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EL PUEBLO DE DIOS PIDE UN REY

 

1 Sam. 12:13-18, 22-24

 

  Introducción:

  Sabemos que existen cientos de formas de gobierno en los países de la tierra y que unos son más conocidos que otros por haberlos experimentado, pero casi todos ellos se podrían en cuatro nombres genéricos por ser estos raíz y asiento de cuantas ramificaciones e interpretaciones se desdoblan en los pueblos del mundo: (a) Democracia, o la forma de gobierno que permite la intervención del pueblo; (b) autocracia, la voluntad de un solo hombre es la ley suprema, pudiendo degenerar en dictadura por no haber ninguna oposición; (c) aristocracia, sólo ejercen el poder las personas más notables del Estado, como pudieran ser las de la realeza, formando la monarquía, y (d) la Teocracia: el gobierno ejercido por Dios de forma directa.

  En la lección de hoy vamos a estudiar un cambio de gobierno en el pueblo de Israel que tiene enseñanzas para nosotros. En primer lugar debemos indicar que los hebreos fueron gobernados teocráticamente desde Josué hasta Saúl a través y por medio de jueces. Éstos, del he shophetim, eran principalmente jefes o caudillos de Israel. Su autoridad era muy parecida a la de los dictadores romanos si bien era, a menudo, más militar que judicial con la sana excepción de Elí y Samuel que fueron sólo gobernadores civiles. La dignidad del juez era vitalicia, pero la sucesión no era constante. Había periodos de anarquía sucesoria en los que la república de Israel padecía las anomalías de una falta de gobierno central. Había también unos largos intervalos de despotismo y opresión extranjera y entonces los hebreos gemían sin tener quién los liberase.

  Aunque Dios llamó a varios jueces, con todo, el pueblo escogía por lo general, pero siempre bajo la única dirección divina, al individuo que le parecía más apropiado para que le librase de la opresión y servidumbre. Por otra parte, no había gobierno central: Era demasiado común el hecho de que cada uno hacía lo que mejor le parecía, y como a menudo sucedía que la dura opresión que motivaba la elección de un juez, no se hacía sentir en todo el país, el poder del que salía electo se extendía sólo sobre la provincia a libertar. Así, p ej, la tierra que quedaba al este del Jordán fue la que Aod, Jefté, Elón y Jaír, liberaron y gobernaron; Barac y Tola ejercieron en el norte, Abdón, la parte central del país e Ibzán y Sansón las del sur.

  La autoridad de los jueces era inferior en muy poco a las de los reyes: Eran jefes supremos en la paz y en la guerra decidían causas con absoluta autoridad, eran guardianes de las leyes, defensores de la religión y castigadores de los crímenes, en particular los de la idolatría. Por otra parte decir que no gozaban de salario alguno, ni pompa ni esplendor, ni tenían más guardias, comitiva o convoy que los que podían proporcionarles sus recursos propios.

  La orden de Dios de expulsar o destruir a todos los cananeos, no fue sino ejecutada imperfectamente y los que fueron dejados a salvo, inyectaron a los hebreos su idolatría y sus vicios. El asunto de Micas y el levita, y el crimen de Gabaa que condujo a una guerra de exterminio contra los benjaminitas, aunque se registra al final del libro de Jueces, caps. 17 al 21, tuvo lugar poco tiempo después de la muerte de Josué y manifiesta cuán pronto comenzó el pueblo a apartarse del verdadero Dios. Para castigar esta desviación, el Señor permitió que el pueblo de Mesopotamia y de Moab, junto a todos los cananeos, amonitas, madianitas y filisteos, oprimiesen de forma alterna a una parte de las doce tribus y hasta a toda la nación. Pero al poco tiempo, compadecido por sus sufrimientos, le deparaba uno de los dictadores civiles y militares que antes hemos citado.

  Quince jueces se nombran en la Biblia, empezando por Otoniel, 20 años después de la muerte de Josué, hasta Samuel. El orden cronológico es como sigue: Otoniel, Ehud, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Abimelec, Tola, Jaír, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón, Sansón, Elí y Samuel. El tiempo que gobernaron, parcial o totalmente, fue de 450 años, Hech. 13:20.

  De pronto, el pueblo de Israel se encuentra cansado de tanto mando indefinido y pide un rey, 1 Sam. 8. Pero una de las preguntas más difíciles de contestar para el hebreo del AT, era: ¿Cómo puede una nación tener un rey si Dios ya lo es? Nunca se dio una respuesta satisfactoria y precisamente porque el origen de la monarquía en Israel representó un evidente peligro a la soberanía de Dios en el pueblo. ¿A quién se debía tener una lealtad absoluta y una obediencia completa, a Dios o al rey? No, no seamos ligeros al juzgar al pueblo israelita. Nosotros, como seres adultos que somos, sabemos que hay muchos problemas en la vida que necesitan solucionarse. Los hay en las comunidades, en las iglesias, en las familias amén de los personales y muchos están tan ansiosos en resolverlos que pasan mucha parte del tiempo buscando la solución humana, olvidándose de buscar la divina. Por otra parte hay otros que aún creen que para estos problemas no hay solución y también se abstienen de elevarlos al Altísimo limitando el poder del propio Dios. Pero la verdad es que debemos saber que el Dios Padre se interesa por nuestros problemas y siempre tiene una solución que proponernos.

  Así, los motivos para el establecimiento de la monarquía en Israel eran en parte justificables. Necesitaban un rey para dirigir su ejército, necesitaban un rey para combatir con los reinos vecinos, necesitaban un rey para organizar y unificar las tribus de una nación que, aisladas, eran pasto fácil de los apetitos de los pueblos de los aledaños y alrededores. Sin embargo, no está en nuestro ánimo justificarlos desde aquí por cuanto los libros de 1 y 2 Sam. indican con claridad los peligros de esa monarquía. Dios era su rey y deberían haber contado con él a la hora de pedir uno humano en la seguridad de que recibirían alguna solución viable incluyendo, desde luego, la posible emergencia de un sabio representante capaz de amalgamar a la perfección los factores del problema que motivaron tal insólita petición.

