Posts Categorized: Cosas de la vida

Devocionales agrupados por temática. Accesibles también desde la categoría «Devocionales».
Notal del autor: Gracias a la aceptación que han tenido nuestros artículos recopilados bajo el nombre genérico de «Gotas de rocío» , iniciamos esta segunda serie esperando que las «Cosas de la vida» sean útiles al Señor y a su pueblo.

19.1 ¿DE QUE SOMOS CAPACES?

Diecinueve de enero

 Mat. 5:38-42

Todo lo que nos rodea nos incita a tener reacciones de fuerza. El trabajo, la conducción de los vehículos, los roces, todo, todo está montado de forma que cualquier chispa nos hace perder los estribos una vez sí y otra también. Se ha venido diciendo que la vida es una selva en la que sólo tienen cabida los ganadores y nos abrimos paso a codazos por no usar otra figura más fuerte. Pero no debiera de ser así. Es verdad que la filosofía mundana nos bombardea de forma constante diciendo a voz en grito que vale más quien acaba ganando o ya no importan los medios para conseguir el fin. Y esto no debiera ser así de ninguna manera. Jesús nos enseña cómo eliminar el resentimiento de nuestra vida, v. 39, cómo andar por este valle de lágrimas sin pisar a nadie, cómo transformar la agresividad en potencia positiva…

Él, Jesús, nos dejó miles de ejemplos, tantos que, si nos pusiéramos a describirlos, no cabrían en el mundo los libros que podrían escribirse, Juan 21:25. Cuando le decían que era amigo de pecadores y de prostitutas, no se inmutaba; al revés, daba una lección magistral a quien quisiera oírla. Y cuando le acusaban de trabajar en sábado, les demostraba que, o estaba haciendo un bien o cubriendo las elementales necesidades físicas, mentales o espirituales. Pero Jesús, cuando le mataban, perdonaba, cuando le injuriaban, sonreía… Este es el modelo a seguir, el listón a superar o a igualar. Claro que no podemos hacerlo solos; precisamente, otra cualidad del Maestro es ayudar a sus discípulos. Ni tampoco lo conseguiremos de golpe. El cristiano crece poco a poco, paso a paso, golpe a golpe, hasta que aprende bien a no reaccionar de la forma violenta a ningún insulto, a ninguna provocación, a ninguna tortura…

Sí, hemos de ser capaces de ir más allá de la razón, v. 40. No sólo hemos de ser capaces de resistir el hecho de que nos invadan el territorio, que nos pisen el callo, sino de abrir de par en par las puertas de nuestra corazón. Si siempre estuviésemos en guardia, viendo, catalogando y debatiendo los insultos o curándonos los pisotones, ya no tendríamos tiempo para nada, ni para amar ni para perdonar.

¿Estamos dispuestos a servir por imposición? v. 41. Casi todos nos revelamos cuando tenemos que hacer algo a la fuerza, por obligación; pues bien, Jesús quiere que seamos capaces no sólo de hacerlo con alegría, sino doblando el esfuerzo exigido. ¿Estamos dispuestos a dar más de lo que se espera de todos nosotros? v. 42. ¿Sí?, pues esa es la verdadera actitud a seguir. Debemos ser, pues, increíbles, buenos, diferentes, generosos, nuevos, sanos, limpios… Hemos de demostrar al mundo de lo que somos capaces… Así, ¿estamos dispuestos a dar la persona si se nos pide? ¿Sí?, pues ese es nuestro límite y aquello que se espera de nosotros. Sólo siendo diferentes tirando a bueno tendremos oportunidad de aprovechar nuestro testimonio al máximo y hacer que otros se acerquen a los pies de Jesús.

18.1 EL MANTO DE JUSTICIA

Dieciocho de enero

Isa. 61:8-11

Desde el momento en que conocemos al Señor, movidos por su gracia y lavados por su sangre, Él nos da un manto de justicia que es diferente a las togas o vestidos del resto de los hombres. Esto es muy importante. Bien es verdad que el hábito no hace al monje, pero nadie reconocería a un juez en funciones sin su toga. De manera que este manto, el dado por Dios, no el ganado por esfuerzos propios, debe marcar nuestra vida hasta el punto de influir positivamente en nuestro comportamiento diario.

