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EL NACIMIENTO DE CRISTO FUE ASÍ

Diálogo para dos niñas.

La acción tiene lugar en la calle.

Un banco hacia el foro.

Un buzón de correos.

ALICIA.-

  (Al iniciarse la escena deben dar la impresión de que ya llevan hablando un buen rato).

Si vieras Ana, que hermoso

es el cuento de Jesús,

si pudieras ver la luz

de su trono poderoso

o sentir su amor precioso

tan sólo fuera un momento,

seguro que harían del cuento

una historia sin más trabas

que las que siempre contabas

con tu peculiar acento.

 

ANA.-

¡Eso son ajos arrieros!

 

ALICIA.-

Pues seguro que cambiadas.

 

ANA.-

¡Vaya! Si sé que marchabas

por tan finos derroteros,

te hubiera puesto mil peros

cuando vi que me llamabas.

 

ALICIA.-

  (Extrañada).

¡Anda, creí que me buscabas!

 

ANA.-

¿Yo?

 

ALICIA.-

Claro.

 

ANA.-

¡Esta si que es buena!

¡Va, no me hagas una escena!

Dudaba cuando me hablabas,

pero desde que domino

el son de tu pensamiento,

estoy soñando el momento

de seguir con mi camino.

 

ALICIA.-

¡Ay chica, eres un espino!

 

ANA.-

¡Tenme ya por despedida!

  (Hace ademán de irse).

 

ALICIA.-

  (La retiene).

Espera un poco, querida.

Si te hablo de esta manera,

es porque también quisiera

intentar salvar tu vida.

 

ANA.-

¡Gracias, mas tenla por salva!

  (Trata de irse de nuevo).

 

ALICIA.-

  (Suplicante).

¡Mujer…!

 

ANA.-

¿Está decidida?

 

ALICIA.-

¡Sí!

 

ANA.-

  (Se sienta en el banco del fondo del escenario).

Pues termina enseguida

que la ocasión no es tan calva

para pintarla de malva

después de darme este susto.

Y conste que por dar gusto

espabilo a un cementerio.

 

ALICIA.-

Confiaba en tu buen criterio

valorando lo que es justo.

 

ANA.-

Bueno…

 

ALICIA.-

  (Se sienta a su lado).

Amiga, no hay salida

para un pecado tan serio.

El signo del cautiverio

que aferra al alma perdida,

se retuerce dolorida

al hablar de libertad.

Esta es la pura verdad

y las excusas humanas

no son más que unas ventanas

rotas en la oscuridad.

 

ANA.-

Alicia, yo no veo tanto…

 

ALICIA.-

¿No te va la calidad?

 

ANA.-

Un poco de caridad

que nadie es puro ni santo

y si me ganas por canto,

a mí me sobran palabras

para ver que mientras labras

no destilas santidad.

¡Eso de la honestidad

es más cosas de las cabras

que de los hombres decentes!

 

ALICIA.-

Tolero toda tu guasa

porque aún me parece escasa

si con ella te arrepientes…

Deja de hablar entre dientes

y escucha con atención.

 

ANA.-

¡Soy toda oídos!

 

ALICIA.-

Pues la acción

comienza por la mañana

en una casa lejana

del carismático Sion.

Bueno, más que comenzar

la historia que yo te cuento,

se formó en el firmamento

cuando Dios quiso salvar

al hombre que, tras pecar,

le mirase arrepentido.

 

ANA.-

A ver si l o he comprendido:

¿Alguien nos quiso ayudar

antes de echarnos a andar

en este mundo perdido?

 

ALICIA.-

Sí, mas vayamos por partes.

Quedamos en que Jesús

después de mil años de luz

y de formar a las artes,

decidió, tal vez un martes,

que había llegado el momento

de lograr el nacimiento,

pues era tan esperado

como un velero encallado

espera el aura del viento.

 

ANA.-

Vale… Y yo, ¿qué pinto aquí?

 

ALICIA.-

Ten un poco de paciencia

que los temas de conciencia

no son cosa baladí.

  (Pausa).

Su nacimiento fue así:

¡Qué estando José casado,

mejor dicho, desposado,

con María, su mujer,

les vino sin comprender

un embarazo sagrado.

 

ANA.-

¿Qué?

 

ALICIA.-

Bueno, estaban casados

pero sin fase final,

pues el manto patriarcal

los guardaba separados

bajo distintos tejados.

