ESTUDIOS II

ESTUDIOS II

 

De nuevo ante el ordenador

para prologar una recopilación

y de nuevo ante el problema que entraña

semejante aventura pues dar

paternidad a una cosa que no va a ver la luz,

es enormemente decepcionante.

Así que iniciamos la edición de este grupo

de estudios sólo con fines de conservación y archivo.

Decíamos en el prólogo del libro Estudios I:

Siempre nos ha gustado guardar todo aquello

en que hemos empleado nuestro tiempo

porque, al hacerlo, hemos tenido una pequeña

satisfacción y nos ha hecho pensar que

no hemos perdido el tiempo del todo.

Y en eso estamos.

La mayoría de estos trabajos están dedicados a la

Escuela Dominical, lo cual indica que hemos

dedicado otro año completo a este ministerio.

¡Gracias al cielo también por esta

segunda oportunidad!

061913

bou2

 

 

 

 

Barcelona, 14 de diciembre de 2001

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Nota: Hemos incluido aquí los estudios 050248, 49, 50, 51 y 52, del Libro Estudios I (051728, bou24), debido a su extensión. Otra: También hemos ordenado todo el material por fechas en vez de por matrículas, para evitar los saltos narrativos.

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71 LA PROFUNDIDAD DE NUESTRA CONDICIÓN PERDIDA

Gén. 3:6-8; 2:17; Rom. 1:18-3:23; Efe. 2:1-3, 11-13; Stg. 1:13-15

  Introducción:

¿Cuántos de los presentes somos salvos? Levantemos el brazo. Pues bien, uno de los más graves peligros con los que cada día hemos de luchar es el llamado conformismo. ¿Quién no recuerda la ferocidad del primer amor con Cristo? ¿Lo hemos olvidando?

El estar sin hacer nada en la Iglesia nos hace olvidar la primera premisa en la que se basa toda la teoría cristiana: Hemos sido salvos del pecado por la gracia. Hubo una época en el mundo, por cierto no muy lejana, en la que la terrible poliomielitis hacía estragos. No había casi ninguna familia que no conociera en su carne o en la de sus amigos algún caso que viniese a sumar la preocupación de una cruel enfermedad a cuyas garras se sentían indefensos. Pero un buen día, el Dr. Salk descubrió la vacuna que le hizo famoso y poco a poco su aplicación en dosis masivas archivó la enfermedad como plaga. Dentro de poco tiempo habrá ya una generación que ni temerá a la polio y lo que más triste, ya nadie se acordará del nombre del doctor porque es muy difícil recordar cualquier remedio cuando el mal ha desaparecido.

 

Desarrollo:

Nosotros que sabemos de la existencia de un Padre, que ha descubierto la vacuna que nos inmuniza del mal y de la muerte, jamás podremos olvidar el sensible pinchazo de la jeringuilla, del primer amor, de las lágrimas derramadas en el día glorioso en el que confesándonos pecadores miramos la cruz cara a cara. Es muy necesario pues, de tanto en tanto, volver a escarbar en la profundidad de la fatal condición perdida del hombre: ¡Estar perdido es estar separado de Dios! Gén. 3:6-8.

Antes de adentrarnos más en este precioso relato vital en la vida de Adán y Eva, debemos pararnos un momento y buscar una definición para la palabra “pecado”. La palabra es una fiel traducción de muchas otras hebreas y griegas. Veamos alguna de las ideas o acepciones más comunes: (1) Pecar es no dar en el blanco si pensamos en términos guerreros, o equivocar el camino si de viajar se trata. Así, en términos espirituales, pecado es fallar o no hacer algo bien en relación a Dios o al mismo hombre. (2) Pecar es, pues, rebelarse contra un superior o deslealtad a un acuerdo tomado. Sabemos que la vida en sí está basada en un pacto y el pecado es la violación de ese pacto, y (3), existe además la idea que roza la esencia en sí del pecado y que, sin duda, nos puede ayudar a definirlo. El pecado como tal cambia el estado y aún la naturaleza del hombre. Sí, cuando el hombre peca deja de ser inocente para convertirse en culpable. No hay vuelta de hoja. De blanco en negro. Aquí debe quedar claro que no sólo nos estamos refiriendo al sentido legal del pecado como podría ser si robamos o matamos, sino al espiritual: Cuando uno peca su alma es la que enferma.

  Y es pisando este terreno cuando debemos considerar la ética del pecado: (1). Así, para ser pecador es necesario ser persona responsable, sabiendo el bien y el mal. Los niños y los adultos que no tengan sus facultades mentales en buen estado, no pecan. ¿Por qué? ¡Porque no son responsables! (2) Y para existir el pecado ha sido preciso una revelación que nos indicara que lo era o no. En otras palabras, pecar no es sólo el desobedecer un deseo oculto o desconocido de Dios, sino uno que nos ha sido revelado, ampliamente revelado. De manera, que si ignorásemos que el no amar al prójimo es un pecado, no pecaríamos, puesto que el pecar es precisamente saber hacer el bien y no querer hacerlo. (3) La existencia de la desobediencia premeditada.

El hombre tiene la voluntad de decidir como libre que es y por consiguiente si el hombre peca es a sabiendas que lo hace. Pero profundizando aún más, hilando más fino si cabe, veremos que la raíz del pecado es la incredulidad. En el relato del Génesis que hemos leído vemos que los protagonistas son Adán y Eva. Ambos fueron hechos a la imagen del Señor y, por lo tanto, responsables de su futuro. Lo tenían todo a su favor. Tenían un jardín bien regado y surtido, así que el alimento y la libertad les pertenecían. Tenían el/la compañero/a ideal y gozaban de la paz con Dios y consigo mismos. Pero el Señor les había puesto una restricción: ¡No comer del árbol de la ciencia del bien y del mal! ¿Por qué esta prohibición? Porque el día que comieres de él, ciertamente morirás, Gén. 2:17.

Antes de pasar a desgranar la tentación en sí de Adán y Eva es bueno que nos fijemos en ciertas actitudes en torno al pecado que, por ser tan sutiles, muchas veces nos pasan desapercibidas. (1) Existe cierta tendencia a pensar que el pecado es necesario para el crecimiento moral y hasta indispensable para alcanzar la madurez del adulto. Es muy corriente oír decir: Sé que está mal lo que hago, pero, ¡qué aburrida sería la vida sin hacerlo! Sin embargo el pecado nunca ha traído consigo más que muerte y separación. El mismo Jesús nos dio el ejemplo, puesto que fue tentado al máximo y prefirió servir a Dios antes que al diablo y lo venció destrozando esta primera teoría. (2). Es otro enorme error nuestra tendencia de echar todas las culpas de nuestro pecado al autor de la prohibición, al Señor. ¿Se nos podría culpar a nosotros cuando usando nuestra propia experiencia aconsejando a nuestros hijos mayores ante cualquier actitud de su vida y se equivocan a pesar de todo? Sí, queremos lo bueno para ellos, del mismo modo que Dios quería lo mejor para su Adán: Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.

La tentación de Adán y Eva fue personal y se hizo visible por medio de la serpiente y el diálogo que envuelve toda la escena es de un contenido tan actual que siempre que leemos este relato nos asombramos. Veamos:(1) Eva se dio cuenta enseguida de la prueba que le fue presentada. (2) La serpiente afirmó con toda seguridad: ¡No moriréis! (Eva se encuentra con el dilema eterno de enfrentar la palabra de Satán con la de Dios). (3) La serpiente descargó su golpe maestro donde sabía que haría daño. Donde sabía que existía la duda. Entró en su mente con la idea de que Dios no basaba la prohibición del amor al hombre, sino para evitar que éste se convirtiera en Dios mismo.

Así que la puerta del pecado es la duda, ¡líbrenos de ella Dios! Notemos que es interesante ver que después de este punto en la tentación de Eva, la serpiente no agregó nada más. Sí, había dejado caer la gota justa que haría derramar el vaso de la primera mujer. Ahora bien, Eva había visto el árbol centenares de veces, que era bueno para comer, que era agradable a los ojos y a la mente y a la inteligencia y apto para alanzar la sabiduría; sí, lo había visto centenares de veces, lo que pasa es que ahora duda de la veracidad de las palabras de Dios:

Y tomó de su fruto y comió y dio también a su marido. Pero del fruto sólo olieron a muerte: ¡Su muerte espiritual! Vieron con tristeza que el pecado jamás entrega lo que promete. Así que, por lo tanto, se acabó el huerto, la paz y la armonía. Fue su muerte espiritual. El Señor no había cambiado nada, y menos aun sus costumbres. Continuaba paseándose por el huerto. Era Adán quien no quería verlo. Era incapaz de mirarle cara a cara y se avergüenza sólo de oír sus pasos. El pecado siempre tiene el mismo gusto, entra por los ojos y por la lengua, entra por los ojos y por la boca, pero produce acidez a nuestro estómago. Es tan profundo el pozo por el que parece que caemos como alto teníamos nuestra estimación espiritual y relación con el Señor.

La perdición es el resultado del pecado, Rom. 1:18-3:23. Los tres primeros capítulos de Romanos tratan del pecado, cuyo clímax tiene lugar en el v. 23 del cap. 3: Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios. Ya hemos dicho antes que la base para que el pecado exista es que haya una persona responsable y esta característica la encontramos bien definida en el hombre actual, moderno. La segunda suposición exigía la veracidad de una revelación. Así que, aunque sabemos que el hombre moderno no se pasea por ningún huerto con la pesadilla de no comer de un árbol, Pablo afirma que no hay nadie a quien Dios no se le haya revelado de alguna manera, y aún hay más, dice que todos nosotros somos responsables ante de Él no importando cuál ha sido el medio por el cual se nos haya revelado.

Una forma de revelación de Dios la constituye su obra a los ojos de un espectador sensible. Dice nuestro salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios. Mas, por otra parte, en segundo nivel, tenemos una revelación interior llamada conciencia y a la que el apóstol Pablo nos descubre a la perfección: Dando testimonio su conciencia, Rom. 2:15. Y aún hay otra tercera revelación: La Biblia, la Palabra escrita, Rom. 3:19. Y por último, el hombre moderno, puede encontrar el clímax de la revelación de Dios en Jesucristo.

La perdición es la experiencia de cada hombre, Efe. 2:1-3, 11-13. El ser humano no sólo tiene una naturaleza caída, sino que vive en un mundo de hombres y mujeres caídos, pero su vivir y experiencia de pecado es personal así como su redención. La clave del pasaje la encontramos en Efe. 2:3. Un niño preguntó: ¿Por qué peca el ser humano? ¡Por qué es pecador!, fue la clara respuesta. ¿Quiere decir esto que el hombre ya nace con una cierta tendencia hacia el pecado? Sí. Lo cual no quiere decir que el ser humano es tan malo como puede llegar a serlo. Y claro, tampoco quiere decir que su naturaleza lo domine de tal forma que no tiene otra elección que pecar. Lo que si quiere decir es que el hombre abandonado a sí mismo está bajo el poder del pecado.

El problema no es la cantidad de actos que cometamos. Es problema de nuestra naturaleza. Así, cuando Jesús habló con Nicodemo no le dio una lista de cosas malas que no debía hacer, sino que le habló de un nuevo ser, un nuevo nacimiento, Juan 3:1-3. Lo que el hombre necesita no es otro libro de reglas, sino un nuevo corazón.

La fuente del pecado del hombre, Stg. 1:13-15. Ahora llegamos por fin al meollo, al centro, de la cuestión. En este formidable pasaje vemos que el Señor no es la fuente de la tentación del hombre ni de su pecado: Dios no puede ser tentado por el mal, él no tienta a nadie, v. 13. Luego, ¿dónde está la fuente? Está dentro de nosotros. Está en nuestra naturaleza. Mirar la clara ilustración que usa Santiago: Físicamente hablando somos como animales atrapados por una red, reducidos y puestos a buen recaudo por el pecado. No importa cuál sea la tendencia de su buena naturaleza y no importa lo corrupto del ambiente y lo fuerte que sea la fuerza del mal, una verdad permanente: ¡El hombre es libre y hasta responsable de sus propios pecados!

 

Conclusión:

Resumiendo podemos decir que el hombre es pecador por elección, por su elección. La naturaleza está ahí y la tentación también, pero es libre de decir sí o no. Esta es la experiencia común de la humanidad y es el principio de todos los problemas. Así, por el pecado podemos llegar a estar separados de Dios… ¡Esta es la profundidad de la condición perdida del Hombre!

¡Qué Dios nos bendiga!

 

 

 

 

050250

  Barcelona, 21 de enero de 1973

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72 NUESTRO DIOS RECONCILIADOR

 

2 Cor. 5:18-21; 1 Ped. 1:18-21, 23; Col. 1:15-23

  Introducción:

El ser humano es pecador. Ya estudiamos el domingo anterior la profundidad de nuestra condición perdida. Es más dijimos que el hombre es pecador por elección. Es libre a pesar de su pobre naturaleza pecaminosa y no sólo eso, dijimos que la Iglesia es una comunidad de hombres que han gustado el don de Dios y que, por lo tanto, han cambiado de naturaleza. Pero la Iglesia no se reúne todas las semanas para lamentar su condición perdida, sino para celebrar lo que Dios ha hecho para salvar al hombre, para salvarte a ti… y a mí.

Y es en la llamada ED que tenemos la oportunidad de estudiar la Biblia al mismo nivel y es curioso, nos damos cuenta de que este libro sagrado no es un volumen humano que describe los esfuerzos del hombre para encontrar a Dios, sino que es un libro divino que describe a Dios tratando de alcanzar al hombre sin dañar su personalidad, Esto queda ampliamente demostrado no sólo por las palabras escritas en la misma, sino por el testimonio que de ella dan los fieles de las iglesias. La Iglesia primitiva, tantas veces comparada, era evangélica en extremo. Y fueron ferozmente perseguidos y aun así muchos hombres se unían o sumaban a la misma. Tenían recursos humanos bien limitados, pero a pesar de ello, lograron que el mundo conociera su vida y existencia. ¿Cuál era el secreto? ¡Tenían un mensaje venido de Dios y cada uno de sus miembros tuvo una experiencia bien personal con el Altísimo!

Fue su conocimiento de la naturaleza del Señor y su propia experiencia personal con Él, lo que les lanzó al mundo con las buenas nuevas en sus labios y corazones. No eran sabios, eran pescadores, cobradores de impuestos y hasta pastores de ovejas, pero no importaba, ¡poseían un espíritu contagioso! Sabían del amor del Dios Padre para con el hombre. Nosotros que tenemos la oportunidad de la fiel y nueva revelación de Dios, su palabra, las Escrituras, nos apoyaremos en tres pasajes escogidos de la misma para desarrollar la lección de hoy. Sí, somos conscientes de la dificultad que esto entraña puesto que vamos a tratar de la naturaleza del mismo Dios.

La primera perla, la primera enseñanza florece apenas los leemos: El amor de Dios no es abstracto ni teológico, es vivo y personal. Así que soy importante para él y su amor ha sido tan grande como profundo era el pozo de todos mis pecados. Cristo ha muerto sólo por ti y por mí. Llega a ser tan grande su amor, que prefiere encajonarse en nuestro mismo pozo para que, desde allí, a una sola voz nuestra, nos pueda sacar. A veces no vemos ni entendemos las teorías que nos hablan de la predestinación y aún, de la misma justa expiación, pero ¡qué fácil comprendemos el gesto de amor de Cristo Jesús volviendo la vida a Lázaro o perdonando todos los pecados de la adúltera.

 

Desarrollo:

El Plan de Dios: 2 Cor. 5:18, 19, 21. ¡Qué contenido tan fiel y grande! Pero veamos, dediquemos nuestra atención a la famosa frase: Somos embajadores en nombre de Cristo, v. 20. Pensando sólo en ella y sin olvidar el contenido del contexto que hemos leído antes, podemos sacar varias ideas claves:

(1) Dios tomó la iniciativa de salvar al hombre. En l Jn. 4:10, leemos: En esto consiste el amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él no amó a nosotros y envió a su único Hijo en expiación por nuestros pecados. Como ya hemos dicho, nuestro interés y entendimiento del Evangelio dependen de la comprensión correcta de la naturaleza de Dios y su actitud hacia los perdidos. Esto es vital. Los judíos eran el pueblo de Dios, cuya existencia sólo era justificada por el hecho de que Él mismo los eligió para dar testimonio de su nombre y hacer que su Hijo naciera de aquella simiente. Pero el Cristo que Dios reveló no era el que ellos esperaban. Habían encasillado a Jesús con un metro demasiado corto y pobre: Así, Cristo, según ellos, debía amar al justo y odiar al pecador. Cuando vieron que no era lo esperado, le odiaron. Creyeron ver la prueba de que no era el Hijo de Dios, porque: Se asociaba con pecadores. Así, en una ocasión en que la crítica del entorno era dura y en especial desagradable, Jesús les dijo tres palabras para ilustrar el secreto de la naturaleza divina y el por qué vibraba en presencia de los pecadores que lo reconocían como Mesías: La oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, todas ellas narradas en Luc. 15. Las tres historias son paralelas y todas encierran la misma verdad: Dios nos ama. No comprendemos su naturaleza hasta que no le vemos andando y buscando pescadores. Y en las tres parábolas citadas vemos la idea del Señor amante que toma la iniciativa: El pastor deja el resto de la ovejas en el aprisco y va en busca de la que se le perdió; la mujer volvió a desordenar lo ordenado, poniendo la casa patas arriba para buscar la moneda perdida y el padre corrió al encuentro del hijo arrepentido. Así que la nota de búsqueda es parte de la naturaleza de Dios y debe caracterizar a su iglesia. Así como Él ha tomado la iniciativa para salvar, así su pueblo debe salir al exterior con compasión en busca de toda la gente y contagiarlas con lo mejor de su espíritu. De manera que nuestra ley de actividad evangelística es un reflejo de la naturaleza del Dios que adoramos.

(2) El motivo de Dios para enviar a Jesucristo fue su amor por el hombre. Dios no es sólo un Dios que busca, también es un Señor que ama. Como la palabra amor ha llegado a ser tan mal usada en nuestros días se impone una nueva y clara definición: Cristo es nuestra definición de como Dios nos ama. No es sólo viendo la naturaleza como hubiésemos sacado la conclusión de que Dios es amor, porque al estudiar el mundo lo máximo que se nos podría ocurrir es que nuestro Dios era un Señor de poder y de fuerza, pero no iríamos jamás a verle con el pobre cuento de nuestros pecados. Esta es la misma teoría en que basábamos una de nuestras lecciones dominicales en la que decíamos que Dios no podría hablar al mundo por medio de la naturaleza sino quería asustar a los hombres, por eso elegía mensajeros humanos como Jeremías y tantos otros. Lo máximo que podríamos sacar de nuestra contemplación de la naturaleza es una posibilidad de la existencia de Dios, pero no la de un Dios perdonador. No podemos ver en la hermosura de una nube cualquiera más que una manifestación de la existencia y poder de Dios, pero eso no basta para poder oír los murmullos del Salvador al oído de cada uno de nosotros que estamos expectantes: Venir a mí todos los que estáis trabajados y cargados… Mat. 11:28. Sólo en la santa revelación de Cristo Jesús comprendemos que Dios es Amor. Precisamente fue porque el Señor nos amó tanto que envió a su Hijo a morir por nosotros. Así que el amor de Dios tiene por los pecadores es producto de su propia naturaleza: En 1 Jn. 4:8, 9, leemos: Dios es Amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros; en que Dios envió a su hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él. Estas son las buenas nuevas. Esto quiere decir que nuestro Dios ama a los hombres tal y como son. Que es capaz de amar a alguien que ha sido rechazado por la sociedad y aún por sus familiares.

(3). El Plan de Dios se centró en la Persona de Cristo. Hemos leído en 2 Cor. 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros el Señor le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos la justicia de Dios en él. Si nos paramos a pensar un momento en este v veremos que Jesús hizo más que revelarnos la naturaleza de su Padre. Sí, hizo algo más en nuestro favor porque en la Cruz realizó lo que se esperaba de Él y de cuyo cumplimiento depende la salvación de todos nosotros: ¡No fue una víctima! Cuando se trataba de explicar a sus discípulos la necesidad de su muerte, nos dijo: Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo, Juan 10:18. Así es fácil pensar que judíos de entonces no le entendiesen. Habían estado esperando la llegada del Ungido, pero no un Mesías siervo de todos y que iba a sufrir por los pecados de todos.

(4). El Señor ha dado a sus hijos el mensaje de reconciliación, el Evangelio. Dice el apóstol Pablo: Dios nos dio el ministerio de la reconciliación y nos encargó la palabra de reconciliación. Y en su carta de los Romanos, añade: Porque no me avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, Rom1:6. Así se entiende bien el que hubiera como una satisfacción en la Iglesia del primer siglo por predicar todo el evangelio destacando cuatro hechos bien significativos: (a) Predicaban la venida de Cristo anunciada en el Día del Señor, así que esto era una palabra de celebración. (b) Predicaban que la venida de Cristo era el cumplimiento de la profecía. (c) Así que dieron más importancia a la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, demostrando que este era el centro del evangelio, y no otro, y (d), hacían un llamamiento urgente hacia el sincero arrepentimiento, única puerta capaz de abrir el corazón humano al Espíritu Santo.

Este es a grandes rasgos el mensaje que Dios en Cristo les encomendó y tiene vigencia hasta nuestros días. Pero aún hay más: El Evangelio es una contradicción cuando es predicado por una gente asustada. Aquellos discípulos estaban siendo muertos y hasta perseguidos y aún así tenía la esperanza viva, intacta. No basta predicar buenas nuevas, debemos creérnoslas. Pablo nos lo dejó dicho: (1) El Señor nos reconcilió consigo mismo, y (2), nos dio el ministerio de la reconciliación. Primero, pues, viene la fiel experiencia personal y después el ministerio.

Veamos ahora el Plan de los Siglos: 1 Ped. 1:18-21, 23. Con estos vs. aportamos nuevas ideas para entender lo que el Dios Padre estuvo haciendo a través de su Hijo. Sobre todas ellas sobresale la principal: Él (Jesús), a la verdad, fue destinado desde mucho antes de la fundación del mundo, pero ha sido manifestado en los últimos tiempos por causa de vosotros, 1 Ped. 1:20. La enseñanza es clara: La venida de Jesús ha sido el cumplimiento del Plan de Dios a través de los tiempos. Con lo que entramos de lleno en la rara doctrina de la predestinación. Podríamos preguntarnos como los ateos: El Creador, ¿a quién creó primero, al huevo o a la gallina? O como los calvinistas: Dios, ¿determinó primero, salvar o crear al hombre? El quid de la cuestión no está ni en lo primero ni en lo segundo. Nos basta saber que en el momento de pecar, a Adán le fue prometido un Salvador capaz de transformar su naturaleza y que, por lo tanto, la muerte de Cristo no fue un mero accidente histórico. Fue una parte del plan de Dios de los cielos que existió desde el mismo principio. Y que fue precisamente esa muerte la que hizo posible el nuevo acercamiento del hombre hacia Dios a quien no debía de haber abandonado jamás. Así que en la persona de Jesucristo convergen todos los ángulos tocantes a nuestra propia salvación. Dice Pedro al respecto: Él llevó todos nuestros pecados, 1 Ped. 2:24, pagó el precio por nuestros pecados, 2:19, y cubrió los pecados con su sangre, 1:2.

La Meta de la reconciliación, Col. 1:15-23: Sí, muchas veces Dios había usado las situaciones difíciles de la Iglesia para dar forma a su Palabra, la Biblia: 1 y 2 Tes. aparecieron porque la Iglesia estaba triste y confundida a causa de la segunda venida del Salvador. 1 y 2 Cor. fueron escritas a una Iglesia que andaba dividida y no sabía cómo comportarse en su relación con todos los inconversos. Así, la mayor parte de Colosenses fue escrita para contrarrestar el gnosticismo, una herejía capaz de matar de raíz al mismo cristianismo. Por eso, Pablo arremete sin vacilar contra esa doctrina en los vs. que estamos leyendo y estudiando y borra su premisa principal: ¡El conocimiento! Una de sus ideas básicas es que la materia es mala. Tal enseñanza planteó grandes dudas en su día en torno a la Creación. Los gnósticos no podían concebir que un Dios bueno pudiese haber creado al mundo marcadamente malo. Así que distinguieron entre el Dios del AT y el N Otra de sus ideas equivocadas era la de la encarnación. Si la materia era mala, Cristo no podía llegar a ser hombre en el sentido físico de tener un cuerpo como el que todos conocemos. Así que, en lógica consecuencia, llegaban a negarle el tremendo valor que tiene en realidad la muerte y resurrección e, incluso, y puestos a decir, y a causa de que el cuerpo era malo, no tenían por qué preocuparse de la moralidad.

El pasaje completo que ahora estudiamos es una contundente respuesta a la terrible herejía gnóstica: Os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte. La tentación del ser humano moderno no es esta fe, pero si es tan mortal y peligrosa como aquella. El hombre de hoy no duda de la existencia de la materia, ni del bien que existe en ella, ni del bien que se deriva de ella. El hombre de hoy es esencialmente científico y esta ciencia trata, tiene que ver, con la materia. La realidad que nos rodea por doquier la constituyen tubos de ensayo, peces, aves, átomos, computadoras, cápsulas espaciales y reglas de cálculo. Mientras que la tentación de los gnósticos era espiritualizar todo para dañar lo humano, el hombre de hoy humaniza todo de tal forma que ahoga el espíritu. Mientras que el gnóstico se molestó con la creación del hombre, el actual niega la nueva creación.

Si el hombre moderno pudiera elegir, digerir lo que Pablo dice en Col. 1:19, 20, tendría la clave inicial al problema total de su vida. Porque el Dios que creó todo por medio de Jesús y para Jesús, le ha dado el poder cohesivo para mantener juntas todas las cosas creadas y a la vez hace de puente para la reconciliación entre el Padre y el hombre por lo que, a la vez, es el Único Mediador entre Dios y los hombres.

Ese es nuestra campo de trabajo. A nosotros nos toca demostrar hasta que punto hemos sido readaptados en la nueva vida y no hay mejor demostración de que somos salvos que salir a la mies. Estamos en medio del campo. ¿Tenemos identificados a todos los amigos que van a ser nuestros inmediatos objetivos? ¿Hemos orado por ellos? ¿Les hemos hablado ya? Debemos pensar que si no lo hacemos nosotros, ¡nadie les va a hablar! ¡Sí, es nuestro trabajo! Nuestra Jerusalén perdida, nuestros diamantes y, muy posiblemente, nuestra gloria.

¡Ojalá que al menos uno de ellos conozcan a Cristo a través de nuestra predicación!

¡Amén!

 

 

 

 

050251

  Barcelona, 28 de enero de 1973

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73 LA EXPERIENCIA DE LA RECONCILIACIÓN

 

Efe 2:4-10; Rom. 10:8-10; 5:1-10

  Introducción:

Comentábamos hace dos domingos exactos la profundidad de nuestra condición perdida y el pasado lo hacíamos acerca del Dios conciliador; pues bien, ambos temas quedarían inconclusos sino aplicásemos esta experiencia de la reconciliación a nivel personal.

Debemos reconocer que cada uno de nosotros comparte la perdición y, por lo tanto, la posibilidad de salvación, no como meros espectadores, sino como activos sujetos participantes. La lección que vamos a estudiar en el día de hoy demuestra que cada uno, cada persona, puede participar por experiencia única y personal en el capítulo de la reconciliación con Dios. Llegamos a esta conclusión tan pronto como pensamos que si Él es amor, me ama a mí:

 

1er Punto: El gran amor de Dios, Efe. 2:4-10.

El Apóstol Pablo, que siempre tenía en su boca palabras de gozo por la gracia y el amor de Dios, nos recuerda aquí la condición del hombre sin Cristo. Las palabras, pero Dios… del inicio del v 4, nos recuerda la condición que definen a una vida sin Cristo: (1) Es una vida marcada por los patrones del mundo, como pudieran serlo el egoísmo, la falta de amor, el odio y tantos otros. (2). Está bajo el dictado personal de Satanás. (3) Se caracteriza principalmente por la clara desobediencia. (4) Está, pues, a merced del deseo, y (5), es una vida, en consecuencia, que merece el olvido y hasta el castigo de Dios.

Pero el todo hombre, pecador por naturaleza, recibe por gracia y misericordia de Dios amor en vez de ira. Hemos leído en estos vs. lo que Él hace por el hombre. De su condición perdida, lo levanta y le da un lugar en su gloria.

En otro orden de cosas vemos tres palabras nuevas: ¡Gracia, fe y salvo! Y lo que es más curioso, las tres están unidas en la misma frase de un solo v: Por gracia sois salvos, por medio de la fe, Efe. 2:8. Ahora veamos su aplicación: La primera palabra nos da el carácter de la relación del Señor hacia nosotros. La segunda describe lo que Dios hace en nosotros, a nosotros y para nosotros y la tercera, describe la respuesta del hombre a la gracia divina que es la que hace posible esta salvación propiamente dicha.

La palabra gracia, usada en la Biblia en varios pasajes, tiene un trasfondo que contribuye a un único significado final: (1) Existe la idea de que la gracia se muestra en sentido descendente, es decir, va de un ser superior a uno inferior con la circunstancia de que no existe una obligación real para mostrar esa bondad. (2) El significado real de la palabra en el NT es como una buena descripción total del amor de Dios en su acepción de Redentor. Además, aquí hay una salvedad notable: Esta gracia se mantiene activa en todo momento derramando sus beneficios y dones a los pecadores, y (3), el énfasis, tanto en el AT como en el N, es el de que el hombre no merece este perdón, sino que es un don gratuito de Dios, Rom. 3:24. Así que por gracia entendemos que el Señor nos ofrece la salvación que necesitamos, pero que no la merecemos ni la podemos comprar. Además, está bien claro que ni siquiera las buenas obras pueden conseguirlo: No por obras, para que nadie se gloríe, Efe. 2:8. De donde se desprende que la enseñanza bíblica de la gracia deberá tener dos claros beneficios inmediatos a medida que pensemos en la clara experiencia de la reconciliación: (4) Los que ya somos salvos, deberíamos saber hasta donde podemos llegar en cuando al tema de la gracia. Cuando se nos dice o pregunta si lo somos, solemos responder: ¡Bueno, estoy tratando de serlo! Casi reconocemos una falta de humildad, pues la respuesta correcta debería ser: ¡Sí, lo soy mas lo soy por la gracia de Dios y no por que me lo merezca! (5) La doctrina de la gracia debe hacernos humildes. Es muy fácil caer en el error de que somos cristianos por algo que hemos hecho o por algo que nos merecemos. Nada más lejos de la realidad: ¡Los hombres somos hijos de Dios por su gracia! Así que debemos ser sinceros y humildes.

La segunda palabra: salvo, es usada dos veces en este mismo pasaje. El mismo Jesús nos da el primer toque acerca de la cuestión en su charla con Zaqueo: El Hijo de Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, Luc. 19:10. Pablo en Rom. 1:16, abunda algo más en el tema: El Evangelio es poder para salvación. Así que la salvación es una de las grandes palabras de la Biblia para describir lo que el Señor hace por el hombre. En la salvación propiamente dicha podemos apreciar tres etapas bien definidas: (1) La salvación es un hecho definido. Efe. 2:8, dice: Por gracias sois salvos, por medio de la fe. El tiempo en que está escrito el verbo demuestra fácilmente que la acción de salvar ha sido completa. En casa de Zaqueo, Jesucristo dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, Luc. 19:9. Así que el hombre arrepentido puede ser salvo en el acto y todo esto sin citar las famosas palabras del Maestro en la cruz cuando dialoga con el ladrón arrepentido. (2) La salvación es un proceso. No podríamos entender que la actividad creadora de Dios finalizase en su relación inicial. Sabemos del poder sustentador del Señor y de la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones que nos hace madurar. En el mismo texto que ya hemos leído, Efe. 2:8, y estrujando más la idea del tiempo en que está escrito el verbo, podríamos leerlo de forma clara y literal: Fuiste salvo en el pasado y continuarás siendo salvo en el momento presente. Sí, hemos sido salvos por gracia y nos mantenemos salvos por la misma. La cita de 1 Cor. 1:18, ilustra este sentido de continuidad: Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden, pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Así que el hecho del proceso de la salvación no es otro que la vida cristiana misma. Este es nuestro crecimiento hasta llegar a la madurez, pero sin olvidarnos que en este proceso continuo de salvación existe la certeza de una relación plena con Dios ya, ahora. El crecimiento cristiano supone una etapa en el nuevo nacimiento, pero no lo puede reemplazar. Si cambiásemos el tema de la salvación por el del matrimonio, diríamos: La boda es al matrimonio lo que la conversión es a la vida cristiana: ¡El principio! (3) La salvación es una consumación. Que toda vida cristiana se dirige hacia una gloriosa consumación es un aspecto bien cimentado en el NT. Hay más de 150 casos en que esta palabra de la salvación es aplicada en tiempo futuro y hecha, consumada en el último día. Un caso concreto lo constituye sin duda Rom. 13:11: Porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. Aunque no debemos olvidar que el destino futuro del hombre está determinado por su estado presente con Dios, de manera que una persona que ha sido salva está segura de que no verá la condenación en el juicio final. Así que, resumiendo, digamos lo que hace el Señor cuando salva a un hombre, a una persona: (a) Perdona los pecados de tal manera o forma que nunca más serán una barrera que le separe del hombre. (b) Da el E Santo a cada creyente. (c) Da la vida eterna a cada uno de nosotros. (d) Da a cada creyente una nueva vida, y (e), da significado real a la vida del cristiano porque la salvación hacia el hombre es parte vital en la naturaleza divina. Pablo nos lo recuerda en Efe. 2:10: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales preparó el Señor Dios de antemano para que anduviéramos en el ellas.

La tercera palabra en fe. Es la única que domina toda discusión del hombre hacia Dios. Y aún hay más; es la única, a través de la cual, es posible aplicar la salvación de Dios. Así que es la que mayormente empleamos en nuestras relaciones cristianas y con el Señor. Nuestros himnarios están llenos de esa palabra. El autor de los Heb. la consideró tan importante que dedicó un cap entero a su interpretación. Por otra parte, junto con la palabra fe, en la Biblia aparece emparentada al arrepentimiento. Pero así como ésta describe la actitud de una persona hacia el pecado, aquélla señala la respuesta de una persona a Dios. En otras palabras, esto es volverse a Cristo. Tener fe en Dios indica el hecho de volverse del pecado (arrepentirse) y mirar a Dios a través de Cristo. Sin embargo, los dos términos son usados en nuestras iglesias, aunque tendemos a no hacerlo en su sentido bíblico completo. Para muchos creyentes fe es creer lo que no es y para otras tantas, arrepentirse es decir a Dios con cara de pena: ¡Lo siento! Fe, en la Escritura, es la palabra que denota la base para una relación completa con el Señor. Y, por lo tanto, no es una palabra que trata de la entrada a la vida cristiana sólo, sino que, además, describe la postura continua que se sigue. Veamos varios aspectos de la fe: (1) El objeto de la fe salvadora es Cristo. (2) La fe involucra a la persona en su totalidad. Con toda su alma, lo que quiere decir que no podemos dejar fuera del juego al cuerpo, a la mente, a las emociones y menos a la voluntad. (3) Fe, en consecuencia, es una entrega total a Cristo como Señor y Salvador, y (4), fe, por último, es la fuerza que nos hace volver el cuello hacia esa cruz con la seguridad de encontrar allí el médico capaz de solucionar el mal a pesar las circunstancias.

Por otra parte, y profundizando aún más en la idea, la palabra arrepentimiento en las Escrituras dice mucho más que un cambio de pensamiento, es un cambio de dirección. El Hijo Pródigo no sólo piensa en volver en busca del perdón, sino que vuelve. Del Sal 51 podemos sacar un breve y fino resumen de lo que es el arrepentimiento: (1) Involucra el hecho de estar conscientes de nuestro pecado. (2) Involucra el ver nuestros pecados como una afrenta contra Dios. (3) Así, arrepentirse significa asumir las responsabilidades que pudieran haber por nuestros pecados, y (4), implica un levantarse del lodo y volver hacia el Señor en busca de su justicia.

 

2do. Punto: La respuesta salvadora del hombre, Rom. 10:8-10.

Decíamos en el domingo anterior que el tema de la Biblia es lo que Dios ha hecho en Jesucristo para salvar al hombre y ahora añadimos que el principal punto es la respuesta que Dios pide al hombre. Debemos hacer constar que si bien Dios creó al hombre con libertad propia y capacidad para obedecerle, también es cierto que su pecado nunca puede impedir su capacidad para responder al amor del Señor. En el pasaje que hemos leído está bien claro cual debe ser la respuesta del pecador hacia Él. Y así llegamos a la conclusión de que el Evangelio es una materia accesible para todo aquel que quiera. El evangelio está latente, está al alcance de quien lo necesite y, por lo tanto, el Cristo viviente está siempre cerca de aquellos que le buscan.

Bien es cierto que, a veces, la semilla esparcida por todos los sembradores cae en terreno improductivo como el descrito por Jesús en Mat. 13:4, pero es inevitable. Hay personas que han estado tanto tiempo expuestas al santo evangelio que se han endurecido, se han inmunizado como si de una vacuna se tratase. El ablandar a los corazones toca al E Santo. Y así como toda excepción confirma cada regla, digamos que el evangelio está presente en nuestra vida cotidiana y más aún, repetiremos como Pablo: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, pero se levantó otra vez, vive y da vida a los que creen en Él.

  Esto es lo que nos da seguridad en la salvación.

En los tres vs. que hemos leído, vemos que Pablo no separa en ningún momento la creencia de la confesión. Ver si no como une boca y corazón. Está tratándolos como dos aspectos de una misma respuesta. Confesar es tan indispensable como creer. Uno que afirma que Dios le levantó de los muertos, también creerá que Jesús es el Señor. Así que lo que uno cree y confiesa es una cosa, no dos. La creencia consiste principalmente en la cierta resurrección del Señor sin la cual nuestra salvación hubiese sido vana. Pablo habla mucho acerca del tema como podemos ver en el v 10. Pero toda esta creencia involucra mucho más que un convencimiento intelectual. La resurrección de Cristo y el envío de su Espíritu están unidos en el significado real y práctico de las iglesias. Y aun hay más. El apóstol Pablo sugiere que el creer en la resurrección de todo corazón es la base de la presencia viva de Cristo en la vida de una persona.

En cuanto a la confesión del señorío de Jesús, podemos decir que es una de las primeras frases que aprendemos al entender la vida cristiana. Pero como en tantas otras cosas, al discutir la frase Jesús es el Señor, han habido dos ideas o interpretaciones: (1) Muchos han rechazado del todo la idea. Han dado tanta importancia a Jesús en su aspecto Salvador que han dejado de pensar en Él como Señor, y (2), otros han creído que por el hecho de reconocerlo lo han levantado a esa dignidad, pero nosotros sabemos a la perfección que nuestra declaración no lo hace Señor. ¡Jesús era y es Señor!

Nosotros no quitamos ni añadimos nada. Con la frase decimos, anunciamos que Cristo ha resucitado y, por lo tanto, ha de ser el Señor de nuestra vida. Así que la frase en tu corazón califica tanto a la creencia como a la confesión: Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo, 1 Cor. 12:3.

 

3er. Punto: La vida que vale la pena vivir, Rom. 5:1-10.

Todos queremos una nueva vida, sí, esto es una ley cierta e inexorable. Pero la vida que vale la pena vivir sólo existe en una relación vital con Dios por medio, y a través, de Cristo Jesús. En el pasaje que nos ocupa, Pablo hace un resumen del carácter y cualidades de la nueva vida en Cristo. Es curioso, ¿sabéis por qué el apóstol tiene tanta fuerza expositora? Porque refleja su propia vida. Sabemos que no fue fácil. Que conoció privaciones y dificultades, que tuvo tentaciones y desengaños. Supo lo que eran la persecución y el rechazo del pueblo, de su pueblo… Y aún así, su vida estuvo tan empapada y marcada por la presencia del Maestro que ha venido en llamarse el Apóstol del Evangelio o de los Gentiles.

Pero, ¿qué tipo de vida se encuentra el hombre en Cristo? Si repasamos los primeros cinco vs. de este nuestro tercer tema, veremos que algunas frases sobresalen por derecho propio, tales como: Paz para con Dios, entrada a la gracia, nos gloriamos en la experiencia, nos edificamos en la esperanza… amor de Dios, etc. Siguiendo esta tónica, vemos en los restantes vs., que: (1) Dios nos ayudó cuando la necesidad era mayor (v. 6). (2) Nos ayudó cuando no había otra esperanza (v. 7). (3) El amor de Dios se manifestó a través de un sacrificio (v. 8), y (4), nuestra nueva vida crece derecha porque hay una nueva perspectiva, porque nos alimentados de una savia eterna (vs. 9, 10). Sin embargo, la frase que sobresale del pasaje está en el v. 1, que dice: Tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. La paz que alude aquí Pablo no es una alusión a un cese de posibles hostilidades. Esta paz significa más que la ausencia de la guerra directa o la guerra abierta. Hay un aspecto más positivo en ella. Paz con Dios es más que un perdón de los pecados: La paz con Dios restaura una relación perdida. La paz con Dios, basada en la muerte de Cristo, nos trae paz hasta la parte más escondida de nuestro ser y hace posible que exista paz en nuestras relaciones con los demás hombres.

 

Conclusión:

Cuando nos damos cuenta de que hemos sido amados hasta lo sumo, hasta motivar la muerte del Hijo de Dios por cada uno de nosotros, encontramos la base de la paz. Esta paz experimentada por medio del arrepentimiento y la fe, que se expresa en nuestra creencia de Cristo como Salvador y Señor, nos hace encontrar en cierta medida la propia experiencia del amor reconciliador de Dios.

Así que nuestra fe en Cristo trae como resultado paz con Dios porque nuestros pecados han sido perdonados y ya no hay nada que se interponga entre Él y nosotros.

 

 

 

 

050252

  Barcelona, 4 de febrero de 1973

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74 HABLANDO EN SU NOMBRE

 

Hech. 2:4-4:3; 8:26-40; Juan 9:1-38

  Introducción:

En los días anteriores hemos estado hablando de la profunda condición pecaminosa del hombre, también de la condición reconciliadora de Dios y, por último, de la grata experiencia personal en esa reconciliación.

Es hora, pues, de aplicar estos conocimientos. Es hora de ir y surcar el espacio sideral si hablásemos del tema de un cohete cualquiera y pensásemos que las tres lecciones anteriores son otras tantas partes de la cuenta atrás que precede a su disparo. Hoy vamos a ver cómo podemos hablar en su Nombre con las mínimas probabilidades de éxito. En primer lugar nos conviene que sepamos cuáles son las armas: (1) La oración. Indispensable coraza. (2) El E. Santo, capaz de prepararnos la estrategia a seguir, y (3), la Biblia. Y en particular el Nuevo Testamento.

Esta extraordinaria parte de las Escrituras nos ayuda en varias maneras a comprender y hablar acerca de la Salvación que el Señor nos ha dado en Cristo. Pero aún hay más, el NT nos da ejemplos de aquellos que, habiendo gustado o experimentado el perdón y hasta la reconciliación, dieron marcado testimonio a otros de lo que Dios había hecho en su Hijo y con ellos mismos. Caso curioso. De los ejemplos que hoy vamos a estudiar, uno solo era predicador: Simón Pedro. El segundo caso, Felipe, era un diácono y el tercero si siquiera sabemos su nombre; sólo se habla de él como que era un hombre ciego de nacimiento.

 

1er. Punto: Testificando en su poder, Hech. 2:4-4:3.

A Pedro y a Juan que figuraban como dirigentes de la Iglesia no podemos estudiarlos fuera de ella, pues lo que hicieron como individuos era ni más ni menos una simple extensión de la Comunidad cristiana.

Hech. 3:12-16. El sermón de Pedro, como una tercera parte del mismo. Al repasar estos vs. vemos enseguida las tres grandes notas dominantes en la predicación de la Iglesia primitiva: (1) La Cruz estaba entre los más grandes delitos o crímenes cometidos por los seres humanos (vs. 13, 14). (2) La resurrección de Cristo de entre los muertos era la vindicación de Cristo por Dios, v. 15, y (3), El cojo fue curado por el poder del Señor resucitado, v. 16. Pedro y Juan y los discípulos sólo se consideraban canales a través de los cuales Jesús pudo hacer su obra en el mundo. Aquí se señala una gran lección que debemos aprender los cristianos modernos: ¡La obra de Dios debe ser hecha por el poder de Dios y no por el del hombre! Cuando los hombres confían en algún trazo humano como sustituto del Señor, el fracaso es seguro. Así que hemos de convencernos a nosotros mismos de que en la santa resurrección de Jesucristo hay un poder ilimitado. Pablo en su carta a los Efe pone el dedo en la llaga del poder cristiano al afirmar: Según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos, Hech. 1:19, 20.

Hech. 3:17-26. Es el resumen del sermón de Pedro. Aquí vemos varias ideas principales: (1) Denuncia del juicio particular del hombre saturado con una gran pincelada de misericordia, vs. 17, 18. (2) Una hermosa invitación al arrepentimiento como la única puerta válida para conseguir la entrada en las alturas, v. 19. (3) La insistencia de que Cristo cumplió la profecía, vs. 20-24, y (4), y una sugerencia del privilegio y responsabilidad de los judíos, vs. 25, 26.

Por otra parte, el sermón dramatiza dos importantes puntos en el evangelismo: (1) Que Cristo es el único capaz de perdonar pecados a través de su ignominiosa muerte y su resurrección. La Iglesia es importante, pero está creada única y exclusivamente para elevar y señalar a Cristo Jesús. La experiencia personal es poderosa, pero es necesaria para ensalzar al Hijo de Dios y no al hombre. La Biblia es inspirada, pero se centra en la persona del Salvador, Juan 5:39, y (2), el testimonio fiel nunca opera por su propio poder. Así que aquí no tiene ningún valor la inteligencia, la personalidad o la habilidad personal, la oración reverente es más importante que cien discursos aprendidos de memoria. Un corazón compasivo es más importante que la audacia que se tenga en un debate. Y la sola presencia del Espíritu Santo puede convertir. Así, resumiendo, el hombre, aun en este campo tan específico, debe depender del poder de Dios.

El evento registrado en Hech. 3:1-11, formó la congregación que escuchó el sermón. Repasemos con brevedad lo que pudo haber sucedido: (1) Pedro y Juan iban a orar al templo a las tres de la tarde. (2) Por aquella puerta pasaba un gran número de gente. (3) Un cojo que estaba allí sentado les pidió limosna. (4) No teniendo dinero alguno, Pedro sanó a este hombre. (5) Inmediatamente, éste, comenzó a saltar y a alabar a Dios, y (6), muchos le vieron y reconocían que él era el que siendo cojo de nacimiento se sentaba en la puerta. Resumen: El grupo formado para oír a Pedro estaba compuesto por gentes que habían sufrido una conmoción por aquel hecho insólito. Así que no nos es difícil adivinar que sus oídos estaban prestos a oír el evangelio porque antes habían visto la señal. Este es el secreto del éxito de los apóstoles. No tenían recursos materiales, pero eran ricos en los bienes espirituales. La Iglesia moderna puede tener terrenos y edificios, puede levantar escuelas y hospitales, puede promover grandes campañas y programas especiales, pero esto se reduce a que todo sea hecho en el hombre y el poder de Jesús.

Hech. 4:1-3. Esto es lo que sucedió al final del sermón. Como resultado de sanar a aquel pobre hombre y dar un testimonio fiel a Jesucristo, Pedro y Juan, fueron asidos y arrestados y metidos en la mazmorra. Desde entonces y hasta ahora no ha habido un solo día en que el dar buen testimonio no haya sido costoso. Es lo menos que podemos hacer. El hecho de que el cristiano actual no es eminentemente evangelista no se debe a que tenga miedo a la violencia física. Al contrario, muchos cristianos cuando se enfrentan a esas situaciones dicen como los primeros discípulos: Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres. Pero la presión más sutil es a veces más efectiva. La burla puede ser más dura que la cárcel y la indiferencia puede ser más firme, fatal y devastadora que la hostilidad. Pero debemos saber que el mismo poder del Señor resucitado que mantuvo a los discípulos, puede vencer la indiferencia y la frivolidad de las personas llamadas a ser nuestros oyentes. Y cuando la escena del testimonio es transferida de la puerta del templo a la oficina, al taller o a la calle, el mismo poder curativo está en nuestra mano. No importa cuales sean los hechos o las circunstancias, un buen cristiano no necesita depender de su propio poder para llevar a otros a Cristo, sólo debe dejarse llevar en brazos del Espíritu Santo.

 

2do. Punto: Testificando por medio de las Escrituras, Hech. 8:26-40.

Nuestro segundo ejemplo es diferente al primero en casi todos los aspectos: (1) El testigo es un laico en lugar de un predicador. (2) Estaba en un camino en lugar de la puerta del templo, y (3), estaba solo y ninguna multitud se reunió. Pero había un hombre buscando a Cristo y Felipe buscó y aprovechó la oportunidad. Era un etíope, extranjero, y además tesorero de la reina de su país y tenía problemas espirituales. La prueba de que estaba buscando el Camino de Jesús la encontramos en el hecho de que cuando fue abordado por el evangelista, estaba leyendo a Isaías 53. Como hemos apuntado antes, Felipe no dejó pasar la ocasión y fue sensible al aviso directo del Espíritu Santo. Otro, en su lugar, hubiera pensado: Un hombre tan importante sin duda no querrá oírme. Pero a él, como le iba la vida en juego, ni siquiera dudó: Sabía que el Señor prepara los corazones más duros con anterioridad, y en el peor de los casos, nuestra misión es sembrar dejándole a Él la ocasión de recoger el fruto a su debido tiempo.

Psicológicamente, Felipe comenzó su sana exposición con una pregunta enfocada al mismo punto en donde se había encallado el etíope. Luego procedió a demostrarle que Jesús era el único y exacto cumplidor de la profecía que estaba leyendo. Si nosotros lo hiciésemos en Isa. 53:4-9, veríamos lo fácil que le resultó al evangelista demostrar tal cosa. A veces, nosotros, en nuestros continuos contactos buscamos hechos o palabras ininteligibles para nuestros oyentes cuando la sencillez puede ser casi siempre el mejor camino en el que convergen sus ansias exploratorias y nuestro evangelio.

Felipe basó su alegato en las Escrituras del AT por dos razones: (1) Porque era lo que estaba leyendo el eunuco etíope en aquel momento, y (2), porque sencillamente, era el único libro sagrado a que podían echar mano. Nosotros tenemos, no sólo las mismas Escrituras, sino que a éstas se les ha añadido el NT, prueba y compendio del Nuevo Pacto, con sus mil y un casos de veraz cumplimiento de profecías y ejemplos de los hombres que, como todos nosotros, habían sido pecadores antes de dar testimonio personal del poder de Jesucristo. Y es que no debemos olvidar que el cristiano no sólo es testigo de su Padre en Cristo, sino que lo es a la vez de sí mismo, puesto que como Josué, un día nos escogimos al Dios a quien poder servir. Así, es elemental para el creyente el hecho de aprender a manejar con soltura la Palabra de Dios, puesto que es un medio importante a través del cual, puede dar cumplido testimonio.

Veamos ahora un sencillo plan que nos ayudará sin duda a conocer mejor la Biblia, nuestra espada. Y precisamente debido a su sencillez es muy accesible a cada cristiano: (1) Hágase un lector de la Biblia. Para dar más énfasis a los vs. citados en el momento de testificar, el cristiano necesita saber el lugar donde se encuentran. La mejor manera de hacer esto es leyendo el NT en un corto espacio de tiempo. Si cada día leyésemos tres cap, lo terminaríamos en tres meses. Además, estos tres caps. diarios no nos quitarían más que quince minutos de nuestro tiempo. Esto puede ser un reto o una disciplina para esta clase de ED. (2) Hágase un estudiante serio de la Biblia. El adulto en general tiene la idea de que puede entenderla sin estudiarla, pero se equivoca. La Palabra es como un terreno de cien áreas y sus riquezas no son para aquellos que se sientan a la sombra del primer árbol que encuentran y se ponen a discutir, sino para aquellos otros que van a ese campo a sudar arando surcos lo más profundos posibles. (3) Y aprenda a usar bien, por lo menos, algunos párrafos de la Biblia. Una persona debe saber por lo menos tres cosas respecto al pasaje que escogió para su estudio: (a) Dónde se encuentra. Qué libro, cap. y v. (b) Aprender que es lo que exactamente dice el párrafo. Es muy buena la práctica de aprenderse de memoria varios vs. para el momento en que no tengamos la Palabra de Dios a mano. (c) Por último, debe saber la enseñanza central del v o vs. y traducirla con sus propias palabras o cuando menos, a palabras que el interlocutor puede entender. Ejemplo: No hay justo ni uno, es decir, ni tú, ni yo, ni nadie conocido, puede aparecer delante de Dios como justo a causa de las cosas que hemos hecho, hacemos o haremos. Otro: Dios es amor, que Dios te ama a ti y a mí, tanto que envió a su propio Hijo para salvarnos.

