Monthly Archives: junio 1973

TRABAJO, DESCANSO Y ADORACIÓN

 

Éxo. 20:8-11; Mar. 2:23-28; Luc. 4:16

 

  Introducción:

  Si la interpretación moderna de los Mandamientos encarados, comparados o contrapuestos con la Gracia nos crea dificultades, este IV, el que nos ocupa hoy, no puede ser una excepción. El hombre actual no se siente capaz de responder de forma clara y afirmativa a las demandas hechas sobre su tiempo libre. ¿Cómo puede dividirlo a plena satisfacción de todos? ¿Cuánto tiempo debe dedicar al trabajo, al ocio o descanso y a la adoración? ¿No sabemos que existe una evidente desproporción entre el tiempo que usamos en el trabajo y la adoración? Incluso, ¿descansamos lo suficiente? Estamos desorientados. Tenemos cientos de datos y argumentos en favor de trabajar más y más para cubrir las aparentes necesidades vitales de nuestras familias, pero, ¿cómo podemos hablar de dedicar un tiempo muerto a la adoración…?

  Sí, estas y muchas otras preguntas son las que nos hacemos de continuamente. Pero para poder encontrar las respuestas reales, adecuadas y hasta precisas, debemos prescindir de las aparentes conquistas sociales y volver a la fuente de toda la sabiduría humana: La Biblia. De forma que debemos dedicar la atención a aquellas verdades que hasta hoy han estado descuidadas entre el polvo de las marchitas hojas de nuestras Biblias. Sin embargo, no podemos evitar la tentación de preguntar de nuevo: ¿Cómo es que Dios que ve nuestras necesidades, pide un día para Él? ¡Ojo, cuidado! Esta pregunta es capciosa. Es un falso concepto a todas luces erróneo. Dios no quiere un día para Él. ¡Es de Él! Él es quien nos da a nosotros seis días.

  Recordamos una anécdota titulada: Las siete monedas del chino, que quizá nos ilustre lo que estamos diciendo: Un chino llevaba siete monedas y al pasar ante un pobre que pedía limosna a la puerta de un templo fue movido a compasión y le entregó seis de ellas. Pero éste, al ver la séptima en la mano del donante, le amenazó con un arma y se la quitó. La real conclusión es bien sencilla: Esta séptima moneda representa a ese día de descanso que el Señor se guardó para sí… ¡Nosotros se lo quitamos!

  El mandamiento referente al día de reposo no es trivial ni está, desde luego, anticuado. El simple hecho de que aparezca en el Decálogo de Moisés revela que no es una ley pobre o meramente ceremonial, sino un principio ético religioso de valor inmenso y permanente. Y a pesar de que es el más largo de todos los otros diez, no ha recibido mucha atención de los cristianos modernos.

  La presente lección va a tratar de recordarnos que los hombres somos unos seres creados y que, por lo tanto, necesitamos vivir en conformidad con las leyes básicas de esa misma creación. Y Dios Padre, el Hacedor, incluyó en su Plan, tiempo para trabajar, tiempo para descansar… y tiempo para adorar. Y es dentro de ese plan, de esta ley divina que el hombre encontrará su libertad y vencerá la tiranía de la cuarta dimensión, del tiempo.

 

  Desarrollo:

  Éxo. 20:8. Acuérdate del día de reposo para santificarlo; este ¡acuérdate! quiere decir mucho más que un simple toque mental. Por el contexto, sabemos que en sí misma, encierra la idea de guardar, observar y también, practicar, Deut. 5:12. De todas formas, oíd, ¿para qué debemos acordarnos del llamado Día de Reposo? Para ¡santificarlo! Para separarlo de los demás y dedicarlo al Señor.

  En este v. hay más. Santificar un día a la semana es reconocer la santidad esencial del resto. Nos da una cierta idea de que somos mayordomos de los seis días restantes y que tenemos el deber de dar cuentas a Dios en el séptimo. Sí, es decir, que somos simples beneficiarios de una buena parte determinada, la mayor, del tiempo, pero no dueños del mismo. Las horas corren muy a nuestro pesar y jamás podremos recuperar un segundo pasado. En tiempo de Israel, barómetro como siempre de nuestra presión como cristianos, y para proteger el propósito del día séptimo, estaban prohibidas todas las actividades de lucro o comercio, Neh. 10:31. Incluso, hacer las propias cosas, Isa. 58:13. Su honor e importancia eran tales, que incluso su profanación llevaba hasta la pena de muerte, Éxo. 31:14. Era pues, un día santo y además fue dado o instituido como señal del pacto con Dios y su pueblo para siempre, Éxo. 31:16, 17.

  Sigamos: Éxo 20:9. Seis días trabajarás y harás toda tu obra. Este v es bien curioso. Ha sido interpretado muchas veces como un mandato para trabajar seis días de cada semana, de punta a punta. Sin embargo, aquí parece haber encerrada otra idea que, aunque sinónima, es bien distinta. Seguro que el legislador quiso decir más bien que debemos terminar todo el trabajo dentro de los seis días hábiles para no tener que hacerlo en el séptimo y último. En una palabra: Afanarse honradamente en esos seis días de trabajo para no tener que trabajar en el día santo.

  Éxo. 20:10. El resumen del v se encuentra en la frase: No hagas en él obra alguna, en el día sábado. La traducción exacta de la palabra es descanso o cesación. Así que la manera normal de guardar el sábado, es y era dejar de trabajar. Evidentemente, éste es el sentido general. Aún debemos decir que no hay alguna evidencia para probar que el propósito original era tener tiempo para adorar, puesto que sabemos que la adoración se pedía diaria en el tabernáculo, en el templo y actualmente, ¡en todo lugar y momento! Era un día de descanso, de cambio de actividad y, claro, de adoración puesto que venía a culminar una semana de vida, pero no obligatoriamente, a pesar de que ésta era uno de sus más significados propósitos, Lev. 23:3. Y del mismo modo que Dios Padre instituyó el matrimonio, por ejemplo, el sábado fue promulgado para beneficio de toda la raza de los humanos.

  Aunque el mandamiento forma parte de la ley judaica recibida en el Sinaí a través de Moisés, su ejecutoria es internacional puesto que ya había sido instituido en Arabia y en Mesopotamia en tiempos y aún antes de la aparición de los judíos como pueblo. Inscripciones asirias y caldeas de una fecha anterior a Moisés hacen referencia a la semana de los siete días, con uno de ellos como día de descanso, en el cual, el trabajar era ilícito. Al prescribir de nuevo en Sinaí la observancia del sábado, y al incorporar este precepto a la ley moral, tampoco se tuvo en cuenta sólo a los israelitas, sino a todos aquellos que recibieran la Palabra de Dios y, al final, a toda la humanidad. Cristo y sus apóstoles nunca hablaron del Decálogo sino como de una obligación universal y permanente. El sábado fue hecho para el hombre, etc. Así que el IV mandamiento es tan obligatorio como el tercero o el quinto o como otro cualquiera de los demás.