 

ANA.-

  (Irónica).

Vaya una escena tan tierna,

¿dónde está la fuerza eterna?

 

ALICIA.-

Ahora viene, despechada…

Estaba María sentada

en la cámara paterna,

cuando tuvo la visión

de todos bien conocida:

¡Había sido la elegida

para cumplir la misión

que haría que cualquier nación

pudiera por fin salvarse!

 

ANA.-

Pero, ¿y José?

 

ALICIA.-

Al enterarse

del divino privilegio,

escapó del sacrilegio

retardando el acostarse…

Imagino que me entiendes.

 

ANA.-

Muy espeso me parece,

pero sigue, que me crece

la atención por lo que vendes.

 

ALICIA.-

Tranquila, ya no me ofendes.

 

ANA.-

Bueno, ¿quieres continuar?

 

ALICIA.-

Como había que empadronar

a todos los palestinos

según los cauces divinos,

los dos fueron a buscar

aquel pueblo de Judea

con palmeras escarlata.

Y tras larga caminata

a través de Galilea,

llegaron a nuestra aldea

cansados y desmayados.

Y medio desengañados

entre aquella gente ingrata,

hicieron una fogata

en un corral sin cercados,

pues tras andar por arenas

y por oscuras callejas,

no encontraron otras tejas

que no fueran las ajenas.

Por eso, y tras varias penas,

nuestros buenos refugiados

se vieron aposentados

en un desnudo pesebre

montado por un orfebre

para guardar sus ganados.

Pero nunca sobre pajas

se juntó tanta belleza,

pues los brotes de pobreza

propios de mansiones bajas,

se cambiaron por alhajas

de rubí, perla y topacio.

 

ANA.-

Alicia, ves más despacio,

pues así no hay quién te siga.

Perdona que te lo diga,

siempre pensé que un palacio

no sería aquel establo,

pero lo pintas de un modo

que hace que parezca todo

el campo santo de Pablo.

Sin embargo, en un retablo

también lo he visto nacer

y aún así no puedo ver

donde radica el milagro.

 

ALICIA.-

¿Necesitas otro Almagro

para tu Perú?

 

ANA.-

Mujer,

razona por un momento

sin pecar de fantasiosa:

¿Cómo es que pintas gloriosa

toda la escena del cuento

que narra este nacimiento?

 

ALICIA.-

Es que era un bebé muy sano…

 

ANA.-

  (Irónica).

¿No te excedes en la mano?

 

ALICIA.-

Bueno, también se ha sabido

que nuestro recién nacido,

a pesar de ser humano,

tenía el corazón divino.

 

ANA.-

  (Se levanta).

‘Ahora sí que te has pasado!

 

ALICIA.-

Pero si te lo he explicado.

 

ANA.-

Bien, como no hilo tan fino

voy a seguir mi camino…

  (Hace ademán de irse).

 

ALICIA.-

  (Se levanta también y la retiene).

¿Ya no cumples tus promesas?

 

ANA.-

Oye, no salgas con esas

que aunque te estoy escuchando,

no tengo por qué ir tragando

las cosas que me confiesas.

 

ALICIA.-

  (Ligeramente enfadada).

¡No sabes cuánto lamento

que dudes de mi memoria,

así que acabo mi historia

en este mismo momento!

 

ANA.-

  (Se sienta otra vez haciendo gestos conciliadores).

Bueno, termina tu cuento

que luego discutiremos.

 

ALICIA.-

Me parece bien. Veremos

si tras escucharlo todo

te convences de algún modo

de que los dos te queremos.

  (Se sienta junto a su amiga).

 

ANA.-

Claro, algo así me temía…

Pero sigue, que te espero.

 

ALICIA.-

Dicen que aquel mesonero,

famoso desde aquel día,

tuvo piedad de María

al verla tan angustiada

cuando buscaba posada

con su señor carpintero,

y que fue tanto su esmero,

que sin cobrar para nada

les dio dos mulas muy listas

y una cuadra abandonada,

que es la que ha sido pintada

por muchos de los artistas.

Tratados, pues, de turistas

y sin lanzar una queja,

aquella santa pareja

elegida del Señor,

se quedó sin más calor

que el que les daba una reja

calentada con sarmiento,

y la paja regalada

tras haber sido pisada

por los cuatro regimientos

que vigilaban los vientos,

las casonas y las redes.

