JESÚS SUFRIÓ POR NOSOTROS

Isa. 53:4-9; 1 Ped. 2:24, 25

 

  Introducción:

  Existe una frase célebre atribuida a Meyer que anuncia: El día más triste que jamás existió sobre el mundo ha sido destinado precisamente a disipar sus tinieblas para siempre.

  Se ha hablado y escrito mucho acerca de la fuerte y viva personalidad de Jesús sobretodo, en nuestros días en los que con acordamos de Él con caras largas, compungidas y demacradas. Nuestros oradores se esfuerzan en hacer resaltar los dolores y sufrimientos físicos que padeció Jesús sin razón aparente. Pero del mismo modo que la gloria y la victoria son sinónimas de Cristo, del mismo modo el sufrimiento físico es la diadema, amarga si se quiere pero diadema al fin, con la que se coronó el Señor. No tenemos duda de que Cristo Jesús es el tema central de la canción bíblica. Su entrada corporal en el mundo ha marcado un hito en la historia humana. Y lo más extraño, lo mejor, lo más verdaderamente sorprendente es que en la persona de Jesús, el sufrimiento y la muerte que sufrió son o fueron elementos indispensables para dar paso a la vida. Y es que esta dura muerte no fue un mero accidente histórico, ni siquiera accidental pues obedeció a los vivos planes de Dios. Y tuvo un solo propósito: ¡La redención de todos nosotros, le redención de los pecadores!

  Sencillamente, Él tomó nuestro lugar. Sufrió la pena que estaba destinada a nosotros. Sin embargo, la Cruz fue el mayor crimen de la historia. Dios el Padre mismo lo testificó y repudió con las tres crueles horas de tinieblas que oscurecieron el cielo sobre el monte y Jerusalén, y el temblor de tierra, y las rocas rajadas, y las tumbas abiertas… Y hay más. Hay, siempre lo ha habido, un destino final para los asesinos: (1) Judas se ahorcó; (2) Pilato, llamado a Roma, fue desterrado a Francia donde al poco tiempo también se suicidó con la manía de ir buscando agua que fuese capaz de lavarle las manos; (3) Herodes murió también en el destierro de forma ignominiosa; (4) Caifás fue depuesto de su cargo al año de la muerte de su mayor enemigo, Jesús; (5) Anás, sufrió un cruel asalto en su casa y vio como mataban a su hijo arrastrándolo por las calles asido del pelo. Y tantos otros y otros que quedaron en el anonimato, pero que murieron llenos de desprecio, repudio, y remordimiento.

  Por otro lado, Jesús, con su muerte, hirió para siempre a su eterno enemigo, a Satanás. Ya era dueño y Señor de la muerte y heredero de la Majestad de Dios. ¡Pero sufrió, y mucho! En los aciagos momentos de la cruz, su aislamiento, su abandono por parte de Dios, debió de ser terrible. Todo el mundo estaba en su contra: Jerusalén, que ansiaba su muerte y desaparición con odio apasionado a causa de un nacionalismo mal entendido. Casi todos sus paisanos se habían apartado de Él sin poder ocultar su desencanto por el desenlace en que ineludiblemente se aboca su doctrina. Ni uno solo de sus apóstoles, ni aun Juan, fue capaz de ser el depositario de los duros pensamientos de aquel pobre Jesús atormentado y abandonado. Esta era, desde luego, una de las gotas más amargas de su cáliz. Pero Cristo comprendía, como ninguna otra persona del mundo puede comprenderlo, la fiel necesidad de vivir aun después de su muerte. La causa que Él había inaugurado no debía morir. Sabía que debía partir y dejar su querida obra en manos de aquellos pocos discípulos que se mostraban ahora tan débiles, tan indiferentes y tan ignorantes.

  ¿Serían capaces de hacer una obra tan enorme? ¿No había sido traidor uno de ellos? ¿No naufragaría su causa una vez que se hubiese marchado, una vez que Él faltase? Estas y otras tantas preguntas similares serían las que el diablo Tentador susurraría al oído de aquel Santo Hombre Dios que estaba físicamente solo. Pruebas las tenía, muchas y abundantes… Pedro, aquel hombre impulsivo, se avergüenza de Él. Juan ha desaparecido nada más darle el encargo de velar con su madre. Andrés, aquel Andrés que siempre estaba en su sitio, ya le había vuelto la espalda dolorido y tal vez desorientado. Mateo, piensa con temor en la represalias… ¿dónde están los demás?

