EL HOMBRE SE HA DESVIADO

Sal. 14:2, 3; Jer. 17:9, 10; Rom. 1:28-32; 2:1

 

  Introducción:

  Los titulares de Tele/exprés del día 16 de marzo de este año: “Panamá no quiere ser colonia Usa”. “Bofetadas en el colegio de abogados en Madrid”. “La última batalla de los sioux”. Y “en torno a la reconstrucción del Vietnam…”

  ¡Este y no otro es nuestro mundo reflejado un día de lo más normal, un día cualquiera! Sencillo. El hombre fue un ser hecho a imagen y semejanza de Dios; es decir, un ser justo, bueno, inteligente y superior al resto de la creación, pero le hizo libre y escogió desobedecer a Dios y pecar dándole la espalda. Así, desde este mismo momento el Señor ha procurado por todos los medios atrayéndoselo de nuevo. Pero todo hombre, por voluntad propia, ha roto o desviado el rumbo que conduce a Él. Hoy sabemos que los aviones en el cielo se gobiernan por espacios aéreos trazados por coordenadas y datos que convierten las nubes en carreteras, pero si cualquier aparato no sigue el rumbo establecido, jamás llegará a su base. El hombre ha equivocado su rumbo. Dios Padre, su estrella polar, le había trazado un mapa con la ruta adecuada para llegar a buen puerto; pero el hombre se cree sabio y piensa que se basta y sobra para llegar, aunque, todos lo sabemos bien, jamás lo conseguirá estando solo. En la época en que la navegación naval tenía que confiar tan solo en la rústica brújula, se cuenta de un oficial que la saboteó con un imán llevando a toda la tripulación a una muerte cierta. ¿Cuál puede ser el imán que Satán pone junto al hombre como si este fuese la brújula? ¡El pecado!

  Pecado significa errar o fallar en el blanco. Originalmente el blanco del hombre era el Señor. El hombre tenía una estrecha relación con Él, pero el pecado le desvió de la ruta correcta. No obstante, el rumbo del hombre debe llevarle a alguna parte pues que no puede viajar ni llegar al vacío. Así… ¡si no va rumbo a Dios… va rumbo a Satán! ¿Sabéis que el pecado fue la causa, aunque no el motivo, de la muerte de Cristo? Ahora leer poco a poco la poesía: Esto en la Guerra (Balbuceos Navideños, pág 83). Aquella serpiente (Satán) había prometido al hombre el conocimiento del bien y del mal. ¡Y a fe que se lo dio!

  Por otra parte, podemos preguntarnos: ¿No quería Dios acaso, que el hombre conociera estos extremos? Según el plan del Creador, el hombre tenía que haber percibido el bien y el mal por medio de sus triunfos sobre la tentación, pero precisamente por haber caído en el pecado, llegó a saber demasiado bien lo que era el mal y apenas intuyó lo que pudo haber sido el bien. Por querer ser creador en vez de creado, las puertas del paraíso se abrieron ante él… ¡pero para salir!

 

  Desarrollo:

  Sal. 14:2. Es decir, miró con detenimiento la conducta de todos los seres de la tierra. Para ver si había algún sensato… algún hombre sabio, entendido y prudente en contraste al necio descrito perfectamente en el v. 1. Que buscara a Dios. Así que hace falta en verdad ser sabio para que además de reconocer que hay un Dios Padre sustentador, le busque para servirle y adorarle como su soberano. Mas Él descubre que nadie, absolutamente nadie le busca.

  Sal. 14:3. La raza humana, gracias a su naturaleza pecaminosa ha caído en brazos del pecado, así que todos se han ido, se han apartado de la senda hollada por los pies de Dios. Mas, como decíamos más arriba, si el hombre no sigue al Señor, sigue a sus necias apetencias carnales, es decir, a Satanás. Todos nos descarriamos, dice Isa. 53:6: A una se han corrompido, dirá este salmo. No hay nadie sano. Al igual que las manzanas sanas de una cesta se pudren al contacto con una mala, el hombre, por la mancha de su pecado, ha afectado hasta su metabolismo y ha cambiado su capacidad moral y su maravillosa naturaleza. La raza humana ha caído… Rom. 3:10. ¿Qué pasaría si cogiésemos la pareja humana más sana, buena e inteligente del universo y la trasplantáramos a una isla desierta? ¿Se acabaría el pecado? ¡De ninguna manera! A la segunda generación como máximo todos habrían pecado. Es cosa de naturaleza. No hay quien haga el bien; no hay ni siquiera uno. No, no hay nadie que en algún momento de su vida no haya pecado. Además, y aquí hay algo muy cruel y doloroso, todo lo que el hombre haga por sí mismo, aun lo mejor según la tabla de los valores humanos, es malo. ¿?

