Monthly Archives: noviembre 1973

LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

 

Gál. 5:13-26; Juan 4:24

 

  Propósito:

  Una exhortación a no abusar de la libertad cristiana, ya que esta libertad consiste en vivir, no según la carne, sino según el espíritu, en el amor.

 

  Introducción:

  Si hay temas importantes que podemos traer a vuestra sabia consideración, uno de ellos sería el de la libertad cristiana. La verdad es que casi nunca habíamos tenido una oportunidad igual a la que hoy, ahora mismo, se nos presenta, puesto que nos encontramos ante los dos pilares más sólidos de la iglesia: La Unión Varonil por un lado y la Sociedad Femenina por el otro. De ahí que puestos en la encrucijada, nos atrevemos a desgranar el tema con la seguridad que nos da el hecho de poder hablar sin tapujos y con la promesa de abrir un diálogo final en el que podáis tomar parte todos vosotros.

  Bien, una de las palabras más traídas y llevadas por la sociedad de hoy es con mucho, la palabra libertad. Como ya sabemos se aplica a todos los estratos por los que anda el hombre en esta tierra y, paradójicamente, es la bandera usada por aquellos que oprimen y expolian a sus semejantes. El Diccionario es bien conciso: Libertad es la facultad de obrar y de no obrar. Sí, sin embargo su estabilidad es tan quebradiza que, por su abuso, se cae fácilmente en aquella otra palabra que tiene su misma raíz: Libertinaje o desenfreno, la licencia excesiva en las palabras y en las obras. Como decíamos antes, esta difícil balanza de la libertad está presente en todos los estratos sociales con inclusión de los propios religiosos, de donde se desprende la exhortación a no abusar de la cristiana, puesto que ésta consiste en vivir, no según la carne, sino según el vivo espíritu, en el amor. Vamos, pues, a enfrentarnos con la ayuda de Dios con el crudo, pero revelador mensaje que se desprende de este hermoso pasaje de la Palabra divina:

 

  1er. Punto: Gál. 5:13-15.

  La libertad exige que nos sometamos unos a otros por caridad, veamos si no:

  Gál. 5:13. Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como una ocasión para la carne, sino servir por amor los unos a los otros. Hasta llegar a este cap. 5 de Gálatas, el apóstol Pablo ha combatido la ley como medio para la salvación y predicado la libertad por la gracia, pero ahora y hasta el cap. 6:10, predica la ley y combate la falsa libertad o libertinaje. Mas se trata de una ley cumplida por amor, libremente, y sobre todo como un fruto vivo del E de Dios en el creyente. Así, la conclusión a que llega Pablo es así: “Si ya sois libres por la santa redención de Cristo, someterse los unos a los otros”, una conclusión que pertenece en exclusiva al espíritu más puro del Evangelio. Por eso, el mundo animal ni la sospecha ni la comprende. Sólo nosotros los cristianos somos dueños de la palabra que lo explica perfectamente: ¡El amor! Sí, el cristiano es libre, se siente libre, porque sabe que su Salvador le ha libertado de la esclavitud del pecado y pagado el rescate que le exigía la justa ley de Dios. Además, y por la misma causa motora, nos exime de la carga de esa ley y del temor a la muerte, dándonos, restituyéndonos todos los privilegios de un hijo de Dios. Pero sin embargo, en más de un sentido, el cristiano es también un esclavo, porque reconoce que no hay para el hombre un destino mejor ni más glorioso que el de servir por amor a Dios y a sus semejantes.

  La libertad cristiana no consiste, pues, en hacer la propia voluntad, lo que sería en diversos grados, un vivir según la carne, sino precisamente, en poder renunciar a ello por amor a Dios y a sus hijos, cuya descripción más completa se halla en el cap. 8 de 1 Cor. El apóstol Pablo sabía a la perfección que mientras exista el viejo “hombre” en cada cristiano, corre el peligro de relajarse en la fe genuina y, en consecuencia, en su vida ya que aquélla es el motor de ésta. Esta fe, primero viva en el seno de la iglesia, se vuelve con el tiempo fría ortodoxia, demasiado débil para dar u oponer un dique a la potencia de la carne y entonces, la libertad espiritual se transforma gradualmente en una más mundana y carnal, o lo que es lo mismo, en un libertinaje más o menos espiritual. De ahí que estos pasajes tan prácticos de las cartas paulinas sean indispensables en la Iglesia de Dios Padre y en la condición íntima de cada uno de sus componentes. La verdad es la vida, por eso hemos de estudiar estos versículos a la menor oportunidad que tengamos.