  El Monte de los Olivos fue un trago muy amargo para Él, pues no hay nada más doloroso para un hombre que la soledad moral y Cristo estuvo solo, completamente solo, aunque fuese durante un largo segundo. Y por si el dolor moral fuese poco, debemos agregar el físico. La crucifixión era una muerte horrible. Cicerón nos cuenta que éste era el más cruel y vergonzoso de todos los castigos romanos. Estaba sólo reservada a los esclavos, a los ladrones y a los revolucionarios cuyo fin debía marcarse con especial infamia para el buen ejemplo ajeno. Nada podía ser más contranatural y repugnante que colgar a un hombre de esa manera y en vida. Semejante posición era contraria a la más elemental norma de los derechos humanos. Si la muerte hubiese llegado con los primeros golpes, habría sido terrible y dolorosa; pero por lo general la víctima padecía durante dos o tres días a causa del dolor ardiente de los clavos en las muñecas o manos, y en los pies. Es verdad que una especie de asiento para éstos evitaba el desgarro muscular, pero nadie podía evitarle la tortura de tener las venas sobrecargadas. Y lo peor de todo, la sed dura e insoportable que aumentaba cada vez más. Era imposible no moverse tratando de aliviar una situación tan precaria, pero cada nuevo movimiento traía consigo una nueva y excesiva agonía. Los crucificados padecían rápidamente de fiebre y las heridas se les infectaban pronto a causa de la débil corriente sanguínea. Las moscas se posaban en ellas y las agravaban ante la imposibilidad de ahuyentarlas. El cuerpo se deshidrataba con enorme rapidez… el colapso del corazón sería el final… Bien, pues si a este cuadro de soledad moral y dolor físico añadimos el peso de todos los pecados del mundo, veremos, aunque sólo sea de lejos, lo que Jesús padeció. Y en un momento dado, Cristo perdió la eterna comunión con Dios Padre. Jamás la mente humana podrá medir el horror de tanto abandono y sufrimiento.

  Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué y por quién padeció?

  Veamos:

 

  Desarrollo:

  Isa. 53:4. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Leer también Mat. 8:17. ¿Cuál es la diferencia? Mateo se refiere al ministerio de sanidad del Maestro Jesús al curar a todos los endemoniados, a todos los enfermos que se le presentaron y hasta el hijo del centurión. Pero, además, Mateo aprovecha la cita para apoyar su tesis acerca del Médico divino en cuanto a los judíos. Sin embargo, la cita de Isaías que nos ocupa bien se puede aplicar a la muerte vicaria de Cristo. Si esto es así, ¿qué significan los términos llevó y sufrió? No participó sólo de nuestros sufrimientos, sino que tomó en su Persona todo el dolor al que éramos acreedores. Sí, así de claro. Podemos añadir que los pecados del mundo fueron la causa y el efecto de sus dolores y, por consiguiente de su muerte. Y le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido… Los términos azotado y herido se refieren a la idea de la plaga de la lepra; es decir, incurable y apartado de la sociedad. En especial, la palabra herido, era usada por los hebreos cuando alguien sufría un mal o una enfermedad repentina y grave como en el caso de Job, y aplicado en especial en el caso de la lepra que consideraban castigo directo de Dios por lo desagradable y dolorosa que era y por las consecuencias sociales que acarreaba. Isaías está diciendo que Cristo fue herido de forma repentina por causa del pecado de todo su pueblo. Y afligido y atormentado, pero no a causa de sus delitos, sino de los nuestros. Pero aún hay más en la frase y en el tiempo del verbo en que está escrito “le tuvimos”. Significa con claridad que muchos hombres le desprecian achacando los dolores a sus propias faltas. Todos le tuvimos por azotado. ¡Nadie puede negar la veracidad del hecho! La única diferencia estriba en que unos creen que sufrió a causa de sí mismo y nosotros que lo hizo a causa de nuestro pecado.