En efecto, este manto es una forma de vida, una actitud, una manera de ver las cosas y una fuerza motriz que nos hace estar por encima de ellas. De manera que, a imitación de los antiguos discípulos, Hech. 4:13, con la ayuda externa, debemos transformar nuestros espíritus, mentes y cuerpos para que el mundo conozca que hemos estado y tenido una experiencia personal con Cristo. Precisamente, el hecho de que todos sepan que somos hijos de Dios, es una de las razones del por qué se nos ha dado un manto de justicia sin merecerlo y sin haber hecho oposición alguna. O lo que es lo mismo, el que todos nos reconozcan como hijos suyos es la constante que no hemos de olvidar si no queremos dañar este manto con aquella polilla del pasotismo tan en boga en nuestros días.

El Señor quiere que resultemos atractivos, presentables, limpios y sanos para que podamos predicar con ventaja el mensaje de la salvación y la verdad es que, a veces, nos resistimos a ponernos el manto de justicia porque no nos gusta mucho ser reconocidos como cristianos. Sí durante algunos momentos, sí en ocasiones especiales, pero cada día, cada minuto, ¡no! Sin embargo, en toda la cadena de salvación humana, hemos de predicar el evangelio con nuestra vida, enseñar nuestro cambio, señalar a Cristo Jesús… Debemos ser reconocidos como transmisores del mensaje de Dios y como hacedores de su voluntad llevando dignamente la toga, manto, o señal de nuestro ministerio.

Pero, ¡cuidado! A veces sentimos la tentación de modificar este proceso con ropas o pinceladas de color personales cuando el manto de justicia no sólo es de Dios, sino que es el único que puede modificar el vestido de la salvación. Es cierto que la tierra es importante para la consecución del fruto, pero lo es más la semilla que lo hace fructificar. Es cierto que somos importantes, incluso imprescindibles, para llevar a otros la posibilidad de salvación, pero es el Señor su único autor y realizador. Otra cosa es engañarnos a nosotros mismos y hacer perder el tiempo a los demás. Él nos viste con su manto porque nos eligió y salvó y tiene especial interés que otros lo sepan. Nos hizo justos gracias a la sangre de su Hijo, nos hizo justos por gracia y ese manto es la señal indicadora de que algo cambió nuestra vida. No hay vuelta de hoja. Cualquier cosa que impida nuestro testimonio oscurece su acción benigna, su manto de justicia, y merma las posibilidades de salvación de todos los que nos rodean. Por el contrario, si dejamos actuar a Dios a través de nuestra vida nuestra descendencia será conocida entre las naciones y nuestros renuevos en medio de los pueblos.

17.1 LA SEQUÍA

Diecisiete de enero

Eze. 47:1-12

Estamos en un año de sequía física pero, también, de sequía espiritual. Sí, vivimos en un país mediterráneo de alto riesgo de incendio, azotado por los vientos secos de poniente y estrangulado por su carencia de agua, y eso se paga. Pero el nuestro también es un estado desengañado por decenas de años de moral católica, quemado por la corriente atea y atrofiado por el consumismo de final de siglo, y eso también se paga.

De todas formas, si estamos secos espiritualmente no es porque no tengamos a nuestra disposición las condiciones necesarias para evitarlo. El Señor nos da siempre su agua espiritual y si no nos refresca y beneficia es porque la corteza impermeable producida por el pecado nos impide hacerlo. Esto es como todas las cosas. Hay muchas veces que pensamos que no necesitamos humedad alguna, otras que el tema no va con nosotros y aún otras más que nos convencen de que si hay que preocuparse, ya lo haremos mañana cuando la falta de agua (espíritu) sea más evidente y el fuego nos esté calcinando.

Es verdad que aquel creyente sincero, el que crece en santidad cada día por estar regado por el espíritu de Dios, es a su vez una fuente de agua viva, Juan 7:37-39, que, generada por el Espíritu Santo, esparce beneficios en su ecosistema; pero también, que si no se va al tanto, si uno no se vacía hacia los demás, se corre el peligro de estancar humedad y beneficios y, por consiguiente, de romper el círculo de vida, la cadena de vida, sin tener derecho alguno. Tanto es así, que si vemos la sequedad espiritual a nuestro alrededor es porque lo estamos nosotros (anulada la capacidad conservante) o no sabemos proyectarnos al exterior por obturación de nuestra capacidad permeable. En cualquier caso debiéramos volver a los orígenes de nuestro primer amor y a la marcada dependencia divina de aquellos días.