  Por otra parte, tener un rey humano, con las consiguientes ventajas que el hecho aporta, significa la creación de una serie de deberes y perjuicios no previstos como podrían ser: impuestos, servicio militar, obligaciones, etc. Esto perjudicó enseguida a los mismos peticionarios hasta el punto de dividir el país en dos naciones al conjuro de las desgraciadas palabras de Roboam.

  La lección de hoy nos enseña que muchas veces la solución que otros han elegido para resolver sus asuntos y problemas no es la solución ideal que debe escoger el pueblo de Dios, pero sí, desde luego, aprender de las frías experiencias ajenas. Cuando aquellos ancianos de Israel pidieron un rey a Samuel, porque los hijos de éste no andaban por los caminos del padre, se indignó por sentir y considerar que rechazaban a Dios puesto que Él era el supremo y verdadero rey de Israel. En un enérgico y claro discurso les avisó de los peligros de aquella petición, pero ellos insistieron en pedir un rey que los librara de una vez por todas del yugo filisteo, olvidándose de las veces que el propio Dios lo había hecho milagrosamente. Esto, junto al hecho de negar al Señor su realeza, era lo que había sublevado al anciano Samuel.

 

  Desarrollo:

  1 Sam. 12:13. Respondiendo a la reiterada petición del pueblo, Samuel ungió a Saúl, un hombre alto y valiente de la tribu de Benjamín. La primera proeza que debemos anotar en su haber fue que, ante la inminente amenaza de los amonitas, convocó a los varones hebreos y atacó al enemigo al amanecer y por tres frentes divinos. La victoria fue completa y los enemigos, otrora pesadilla de Israel, quedaron dispersos por las montañas.

  En su entusiasmo, el pueblo llevó a Saúl a Gilgal y allí le proclamaron rey de Israel, 1 Sam. 11. Pero lo curioso del caso es que Dios también accede y trata, una vez que está hecho el mal, de hacer lo mejor para su pueblo, por eso Samuel añade: Ya veis que Jehovah ha puesto rey sobre vosotros. Y es que al mismo tiempo que accedía a la petición del pueblo, Dios mandó a Samuel urgir a Saúl como rey. Y el último juez aprovecha la feliz coyuntura de la victoria y su proclamación para recordarles que Dios también ha dado su visto bueno y que, por lo tanto, está jurídicamente encima de él. De ahí que no debemos olvidar que Saúl gozaba de una doble aprobación como rey: el pueblo le aclamó y el Señor lo escogió como el primer rey de Israel. Esta doble aureola siempre protegió a Saúl pues, a pesar de que en su madurez fue un enemigo declarado del joven David, éste nunca se quiso aprovecharse de él y nunca osó tocarle un cabello. En varias ocasiones el padre de Salomón dijo que no podía levantar la mano contra el “ungido de Jehovah”, 1 Sam. 24:6.

  1 Sam. 12:14. Es curioso. Samuel puso las mismas condiciones al pueblo que Moisés y Josué habían puesto años atrás. ¿Por qué? Porque, como ya hemos estudiado varias veces, por ser un pueblo escogido por Dios para una misión especial, tenían la obligación de obedecer sus mandamientos. Pero esta obligación incluía también al rey. Aunque ocupaba una posición especial en Israel, era un hombre frente a Dios, como los demás, argumento sutil anotado por Samuel indicando la fragilidad de la solución decidida por el pueblo que fiaba en las acciones finitas de un hombre limitado por su propia humanidad. Así el rey y su pueblo debían obedecer a Dios.

  1 Sam. 12:15. Tanto como los hebreos del AT hemos de estar atentos a la voz de Dios. No debemos hacernos sordos a la voz de Dios, a la voz del Señor. Samuel con seguridad quiso indicar que Dios hablaba por medio de sus siervos, los profetas. Por lo que el pueblo no podía tener ninguna excusa argumentando que no se portaban mejor porque no sabían cómo. De forma sabia y constante, Dios mandaba y manda a los voceros para indicar su voluntad y refrescar su memoria.

  Y si fuerais rebeldes a las palabras de Jehovah… La palabra, o palabras, de Dios indica la instrucción que ha dado de forma específica. Es importante notar que ellos no tenían necesidad de preguntar a cada momento cuál era la voluntad del Señor porque tenían su palabra ya escrita para orientarles e inspirarles. En la actualidad, con mucha más cantidad de palabra escrita, tenemos mucha más información que todos ellos pero, a la vez, más responsabilidad, porque ya no nos queda ni la excusa de decir que no sabemos leer por cuanto la palabra “entra también por el oír.” Sabemos lo que Jehovah Dios espera de todos nosotros a la perfección y si muchas veces nos decimos o manifestamos como si lo ignorásemos no es por falta de información precisamente. Mientras tanto, las palabras de Samuel flotan en el ambiente: Y si fuereis rebeldes a las palabras de Jehovah, la mano de Jehovah estará contra vosotros como estuvo contra vuestros padres. Samuel les advierte con el recuerdo de lo que había pasado a la generación rebelde en el desierto. Ya hemos dicho antes que la historia debería enseñarnos que la desobediencia trae sus consecuencias. Nuestro rico refranero popular ya nos advierte: “Cuando la barba del vecino veas pelar, pon la tuya a remojar.” Es una lástima que la gente aprenda tan poco de la historia. Todos sabían que a causa de la desobediencia, la gente de la generación anterior había sufrido la opresión de sus enemigos, pero dentro de poco todos, el rey incluso, volverían a desobedecer al Señor. Así que el ciclo se repite una y otra vez…

  1 Sam. 12:16. Para convencer a la gente del poder y la autoridad de Dios que habían desafiado con la petición de un rey Samuel les invitó a presenciar un milagro siguiendo el ejemplo de tantos profetas y hombres de Dios que para demostrar que hablaban en su nombre, acudían al procedimiento del milagro y la señal. Era una manera de convencer a sus oyentes que sus palabras no procedían únicamente de sí mismos, de su propia experiencia local y espiritual, sino de la inspiración de Dios, Éxo. 7-9; 1 Rey. 18. Por otra parte, el hecho de reclamar su atención sobre lo que va a venir, indica el profundo deseo del juez, de Samuel, de conseguir del pueblo el reconocimiento de que sólo Dios era Rey y que Saúl, a pesar de haber sido ungido, sólo era su único representante aunque eso sí de hecho y derecho.