  Gál. 5:14. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esta es la verdadera observancia de la ley (leer Rom. 13:8-10). Con esta referencia a la ley en lo que constituye su alma, su vida y su razón de ser, el amor, el Apóstol de los Gentiles abarcaba al mismo tiempo a los que estaban en la libertad del Evangelio y a los que se aplicaban la ley como medio posible de alcanzar salvación. A unos decía: “Esta ley que es espiritual, expresión de la santa voluntad de Dios, no está abolida, sino que subsiste eternamente”; a los otros les recordaba que no la cumplirían jamás con algo externo, sino por el corazón, que es lo que Dios mira. Este pensamiento es el mismo que expresa Jesús en Mat. 22:39, pero que sin embargo limita y estudia tan solo un aspecto del enorme mandamiento del amor, el que toca y concierne al prójimo, puesto que tal era el tema de su exhortación.

  Gál. 5:15. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis los unos a otros. (¿?) Pablo, tomando estas comparaciones de las costumbres de las bestias feroces, quiere expresar con la misma clase de energía, lo odioso de las malas pasiones y el peligro de ver morir a la fe y a la vida en una comunidad cristiana cuando no hay amor.

 

  2do. Punto: Gál. 5:16-18.

  Vivir, pues, según el Espíritu y seréis libres respecto de la carne pues las dos vidas son absolutamente opuestas la una de la otra. La vida del espíritu nos liberta al mismo tiempo de la carne y de la ley.

  Gál. 5:16-18. Lo primero que notamos en este pasaje en la oposición absoluta que existe entre la carne y el espíritu: ¡Una lucha a muerte! Rom. 7:14-16 nos da una terrible idea de la fuerza del hombre animal a que estamos sometidos los cristianos, puesto que el apóstol está hablando en presente de indicativo. No se refiere a un hombre antes de la conversión, sino después de ésta. Entonces, nos hallamos en una situación tambaleante si confiamos en nuestras propias fuerzas y pasaremos a otra de firmeza a medida en que vayamos confiando en el propio E. de Dios. Por otra parte, este pasaje que ahora estamos estudiando y los siguientes, decidirán la cuestión que a menudo se nos ha propuesto; a saber, si el apóstol ve y entiende por Espíritu opuesto a la carne, el Espíritu de Dios, el del hombre o los dos a la vez en una vida común. Este último sentido nos parece el verdadero. Están bajo la ley aquellos en quiénes la carne codicia contra el espíritu y éste contra aquélla de manera que no hacen ya lo que quieren, v. 17. Ahora bien, sentir esa resistencia de la “carne” no es condenable aún, no es pecado, lo que sí lo es el ser esclavo de ella (por carne entendemos la totalidad del ser animal, como ya estudiamos en su día en la ED). Por esta razón dice en el v. 16: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne. No, no dice que no los vamos a sentir, sino que no debemos seguirlos. Otra traducción, dice: Andad en el Espíritu y ¡ya no sentiréis los deseos de la carne! Aquí, el hecho de no sentirlos ya no es el combate en sí, sino la recompensa de la victoria. Entre la concupiscencia y el pecado actual hay grados bien definidos y perfectamente señalados por Santiago 1:14, 15: Primero se localiza a la concupiscencia misma, luego el acto de voluntad que se hace permisiva y cede a sus empujes, luego el acto físico del pecado y, por último, su salario: ¡La Muerte!

 

  3er. Punto: Gál. 5:19-23.