A estas alturas del pensamiento de hoy debiéramos volver a leer el texto sugerido para darnos cuenta de lo que podría significar una comunidad creyente, llena de vida, en donde aquella sequía sólo fuese una nebulosa en nuestra pasada memoria y para colocar nuestro granito de arena; mejor, nuestra gotita de agua, en su pronta realidad de oasis en medio del desierto del mundo, pues si reconocemos que el Señor es en sí mismo el agua de verdad que posibilita semejante milagro y que si acaso se nos debe dar un lugar en todo este proceso, vendríamos a ser como esa especie de hoja que conserva el rocío matutino, esa flor que aguanta la humedad ambiental…

16.1 LA AUTOESTIMA

Dieciséis de enero

Rom. 3:9-18

No nos gusta saber lo malo que tenemos, ni si estamos enfermos, ni si andamos fracasados, ni destacar por una tara, un defecto o una desgracia… A veces, hasta decimos que nos gustaría saber aquello que piensan de nosotros los demás, pero es mentira. Sólo queremos saber lo bueno, sea cierto o no, que tenemos y que se nos antoja evidente para todo el mundo.

Pues bien, ese tipo de auto estima es mala. Sirve de una corteza inexpugnable para que no nos llegue el consejo del amigo, la frase del familiar o la sentencia de Dios. Porque ésa es otra. Si no nos gusta que los demás vean nuestras debilidades, menos nos gustará saber lo que el Señor piensa de nosotros. Y con razón. Porque Él va directo a la estancia más secreta del corazón y sabe como somos y lo que valemos. Tal vez podamos engañar al prójimo con una capa superficial de buenas personas, pero a Dios no. A Él no. Nos conoce desde siempre porque nos creó y va más allá de la piel.

Por eso no nos gusta este mensaje de Pablo. Este texto sugerido describe a un ser humano que está muy lejos de la presencia de Dios y que no quiere saber lo que Él conoce de su persona.

Pero, veamos el tema un poco más en profundidad:

Ahora, notamos de entrada que la definición paulina parece la descripción de una enfermedad curable… Claro, es verdad, Dios, cuando dice algo que no nos gusta, es para sanarnos, para romper la capa de auto estima que nos amordaza y empequeñece. Jesús dijo que vino a salvar a los enfermos y es en esta dimensión que debemos entender sus sanos y curativos mensajes. Por ej.: Un hombre alejado de Dios es capaz de llegar a ser un depredador de sí mismo, pero recuperado para el Señor es un ángel para los demás. En esta línea, pues, hemos de ser capaces de mirarnos hacia adentro con la ayuda de Dios y abrirnos al prójimo.

Jesús es sin duda el gran médico de nuestras vidas. Mas, para que tenga efecto la milagrosa curación y se produzca el cambio de forma visible y veraz, hemos de reconocer que estamos marcados y lastrados por la pesada auto estima y que somos incapaces de sanar con métodos humanos y más tarde, acercarnos a El con la humildad requerida. Sólo en esta línea podremos ser recuperados y reciclados para ser útiles a los demás y, en consecuencia, a la sociedad de Dios (en cuyo momento verán en nosotros los ángeles que nunca debimos de haber dejado de ser).

15.1 LOS PLAZOS DE DIOS

Quince de enero

Jos. 6:12-20

Parece ser que la impaciencia y la desconfianza son una constante de la humanidad. Así, se pueden contar con los dedos de la mano los hombres y las mujeres que no tienen o padecen semejantes fallos del espíritu ya que si tenemos fama de alguna cosa, no es de paciencia, favor y confianza precisamente (Job y Rahab son, pues, excepcionales).

Sin embargo, en la conquista de Canaán, la paciencia y la confianza del pueblo de Israel fueron puestas a prueba una y otra vez. Y es que hay bendiciones a las que Dios pone plazos y están ahí para probar nuestra fe. El mundo, por lo general, exige del Señor resultados rápidos, pero Él es muy paciente y quiere que nosotros lo seamos también. Ya sabemos que este mundo fue creado en eras o etapas (nosotros mismos nos formamos en nueve meses), y así debemos avanzar en santidad. Es verdad que el muro de Jericó pudo haber caído el primer o el quinto día, pero no fue así porque Dios quiso que fuese el séptimo. Es un error pensar que si Dios es poderoso, ¿por qué no hace lo que yo quiero? ¿Por qué no nos bendice ya? ¿Por qué no salva a todos mis hijos…? Sin duda ésta no es la actitud correcta y, desde luego, la más alejada para entrar en la ciudad celestial o para gozar de sus beneficios.