  Esta gran cosa que Jehovah hará delante de vuestros ojos… La clave de esta parte del v la encontramos en las palabras: “Jehovah hará.” Sí, Dios iba a hacer algo grande ante los ojos del pueblo para demostrar que Él aprobaba las palabras de su siervo Samuel y daba el visto bueno a su mensaje. Por eso es tan importante notar en el texto que no es Samuel quien hace el milagro, sino Dios. Deberíamos comprender el estado de ánimo de Samuel. Dios le llamó en su día para gobernar al pueblo y lo había hecho lo mejor que había sabido. De pronto, el rey lo va a desplazar definitivamente y él, sabiendo la voluntad del que lo llamó, acepta este cambio no sólo de buen grado, sino que lo usa para conseguir una mayor bendición para Israel al intentar que no abandonen al que de verdad importa.

  1 Sam. 12:17. Veamos: ¿Creemos que esta lluvia venía como una bendición? No, desde luego. Era más bien una especie de castigo puesto que era la época de la cosecha del trigo como puntualmente se indica en el v. La gente del campo, los sufridos agricultores saben, y la mayoría de aquel pueblo era agricultor, que no era buena la lluvia en aquella circunstancia, puesto que puede agostar el trigo y pudrirlo en su totalidad. Así que no eran lluvias de bendición, como pueden ser las que caen en época de siembra, sino una señal para que el pueblo pueda reconocer su error al pedir un rey y romper con la armonía de la teocracia.

  Ahora bien. Parece como si hubiese una incongruencia en el v. ¿No hemos dicho antes que Dios había aceptado la demanda del pueblo y que el mismo Samuel lo había reconocido y ungido? Cierto. Pero también hemos dicho que, una vez hecho el mal, Dios y el juez electo no podían abandonar al pueblo y que además lo sabemos por propia experiencia, el mal no podía quedar sin castigo por ser éste una consecuencia lógica de aquél. Además, el propio Samuel les recuerda que se miren en el espejo de sus antepasados, que por desobedecer a Dios si vieron en la dificultad de no poder salir del desierto durante 40 años.

  1 Sam. 12:18. Seguramente fue una oración pidiendo a Dios que manifestara su poder para convencer al pueblo de su autoridad. Y Jehovah dio truenos y lluvias en aquel día. Samuel no hizo nada a excepción de la petición, pero Dios se manifestó de forma milagrosa. Sabemos que la fe del AT era una fe en el poder actuante de Dios. Ya dijimos el domingo anterior que la gente se convencía, no de la existencia de Dios que lo daban por hecho, sino porque ellos mismos habían visto sus hechos en la historia.

  Y la lluvia produjo efecto. A causa del milagro “todo el pueblo tuvo gran temor de Jehovah y de Samuel.” Ellos ya sabían una vez más, que debían escuchar y obedecer porque quedaron convencidos de que si obedecían a Dios tendrían bendiciones y que si le desobedecían sin duda sufrirían el consiguiente castigo. Castigo cien veces más eficaz que todas las palabras del mundo juntas porque el humano no escarmienta con los males ajenos, sino con los propios. En el caso que nos ocupa, podemos decir aún que el milagro les infundió respeto por Samuel y por Dios, pero por desgracia la memoria humana es corta y pronto se olvidaron de sus buenas intenciones.

  1 Sam. 12:22. En su corto discurso de despedida Samuel quiso asegurar al pueblo que Dios no iba a abandonarles en aquellos momentos críticos de cambios de poderes; es más, que quedaban bajo el amparo directo del Señor aquellos que lo quisieran.

  Dios no iba a abandonar al pueblo por dos poderosos motivos: (a) Por su “gran nombre.” Había comenzado una gran obra con los hebreos y su reputación frente al mundo estaba en juego ya que para mostrar a las naciones de la tierra que Él y sólo Él era el Rey tenía que cumplir su obra, Eze. 36:21-23, y (b) porque “Dios había querido hacerlos pueblo suyo”, a pesar de su rancia desobediencia, y con el fin de traer una bendición especial para el mundo.

  1 Sam. 12:23. A pesar del hecho de que el pueblo no lo quería, que le había rechazado, Samuel prometió continuar orando por ellos. Dijo otra verdad importante: ¡Todo pecado es contra Dios!

 Antes os instruiré en el camino bueno y recto. Y así fue. Aunque Samuel se retiró de juez y gobernante, se quedó en el pueblo como maestro e instructor.

  1 Sam. 12:24. No reclama para él ni reconocimientos ni oro ni estatuas. Termina su lección con un broche precioso. Debían respetar y servir a Dios porque el hombre pasa a la historia por muy grande que sea y Dios no. Ahora bien, ¿qué significa este temed a Jehovah? Por el vivo contexto sabemos que no es tener miedo, sino que se debe honrar y respetar porque lo merece. ¿Y esto por qué? Pues considerar cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.

 

  Conclusión:

  Es curioso. El motivo principal de servir al Señor es siempre el de la gratitud. Sabemos que Él había hecho grandes cosas para con Israel: ¡Los sacó de Egipto dónde vivían como esclavos y les dio una tierra y una nación dónde vivir! Nosotros, que hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado y conducidos con mano suave a una vida eterna, tenemos más motivos aún para servir al Salvador; así, ¿por qué no lo elegimos por unanimidad Rey de nuestros corazones?

  Oración proclamándole Rey.

DIOS UNIFICA A SU PUEBLO

 

Jos. 24:1-7, 14, 15, 24

 

  Introducción:

  Recientemente hemos leído en la prensa diaria que el nuevo gobierno de Portugal estudiaba la posibilidad de conceder la independencia a Angola y Mozambique porque la gran mayoría de aquellos pueblos la habían pedido hasta con sangre. Mas lo curioso del caso es que las noticias no nos han sorprendido nada porque este siglo se caracteriza por el trasiego, formación y nacimientos de nuevas formas independientes de gobiernos y, en consecuencia, nuevos países.

