Monthly Archives: mayo 1973

CRISTO ES NUESTRA ESPERANZA

 

Hech. 1:10, 11; 1 Ped. 1:3-9; 1 Jn. 3:1-3

 

  Introducción:

  Al igual que decíamos el domingo anterior que la gracia del Señor nos sostiene, hoy afirmamos que este sostén radica en Cristo. Sí, Él es nuestra esperanza. Además, una esperanza real.

  Se ha dicho muchas veces que el hombre, que el ser humano, es el ente más débil de la naturaleza. Y lo es precisamente a causa de su inteligencia mal empleada. ¡No tiene bastante nunca! Siempre, siempre está lleno de necesidades y si éstas no son reales, se las inventa. Nace el león y a lo mejor tiene interés en que la caza le sea propicia, nace el pájaro y trata de aprovechar las corrientes ascendentes para ayudarse en la vida, nace la rosa y su mayor interés es servir para aquello que fue creada: Ser hermosa y dar olor… Pero nace el hombre, y apenas salido de la dependencia paterna, cae de lleno en la esclavitud que gritan o representan sus necesidades, que por más que las cubra, siempre aparecen de nuevo vestidas con otra apariencia. Pero, ¿quién no las tiene? El pobre, por el hecho de serlo, las tiene. El rico, por ser rico; el sabio, por sabio; el ignorante, por ignorante; el gitano o el negro por causa de su piel y el blanco, sí, el blanco, por blanco. Y la edad, la edad también es un motivo de caos, dolor, preocupación y necesidad. Así tiene problemas el joven y el viejo, el muchacho y el mayor…

  Estas necesidades surgen precisamente a causa de su evidente superioridad respecto al resto de la naturaleza. Esta superioridad le crea una psicosis de dependencia jamás satisfecha; porque el hombre se esfuerza en conseguir el pan, por asegurar el vestido, la vivienda… y cuando ha satisfecho éstas, emergen otras que, poco a poco, van tomando la categoría de primarias y, hasta cierto punto, indispensables. Ojo hermanos, el cristiano, por el hecho de serlo, no está exento de esta lucha por la vida. Sin embargo, todo ser humano suspira, y a veces sin saberlo, por algo que va más allá de esta vida y aun de el mundo. Suspira profundamente por Dios como una de las mayores necesidades a causa de su naturaleza espiritual. Y en la forma en que el ser satisface esta imperiosa necesidad del Señor, consigue influir de forma inevitable en la claridad, determinación y satisfacción de todas las otras. ¡Nosotros sabemos bien que sólo Cristo satisface! Él es la respuesta clave a nuestras angustias. ¡Él es nuestra única esperanza!

  Pero, y ahora viene la pregunta directa: ¿Esperamos de veras en Cristo? Cuando estamos en el lecho del dolor, ¿esperamos más en Cristo que en las propias medicinas? Cuando nos abaten los problemas, ¿esperamos más en Cristo que en los consejos de las personas entendidas o en los libros? Cuando nos encontramos solos, dolidos y abandonados, ¿confiamos más en Él que en nuestros iguales? Qué cada uno responda con sinceridad dentro de sí mismo. Entretanto, pensemos que la esperanza en Él, en Cristo es ni más ni menos que un compañerismo real con el mismo Dios. Es la felicidad presente y futura, el eterno perdón de los pecados y la garantía de la vida, y vida eterna. Esta real amistad con Cristo nos proporciona, además, fuerzas morales y espirituales para resistir a las tentaciones y demás limitaciones del pecado.

  Resumiendo: ¡La esperanza en Él es la satisfacción completa!

 

  Desarrollo:

  Hech. 1:10. Y como ellos estaban fijando la vista en el cielo mientras él se iba, es la típica dependencia. La despedida del ser amado resaltando bien la idea de la indolencia del éxtasis y la contemplación. Actitud que los deja clavados en el sitio, impotentes, tristes, sin trabajar… incapaces de reaccionar por sí mismos. Y lo estaban tanto que a pesar de que Cristo Jesús había desaparecido ya en las nubes, se quedaron mirando al cielo esperando quizás que, a última hora por algún hecho o accidente fortuito, se fueran o aclarasen las mismas y volvieran a verlo una vez más. Estando así, he aquí dos hombres vestidos de blanco se presentaron junto a ellos. Eran mensajeros del Padre aptos para ser comprendidos, ya que a pesar de sus ropas blancas y resplandecientes, tenían la apariencia humana. Eran portadores de un mensaje de esperanza:

  Hech. 1:11. Dijeron: En forma que pudieran entenderlos todos: Hombres galileos, sí, sabemos que procedían de Galilea, de aquella provincia del norte de Palestina, ubicada justo al oeste del mar del mismo nombre. Pero, ¿en qué lugar o provincia tenían lugar los hechos? En Judea, al sur del país. ¿Por qué os quedáis de pie mirando al cielo? En esta pregunta observamos algo curioso. Más que una pregunta parece una reprensión. ¿Qué es lo que parece reñirles? No, no el acto de mirar en sí, como es natural, sino la actitud de angustia y tristeza que les había producido la marcha del Maestro como si ésta fuese ya para siempre. Critican su aparente desamparo. Bien pronto se habían olvidado de las enseñanzas del Cristo tocantes a su segunda venida. Esta situación nos lleva a otra muy similar: Se olvidaron también de sus enseñanzas acerca de la resurrección cuando debieran de haber aprendido a tener más confianza en Aquel que ahora era objeto de sus lloros y pesares. Esto nos enseña el alcance y el peligro de la inseguridad de los humanos. Aquellos que debieron de haber tenido la entereza suficiente para darnos una fuerte lección en una situación límite, difícil, no hacen sino todo lo que haríamos nosotros: ¡Mirar al cielo con impotencia!

  Sigamos: Jesús, que fue tomado de vosotros arriba al cielo… Este mismo Señor, a quien conocieron y con el que convivieron durante tantos días, les ha sido tomado, arrebatado para su propio bien, ha ido a ocupar la diestra de Dios, a recoger su premio y para volver en el día oportuno a juntar a todos aquellos que son sus hijos. Eso es lo que parecen decir todos los ángeles: Vendrá de la misma manera como le habéis visto ir al cielo. Esto es lo que constituye un mensaje de esperanza. ¿Por qué? Porque condiciona la forma de la venida del mismo modo de la ida. Así, ésta, ¡será perfectamente visible y clara para el hombre! Jesús ya había dicho que volvería y esto debería haber sido suficiente para aquellos hombres y para nosotros pero, debido a nuestra propia inconsecuencia, nos lo tiene que repetir de forma continua por mensajeros que pueden ser ángeles, como en esta ocasión, o predicadores, maestros, etc.

  1 Ped. 1:3. Y bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… Pedro inicia su epístola de forma similar a las de Pablo, aunque aquí parece indicar más énfasis en el aspecto histórico de los hechos. Quien según su grande misericordia es decir, sin merecerlo de forma absoluta, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aquí Pedro parece hablar por su experiencia personal, como sabiendo lo que dice. Todas sus esperanzas mesiánicas había sido destruidas de forma aparente con la muerte de Jesucristo y así, la vergüenza de su triple negación había acabado por abrumarle. Pero a la vista del Cristo, del Cristo resucitado, el perdón que el Maestro le otorgó de forma expresa, le hicieron renacer a la esperanza que bien podemos calificarla de viva, pues ahora siente que ya no podrá ser destruida del mismo modo que lo pueden ser las esperanzas más o menos carnales o quiméricas que antes alimentaba.