Veamos brevemente la táctica usada por el pueblo de Josué en la ocasión que nos ocupa:

El primer paso para alcanzar pacientemente las promesas divinas es ir detrás de Dios, es siguiendo sus pasos como hicieron los hebreos detrás del arca, v. 13. Claro adaptados a su sistema, a su forma de ser, no puede hacerse largo ningún camino, ninguna empresa, ninguna bendición…

El segundo es tener disciplina como individuos y como pueblo, v. 14. Siempre hay argumentos para apartarnos del trabajo de la iglesia, de su método misionero, de su sentido devocional, y eso es malo, muy malo. Sí, es posible que si se nos pidiese una entrega instantánea la hiciésemos, pero eso de darnos día a día, de forma continua, es harina de otro costal. Sin embargo, si queremos ver las bendiciones de Dios hemos de colaborar en los trabajos, cortos o largos, de su Iglesia y tomar parte en las aventuras que se gesten en común.

El tercero, es esperar la ocasión para obedecer a Dios con confianza aunque sus órdenes sean extrañas en apariencia y no desesperar por la tardanza de los posibles resultados. El pueblo de Israel esperó a dar los gritos en el momento justo, v. 20. No estaban armados ni preparados para nada, pero sabían gritar y lo hicieron creyendo que Dios añadiría poder a su fuerza. Así fue. Con semejante aliado, el muro de Jericó se derrumbó y cada uno avanzó derecho hacia adelante y tomaron la ciudad. Entonces, ¿qué impedimento o dificultad humanas puede resistir en pie al grito del pueblo de Dios? Si lo hacemos bien, ¡ninguno!

Mientras, seamos pacientes hasta la venida del Señor, Stg. 5:7, confiando en que los cielos y la tierra nuevos serán una realidad es nuestro futuro inmediato, 2 Ped. 3:13, aunque tengamos que atenernos a los plazos de Dios.

14.1 LA UNIVERSIDAD CELESTIAL

Catorce de enero

 1 Jn. 2:12-14

El pasaje escogido para hoy no tiene desperdicio: Juan les habla a «los hijos, padres y jóvenes» y, en general, a todos aquellos que queremos aprender de nuestro Dios de forma muy personal.

En primer lugar se nos dice que tenemos en común el perdón de los pecados conseguido gracias a una acción redentora de Jesús. De manera que de no tener esa base, de no haber aprobado esa selectividad por usar un lenguaje académico, no podríamos haber accedido al paraninfo celestial. Así, para crecer en santidad, para seguir en carrera, debemos vivir en cristiano; es decir, estar bien matriculados en el conocimiento de Dios.

Luego (esta es una característica que se nos reconoce y valora en lo que cabe), ya que conocemos al Rector del curso y que sabemos que ha ejercido desde el principio de todos los tiempos, debemos aprovechar su permisividad para tratar de conocerlo de una forma íntima y aprender de sus claras lecciones magistrales.

Y es que este conocimiento, esta pureza creciente, genera a su vez una fuerza capaz de vencer al fracaso, a la poca santidad, al maligno y a su mediocridad… Es cierto, la fuerza y el saber del conocimiento celestiales se adquieren haciendo, practicando la santidad y viviendo, día a día, la voluntad de Dios. En otras palabras, ¡imitando a Cristo! Imitación que pasa por un claro desgastarnos los codos y las rodillas leyendo su Palabra y orando continuamente.

Pero hay más: Una vez conseguida la fuerza suficiente para vencer al maligno, para dejarlo a la espalda, hemos de aprender a usarla en todas aquellas ocasiones de la vida que lo requieran. Así, antes de tomar una decisión importante, optar por un camino o elegir una carrera, hemos de consultar al Maestro el cómo y el cuándo aplicar una fuerza recién adquirida no sea que, sin querer, la usemos para oponernos a la voluntad de Dios. Recordemos que éste es muy sabio y lo mismo da que quita, Job 1:21. Aprendamos, pues, de los misterios del Reino de los cielos que se adivinan en las palabras de Jesús, pronunciadas en un fin de curso cualquiera: Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene (al que no conserva), aun lo que tiene le será quitado, Mat. 13:12.

