16.1 LA AUTOESTIMA

Dieciséis de enero

Rom. 3:9-18

No nos gusta saber lo malo que tenemos, ni si estamos enfermos, ni si andamos fracasados, ni destacar por una tara, un defecto o una desgracia… A veces, hasta decimos que nos gustaría saber aquello que piensan de nosotros los demás, pero es mentira. Sólo queremos saber lo bueno, sea cierto o no, que tenemos y que se nos antoja evidente para todo el mundo.

Pues bien, ese tipo de auto estima es mala. Sirve de una corteza inexpugnable para que no nos llegue el consejo del amigo, la frase del familiar o la sentencia de Dios. Porque ésa es otra. Si no nos gusta que los demás vean nuestras debilidades, menos nos gustará saber lo que el Señor piensa de nosotros. Y con razón. Porque Él va directo a la estancia más secreta del corazón y sabe como somos y lo que valemos. Tal vez podamos engañar al prójimo con una capa superficial de buenas personas, pero a Dios no. A Él no. Nos conoce desde siempre porque nos creó y va más allá de la piel.

Por eso no nos gusta este mensaje de Pablo. Este texto sugerido describe a un ser humano que está muy lejos de la presencia de Dios y que no quiere saber lo que Él conoce de su persona.

Pero, veamos el tema un poco más en profundidad:

Ahora, notamos de entrada que la definición paulina parece la descripción de una enfermedad curable… Claro, es verdad, Dios, cuando dice algo que no nos gusta, es para sanarnos, para romper la capa de auto estima que nos amordaza y empequeñece. Jesús dijo que vino a salvar a los enfermos y es en esta dimensión que debemos entender sus sanos y curativos mensajes. Por ej.: Un hombre alejado de Dios es capaz de llegar a ser un depredador de sí mismo, pero recuperado para el Señor es un ángel para los demás. En esta línea, pues, hemos de ser capaces de mirarnos hacia adentro con la ayuda de Dios y abrirnos al prójimo.

Jesús es sin duda el gran médico de nuestras vidas. Mas, para que tenga efecto la milagrosa curación y se produzca el cambio de forma visible y veraz, hemos de reconocer que estamos marcados y lastrados por la pesada auto estima y que somos incapaces de sanar con métodos humanos y más tarde, acercarnos a El con la humildad requerida. Sólo en esta línea podremos ser recuperados y reciclados para ser útiles a los demás y, en consecuencia, a la sociedad de Dios (en cuyo momento verán en nosotros los ángeles que nunca debimos de haber dejado de ser).