  Éxo. 20:11. Este v deja dicho bien claro que el Señor del cielo ordenó el día de reposo y por este hecho todos deberíamos considerarlo sagrado. El motivo y su básica comparación fue asentada en la mente creadora de Dios y nos da, de paso, la idea de una obra bien acabada, Gén. 2:2. Más, si este hecho cae, por alguna razón, en el reino de la teoría más o menos física, más o menos demostrable, más o menos espiritual, para los judíos no era así. Ellos tenían muy vivo en sus carnes el recuerdo de la esclavitud de Egipto y debían tomar este día como recordatorio fijo y perenne de la potencia celestial que los liberó y los sacó de aquel país, Deut 5:15. Por extensión, y haciendo uso de la misma arzón, los cristianos primitivos, comenzaron a guardar el primer día de la semana, en vez del séptimo, como recordatorio de la otra culminación del cielo: ¡La resurrección del Señor! Así que por derecho propio, el domingo conmemora no sólo la creación del mundo, sino un acontecimiento mayor como es la consumación de la obra de la Redención, puerta y paso real e indiscutible para entrar a gozar del descanso eterno, Heb. 4:9.

  Resumiendo: El mandamiento nos enseña lo siguiente: (a) Este día de la semana ha sido apartado por Dios mismo y debe ser guardado como un día distinto a todos los demás; (b) la manera de observarlo requiere la cesación de las labores y ocupaciones de todos los días restantes; (c) el alcance de este mandamiento abarca a todo el pueblo vivo, inclusive los niños, los sirvientes, los animales domésticos y hasta los extranjeros residentes; (d) este Plan concuerda a la perfección con la práctica del Creador mismo y con sus propósitos para el hombre y (e) como este día había sido bendecido y santificado por el Señor, servía como una ocasión propicia para dedicarlo a su adoración, loor y alabanza y para expresarle el gozo por todo lo que ha hecho, por todo lo que ha creado, para nuestro propio uso y contemplación.

  Así y todo lo dicho anteriormente, este mandamiento es o debe ser interpretado siempre bajo el contexto de las Escrituras que son referente al trabajo. Según éstas, el trabajo de por sí no es menospreciado ni glorificado; sino que al parecer nos es dado y presentado como algo bien natural y beneficioso para el hombre, incluso antes de su primer pecado, Gén. 1:26-28. Dios obró y el hombre, hecho a la imagen divina, debe obrar en comunión con su Creador. El pecado fue la causa del por qué la labor humana se convirtió en trabajo, Gén. 3:17-19, pero no destruyó todo su carácter positivo, por lo que ocupa una buena parte en el Plan del Señor para todos. Ahí queda el mandamiento contra el abuso de trabajo cuando éste monopoliza todo el tiempo, eliminando el reposo y la adoración indispensables. Su natural observancia es fundamental para la sociedad; la cual, sin ella, caería pronto en la ignorancia, el vicio y hasta la impiedad. Hasta los profetas del antigüedad consideraron este día de reposo como baluarte en contra de la impiedad y la rapiña de los hombres.

  Antes de pasar a estudiar la parte de la lección que vamos a encontrar en Marcos, debemos decir que todos los judíos creían y consideraban al sábado como la más santa de sus normas e instituciones religiosas. Para que tengamos una idea de lo prolijo que resultaba su interpretación, señalaremos que la ley oral dada y transmitida por los escribas habían catalogado 39 clases de trabajos prohibidos en el sábado con reglas múltiples para cada una, sumando en total 1521 acepciones distintas. Pero, nosotros, los cristianos, encontramos difícil concebir un día de gozo con la pesada carga que representan tantas restricciones agregadas por las tradiciones.

  Mar. 2:23, 24. En apariencia, ciertos discípulos de Jesús seguían un sendero entre campos sembrados. ¿Y de qué les acusaban? No de arrancar espigas, ya que esto no era una cuestión moral, pues estaba permitido según Deut. 23:25. Les acusaban de pisar o infringir la ley oral antes aludida, porque lo que estaban ellos haciendo significaba segar y trillar en el día de reposo. Sin embargo no debieron haberse escandalizado tanto porque los discípulos hacían camino al andar y arrancaban espigas de trigo al paso porque tenían hambre.

  Mar. 2:25, 26. La respuesta del Señor Jesús fue doble: Un ejemplo escrito y un retorno al principio puro y fundamental. El rey David había pedido al sumo sacerdote de aquel tiempo, Ajimelec, pan para sus hombres, 1 Sam. 21:1-6. Y como no habían panes comunes a mano, fue usado el pan sagrado puesto sólo a disposición de los sacerdotes. La segunda parte de la respuesta, es una consecuencia lógica de la primera; ya que ésta enseña con claridad que el hombre, en su necesidad, no debía ser defraudado por la observancia de una ley, cuya finalidad, según Dios, había sido puesta para ayudarlo.

  Mar. 2:27. El sábado por causa del hombre fue puesto. Sí, para su reposo y bienestar. Para el desarrollo de su vida interior y para los intereses supremos de su alma. Es una buena institución digna del Señor y de su excelsa misericordia: y no el hombre para el sábado. Es decir, cualquier hombre ha sido creado libre para la obediencia del amor y no para la servidumbre de una ordenanza ceremonial.

  Mar. 2:28. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo… con cuyas palabras, el argumento de Jesús progresó mucho más. El sábado no es sólo para el hombre, sino que además el Hijo del Hombre tiene señorío y poder sobre dicha institución. Esta partícula aun tuvo una fuerza tremenda entre los fariseos, puesto que ellos consideraban al sábado como la más santa de las instituciones mosaicas. Comprenden muy a su pesar que el Maestro les ha dado una lección magistral sobre el Día de Reposo. ¡No es delito arrancar espigas para comerlas al paso y sí lo es el simple hecho de quedarse a trillarlas! Así, el domingo, mis hermanos, debemos dedicarlo a adorar juntos en público y dejar todo aquello que nos estorbe o haga imposible esta adoración.

  Mirar el ejemplo de Jesús:

  Luc. 4:16. Vino a Nazaret, donde se había criado, y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre y se levantó a leer: El pasaje en claro. Jesús, según su costumbre, entró en la sinagoga. Por lo que podemos entrever fácilmente que Él se tomó muy en serio la observación del sábado, aunque sabemos que rechazaba las prohibiciones legalistas de los escribas que ahogaban a los fieles. Pero Él iba al edificio local, al lugar oficialmente reconocido, para adorar a Dios en público.

 

Conclusión:

  La liberación de la tiranía del tiempo, viene al reconocer que éste no es nuestro, sino de Dios y debe ser usado o empleado de acuerdo con los propósitos divinos. El Señor quiere que le dediquemos el día por completo y que, a la vez, descansemos de los trabajos físicos para que nos haga bien al cuerpo y al alma. La anécdota titulada: La mina de carbón y las piedras blancas, viene a resaltar lo que estamos diciendo: “Una mina de carbón. Durante la semana el polvo negro cubre las piedras blancas de los alrededores. Pero el domingo, el aire se lleva el polvo y aparecen de nuevo blancas a la vista de todos, por lo que las gentes de los alrededores las llaman con razón: Las Piedras Dominicales.”

  Del mismo modo debemos desintoxicarnos nosotros. El día de domingo es, pues, ¡un bien para nosotros mismos!