De todas formas, aprovechemos la estancia en la universidad celestial, pues hemos de saber que aunque no demos la nota esperada; al final, si hemos confiado en Él, en Jesús, tendremos el despacho, el diploma, que nos dará derecho a ejercer a lo largo y ancho de la eternidad, Mat. 25:21.

13.1 EL RESUMEN DE LA VIDA

Trece de enero

 Mar. 12:28-34

Al acabar cualquier año, y en general después de cada período importante de la vida, debemos hacer un inventario de las partes de la ley divina que hemos cumplido. Sobretodo, ¡cómo hemos amado al prójimo! Porque este es el resumen de la vida y la clave de nuestra actuación en cristiano.

Por eso el Maestro estaba tan interesado en aclarar las relaciones más ideales hombre/Dios y hombre/hombre. De manera que siempre que podía exponía sus razones de forma contundente. Aquí, sin ir más lejos, en el texto sugerido, nos da una lección magistral de su interpretación del amor a Dios y a su criatura. A instancias de un escriba, de quien no sabemos ni el nombre, dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y como buscando un cierto paralelismo, añade: Y al prójimo como a ti mismo.

En efecto, amar al prójimo es una consecuencia de amar a Dios o lo que es lo mismo, no podemos decir de ninguna forma que amamos a Dios si no amamos al prójimo, 1 Jn. 2:9; 4:20, 21. De manera que siempre hemos de tener en cuenta ambos enfoques: Dios y el prójimo. Así, debemos aprender del camaleón que tiene la habilidad de mirar a dos sitios a la vez e integrar las dos miradas en nuestro cerebro y hacer de nuestra vida el mejor resumen de la voluntad divina (la ley), pues amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, es más importante que todos los holocaustos y sacrificios juntos.

Por otra parte conviene que nos preguntemos si estamos viviendo en el Reino de Dios o si estamos cerca, a punto de entrar. No sea que nos quedemos en la puerta como el escriba del texto y no sirvan para nada las experiencias y los malos ratos. Aquí, de lo que se trata es de entrar, el primero o el último, pero entrar. De nada sirve el casi, Hech. 26:28. Pues bien, para hacerlo, para entrar en el Reino, sólo hay un camino: Amar a Dios o, lo que es lo mismo, amar al prójimo. Sí, ya sabemos que sólo Cristo salva y que nuestros actos no tienen nada que ver en el proceso. Pero otra cosa son los sentimientos, éstos sí que intervienen, califican y hasta nos condicionan, pues no sólo deben reflejar sumisión y arrepentimiento, sino ser motrices para ejemplo de los demás.

Un examen, anual o periódico, debe utilizarse para descubrir las carencias y debilidades de las promesas hechas en medio de la emoción del momento y hasta para reforzar el propósito de cumplimiento de las que sin duda hemos de hacer todavía. De todas formas, y como guinda para este postre, debiéramos ver de seleccionar nuestros votos (promesa de dar o consagrar al Señor una persona o una cosa; también, promesa de realizar alguna obra buena) y juramentos (voto de abstinencia a través del cual cierta persona promete abstenerse de algo que tiene permitido), puesto que una vez hechos debemos cumplirlos si no queremos perder la credibilidad ante los ojos de Dios… y del prójimo.

12.1 LA FELICIDAD

Doce de enero

 Fil. 4:8

La felicidad es una situación estable o un estado de ánimo muy momentáneo del ser para quien las circunstancias de esta vida son tales como las desea, por lo que no es nada fácil de alcanzar o mantener.

De todas formas, como hay que hablar de ella, nos parece buena idea la conferencia que organizó hace poco el diario periódico Le Monde sobre el tema, pues es una información de primer orden. Sí, se trataba de algo muy parecido a una novedad: Animar a sobreponerse, como individuos y como sociedad, a ciertas pobres decadencias o poses como podrían ser las ideologías, las utopías, las fidelidades, etc. La crisis de la política, de la justicia, de la economía, de la dignidad y, desde luego, de la felicidad, nos lleva e induce a creer que vamos por un callejón sin salida que nos obliga a cierto fatalismo, cuando estos callejones tienen siempre un lugar de escape, un lugar para salir, ¡aquel por el que se entró!