  Se buscan nuevos horizontes y se trata por todos los medios de descentralizar gobiernos e influencias a causa de la moda y la costumbre indicando deseos separatistas de unos pueblos que tienen las mismas raíces étnicas e históricas. Sin embargo, Dios trata y consigue unificar a su pueblo. Y lo hace de mil maneras. Para Él que lo puede todo, el plan no debe parecernos extraño, pero juzgado bajo nuestro prisma y bajo nuestras limitaciones, celos, envidias, rencillas y rencores, la cosa ya es mucho más extraordinaria. P. ej. la unidad básica de la Iglesia Evangélica es un milagro de la gracia de Dios. Es bueno y maravilloso ver a personas tan diferentes unidas gracias a Cristo. Algunos tienen mucho dinero, otros poco; algunos tienen estudios mientras que otros apenas si saben leer y escribir, algunos trabajan en la industria, otros en la agricultura; algunos hablan idiomas, otros no saben bien ni el suyo; algunos son negros, otros blancos, pero todos están unidos por su fe en Cristo y su deseo de servirle.

  La lección que hoy nos ocupa trata del llamamiento de Josué al pueblo de Israel en aquel memorable culto que confirmaba su pacto con Dios. Josué se limitó a plantear la cuestión que cada uno de nosotros tiene que enfrentarse: Distinguir entre los dioses falsos y el Señor verdadero. A nivel individual, cada ser tiene que escoger a quien servir para que después, como pueblo, determinar su trayectoria histórica en el bien entendido de que si no se escoge al Dios vivo y real, automáticamente uno se queda al servicio de cualquier dios falso. No hay otra opción, no hay otra posibilidad. O se entra en la estancia o se sale, ya que el dintel no puede cobijar a nadie. El pueblo de Israel, al tomar la decisión correcta, se preparó para dar testimonio de la existencia del Único a todos sus perdidos países vecinos.

  De la misma manera, hoy, todos aquellos de nosotros que escogimos un día servir al Cristo crucificado y que, por lo tanto, sabemos a quien servimos, estamos obligados a ayudar a otros a distinguir entre lo bueno y lo malo. En un mundo de tanta indecisión e incertidumbre hay necesidad de que cada persona, cada familia cristiana, diga con voz alta y clara: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah!

  Ahora vamos a estudiar una experiencia en la vida de la nación de Israel. Recordemos que los hebreos salieron de Egipto rumbo a la tierra prometida bajo la dirección de Moisés, pero a causa de su pecado tuvieron que pasar 40 años en el desierto antes de ocuparla. La acción de la lección de hoy la situamos en la misma frontera de Palestina. Aquellos numerosos descendientes de Abraham se hallan listos a entrar en la tierra santa con Josué como caudillo. Ha llegado el momento. Todo aquello que hasta entonces había sido sólo una promesa, estaba a punto de convertirse en una hermosa realidad. Desde el punto donde estaban se podían ver los valles y ríos, leche y miel, que pronto serían suyos. Van avanzando, cruzan milagrosamente el Jordán y poco a poco van adentrándose en aquel bello paisaje, venciendo pueblos y dificultades, viendo la mano de Jehovah en cada obstáculo superado. Un buen día se topan con Siquem, pero no había sido fruto de la casualidad. Josué los ha guiado hasta allí porque era un sitio ideal para tener la reunión de la asamblea nacional. Por otra parte, era un antiguo santuario conocido por Abraham, Isaac y Jacob, Gén. 12:6, 7; 33:18-20; 35:2-4, y además estaba en el mismísimo centro de la futura tribu de Manasés del sur y como consecuencia, en el centro aprox. del futuro país; sin olvidarnos tampoco del singular detalle por el cual, desde aquella ciudad, todas las tribus podían convergen fácilmente.

 

  Desarrollo:

  Jos. 24:1. El propósito de esta importante reunión era el de confirmar el pacto que Dios había hecho con el pueblo, por lo que esta reunión es muy parecida a aquella otra del Sinaí, cuyo inicio, desarrollo y conclusiones estudiamos el domingo anterior. Y tal y como Moisés llamó al pueblo a escuchar las condiciones del Pacto y después iniciar su disposición, Josué convocó a los representantes de todas las tribus en Siquem. El momento era solemne, y el caudillo quiso que escucharan de nuevo los hechos de Dios que habían resultado de forma más espectacular en su fuerte liberación de la esclavitud y como consecuencia, darles la oportunidad de escoger a que Dios iban a servir a partir de aquel momento de inicio de la mayoría de edad. Y tal como el pueblo hebreo había hecho 40 años antes se presentaron delante de Dios. Notemos que no se nos dice delante de Josué, como lo fue en efecto, sino delante de Dios, porque estaba perfectamente claro que aquél estaba al servicio de Éste.

  Esta vez el lugar es Siquem, no Sinaí y el caudillo es Josué, no Moisés, pero el propósito era igual, el mismo: ¡Escuchar los mandamientos de Dios y decidir si querían obedecerle o no! Pero aquí hay algo más: ¡No importa tanto el mensajero como el mensaje!

  Jos. 24:2. Josué empezó a relatar todo lo que Dios había hecho para llevarles allí en ese momento. Es curioso notar que en un aspecto importante de la fe del AT es que el Señor obra a través y por medios históricos. Todos los profetas y siervos de Dios no llamaron nunca al pueblo a creer en las doctrinas de Dios, sino en los hechos de Dios. Nunca se encontraron con el moderno problema de pensar si el Señor existía o no, al contrario, a través de la reciente historia podían ver las obras de Dios. Josué contó desde el principio los hechos gloriosos de salvación que el Señor había obrado a favor de los judíos, no tanto por el hecho de serlos como por el haber sido escogidos para el ministerio vivo y especial de ser portavoces.

