro camino de la cruz!

  ¡Qué Dios nos ayude!

 

JESÚS SUFRIÓ POR NOSOTROS

Isa. 53:4-9; 1 Ped. 2:24, 25

 

  Introducción:

  Existe una frase célebre atribuida a Meyer que anuncia: El día más triste que jamás existió sobre el mundo ha sido destinado precisamente a disipar sus tinieblas para siempre.

  Se ha hablado y escrito mucho acerca de la fuerte y viva personalidad de Jesús sobretodo, en nuestros días en los que con acordamos de Él con caras largas, compungidas y demacradas. Nuestros oradores se esfuerzan en hacer resaltar los dolores y sufrimientos físicos que padeció Jesús sin razón aparente. Pero del mismo modo que la gloria y la victoria son sinónimas de Cristo, del mismo modo el sufrimiento físico es la diadema, amarga si se quiere pero diadema al fin, con la que se coronó el Señor. No tenemos duda de que Cristo Jesús es el tema central de la canción bíblica. Su entrada corporal en el mundo ha marcado un hito en la historia humana. Y lo más extraño, lo mejor, lo más verdaderamente sorprendente es que en la persona de Jesús, el sufrimiento y la muerte que sufrió son o fueron elementos indispensables para dar paso a la vida. Y es que esta dura muerte no fue un mero accidente histórico, ni siquiera accidental pues obedeció a los vivos planes de Dios. Y tuvo un solo propósito: ¡La redención de todos nosotros, le redención de los pecadores!

  Sencillamente, Él tomó nuestro lugar. Sufrió la pena que estaba destinada a nosotros. Sin embargo, la Cruz fue el mayor crimen de la historia. Dios el Padre mismo lo testificó y repudió con las tres crueles horas de tinieblas que oscurecieron el cielo sobre el monte y Jerusalén, y el temblor de tierra, y las rocas rajadas, y las tumbas abiertas… Y hay más. Hay, siempre lo ha habido, un destino final para los asesinos: (1) Judas se ahorcó; (2) Pilato, llamado a Roma, fue desterrado a Francia donde al poco tiempo también se suicidó con la manía de ir buscando agua que fuese capaz de lavarle las manos; (3) Herodes murió también en el destierro de forma ignominiosa; (4) Caifás fue depuesto de su cargo al año de la muerte de su mayor enemigo, Jesús; (5) Anás, sufrió un cruel asalto en su casa y vio como mataban a su hijo arrastrándolo por las calles asido del pelo. Y tantos otros y otros que quedaron en el anonimato, pero que murieron llenos de desprecio, repudio, y remordimiento.

  Por otro lado, Jesús, con su muerte, hirió para siempre a su eterno enemigo, a Satanás. Ya era dueño y Señor de la muerte y heredero de la Majestad de Dios. ¡Pero sufrió, y mucho! En los aciagos momentos de la cruz, su aislamiento, su abandono por parte de Dios, debió de ser terrible. Todo el mundo estaba en su contra: Jerusalén, que ansiaba su muerte y desaparición con odio apasionado a causa de un nacionalismo mal entendido. Casi todos sus paisanos se habían apartado de Él sin poder ocultar su desencanto por el desenlace en que ineludiblemente se aboca su doctrina. Ni uno solo de sus apóstoles, ni aun Juan, fue capaz de ser el depositario de los duros pensamientos de aquel pobre Jesús atormentado y abandonado. Esta era, desde luego, una de las gotas más amargas de su cáliz. Pero Cristo comprendía, como ninguna otra persona del mundo puede comprenderlo, la fiel necesidad de vivir aun después de su muerte. La causa que Él había inaugurado no debía morir. Sabía que debía partir y dejar su querida obra en manos de aquellos pocos discípulos que se mostraban ahora tan débiles, tan indiferentes y tan ignorantes.

  ¿Serían capaces de hacer una obra tan enorme? ¿No había sido traidor uno de ellos? ¿No naufragaría su causa una vez que se hubiese marchado, una vez que Él faltase? Estas y otras tantas preguntas similares serían las que el diablo Tentador susurraría al oído de aquel Santo Hombre Dios que estaba físicamente solo. Pruebas las tenía, muchas y abundantes… Pedro, aquel hombre impulsivo, se avergüenza de Él. Juan ha desaparecido nada más darle el encargo de velar con su madre. Andrés, aquel Andrés que siempre estaba en su sitio, ya le había vuelto la espalda dolorido y tal vez desorientado. Mateo, piensa con temor en la represalias… ¿dónde están los demás?