Pero en la Biblia hay vs. que destacan por encima de otros por su mensaje evangelístico. Veamos primero tres del libro de Juan: (1) 3:3. Este v nos habla de la necesidad espiritual del hombre. Sí, todo hombre necesita un segundo nacimiento; además, un nacimiento exterior a su naturaleza, que le venga de arriba. En otras palabras, que en el hombre hay algo tan equivocado que no verá el cielo a menos que no pase por un nuevo nacimiento. (2) 3:16. Muchos estudiosos no dudan al decir que si toda la Biblia pudiera reducirse a un solo v, sería precisamente éste. Dios envió a su Cristo a morir en el madero por nuestros pecados porque amaba al hombre. El hecho de creer tiene que ver tanto con la mente que con el corazón. Por eso el hombre no ha de creer sólo en Jesucristo, debe confesarlo como su Señor y entregarle la vida. (3) 3:36. Aquí hay un contraste entre los que creen en Cristo y los que no lo han hecho. Unos tendrán vida, los otros no. La frase la ira de Dios no implica que el Señor no ame a estas personas, quiere decir que ellos no responden al don del amor de Dios, permanecen bajo el manto de sus propios pecados y, por lo tanto, bajo cierta condenación.

Veamos ahora cuatro vs. de Rom.: (1) 3:23. Mientras que Dios se ha revelado en la Creación, en la conciencia y en la ley, todos los hombres sin excepción, han ido por su camino. (2) 6:23. Esto es la muerte espiritual. Nuestra relación con Dios ha sido cortada por nuestro pecado del mismo modo que la enfermera cortó el cordón umbilical que nos unía a nuestra madre. (3) 5:8. Este es Juan 3:16 del libro de Romanos. Aun cuando el hombre peque contra Dios, aún sigue siendo objeto de su amor. (4) 10:9, 10. Probablemente estas eras las primeras palabras que decían los convertidos cuando se bautizaban, porque este pasaje dice: Lo que debe creerse, lo que la confesión de nuestra vida debe ser, y lo que Dios da al hombre.

  Resumiendo, debemos pensar que al usar cualquier texto o pasajes bíblicos es importante recordar que no salen de un libro mágico. Es la Escritura escuchada y comprendida la que tiene sentido para la vida.

 

3er. Punto: Testificando por la experiencia, Juan 9:1-38.

Este tercer ejemplo que vamos a considerar es distinto a los otros. Nuestro primer testigo, Pedro, fue uno de los apóstoles. El segundo, como hemos visto, fue uno de los diáconos, Felipe. Y este tercero, ni siquiera era miembro de la iglesia. Pero dio un testimonio de Cristo inmediatamente después de haber sanado. Con la fuerza del primer amor dijo lo que Jesús le había hecho. No tenía una preparación o una experiencia que lo respaldara, pero conocía a Cristo y sabía lo que había hecho con él.

Los vs. 1 al 5, registran una pregunta teológica de los buenos discípulos y la respuesta práctica de Jesús. Los vs. 6 y 7, nos hablan de la instrucción simple y de la obediencia que le guiaron a la sanidad. Los vs. 9, 11, 12, 15, 25, son otras tantas respuestas del sanado y de su testimonio. Sin duda el clímax aparece en el v 25. Los fariseos invitan al hombre a que diera gloria a Dios, v. 24, lo que equivalía a renunciar a Jesús. Usaron el argumento de su teórico conocimiento para convencerlo: Nosotros sabemos que este hombre es un pecador. Pero nuestro testigo, a pesar de que culturalmente no podía refutar la teoría de los técnicos padres de la Sinagoga, sostuvo el argumento que tan bien conocía por su experiencia: Una cosa sé, que habiendo sido ciego ahora veo, v 25. Es curioso notar el proceso del hombre en cuando al real conocimiento de Jesús. En el v. 11, dice: Aquel hombre que se llama Jesús. En el 17, profeta. En el 31: Temeroso de Dios, pero en el 38, le llama ya sin tapujos Señor y le adora. Este hecho, estos ejemplos, son como un bálsamo para nosotros. Algunos de los testimonios más efectivos de la Iglesia nos son dados por miles de personas ordinarias que han aprendido a compartir con otros lo que Jesucristo hizo con ellas. Muchos de nosotros quisiéramos ser un testimonio tan relevante como el de Pablo, pero debemos saber que por cada Saulo recién convertido en el camino que va a Damasco, hay miles de hombres como Timoteo que han conocido a Cristo por padres fieles y miles como Andrés sencillos, pero con una experiencia maravillosa y con un saber estar oportuno y hermoso.

El buen testimonio personal es muy positivo, lo cual hace más terrible el hecho de que el nuestro esté enmohecido por la inactividad. Puede que un hombre no entienda toda la Biblia ni sepa qué contestar algunas preguntas, ni sepa evaluar las razones o experiencias sagradas de los demás, pero en su propia vida es él el que tiene toda la autoridad. Notemos que todo el amplio conocimiento combinado de los fariseos cayó al suelo al conjuro de la sencilla voz, de las palabras del antiguo y pobre ciego: Una cosa sé…

Además, el testimonio es tan personal como pudieran serlo las huellas digitales; aunque tenemos algunas guías que nos pueden hacer que lo que se comparta sea de más ayuda: (1) Es bastante importante mantener los detalles humanos en todo tipo de testimonio. Muchas veces queremos ser tan técnicos que los no creyentes creen que somos seres nacidos en otro planeta. (2) Debemos usar un lenguaje que pueda entender la otra persona. A veces, usamos de un léxico bíblico que lo otros no conocen. P ej., es difícil que sepan lo que decimos cuando empezamos las frases así: Cuando yo me di cuenta de que caminaba perdido… Es mejor argumentar en otro sentido, señalando nuestra baja condición pecaminosa y la de los que nos rodean y presentarnos bajo la comprensión del prisma de Dios. (3) No debemos limitar nuestro testimonio al inicio de la vida espiritual, porque todo lo que ahora nos ocurra puede ser usado en un buen testimonio. El hecho de que Dios contesta nuestras oraciones, el cómo y el cuánto nos ayuda, etc.

Sin embargo, lo más importante es creer que lo que Dios ha hecho con nosotros puede ser bueno para los demás. Si los perdidos de nuestra tierra han de oír las buenas nuevas del amor del Señor y su perdón, han de haber muchos cambios en el evangelismo de nuestras iglesias. La Iglesia debe reflejar la nota buscadora de su Señor y empezar a buscar. La Iglesia debe hacer suya la santa compasión del Padre y preocuparse más de las personas cercanas a su influencia. La Iglesia debe mirar cada muro que separa a los hombres de Cristo y debe en su Nombre, gritar para que estos se retiren o derriben.

Y aunque, por lo general, en la Iglesia hay gente lista, se necesita gente más poderosa. Se necesitan hombres de oración y de fe que tengan el poder del Cristo crucificado y resucitado para cambiar las situaciones destrozadas de la vida en la forma en que el propio Pedro lo hizo. Se necesita miembros bíblicos. No que tengan las Biblias en sus viviendas, sino que las estudien y además, miembros cuyas vidas se transformen de forma clara, firme y continua gracias a esa misma lectura. Y, por último, la comunidad necesita más gente que desee hacerse sensible y que se abra para compartir con otros lo que Dios está haciendo en su propia vida cada día.

 

Conclusión:

Entonces, y sólo entonces, la condición de los hombres y del mundo, no los frustrará. El mundo sabrá que el Dios de la Creación está creando un nuevo orden de cosas y seres a través de Cristo. Y, como consecuencia natural, estarán listos para oír y algunos para responder al testimonio de aquellos que hablan en su nombre.

Y ahora, en fin, ¡salgamos a la mies!

 

 

 

 

060254

  Barcelona, 11 de febrero de 1973

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75 ¿DE QUIÉN SOMOS TESTIGOS?

 

Heb. 12:1; Jos. 24:22

  Introducción:

Hemos escrito y hablado acerca de la responsabilidad que tenemos delante del mundo actual de testificar; pero, ¿nos hemos preguntado alguna vez lo que hay que testificar? O más bien, ¿de quién y de qué somos testigos?

Lo fácil sería responder que somos testigos de Cristo y del cambio de naturaleza que todos hemos experimentado gracias a su salvación, pero si hilásemos más fino, aún podríamos sacar varias perlas que añadir a nuestra particular colección espiritual.

 

1er. Punto: La Salvación, Heb. 12:1.

En primer lugar veamos el cómo y el por qué llegamos a la conclusión de que somos testigos vivientes, antorchas vivas, del más grande evento de todos los siglos: Nuestra propia Salvación.

Por tanto, a la vista de todo lo dicho en los caps anteriores, ni más ni menos que el monumento a la fe del cap. 11; nosotros, ¿quiénes? Los creyentes. Pablo o el autor del libro, aquí es bien explícito. Usa la figura de la carrera atlética, tan popular en el mundo antiguo y en el moderno, para ilustrar con esa 1ª persona del plural, tiempo del v escrito, que él en primer lugar y nosotros inmediatamente detrás suyo, estamos empeñados en una lucha sorda y cruenta, en una carrera que, o nos lacerará los pies o nos romperá el corazón. Porque debemos saber que si la indiferencia ajena, si la burla de la gente que nos rodea no nos hace daño, es que estamos yendo en la dirección opuesta a la meta. También, como los patriarcas, reyes y profetas de la antigüedad descritos en el cap. 11. Así, usando la misma zapatilla, gustando el mismo oxígeno viciado, sudando la misma fe, con el mismo punto de mira y con la misma… alegría, a pesar de que en vez en cuando tengamos que levantar el brazo para sacrificar a nuestro hijo único a una señal del Señor. Teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, ¿? Parece ser que, al menos, no estamos solos en la empresa. Esta gran nube de testigos parece indicarlo. Sí, los grandes hombres que han quedado grabados en la historia gracias a su fidelidad, están presentes dándonos su apoyo total. Porque una buena traducción de la palabra “testigo” usada aquí pudiera ser: Uno que puede afirmar lo que ha visto y oído. Así que corremos sabiendo que somos observados y lo que es más importante, su clamor se esparce, se filtra en el ambiente dando alas a nuestros pobres pies. Porque, justo es decirlo, están aún testificando en lo tocante a su fe gracias a la Palabra Escrita y nos inspiran diaria y constantemente con lo que han hecho por Dios. Así, a la vista de que tenemos una nube de testigos que nos dan voces de ánimo en todo momento con su fe, corramos con paciencia, perseverancia, o como diría el Diccionario: Sosiego en la espera de las cosas. No debe importar tanto lo que vayamos avanzando como el hecho de hacerlo, correr en la dirección adecuada. Pero, además, con sosiego interior esperando sólo la corona triunfal y encima, sonriendo a pesar de las burlas de aquellos que nos rozan al pasar junto a nosotros corriendo en la dirección opuesta. Por fin y además, hablando al correr. Claro, indicando con el gesto la dirección a seguir, sin dejar traslucir en el rostro el sufrimiento moral que engendra el luchar contra esa corriente; consolándonos por el hecho de ver los que corren a nuestro alrededor hacia la misma meta, corriendo con garbo la carrera que nos ha sido propuesta, o lo que es mejor, la carrera que aún queda delante de nosotros. Eso sí, quitándonos el peso del pecado que nos rodea. Quitándonos la túnica que nos pesa, agobia, única condición impuesta para participar.

Ahora bien, ¿de dónde viene la necesidad de participar?

 

2do. Punto: La encrucijada, Jos. 24:22.

Justo al terminar su ministerio, Josué presenta al pueblo una encrucijada que sólo conduce a dos caminos: O de espaldas a Dios hacia la muerte o frente a Dios hacia la vida. No les deja ningún resquicio para la evasión, la indiferencia o el pasotismo. A Jehovah serviremos, dice todo pueblo a una sola voz. Y Josué responde: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de lo que habéis hecho, habéis elegido a Dios para servirle. Así que ellos responden: ¡Testigos somos! Una sabia y justa respuesta. Habían elegido la única forma de vivir para siempre.

Nosotros los salvos, también hemos elegido vivir así, de manera que somos testigos contra nosotros mismos. Ahora bien, si ya hemos llegado a la conclusión de que el hecho de ser testigos implica afirmar lo que hemos visto y oído acerca de lo que Jesús ha hecho con nuestras cortas vidas, si hemos aceptado que este testificar sólo se puede demostrar andando, fácilmente podremos añadir que sólo podremos ser fieles y consecuentes con nosotros mismos cuando aceptemos de facto la real responsabilidad que tenemos delante del mundo y nos lancemos a la pista de la vida a enseñar nuestras artes y actitudes de servicio bajo la fiel y comprensiva mirada de unos espectadores que nos precedieron y el justo y sano juicio del Hacedor y Mantenedor de los Juegos.

Una cosa más. La pista de cemento, tierra, ceniza o tartán sobre la que corremos es, a todas luces, apta para la buena carrera. Unos testifican en forma de misiones muy lejos de sus hogares, lejos de la seguridad de sus posesiones, sin mirar atrás. Otros lo hacen en situaciones en que las burlas, el desprecio e incluso la violencia física les roza tratando de ahogarles. Otros más, lo hacen en lugares rocosos donde, a la simple vista humana, jamás se puede tener éxito alguno. Y todavía existen otros más que se desenvuelven entre las muchedumbres de las urbes tratando de brillar con cierta desesperación como sencillas luciérnagas en la terrible noche de los tiempos… pero unos y otros corren con cierta paciencia… hacia ese premio que, no por repetido, se hace menos verídico.

 

Conclusión:

¡He aquí nuestro reto! He aquí la encrucijada… ¿Y qué vamos a hacer? No esperemos que el Señor intervenga de forma personal otra vez. ¡Ya es nuestra hora! Somos testigos contra nosotros mismos por el hecho de haber aceptado la salvación que nos fue ofrecida de balde. Sí, sí, mueve la cabeza. A tu derecha, a tu izquierda, detrás y delante tuyo está la mies. No permitas que alguien, a quien conocemos bien, nos señale con el dedo en la gran reunión final, diciendo: ¡A ese le conozco, Señor, y jamás me indicó la verdadera dirección!

Estamos en deuda con el Autor del Nuevo Pacto. Nos sacó de la profunda depresión del pecado, nos reconcilió para sí y nos dio la enorme tarea de testificar ante todo el mundo limitándose, en su glorioso poder, a no acercarse a otros hombres si no es a través de nosotros mismos. Por consiguiente, debemos quitarnos la túnica, hermanos, y correr bien la única carrera que se nos propone incluso a riesgo de caer exhaustos en el intento.

¡Amén!

 

 

 

 

060255

  Barcelona, 15 de febrero de 1973

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76 DIOS OBRA POR MEDIO DEL PUEBLO

 

Zac. 1:1-3; 4:1-10a

  Introducción:

Uno de los peores enemigos de cualquier grupo o congregación cristiana moderna es la indiferencia, padre de la apatía y hasta nieta de la desgana. En muchas ocasiones tenemos la tentación de decir: Cómo no podemos hacer nada, ¿para qué intentarlo? Es natural, pues en estas ocasiones sólo contamos con nuestras fuerzas y por eso fracasamos. En Hag. 1:6, leemos: El que anda a jornal, recibe su jornal en trapo horadado. No hay otro pago para aquel que esconde su talento por el miedo a perderlo… Así cuando era reciente nuestro primer amor éramos agresivos, vivos, activos, valientes y cuando empezábamos algo en el nombre del Señor, él nos ayudaba a llevarlo a buen término. ¿Qué nos está pasando? Hacemos campaña tras campaña, pedimos voluntarios para repartir folletos o para predicar, y ¿qué nos responden? ¡No puedo hacer nada! Tengo tan poco tiempo… tan poco dinero…

Hoy vamos a estudiar la lección dada por un joven profeta que animó a su pueblo el cual estaba triste y desmoralizado. Todo el libro de Zacarías está lleno de las visiones destinadas a enseñar que Dios no ha olvidado a su pueblo y, que por lo tanto, está obrando en el mundo a pesar de que nos obstinemos en no verlo. En un mundo en el cual se acostumbra a resolver los problemas por la fuerza militar o la económica, Él proclamó que el poder más poderoso y más grande del universo es el Espíritu de Dios. El profeta, estaba convencido cada día de que el Señor estaba obrando en el mundo y que, además, iba a terminar de forma feliz lo que había comenzado. Pero, notemos las circunstancias. Estaba hablando a un pueblo que había perdido la esperanza en su futuro y con su mensaje de fe y victoria les decía que ya era hora de levantarse y empezar el trabajo. Les decía que si ellos hacían su parte, Dios pondría todo lo que faltaba.

 

1er. Punto: El mensaje de Zacarías, Zac. 1:1-3.

Zac. 1:1. Hijo de Berequías y nieto de Ido el sacerdote, llamado ya hijo de Ido en Esd. 5:1 y 6:14, y sucesor suyo en el real sacerdocio, Neh. 12:4, quizá por motivo de la muerte de su padre Berequías. Zacarías es el undécimo de los llamados profetas menores. Nacido en la cautividad de Babilonia, regresó a Canaán con Zorobabel y Josué, el sumo sacerdote, y empezó a profetizar desde muy joven, Zac. 2:4, en el segundo año de Darío, como ya hemos leído, en el año 520 aC., en el mes octavo y dos meses después de que lo hiciera Hageo. Con éste, animaban al pueblo que había sido liberado a que reanudasen la construcción del gran templo de Jerusalén, iniciada en tiempo de Esd. 5:1, y aletargada por la hostilidad de los vecinos samaritanos.

El nombre de Zacarías significa en he Jehovah recuerda. Una definición que nos parece un símbolo a su valiente fe. Valiente porque luchó contra un pueblo que se creía ya olvidado en vez de escogido. En este v. vemos a otro hombre que sí estuvo atento al mensaje del cielo. Al igual que Jeremías, Ezequiel, el mismo Hageo y tantos otros.

Zac. 1:2. Esta primera revelación del Señor no llegó por medio de una visión como las siguientes, ocho en total, sino que vino al profeta en forma de palabra de Jehovah. Pero el inicio del mensaje es duro. Dios se había enojado en gran manera con las generaciones anteriores. Desde el punto de vista del Señor, el cautiverio sufrido y la destrucción de la ciudad de Jerusalén no era un desastre tan terrible ni mucho menos definitivo, estaba claro que había sido por causa o como consecuencia directa del pecado de sus padres.

¡Dios quiso ser su Salvador y le eligieron como Juez!

El profeta no quiso que su generación se olvidara de la justicia de Dios y en sus primeros ocho caps les habla del mismo tema que Hageo. El pueblo debe levantarse pronto para construir el templo. Y cuando lo hagan, Dios será a la ciudad: un mundo de fuego alrededor y estará en medio de ella como su Gloria… porque el que os toca, toca la niña de su ojo, Zac. 2:5-8. La obra tiene que hacerse, pero no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehovah de los Ejércitos, Zac. 4:6.

Como ya hemos dicho antes, mucho de esta profecía se expresó en imágenes en medio de visiones: La visión de los caballeros de Dios, la de los cuatro cuernos y de los cuatro guerreros, del hombre con la línea de medir, el candelabro de oro (que luego estudiaremos) y los dos olivos, el rollo volante y los cuatro carros, entre muchas otras. Todas ellas tienden a lo mismo y el cautiverio del pueblo nos enseñó una lección muy importante: La obediencia a Dios nos trae bendición y vida mientras que la desobediencia, trae ruina y muerte.

Zac. 1:3. Con este v. entramos de lleno en la doctrina de la reconciliación. Podemos decir que nuestro profeta comenzó su carrera como un evangelista de lo más puro. Sin embargo, es el mismo llamamiento que usaron en su día, en otras fechas y generaciones anteriores, Amós, Oseas y otros voceros y profetas mayores y menores: ¡Volveos a mí!, dice Jehovah. Su significado en hebreo no puede ser más revelador: Volver a mí, es dar media vuelta, arrepentirse, convertirse, cambiar la manera de vivir y correr en la dirección buena, adecuada. Pero esta llamada al pueblo choca contra el muro de su actitud y, desde luego, es un toque de clarín para que el pueblo cambie de vida y conducta.

El v. es bien simple y contiene una hermosa promesa. Si el pueblo deja a un lado su apatía e indiferencia, el Señor va a derramar sobre él su bendición. Además, vemos, observamos que el Señor mira al corazón del hombre, llegando al lugar dónde uno guarda sus pensamientos más secretos. Él ha visto en los judíos los comienzos del espíritu rebelde que trajo la ruina a sus padres: No han colaborado en la construcción del templo por pensar que ya no era tan importante y lo que es peor: ¡Qué jamás lo terminarían! Pero Zacarías les dice que deben meditar mucho sus caminos porque hasta el momento presente no van bien, no andan bien. Sin embargo, su mensaje no es negativo. Más bien al contrario, es positivo a todas luces. Al igual que en Eze 18:30-32, recuerda al pueblo que si todos ellos se vuelven a Dios, Él se volverá hacia ellos con todas las riquezas de su Gracia.

 

2do. Punto: La visión del candelabro, Zac. 4:1-5.

Zac. 4:1. Es por medio de ocho visiones en una noche que Dios asegura al profeta de que era falso el mal concepto que el pueblo tenía de que el Señor no hacía nada para ayudarles. Los judíos habían basado su apatía en la obra de restauración del templo diciendo que Dios les había abandonado a su suerte y no hacía nada para ayudarles en la reconstrucción de su amada patria. Mediante estas ocho visiones, Zacarías llegó a la clara y rara conclusión de que la verdad era precisamente todo lo contrario: ¡Dios sí que estaba trabajando por su pueblo! A veces, su labor nos parece silenciosa e invisible, pero al fin su causa triunfará. En esta lección sólo podemos estudiar una de esas claras visiones: La del candelabro de oro y los dos olivos. Así que tras ver y entender cuatro de estas visiones, el profeta cayó en un profundo sueño. Era lo normal, poneros en su lugar. La tensión nerviosa debió ser grande y máximo teniendo en cuenta que soportaba la visión de un ángel. Se durmió, pues, completamente agotado. Pero el propio ángel le despierta como uno lo hace con un amigo dormido. Tenía aún algo importante que enseñarle:

Zac. 4:2, 3. Zacarías vio un enorme candelabro semejante al que se usaba en el tabernáculo, Éxo. 40:24, y algo más tarde en el templo de Salomón, 1 Rey. 7:49. Tenía siete lámparas de aceite que ardían por medio de una mecha. El número siete significaba perfección entre los hebreos. Así que, siguiendo esta idea, el candelabro era perfecto, pues no le faltaba ni le sobraba nada. El aceite alimentaba a las siete lámparas por medio de tubos que bajaban de un depósito situado sobre el candelabro propiamente dicho. Este depósito, a su vez, era llenado a través de canales que venían de dos grandes olivos situados el uno a la derecha del depósito y el otro a la izquierda.

Zac. 4:4, 5. Nuestro profeta se quedó tan asombrado con esta la visión como nosotros lo hubiésemos estado, y preguntó al ángel: ¿Qué es esto, señor mío? El ángel que hablaba conmigo me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y yo dije: ¡No, señor mío! El ser alado, una vez convencido de la sinceridad de su interlocutor pasa a explicarle la visión: el candelabro en sí representa la comunidad de los hebreos, es decir, el compacto grupo de seres que estaban luchando para restablecer la nueva nación de Israel. La llama representa la vida y la prosperidad de esa comunidad (mientras la llama arda habría vida en todo el grupo). Los dos olivos, por último, representaban la firme autoridad religiosa y civil de la elite de la comunidad, v. 14. ¿Quiénes eran en aquel tiempo? Uno era Zorobabel, el gobernados civil y el otro Josué, el sumo sacerdote.

La lección aplicada a nuestros tiempos también es bien simple. Dios obra hoy día por medio de personas santas y consagradas, puesto que el pastor, la autoridad religiosa en cada iglesia, no puede hacerlo todo: hace falta personas comunes que a través de sus testimonios y trabajos, traten de ensanchar la hermosa causa de Cristo. Pero como decíamos al principio, debemos sacarnos la túnica que nos impide hacer la carrera que nos es propuesta. ¡Un cristiano parado es un cristiano muerto! Para correr es menester dejar la carga del pecado, Heb. 12:1, esa ropa exterior que nos impide avanzar con soltura.

 

3er. Punto: Palabras de ánimo para Zorobabel, Zac. 4:6-10a.

Zac. 4:6. Aquí el Señor señala al gobernador y a nosotros, que aunque él no disponía de un gran ejército ni tesoros en sus arcas, podría obrar a través de Él para levantar de nuevo con poder a la nación de Israel. La fuerza física no es imprescindible para hacer la obra de Cristo. Al revés, muchas veces la fuerza y la sabiduría humanas fracasan mientras que siempre, el Espíritu de Dios sale victorioso pues obra en los corazones día y noche en cualquier parte del mundo.

Zac. 4:7. No importa si los problemas aparecen como una enorme montaña pues el Espíritu de Dios puede reducirlos a una simple llanura. ¡Él está ahí, basta con que lo queramos usar!

Zac. 4:8, 9. La última palabra de esta visión es que el Señor siempre termina lo que comienza. En cambio, nosotros dejamos muchas veces los proyectos a medio terminar, pero no ocurre lo mismo con Él. La obra de construcción que muchos daban por imposible de hacer se va a terminar y Zorobabel, quien la había iniciado de nuevo, va a ver la inauguración final del templo. Así conoceréis que Jehovah de los Ejércitos me ha enviado a vosotros. El profeta condiciona su seguridad en Dios en el hecho de que todos verán el templo reconstruido. Cuando esto suceda, el pueblo entero sabrá que Él les ha hablado a través de Zacarías.

Zac. 4:10a. Así que queda claro que no podemos menospreciar las cosas del Señor por pequeñas que parezcan, puesto que sólo Él sabe los resultados que se pueden conseguir. Cuando alguien lanza una pequeña bola en la pendiente de una montaña, sólo la nieve acumulada en su camino sabe lo grande que puede llegar a ser. Y por otra parte, nada de lo que hagamos por importante que nos parezca, tendrá validez si no está visada o inspirada por el Espíritu Santo.

 

Conclusión:

¡Levantémonos hermanos! Es hora de salir a la mies por pocas y débiles que sean las fuerzas. Debemos brillar en el mundo, en el entorno aunque sea como lo hacen las pequeñas luciérnagas en una noche oscura. Y una cosa más. Quisiera terminar con la más hermosa promesa que nos legó el profeta Zacarías: Será un día único… No será ni día ni noche; más bien, sucederá que al tiempo de anochecer habrá luz, 14:7.

¡El Señor quiera obrar a través nuestro lo mismo que hizo con Zorobabel, Zacarías y tantos y tantos prohombres!

 

 

 

 

060256

  Barcelona, 18 de febrero de 1973

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77 LA PROMESA DE UN DÍA MEJOR

Zac. 8:1-8, 11-13

 

Introducción:

El cap. 8 del libro del profeta Zacarías describe bien a la ciudad perfecta. ¿De qué ciudad se trata? La Jerusalén celestial, claro. Pero sin embargo, el joven está hablando a los moradores de la terrenal, de la ciudad entonces sitiada. ¿Cómo iban a creerle? ¿Aquella ciudad en ruinas pisada por algún que otro centenar de antiguos cautivos, iba a resultar prototipo de bienestar? Ellos sabían la historia y nosotros que aún sabemos más, decimos y afirmamos que una ciudad sin peligros y bendita sólo podrá ser realidad cuando el hombre cambie de ser, de naturaleza.

Echemos un vistazo a la historia de la Jerusalén terrena: La ciudad fue tomada muy tarde por David, 2 Sam. 5:6-9. Salomón construyó el templo. Cuando las diez tribus se separaron, fue la capital del reino del sur o de Judá. Fue tomada varias veces al asalto, hasta que fue deshecha por Babilonia. Después de 70 años, en el 536 aC, muchos judíos regresaron con Zorobabel, Josué y Zacarías, época en que está ubicada la lección, quienes hicieron mucho por devolverla su antigua esplendor. En el 332 aC, la urbe se rindió a Alejandro Magno de Macedonia. Después de su muerte, Tolomeo Soter de Egipto, general de aquél, la tomó un sábado abusando del escrúpulo que sentían los judíos por pelear en ese día. Corría el año 320 aC. En el año 179 aC, cayó en poder de Antíoco Epífanes y fue arrasada y dedicada al culto de Júpiter. En el 1163 aC, recobró su independencia bajo el mando de los Macabeos. En el 63 aC, fue tomada de nuevo por Pompeyo, el Romano. En el 54 aC, Herodes quiso devolver su antiguo esplendor y gastó cuantiosas sumas culminando su obra con la reedificación del templo que fue acabada en el año 20 aC. En el 33 dC, fue crucificado nuestro Señor y en el 70 dC, fue de nuevo arrasada por Tito, instrumento del Señor Dios por aquello que dijeron los judíos: ¡Su sangre (la de Cristo) caiga sobre nuestras cabezas! ¡Y la nación judía dejó de existir como tal! Adriano, en el año 135 dC, la cambió el nombre por el de Elia Capitolina y prohibió acercarse a los judíos bajo la pena de muerte. En el año 326 dC, Constantino la volvió a dar el nombre de siempre y su madre Helena construyó dos iglesias famosas: La de Belén y la del Monte de los Olivos. En el 614 dC, fue tomada por Chosroes II, rey de Persia. En el 627 dC, Heraclio derrotó a los persas y volvió a ser colonia griega. En el año 637 dC, fue tomada por el califa Omar y estuvo bajo el dominio de los árabes hasta el año 1089 dC, en que fue conquistada por los cruzados al mando de Godofredo de Bouillón. En el año 1187 de nuestra era, Saladino, sultán de Oriente, la tomó gracias a la traición del conde de Trípoli. En 1242, fue regalada a los príncipes latinos por Ismael, emir de Damasco, pero la perdieron de nuevo en 1291 a manos de los sultanes de Egipto que la conservaron hasta 1382. Selim, el turco dominó Egipto, incluida Jerusalén y bajo el reinado de su hijo Solimán se reconstruyeron las murallas que aún hoy mismo se pueden admirar. Estuvo bajo el dominio de los turcos hasta el año 1919 en que fue capital del protectorado británico. Por fin, en el año 1948, la ONU, permitió la creación de un Estado moderno de Israel que la hizo su capital en el año 1950. Sin embargo, la ciudad estaba en manos de Jordania en su mayor parte y la capitalidad del país pasó a Tel Aviv. Aunque recientemente, la ciudad ha sido conquistada casi totalmente por los hebreos… ¿hasta cuándo?

Recordemos que Jerusalén ha sido tomada y saqueada hasta sus cimientos 17 veces… ¡Ésta pues no podía ser la ciudad donde los niños y ancianos paseaban por sus calles sin peligro!

 

1er. Punto: La promesa para el pueblo de Dios, Zac. 8:1-6.

Zac. 8:1, 2. Aquí han terminado las visiones del profeta. Y ya está preparado. En adelante Dios le hablará igual que a los otros profetas: Yo tuve un gran celo por Sión; con gran enojo tuve celo de ella. Este pueblo que se sentía defraudado, ¿sufría el capricho de Dios o la simple consecuencia de su pecado? ¡Lo segundo! Mas, ¿qué significan este celo y esta ira? El Señor va a obrar ya en favor de su pueblo. Con celo, tesón y calor. Es algo que ya ha decidido y nada ni nadie lo hará cambiar. El Nuevo Nacimiento se está gestando. Es ya un hecho listo, irreversible. Este celo de Dios tiene un aspecto positivo que es su amor por el nuevo Sion, en el que estamos inmersos e involucrados todos los salvos, pero como en todas las cosas, existe un adverso de la medalla que no es otro que su ira contra el pecado. Además, aquí está presente aquella promesa de: ¡Ay de las naciones que toquen un pelo de uno de mis hijos! Los que corren a nuestro alrededor en dirección contraria y nos ajan y molestan con sus roces, están para eso, para hacer mejor temple de nuestro acero, pero ¡ay de ellos!

Zac. 8:3. Sabemos que Ezequiel tuvo una visión de la gloria de Dios saliendo de Jerusalén porque Él no podía soportar más su pecado y su desobediencia, Eze. 10:18, 19. Y ahora, después de 70 años de cautiverio, Zacarías recibe el mensaje de que Jehovah va a volver a la ciudad. Sin embargo hay un matiz diferente. Salomón y el pueblo se empeñaron en ceñir a Dios en el templo únicamente, pero la criba de la esclavitud había cambiado las cosas. Zacarías y los grandes profetas con él sabían que Él mora en otras partes y que es menester adorarle en espíritu y en verdad donde quiera que sea necesario. Ya no moraba en casa de piedra, sino que quería hacerlo en casas de carne, en los corazones del pueblo. Esta era la diferencia. Y este es el cambio pensado y prometido para la ciudad. El dicho reza así: Cambia a todos los hombres y conseguiréis cambiar a la ciudad entera. Así que Jerusalén tendrá un nuevo nombre que añadir a su lista: Ciudad de verdad, porque allí se practicará y enseñará la verdad. De todas formas existirá el monte donde se podrá adorar en común a Dios porque será un monte dedicado por completo a su Santidad.

Zac. 8:4, 5. Si comparamos este cuadro con nuestras ciudades, veremos que aquella sí que será una urbe pacífica. En la Ciudad Eterna habrá cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Y si a estos cortos vs. añadimos aquellos otros de Apoc. que dicen que el cordero se paseará con el león, la visión de una ciudad de paz y en paz no puede ser más perfecta. Ahora bien, ¿cómo puede llegar a ser realidad una verdad así? ¡Dejando que Dios sea el centro y motivo de la ciudad y de sus moradores! No nos quepa ninguna duda, el cumplimiento de esta promesa será un milagro y maravillará al mundo. Si es utópico para todos los hombres llegar a pensar y mucho más realizar este ideal, ¿lo es para Dios? Veamos lo que dice la Biblia:

Zac. 8:6. Quizá muchos contemporáneos del profeta creyesen que esto era un sueño demasiado maravilloso para ser verdad. Ser sentían tan poca cosa y estaban tan desanimados, pobres e indefensos que no podían creerlo… ¿Y nosotros? No podremos creerlo tampoco si no nos consideramos parte del remanente del pueblo por la gracia del Señor. Sin embargo, los pocos judíos que volvieron del cautiverio son llamados cariñosamente por el Padre: Remanente. En efecto, Amós e Isaías decían que el juicio de Israel no sería total, sino que quedaría un remanente con el que volver a empezar de nuevo la santa obra de salvación por medio y a través de Él. Del mismo modo, por su gracia, como adoptivos, formamos parte del citado y selecto remanente. ¿No es maravilloso a nuestros ojos que el Señor pueda crear este tipo de ciudad? Sí, no nos engañemos para Él no hay nada imposible, leer Gén. 18:14.

 

2do. Punto: La salvación para el pueblo de Dios, Zac. 8:7, 8.

¿Quién es el que salva? Jesús y el Padre, un solo Dios, Hech. 4:12. Parece que si Dios no actuara, no diera los primeros pasos, seguiríamos en este triste mundo solos, perdidos, abandonados, dispersos y perseguidos. Pero, gracias le sean dadas por su misericordia, dice: ¡Yo salvo! En otras palabras: Yo traeré el remanente de la tierra de Oriente, es decir de Babilonia, de la tierra donde se pone el sol, de Egipto, de España y de todos los países del mundo… Todos los esparcidos por el viento del mal podrán volver a la tierra prometida a gozarse con las altas bendiciones de Dios, ahora, eso sí, es necesaria fe para dejar todos los bienes y posesiones de uno y ponerse en camino. Dijimos el otro día que la fe es el vehículo capaz de transformar nuestra vida y llevarnos al lugar de su motivo y razón. Tener fe en la existencia de esa ciudad, es marchar, es vivir ya en sus calles y plazas. Cuando Pizarro hizo pasar, traspasar la línea que había hecho en la arena con su espada, a los trece valientes de la historia, ya veían y hasta disfrutaban de las riquezas de las siete ciudades de Cibola. ¡Las dificultades del camino no cuentan!

Zac. 8:8. Este es el centro de la promesa: Relación familiar entre Dios y su pueblo. No seremos extraños, sino que seremos miembros de su gran familia. Vamos a confiar en Dios con una fe pura y una obediencia completa y el Señor, por su parte, va a cumplir sus promesas hasta el último detalle. Cristo nos lo dejó dicho bien claro: Yo soy en buen Pastor y conozco mis ovejas, las mías me conocen y ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer, Juan 10:14; 15:15.

 

3er. Punto: Prosperidad para el pueblo de Dios, Zac. 8:11-13.

Zac. 8:11. Es verdad que han cambiado las circunstancias. Pero la naturaleza de Dios, no. Tuvo que castigar a gentes anteriores a causa de su pecado, pero todo ese celo en castigar bien puede cambiarse en bendecir y hacerlo plenamente.

Zac. 8:12. Una era de paz completa está a punto de nacer, de iniciarse. Pero, no lo olvidemos. Sólo aquellos que tengan la suficiente visión para verlo ahora, podrán gozarlo en el futuro. El mundo ha pasado, pasa y pasará por muchos desastres y guerras, pero los propósitos de Dios siguen adelante por medio y a través de sus seguidores. Sí, nuestro Señor está obrando en la historia actual: ¡Somos el pueblo escogido por Él para dar fe de la existencia de una ciudad de paz y gloria!

Zac. 8:13. En otras palabras: ¡Por vuestra sola causa tuve que castigar a otras naciones que os castigaron a su vez! La ruina total de Israel fue la causa y origen del dicho árabe: ¡Qué Alá nos impida calzar la sandalia israelí! Desde ahora la situación va a cambiar: Os libraré y seréis bendición. Dios sacó a Abram de su casa para que fuese bendición a sus vecinos, pero sus hijos y descendientes no lo entendieron así y Dios tuvo que enviar a su Hijo como motor de una nueva Salvación. El principio es el mismo: ¡No somos salvos para guardar bendiciones para nuestro uso exclusivo, lo somos para servir de focos de bendición a los demás!

Por último, las directrices a seguir mientras estemos de paso en este valle de lágrimas: No temáis… Hay que ver el éxito final. Hay que correr la carrera que nos queda por delante viendo al Mantenedor de los Juegos como ya nos espera a cada uno de nosotros en la meta. Esfuércense vuestras manos. Así, como siempre, Dios quiere que demos el primer paso. Y Él, sin duda, va a bendecir nuestra labor y nos hará capaces de terminarla con éxito.

 

Conclusión:

¡Corramos ya hacia la Ciudad Eterna, sólo allí podremos descansar! Sólo así seremos motivo de asombro y hasta maravilla para muchos inconversos. Sólo así podremos ser útiles a los demás: En aquellos días acontecerá que diez hombres de todas las lenguas de las gentes, trabarán de la falta de un judío, de un creyente, diciendo: ¡Iremos con vosotros porque hemos oído que Dios está a vuestro lado!

¡Amén!

 

 

 

 

060258

  Barcelona, 25 de febrero de 1973

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78 EL MUNDO PERTENECE A DIOS

Gén. 1:1, 26, 31; Sal. 24:1, 2; 104:24-30

 

Introducción:

Cierta vez un minero se estaba quejando de lo dura que le resultaba la vida, pero su interlocutor le dijo: ¿No es maravilloso que Dios nos haya dejado enterrado este filón de carbón para que podamos calentarnos y darle mil usos? Cierto, contestó el primero, pero me habría gustado que lo hubiese puesto un poco más cerca del suelo. ¿No será este el espíritu de algunos de los cristianos? Algunos quisieran que la vida, después de haberse salvado, fuera menos difícil. Sin duda iban a vivir más contentos si el grito de ¡toma tu cruz y sígueme!, no se hubiese exclamado nunca. Éstos puede que no sean del infierno, pero sí del mundo.

Hoy abrimos una nueva Unidad de Estudio titulada: “Nuestra Condición Humana”. Y nuestra primera lección es: ¡El mundo pertenece al Señor! Sí, la creación es una obra exclusiva del Hacedor. Y es una obra que los que poseemos una mente finita no hemos podido llegar a entender del todo; pero, eso sí, nos revela todas las cosas invisibles del Señor, Rom. 1:20. Así que ahora vemos al Señor no sólo en su revelación directa, sino a través de todas sus obras: ¡Dios es dueño absoluto y soberano de la vasta Creación! En cuanto a la conexión de los evidentes descubrimientos físicos y arqueológicos con la narración bíblica podemos decir que hay varios medios que la armonizan, dejando sentado primero que los seis días de los cuales se habla en Gén. 1, describen otras tantas épocas más o menos representativas y una lenta formación verificada en la superficie de la tierra. Sí, lo dicho no forma parte de ninguna herejía porque para Dios, los días, épocas o milenios no tienen importancia, Sal. 90:4.

Segundo, las largas épocas indicadas en la estructura geológica del globo tuvieron lugar antes del inicio de la narración bíblica, o más bien, entre el intervalo que media entre el v. 1 y el 2 del cap. 1º de Gén. Tercero y último, Dios redujo la obra de aquellas épocas ignoradas a seis días cortos y creó el mundo como lo hizo con Adán, en un estado de plena madurez.

Según el primero de estos modos de interpretación, la última teoría de la creación puede formularse como sigue: En el v uno se indica la creación original de la materia en una forma gaseosa difundida universalmente y definida ya como una cosa sin forma y vacía. En el primer día fue formada la luz por una reunión química de las partículas gaseosas. En el segundo, fue hecho el firmamento y el gas se condensó en las incontables esferas de materia nebulosa, base y fundamento de la tierra. En el tercero, llegó la condensación de esa materia nebulosa destinada a la tierra, que fue transformándose en una masa mineral líquida que, al enfriarse de forma gradual por la superficie, dio ocasión a la separación del agua de la tierra y el comienzo de la vegetación. En el cuarto día, siguió la organización del sistema solar con el día, la noche, las estaciones, el clima, etc. En el quinto, vino la creación de las órdenes inferiores de vida animal, de los reptiles y aves. Y en el sexto, fueron creados los animales superiores y como clímax, el hombre.

Naturalmente, estamos de acuerdo en que estos días geológicos han sido épocas de considerable duración, siendo cada una más larga que la que la seguía de forma natural. Pero estamos en contra de todo aquello que huela a la teoría de la evolución. Dios dejó hacer a la creación en cualquier época, ¡pero Él creó! Así es científicamente imposible que si decimos que la Tierra salió del sol, pueda por sí sola engendrar vida ni aun por la misma casualidad. Dios bien pudo dejar que el agua se evaporase por el calor y que se condensase en lluvia después, pero todo esto no es suficiente, con ser mucho, para engendrar la vida. Sí, hizo falta su dedo: ¡Su Palabra! No hay evolución. La unidad de la raza humana tuvo origen de un solo golpe en Adán, Mal. 2:10; Hech. 17:26. Así que el hombre también es y pertenece a Dios por derecho de creación como cumbre del orden mundial. Pero es que además, el hecho de estar creados a su imagen, hace que todos los humanos le pertenezcan aún más y si cabe, nosotros lo somos todavía más por el hecho de la Redención.

Podemos afirmar, pues, que el mundo pertenece a Dios.

 

Desarrollo:

Gén. 1:1. En el comienzo del tiempo, es cuando su noción sale por primera vez. Cuando se inicia la cuenta del primer segundo, aparece este vocablo tan vital para la vida de todos los hombres: ¡El tiempo! Antes de ese inicio no había nada, excepto, claro, el mismo Dios. Creó… La idea del verbo descrito aquí, nos indica creación de la nada, por cuanto no existía antes material alguno. Dios… en he procede de una raíz que significa poder, fortaleza, etc., concretamente de la palabra Elohim. Aquí a Dios, pues, se le llama el Fuerte o el Poderoso. Además, la idea, en el original, está escrita en plural, pero no para expresar pluralidad de dioses, sino para realzar la majestad y la grandeza de los atributos de Dios. Los cielos y la tierra, es decir, el mundo o el Universo. Como vemos en este primer v de la Biblia es una introducción general a la afirmación de toda ella: Cuánto existe en el universo tiene su origen y fin en Dios, Rom. 11:36.

Gén. 1:26. Ese Dios fuerte y poderoso antes de dar el paso supremo de la creación, parece que hace una pausa, y exclama: Hagamos al hombre… Otro verbo en plural que muchos ven un diálogo entre personas de la Trinidad; pero parece ser mejor la idea de un lenguaje de Majestad, como lo es el nos de los reyes y papas. A nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Aquí hay dos términos que tienen el mismo significado. Y usados a la vez para dar más realce al asunto. Esta imagen y semejanza se refieren directamente a la propia naturaleza mental, moral y espiritual del hombre. Pero si hilamos más fino, diremos que estando hablando de poderes de ser, razonamiento e inteligencia, de libre voluntad y de clara conciencia propia y de su capacidad para hablar y comunicarse con Dios. No tiene nada que ver con el aspecto físico. ¿Por qué? Porque Dios no tiene cuerpo. Y que tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la misma. Así, aunque el humano no provee nada para los animales, sin embargo, por designio divino, tiene poder sobre ellos. El hombre, por la gracia de Dios, ha sido constituido en señor de la creación inferior.

Gén. 1:31. Todo era bueno, perfecto y sin fallo alguno. Todo estaba ya listo, cada parte por separado estaba bien hecha y el conjunto estaba perfectamente terminado. Pero de todo aquello sobresale el hombre. Ahora bien, al decir que las cosas fueron creadas por y para Cristo, señalamos de paso que el único ser racional hecho a imagen de Dios, lo fue únicamente para darle culto y alabanza. Y fue la tarde y fue la mañana del sexto día. Aquí Dios acaba su obra dándonos una lección de trabajo y descanso medido. El domingo es el día adecuado para el reposo y adoración especial a Dios.

Sal. 24:1. Aquí Dios aparece designado por otro nombre. Y significa: El que existe por sí solo. No, no ha tenido principio ni tendrá por consiguiente fin. Vive por su propia energía, es decir, por sí mismo. Y por contrapartida, el hombre sólo tiene potestad en términos totalmente temporales. Posee títulos de propiedad de terrenos, pero sólo son válidos entre los hombres. El mundo y los que en él habitan… Esto es una clara señal y referencia al globo habitable y por ende, al hombre. Sí, todo es de Dios. El hombre, por consiguiente, no es dueño de nada, ni de sí mismo. Su cuerpo, alma y todo el ser son propiedad real y absoluta del Señor. El es sólo administrador y mayordomo de algo, por eso nada puede llevarse cuando parte de este mundo.

Sal. 24:2. Otra alusión evidente a su soberanía. La tierra es suya. Él la hizo y la habilitó para el uso del hombre. Como ya hemos dicho antes, en el principio el agua cubría la tierra, pero pronto se evaporó y apareció la tierra seca. Aquí no hace falta pensar que Dios la secase, sino que creó el principio natural de la evaporación y las contracciones internas del planeta azul que hicieron emerger las tierras altas y secas.

Sal. 104:24. El hombre consciente le basta extender su mirada en cualquier dirección para descubrir no sólo maravillas, sino complejidad y cantidad. Pero nunca jamás llegará a dominar o a catalogar todas las maravillas del Universo. Cuando más avanza en el conocimiento de las cosas, otras van apareciendo como novedades. Se descubrió la telefonía y enseguida apareció la comunicación sin hilos. Se descubrió el cinema y apareció la televisión. Se descubrió como volar y apareció la reacción. Se descubrió la bomba atómica y apareció la de hidrógeno… Y así un largo y ancho etc., que no citamos para no cansar. A todas las hiciste con sabiduría, todo fue creado con tal precisión y orden que hasta las cosas más significantes cumplen las leyes naturales. Sí, todo tiene su razón de ser. Hasta los animales e insectos más pequeños o dañinos tienen su razón de ser en la creación, aunque sean tan solo para mantener el nivel perfecto de la ecología universal. Y todo ello se ajusta a la idea de que jamás pudo haber sido creada por casualidad, sino gracias a una mente infinitamente sabia e inteligente. Toda la tierra está llena de tus criaturas: Todo está a punto. La fuerza de la gravedad se contrarresta con la centrífuga. Las mareas y los climas no son más que beneficios para el hombre. Ahora sabemos que si la corteza terrestre tuviese tres metros más de espesor, no habría oxígeno en la atmósfera y sin él no sería posible la vida animal. Y también sabemos que de no existir la capa atmosférica que nos envuelve, cientos de miles de cuerpos espaciales eliminarían con rapidez la vida en la tierra y gracias a la misma defensa no nos quemamos por los rayos solares, puesto que esta corteza gaseosa los filtra e inclina. Gracias, pues, a este santo orden y precisión matemática existe vida sobre la tierra y, por lo tanto, ¡el hombre!

Sal. 104:25. El Salmista separa de nuevo la tierra seca del mar y se detiene en la contemplación de este último, un lugar inmenso que a juicio de los sabios ecologistas, es el almacén alimenticio del futuro. Este es el mar grande y ancho, en el cual hay peces sin número, animales grandes y pequeños. Desde el plancton a las ballenas.

Sal. 104:26. Sobre él navegan los navíos, clara alusión a los diferentes tipos de barcos que surcan los mares de una punta a otra. Sigue: Allí está el Leviatán que hiciste para que jugase en él. Se refiere a un monstruo marino o a una ballena, comp. Sal. 74:14; Job 3:8; 41:1.

Sal. 104:27. Todas las familias vivientes, desde vegetales hasta el hombre, dependen de Dios para su sustento. Así, basándonos en el axioma de que la materia no se destruye, sino que se transforma, los vegetales viven para el sustento animal y las sustancias orgánicas que llegan a segregar éstos, dan sustento a la vida vegetal en un círculo armónico.

Sal. 104:28. Tú les das, ellos recogen. La idea es que a causa de su situación, a cada ser viviente, el Creador pone el alimento cerca de la mano y ellos no tienen más que cogerlo. Sigue así: Abres tu mano, y se sacian bien. Claro, el Señor derrama sus bendiciones y posibilidades de existir aun en las situaciones más difíciles.

Sal. 104:29. Escondes tu rostro, es decir, cuando Dios da la espalda todo va mal. Cuando el Señor retira su providencia, los hombres se desvanecen. La vida se hace imposible. Les quitas el aliento, y dejan de ser. Si Dios es el Dueño y la Fuente de la vida, puede muy bien quitar o dar la vida a cada momento. Y así vuelven al polvo. Todo es materia, todo vuelve al polvo. Los seres vivos que han nacido han de morir, pero el hombre tiene una ventaja. Tiene un alma inmortal. Un alma que dejada en manos del Señor, puede llegar a ser feliz toda la eternidad dando alabanza a Cristo Jesús.

Sal. 104:30. Nada tiene lugar fuera del conocimiento divino. De forma especial la vida que aparece lo hace bajo la orden directa de su Creador. En su sabiduría va reponiendo generaciones que suplen a las que desaparecen. Gracias pues, a esta doble acción renovadora del Señor, la vida en la tierra actual está siempre joven y lozana. Si Dios no decide abandonar la tierra, no faltará nada sobre ella.

 

Conclusión:

Esta es nuestra condición humana: ¡Depender de forma total de Dios! Para el cristiano la lección es clara: Debe tratar por todos los medios de volver al origen primario de la comunicación con Él a pesar de las dificultades que entraña la vida actual y moderna. Hay que dar gracias al Señor por el pan de cada día. Hay que darle gracias también por el 2º Mandamiento.