  Vuestros padres habitaron… al otro lado del río… Esta es una expresión curiosa que se halla en muchas partes de la Biblia y significa obstáculo insalvable humanamente hablando en la época. ¿De qué río estaban hablando? Del Jordán, claro, pero también podría referirse al Éufrates, o sea Mesopotamia, puesto que Taré, padre de Abraham, era oriundo de allí. ¿Cuál es la circunstancia sobresaliente que Josué quería indicar con la frase “al otro lado del río?” Pues que tanto Taré como sus vecinos adoraban con seguridad a dioses falsos. Y Josué les recuerda el detalle para hacerles comprender cuán maravilloso resultaba el hecho de que Dios, el Dios verdadero, los hubiese escogido a pesar de sus antepasados idólatras.

  Jos. 24:2. Josué les recuerda de nuevo que siglos antes Dios había escogido a Abraham, lo había sacado del error y el paganismo y lo había traído a la misma tierra dónde estaban reunidos. El llamamiento de Abraham es uno de los momentos más altos en la historia del mundo. Jehovah Dios le instó a abandonar la seguridad de su familia, su patria y todas sus posibilidades de prosperar y le invitó a ir a un país no conocido prometiéndole a cambio, eso sí, grandes hechos y bendiciones, incluyendo la mejor: Gén. 12:1-3. Pero si la cita es para nosotros grandiosa, para aquellos seres tenía un valor incalculable. Eran descendientes directos y de sangre y además, estaban ante de la realidad palpable del inicio del cumplimiento de la promesa.

  Siguiendo con su exposición, Josué les hizo ver que la obra de Dios estaba abarcando el propio llamamiento de Abraham, el milagroso nacimiento de Isaac y su propia presencia en aquel lugar.

  Jos. 24:4. Para que no tuviesen ninguna duda acerca de la realidad de la promesa, Josué continúa diciendo que en las fortunas de los dos hijos de Isaac también se veía la obra y la mano del Señor. Es cierto que los edomitas se perdieron en la historia, pero lo hijos de Jacob, hijo directo y heredero de las promesas, fueron a Egipto en las circunstancias de todos sabidas y así Dios continuó su obra a través de ellos. Este v tuvo el propósito de explicar a los judíos jóvenes cómo y de qué manera sus antepasados llegaron a Egipto.

  Jos. 24:5. Con breves palabras Josué describió el hecho más grande de la historia de Israel: Cómo Dios tomó una multitud de esclavos y los libertó de forma milagrosa para formar un nuevo pueblo con la exclusiva misión de ser sus representantes ante el mundo. Aún debemos decir que este v abarca la persecución de los hebreos, el fiel llamamiento de Moisés, las diez plagas, la primera Pascua y la concreta salida de Egipto. Pero lo que es más notable es que con este yo envié a Moisés, instrumento humano, Dios sacó a su pueblo de la servidumbre a la libertad.

  Jos. 24:6. La Biblia no describe nunca el éxodo como una victoria del pueblo hebreo, siempre se relaciona con una obra maravillosa del Señor porque fue precisamente Dios quien “sacó” con su poder al pueblo de las manos de sus opresores. No obstante, históricamente hablando, los egipcios no querían perder esta fuente de mano de obra barata y siguieron a todos los hebreos con el propósito de lograr esclavizarlos de nuevo.

  Jos. 24:7. Los antepasados de aquellos judíos eran los testigos oculares del milagro de la liberación de Egipto y a través de aquellos cuarenta años guardaron el recuerdo vivo de cómo Dios les abrió paso por el mar Rojo y más tarde lo cerró encima del ejército egipcio, demostrando con ello que la nación no se estableció a causa del valor de su pueblo, sino por el poder del Señor. Siempre fue igual, el triunfo no era de los caudillos humanos, sino que Jehovah triunfaba sobre los ejércitos de todo el mundo. Por eso los hebreos no olvidaron nunca que si no hubiera sido por la gracia de Dios todos hubiesen perecido.

  Jos. 24:14. Después de contar uno por uno todos los milagros que Dios había hecho con ellos, Josué animó al pueblo a servirle con lealtad absoluta. El santo pacto con Israel tenía dos partes esenciales como sabemos: (a) El pueblo tenía que reconocer que Dios les había salvado del yugo de la esclavitud, y (b) ellos tenían que servirle incondicionalmente y obedecerle siempre, eso aunque pasase lo que pasase. Por eso este v es una llamada extraordinaria. Josué invitó al pueblo a servir a Jehovah con lealtad absoluta y al mismo tiempo él anunció un gran principio fundamental: Tenían que dejar de servir a los dioses paganos de sus lejanos padres para servir al Dios verdadero. Pero la real importancia de este v radica en el hecho de que encierra todavía este mismo principio válido para nuestras generaciones, cerca de 4.000 años más tarde. Tenemos que quitarnos de encima aquellos dioses falsos que pueden ser de dinero, egoísmo, materialismo, servilismo y servir únicamente al Dios verdadero. Y debemos hacerlo porque Él desea nuestra lealtad absoluta no aceptando una lealtad dividida. Es más. Josué hace hincapié en un gran principio que Moisés estableció en los discursos finales del libro de Deuteronomio. Es el principio que la obediencia a Dios trae bendición y prosperidad al pueblo, mientras la desobediencia resulta siempre en juicio y ruina. Y pone la alternativa delante del pueblo haciéndoles saber, una vez más, que podían escoger libremente a quien iban a servir y también, que las consecuencias de la desobediencia son inevitables.

  Jos. 24:15. Este v debe ocupar lugar entre los grandes discursos del mundo. Es uno de los desafíos más nobles lanzados por unos labios humanos. Josué el caudillo actual, manifestó su profundo respeto por la libertad de cada ser humano de decidir su curso determinado; que cada uno, en suma, puede decidir por sí mismo a quien va a servir. El hombre, tan sagaz para elaborar excusas ante cualquier nuevo aspecto de la vida, no puede eludir aquí la responsabilidad de escoger. Sabemos que la vida nos presenta muchas decisiones y a veces es difícil saber distinguir entre lo bueno y lo malo, pero la decisión se toma, debe tomarse, de todas formas porque el hecho de no escoger el camino mejor implica, significa, que hemos decidido seguir por el camino viejo con los errores y problemas de siempre.