  Sepámoslo emplear.

LA PREDESTINACIÓN

 

Efe. 1:3-6, 11, 12a; 2:20; Rom. 8:28-30

 

   Muchas veces momentos hemos habladode la predestinación como algo que pertenece a un cierto misterio inescrutable y, sí, en la mayoría de los casos, lo hemos hecho superficialmente, sin considerar este tema como un todo indivisible con la gracias y la salvación. Y como hace poco, en la ED, hemos adquirido el compromiso de dedicar un estudio completo a la misma, valga la excusa para animarnos de valor y recopilar aquí las enseñanzas entresacadas de una de las más difíciles doctrinas paulinas, pero señalando de paso que lo hacemos en calidad y efecto de una lección más para nuestra querida clase de Adultos B.

  En primer lugar, ¿qué entendemos por predestinación? Dice el diccionario, en su acepción teológica, que es: La ordenación de la voluntad de Dios con que desde la eternidad tiene elegidos a los que han de lograr la gloria. ¿Es esto cierto a la luz de las Escrituras? Veamos:

  Efe. 1:3. Bendito el Dios y Padre del Señor Jesucristo, como sabemos, bendecir a Dios es glorificarle con un sentido de adoración y reconocimiento con total y libre independencia de aquella otra bendición que solemos recibir nosotros de Él, que bien pudiéramos traducir como algo que nos reporta beneficios materiales y espirituales. Aquí se indica muy bien una bendición del primer tipo, una bendición de gracias por el Dios y Padre que los define, a su vez, como Dios y como Padre de Jesucristo. Es curioso notar que el original dice: Dios de Jesucristo, pero como la idea no ha sido usada en el lenguaje bíblico, creemos que la tenemos bien traducida como ya la hemos transcrito y repetimos: Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor. Y sin embargo, debemos insistir, aunque sea algo de pasada, que el apóstol escribió: Dios de Jesucristo. Mucho más cuando esta misma expresión aparece de su pluma en el v. 17 de este mismo cap. la cual tampoco está traducida de forma literal. Pero lo que verdaderamente importa es hacer resaltar la necesidad que tiene cualquier hombre de bendecir a Dios Padre, sobre todo cuando este hecho sale, como un grito, de lo profundo de su corazón, y nos da idea de dependencia e impotencia ante Él. El cual nos bendijo con la bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Sí, en primer lugar sepamos que en el original gr. sólo se lee: Bendición espiritual en celestiales, omitiendo la palabra lugares. Es un extraño detalle que permite a unos traductores, entre ellos Lutero, suplir este bache traduciendo como sigue: Bienes celestiales en vez de lugares celestiales. Sin embargo este último término es preferible, porque tiene a su favor el testimonio de otros pasajes de esta misma epístola donde se encuentra la misma expresión y esta vez en el original (ver: Efe. 1:20; 2:6; 3:10; 6:12). El apóstol nos indica con ello, que el origen de todas estas santas bendiciones por las que da gracias a Dios; vienen del propio cielo, cuyos tesoros y maravillas son alcanzables para nosotros y, por consiguiente, ninguna de ellas nos será vedada. Así que son estas bendiciones las que nos ponen en comunión con el alto cielo y con los espíritus celestiales que contemplan el rostro de Dios. Y aún hay más. Todas estas bendiciones, y lo que representan, nos son dadas y reservadas en el cielo, donde, en un día señalado, las tendremos o poseeremos en toda su plenitud, ver: Mat. 6:20; Col. 1:5; 2 Tim. 1:12; 1 Ped. 1:4.

  Así que, el apóstol, inicia su epístola con ese bendito sea Dios. Fijémonos ahora el marcado contraste que hay en esta misma frase. Bendito sea Dios, es todo lo que puede hacer el hombre. Palabras y nada más. Pero si la comparamos con aquella otra: Que nos ha bendecido. Ya no sólo son palabras, sino hechos. Con unas bendiciones que son gracias inmensas y que reúnen, además, el hecho de ser santos e espirituales puesto que emanan de la exacta naturaleza espiritual del propio Dios.

  A continuación, en los vs. 4 al 14, Pablo hace una lista de esas bendiciones que podemos recibir apoyándonos sólo en nuestro Señor Jesucristo. Y es tal la ansiedad que nos demuestra, que estos diez vs. forman una sola frase no interrumpida por ningún reposo. Hay tanto que contar y tan sublime, que las palabras le fluyen como una impetuosa fuente. Nosotros, que no podemos abarcar en un artículo toda la ciencia que se desprendería del gran estudio de estos vs. tenemos que limitarnos a indicar que el motivo de esta adoración, el gran motivo de toda esta epístola, es que Dios, según el consejo eterno de su fiel misericordia, ha llamado a todos los pobres gentiles en un desesperado esfuerzo por y para conseguir sacarlos de sus propias tinieblas y hacerlos partícipes de lujo en su maravillosa luz. Hacerlos sentir los sanos beneficios de su comunión, incluso, haciéndolos entrar a formar parte del pacto de la gracia, limitado en otro tiempo para el pueblo judío. Además, por lo general, Pablo empieza sus cartas con acciones de gracias por motivo de las bendiciones recibidas en las iglesias particulares a quienes escribe; pero aquí, en esta carta pastoral, su horizonte se ensancha y el pensamiento de la salvación eterna de Dios en Cristo Jesús, se gana o apodera de su alma. De ahí las alturas celestiales a las que se eleva de entrada y de ahí, ese centralizar en Cristo todas las bendiciones benéficas para el hombre.

  Efe. 1:4. Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo… Como base a las bendiciones que va a enumerar, el Apóstol, sitúa la elección procedente de Dios, desde antes de la fundación del mundo. Y para mejor idea, mejor comprensión de este inicio, debemos trasladarnos a los dos pasajes o textos, que son paralelos entre sí y a la vez perfectamente complementarios del que nos ocupa: (1) Mat. 25:34. Dado a que el reino descrito por Jesús estaba ya preparado en el santo consejo de la gracia divina desde la fundación del mundo para los que son benditos del Padre, ellos mismos estaban a su vez destinados, en la misma época, para el disfrute del y goce del mismo. (2) 2 Tes. 2:13. Otra vez la expresión: Elección para la salvación desde el principio. Pero, bueno, veamos en base a que: (a) Por obra del E. Santo en ellos; (b) por la fe que les ha dado en la verdad, mientras que tantos otros creen en la mentira a pesar de tener la misma fuente de información, y (c) por la vocación eficaz que les ha dirigido en el Evangelio, cuyo último fin será la santa obtención de la gloria de Jesucristo (ver el v. 14).