  Ninguno puede equivocarse pues las obras de la “carne” son manifiestas: Se trata de todos los pecados y vicios que reinan en el mundo. Y los frutos del Espíritu no son menos evidentes: Son las virtudes de la vida cristiana, las únicas que cumplen la ley en realidad.

  Gál. 5:19. Y manifiestas son las obras de la carne. Sí, claro, manifiestas, es decir, evidentes. Para que cada cristiano no pueda equivocarse. Sin embargo, por si hubiese error de apreciación, el Apóstol Pablo señala aquí un gran número de obras, de esas obras, a fin de señalarlas a sus lectores y condenarlas. En otras partes de la Biblia también encontraremos catálogos semejantes que encierran las deplorables miserias de nuestra humanidad caída: Mat. 15:19; Rom. 1:19 y ss.; 2 Cor. 12:20 y ss.; Efe. 5:3 y ss.; 2 Tim 3:1 y ss. y Tito 3:3.

  Gál. 5:19-21. Manifiestas son las obras de la carne: adulterio, celos, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, pleitos, hechicerías, enemistades, disensiones, contiendas, homicidios, iras, herejías, envidias, borracheras, orgías, cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

  Un poco después del primero de estos vicios que son otros tantos actos groseros de la carne, el Apóstol Pablo nombra otros que, a simple vista, no parecen emanar de la misma fuente porque vienen de las pasiones del alma. Hay que señalar ahora que la palabra “carne” no indica sólo las inclinaciones y los actos de sensualidad, sino los pecados que tienen su asiento en medio de las facultades del espíritu. Sí, en efecto, los vicios más espirituales son también obras de la carne, porque el hombre, el ser humano, en su estado de caída separado del Padre, es el esclavo de los sentidos, del mundo animal y de la naturaleza que ya no puede dominar sino es a través del Espíritu de Dios. El movimiento más oculto del egoísmo o del orgullo buscan fuera de su objetivo y nos fuerza a reconocer que el pobre espíritu está dominado por la carne.

  Se puede, si se quiere, resumir estos pecados en cuatro clases: (a) Sensualidad, (b) superstición, (c) los que están inspirados por el odio, y (d) los excesos en el comer y el beber. Todos no perdonados por la gracia, todos estos vicios no destruidos por la regeneración del corazón convertido, excluyen al portador del Reino de Dios. Y lo separan de forma tan natural como el aceite lo hace del agua, porque el Reino de Dios Padre es el estado de perfecta comunión entre el creyente, componente de este reino, y su Rey Santo y Justo. El apóstol expresa esta verdad de una manera solemne, a fin de quitar cualquier pretexto, por una parte, a los que profesan una falsa libertad y, por la otra, a los que acusan a la libertad cristiana de conducir de cabeza al relajamiento moral.

  Gál. 5:22, 23. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, mansedumbre, fidelidad y templanza. Por oposición a las “obras de la carne” del v. 19, se esperaba ahora: “Obras del espíritu”, pero Pablo dice: El fruto del Espíritu, para mostrar lo que hay de interno y de orgánico en el desarrollo de la vida nueva, cuya fuente, cuya raíz, es el Espíritu de Dios en el hombre, de la cual, las virtudes cristianas que se han descrito “son los frutos.” La palabra “frutos”, en un sentido figurado, fue usada por Jesús y por el mismo Pablo, Mat. 3:8; 7:17; Rom. 6:22; Efe 5:9; Fil. 1:11. Entonces, estos frutos del Espíritu son lo inverso de las obras de la carne, sin que sin embargo estén opuestos en orden paralelo. Y la raíz de este árbol magnífico, cargado con tan ricos frutos, es el amor, con lo que hábilmente el apóstol Pablo reanuda su pensamiento dejado en el v. 14: Sí, ¡el amor produce todo lo demás!