  El Monte de los Olivos fue un trago muy amargo para Él, pues no hay nada más doloroso para un hombre que la soledad moral y Cristo estuvo solo, completamente solo, aunque fuese durante un largo segundo. Y por si el dolor moral fuese poco, debemos agregar el físico. La crucifixión era una muerte horrible. Cicerón nos cuenta que éste era el más cruel y vergonzoso de todos los castigos romanos. Estaba sólo reservada a los esclavos, a los ladrones y a los revolucionarios cuyo fin debía marcarse con especial infamia para el buen ejemplo ajeno. Nada podía ser más contranatural y repugnante que colgar a un hombre de esa manera y en vida. Semejante posición era contraria a la más elemental norma de los derechos humanos. Si la muerte hubiese llegado con los primeros golpes, habría sido terrible y dolorosa; pero por lo general la víctima padecía durante dos o tres días a causa del dolor ardiente de los clavos en las muñecas o manos, y en los pies. Es verdad que una especie de asiento para éstos evitaba el desgarro muscular, pero nadie podía evitarle la tortura de tener las venas sobrecargadas. Y lo peor de todo, la sed dura e insoportable que aumentaba cada vez más. Era imposible no moverse tratando de aliviar una situación tan precaria, pero cada nuevo movimiento traía consigo una nueva y excesiva agonía. Los crucificados padecían rápidamente de fiebre y las heridas se les infectaban pronto a causa de la débil corriente sanguínea. Las moscas se posaban en ellas y las agravaban ante la imposibilidad de ahuyentarlas. El cuerpo se deshidrataba con enorme rapidez… el colapso del corazón sería el final… Bien, pues si a este cuadro de soledad moral y dolor físico añadimos el peso de todos los pecados del mundo, veremos, aunque sólo sea de lejos, lo que Jesús padeció. Y en un momento dado, Cristo perdió la eterna comunión con Dios Padre. Jamás la mente humana podrá medir el horror de tanto abandono y sufrimiento.

  Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué y por quién padeció?

  Veamos:

 

  Desarrollo:

  Isa. 53:4. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Leer también Mat. 8:17. ¿Cuál es la diferencia? Mateo se refiere al ministerio de sanidad del Maestro Jesús al curar a todos los endemoniados, a todos los enfermos que se le presentaron y hasta el hijo del centurión. Pero, además, Mateo aprovecha la cita para apoyar su tesis acerca del Médico divino en cuanto a los judíos. Sin embargo, la cita de Isaías que nos ocupa bien se puede aplicar a la muerte vicaria de Cristo. Si esto es así, ¿qué significan los términos llevó y sufrió? No participó sólo de nuestros sufrimientos, sino que tomó en su Persona todo el dolor al que éramos acreedores. Sí, así de claro. Podemos añadir que los pecados del mundo fueron la causa y el efecto de sus dolores y, por consiguiente de su muerte. Y le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido… Los términos azotado y herido se refieren a la idea de la plaga de la lepra; es decir, incurable y apartado de la sociedad. En especial, la palabra herido, era usada por los hebreos cuando alguien sufría un mal o una enfermedad repentina y grave como en el caso de Job, y aplicado en especial en el caso de la lepra que consideraban castigo directo de Dios por lo desagradable y dolorosa que era y por las consecuencias sociales que acarreaba. Isaías está diciendo que Cristo fue herido de forma repentina por causa del pecado de todo su pueblo. Y afligido y atormentado, pero no a causa de sus delitos, sino de los nuestros. Pero aún hay más en la frase y en el tiempo del verbo en que está escrito “le tuvimos”. Significa con claridad que muchos hombres le desprecian achacando los dolores a sus propias faltas. Todos le tuvimos por azotado. ¡Nadie puede negar la veracidad del hecho! La única diferencia estriba en que unos creen que sufrió a causa de sí mismo y nosotros que lo hizo a causa de nuestro pecado.