  Pedro ha cambiado mucho. Este nos ha hecho del v. 3 y este vosotros del v. 4, parecen indicarlo así. Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, indica con claridad que gracias a la obra y méritos del Dios Padre, hemos nacido de nuevo para vivir en un plano de verdadera satisfacción y seguridad. Dios ya no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Esta es la esperanza viva. La resurrección de el Señor Cristo, nuestra consecuente rehabilitación y la nueva forma de vivir, no sólo ha tenido el efecto de reanimar una esperanza en lo más profundo de nuestro ser, sino que ha regenerado, ha creado o ha hecho de nuevo todo nuestro ser espiritual y así hemos llegado a tener acceso a esta seguridad que es inmortal y vivificadora al mismo tiempo. Sí, este documento está ratificado, sellado y firmado por medio de la resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta es nuestra garantía real, nuestro aval real. Así y sólo así venceremos a las huestes del mal y a la muerte. ¡Él resucitó y así resucitaremos!

  1 Ped. 1:4. Sigamos más: Para una herencia incorruptible; el objeto de la esperanza, la vida eterna, es aquí representado bajo la figura de una herencia. Está tomada del AT, donde se aplica al Canaán prometido a Abraham y a su posteridad, Gén. 13:15. Ante la imposibilidad de comprender toda la felicidad de los cielos, la Biblia hace descripciones de ella contraponiéndolas con la miserias de nuestra vida actual. Tal es el objeto de los tres adjetivos que definen, cortan, enmarcan y valoran la herencia que se nos propone a todos: (1) Es incorruptible, ver Rom. 1:23. Puesto que la eficaz y verdadera herencia es Dios mismo, la fuente de la vida eterna que se opone a la simple vida humana que espera la corrupción del sepulcro de forma ineludible y absoluta. (2) Incontaminable. En otra versión antigua leemos: Inmaculable (sin contaminación). Por oposición a las cosas de este mundo donde hasta los objetos más santos no están libres de contagio y destrucción. Así, esta herencia está libre del ataque de los gérmenes dañinos, contaminantes de la muerte ya que es eterna y, por lo tanto, es inmortal. (3) Inmarchitable. En una palabra, lo contrario que esas flores cuya gracia, frescura y perfume son tan efímeras como la vida misma. La existencia celeste es pues la vida eterna, la santidad perfecta y la juventud perpetua, 1 Cor. 15:42. Toda esta herencia, dice Pedro ahora, está reservada en los cielos para vosotros. ¡Esta es la esperanza que da vida y seguridad!

  1 Ped. 1:5. Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, al igual que la herencia, nosotros, los creyentes, estamos siendo aptos para la posesión de ese premio. Para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo final. He aquí el doble fundamento de la certidumbre para la esperanza viva. Sí, esta herencia es reservada en los cielos para nosotros, como hemos visto en el v. 4 y nosotros somos guardados ya por el poder de Dios para esa herencia que no nos sería asegurada, si cabe el contrasentido, si nosotros no fuésemos guardados en medio de las pruebas, como se verá en los vs. 6 y 7. El poder de Dios es la fuerza y la guardia que nos protege contra todas las potencias hostiles, Fil. 4:7. Pero como la confianza del hombre es siempre condición de su salvación, el apóstol, agrega: Mediante la fe. En la medida en que confía en ese poder, todo hombre es salvo por él, como veremos en el v. 9. Entretanto, ¿qué puede significar ese tiempo final? Pues la posesión completa de la vida eterna. Para cuando estos cuerpos corruptibles se transformen en santos e incorruptibles. Cuando los cuerpos de los muertos en Él, en Cristo se levanten y se unan de nuevo cuerpo y alma en un todo que nunca jamás se separarán. Y esto tendrá lugar de forma visible.

  1 Ped. 1:6. En esto os alegráis, sí, a causa de la firme seguridad de esta herencia, a pesar de que por ahora, si es necesario, en este pequeño periodo de tiempo que nos ha tocado vivir, estéis afligidos momentáneamente por diversas pruebas. Heridos, golpeados, sacudidos por los reveses y mil y un contratiempos de la vida. Esto quiere decir que a pesar de ser cristianos, quizá precisamente por serlo, aptos para recibir la herencia que hemos citada antes, en tanto estamos aquí, no somos troncos de árbol insensibles pues notamos bien los embates del tentador.

  Ahora bien, ¿estas cosas, son necesarias? Sí, ¿Por qué?

  1 Ped. 1:7 Ver: Para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque sea probado con fuego, sabia razón, sabia advertencia. El oro, siendo de la tierra y con valor limitado sólo a este mundo, tiene que pasar por el fuego para ser apto y purificarse para servir a su buen propósito. Mucho más la fe, cuyo valor y afecto trasciende a esta vida y a este pobre mundo. Necesita pasar por el crisol de las pruebas para decir o demostrar si es falsa o genuina. Si la fe es buena, todas las pruebas de fuego, en vez de hacerle daño, la purifican y la valoran pues le quitan las impurezas propias de la vida y la capacitan para entrar dignamente en posesión de su bendita herencia. Si por el contrario es falsa, se derretirá al primer indicio de calor hasta no quedar ni un átomo de ella y hasta se confundirá con las cenizas. Así, nuestra fe necesita ser templada por el fuego para que sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo. Y será tan buena su ley que Dios la encontrará conforme cuando Cristo vuelva de nuevo a la tierra a buscar a los que son suyos. Así, todos los lectores de la carta que estaban siendo probados a causa de la persecución, y nosotros si esas pruebas nos ayudan a humillarnos, recogerán su honra cuando Él venga de nuevo, Col. 3:4.

  1 Ped. 1:8. A él le amáis, sin haberle visto, claro, físicamente se entiende. En él creéis; y aunque no lo veáis ahora, parece indicar claramente que un día lo veremos como lo vieron todos los apóstoles, creyendo en él os alegráis con gozo inefable y glorioso. El apóstol dice aquí que en esta vida, puede existir un gozo supremo e inenarrable producido por los dos sentimientos que unen muy bien el alma fiel a Cristo, el Señor. ¡El amor y la fe! Además, nos dice que estos dos afectos tienen el poder de aplicarse a una persona ahora invisible: Cristo. ¿Es esto fácil? No, creer misterios tan increíbles como los de la encarnación de la muerte, de la resurrección de un Dios hombre, amar a un desconocido que no predica más que la humillación, cruz y renunciamiento, en medio de todo, gustar de forma anticipada los goces del cielo y las delicias de la gloria, es lo que la filosofía humana no puede comprender. Todo esto, y más, es lo que hace la fe en el corazón de un hombre mortal.

  1 Ped. 1:9. Luego: Obteniendo así el fin de vuestra fe, llegando ya al logro santo y principal de la fe… ¿Cuál es? ¡La salvación de vuestras almas! Y esto, en la mentalidad de Pedro, es un marcado presente, actual… Ahora cabe la reflexión de que si este anticiparse es ya un gozo inenarrable, ¿que será cuándo la poseamos con toda su plenitud?

  1 Jn. 3:1. Mirad, nos llama la atención, cuán grande amor nos ha dado el Padre… Nos ha dado a su Hijo, más ¿para qué? Para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos! Sí, sí, somos hijos del Señor no sólo de nombre, sino de hecho y derecho. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Si no conocen a Dios, a nosotros, que por su gracia, somos iguales a Él, copartícipes de su misma naturaleza, tampoco nos pueden conocer. En Juan 17:25 hay otro pasaje paralelo que define bien al apóstol Juan. El hecho de que este mundo no nos conozca no debe preocuparnos más de lo necesario y sí ser un motivo de fiel alabanza puesto que nos demuestra que estamos andando por el camino de la suprema esperanza.