Y ellos, a quien las mercedes

divinas y humanas miman,

miran como se aproximan,

a través de las paredes,

las horas del desenlace

que tanto habían esperado.

Y nace el Ser anunciado

que no sólo les complace,

sino que igual satisface

a la demás concurrencia.

Y nace el que por herencia

es Señor de los humanos,

el que, con sus propias manos,

sembrará tanta clemencia

cuando sea crucificado,

que nos abrirá el camino

hacia el remanso divino

tantas veces añorado

a partir de aquel pecado

que dejó tanta secuela…

¡Por eso, María consuela

el primer llanto divino

y por eso, me imagino

que con alguna cautela,

le llamaron Emanuel

para decir a unos y a otros

que Dios está con nosotros

desde el desierto el vergel

y desde Nepal a Israel!

 

ANA.-

¡Anda! ¡Pues yo siempre he visto

que a ese a quien tú llamas Cristo

todos le llaman Jesús!

¡Creo que confundes la luz

con la llamita de un mixto!

 

ALICIA.-

Pues es lo mismo, querida,

no varía el significado.

Este Niño consagrado

con el halo de la vida,

era Dios en la partida

y Dios en el nacimiento.

 

ANA.-

A ver, descansa un momento.

Mira lo que son las cosas

porque no todas las rosas

sirven como condimento.

 

ALICIA.-

  (Algo picada).

¡Tú dirás, pues yo no miento!

 

ANA.-

Paso en el recién nacido

santamente concebido,

pero lo que no consiento

es que para mi escarmiento

digas tal barbaridad.

 

ALICIA.-

Pues insisto en que es verdad.

 

ANA.-

Será una parte del drama

que tras reforzar la trama

se llena de oscuridad.

 

ALICIA.-

Huelo un recelo infundado…

 

ANA.-

  (Se levanta).

¡Es que el asunto es muy magro!

Afirmas que ese milagro

magistralmente hilvanado,

consiste en que el bien amado

Señor todopoderoso,

dio a una madre sin esposo

un ser recién engendrado.

¿Voy bien?

 

ALICIA.-

Sí.

 

ANA.-

Queda aceptado,

aunque lo veo muy hermoso

para entenderlo sin fe.

Bien. Quedamos en que el Niño

por exceso de cariño

o por ciencias que no sé,

fue adoptado por José

en una noche lunar

a todas luces sin par.

¿Es eso lo que has contado?

 

ALICIA.-

Más o menos hilvanado,

¿a dónde vas a parar?

 

ANA.-

Lo verás en un momento

si aprendes a estar callada.

 

ALICIA.-

Está bien, no diré nada.

 

ANA.-

Pues hay algo en este cuento

que me suena más a invento

y a consulta de mercado

que a un suceso constatado.

 

ALICIA.-

A ver, ¿qué quieres decir?

 

ANA.-

Oye, no es por discutir,

pero ese Niño sagrado,

¿es Dios?

 

ALICIA.-

¡Sin lugar a dudas!

 

ANA.-

Pues si aún sabemos contar

tendremos que comparar,

con el permiso de Judas,

a su madre con las mudas

que genera con destreza

la propia naturaleza

en su procesión mutante,

pues si Rey era el infante,

¡su madre de la realeza!

De no ser resultaría

sin pensar el primer cante

que no fueran consonante

el Niño Dios y María.

 

ALICIA.-

Eso ya me lo temía.

 

ANA.-

¿Por qué?

 

ALICIA.-

Eres tan sensiblera

que…

 

ANA.-

Un momento Alicia, espera

que formule la pregunta,

¿cómo poder sacar punta

en el borde de una esfera?

¿Cómo, si Dios es eterno,

puede nacer en la tierra,

trabajar con una sierra

y estar expuesto al infierno?

¿Por qué aguantar un invierno,

y muchos otros peligros,

si desde más de mil siglos

ya dominaba al averno?

¿Por qué dejar un gobierno

mucho mejor que el de Migros?

Mas, ¿deja su eternidad

convirtiéndose en finito

o ensalza hasta el infinito

su propia maternidad?

 

ALICIA.-

Casi das con la verdad.

 

ANA.-

Explícame tus razones.

 

ALICIA.-

  (Se levanta y muy juntas, cogidas del brazo, se adelantan a las candilejas, hacia el primer plano).

Mira, todas las cuestiones

suelen tener las dos caras…

 

ANA.-

¡Déjate de cosas raras

y enséñame tus versiones!