  Así, entrando de lleno en esta materia, vemos con estos dos primeros aldabonazos, que si bien Dios nos escogió firme y delicadamente de entre la variedad humana desde antes de la caída original, no por eso, inexorablemente, seremos salvos. Y es que somos justificados mediante la fe en Cristo Jesús, el cual, nos reconcilió con el Padre. Sólo así entramos en el Plan de la Predestinación. Bien es cierto que nosotros vemos la procesión desde la puerta de una casa de una calle estrecha y Dios la ve desde la terraza. Para Él no existe el tiempo y sin embargo, para nosotros, lo es el todo; para nosotros, el tiempo es real, es nuestra cuarta dimensión. Pero, de cualquier forma, si hoy somos salvos, podemos dar gracias a Dios porque, eso sí, mediante su E. Santo, nos influyó a reconocernos culpables y, por lo tanto, nos instó a ver y acercarnos al único Juez capaz de cumplir nuestra condena en su propia carne. Porque fijémonos bien en el texto: Si se dice que Dios había formado en su santa gracia el designio de esa temprana elección, también se afirma que la centralizó y condicionó en Él (en Cristo). Donde se desprende que Dios no pudo amar al mundo sino en Aquel que, en otro tiempo, había reconciliado en su sola Persona y en su Obra, el marcado contraste de la justicia y la gracia. Para comprender esta situación debemos salir o trasladarnos de momento a Rom. 3:22-24: No hay diferencia, todos pecaron, siendo justificados de una forma gratuita por su gracia. Es decir, que sí, que todos estábamos perdidos sin remisión. Sin embargo, y siguiendo la tesis paulina, deslumbramos aquí una esperanza: En Él, Dios eligió… a sus hijos del seno del mundo caído; pues el principio, el medio y el fin de la Salvación son la Obra de Cristo. Y por eso mismo afirmamos, que la verdad de esta elección eterna es el un firme fundamento del creyente. Y sin embargo, hay muchos que interpretan este pasaje, esta elección, con la acción de la libre voluntad de Dios Padre de salvar a la humanidad entera y por lo tanto relacionan este buen término con la propia Salvación, o simplemente, con la gracia misma. Pero nada más lejos de la realidad. Si bien este escoger condiciona hombres que no eran salvos, no significa de por sí, que este simple hecho les salve. Este fin, este escoger no es una gracia irresistible. Los que así piensan olvidan que el Señor hizo al hombre perfectamente libre y ni aun en una cosa tan importante como la propia existencia o vida eterna, les puede influir hasta tal punto que roce la única, perfecta y bien definida libertad humana. Juan 3:16, es claro y explícito: Todo aquel… Y en este todo aquel se incluye a la humanidad entera. ¿Dónde queda, pues, aquella elección? En el único hecho de que Dios envía su Espíritu a tocar los corazones y aquel que responde, que es sensible a sus impulsos… ¡es y era elegido por Dios! Así de sencillo. Otros creen, a su vez, en una elección previa, pero buscando la base, el fundamento en el hombre y no en el Señor. Pretenden los tales, que Dios eligió a aquellos en quiénes previó la fe, la santidad… ¿Es esto lo que dice Pablo?

  Sigue Efe. 1:4. Para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor. La idea está clara. No dice que Dios nos eligió porque éramos santos, sino para que lo fuésemos. Y además, santos, según lo que entiende el sano concepto divino; es decir, para que podamos medir nuestro grado de santidad delante de Él. Otro gran Apóstol complementa la tesis: Sois elegidos… para ser rociados con la sangre de Cristo, 1 Ped. 1:2. Este es, ha sido y será, el único filtro capaz de justificarnos y hacernos santos de verdad, apartados para Él. Así que el propósito primario de esta única elección es la santidad; y por eso mismo, Dios, bien que asegurando la perfección de su santa obra en nosotros, nos hace ser los responsables de entrar o salir del campo de esa elección, de esta sana atracción, poniendo en plena armonía la perfecta libertad de su gracia y la indispensable y santa obediencia del que es objeto de su mejor creación.

  Recuerdo que cierto día paseando con mi hijo en el campo, cogió una mala hierba sin que lo pudiese evitar. Rápidamente, le advertí:

  –No te la comas si no quieres que te duela la barriga.

  Podía muy bien habérsela quitado, pero preferí dejarlo a su elección a pesar de que sabía de una forma positiva de que si se la comía se pondría enfermo. Sí, Dios el Padre, en su sabiduría, nos escogió para ser santos en Él, pero limitó su aceptación al mismo elegido, es decir, a nosotros, a todo hombre. En nuestra anécdota, yo elegí para mi hijo la sanidad, pero fue él quien la quiso y la aceptó. Las últimas palabras de este v, en amor, bien pueden conectarse con lo que precede o con lo que sigue. En el primer caso indica nuestro amor como indispensable y el único receptáculo de la santificación. En el segundo, nos revelan todo el amor de Dios como la causa motora de su elección, como vamos a ver enseguida en el estudio del próximo v.

  Efe. 1:5. Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Cristo a Sí mismo, según el puro afecto de su voluntad. Aquí nos aparece una nueva palabra: Adopción. Para aprender su significado debemos trasladarnos de nuevo a Rom. 8:15. Aquí notamos en primer lugar que el Espíritu de adopción es un don de Dios. Es un don gratuito del Espíritu de Dios y de su Cristo; en cuya persona, Dios Padre, adopta por hijos suyos a los que le dan su corazón. Y es en esta situación nueva, cuando el Espíritu los une al Señor en un estado igual o semejante al de Jesús, su hermano mayor, y les comunica todos los deberes y privilegios del Hijo. Sólo poseídos de este Espíritu podemos clamar: ¡Abba, Padre! Así que Cristo fue de hecho quien cedió parte de su gloria, obedeciendo la voluntad del Padre, y murió humano para que recibiéramos la adopción de hijos, Gál. 4:5. En una palabra, sólo a través de Cristo, podemos entrar en el enorme plan de la predestinación, aunque sea con la condición de adoptivos. Pablo lo dice o afirma sin ningún género de dudas: No contento con haber buscado en Dios la causa única de nuestra Salvación y Selección, añade: Por medio de Jesucristo; el único pues, en quien todos somos hechos hijos de Dios. Y él aún tiene tiempo, idea y hasta inspiración para añadir: Según el puro afecto de su voluntad. Es decir: Este misterio fue así porque así lo quiso. Así fue su voluntad, Mat. 11:26; Luc 10:21. E independiente de otro cualquier motivo que hubiera podido encontrar en el hombre pecador.

  Sigue Efe. 1:5. Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Precisamente, con la salida, con la manifestación suprema de la gloria de su gracia, nos ha hecho agradables, aceptos en el Amado, completando un círculo perfecto e indicando la relación, en la cual, el propio Cristo nos anexiona a su Padre Dios. Está claro, Él sólo es el Amado del Padre; pero en Él, Dios nos da su gracia, de modo que nos ve en Cristo con el mismo amor que tiene para Cristo mismo. Y puesto que todo ese plan, iniciado antes incluso de la creación humana, parte de Dios mismo, manifiesta así la alabanza de la gloria de su gracia. Pero en el lenguaje de los hombres, de los humanos, el privilegio se traduce en una responsabilidad. Nunca Dios insta al hombre a hacer nada; siempre demanda de él, cuando menos, una clara respuesta. Un giro de 180º. Un cambio de dirección. Si quiere vernos con ojos paternales, aunque sea por causa y méritos ajenos, si tiene ese propósito para nosotros, por contra, debemos gastar nuestra energías en la completa proclamación de su reino y anunciar las virtudes de Aquel, que, repetimos no sólo nos ha hecho linaje escogido, sino que nos ha llamado de las tinieblas a la luz admirable, 1 Ped. 2:9.