Para el cristiano, que por su razón de ser tiene una ventaja para ser feliz, la felicidad es un estado, una forma de vida, una razón de fe. Sentirse seguro en medio de las aguas bravas de este mundo y a salvo de cualquier contingencia, posiblemente desestabilizadora, gracias a los esfuerzos de nuestro Jesús, es suficiente para avanzar hacia el punto de encuentro en cuyo lugar tendremos más felicidad si cabe que la que decimos o confesamos tener aquí, Fil. 1:21.

Pero, mientras tanto, mientras no llega ese momento, no sólo hemos de ser felices, sino parecerlo. Creerme, el gozo es lo más parecido a la demostración de felicidad. Pablo, un buen conocedor de la fragilidad humana, nos manda con cariño: Mirar, regocijaos en el Señor siempre. Y de nuevo: Regocijaos, Fil. 4:4. Y da la razón para hacerlo: El Señor está cerca, Fil. 4:5. Es decir, el punto de encuentro que deseamos tanto y que es básico para sentirnos felices, no sólo se producirá, sino que lo hará pronto. Así que hemos de caminar por la vida irradiando felicidad, una felicidad contagiosa que, bien mirado, hasta nos puede resultar favorable para predicar el Evangelio que se espera de nosotros.

Mas, como ya ha quedado dicho que la felicidad es un estado del individuo y que éste es frágil de constancia, el mismo apóstol nos señala una buena solución para cargar las pilas cuantas veces sea necesario: Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, y todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si hay algo digno de alabanza, en esto pensad, Fil. 4:8. De manera que el cristiano, vestido con la camisa del hombre feliz, ha de ser consciente de su papel conservante en la sociedad, pues si bien en cierto que cada época tiene sus propias victorias y sus derrotas; las que importan, las que quedan, las que de verdad cuentan, son aquellas que buscan las soluciones, recrean aventuras del bien común y tienden a conseguir la felicidad de la mayoría.

El cristiano no puede desentenderse de los brotes de pesimismo social ni del mal humor general y debe luchar contra ellos con las armas que le da su condición de salvo. Por eso, tiene que mirarse hacia adentro valorando la enormidad del cambio producido por la sangre de Jesús, pensar en todo lo positivo que tiene la vida y vaciarse hacia el exterior salpicando de felicidad a todos los que tengan la suerte de pasar por su lado.

11.1 LA COMPASIÓN

Once de enero

Mat. 9:35-38

La compasión es un sentimiento de lástima hacia el mal o desgracia ajenos que, en el caso de nuestro Dios, está ampliamente demostrado, incluso en nuestras carnes. Nos amó tanto que, viéndonos perdidos y desorientados por nuestra tenaz y cerril manera de ser, dejó la seguridad de su gloria y se hizo un hombre para compartir los males y presentar los remedios, para entender nuestras razones y dar soluciones definitivas. Nunca valoraremos su sacrificio y entrega en su clara y justa medida. Sólo cuando nos damos a otros, cuando damos algo nuestro a otros, nos estamos acercando (aunque sea a años luz) al sentimiento motor de su compasión.

En Mat. 14:14 se nos enseña que Jesús sanó a muchos enfermos por compasión, en un gesto de restituir su antigua naturaleza y erradicar el dolor y el sufrimiento innecesarios. Incluso, en el pasaje sugerido para hoy, se nos dice que la tuvo también al ver a la gente que vivía desamparada, sola y dispersa como ovejas que no tienen pastor. Más adelante (en Mat. 15:32 y en Mar. 8:2), Él mismo confiesa que tiene compasión de la gente que se ha reunido para oír su voz y rápidamente pone remedio a aquella situación previendo primero los alimentos necesarios. De manera que esta compasión viene a ser una fuerza viva que nos obliga a hacer algo, a restaurar todas las situaciones traumáticas, a aplacar estómagos, a estrechar manos, a llorar injusticias… La compasión debe movernos a dar lo que nos gustaría recibir, también a solucionar los problemas ajenos que no quisiéramos tener, a remediar las injusticias sociales que se pongan a nuestro alcance, a enderezar la mayor cantidad de entuertos posibles…

La compasión debe ser en nosotros una actitud, un estado del corazón, una forma de vida. Y sentirla en las entrañas debiera ser la práctica normal en aquellas relaciones diarias sobrecargadas por las lágrimas del mundo. Es decir, la compasión no sólo debe ser un sentimiento más o menos sublime, sino la energía que nos haga tomar partido a favor de las causas perdidas o de los más débiles. Dios se hizo hombre para demostrar su compasión y nosotros debemos ponernos en la piel de los desamparados por lo mismo.