 

ALICIA.-

Difícil será la cosa,

mas trataré de explicarme

y como no quiero liarme

con una acción tediosa

que me convierta en odiosa,

intentaré ser sencilla

ya que cualquier maravilla

se vuelve más comprensiva

cuándo sabes que está viva,

cuándo ves que al final brilla

y cuándo más se aproxima

al lenguaje más corriente.

Sólo así, con este ambiente

llegaremos a la cima…

 

ANA.-

  (Burlona).

¡Si ves que algo no te rima,

busca palabras más recias!

 

ALICIA.-

  (Sin hacer caso).

Ese problema que aprecias

en toda mi explicación,

encierra la solución

no en cuatro palabras necias,

sino en las mil sutilezas

que configuran la gente,

pues debes tener presente

que, aparte de otras bellezas,

nuestras dos naturalezas

se juntan y complementan.

 

ANA.-

¿Así que eso es lo que cuentan?

 

ALICIA.-

Sí, alma y cuerpo van unidos

y entrelazando los nidos

que conforman y alimentan

a cualquier persona humana.

 

ANA.-

¿Y a eso lo llamas sencillo?

Yo lo veo como un castillo

de la estepa castellana

que perdida su campana

tiene que tocar a muertos

con las tejas de los huertos

y los palos de pastores.

¡Venga ya, cambia de flores

que si tus dichos son ciertos,

me dejan tan preocupada

que ya no sé si la calma

me viene por tener alma

  (Señala a su cuerpo).

o por tener su fachada!

 

ALICIA.-

¡Es que no te esfuerzas nada!

 

ANA.-

¿A dónde vas a parar?

Si no me dejas hablar

siempre tendrás la razón…

Además, mi corazón,

aparte de palpitar,

no entiende de sutilezas.

 

ALICIA.-

Bien. Desde el primer momento

se fraguó el comportamiento

de las dos naturalezas.

Y es ahí donde muchas piezas

encajan con precisión,

pues con la separación

de tan firmes elementos

tengo que acabar los cuentos

del Restaurador de Sion

y su santo nacimiento.

 

ANA.-

Pues venga la conclusión

que pienso que la ocasión

no sólo nos viene a cuento,

sino que es nuestro alimento.

 

ALICIA.-

Estupendo.

 

ANA.-

¿Lo repito?

 

ALICIA.-

¡No…! Al ser de cuerpo finito

nacemos y nos morimos.

Bien. Mas, ¿sabes si subimos

enteros al infinito?

 

ANA.-

Yo…

 

ALICIA.-

El espíritu es el viento

con una vida especial.

Así, si no es material,

ni pasó por nacimiento

ni le afecta el crecimiento.

Por lo que queda aclarado

que los padres sólo han dado

el cuerpo y su movimiento.

 

ANA.-

¿Y el espíritu?

 

ALICIA.-

¡Es el viento

que Jesús nos ha entregado!

Y a partir de este momento

podemos decir con calma

que su madre no nos salva

y que sólo fue instrumento

del glorioso advenimiento.

 

ANA.-

Comprendo el significado…

 

ALICIA.-

Sí, Cristo nos ha salvado

de las iras del infierno,

porque siendo un Dios eterno

así lo tenía pensado.

 

ANA.-

Bien, ¡gracias por tu llaneza

y por tus ganas de ayuda!

¡Nunca más seré tan ruda…!

Y hablando ya con franqueza,

hasta entiendo la nobleza

del Cristo de las naciones.

 

ALICIA.-

Ya veo que mis oraciones

están siendo contestadas.

Ana, ¡bienaventuradas

las querencias e ilusiones

que al principio confesamos!

 

ANA.-

Oye entiendo, mas no creo

y no es fácil de creer.

 

ALICIA.-

Ya veo,

pues seguiré orando…

  (Se van yendo hacia la izquierda).

¡Vamos,

vé tranquila!

 

ANA.-

¿Nos llamamos?

 

ALICIA.-

¡Claro!

 

ANA.-

¿Orarás?

 

ALICIA.-

¡Desde el alba!

 

ANA.-

  (La besa).

Bien…

  (Medio mutis).

¿Cómo puedo ser salva?

 

ALICIA.-

¡Creyendo que Jesucristo,

amén de haberlo previsto,

subió a una ladera calva

y murió por tus pecados…!