  1 Jn. 3:2. Amados, ahora somos hijos de Dios, la misma íntima felicidad de ser hijos del Señor no es un bienestar que nos ha sido prometido para un porvenir más o menos indeterminado o lejano, ¡lo somos ya, ahora mismo! Por la fe en Jesús y por la regeneración del corazón. Y todo esto a pesar de llevar puesto un caparazón medio roto e imperfecto, puesto que aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero ya sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos sus iguales, porque le veremos como es. Así que estamos destinados a ser transformados por entero en semejantes, casi iguales, a Cristo. Y gracias a que veremos su luz con pureza y esto nos contagiará de forma definitiva ¿Podríamos hallar otro texto que nos asegurara el hecho de ver al Padre Dios? En Mat. 5:8. Sólo que allí estamos condicionados a tener un limpio corazón. Además, ¿qué quiere decir ser semejantes a él? Sí, Dios es la vida, nosotros viviremos; Dios es amor, luego también nosotros amaremos; Dios es justo, pues nos llenaremos de justicia; Dios es eternamente dichoso, nosotros gozaremos de la misma dicha y tiempo.

  1 Jn. 3:3. Claro, todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él también es puro. Los que tenemos la gloriosa esperanza bien descrita en los vs. anteriores, no tenemos porque temer. La esperanza divina es el puro centro nervioso y vital de nuestra transformación, puesto que siendo hijos, todos confiamos en sus promesas y la que nos ocupa en concreto es muy clara.

 

  Conclusión:

  Hermanos: Empecemos desde ahora a formar con cariño los rasgos vitales de la semejanza que nos es prometida, si queremos seguir teniéndola arriba, en el cielo. Mientras tanto, avancemos minuto a minuto, día a día, hacia la consecución de la santidad pidiendo al E Santo las fuerzas que podamos necesitar, sabiendo que nunca nos defraudará.

  Amén.

 

LA GRACIA DE DIOS NOS SOSTIENE

 

Isa. 40:25-31; Fil. 4:10-13

 

  Introducción:

  Si las lecciones de la ED son actuales, la de ahora, la de hoy, es quizá con mucho, una de las más reales y oportunas. Veamos: ¿Qué es lo que sostiene la vida? ¿Cuál es el misterioso resorte que la mantiene viva y da interés para seguir viviéndola? ¿Dónde se encuentra su soporte? ¿Se limita la vida del hombre a unos años más o menos largos deambulando sobre la tierra? ¿Hay algo más? ¿Hasta que punto gozamos de las excelencias de un ángel de la guardia? ¿Quién es el mantenedor de estos Juegos cuyo fin es el cielo y su medio la vida? ¡Así nadie más si no Dios! Dios Padre es para el creyente una experiencia viva y continua. Ahora bien, ¿cómo podemos traducir de una forma real y comprensible esta experiencia? Dios Padre nos hace sentir cada día, minuto a minuto, el sostén que nos representa su gracia. En cada hora de nuestra ajetreada vida vemos la mano de Dios sobre nosotros. Notamos fielmente su providencia en todo momento. Sentimos el cuidado con que nos trata y sus enseñanzas nos capacitan para el buen vivir.

  Pero ahora estamos hablando de la vida, la vida de nosotros los cristianos. Mas hay otra vida. Y otra vida sin consuelo. Otra vida en que sólo se confía en la fuerza física o en las riquezas o en las influencias sociales o en la inteligencia… Esto lo vemos todos. Precisamente, es esta otra vida no cristiana la que, con su limitación, nos abre a nosotros un cielo y unas posibilidades sin límite. Jesucristo, perfecto conocedor del hombre, compara su vida con la estructura de dos casas. Todos sabemos la parábola: Una fue edificada sobre la arena y a fe que fue fácil hacerlo puesto que nadie tuvo que luchar con ninguna dificultad del subsuelo al hacer los cimientos por la sencilla razón de que no los tenía, pero vinieron las lluvias, soplaron los vientos y la casa se cayó y se arruinó sin remedio. Por el contrario, la otra había sido edificada sobre la misma roca, con las dificultades imaginables, también vinieron las lluvias y más fuertes que antes si cabe, más fuertes incluso que aquellas que cayeron sobre la otra, y vinieron vientos huracanados que chocaron contra todos los ángulos de su estructura, pero ¡nada sucedió! ¡La casa era inamovible!

  Fácilmente reconocemos nuestra vida con el segundo caso de la parábola… La Biblia nos dice de Moisés que se sostenía como viendo al Invisible. La base de esta vida era la presencia del Creador en él como una realidad cada instante, de día y de noche, y en la salud y en la enfermedad, en el descanso y en el trabajo, en la alegría y en la tristeza… La vida del hombre actual en el mundo de tanta lucha, de tanta ansiedad y confusión, que necesita de la gracia sustentadora de Dios para vivir. Necesita de su presencia vivificadora y renovadora como el pan que se come. Sin esta gracia, la vida humana se viene abajo como el edificio aquel edificado sobre la arena.

 

  Desarrollo:

  Isa. 40:25. ¿A quién, pues, me haréis semejante, para que yo sea su igual? ¿Quién hace esta pregunta? Dios. Parece decir al obtuso pueblo de Israel, ¿con qué ídolo o dios pagano me compararéis? Sabido es que había caído en una idolatría feroz, arrastrado por el mal ejemplo de sus propios reyes y sacerdotes. Como castigo a su tremendo pecado fue llevado cautivo a la idólatra Babilonia en donde se purificó a través del crisol de la pena y de la muerte, seleccionando un renuevo que aprendió la lección: ¡El Señor de los señores no puede ser representado por una imagen ni comparado con ídolo alguno! Así que ninguna obra echa de manos humanas o celestiales puede tomar el lugar de Dios. Dios es único… ¡y celoso!

  Isa. 40:26. Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién ha creado estas cosas. Esto es una exhortación y un reto para dejar de estar aferrado a lo terreno y a lo humano, incluyendo a todas las cosas materiales a las cuales el hombre somete toda su atención y sus fuerzas en la lucha por su propia supervivencia. Aquí Isaías, se refiere de forma especial al aspecto religioso, a la innata búsqueda del Dios Padre. Sí, ¿dónde buscar a Dios? ¿Entre los hombres o entre los ídolos y las imágenes hechura de sus manos? No. Era preciso, y es preciso, levantar los ojos al cielo, estudiar toda la creación del Señor que está a nuestro alcance y pensar sobre el origen de todas las cosas en una forma honesta, sana y libre de perjuicios preconcebidos. Si lo hacemos así, y aconsejamos hacerlo así, no podremos evitar exclamar como el buen Salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos, Sal. 19:1. Sólo Dios puede saber todas las cosas incluyendo a las que se nos escapan por pequeñas o grandes. Él saca y cuenta al ejército de ellas, como jefe supremo que pasa una revista cariñosa. Dios Padre es el jefe de las huestes celestiales, sean animadas o no. Él, a todas llama por su nombre. A pesar de ser tan numerosas e incontables. Las conoce a todas incluso con sus características especiales como pueden ser el hombre. Y así, por la grandeza de su vigor y el poder de su fuerza, ninguna faltará. No sólo nos conoce sino que conseguirá que cumplamos el propósito por el que fuimos creados. Este es el Dios todopoderoso que creo todo el Universo visible e invisible para los hombres y mujeres, y lo creó sólo al conjuro del sonido y la potencia de su voz. Su dominio abarca de un confín a otro de la creación; por lo tanto, su presencia real de sustentación está en todas partes, de tal forma que donde quiera que vayamos nos encontraríamos con su presencia. Su fuerza y poder están manifestadas de forma clara en la naturaleza. Así, desde la más insignificante hormiga hasta la estrella más poderosa de cualquier galaxia.