  Efe. 1:11. En Él, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su santa voluntad. Esta partícula, en Él, completa el pensamiento de todo el v. 10: En Cristo, tendrá lugar la recapitulación, o la reunión, de todas las cosas, tanto las terrenas como todas las celestiales. En su persona convergerán todas y cada una de las cosas creadas y sólo se podrá medir su gloria particular, comparándola con la luz pura que emanará continuamente del sitial del Hijo Preferido. A continuación, el apóstol Pablo, agrega un apunte, una idea, un pensamiento nuevo que nos explica la participación de los creyentes en esta obra del Señor. Los términos del mismo se pueden entender de dos maneras: (a) En quien fuimos hechos su herencia, o suerte, y (b) en quien obtuvimos la herencia. En el segundo caso, las palabras aluden a la porción que recibieron los israelitas, por la suerte, en el reparto de las tierras en Canaán. Y como siempre, esta figura es usada como sinónimo de la herencia celestial del redimido en Cristo. Pero en el primer caso, por el contrario, el pueblo del Señor es tenido y considerado como herencia o suerte de la propia gloria del Hijo. Así que, y a la luz que nos dan los vs. 14 y 18 de este mismo cap acerca de la propiedad y el propietario y teniendo en cuenta, sobre todo, la claridad de Col. 1:12, donde se halla el mismo pensamiento, nos inclinamos por la segunda de estas definiciones, sin menosprecio de la primera, no aplicable en este pasaje, que es la que nos da idea clara de la parte de la herencia que toca en suerte al fiel creyente por el solo hecho de serlo. En lo que queda de v. el apóstol, aún insiste en el pensamiento de que el cristiano no tiene arte ni parte en esta herencia mas que por el efecto de la libre gracia de Dios. Y lo demuestra mediante una doble acción divina y soberana: La una, que se cumple en Dios mismo, y por la cual somos predestinados conforme a Su sano propósito; la otra, que se cumple en los creyentes; en los cuales, es el Señor también quien obra con eficacia (gr.) la fe, la conversión, etc. En resumen, todas las cosas que conciernen a la salvación y a la vida cristiana según el fiel consejo de su voluntad (ver los vs. 4, 5, 7, 8 de este mismo cap).

  Efe. 1:12a. Para que seamos para alabanza de su gloria; este es el buen propósito, principio y fin de la heredad, de la propia suerte: ¡Alabanza de su gloria! El apóstol vuelve por segunda vez (ver comentario del v. 6) al importante pensamiento de que el objeto de la rara elección de los creyentes es de que sirvan para sentir y manifestar la gloria de Dios. En una justa palabra: Que en sus cambiantes vidas se trasluzca la perfección, la verdad, la misericordia, la santidad y el amor de Dios.

  ¿Cómo puede llegar a ser esto una realidad?

  Rom. 8:28. Y sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien… Esta es una consecuencia lógica de todo lo que antecede. La mención del Espíritu, que viene en auxilio de nuestra debilidad e intercede por nosotros, vs. 26, 27, nos ha servido de transición entre el cuadro del sufrimiento universal, vs. 18-25, y el de la glorificación final que el Apóstol Pablo aborda ahora y que vamos a mirar como clímax de nuestro estudio, vs. 28-30. No hay dificultad, prueba o desgracia que aflija al hombre, que no se cambie en el medio motor en la mano de Dios. Sí, el Señor es quien opera todo, absolutamente todo, en todos nosotros para nuestra salvación (ver: Fil. 2:13). Así, visto bajo este prisma, podemos decir muy bien que todas las cosas, todas las criaturas de Dios que a Él deben la vida, el movimiento y el ser, deben, obrar para el mismo fin. Jamás como antes separadas de Él, sino en Él y por Él. Y aún hay más: Hasta el mal, todo el mal que pasa en la tierra, no está exceptuado de esta tesis. Tanto el mal moral como el físico obedecen sumisos a la santa voluntad de Dios; el cual, por sendas misteriosas saca de él el cumplimiento de sus ciertos designios (Ejemplo: La historia de José y sus hermanos; la dura traición de Judas y la del pueblo judío, que estudiaremos a la menos oportunidad, las reiteradas negativas de Pedro, etc.). En suma: Los juicios del Señor más severos y terribles, aunque en sí mismo son castigos del pecado, pueden ser convertidos en bendiciones para el que, bajo los firmes y reconocidos golpes de la justicia, se humilla y aprende a amar a Dios. Sí, entonces y sólo entonces, el castigo se vuelve un medio capaz de generar gracia y salvación, puesto que esta autocrítica es indispensable para acercarse al crucificado. Sin embargo, hemos que hacer especial hincapié en las palabras de Pablo: Los que a Dios aman. Mientras que aquel hombre no sea conducido a este último fin de su ser, no puede aplicársele estas conciliadoras palabras y sus estupendas consecuencias, sino que por el contrario, todas las cosas, deben obrar para el mal, para su mal.

  Sigue Rom. 8:28. Es a saber, a los que conforme el propósito son llamados. El fundamento de la seguridad de los redimidos, las gracias de que disfrutan, la herencia celestial, los buenos sentimientos de su duro corazón y, en particular ahora, el don de amar a Dios, descansa todo ello, en el hecho de la gracia divina que nos ha llamado, según el eterno propósito de Dios. Este llamamiento no se limita a una invitación externa, aunque sea por el evangelio, sino que es una obra interna de la gracia que nos atrae y lleva a la fe (ver de nuevo Efe. 1:11).

  Rom. 8:29. Porque a los que antes conoció… Los vs. 29, que ahora iniciamos, y el 30, que lo haremos a continuación, dicen, explican y prueban con este porque, el fundamento de la certeza o certidumbre indicado en el v. 28. Y lo hacen sin ningún corte o interrupción, de grado en grado, de escalón en escalón, hasta la gloria. En Dios, preconocer o conocer de antes, no se puede entender simplemente como algo que venga o pertenezca a una presciencia pasiva, pues esto no sería un firme fundamento de certidumbre y el apóstol quiere legarnos uno que lo sea de verdad. Así, lo que el Dios Padre ve anticipadamente, sí, existe ya para Él en el tiempo, y se realizará cuando su hora haya llegado, como si de una fruta madura se tratase.

  Recuerdo aquella anécdota que cuenta que una madre y su hija de corta edad hacen juntas un viaje por tren. En un momento dado, se encienden las luces interiores del vagón a pesar de que en el exterior luce un sol claro y espléndido. Así se lo hace notar la pequeña a su madre, a lo que ésta contesta:

  –Lo hacen así porque ahora viene un túnel.

  En efecto, a los pocos segundos, el convoy entra en el túnel y la niña comprende el por qué del encendido de las luces. Así, muchas veces, nosotros, tomamos partido por esa niña y nos extrañamos que ocurran cosas que no están en consonancia con el medio ambiente, pero Dios sí lo sabe. Él ve el túnel con la suficiente antelación.