  Isa. 53:5. Mas él herido fue por nuestras rebeliones. Aquí la palabra “herido” significa en el original: traspasado por unas heridas mortales producidas de manera especial en una batalla. Molido por nuestros pecados… abrumado, roto y deshecho por nuestras faltas hasta el punto de llegar a romperle el corazón. El castigo de nuestra paz fue sobre él. Es decir, podemos tener paz gracias a que Él cumplió el castigo. Así, tenemos paz con el Padre y somos reconciliados porque su justicia ha sido cumplida en el Hijo Unigénito, Rom. 5:1. Y por su llaga fuimos curados… Literalmente significa: Un moretón o cardenal, como la huella de un latigazo. ¿Se cumplió está profecía? Sí, en efecto, ver Mat. 27:26. Pero, precisamente, por esta su llaga fuimos “curados.” Con la idea del sabio que libera o experimenta un antídoto en su cuerpo con peligro de su vida por tratar de salvar muchas de los demás. Esta sujeción voluntaria por parte de Cristo a la justicia de Dios, se convirtió en la fuente de nuestra sanidad.

  Isa. 53:6. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó de su camino. Existe la marcada tendencia de las ovejas que en un rebaño se descarrían siguiendo lo que ellas creen mejores pastos, al igual del hombre que abandona la seguridad de la mirada del Pastor eterno a cambio de los bienes materiales que se le esfuman como la arena y que no conducirán sino a la muerte eterna. Mas Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros. Muy pocas veces el mensaje bíblico nos parece tan claro. Podemos leer con facilidad: Dios hizo que cayese en él toda la ignominia del pecado, de una sola vez y de golpe. Sí, ya hemos dicho en alguna otra ocasión que la salvación no fue efectuada poco a poco. ¡Fue de una sola vez y en el acto! De ahí el dolor producido en la carne de Jesús al cargar sobre sus hombros no sólo el pecado de todos los hombres, de toda la humanidad, sino el gustar o experimentar el abandono del Dios Padre por el simple hecho de que Éste no puede tener comunión alguna con el pecado. Gracias a Dios, esto fue momentáneo. Una vez vencida la muerte y su aguijón, Dios le recibió a la derecha de su Majestad donde aún está en estos momentos.

  Isa. 53:7. Angustiado él, es curiosa la idea hebrea que dice o expresa esta palabra. Y es que se trata de la misma angustia que tenían cuando debían pagar una deuda de forma rápida e inmediata y no tiene con qué hacerlo. Cristo, al hacerse acreedor de la justicia divina a causa, repetimos, de todos los pecados, siente la angustia vital de pagar aun a costa de su propia vida, 2 Cor. 5:21. Así que fue tratado por el Señor como un vulgar pecador, como el más grande pecador que existió jamás, puesto que tenía la suma de los pecados de toda la humanidad. Por esta razón, Él, que era justo, que no conoció pecado propio, sintió un dolor y una angustia muy grandes. Ver si no, lo que sentimos en nuestro interior cuando se nos acusa de algo injusto, o de algún mal que no hemos hecho. Pues aún así deberíamos sumar o multiplicar el sentimiento, esta gran humillación, por millones de veces para hacernos con la idea de lo que debió sentir. Y afligido… Tratado con la dureza que se merecía el más terrible pecador del mundo. El Señor había puesto la vida de su Hijo Unigénito en manos humanas, por lo que de hecho se entregó a Sí mismo a su propia justicia. Él había dicho: Toda alma que pecare, de cierto morirá. No podía, pues, reconciliar al hombre sin derramamiento de sangre. ¡Tenía que haber una muerte! Por amor, fue la suya propia. Y tal como hemos dicho antes, la más cruel soledad fue sentida por Jesús en aquel momento incierto de la cruz en el que dice con angustia: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Era justo este abandono? Sí, sí, en aquel preciso momento, Jesús, lo repetimos una y otra vez, cargó con los pecados de la humanidad y Dios… ¡no podía aceptarlo! Ahora bien, ¿Jesucristo sabía a lo que se exponía cuando en el Paraíso, a la sombra de la seguridad y gloria divinas, se presentó como voluntario? Sí, lo sabía y aun así se adelantó un paso al frente impulsado por su amor. No abrió su boca… ¿Fue esto así? No abrió la boca para protestar, pero sí lo hizo para perdonar y bendecir a sus enemigos. Por eso se le compara al más manso de los animales: ¡Una oveja! Sí, como un cordero fue llevado al matadero… Aquí se resalta la sumisión conque se entregó. Ni quiso armas humanas ni celestiales a pesar de que tenía bajo su mando a todo lo creado incluidas las incontables legiones de ángeles del cielo. Por eso, Pedro tuvo que guardar su espada. Marco, el romano, personaje de Mika Waltari, tuvo que guardar también el dinero conque iba a reclutar mercenarios. Ben-hur, personaje de Lewis Wallace, por deseo expreso del Maestro tuvo que tragarse sus ansias de ayuda. Por su parte Cristo, nuestro Señor se entrega, diciendo: ¡Es menester hacer la voluntad de mi Padre! Y como oveja delante de sus trasquiladores, no abrió su boca… Y es que sufría el oprobio como si de veras fuese culpable. Ya lo dijo el llamado Buen Ladrón en la cruz: Nosotros a la verdad padecemos lo que en justicia merecemos, pero Él nada hizo. Además, comprobamos que mientras duró aquella flagelación y el martirio, nada dijo. Se portó con valor en contra de la costumbre de los reos normales que maldecían e injuriaban a sus verdugos aun sabiéndose culpables.