¡Quiera Dios darte el acento

que guíe tu arrepentimiento

hacia el sol de los salvados!

 

ANA.-

Te agradezco tus cuidados.

 

ALICIA.-

Yo siempre te ayudaré.

 

ANA.-

¡Gracias amiga, lo sé!

¡Adiós!

 

ALICIA.-

Oraré por ti, Ana.

 

ANA.-

¡Gracias otra vez, hermana!

¡Adiós!

 

ALICIA.-

¡Cuídate… y ten fe!

 

ANA.-

¡La tendré…! ¡Adiós!

  (Se va por la izquierda).

 

ALICIA.-

¡Adiós, Ana!

  (La mira desaparecer y exclama pensativamente):

Quisiera que mis palabras

saltasen como las cabras

por los riscos de Doñana

para abrir una ventana

en un valle tan perdido,

que sólo un recién nacido

puede hacerlo florecer

por el hecho de nacer

y por ser tan desprendido…

¡Sólo si fuera mi hermana

sería posible emprender,

en el mismo atardecer,

el camino del mañana!

¡Quiera Dios que aunque sin gana

haga suyo este refrán

y se escape del Satán

que la tiene encadenada,

pues es alma muy amada

para tan mal capitán!

  (Se vuelve hacia los espectadores y adopta una actitud de oración, manos unidas y mirada dirigida al cielo).

¡Señor, que tu nacimiento

la mueva a salir del lodo,

pues es el único modo

de abandonarse en el viento

que da el arrepentimiento!

¡Señor, que tu bendición

alcance a toda la nación,

reino, país y continente,

para que toda la gente

acepte tu salvación,

tu mansedumbre y tu bien!

¡Qué tu paz y tu nobleza

nos devuelvan la grandeza

y nos sirvan de sostén!

Por tu hijo Jesús… ¡Amén!

  (Va a irse por la derecha, pero parece darse cuenta de la existencia del público y avanza hacia él llena de extrañeza).

¡Anda! ¿Cuándo habéis llegado?

¡Sabéis que Cristo ha bajado

y que puede estar aquí?

  (Se adelanta hasta las candilejas y se siente encima de ellas, acomodándose como si fuese a empezar el cuento de nuevo).

Su nacimiento fue así:

¡Qué estando José casado…!

 

EL ÁNGEL CANSADO

Diálogo para dos niños.

 

NIÑO.-

  (El mayor niño de los dos. Va vestido pobremente y está sentado en una piedra de la calle. Árboles, buzón de correos y quiosco. Manos y ojos al cielo en actitud de súplica).

¡Ayúdame, Niño mío!

Te daré mi gratitud

si me guardas la salud

y me sacas de este lío.

Y no me olvides… ¡Confío

en que por haber nacido

conocerás de corrido

lo pobre de mi niñez!

Si en casa somos diez

para tener un vestido

y recibir alimento,

imagínate el partido

que se forma en ese nido

a poco que suene el viento

con aroma de alimento

del puchero del cocido.

  (En una actitud más desenfadada).

Si te sientes ofendido

por lo impropio de mi queja,

dales de comer y deja

mi caso para un barrido

o un fregado algo más fausto.

  (Pausa. Se lleva la mano a la oreja para hacer ver que está escuchando).

No contesta… Y se hace tarde.

A lo mejor es que no arde

la leña de mi holocausto

o que corro tan exhausto

que sólo percibo el humo…

  (Pausa en la que adopta la actitud inicial).

¡Padre mío…! Si no presumo

de ser una buena pieza…

Sólo que me da tristeza

que unos almuercen con zumo

y otros chupan la corteza.

Anda, deja de abrir sobres

y baja a ver a los pobres

pues tu profunda grandeza

puede aliviar la pobreza.

  (Espera de nuevo la respuesta).

¿No dices nada? Ya entiendo,

mi caso te está aburriendo

o tienes tantos pendientes

que los mismos expedientes

te impiden seguir queriendo.

  (Inclina la cabeza lleno de pesar y se recuesta en la pared como si estuviese esperando algo o a alguien. De pronto, bruscamente, aparece un ángel pequeño por la izquierda, caracterizado al efecto. Entra en escena como si alguien le hubiese dado un empujón).

 

ÁNGEL.-

  (Hablando hacia la izquierda).

¡Se lo diré de tu parte!

  (Al público en un aparte).