  Ahora es necesario que añadamos que la acepción del verbo conocer  a la luz del contexto bíblico y en especial en este fiel pasaje, nos indica una idea de cariño, de favor, de amor. El Pastor y en clave material del tema que nos ocupa, ya había dicho: Yo conozco a mis ovejas. Lo había dicho reconociendo la verídica dependencia de las mismas y con el único deseo de protegerlas mientras deambulan por este valle de pastos… y lobos.

  Sigue Rom. 8:29. También predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de (Cristo) su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Es ya el segundo peldaño de la escalera de gracia, que partiendo de las profundidades de la eternidad y de la presciencia de Dios, lleva o conduce a los rescatados hasta la glorificación. ¿Cómo no reconocer de forma humilde en adoración, en presencia de esta frase, que es el Padre quien cumple todo en todos nosotros?. En este paso, pues, el segundo en la consecución de la gloria que se ha señalado en el v. 30, la predestinación, nos enseña el fin: ser conformes a la imagen de su Hijo, es decir, ser hechos iguales, semejantes a Él en su vida moral y en su santidad, Fil. 3:10; 3:21.

  Así, este v es una objeción muy pobre para aquellos que creen que esta predestinación aniquila la libertad y la responsabilidad humanas. Dios no ha dicho nunca que iba a salvar a hombres que se quedarían en la muerte del pecado, ni tampoco a los que se volverían santos. Ha escogido, eso sí, a todos los redimidos para la santidad, para que le glorifiquen en la tierra, en el cielo y en la eternidad (ver otra vez Efe. 1:4). Pablo así lo señala y no sólo en cuanto a la que debe ser cada día una mejor semejanza con Cristo, sino por el amor paternal de Dios que ha querido sacar una familia santificada de entre las cenizas de un mundo pecador.

  Rom. 8:30. Veamos: Y a los que predestinó, a estos también llamó, y a los que llamó a estos también justificó, y a los que justificó, a estos también glorificó. Sí, inmediatamente después del eslabón o escalón de la predestinación, el apóstol Pablo coloca el llamamiento, o la vocación, tal como se deja ver y entrever en el v 28 que ya hemos estudiado y que Jesús describe de forma magistral en Juan 6:44 con ese raro: Ninguno puede venir a mí, si el Padre no le trajere… Esta atracción o flujo del Padre hacia el Hijo, encierra todos los primeros principios de la conversión, la obra de la ley que prepara el alma para Cristo, Gál. 3:24, el despertar de la conciencia, el experimentar nuestra propia perdición, el deseo innato de salvarnos y, en suma, la propia y única revelación de Cristo mismo en nuestra alma como único y suficiente Salvador. Y si bien este llamamiento es bien universal, el hecho de que hayamos sido sensibles al mismo, se lo debemos única y de forma exclusiva al Espíritu Santo divino, el cual, nos ha hecho vibrar ante esa preselección y por cuya causa nos hacemos solidarios con Pablo al decir: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

  El escalón que siegue detrás del llamamiento y su aceptación positiva, es la justificación, Rom. 3:24. Así que justificados de forma gratuita por su bendita gracia, es el paso indispensable para acercarnos al último y más importante eslabón: De ahí que la obra divina termina por fuera con el triunfo definitivo de esta vida, hasta entonces oculta en el interior, es decir, por aquella glorificación de todo el ser, cuerpo y alma, en los nuevos cielos y en la nueva tierra.

  Haríamos bien en descubrir que el Apóstol de los Gentiles habla de todos estos eslabones, peldaños, pasos y desarrollos, incluso el último, el completo, como sucesos de un todo ya cumplido. Y es que a sus ojos, como a los ojos del Padre, la obra iniciada por el Creador jamás queda por concluir, por acabar, Fil. 1:6. Así pues, en este continuo perfeccionar, el Apóstol ve la obra ya cumplida, bien para cada alma que ya ha gustado de la miel de la gloria, bien para su total magnitud en el Reino del Cielo, del Salvador. Y tanto en un caso como en el otro, ninguna potencia extraña será capaz de impedir que cumplamos nuestro destino. Quizá en lo profundo de nuestra alma, sepamos que nada ni nadie puede ganar al Cristo Glorificado; pero, a lo mejor tenemos dudas en cuanto a que nosotros, en este actual valle de lágrimas, no podamos ser apartados de esta escalera, que se inicia con el preconocer de Dios y termina con nuestra propia gloria. ¡Ojo, cuidado!, desde aquí volvemos a afirmar con Pablo que nada ni nadie nos podrá separar del Camino una vez que hemos iniciado su recorrido, ¿sabéis por qué?

  Efe. 2:20. Porque somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra de ángulo Cristo mismo. Así que formamos entre todos un edificio bien definido, unidos con la argamasa del evangelio, teniendo como fundamento a esos apóstoles y profetas, cuya definición e identificación requieren hasta un estudio nuevo, y sobre todo, por encima de todos, como engarce, soporte y clave de todos los ladrillos, esa piedra angular, Jesucristo mismo.

  Resumiendo, podemos añadir que la predestinación es parte de un todo que se llama salvación y sólo como tal la hemos de entender. Que procuremos estar más cerca cada día de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, puesto que nuestro actual estado no es sinónimo de un fin glorioso si nos apartamos del camino. Recordar al pueblo de Israel, fue prometido, escogido y programado para ser el pueblo de Dios y por su causa, éste, los escupió de su boca. Por otro lado, que procuremos dar gracias a Dios en todo momento por su amor para con nosotros, pues tuvo a bien enviar a su Santo Espíritu a removernos el corazón. Que proclamemos de forma continua, en todo momento, lugar y ocasión, las excelencias del Creador, para que otros, a la luz de nuestro cambio, puedan acercarse a Él y su posterior testimonio se anote en el haber de nuestra corona de gloria. Que, en suma, podamos resistir encima nuestro a otros ladrillos, los cuales, a su vez, nos imiten y entre unos y otros consigamos coronar el fiel edificio que fue predestinado por Dios y envíe de nuevo a su Hijo, esta vez a reinar eternamente.

  Amén.

¿POR QUÉ LA LEY?

 

Éxo. 20:1, 2; 2 Rey. 17:7, 8; Sal. 119:97-104; Mat. 5:17

 

  Introducción:

  Iniciamos hoy una unidad de estudio con el nombre genérico de: Las Leyes de Dios para el Hombre, serie que incluye trece lecciones abarcando los meses de junio, julio y agosto.

  ¿Por qué son necesarias las leyes?

  En primer lugar veamos lo que dice el diccionario acerca de la ley: Regla de acción impuesta por la autoridad superior. Visto lo cual, volvemos a preguntar: ¿Por qué son necesarias las leyes? ¡Pues, por qué somos humanos!, sería la respuesta. Sin embargo, nuestra época se caracteriza por la poca o nula importancia prestada a las leyes de los hombres. Sabemos de unas sociedades anónimas que pagan cuantiosas sumas a abogados competentes para que disfracen o rebajen los beneficios habidos. Legislativos que aprueban leyes que redundarán tarde o temprano en su propio beneficio o en el de sus familiares. Funcionarios que por cierto dinero exponen triquiñuelas legales para eludir o evitar la ley y tantos otros ejemplos que no relacionamos no cansar ni hacer exhaustiva esta lista. Y si sabemos que la ley humana no es mala es porque sabemos que casi todas tienden, en la letra, hacia el bien común y están basadas en la genuina experiencia y saber de los pueblos y en la conciencia de los legisladores. Pero Dios no consideraba la conciencia humana de por sí como la más apropiada para guiar al mismo hombre y tuvo que dar sus leyes para educarla acerca de lo bueno y lo malo. Así, nada mejor para iniciar estas trece lecciones, que estudiar el sentido básico de los Diez Mandamientos vistos e interpretados a la luz del NT y aplicados a la experiencia humana de hoy.