  Pero debemos fijarnos en el detalle elocuente de que Josué dijo que ya no era cuestión de la nación, sino que cada persona tenía que escoger a partir de aquel santo momento el dios de su vida. Cierto que podían elegir los dioses paganos de sus antepasados, incluso los dioses de los cananeos en cuya tierra acababan de entrar; pero era mucho mejor el hecho de valorar sus varias oportunidades y su proyección de futuro como nación: “Sí, podían elegir al Dios verdadero y a fe que lo harían, porque Josué aún decía: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah! Así que este líder no dejó al pueblo sin ninguna ayuda para tomar una decisión tan importante. No. Les dio el buen ejemplo de un gran caudillo. No se retiró aparte para ver si escogían bien o no, sino que habló alto y fuerte: “Yo ya he decidido.” Y vosotros podéis hacerlo ahora. En este v. se ve bien clara la importancia que tiene un ejemplo sincero y sin rodeos y si bien el buen siervo de Dios con su familia habían decidido servir al Dios de Abraham, ya no puede hacer nada más. Ahora, a partir de aquel momento, cada uno tenía que decidir quien iba a ser la cabeza invisible de cada núcleo familiar, de cada tribu y de toda la nación.

  Jos. 24:24. Animado por el noble ejemplo de Josué y su familia, el pueblo respondió de la única forma que lo hace siempre cuando le hablamos por boca y deseo del Señor: prometiendo su lealtad y obediencia a Dios. Porque, lo repetimos, el objeto de su obediencia, de su lealtad, no iba a ser un dirigente humano como Moisés o como Josué sino el Jehovah Dios eterno. Y aquellos judíos, como sus padres anteriormente, afirmaron su pacto en la ciudad de Siquem y teniendo como testigo a Josué pero teniendo el mismo propósito: ¡Manifestar su fija lealtad a Dios y prometer una obediencia para siempre!

  Pero sabiéndolos humanos, el buen Josué les hizo recordar la importancia de aquel acto, diciendo: He aquí esta piedra… será pues, testigo contra vosotros, Jos. 24:27.

 

  Conclusión:

  Aquí tenemos la personalidad extraordinaria de Josué como un ejemplo a quien deberíamos seguir en todo momento. No sólo sabía donde estaba el camino indicado, sino que se puso en la teórica encrucijada del mismo para hacer de poste indicador de la buena dirección. ¡Qué poca gloria guardan los hombres para los postes indicadores en las carreteras! A menudo aparecen ajados por el tiempo y descuidados, pero ¡qué haríamos sin ellos en caminos desconocidos! Pues eso debemos hacer nosotros. El creyente no es otra cosa que un mero poste indicador y cuando tratamos de buscar un oficio espiritual mejor, con más gloria, nos equivocamos porque no es nuestro sitio. El Señor nos ha escogido, como en su día escogió al pueblo de Israel, para serle embajadores, lumbreras, atalayas fieles y postes indicadores… para nada más. No olvidemos nuestro verdadero trabajo, como lo hizo en su día el pueblo de Israel, porque en cuanto lo hacemos creemos enseguida que Dios nos escogió por nosotros mismos y eso que entonces estábamos perdidos como lo estuvo en su día el pueblo de Israel.

  Hoy es un buen momento para tomar una decisión: ¡Escoger hoy a quien sirváis, que yo y mi casa serviremos a Dios!

  Amén.

DIOS LIBRA A SU PUEBLO

 

Éxo. 3:7-10; 19:3-8

 

  Introducción:

  En primer lugar debemos dejar bien sentado que Dios entiende los problemas del hombre hasta sus más íntimas consecuencias y actúa para aliviar todas las dificultades por las que pueda estar pasando sin olvidarnos de que Él, se da, se ofrece en cualquier circunstancia a hacer un pacto con este último condicionado tan sólo a la sana obediencia. Ha sido necesaria la inserción de esta premisa porque aún hay adultos que piensan que nadie cuida de ellos o cuando menos, que nadie se interesa por ellos. La verdad es que reconocemos que a veces la Iglesia y ciertos hermanos no tengan el deseo de ayudar a otros como deben. Sin embargo, esta lección nos enseña con claridad que Dios entiende y está listo para intervenir en el mundo en favor de cuantos hombres se entreguen a Él. Dios siempre está dispuesto, además, a librar a cualquiera de su pecado, su problema o cualquier otro tipo de dificultad. Pruebas de lo que estamos diciendo la constituyen sin duda muchos de los ejemplos anotados en la Biblia y en nuestra propia conciencia particular. Entre los primeros podríamos citar tras un largo etc. a Eliseo en el sitio de Samaria, 2 Rey. 6:24-7:20, Jeremías en la cisterna, Jer. 38:13, los tres amigos de Daniel en el horno ardiendo, Dan. 3, el mismo Daniel en el pozo de los leones Dan. 6, Pedro en la cárcel, Hech. 12:6-19, Pablo y Silas en la de Filipos, Hech. 16:11-40, y en el segundo, nuestra salvación por encima de cientos y cientos de ayudas que, precisamente, por ser particulares, no describimos por no cansarles.

  Además, en la lección que nos ocupa y en la vida diaria, Dios usa a algunos para ministrar a otros. Condición esta última que tenemos muy olvidada por creer que Dios sólo puede escoger a prohombres para tamaños propósitos, cuando Él nos ha dejado dicho a través de cientos de ejemplos, palabras y actos, que sólo su ministerio es importante y que el hombre no es ni más ni menos que un embajador suyo y que por lo tanto, cualquiera de nosotros pudo, y de hecho podemos, haber sido o ser llamado para semejante menester. De todas formas creemos necesario sobresaltar el hecho de que todos y cada uno de estos llamados a ministrar en bien de los demás, no están hechos al azar, sino que son más bien el fruto de un plan divino perfecto que tiene como resultado la localización del individuo más apto y eficaz para llevarlo a cabo con éxito.