  Por eso, lo mejor del hombre según el hombre, para Dios es como la basura. No sirve para nada. ¿Por qué? Por no hablar el mismo idioma. Si tuviésemos un valioso aparato de radio portátil y se lo diésemos a una hormiga, ¿le sería útil? No, lo pisotearía y hasta despreciaría. No hablamos el mismo idioma. Lo que para nosotros es de valor para la hormiga no es sino un obstáculo en su camino. No hay nada que pueda ser agradable a Dios, por más difícil que sea conseguirlo, si sale del corazón pecaminoso del hombre.

  Jer. 17:9. Engañoso: Una palabra formada de una raíz que significa el que embauca o el que suplanta. Es la misma palabra que forma el nombre de Jacob. ¿Por qué? Porque suplantó a su hermano Esaú y engañó a su padre Isaac. Esta es la forma o la idea conque el corazón suplanta la verdad por la mentira. Es el corazón, más que todas las cosas, y sin remedio. El corazón es el órgano sensitivo vital. Es el que hace circular la sangre y a la vez reclama para sí el centro de toda vida emocional. Todos los hechos del hombre interior son atribuidos al propio corazón, ya que lo que hoy llamamos conciencia, los más antiguos llamaban corazón. Pero la Biblia, las Escrituras, nos dice en esta ocasión que la conciencia es más engañosa que todas las cosas. Si la que nos debía guiar en nuestro camino empieza por engañarnos, ¿adónde iremos a parar? Además, gracias a su naturaleza, nunca podremos estar seguros de su verdadero comportamiento. Por eso, a veces, lo que normalmente consideramos malo, lo vemos menos malo, puesto que nuestra conciencia nos lo disfraza para que lo veamos menos malo y, por lo tanto, realizable o, cuando menos, justificable. El corazón pues es engañoso; es decir, dado al mal y dominado por él. Sí, la vida del hombre natural, sin Dios, se desarrolla cuando menos sometida al mal. Pero lo que sin duda es peor, está sin esperanza real de regeneración por sus propios medios o por los medios naturales del entorno que le rodea. Así que nos parece tan necio confiar en el corazón de nuestro prójimo como en el nuestro, Prov. 28:26. La pregunta central es: ¿Quién lo conocerá? Ningún mortal, desde luego. Y la verdad, no puede hacerlo porque es engañoso. Nadie puede prever cuál será su reacción ante un problema real de la vida.

  Jer. 17:10. Sólo Dios conoce al hombre tal y como es. Para Dios no es problema ver el interior del hombre ni aun siquiera el rincón más escondido de éste. Para Él ni hay secretos ni hay misterios. No solamente conoce la fuente secreta de nuestros pensamientos, sino que descubre la más sutil de las raras malezas del corazón. Ahora bien, ¿con qué fin escudriña Dios nuestros corazones? ¡Para dar a cada hombre según su camino y según el fruto de sus obras! Aquí está bien claro. Nadie que no sea nuestro Señor es capaz de juzgar con verdadera imparcialidad, porque es que nadie más conoce nuestro interior como Él. Tanto es así, que la observación de Dios en lo más secreto del alma, llegará incluso a significar un premio cuando se nos dice con claridad meridiana que ¡conoceremos como somos conocidos! Sólo nuestro Dios puede ejecutar un juicio justo. ¿Cuál puede ser? ¡Bendición en obediencia y maldición en desobediencia! Sin embargo, la justicia del Señor es justa y necesaria entre los seres humanos debido precisamente a la injusticia de la humanidad. Sí, el cruel pecado nos convierte a todos iguales. Sí, todos somos medidos por igual rasero. Pablo, que espiritualmente hablando era un médico muy certero y sabio, diagnostica una enfermedad común a la iglesia de Roma y a todas las iglesias:

  Rom. 1:28. Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios: en otras palabras: como ellos se desentendieron del Señor para encontrar la solución a sus problemas… el Padre Dios los abandonó. ¡Y es que todos ellos se hicieron los desentendidos! Sabían del verdadero Señor y no lo quisieron, lo rechazaron. Prefirieron ignorar al Señor para andar de forma más plácida siguiendo los designios de su corrompido corazón. Pero en este v hay algo extraño: En apariencia lograron su propósito de vivir lejos del Señor. En efecto, El Señor los entregó a una mente reprobada, para hacer lo que no es debido. Han llegado a tal situación que ya no pueden discernir entre el bien y el mal, entre lo que les conviene o no. ¿Mas, cómo es posible llegar a esta situación? Se ha deformado de tal modo la conciencia que se ha puesto tan dura como un callo. Los hombres han abandonado al Señor y éste, simplemente, los dejó a su suerte… ¡Es el precio parcial de la libertad mal entendida por el hombre! Y es que cuando se deja dominar por sus embrutecidos deseos carnales, se convierte en un ser vicioso, codicioso y orgulloso.

  Rom. 1:29-31. Estos tres vs. encierran la lista de pecados que demuestran lo bajo que ha caído el hombre carnal. Veamos: Se han llenado de injusticia, atropellos y explotación injusta; maldad, deleite en la práctica del mal; avaricia, el estado de la desviación espiritual que solamente busca perjudicar al prójimo; perversidad, ambición desmedida de poseer más y más; repletos de envidia, odio dentro del corazón que se enfoca hacia los que están sobre nosotros o hacia los que poseen cosas o artículos que no tenemos; homicidios, asesinatos; contiendas, disputas y pleitos; engaños, mentiras; mala intención, maldad de gran extensión de acción; contenciosos, siempre buscando la pelea; calumniadores, le gusta hablar mal de su prójimo y en secreto; aborrecedores de Dios, esto sí es curioso. Odian a Dios Padre a causa de sus propios pecados; insolentes, observan a los demás por encima del hombro; soberbios, miran con altanería a los que les rodean; jactanciosos, llenos de vana presunción; inventores de males, sí, a más pecado, más maldad; desobedientes a sus propios padres, al no haber temor de Dios no hay respeto para nadie, y menos para los familiares más viejos; insensatos, sin entendimiento; desleales, faltan al trato con facilidad; crueles, hacer el mal por hacerlo, porque sí; sin misericordia, sin nada de compasión. ¡Ya no hay amor!

  Rom. 1:32. A pesar de que ellos reconocen el justo juicio de Dios (conocen bastante bien lo que les espera), que los que practican tales cosas son dignos de muerte (todos ellos saben que están condenados irremisiblemente), no sólo las hacen, sino que también se complacen en los que las practican. Así que no solamente hacen lo que les dicta su perdida conciencia, sino que aplauden a los que hacen lo mismo y se alegran del mal de los demás.

  Rom. 2:1. Y por lo tanto, no tienes excusa, oh hombre, no importa quién seas tú que juzgas (no hay ninguna excusa para desplazar al Señor del papel de juez); porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo (¿Sabéis por qué? Porque el que quiere juzgar a los otros tiene los mismos pecados que aquel a quien trata de juzgar), pues tú que juzgas haces lo mismo. Eres igual de pecador. O bastante más. Así que, ¡atención!, cuando condenamos a nuestros deudores, nos condenamos a nosotros mismos.

 

  Conclusión:

  Hemos dicho varias veces la palabra pecado, pero no debemos avergonzarnos. A las cosas hay que llamarlas por su nombre a pesar que nos parezcan repulsivas. ¿Deberíamos decir “fraude” o “engaño” para disimular el pecado? No. De ninguna manera. A un frasco con veneno no podemos ponerle una etiqueta que diga “esencia de menta.”

  ¡Qué Dios nos ayude a parecernos a Él!