No desesperemos jamás: ¡Dios no tiene prisa! Cierto día en que alguien esperaba intranquilo un desenlace que le era importante, se paseaba nervioso por el pasillo de la clínica. –¿Qué te pasa?–, quiso saber un vecino. –Me pasa –dijo el impaciente– que yo tengo prisa y Dios no.

El buen Padre esperó seis largas épocas… ¡pero al fin descansó complacido ante la clara visión de una Creación perfecta.

 

 

 

 

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  Barcelona, 4 de marzo de 1973

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79 EL HOMBRE, UN SER RESPONSABLE

Gén. 1:27-30; Hech. 17:30, 31; Rom. 14:10-12

  Introducción:

¿Dónde tiene origen el mal, en el hombre o en Dios? En el hombre, claro, porque el mal es el fruto de la desobediencia a la voluntad del Señor. Se cuenta que en un incendio de Buenos Aires, los bomberos encontraron un hombre que estaba echado en la cama. El examen posterior reveló que hacía horas que había fallecido víctima de las drogas y el alcohol que él mismo había preparado en una especie de alambique casero. Este aparato provocó el incendio de manera que podemos decir bien que el pecado de aquel hombre le alcanzó y, lo que es aún peor, trajo el mal para los que le rodeaban.

¡El pecado es quien castiga al pecador a quien Dios ha dejado revolcarse en su rebeldía! Rom. 1:24-30. ¡Qué imagen diferente da este hombre con relación al ser estudiado el domingo pasado! Desde el momento de su creación por Dios, ocupa el primer lugar dentro del gran concierto universal. Para diferenciarlo de los demás seres, el Señor antes de crearlo, exclama: Hagamos al hombre a nuestra imagen… Este solo hecho coloca al hombre en ese lugar privilegiado que hemos señalado pero, a la vez, al mismo tiempo, es un lugar de gran responsabilidad. Veamos por qué: (1) Tiene una responsabilidad moral por el hecho singular de conocer el bien y el mal y, por ende, tiene el deber de amar a sus semejantes. (2) Tiene una gran responsabilidad espiritual porque no ha sido creado por gusto ni por diversión. Ha sido creado con el propósito de relacionarse con su Creador para vivir en íntima armonía con Él, y (3), tiene una responsabilidad administrativa por haber recibido del Él poder para gobernar y hacer uso de todo aquello que tenga o pueda tener al alcance de la mano.

Así pues, vemos al hombre perfectamente capaz de ser capaz y responsable de sus actos. Y, sobretodo, hacerlo en olor de santidad. Porque no es tanto nuestra actitud externa lo que ve Dios, sino nuestra intención. Recordar el caso de Caín y Abel. Muchas veces caemos en el mismo error pensando que Abel halló gracia en el Señor a causa de sus ofrendas sólo en contra de las de su hermano, pero en Heb. 11:4, leemos: Por la fe Abel ofreció a Jehovah más excelente sacrificio que Caín por lo cual alcanzó testimonio de que era justo. No fue por casualidad que Dios eligiera mejor una oveja para su ideal sacrificio en vez de un fruto de la tierra. La diferencia en mucho más profunda. La excelencia del sacrificio radicaba en el interior del donante, uno lo daba con fe, tratando de reconciliarse con el Padre; el otro, con algo de servilismo, porque no había más remedio, era la costumbre… ¡Y no le sirvió de nada!

Por alguna extraña razón, somos responsables hasta en nuestros más pequeños detalles y decisiones.

 

Desarrollo:

Gén. 1:27. Esto es la conclusión, de la declaración del v. 26 que estudiamos el domingo anterior. A imagen de Dios lo creó… ¿Qué es una imagen? Ilustración: “Una noche despejada en la que pueda verse la imagen de la luna reflejada sobre el agua. Mientras el viento no perturbe la superficie del agua o alguna nube cubra el satélite, la imagen de este brillará clara y neta. Pero si algo se interpone, la imagen desaparecerá, pero la luna no. Pasa lo mismo si se tira una piedra al agua, la imagen se deforma, pero la luna no.” Con el hombre ocurre algo semejante. Es la imagen de Dios, no la física como dejamos dicho claro, sino la espiritual y moral. Pero la imagen se ha distorsionado, se ha deformado, a causa del pecado que se ha interpuesto entre el uno y el otro. Por eso decíamos que todo el hombre es mental, moral y socialmente semejante a Dios. Por ello, en su libertad, siempre tiene opción en cuanto a obedecerle o no, pero esa libertad lo hace jurídicamente apto y responsable. Sólo el pecado, como apuntábamos un poco más arriba, es la causa de la muralla que se ha levantado entre el Uno y el otro. Mas, por su gracia, al aceptar a Cristo como Salvador y Señor, esta semejanza rota se restaura de nuevo y la muralla se derriba. Varón y hembra los crió. La presencia de ambos sexos en la cúspide de la creación los apareja por igual en los privilegios y deberes. Dios instituyó el matrimonio con un fin determinado: ¡Extender y garantizar la vida humana!

Gén. 1:28. Dios los bendijo y les dijo: El Señor consagró la unión matrimonial. Consagró el establecimiento del hogar y la familia. Hombre y mujer con compelidos a vivir el uno para el otro y ambos para Dios. ¿Dónde queda el divorcio? La unión de la pareja en un matrimonio queda establecido como sigue: ¡Un hombre para una mujer y una mujer para un hombre, y para siempre! Y aunque el imperativo de llenar o fructificar tiene relación con los frutos de la unión del matrimonio, sin duda aquí hay algo más. Parece ser un mandato a trabajar y hacer producir a la tierra y a todo aquello que ya está puesto a su alcance en la naturaleza, para asegurar el sustento y bienestar propio, de los hijos y de las personas de su responsabilidad. Ser fecundos y multiplicaos. Aquí si que hay un mandato urgente de reproducir y multiplicar la raza. Y de donde se desprende que la vida sexual sana forma parte del santo proceso creativo del Señor y dentro de esa unión, del matrimonio, la relación marital tiene un papel preponderante. Digamos de paso, que el ser humano no tiene ninguna excusa para la relación sexual fuera del matrimonio. Llenad la tierra; he aquí también un mandato claro para que el globo sea colonizado en su totalidad, Hech. 17:26; Gén. 11:8. Sí, sojuzgarla y tened dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y los animales que se desplazan sobre la tierra. El hombre tiene el deber de conquistar la tierra, de dominarla y explotarla para beneficio propio y ajeno, de la comunidad en general. Su dominio no está limitado a las cosas inanimadas de la tierra, sino sobre todos los demás seres vivos inferiores estén donde estén.

Gén. 1:29. Así que todos los vegetales fueron creados como sustento para el hombre o cuando menos, para su deleite. Parece ser que en el origen el hombre debía alimentarse de vegetales, legumbres, hortalizas, etc., pues por lo que sabemos sólo tras el diluvio, el Señor incluyó la carne en la alimentación diaria del mismo, Gén. 9:3.

Gén. 1:30. Así que los animales eran vegetarianos. Lo cierto es que todo se realizó como había sido determinado. Sí, Dios sustenta a todos los seres vivientes y cuida de su creación, Sal. 36:6.

Hech. 17:30. Los griegos del Areópago eran sabios en el campo de la filosofía y de todos los conocimientos humanos, pero ignorantes en cuando a la existencia y poder del verdadero Dios. ¿Cuáles podían ser los tiempos de la ignorancia? Pues todos aquellos en que se cometían pecados a causa de no saber que lo eran ante los ojos del Padre. De ahí la importancia de la predicación. Pablo pone su sano granito de arena ante aquellos sabios, nosotros… dónde se presente la buena ocasión. Ahora bien, ¿seremos culpados nosotros de los pecados cometidos en la ignorancia? Rom. 3:24, 25. Pero este estado de cosas no puede continuar así. Y si el hombre sabedor de Dios continúa pecando ya no tendrá excusa. Por eso, manda a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan. Delante de este enorme evangelio, el hombre está ante la encrucijada eterna: Con su libertad, puede seguir a Cristo o… ¡negarlo! Así que todos deben arrepentirse, iniciar la marcha hacia el sentido contrario. Deben hacerlo porque de lo contrario no tendrán consuelo en el día final. ¿Por qué?

Hech. 17:31. Clara referencia al Juicio Final en el día de la segunda venida de Cristo. De una cosa podemos estar seguros: El juicio particular será justo y no podremos de ningún modo criticar el veredicto. Cristo será el Juez, Él hizo el mundo, lo gobierna y lo juzgará. Él tiene las credenciales con las que su buen Padre lo ha revestido ante el mundo entero: ¡Resucitarle de entre los muertos! De manera que tendrá un doble papel: Salvador y Juez. Sí, esta condición divina nos iguala a todos con el mismo rasero. No hay cristianos más grandes ni más pequeños. Ni débiles ni fuertes. La Iglesia de Roma tenía este problema. Algunos hermanos curtidos estaban seguros de que la calidad de la vida cristiana no depende de la clase de alimentos que se iban a ingerir ni de la cantidad de días festivos guardados o dejados de guardar. Otros creyentes inmaduros, hacían distinciones más superficiales en ciertas prácticas personales. Como consecuencia, los unos juzgaban y criticaban a los otros y los otros negaban y menospreciaban a los primeros.

Rom. 14:10. Referencia al hermano débil que critica al fuerte. Pablo esconde una fuerte reprensión. Están usurpando la parte, la función que pertenece por naturaleza al propio Cristo. Y dice: O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Es una clara reprensión al hermano maduro y formado. Sí, ¿por qué tomas en poco a tu hermano en la fe? La madurez cristiana se caracteriza en amor y comprensión para los hermanos aunque no estén de acuerdo con nuestras maravillosas ideas. Pues todos iremos ante el tribunal de Dios. Tanto el que juzga y critica como el que menosprecia estarán un día ante del Juez supremo. Claro, en nuestro caso, no para algún tipo de condenación pero se nos pedirán cuentas en lo tocante a la administración de nuestra mayordomía, 2 Cor. 5:10.

Rom. 14:11. En el llamado día final, todos, absolutamente todos, proclamaremos el Señorío y soberanía de Dios. Los salvos se inclinarán y confesarán su alborozo, mientras que el resto lo hará con dolor.

Rom. 14:12. De manera que cada uno de nosotros rendirá cuenta al Señor de sí mismo. Claro, cada cristiano, de forma individual, dará cuenta al Juez Supremo. Mas, ¿sobre qué daremos cuentas? ¡De todo lo que hayamos recibido de Él en esta vida! La vida, el cuerpo, las energías, el tiempo, el pan, los bienes, etc. Todo saldrá a la luz, hasta el último de los trapitos sucios. Y lo malo de todo es que no tendremos a quien dar las culpas de nuestro posible fracaso, a pesar de estar rodeados por millones de seres.

 

Conclusión:

Una lavandera se quejaba de que su ropa quedaba mal lavada y exclamaba con mal humor: –Tiene la culpa la lavadora-. Claro que sí, siempre decimos lo mismo: –Tiene la culpa Eva. Tiene la culpa la serpiente-…

Debemos terminar con todas las excusas: ¡Somos serios y responsables de nosotros mismos”

Así que, queridos hermanos, administremos bien todos los talentos ahora que aún estamos a tiempo.

¡Así sea!

 

 

 

 

060261

  Barcelona, 11 de marzo de 1973

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80 EL HOMBRE SE HA DESVIADO

Sal. 14:2, 3; Jer. 17:9, 10; Rom. 1:28-32; 2:1

 

Introducción:

Los titulares de Tele/exprés del día 16 de marzo de este año: “Panamá no quiere ser colonia Usa”. “Bofetadas en el colegio de abogados en Madrid”. “La última batalla de los sioux”. Y “en torno a la reconstrucción del Vietnam…”

¡Este y no otro es nuestro mundo reflejado un día de lo más normal, un día cualquiera! Sencillo. El hombre fue un ser hecho a imagen y semejanza de Dios; es decir, un ser justo, bueno, inteligente y superior al resto de la creación, pero le hizo libre y escogió desobedecer a Dios y pecar dándole la espalda. Así, desde este mismo momento el Señor ha procurado por todos los medios atrayéndoselo de nuevo. Pero todo hombre, por voluntad propia, ha roto o desviado el rumbo que conduce a Él. Hoy sabemos que los aviones en el cielo se gobiernan por espacios aéreos trazados por coordenadas y datos que convierten las nubes en carreteras, pero si cualquier aparato no sigue el rumbo establecido, jamás llegará a su base. El hombre ha equivocado su rumbo. Dios Padre, su estrella polar, le había trazado un mapa con la ruta adecuada para llegar a buen puerto; pero el hombre se cree sabio y piensa que se basta y sobra para llegar, aunque, todos lo sabemos bien, jamás lo conseguirá estando solo. En la época en que la navegación naval tenía que confiar tan solo en la rústica brújula, se cuenta de un oficial que la saboteó con un imán llevando a toda la tripulación a una muerte cierta. ¿Cuál puede ser el imán que Satán pone junto al hombre como si este fuese la brújula? ¡El pecado!

Pecado significa errar o fallar en el blanco. Originalmente el blanco del hombre era el Señor. El hombre tenía una estrecha relación con Él, pero el pecado le desvió de la ruta correcta. No obstante, el rumbo del hombre debe llevarle a alguna parte pues que no puede viajar ni llegar al vacío. Así… ¡si no va rumbo a Dios… va rumbo a Satán! ¿Sabéis que el pecado fue la causa, aunque no el motivo, de la muerte de Cristo? Ahora leer poco a poco la poesía: Esto en la Guerra (Balbuceos Navideños, pág 83). Aquella serpiente (Satán) había prometido al hombre el conocimiento del bien y del mal. ¡Y a fe que se lo dio!

Por otra parte, podemos preguntarnos: ¿No quería Dios acaso, que el hombre conociera estos extremos? Según el plan del Creador, el hombre tenía que haber percibido el bien y el mal por medio de sus triunfos sobre la tentación, pero precisamente por haber caído en el pecado, llegó a saber demasiado bien lo que era el mal y apenas intuyó lo que pudo haber sido el bien. Por querer ser creador en vez de creado, las puertas del paraíso se abrieron ante él… ¡pero para salir!

 

Desarrollo:

Sal. 14:2. Es decir, miró con detenimiento la conducta de todos los seres de la tierra. Para ver si había algún sensato… algún hombre sabio, entendido y prudente en contraste al necio descrito perfectamente en el v. 1. Que buscara a Dios. Así que hace falta en verdad ser sabio para que además de reconocer que hay un Dios Padre sustentador, le busque para servirle y adorarle como su soberano. Mas Él descubre que nadie, absolutamente nadie le busca.

Sal. 14:3. La raza humana, gracias a su naturaleza pecaminosa ha caído en brazos del pecado, así que todos se han ido, se han apartado de la senda hollada por los pies de Dios. Mas, como decíamos más arriba, si el hombre no sigue al Señor, sigue a sus necias apetencias carnales, es decir, a Satanás. Todos nos descarriamos, dice Isa. 53:6: A una se han corrompido, dirá este salmo. No hay nadie sano. Al igual que las manzanas sanas de una cesta se pudren al contacto con una mala, el hombre, por la mancha de su pecado, ha afectado hasta su metabolismo y ha cambiado su capacidad moral y su maravillosa naturaleza. La raza humana ha caído… Rom. 3:10. ¿Qué pasaría si cogiésemos la pareja humana más sana, buena e inteligente del universo y la trasplantáramos a una isla desierta? ¿Se acabaría el pecado? ¡De ninguna manera! A la segunda generación como máximo todos habrían pecado. Es cosa de naturaleza. No hay quien haga el bien; no hay ni siquiera uno. No, no hay nadie que en algún momento de su vida no haya pecado. Además, y aquí hay algo muy cruel y doloroso, todo lo que el hombre haga por sí mismo, aun lo mejor según la tabla de los valores humanos, es malo. ¿?

Por eso, lo mejor del hombre según el hombre, para Dios es como la basura. No sirve para nada. ¿Por qué? Por no hablar el mismo idioma. Si tuviésemos un valioso aparato de radio portátil y se lo diésemos a una hormiga, ¿le sería útil? No, lo pisotearía y hasta despreciaría. No hablamos el mismo idioma. Lo que para nosotros es de valor para la hormiga no es sino un obstáculo en su camino. No hay nada que pueda ser agradable a Dios, por más difícil que sea conseguirlo, si sale del corazón pecaminoso del hombre.

Jer. 17:9. Engañoso: Una palabra formada de una raíz que significa el que embauca o el que suplanta. Es la misma palabra que forma el nombre de Jacob. ¿Por qué? Porque suplantó a su hermano Esaú y engañó a su padre Isaac. Esta es la forma o la idea conque el corazón suplanta la verdad por la mentira. Es el corazón, más que todas las cosas, y sin remedio. El corazón es el órgano sensitivo vital. Es el que hace circular la sangre y a la vez reclama para sí el centro de toda vida emocional. Todos los hechos del hombre interior son atribuidos al propio corazón, ya que lo que hoy llamamos conciencia, los más antiguos llamaban corazón. Pero la Biblia, las Escrituras, nos dice en esta ocasión que la conciencia es más engañosa que todas las cosas. Si la que nos debía guiar en nuestro camino empieza por engañarnos, ¿adónde iremos a parar? Además, gracias a su naturaleza, nunca podremos estar seguros de su verdadero comportamiento. Por eso, a veces, lo que normalmente consideramos malo, lo vemos menos malo, puesto que nuestra conciencia nos lo disfraza para que lo veamos menos malo y, por lo tanto, realizable o, cuando menos, justificable. El corazón pues es engañoso; es decir, dado al mal y dominado por él. Sí, la vida del hombre natural, sin Dios, se desarrolla cuando menos sometida al mal. Pero lo que sin duda es peor, está sin esperanza real de regeneración por sus propios medios o por los medios naturales del entorno que le rodea. Así que nos parece tan necio confiar en el corazón de nuestro prójimo como en el nuestro, Prov. 28:26. La pregunta central es: ¿Quién lo conocerá? Ningún mortal, desde luego. Y la verdad, no puede hacerlo porque es engañoso. Nadie puede prever cuál será su reacción ante un problema real de la vida.

Jer. 17:10. Sólo Dios conoce al hombre tal y como es. Para Dios no es problema ver el interior del hombre ni aun siquiera el rincón más escondido de éste. Para Él ni hay secretos ni hay misterios. No solamente conoce la fuente secreta de nuestros pensamientos, sino que descubre la más sutil de las raras malezas del corazón. Ahora bien, ¿con qué fin escudriña Dios nuestros corazones? ¡Para dar a cada hombre según su camino y según el fruto de sus obras! Aquí está bien claro. Nadie que no sea nuestro Señor es capaz de juzgar con verdadera imparcialidad, porque es que nadie más conoce nuestro interior como Él. Tanto es así, que la observación de Dios en lo más secreto del alma, llegará incluso a significar un premio cuando se nos dice con claridad meridiana que ¡conoceremos como somos conocidos! Sólo nuestro Dios puede ejecutar un juicio justo. ¿Cuál puede ser? ¡Bendición en obediencia y maldición en desobediencia! Sin embargo, la justicia del Señor es justa y necesaria entre los seres humanos debido precisamente a la injusticia de la humanidad. Sí, el cruel pecado nos convierte a todos iguales. Sí, todos somos medidos por igual rasero. Pablo, que espiritualmente hablando era un médico muy certero y sabio, diagnostica una enfermedad común a la iglesia de Roma y a todas las iglesias:

Rom. 1:28. Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios: en otras palabras: como ellos se desentendieron del Señor para encontrar la solución a sus problemas… el Padre Dios los abandonó. ¡Y es que todos ellos se hicieron los desentendidos! Sabían del verdadero Señor y no lo quisieron, lo rechazaron. Prefirieron ignorar al Señor para andar de forma más plácida siguiendo los designios de su corrompido corazón. Pero en este v hay algo extraño: En apariencia lograron su propósito de vivir lejos del Señor. En efecto, El Señor los entregó a una mente reprobada, para hacer lo que no es debido. Han llegado a tal situación que ya no pueden discernir entre el bien y el mal, entre lo que les conviene o no. ¿Mas, cómo es posible llegar a esta situación? Se ha deformado de tal modo la conciencia que se ha puesto tan dura como un callo. Los hombres han abandonado al Señor y éste, simplemente, los dejó a su suerte… ¡Es el precio parcial de la libertad mal entendida por el hombre! Y es que cuando se deja dominar por sus embrutecidos deseos carnales, se convierte en un ser vicioso, codicioso y orgulloso.

Rom. 1:29-31. Estos tres vs. encierran la lista de pecados que demuestran lo bajo que ha caído el hombre carnal. Veamos: Se han llenado de injusticia, atropellos y explotación injusta; maldad, deleite en la práctica del mal; avaricia, el estado de la desviación espiritual que solamente busca perjudicar al prójimo; perversidad, ambición desmedida de poseer más y más; repletos de envidia, odio dentro del corazón que se enfoca hacia los que están sobre nosotros o hacia los que poseen cosas o artículos que no tenemos; homicidios, asesinatos; contiendas, disputas y pleitos; engaños, mentiras; mala intención, maldad de gran extensión de acción; contenciosos, siempre buscando la pelea; calumniadores, le gusta hablar mal de su prójimo y en secreto; aborrecedores de Dios, esto sí es curioso. Odian a Dios Padre a causa de sus propios pecados; insolentes, observan a los demás por encima del hombro; soberbios, miran con altanería a los que les rodean; jactanciosos, llenos de vana presunción; inventores de males, sí, a más pecado, más maldad; desobedientes a sus propios padres, al no haber temor de Dios no hay respeto para nadie, y menos para los familiares más viejos; insensatos, sin entendimiento; desleales, faltan al trato con facilidad; crueles, hacer el mal por hacerlo, porque sí; sin misericordia, sin nada de compasión. ¡Ya no hay amor!

Rom. 1:32. A pesar de que ellos reconocen el justo juicio de Dios (conocen bastante bien lo que les espera), que los que practican tales cosas son dignos de muerte (todos ellos saben que están condenados irremisiblemente), no sólo las hacen, sino que también se complacen en los que las practican. Así que no solamente hacen lo que les dicta su perdida conciencia, sino que aplauden a los que hacen lo mismo y se alegran del mal de los demás.

Rom. 2:1. Y por lo tanto, no tienes excusa, oh hombre, no importa quién seas tú que juzgas (no hay ninguna excusa para desplazar al Señor del papel de juez); porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo (¿Sabéis por qué? Porque el que quiere juzgar a los otros tiene los mismos pecados que aquel a quien trata de juzgar), pues tú que juzgas haces lo mismo. Eres igual de pecador. O bastante más. Así que, ¡atención!, cuando condenamos a nuestros deudores, nos condenamos a nosotros mismos.

 

Conclusión:

Hemos dicho varias veces la palabra pecado, pero no debemos avergonzarnos. A las cosas hay que llamarlas por su nombre a pesar que nos parezcan repulsivas. ¿Deberíamos decir “fraude” o “engaño” para disimular el pecado? No. De ninguna manera. A un frasco con veneno no podemos ponerle una etiqueta que diga “esencia de menta.”

¡Qué Dios nos ayude a parecernos a Él!

 

 

 

 

060262

  Barcelona, 18 de marzo de 1973

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81 LA PUERTA AÚN ESTÁ ABIERTA

Gén. 7:1-16

Sermón de Evangelismo,

predicado en los puntos de misión

del Carmelo y Sants.

 

Propósito:

Demostrar que la época de la gracia es limitada.

 

Introducción:

Hace poco hemos leído en la prensa diaria noticias del choque que han sufrido dos aviones españoles sobre el cielo de Francia. Las causas, a juicio de los expertos, son bien concretas: Como los controladores del país vecino están en huelga, el ejército se ha hecho cargo de los vuelos y aquellos servidores, faltos de experiencia, habían señalado las mismas coordenadas a las dos aeronaves por lo que la colisión resultó inevitable.

El hombre normal ha hecho lo mismo. Haciendo caso a las falsas voces que suenas y resuenan en su interior, se ha desviado del rumbo que debía haber seguido como viva imagen que es de Dios. Esta falsa coordenada que distorsiona la realidad es el pecado, causa y efecto de todos los males que aquejan al hombre moderno. Y si entendemos que pecado significa errar el blanco, veremos muy bien que el hombre está cada día más lejos de la trayectoria que inició al nacer. Originalmente, el blanco o meta era Dios, o lo que es igual, una estrecha comunión con él. Pero el pecado nos desvió de la línea correcta y nos llevó rumbo al sometimiento letal y vergonzoso de Satanás. Aunque esto no es nada nuevo. La serpiente prometió a Adán y a Eva que si comían del árbol prohibido conocerían el bien y el mal. Claro, al pecar, los dos seres conocieron el mal y sus circunstancias, pero el bien aún lo están buscando a pesar de los cientos de ejemplos que ven cada día a su alrededor. Esta es la triste historia de la mejor creación de Dios.

Antes de los hechos narrados en el texto sugerido, un gran hombre, un hombre de Dios, Enoc, había vivido y había sido traspuesto al cielo sin pasar por la prueba de la muerte y sin que, al parecer, haber influido para nada en la moralidad de la vida de su época. Pero sin embargo, sabemos que precisamente por su testimonio durante el peregrinaje de su vida en la tierra, el Dios Padre tuvo a bien glorificarlo. Así que no podemos achacarle el hecho de que su mundo se hubiese apartado del Creador por su culpa. Pero, repetimos, que su vida había producido poco efecto sobre sus contemporáneos es muy claro y evidente porque no hicieron ningún caso del modo de elevarse al cielo. Así que la vida humana del día al día siguió por sus trece: Aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, les nacieron hijas. Y viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran bellas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas, Gén. 6:1, 2. La mezcla de todo aquello es una forma de mal que se presta como instrumento de Satanás para manchar seriamente el testimonio de Enoc o del mismo Cristo cuando estuvo aquí en la tierra.

Sin embargo, esta mezcla tenía apariencias de ser una cosa deseable. Práctica y hasta sana según el juicio de los sabios humanos de todas las épocas, ya que leemos que gracias a esa mezcla de sangre, vinieron a nacer los valientes que desde la antigüedad fueron hombres de renombre, Gén. 6:4. Mas sin embargo, el Señor no les dio su aprobación. Y es que el Señor no mira lo que el hombre mira. El Señor no tiene las metas ni los pensamientos que nosotros tenemos. Jehovah Dios vio que la maldad del hombre era mucha en esta pobre tierra, y que toda la tendencia de los pensamientos del corazón era de continuo al mal, Gén. 6:5.

Este es el meollo, el centro, de la cuestión. El hombre tiene la mente y la naturaleza pecaminosas y en aquella ocasión, el bien que pudieran haber hecho Enoc y los grandes hombres, quedó totalmente anulado por el mal general, tanto es así, que Dios se arrepiente de habernos creado, y exclama: Arrasaré de la faz de la tierra los seres que he creado… Gén. 6:7. Pero si el Señor del cielo es justo, también es misericordioso. Aun en las condiciones tan adversas como las que estamos narrando, Él previó una escapatoria: Noé halla gracia en sus ojos y le manda construir un arca. Sí, el patriarca pudo haber sentido un cierto orgullo al notarse elegido y ver al resto de todos sus conciudadanos sucios y perdidos. Pero obedeciendo la voz de Dios, empezó a dar forma a sus deseos que no sólo anunciaban el fatal cataclismo, sino que ofrecía la posibilidad de la salvación. Sí, no había más que un modo de escapar, pero éste le fue revelado por la fe y no por la vista ni la razón, ni aun siquiera por la más calenturienta. Porque fue durante la construcción del arca, durante los largos ciento veinte años, en que aguantaba la rechifla de la gente que lo creía loco de atar, que demostró la fe en la evidencia de un final que, no por ser muy lejano, era menos inminente. Porque, ¿cómo podría Noé haber predicado toda la justicia durante esos largos años que duró la rara construcción del arca propiamente dicha, del gran navío de ciprés, sino hubiese tenido la convicción de que Dios le había hablado y que la amenaza del diluvio era una realidad terrible? En Heb. 11:7, podemos ver: Por la fe Noé, habiendo sido advertido por revelación acerca de las cosas que aún no habían sido vistas, y movido por temor reverente, preparó el arca para la salvación de su familia. Por la fe él condenó al mundo y llegó a ser el heredero de la justicia que es según la fe. El hombre natural se gobierna por lo que ve y siente, pero cuando Jehovah Dios le habló a Noé de un juicio de destrucción, no había ninguna señal del mismo. Todavía no se veía… Sin embargo, sólo se salvaron aquellos que por fe lo vieron y que, por lo tanto, se preocuparon por obtener un puesto seguro dentro del arca. Total ocho personas. Y cuando llegó la hora final oyeron la voz tan clara como la habían oído ciento veinte años antes por los oídos de la fe: ¡Entra tú y toda tu casa en el arca! Y cuando todos estuvieron dentro, en su sitio, casi sin podérselo creer del todo, Jehovah Dios cerró la puerta. ¿De verdad hacía falta más seguridad? La misma mano que cerró el arca fue la que abrió las ventanas de los cielos y rompió las fuentes del abismo por usar el mismo léxico bíblico. Así, ¿qué podían temer? El arca flotaba tranquilamente sobre el agua que había venido a ejecutar el juicio de y sobre toda carne.

  Pero, ¿qué pasó con todos aquellos que permanecieron fuera del arca cuando llegó el día fatal? Sin duda habrían muchos que desde alguna altura natural miraron con una cierta ansiedad hacia la extraña embarcación que ya flotaba sobre las aguas bajas, pero comprendían que ya no tenían acceso a ella puesto que desde hacía mucho tiempo la puerta estaba cerrada. El día de gracia pasó, el tiempo para la amonestación y el testimonio no volvió a aparecer para ellos. La misma mano que encerró a Noé, por el mismo acto en sí, excluyó a los demás y era tan imposible para unos salir como para otros entrar.

 

1er. Punto: Inminencia de un fin y seguridad para los salvos.

A lo mejor me diréis que el tema que hemos escogido para esta ocasión no es nada actual. Qué pertenece a la historia. Nada más lejos de la verdad: Como pasó en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre: Ellos comían y bebían; se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos, Luc. 17:26, 27. Estamos en las mismas circunstancias, estamos en una época similar, los hombres comen y beben, se casan y hacen proyectos. Igual, igual que en la era de Noé. Estas cosas no son pecaminosas de por sí, pero el mal vuelve a hallarse en el centro del corazón de los que las hacen. Así que Dios sigue hablando igual de un remedio y de la única vía de escape a su ruina inminente, pero ellos se ocupan de su prosperidad temporal. Estamos en una época en la que cientos de voces proclaman la existencia de una segunda arca gobernada por Jesucristo, pero los hombres siguen haciendo sus planes para permanecer en la tierra como si esta les perteneciera.

Los hombres se olvidan continuamente de que hay una cláusula suspendida en su contrato de arrendamiento y que su ocupación de la tierra es válida tan solo hasta que nuestro Dios lo quiera. Los sabios indican que la vida cada día será mejor gracias a los adelantos técnicos. Todos procuran vivir más y mejor. Pero la cosa no termina aquí. Ya se afirma que el mañana será aún más cómodo; tanto es así, que se dice que el año dos mil ya no será necesario hacer ningún esfuerzo para comer puesto que bastará con la consabida pastilla de proteínas. Esto no hace sino dar fe de lo que hemos leído en la Biblia: Como pasó en los días de Noé, así será en los días del Hijo del Hombre. Y sin embargo, estas mismas razones hablan de la inminencia del fin. Del mismo modo que hubo un fin… ¡habrá otro! Jehovah Dios ya ha dicho: Destruiré toda carne… En cuanto al momento que esto suceda, se produzca, es otra cuestión; ya que puede ser dentro de un momento o dentro de un milenio. Mas el hecho de no saber en qué momento se producirá no excluye el fin. Aquellos hombres que durante tantos años veían la marcha de la construcción del arca, tampoco sabían el momento del fin… pero éste se produjo inevitablemente.

En 2 Ped. 3:4-10, leemos: El día del Señor vendrá como ladrón de noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos y la tierra y las obras que en ella están, serán quemadas.

Vendrá. Sin duda, el fin de toda la creación vendrá.

¿Qué ocurrirá con aquellos que han creído que Cristo es capaz de salvarlos del cataclismo? El mismo Señor Jesús que trastocará los elementos, será el que nos recibirá en el aire, en las nubes, cerrando de paso la puerta a nuestro alrededor para impedir que ni aún uno solo de nuestros cabellos sea tocado por el fuego. Pero, ojo, ya nadie más podrá ser salvo. Todos aquellos que en algún momento de su vida no se entregaron a nuestro Señor, serán fieles observadores de la salvación de los creyentes. ¡Y es que el mismo hecho de escoger a los salvos es el que condena a los que no lo son!

Los hombres sueñan con una edad dorada y placentera en la vida, se ilusionan con la esperanza de un milenio de artes y ciencias; se alimentan con las utópicas cosechas abundantes del mañana. Pero, ¡qué vanos son todos esos pensamientos, sueños, ideas y promesas! La fe, nuestra fe, puede ver en el horizonte las nubes de la destrucción. El día de juicio se acerca y será lleno de ira. Entonces la puerta estará cerrada y el engaño obrará con más fuerza, si cabe, sobre los que queden:

 

2do. Punto: ¿Hay posibilidad de salvación?

Ahora, cualquiera que sea el objeto que pide nuestra atención al contemplar el futuro, no podemos obviar o menospreciar la importancia de atender una vez más al testimonio que tenemos a mano acerca de la gracia que se hace extensible a todos los pecadores del mundo. En 2 Cor. 6:2, leemos: Ahora es el tiempo ideal, he aquí hoy es el día de la Salvación… Pero me diréis: ¿Por qué debo salvarme sino estoy perdido? Claro, sin embargo recordaréis que dije al principio que la trayectoria del hombre se ha separado de su meta. Que el pecado es la causa final de la separación actual del hombre y Dios. Y Éste ha dicho bien claro, muchas y repetidas veces, que toda alma que pecare, morirá. Así que estáis perdidos si no creéis en Cristo. Así, sin disfraces. Sólo os queda una solución. Debéis entrar en la moderna arca si os queréis salvar. Ahora bien, ¿cómo encontrar la entrada del arca en pleno siglo XX? Además, debe ser algo que sea capaz de dar tal seguridad que ya sintáis de hecho la salvación y también, debe ser perfectamente capaz de no dejar ver los pecados a los ojos escrutadores de Dios.

Podemos leer otra vez en 2 Cor. 5:19: Ciertamente Dios estaba en su Hijo Jesucristo reconciliando al mundo consigo mismo, no imputándole sus pecados. Este es el camino, el único camino que conduce a la salvación. ¡Sólo Cristo es capaz de perdonar los pecados! Pues en él, se centran todas las exigencias de Dios para aceptar al hombre de nuevo. Ahora bien, ¿de qué manera se encuentra realizada la acción divina de la reconciliación en el Cristo? Nosotros sabemos que es posible gracias al hecho de su muerte en la cruz. Pero hay más. La reconciliación del hombre con Dios; de Dios con el hombre, ha tenido lugar ante todo en la persona misma de Cristo, hombre y Dios: El Señor estaba en Cristo reconciliando al mundo. Sólo así, la muerte del Señor ha tenido toda su eficacia ante Dios y ante el hombre. Ahora sí podemos entender bien el resto de la frase: No imputándoles sus pecados. Es decir, perdonándoselos gracias y a consecuencia del mejor y más efectivo de los binomios que han existido en el mundo: De parte de Dios dando todo su amor hasta el extremo de consentir en la muerte de su Hijo y de parte del hombre, atraído por ese perdón, atraído por ese amor, siéndole suficiente garantía para que confiar en que la muerte del Hijo divino es lo único que puede salvarle. Así que ya sabemos que la salvación sólo puede ser posible cuando el hombre alarga la mano hacia el Señor suplicando el perdón. ¡Sólo asiendo y girando el pomo de la puerta, en tanto está entreabierta, podemos salvarnos!

 

Conclusión:

¿Cuál es el v que nos puede llevar a convencernos de la fiel seguridad de la salvación de Cristo? Este: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él crea, no se pierda más tenga vida eterna. ¿Cuál es el vehículo capaz de hacernos experimentar la fuerza suficiente para que podamos alzar la mano suplicante? La fe. Anécdota: “El niño de la casa ardiendo”: Estaba en el balcón del tercer piso de una casa ardiendo. Los bomberos le piden que salte y ante la negativa de éste, van en busca del padre. Cuando llega, extiende los brazos y le pide que salte. Inmediatamente, el niño salta. Esto es la fe. Es confiar ya en estar salvos. No, no os dejéis engañar por las señales actuales. Lo mismo que en tiempos de Noé, mientras estaba construyendo el arca, nada nos parece indicar la inminencia del fin. Pero éste se acerca. Éste es real. Sólo podemos aprovecharnos de esta oportunidad de salvarnos mientras dure el periodo de la gracia o cuando menos, mientras estemos vivos. Y del mismo modo que no sabemos cuándo ni cómo moriremos, tampoco sabemos bien la duración del período abierto de la reconciliación. Depende totalmente de Dios y de nadie más. ¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad? Ahora es el tiempo ideal, he aquí hoy, es el día de la Salvación. Sí, cierto. ¡Puede ser el día de tu salvación! La puerta está abierta… ¿por cuánto tiempo? No lo sabemos. Entra pues en el arca ahora que puedes… y serás salvo. Cree en el Señor Jesucristo… ¡y serás salvo!

Amén.

 

 

 

 

060264

  Barcelona, 18 de marzo de 1973

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82 DIOS NOS AMA

Sal. 103:8-14; Juan 3:16, 17

 

Introducción:

¡Admirable respuesta!: Una profesora de E. Dominical preguntó a sus alumnas: ¿Quién es Cristo? ¡Cristo, fue la respuesta, es uno que conoce todo acerca de nosotros y sin embargo nos ama!

Afirman los entendidos que una de las necesidades más básicas del hombre es el amor. Desde que nacemos estamos necesitados de amor. Es curioso; cuánto más débiles somos más dependemos de los seres que nos aman. Ver si no a un niño recién nacido, ¡cuántos cuidados necesita! Y que inclinados nos sentimos a amarlo. ¡Parece tan desvalido! Pero a medida que uno crece, este sentimiento de ser amado se transforma en deseo de amar. El hombre normal debe amar y ser amado como consecuencia fiel y lógica de su naturaleza racional. Sin embargo, el amor del mundo, aun en su expresión más elevada, se nos presenta como limitado e imperfecto. Por eso sabemos que falla. Es por eso que conocemos muchos casos en que el amor, incluso entre seres de la misma familia, falla. Este aspecto negativo del amor mundano ha ido en aumento gracias a las exigencias de la vida moderna pues que la consecución de ciertas metas, aun pareciendo buenas por ser exponentes de una vida mejor, nos han ido distanciando del resto de nuestros semejantes, llegando a decir sin sonrojarse: ¡La vida es una selva! Y lo que es peor, este mal ha llegado hasta el centro de la humanidad social: ¡La familia! La comunicación casi ha desaparecido entre los miembros de la misma. Y si no existe mal se pueden interesar los unos y los otros por los nimios problemas cotidianos que explotan cada día. Los cristianos, tal vez en menor escala, tampoco podemos zafarnos a esta ley. El imperativo de entregarse a la lucha cotidiana por la vida, por la subsistencia, también nos convierte en lobos solitarios. ¿Cuánto tiempo hace que no tenemos en casa un culto familiar? ¿Cuánto hace que no leemos la Biblia u oramos en común…? ¡El amor falta también en cualquier guerra o revolución! ¡En cualquier transacción comercial! ¡En cualquier plan pensado por nosotros, los hombres! ¡Falta el amor, en fin, hacia los demás en cada momento de nuestro ir y deambular por el asfalto de la vida!

En resumen: Que falta el amor entre los seres humanos es un hecho axiomático. Lo curioso es que el hombre a medida que crece tiene más necesidad de amar porque si no lo hace se para, se embrutece. Por el contrario, ¡el Amor con mayúsculas exalta y dignifica al hombre y le convierte en algo más que un animal! Sin embargo, por más que uno se esfuerce siempre termina por ensuciar el concepto ideal del amor pues si amar es dar algo sin esperar nada a cambio, el ser humano a causa de su naturaleza pecaminosa, ¡jamás podrá conseguirlo! Sólo Dios ama de verdad, pues sólo Él tiene amor verdadero y, lo que es más importante, permanente.

Pero, ¿qué es el amor? El Diccionario, dice: Afecto que inclina al ánimo a apetecer el bien, real o imaginado. Personalmente prefiero otra definición: Dios es amor y, por lo tanto, amor perfecto es Dios. La Santa Biblia dice que Dios nos ama y nos ha amado siempre. No importa cómo vivamos o cuán grandes sean nuestros pecados. Recordar que decíamos antes como única definición de la persona de Cristo que es uno que conoce todo acerca de nosotros y sin embargo nos ama. Dios nos ama. Así de sencillo. Pero, ¿en qué cuantía? Empecemos la lección:

 

Desarrollo:

Sal. 103:6. Misericordioso y clemente en Jehovah… El amor de Dios es inescrutable. Forma parte de su naturaleza. No puede evitar el amarnos del mismo modo que el sol sale cada día alumbrando a salvos y a no salvos. A pecadores y a justos. Pero no ignoramos que aunque el amor domine su ser, es inexorable tocante a la ley y el culpable no podrá eludirle. Sin embargo, el que se arrepiente y convierte del mal camino podrá constatar de forma perfecta que Él es amor. Sus pecados le serán perdonados del todo, es decir como si nunca hubiesen existido. El museo de la Guerra en Madrid, dice: ¡Perdonar, pero no olvidar! ¿Dónde quedan el amor y el perdón?. Dios perdona borrando hasta las manchas. Nunca más nos serán imputados, precisamente gracias a ese amor incomprensible por nosotros. Lento para la ira y muy grande en misericordia… Una de las consecuencias del amor, precisamente la más hermosa, es la paciencia. Y Dios se ha caracterizado siempre por la suya. Lento para la ira… Su amor se impone siempre cada vez que mira al pecador. Pero, ¡cuidado! Vendrán días en que acabada la época de la gracia, y a pesar de todo el amor eterno que sólo Dios es capaz de manifestar, nada podrá hacer por el hombre pecador, pues con el mismo acto que glorifique a los santos, excluirá a los rebeldes para la eternidad. La misericordia de Dios es infinita, pero el valor de su Palabra también. Un día cerrará la puerta y nadie podrá entrar ni salir del arca del Noé actual. Mientras esto llega, espera con paciencia y tristeza a la vez. El hombre tiene ahora la oportunidad de gustar el amor de Dios. Sólo aquél que crea que puede redimirlo puede experimentar la sensación inenarrable que significa el sentirse a salvo por y para siempre.

Sal. 103:9. No contenderá para siempre… No, no estará enojado para siempre con nosotros a causa de nuestros pecados. Mas, no ocurre así con el ser humano. Hemos oído alguna vez: No me hablo con mi vecino desde hace años. Así, un enfado, a veces una nimiedad, ha ido creciendo en nuestro corazón como una bola de nieve hasta el punto en que ni aun en el caso de muerte de nuestro contendiente consigue ablandarnos y olvidar. Pero Dios es distinto, muy distinto. A pesar de nuestra infiel y constante rebelión en su contra, no nos la tiene en cuenta para siempre jamás, incluso nos recibe con los brazos abiertos de Padre si nos volvemos a Él con los ojos suplicantes y confiando en su poder salvador. Ni para siempre guardará su enojo: Ya hemos dicho antes con otras palabras que el enojo guardado en el fondo del corazón, con el tiempo, se convierte en odio. En Dios no hay cabida para el odio porque Él es amor. Y el odio es contrario al amor y, por lo tanto, contrario a su naturaleza. Así pues, ¿Dios no se enfada por los desplantes del hombre? Sí, pero lo hace de forma momentánea, pronto prevalece su gran amor y eterna misericordia. Es el enojo de un padre que ama frente a la falta del hijo amado.

Sal. 103:10. (Dios) no ha hecho con nosotros conforme a las iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Otra clara referencia a que Él no nos trata con la severidad que se merecen nuestros múltiples pecados, sino con una infinita misericordia. Ahora viene la pregunta: ¿Dios nos perdonó una sola vez el día en que nos convertimos o lo hace de forma continua cada vez que pecamos? ¡Sí, claro, lo hace cada día, continuamente! Y así, ¿cuál debe ser nuestra actitud hacia el pecado? ¡Vivir la vida con la cabeza levantada a pesar de que podemos caer en el barro! El cristiano se diferencia del que no lo es, en la actitud misma del arrepentimiento. Así que, cada vez que volvamos nuestros ojos arrepentidos hacia Dios, tendremos la seguridad de que Él nos perdona y no nos tiene en cuenta nuestra caída.

Sal. 103:11. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra: ¿Qué quiere decir esto? Que del mismo modo que no podemos medir ni comprender con la mente limitada y finita el equilibrio del universo, así mismo no podemos entender que: engrandeció su total misericordia sobre los que le temen. De manera que si Dios ama a los hombres por el solo hecho de serlo, aún ama más a todos aquellos que se han vuelto a Él haciendo, estableciendo la unión primitiva rota por el pecado. Sobre los reconciliados, Dios vuelca su misericordia y su perdón como un torrente inagotable. Lo cierto es que su amor es tan grande como incomprensible resulta para todos nosotros. Tanto o más que la comprensión o el infinito que separa al cielo de la tierra.

Además, como ya ha quedado dicho, ese amor universal se transforma en un amor especial, particular e individual para los que le temen. ¿Por qué? Porque estos ahora son su pueblo escogido, 1 Ped. 2:9. Además tenemos una promesa formidable: Desde hoy y hasta la eternidad, Dios nos salva continuamente, Hech. 7:25.

Sal. 103:12. Cuan lejos está el oriente del occidente. Es decir, de un extremo del orbe al otro. Sin posibilidad alguna de unión o contacto. Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones, dando la medida del verdadero perdón. Además, sólo Dios es capaz de perdonar así. La sangre de Cristo es el detergente que ha obrado el milagro. Por obra y gracia de su muerte, el creyente aparece delante de Dios Padre justificado definitivamente y muy bien perdonado; es decir, como si ya fuese inocente de toda culpa.

Sal. 103:13. Como el padre se compadece de los hijos… una referencia a un padre normal que si reprende y castiga a los hijos lo hace dentro de la esfera del amor. Se compadece Dios de los que le temen. Porque ha pasado a ser un padre para ellos y como a pesar de hijos de Dios, todavía no somos perfectos, ya no nos tiene en cuenta nuestras debilidades y pecados, a pesar de que sí se entristece a cada nueva caída.

Sal. 103:14. Porque Él conoce nuestra condición… Si, Él nos conoce hasta el extremo de sorprendernos en aquel día del juicio cuando conozcamos como somos conocidos. Él nos ha creado, ha visto nuestra historia y conoce nuestras debilidades. ¡Como un padre! Él nos entiende porque se acuerda muy bien de que somos polvo. Somos hechos con sus manos por lo que tiene en cuenta nuestra pobre constitución física. Sabe lo frágiles que somos en lo físico y de la veleidad de nuestras almas, tan prontas a traicionarle y a volverle la espalda. Conoce demasiado bien las limitaciones en que nos desenvolvemos, los carencias y males de que adolecemos y las flaquezas que nos gobiernan pero aún así y todo, nos ama.

¡Este es el quid del evangelio!

Juan 3:16. Porque, esta conjunción sirve de enlace perfecto entre la afirmación anterior y la que va a seguir. De tal manera, es decir, en un grado tal, en tal medida que es imposible acotarlo, ni determinarlo. Como mínimo, es tan grande como grandes fueron todos los pecados que aportamos a la soledad de la cruz. Nos ha amado y nos ama, como nadie antes pudo haberlo hecho. Con la magnitud que corresponde a un ser divino. Amó Dios, este es el principio, fin y fuente de la salvación. Esto es lo más grande que se puede decir de el Señor, que nos amó. Muchas otras cosas relacionamos con su divinidad, tales como la justicia, el poderío, etc., pero ninguna es tan grande como el amor. Dios nos amó, por que todo Él es amor. El amor es una actividad del corazón. Por consiguiente, el amor nació del mismo centro del Señor. Al mundo, es decir, al ser humano, a nosotros. No, no al cosmos invertebrado, sino al ser hecho de sus manos. ¿Hasta qué punto nos ha amado? Pues hasta el punto que nos ha dado a su Hijo Unigénito, a Jesucristo. El teórico amor de Dios hecho realidad, ya que cuando entregó a su Hijo para morir por nosotros, se estaba entregando a Sí mismo.

Anécdota: Heroico sacrificio: “Un barco se va a pique porque tiene un boquete en su casco. El capitán reúne a la tripulación, y dice: –¿Quién irá a taparlo? –¡Yo! –exclama su hijo. Y muere taponando el agujero con su cuerpo salvando así a los demás. ¿Qué podría sentir el capitán como padre? El Paraíso Perdido de Milton: –¿Quién bajará a la tierra para salvar a los hombres?–, pregunta Dios. –¡Heme aquí, envíame a Mí!–, responde el Hijo.

Probablemente en el cielo habrían otros a quien el Señor podía haber delegado para el sacrificio y éstos hubieran ido de buen grado a hacer un servicio para su Creador, pero no hubiera sido justo. El amor de Dios aun siendo grande, exigía un sacrificio justo, enorme, el mayor, debía enviar a su propio Hijo, a Él mismo.

Para que todo aquel que en Él cree, no hay, pues, limitación de persona alguna. Aunque, de una manera, condiciona al hombre a dar el primer paso. Este todo aquel es terrible y a la vez justiciero. Con la muerte de Cristo, Dios lo ha hecho todo; ahora le toca al ser humano avanzar hacia adelante por medio del arrepentimiento y la fe. Además, este “todo aquel” incluye de una vez por todas al género humano. No hay limitación de razas ni situación social. Lo que normalmente sirve de barreras a los hombres, para el Señor no tiene la menor importancia. Pero es indispensable creer que puede hacerlo. ¡Qué nos puede salvar! Es menester creer para que el ser humano: no se pierda, más tenga vida eterna. así que aquí están perfectamente identificados los dos caminos: ¡El cielo y el infierno! Esta es la encrucijada en la que todo hombre debe decidir en algún momento de la vida. Ser o no ser… la condenación o el perdón. Digamos de paso que Dios no quiere que nadie se condene. El hecho de haber dado a su Hijo lo demuestra a la perfección.

Además, la salvación es instantánea. Del mismo modo que los israelitas mordidos mortalmente por las serpientes del desierto sanaban de inmediato por el solo hecho de creer que aquella figura metálica levantada en una cruz podía salvarles. Así el hombre que confía en la muerte de Cristo como el vehículo de salvación, la experimenta en el acto, pasa de muerte a vida en el acto. En otras palabras, tan pronto como le confiesa como Señor y Salvador. –¡Acuérdate de mí!–, dijo el llamado buen ladrón.–De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso–, fue la respuesta del Crucificado.

Juan 3;17. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo. Cristo Jesús en su primera venida no lo hizo en calidad de Juez, sino de Salvador. Sino para que el mundo sea salvo por Él. El mensaje está claro. La Salvación es universal en el sentido de que todos nosotros tenemos la misma oportunidad de salvarnos, pero ésta sólo tiene efecto en aquellos seres humanos que acuden a Cristo y se acogen a su poder, gloria y santidad. ¡Qué claman en lo más hondo de su gracia!

 

Conclusión:

Cualquiera pueda acogerse a esta amplia medida del amor divino. La anchura viene determinada por el porque de tal manera amó a Dios al mundo, así pues se incluye a todo el mundo. La profundidad podríamos decir que es: Que ha dado a su Hijo Unigénito. Así, este amor, parece ser tan profundo que por su causa nos dio a su único Hijo. La longitud: Para que todo aquel que en él cree. Sí, el amor de Dios es tan largo que alcanza a todo pecador. Y la altura podría ser: No se pierda, más tenga vida eterna. De manera que el amor de Dios llega tan alto que nos lleva hasta el mismísimo cielo.

Estas son las medidas del amor de Dios y éste es el mensaje del Evangelio.

¡Qué Él nos bendiga!

 

 

 

 

060263

  Barcelona, 25 de marzo de 1973

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83 JESÚS SUFRIÓ POR NOSOTROS

Isa. 53:4-9; 1 Ped. 2:24, 25

 

Introducción:

Existe una frase célebre atribuida a Meyer que anuncia: El día más triste que jamás existió sobre el mundo ha sido destinado precisamente a disipar sus tinieblas para siempre.