¡Hay que ver cuánto trabajo!

  (Se planta delante del niño y le dice con cierta gracia):

¡Eh, arriba ese desparpajo,

que estoy aquí para ayudarte!

 

NIÑO.-

  (Levanta la cabeza).

¿Qué…? ¿Es que tratas de mofarte?

¡Si no te tienes derecho!

 

ÁNGEL.-

Mira, pese a tu despecho,

¡soy un ángel del Señor!

 

NIÑO.-

¿Tú? ¡Anda ya, que con ese color

también lo tengo en mi techo…!

Cambia de timo, maleta,

o vas a pasar más hambre

que las moscas del enjambre

que crece en una maceta.

¡Anda y cambia de chaqueta

que así pareces un gato,

y pronto, que tu retrato

no coincide con un ángel!

 

ÁNGEL.-

  (Ofendido).

¡Pues mi padre es un arcángel

y controla el aparato

de la sexta galería

y del octavo pasillo!

 

NIÑO.-

¡Ya, y yo que soy  poco pillo

hago ver que lo sabía!

 

ÁNGEL.-

Si no lo fuese, ¿sabría

que estás pasando un mal rato?

 

NIÑO.-

Es verdad. ¡Con ese plato

me acabas de convencer!

Además, ya puedo ver

ese nimbo medio chato

y el proyecto de dos alas

que corren desde tu espalda

hasta esa especie de falda

cosida con hebras ralas.

Por otra parte, a las malas

  (Se levanta).

Te puedo en una paliza.

 

ÁRGEL.-

Desde luego, ser nodriza

de un niño desamparado,

es algo tan mal pagado

que el descanso ya me hechiza.

Así que vuelvo a los cielos,

pues anulada esta liza

tal vez me manden a Ibiza

como premio a mis desvelos.

  (Empieza a irse hacia la izquierda a la par que habla dolorosamente).

Recorro cientos de suelos

en bien del necesitado

para quedar humillado

por el primer descosido

que duda de mi partido.

  (Se vuelve hacia el niño).

¡Bah, tenme por no llegado!

 

NIÑO.-

  (Le coge por el brazo y lo retiene mientras levanta su mano libre de forma amenazadora).

Como abandones el suelo

sin haberme comentado

el mensaje que te han dado,

no sólo no irás al cielo,

sino que no habrá otro vuelo,

puesto que de una pedrada

volverás a hacer tu entrada

por la puerta de la izquierda.

  (Lo suelta y le arregla el pelo y la ropa que haya podido arrugarle).

¡Bueno, no hagas que me pierda

y explícame tu embajada!

 

ÁNGEL.-

¡Lo intentaré si me dejas!

 

NIÑO.-

  (Insiste en sus amenazas para que se de prisa y claridad).

¡Pero con voz de tenor!

 

ÁNGEL.-

  (Sin hacer caso de sus gestos).

Resulta que mi Señor

ha recibido tus quejas

casi sin mover las cejas

y las ha solucionado.

Por eso estoy a tu lado

y por eso vas a ver

que en asuntos del querer

eres un aficionado,

pues pedir a mano alzada

no es muy buena solución.

 

NIÑO.-

¡Anda, peor es la canción

que promete y no da nada!

 

ÁNGEL.-

Bueno, dejemos la espada

y escucha con atención

puesto que la salvación

puede darle algún sentido

a una vida de perdido

que busca su remisión:

Resulta que se ha sabido

que igual tuvo que nacer

de una sencilla mujer

y de su pobre marido,

y si por haber nacido

en un pesebre de paja

tuviese la moral baja,

¿dónde iríamos a parar?

 

NIÑO.-

Pero, ¿te quieres callar?

¡Tu cabeza no trabaja

si no es a base de gritos!

 

ÁNGEL.-

¿Qué?

 

NIÑO.-

¡Qué yo no quiero nada!

¡Qué si pido una fabada,

pan y calamares fritos,

es para mis hermanitos!

¡Qué no es por mi condición

el fondo de la oración!

  (Muy digno).

¡Yo pido por mi familia!

 

ÁNGEL.-

Me gusta tanto amor filia.

Bien, sigo sin dilación:

Puedes marcharte contento

ya que dentro de unas horas,

aquellos a quienes lloras

habrán hallado sustento…

  (Hace ver que oye una voz que le viene por la izquierda).