  Y sigue Gál. 5:23. Contra tales cosas no hay ley. Estas cosas, las virtudes que han sido citadas ya, al contrario, respecto del prójimo denunciado en el v. 14, el cumplimiento de la ley, de esa ley que jamás podrá ser cumplida por las fuerzas naturales del hombre, puesto que ésta no hace más que mandar, ordenar y condenar sin producir nunca los frutos tan hermosos. Mas, es curioso observar que Pablo, con esta frase, ya indica la verdadera razón de la controversia que le ocupa. A los duros partidarios de la ley les muestra que ella no es violada por el Evangelio, a los hombres de la libertad por la gracia, es decir, a nosotros, les recuerda con viveza lo que deben ser para encontrarse en armonía con la voluntad de Dios.

 

  4to. Punto: Gál. 5:24-26.

  Luego, ¡nada de ilusiones! En el cristiano la carne está fija, crucificada, vive y anda según el espíritu y por lo tanto lo hace en humildad y amor.

  Gál. 5:24, 25. Estos dos vs. son la conclusión de todo lo que precede. El viejo hombre que producía las “obras de la carne” ha sido crucificado con Cristo Jesús. A pesar de que esta crucifixión dura toda nuestra vida terrestre, el Apóstol la considera como un hecho consumado, hecho, cumplido, porque en el cristiano, esa potencia del mal, de corrupción ya no reina más, Rom. 6:11-14, y está hecha y destinada a perecer por los siglos de los siglos. Si es así, agrega Pablo, si vamos viviendo sólo a causa del Espíritu, andemos también por Él. ¿Cuál es la diferencia entre los dos términos? El uno indica la fuente, el otro las aguas que manan de ella. Si en realidad el Espíritu ha creado en nosotros la vida nueva, no es para encerrarla en nosotros mismos por una razón egoísta o por un quietismo beato, sino a fin de que toda nuestra conducta se manifieste y produzca los frutos de ese Espíritu. Y para que, en otras palabras, sigamos su dirección en las obras, hechos y pensamientos. Este caso se cierra, como otros muchos, presentando a la gracia viviendo sólo de Dios y el ejercicio de ésta como manteniendo despierta la conciencia del hombre.

  Gál. 5:26. Pablo termina proscribiendo la vanagloria referida también en Fil. 2:3. Vana gloria, es decir, algo sin razón y sin fundamento, es la actitud del hombre que trata de darse gloria a sí mismo en lugar de glorificar a Dios, 1 Cor. 1:31. La busca de esta vana gloria siempre termina fatal para el ser humano porque por su causa los fuertes provocan a los débiles y éstos, por la misma razón de tres, envidian a aquéllos.

 

  Conclusión:

  Esta misma vanagloria es la peor enemiga de la buena y sincera adoración de cualquier hombre a Dios, y no olvidemos que la adoración, es indispensable para ganar el apoyo incondicional del E. Santo y como consecuencia, como ya ha quedado dicho, obtener sus frutos. El mismo Jesús dijo: Dios es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad, es necesario que le adoren… Juan 4:24. La mujer de Samaria y nosotros tenemos esta necesidad si queremos conseguir el suficiente amor que nos catapulte a cumplir la ley en ese amar al prójimo.

  Que Él nos ayude a tener la suficiente veracidad interna y el Espíritu adecuado que nos obligue a adorarlo de una vez por todas.

  ¡Amén!

 

  Cuestionario:

  1 ¿Cuándo esta libertad cristiana se vuelve libertinaje? Cuando se usa como ocasión de la carne, v. 13.

  2 ¿Cómo se puede cumplir la ley de Dios? Amando al prójimo como a uno mismo, v. 14.

  3 ¿Cómo podemos destrozarnos los unos a los otros? Cuando actuamos como fieras feroces, v. 15.

  4 ¿Cómo podemos evitar la concupiscencia de nuestra carne? Andando en el Espíritu, v. 16.

  5 La carne y el espíritu, ¿se unen o se repelan? Pues se repelan codiciando, es decir, espiando la una al otro y a la inversa, v. 17.

  6 ¿Cómo podemos evitar el estar bajo la ley? Dejando que nos guíe el Espíritu de Dios, v. 18.

  7 ¿Las obras de la carne, están ocultas? Manifiestas, vs. 19-21. Decir algunas. El que las haga no heredará el Reino de Dios.