Se ha hablado y escrito mucho acerca de la fuerte y viva personalidad de Jesús sobretodo, en nuestros días en los que con acordamos de Él con caras largas, compungidas y demacradas. Nuestros oradores se esfuerzan en hacer resaltar los dolores y sufrimientos físicos que padeció Jesús sin razón aparente. Pero del mismo modo que la gloria y la victoria son sinónimas de Cristo, del mismo modo el sufrimiento físico es la diadema, amarga si se quiere pero diadema al fin, con la que se coronó el Señor. No tenemos duda de que Cristo Jesús es el tema central de la canción bíblica. Su entrada corporal en el mundo ha marcado un hito en la historia humana. Y lo más extraño, lo mejor, lo más verdaderamente sorprendente es que en la persona de Jesús, el sufrimiento y la muerte que sufrió son o fueron elementos indispensables para dar paso a la vida. Y es que esta dura muerte no fue un mero accidente histórico, ni siquiera accidental pues obedeció a los vivos planes de Dios. Y tuvo un solo propósito: ¡La redención de todos nosotros, le redención de los pecadores!

Sencillamente, Él tomó nuestro lugar. Sufrió la pena que estaba destinada a nosotros. Sin embargo, la Cruz fue el mayor crimen de la historia. Dios el Padre mismo lo testificó y repudió con las tres crueles horas de tinieblas que oscurecieron el cielo sobre el monte y Jerusalén, y el temblor de tierra, y las rocas rajadas, y las tumbas abiertas… Y hay más. Hay, siempre lo ha habido, un destino final para los asesinos: (1) Judas se ahorcó; (2) Pilato, llamado a Roma, fue desterrado a Francia donde al poco tiempo también se suicidó con la manía de ir buscando agua que fuese capaz de lavarle las manos; (3) Herodes murió también en el destierro de forma ignominiosa; (4) Caifás fue depuesto de su cargo al año de la muerte de su mayor enemigo, Jesús; (5) Anás, sufrió un cruel asalto en su casa y vio como mataban a su hijo arrastrándolo por las calles asido del pelo. Y tantos otros y otros que quedaron en el anonimato, pero que murieron llenos de desprecio, repudio, y remordimiento.

Por otro lado, Jesús, con su muerte, hirió para siempre a su eterno enemigo, a Satanás. Ya era dueño y Señor de la muerte y heredero de la Majestad de Dios. ¡Pero sufrió, y mucho! En los aciagos momentos de la cruz, su aislamiento, su abandono por parte de Dios, debió de ser terrible. Todo el mundo estaba en su contra: Jerusalén, que ansiaba su muerte y desaparición con odio apasionado a causa de un nacionalismo mal entendido. Casi todos sus paisanos se habían apartado de Él sin poder ocultar su desencanto por el desenlace en que ineludiblemente se aboca su doctrina. Ni uno solo de sus apóstoles, ni aun Juan, fue capaz de ser el depositario de los duros pensamientos de aquel pobre Jesús atormentado y abandonado. Esta era, desde luego, una de las gotas más amargas de su cáliz. Pero Cristo comprendía, como ninguna otra persona del mundo puede comprenderlo, la fiel necesidad de vivir aun después de su muerte. La causa que Él había inaugurado no debía morir. Sabía que debía partir y dejar su querida obra en manos de aquellos pocos discípulos que se mostraban ahora tan débiles, tan indiferentes y tan ignorantes.

¿Serían capaces de hacer una obra tan enorme? ¿No había sido traidor uno de ellos? ¿No naufragaría su causa una vez que se hubiese marchado, una vez que Él faltase? Estas y otras tantas preguntas similares serían las que el diablo Tentador susurraría al oído de aquel Santo Hombre Dios que estaba físicamente solo. Pruebas las tenía, muchas y abundantes… Pedro, aquel hombre impulsivo, se avergüenza de Él. Juan ha desaparecido nada más darle el encargo de velar con su madre. Andrés, aquel Andrés que siempre estaba en su sitio, ya le había vuelto la espalda dolorido y tal vez desorientado. Mateo, piensa con temor en la represalias… ¿dónde están los demás?

El Monte de los Olivos fue un trago muy amargo para Él, pues no hay nada más doloroso para un hombre que la soledad moral y Cristo estuvo solo, completamente solo, aunque fuese durante un largo segundo. Y por si el dolor moral fuese poco, debemos agregar el físico. La crucifixión era una muerte horrible. Cicerón nos cuenta que éste era el más cruel y vergonzoso de todos los castigos romanos. Estaba sólo reservada a los esclavos, a los ladrones y a los revolucionarios cuyo fin debía marcarse con especial infamia para el buen ejemplo ajeno. Nada podía ser más contranatural y repugnante que colgar a un hombre de esa manera y en vida. Semejante posición era contraria a la más elemental norma de los derechos humanos. Si la muerte hubiese llegado con los primeros golpes, habría sido terrible y dolorosa; pero por lo general la víctima padecía durante dos o tres días a causa del dolor ardiente de los clavos en las muñecas o manos, y en los pies. Es verdad que una especie de asiento para éstos evitaba el desgarro muscular, pero nadie podía evitarle la tortura de tener las venas sobrecargadas. Y lo peor de todo, la sed dura e insoportable que aumentaba cada vez más. Era imposible no moverse tratando de aliviar una situación tan precaria, pero cada nuevo movimiento traía consigo una nueva y excesiva agonía. Los crucificados padecían rápidamente de fiebre y las heridas se les infectaban pronto a causa de la débil corriente sanguínea. Las moscas se posaban en ellas y las agravaban ante la imposibilidad de ahuyentarlas. El cuerpo se deshidrataba con enorme rapidez… el colapso del corazón sería el final… Bien, pues si a este cuadro de soledad moral y dolor físico añadimos el peso de todos los pecados del mundo, veremos, aunque sólo sea de lejos, lo que Jesús padeció. Y en un momento dado, Cristo perdió la eterna comunión con Dios Padre. Jamás la mente humana podrá medir el horror de tanto abandono y sufrimiento.

Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué y por quién padeció?

Veamos:

 

Desarrollo:

Isa. 53:4. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Leer también Mat. 8:17. ¿Cuál es la diferencia? Mateo se refiere al ministerio de sanidad del Maestro Jesús al curar a todos los endemoniados, a todos los enfermos que se le presentaron y hasta el hijo del centurión. Pero, además, Mateo aprovecha la cita para apoyar su tesis acerca del Médico divino en cuanto a los judíos. Sin embargo, la cita de Isaías que nos ocupa bien se puede aplicar a la muerte vicaria de Cristo. Si esto es así, ¿qué significan los términos llevó y sufrió? No participó sólo de nuestros sufrimientos, sino que tomó en su Persona todo el dolor al que éramos acreedores. Sí, así de claro. Podemos añadir que los pecados del mundo fueron la causa y el efecto de sus dolores y, por consiguiente de su muerte. Y le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido… Los términos azotado y herido se refieren a la idea de la plaga de la lepra; es decir, incurable y apartado de la sociedad. En especial, la palabra herido, era usada por los hebreos cuando alguien sufría un mal o una enfermedad repentina y grave como en el caso de Job, y aplicado en especial en el caso de la lepra que consideraban castigo directo de Dios por lo desagradable y dolorosa que era y por las consecuencias sociales que acarreaba. Isaías está diciendo que Cristo fue herido de forma repentina por causa del pecado de todo su pueblo. Y afligido y atormentado, pero no a causa de sus delitos, sino de los nuestros. Pero aún hay más en la frase y en el tiempo del verbo en que está escrito “le tuvimos”. Significa con claridad que muchos hombres le desprecian achacando los dolores a sus propias faltas. Todos le tuvimos por azotado. ¡Nadie puede negar la veracidad del hecho! La única diferencia estriba en que unos creen que sufrió a causa de sí mismo y nosotros que lo hizo a causa de nuestro pecado.

Isa. 53:5. Mas él herido fue por nuestras rebeliones. Aquí la palabra “herido” significa en el original: traspasado por unas heridas mortales producidas de manera especial en una batalla. Molido por nuestros pecados… abrumado, roto y deshecho por nuestras faltas hasta el punto de llegar a romperle el corazón. El castigo de nuestra paz fue sobre él. Es decir, podemos tener paz gracias a que Él cumplió el castigo. Así, tenemos paz con el Padre y somos reconciliados porque su justicia ha sido cumplida en el Hijo Unigénito, Rom. 5:1. Y por su llaga fuimos curados… Literalmente significa: Un moretón o cardenal, como la huella de un latigazo. ¿Se cumplió está profecía? Sí, en efecto, ver Mat. 27:26. Pero, precisamente, por esta su llaga fuimos “curados.” Con la idea del sabio que libera o experimenta un antídoto en su cuerpo con peligro de su vida por tratar de salvar muchas de los demás. Esta sujeción voluntaria por parte de Cristo a la justicia de Dios, se convirtió en la fuente de nuestra sanidad.

Isa. 53:6. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó de su camino. Existe la marcada tendencia de las ovejas que en un rebaño se descarrían siguiendo lo que ellas creen mejores pastos, al igual del hombre que abandona la seguridad de la mirada del Pastor eterno a cambio de los bienes materiales que se le esfuman como la arena y que no conducirán sino a la muerte eterna. Mas Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros. Muy pocas veces el mensaje bíblico nos parece tan claro. Podemos leer con facilidad: Dios hizo que cayese en él toda la ignominia del pecado, de una sola vez y de golpe. Sí, ya hemos dicho en alguna otra ocasión que la salvación no fue efectuada poco a poco. ¡Fue de una sola vez y en el acto! De ahí el dolor producido en la carne de Jesús al cargar sobre sus hombros no sólo el pecado de todos los hombres, de toda la humanidad, sino el gustar o experimentar el abandono del Dios Padre por el simple hecho de que Éste no puede tener comunión alguna con el pecado. Gracias a Dios, esto fue momentáneo. Una vez vencida la muerte y su aguijón, Dios le recibió a la derecha de su Majestad donde aún está en estos momentos.

Isa. 53:7. Angustiado él, es curiosa la idea hebrea que dice o expresa esta palabra. Y es que se trata de la misma angustia que tenían cuando debían pagar una deuda de forma rápida e inmediata y no tiene con qué hacerlo. Cristo, al hacerse acreedor de la justicia divina a causa, repetimos, de todos los pecados, siente la angustia vital de pagar aun a costa de su propia vida, 2 Cor. 5:21. Así que fue tratado por el Señor como un vulgar pecador, como el más grande pecador que existió jamás, puesto que tenía la suma de los pecados de toda la humanidad. Por esta razón, Él, que era justo, que no conoció pecado propio, sintió un dolor y una angustia muy grandes. Ver si no, lo que sentimos en nuestro interior cuando se nos acusa de algo injusto, o de algún mal que no hemos hecho. Pues aún así deberíamos sumar o multiplicar el sentimiento, esta gran humillación, por millones de veces para hacernos con la idea de lo que debió sentir. Y afligido… Tratado con la dureza que se merecía el más terrible pecador del mundo. El Señor había puesto la vida de su Hijo Unigénito en manos humanas, por lo que de hecho se entregó a Sí mismo a su propia justicia. Él había dicho: Toda alma que pecare, de cierto morirá. No podía, pues, reconciliar al hombre sin derramamiento de sangre. ¡Tenía que haber una muerte! Por amor, fue la suya propia. Y tal como hemos dicho antes, la más cruel soledad fue sentida por Jesús en aquel momento incierto de la cruz en el que dice con angustia: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Era justo este abandono? Sí, sí, en aquel preciso momento, Jesús, lo repetimos una y otra vez, cargó con los pecados de la humanidad y Dios… ¡no podía aceptarlo! Ahora bien, ¿Jesucristo sabía a lo que se exponía cuando en el Paraíso, a la sombra de la seguridad y gloria divinas, se presentó como voluntario? Sí, lo sabía y aun así se adelantó un paso al frente impulsado por su amor. No abrió su boca… ¿Fue esto así? No abrió la boca para protestar, pero sí lo hizo para perdonar y bendecir a sus enemigos. Por eso se le compara al más manso de los animales: ¡Una oveja! Sí, como un cordero fue llevado al matadero… Aquí se resalta la sumisión conque se entregó. Ni quiso armas humanas ni celestiales a pesar de que tenía bajo su mando a todo lo creado incluidas las incontables legiones de ángeles del cielo. Por eso, Pedro tuvo que guardar su espada. Marco, el romano, personaje de Mika Waltari, tuvo que guardar también el dinero conque iba a reclutar mercenarios. Ben-hur, personaje de Lewis Wallace, por deseo expreso del Maestro tuvo que tragarse sus ansias de ayuda. Por su parte Cristo, nuestro Señor se entrega, diciendo: ¡Es menester hacer la voluntad de mi Padre! Y como oveja delante de sus trasquiladores, no abrió su boca… Y es que sufría el oprobio como si de veras fuese culpable. Ya lo dijo el llamado Buen Ladrón en la cruz: Nosotros a la verdad padecemos lo que en justicia merecemos, pero Él nada hizo. Además, comprobamos que mientras duró aquella flagelación y el martirio, nada dijo. Se portó con valor en contra de la costumbre de los reos normales que maldecían e injuriaban a sus verdugos aun sabiéndose culpables.

Isa. 53:8. Por cárcel y por juicio fue quitado… También se podría leer: Con opresión y sin justicia fue ejecutado. Se refiere con claridad a las torturas y atropellos soportados por Cristo hasta que, por fin, murió. Incluso, tuvo que padecer una farsa de juicio… Mas, se nos dice con cierta claridad: Y su generación, ¿quién la contará? Sí, la descendencia de aquel siervo será tan numerosa que va a ser imposible contarla. El detalle llega a sorprender hasta a los más incrédulos. ¿Cómo es posible que una muerte tan ignominiosa haya traído tras sí una hueste tan grande de seguidores que dicen crucificarse con Él en el madero? Lo tienen por locura por usar el léxico bíblico. Y es que fue cortado de la tierra de los vivientes… Esto es una clara confirmación de la muerte violenta del Hijo de Dios. Sí, sí, y además, debían matarlo otros, Dan. 9:26. Por la rebelión del pueblo fue herido, Dios habla con mucha claridad por boca de Isaías de la causa principal de la muerte de su Hijo.

Isa. 53:9. Se dispuso con todos los impíos su sepultura. Al condenarle a la muerte de cruz se le estaba dando un trato de delincuente. Este hecho aumenta en verosimilitud cuando en realidad se le crucifica en medio de dos ladrones comunes. Mas con los ricos fue en su muerte. ¿A qué se puede referir? A su sepultura. Fue sepultado en una tumba que había sido preparada para un hombre rico. Sí, para José de Arimatea. Y otro hombre pudiente se encargó de darle cristiana sepultura: Nicodemo. Aunque Él nunca hizo nada de maldad, ni hubo engaño en su boca. Nunca jamás cometió pecado alguno. En caso contrario no hubiese servido para expiar nuestros pecados.

1 Ped. 2:24. Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… Del mismo modo que en los antiguos sacrificios judíos se ponía las manos en la cabeza del animal expiatorio queriendo simbolizar que arrastraba los pecados del solicitante hasta la muerte, así Cristo llevó nuestras faltas hasta la misma agonía de la cruz. Notamos como el apóstol Pedro aun da más énfasis acerca de la redención de Jesús que el propio Isaías. El nos presenta a Cristo como propiciador entre Dios y los hombres. Para que nosotros estando muertos a los pecados, bueno, ¿estamos o no muertos al pecado? Sí, sí, es decir, los pecados no pueden siquiera hacer mella en nosotros, Rom. 6:2. Sí, estamos muertos al pecado gracias a Él y su nefasta influencia ni siquiera nos puede rozar un cabello. Vivamos, pues, a la justicia… la parte positiva de la cuestión. Si no vivimos ya en los pecados, lo hacemos en la justicia, justificados por la muerte ignominiosa en la cruz. Y por cuya herida fuisteis sanados… Sí, claro, efectivamente, ¡somos salvos por su muerte!

1 Ped. 2:25. Porque erais como las ovejas descarriadas. Pero ahora ya habéis vuelto al Padre, al Pastor y al fiel Obispo de vuestras almas. Los creyentes estamos seguros porque hemos aprovechado al máximo el sufrimiento de Jesús.

 

Conclusión:

Guardar un minuto de silencio.

¿Es momento de tomar una decisión que nos puede beneficiar toda la vida? Pues si lo hacéis así, y Dios lo quiera, nunca os arrepentiréis por ello ya que habremos mitigado un poco, si cabe, el cruel sufrimiento de Cristo.

¡Qué Él nos bendiga!

 

 

 

 

060265

  Barcelona, 8 de abril de 1973

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84 JESUCRISTO ES EL REY

Hech. 2:36; Zac. 9:9, 10; Fil. 2:5-11, 15

 

Introducción:

El domingo anterior vimos perfectamente el cuadro que nos brindaba el Siervo por excelencia: El Señor Jesús. El cómo había sido abandonado, angustiado y muerto por nosotros. Hora es que lo estudiemos como Rey y Soberano. Tenemos la experiencia diaria de ver como pasan a la historia las soberanías y reinos humanos, precisamente por eso: ¡Por ser humanos! Cristo es eterno y eterno será su reinado.

 

Desarrollo:

Hech. 2:36. Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, del discurso de Pedro en Pentecostés, anuncia a la casa de Israel y a todo el mundo: que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, ¡qué actitud tan diferente la de Pedro en contraste con aquellas negativas suyas de antes de la crucifixión de su amigo y Maestro! ¿A quién acusa aquí? A la casa de Israel y con ella a todos los seres humanos. Dios le ha hecho Señor y Cristo. Otra vez hay un contraste entre lo que consideran los hombres y lo que el Señor realiza. El mismo tipo de desprecio humano sirve para ensalzar al Cristo y ganarse el título de Señor de los señores.

Zac. 9:9. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Y da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! Zacarías, uno de los profetas más vivos y mesiánicos por excelencia, nos habla de alegría por la cercanía del nuevo Rey. Sion y Jerusalén se refieren a lo mismo. La ciudad de Jerusalén, en el AT, es llamada Sion porque está ubicada precisamente en el monte del mismo nombre. Pero aquí la profecía las menciona en un sentido figurado puesto que se refiere al nuevo pueblo de Dios en un sentido espiritual. Este nuevo pueblo está establecido en base a la obra expiatoria y redentora de Cristo. Así que esta alegría es indispensable para los que como nosotros esperan la segunda venida en gloria. Ahora bien. Si Él será el futuro rey de los cielos, debemos dejar establecido que estos cielos somos nosotros, miembros de las iglesias locales y miembros de la Iglesia universal. En suma: ¡Somos ciudadanos del Reino de los cielos para usar el léxico paulino!

He aquí, tu rey viene a ti, ¡qué difícil es imaginar un reino sin rey! Nosotros tenemos la seguridad de que Él vendrá de nuevo. Pero este Cristo venidero sufrirá una marcada metamorfosis. ¡De Siervo sufriente a Rey soberano! Ahora bien, ¿cuándo será esta segunda venida? No importa. Nosotros podemos decir que está cercana, que está ya a la puerta; puesto que por más que se demore, por más que tarde, no es nada pues nuestro sentido del tiempo no es nada comparado con la Eternidad. Justo, recto. Atributo que hemos dado muchas veces al Mesías en conexión con la Redención. ¿Dónde radica su sentido de la justicia? (1) Debía ser justo, sin mancha, para poder realizar perfectamente la Salvación, y (2) porque no sólo nos perdona nuestros pecados, sino que nos justifica ante el Padre. Debemos recordar una vez más que nunca hubiésemos podido ser salvos de no mediar una poderosa justificación apta hasta para los ojos justos de Dios. Y victorioso, en Él está la salvación de forma natural tal y como está la vida. Pero sólo puede ser Salvador de aquel o aquellos que quieran, aunque sea una paradoja. Es decir, Cristo, el Cristo victorioso, el de las cien victorias, se autolimita a la voluntad humana. Humilde. Este atributo dice mucho de mansedumbre, paz, misericordia y perdón. Y montado sobre un asno, ¿qué quiere decir esto? En la época de la profecía, este animal no era despreciado como lo es en el día de hoy. ¡Ni mucho menos era símbolo de humillación! Los príncipes y hombres importantes solían cabalgar sobre asnos, Jue. 5:10. Y si el caballo era el símbolo de la guerra, el asno lo era de la paz. Ahora bien, ¿a qué venida de Jesús se refiere el profeta? Pues a la primera y más concretamente a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero no podemos desligar a la segunda en la que lo hará también en calidad de Rey de Paz. De forma que la profecía asocia de forma indistinta varios elementos de las dos venidas que no se pueden evitar ni discernir por completo debido a su marcado y fuerte paralelismo. Sobre un borriquillo, hijo de asna. Se trata de un asno joven, sin domar, sobre quien no se había sentado nadie antes, Luc. 19:30. Los judíos de la época de Jesús entendieron muy bien el mensaje de la figura. Jesús entraba en la ciudad como Rey y Señor de Paz y más: ¡Cómo Soberano victorioso!

Zac. 9:10. Destruiré los carros de Efraín y los carros de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, el profeta determina ahora sin duda los acontecimientos que harán de aval en su segunda venida. Todos los elementos de guerra como los carros, caballos y arcos, serán rotos, definitivamente rotos, eliminados y echados en el olvido. Y con ellos se irán los tanques, bombas y artefactos que hoy son los ángeles que guardan de la paz. ¡Hasta ese extremo ha llegado el hombre! Así que la paz mundial, sin temor a represalias, es y será una de las señales que indicarán la inminencia del fin del mundo o el inicio del mundo, como queramos mirarlo o comprenderlo, puesto que nosotros con el buen poeta Gita, decimos: “El fin del nacimiento es la Muerte. El fin de la Muerte es buen Nacimiento. Tal es la ley.”

En este v. el vocablo Efraín se refiere al reino del Norte o Israel y Jerusalén al reino del Sur o Judá. Así que otra señal equívoca de la segunda venida será sin duda el hecho de que no habrá más rencor entre los hombres, ni fronteras, ni separaciones, ni odio de razas, ni más castas sociales. En resumen: Todo lo que hoy divide al hombre será cambiado en instrumentos para la paz. Por eso Cristo hablará de paz a las naciones. Pero, ¿cómo será posible en aquellas horas, en aquellas circunstancias? Sencillo, ¡porque los servidores actuales de este reino son ya portavoces de esa paz! Cuando Él venga por segunda vez encontrará que todos los moradores de la tierra sin excepción habrán oído hablar de nuestra paz y entonces, la impondrá con autoridad plena y con poder como consecuencia lógica de la campaña desarrollada por sus hijos. Así que otra señal la constituye el hecho de que los moradores de la tierra habrán oído hablar de Él y de su paz. Su dominio será de mar a mar y desde el Río (Éufrates) hasta los confines de la tierra. Nadie se quedará sin haber oído hablar de Cristo y de su Evangelio y lo que es más importante: Ningún ser humano, ni muerto ni vivo, dejará de reconocerlo como Rey y Señor de hecho y derecho.

Fil. 2:5. Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo en Cristo Jesús. ¿Cuál es ese pensar? Él no buscó lo suyo, antes se humilló adoptando nuestra naturaleza, y sometiéndose a la ingratitud y a la maldad humanas. De ahí que nosotros, no sólo nos debemos limitar a servirle, que sería lo propio, sino que debemos amar y servir a nuestros semejantes.

Ahora bien, toda la verdad moral se encuentra en Cristo de forma natural y tan viva como la verdad divina. Por eso el apóstol Pablo, exhortando a los cristianos de Filipos y al mundo entero, al desinterés, a la abnegación y hasta a la humildad, vs. 3, 4 de este mismo cap, no tiene un mejor ejemplo que ponerles ante sus ojos que contrastar al Hijo de Dios convertido en Hijo del Hombre. Pero, ¿cuál es, en esta contemplación pura de la persona y de la humillación del Salvador, su punto de partida? ¿Pablo habla sólo del Cristo histórico, de su aparición sobre esta tierra? ¿No será que quiere elevarle hasta su alta preexistencia eterna? ¿No será que quiere enseñarnos lo que Él era antes de esta aparición, para descender luego a las profundidades de la humillación que empezó en el punto de su encarnación? En efecto, el buen Pablo nos demuestra que hay distancia entre el punto de partida de Cristo y su estado latente de humillación donde se colocó como Salvador.

¡Cristo existía siempre en forma de Dios! Ver si no:

Fil. 2:6. Existiendo en forma de Dios, aquí la palabra “forma” no indica una mera apariencia, sino la expresión plena del poder divino. La antítesis de esta frase la encontramos en el v 7, con aquel dicho paralelo de forma de siervo. Sí, siendo totalmente nuestro Señor se transformó totalmente en siervo. La frase existiendo en forma de Dios, equivale a imagen de Dios que estudiamos en otra ocasión, Heb. 1:3. E implica la realidad de la esencia divina, Juan 1:1, 2. Así que cuando Dios se sale, se manifiesta en su gracia, tiene su forma y esencia reales, ya que no puede manifestarse como Dios y no serlo. Él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Así, aun estando en posesión de todas las perfecciones divinas, pues el Hijo de Dios era igual a Dios, Juan 5:18. Y si hubiese venido como tal a la tierra, no habría sido como alguien que se aferra a hierro candente. No. Lo habría hecho con poder, fuerza y gloria. Pero no tubo en cuenta su estado y se humilló hasta el extremo que veremos en el v siguiente:

Fil. 2:7. Sino que se despojó a sí mismo, se vació, pues este es el mejor sentido del original griego. Y esta es la idea que expresa Pablo en 1 Cor. 15:10. Sí, vaciarse, además de forma voluntaria. Este despojarse lo constituye el hecho real de la humillación propiamente dicha, por la cual el Hijo de Dios bajó de lo infinito a lo finito. El hecho de adquirir forma de hombre le despoja de la gloria divina. ¡De manera que Dios se transforma en forma de siervo! Además, como ya hemos visto, lo es en las dos ocasiones de forma total, completa. Era siervo de Dios, Isa. 42:1, y siervo de los hombres, Mat. 20:28. Él, que era Señor de todos como veremos en el v. 11, de este mismo cap. Y de esta forma se desprende la idea de que su humanidad no era menos real que su divinidad: Tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Ya sabemos el significado formal de la palabra semejante. Y hallándose en condición de hombre, por si el detalle de humanizarse no llevara consigo suficiente lastre y humillación, aún quiso llevar su entrega a mayor profundidad. ¿Cómo…?

Fil. 2:8. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente fiel hasta la muerte, aunque era por naturaleza Dios debía aprender la obediencia por las cosas que padeció, Heb. 5:8. Y llevar esta obediencia hasta el sacrificio entero de su voluntad, Mat. 26:39. Ahora, ¿hasta qué punto estaba dispuesto a obedecer? Hasta la muerte, muerte que no tenía ningún derecho sobre Él, ¡y muerte de cruz! La más cruel e ignominiosa de todas las muertes. ¿Y dónde radica la humillación de la obediencia? ¡En que jamás antes había obedecido a nadie! Aquí sí, debemos notar dos verdades importantes de la doctrina paulina en cuando a la humillación de Cristo: (1) Qué los términos forma de Dios e igual a Dios no expresan dos atributos diferentes, sino que se complementan y se explican de forma mutua, y (2) que aunque el apóstol enseña aquí en términos claros la perfecta humanidad del Salvador, lo hace con palabras que reservan su naturaleza divina y que, sin duda, separan al hombre Jesús del resto de los humanos.

Fil. 2:9. Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo. Esto es, le dio, le restituyó a su tiempo la gloria eterna y el ejercicio de los atributos divinos que había renunciado. Aquí hay algo bueno e interesante que notar: No sólo volvió al trono del Padre como Hijo eterno de Dios, sino como el Hombre Jesús que era, porque del mismo modo que no abandonó su divinidad al venir, así tampoco abandonó su humanidad al marchar. Y esto nos señala que si bien nuestros cuerpos aparecerán glorificados, también es cierto que nos conoceremos porque las características esenciales de nuestra naturaleza no se difuminarán ni cambiarán. Y le (dio) otorgó el nombre que es sobre todo nombre. De manera que fue investido con su antiguo nombre de alta dignidad de Soberano, Señor y Cristo.

Fil. 2:10. Para que en el nombre de Jesús, la humanidad de Cristo antes bien demostrada, se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra. Que las rodillas de los seres celestiales se doblarán ante la gesta del Hijo del Hombre, no tenemos ninguna duda. También sabemos del total reconocimiento que le darán los humanos. Pero, ¿que hay de este extraño acatamiento de los seres de abajo, de los seres subterráneos? Es la hora, digámoslo ya: ¡Las huestes infernales y satánicas también se arrodillarán en su día y en su momento!

Fil. 2:11. Y toda lengua confiese para la gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor. Así que la confesión de que el Cristo es nuestro Señor es para la gloria de Dios Padre. Porque no podemos olvidar que Dios y todas sus perfecciones han sido hechas y manifestadas en Cristo y en su obra. Esta es la firme esperanza del cristiano. Pero para llegar a la meta sólo hay un camino: el renunciamiento y las humillaciones que Cristo siguió y padeció. No hay otro.

Fil. 2:15. ¿Todo lo dicho hasta ahora para qué? Para que seáis irreprensibles y sencillos, unos hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida, mala y perversa, en la cual vosotros resplandecéis como luminarias en el mundo.

 

Conclusión:

Es nuestro destino: ¡Todos hemos de dar luz indicando el duro camino de la cruz!

¡Qué Dios nos ayude!

 

 

 

 

060267

  Barcelona, 15 de abril de 1973

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85 EL HOMBRE RESPONDE POR MEDIO DE LA FE

Juan 20:26-29; Rom. 10:6-11

 

Introducción:

¿Cuál es la llave que nos puede abrir la puerta de la vida eterna? ¡Jesucristo! Por medio de su muerte ignominiosa en la cruz y mediante su resurrección gloriosa de la tumba, forjaba la llave capaz de abrir al hombre las puertas de la Vida Eterna, normalmente cerradas.

Ahora bien, ¿la Salvación por medio de Cristo, es local? ¡No, de ninguna de las maneras! La obra expiatoria de la cruz es universal en cuanto al carácter y personal en lo que toca al individuo. Aún otra pregunta: ¿Hay hombres de alguna raza o condición social a quiénes les está vedado el salvarse? ¡No, no! Todos los hombres tienen la misma oportunidad de alcanzar la salvación eterna. Pero la actitud del hombre no tiene nada de pasiva en cuanto al deseo de salvarse. El hombre ha sido, es y será un mero espectador en el asunto mecánico de la salvación; es decir, quien murió y resucitó es Cristo, nadie más. Pero, sin embargo, para que la salvación tenga efecto en el hombre es necesario que abandone esa pasividad y ese aspecto negativo del asunto y responda positiva y activamente a las demandas de la fe en Cristo. ¡Sólo así es posible ser salvo!

Así que para que la salvación tenga lugar es necesario que exista un Salvador: Jesucristo, claro, y un posible salvado, el hombre. Y que éste se considere perdido y dé el primer paso de unión o acercamiento al Salvador. Una fe viva es sólo la que nos hace reconocer a Cristo como Salvador y Señor de nuestra vida. Es por medio y a través de la fe que el hombre se reconcilia con Dios. ¡Es la fe activa la que da vida!

Los cuervos de Elías: Una viuda y su hijo estaban en una sala de su casa sin comer durante dos días. Los dos leían la historia de Elías y los cuervos. –Mamá –decía el niño-, si vinieran los cuervos aquí, encontrarían la ventana cerrada. ¿Me permites que la abra? –Ábrela, hijo. –Ahora ya está abierta –dijo el niño-, ¿volvemos a pedir al Señor que nos envíe al menos un poco de pan? –Sí, vamos a hacerlo, hijito. Mientras oraban en voz alta, acertó a pasar por allí el alcalde de la localidad y enterado de su necesidad, puso rápido remedio.

 

Desarrollo:

Juan 20:26. Ocho días después, ¿después, de qué? De la santa y gloriosa resurrección. El domingo siguiente de la resurrección de Jesucristo. De domingo a domingo. Sus discípulos estaban adentro otra vez, y Tomás estaba con ellos. ¿Qué hacían dentro de la casa? Estaban reunidos celebrando un culto en un lugar secreto por temor a los judíos, v. 19. Pero a pesar de esta circunstancia, lo importante es el hecho de que llevaban dos domingos igual, reuniéndose para crecer espiritualmente; es decir, comentar el mensaje de Cristo y ver que actitud tomar en los días venideros. Debemos resaltar que la costumbre cristiana de reunirse los domingos significó un cambio notable en la vida común de los judíos que estaban acostumbrados a festejar los sábados. Así, de esta forma se inaugura la época de gracia, cambiando el preceptivo día de descanso, sólo porque Cristo resucitó en domingo.

Pero en la ocasión que nos ocupa, Tomás, uno de los apóstoles ausente el domingo anterior no sabemos porque causa, sí está presente y parece un poco escéptico por lo que cuentan sus compañeros en el ministerio. Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesucristo entró, se puso en medio de ellos y dijo: Con sorpresa y sin que nadie supiese la hora, Cristo entró en la sala ignorando la realidad física de las puertas. Ya no habían barreras para su cuerpo glorificado. Notar, sin embargo, que ellos le reconocieron. De donde se desprende el hecho de que también lo haremos nosotros cuando allá arriba estemos todos glorificados empeñados en dar gloria al Señor. Y dijo así: ¡Paz a vosotros! Una salutación corriente en aquellos días pero que, sin embargo, no dejaba de indicar una bendición. Ahora veamos: ¿Por qué se presentó así Jesús? Como mínimo se nos ocurren tres razones: (1) Había alguien que lo necesitaba mucho, Tomás. (2) Toda la comunidad creyente estaba lista para encontrarlo, y (3) el mismo Cristo necesitaba dejar explicaciones que tapasen cualquier resquicio de duda que pudiera haber entre los doce.

Juan 20:27. Luego dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; sí, sí, Cristo va derecho al grano. No quiere vacilaciones y como conoce muy bien, a la perfección, el corazón humano sabía de la duda de Tomás (ver el v. 25). Sin embargo, aquí Jesús repite las mismas palabras de las pruebas solicitadas por Tomás dándole a ver y entender que Él era sabedor de su debilidad. Esto hace sentir vergüenza al apóstol de las dudas y le hace reconocer que está en un error y, con ello, Cristo gana otra batalla. ¡Otro cristiano que le seguirá hasta la muerte! Después, quizá con ternura no exenta de energía le riñe, le reprende: Y no seas incrédulo… con un duro corazón incapaz de reconocer las señales que se habían predicho acerca de todos los hechos que estaban ocurriendo, sino creyente. El estado de Tomás entrañaba el peligro mortal de endurecer su corazón y hasta convertirle en un verdadero incrédulo acerca del Maestro y su ministerio expiatorio. Porque, mirar, ¿cuál era realmente la duda de Tomás? ¡La resurrección de Jesús! Por eso es exhortado a seguir el camino de la fe, una fe basada en la verdad, en la certidumbre de la resurrección del Señor. Otra forma, es vana, ¡es una fe ciega y muerta!

Juan 20:28. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! La actitud y las palabras de Cristo tuvieron su eco inmediato. Tomás rectifica y su sumisión es completa. ¡Está salvado! Ahora veamos bien: ¿Podía usar por derecho propio el pronombre posesivo? ¿No parece demasiado exclusivista? No. Cada hombre tiene derecho a poseer a Cristo por completo y por entero. Del mismo modo que Él se entrega totalmente, exige una entrega total. Pero en esta ocasión, Cristo Jesús va más lejos:

Juan 20:29. Y Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, has creído? Hay aquí un ligero y cariñoso reproche. Cristo parece decir: Sí, querido Tomás, ¡qué lástima que hayas tenido necesidad de verme para creer! Pero ya no tiene importancia. Lo que es de verdad importante es que con aquel –¡Señor mío!–, el apóstol ha sido restaurado por completo. Sin embargo, creo que sería injusto postergar a los que han creído en Él sin verlo: ¡Bienaventurados los que no ven y creen! En verdad en esto estriba la verdadera fe. Sí, sí, es la convicción de creer en algo que no se ve. Es gustar algo que no se come. Es sentir algo que no se toca, Heb. 11:1. Porque todo el que hace depender su fe en las cosas demostrables corre el riesgo de encontrar un vacío al final de la carrera, puesto que sólo las cosas invisibles son las eternas, 2 Cor. 4:18.

Rom. 10:6-8. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón, ¿quién subirá al cielo? (para hacer bajar o descender a Cristo), ni ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Más bien, ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. ¡Vaya! Un pasaje paralelo a este lo podríamos leer en Deut. 30:11-14. Este fragmento de Moisés que Pablo comenta y aumenta a la luz que le da el hecho de conocer el Evangelio, es menos una cita y más una interpretación libre del pasaje citado. No es más que una pincelada dentro del cuadro que expresa su propio pensamiento. Pero sin embargo, hay en estas hermosas palabras de Moisés un sentido íntimo y espiritual que está en completa armonía con la palabra de fe que predicamos y que tan bien expone Pablo. El uso que él hace aquí del tema muestra por lo menos que a sus ojos el medio de salvación por gracia, por la fe, no era del todo extraño al mundo del AT. Podríamos leer el cap. 1 de Rom. el 2, el 3:21 y el 4:1, para reafirmar lo que estamos diciendo. En el antiguo Pacto, no habrían habido jamás hombres reconciliados con Dios, llenos de paz, gustando lo bueno que era el Señor, hallando su ley más dulce al alma que la miel a su boca, cantando con placer el perdón de los pecados, sino hubiesen sido justificados por la fe, por medio de la gracia de Cristo. Este medio de salvación les había sido revelado por los sacrificios, por los símbolos del culto, por todas las promesas del Dios Padre y, en particular, por algunas declaraciones del amor del Señor, como la que nos ocupa y que fueron usadas, ampliadas y aplicadas por Moisés y Pablo. Así pues, y siguiendo el razonamiento del Apóstol, ya en el Antiguo Pacto el hombre no estaba obligado a decirse con cierta desesperación: ¿Quién subirá al cielo? En otras palabras: ¿Quién llevará a cabo lo imposible? No. No era posible una salvación por la ley. Por eso Dios, en su infinita misericordia, les había revelado que su gracia la había puesto en la boca y en el corazón del creyente y la había hecho por lo tanto, fácil y posible (ver Jer. 31:33). La salvación se podía, pues, digerir. Sin embargo, este estado de salvación es tanto más lleno, más completo ahora por cuanto conocemos mucho más que la justicia que es por la fe, como el apóstol dice en el v 6. Así que decir ahora, bajo la manta de este segundo Pacto: ¿Quién subirá al cielo?, es sinónimo de negar que haya descendido ya para revelarnos todo el consejo de su Padre. Es pensar en la posibilidad de obligarle a bajar de nuevo para rescatarnos de la maldición de la ley. Pero Él vino ya una sola vez y ha hecho su trabajo, Juan 16:28. Decir aún ¿quién descenderá al abismo? sería igual, lo mismo, que traer de nuevo a Cristo de entre los muertos; es decir, negar que ya haya muerto por nuestras faltas y resucitado para nuestra justificación. Decir eso, sería volver a pedir su sacrificio y toda su obra de redención y es esta incredulidad lo que Pablo reprocha a los judíos actuales, a los judíos contemporáneos. Así, lo que ha sido imposible al hombre no teniendo más que la justicia de la ley, le es ofrecido en Cristo quien, por la fe, le pone en posesión de todos sus derechos, de su justicia y de su vida. El pecador ya no tiene que hacer más que creer con el corazón y confesar con su boca, como veremos un poco más tarde, enseguida. En cuanto a los judíos que habían tenido las primicias de la ley, han venido negando con insistencia la gloria de Cristo a pesar de tener en sus manos y en su corazón las señales que le identificaban como tal. Nosotros podemos decir con Pablo: Esta es la palabra de fe que predicamos…

Rom. 10:9. Que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor. No basta saber que es el Señor. Es necesario confesarlo a viva voz. Pero, ¿por qué está invertido el sentido de la frase? ¿Cómo es posible confesar a Cristo si aún no se ha creído? Está escrito así para corresponder a la cita estudiada: En tu boca y en tu corazón. Luego en el v 10 se establece el orden natural. Y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, la fe es algo que va más allá del mero asentimiento intelectual. El término griego que se traduce por corazón designa, no a la parte afectiva de la actividad espiritual, sino que incluye al intelecto, la voluntad y la emoción. Estas facultades se condicionan entre sí, mediante el ejercicio de la fe en Cristo. ¡Serás salvo! Y de forma automática, el reconocimiento de Cristo como Señor y la sumisión voluntaria a Él por la fe, colocan al hombre en la fiel situación de salvo.

Rom. 10:10. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se hace confesión para salvación. Así que para los efectos de la nueva vida, el creer antecede a la confesión. Sin embargo, la confesión es consecuencia de la fe. Pero ambas, una y la otra, son inseparables. La fe que no es confesada, es decir, que no testifica, no es una fe viva. Por último, podemos decir que la justificación que no lleve a la salvación, no es de verdad y, por lo tanto, incapaz de reconciliar al hombre con Dios.

Rom. 10:11. La Escritura dice así: Todo aquel que cree en él no será avergonzado. Otra cita del Apóstol Pablo a Isa. 28:16. El creyente en Cristo no tiene porque avergonzarse de su fe, sino que por el contrario, esta fe, es motivo de gozo y alegría. Pero aquí hay una velada cita a ese momento del juicio final cuando todos los hombres sin falta se presentarán ante el Juez Justo. Los verdaderos creyentes en este día, recibirán la más cálida felicitación de parte del Señor.

 

Conclusión:

¡Qué contraste con todos aquellos que no podrán aguantar la amorosa y justa mirada del Juez!

Ahora que aún estáis a tiempo, responder con fe a la llamada Universal. ¡Dios quiera que así sea!

 

 

 

 

060268

  Barcelona, 29 de abril de 1973

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86 CRISTO HACE AL NUEVO HOMBRE

Juan 1:9-13; Efe. 2:1-10

 

Introducción:

En la lección de hoy empezamos una nueva unidad de estudios con el título: La Vida Cristiana En Su Aspecto Práctico. Y claro, por la lógica, debemos empezar por aquella lección que trata del nuevo nacimiento.

Si quisiéramos contar las vicisitudes naturales de un hombre empezaríamos por su nacimiento y las normales circunstancias que rodearon su venida al mundo. De forma paralela, la Biblia enseña que todo ser humano debe pasar por la experiencia de un nuevo nacimiento para entrar a disfrutar de la ciudadanía de un mundo distinto y espiritual: ¡El Reino de Dios!

Notar bien que hemos dicho nacimiento espiritual en un mundo espiritual. Por eso no es el resultado de la obra del hombre en el hombre, sino que es la obra exclusiva de Dios, obra de la rama del E. Santo en el hombre gracias a la fe de éste en la Segunda Persona de la Trinidad: ¡Cristo! Pero este nuevo nacimiento es real como el físico, por lo que le afectan situaciones y efectos similares. Si en el natural, el feto ya tiene características del futuro hombre; en el espiritual, el hombre del primer amor es aquel otro que será maduro mucho más tarde gracias a las graves tentaciones y experiencias personales. Entonces, si en el primer nacimiento afecta a la naturaleza íntegra del ente individual; en el espiritual, no consiste en un mero cambio de mente, no es una mera transformación superficial de la vida del nacido, sino que para él, para el hombre, este segundo nacimiento significa un cambio total y radical de dirección, una profunda dedicación y una dependencia al Dios Padre y unos anhelos de servicio y emulación de Cristo que, por lógica de su gracia, le convierten en el nuevo ser. ¡Es un nuevo ser!

¿Dónde podemos sacar los argumentos necesarios en los que poder basar lo dicho con palabras bíblicas? En 2 Cor. 5:17, dice: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. De esta manera uno ya no vive ni para sí ni de por sí, vive en Cristo, para Cristo y por Él. Veamos ahora el parto que origina el nuevo nacimiento:

 

Desarrollo:

Juan 1:9. Aquél era la luz verdadera, referencia clara al Verbo, a Cristo Jesús si tenemos en cuenta el contexto de los ocho primeros vs. de este mismo cap. Esta es la luz genuina y original en claro contraste con la pequeña luz que emanaba Juan el Bautista, el cual, eso sí, era el reflejo de la luz verdadera. ¡Cristo es el sol que genera y despide luz propia! El último profeta, Juan el Bautista, a pesar de ser un fiel reflejo de esa luz, no lucía la propia, sino que la reflejaba del mismo modo que los hacen los planetas respecto al sol. Además, Juan el Bautista tenía otro buen detalle que podemos contabilizar en su haber: Era un testigo fiel y vivo de esa luz y así lo reconoció de forma pública. Porque es necesario pensar que habrán dos clases de testigos; unos que reflejarán la luz de mal talante, por la fuerza, porque serán llamados a juicio delante de Él, como si de eclipses vulgares se tratase y otros que lo hacemos con gozo y alegría, reconociendo que la luz que emanan los rostros no es nuestra, pero que, eso sí, estamos luchando y esforzándonos para que día a día sea más fiel y más pura. Que alumbra a todo hombre que viene al mundo. Porque es preciso decir que con la venida de Cristo a la tierra, la luz de Dios Padre brilló con tal claridad y esplendor, que nadie podía ignorarla. Ni los que vivieron en otro tiempo y que ya están muertos, ni los que actualmente poblamos el mundo que hemos dado en llamar Tierra, ni los que nacerán y vivirán en el futuro. Una buena y exacta traducción de la frase, sería: La luz verdadera viniendo al mundo ilumina bien a todo hombre. Así que el alcance de la venida de Cristo es única e universal. Y, por lo tanto, cada hombre y mujer tienen esa luz al alcance de su mano. Luz, cuya propiedad principal es que puede transformar la vida por completo. El hecho de digerir bien esta luz, da al hombre una oportunidad para hacerse con el nuevo nacimiento.

Juan 1:10. En el mundo estaba: ¿Qué? ¿Cómo que estaba en el mundo? Es una referencia histórica a la presencia física de Cristo sobre esta tierra; incluyendo pues su nacimiento, su encarnación y en concreto, su genial ministerio público desarrollado en tres años penosos. Y el mundo fue hecho por medio de Él. Esto es una confirmación de los vs. 3 al 5. Por el contexto sabemos que esta frase alude de forma especial al mundo inteligente, a la humanidad. Sabemos que todos los hombres somos creación de Dios por medio de Jesús. Y que en la Biblia, el término mundo tiene varias acepciones y no siempre significa el universo físico o cosmos, sino también, como en el caso que nos ocupa, se refiere a la humanidad separada o unida de Dios Padre Y aún hay otra acepción que se relaciona con los apetitos carnales que se enseñorean sobre el hombre. Sin embargo, una cosa está clara: Cristo es superior e independiente a todos los hombres e incluso a la Creación entera. Pero el mundo no le conoció. Todos los hombres en general, la humanidad, no le reconocieron como Señor y Creador y prefirieron ignorarle con tal de seguir con su vida de pecado. Ahora bien, ¿cómo es que a pesar de haber visto su luz y de haber sido iluminados con ella, los hombres se han empecinado en negar a Cristo de forma fría y sistemática? Sí, el hombre es libre. Como tal le hizo Dios y ha elegido seguir la dirección equivocada, por eso no tendrá ninguna excusa delante del Creador en el día del juicio.

Juan 1:11. A lo suyo vino, ¿qué puede ser lo suyo? ¡Todo lo que le pertenece por derecho propio y por haberlo creado! Sin embargo, por la construcción gramatical de la frase que vemos, que estudiamos, parece ser que se hace referencia a la nación judía como posesión especial del Señor. Vino a su pueblo, Éxo. 19:5; Deut. 7:6. Pero los suyos (Israel) no le recibieron. Sí, sí, se trata de los miembros de su propio pueblo, los judíos. No sólo no le aceptaron en su seno, sino que lo negaron como Mesías, Señor y Rey, y lo mataron…

Juan 1:12. Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre: Como cualquier regla gramatical que tiene su excepción que la confirma, hay una ínfima mayoría que le ha reconocido como Señor y Mesías y más tarde, como una lógica consecuencia, su Salvador personal. Esta minoría se inició con los doce apóstoles, después, los ciento veinte escogidos y por último, toda la hueste de creyentes judíos y gentiles. Y éstos hicieron algo más que reconocerlo, se unieron a Él, murieron por Él y resucitaron con Él gracias a su fe, una fe que es un sinónimo de entrega y sumisión. Así que se dieron y entregaron a Cristo para siempre. Esto es lo que significa creer en su nombre. Les dio derecho de ser hechos hijos de Dios. Así, por el solo hecho de creer en su nombre, podemos recibir por herencia y por derecho el ser llamados hijos de Dios. Don, que conviene recordar, recibimos de forma gratuita y sin más condición que nuestra fe.

Juan 1:13. Los cuales nacieron no de sangre, ni de voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios. Una clara referencia al extraño hecho de que la nueva creación no obedece a ninguna filiación o voluntad humanas. Esta nueva forma de ser, o nuevo nacimiento va más lejos del instinto humano de la reproducción y está vedado también a la voluntad más fuerte del más santo varón. Porque, siendo vida espiritual, sólo puede ser obra de Dios.

Efe. 2:1. Y en cuanto a todos vosotros, estabais ya muertos en vuestros delitos y pecados: A los cristianos de Éfeso y a todos los del mundo. El mensaje de Pablo es bien claro. En el cap. 1:20-23 ha hecho una exaltación gloriosa del Jefe de la Iglesia y aquí lo va a hacer de sus miembros sin importar el estado en que se encontraban antes de su conversión, sin importar, repetimos, el deplorable estado de pecado y muerte en que estuvieron todos sumidos. Nos referimos, claro, a esa época real, cuando todos estábamos no sólo solos y separados de Dios, sino condenados a muerte eterna. La traducción de la palabra delitos (en gr. faltas, caídas, transgresiones), indica acciones culpables. En cuanto a los pecados comprenden todo lo que el hombre hace opuesto a la voluntad de Dios Padre, ya sea en hechos, pensamientos o sentimientos de corazón. Por otra parte, la palabra muertos, moral y espiritualmente, tiene aquí, como en cualquier otro lado bajo la magistral pluma de Pablo, un significado profundo y extenso, Rom. 1:32. En todos los sentidos, el salario del pecado es la muerte. El alma, separada de su Creador, de la única fuente de vida, cae cada vez más profundamente en la miseria moral y termina con la muerte eterna. Incluso, la muerte física no ha tenido otra causa, Rom. 5:12.

Efe. 2:2. En los cuales anduvisteis en otro tiempo, y conforme a la corriente de este mundo… Valera traduce: Según la edad de este mundo. En 1 Cor. 3:18, 19, estas palabras están separadas para expresar algo mejor el conjunto de principios, de máximas, de conducta, de pecado, que marca y caracteriza la vida de los hombres inconversos. Mas este es el único pasaje en que están unidas. Y lo están, sin duda, para dar más energía y extensión al mismo pensamiento. Y esta corriente, o curso del mundo, desemboca en un fin seguro, inexorable: ¡La ruina y la muerte! Y al príncipe de la potestad del aire: Una referencia muy clara a Satanás que reina sobre la corriente de este mundo. Sabemos que el diablo ejerce su dominio sobre el reino de las tinieblas y que es su príncipe, Mat. 12:24. Pero en cuanto a la potencia o potestad del aire, ¿qué significa? Esta denominación del imperio de Satán solamente se encuentra en este pasaje. En ninguno más de toda la Biblia. Y ha dado, por eso, un trabajo enorme a los estudiosos. Lo más probable es que el apóstol quiera indicar con esta cita que siendo espirituales Satán y sus ángeles, por su real naturaleza no están ligados a la tierra como nosotros los hombres. Y logran ejercen sus dominios en regiones más superiores que el propio Pablo llama en otro sitio lugares celestiales, Efe. 6:12. Seguimos: El espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia. Pero el lado más claro y practico de las enseñanzas paulinas sobre este difícil tema, es que el diablo que rige la potencia aérea ordena también al espíritu que ahora actúa, que mueva a los hombres y los dirija hacia la inequívoca desobediencia a Dios. ¡Y a fe que lo consigue! Col. 3:5.