  Isa. 40:27. Sigamos más: ¿Por qué, pues, dices, oh Jacob; y hablas tú, oh Israel…? Doble referencia al pueblo escogido que se quejaba una y otra vez, continuamente, por haber sido dejado, abandonado por el Creador, diciendo: Mi camino le es oculto a Jehovah. En otras palabras: Fuera del alcance de Dios y sus bendiciones, y abandonados a los amargos goces de sus propias victorias y al fastidio de sus claros fracasos. Sin embargo, el pueblo judío se queja sin razón alguna porque, precisamente, se olvida que nada ni nadie queda fuera del alcance de su largo conocimiento. ¿Y mi causa pasa inadvertida mi Dios? ¿Ya no me tiene en cuenta? Pero, es Dios quien está hablando indicando con claridad que Israel no tiene por qué ni de qué quejarse. Y es que su condición actual obedece a su propio pecado y cuyas consecuencias el Señor trató de paliar a tiempo mediante santos mensajeros escogidos. ¡Así que el pueblo es quien ha dejado o abandonado a Dios, no a la inversa. Sin embargo, ya hemos visto en este v que la presencia divina que da sustento y vida está en todas partes… ¿por qué pensar, pues, en abandono? ¡Por el duro empecinamiento del pueblo al menospreciar a Dios y compararle con los recién estrenados ídolos vecinos, a quienes debieran de haber combatido con todas sus fuerzas, puesto que este y no otro, era el motivo auténtico y real por el cual fueron creados y escogidos!

  Isa. 40:28. ¿No lo has sabido? Por tu propia observación o por el estudio de las Escrituras… ¿No has oído… por la tradición oral de los padres, costumbre tan arraigada en los judíos, que Jehovah es el Dios eterno… ¡Qué no puede haber otro! Que creó los confines de la tierra? El Señor no sólo subsiste por sí mismo, sino que a la vez es el Creador de todas las cosas y entre ellas, la Tierra. ¡El que ha sido, es y será! No se cansa ni se fatiga… ¿Por qué? Porque no está sujeto a las limitaciones del hombre que mora en un caparazón llamado cuerpo. Dios es Espíritu y está libre del lastre del cuerpo humano por perfecto que sea. Y es que además, su presencia llena el Universo. De ahí que en cualquier parte, donde sea, siempre se le encuentra bien dispuesto a darnos los recursos necesarios para la propia vida o subsistencia. Y su entendimiento es insondable. Su grado de comprensión es ilimitado, así que por grande y fiero que parezca el problema, podemos acercarnos a Él con la seguridad que nos ayudará felizmente. Porque:

  Isa. 40:29. Da fuerzas al cansado y aumenta el poder al que no tiene vigor. No sólo no se cansa, sino que tiene la fuerza motriz capaz de regenerar en el hombre el espíritu de la lucha necesario para avanzar hacia adelante. El v siguiente nos da una visión real del hombre:

  Isa. 40:30. Aun los muchachos se fatigan y se cansan; los jóvenes tropiezan y caen. Fijarse bien pues el ejemplo está dado, sacado de la vida cotidiana. El ser humano, aun atravesando la mejor etapa de su vida, la etapa de mayor fuerza, ligereza, vigor, energía y hasta potencia de su existencia, está sujeto al natural cansancio, al agotamiento y al debilitamiento físico.

  Isa. 40:31. Pero los que esperan en Jehovah renovarán sus fuerzas. Esta es la casa de la roca. La casa de los que unen sus vidas a Él por fe aceptando a Cristo como a su único y suficiente Salvador. Y si como humanos se agotan porque tienen o reciben los mismos embates de la vida, la misma clase de lluvia y el mismo viento que aquellos otros descritos en el v anterior; no desfallecen, porque se sienten bien sujetos por los pies, por los cimientos y el corazón. La gracia sustentadora de Dios los mantiene y levantarán las alas como águilas. Claro, podrán flotar en el medio ambiente haciendo que las cosas terrenas les resbalen por la piel sin causarles daño. El texto se refiere con claridad a la agilidad espiritual con que actuarán ayudados por Dios y entonces correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán. Porque al igual que todos los atletas, dan por bien empleado el esfuerzo con tal de aspirar al premio final. Dios es quien vive en el creyente, quien trabaja, lucha y pelea con él.

  Fil. 4:10. En gran manera me regocijé en el Señor porque al fin se ha renovado vuestra preocupación para conmigo. A fin, a causa del alejamiento forzoso de Pablo, hasta el momento en que pudieron enviarle a Epafrodito, v. 18. Este hermoso sentir de agradecimiento del Apóstol por los socorros temporales está justificado porque él lo entiende como traducción en su persona, de la gracia sustentadora de Dios. Luego está el hecho de que Pablo lo acepta porque sabe del desinterés de los hermanos de Filipos y la consecuencia del evangelio práctico en la iglesia. De otra forma, jamás lo hubiera aceptado aun a riesgos de herir los sentimientos de los donantes como tantas veces había hecho, 2 Cor. 11:7-12; Hech. 20:33, 34. Luego Pablo, antes de que los hermanos se resientan y piensen que él no reconoce su enorme sacrificio, les dice: Siempre pensabais en mí, pero os faltaba la oportunidad. Es decir, por alguna causa o razón desconocida, estos hermanos habían dejado de socorrerle económicamente. Tal vez fue porque les faltaban recursos básicos, no tenían con quién enviarlos o no conocían donde se encontraba.

  Fil. 4:11. No lo digo porque tenga escasez… En otras palabras: Les hace saber la realidad de su independencia real y económica. Su larga experiencia en el ministerio le había dado y enseñado una gran lección. ¡No depender de nadie, sino de Dios y de su gracia! Pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Pablo está siguiendo la tesis estoica que enseña que el hombre tiene dentro de sí mismo toda clase de recursos y la usa con los filipenses, a quiénes aquella doctrina ya no les era del todo desconocida.

  Fil. 4:12. Sé vivir en la pobreza, y sé vivir en la abundancia. Se refiere a su capacidad demostrada al afrontar la diaria necesidad e incluso la pobreza. También se encuentra a gusto cuando tiene más de la cuenta para vivir. En todo lugar y circunstancia, he aprendido el secreto de hacer frente tanto a la hartura como al hambre, tanto a la abundancia como a la necesidad. Pablo afirma que ha aprendido a vivir con todo lo que venga. Recordemos que en su primera visita a la ciudad de Filipos ya nos mostró su adaptación a la nueva vida cristiana al cantar en la cárcel con Silas, en vez de estar abatido. Estaba listo y preparado para todo. Estaba preparado para hacer frente a cualquier situación que le deparase la vida. Y es que basaba toda su confianza en la gracia de Dios que lo sustenta todo. Veamos cómo:

  Fil. 4:13. ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece! Este era el enorme secreto de Pablo: Cristo era su fuente y sostén en cualquier circunstancia. Para Pablo, Cristo Jesús era una realidad clara dentro de su vida. Era su ángel de la guarda y hasta su soporte. Se había unido a Cristo de tal forma y manera que su felicidad la constituía el hecho de sujetarse a su autoridad y voluntad.

 

  Conclusión:

  Con las últimas palabras de Pablo, llegamos a saber el enorme beneficio que da la gracia sustentadora de Dios y las desastrosas consecuencias que podemos sufrir en el caso de no aceptar esta gracia gratuita. De manera que aquí tenemos la lección: ¡Quién no confía más que en sus propias fuerzas, conocerá más tarde que nada puede hacer sin Cristo Jesús y quién no se apoya más que en su gracia, experimentará el calor de la omnipotencia!

  ¡Qué la gracia de Dios nos sostenga en todo momento!

 

EN CRISTO SOMOS HERMANOS

 

Efe. 2:11-16; 1 Jn. 4:7-12

 

  Introducción:

  Iniciamos, con la hermosa lección del domingo anterior, unos estudios sobre la vida cristiana en su aspecto más práctico. Vimos cómo y de qué forma Cristo hace al nuevo hombre, por la gracia exclusiva de la luz eterna.