  Hoy, como siempre debemos acercarnos al pueblo de Israel, fuente y principio de cualquier aplicación cristiana, para cavar en el famoso decálogo, la situación que lo hizo necesario y las circunstancias de la época.

  Si el pueblo de Dios ha tenido baches, que los ha tenido, y grandes, el más representativo fue aquel que motivó la frase del autor del libro de los Jueces: Cada uno hacía lo que bien le parecía, Jue. 21:25. Y por lo general, un estado caótico similar degenera en un libertinaje sensacional, en el cual, la mayoría de las veces, lo que bien le parece a cada uno, perjudica al prójimo y casi nunca está de acuerdo con un posible tercero. El respeto obediente hacia las leyes unipersonales es indispensable para la sociedad humana y mucho más para la comunión con Dios. Así que, la ley de leyes, los Diez Mandamientos o el Decálogo (de deca, diez y logos, palabra), son un corto resumen de todos los deberes del hombre hacia Dios Padre y para con sus semejantes viniendo a llenar en el momento oportuno, el inmenso vacío de los siglos. Bien es verdad que pueblos más primitivos que Israel, tenían ya ciertos códigos humanos basados en costumbres y experiencias, pero todos o casi todos, estaban orientados hacia el castigo o condena del transgresor.

  La Ley de Dios, por el contrario, cambia la triste fisonomía de la ley mundial, pues nos indica: (1) Que debemos adorar a un solo Dios invisible por fe. (2) No tentarlo para que realice unas cosas que nos prueben su presencia física. (3) Nos ayuda a descansar un día fijo, específico con la idea no de ocio, sino de un cambio de trabajo y adoración total. (4) Honrar a nuestros padres a pesar de que estos ya no se ganen lo que se comen, no nos entiendan, molesten o sean una carga social para lo que llamamos nuestra vida. (5) No matar ni aun estando en peligro de nuestra propia vida. (6) No caer en la trampa del adulterio a pesar de que esta sociedad trata de demostrar que el hombre es bígamo por naturaleza y por necesidad. (7) No robar a pesar de que nos estemos muriendo de hambre. (8) Respetar a nuestro prójimo de manera que hasta podamos evitar la pobre, inocente y a la vez enorme calumnia, a pesar de que la consideremos un mal menor contra aquel que pensamos que es nuestro enemigo, y (9) por último, no ver en los objetos o personas del vecino más que motivos, si cabe, de emulación y nunca de codicia.

  Ideas todas ellas incomprensibles entonces… ¡y ahora!

  Sin embargo se prestan de forma admirable para guiar al creyente en su vida, con su Señor y con sus prójimos. La ley va marcando los mojones del camino a seguir al igual que los postes de Venecia señalan la dirección a seguir en el gran canal. Y es que nosotros, los cristianos modernos, tenemos la tentación de olvidarnos de la ley de Moisés pensando que está pasada de moda. No, no es así. El mismo Jesús interpretó algún que otro mandamiento en el llamado Sermón del Monte y así nos demostró su envidiable valor permanente y real.

  Y puesto que sabemos que la ley, incluso la Ley de Dios no nos salva, veamos el por qué y el cómo de esta Ley:

 

  Desarrollo:

  Éxo. 20:1. Y Dios habló todas estas palabras, diciendo: En primer lugar debemos notar que la paternidad de esta Ley, del decálogo, se atribuye a Dios sin ningún género de dudas. Moisés dice, indica, que Dios es la fuente e inspiración de esta ley, y que él no fue más que el simple testigo de las tablas. Y además, es curioso como él se define como un simple escriba sin arte ni parte en traducción alguna de la ley. Hoy en día es muy corriente oír hablar frases como esta: Hecha la ley, hecha la trampa. Por otra parte, el texto en que está escrita usa de un léxico que escapa a la mayoría de la gente y es necesaria la consulta de juristas expertos que nos traduzcan el lenguaje corriente y nos aconsejen. Moisés no. Se limita a escribir lo que oye y aún hay más, reconoce que Dios escribe en las tablas preparadas por él, Deut. 5:22.

  Y todos entendieron el espíritu y la letra de la ley. Me imagino a aquel nómada pueblo expectante. Ver si no las circunstancias que rodearon a esta entrega divina. La voz en medio de los truenos y relámpagos, la nube y el fuego crearon gran temor entre ellos, incluso pensaron que iban a morir a causa de la cercanía del Señor Dios. Por eso fue que pidieron a Moisés que sirviera de mediador y fuese a recibir las instrucciones divinas, y que luego les informase… ¡a nivel humano! Éxo. 20:18-26; Deut. 5:23-28. Pero esta actitud realista del pueblo llano nos enseña una santa y viva lección: Hemos de reconocer la naturaleza divina y reverenciarla como algo inalcanzable mientras no llegue la hora de la transfiguración. Y este pueblo de Israel, por el hecho de enviar a Moisés a traducir los deseos de Dios, nos revela su disposición previa de temerle y poner en obra todos sus mandatos. Mas, como no podía ser de otra manera, el Señor responde como suele hacerlo en estos casos: Los bendeciré de generación en generación, Deut. 5:29. Pero debemos fijarnos que el Señor condiciona el tener bien para siempre al hecho de temerle, adorarle y guardar sus mandamientos todos los días.

  Ya ha quedado dicho con anterioridad que estas leyes fueron inmensamente superiores a las de las naciones del entorno, porque el juez o el legislador fue el mismo Dios. Un Dios que se presenta a sí mismo como aquel que les sacó de la esclavitud de la tierra de Egipto y de la servidumbre, Deut. 5:6. Tal era la introducción a la Ley, tal era la Ley, tales los hechos y las circunstancias que envolvieron a la entrega de la Ley, que la mejor sabiduría habría sido ponerla inmediatamente por obra, para poder vivir en la tierra de Canaán formando una sociedad sana y fuerte, pero no pasó así. Israel, su Israel, equivocó el camino prescindiendo de los mojones de la ley que indicaban la verdadera dirección a seguir. Y fracasó por dos razones bien fundamentales: (1) Adoraron a dioses que les eran ajenos, rechazando por lo tanto la paternidad y la guía del Dios Padre único y verdadero, y (2) abandonaron sus mandamientos para seguir los de los otros países que hubieran debido ganar con el ejemplo, 2 Rey. 17:7, 8.