En el v. siguiente se indica cómo:

Efe. 2:3. En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra pobre carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; todos hemos vivido como ellos, dice Pablo, no queriendo exceptuar a todos los judíos más que a los paganos de ese juicio que se extiende a todos los hijos de Adán. Luego indica en el hombre la fuente de su pecado, o la causa por la cual Satán obra en él: ¡Su corrupción natural! Sí, la fuente de todo mal está en esos deseos de la carne, en su loco corazón y naturaleza carnales. Estos deseos, alimentados en el corazón, se vuelven ahora voluntades de la carne y de los pensamientos. Las primeras tienen su origen en los sentidos, las segundas son independientes de ellos pero en su conjunto hacen de todo al ser un alma dominada y corrompida por la carne, Mat. 15:19. Por naturaleza éramos hijos de ira, cómo los demás. Sí, nosotros también fuimos siervos de Satanás a causa de nuestra naturaleza carnal. Y, por lo tanto, objetos de la ira de Dios, Col. 3:6.

Efe. 2:4. Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con qué nos amó: Por su gracia, perdón y porque es amor, abunda en gracia y misericordia para con el hombre. Esta es la causa y el efecto por el cual se rige Dios. Este fue el motivo por el cual Dios hizo el esfuerzo de intentar salvar al hombre.

Efe. 2:5. Aun estando nosotros muertos en delitos, separados pues, de Dios, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia sois salvos! Es decir, El Señor hizo nacer de nuevo nuestra alma y la ensalzó al nivel de la de Cristo; porque dónde y cómo vive la Cabeza, allí y así viviremos por fe. Otra vez el apóstol Pablo no puede dejar de hablar de esta manera, llevado por su real entusiasmo ante la obra de Cristo a favor del pecador.

Efe. 2:6. Y juntamente con Jesucristo, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales. Alusión clara a la resurrección y ascensión que tendrán lugar en el día del Juicio Final, del mismo modo y manera que se realizó en Cristo. Y precisamente por la seguridad y certeza que ya tiene el apóstol, habla de hechos como si éstos hubiesen tenido lugar. De hecho, en el mismo momento de darnos a Cristo entramos a disfrutar del gozo y los privilegios parciales del cielo.

Efe. 2:7. Para mostrar en las edades venideras, ¿cuándo? En el tiempo que viene después del Juicio Final, puesto que ya hemos hablado de heredar los lugares celestiales señalados como las superabundantes riquezas de su gracia, por su fiel bondad hacia nosotros en Cristo. Los incrédulos quedarán asombrados al ver como los creyentes toman posesión de su herencia: ¡Una vida eterna igual a la de Cristo! Es mucho más, nosotros mismos quedaremos maravillados.

Efe. 2:8. Porque por gracia sois salvos, claro, sin merecerlo para nada, y por medio de la fe, que ya sabemos en que consiste: Entregarse a Cristo y después reconocerle como Rey y Señor. Y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Claro, cuando el ser humano decide aceptarle lo hace impelido por el E. Santo, único capaz de infundir y mover la fe. De ahí que debemos estar muy agradecidos a Dios por escogernos a nosotros.

Efe. 2:9. No es por obras, nuestras obras, ni antes ni después de la salvación no pueden entrar para nada en la causa de la Salvación propiamente dicha. Las obras son su causa si acaso, jamás es su efecto. Y todo esto para que nadie se gloríe, para que nadie se vanaglorie de forma equivocada y egoísta.

Efe. 2:10. Porque somos hechura de Dios… ¿Ahora bien, qué significa la palabra hechura? ¡Cualquier cosa respecto del que lo ha hecho! Y por Él hemos llegado al nuevo nacimiento, 2 Cor. 5:17. Creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras. El poder del Señor Jesús nos capacita para hacer buenas obras. Por lo que el objeto final del nuevo nacimiento son las buenas obras. Todo aquel que no anda en ellas, prueba por ello mismo que no ha tenido parte en esta nueva creación. Que Dios preparó de antemano… De acuerdo con la condición y aptitudes de cada nuevo creyente. Para que anduviésemos en ellas. El resto de nuestra vida física. Nuestro campo de acción es el mundo que nos rodea.

 

Conclusión:

Así que hermanos, nuevos hombres gracias a Cristo, salgamos de aquí llenos de espíritu de servicio para con Dios y los demás, puesto que Él así lo quiere desde mucho antes de nuestra propia conversión.

¡Así sea!

 

 

 

 

060270

  Barcelona, 6 de mayo de 1973

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87 EN CRISTO SOMOS HERMANOS

Efe. 2:11-16; 1 Jn. 4:7-12

 

Introducción:

Iniciamos, con la hermosa lección del domingo anterior, unos estudios sobre la vida cristiana en su aspecto más práctico. Vimos cómo y de qué forma Cristo hace al nuevo hombre, por la gracia exclusiva de la luz eterna.

Hoy vamos a ver como por el solo hecho de ser nuevos hijos de Dios, los hombres son hermanos mutuamente por la sencilla razón de que en Cristo lo somos. Este hecho siempre ha sido escándalo para los hombres. Yo, que en mi fuero interno creo tener un rey, ¿cómo voy a creerme, a considerarme hermano de un negro o de un gitano? Sin embargo, los problemas raciales no son fruto de nuestro tiempo. Ya de antiguo hubieron brotes muy turbulentos que fueron capaces de engendrar guerras y odios más o menos claros o taimados. Los judíos no fueron una excepción. Mientras duraba la celebración de las festividades de la Pascua judía, un día en Jerusalén, el gentío escuchaba atentamente a Jesús. Y como era corriente en esta fiesta, estaban presentes no sólo las personas de la capital, sino también de las provincias de Palestina e incluso, extranjeros. Así que habían discípulos y apóstoles, pero también escribas y fariseos y gentes de todas las clases, sexos y condiciones sociales. A toda esa muchedumbre heterogénea, dice Jesús: Pero vosotros, no seáis llamados Rabí; porque uno solo es Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Así no llaméis a nadie vuestro Padre en la tierra, porque vuestro Padre que está en los cielos es uno solo, Mat. 23:8, 9.

Bien es verdad que, en un sentido figurado, todos los hombres son hermanos sin distinción alguna, pues todos proceden del Padre por ser su Creador y todos tienen el mismo ascendiente humano en la hermosa persona de Adán. Pero es con este nuevo nacimiento cuando de forma especial somos hermanos en Cristo. Por la fe en Jesucristo hemos sido aceptados por el Señor como hijos amados, para formar una nueva familia con vínculos más reales, firmes e indestructibles que los físicos. Somos hermanos en el sentido más profundo y real todos y cada uno de los que le han aceptado, pero lo que nos maravilla más en realidad es que también lo seamos de Cristo.

Veamos el proceso que hemos seguido, para hacer realidad una incongruencia, humanamente hablando:

 

Desarrollo:

Efe. 2:11. Por tanto, la partícula indica una conclusión sacada por el apóstol y no sólo por lo dicho en el v. 10, sino por todo lo que precede en este cap (ver vs. del 1 al 8). La obra de redención y de regeneración, realizada por la gracia de Dios Padre para todos los creyentes, judíos o paganos, ha traído, sobre todo en el estado de estos últimos, un cambio que los llenará de admiración a poco que reflexionen en él. Y a fin de despertar en ellos esos sentimientos, les recuerda el estado precedente, describiéndolo con rasgos enérgicos, apropiados para hacerles sentir de nuevo su profunda miseria. Acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en la carne… Esta es una alusión directa a nosotros, a los que hemos nacido fuera de la nación y raza judías, para que hagamos memoria de aquella época en que vivíamos solos y hasta perdidos, antes de nuestra reconciliación con Dios, gracias a la sangre de Jesucristo. Erais llamados incircuncisión; es decir, despreciados a/por causa de una falsa concepción de la santa obra de Dios en el hombre y separados también por un falso orgullo racial y religioso, a todas luces contrario a la voluntad de Dios. Por los de la llamada circuncisión que es hecha con mano en la carne. Otra lectura o traducción de este texto nos dice que los judíos llamaban a los gentiles: “El prepucio por la llamada circuncisión en la carne hecha con una mano humana.” El apóstol, queriendo recordar a sus lectores su estado de antes, anterior de perdidos y paganos, lo hace sirviéndose de términos despreciativos usados entre los judíos, pero dichos de modo que indica clara, sutil y delicada que los desaprueba. Aquellos signos físicos que hacían suyos hasta la muerte todo el pueblo judío, lo transforma en un pueblo caduco y aquel ceremonial tan falso como formalista los había esclavizado de tal modo que incluso les impidió ver y reconocer hasta el verdadero Mesías. Pablo indica que esta práctica se ha cambiado o convertido en algo netamente humano, por, para y en el hombre. Sin embargo, debemos notar que el Apóstol tampoco aprueba a los gentiles y lo que encuentra de lamentable en ese estado es, no la ausencia de la circuncisión, superficial y vacía, sino la ausencia de la gracia preciosa de que los gentiles estaban privados por aquel lejano entonces y que se nos describen magistralmente en el v siguiente:

Efe. 2:12. Y acordaos de que en aquel tiempo estabais sin Cristo, y sin su poder transformador, sin su perdón y salvación, incluso sin posibilidad alguna de acercarse al Señor. ¿Por qué? Porque estábamos bien apartados de la ciudadanía de Israel, separados del pueblo elegido por barreras infranqueables, en el buen entendido de que aquí la voz o palabra “Israel” significa el medio donde la soberanía de Dios tomó forma y lo que es más importante, encontró su expresión terrera. En otras palabras, el todo Israel fue la esfera en la cual Dios se hizo conocido de los hombres y entró en relación con éstos. Y, naturalmente, estando fuera del círculo del pueblo elegido por Él, mal podíamos tener acceso al Cristo vivificador. Ajenos a los pactos de la promesa… Es curioso hacer notar la forma gramatical en que está escrita la voz o palabra “pactos”, puesto que está en plural y “promesa” que está en singular. ¿Qué quiere decir esto? Pues que fueron varias las ramificaciones del pacto primitivo aunque eso sí, todas ellas enfocando la misma promesa: ¡Hacia el Mesías! Debido a la inconsecuencia de los patriarcas, Dios Padre se vio obligado a repetírsela a Isaac, a Jacob y, por último, a todo el pueblo reunido en Sinaí. Pero los gentiles no tuvieron ninguna relación ni participación en estos actos de Dios con Israel. Por lo tanto, estaban sin esperanza y sin Dios en el mundo, abandonados a su paganismo e idolatría que, por cierto, no les daba ninguna seguridad ni en esta vida ni en la venidera. El gentil estaba abandonado a su vida de pecado y a sus consecuencias. Estos eran los privilegios espirituales a los cuales eran extraños todos los paganos y sobre los cuales se basaba la salvación de los judíos: Cristo, el Mesías. La pobre filosofía pagana no pudo dar ni encontrar esperanza alguna a la desesperación de los humanos fuera del pueblo de Israel. Éste era la institución externa que contenía a los verdaderos creyentes. ¡Sí, los únicos creyentes! Extraños a esa comunión, los paganos, no tenían esperanza, precisamente porque no tenían la promesa. Y por todas y cada una de esas causas eran o estaban sin Dios (en gr.: “ateos”). Y sin Dios en el mundo de tinieblas espirituales. Ahora bien, metidos en esta sana discusión, Dios, según la confesión de los antiguos no puede ser conocido si no se revela, 1 Cor. 8:3. Así que el total conocimiento que los paganos tenían de Dios, del Dios único y verdadero, era bien pobre, tanto es así, que hasta uno de sus hombres más relevantes, Sócrates, dijo: –Todo lo que sé es que no sé nada. Si nos apuráis, diremos que la expresión del apóstol es aplicable también a todos aquellos que, aun en el seno de la cristiandad, no están iluminados aún en su vida interna por la revelación de la gracia de Dios Padre que es en Cristo. Y de nuevo nos encontramos con el para algunos fantasma de la predestinación: ¡Dios sólo se revela a quien elige de antemano!

¡Gracias le sean dadas porque nos tuvo en cuenta y nos dio cabida en su Plan eterno!

Efe. 2:13. Pero ahora… volviendo la oración por pasiva, en Cristo Jesús, a través de Él y su obra regeneradora y por celos o claro despecho del pueblo judío, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, como ya hemos visto, lejos y extraños a toda promesa y lejos de la revelación de Dios a su pueblo, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Claro, su sangre es el medio vital en donde germina la nueva vida. Él, con su muerte, ha roto para siempre las barreras de separación entre los dos pueblos, el judío y el gentil… ¡Ya no hay pueblos escogidos, sólo hay hombres escogidos! De ahí que partiendo de una fe genuina del hombre en Cristo, se inicia un amor filial entre todos los humanos que los une e iguala con el mismo rasero: ¡La fiel sangre de Cristo!

Efe. 2:14. Porque él es nuestra paz, Cristo es nuestra paz, declara el apóstol, no sólo Cristo Jesús hizo la paz, v. 15, la ha establecido entre nosotros y Dios por su sangre, v. 13, y por su cruz, v. 16. Así que debemos estudiar unidos estos tres vs. para entender los detalles y el conjunto del plan de la reconciliación. Pero, ¿qué ha hecho para establecer esta paz entre los hombres? Quien de ambos pueblos nos hizo uno. Él derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad. Así que, gracias a Jesús, los gentiles y los judíos somos una misma cosa: ¡Seres perdidos sin Cristo o seres salvos con Cristo!

Efe. 2:15. Seguimos más: Abolió la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas… Este era el muro, la separación: Los judíos despreciaban a los paganos con orgullo, éstos a aquéllos a causa de su fe, de su circuncisión y de sus ceremonias. Este era el muro principal y la auténtica causa de la enemistad. Enemistad que estaba claramente dicha o identificada en la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas. Así que Jesús también ha dado al traste, ha liquidado el imperio de la ley mosaica completa. Y no sólo a la ley ceremonial, sino toda la economía legal, incluyendo desde luego, su capacidad salvadora, Rom. 7:1-6. Y no olvidemos que la ley de los judíos o judaica era una simple esclavitud para ellos, prohibiéndoles todo contacto sanguíneo con los gentiles. Así, para crear en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz. El objeto principal de la muerte de Cristo fue la reconciliación del hombre con Dios. Y ésta logra hacer de los hombres una unidad, por tener el mismo común denominador, gracias a la propia regeneración de todas sus células sensitivas y hasta espirituales, pues no se trata tan solo de un acercamiento físico, sino de una unidad profunda en la base a la paz interior que obra en sus vidas.

Efe. 2:16. También reconcilió con el Padre Dios a ambos en uno solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en ella a la enemistad. Notemos aquí que el apóstol dice que Cristo destruyó en su carne, en su sola persona, por su muerte, toda condenación de la ley, todo lo que había de servil y de exclusivo en los preceptos y ordenanzas, sustituyéndolo por la libertad del evangelio, accesible a todos, que une y hermana a todos los que abarcan la misma fe y el mismo amor. Por eso, creó en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, y fijémonos bien, este hombre nuevo, este hombre regenerado, forma con Cristo un solocuerpo. Pablo nos demuestra aquí que Jesús, supremo hombre, es capaz de unir en sí mismo a las dos clases de seres separados y darles energía capaz de crear una amistad filial. Así se realiza la paz, así ambos, esas dos partes enemigas nombradas por tercera vez consecutiva por el apóstol, son reconciliados con Dios y toda enemistad, ora del hombre para con Dios, ora del hombre para con el hombre, es muerta, inútil, anulada. Además, al no haber enemistad, el hombre ya puede mirar a su prójimo con los ojos de la igualdad y ambos en uno, elevarlos al cielo, motivo y sostén de toda esperanza de herencia del Padre común.

Leer 1 Jn. 4:7. Amados, amémonos unos a otros… Nos está hablando otro especialista del amor: ¡Juan! Con estas palabras, el apóstol vuelve al tema de su predilección: ¡El amor fraternal, en el cual ve la esencia de la vida cristiana! Este amor, digámoslo ya, es la suma de la justicia cristiana y la prueba de que hemos nacido de nuevo. Juan no usa el imperativo, sino el subjuntivo, con el fin de hacer más fiel, dulce y eficaz su llamamiento. Pero ahora bien, ¿por qué o para qué la necesidad de ese amor? ¡Porque el amor es de Dios! Este amor tiene su base y fuente en Dios, pues sólo Él es amor en su esencia y en su naturaleza. Hay más: Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Otra versión dice: Todo aquel que ama ha sido engendrado por Dios. Así que el amor que preconiza el apóstol sólo puede venir de Dios y todos aquellos que lo sienten dentro demuestran que efectivamente han nacido de nuevo en el Señor Jesús. El hombre creyente ama sólo por el hecho mismo de su filiación con el Padre. Y conoce a Dios. Sí, este tipo de amor no sólo es una prueba del nuevo nacimiento, sino que es la fuente del saber y conocimiento del Dios Padre. Así, Juan, nos demuestra la íntima relación que tienen entre sí las palabras conocer y amar. Lo cual queda demostrado en el v siguiente:

1 Jn. 4:8. Y es que el que no ama no ha conocido a Dios, nunca ha conocido a Dios, ¿por qué? Porque, con toda sencillez, Dios es amor. Sí, el amor es su naturaleza. Así que el cristiano debe amar, no porque esto sea un mandamiento, que sí lo es, sino porque es lo mínimo que puede hacer al ganar la nueva y fiel naturaleza. El cristiano ama de forma inevitable, reflejando el amor de Dios sin poderlo evitar.

1 Jn. 4:9. En esto se mostró el amor de Dios para con todos nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él… Sin comentarios. Quizás podamos añadir que el amor oculto no es amor. El amor brota como el agua de una fuente. El amor debe salir al exterior. Por eso se enseña el amor de Dios.

1 Jn. 4:10. En esto consiste el amor, o la demostración del amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, a pesar de que era el único Ser digno de ser amado, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por todos nuestros pecados. Estos pecados eran los que hacían a los hombres unos seres opuestos a Dios, que es Luz. De modo que no sólo el amor del Padre es completamente gratuito, inmerecido, sino que para hacernos capaces de comprenderlo y de responder a él, ha sido necesario el profundo misterio de la propiciación nueva, fiel e insondable manifestación de Dios.

1 Jn. 4:11. Amados, ya que el Señor nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Este amor de los hijos de Dios unos a otros, debe ser de la misma naturaleza que el amor de Dios Padre para con ellos, porque es producido de forma única por el fiel conocimiento del amor original. Como hermanos de Cristo e hijos de Dios, debe florecer el amor divino en todas y cada una de nuestras relaciones humanas.

1 Jn. 4:12. ¡Nadie ha visto a Dios jamás! Ni le veremos nunca con los ojos físicos, en tanto tengamos en presente cuerpo sin glorificar. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros… En otras justas palabras, amamos porque su presencia es real en todos nosotros. Además, su amor se ha perfeccionado en nosotros. ¡Atención! El Dios invisible, inaccesible, se ha manifestado a nosotros por su Hijo unigénito, Juan 1:18. Y se ha manifestado en nosotros por la comunión del amor fraternal que es una prueba sensible de su presencia, de su comunión íntima con las almas. Su amor es, pues, entonces perfecto, cumplido, consumado, Heb. 5:9, en nosotros. Porque ninguno puede amar verdaderamente a sus iguales, sino aquel en quien Dios ha derramado su amor. Ahora bien, donde Él haya realizado ya esta obra de gracia por la fiel regeneración de un corazón que se ha abierto para recibir el amor del Padre Dios, éste la proseguirá hasta conseguir su total y absoluta perfección. De manera que esta perfección del amor fraternal se consigue en nosotros, pero quien la consigue es Dios.

 

Conclusión:

Ahora bien, ¿por qué el amor de Dios encuentra su perfección en nosotros los humanos? Pues es sencillo. Si Dios es amor, su espíritu no puede dejar de producir más que el amor, pero es en el hombre salvo en dónde puede practicar la perfección del mismo. En la práctica de ese amor en el hombre, se refleja la presencia del Padre Dios; así que, sólo por medio del hombre salvo, puede llegar a ser comprendido el amor de Dios.

¡Amén!

 

 

 

 

060272

  Barcelona, 13 de mayo de 1973

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88 LA GRACIA DE DIOS NOS SOSTIENE

Isa. 40:25-31; Fil. 4:10-13

 

Introducción:

Si las lecciones de la ED son actuales, la de ahora, la de hoy, es quizá con mucho, una de las más reales y oportunas. Veamos: ¿Qué es lo que sostiene la vida? ¿Cuál es el misterioso resorte que la mantiene viva y da interés para seguir viviéndola? ¿Dónde se encuentra su soporte? ¿Se limita la vida del hombre a unos años más o menos largos deambulando sobre la tierra? ¿Hay algo más? ¿Hasta que punto gozamos de las excelencias de un ángel de la guardia? ¿Quién es el mantenedor de estos Juegos cuyo fin es el cielo y su medio la vida? ¡Así nadie más si no Dios! Dios Padre es para el creyente una experiencia viva y continua. Ahora bien, ¿cómo podemos traducir de una forma real y comprensible esta experiencia? Dios Padre nos hace sentir cada día, minuto a minuto, el sostén que nos representa su gracia. En cada hora de nuestra ajetreada vida vemos la mano de Dios sobre nosotros. Notamos fielmente su providencia en todo momento. Sentimos el cuidado con que nos trata y sus enseñanzas nos capacitan para el buen vivir.

Pero ahora estamos hablando de la vida, la vida de nosotros los cristianos. Mas hay otra vida. Y otra vida sin consuelo. Otra vida en que sólo se confía en la fuerza física o en las riquezas o en las influencias sociales o en la inteligencia… Esto lo vemos todos. Precisamente, es esta otra vida no cristiana la que, con su limitación, nos abre a nosotros un cielo y unas posibilidades sin límite. Jesucristo, perfecto conocedor del hombre, compara su vida con la estructura de dos casas. Todos sabemos la parábola: Una fue edificada sobre la arena y a fe que fue fácil hacerlo puesto que nadie tuvo que luchar con ninguna dificultad del subsuelo al hacer los cimientos por la sencilla razón de que no los tenía, pero vinieron las lluvias, soplaron los vientos y la casa se cayó y se arruinó sin remedio. Por el contrario, la otra había sido edificada sobre la misma roca, con las dificultades imaginables, también vinieron las lluvias y más fuertes que antes si cabe, más fuertes incluso que aquellas que cayeron sobre la otra, y vinieron vientos huracanados que chocaron contra todos los ángulos de su estructura, pero ¡nada sucedió! ¡La casa era inamovible!

Fácilmente reconocemos nuestra vida con el segundo caso de la parábola… La Biblia nos dice de Moisés que se sostenía como viendo al Invisible. La base de esta vida era la presencia del Creador en él como una realidad cada instante, de día y de noche, y en la salud y en la enfermedad, en el descanso y en el trabajo, en la alegría y en la tristeza… La vida del hombre actual en el mundo de tanta lucha, de tanta ansiedad y confusión, que necesita de la gracia sustentadora de Dios para vivir. Necesita de su presencia vivificadora y renovadora como el pan que se come. Sin esta gracia, la vida humana se viene abajo como el edificio aquel edificado sobre la arena.

 

Desarrollo:

Isa. 40:25. ¿A quién, pues, me haréis semejante, para que yo sea su igual? ¿Quién hace esta pregunta? Dios. Parece decir al obtuso pueblo de Israel, ¿con qué ídolo o dios pagano me compararéis? Sabido es que había caído en una idolatría feroz, arrastrado por el mal ejemplo de sus propios reyes y sacerdotes. Como castigo a su tremendo pecado fue llevado cautivo a la idólatra Babilonia en donde se purificó a través del crisol de la pena y de la muerte, seleccionando un renuevo que aprendió la lección: ¡El Señor de los señores no puede ser representado por una imagen ni comparado con ídolo alguno! Así que ninguna obra echa de manos humanas o celestiales puede tomar el lugar de Dios. Dios es único… ¡y celoso!

Isa. 40:26. Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién ha creado estas cosas. Esto es una exhortación y un reto para dejar de estar aferrado a lo terreno y a lo humano, incluyendo a todas las cosas materiales a las cuales el hombre somete toda su atención y sus fuerzas en la lucha por su propia supervivencia. Aquí Isaías, se refiere de forma especial al aspecto religioso, a la innata búsqueda del Dios Padre. Sí, ¿dónde buscar a Dios? ¿Entre los hombres o entre los ídolos y las imágenes hechura de sus manos? No. Era preciso, y es preciso, levantar los ojos al cielo, estudiar toda la creación del Señor que está a nuestro alcance y pensar sobre el origen de todas las cosas en una forma honesta, sana y libre de perjuicios preconcebidos. Si lo hacemos así, y aconsejamos hacerlo así, no podremos evitar exclamar como el buen Salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos, Sal. 19:1. Sólo Dios puede saber todas las cosas incluyendo a las que se nos escapan por pequeñas o grandes. Él saca y cuenta al ejército de ellas, como jefe supremo que pasa una revista cariñosa. Dios Padre es el jefe de las huestes celestiales, sean animadas o no. Él, a todas llama por su nombre. A pesar de ser tan numerosas e incontables. Las conoce a todas incluso con sus características especiales como pueden ser el hombre. Y así, por la grandeza de su vigor y el poder de su fuerza, ninguna faltará. No sólo nos conoce sino que conseguirá que cumplamos el propósito por el que fuimos creados. Este es el Dios todopoderoso que creo todo el Universo visible e invisible para los hombres y mujeres, y lo creó sólo al conjuro del sonido y la potencia de su voz. Su dominio abarca de un confín a otro de la creación; por lo tanto, su presencia real de sustentación está en todas partes, de tal forma que donde quiera que vayamos nos encontraríamos con su presencia. Su fuerza y poder están manifestadas de forma clara en la naturaleza. Así, desde la más insignificante hormiga hasta la estrella más poderosa de cualquier galaxia.

Isa. 40:27. Sigamos más: ¿Por qué, pues, dices, oh Jacob; y hablas tú, oh Israel…? Doble referencia al pueblo escogido que se quejaba una y otra vez, continuamente, por haber sido dejado, abandonado por el Creador, diciendo: Mi camino le es oculto a Jehovah. En otras palabras: Fuera del alcance de Dios y sus bendiciones, y abandonados a los amargos goces de sus propias victorias y al fastidio de sus claros fracasos. Sin embargo, el pueblo judío se queja sin razón alguna porque, precisamente, se olvida que nada ni nadie queda fuera del alcance de su largo conocimiento. ¿Y mi causa pasa inadvertida mi Dios? ¿Ya no me tiene en cuenta? Pero, es Dios quien está hablando indicando con claridad que Israel no tiene por qué ni de qué quejarse. Y es que su condición actual obedece a su propio pecado y cuyas consecuencias el Señor trató de paliar a tiempo mediante santos mensajeros escogidos. ¡Así que el pueblo es quien ha dejado o abandonado a Dios, no a la inversa. Sin embargo, ya hemos visto en este v que la presencia divina que da sustento y vida está en todas partes… ¿por qué pensar, pues, en abandono? ¡Por el duro empecinamiento del pueblo al menospreciar a Dios y compararle con los recién estrenados ídolos vecinos, a quienes debieran de haber combatido con todas sus fuerzas, puesto que este y no otro, era el motivo auténtico y real por el cual fueron creados y escogidos!

Isa. 40:28. ¿No lo has sabido? Por tu propia observación o por el estudio de las Escrituras… ¿No has oído… por la tradición oral de los padres, costumbre tan arraigada en los judíos, que Jehovah es el Dios eterno… ¡Qué no puede haber otro! Que creó los confines de la tierra? El Señor no sólo subsiste por sí mismo, sino que a la vez es el Creador de todas las cosas y entre ellas, la Tierra. ¡El que ha sido, es y será! No se cansa ni se fatiga… ¿Por qué? Porque no está sujeto a las limitaciones del hombre que mora en un caparazón llamado cuerpo. Dios es Espíritu y está libre del lastre del cuerpo humano por perfecto que sea. Y es que además, su presencia llena el Universo. De ahí que en cualquier parte, donde sea, siempre se le encuentra bien dispuesto a darnos los recursos necesarios para la propia vida o subsistencia. Y su entendimiento es insondable. Su grado de comprensión es ilimitado, así que por grande y fiero que parezca el problema, podemos acercarnos a Él con la seguridad que nos ayudará felizmente. Porque:

Isa. 40:29. Da fuerzas al cansado y aumenta el poder al que no tiene vigor. No sólo no se cansa, sino que tiene la fuerza motriz capaz de regenerar en el hombre el espíritu de la lucha necesario para avanzar hacia adelante. El v siguiente nos da una visión real del hombre:

Isa. 40:30. Aun los muchachos se fatigan y se cansan; los jóvenes tropiezan y caen. Fijarse bien pues el ejemplo está dado, sacado de la vida cotidiana. El ser humano, aun atravesando la mejor etapa de su vida, la etapa de mayor fuerza, ligereza, vigor, energía y hasta potencia de su existencia, está sujeto al natural cansancio, al agotamiento y al debilitamiento físico.

Isa. 40:31. Pero los que esperan en Jehovah renovarán sus fuerzas. Esta es la casa de la roca. La casa de los que unen sus vidas a Él por fe aceptando a Cristo como a su único y suficiente Salvador. Y si como humanos se agotan porque tienen o reciben los mismos embates de la vida, la misma clase de lluvia y el mismo viento que aquellos otros descritos en el v anterior; no desfallecen, porque se sienten bien sujetos por los pies, por los cimientos y el corazón. La gracia sustentadora de Dios los mantiene y levantarán las alas como águilas. Claro, podrán flotar en el medio ambiente haciendo que las cosas terrenas les resbalen por la piel sin causarles daño. El texto se refiere con claridad a la agilidad espiritual con que actuarán ayudados por Dios y entonces correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán. Porque al igual que todos los atletas, dan por bien empleado el esfuerzo con tal de aspirar al premio final. Dios es quien vive en el creyente, quien trabaja, lucha y pelea con él.

Fil. 4:10. En gran manera me regocijé en el Señor porque al fin se ha renovado vuestra preocupación para conmigo. A fin, a causa del alejamiento forzoso de Pablo, hasta el momento en que pudieron enviarle a Epafrodito, v. 18. Este hermoso sentir de agradecimiento del Apóstol por los socorros temporales está justificado porque él lo entiende como traducción en su persona, de la gracia sustentadora de Dios. Luego está el hecho de que Pablo lo acepta porque sabe del desinterés de los hermanos de Filipos y la consecuencia del evangelio práctico en la iglesia. De otra forma, jamás lo hubiera aceptado aun a riesgos de herir los sentimientos de los donantes como tantas veces había hecho, 2 Cor. 11:7-12; Hech. 20:33, 34. Luego Pablo, antes de que los hermanos se resientan y piensen que él no reconoce su enorme sacrificio, les dice: Siempre pensabais en mí, pero os faltaba la oportunidad. Es decir, por alguna causa o razón desconocida, estos hermanos habían dejado de socorrerle económicamente. Tal vez fue porque les faltaban recursos básicos, no tenían con quién enviarlos o no conocían donde se encontraba.

Fil. 4:11. No lo digo porque tenga escasez… En otras palabras: Les hace saber la realidad de su independencia real y económica. Su larga experiencia en el ministerio le había dado y enseñado una gran lección. ¡No depender de nadie, sino de Dios y de su gracia! Pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Pablo está siguiendo la tesis estoica que enseña que el hombre tiene dentro de sí mismo toda clase de recursos y la usa con los filipenses, a quiénes aquella doctrina ya no les era del todo desconocida.

Fil. 4:12. Sé vivir en la pobreza, y sé vivir en la abundancia. Se refiere a su capacidad demostrada al afrontar la diaria necesidad e incluso la pobreza. También se encuentra a gusto cuando tiene más de la cuenta para vivir. En todo lugar y circunstancia, he aprendido el secreto de hacer frente tanto a la hartura como al hambre, tanto a la abundancia como a la necesidad. Pablo afirma que ha aprendido a vivir con todo lo que venga. Recordemos que en su primera visita a la ciudad de Filipos ya nos mostró su adaptación a la nueva vida cristiana al cantar en la cárcel con Silas, en vez de estar abatido. Estaba listo y preparado para todo. Estaba preparado para hacer frente a cualquier situación que le deparase la vida. Y es que basaba toda su confianza en la gracia de Dios que lo sustenta todo. Veamos cómo:

Fil. 4:13. ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece! Este era el enorme secreto de Pablo: Cristo era su fuente y sostén en cualquier circunstancia. Para Pablo, Cristo Jesús era una realidad clara dentro de su vida. Era su ángel de la guarda y hasta su soporte. Se había unido a Cristo de tal forma y manera que su felicidad la constituía el hecho de sujetarse a su autoridad y voluntad.

 

Conclusión:

Con las últimas palabras de Pablo, llegamos a saber el enorme beneficio que da la gracia sustentadora de Dios y las desastrosas consecuencias que podemos sufrir en el caso de no aceptar esta gracia gratuita. De manera que aquí tenemos la lección: ¡Quién no confía más que en sus propias fuerzas, conocerá más tarde que nada puede hacer sin Cristo Jesús y quién no se apoya más que en su gracia, experimentará el calor de la omnipotencia!

¡Qué la gracia de Dios nos sostenga en todo momento!

 

 

 

 

060274

  Barcelona, 20 de mayo de 1973

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89 CRISTO ES NUESTRA ESPERANZA

Hech. 1:10, 11; 1 Ped. 1:3-9; 1 Jn. 3:1-3

 

Introducción:

Al igual que decíamos el domingo anterior que la gracia del Señor nos sostiene, hoy afirmamos que este sostén radica en Cristo. Sí, Él es nuestra esperanza. Además, una esperanza real.

Se ha dicho muchas veces que el hombre, que el ser humano, es el ente más débil de la naturaleza. Y lo es precisamente a causa de su inteligencia mal empleada. ¡No tiene bastante nunca! Siempre, siempre está lleno de necesidades y si éstas no son reales, se las inventa. Nace el león y a lo mejor tiene interés en que la caza le sea propicia, nace el pájaro y trata de aprovechar las corrientes ascendentes para ayudarse en la vida, nace la rosa y su mayor interés es servir para aquello que fue creada: Ser hermosa y dar olor… Pero nace el hombre, y apenas salido de la dependencia paterna, cae de lleno en la esclavitud que gritan o representan sus necesidades, que por más que las cubra, siempre aparecen de nuevo vestidas con otra apariencia. Pero, ¿quién no las tiene? El pobre, por el hecho de serlo, las tiene. El rico, por ser rico; el sabio, por sabio; el ignorante, por ignorante; el gitano o el negro por causa de su piel y el blanco, sí, el blanco, por blanco. Y la edad, la edad también es un motivo de caos, dolor, preocupación y necesidad. Así tiene problemas el joven y el viejo, el muchacho y el mayor…

Estas necesidades surgen precisamente a causa de su evidente superioridad respecto al resto de la naturaleza. Esta superioridad le crea una psicosis de dependencia jamás satisfecha; porque el hombre se esfuerza en conseguir el pan, por asegurar el vestido, la vivienda… y cuando ha satisfecho éstas, emergen otras que, poco a poco, van tomando la categoría de primarias y, hasta cierto punto, indispensables. Ojo hermanos, el cristiano, por el hecho de serlo, no está exento de esta lucha por la vida. Sin embargo, todo ser humano suspira, y a veces sin saberlo, por algo que va más allá de esta vida y aun de el mundo. Suspira profundamente por Dios como una de las mayores necesidades a causa de su naturaleza espiritual. Y en la forma en que el ser satisface esta imperiosa necesidad del Señor, consigue influir de forma inevitable en la claridad, determinación y satisfacción de todas las otras. ¡Nosotros sabemos bien que sólo Cristo satisface! Él es la respuesta clave a nuestras angustias. ¡Él es nuestra única esperanza!

Pero, y ahora viene la pregunta directa: ¿Esperamos de veras en Cristo? Cuando estamos en el lecho del dolor, ¿esperamos más en Cristo que en las propias medicinas? Cuando nos abaten los problemas, ¿esperamos más en Cristo que en los consejos de las personas entendidas o en los libros? Cuando nos encontramos solos, dolidos y abandonados, ¿confiamos más en Él que en nuestros iguales? Qué cada uno responda con sinceridad dentro de sí mismo. Entretanto, pensemos que la esperanza en Él, en Cristo es ni más ni menos que un compañerismo real con el mismo Dios. Es la felicidad presente y futura, el eterno perdón de los pecados y la garantía de la vida, y vida eterna. Esta real amistad con Cristo nos proporciona, además, fuerzas morales y espirituales para resistir a las tentaciones y demás limitaciones del pecado.

Resumiendo: ¡La esperanza en Él es la satisfacción completa!

 

Desarrollo:

Hech. 1:10. Y como ellos estaban fijando la vista en el cielo mientras él se iba, es la típica dependencia. La despedida del ser amado resaltando bien la idea de la indolencia del éxtasis y la contemplación. Actitud que los deja clavados en el sitio, impotentes, tristes, sin trabajar… incapaces de reaccionar por sí mismos. Y lo estaban tanto que a pesar de que Cristo Jesús había desaparecido ya en las nubes, se quedaron mirando al cielo esperando quizás que, a última hora por algún hecho o accidente fortuito, se fueran o aclarasen las mismas y volvieran a verlo una vez más. Estando así, he aquí dos hombres vestidos de blanco se presentaron junto a ellos. Eran mensajeros del Padre aptos para ser comprendidos, ya que a pesar de sus ropas blancas y resplandecientes, tenían la apariencia humana. Eran portadores de un mensaje de esperanza:

Hech. 1:11. Dijeron: En forma que pudieran entenderlos todos: Hombres galileos, sí, sabemos que procedían de Galilea, de aquella provincia del norte de Palestina, ubicada justo al oeste del mar del mismo nombre. Pero, ¿en qué lugar o provincia tenían lugar los hechos? En Judea, al sur del país. ¿Por qué os quedáis de pie mirando al cielo? En esta pregunta observamos algo curioso. Más que una pregunta parece una reprensión. ¿Qué es lo que parece reñirles? No, no el acto de mirar en sí, como es natural, sino la actitud de angustia y tristeza que les había producido la marcha del Maestro como si ésta fuese ya para siempre. Critican su aparente desamparo. Bien pronto se habían olvidado de las enseñanzas del Cristo tocantes a su segunda venida. Esta situación nos lleva a otra muy similar: Se olvidaron también de sus enseñanzas acerca de la resurrección cuando debieran de haber aprendido a tener más confianza en Aquel que ahora era objeto de sus lloros y pesares. Esto nos enseña el alcance y el peligro de la inseguridad de los humanos. Aquellos que debieron de haber tenido la entereza suficiente para darnos una fuerte lección en una situación límite, difícil, no hacen sino todo lo que haríamos nosotros: ¡Mirar al cielo con impotencia!

Sigamos: Jesús, que fue tomado de vosotros arriba al cielo… Este mismo Señor, a quien conocieron y con el que convivieron durante tantos días, les ha sido tomado, arrebatado para su propio bien, ha ido a ocupar la diestra de Dios, a recoger su premio y para volver en el día oportuno a juntar a todos aquellos que son sus hijos. Eso es lo que parecen decir todos los ángeles: Vendrá de la misma manera como le habéis visto ir al cielo. Esto es lo que constituye un mensaje de esperanza. ¿Por qué? Porque condiciona la forma de la venida del mismo modo de la ida. Así, ésta, ¡será perfectamente visible y clara para el hombre! Jesús ya había dicho que volvería y esto debería haber sido suficiente para aquellos hombres y para nosotros pero, debido a nuestra propia inconsecuencia, nos lo tiene que repetir de forma continua por mensajeros que pueden ser ángeles, como en esta ocasión, o predicadores, maestros, etc.

1 Ped. 1:3. Y bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… Pedro inicia su epístola de forma similar a las de Pablo, aunque aquí parece indicar más énfasis en el aspecto histórico de los hechos. Quien según su grande misericordia es decir, sin merecerlo de forma absoluta, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aquí Pedro parece hablar por su experiencia personal, como sabiendo lo que dice. Todas sus esperanzas mesiánicas había sido destruidas de forma aparente con la muerte de Jesucristo y así, la vergüenza de su triple negación había acabado por abrumarle. Pero a la vista del Cristo, del Cristo resucitado, el perdón que el Maestro le otorgó de forma expresa, le hicieron renacer a la esperanza que bien podemos calificarla de viva, pues ahora siente que ya no podrá ser destruida del mismo modo que lo pueden ser las esperanzas más o menos carnales o quiméricas que antes alimentaba.

Pedro ha cambiado mucho. Este nos ha hecho del v. 3 y este vosotros del v. 4, parecen indicarlo así. Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, indica con claridad que gracias a la obra y méritos del Dios Padre, hemos nacido de nuevo para vivir en un plano de verdadera satisfacción y seguridad. Dios ya no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Esta es la esperanza viva. La resurrección de el Señor Cristo, nuestra consecuente rehabilitación y la nueva forma de vivir, no sólo ha tenido el efecto de reanimar una esperanza en lo más profundo de nuestro ser, sino que ha regenerado, ha creado o ha hecho de nuevo todo nuestro ser espiritual y así hemos llegado a tener acceso a esta seguridad que es inmortal y vivificadora al mismo tiempo. Sí, este documento está ratificado, sellado y firmado por medio de la resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta es nuestra garantía real, nuestro aval real. Así y sólo así venceremos a las huestes del mal y a la muerte. ¡Él resucitó y así resucitaremos!

1 Ped. 1:4. Sigamos más: Para una herencia incorruptible; el objeto de la esperanza, la vida eterna, es aquí representado bajo la figura de una herencia. Está tomada del AT, donde se aplica al Canaán prometido a Abraham y a su posteridad, Gén. 13:15. Ante la imposibilidad de comprender toda la felicidad de los cielos, la Biblia hace descripciones de ella contraponiéndolas con la miserias de nuestra vida actual. Tal es el objeto de los tres adjetivos que definen, cortan, enmarcan y valoran la herencia que se nos propone a todos: (1) Es incorruptible, ver Rom. 1:23. Puesto que la eficaz y verdadera herencia es Dios mismo, la fuente de la vida eterna que se opone a la simple vida humana que espera la corrupción del sepulcro de forma ineludible y absoluta. (2) Incontaminable. En otra versión antigua leemos: Inmaculable (sin contaminación). Por oposición a las cosas de este mundo donde hasta los objetos más santos no están libres de contagio y destrucción. Así, esta herencia está libre del ataque de los gérmenes dañinos, contaminantes de la muerte ya que es eterna y, por lo tanto, es inmortal. (3) Inmarchitable. En una palabra, lo contrario que esas flores cuya gracia, frescura y perfume son tan efímeras como la vida misma. La existencia celeste es pues la vida eterna, la santidad perfecta y la juventud perpetua, 1 Cor. 15:42. Toda esta herencia, dice Pedro ahora, está reservada en los cielos para vosotros. ¡Esta es la esperanza que da vida y seguridad!

1 Ped. 1:5. Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, al igual que la herencia, nosotros, los creyentes, estamos siendo aptos para la posesión de ese premio. Para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo final. He aquí el doble fundamento de la certidumbre para la esperanza viva. Sí, esta herencia es reservada en los cielos para nosotros, como hemos visto en el v. 4 y nosotros somos guardados ya por el poder de Dios para esa herencia que no nos sería asegurada, si cabe el contrasentido, si nosotros no fuésemos guardados en medio de las pruebas, como se verá en los vs. 6 y 7. El poder de Dios es la fuerza y la guardia que nos protege contra todas las potencias hostiles, Fil. 4:7. Pero como la confianza del hombre es siempre condición de su salvación, el apóstol, agrega: Mediante la fe. En la medida en que confía en ese poder, todo hombre es salvo por él, como veremos en el v. 9. Entretanto, ¿qué puede significar ese tiempo final? Pues la posesión completa de la vida eterna. Para cuando estos cuerpos corruptibles se transformen en santos e incorruptibles. Cuando los cuerpos de los muertos en Él, en Cristo se levanten y se unan de nuevo cuerpo y alma en un todo que nunca jamás se separarán. Y esto tendrá lugar de forma visible.

1 Ped. 1:6. En esto os alegráis, sí, a causa de la firme seguridad de esta herencia, a pesar de que por ahora, si es necesario, en este pequeño periodo de tiempo que nos ha tocado vivir, estéis afligidos momentáneamente por diversas pruebas. Heridos, golpeados, sacudidos por los reveses y mil y un contratiempos de la vida. Esto quiere decir que a pesar de ser cristianos, quizá precisamente por serlo, aptos para recibir la herencia que hemos citada antes, en tanto estamos aquí, no somos troncos de árbol insensibles pues notamos bien los embates del tentador.

Ahora bien, ¿estas cosas, son necesarias? Sí, ¿Por qué?

1 Ped. 1:7 Ver: Para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque sea probado con fuego, sabia razón, sabia advertencia. El oro, siendo de la tierra y con valor limitado sólo a este mundo, tiene que pasar por el fuego para ser apto y purificarse para servir a su buen propósito. Mucho más la fe, cuyo valor y afecto trasciende a esta vida y a este pobre mundo. Necesita pasar por el crisol de las pruebas para decir o demostrar si es falsa o genuina. Si la fe es buena, todas las pruebas de fuego, en vez de hacerle daño, la purifican y la valoran pues le quitan las impurezas propias de la vida y la capacitan para entrar dignamente en posesión de su bendita herencia. Si por el contrario es falsa, se derretirá al primer indicio de calor hasta no quedar ni un átomo de ella y hasta se confundirá con las cenizas. Así, nuestra fe necesita ser templada por el fuego para que sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo. Y será tan buena su ley que Dios la encontrará conforme cuando Cristo vuelva de nuevo a la tierra a buscar a los que son suyos. Así, todos los lectores de la carta que estaban siendo probados a causa de la persecución, y nosotros si esas pruebas nos ayudan a humillarnos, recogerán su honra cuando Él venga de nuevo, Col. 3:4.

1 Ped. 1:8. A él le amáis, sin haberle visto, claro, físicamente se entiende. En él creéis; y aunque no lo veáis ahora, parece indicar claramente que un día lo veremos como lo vieron todos los apóstoles, creyendo en él os alegráis con gozo inefable y glorioso. El apóstol dice aquí que en esta vida, puede existir un gozo supremo e inenarrable producido por los dos sentimientos que unen muy bien el alma fiel a Cristo, el Señor. ¡El amor y la fe! Además, nos dice que estos dos afectos tienen el poder de aplicarse a una persona ahora invisible: Cristo. ¿Es esto fácil? No, creer misterios tan increíbles como los de la encarnación de la muerte, de la resurrección de un Dios hombre, amar a un desconocido que no predica más que la humillación, cruz y renunciamiento, en medio de todo, gustar de forma anticipada los goces del cielo y las delicias de la gloria, es lo que la filosofía humana no puede comprender. Todo esto, y más, es lo que hace la fe en el corazón de un hombre mortal.

1 Ped. 1:9. Luego: Obteniendo así el fin de vuestra fe, llegando ya al logro santo y principal de la fe… ¿Cuál es? ¡La salvación de vuestras almas! Y esto, en la mentalidad de Pedro, es un marcado presente, actual… Ahora cabe la reflexión de que si este anticiparse es ya un gozo inenarrable, ¿que será cuándo la poseamos con toda su plenitud?

1 Jn. 3:1. Mirad, nos llama la atención, cuán grande amor nos ha dado el Padre… Nos ha dado a su Hijo, más ¿para qué? Para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos! Sí, sí, somos hijos del Señor no sólo de nombre, sino de hecho y derecho. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Si no conocen a Dios, a nosotros, que por su gracia, somos iguales a Él, copartícipes de su misma naturaleza, tampoco nos pueden conocer. En Juan 17:25 hay otro pasaje paralelo que define bien al apóstol Juan. El hecho de que este mundo no nos conozca no debe preocuparnos más de lo necesario y sí ser un motivo de fiel alabanza puesto que nos demuestra que estamos andando por el camino de la suprema esperanza.

1 Jn. 3:2. Amados, ahora somos hijos de Dios, la misma íntima felicidad de ser hijos del Señor no es un bienestar que nos ha sido prometido para un porvenir más o menos indeterminado o lejano, ¡lo somos ya, ahora mismo! Por la fe en Jesús y por la regeneración del corazón. Y todo esto a pesar de llevar puesto un caparazón medio roto e imperfecto, puesto que aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero ya sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos sus iguales, porque le veremos como es. Así que estamos destinados a ser transformados por entero en semejantes, casi iguales, a Cristo. Y gracias a que veremos su luz con pureza y esto nos contagiará de forma definitiva ¿Podríamos hallar otro texto que nos asegurara el hecho de ver al Padre Dios? En Mat. 5:8. Sólo que allí estamos condicionados a tener un limpio corazón. Además, ¿qué quiere decir ser semejantes a él? Sí, Dios es la vida, nosotros viviremos; Dios es amor, luego también nosotros amaremos; Dios es justo, pues nos llenaremos de justicia; Dios es eternamente dichoso, nosotros gozaremos de la misma dicha y tiempo.

1 Jn. 3:3. Claro, todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él también es puro. Los que tenemos la gloriosa esperanza bien descrita en los vs. anteriores, no tenemos porque temer. La esperanza divina es el puro centro nervioso y vital de nuestra transformación, puesto que siendo hijos, todos confiamos en sus promesas y la que nos ocupa en concreto es muy clara.

 

Conclusión:

Hermanos: Empecemos desde ahora a formar con cariño los rasgos vitales de la semejanza que nos es prometida, si queremos seguir teniéndola arriba, en el cielo. Mientras tanto, avancemos minuto a minuto, día a día, hacia la consecución de la santidad pidiendo al E Santo las fuerzas que podamos necesitar, sabiendo que nunca nos defraudará.

Amén.

 

 

 

 

060276

  Barcelona, 27 de mayo de 1973

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90 ¿POR QUÉ LA LEY?

Éxo. 20:1, 2; 2 Rey. 17:7, 8; Sal. 119:97-104; Mat. 5:17

 

Introducción:

Iniciamos hoy una unidad de estudio con el nombre genérico de: Las Leyes de Dios para el Hombre, serie que incluye trece lecciones abarcando los meses de junio, julio y agosto.

¿Por qué son necesarias las leyes?

En primer lugar veamos lo que dice el diccionario acerca de la ley: Regla de acción impuesta por la autoridad superior. Visto lo cual, volvemos a preguntar: ¿Por qué son necesarias las leyes? ¡Pues, por qué somos humanos!, sería la respuesta. Sin embargo, nuestra época se caracteriza por la poca o nula importancia prestada a las leyes de los hombres. Sabemos de unas sociedades anónimas que pagan cuantiosas sumas a abogados competentes para que disfracen o rebajen los beneficios habidos. Legislativos que aprueban leyes que redundarán tarde o temprano en su propio beneficio o en el de sus familiares. Funcionarios que por cierto dinero exponen triquiñuelas legales para eludir o evitar la ley y tantos otros ejemplos que no relacionamos no cansar ni hacer exhaustiva esta lista. Y si sabemos que la ley humana no es mala es porque sabemos que casi todas tienden, en la letra, hacia el bien común y están basadas en la genuina experiencia y saber de los pueblos y en la conciencia de los legisladores. Pero Dios no consideraba la conciencia humana de por sí como la más apropiada para guiar al mismo hombre y tuvo que dar sus leyes para educarla acerca de lo bueno y lo malo. Así, nada mejor para iniciar estas trece lecciones, que estudiar el sentido básico de los Diez Mandamientos vistos e interpretados a la luz del NT y aplicados a la experiencia humana de hoy.

Hoy, como siempre debemos acercarnos al pueblo de Israel, fuente y principio de cualquier aplicación cristiana, para cavar en el famoso decálogo, la situación que lo hizo necesario y las circunstancias de la época.