La próxima vez, pues, que alguien alargue su mano para pedirnos algo no debe retirarla vacía a pesar de darnos la impresión de no necesitar nada o que malgastará nuestra ayuda. Lo nuestro es ayudar sin cuestionar lo que harán los demás. Lo nuestro es amar sin esperar nada a cambio… Así, pues, sólo viviendo en amor podrán identificarnos como amigos de Dios y, por lo tanto, con posibilidad de aplicar una ayuda de forma claramente sistemática e indispensable para la supervivencia de los demás, Jon. 1:6.

 

10.1 ESTAR CERCA

Diez de enero

Heb. 4:16

 El estar cerca de aquellos que son más importantes que nosotros es una constante humana. Por eso, muchas veces luchamos por acercarnos a los políticos, jefes, cantantes, famosos, etc., con la intención de chupar cámara, salir en la foto o, simplemente, beneficiarnos de su mediático poder de convocatoria.

Pues esto mismo es lo que debemos hacer con el Señor. Y por mejores y más sublimes motivos.

En primer lugar hemos de hacerlo de forma confiada, sabiendo que sólo a su lado alcanzaremos misericordia (a la que tenemos derecho por ser hermanos de Cristo, 1 Cor. 3:11, y por su propia voluntad, Rom. 9:16, y gracia (vocablo que explica la razón de nuestra salvación, Efe. 2:8). Ahora bien, nuestra actitud debe ser honesta y tener el corazón sincero y limpio, Heb. 10:22, pues no podemos acercarnos al Señor con éxito si no estamos santificados, Éxo. 3:5, o en vías de santificación.

Mas para eso, para acercarnos al santo trono del Eterno, conviene saber que debemos dar el primer paso ya que es la única forma de conseguirlo (al menos desde el punto de vista humano, Stg. 4:8). Y hacerlo como decíamos antes, con toda nuestra personalidad, Isa. 29:13, pues a plazos, a trozos o con poca intensidad, no sirve tampoco. Y es que Dios es un Dios santo y celoso, Éxo. 20:5, que quiere de nosotros todo o nada. Sabe que si el ser humano baja la guardia y se deja llevar por la corriente del mundo, aunque sea sólo un momento o de forma parcial, corre el peligro de parar, desorientarse y volver la vista atrás, circunstancia que si no lo convierte en estatua de sal, Gén. 19:26, lo hace indigno, Luc. 9:62, y, por lo tanto y en consecuencia, propenso a la perdición. De manera que se nos exige con razón una entrega total o, cuando menos, una marcada predisposición a la entrega total. Es decir, lo que se nos exige a cambio de gozar de la proximidad divina es una vida quemada en el servicio, una vida dedicada a los demás. Mas, cosa extraña, esto sólo se consigue, esto sólo es posible, estando cerca de Dios, oyendo su voz, haciendo su voluntad y, sobre todo, intentando ser cada día más puros y santos.

Lo único peligroso del sistema es que Dios no va a estar siempre a nuestro alcance, Isa. 55:6, que se acabará el rato de la gracia, y como ésta es la única fuente de poder que tenemos, pues sin Él quedaríamos desamparados. De ahí la urgencia del anuncio, de ahí la necesidad de dar el primer paso, de ahí la importancia de tomar una decisión en la buena dirección… Así pues, ahora nos conviene buscar la compañía del Señor, aunque sea desesperadamente, para ganar más fuerzas, 2 Tim. 4:17, y tener socorro, Heb. 4:16, pensando que, con su ayuda, lo podremos todo, Fil. 4:13, mientras llega el momento en que seamos uno de forma permanente con Cristo, circunstancia que no tardará mucho en ocurrir, Fil. 4:5.