  Isa. 53:5. Mas él herido fue por nuestras rebeliones. Aquí la palabra “herido” significa en el original: traspasado por unas heridas mortales producidas de manera especial en una batalla. Molido por nuestros pecados… abrumado, roto y deshecho por nuestras faltas hasta el punto de llegar a romperle el corazón. El castigo de nuestra paz fue sobre él. Es decir, podemos tener paz gracias a que Él cumplió el castigo. Así, tenemos paz con el Padre y somos reconciliados porque su justicia ha sido cumplida en el Hijo Unigénito, Rom. 5:1. Y por su llaga fuimos curados… Literalmente significa: Un moretón o cardenal, como la huella de un latigazo. ¿Se cumplió está profecía? Sí, en efecto, ver Mat. 27:26. Pero, precisamente, por esta su llaga fuimos “curados.” Con la idea del sabio que libera o experimenta un antídoto en su cuerpo con peligro de su vida por tratar de salvar muchas de los demás. Esta sujeción voluntaria por parte de Cristo a la justicia de Dios, se convirtió en la fuente de nuestra sanidad.

  Isa. 53:6. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó de su camino. Existe la marcada tendencia de las ovejas que en un rebaño se descarrían siguiendo lo que ellas creen mejores pastos, al igual del hombre que abandona la seguridad de la mirada del Pastor eterno a cambio de los bienes materiales que se le esfuman como la arena y que no conducirán sino a la muerte eterna. Mas Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros. Muy pocas veces el mensaje bíblico nos parece tan claro. Podemos leer con facilidad: Dios hizo que cayese en él toda la ignominia del pecado, de una sola vez y de golpe. Sí, ya hemos dicho en alguna otra ocasión que la salvación no fue efectuada poco a poco. ¡Fue de una sola vez y en el acto! De ahí el dolor producido en la carne de Jesús al cargar sobre sus hombros no sólo el pecado de todos los hombres, de toda la humanidad, sino el gustar o experimentar el abandono del Dios Padre por el simple hecho de que Éste no puede tener comunión alguna con el pecado. Gracias a Dios, esto fue momentáneo. Una vez vencida la muerte y su aguijón, Dios le recibió a la derecha de su Majestad donde aún está en estos momentos.

  Isa. 53:7. Angustiado él, es curiosa la idea hebrea que dice o expresa esta palabra. Y es que se trata de la misma angustia que tenían cuando debían pagar una deuda de forma rápida e inmediata y no tiene con qué hacerlo. Cristo, al hacerse acreedor de la justicia divina a causa, repetimos, de todos los pecados, siente la angustia vital de pagar aun a costa de su propia vida, 2 Cor. 5:21. Así que fue tratado por el Señor como un vulgar pecador, como el más grande pecador que existió jamás, puesto que tenía la suma de los pecados de toda la humanidad. Por esta razón, Él, que era justo, que no conoció pecado propio, sintió un dolor y una angustia muy grandes. Ver si no, lo que sentimos en nuestro interior cuando se nos acusa de algo injusto, o de algún mal que no hemos hecho. Pues aún así deberíamos sumar o multiplicar el sentimiento, esta gran humillación, por millones de veces para hacernos con la idea de lo que debió sentir. Y afligido… Tratado con la dureza que se merecía el más terrible pecador del mundo. El Señor había puesto la vida de su Hijo Unigénito en manos humanas, por lo que de hecho se entregó a Sí mismo a su propia justicia. Él había dicho: Toda alma que pecare, de cierto morirá. No podía, pues, reconciliar al hombre sin derramamiento de sangre. ¡Tenía que haber una muerte! Por amor, fue la suya propia. Y tal como hemos dicho antes, la más cruel soledad fue sentida por Jesús en aquel momento incierto de la cruz en el que dice con angustia: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Era justo este abandono? Sí, sí, en aquel preciso momento, Jesús, lo repetimos una y otra vez, cargó con los pecados de la humanidad y Dios… ¡no podía aceptarlo! Ahora bien, ¿Jesucristo sabía a lo que se exponía cuando en el Paraíso, a la sombra de la seguridad y gloria divinas, se presentó como voluntario? Sí, lo sabía y aun así se adelantó un paso al frente impulsado por su amor. No abrió su boca… ¿Fue esto así? No abrió la boca para protestar, pero sí lo hizo para perdonar y bendecir a sus enemigos. Por eso se le compara al más manso de los animales: ¡Una oveja! Sí, como un cordero fue llevado al matadero… Aquí se resalta la sumisión conque se entregó. Ni quiso armas humanas ni celestiales a pesar de que tenía bajo su mando a todo lo creado incluidas las incontables legiones de ángeles del cielo. Por eso, Pedro tuvo que guardar su espada. Marco, el romano, personaje de Mika Waltari, tuvo que guardar también el dinero conque iba a reclutar mercenarios. Ben-hur, personaje de Lewis Wallace, por deseo expreso del Maestro tuvo que tragarse sus ansias de ayuda. Por su parte Cristo, nuestro Señor se entrega, diciendo: ¡Es menester hacer la voluntad de mi Padre! Y como oveja delante de sus trasquiladores, no abrió su boca… Y es que sufría el oprobio como si de veras fuese culpable. Ya lo dijo el llamado Buen Ladrón en la cruz: Nosotros a la verdad padecemos lo que en justicia merecemos, pero Él nada hizo. Además, comprobamos que mientras duró aquella flagelación y el martirio, nada dijo. Se portó con valor en contra de la costumbre de los reos normales que maldecían e injuriaban a sus verdugos aun sabiéndose culpables.