Si el pueblo de Dios ha tenido baches, que los ha tenido, y grandes, el más representativo fue aquel que motivó la frase del autor del libro de los Jueces: Cada uno hacía lo que bien le parecía, Jue. 21:25. Y por lo general, un estado caótico similar degenera en un libertinaje sensacional, en el cual, la mayoría de las veces, lo que bien le parece a cada uno, perjudica al prójimo y casi nunca está de acuerdo con un posible tercero. El respeto obediente hacia las leyes unipersonales es indispensable para la sociedad humana y mucho más para la comunión con Dios. Así que, la ley de leyes, los Diez Mandamientos o el Decálogo (de deca, diez y logos, palabra), son un corto resumen de todos los deberes del hombre hacia Dios Padre y para con sus semejantes viniendo a llenar en el momento oportuno, el inmenso vacío de los siglos. Bien es verdad que pueblos más primitivos que Israel, tenían ya ciertos códigos humanos basados en costumbres y experiencias, pero todos o casi todos, estaban orientados hacia el castigo o condena del transgresor.

La Ley de Dios, por el contrario, cambia la triste fisonomía de la ley mundial, pues nos indica: (1) Que debemos adorar a un solo Dios invisible por fe. (2) No tentarlo para que realice unas cosas que nos prueben su presencia física. (3) Nos ayuda a descansar un día fijo, específico con la idea no de ocio, sino de un cambio de trabajo y adoración total. (4) Honrar a nuestros padres a pesar de que estos ya no se ganen lo que se comen, no nos entiendan, molesten o sean una carga social para lo que llamamos nuestra vida. (5) No matar ni aun estando en peligro de nuestra propia vida. (6) No caer en la trampa del adulterio a pesar de que esta sociedad trata de demostrar que el hombre es bígamo por naturaleza y por necesidad. (7) No robar a pesar de que nos estemos muriendo de hambre. (8) Respetar a nuestro prójimo de manera que hasta podamos evitar la pobre, inocente y a la vez enorme calumnia, a pesar de que la consideremos un mal menor contra aquel que pensamos que es nuestro enemigo, y (9) por último, no ver en los objetos o personas del vecino más que motivos, si cabe, de emulación y nunca de codicia.

Ideas todas ellas incomprensibles entonces… ¡y ahora!

Sin embargo se prestan de forma admirable para guiar al creyente en su vida, con su Señor y con sus prójimos. La ley va marcando los mojones del camino a seguir al igual que los postes de Venecia señalan la dirección a seguir en el gran canal. Y es que nosotros, los cristianos modernos, tenemos la tentación de olvidarnos de la ley de Moisés pensando que está pasada de moda. No, no es así. El mismo Jesús interpretó algún que otro mandamiento en el llamado Sermón del Monte y así nos demostró su envidiable valor permanente y real.

Y puesto que sabemos que la ley, incluso la Ley de Dios no nos salva, veamos el por qué y el cómo de esta Ley:

 

Desarrollo:

Éxo. 20:1. Y Dios habló todas estas palabras, diciendo: En primer lugar debemos notar que la paternidad de esta Ley, del decálogo, se atribuye a Dios sin ningún género de dudas. Moisés dice, indica, que Dios es la fuente e inspiración de esta ley, y que él no fue más que el simple testigo de las tablas. Y además, es curioso como él se define como un simple escriba sin arte ni parte en traducción alguna de la ley. Hoy en día es muy corriente oír hablar frases como esta: Hecha la ley, hecha la trampa. Por otra parte, el texto en que está escrita usa de un léxico que escapa a la mayoría de la gente y es necesaria la consulta de juristas expertos que nos traduzcan el lenguaje corriente y nos aconsejen. Moisés no. Se limita a escribir lo que oye y aún hay más, reconoce que Dios escribe en las tablas preparadas por él, Deut. 5:22.

Y todos entendieron el espíritu y la letra de la ley. Me imagino a aquel nómada pueblo expectante. Ver si no las circunstancias que rodearon a esta entrega divina. La voz en medio de los truenos y relámpagos, la nube y el fuego crearon gran temor entre ellos, incluso pensaron que iban a morir a causa de la cercanía del Señor Dios. Por eso fue que pidieron a Moisés que sirviera de mediador y fuese a recibir las instrucciones divinas, y que luego les informase… ¡a nivel humano! Éxo. 20:18-26; Deut. 5:23-28. Pero esta actitud realista del pueblo llano nos enseña una santa y viva lección: Hemos de reconocer la naturaleza divina y reverenciarla como algo inalcanzable mientras no llegue la hora de la transfiguración. Y este pueblo de Israel, por el hecho de enviar a Moisés a traducir los deseos de Dios, nos revela su disposición previa de temerle y poner en obra todos sus mandatos. Mas, como no podía ser de otra manera, el Señor responde como suele hacerlo en estos casos: Los bendeciré de generación en generación, Deut. 5:29. Pero debemos fijarnos que el Señor condiciona el tener bien para siempre al hecho de temerle, adorarle y guardar sus mandamientos todos los días.

  Ya ha quedado dicho con anterioridad que estas leyes fueron inmensamente superiores a las de las naciones del entorno, porque el juez o el legislador fue el mismo Dios. Un Dios que se presenta a sí mismo como aquel que les sacó de la esclavitud de la tierra de Egipto y de la servidumbre, Deut. 5:6. Tal era la introducción a la Ley, tal era la Ley, tales los hechos y las circunstancias que envolvieron a la entrega de la Ley, que la mejor sabiduría habría sido ponerla inmediatamente por obra, para poder vivir en la tierra de Canaán formando una sociedad sana y fuerte, pero no pasó así. Israel, su Israel, equivocó el camino prescindiendo de los mojones de la ley que indicaban la verdadera dirección a seguir. Y fracasó por dos razones bien fundamentales: (1) Adoraron a dioses que les eran ajenos, rechazando por lo tanto la paternidad y la guía del Dios Padre único y verdadero, y (2) abandonaron sus mandamientos para seguir los de los otros países que hubieran debido ganar con el ejemplo, 2 Rey. 17:7, 8.

Éxo. 20:2. Yo soy Jehovah tu Dios… La importancia de este v. es tal, que sin duda constituye la piedra angular de la gran, moderna y monoteísta religión judaica. El mismo Moisés lo transcribe en primer lugar. El primer mandamiento de los diez, o de las diez palabras como gustan llamarlos los judíos, es la base también de nuestro cristianismo. Es curioso hacer notar que representan un sumario de las obligaciones del hombre para con el Señor y para con sus semejantes, dictadas de un modo tan comprensivo, sabio y bueno, que desde luego tienden a señalar y demostrar su origen divino y causan la admiración de todo el mundo. No son propios de una nación, ni transitorios, como los detalles de las leyes ceremoniales y civiles de los mismos judíos que ya no tienen validez.

Así, el espíritu de los mandamientos hay que buscarlo en el evangelio: Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que el que falte una jota de la ley, Luc. 16:17. La Ley tiene hoy mismo el vigor auténtico que tuvo aquel día lejano en que se oyó aquella voz: Yo soy Jehovah, que te saqué de la casa de Egipto, la casa de servidumbre… Dios les recuerda con cariño que les habla más como libertador que como legislador. Aquí debemos señalar que las leyes no fueron dadas con la finalidad de iniciar, por medio de su obediencia, una relación con el Padre. Se trataba de continuar más que iniciar. La gracia se había manifestado en haber tomado la iniciativa para liberar al pueblo de la esclavitud y en proponerle un pacto: Pacto que al principio fue aceptado de forma voluntaria por todo el pueblo, Éxo. 19:3-8. Israel había aceptado al Señor como un rey a quien correspondía por real naturaleza entregar unas leyes que les indicasen el modo de acercarse a Él y el trato que debía mediar en la diaria relación con sus semejantes. Las Diez Palabras eran, pues, un marco ideal que fijaba los límites dentro de los cuales la vida de las personas, entre Dios y su pueblo debía realizarse. Así, repitamos: Primero fue dada la gracia, luego la ley. Primero la redención por el poder de Dios, luego la guía sobre cómo vivir en comunión con Él. Atención: La Ley de Dios nunca fue presentada en el AT como un camino a la salvación. Todas las instrucciones que encierran los Mandamientos, tanto en el A como en el NT, sirven de guía para los que ya conocen a Dios, el cual los ha redimido del pecado, nunca antes.

  Sal. 119:97-104. Ese sal es alfabético, pues cada estrofa de ocho versos empieza con una de las veintidós letras del alfabeto he. Y es curioso notar que todos sus vs. con la sola excepción de los números 90, 121, 122 y 132, contienen uno de los términos con que se señala, designa a la Ley, como pudieran ser: palabra, ordenanza, precepto, mandamiento, promesa, juicio, etc. Así, la estrofa que ya hemos leído nos demuestra la honesta devoción apasionada del he fiel y piadoso hacia la Ley. Para él, no fue una carga ni una afrenta a su libertad, sino la clave de toda la santa sabiduría. Sabiduría que no tiene que ver con la edad y sí en la forma más o menos completa en que uno debe aplicar esta Ley.

Mat. 5:17. No penséis… era probable que muchos pensaran en aquellos momentos en que Jesús iba a anular la ley de Moisés, máximo cuando Él mismo había proclamado ya repetidas veces su superioridad y autoridad sobre la misma y sobre hechos tan concretos como pudieran serlo las interpretaciones tradicionales del ayuno y el sábado, Mar. 2:18-28. No penséis que he venido para abrogar, o lo que es lo mismo: Soltar, disolver o quitar la Ley como obligación para nosotros sus seguidores. No. No podemos pensar que el Señor ha venido a anular algo que Él mismo inspiró. Al revés, Él, con su muerte, completó la Ley. ¿De qué modo? ¡Demostró que era posible cumplirla!

No penséis que he venido para anular la ley o los profetas; y aquellos oyentes improvisados del sermón del Monte ya saben a lo que se refiere. Esta frase indica, en el vocabulario judío, a todo el AT. Sino para cumplir; a completar. A la luz de las interpretaciones del mismo Jesús en Mat. 5:21-48; este verbo, refiriéndose a la ley mosaica, significa darle un sentido más profundo. Fijarse que esto señala y reconoce que la ley antigua fue incompleta en su expresión. Así que el propósito de la Ley es llamar al hombre a la obediencia de la voluntad de Dios; quien, no obstante, siempre busca nuestro bien. Así, el Reino de los Cielos, según Jesús, no significa una disolución de la fiel demanda del Padre, que la ley de Moisés daba o representaba, sino que, por el contrario, hablaba de una obediencia absoluta al Hijo como revelación final de Dios. Por lo tanto, hoy como en los días de Jesús, es preciso ver o distinguir entre la Ley y el legalismo, que es una perversión de la misma. La Ley nunca fue dada, como ha quedado dicho, para salvar o vivificar al pecador, puesto que no es incapaz de hacerlo, Gál. 3:21. Y el legalismo busca la salvación por la conformidad de la ley señalando y hasta mostrando una tendencia definida y constante a guardar la letra más bien que su espíritu interno.

Esto converge de manera inevitable en una actitud de orgullo si uno ha podido ser más o menos cumplidor de la Ley. Estos seres llegan a pensar que merecen estar en comunión con Dios gracias a sus obras y menosprecian a los demás como personas inferiores a él. El publicano y el pecador de la parábola pueden ser un buen ejemplo para no citar casos reales concretos que pudieran herirnos. Y esto último, mis hermanos, contradice el propósito de Dios. Debemos reconocer que hemos sido salvos por gracia y por iniciativa del Señor y así respondemos por fe, tratando de agradarle mediante la obediencia a su santa voluntad; voluntad que, precisamente, ha sido revelada en la Ley.

 

Conclusión:

Así llegamos a la conclusión de que el Decálogo significa más para el creyente de hoy que para aquel hebreo de entonces, ya que ahora lo vemos todo bajo el prisma de la interpretación del mismo Jesús. ¿Para qué sirve la Ley, pues? La Ley sirve para señalar y frenar al pecado, ya que éste ha entrado en la médula y experiencia humanas, Gál. 3:19; 1 Tim. 1:9. También, gracias a la Ley llegamos a tener el conocimiento del pecado, Rom. 3:20, aunque debemos combatir a los que señalan que la Ley de Dios es pecado en sí, Rom. 7:7, ya que la Ley, en sí misma, es santa, Rom. 7:12.

El culpable es el pecado más bien que el mandamiento. Éste sólo indica lo que está bien o mal, Rom. 7:8. La Biblia se opone al libertinaje tanto como al legalismo. Bien es cierto que habían leyes ceremoniales y judiciales que sirvieron al pueblo de Israel como nación hasta la llegada de la revelación final de Cristo, pero no eran obligatorias para el cristiano. Dos ejemplos de lo que estamos diciendo ahora, podrían ser muy bien cuando Jesús anuló la distinción entre alimentos limpios e impuros, Mat. 7:19; y cuando Pablo se opuso al rito de la circuncisión como un deber para el creyente en Cristo, Gál. 5:2, 3. Pero el NT cita muchas leyes del Antiguo como mandamientos ineludibles, Rom. 13:9. La verdad es que fueron señaladas o citadas precisamente porque expresaban los principios eternos de la santidad y la justicia de Dios.

Así que la Ley es de un gran valor para guiarnos en que forma y modo podemos cumplir la voluntad de Dios, hoy en día.

 

 

 

 

060278

  Barcelona, 3 de junio de 1973

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91 LA PREDESTINACIÓN

Efe. 1:3-6, 11, 12a; 2:20; Rom. 8:28-30

 

Muchas veces momentos hemos hablado de la predestinación como algo que pertenece a un cierto misterio inescrutable y, sí, en la mayoría de los casos, lo hemos hecho superficialmente, sin considerar este tema como un todo indivisible con la gracias y la salvación. Y como hace poco, en la ED, hemos adquirido el compromiso de dedicar un estudio completo a la misma, valga la excusa para animarnos de valor y recopilar aquí las enseñanzas entresacadas de una de las más difíciles doctrinas paulinas, pero señalando de paso que lo hacemos en calidad y efecto de una lección más para nuestra querida clase de Adultos B.

En primer lugar, ¿qué entendemos por predestinación? Dice el diccionario, en su acepción teológica, que es: La ordenación de la voluntad de Dios con que desde la eternidad tiene elegidos a los que han de lograr la gloria. ¿Es esto cierto a la luz de las Escrituras? Veamos:

Efe. 1:3. Bendito el Dios y Padre del Señor Jesucristo, como sabemos, bendecir a Dios es glorificarle con un sentido de adoración y reconocimiento con total y libre independencia de aquella otra bendición que solemos recibir nosotros de Él, que bien pudiéramos traducir como algo que nos reporta beneficios materiales y espirituales. Aquí se indica muy bien una bendición del primer tipo, una bendición de gracias por el Dios y Padre que los define, a su vez, como Dios y como Padre de Jesucristo. Es curioso notar que el original dice: Dios de Jesucristo, pero como la idea no ha sido usada en el lenguaje bíblico, creemos que la tenemos bien traducida como ya la hemos transcrito y repetimos: Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor. Y sin embargo, debemos insistir, aunque sea algo de pasada, que el apóstol escribió: Dios de Jesucristo. Mucho más cuando esta misma expresión aparece de su pluma en el v. 17 de este mismo cap. la cual tampoco está traducida de forma literal. Pero lo que verdaderamente importa es hacer resaltar la necesidad que tiene cualquier hombre de bendecir a Dios Padre, sobre todo cuando este hecho sale, como un grito, de lo profundo de su corazón, y nos da idea de dependencia e impotencia ante Él. El cual nos bendijo con la bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Sí, en primer lugar sepamos que en el original gr. sólo se lee: Bendición espiritual en celestiales, omitiendo la palabra lugares. Es un extraño detalle que permite a unos traductores, entre ellos Lutero, suplir este bache traduciendo como sigue: Bienes celestiales en vez de lugares celestiales. Sin embargo este último término es preferible, porque tiene a su favor el testimonio de otros pasajes de esta misma epístola donde se encuentra la misma expresión y esta vez en el original (ver: Efe. 1:20; 2:6; 3:10; 6:12). El apóstol nos indica con ello, que el origen de todas estas santas bendiciones por las que da gracias a Dios; vienen del propio cielo, cuyos tesoros y maravillas son alcanzables para nosotros y, por consiguiente, ninguna de ellas nos será vedada. Así que son estas bendiciones las que nos ponen en comunión con el alto cielo y con los espíritus celestiales que contemplan el rostro de Dios. Y aún hay más. Todas estas bendiciones, y lo que representan, nos son dadas y reservadas en el cielo, donde, en un día señalado, las tendremos o poseeremos en toda su plenitud, ver: Mat. 6:20; Col. 1:5; 2 Tim. 1:12; 1 Ped. 1:4.

Así que, el apóstol, inicia su epístola con ese bendito sea Dios. Fijémonos ahora el marcado contraste que hay en esta misma frase. Bendito sea Dios, es todo lo que puede hacer el hombre. Palabras y nada más. Pero si la comparamos con aquella otra: Que nos ha bendecido. Ya no sólo son palabras, sino hechos. Con unas bendiciones que son gracias inmensas y que reúnen, además, el hecho de ser santos e espirituales puesto que emanan de la exacta naturaleza espiritual del propio Dios.

A continuación, en los vs. 4 al 14, Pablo hace una lista de esas bendiciones que podemos recibir apoyándonos sólo en nuestro Señor Jesucristo. Y es tal la ansiedad que nos demuestra, que estos diez vs. forman una sola frase no interrumpida por ningún reposo. Hay tanto que contar y tan sublime, que las palabras le fluyen como una impetuosa fuente. Nosotros, que no podemos abarcar en un artículo toda la ciencia que se desprendería del gran estudio de estos vs. tenemos que limitarnos a indicar que el motivo de esta adoración, el gran motivo de toda esta epístola, es que Dios, según el consejo eterno de su fiel misericordia, ha llamado a todos los pobres gentiles en un desesperado esfuerzo por y para conseguir sacarlos de sus propias tinieblas y hacerlos partícipes de lujo en su maravillosa luz. Hacerlos sentir los sanos beneficios de su comunión, incluso, haciéndolos entrar a formar parte del pacto de la gracia, limitado en otro tiempo para el pueblo judío. Además, por lo general, Pablo empieza sus cartas con acciones de gracias por motivo de las bendiciones recibidas en las iglesias particulares a quienes escribe; pero aquí, en esta carta pastoral, su horizonte se ensancha y el pensamiento de la salvación eterna de Dios en Cristo Jesús, se gana o apodera de su alma. De ahí las alturas celestiales a las que se eleva de entrada y de ahí, ese centralizar en Cristo todas las bendiciones benéficas para el hombre.

Efe. 1:4. Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo… Como base a las bendiciones que va a enumerar, el Apóstol, sitúa la elección procedente de Dios, desde antes de la fundación del mundo. Y para mejor idea, mejor comprensión de este inicio, debemos trasladarnos a los dos pasajes o textos, que son paralelos entre sí y a la vez perfectamente complementarios del que nos ocupa: (1) Mat. 25:34. Dado a que el reino descrito por Jesús estaba ya preparado en el santo consejo de la gracia divina desde la fundación del mundo para los que son benditos del Padre, ellos mismos estaban a su vez destinados, en la misma época, para el disfrute del y goce del mismo. (2) 2 Tes. 2:13. Otra vez la expresión: Elección para la salvación desde el principio. Pero, bueno, veamos en base a que: (a) Por obra del E. Santo en ellos; (b) por la fe que les ha dado en la verdad, mientras que tantos otros creen en la mentira a pesar de tener la misma fuente de información, y (c) por la vocación eficaz que les ha dirigido en el Evangelio, cuyo último fin será la santa obtención de la gloria de Jesucristo (ver el v. 14).

Así, entrando de lleno en esta materia, vemos con estos dos primeros aldabonazos, que si bien Dios nos escogió firme y delicadamente de entre la variedad humana desde antes de la caída original, no por eso, inexorablemente, seremos salvos. Y es que somos justificados mediante la fe en Cristo Jesús, el cual, nos reconcilió con el Padre. Sólo así entramos en el Plan de la Predestinación. Bien es cierto que nosotros vemos la procesión desde la puerta de una casa de una calle estrecha y Dios la ve desde la terraza. Para Él no existe el tiempo y sin embargo, para nosotros, lo es el todo; para nosotros, el tiempo es real, es nuestra cuarta dimensión. Pero, de cualquier forma, si hoy somos salvos, podemos dar gracias a Dios porque, eso sí, mediante su E. Santo, nos influyó a reconocernos culpables y, por lo tanto, nos instó a ver y acercarnos al único Juez capaz de cumplir nuestra condena en su propia carne. Porque fijémonos bien en el texto: Si se dice que Dios había formado en su santa gracia el designio de esa temprana elección, también se afirma que la centralizó y condicionó en Él (en Cristo). Donde se desprende que Dios no pudo amar al mundo sino en Aquel que, en otro tiempo, había reconciliado en su sola Persona y en su Obra, el marcado contraste de la justicia y la gracia. Para comprender esta situación debemos salir o trasladarnos de momento a Rom. 3:22-24: No hay diferencia, todos pecaron, siendo justificados de una forma gratuita por su gracia. Es decir, que sí, que todos estábamos perdidos sin remisión. Sin embargo, y siguiendo la tesis paulina, deslumbramos aquí una esperanza: En Él, Dios eligió… a sus hijos del seno del mundo caído; pues el principio, el medio y el fin de la Salvación son la Obra de Cristo. Y por eso mismo afirmamos, que la verdad de esta elección eterna es el un firme fundamento del creyente. Y sin embargo, hay muchos que interpretan este pasaje, esta elección, con la acción de la libre voluntad de Dios Padre de salvar a la humanidad entera y por lo tanto relacionan este buen término con la propia Salvación, o simplemente, con la gracia misma. Pero nada más lejos de la realidad. Si bien este escoger condiciona hombres que no eran salvos, no significa de por sí, que este simple hecho les salve. Este fin, este escoger no es una gracia irresistible. Los que así piensan olvidan que el Señor hizo al hombre perfectamente libre y ni aun en una cosa tan importante como la propia existencia o vida eterna, les puede influir hasta tal punto que roce la única, perfecta y bien definida libertad humana. Juan 3:16, es claro y explícito: Todo aquel… Y en este todo aquel se incluye a la humanidad entera. ¿Dónde queda, pues, aquella elección? En el único hecho de que Dios envía su Espíritu a tocar los corazones y aquel que responde, que es sensible a sus impulsos… ¡es y era elegido por Dios! Así de sencillo. Otros creen, a su vez, en una elección previa, pero buscando la base, el fundamento en el hombre y no en el Señor. Pretenden los tales, que Dios eligió a aquellos en quiénes previó la fe, la santidad… ¿Es esto lo que dice Pablo?

Sigue Efe. 1:4. Para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor. La idea está clara. No dice que Dios nos eligió porque éramos santos, sino para que lo fuésemos. Y además, santos, según lo que entiende el sano concepto divino; es decir, para que podamos medir nuestro grado de santidad delante de Él. Otro gran Apóstol complementa la tesis: Sois elegidos… para ser rociados con la sangre de Cristo, 1 Ped. 1:2. Este es, ha sido y será, el único filtro capaz de justificarnos y hacernos santos de verdad, apartados para Él. Así que el propósito primario de esta única elección es la santidad; y por eso mismo, Dios, bien que asegurando la perfección de su santa obra en nosotros, nos hace ser los responsables de entrar o salir del campo de esa elección, de esta sana atracción, poniendo en plena armonía la perfecta libertad de su gracia y la indispensable y santa obediencia del que es objeto de su mejor creación.

Recuerdo que cierto día paseando con mi hijo en el campo, cogió una mala hierba sin que lo pudiese evitar. Rápidamente, le advertí:

–No te la comas si no quieres que te duela la barriga.

Podía muy bien habérsela quitado, pero preferí dejarlo a su elección a pesar de que sabía de una forma positiva de que si se la comía se pondría enfermo. Sí, Dios el Padre, en su sabiduría, nos escogió para ser santos en Él, pero limitó su aceptación al mismo elegido, es decir, a nosotros, a todo hombre. En nuestra anécdota, yo elegí para mi hijo la sanidad, pero fue él quien la quiso y la aceptó. Las últimas palabras de este v, en amor, bien pueden conectarse con lo que precede o con lo que sigue. En el primer caso indica nuestro amor como indispensable y el único receptáculo de la santificación. En el segundo, nos revelan todo el amor de Dios como la causa motora de su elección, como vamos a ver enseguida en el estudio del próximo v.

Efe. 1:5. Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Cristo a Sí mismo, según el puro afecto de su voluntad. Aquí nos aparece una nueva palabra: Adopción. Para aprender su significado debemos trasladarnos de nuevo a Rom. 8:15. Aquí notamos en primer lugar que el Espíritu de adopción es un don de Dios. Es un don gratuito del Espíritu de Dios y de su Cristo; en cuya persona, Dios Padre, adopta por hijos suyos a los que le dan su corazón. Y es en esta situación nueva, cuando el Espíritu los une al Señor en un estado igual o semejante al de Jesús, su hermano mayor, y les comunica todos los deberes y privilegios del Hijo. Sólo poseídos de este Espíritu podemos clamar: ¡Abba, Padre! Así que Cristo fue de hecho quien cedió parte de su gloria, obedeciendo la voluntad del Padre, y murió humano para que recibiéramos la adopción de hijos, Gál. 4:5. En una palabra, sólo a través de Cristo, podemos entrar en el enorme plan de la predestinación, aunque sea con la condición de adoptivos. Pablo lo dice o afirma sin ningún género de dudas: No contento con haber buscado en Dios la causa única de nuestra Salvación y Selección, añade: Por medio de Jesucristo; el único pues, en quien todos somos hechos hijos de Dios. Y él aún tiene tiempo, idea y hasta inspiración para añadir: Según el puro afecto de su voluntad. Es decir: Este misterio fue así porque así lo quiso. Así fue su voluntad, Mat. 11:26; Luc 10:21. E independiente de otro cualquier motivo que hubiera podido encontrar en el hombre pecador.

Sigue Efe. 1:5. Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Precisamente, con la salida, con la manifestación suprema de la gloria de su gracia, nos ha hecho agradables, aceptos en el Amado, completando un círculo perfecto e indicando la relación, en la cual, el propio Cristo nos anexiona a su Padre Dios. Está claro, Él sólo es el Amado del Padre; pero en Él, Dios nos da su gracia, de modo que nos ve en Cristo con el mismo amor que tiene para Cristo mismo. Y puesto que todo ese plan, iniciado antes incluso de la creación humana, parte de Dios mismo, manifiesta así la alabanza de la gloria de su gracia. Pero en el lenguaje de los hombres, de los humanos, el privilegio se traduce en una responsabilidad. Nunca Dios insta al hombre a hacer nada; siempre demanda de él, cuando menos, una clara respuesta. Un giro de 180º. Un cambio de dirección. Si quiere vernos con ojos paternales, aunque sea por causa y méritos ajenos, si tiene ese propósito para nosotros, por contra, debemos gastar nuestra energías en la completa proclamación de su reino y anunciar las virtudes de Aquel, que, repetimos no sólo nos ha hecho linaje escogido, sino que nos ha llamado de las tinieblas a la luz admirable, 1 Ped. 2:9.

Efe. 1:11. En Él, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su santa voluntad. Esta partícula, en Él, completa el pensamiento de todo el v. 10: En Cristo, tendrá lugar la recapitulación, o la reunión, de todas las cosas, tanto las terrenas como todas las celestiales. En su persona convergerán todas y cada una de las cosas creadas y sólo se podrá medir su gloria particular, comparándola con la luz pura que emanará continuamente del sitial del Hijo Preferido. A continuación, el apóstol Pablo, agrega un apunte, una idea, un pensamiento nuevo que nos explica la participación de los creyentes en esta obra del Señor. Los términos del mismo se pueden entender de dos maneras: (a) En quien fuimos hechos su herencia, o suerte, y (b) en quien obtuvimos la herencia. En el segundo caso, las palabras aluden a la porción que recibieron los israelitas, por la suerte, en el reparto de las tierras en Canaán. Y como siempre, esta figura es usada como sinónimo de la herencia celestial del redimido en Cristo. Pero en el primer caso, por el contrario, el pueblo del Señor es tenido y considerado como herencia o suerte de la propia gloria del Hijo. Así que, y a la luz que nos dan los vs. 14 y 18 de este mismo cap acerca de la propiedad y el propietario y teniendo en cuenta, sobre todo, la claridad de Col. 1:12, donde se halla el mismo pensamiento, nos inclinamos por la segunda de estas definiciones, sin menosprecio de la primera, no aplicable en este pasaje, que es la que nos da idea clara de la parte de la herencia que toca en suerte al fiel creyente por el solo hecho de serlo. En lo que queda de v. el apóstol, aún insiste en el pensamiento de que el cristiano no tiene arte ni parte en esta herencia mas que por el efecto de la libre gracia de Dios. Y lo demuestra mediante una doble acción divina y soberana: La una, que se cumple en Dios mismo, y por la cual somos predestinados conforme a Su sano propósito; la otra, que se cumple en los creyentes; en los cuales, es el Señor también quien obra con eficacia (gr.) la fe, la conversión, etc. En resumen, todas las cosas que conciernen a la salvación y a la vida cristiana según el fiel consejo de su voluntad (ver los vs. 4, 5, 7, 8 de este mismo cap).

Efe. 1:12a. Para que seamos para alabanza de su gloria; este es el buen propósito, principio y fin de la heredad, de la propia suerte: ¡Alabanza de su gloria! El apóstol vuelve por segunda vez (ver comentario del v. 6) al importante pensamiento de que el objeto de la rara elección de los creyentes es de que sirvan para sentir y manifestar la gloria de Dios. En una justa palabra: Que en sus cambiantes vidas se trasluzca la perfección, la verdad, la misericordia, la santidad y el amor de Dios.

¿Cómo puede llegar a ser esto una realidad?

Rom. 8:28. Y sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien… Esta es una consecuencia lógica de todo lo que antecede. La mención del Espíritu, que viene en auxilio de nuestra debilidad e intercede por nosotros, vs. 26, 27, nos ha servido de transición entre el cuadro del sufrimiento universal, vs. 18-25, y el de la glorificación final que el Apóstol Pablo aborda ahora y que vamos a mirar como clímax de nuestro estudio, vs. 28-30. No hay dificultad, prueba o desgracia que aflija al hombre, que no se cambie en el medio motor en la mano de Dios. Sí, el Señor es quien opera todo, absolutamente todo, en todos nosotros para nuestra salvación (ver: Fil. 2:13). Así, visto bajo este prisma, podemos decir muy bien que todas las cosas, todas las criaturas de Dios que a Él deben la vida, el movimiento y el ser, deben, obrar para el mismo fin. Jamás como antes separadas de Él, sino en Él y por Él. Y aún hay más: Hasta el mal, todo el mal que pasa en la tierra, no está exceptuado de esta tesis. Tanto el mal moral como el físico obedecen sumisos a la santa voluntad de Dios; el cual, por sendas misteriosas saca de él el cumplimiento de sus ciertos designios (Ejemplo: La historia de José y sus hermanos; la dura traición de Judas y la del pueblo judío, que estudiaremos a la menos oportunidad, las reiteradas negativas de Pedro, etc.). En suma: Los juicios del Señor más severos y terribles, aunque en sí mismo son castigos del pecado, pueden ser convertidos en bendiciones para el que, bajo los firmes y reconocidos golpes de la justicia, se humilla y aprende a amar a Dios. Sí, entonces y sólo entonces, el castigo se vuelve un medio capaz de generar gracia y salvación, puesto que esta autocrítica es indispensable para acercarse al crucificado. Sin embargo, hemos que hacer especial hincapié en las palabras de Pablo: Los que a Dios aman. Mientras que aquel hombre no sea conducido a este último fin de su ser, no puede aplicársele estas conciliadoras palabras y sus estupendas consecuencias, sino que por el contrario, todas las cosas, deben obrar para el mal, para su mal.

Sigue Rom. 8:28. Es a saber, a los que conforme el propósito son llamados. El fundamento de la seguridad de los redimidos, las gracias de que disfrutan, la herencia celestial, los buenos sentimientos de su duro corazón y, en particular ahora, el don de amar a Dios, descansa todo ello, en el hecho de la gracia divina que nos ha llamado, según el eterno propósito de Dios. Este llamamiento no se limita a una invitación externa, aunque sea por el evangelio, sino que es una obra interna de la gracia que nos atrae y lleva a la fe (ver de nuevo Efe. 1:11).

Rom. 8:29. Porque a los que antes conoció… Los vs. 29, que ahora iniciamos, y el 30, que lo haremos a continuación, dicen, explican y prueban con este porque, el fundamento de la certeza o certidumbre indicado en el v. 28. Y lo hacen sin ningún corte o interrupción, de grado en grado, de escalón en escalón, hasta la gloria. En Dios, preconocer o conocer de antes, no se puede entender simplemente como algo que venga o pertenezca a una presciencia pasiva, pues esto no sería un firme fundamento de certidumbre y el apóstol quiere legarnos uno que lo sea de verdad. Así, lo que el Dios Padre ve anticipadamente, sí, existe ya para Él en el tiempo, y se realizará cuando su hora haya llegado, como si de una fruta madura se tratase.

Recuerdo aquella anécdota que cuenta que una madre y su hija de corta edad hacen juntas un viaje por tren. En un momento dado, se encienden las luces interiores del vagón a pesar de que en el exterior luce un sol claro y espléndido. Así se lo hace notar la pequeña a su madre, a lo que ésta contesta:

–Lo hacen así porque ahora viene un túnel.

En efecto, a los pocos segundos, el convoy entra en el túnel y la niña comprende el por qué del encendido de las luces. Así, muchas veces, nosotros, tomamos partido por esa niña y nos extrañamos que ocurran cosas que no están en consonancia con el medio ambiente, pero Dios sí lo sabe. Él ve el túnel con la suficiente antelación.

Ahora es necesario que añadamos que la acepción del verbo conocer  a la luz del contexto bíblico y en especial en este fiel pasaje, nos indica una idea de cariño, de favor, de amor. El Pastor y en clave material del tema que nos ocupa, ya había dicho: Yo conozco a mis ovejas. Lo había dicho reconociendo la verídica dependencia de las mismas y con el único deseo de protegerlas mientras deambulan por este valle de pastos… y lobos.

Sigue Rom. 8:29. También predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de (Cristo) su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Es ya el segundo peldaño de la escalera de gracia, que partiendo de las profundidades de la eternidad y de la presciencia de Dios, lleva o conduce a los rescatados hasta la glorificación. ¿Cómo no reconocer de forma humilde en adoración, en presencia de esta frase, que es el Padre quien cumple todo en todos nosotros?. En este paso, pues, el segundo en la consecución de la gloria que se ha señalado en el v. 30, la predestinación, nos enseña el fin: ser conformes a la imagen de su Hijo, es decir, ser hechos iguales, semejantes a Él en su vida moral y en su santidad, Fil. 3:10; 3:21.

Así, este v es una objeción muy pobre para aquellos que creen que esta predestinación aniquila la libertad y la responsabilidad humanas. Dios no ha dicho nunca que iba a salvar a hombres que se quedarían en la muerte del pecado, ni tampoco a los que se volverían santos. Ha escogido, eso sí, a todos los redimidos para la santidad, para que le glorifiquen en la tierra, en el cielo y en la eternidad (ver otra vez Efe. 1:4). Pablo así lo señala y no sólo en cuanto a la que debe ser cada día una mejor semejanza con Cristo, sino por el amor paternal de Dios que ha querido sacar una familia santificada de entre las cenizas de un mundo pecador.

Rom. 8:30. Veamos: Y a los que predestinó, a estos también llamó, y a los que llamó a estos también justificó, y a los que justificó, a estos también glorificó. Sí, inmediatamente después del eslabón o escalón de la predestinación, el apóstol Pablo coloca el llamamiento, o la vocación, tal como se deja ver y entrever en el v 28 que ya hemos estudiado y que Jesús describe de forma magistral en Juan 6:44 con ese raro: Ninguno puede venir a mí, si el Padre no le trajere… Esta atracción o flujo del Padre hacia el Hijo, encierra todos los primeros principios de la conversión, la obra de la ley que prepara el alma para Cristo, Gál. 3:24, el despertar de la conciencia, el experimentar nuestra propia perdición, el deseo innato de salvarnos y, en suma, la propia y única revelación de Cristo mismo en nuestra alma como único y suficiente Salvador. Y si bien este llamamiento es bien universal, el hecho de que hayamos sido sensibles al mismo, se lo debemos única y de forma exclusiva al Espíritu Santo divino, el cual, nos ha hecho vibrar ante esa preselección y por cuya causa nos hacemos solidarios con Pablo al decir: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

  El escalón que siegue detrás del llamamiento y su aceptación positiva, es la justificación, Rom. 3:24. Así que justificados de forma gratuita por su bendita gracia, es el paso indispensable para acercarnos al último y más importante eslabón: De ahí que la obra divina termina por fuera con el triunfo definitivo de esta vida, hasta entonces oculta en el interior, es decir, por aquella glorificación de todo el ser, cuerpo y alma, en los nuevos cielos y en la nueva tierra.

Haríamos bien en descubrir que el Apóstol de los Gentiles habla de todos estos eslabones, peldaños, pasos y desarrollos, incluso el último, el completo, como sucesos de un todo ya cumplido. Y es que a sus ojos, como a los ojos del Padre, la obra iniciada por el Creador jamás queda por concluir, por acabar, Fil. 1:6. Así pues, en este continuo perfeccionar, el Apóstol ve la obra ya cumplida, bien para cada alma que ya ha gustado de la miel de la gloria, bien para su total magnitud en el Reino del Cielo, del Salvador. Y tanto en un caso como en el otro, ninguna potencia extraña será capaz de impedir que cumplamos nuestro destino. Quizá en lo profundo de nuestra alma, sepamos que nada ni nadie puede ganar al Cristo Glorificado; pero, a lo mejor tenemos dudas en cuanto a que nosotros, en este actual valle de lágrimas, no podamos ser apartados de esta escalera, que se inicia con el preconocer de Dios y termina con nuestra propia gloria. ¡Ojo, cuidado!, desde aquí volvemos a afirmar con Pablo que nada ni nadie nos podrá separar del Camino una vez que hemos iniciado su recorrido, ¿sabéis por qué?

Efe. 2:20. Porque somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra de ángulo Cristo mismo. Así que formamos entre todos un edificio bien definido, unidos con la argamasa del evangelio, teniendo como fundamento a esos apóstoles y profetas, cuya definición e identificación requieren hasta un estudio nuevo, y sobre todo, por encima de todos, como engarce, soporte y clave de todos los ladrillos, esa piedra angular, Jesucristo mismo.

  Resumiendo, podemos añadir que la predestinación es parte de un todo que se llama salvación y sólo como tal la hemos de entender. Que procuremos estar más cerca cada día de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, puesto que nuestro actual estado no es sinónimo de un fin glorioso si nos apartamos del camino. Recordar al pueblo de Israel, fue prometido, escogido y programado para ser el pueblo de Dios y por su causa, éste, los escupió de su boca. Por otro lado, que procuremos dar gracias a Dios en todo momento por su amor para con nosotros, pues tuvo a bien enviar a su Santo Espíritu a removernos el corazón. Que proclamemos de forma continua, en todo momento, lugar y ocasión, las excelencias del Creador, para que otros, a la luz de nuestro cambio, puedan acercarse a Él y su posterior testimonio se anote en el haber de nuestra corona de gloria. Que, en suma, podamos resistir encima nuestro a otros ladrillos, los cuales, a su vez, nos imiten y entre unos y otros consigamos coronar el fiel edificio que fue predestinado por Dios y envíe de nuevo a su Hijo, esta vez a reinar eternamente.

Amén.

 

 

 

 

060280

  Barcelona, 16 de junio de 1973

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92 TRABAJO, DESCANSO Y ADORACIÓN

Éxo. 20:8-11; Mar. 2:23-28; Luc. 4:16

 

Introducción:

Si la interpretación moderna de los Mandamientos encarados, comparados o contrapuestos con la Gracia nos crea dificultades, este IV, el que nos ocupa hoy, no puede ser una excepción. El hombre actual no se siente capaz de responder de forma clara y afirmativa a las demandas hechas sobre su tiempo libre. ¿Cómo puede dividirlo a plena satisfacción de todos? ¿Cuánto tiempo debe dedicar al trabajo, al ocio o descanso y a la adoración? ¿No sabemos que existe una evidente desproporción entre el tiempo que usamos en el trabajo y la adoración? Incluso, ¿descansamos lo suficiente? Estamos desorientados. Tenemos cientos de datos y argumentos en favor de trabajar más y más para cubrir las aparentes necesidades vitales de nuestras familias, pero, ¿cómo podemos hablar de dedicar un tiempo muerto a la adoración…?

Sí, estas y muchas otras preguntas son las que nos hacemos de continuamente. Pero para poder encontrar las respuestas reales, adecuadas y hasta precisas, debemos prescindir de las aparentes conquistas sociales y volver a la fuente de toda la sabiduría humana: La Biblia. De forma que debemos dedicar la atención a aquellas verdades que hasta hoy han estado descuidadas entre el polvo de las marchitas hojas de nuestras Biblias. Sin embargo, no podemos evitar la tentación de preguntar de nuevo: ¿Cómo es que Dios que ve nuestras necesidades, pide un día para Él? ¡Ojo, cuidado! Esta pregunta es capciosa. Es un falso concepto a todas luces erróneo. Dios no quiere un día para Él. ¡Es de Él! Él es quien nos da a nosotros seis días.

Recordamos una anécdota titulada: Las siete monedas del chino, que quizá nos ilustre lo que estamos diciendo: Un chino llevaba siete monedas y al pasar ante un pobre que pedía limosna a la puerta de un templo fue movido a compasión y le entregó seis de ellas. Pero éste, al ver la séptima en la mano del donante, le amenazó con un arma y se la quitó. La real conclusión es bien sencilla: Esta séptima moneda representa a ese día de descanso que el Señor se guardó para sí… ¡Nosotros se lo quitamos!

El mandamiento referente al día de reposo no es trivial ni está, desde luego, anticuado. El simple hecho de que aparezca en el Decálogo de Moisés revela que no es una ley pobre o meramente ceremonial, sino un principio ético religioso de valor inmenso y permanente. Y a pesar de que es el más largo de todos los otros diez, no ha recibido mucha atención de los cristianos modernos.

La presente lección va a tratar de recordarnos que los hombres somos unos seres creados y que, por lo tanto, necesitamos vivir en conformidad con las leyes básicas de esa misma creación. Y Dios Padre, el Hacedor, incluyó en su Plan, tiempo para trabajar, tiempo para descansar… y tiempo para adorar. Y es dentro de ese plan, de esta ley divina que el hombre encontrará su libertad y vencerá la tiranía de la cuarta dimensión, del tiempo.

 

Desarrollo:

Éxo. 20:8. Acuérdate del día de reposo para santificarlo; este ¡acuérdate! quiere decir mucho más que un simple toque mental. Por el contexto, sabemos que en sí misma, encierra la idea de guardar, observar y también, practicar, Deut. 5:12. De todas formas, oíd, ¿para qué debemos acordarnos del llamado Día de Reposo? Para ¡santificarlo! Para separarlo de los demás y dedicarlo al Señor.

En este v. hay más. Santificar un día a la semana es reconocer la santidad esencial del resto. Nos da una cierta idea de que somos mayordomos de los seis días restantes y que tenemos el deber de dar cuentas a Dios en el séptimo. Sí, es decir, que somos simples beneficiarios de una buena parte determinada, la mayor, del tiempo, pero no dueños del mismo. Las horas corren muy a nuestro pesar y jamás podremos recuperar un segundo pasado. En tiempo de Israel, barómetro como siempre de nuestra presión como cristianos, y para proteger el propósito del día séptimo, estaban prohibidas todas las actividades de lucro o comercio, Neh. 10:31. Incluso, hacer las propias cosas, Isa. 58:13. Su honor e importancia eran tales, que incluso su profanación llevaba hasta la pena de muerte, Éxo. 31:14. Era pues, un día santo y además fue dado o instituido como señal del pacto con Dios y su pueblo para siempre, Éxo. 31:16, 17.

Sigamos: Éxo 20:9. Seis días trabajarás y harás toda tu obra. Este v es bien curioso. Ha sido interpretado muchas veces como un mandato para trabajar seis días de cada semana, de punta a punta. Sin embargo, aquí parece haber encerrada otra idea que, aunque sinónima, es bien distinta. Seguro que el legislador quiso decir más bien que debemos terminar todo el trabajo dentro de los seis días hábiles para no tener que hacerlo en el séptimo y último. En una palabra: Afanarse honradamente en esos seis días de trabajo para no tener que trabajar en el día santo.

Éxo. 20:10. El resumen del v se encuentra en la frase: No hagas en él obra alguna, en el día sábado. La traducción exacta de la palabra es descanso o cesación. Así que la manera normal de guardar el sábado, es y era dejar de trabajar. Evidentemente, éste es el sentido general. Aún debemos decir que no hay alguna evidencia para probar que el propósito original era tener tiempo para adorar, puesto que sabemos que la adoración se pedía diaria en el tabernáculo, en el templo y actualmente, ¡en todo lugar y momento! Era un día de descanso, de cambio de actividad y, claro, de adoración puesto que venía a culminar una semana de vida, pero no obligatoriamente, a pesar de que ésta era uno de sus más significados propósitos, Lev. 23:3. Y del mismo modo que Dios Padre instituyó el matrimonio, por ejemplo, el sábado fue promulgado para beneficio de toda la raza de los humanos.

Aunque el mandamiento forma parte de la ley judaica recibida en el Sinaí a través de Moisés, su ejecutoria es internacional puesto que ya había sido instituido en Arabia y en Mesopotamia en tiempos y aún antes de la aparición de los judíos como pueblo. Inscripciones asirias y caldeas de una fecha anterior a Moisés hacen referencia a la semana de los siete días, con uno de ellos como día de descanso, en el cual, el trabajar era ilícito. Al prescribir de nuevo en Sinaí la observancia del sábado, y al incorporar este precepto a la ley moral, tampoco se tuvo en cuenta sólo a los israelitas, sino a todos aquellos que recibieran la Palabra de Dios y, al final, a toda la humanidad. Cristo y sus apóstoles nunca hablaron del Decálogo sino como de una obligación universal y permanente. El sábado fue hecho para el hombre, etc. Así que el IV mandamiento es tan obligatorio como el tercero o el quinto o como otro cualquiera de los demás.

Éxo. 20:11. Este v deja dicho bien claro que el Señor del cielo ordenó el día de reposo y por este hecho todos deberíamos considerarlo sagrado. El motivo y su básica comparación fue asentada en la mente creadora de Dios y nos da, de paso, la idea de una obra bien acabada, Gén. 2:2. Más, si este hecho cae, por alguna razón, en el reino de la teoría más o menos física, más o menos demostrable, más o menos espiritual, para los judíos no era así. Ellos tenían muy vivo en sus carnes el recuerdo de la esclavitud de Egipto y debían tomar este día como recordatorio fijo y perenne de la potencia celestial que los liberó y los sacó de aquel país, Deut 5:15. Por extensión, y haciendo uso de la misma arzón, los cristianos primitivos, comenzaron a guardar el primer día de la semana, en vez del séptimo, como recordatorio de la otra culminación del cielo: ¡La resurrección del Señor! Así que por derecho propio, el domingo conmemora no sólo la creación del mundo, sino un acontecimiento mayor como es la consumación de la obra de la Redención, puerta y paso real e indiscutible para entrar a gozar del descanso eterno, Heb. 4:9.

Resumiendo: El mandamiento nos enseña lo siguiente: (a) Este día de la semana ha sido apartado por Dios mismo y debe ser guardado como un día distinto a todos los demás; (b) la manera de observarlo requiere la cesación de las labores y ocupaciones de todos los días restantes; (c) el alcance de este mandamiento abarca a todo el pueblo vivo, inclusive los niños, los sirvientes, los animales domésticos y hasta los extranjeros residentes; (d) este Plan concuerda a la perfección con la práctica del Creador mismo y con sus propósitos para el hombre y (e) como este día había sido bendecido y santificado por el Señor, servía como una ocasión propicia para dedicarlo a su adoración, loor y alabanza y para expresarle el gozo por todo lo que ha hecho, por todo lo que ha creado, para nuestro propio uso y contemplación.

Así y todo lo dicho anteriormente, este mandamiento es o debe ser interpretado siempre bajo el contexto de las Escrituras que son referente al trabajo. Según éstas, el trabajo de por sí no es menospreciado ni glorificado; sino que al parecer nos es dado y presentado como algo bien natural y beneficioso para el hombre, incluso antes de su primer pecado, Gén. 1:26-28. Dios obró y el hombre, hecho a la imagen divina, debe obrar en comunión con su Creador. El pecado fue la causa del por qué la labor humana se convirtió en trabajo, Gén. 3:17-19, pero no destruyó todo su carácter positivo, por lo que ocupa una buena parte en el Plan del Señor para todos. Ahí queda el mandamiento contra el abuso de trabajo cuando éste monopoliza todo el tiempo, eliminando el reposo y la adoración indispensables. Su natural observancia es fundamental para la sociedad; la cual, sin ella, caería pronto en la ignorancia, el vicio y hasta la impiedad. Hasta los profetas del antigüedad consideraron este día de reposo como baluarte en contra de la impiedad y la rapiña de los hombres.

Antes de pasar a estudiar la parte de la lección que vamos a encontrar en Marcos, debemos decir que todos los judíos creían y consideraban al sábado como la más santa de sus normas e instituciones religiosas. Para que tengamos una idea de lo prolijo que resultaba su interpretación, señalaremos que la ley oral dada y transmitida por los escribas habían catalogado 39 clases de trabajos prohibidos en el sábado con reglas múltiples para cada una, sumando en total 1521 acepciones distintas. Pero, nosotros, los cristianos, encontramos difícil concebir un día de gozo con la pesada carga que representan tantas restricciones agregadas por las tradiciones.

Mar. 2:23, 24. En apariencia, ciertos discípulos de Jesús seguían un sendero entre campos sembrados. ¿Y de qué les acusaban? No de arrancar espigas, ya que esto no era una cuestión moral, pues estaba permitido según Deut. 23:25. Les acusaban de pisar o infringir la ley oral antes aludida, porque lo que estaban ellos haciendo significaba segar y trillar en el día de reposo. Sin embargo no debieron haberse escandalizado tanto porque los discípulos hacían camino al andar y arrancaban espigas de trigo al paso porque tenían hambre.

Mar. 2:25, 26. La respuesta del Señor Jesús fue doble: Un ejemplo escrito y un retorno al principio puro y fundamental. El rey David había pedido al sumo sacerdote de aquel tiempo, Ajimelec, pan para sus hombres, 1 Sam. 21:1-6. Y como no habían panes comunes a mano, fue usado el pan sagrado puesto sólo a disposición de los sacerdotes. La segunda parte de la respuesta, es una consecuencia lógica de la primera; ya que ésta enseña con claridad que el hombre, en su necesidad, no debía ser defraudado por la observancia de una ley, cuya finalidad, según Dios, había sido puesta para ayudarlo.

Mar. 2:27. El sábado por causa del hombre fue puesto. Sí, para su reposo y bienestar. Para el desarrollo de su vida interior y para los intereses supremos de su alma. Es una buena institución digna del Señor y de su excelsa misericordia: y no el hombre para el sábado. Es decir, cualquier hombre ha sido creado libre para la obediencia del amor y no para la servidumbre de una ordenanza ceremonial.

Mar. 2:28. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo… con cuyas palabras, el argumento de Jesús progresó mucho más. El sábado no es sólo para el hombre, sino que además el Hijo del Hombre tiene señorío y poder sobre dicha institución. Esta partícula aun tuvo una fuerza tremenda entre los fariseos, puesto que ellos consideraban al sábado como la más santa de las instituciones mosaicas. Comprenden muy a su pesar que el Maestro les ha dado una lección magistral sobre el Día de Reposo. ¡No es delito arrancar espigas para comerlas al paso y sí lo es el simple hecho de quedarse a trillarlas! Así, el domingo, mis hermanos, debemos dedicarlo a adorar juntos en público y dejar todo aquello que nos estorbe o haga imposible esta adoración.

Mirar el ejemplo de Jesús:

Luc. 4:16. Vino a Nazaret, donde se había criado, y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre y se levantó a leer: El pasaje en claro. Jesús, según su costumbre, entró en la sinagoga. Por lo que podemos entrever fácilmente que Él se tomó muy en serio la observación del sábado, aunque sabemos que rechazaba las prohibiciones legalistas de los escribas que ahogaban a los fieles. Pero Él iba al edificio local, al lugar oficialmente reconocido, para adorar a Dios en público.