  8 ¿Cuáles son estos frutos de Espíritu? Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, fe, mansedumbre y bondad, vs. 22, 23.

  9 ¿Existe la ley contra alguna de estas cosas? Contra estas cosas no hay ley, v. 23.

  10 ¿Quiénes han crucificado la carne? Los de Cristo, v. 24.

  11 ¿Cuál es la razón visible de los que ya viven en el Espíritu? Andar en el espíritu de forma verídica, v. 25, y

  12 ¿Cuál es el enemigo de la adoración? La vanagloria, v. 26.

LA VIDA EN LA COMUNIDAD CRISTIANA

 

Rom. 12:1-8; 1 Cor. 12:12, 13

 

  Introducción:

  Iniciamos hoy una unidad que consiste en estudiar unos de los aspectos prácticos de la vida cristiana: Tanto de las relaciones de los salvos con Dios, como de las relaciones de los cristianos con los cristianos, lo que también es muy importante bajo cualquier punto de vista.

  En la lección de hoy notaremos que los cristianos deben vivir una vida que agrade a Dios, pero que, a la vez, sea beneficiosa a sus prójimos. Nuestro comportamiento para con Dios en toda ocasión debe ser como de hijos de Él, y nuestro comportamiento para con los otros cristianos debe ser como el de los buenos hermanos. Debemos ver y observar que se incide en la plena unidad que deben formar los hijos de Dios que son miembros de una iglesia local. Unidad, de tal forma indivisible como pudieran serlo los miembros del cuerpo humano, cuya cabeza viene a ser representada como perteneciente al propio Cristo.

 

  Desarrollo:

  Rom. 12:1. Os exhorto pues, este pues que une la esta segunda parte de la epístola con la primera, ya indica, no según la lógica de los hombres, sino según el orden de la gracia, que la santa doctrina de la salvación expuesta en los once primeros capítulos, produce natural y por necesidad una vida santa cuya virtud más relevante la constituye el hecho de probar de forma continua su fe y su mejor exponente al exterior la constituyen sus obras cada día más acordes con el Autor de todas las cosas.

  En la mayor parte de sus sanas epístolas, Pablo hace seguir así la exposición de la doctrina por exhortaciones o ruegos prácticos donde traza con detalle los deberes del cristiano. Hay en todo esto un doble fin de la más alta importancia. Primero quiere señalar a la vida cristiana las ilusiones y errores a que estaría expuesta si el evangelio se contentara con revelarnos unas ciertas doctrinas, con inspirarnos ciertos sentimientos sin mostrar su aplicación a la conducta moral de cada día. Que el árbol haya puesto o introducido su germen y su raíz en un suelo fértil es lo esencial, pero es necesario después que, para dar fruto el germen debe transformarse en tronco, ramas, hojas, flores y frutos. Y en segundo lugar, estos admirables cuadros de una vida cristiana consagrada a Dios, debe excitar en nosotros el santo y ardiente deseo de ver su realización en nuestra vida, tanto más cuando que por la fe y el E de Dios Padre no es un ideal inaccesible, sino el destino posible de todo hijo de Él. Así que, hermanos, os ruego por las misericordias del Señor, parece como si Pablo dijera: Por esas misericordias cuyas riquezas acabo de señalar y que vosotros mismos habéis sido el objeto, como puede ser la pecaminosidad del género humano, la salvación por gracia, la justificación por la fe, etc. etc. Toda la idea se basa en aquel v: ¡Nosotros le amamos, porque Él nos amó primero! Sigue: Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, agradable, santo a Padre, que es vuestro culto racional. Al parecer en gr. la idea a traducir sería: Vuestro culto razonable. La palabra original es la que se emplea constantemente para designar al servicio religioso, o culto rendido al Señor en el templo de Jerusalén. La vida, pues, del cristiano, toda su vida, todo su ser, debe volverse un culto y aún más, lo que era o constituía la esencia del culto mosaico: ¡Un sacrificio! Pablo compara aquí este culto en espíritu y en verdad de Juan 4:24 de Jesús y la mujer de Samaria, con el culto del antiguo pacto: ¡El uno es la realización del otro! Esta idea responde por completo a la razón oculta bajo figuras, por eso el apóstol la llama “razonable” (literalmente: lógica), es decir, que no podemos hacer otra cosa. Pablo usa la misma palabra e idea que Pedro usa y aplica a la leche espiritual de la que se alimenta el cristiano que ha nacido de nuevo, 1 Ped. 2:2. La idea en cuestión, que es común a todos los sacrificios del AT es esta: El hombre se siente cargado ante el Dios Juez con una deuda que no puede pagar que viene del pecado, que le hace verse culpable y necesitar una reparación, o de un beneficio del Señor a quien debe un perfecto saber y reconocimiento. En el primer caso es el sacrificio sangriento o de expiación, de manera que si el hombre confiesa su pecado, reconoce que merece la muerte pero, siguiendo las directrices de Dios, lo pone o deposita sobre la cabeza de la víctima que lo representa y que se pone en su lugar, así el pecado es quitado, deja de existir. En el segundo, sacrificio incruento de acción de gracias, pone su corazón, así, por decirlo de algún modo, todo su corazón lleno de reconocimiento en una viva ofrenda de santa humildad que debe compensar lo que hay de imperfecto en su gratitud y ser la expresión más completa posible de ella.