  Isa. 53:8. Por cárcel y por juicio fue quitado… También se podría leer: Con opresión y sin justicia fue ejecutado. Se refiere con claridad a las torturas y atropellos soportados por Cristo hasta que, por fin, murió. Incluso, tuvo que padecer una farsa de juicio… Mas, se nos dice con cierta claridad: Y su generación, ¿quién la contará? Sí, la descendencia de aquel siervo será tan numerosa que va a ser imposible contarla. El detalle llega a sorprender hasta a los más incrédulos. ¿Cómo es posible que una muerte tan ignominiosa haya traído tras sí una hueste tan grande de seguidores que dicen crucificarse con Él en el madero? Lo tienen por locura por usar el léxico bíblico. Y es que fue cortado de la tierra de los vivientes… Esto es una clara confirmación de la muerte violenta del Hijo de Dios. Sí, sí, y además, debían matarlo otros, Dan. 9:26. Por la rebelión del pueblo fue herido, Dios habla con mucha claridad por boca de Isaías de la causa principal de la muerte de su Hijo.

  Isa. 53:9. Se dispuso con todos los impíos su sepultura. Al condenarle a la muerte de cruz se le estaba dando un trato de delincuente. Este hecho aumenta en verosimilitud cuando en realidad se le crucifica en medio de dos ladrones comunes. Mas con los ricos fue en su muerte. ¿A qué se puede referir? A su sepultura. Fue sepultado en una tumba que había sido preparada para un hombre rico. Sí, para José de Arimatea. Y otro hombre pudiente se encargó de darle cristiana sepultura: Nicodemo. Aunque Él nunca hizo nada de maldad, ni hubo engaño en su boca. Nunca jamás cometió pecado alguno. En caso contrario no hubiese servido para expiar nuestros pecados.

  1 Ped. 2:24. Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… Del mismo modo que en los antiguos sacrificios judíos se ponía las manos en la cabeza del animal expiatorio queriendo simbolizar que arrastraba los pecados del solicitante hasta la muerte, así Cristo llevó nuestras faltas hasta la misma agonía de la cruz. Notamos como el apóstol Pedro aun da más énfasis acerca de la redención de Jesús que el propio Isaías. El nos presenta a Cristo como propiciador entre Dios y los hombres. Para que nosotros estando muertos a los pecados, bueno, ¿estamos o no muertos al pecado? Sí, sí, es decir, los pecados no pueden siquiera hacer mella en nosotros, Rom. 6:2. Sí, estamos muertos al pecado gracias a Él y su nefasta influencia ni siquiera nos puede rozar un cabello. Vivamos, pues, a la justicia… la parte positiva de la cuestión. Si no vivimos ya en los pecados, lo hacemos en la justicia, justificados por la muerte ignominiosa en la cruz. Y por cuya herida fuisteis sanados… Sí, claro, efectivamente, ¡somos salvos por su muerte!

  1 Ped. 2:25. Porque erais como las ovejas descarriadas. Pero ahora ya habéis vuelto al Padre, al Pastor y al fiel Obispo de vuestras almas. Los creyentes estamos seguros porque hemos aprovechado al máximo el sufrimiento de Jesús.

 

  Conclusión:

  Guardar un minuto de silencio.

  ¿Es momento de tomar una decisión que nos puede beneficiar toda la vida? Pues si lo hacéis así, y Dios lo quiera, nunca os arrepentiréis por ello ya que habremos mitigado un poco, si cabe, el cruel sufrimiento de Cristo.

  ¡Qué Él nos bendiga!