  Por eso es tan importante conocer todos nuestros talentos y vocaciones porque, a veces, el objetivo remoto nos tapa el cercano, tergiversando así el propio mandato de Dios. Se cuenta de un joven cristiano que después de leer y saber que en ciertas partes del continente africano hay mucha necesidad de atención médica, le dijo a su pastor que él sería médico misionero en África. Su pastor oró por él y le felicitó, pero luego le dijo: “Oraré de nuevo para que tus deseos se cumplan, pero ahora, mira, ven conmigo, visitaremos un barrio de nuestra ciudad que no conoces.” Cuando fueron, el joven no podía creer lo que veía: La pobreza y la enfermedad eran terribles y su alma se llenó de compasión. Viendo su reacción, el pastor de dijo: “No hay mejor manera de prepararte para tierras lejanas que el sentir compasión y ayudar a los desdichados que viven cerca de tu casa.” El joven resolvió hacer algo desde aquel instante para aliviar la situación de los oprimidos de su ciudad.

  Ahí está el meollo de la cuestión y puesto que la lección de hoy nos enseña que nuestro Dios obra en la historia del mundo, abundamos en la idea de que también usa seres humanos como instrumentos para llevar a cabo sus propósitos. Pero para que haya un enviado tiene que haber un motivo y el que hoy nos ocupa se trata nada menos de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. Naturalmente, el gran mensaje del libro de Éxodo es que Dios libra a su pueblo de la costra de la esclavitud indicando con ello la gran semejanza que existe entre este libro y el Evangelio. En ambos casos vemos a nuestro Señor obrando por medio de hechos históricos para librar a los oprimidos y esclavizados. En ambos obra a través de un mediador quien es su instrumento en la tierra. En ambos establece un pacto con su pueblo para hacerles recordar por siempre que son sus hijos escogidos.

  Por eso esta lección nos enseña la compasión que Dios tiene para con los que sufren esclavitud: ¡Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestro sufrimiento! El humo de nuestro llanto llega hasta su trono y le hace intervenir. Entonces vemos como Dios ha intervenido e interviene en la historia de una forma maravillosa, tanto es así que se pueden ver su salvación y su cambio de situación. Del mismo modo, el pueblo de Israel comprendió que Jehovah les había escuchado, salvado y tomado como pueblo. Así, el pacto de Sinaí sirvió para hacerles recordar su liberación y su conversión en un pueblo escogido, un reino de fieles sacerdotes y un ejército de atalayas.

 

  Desarrollo:

  Éxo. 3:7. De todos son conocidas las circunstancias en las que Dios dice estas palabras a Moisés en Horeb, por lo que no vamos a repetirlas, pero sí debemos decir que este v enseña una de las verdades más grandes de las Escrituras: Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestros sufrimientos. Los verbos utilizados encierran la verdad de que Él se interesa personalmente en las angustias de su pueblo. No hay nada aquí que dé idea de “Ser Supremo”, ni de “Gran Creador”, ni de “Ser Inalcanzable”, sino más bien de “Padre Amoroso.” Sí, Dios es nuestro padre el cual ha visto nuestra aflicción, ha oído nuestro clamor y ha conocido nuestras angustias. La liberación que resulta de este extraño conocimiento no es algo de suerte o capricho, como ocurre cuando uno se libra de un accidente industrial o automovilístico por pura suerte. Al contrario, Dios interviene personalmente para salvar a su pueblo de su sufrimiento.

  Éxo. 3:8. Es la primera vez que la Biblia menciona el hecho de que Dios puede intervenir en la historia humana para salvar. Lo curioso del caso es que el v se relaciona mucho con 2 Cor. 5:19, porque en ambos se mira, se contempla el mismo asunto: ¡Salvar al pueblo escogido! Dios se preocupa por nosotros y entra en el mundo de los hechos para aliviar nuestro sufrimiento porque es una verdad conocida que el mensaje de la Salvación bíblica, no habla de una idea acerca de Dios, ni siquiera de una creencia sobre Dios, sino que proclama que el propio Dios entra en persona en nuestras circunstancias para poder ayudarnos. En el ejemplo práctico que estamos estudiando, el Señor prometió dos cosas sobresalientes, pues iba a librar a los israelitas de la dura esclavitud y a ponerlos en “una tierra buena y ancha.” Para ellos, que no tenían patria, el hecho de serles prometido un hogar propio tendría la virtud de llenarles de gozo, del mismo modo que a nosotros nos llena de consuelo y alegría el pensar en nuestra propia “tierra prometida.”

  Una palabra más sobre este mismo v.: Tierra que fluye leche y miel significa una tierra fértil que da abundantes cosechas con la idea implícita de poco o ningún trabajo. Los pueblos citados son otras tantas tribus que por aquel entonces habitaban las distintas regiones de Palestina.

  Éxo. 3:9. Dios es muy consciente del sufrimiento de su pueblo. No está sordo a nuestros gemidos y responde en siempre al claro sincero del mismo. He visto la opresión, dice el v. La base del hecho más grande en el AT es la comprensión por Dios de un hecho social: ¡La opresión de un grupo por otro grupo! En la actualidad, muchos de los que dicen que el cristianismo no ofrece nada a la gente en su miseria y dolor no lo reconocen, pero Dios oye el clamor de la injusticia social que procede de cualquier parte del mundo. Y nosotros tenemos la convicción de que es así porque el hecho de ver el sufrimiento de los inocentes y acudir en su ayuda es la razón inherente a la naturaleza divina.

  Esta es una de las doctrinas importantes del cristianismo: El Señor sabe lo que pasa en las vidas. Por lo tanto, no debemos decir nunca que nadie nos entiende, que nadie conoce o sabe los problemas que tenemos que soportar. Lo repetimos una vez más y lo repetiremos cuantas veces sean necesarias porque es muy importante que entendamos que el Señor Jesús conoce nuestros problemas, que comprende bien nuestras luchas, que entiende nuestros fracasos y que detecta nuestras decepciones de la vida diaria para que, de esta forma, ganemos la suficiente confianza para poder adorarle de forma continua. Leemos en Mat. 6:7, 8, que incluso antes de orar Él ya sabe de qué cosas tenemos necesidad. Nada le pasa desapercibido porque su más íntimo gozo lo constituye, precisamente, en dar bendiciones para sus hijos, Luc. 11:13.