  Pero esto no son más que símbolos, es decir, la idea de una realidad y cada israelita entendido lo sabía muy bien, es útil y necesaria pues todo sacrificio de cualquiera de estas dos claras naturalezas expuestas encuentra su verdad en un sacrificio real, en el que figura no sólo la expiación o la misma consagración entera del hombre al Señor, ¡sino que la cumple!

  Así es el sacrificio de nuestro Señor Cristo, el cual reúne ambos significados y los realiza a la perfección. Pero este sacrificio no debe, ni en un sentido ni en el otro, quedar sólo para nosotros y en exclusiva. Por nuestra unión viva con el fiel Salvador, lo que ya ha sido cumplido en Él, se cumple por igual en nosotros sus miembros. De manera que podemos decir ahora: “Mi pecado está expiado y mi consagración a Dios es la consecuencia inseparable de ello, lógica, razonable y bien racional.” Pablo sigue diciendo: ¡Ofrecer vuestros cuerpos! Lo que supone evidentemente ante todo el sacrificio del espíritu y corazón para expresar de algún modo la totalidad del ser humano y la vida eterna en todas y cada una de sus manifestaciones, 1 Tes. 5:23. Por último, las palabras vivo, santo, agradable a Dios, significan en el símbolo, las cualidades que debían tener los sacrificios según la ley, y en la realidad, cada uno de esos términos encierra un profundo sentido sobre la verdadera naturaleza y perfección del llamado sacrificio espiritual.

  Rom. 12:2. No os conforméis a este siglo. Pablo expresa de forma negativa lo que acaba de decir de un modo real y positivo. El presente siglo o la presente edad, según se lea una u otra versión, es el mundo en su estado actual, donde reinan las agrias tinieblas y el pecado, por oposición a la edad o siglo venidero, donde sólo reinará la voluntad del Señor. Sino transformaos, dice, por medio de la renovación de vuestro entendimiento. Lo que las Escrituras llaman en otro pasaje regeneración o nuevo nacimiento, Juan 3:5. El entendimiento ha de ser renovado ya que, como todo el resto del cuerpo humano, participa del mismo pecado que lo oscurece moralmente. En otras palabras, lo que antes decíamos que era pecado lógico, influenciado por algunos amigos o circunstancias, ahora debemos cambiarlo por algo santo. Y lo que era normal, ¡ahora lo vemos anormal! De ahí, nuestro entendimiento, motor de nuestros actos físicos, debe ayudarnos en el cambio o la transformación que todos estamos viviendo. ¿Todo ello para qué? ¡Para que probéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Esta palabra probar o comprobar, es empleada aquí en el mismo sentido que en otros pasajes como pudiera ser aquel que indica: ¡Probar los espíritus! Así se señala una actitud escrutadora acerca de poderes más altos que el hombre mismo.