  Isa. 53:8. Por cárcel y por juicio fue quitado… También se podría leer: Con opresión y sin justicia fue ejecutado. Se refiere con claridad a las torturas y atropellos soportados por Cristo hasta que, por fin, murió. Incluso, tuvo que padecer una farsa de juicio… Mas, se nos dice con cierta claridad: Y su generación, ¿quién la contará? Sí, la descendencia de aquel siervo será tan numerosa que va a ser imposible contarla. El detalle llega a sorprender hasta a los más incrédulos. ¿Cómo es posible que una muerte tan ignominiosa haya traído tras sí una hueste tan grande de seguidores que dicen crucificarse con Él en el madero? Lo tienen por locura por usar el léxico bíblico. Y es que fue cortado de la tierra de los vivientes… Esto es una clara confirmación de la muerte violenta del Hijo de Dios. Sí, sí, y además, debían matarlo otros, Dan. 9:26. Por la rebelión del pueblo fue herido, Dios habla con mucha claridad por boca de Isaías de la causa principal de la muerte de su Hijo.

  Isa. 53:9. Se dispuso con todos los impíos su sepultura. Al condenarle a la muerte de cruz se le estaba dando un trato de delincuente. Este hecho aumenta en verosimilitud cuando en realidad se le crucifica en medio de dos ladrones comunes. Mas con los ricos fue en su muerte. ¿A qué se puede referir? A su sepultura. Fue sepultado en una tumba que había sido preparada para un hombre rico. Sí, para José de Arimatea. Y otro hombre pudiente se encargó de darle cristiana sepultura: Nicodemo. Aunque Él nunca hizo nada de maldad, ni hubo engaño en su boca. Nunca jamás cometió pecado alguno. En caso contrario no hubiese servido para expiar nuestros pecados.

  1 Ped. 2:24. Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… Del mismo modo que en los antiguos sacrificios judíos se ponía las manos en la cabeza del animal expiatorio queriendo simbolizar que arrastraba los pecados del solicitante hasta la muerte, así Cristo llevó nuestras faltas hasta la misma agonía de la cruz. Notamos como el apóstol Pedro aun da más énfasis acerca de la redención de Jesús que el propio Isaías. El nos presenta a Cristo como propiciador entre Dios y los hombres. Para que nosotros estando muertos a los pecados, bueno, ¿estamos o no muertos al pecado? Sí, sí, es decir, los pecados no pueden siquiera hacer mella en nosotros, Rom. 6:2. Sí, estamos muertos al pecado gracias a Él y su nefasta influencia ni siquiera nos puede rozar un cabello. Vivamos, pues, a la justicia… la parte positiva de la cuestión. Si no vivimos ya en los pecados, lo hacemos en la justicia, justificados por la muerte ignominiosa en la cruz. Y por cuya herida fuisteis sanados… Sí, claro, efectivamente, ¡somos salvos por su muerte!

  1 Ped. 2:25. Porque erais como las ovejas descarriadas. Pero ahora ya habéis vuelto al Padre, al Pastor y al fiel Obispo de vuestras almas. Los creyentes estamos seguros porque hemos aprovechado al máximo el sufrimiento de Jesús.

 

  Conclusión:

  Guardar un minuto de silencio.

  ¿Es momento de tomar una decisión que nos puede beneficiar toda la vida? Pues si lo hacéis así, y Dios lo quiera, nunca os arrepentiréis por ello ya que habremos mitigado un poco, si cabe, el cruel sufrimiento de Cristo.

  ¡Qué Él nos bendiga!