  Hoy vamos a ver como por el solo hecho de ser nuevos hijos de Dios, los hombres son hermanos mutuamente por la sencilla razón de que en Cristo lo somos. Este hecho siempre ha sido escándalo para los hombres. Yo, que en mi fuero interno creo tener un rey, ¿cómo voy a creerme, a considerarme hermano de un negro o de un gitano? Sin embargo, los problemas raciales no son fruto de nuestro tiempo. Ya de antiguo hubieron brotes muy turbulentos que fueron capaces de engendrar guerras y odios más o menos claros o taimados. Los judíos no fueron una excepción. Mientras duraba la celebración de las festividades de la Pascua judía, un día en Jerusalén, el gentío escuchaba atentamente a Jesús. Y como era corriente en esta fiesta, estaban presentes no sólo las personas de la capital, sino también de las provincias de Palestina e incluso, extranjeros. Así que habían discípulos y apóstoles, pero también escribas y fariseos y gentes de todas las clases, sexos y condiciones sociales. A toda esa muchedumbre heterogénea, dice Jesús: Pero vosotros, no seáis llamados Rabí; porque uno solo es Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Así no llaméis a nadie vuestro Padre en la tierra, porque vuestro Padre que está en los cielos es uno solo, Mat. 23:8, 9.

  Bien es verdad que, en un sentido figurado, todos los hombres son hermanos sin distinción alguna, pues todos proceden del Padre por ser su Creador y todos tienen el mismo ascendiente humano en la hermosa persona de Adán. Pero es con este nuevo nacimiento cuando de forma especial somos hermanos en Cristo. Por la fe en Jesucristo hemos sido aceptados por el Señor como hijos amados, para formar una nueva familia con vínculos más reales, firmes e indestructibles que los físicos. Somos hermanos en el sentido más profundo y real todos y cada uno de los que le han aceptado, pero lo que nos maravilla más en realidad es que también lo seamos de Cristo.

  Veamos el proceso que hemos seguido, para hacer realidad una incongruencia, humanamente hablando:

 

  Desarrollo:

  Efe. 2:11. Por tanto, la partícula indica una conclusión sacada por el apóstol y no sólo por lo dicho en el v. 10, sino por todo lo que precede en este cap (ver vs. del 1 al 8). La obra de redención y de regeneración, realizada por la gracia de Dios Padre para todos los creyentes, judíos o paganos, ha traído, sobre todo en el estado de estos últimos, un cambio que los llenará de admiración a poco que reflexionen en él. Y a fin de despertar en ellos esos sentimientos, les recuerda el estado precedente, describiéndolo con rasgos enérgicos, apropiados para hacerles sentir de nuevo su profunda miseria. Acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en la carne… Esta es una alusión directa a nosotros, a los que hemos nacido fuera de la nación y raza judías, para que hagamos memoria de aquella época en que vivíamos solos y hasta perdidos, antes de nuestra reconciliación con Dios, gracias a la sangre de Jesucristo. Erais llamados incircuncisión; es decir, despreciados a/por causa de una falsa concepción de la santa obra de Dios en el hombre y separados también por un falso orgullo racial y religioso, a todas luces contrario a la voluntad de Dios. Por los de la llamada circuncisión que es hecha con mano en la carne. Otra lectura o traducción de este texto nos dice que los judíos llamaban a los gentiles: “El prepucio por la llamada circuncisión en la carne hecha con una mano humana.” El apóstol, queriendo recordar a sus lectores su estado de antes, anterior de perdidos y paganos, lo hace sirviéndose de términos despreciativos usados entre los judíos, pero dichos de modo que indica clara, sutil y delicada que los desaprueba. Aquellos signos físicos que hacían suyos hasta la muerte todo el pueblo judío, lo transforma en un pueblo caduco y aquel ceremonial tan falso como formalista los había esclavizado de tal modo que incluso les impidió ver y reconocer hasta el verdadero Mesías. Pablo indica que esta práctica se ha cambiado o convertido en algo netamente humano, por, para y en el hombre. Sin embargo, debemos notar que el Apóstol tampoco aprueba a los gentiles y lo que encuentra de lamentable en ese estado es, no la ausencia de la circuncisión, superficial y vacía, sino la ausencia de la gracia preciosa de que los gentiles estaban privados por aquel lejano entonces y que se nos describen magistralmente en el v siguiente:

  Efe. 2:12. Y acordaos de que en aquel tiempo estabais sin Cristo, y sin su poder transformador, sin su perdón y salvación, incluso sin posibilidad alguna de acercarse al Señor. ¿Por qué? Porque estábamos bien apartados de la ciudadanía de Israel, separados del pueblo elegido por barreras infranqueables, en el buen entendido de que aquí la voz o palabra “Israel” significa el medio donde la soberanía de Dios tomó forma y lo que es más importante, encontró su expresión terrera. En otras palabras, el todo Israel fue la esfera en la cual Dios se hizo conocido de los hombres y entró en relación con éstos. Y, naturalmente, estando fuera del círculo del pueblo elegido por Él, mal podíamos tener acceso al Cristo vivificador. Ajenos a los pactos de la promesa… Es curioso hacer notar la forma gramatical en que está escrita la voz o palabra “pactos”, puesto que está en plural y “promesa” que está en singular. ¿Qué quiere decir esto? Pues que fueron varias las ramificaciones del pacto primitivo aunque eso sí, todas ellas enfocando la misma promesa: ¡Hacia el Mesías! Debido a la inconsecuencia de los patriarcas, Dios Padre se vio obligado a repetírsela a Isaac, a Jacob y, por último, a todo el pueblo reunido en Sinaí. Pero los gentiles no tuvieron ninguna relación ni participación en estos actos de Dios con Israel. Por lo tanto, estaban sin esperanza y sin Dios en el mundo, abandonados a su paganismo e idolatría que, por cierto, no les daba ninguna seguridad ni en esta vida ni en la venidera. El gentil estaba abandonado a su vida de pecado y a sus consecuencias. Estos eran los privilegios espirituales a los cuales eran extraños todos los paganos y sobre los cuales se basaba la salvación de los judíos: Cristo, el Mesías. La pobre filosofía pagana no pudo dar ni encontrar esperanza alguna a la desesperación de los humanos fuera del pueblo de Israel. Éste era la institución externa que contenía a los verdaderos creyentes. ¡Sí, los únicos creyentes! Extraños a esa comunión, los paganos, no tenían esperanza, precisamente porque no tenían la promesa. Y por todas y cada una de esas causas eran o estaban sin Dios (en gr.: “ateos”). Y sin Dios en el mundo de tinieblas espirituales. Ahora bien, metidos en esta sana discusión, Dios, según la confesión de los antiguos no puede ser conocido si no se revela, 1 Cor. 8:3. Así que el total conocimiento que los paganos tenían de Dios, del Dios único y verdadero, era bien pobre, tanto es así, que hasta uno de sus hombres más relevantes, Sócrates, dijo: –Todo lo que sé es que no sé nada. Si nos apuráis, diremos que la expresión del apóstol es aplicable también a todos aquellos que, aun en el seno de la cristiandad, no están iluminados aún en su vida interna por la revelación de la gracia de Dios Padre que es en Cristo. Y de nuevo nos encontramos con el para algunos fantasma de la predestinación: ¡Dios sólo se revela a quien elige de antemano!

  ¡Gracias le sean dadas porque nos tuvo en cuenta y nos dio cabida en su Plan eterno!