  Pero, digámoslo ya, ningún hombre sin la renovación de su propio entendimiento, “puede probar que es la voluntad de Dios”, pues que le falta para ello el suficiente tacto moral, que es la indispensable condición para coger la onda. Aún aquí existe otro detalle revelador, sobre todo cuando esa voluntad de saber o entender es claramente contraria, o en las inclinaciones del corazón o en las dispensaciones más providenciales. Así, jamás el ofertante, el sujeto, puede encontrar la voluntad de nuestro Señor buena, agradable y perfecta.

  Rom. 12:3. Digo, pues, por la gracia que me es dada… Pablo habla no sólo de la gracia que recibimos todos los cristianos, como veremos en el v. 6, y que es en ellos la causa y fuente del verdadero discernimiento moral, sino que aquí es citada de forma especial la gracia particular del apostolado. Así con la autoridad de un apóstol santo nos hace oír las exhortaciones, ruegos o recomendaciones que van a seguir: Cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

  Pablo, queriendo señalar a los cristianos algunos de los deberes relativos a sus relaciones con todos los demás, empieza por este llamamiento a una sana moderación en la opinión que tienen o deben tener acerca de uno mismo, en otras palabras, exhorta a la humildad bien entendida. Sólo este entendimiento genera este el sentimiento que nos coloca en nuestro verdadero lugar delante de Dios y de los hombres. La verdadera humildad da conciencia de que lo que se ha recibido de Dios no es una cosa que se nos debía, sino una gracia; por lo tanto, esta idea es inseparable de un juicio claro, sobrio y hasta modesto sobre sí mismo. Pero el orgullo, por el contrario, no es en el fondo más que una falaz y mentirosa apreciación de nosotros mismos; la falsa humildad a su vez, nos hace desconocer la “medida de la fe” que Dios nos ha repartido y, por lo tanto, también equivoca el juicio.

  Seguimos: Rom. 12:4. Porque de la misma manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función. Pablo usa de forma sabia el ejemplo del cuerpo humano para explicar bien lo que va a seguir: “Del mismo modo que los miembros de nuestro cuerpo tienen una función definida, concreta y diferente para que éste llegue a ser precisamente cuerpo, los miembros de una iglesia son asimismo diferentes para hacerla completa y cumplir, por ello, con los propósitos de Dios.”

  Rom. 12:5. Así nosotros, siendo muchos, somos cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Esta hermosa figura sobre las verdaderas relaciones de todos los cristianos se encuentra largamente dicha, desarrollada y aplicada en 1 Cor. 12, del que estudiaremos dos de sus vs. También está la misma idea en Efe. 4. Pablo, pues, se sirve de esta gran figura, por una parte para motivar la exhortación que precede; por la otra, para introducir la que sigue sobre la fidelidad con que cada uno debe emplear los dones que ha recibido para la utilidad y la unidad de todos a pesar, y por esa condición, de su diversidad.

  Desde luego, hay que resaltar que el cuerpo, la iglesia, no existe más que en Cristo, cabeza y jefe supremo y que por su comunión viva con él, los cristianos se convierten en miembros los unos de los otros. ¡Sí, qué lección tan hermosa! Se nos dice que formamos parte de un conjunto potente por su cabeza que, a pesar de nuestras debilidades y diferencias, a pesar de que somos distintos, nos sentimos miembros invisibles del mismo, de tal forma que sin nuestro modesto concurso, aquél no tendría una razón de ser.