 

Conclusión:

La liberación de la tiranía del tiempo, viene al reconocer que éste no es nuestro, sino de Dios y debe ser usado o empleado de acuerdo con los propósitos divinos. El Señor quiere que le dediquemos el día por completo y que, a la vez, descansemos de los trabajos físicos para que nos haga bien al cuerpo y al alma. La anécdota titulada: La mina de carbón y las piedras blancas, viene a resaltar lo que estamos diciendo: “Una mina de carbón. Durante la semana el polvo negro cubre las piedras blancas de los alrededores. Pero el domingo, el aire se lleva el polvo y aparecen de nuevo blancas a la vista de todos, por lo que las gentes de los alrededores las llaman con razón: Las Piedras Dominicales.”

Del mismo modo debemos desintoxicarnos nosotros. El día de domingo es, pues, ¡un bien para nosotros mismos!

Sepámoslo emplear.

 

 

 

 

060283

  Barcelona, 24 de junio de 1973

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93 RECONCILIACIÓN

2 Cor. 5:16-21

 

Introducción:

Si para la comprensión total del evangelio hay palabras claves; la primera es, sin duda, Predestinación, que ya fue estudiada en su día y publicada en Nuestra Labor. Inmediatamente después, y siguiendo en importancia y poder, aparece ya Reconciliación, la puerta y prólogo para la Justificación que presentaremos en una tercera ocasión.

El verbo reconciliar, en sus múltiples tiempos, aparece o está señalado en la Biblia en 34 ocasiones por lo menos y todas ellas tienen que ver con: restablecer la amistad y la buena armonía entre dos enemistades y acordar los ánimos desunidos. Esto puede llevarse a término entre dos hombres, entre el hombre y Dios… y entre el Señor y su criatura. Pero sólo los dos últimos casos merecen ahora nuestra atención, puesto que el primero es consecuencia lógica de éstos.

Ahora, localizado ya el campo de nuestro estudio, podemos afirmar que la Reconciliación es el efecto de la satisfacción que Cristo ofreció con su muerte a la justicia divina, por los pecados de la humanidad. Pero para que esto pudiera llegar a tener valor de hecho y derecho ante los ojos de Dios Padre, Cristo debía ser considerado y evaluado apto para representar con éxito total esta parte de la obra de la Redención. Pero sólo podía conseguirlo apropiándose desde antes de la fundación del mundo del papel de víctima propiciatoria. En el léxico del AT, la propiciación era la ofrenda que apaciguaba la ira de aquel contra quien se había cometido la ofensa. Así, por extensión normal: Jesucristo es la propiciación por nuestros pecados, Rom. 3:25; 1 Jn. 2:2; 4:10. Es por esto que su sacrificio quitó de un brochazo los obstáculos que impedían a la misericordia de Dios salvar a los pecadores… y apaciguar la justa ira de su ley eterna. En cuanto al paralelismo de la idea del AT es patente: En la versión llamada de los 70 se usa la misma palabra griega para definir y resaltar la expiación por excelencia, Núm. 5:8; un sacrificio por el pecado, Eze 44:27, y la cubierta del arca de la Alianza, Lev. 16:14; Heb. 9:5. Una vez aclarado el medio por el cual la reconciliación tuvo posibilidad de hacerse realidad, notemos por un momento la autenticidad de la víctima: Cristo en su faceta de Redentor. Evidentemente, este nombre se aplica bien al Salvador del mundo porque muriendo en lugar del género humano y pagando así su rescate, lo redime de servidumbre del pecado y, lo que también es importante, del castigo merecido.

Por otro lado, el uso que se hace de esta palabra en el AT, nos puede servir para entender mejor lo que significa la Obra de esta Redención: El participio del v redimir, a saber, redentor, dice y señala al pariente varón consanguíneo más cercano de uno, a quien correspondían unos derechos y deberes, como pudieran ser: (1) Redimir, sin esperar a que llegara el año de jubileo, la propiedad o persona de alguno que, habiendo contraído deudas, no estaba en situación de salir de ellas, Lev. 25:25-28, 45-53; Rut 3:12; 4:1, 10, 14. A Dios se le representa como el pariente más cercano, el Goel o redentor de su pueblo, Éxo. 6:6; Job 19:25; 33:27, 28; Sal. 103:4; Isa. 41:14; 43:1, 14; 44:6, 22; 48:17, 20; 49:7. Entre los hebreos, algunas veces incluía el casamiento con la viuda del pariente difunto. (2) Recibir la reparación que un tercero debía a un pariente difunto a quien había ofendido, Núm. 5:6-8. Y (3) vengar la muerte del pariente que había sido asesinado, Núm. 35:12, 19, 21, 27; Deut. 19:6, 12, 13.

Así, Jesucristo, habiendo tomado nuestra naturaleza en sí, como el más cercano de nuestros parientes, puede destruir a Satán, nuestro asesino, Juan 8:44; Heb. 2:14, 15. Es debido a este sacrificio cruento que todos los seres humanos con espíritu de verdadero arrepentimiento que creen en Cristo, se reconcilian con Dios quedando libres de la pena merecida por sus pecados y adquiriendo títulos para la herencia de la vida eterna. Así, la expiación hecha por Cristo es el tema distintivo del evangelio y se presenta por medio de gran variedad de términos ejemplares, tanto en el A como en el NT. En su sentido más profundo, incluye además, la idea de la expiación y justificación, la cual es, desde luego, el objeto de la auténtica reconciliación.

De esta manera es como la palabra hebrea del AT traducida por reconciliación, aunque en ocasiones Reina traduce expiación, se aplica en general a las cosas que cubren algo implicando así, de ese modo, que por medio de la propiciación divina el pecador queda a cubierto de la justa ira de Dios Padre. Y esto sólo se lleva a efecto por medio de la muerte de Jesucristo, mientras que todas las ofrendas ceremoniales de la iglesia judía sólo servían para que el culpable confeso se pusiese a cubierto de todos los juicios temporales aunque, no obstante, tipificaban ya, no lo olvidemos, la sangre del Cristo que nos limpia de todo pecado.

Llegados a este punto sólo nos queda por ver, hablando de forma humana, cómo podemos ser partes activas y, hasta cierto punto, indispensables en el milagro de la reconciliación. Pues es necesario hacer constar que, algo después de Cristo, y siguiéndole en importancia en el Plan de la Reconciliación, venimos nosotros, los agentes de la propaganda; cuya gestión también hace posible que el Plan se cumpla, gracias a un deseo expreso del Santo Creador. Y es que legó en nosotros los salvos, la tarea de extender su Reino terrenal y cumplir con todos sus dichos y requisitos; en la frase: Tuvo a bien nombrarnos Ministros de Reconciliación.

Ahora veamos como este aparente contrasentido puede ser llevado a cabo, paso a paso, pues es una parte importante en este proceso, cuyo principio es la Salvación misma y cuyo fin, la propagación de ésta sobre la tierra.

 

Desarrollo:

2 Cor. 5:16. Tratando de expresar de un modo más claro y sorprendente la renovación completa de aquellos que, muertos a sí mismos, no viven más que para Cristo que los salvó, el apóstol expone este hecho bajo dos marcadas formas distintas que se complementan y tienen algo de absoluto, veamos: (1) No los conoce ya según la carne, y (2) son nuevas criaturas (lo vamos a ver en el v 11). En cuanto al primer apartado, sólo podemos decir que conocer a uno, a alguno según la carne es conocerle en su vida natural; es decir, su posición externa, rico o pobre, sabio o ignorante, judío o griego, etc. (Para ver o entender lo que queremos decir cuando usamos el vocablo “carne”, leer Rom. 1:3). Por ella señalamos la sustancia material de la que está compuesto cualquier cuerpo humano, el órgano portador de las facultades del alma. Sí, y ya que ésta fue creada originalmente para servir de libre y santo armazón al Espíritu del Creador en el hombre, igual el destino del cuerpo era el de servir como instrumento dócil al alma, afín de ser elevado poco a poco en la misma forma y manera de que lo fuera el alma por la gestión directa del Espíritu Santo.

Puestos en este punto, vemos que aún no existe la idea de pecado inherente a la carne. Pero cuando el espíritu del hombre se hubo apartado, irreconciliable para hablar con propiedad, por causa de la caída y en consecuencia ya separado de Dios como vemos en Gén 3, entonces, entregado a su propia voluntad y lo que es peor, muy dominado por su propia debilidad, fue incapaz de dominar a la carne.

Entonces, ésta adquirió una vida propia, una actividad muy independiente con giro de 180 grados de la finalidad por la cual fue creada y como consecuencia del giro, la mente o inteligencia y la voluntad fueron sometidas a los sentidos; y desde entonces, lo que debía mandar por derecho de nacimiento, sirve y lo que tenía que servir, manda. Y ya desde entonces también, la idea de “pecado” fue unida a la carne en el léxico de las Escrituras. De ahí que el apóstol nos diga que todo esto ya ha desaparecido de los ojos, la mente y los sentidos del cristiano. Y con el fin de dar más energía al pensamiento, lo aplica a Jesucristo mismo. Sí, sí, con este v parece darnos a entender que había conocido al Señor Jesús durante su vida terrenal, pero así, de una manera externa, ya no le conocerá más. Pues, ¿qué beneficio obtendría con ello? ¡Ninguno! A pesar de que estamos hablando de la persona de Jesús. Miles y miles de hombres, aun sus propios enemigos, le conocieron así y no consiguieron ninguna bendición.

Sin duda, confesar a Cristo venido en carne, 1 Jn. 4:2, 3, es en realidad un conocimiento saludable del Señor, y precisamente, porque Dios manifestado en carne ha sido también glorificado en Espíritu, 1 Tim. 3:16. Además porque Aquel que es hijo de David según la carne ha sido declarado el Hijo de Dios con potencia, por su resurrección de entre los muertos, Rom. 1:4. De todo esto se sabe, se desprende, que el que conoce a Cristo, muerto por nuestras ofensas, ya no le conoce según la carne, porque le adora como un ente resucitado para nuestra propia y fiel justificación y reconciliación.

Sí, desde luego, la dos fases de la vida de Cristo son del todo inseparables y su muerte fue el cumplimiento de su vida justa y limpia. Pablo, a pesar de su superficial teoría en contra, está perfectamente de acuerdo en esta tesis, como podríamos ver en 1 Cor. 1:2. Quizás, en el v. que estamos estudiando ahora, nos encontremos con que Pablo tiene una intención solapada de polémica contra todos sus adversarios judaizantes de Corinto, que se jactaban de sus relaciones personales con el Señor o que elevaban a los otros apóstoles por encima de él por el simple hecho de haber conocido de forma física al Jesús, el Maestro y de haber vivido en su intimidad.

2 Cor. 5:17. De modo, por las razones expuestas, el que está en Cristo, nueva criatura es. Sí, así de sencillo, o de difícil, según se mire. Otras versiones traducen: Nueva creación; pero ambas tienen el mismo sentido en la voz griega usaba por Pablo. Quizá él tiene presente en el pensamiento aquella buena promesa de Dios Padre iniciada en Isa. 43:18, 19 y 65:17, y completada en Apoc. 21:1-5, y la ve perfectamente lista realizada ya, ahora, en cada creyente. Hay, desde luego, en cada cristiano, una segunda creación y, por lo tanto, una transformación en una nueva criatura. Su vida natural, sobre la que reinaba el pecado, ha muerto y el Señor Dios ha creado en él una “vida nueva”, cuyas evidentes y fijas manifestaciones son opuestas radicalmente a las del viejo hombre: pensamientos, afectos, deseos, necesidades, y gozos y penas, temores y esperanzas. Virtualmente, el apóstol puede pues decir, que todo ha sido hecho nuevo; ya que la obra del Señor, una vez iniciada, no puede sino terminar perfecta, Fil. 1:6. Pero para que tenga lugar este gran milagro, es necesario, imprescindible, estar en Cristo con la idea de comunión viva, íntima, con Él.

2 Cor. 5:18. Y todo esto proviene de Dios… Sí, esta vida nueva, sus frutos, todo lo que tenemos y tendremos, todo lo que somos y seremos, todo, todo es un don gratuito de Dios. El medio por el cual nos abrió esta inagotable fuente de gracia sobre gracia, es la reconciliación que Él mismo ha realizado en Cristo.

Pero en este tema aún hay más: Nos dio el ministerio de la reconciliación. De ahí que el creyente, al reconciliarse con su Dios mediante la fe, tiene la firme responsabilidad de participar en la reconciliación de otros; puesto que de otro modo, la suya no sería completa, pues ya es sabido que esta madurez espiritual tiene tres aspectos muy diferentes que, a su vez, se juntan, complementan y perfeccionan: (1) Reconciliación con Dios; (2) reconciliación con uno mismo, y (3) reconciliación con el resto de los humanos. Así queda bien claro que, estas tres partes de un todo, se llevan a término cuando, por amor, extendemos el fiel Reino de Dios en la tierra.

2 Cor. 5:19. Este v explica y prueba todo lo dicho en el 18. Y las palabras: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, expresan al mismo tiempo la plenitud de la Divinidad del Creador, del Mediador, de la Víctima Propiciatoria, del Redentor y de la acción soberana de Dios en la obra de la reconciliación. Es así cómo llegamos a ciertas interpretaciones opuestas: La que hace de las pocas palabras Dios estaba en Cristo, un primer pensamiento y el resto, reconciliando al mundo, un segundo. Además, la otra interpretación la constituye el simple hecho de unir las dos frases: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo.

De esta forma tan sencilla, aquel primer pensamiento del apóstol que hemos comentado ya, desaparece por completo reafirmando de paso la unión de toda la frase tal y como él nos la ha transcrito dándonos pie a que podamos hacer la siguiente pregunta: ¿Cómo se encuentra realizada esta acción divina de la reconciliación en Cristo? Normalmente respondemos: ¡En su muerte! La respuesta está muy bien justificada por el v. 21, que luego estudiaremos, en donde el apóstol se explica con claridad, lo mismo que el resto del NT, atribuyendo el perdón de los pecados y aun la misma reconciliación al sacrificio de la Cruz. Pero para que esta idea sea verdadera y completa, hay que ver aún más en las palabras de Pablo: La reconciliación del hombre con Dios, de Dios con el hombre, del hombre con el hombre, ha tenido lugar, ante todo, en la Persona del Cristo, Hombre y Dios. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo. Sólo así, la fiel creencia de que Dios era Cristo cuando moría en la carne, en la cruz, es la única razón capaz de reconciliar al creado con el Creador.

A continuación, el apóstol expone dos gestos o actitudes de Dios que son consecuencia del primero y principal que ya hemos estudiado: (1) No imputándoles sus faltas, es decir con claridad, perdonándoselas como si nunca hubiesen existido, y (2) nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación. En donde se ve que el Señor Dios mismo ha previsto, por la institución de este apostolado, la forma y manera para que esta reconciliación fuera anunciada a este mundo. Es interesante observar que lo que Dios ha reconciliado en Cristo es nada menos que “el Mundo”, es decir, nuestra humanidad entera, con igualdad de oportunidades, 1 Jn. 2:2.

2 Cor. 5:20. Una buena traducción sería: Somos embajadores por Cristo. Pues lo que hacemos, o tal vez deberíamos hacer, es trabajar de embajadores delante de los hombres pecadores. En cuanto a la frase: Como si Dios rogase, aún tiene un pensamiento que podemos explotar. ¿Qué quiere o puede significar? ¡Por medio nuestro! Ya lo hemos dicho antes, Él fue quien puso en nosotros la palabra de reconciliación y por eso nuestro actual testimonio debe ser sincero y directo para que todos piensen que es el propio Dios quien está rogando por ellos a través nuestro.

¿Y, cuál debe ser nuestro mensaje? ¡Reconciliaos con Dios!

2 Cor. 5:21. Este último texto explica el acto divino cuya causa es el motor de la reconciliación que el apóstol Pablo nos viene hablando. A Aquel que jamás tuvo nada en común con el pecado, cuya vida permaneció siempre santa, pura y limpia, el Señor le hizo pecado “por nosotros.” En otras palabras: Dios vio en Jesús el pecado y lo castigó con su desprecio y abandono, Rom. 8:3; Gál. 3:13.

 

Conclusión:

Esta es la esencia de la reconciliación y justificación: El Cristo es delante de su Padre lo que nosotros éramos y, por contra, nosotros nos identificamos en lo que Él era y es pudiendo, por lo tanto, ver en su día a Dios cara a cara.

Una última palabra para aclarar esta parte de la doctrina que tantos errores ha provocado en la historia. Lo que dice Pablo está claro. Sin embargo muchos han visto en estos vs. la idea de que la reconciliación es un hecho que sólo tendría lugar de parte del hombre para con Dios, puesto que Éste, todo santidad, amor y misericordia para el pobre pecador, no tiene ninguna necesidad de reconciliarse con el hombre. Pero esto no lo dice Pablo. Afirmarlo es una simple y pura negación de la justicia de Dios, es atribuirle indiferencia respecto al ser pecador. Sin lugar a dudas, el Señor nos ha reconciliado con Él, v. 18, pero es por la obra de Cristo, en quien Dios mismo estaba y porque no tuvo en cuenta el pecado, v. 19, por la sencilla razón de que éste ya estaba expiado a sus ojos, v. 21.

Si la reconciliación no tuviese lugar más que del lado del hombre, no se podría predicar otra cosa que Dios Padre ha revelado su amor, en cuya sola virtud es posible la santa reconciliación. Mas los apóstoles y la Iglesia misma, desde el principio, han venido predicando que la reconciliación ha sido totalmente hecha y realizada sobre el Gólgota y sólo en virtud de este hecho, la predicación de hoy, actual, tiene la fuerza de consolar y regenerar.

Esto es todo. Sólo que deberíamos recordar de que no todos podemos ser profetas, apóstoles ni pastores, pero que sí que todos somos ministros de la reconciliación en esta tierra.

 

Documentación:

Otros vs. que deberían verse para la total comprensión del tema, son: (a) Reconciliación, Lev. 7:7; 9:7; 16:6, 10, 11, 17, 24, 32; Rom. 5:11, 12; 11:15; (b) las reconciliaciones, en Éxo. 30:10; (c) reconciliando, Col. 1:21; (d) reconciliar, Lev. 6:30; 8:15; 2 Crón. 29:24; Efe. 2:16; Col. 1:20; (e) se reconciliará, Lev. 16:30; 19:22; Núm. 15:28; (f) y hasta también reconciliarlo, Lev, 14:29; (g) reconciliaros, Lev. 23:28; Núm. 28:22; 29:5; (h) y hasta reconciliarse, Lev. 14:21; (i) también reconcilien, Núm. 8:19 y (j) reconcíliense, 1 Cor. 7:11.

 

 

 

 

060285

  Barcelona, 13 de octubre de 1973

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94 LIBRE, PERO TODAVÍA LIGADO

Rom. 6:15-23

 

Introducción:

Siguiendo en la línea de estudios del libro de Romanos, hoy estamos contentos de tener la ocasión y oportunidad de estudiar uno de los problemas que padecen los recién convertidos.

¡La vida de pecaminosa después de la conversión!

Pablo ha venido diciendo que la ley entró para que el pecado creciese, mas cuando este creció, sobrepujó la gracia. Que en época de la gracia, la sangre de Cristo nos limpió de todo pecado posible. En una palabra, y hablando humanamente, que a mayor pecado, mayor es la gracia que ha sido necesaria para limpiarlo y dejar al hombre apto ante los ojos del Dios Padre, reconciliado y justificado. Que, en una palabra, el pecado murió una vez, mas el vivir, para Dios se vive. Todo esto puede llevarnos a la idea equivocada de que una vez salvos, ya tenemos vía libre al pecado pensando quizá de que nunca podremos ser tomados en falta. ¡Esto es un error, un grave error! Y a las propias palabras del apóstol nos remitimos: ¿Pues qué diremos? ¿Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca? No, en ninguna manera. Ya que los que son muertos al pecado, ¿cómo vivirán aún en él? Rom. 6:1, 2. Aquí está el quid, el centro, de la cuestión. Por otra parte es obligatorio señalar que en el v 14, se nos dice: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros. ¿Por qué razón? El texto mismo nos lo dice: Pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

Luego entonces, la diferencia más notable que notamos a simple vista en cuanto al ser humano y su estado, antes de la conversión y después, es que en aquélla sus pecados le eran imputados bajo la vara inflexible de la ley, y en ésta le son conmutados por la gracia. Pero, y surge de nuevo la pregunta: ¿Hasta qué punto podemos pecar, una vez salvos, sin hacernos acreedores a la ira del Señor? Debemos reconocer que a pesar nuestro, continuamos pecando, como si quisiéramos incrementar aún más gracia en el debe de Cristo. Pues bien, de ahí nuestra desesperación diaria, cuando en oración pedimos al Padre que nos de fuerzas para vencer a la tentación y resistir al pecado, ya que estamos viviendo en un gran peligro. Dice: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal sino queréis para siempre obedecer a sus concupiscencias, v. 12.

Esta es la diferencia de la que hablábamos. Sí, es cierto que caemos en el barro del camino, pero jamás rendimos la frente ni desfallecemos el ánimo. Y siempre tenemos la vista fija en el madero, nuestra meta y nuestro fin.

He aquí, en síntesis, nuestra lección. Ahora vemos con Pablo cual es su contenido:

 

Desarrollo:

Rom. 6:15. ¿Pues qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡No, en ninguna manera! Y como ya hemos dicho, esta pregunta está tan presente en el espíritu del hombre imbuido de su justicia y es extraño a la idea de una obediencia interna y plena ofrecida a Dios, que el apóstol la reproduce por tercera vez (v. 1 de este mismo cap, que ya hemos visto de pasada y el 3:31). Enseguida va a servirse de esta fina objeción escondida a fin de mostrar que no es más fundada respecto de la propia santificación que cuando se la opone a la plena idea de la salvación por gracia o de la justificación por la fe sola, sin obras.

Rom. 6:16. ¿No sabéis que al que os presentáis por siervos para obediencia, siervos sois de aquel al que obedecéis…? Para justificar este ¡nunca acontezca!, esta rotunda negación, el apóstol Pablo apela simplemente a sus lectores. ¿No sabéis…? Con esta pregunta les enfrenta ante el hecho de la experiencia moral: Ninguno puede servir a dos amos. Y nombra a estos dos señores, dos amos, a uno de los cuales se sirve con exclusión del otro: Así es, ¡el pecado o Dios! Luego aplica con fortuna este razonamiento a todos sus lectores libertados del pecado, como veremos en los vs. 17 y 18.

Notaremos por una parte que el hombre debe servir y no puede aspirar jamás a una independencia absoluta y total precisamente por ser un ente creado; pero, por la otra, es evidente que la servidumbre del Padre ¡es la verdadera libertad! Querer lo que Dios quiere, no querer más que lo que Él quiere, es ser libre. Tengo a mano una cita de san Agustín que me gustaría leer: “Tú eres al mismo tiempo un esclavo y un ser libre: esclavo, por tu obediencia al mandamiento, y libre por tu gozo en cumplirlo; esclavo, porque eres un ser creado; libre porque ya eres amado de Dios que te creó y porque tu mismo amas al autor de tu ser.”

Sigamos con Rom. 6:16. ¿Ora del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? Los términos de esta antítesis son notables: Después de aquellas palabras ora del pecado para la muerte, se esperan las otras: ora de la justicia para vida, puesto que expresarían un contraste completo y perfecto de la idea. Pero en lugar de ello, el apóstol ha preferido en el segundo caso expresarse de esta forma: O de la obediencia para justicia, sin duda para señalar por contraste la verdad que señala que la fuente o naturaleza del pecado es la desobediencia, Rom. 5:19. Y que no hay otra obediencia legítima para el ser o para la criatura humana más que para con Dios. En efecto, la esclavitud del pecado, por voluntaria que sea, no es una obediencia al pecado, sino el arrastre de la pobre concupiscencia; no existe ya una ley del pecado a la cual se puede obedecer puesto que es, por el contrario, la negación de toda ley. Por otra parte podemos ver, podemos pensar que el apóstol, usando o empleando el término de obediencia tiene a la vista la fe que en otros lugares designa por esta misma expresión, Rom. 1:5, 15, 18. Desde luego, tiene razón al oponer la fe al pecado, ya que es la fe lo que pone fin a la rebelión del pecado y funda el reinado de la santidad. Más aún, la justicia es opuesta a la muerte eterna, salario del pecado, como veremos muy bien y de forma amplia en los vs. 21 y 23; porque encierra en sí todos los elementos de la vida verdadera, de la vida eterna. Pablo aporta aquí esta palabra de justicia en su sentido más amplio, como sinónimo de santidad, puesto que es el término donde llega el hombre caminando por la senda de esta obediencia sincera a toda voluntad del Señor, que no es otra cosa que el renunciamiento de uno mismo para ir o llegar a no vivir más que de Dios y para Dios.

Rom. 6:17. Pero gracias a Dios, que aunque erais siervos del pecado, habéis obedecido de corazón ahora a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados. El original gr. indica o señala: Al tipo de doctrina a la que fuisteis entregados. Por otra parte, además, “tipo” significa imagen, forma, modelo, regla. Se trata, no del tipo raro o especial de la enseñanza de Pablo en oposición a la de los otros apóstoles, sino del conjunto de la doctrina de los Evangelios. Así que podríamos leer muy bien: Sí, habéis ya obedecido de corazón al modelo de enseñanza al cual fuisteis entregados… Sin embargo, debemos observar que en otra parte se dice que la doctrina es trasmitida, no entregada, 2 Ped. 2:21. En nuestro caso existe una elegante inversión de toda la frase: Los que han sido libertados del pecado, se han entregado, v 16, por un cambio de dominio, a la magnífica servidumbre de la justicia, v 18. El apóstol quiere decir que los cristianos a quien escribe “se han entregado” ellos mismos, por la potencia del Espíritu del Señor, a esta regla de la verdad evangélica, y en cierto modo, echados, arrojados, en ese modelo, molde o tipo, como una materia en fusión con la finalidad de adquirir la forma personal de Él. Notemos también que aquí no hay, en esta adhesión a la verdad nada de involuntario puesto que “han obedecido de corazón” y según la admirable armonía de la acción divina y del hombre en la conversión, siempre enseñada por Pablo y por el resto de las Escrituras. De ahí que el apóstol, en lugar de sacar una conclusión fija y léxicamente fría, exclama: ¡Gracias a Dios!

  Rom. 6:18, 19. Y libertados del pecado fuisteis hechos siervos de la justicia. Humana cosa digo por la debilidad de vuestra carne… El mismo autor nos dice en 1 Cor. 3:1: Porque sois aún niños en Cristo, entrados recientemente en la vida cristiana, os hablo de las cosas espirituales bajo unas figuras sensibles, familiares a los más sencillos de entre los hombres. Es después de esta introducción que Pablo desarrolla bajo todas sus fases el pensamiento ya expresado en el texto 13 (leerlo). De manera, así como presentasteis vuestros miembros por siervos a la peor impureza y a la iniquidad, así mismo ahora presentad todos los miembros por siervos a la justicia para la futura y total santificación. Lo cual no es más que una aplicación bien hecha y desarrollada del principio general que ya fue establecido en el v. 16. Así, donde reinan la impureza y la iniquidad, los miembros no pueden más que cometer cada vez más iniquidad, es decir, obras contrarias a la ley; pero de su sumisión a la justicia, resulta la santificación de la vida. Este contraste desarrollado, sirve, suministra al apóstol Pablo la comparación que sigue, entre el fruto del pecado y el de la justicia, cuyo don más primario es la gracia misma.

Rom. 6:20. En efecto, cuando erais siervos del pecado, libres erais cuanto a la justicia. Este en efecto indica la razón lógica del contraste que precede, vs. 17 al 19, y que contiene también la comparación que sigue. Así, el estar libre de toda obligación respecto a la ley, es con mucho la atracción más seductora del pecado, pero también la más engañosa, Rom. 8:33, 34; 2 Ped. 2:19.

Rom. 6:21. ¿Qué fruto, pues, teníais entonces? Cosas que ahora os avergonzáis… Otros construyen esta frase de forma distinta. En lugar de colocar el punto de interrogación final después de la palabra “entonces”, y de hacer de los vocablos siguientes la respuesta, construyen toda la frase como una pregunta que tendría como respuesta algo que se sobreentiende: ¡No, ningún fruto, al contrario, la muerte! Pues en ambos casos el sentido es el mismo en el fondo. Mientras el mundo halla su gloria en la independencia de toda ley y en la libertad de pecar, v. 20, todo cristiano ve en ello su vergüenza, la degradación de su alma inmortal.

Sigue Rom. 6:21. Pues su fin es muerte. Sí, lo veremos mejor en el v. 23. Pablo, demostrando la importancia del tema, lo repite en dos ocasiones más: 1:32 y 5:12.

Rom. 6:22. Mas ahora, libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis vuestro fruto para santificación, y el fin vida eterna. El fruto del servicio de Dios, es una clara santificación progresiva que, sin duda, un día llegará a la perfección. Pero la santificación de todo nuestro ser es en sí misma la vida eterna, ora porque no puede tener lugar más que por la posesión de esta vida dentro de nosotros, ora porque ella a su vez nos pone en comunión directa e íntima con Dios, fuente de la misma vida y de la felicidad eterna. La plenitud de la santidad es, pues, la plenitud de la esta vida.

Rom. 6:23. Pues la paga del pecado es muerte, mas el don de la gracia de Dios es vida eterna en Cristo, Señor Nuestro. El pecado promete a todos sus esclavos otro salario, una paga: Primero la libertad, como vimos en el v. 20, luego el placer. Pero les engaña. Y los engaña porque el pecado entero no es más que una gran mentira, en flagrante contradicción con la verdad de Dios y con la verdadera y fiel naturaleza del hombre. El pecado no da, no puede dar más de lo que él mismo tiene en su base o composición: ¡La maldición y hasta la muerte! Y como esta supuesta libertad que promete no es más que un alejamiento cada vez más completo y firme de la fuente de la vida, su salario es una doble muerte. A este salario se le podría esperar que el apóstol opusiera la paga de la justicia como lo hace en el v 18, o el salario de Dios, del v. 22, pero, según todo lo que acaba de enseñar, ahora, y en las lecciones que estudiamos otros días, sobre todo en 3:21 y 4:4, no puede hablar más que de un “don de gracia” de Dios Padre y esto por Cristo Jesús, Señor nuestro, que nos lo ha adquirido. Este don gratuito es la “Vida Eterna” ya contenida en la santificación, como ya hemos visto en el v. 22, la cual, en contra o contrariamente al pecado, responde a todas las buenas necesidades del alma y constituye para ella la fiel felicidad.

 

Conclusión:

Ahora dos palabras finales usando el remache del texto áureo:

Gál. 5:25. Si pues vivimos por el Espíritu, por Él también andemos. Ahí es nada. Este v. es la conclusión de todo lo que precede: El viejo hombre que producía las obras de la carne y que era siervo del pecado, ha sido ya crucificado junto a Cristo. Y aunque esta crucifixión dure toda nuestra vida terrestre, Pablo la considera como un acto ya hecho, cumplido, porque en el cristiano la potencia de corrupción ya no puede reinar más y está destinada a desaparecer del todo: “Las cosas viejas pasaron…”

  Si es así, agrega con autoridad el apóstol, si vivimos por el Espíritu, andemos también por él. ¿Cuál es la diferencia de estos dos términos? Es sencillo: El uno indica la fuente, el otro las aguas que manan de ella. Si en realidad el Espíritu Santo ha creado en nosotros una vida nueva, no es para encerrarla en nosotros mismos por un goce egoísta o por un beato quietismo, sino a fin de que toda nuestra sana conducta manifieste y produzca los frutos de ese Espíritu, que no son otros que: Caridad, gozo, paz, tolerancia, fe, benignidad, mansedumbre bondad y templanza, Gál. 5:22, 23. Así, sigamos las directrices del Santo Espíritu en nuestros pensamientos, palabras y obras.

Volvemos a preguntar: ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia crezca? ¡En ninguna manera!

  Amén.

 

 

 

 

060287

  Barcelona, 21 de octubre de 1973

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95 VICTORIA EN MEDIO DEL SUFRIMIENTO

Rom. 8:31-39

 

Introducción:

En la lección anterior, Rom. 6:15-23, nos dimos cuenta de que algunos seres humanos piensan que la gracia, el amor y el perdón de Dios son otras tantas razones u oportunidades para que pequemos más y más. Ya quedó demostrado que eso no es cierto. El E. Santo enseña, por medio del apóstol Pablo, que mientras somos pecadores somos esclavos del pecado, y que Cristo nos libera de esa esclavitud para poder convertirnos en Hijos de Dios y servidores voluntarios y gozosos de Dios mismo, de Cristo Jesús, del E. Santo y de los seres humanos.

Siguiendo ahora con el libro de Romanos se nos enseña en 7:1-6, que estamos libres de las exigencias rituales y ceremoniales de la ley mosaica, por que Cristo la cumplió por nosotros de una vez y para siempre, y ahora mismo ya pertenecemos a Él como la mujer casada al marido. También se nos enseña que el pecado mora en nosotros, 7:7-25, pero que debemos vivir bajo la fiel dirección del E Santo porque Él nos ayuda a quedar libres del pecado y a que seamos justificados y glorificados, como bien queda dicho y plasmado en 8:1-30. Hoy, y siguiendo con en la misma línea, vamos a estudiar algunas de las pruebas que sin duda experimentaremos si somos tan cristianos como decimos:

 

Desarrollo:

Rom. 8:31. Pablo, llegado, por decirlo de alguna forma, a la cima de la montaña del desarrollo del evangelio de la gracia que ha venido desarrollando, y en particular por la exposición de los motivos de una imperecedera esperanza suscrita en los vs. 18-30, echa una última mirada hacia atrás sobre la ruta que acaba de recorrer y cuyos mojones no son otros que la universalidad del pecado, la vil y hasta baja naturaleza pecadora del hombre, la salvación por gracia mediante la fe en Cristo, la justificación por la fe, la vil esclavitud del pecado y la liberación del hombre mediante otro tipo de esclavitud eterna y gozosa a los pies de buen Maestro, y sin detenerse un ápice, fija su vista y atención al frente viendo los peligros a que está expuesto el buen cristiano, mas como justo y profundo sabedor de la alta potencia del Señor, ya es consciente de que éste puede vencer perfectamente sea cual sea la fuente o naturaleza del enemigo. Por eso entona un cántico de triunfo, incluido en los vs. 31-39, que son, precisamente, los que hoy estudiamos. Ya nos ha dicho que el gozoso servicio voluntario a Dios, capaz de transformarnos en hijos suyos, nos catapulta a la eternidad, cuya característica la constituye el hecho de que allí seremos glorificados de tal forma, que sin merecerlo veremos a Dios cara a cara, conoceremos como somos conocidos y nos serán contestadas todas aquellas preguntas que hoy por hoy no tienen respuesta. ¿Qué diremos respecto a las bendiciones y a las tentaciones que aún vamos a tener? ¿Quién podrá contra nosotros si tenemos la protección particular del Omnipotente? La respuesta o respuestas nos vienen dadas en la segunda de esas preguntas: Si Dios es por vosotros (el apóstol tratará de demostrarlo en los vs. que van a seguir), ¿quién contra vosotros? Es muy cierto que el propio Jesús nos dice que en este mundo tendremos conflictos, aflicciones, persecuciones, acusaciones, etc. pero que no debemos temer por una razón que se nos antoja fundamental: ¡El ha vencido al mundo! Juan 16:33.

Rom. 8:32. Hay en estas palabras una alusión evidente a Gén 22:12, donde el Señor dice a Abraham después del incruento sacrificio de Isaac: Ahora conozco que temes a Dios, puesto que no has sido indulgente por mi, con tu hijo, tú único… Ver si no este mismo v. 32, en otra versión actual: El mismo que con su propio Hijo no fue indulgente, sino que por todos nosotros le entregó. El paralelismo es evidente. El patriarca Abraham había dado a su Dios lo que más quería en el mundo, su hijo, aquel sobre el cual reposaba la promesa de hacerlo heredero por cuyo anhelo vivía su alma. Después de este paso, no le quedaba nada que pudiese rehusar al Señor. Imagen débil, pero justa, del Padre celestial que, para salvar al mundo pecador entrega a su propio Hijo, no sólo el Logos, única posible manifestación creadora del Dios Padre, capaz de generarse a Sí mismo, sino, por misterio de la Trinidad, se entrega Él mismo impulsado por el amor hacia nosotros, por dónde y de dónde saca el apóstol esta conclusión ampliamente justificada: Así pues, ¿qué queda por rehusarnos? ¡Nada! Nos dará de forma gratuita todas las cosas, puesto que la primera dádiva la incluye a todas por aquello de buscar primero el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas os serán por añadidura.

  Esta es la respuesta a la pregunta levantada en el v. 31: ¡Es imposible que algo esté contra nosotros!

  Además, si el hijo de Abraham vivió para seguir todos los deseos y designios divinos, en el caso de Cristo no fue así. Él sí murió: Padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios, 1 Ped. 3:18. Pero esa muerte y su posterior resurrección bastan para asegurarnos que también resucitaremos nosotros, aval y garantía suprema que ni la muerte puede dañar.

Rom. 8:33, 34. Pablo considera ahora, en su causa más temible, las dudas y temores que podían asaltar aún al creyente, es decir, cualquier pecado tras la conversión considerado en presencia del Juicio eterno. En efecto, estos dos términos acusar y condenar son jurídicos y forman dos etapas bien definidas de un juicio. Mas, en nuestro caso, Cristo Jesús es el Juez supremo, Rom. 2:16; Juan 5:22. ¿Quién, pues, se presentará ante Él como acusador? ¿Dios? Sólo Él tiene derecho puesto que su ley pide justicia por haber sido violada por todo hombre. Pero, ¡si Dios mismo es el que justifica! Mucho antes de los tiempos ya nos había predestinado, había resuelto por completo nuestra fiel reconciliación y justificación y la ha cumplido de forma bien perfecta en la Persona de su Hijo, Rom. 1:16, 17; 3:21. Así que ya no hay Juez que pueda condenarnos, puesto que el Supremo, Cristo Jesús, ha llevado en su muerte la pena que tendría que pronunciar sobre sus redimidos, Rom. 3:24; 4:25. Más aún, a fin de dar a los suyos los beneficios de su redención, dándoles, impartiéndoles su vida nueva, ha resucitado, Rom. 6:3 y ss. Pero aún hay más, Él se ha hecho nuestro abogado omnipotente a la mismísima diestra de Dios, desde donde intercede por todos nosotros. Sería necesario, pues, que de la misma fuente brotara la condenación y la salvación. Que de la misma boca saliera la intercesión y la sentencia de muerte, y esto es… ¡imposible!

Entonces, en esta intercesión del Salvador delante del Señor, algunos intérpretes quieren ver la continuación de su obra de Mediador, con exclusión de la oración por los suyos. Esto es un error, únicamente fundado en ciertos perjuicios dogmáticos, y no en la exégesis. En efecto, el ve gr. que traducimos por interceder, lo mismo que el s que de él se deriva, designa la oración, la súplica ofrecida por alguno. No hay otro sentido en Heb. 7:25, donde leemos que Jesucristo está siempre vivo para interceder en favor de los que se acercan al Creador. Esto está refrendado también en Heb. 9:24. Por otra parte, ¿qué hace un buen abogado sino hablar y defender a sus clientes? ¿Y quién es, repito, nuestro mejor abogado? ¡Cristo! 1 Jn. 2:1.

Por último, las palabras del mismo Jesús en Juan 14:16, decide la cuestión: Yo oraré al Padre… y Él enviará otro Consolador. Así que nadie nos puede privar del gozo del consuelo de saber que el propio Cristo pide e intercede al Padre por nosotros. Y así, aun sabiendo que Satanás es el perpetuo acusador de los escogidos de Dios, Job 1:9; Zac. 3:1; Apoc. 12:10, nos consuela el hecho de que el propio Cristo amordaza al acusador por su victoria sobre el mismo, se quita así mismo la capa de Juez Supremo y se reviste con la toga de abogado amoroso e intercede por todos nosotros por el simple hecho de que un hombre no puede ser culpado o condenado dos veces por el mismo delito, es decir, que Él ya pagó en su carne la sentencia eterna a la que estábamos obligados por nuestros pecados, visto lo cual, el buen apóstol se pregunta:

Rom. 8:35, 36. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Así, seguro del amor de Dios, que justifica, y de Cristo, que salva e intercede, Pablo contempla y define su salvación. Lo primero que percibe, y cuya potencia no desconoce, puesto que a su vista se aplican muy bien las terribles palabras del Sal. 44:23. Son las tribulaciones de la vida física, y en particular los sufrimientos, las privaciones y los peligros de muerte a que están expuestos los hijos de Dios, sobre todo en los tiempos de persecución, todos los días, o si traducimos literalmente, todo el día, a todas las horas del día y de la noche. El Salmo se refiere, desde luego, a las circunstancias particulares de la época en que fue escrito, pero el apóstol, como la Escritura entera, ve en los acontecimientos del reino de Dios una perpetua profecía de los tiempos futuros, porque no conviene olvidar que las mismas causas producen los mismos efectos. Si ya en los tiempos del profeta la luz, brillando en el centro de las tinieblas excitaba obras propias de tinieblas, de odio y hasta persecución contra el pueblo de Dios, ¡cuánto más cuando apareció la plenitud de la luz, que ni siquiera fue recibida por los suyos, Juan 1:9-11.

En suma, el odio del mundo está siempre en proporción de la claridad y de la fuerza con que se produce la verdad del Señor y, por extensión, allí donde se encuentran hijos suyos departiendo la misma verdad no puede crear, incitar más que incomprensión cuando no odio.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación?, los conflictos, aflicciones o tentaciones. ¿Angustia?, incertidumbre, pesadumbre, ansia y tristeza. ¿Persecución?, porque ya hemos aceptado a Cristo como Salvador personal, porque adoramos a Dios en espíritu y en verdad, porque no andamos en caminos de pecadores, porque no miramos el vino cuando rojea, porque ansiamos o anhelamos vivir una vida de santidad y no de pecado. ¿Hambre?, porque por habernos convertido, el jefe o el patrón inconverso, incrédulo y sin compasión nos quita el trabajo y el salario, de modo que el comerciante ya no nos quiere vender los alimentos. ¿Desnudez?, porque por la causa que aludíamos, no podemos comprar prendas de abrigo, ni nadie nos regala nada. ¿Peligro?, a causa de un posible daño que algún enemigo quiera hacernos. ¿Espada?, porque quieran asesinarnos a puñaladas, o a navajazos, o a balazos, o porque seamos víctimas reales de una autoridad injusta y despiadada.

Pablo y su hermano Sóstenes, habían padecido todo eso y más sólo por ser servidores de Cristo. Leemos en 1 Cor. 4:11-13: Sí, padecemos hambre, y tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados y no tenemos morada. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos, nos maldicen y bendecimos, padecemos cualquier tipo de persecución y la soportamos. Nos difaman y rogamos, hemos venido a ser como la escoria del mundo, el firme desecho de todos…

  Hermanos, no acaba aquí la lección, no termina el mensaje, a Dios gracias.

Rom. 8:37. Empero en todo esto, en todas estas cosas, somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Hablar así, basado en su propia fuerza, sería por parte del hombre el colmo de la locura y del orgullo, por eso el apóstol Pablo se apresura a decir: Por Aquel que nos amó. Y nos muestra así que el amor de Cristo no es una impotente y rara benevolencia, un afecto estéril, sino una fuerza divina por la cual el que es amado es revestido de todas las armas del que ama. Este coraje duro, indomable, gozoso y victorioso, que da la fe, no es del hombre: ¡Es la potencia de Dios en él! Por eso Pablo remacha la idea añadiendo a los Corintios, 2 Cor. 2:14: A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús.

  Rom. 8:38, 39. La pregunta que se levanta siempre es: ¿Qué podría separarnos del amor de Cristo? vs. 35 al 39, pues que esta es la única desgracia a temer. Pablo ya ha dicho, ya ha respondido, en cuanto a los males de la tierra. Pero, ¿hay otros? ¿La muerte, esa potencia de las tinieblas y rey de los espantos? ¡Cristo la venció! ¿La vida con todos sus insondables misterios? ¡Cristo la ha explicado y nos ha dado la vida eterna, la vida verdadera! ¿Qué más? ¿Los ángeles, malos se entiende, y todas las órdenes de principados que llenan el mundo visible, todas las potencias de las tinieblas descritas en Efe. 6:12, todas las cosas presentes y las que todavía están ocultas en las profundidades del porvenir, objeto de nuestras continuas aprensiones y dudas? ¿La altura, la profundidad…, unas palabras indeterminadas a propósito, y por las cuales podemos llegar a entender, con los diversos intérpretes, ora la especulación altiva de la sabiduría de los hombres y los profundos abismos del pecado, ora los pretenciosos errores de los sabios y todos los perjuicios del vulgo, ora el honor y el deshonor, la fija y actual prosperidad o la miseria, ora, por último, el cielo o el infierno, puesto que el apóstol Pablo quiere recorrer con la mirada el universo entero, tratando de encontrar algo que rete la real y poderosa influencia de Cristo en el cristiano?

Y llega la triunfante conclusión cómo si se tratase de una fruta madura: ¡Nada de todo eso, ni ninguna otra criatura! que no haya sido citada aún y que se pudiera encontrar en la inmensidad que nos es desconocida. ¡Nada ni nadie puede apartarnos del amor de Dios, del Creador que es sobre todos y más poderoso que todos! Cristo es para nosotros su garantía pues poseemos en Él el poder del Padre ya sea que vivamos o que muramos del Señor somos, Rom. 14:8.

 

Conclusión:

¡Gloria al Padre porque nos da esta seguridad de salvación!

Demostremos ante el mundo que “nada ni nadie puede torcer nuestro rumbo.”

Repetir conmigo y con Pablo en Fil. 1:21: Para mí el vivir es Cristo… ¡y el morir ganancia!

  Amén.

 

 

 

 

060289

  Barcelona, 28 de octubre de 1973

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96 LA VIDA EN LA COMUNIDAD CRISTIANA

Rom. 12:1-8; 1 Cor. 12:12, 13

 

Introducción:

Iniciamos hoy una unidad que consiste en estudiar unos de los aspectos prácticos de la vida cristiana: Tanto de las relaciones de los salvos con Dios, como de las relaciones de los cristianos con los cristianos, lo que también es muy importante bajo cualquier punto de vista.

En la lección de hoy notaremos que los cristianos deben vivir una vida que agrade a Dios, pero que, a la vez, sea beneficiosa a sus prójimos. Nuestro comportamiento para con Dios en toda ocasión debe ser como de hijos de Él, y nuestro comportamiento para con los otros cristianos debe ser como el de los buenos hermanos. Debemos ver y observar que se incide en la plena unidad que deben formar los hijos de Dios que son miembros de una iglesia local. Unidad, de tal forma indivisible como pudieran serlo los miembros del cuerpo humano, cuya cabeza viene a ser representada como perteneciente al propio Cristo.

 

Desarrollo:

Rom. 12:1. Os exhorto pues, este pues que une la esta segunda parte de la epístola con la primera, ya indica, no según la lógica de los hombres, sino según el orden de la gracia, que la santa doctrina de la salvación expuesta en los once primeros capítulos, produce natural y por necesidad una vida santa cuya virtud más relevante la constituye el hecho de probar de forma continua su fe y su mejor exponente al exterior la constituyen sus obras cada día más acordes con el Autor de todas las cosas.

En la mayor parte de sus sanas epístolas, Pablo hace seguir así la exposición de la doctrina por exhortaciones o ruegos prácticos donde traza con detalle los deberes del cristiano. Hay en todo esto un doble fin de la más alta importancia. Primero quiere señalar a la vida cristiana las ilusiones y errores a que estaría expuesta si el evangelio se contentara con revelarnos unas ciertas doctrinas, con inspirarnos ciertos sentimientos sin mostrar su aplicación a la conducta moral de cada día. Que el árbol haya puesto o introducido su germen y su raíz en un suelo fértil es lo esencial, pero es necesario después que, para dar fruto el germen debe transformarse en tronco, ramas, hojas, flores y frutos. Y en segundo lugar, estos admirables cuadros de una vida cristiana consagrada a Dios, debe excitar en nosotros el santo y ardiente deseo de ver su realización en nuestra vida, tanto más cuando que por la fe y el E de Dios Padre no es un ideal inaccesible, sino el destino posible de todo hijo de Él. Así que, hermanos, os ruego por las misericordias del Señor, parece como si Pablo dijera: Por esas misericordias cuyas riquezas acabo de señalar y que vosotros mismos habéis sido el objeto, como puede ser la pecaminosidad del género humano, la salvación por gracia, la justificación por la fe, etc. etc. Toda la idea se basa en aquel v: ¡Nosotros le amamos, porque Él nos amó primero! Sigue: Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, agradable, santo a Padre, que es vuestro culto racional. Al parecer en gr. la idea a traducir sería: Vuestro culto razonable. La palabra original es la que se emplea constantemente para designar al servicio religioso, o culto rendido al Señor en el templo de Jerusalén. La vida, pues, del cristiano, toda su vida, todo su ser, debe volverse un culto y aún más, lo que era o constituía la esencia del culto mosaico: ¡Un sacrificio! Pablo compara aquí este culto en espíritu y en verdad de Juan 4:24 de Jesús y la mujer de Samaria, con el culto del antiguo pacto: ¡El uno es la realización del otro! Esta idea responde por completo a la razón oculta bajo figuras, por eso el apóstol la llama “razonable” (literalmente: lógica), es decir, que no podemos hacer otra cosa. Pablo usa la misma palabra e idea que Pedro usa y aplica a la leche espiritual de la que se alimenta el cristiano que ha nacido de nuevo, 1 Ped. 2:2. La idea en cuestión, que es común a todos los sacrificios del AT es esta: El hombre se siente cargado ante el Dios Juez con una deuda que no puede pagar que viene del pecado, que le hace verse culpable y necesitar una reparación, o de un beneficio del Señor a quien debe un perfecto saber y reconocimiento. En el primer caso es el sacrificio sangriento o de expiación, de manera que si el hombre confiesa su pecado, reconoce que merece la muerte pero, siguiendo las directrices de Dios, lo pone o deposita sobre la cabeza de la víctima que lo representa y que se pone en su lugar, así el pecado es quitado, deja de existir. En el segundo, sacrificio incruento de acción de gracias, pone su corazón, así, por decirlo de algún modo, todo su corazón lleno de reconocimiento en una viva ofrenda de santa humildad que debe compensar lo que hay de imperfecto en su gratitud y ser la expresión más completa posible de ella.

Pero esto no son más que símbolos, es decir, la idea de una realidad y cada israelita entendido lo sabía muy bien, es útil y necesaria pues todo sacrificio de cualquiera de estas dos claras naturalezas expuestas encuentra su verdad en un sacrificio real, en el que figura no sólo la expiación o la misma consagración entera del hombre al Señor, ¡sino que la cumple!

Así es el sacrificio de nuestro Señor Cristo, el cual reúne ambos significados y los realiza a la perfección. Pero este sacrificio no debe, ni en un sentido ni en el otro, quedar sólo para nosotros y en exclusiva. Por nuestra unión viva con el fiel Salvador, lo que ya ha sido cumplido en Él, se cumple por igual en nosotros sus miembros. De manera que podemos decir ahora: “Mi pecado está expiado y mi consagración a Dios es la consecuencia inseparable de ello, lógica, razonable y bien racional.” Pablo sigue diciendo: ¡Ofrecer vuestros cuerpos! Lo que supone evidentemente ante todo el sacrificio del espíritu y corazón para expresar de algún modo la totalidad del ser humano y la vida eterna en todas y cada una de sus manifestaciones, 1 Tes. 5:23. Por último, las palabras vivo, santo, agradable a Dios, significan en el símbolo, las cualidades que debían tener los sacrificios según la ley, y en la realidad, cada uno de esos términos encierra un profundo sentido sobre la verdadera naturaleza y perfección del llamado sacrificio espiritual.