  Éxo. 20:2. Yo soy Jehovah tu Dios… La importancia de este v. es tal, que sin duda constituye la piedra angular de la gran, moderna y monoteísta religión judaica. El mismo Moisés lo transcribe en primer lugar. El primer mandamiento de los diez, o de las diez palabras como gustan llamarlos los judíos, es la base también de nuestro cristianismo. Es curioso hacer notar que representan un sumario de las obligaciones del hombre para con el Señor y para con sus semejantes, dictadas de un modo tan comprensivo, sabio y bueno, que desde luego tienden a señalar y demostrar su origen divino y causan la admiración de todo el mundo. No son propios de una nación, ni transitorios, como los detalles de las leyes ceremoniales y civiles de los mismos judíos que ya no tienen validez.

  Así, el espíritu de los mandamientos hay que buscarlo en el evangelio: Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que el que falte una jota de la ley, Luc. 16:17. La Ley tiene hoy mismo el vigor auténtico que tuvo aquel día lejano en que se oyó aquella voz: Yo soy Jehovah, que te saqué de la casa de Egipto, la casa de servidumbre… Dios les recuerda con cariño que les habla más como libertador que como legislador. Aquí debemos señalar que las leyes no fueron dadas con la finalidad de iniciar, por medio de su obediencia, una relación con el Padre. Se trataba de continuar más que iniciar. La gracia se había manifestado en haber tomado la iniciativa para liberar al pueblo de la esclavitud y en proponerle un pacto: Pacto que al principio fue aceptado de forma voluntaria por todo el pueblo, Éxo. 19:3-8. Israel había aceptado al Señor como un rey a quien correspondía por real naturaleza entregar unas leyes que les indicasen el modo de acercarse a Él y el trato que debía mediar en la diaria relación con sus semejantes. Las Diez Palabras eran, pues, un marco ideal que fijaba los límites dentro de los cuales la vida de las personas, entre Dios y su pueblo debía realizarse. Así, repitamos: Primero fue dada la gracia, luego la ley. Primero la redención por el poder de Dios, luego la guía sobre cómo vivir en comunión con Él. Atención: La Ley de Dios nunca fue presentada en el AT como un camino a la salvación. Todas las instrucciones que encierran los Mandamientos, tanto en el A como en el NT, sirven de guía para los que ya conocen a Dios, el cual los ha redimido del pecado, nunca antes.

  Sal. 119:97-104. Ese sal es alfabético, pues cada estrofa de ocho versos empieza con una de las veintidós letras del alfabeto he. Y es curioso notar que todos sus vs. con la sola excepción de los números 90, 121, 122 y 132, contienen uno de los términos con que se señala, designa a la Ley, como pudieran ser: palabra, ordenanza, precepto, mandamiento, promesa, juicio, etc. Así, la estrofa que ya hemos leído nos demuestra la honesta devoción apasionada del he fiel y piadoso hacia la Ley. Para él, no fue una carga ni una afrenta a su libertad, sino la clave de toda la santa sabiduría. Sabiduría que no tiene que ver con la edad y sí en la forma más o menos completa en que uno debe aplicar esta Ley.

  Mat. 5:17. No penséis… era probable que muchos pensaran en aquellos momentos en que Jesús iba a anular la ley de Moisés, máximo cuando Él mismo había proclamado ya repetidas veces su superioridad y autoridad sobre la misma y sobre hechos tan concretos como pudieran serlo las interpretaciones tradicionales del ayuno y el sábado, Mar. 2:18-28. No penséis que he venido para abrogar, o lo que es lo mismo: Soltar, disolver o quitar la Ley como obligación para nosotros sus seguidores. No. No podemos pensar que el Señor ha venido a anular algo que Él mismo inspiró. Al revés, Él, con su muerte, completó la Ley. ¿De qué modo? ¡Demostró que era posible cumplirla!

  No penséis que he venido para anular la ley o los profetas; y aquellos oyentes improvisados del sermón del Monte ya saben a lo que se refiere. Esta frase indica, en el vocabulario judío, a todo el AT. Sino para cumplir; a completar. A la luz de las interpretaciones del mismo Jesús en Mat. 5:21-48; este verbo, refiriéndose a la ley mosaica, significa darle un sentido más profundo. Fijarse que esto señala y reconoce que la ley antigua fue incompleta en su expresión. Así que el propósito de la Ley es llamar al hombre a la obediencia de la voluntad de Dios; quien, no obstante, siempre busca nuestro bien. Así, el Reino de los Cielos, según Jesús, no significa una disolución de la fiel demanda del Padre, que la ley de Moisés daba o representaba, sino que, por el contrario, hablaba de una obediencia absoluta al Hijo como revelación final de Dios. Por lo tanto, hoy como en los días de Jesús, es preciso ver o distinguir entre la Ley y el legalismo, que es una perversión de la misma. La Ley nunca fue dada, como ha quedado dicho, para salvar o vivificar al pecador, puesto que no es incapaz de hacerlo, Gál. 3:21. Y el legalismo busca la salvación por la conformidad de la ley señalando y hasta mostrando una tendencia definida y constante a guardar la letra más bien que su espíritu interno.

  Esto converge de manera inevitable en una actitud de orgullo si uno ha podido ser más o menos cumplidor de la Ley. Estos seres llegan a pensar que merecen estar en comunión con Dios gracias a sus obras y menosprecian a los demás como personas inferiores a él. El publicano y el pecador de la parábola pueden ser un buen ejemplo para no citar casos reales concretos que pudieran herirnos. Y esto último, mis hermanos, contradice el propósito de Dios. Debemos reconocer que hemos sido salvos por gracia y por iniciativa del Señor y así respondemos por fe, tratando de agradarle mediante la obediencia a su santa voluntad; voluntad que, precisamente, ha sido revelada en la Ley.

 

  Conclusión:

  Así llegamos a la conclusión de que el Decálogo significa más para el creyente de hoy que para aquel hebreo de entonces, ya que ahora lo vemos todo bajo el prisma de la interpretación del mismo Jesús. ¿Para qué sirve la Ley, pues? La Ley sirve para señalar y frenar al pecado, ya que éste ha entrado en la médula y experiencia humanas, Gál. 3:19; 1 Tim. 1:9. También, gracias a la Ley llegamos a tener el conocimiento del pecado, Rom. 3:20, aunque debemos combatir a los que señalan que la Ley de Dios es pecado en sí, Rom. 7:7, ya que la Ley, en sí misma, es santa, Rom. 7:12.

  El culpable es el pecado más bien que el mandamiento. Éste sólo indica lo que está bien o mal, Rom. 7:8. La Biblia se opone al libertinaje tanto como al legalismo. Bien es cierto que habían leyes ceremoniales y judiciales que sirvieron al pueblo de Israel como nación hasta la llegada de la revelación final de Cristo, pero no eran obligatorias para el cristiano. Dos ejemplos de lo que estamos diciendo ahora, podrían ser muy bien cuando Jesús anuló la distinción entre alimentos limpios e impuros, Mat. 7:19; y cuando Pablo se opuso al rito de la circuncisión como un deber para el creyente en Cristo, Gál. 5:2, 3. Pero el NT cita muchas leyes del Antiguo como mandamientos ineludibles, Rom. 13:9. La verdad es que fueron señaladas o citadas precisamente porque expresaban los principios eternos de la santidad y la justicia de Dios.

  Así que la Ley es de un gran valor para guiarnos en que forma y modo podemos cumplir la voluntad de Dios, hoy en día.