  Rom. 12:6-8. La frase constituida por los vs. 6 al 8, depende de las palabras: Teniendo diferentes dones… con la aludida idea del cuerpo, cuyos miembros tienen diferentes funciones según lo visto en los vs. 4, 5. Dones que vienen dados por la gracia del Señor, ya que no somos más que un receptáculo de los mismos o, como se nos dice en otro lugar, mayordomos bien aplicados. En este sentido y para que todo quede bien claro, Pablo nombra a algunos indicando incluso su empleo: (1) Profecía: don del Espíritu que eleva el alma propia sobre sí misma, la inspira y comunica una determinada revelación para la Iglesia, así con mayúsculas. Pero para que esta profecía sea efectiva debe ocurrir un hecho incuestionable: “Debe ser proferida según la analogía de la fe.” Esta voz gr. que sólo se encuentra aquí, significa una relación, una firme proporción entre dos cosas, como diríamos en simples matemáticas, una proporción entre dos cantidades. En otras palabras: Debe ser emitida en la medida de la fe dada o repartida a cada uno y sólo como vehículo motor del mensaje. Sin añadir ni quitar un ápice y sin darle esos toques personales que tanto gustamos hacer. Así que la profecía, la más moderna predicación, para que sea verdadera no debe sobrepasar jamás de esta medida. (2) Servicio: Ministerio, Diaconía: Ora entiende el apóstol por ello la función de los diáconos propiamente dicha, o tenga en el pensamiento cualquier otro servicio para el cual el cristiano haya recibido el don… ¡y la vocación! Así, en ese caso, en ese servicio es el corriente, justo y sencillo sin aspirar a otras cosas para las cuales ese hombre no tendría ni el don ni la suficiente vocación en la Iglesia, del mismo modo que el ojo que quisiera ser oído redundaría en perjuicio del propio cuerpo, el miembro que emplea mal sus fuerzas, perjudica al conjunto. (3) Luego podemos aplicar la misma regla para la enseñanza y la exhortación. Cada uno tiene que desarrollar su don para que la tarea no se difumine por los extremos. (4) Comunicar, distribuir limosnas, como diácono o como cristiano. En los dos casos, la tarea exige esta sencillez de corazón que no mira a las personas para hacer diferencias ni quiere jactarse de las posibles buenas obras. (5) Presidir: O las asambleas de clara edificación o simples deliberaciones, exige esa solicitud, ese celo, esa premura, esa exactitud sin las cuales el deber no podría ser cumplido. (6) Por último, hacer misericordia con los pobres, con los enfermos y hasta con los afligidos. Esta no puede hacerse sino con alegría al poder aliviarlos, esa bondad dulce y simpática que es el alma del deber. Y, desde luego, esta misericordia tenemos que ejercerla incluso con los enemigos, verdadero crisol que puede probar la alegría de nuestro servicio.

  Debemos notar que el apóstol pone aquí al mismo nivel los dones del Espíritu Santo como pueden ser la profecía y simples deberes cristianos. Es porque uno y otros no pueden llegar a ejercerse sino es través del propio espíritu y, es un decir, como consecuencia a la cantidad o tipo de fe recibida.

  1 Cor. 12:12, 13. De nuevo aparece aquí la unidad de la Iglesia y también la misma figura del cuerpo humano. Aunque ahora se amplia la idea central: El apóstol cita de forma directa a Cristo sin duda para enseñar que Él es uno con ella y cabeza de todos los miembros con los que amalgama la indisoluble unidad que la misma. Y para terminar, el apóstol quiere mostrar como se hace el hombre miembro del cuerpo de Cristo y uno con todos sus hermanos: Sencillo, “por la regeneración del Espíritu Santo, cuyo signo es el bautismo.” Este bautismo es considerado como una realidad verídica que se expresa por las famosas palabras: Fuimos bautizados, sumergidos, en un solo Espíritu y abrevados de un solo Espíritu, que esta es la verdadera y moderna traducción.

  Y cosa curiosa, no es solamente la diversidad de los dones del Espíritu lo que viene a armonizarse en la unidad, sino también, las diferencias que pudieran coexistir de la nación, educación, carácter, rango, etc.: Judíos, griegos, siervos o libres, se hacen uno en Cristo por el mismo Espíritu.

 

  Conclusión:

  Hermanos, recordemos los dones citados y situémonos en el que creamos que nos va mejor para servir a Dios y a al resto de nuestros hermanos: Profecía, enseñanza, servicio, exhortación, repartir o dar y hacer misericordia…

  ¿En cuál te ves más identificado?

  ¡Qué Dios nos ayude!