  Efe. 2:13. Pero ahora… volviendo la oración por pasiva, en Cristo Jesús, a través de Él y su obra regeneradora y por celos o claro despecho del pueblo judío, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, como ya hemos visto, lejos y extraños a toda promesa y lejos de la revelación de Dios a su pueblo, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Claro, su sangre es el medio vital en donde germina la nueva vida. Él, con su muerte, ha roto para siempre las barreras de separación entre los dos pueblos, el judío y el gentil… ¡Ya no hay pueblos escogidos, sólo hay hombres escogidos! De ahí que partiendo de una fe genuina del hombre en Cristo, se inicia un amor filial entre todos los humanos que los une e iguala con el mismo rasero: ¡La fiel sangre de Cristo!

  Efe. 2:14. Porque él es nuestra paz, Cristo es nuestra paz, declara el apóstol, no sólo Cristo Jesús hizo la paz, v. 15, la ha establecido entre nosotros y Dios por su sangre, v. 13, y por su cruz, v. 16. Así que debemos estudiar unidos estos tres vs. para entender los detalles y el conjunto del plan de la reconciliación. Pero, ¿qué ha hecho para establecer esta paz entre los hombres? Quien de ambos pueblos nos hizo uno. Él derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad. Así que, gracias a Jesús, los gentiles y los judíos somos una misma cosa: ¡Seres perdidos sin Cristo o seres salvos con Cristo!

  Efe. 2:15. Seguimos más: Abolió la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas… Este era el muro, la separación: Los judíos despreciaban a los paganos con orgullo, éstos a aquéllos a causa de su fe, de su circuncisión y de sus ceremonias. Este era el muro principal y la auténtica causa de la enemistad. Enemistad que estaba claramente dicha o identificada en la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas. Así que Jesús también ha dado al traste, ha liquidado el imperio de la ley mosaica completa. Y no sólo a la ley ceremonial, sino toda la economía legal, incluyendo desde luego, su capacidad salvadora, Rom. 7:1-6. Y no olvidemos que la ley de los judíos o judaica era una simple esclavitud para ellos, prohibiéndoles todo contacto sanguíneo con los gentiles. Así, para crear en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz. El objeto principal de la muerte de Cristo fue la reconciliación del hombre con Dios. Y ésta logra hacer de los hombres una unidad, por tener el mismo común denominador, gracias a la propia regeneración de todas sus células sensitivas y hasta espirituales, pues no se trata tan solo de un acercamiento físico, sino de una unidad profunda en la base a la paz interior que obra en sus vidas.

  Efe. 2:16. También reconcilió con el Padre Dios a ambos en uno solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en ella a la enemistad. Notemos aquí que el apóstol dice que Cristo destruyó en su carne, en su sola persona, por su muerte, toda condenación de la ley, todo lo que había de servil y de exclusivo en los preceptos y ordenanzas, sustituyéndolo por la libertad del evangelio, accesible a todos, que une y hermana a todos los que abarcan la misma fe y el mismo amor. Por eso, creó en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, y fijémonos bien, este hombre nuevo, este hombre regenerado, forma con Cristo un solocuerpo. Pablo nos demuestra aquí que Jesús, supremo hombre, es capaz de unir en sí mismo a las dos clases de seres separados y darles energía capaz de crear una amistad filial. Así se realiza la paz, así ambos, esas dos partes enemigas nombradas por tercera vez consecutiva por el apóstol, son reconciliados con Dios y toda enemistad, ora del hombre para con Dios, ora del hombre para con el hombre, es muerta, inútil, anulada. Además, al no haber enemistad, el hombre ya puede mirar a su prójimo con los ojos de la igualdad y ambos en uno, elevarlos al cielo, motivo y sostén de toda esperanza de herencia del Padre común.

  Leer 1 Jn. 4:7. Amados, amémonos unos a otros… Nos está hablando otro especialista del amor: ¡Juan! Con estas palabras, el apóstol vuelve al tema de su predilección: ¡El amor fraternal, en el cual ve la esencia de la vida cristiana! Este amor, digámoslo ya, es la suma de la justicia cristiana y la prueba de que hemos nacido de nuevo. Juan no usa el imperativo, sino el subjuntivo, con el fin de hacer más fiel, dulce y eficaz su llamamiento. Pero ahora bien, ¿por qué o para qué la necesidad de ese amor? ¡Porque el amor es de Dios! Este amor tiene su base y fuente en Dios, pues sólo Él es amor en su esencia y en su naturaleza. Hay más: Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Otra versión dice: Todo aquel que ama ha sido engendrado por Dios. Así que el amor que preconiza el apóstol sólo puede venir de Dios y todos aquellos que lo sienten dentro demuestran que efectivamente han nacido de nuevo en el Señor Jesús. El hombre creyente ama sólo por el hecho mismo de su filiación con el Padre. Y conoce a Dios. Sí, este tipo de amor no sólo es una prueba del nuevo nacimiento, sino que es la fuente del saber y conocimiento del Dios Padre. Así, Juan, nos demuestra la íntima relación que tienen entre sí las palabras conocer y amar. Lo cual queda demostrado en el v siguiente:

  1 Jn. 4:8. Y es que el que no ama no ha conocido a Dios, nunca ha conocido a Dios, ¿por qué? Porque, con toda sencillez, Dios es amor. Sí, el amor es su naturaleza. Así que el cristiano debe amar, no porque esto sea un mandamiento, que sí lo es, sino porque es lo mínimo que puede hacer al ganar la nueva y fiel naturaleza. El cristiano ama de forma inevitable, reflejando el amor de Dios sin poderlo evitar.

  1 Jn. 4:9. En esto se mostró el amor de Dios para con todos nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él… Sin comentarios. Quizás podamos añadir que el amor oculto no es amor. El amor brota como el agua de una fuente. El amor debe salir al exterior. Por eso se enseña el amor de Dios.

  1 Jn. 4:10. En esto consiste el amor, o la demostración del amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, a pesar de que era el único Ser digno de ser amado, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por todos nuestros pecados. Estos pecados eran los que hacían a los hombres unos seres opuestos a Dios, que es Luz. De modo que no sólo el amor del Padre es completamente gratuito, inmerecido, sino que para hacernos capaces de comprenderlo y de responder a él, ha sido necesario el profundo misterio de la propiciación nueva, fiel e insondable manifestación de Dios.

  1 Jn. 4:11. Amados, ya que el Señor nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Este amor de los hijos de Dios unos a otros, debe ser de la misma naturaleza que el amor de Dios Padre para con ellos, porque es producido de forma única por el fiel conocimiento del amor original. Como hermanos de Cristo e hijos de Dios, debe florecer el amor divino en todas y cada una de nuestras relaciones humanas.

  1 Jn. 4:12. ¡Nadie ha visto a Dios jamás! Ni le veremos nunca con los ojos físicos, en tanto tengamos en presente cuerpo sin glorificar. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros… En otras justas palabras, amamos porque su presencia es real en todos nosotros. Además, su amor se ha perfeccionado en nosotros. ¡Atención! El Dios invisible, inaccesible, se ha manifestado a nosotros por su Hijo unigénito, Juan 1:18. Y se ha manifestado en nosotros por la comunión del amor fraternal que es una prueba sensible de su presencia, de su comunión íntima con las almas. Su amor es, pues, entonces perfecto, cumplido, consumado, Heb. 5:9, en nosotros. Porque ninguno puede amar verdaderamente a sus iguales, sino aquel en quien Dios ha derramado su amor. Ahora bien, donde Él haya realizado ya esta obra de gracia por la fiel regeneración de un corazón que se ha abierto para recibir el amor del Padre Dios, éste la proseguirá hasta conseguir su total y absoluta perfección. De manera que esta perfección del amor fraternal se consigue en nosotros, pero quien la consigue es Dios.