  Éxo. 3:10. Este v constituye lo que se ha dado en llamar el comienzo de la selección de Moisés para ser libertador del pueblo hebreo. Ya hemos dicho antes que para hacer grandes obras, Dios emplea instrumentos humanos. En la Biblia el concepto del llamamiento divino se repite una y otra vez. La lista de los llamados por nuestro Dios es muy larga; comienza por Abraham, continúa con Moisés, Samuel, David, Amós, Isaías, Jeremías, Pedro, Juan, Pablo y más. Sabemos que hoy día Dios llama a personas para servirle como instrumentos especiales que le hagan tareas varias o distintas y objetivos diferentes. Todos no somos líderes, pastores o evangelistas. Muchas veces Él llama a un fiel miembro de iglesia para ser maestro, diácono, visitador, portero o simplemente, preparador de los utensilios de la Cena, no importa qué actividad. Lo importante es conocer que Dios emplea agentes humanos para obras divinas y que cuando nos sentimos llamados, responder como otros ¡Señor, envíame a mí!

  Para librar a su pueblo de Egipto, Dios escogió a Moisés para ser su agente. Ahora bien, ¿fue escogido al azar? No, pues era la persona más preparada para hacerlo a pesar de sus excusas iniciales. Sabía el idioma y las costumbres de los egipcios por haber sido criado como un príncipe de la casa real. Conocía el desierto de Sinaí por haber vivido muchos años allí después de haber huido de la capital egipcia. La montaña donde él recibiera el llamamiento era la misma dónde los israelitas iban a conseguir los Diez Mandamientos de Dios. Así, Moisés era el hombre ideal para librar a su pueblo. Pero erraríamos del todo nuestro papel si terminásemos aquí. ¿Qué lección podríamos sacar de tan sonado llamamiento? Pues sencillamente que si bien es cierto que Dios nos llama para desempeñar determinado papel, no es menos cierto que Él escoge a quien está preparado para tener éxito.

  Éxo. 19:3. Después de un viaje largo y difícil, Moisés fue y dirigió a los hijos de Israel a la misma montaña donde él recibió su llamamiento para librarlos de la esclavitud de 420 años. Ahora sube a la cima para recibir las voces e instrucciones que Dios tenía que dar al pueblo acerca de la obediencia del mismo modo que él lo hizo acerca de la obra de su liberación.

  Éxo. 19:4. Esta sección es un llamado a prepararse para un vital encuentro con Dios. Al propio tiempo es una clara invitación a aparecer delante de Él, para escucharle y establecer una nueva relación a través de un pacto. Así, estos vs. son un breve resumen de los caps. 19 al 24. En primer lugar Dios invita a los hebreos a pensar en su liberación y en las condiciones extraordinarias que concurrieron, por lo que pueden dar fe ya que ellos mismo han visto el poder del brazo del Señor. Luego, bien preparados van a dar fe de que el pacto divino no va a ser teórico, sino práctico y demostrable por hechos históricos. Si Dios ha sido capaz de sacarlos del atolladero que los ahogaba, era también capaz no sólo de darles una buena ley, sino de llevarles en paz hasta la frontera de la tierra prometida.

  Éxo. 19:5. Puesto que Dios ha hecho todo para asegurar su salvación, impone la condición: ¡La obediencia! El mandamiento principal era y es obedecer su voz y su voluntad. También debían “guardar” el pacto en el sentido que Dios mandó a Adán y Eva “guardar” el jardín de Edén. Debían cuidarlo como una cosa sagrada. Ahora bien, ¿en qué consistía el pacto? Por parte de Dios, sus promesas. Por nuestra parte, obediencia, fe y lealtad. Así dice: Vosotros seréis mi especial tesoro. ¿Qué nos quiere decir? Desde luego, no que Dios piensa más en Israel que en otros pueblos, sino como Él explica más adelante, los elige para que comuniquen a otros su voluntad, gracia y salvación.

  Éxo. 19:6. Este v es de suma importancia porque es el único lugar del AT dónde se enseña esta idea tan buena e importante. El sacerdote tenía dos misiones principales: Tenía que vivir una vida consagrada a Dios y tenía que ser mediador entre Dios y el hombre. Pero aún hay más, el deseo de Dios es que todo el pueblo cumpla esta misión por lo que tenía que ser una nación consagrada y atraer al mundo hacia el Señor. Por eso, por eso mismo, llamó al pueblo de Israel, no para que ellos tuviesen más bendiciones que los demás, sino para que fuesen canales de bendición para todos los pueblos de su entorno. Esta doctrina no nos es desconocida. Se halla también en el NT, en 1 Ped. 2:5, 9. Así que nosotros también tenemos una misión especial y debemos manifestarla a través de la consagración y evangelismo. No podemos olvidar que somos un reino de sacerdotes. Pero no unos pocos de nosotros, sino uno a uno, cada uno, por lo que debemos cumplir lo mandado.

  Éxo. 19:7. En esta ocasión Moisés ejercía el oficio de profeta. Al bajar del monte explicó al pueblo todo lo que había oído de Dios. Del mismo modo, el hombre que tiene mensaje divino debe comunicarlo enseguida a los demás.

  Éxo. 19:8. Este v es la profesión de fe de Israel. Acaban de comprender las cosas grandes y maravillosas que Dios ha hecho con ellos y sin discutir o poner condiciones, responden con una sola palabra de obediencia: ¡Haremos! Notemos que no hay otra respuesta posible porque nuestro Dios lo ha hecho todo. Sus mandamientos son justos y Él tiene todo el derecho de pedir obediencia porque acaba de salvar al pueblo de una esclavitud de cuatro siglos.

 

  Conclusión:

  Este es el secreto de una vida feliz y con propósito, pues si decimos bien fuerte: ¡Todo lo que ha dicho Jehovah, haremos!, tendremos la seguridad de que Dios nos va a cuidar pase lo que pase y guiar hacia un destino feliz: ¡La tierra prometida!, cuya capital es la Jerusalén celestial.

  Amén.