Me dicen que en un momento

pueden llegar a tu casa

diez cestas de rica masa,

fresas, ensaladas, sopas,

sillas, carteras y ropas…

 

NIÑO.-

  (Lo coge por las solapas).

Oye tú, ¡basta de guasa!

 

ÁNGEL.-

¡Espera…!

 

NIÑO.-

  (Lo suelta).

¿Es cierto eso?

 

ÁNGEL.-

Pues mira, de ti depende.

 

NIÑO.-

No me digas. ¿Por qué?

 

ÁNGEL.-

Aprende,

y no te quedes tan tieso:

Sé que si te vas expreso

dando muestras de haber creído,

Dios te lo habrá concedido

aun antes de haber llegado.

 

NIÑO.-

¿No me engañas?

 

ÁNGEL.-

  (Se hace el ofendido).

¡No he bajado

para jugar un partido

con tu bendita inocencia!

 

NIÑO.-

Pareces tener razón.

 

ÁNGEL.-

¡Ya…!

 

NIÑO.-

¡Me voy, que el corazón

ya no aguanta la impaciencia

y carece de paciencia

para llegar al final!

 

ÁNGEL.-

¡Ves y no te portes mal!

 

NIÑO.-

Descuida, que ya me tienes

convencido…

 

ÁNGEL.-

¡Qué bien!

 

NIÑO.-

¿Vienes?

 

ÁNGEL.-

  (Señalando hacia la izquierda).

Tengo que ir a un hospital…

 

NIÑO.-

  (Se va hacia el medio mutis de la derecha, pero antes de llegar se vuelve).

Pues, ¡adiós…! Oye, ¿no mientes?

No claro, eres un celeste.

Bien, pues aunque me cueste

me voy a mover los dientes

con mis queridos parientes.

  (Va a desaparecer).

 

ÁNGEL.-

¿No das gracias al Señor?

 

NIÑO.-

Se hace tarde y a lo mejor

no sé ni como expresarme.

¡Ea, tú puedes excusarme

aunque me conozcas peor!

 

ÁNGEL.-

Pues…

 

NIÑO.-

Lo dicho: ¡Voy lanzado

para ver como es tu anuncio!

  (Se va corriendo por la derecha).

 

ÁNGEL.-

  (Defraudado).

¡Vaya, yo de esta renuncio

aunque lo tenga vedado!

  (Pausa en la que se sienta en la piedra que había ocupado el niño).

Bueno… Cumplido el recado

y superada esta fase,

me reportaré a la base

en busca de otros destinos

que si no fueran divinos

no habría quién los aceptase,

pues ni nos dan vacaciones

ni nos pagan de verdad…

Claro que la caridad

me hace ver muchos rincones,

aumentar las relaciones

y andar…

 

VOZ EN OFF.-

  (Por la izquierda).

¡Gabrielito!

 

ÁNGEL.-

  (Se levanta).

¡Cielos,

parece que mis anhelos

ni siquiera le han gustado!

  (Mirando hacia la izquierda).

Padre, no estés enfadado

que no me quejo por celos…

Ha sido como un desmayo

en un momento algo tonto.

Sí, ya lo sé, por lo pronto

he acabado este ensayo

como una lluvia de mayo

en un campo de secano…

  (Hace ver que espera una respuesta por el lado de siempre, la izquierda).

¿Qué dices? ¿Qué vaya al grano?

¿Qué eso es lo que hacemos todos?

Sí, pero de todos modos…

Bien, tú eres el decano,

mas no quiero ir a los cielos

si no puedo despedirme…

  (Se adelanta hasta las candilejas).

Muchachos que podéis oírme

y que entendéis mis recelos:

¡No dejéis que vuestros celos

os hagan cerrar la mano,

pues ayudar al hermano

con total desprendimiento,

es el nuevo mandamiento

de este Señor tan humano!

Y si tenéis una tarta

debéis partirla con ellos,

pues si Dios pone los sellos

el hombre tira la carta

tanto si se llama Marta

como Miguel Alvarado…

  (Al cielo de la izquierda).

¿Qué, papá? ¡A que te ha gustado…!

De acuerdo y de mil amores.

  (Al público).

¡Hasta la vista, señores!

  (Hace ademán de irse, pero se lo piensa mejor y se encara con el público).

¡Caso de necesitarme,

no tienen más que llamarme

a la mansión de las flores!

  (Hace una reverencia y desaparece corriendo por la izquierda).