 

  Conclusión:

  Ahora bien, ¿por qué el amor de Dios encuentra su perfección en nosotros los humanos? Pues es sencillo. Si Dios es amor, su espíritu no puede dejar de producir más que el amor, pero es en el hombre salvo en dónde puede practicar la perfección del mismo. En la práctica de ese amor en el hombre, se refleja la presencia del Padre Dios; así que, sólo por medio del hombre salvo, puede llegar a ser comprendido el amor de Dios.

  ¡Amén!

CRISTO HACE AL NUEVO HOMBRE

 

Juan 1:9-13; Efe. 2:1-10

 

  Introducción:

  En la lección de hoy empezamos una nueva unidad de estudios con el título: La Vida Cristiana En Su Aspecto Práctico. Y claro, por la lógica, debemos empezar por aquella lección que trata del nuevo nacimiento.

  Si quisiéramos contar las vicisitudes naturales de un hombre empezaríamos por su nacimiento y las normales circunstancias que rodearon su venida al mundo. De forma paralela, la Biblia enseña que todo ser humano debe pasar por la experiencia de un nuevo nacimiento para entrar a disfrutar de la ciudadanía de un mundo distinto y espiritual: ¡El Reino de Dios!

  Notar bien que hemos dicho nacimiento espiritual en un mundo espiritual. Por eso no es el resultado de la obra del hombre en el hombre, sino que es la obra exclusiva de Dios, obra de la rama del E. Santo en el hombre gracias a la fe de éste en la Segunda Persona de la Trinidad: ¡Cristo! Pero este nuevo nacimiento es real como el físico, por lo que le afectan situaciones y efectos similares. Si en el natural, el feto ya tiene características del futuro hombre; en el espiritual, el hombre del primer amor es aquel otro que será maduro mucho más tarde gracias a las graves tentaciones y experiencias personales. Entonces, si en el primer nacimiento afecta a la naturaleza íntegra del ente individual; en el espiritual, no consiste en un mero cambio de mente, no es una mera transformación superficial de la vida del nacido, sino que para él, para el hombre, este segundo nacimiento significa un cambio total y radical de dirección, una profunda dedicación y una dependencia al Dios Padre y unos anhelos de servicio y emulación de Cristo que, por lógica de su gracia, le convierten en el nuevo ser. ¡Es un nuevo ser!

  ¿Dónde podemos sacar los argumentos necesarios en los que poder basar lo dicho con palabras bíblicas? En 2 Cor. 5:17, dice: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. De esta manera uno ya no vive ni para sí ni de por sí, vive en Cristo, para Cristo y por Él. Veamos ahora el parto que origina el nuevo nacimiento:

 

  Desarrollo:

  Juan 1:9. Aquél era la luz verdadera, referencia clara al Verbo, a Cristo Jesús si tenemos en cuenta el contexto de los ocho primeros vs. de este mismo cap. Esta es la luz genuina y original en claro contraste con la pequeña luz que emanaba Juan el Bautista, el cual, eso sí, era el reflejo de la luz verdadera. ¡Cristo es el sol que genera y despide luz propia! El último profeta, Juan el Bautista, a pesar de ser un fiel reflejo de esa luz, no lucía la propia, sino que la reflejaba del mismo modo que los hacen los planetas respecto al sol. Además, Juan el Bautista tenía otro buen detalle que podemos contabilizar en su haber: Era un testigo fiel y vivo de esa luz y así lo reconoció de forma pública. Porque es necesario pensar que habrán dos clases de testigos; unos que reflejarán la luz de mal talante, por la fuerza, porque serán llamados a juicio delante de Él, como si de eclipses vulgares se tratase y otros que lo hacemos con gozo y alegría, reconociendo que la luz que emanan los rostros no es nuestra, pero que, eso sí, estamos luchando y esforzándonos para que día a día sea más fiel y más pura. Que alumbra a todo hombre que viene al mundo. Porque es preciso decir que con la venida de Cristo a la tierra, la luz de Dios Padre brilló con tal claridad y esplendor, que nadie podía ignorarla. Ni los que vivieron en otro tiempo y que ya están muertos, ni los que actualmente poblamos el mundo que hemos dado en llamar Tierra, ni los que nacerán y vivirán en el futuro. Una buena y exacta traducción de la frase, sería: La luz verdadera viniendo al mundo ilumina bien a todo hombre. Así que el alcance de la venida de Cristo es única e universal. Y, por lo tanto, cada hombre y mujer tienen esa luz al alcance de su mano. Luz, cuya propiedad principal es que puede transformar la vida por completo. El hecho de digerir bien esta luz, da al hombre una oportunidad para hacerse con el nuevo nacimiento.

  Juan 1:10. En el mundo estaba: ¿Qué? ¿Cómo que estaba en el mundo? Es una referencia histórica a la presencia física de Cristo sobre esta tierra; incluyendo pues su nacimiento, su encarnación y en concreto, su genial ministerio público desarrollado en tres años penosos. Y el mundo fue hecho por medio de Él. Esto es una confirmación de los vs. 3 al 5. Por el contexto sabemos que esta frase alude de forma especial al mundo inteligente, a la humanidad. Sabemos que todos los hombres somos creación de Dios por medio de Jesús. Y que en la Biblia, el término mundo tiene varias acepciones y no siempre significa el universo físico o cosmos, sino también, como en el caso que nos ocupa, se refiere a la humanidad separada o unida de Dios Padre Y aún hay otra acepción que se relaciona con los apetitos carnales que se enseñorean sobre el hombre. Sin embargo, una cosa está clara: Cristo es superior e independiente a todos los hombres e incluso a la Creación entera. Pero el mundo no le conoció. Todos los hombres en general, la humanidad, no le reconocieron como Señor y Creador y prefirieron ignorarle con tal de seguir con su vida de pecado. Ahora bien, ¿cómo es que a pesar de haber visto su luz y de haber sido iluminados con ella, los hombres se han empecinado en negar a Cristo de forma fría y sistemática? Sí, el hombre es libre. Como tal le hizo Dios y ha elegido seguir la dirección equivocada, por eso no tendrá ninguna excusa delante del Creador en el día del juicio.

  Juan 1:11. A lo suyo vino, ¿qué puede ser lo suyo? ¡Todo lo que le pertenece por derecho propio y por haberlo creado! Sin embargo, por la construcción gramatical de la frase que vemos, que estudiamos, parece ser que se hace referencia a la nación judía como posesión especial del Señor. Vino a su pueblo, Éxo. 19:5; Deut. 7:6. Pero los suyos (Israel) no le recibieron. Sí, sí, se trata de los miembros de su propio pueblo, los judíos. No sólo no le aceptaron en su seno, sino que lo negaron como Mesías, Señor y Rey, y lo mataron…

  Juan 1:12. Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre: Como cualquier regla gramatical que tiene su excepción que la confirma, hay una ínfima mayoría que le ha reconocido como Señor y Mesías y más tarde, como una lógica consecuencia, su Salvador personal. Esta minoría se inició con los doce apóstoles, después, los ciento veinte escogidos y por último, toda la hueste de creyentes judíos y gentiles. Y éstos hicieron algo más que reconocerlo, se unieron a Él, murieron por Él y resucitaron con Él gracias a su fe, una fe que es un sinónimo de entrega y sumisión. Así que se dieron y entregaron a Cristo para siempre. Esto es lo que significa creer en su nombre. Les dio derecho de ser hechos hijos de Dios. Así, por el solo hecho de creer en su nombre, podemos recibir por herencia y por derecho el ser llamados hijos de Dios. Don, que conviene recordar, recibimos de forma gratuita y sin más condición que nuestra fe.

  Juan 1:13. Los cuales nacieron no de sangre, ni de voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios. Una clara referencia al extraño hecho de que la nueva creación no obedece a ninguna filiación o voluntad humanas. Esta nueva forma de ser, o nuevo nacimiento va más lejos del instinto humano de la reproducción y está vedado también a la voluntad más fuerte del más santo varón. Porque, siendo vida espiritual, sólo puede ser obra de Dios.

  Efe. 2:1. Y en cuanto a todos vosotros, estabais ya muertos en vuestros delitos y pecados: A los cristianos de Éfeso y a todos los del mundo. El mensaje de Pablo es bien claro. En el cap. 1:20-23 ha hecho una exaltación gloriosa del Jefe de la Iglesia y aquí lo va a hacer de sus miembros sin importar el estado en que se encontraban antes de su conversión, sin importar, repetimos, el deplorable estado de pecado y muerte en que estuvieron todos sumidos. Nos referimos, claro, a esa época real, cuando todos estábamos no sólo solos y separados de Dios, sino condenados a muerte eterna. La traducción de la palabra delitos (en gr. faltas, caídas, transgresiones), indica acciones culpables. En cuanto a los pecados comprenden todo lo que el hombre hace opuesto a la voluntad de Dios Padre, ya sea en hechos, pensamientos o sentimientos de corazón. Por otra parte, la palabra muertos, moral y espiritualmente, tiene aquí, como en cualquier otro lado bajo la magistral pluma de Pablo, un significado profundo y extenso, Rom. 1:32. En todos los sentidos, el salario del pecado es la muerte. El alma, separada de su Creador, de la única fuente de vida, cae cada vez más profundamente en la miseria moral y termina con la muerte eterna. Incluso, la muerte física no ha tenido otra causa, Rom. 5:12.

  Efe. 2:2. En los cuales anduvisteis en otro tiempo, y conforme a la corriente de este mundo… Valera traduce: Según la edad de este mundo. En 1 Cor. 3:18, 19, estas palabras están separadas para expresar algo mejor el conjunto de principios, de máximas, de conducta, de pecado, que marca y caracteriza la vida de los hombres inconversos. Mas este es el único pasaje en que están unidas. Y lo están, sin duda, para dar más energía y extensión al mismo pensamiento. Y esta corriente, o curso del mundo, desemboca en un fin seguro, inexorable: ¡La ruina y la muerte! Y al príncipe de la potestad del aire: Una referencia muy clara a Satanás que reina sobre la corriente de este mundo. Sabemos que el diablo ejerce su dominio sobre el reino de las tinieblas y que es su príncipe, Mat. 12:24. Pero en cuanto a la potencia o potestad del aire, ¿qué significa? Esta denominación del imperio de Satán solamente se encuentra en este pasaje. En ninguno más de toda la Biblia. Y ha dado, por eso, un trabajo enorme a los estudiosos. Lo más probable es que el apóstol quiera indicar con esta cita que siendo espirituales Satán y sus ángeles, por su real naturaleza no están ligados a la tierra como nosotros los hombres. Y logran ejercen sus dominios en regiones más superiores que el propio Pablo llama en otro sitio lugares celestiales, Efe. 6:12. Seguimos: El espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia. Pero el lado más claro y practico de las enseñanzas paulinas sobre este difícil tema, es que el diablo que rige la potencia aérea ordena también al espíritu que ahora actúa, que mueva a los hombres y los dirija hacia la inequívoca desobediencia a Dios. ¡Y a fe que lo consigue! Col. 3:5.

  En el v. siguiente se indica cómo:

  Efe. 2:3. En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra pobre carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; todos hemos vivido como ellos, dice Pablo, no queriendo exceptuar a todos los judíos más que a los paganos de ese juicio que se extiende a todos los hijos de Adán. Luego indica en el hombre la fuente de su pecado, o la causa por la cual Satán obra en él: ¡Su corrupción natural! Sí, la fuente de todo mal está en esos deseos de la carne, en su loco corazón y naturaleza carnales. Estos deseos, alimentados en el corazón, se vuelven ahora voluntades de la carne y de los pensamientos. Las primeras tienen su origen en los sentidos, las segundas son independientes de ellos pero en su conjunto hacen de todo al ser un alma dominada y corrompida por la carne, Mat. 15:19. Por naturaleza éramos hijos de ira, cómo los demás. Sí, nosotros también fuimos siervos de Satanás a causa de nuestra naturaleza carnal. Y, por lo tanto, objetos de la ira de Dios, Col. 3:6.

  Efe. 2:4. Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con qué nos amó: Por su gracia, perdón y porque es amor, abunda en gracia y misericordia para con el hombre. Esta es la causa y el efecto por el cual se rige Dios. Este fue el motivo por el cual Dios hizo el esfuerzo de intentar salvar al hombre.

  Efe. 2:5. Aun estando nosotros muertos en delitos, separados pues, de Dios, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia sois salvos! Es decir, El Señor hizo nacer de nuevo nuestra alma y la ensalzó al nivel de la de Cristo; porque dónde y cómo vive la Cabeza, allí y así viviremos por fe. Otra vez el apóstol Pablo no puede dejar de hablar de esta manera, llevado por su real entusiasmo ante la obra de Cristo a favor del pecador.

  Efe. 2:6. Y juntamente con Jesucristo, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales. Alusión clara a la resurrección y ascensión que tendrán lugar en el día del Juicio Final, del mismo modo y manera que se realizó en Cristo. Y precisamente por la seguridad y certeza que ya tiene el apóstol, habla de hechos como si éstos hubiesen tenido lugar. De hecho, en el mismo momento de darnos a Cristo entramos a disfrutar del gozo y los privilegios parciales del cielo.

  Efe. 2:7. Para mostrar en las edades venideras, ¿cuándo? En el tiempo que viene después del Juicio Final, puesto que ya hemos hablado de heredar los lugares celestiales señalados como las superabundantes riquezas de su gracia, por su fiel bondad hacia nosotros en Cristo. Los incrédulos quedarán asombrados al ver como los creyentes toman posesión de su herencia: ¡Una vida eterna igual a la de Cristo! Es mucho más, nosotros mismos quedaremos maravillados.

  Efe. 2:8. Porque por gracia sois salvos, claro, sin merecerlo para nada, y por medio de la fe, que ya sabemos en que consiste: Entregarse a Cristo y después reconocerle como Rey y Señor. Y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Claro, cuando el ser humano decide aceptarle lo hace impelido por el E. Santo, único capaz de infundir y mover la fe. De ahí que debemos estar muy agradecidos a Dios por escogernos a nosotros.

  Efe. 2:9. No es por obras, nuestras obras, ni antes ni después de la salvación no pueden entrar para nada en la causa de la Salvación propiamente dicha. Las obras son su causa si acaso, jamás es su efecto. Y todo esto para que nadie se gloríe, para que nadie se vanaglorie de forma equivocada y egoísta.

  Efe. 2:10. Porque somos hechura de Dios… ¿Ahora bien, qué significa la palabra hechura? ¡Cualquier cosa respecto del que lo ha hecho! Y por Él hemos llegado al nuevo nacimiento, 2 Cor. 5:17. Creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras. El poder del Señor Jesús nos capacita para hacer buenas obras. Por lo que el objeto final del nuevo nacimiento son las buenas obras. Todo aquel que no anda en ellas, prueba por ello mismo que no ha tenido parte en esta nueva creación. Que Dios preparó de antemano… De acuerdo con la condición y aptitudes de cada nuevo creyente. Para que anduviésemos en ellas. El resto de nuestra vida física. Nuestro campo de acción es el mundo que nos rodea.

 

  Conclusión:

  Así que hermanos, nuevos hombres gracias a Cristo, salgamos de aquí llenos de espíritu de servicio para con Dios y los demás, puesto que Él así lo quiere desde mucho antes de nuestra propia conversión.

  ¡Así sea!