Rom. 12:2. No os conforméis a este siglo. Pablo expresa de forma negativa lo que acaba de decir de un modo real y positivo. El presente siglo o la presente edad, según se lea una u otra versión, es el mundo en su estado actual, donde reinan las agrias tinieblas y el pecado, por oposición a la edad o siglo venidero, donde sólo reinará la voluntad del Señor. Sino transformaos, dice, por medio de la renovación de vuestro entendimiento. Lo que las Escrituras llaman en otro pasaje regeneración o nuevo nacimiento, Juan 3:5. El entendimiento ha de ser renovado ya que, como todo el resto del cuerpo humano, participa del mismo pecado que lo oscurece moralmente. En otras palabras, lo que antes decíamos que era pecado lógico, influenciado por algunos amigos o circunstancias, ahora debemos cambiarlo por algo santo. Y lo que era normal, ¡ahora lo vemos anormal! De ahí, nuestro entendimiento, motor de nuestros actos físicos, debe ayudarnos en el cambio o la transformación que todos estamos viviendo. ¿Todo ello para qué? ¡Para que probéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Esta palabra probar o comprobar, es empleada aquí en el mismo sentido que en otros pasajes como pudiera ser aquel que indica: ¡Probar los espíritus! Así se señala una actitud escrutadora acerca de poderes más altos que el hombre mismo.

Pero, digámoslo ya, ningún hombre sin la renovación de su propio entendimiento, “puede probar que es la voluntad de Dios”, pues que le falta para ello el suficiente tacto moral, que es la indispensable condición para coger la onda. Aún aquí existe otro detalle revelador, sobre todo cuando esa voluntad de saber o entender es claramente contraria, o en las inclinaciones del corazón o en las dispensaciones más providenciales. Así, jamás el ofertante, el sujeto, puede encontrar la voluntad de nuestro Señor buena, agradable y perfecta.

Rom. 12:3. Digo, pues, por la gracia que me es dada… Pablo habla no sólo de la gracia que recibimos todos los cristianos, como veremos en el v. 6, y que es en ellos la causa y fuente del verdadero discernimiento moral, sino que aquí es citada de forma especial la gracia particular del apostolado. Así con la autoridad de un apóstol santo nos hace oír las exhortaciones, ruegos o recomendaciones que van a seguir: Cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

  Pablo, queriendo señalar a los cristianos algunos de los deberes relativos a sus relaciones con todos los demás, empieza por este llamamiento a una sana moderación en la opinión que tienen o deben tener acerca de uno mismo, en otras palabras, exhorta a la humildad bien entendida. Sólo este entendimiento genera este el sentimiento que nos coloca en nuestro verdadero lugar delante de Dios y de los hombres. La verdadera humildad da conciencia de que lo que se ha recibido de Dios no es una cosa que se nos debía, sino una gracia; por lo tanto, esta idea es inseparable de un juicio claro, sobrio y hasta modesto sobre sí mismo. Pero el orgullo, por el contrario, no es en el fondo más que una falaz y mentirosa apreciación de nosotros mismos; la falsa humildad a su vez, nos hace desconocer la “medida de la fe” que Dios nos ha repartido y, por lo tanto, también equivoca el juicio.

Seguimos: Rom. 12:4. Porque de la misma manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función. Pablo usa de forma sabia el ejemplo del cuerpo humano para explicar bien lo que va a seguir: “Del mismo modo que los miembros de nuestro cuerpo tienen una función definida, concreta y diferente para que éste llegue a ser precisamente cuerpo, los miembros de una iglesia son asimismo diferentes para hacerla completa y cumplir, por ello, con los propósitos de Dios.”

Rom. 12:5. Así nosotros, siendo muchos, somos cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Esta hermosa figura sobre las verdaderas relaciones de todos los cristianos se encuentra largamente dicha, desarrollada y aplicada en 1 Cor. 12, del que estudiaremos dos de sus vs. También está la misma idea en Efe. 4. Pablo, pues, se sirve de esta gran figura, por una parte para motivar la exhortación que precede; por la otra, para introducir la que sigue sobre la fidelidad con que cada uno debe emplear los dones que ha recibido para la utilidad y la unidad de todos a pesar, y por esa condición, de su diversidad.

Desde luego, hay que resaltar que el cuerpo, la iglesia, no existe más que en Cristo, cabeza y jefe supremo y que por su comunión viva con él, los cristianos se convierten en miembros los unos de los otros. ¡Sí, qué lección tan hermosa! Se nos dice que formamos parte de un conjunto potente por su cabeza que, a pesar de nuestras debilidades y diferencias, a pesar de que somos distintos, nos sentimos miembros invisibles del mismo, de tal forma que sin nuestro modesto concurso, aquél no tendría una razón de ser.

Rom. 12:6-8. La frase constituida por los vs. 6 al 8, depende de las palabras: Teniendo diferentes dones… con la aludida idea del cuerpo, cuyos miembros tienen diferentes funciones según lo visto en los vs. 4, 5. Dones que vienen dados por la gracia del Señor, ya que no somos más que un receptáculo de los mismos o, como se nos dice en otro lugar, mayordomos bien aplicados. En este sentido y para que todo quede bien claro, Pablo nombra a algunos indicando incluso su empleo: (1) Profecía: don del Espíritu que eleva el alma propia sobre sí misma, la inspira y comunica una determinada revelación para la Iglesia, así con mayúsculas. Pero para que esta profecía sea efectiva debe ocurrir un hecho incuestionable: “Debe ser proferida según la analogía de la fe.” Esta voz gr. que sólo se encuentra aquí, significa una relación, una firme proporción entre dos cosas, como diríamos en simples matemáticas, una proporción entre dos cantidades. En otras palabras: Debe ser emitida en la medida de la fe dada o repartida a cada uno y sólo como vehículo motor del mensaje. Sin añadir ni quitar un ápice y sin darle esos toques personales que tanto gustamos hacer. Así que la profecía, la más moderna predicación, para que sea verdadera no debe sobrepasar jamás de esta medida. (2) Servicio: Ministerio, Diaconía: Ora entiende el apóstol por ello la función de los diáconos propiamente dicha, o tenga en el pensamiento cualquier otro servicio para el cual el cristiano haya recibido el don… ¡y la vocación! Así, en ese caso, en ese servicio es el corriente, justo y sencillo sin aspirar a otras cosas para las cuales ese hombre no tendría ni el don ni la suficiente vocación en la Iglesia, del mismo modo que el ojo que quisiera ser oído redundaría en perjuicio del propio cuerpo, el miembro que emplea mal sus fuerzas, perjudica al conjunto. (3) Luego podemos aplicar la misma regla para la enseñanza y la exhortación. Cada uno tiene que desarrollar su don para que la tarea no se difumine por los extremos. (4) Comunicar, distribuir limosnas, como diácono o como cristiano. En los dos casos, la tarea exige esta sencillez de corazón que no mira a las personas para hacer diferencias ni quiere jactarse de las posibles buenas obras. (5) Presidir: O las asambleas de clara edificación o simples deliberaciones, exige esa solicitud, ese celo, esa premura, esa exactitud sin las cuales el deber no podría ser cumplido. (6) Por último, hacer misericordia con los pobres, con los enfermos y hasta con los afligidos. Esta no puede hacerse sino con alegría al poder aliviarlos, esa bondad dulce y simpática que es el alma del deber. Y, desde luego, esta misericordia tenemos que ejercerla incluso con los enemigos, verdadero crisol que puede probar la alegría de nuestro servicio.

Debemos notar que el apóstol pone aquí al mismo nivel los dones del Espíritu Santo como pueden ser la profecía y simples deberes cristianos. Es porque uno y otros no pueden llegar a ejercerse sino es través del propio espíritu y, es un decir, como consecuencia a la cantidad o tipo de fe recibida.

1 Cor. 12:12, 13. De nuevo aparece aquí la unidad de la Iglesia y también la misma figura del cuerpo humano. Aunque ahora se amplia la idea central: El apóstol cita de forma directa a Cristo sin duda para enseñar que Él es uno con ella y cabeza de todos los miembros con los que amalgama la indisoluble unidad que la misma. Y para terminar, el apóstol quiere mostrar como se hace el hombre miembro del cuerpo de Cristo y uno con todos sus hermanos: Sencillo, “por la regeneración del Espíritu Santo, cuyo signo es el bautismo.” Este bautismo es considerado como una realidad verídica que se expresa por las famosas palabras: Fuimos bautizados, sumergidos, en un solo Espíritu y abrevados de un solo Espíritu, que esta es la verdadera y moderna traducción.

Y cosa curiosa, no es solamente la diversidad de los dones del Espíritu lo que viene a armonizarse en la unidad, sino también, las diferencias que pudieran coexistir de la nación, educación, carácter, rango, etc.: Judíos, griegos, siervos o libres, se hacen uno en Cristo por el mismo Espíritu.

 

Conclusión:

Hermanos, recordemos los dones citados y situémonos en el que creamos que nos va mejor para servir a Dios y a al resto de nuestros hermanos: Profecía, enseñanza, servicio, exhortación, repartir o dar y hacer misericordia…

¿En cuál te ves más identificado?

¡Qué Dios nos ayude!

 

 

 

 

060292

  Barcelona, 4 de noviembre de 1973

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97 LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

Gál. 5:13-26; Juan 4:24

 

Propósito:

  Una exhortación a no abusar de la libertad cristiana, ya que esta libertad consiste en vivir, no según la carne, sino según el espíritu, en el amor.

 

Introducción:

Si hay temas importantes que podemos traer a vuestra sabia consideración, uno de ellos sería el de la libertad cristiana. La verdad es que casi nunca habíamos tenido una oportunidad igual a la que hoy, ahora mismo, se nos presenta, puesto que nos encontramos ante los dos pilares más sólidos de la iglesia: La Unión Varonil por un lado y la Sociedad Femenina por el otro. De ahí que puestos en la encrucijada, nos atrevemos a desgranar el tema con la seguridad que nos da el hecho de poder hablar sin tapujos y con la promesa de abrir un diálogo final en el que podáis tomar parte todos vosotros.

Bien, una de las palabras más traídas y llevadas por la sociedad de hoy es con mucho, la palabra libertad. Como ya sabemos se aplica a todos los estratos por los que anda el hombre en esta tierra y, paradójicamente, es la bandera usada por aquellos que oprimen y expolian a sus semejantes. El Diccionario es bien conciso: Libertad es la facultad de obrar y de no obrar. Sí, sin embargo su estabilidad es tan quebradiza que, por su abuso, se cae fácilmente en aquella otra palabra que tiene su misma raíz: Libertinaje o desenfreno, la licencia excesiva en las palabras y en las obras. Como decíamos antes, esta difícil balanza de la libertad está presente en todos los estratos sociales con inclusión de los propios religiosos, de donde se desprende la exhortación a no abusar de la cristiana, puesto que ésta consiste en vivir, no según la carne, sino según el vivo espíritu, en el amor. Vamos, pues, a enfrentarnos con la ayuda de Dios con el crudo, pero revelador mensaje que se desprende de este hermoso pasaje de la Palabra divina:

 

1er. Punto: Gál. 5:13-15.

La libertad exige que nos sometamos unos a otros por caridad, veamos si no:

Gál. 5:13. Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como una ocasión para la carne, sino servir por amor los unos a los otros. Hasta llegar a este cap. 5 de Gálatas, el apóstol Pablo ha combatido la ley como medio para la salvación y predicado la libertad por la gracia, pero ahora y hasta el cap. 6:10, predica la ley y combate la falsa libertad o libertinaje. Mas se trata de una ley cumplida por amor, libremente, y sobre todo como un fruto vivo del E de Dios en el creyente. Así, la conclusión a que llega Pablo es así: “Si ya sois libres por la santa redención de Cristo, someterse los unos a los otros”, una conclusión que pertenece en exclusiva al espíritu más puro del Evangelio. Por eso, el mundo animal ni la sospecha ni la comprende. Sólo nosotros los cristianos somos dueños de la palabra que lo explica perfectamente: ¡El amor! Sí, el cristiano es libre, se siente libre, porque sabe que su Salvador le ha libertado de la esclavitud del pecado y pagado el rescate que le exigía la justa ley de Dios. Además, y por la misma causa motora, nos exime de la carga de esa ley y del temor a la muerte, dándonos, restituyéndonos todos los privilegios de un hijo de Dios. Pero sin embargo, en más de un sentido, el cristiano es también un esclavo, porque reconoce que no hay para el hombre un destino mejor ni más glorioso que el de servir por amor a Dios y a sus semejantes.

La libertad cristiana no consiste, pues, en hacer la propia voluntad, lo que sería en diversos grados, un vivir según la carne, sino precisamente, en poder renunciar a ello por amor a Dios y a sus hijos, cuya descripción más completa se halla en el cap. 8 de 1 Cor. El apóstol Pablo sabía a la perfección que mientras exista el viejo “hombre” en cada cristiano, corre el peligro de relajarse en la fe genuina y, en consecuencia, en su vida ya que aquélla es el motor de ésta. Esta fe, primero viva en el seno de la iglesia, se vuelve con el tiempo fría ortodoxia, demasiado débil para dar u oponer un dique a la potencia de la carne y entonces, la libertad espiritual se transforma gradualmente en una más mundana y carnal, o lo que es lo mismo, en un libertinaje más o menos espiritual. De ahí que estos pasajes tan prácticos de las cartas paulinas sean indispensables en la Iglesia de Dios Padre y en la condición íntima de cada uno de sus componentes. La verdad es la vida, por eso hemos de estudiar estos versículos a la menor oportunidad que tengamos.

Gál. 5:14. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esta es la verdadera observancia de la ley (leer Rom. 13:8-10). Con esta referencia a la ley en lo que constituye su alma, su vida y su razón de ser, el amor, el Apóstol de los Gentiles abarcaba al mismo tiempo a los que estaban en la libertad del Evangelio y a los que se aplicaban la ley como medio posible de alcanzar salvación. A unos decía: “Esta ley que es espiritual, expresión de la santa voluntad de Dios, no está abolida, sino que subsiste eternamente”; a los otros les recordaba que no la cumplirían jamás con algo externo, sino por el corazón, que es lo que Dios mira. Este pensamiento es el mismo que expresa Jesús en Mat. 22:39, pero que sin embargo limita y estudia tan solo un aspecto del enorme mandamiento del amor, el que toca y concierne al prójimo, puesto que tal era el tema de su exhortación.

Gál. 5:15. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis los unos a otros. (¿?) Pablo, tomando estas comparaciones de las costumbres de las bestias feroces, quiere expresar con la misma clase de energía, lo odioso de las malas pasiones y el peligro de ver morir a la fe y a la vida en una comunidad cristiana cuando no hay amor.

 

2do. Punto: Gál. 5:16-18.

Vivir, pues, según el Espíritu y seréis libres respecto de la carne pues las dos vidas son absolutamente opuestas la una de la otra. La vida del espíritu nos liberta al mismo tiempo de la carne y de la ley.

Gál. 5:16-18. Lo primero que notamos en este pasaje en la oposición absoluta que existe entre la carne y el espíritu: ¡Una lucha a muerte! Rom. 7:14-16 nos da una terrible idea de la fuerza del hombre animal a que estamos sometidos los cristianos, puesto que el apóstol está hablando en presente de indicativo. No se refiere a un hombre antes de la conversión, sino después de ésta. Entonces, nos hallamos en una situación tambaleante si confiamos en nuestras propias fuerzas y pasaremos a otra de firmeza a medida en que vayamos confiando en el propio E. de Dios. Por otra parte, este pasaje que ahora estamos estudiando y los siguientes, decidirán la cuestión que a menudo se nos ha propuesto; a saber, si el apóstol ve y entiende por Espíritu opuesto a la carne, el Espíritu de Dios, el del hombre o los dos a la vez en una vida común. Este último sentido nos parece el verdadero. Están bajo la ley aquellos en quiénes la carne codicia contra el espíritu y éste contra aquélla de manera que no hacen ya lo que quieren, v. 17. Ahora bien, sentir esa resistencia de la “carne” no es condenable aún, no es pecado, lo que sí lo es el ser esclavo de ella (por carne entendemos la totalidad del ser animal, como ya estudiamos en su día en la ED). Por esta razón dice en el v. 16: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne. No, no dice que no los vamos a sentir, sino que no debemos seguirlos. Otra traducción, dice: Andad en el Espíritu y ¡ya no sentiréis los deseos de la carne! Aquí, el hecho de no sentirlos ya no es el combate en sí, sino la recompensa de la victoria. Entre la concupiscencia y el pecado actual hay grados bien definidos y perfectamente señalados por Santiago 1:14, 15: Primero se localiza a la concupiscencia misma, luego el acto de voluntad que se hace permisiva y cede a sus empujes, luego el acto físico del pecado y, por último, su salario: ¡La Muerte!

 

3er. Punto: Gál. 5:19-23.

Ninguno puede equivocarse pues las obras de la “carne” son manifiestas: Se trata de todos los pecados y vicios que reinan en el mundo. Y los frutos del Espíritu no son menos evidentes: Son las virtudes de la vida cristiana, las únicas que cumplen la ley en realidad.

Gál. 5:19. Y manifiestas son las obras de la carne. Sí, claro, manifiestas, es decir, evidentes. Para que cada cristiano no pueda equivocarse. Sin embargo, por si hubiese error de apreciación, el Apóstol Pablo señala aquí un gran número de obras, de esas obras, a fin de señalarlas a sus lectores y condenarlas. En otras partes de la Biblia también encontraremos catálogos semejantes que encierran las deplorables miserias de nuestra humanidad caída: Mat. 15:19; Rom. 1:19 y ss.; 2 Cor. 12:20 y ss.; Efe. 5:3 y ss.; 2 Tim 3:1 y ss. y Tito 3:3.

Gál. 5:19-21. Manifiestas son las obras de la carne: adulterio, celos, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, pleitos, hechicerías, enemistades, disensiones, contiendas, homicidios, iras, herejías, envidias, borracheras, orgías, cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

  Un poco después del primero de estos vicios que son otros tantos actos groseros de la carne, el Apóstol Pablo nombra otros que, a simple vista, no parecen emanar de la misma fuente porque vienen de las pasiones del alma. Hay que señalar ahora que la palabra “carne” no indica sólo las inclinaciones y los actos de sensualidad, sino los pecados que tienen su asiento en medio de las facultades del espíritu. Sí, en efecto, los vicios más espirituales son también obras de la carne, porque el hombre, el ser humano, en su estado de caída separado del Padre, es el esclavo de los sentidos, del mundo animal y de la naturaleza que ya no puede dominar sino es a través del Espíritu de Dios. El movimiento más oculto del egoísmo o del orgullo buscan fuera de su objetivo y nos fuerza a reconocer que el pobre espíritu está dominado por la carne.

Se puede, si se quiere, resumir estos pecados en cuatro clases: (a) Sensualidad, (b) superstición, (c) los que están inspirados por el odio, y (d) los excesos en el comer y el beber. Todos no perdonados por la gracia, todos estos vicios no destruidos por la regeneración del corazón convertido, excluyen al portador del Reino de Dios. Y lo separan de forma tan natural como el aceite lo hace del agua, porque el Reino de Dios Padre es el estado de perfecta comunión entre el creyente, componente de este reino, y su Rey Santo y Justo. El apóstol expresa esta verdad de una manera solemne, a fin de quitar cualquier pretexto, por una parte, a los que profesan una falsa libertad y, por la otra, a los que acusan a la libertad cristiana de conducir de cabeza al relajamiento moral.

Gál. 5:22, 23. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, mansedumbre, fidelidad y templanza. Por oposición a las “obras de la carne” del v. 19, se esperaba ahora: “Obras del espíritu”, pero Pablo dice: El fruto del Espíritu, para mostrar lo que hay de interno y de orgánico en el desarrollo de la vida nueva, cuya fuente, cuya raíz, es el Espíritu de Dios en el hombre, de la cual, las virtudes cristianas que se han descrito “son los frutos.” La palabra “frutos”, en un sentido figurado, fue usada por Jesús y por el mismo Pablo, Mat. 3:8; 7:17; Rom. 6:22; Efe 5:9; Fil. 1:11. Entonces, estos frutos del Espíritu son lo inverso de las obras de la carne, sin que sin embargo estén opuestos en orden paralelo. Y la raíz de este árbol magnífico, cargado con tan ricos frutos, es el amor, con lo que hábilmente el apóstol Pablo reanuda su pensamiento dejado en el v. 14: Sí, ¡el amor produce todo lo demás!

Y sigue Gál. 5:23. Contra tales cosas no hay ley. Estas cosas, las virtudes que han sido citadas ya, al contrario, respecto del prójimo denunciado en el v. 14, el cumplimiento de la ley, de esa ley que jamás podrá ser cumplida por las fuerzas naturales del hombre, puesto que ésta no hace más que mandar, ordenar y condenar sin producir nunca los frutos tan hermosos. Mas, es curioso observar que Pablo, con esta frase, ya indica la verdadera razón de la controversia que le ocupa. A los duros partidarios de la ley les muestra que ella no es violada por el Evangelio, a los hombres de la libertad por la gracia, es decir, a nosotros, les recuerda con viveza lo que deben ser para encontrarse en armonía con la voluntad de Dios.

 

4to. Punto: Gál. 5:24-26.

Luego, ¡nada de ilusiones! En el cristiano la carne está fija, crucificada, vive y anda según el espíritu y por lo tanto lo hace en humildad y amor.

Gál. 5:24, 25. Estos dos vs. son la conclusión de todo lo que precede. El viejo hombre que producía las “obras de la carne” ha sido crucificado con Cristo Jesús. A pesar de que esta crucifixión dura toda nuestra vida terrestre, el Apóstol la considera como un hecho consumado, hecho, cumplido, porque en el cristiano, esa potencia del mal, de corrupción ya no reina más, Rom. 6:11-14, y está hecha y destinada a perecer por los siglos de los siglos. Si es así, agrega Pablo, si vamos viviendo sólo a causa del Espíritu, andemos también por Él. ¿Cuál es la diferencia entre los dos términos? El uno indica la fuente, el otro las aguas que manan de ella. Si en realidad el Espíritu ha creado en nosotros la vida nueva, no es para encerrarla en nosotros mismos por una razón egoísta o por un quietismo beato, sino a fin de que toda nuestra conducta se manifieste y produzca los frutos de ese Espíritu. Y para que, en otras palabras, sigamos su dirección en las obras, hechos y pensamientos. Este caso se cierra, como otros muchos, presentando a la gracia viviendo sólo de Dios y el ejercicio de ésta como manteniendo despierta la conciencia del hombre.

Gál. 5:26. Pablo termina proscribiendo la vanagloria referida también en Fil. 2:3. Vana gloria, es decir, algo sin razón y sin fundamento, es la actitud del hombre que trata de darse gloria a sí mismo en lugar de glorificar a Dios, 1 Cor. 1:31. La busca de esta vana gloria siempre termina fatal para el ser humano porque por su causa los fuertes provocan a los débiles y éstos, por la misma razón de tres, envidian a aquéllos.

 

Conclusión:

Esta misma vanagloria es la peor enemiga de la buena y sincera adoración de cualquier hombre a Dios, y no olvidemos que la adoración, es indispensable para ganar el apoyo incondicional del E. Santo y como consecuencia, como ya ha quedado dicho, obtener sus frutos. El mismo Jesús dijo: Dios es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad, es necesario que le adoren… Juan 4:24. La mujer de Samaria y nosotros tenemos esta necesidad si queremos conseguir el suficiente amor que nos catapulte a cumplir la ley en ese amar al prójimo.

Que Él nos ayude a tener la suficiente veracidad interna y el Espíritu adecuado que nos obligue a adorarlo de una vez por todas.

¡Amén!

 

Cuestionario:

1 ¿Cuándo esta libertad cristiana se vuelve libertinaje? Cuando se usa como ocasión de la carne, v. 13.

2 ¿Cómo se puede cumplir la ley de Dios? Amando al prójimo como a uno mismo, v. 14.

3 ¿Cómo podemos destrozarnos los unos a los otros? Cuando actuamos como fieras feroces, v. 15.

4 ¿Cómo podemos evitar la concupiscencia de nuestra carne? Andando en el Espíritu, v. 16.

5 La carne y el espíritu, ¿se unen o se repelan? Pues se repelan codiciando, es decir, espiando la una al otro y a la inversa, v. 17.

6 ¿Cómo podemos evitar el estar bajo la ley? Dejando que nos guíe el Espíritu de Dios, v. 18.

7 ¿Las obras de la carne, están ocultas? Manifiestas, vs. 19-21. Decir algunas. El que las haga no heredará el Reino de Dios.

8 ¿Cuáles son estos frutos de Espíritu? Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, fe, mansedumbre y bondad, vs. 22, 23.

9 ¿Existe la ley contra alguna de estas cosas? Contra estas cosas no hay ley, v. 23.

10 ¿Quiénes han crucificado la carne? Los de Cristo, v. 24.

11 ¿Cuál es la razón visible de los que ya viven en el Espíritu? Andar en el espíritu de forma verídica, v. 25, y

12 ¿Cuál es el enemigo de la adoración? La vanagloria, v. 26.

 

 

 

 

060298

  Barcelona, 4 de noviembre de 1973

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98 EL AGUA QUE SATISFACE

Juan 4:7-15

 

Introducción:

Con esta lección comenzamos una unidad compuesta por seis grandes caps que tratan del ministerio de Jesús entre todos los hombres, a saber: (a) Agua viva, (b) Pan verdadero, (c) Luz espiritual, (d) Capacidad para amar, (e) Vida verdadera, y (f) Presencia del Espíritu Consolador en la vida del Creyente.

Todo nos da unas ideas que tienen que ver con las necesidades físicas que entendemos a la perfección. El cuerpo humano está compuesto de tal modo que sus órganos nos pueden comunicar señales de peligro o de mínimos al centro motor del cerebro. Cada día, casi a cada momento, somos conscientes de notar, recibir, estas señales, algunas de prioridad alarmante a las que hemos de atender de forma rápida y eficaz: el estómago vacío nos indica la necesidad de tomar alimentos y la boca seca nos señala la necesidad de tomar líquidos. Pero, de igual modo, sentimos las inquietudes espirituales, las cuales se traducen en un ansia de saber y una búsqueda de nuevos conocimientos que las aplaquen. También anímicamente tenemos necesidades y a fe que son importantes: Amar y ser amado, tener amigos… Pues si no las atendemos nos quedamos solos y tristes. Mas los seres humanos tienen otra necesidad que algunos no saben o no quieren saber… Se trata de una fuerza vital que nos inclina a comunicarnos con el Creador, a conocerlo, a amarlo y a lo que es más importante, a comprobar y saber que Él nos ama. Todas las civilizaciones y aun las tribus más aisladas y remotas han procurado conocer y adorar al Supremo.

La lección de este domingo en la ED presenta a una mujer que tiene sed de Dios. Jesucristo la encuentra, la guía a expresar su necesidad y le muestra dónde y cómo puede satisfacerla.

Antes de pasar adelante debemos tener en cuenta que en la Biblia la figura del agua se usa con frecuencia para señalar nuestra relación con Dios, Sal. 42:1-5; Isa. 55:1. Además, en muchas profecías del Mesías se menciona el agua, Sal. 36:9; Isa. 35:6, 7. Sin embargo, es aquí, en Juan 4, que vamos a estudiar ya mismo, cuando explota la idea del agua señalando con claridad al Salvador como el agua viva, el buen y perfecto cumplidor de aquellas profecías y fuente inagotable de agua espiritual.

Veamos como Juan, al narrar o explicar la segunda entrevista más importante de Jesús, la primera fue con Nicodemo, nos da una perfecta idea del lugar, paisaje, época y la situación política y además la subdivide en tres marcadas partes en cada una de las cuales sobresale la mentalidad de Jesús dirigiendo a la mujer Samaritana hacia lo que importa de verdad: El Evangelio, es decir, la salvación de las almas.

 

Desarrollo:

Juan 4:7. Vino una mujer de Samaria a sacar agua… Para situarnos bien en la escena nos conviene recordar el mapa de Palestina en aquel entonces. Jesús había salido de Judea, situada al sur del país, de forma repentina. ¿Y, cuál fue la causa? ¡Había sido informado de que los fariseos estaban celosos por su éxito en ganar discípulos! Y como sabía que la hostilidad de esta secta se intensificaría y hasta le estorbaría en su ministerio decide marcharse por aquello de que una fuerte retirada a tiempo es una victoria. Por otra parte, sabemos que deseaba evitar una lucha o confrontación abierta porque no había llegado aún su hora.

¡Cuándo llegó, no dudó ni la eludió!

Así que lo tenemos yendo por el camino del norte, hacia la Galilea, donde tenía aún varios amigos. Desde luego, el camino más corto es la línea recta. Como sabemos bien Samaria era la provincia que limitaba al sur con Judea y al norte con Galilea a dónde iba. Pero, ¿este era el camino normal para los judíos en un viaje similar? No, desde luego que no. El viaje acostumbrado era: Desde Judea se iba hacia el este, se atravesaba el Jordán, se subía por Perea, se iba hacia el oeste, se atravesaba de nuevo el río Jordán y se entraba en Galilea. ¿Por qué? Porque los judíos no querían pasar por Samaria por considerar que sus habitantes eran impuros o mestizos. ¡Eran el odioso resultado de los cruces entre los judíos y gentiles en la cautividad. Una vez purificados los judíos con la reconstrucción del templo, no permitieron que los fieles samaritanos les ayudaran y éstos, como pago al desaire, les molestaron intentando retrasar las obras hasta el año 520 aC. Luego, por despecho, erigieron otro templo en el monte Gerizim, templo que cita la mujer de la historia.

Pues bien, Jesús estaba cansado y se sentó al lado del pozo de Jacob, esperando que volviesen sus discípulos de Sicar a donde habían ido sin duda a buscar alimentos, cuando vio acercarse a la mujer con la clara intención de buscar agua. Así, Jesús le dijo: ¡Dame de beber! Hay que decir que Jesús, al pronunciar estas palabras, inicia una conversación en las circunstancias más adversas y que, nosotros, en su caso, quizá no nos hubiéramos atrevido a entablar. Veamos: En primer lugar existía lo que ya hemos dicho, que los judíos no trataban, o trataban poco, a los samaritanos de la época. Por otro lado, las buenas costumbres contemporáneas no permitían que un hombre hablase con una mujer desconocida en un lugar a solas. Y más aún, sabemos entre líneas que ella llevaba una vida ligeramente dudosa, y más aún, conocemos bien que el aspecto exterior de Jesús no dejaba lugar a engaños; era un religioso desde la punta del pelo a las sandalias.

Que distinta se presenta esta entrevista con la que tuvo Jesús hacía pocas fechas con Nicodemo. Aquí, rompiendo todas las barreras, le pide agua para beber. Pero, además, en este “dame de beber”, se traduce cierta veracidad. Y es que Jesús adopta una posición sincera. Está cansado, tiene sed y carece de algo con que sacar agua del pozo y la mujer ve la sinceridad del Maestro en todos los poros de su humanidad. Esto enseña que pedir un pequeño favor muchas veces comunica confianza en la bondad de nuestro interlocutor y abre el camino hacia una posible y clara amistad. Recordemos como en Luc. 19:5, Jesús gana a Zaqueo sólo pidiéndole si podía morar en su casa.

Juan 4:8. Aquí, Juan, siendo testigo material del caso que va a narrar cree conveniente explicar el por qué Jesús estaba solo. Por otro lado notamos que al ir de compras a la ciudad de Sicar ya han vencido un perjuicio, puesto que van a tener contacto con los samaritanos y esto se lo deben a Jesús, puesto que por sí solos jamás lo hubieran hecho y más teniendo en cuenta su orgulloso nacionalismo galileo.

Juan 4:9. A la solicitud de Jesús la mujer responde. Y lo difícil es saber si su actitud es sincera o irónica. Así, su extrañeza es perfectamente comprensible. Porque judíos y samaritanos no se trataban entre sí. Juan agrega la frase en beneficio de sus fieles lectores gentiles, explicando el odioso perjuicio existente entre los judíos y samaritanos. De esta forma tan simple termina el primer intercambio de frases entre Jesús y la mujer.

Juan 4:10. Jesús, sin demostrar estar herido por la dura actitud de extrañeza de la mujer, toma la iniciativa otra vez y despierta la curiosidad de ella con una insinuación de que él conocía algo que ella desconocía. Como “don de Dios” debemos entender la dádiva suprema que el Señor ofrece a los hombres. Poco a poco, el Maestro va llevando a la mujer al terreno que le importa. ¡Su propia salvación! Está tan entusiasmado en su exposición que hasta se ha olvidado de la sed, demostrando así que los apetitos de la carne pasan a un segundo lugar cuando tenemos la firme oportunidad de hablar del Evangelio. Como agua viva ya hemos de entender la expresión descriptiva gráficamente del efecto que el citado Don de Dios tiene en el alma con sed. Es decir, del mismo modo que el beber agua aplaca la sed, el conocimiento de Dios aplaca la del alma. Ahora, Jesús, habiendo logrado la atención de la mujer, procede a despertar en ella un sentido de necesidad personal: Y quien es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva. Aquí conviene que nos paremos un momento y prestemos atención a este pasaje porque nos parece muy interesante: Jesús insinúa que la mujer ignora el don supremo de Dios para el hombre, la salvación, y también la identidad de su interlocutor, el Hijo de Dios, quien precisamente ha venido a la tierra para ofrecer salvación a todos los hombres sin discriminación alguna. Parece ser que también expresa cierta confianza en que ella, al tener la oportunidad de entender quién era Jesús y cuál era la naturaleza de su oferta, no tardaría en pedirla, en solicitarla. Haríamos bien en señalar esta confianza en las personas a quienes estamos procurando ganar para Cristo, ya que la nuestra, producida por la creencia de esta disposición, será un factor positivo, y hasta determinante, para lograr su decisión final.

Juan. 4:11. La mujer le dijo: Señor, no tienes con que sacarla y el pozo es hondo. Claro, esta es una primera reacción normal: incredulidad, curiosidad y seriedad manifiesta la respuesta de la mujer. Pero, el Maestro, está logrando su propósito. Aunque la mujer, todavía está pensando en sus necesidades físicas. Se le nota en sus parcas palabras: ¿Dónde, pues, tienes el agua viva? ¿A qué agua se refería la mujer? Sin duda, ella entendía que el Maestro Jesús se refería al agua de una fuente como algo distinto al agua del pozo. Ella sabía, por otra parte, que en aquel pozo de Jacob a unos 30 metros de profundidad existía una corriente de agua viva, pero si aquel hombre no tenía nada para extraer la estancada, ¿cómo pretendía hacerlo de la corriente subterránea? Ahora vemos claro que la actitud y tono empleados por Jesús inspiraban confianza a la mujer, pero sus palabras creaban y generaban dudas.

Juan 4:12. La mujer samaritana elabora con detalle sus dudas. Ellos se consideraban descendientes directos de José, hijo de Jacob, y lo tenían en alta estima. Sin duda, está diciendo: Este pozo sirvió a nuestros antepasados y nos ha servido a todos nosotros hasta este mismo momento, ¿tienes tú algo mejor que ofrecernos? Parece ser que demostraba interés en la oferta de Jesús cuando éste le enseña la superioridad de su ofrecimiento. Sólo vencería si podía convencerla de que lo suyo era superior. Y así, estaba en guardia con una actitud lógica ante la oferta de algo bueno, pero viniendo de una persona extraña, desconocida. Del mismo modo, cuando deseemos dar o compartir nuestra fe con otros, debemos estar preparados para demostrarles en que sentido nuestra fe es superior a la de ellos, sabiendo que todos, de algún modo, tienen fe en algo o en alguien.

Juan 4:13. Aquella mujer de Samaria pedía una evidencia de la superioridad de la oferta de Jesús. Y Él la iba a vencer con sus mismas armas. Sí, primero demostrará de que el agua de aquel pozo sólo satisfacía de forma momentánea.

Juan 4:14. Una vez ha planteado la verdad y realidad de la limitación del agua física, Jesús declara la superioridad de su oferta, al decir que puede darle un tipo de agua que la puede satisfacer de forma completa y permanente. La construcción de la frase: Yo te daré, es enfática, y nos indica de paso que sólo Él podía dar esa clase de agua. No tendrá sed jamás, es otra frase categórica que no deja ningún resquicio para la duda: Sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que sale para la vida eterna. Ahora, Jesús explica el por qué cuando uno bebe de ese agua, jamás vuelve a tener sed. Precisamente, porque esta entrada genera una fuente de agua viva que mana de forma continua. Porque en el corazón de esa persona se ha abierto una fuente eterna. Porque esa persona, a su vez, generará la fuerza capaz de horadar peñas, otras peñas, y nuevas fuentes, porque esa persona, en suma, se ha transformado en un ente espiritual capaz de dar o producir energía similar a la usada por el propio Cristo ante la mujer de Sicar. La mujer sabía bien que el pozo al que tenía tanto aprecio se secaba en el verano y a veces en el invierno. Pero el creyente sabe que esta posibilidad no existe por cuanto está siempre en contacto con la fuente eterna que Dios da.

Juan 4:15. Jesucristo logró su propósito. Ha logrado despertar en la mujer un sentido de necesidad por su oferta. Ella pide de Jesús lo que ofrece sin entender quizá aún del todo la naturaleza de su oferta. Él ha comenzado por solicitar agua para beber, pero ella no llegó nunca a satisfacer la sed de Jesús. Más Él tenía otra agua y otra comida que ella ni sus discípulos entendían bien del todo, al menos por aquel entonces.

La obra personal de ganar almas para Cristo, da una justa y verdadera satisfacción a todo creyente, con más motivo del que da el simple hecho de dar de beber al que tiene sed. Si el relato terminase en este v, la mujer quizá se hubiese vuelto a su casa desilusionada, pero Jesús con paciencia, la conduce con cuidado de la necesidad física de agua natural a una necesidad de agua espiritual. Sabemos que primero empezó a sospechar que el ser que le hablaba así era el Mesías y corrió para dar la noticia a los demás habitantes de la ciudad, noticia que debieron de haber dado los propios discípulos de Jesús. Luego leemos que por el testimonio de ella, volvieron todos y se convencieron de que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios. Entonces y sólo entonces, gustaron del agua viva que les había ofrecido el Maestro.

 

Conclusión:

Veamos ahora los pasos que la mujer tuvo que dar para llegar a beber del “agua viva”: (a) Vio a Jesús; (b) habló con Él; (c) mostró marcado interés; (d) pidió aquella agua; (e) reconoció el pecado que había en su vida; (f) aceptó a Jesús como profeta; (g) como Salvador, y (h) fue a relatarlo a otros. ¿Cuáles de todos estos pasos podemos considerar que salvan a una persona? ¡La e y la g! ¿Cuál fue el feliz resultado? Evangelismo, vs. 39-42. En primer lugar dependía de la mujer y su testimonio y por fin del mensaje proclamado por Jesús. Pensemos que nada de nuestros reales interlocutores puede detenernos, ni raza, ni posición, ni abolengo, ni capa o esfera social, ni sexo, ni ninguna otra consideración. ¡Todos son iguales a los ojos de Dios Padre! ¡Todos somos hijos de Dios y al unísono necesitamos del “agua viva” para la Salvación!

¿Vamos a ser tan egoístas que ahoguemos nuestra viva y propia fuente y la transformemos en un pobre estanque, insalubre y malsano, que es capaz de perder su viveza y secarse al fin?

¡Evitemos, hermanos, que pase esto! De nosotros solos depende y de nadie más.

¡Amén!

 

 

 

 

060300

  Barcelona, 30 de diciembre de 1973

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99 PAN PARA LOS HAMBRIENTOS

Juan 6:35-51

 

Introducción:

Ahora nos conviene recordar que los judíos de Jerusalén habían rechazado a Jesús, principalmente porque Él había retado todo el sistema religioso que ellos mismos habían creado. El cap. 6 de Juan, que parcialmente vamos a estudiar hoy, trata y descubre la incredulidad de otros judíos.

Los galileos, los cuales mostraron interés sólo en el pan, es decir, en el alimento físico para el cuerpo. Aquéllos, como la mayoría de personas hoy en día, prefieren todo aquello que pueden oler y gustar a aquello otro, mil veces más alimenticio, pero que sólo se puede detectar con el olfato y gusto del buen espíritu. Pero para los que ya tenemos ese pan eterno, la lección de hoy también tiene un cierto mensaje. Creemos que teniendo a Jesucristo ya tenemos suficiente y que incluso nos sobra, pero pensamos de forma egoísta. Nos callamos cuando alguien quiere beber de la fuente de ese “agua viva” y comer del “pan eterno”, por la sencilla razón de que no queremos compartirlo.

Recordamos que en 2 Rey. 7, se narra una historia muy singular: Se cuenta de unos leprosos que, según el uso y la costumbre de la época, vivían en el exterior de la ciudad y forzados por el hambre y la necesidad fueron a visitar el campamento enemigo que había sitiado hasta entonces a su ciudad. ¡Cuál no sería su extrañeza cuando vieron que los soldados se habían ido dejando todas sus cosas o pertenencias usadas en el largo sitio. La alegría de los hombres fue inmensa. Se lanzaron sobre la comida y la devoraron hasta saciarse. Al final, se impuso la cordura y se dijeron los unos a los otros: –No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva y nosotros callamos. Y corrieron a la ciudad a comunicar la noticia del levantamiento del sitio. ¡Cuánto debería enseñarnos esta narración! Sí, nosotros nos gozamos y comemos del pan eterno pero entre bocado y bocado deberíamos decir: –No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva y nosotros callamos.

Del mismo modo que el “agua viva”, ya estudiada el domingo anterior, este “pan eterno”, si no se reparte a tiempo y consume se florece y no sirve para el medio que fue creado. ¡Qué Dios nos enseñe la forma y manera de lograr como hacer participar a otros de lo que hemos considerado un tesoro inigualable!

En la ocasión que nos ocupa, el Señor denuncia el propósito materialista de aquellos galileos, Juan 6:26. Buscaban, hasta el punto de abandonar sus hogares y la labor del día a día, la forma de conseguir pan gratis, conseguido sin sudor. Más el propósito principal de la venida de Jesús al mundo ha sido bien diferente. Él ha venido a satisfacer las necesidades espirituales de toda la gente, Juan 6:27. Y les exhorta a creer en Él como el enviado por Dios, ya que se identifica a sí mismo como el Pan verdadero Juan 6:33. Para poder llegar a esta conclusión concreta debemos ponernos en situación: Jesús había estado en Galilea e ido a Tiberias cuando tuvo lugar el evento de aquella alimentación de los cinco mil hombres, la demostración práctica de Andrés con saber estar en todo, la dádiva del muchacho ofreciendo lo que tenía y la del propio Jesús haciendo el consabido milagro del “sexto” pan y el “tercer” pez. Luego Jesús se va y toda aquella multitud pasa el lago buscando más pan:

 

Desarrollo:

Juan 6:35. Yo soy el pan de Vida, y entendemos por pan todo alimento esencial y básico para el cuerpo humano. Aquí Jesús se identifica como el alimento espiritual. Ya lo notamos desde la aplicación del pronombre personal yo, puesto que es enfático indicando que sólo Él puede constituirse en un pan que es capaz de sustentar la vida del espíritu, v. 33.

A lo largo de su ministerio, Jesús usó varias veces el mismo comienzo de frase: Yo soy. Recordemos, entre otras: Luz, Juan 8:12; puerta, Juan 10:7, 9; buen pastor, Juan 10:11, 14; la resurrección y la vida, Juan 11:25; camino, verdad y vida, Juan 14:6 y vid verdadera, Juan 15:1, 5.

  Sigue Juan 6:35. El que a mí viene, nunca tendrá hambre y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Todos los galileos están confundidos. El pan que comieron ayer les sació el hambre, pero ahora están hambrientos y Jesús les habla de un pan que puede saciar eternamente. ¿Qué será este pan? No conformes con la experiencia vivida por ellos mismos le ponen al maná como ejemplo, Juan 6:31-33, pero acaban por reconocer que el maná, a pesar que era dádiva divina, sólo satisfacía el cuerpo humano por un tiempo limitado, en contraste con este “pan” que ahora les está ofreciendo. En cuanto a las ideas “venir a él” y “creer en él” son sinónimas, es decir, expresan el mismo pensamiento. Igual ocurre con los términos tener hambre y tener sed. La única diferencia estriba en el contexto que se aplica al deseo en el corazón del hombre en cuanto a su contacto o comunicación con Él, con el Señor. También hemos de decir que los términos negativos nunca tendrá hambre o no tendrá sed jamás, hablan y expresan de forma veraz y categórica una realidad palpable en el corazón del hombre creyente.

Juan 6:36. La nota trágica aparece otra vez en el evangelio y aparecerá cada vez que Jesús trate de explicar su presencia en la tierra. Es menester una criba de oyentes que desgraciadamente no creerán en el mensaje evangélico, precisamente para que, por contra, hayan unas personas que lo acepten. Esta es la continua incongruencia del evangelio. A todos se le predicará, mas no todos creerán en Él. Aquellas gentes no sólo habían visto a Jesús y a sus realidades, le habían oído, le habían seguido, le habían aceptado y le habían abandonado. Él había venido al mundo para revelar el amor de Dios, pues el Evangelio no es otra cosa, y despertar así en los seres humanos la disposición de creer en Él. Pero ellos vieron o contemplaron su gloria y decidieron seguir en las tinieblas de la incredulidad por propia voluntad para que nunca más puedan acusar a Jesús de no haberles dado siquiera una oportunidad.

Juan 6:37. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí. Y ¿qué o quiénes son los que vendrán a Él? Todos aquellos que son objeto de la gracia de Dios Padre, llegarán de forma voluntaria a Cristo con fe y lo recibirán como fuente de vida. Esto parece indicarnos que sólo somos salvos porque el Señor lo quiso, cierto que lo somos por propia confesión de fe, mas estábamos predestinados desde antes de la fundación de este mundo. También habrá quien no quiera aceptarle y, como consecuencia, salirse de esa enorme predestinación eterna, para que entre unos y otros cumplan el propósito del Señor, un propósito que no puede anularse sólo por la incredulidad de la mayoría de todos los hombres.

Sigue Juan 6:37. Y al que a mí viene, no le echo fuera; es decir, todo aquel que quiera, no se verá defraudado. Sí, todos tenemos sitio en su mesa. Notemos que el deseo de ir o acercarse a Jesucristo por parte del hombre es la evidencia de que el Padre está procurando dárselo al Hijo. La forma negativa no le echo fuera es la forma categórica para expresar una negación, según el texto griego, por lo tanto, a pesar de su vida pecaminosa, Cristo recibirá en su seno a todo el que se acerque a Él con la fe suficiente.

Juan 6:38. Parece que Cristo Jesús dice: ¿Cómo podría echarles fuera cuando he venido a hacer la voluntad de mi Padre y Él quiere que todos sean recibidos para mi propia gloria? Sí, nada agrada más al Señor que la obediencia voluntaria y gustosa por parte de los creyentes.

Juan 6:39. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió… Ahora va a decirnos la misión concreta que ha hecho, que ha motivado su venida a este mundo: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Sí, Jesús anuncia otra vez que el Padre da al Hijo todos los que habían de creer en Él. Y Éste, como buen Pastor, tiene el deber y la responsabilidad de vigilar y protegerlos en esta vida y en el día final, resucitarlos para morar eternamente con él.

Juan 6:40. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna. Este v. repite en parte y explica el anterior. Parece que en el original griego estaba la conjunción “porque” que enlazaba a ambos. Y repetimos: Los que el Padre da al Hijo son los que luego ven al Hijo con fe y creen en Él. Digamos que el v creer es una palabra clave en la Biblia. En el texto que estamos estudiando se emplea seis veces, vs. 29, 30, 35, 36, 40 y 47. Ahora bien, ¿qué se entiende por creer? Además, se incluye la actitud de confiar y comprometerse de forma personal. ¿Qué vemos o entendemos por una vida eterna? ¿Algún premio que hemos de conseguir? No. Vida eterna es una posesión que el creyente disfruta ya. En esencia es una relación vital y consciente con el Padre a través del Hijo.

Sigue Juan 6:40. Y yo le resucitaré en el día postrero. Sí, otra vez aparece el pronombre enfático yo. ¿Es capaz de cumplir esta promesa? 1 Cor. 15:20 dice: “Primicias de los que durmieron es hecho.” Él, que ya resucitó en su día, es quien efectuará la resurrección de los que creen.

Juan 6:41. Aquellos judíos que murmuraban en voz baja eran con toda probabilidad los líderes más celosos de la ley. ¿Qué era lo que más les molestaba de Jesús? (a) Su origen, ya le conocían perfectamente, y (b) el significado de comer su carne. Cinco veces Jesús dice que había descendido del cielo, vs. 33, 38, 50, 51 y 58. La queja en cuestión es un resumen de los vs. 33, 35 y 38, precisamente por el hecho de que Jesús afirmaba tener una naturaleza distinta a la de los demás, puesto que se titulaba pan que satisface el hambre de todos y por aquel otro en el que afirmaba haber descendido directamente del cielo. En resumen, y lo repetimos, afirmaba tener un origen distinto al de los demás hombres.

Juan 6:42. Debemos notar también aquí la enfatización del pronombre nosotros. Sí, es decir, lo habían visto con sus propios ojos. Y estaban seguros de saber los detalles de su nacimiento en el pueblo de Belén y su crecimiento en Nazaret y según ellos, no había nada de sobrenatural en estos detalles maravillosos. Ya conocían a sus padres y habían convivido con ellos. Por lo tanto juzgaban un tanto ridículo que Él afirmase su origen divino.

Juan 6:43. Sin mezclarse en una discusión de cómo vino aquí, que por otra parte no hubiera conducido a nada, el Señor Jesús dirige su atención a algo más provechoso y dice, y enseña el camino por el cual los hombres pueden acercarse a Él.

Juan 6:44. Esto es muy importante. La inhabilidad de parte del hombre para ir a Cristo por sí mismo es, claro, esencialmente moral. El pecador no puede acercarse a Él porque no quiere. Pero el Padre obra de forma activa en el hombre despertándole tanto en el querer como en el hacer, Fil. 2:13.

Juan 6:45. Jesús cita Isa. 54:13, para indicar la manera en que el Padre atrae a los hombres. Enseñándoles e iluminándoles acerca de su condición de perdidos y la medicina que puede salvarles.

Juan 6:46. Fijémonos que se dice que para oír al Padre y ser enseñado por Él, v. 45, no es necesario verlo. Sí, está diciendo que el que oye al Padre se sentirá atraído por el Hijo, el cual sí que ha visto al Padre.

Juan 6:47. Como sabemos bien, la repetición “de cierto”, es usada para enfatizar la expresión y dar más fuerza y seguridad. Este es el mensaje fiel del Evangelio: ¡Creer en Cristo tiene como resultado la “vida eterna”!

Juan 6:48. Yo soy el pan de vida. Jesús pues repite, v. 35, la afirmación de su naturaleza y misión. Así, toda persona que cree en Él comienza a comer de Él, espiritualmente hablando.

Juan 6:49. El maná, como ya hemos dicho, no les salvó de la muerte física.

Juan 6:50. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. El contraste entre el maná y este pan es bien notable. El que come del “pan de vida” será librado de la muerte, no en el sentido de que no muera de forma física, sino en el sentido de que la muerte física, para el creyente, es un sueño del cual será vivo y resucitado para vida eterna.

Juan 6:51. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo, si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre. Con la idea del “pan vivo”, que tiene vida propia, que es capaz de generar a su vez energía motora. En los vs. 33 y 50, se establece que el pan “descendió” estando el v. en presente. En este v. en cambio, se usa el pretérito inde, indicando con ello que la acción ha sido efectuada de una sola vez. En un cierto sentido, Cristo desciende infinitas veces para cuidar de sus hijos, pero su encarnación, su muerte y resurrección, tuvo lugar sólo una vez por todas. ¿Qué duración tendrá la vida que uno recibe de Cristo? ¡Vivir para siempre!

¿Cómo pudo conseguir Cristo ser el llamado “pan de Vida”? Y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. ¡Por su muerte en la cruz!

 

Conclusión:

Recordemos que San Agustín dijo: “El corazón del ser humano fue creado para tener comunión con Dios Padre y sin conocerlo, siempre queda hambriento.”

¿Cuál es el estado de tu corazón?

¿Cómo puede el creyente alimentar su alma? Cristo es el autor y sustentador de nuestra vida interior. Ahora recordemos aquella anécdota de los leprosos: ¡No estamos haciendo bien. Es un día de buena nueva y nosotros callamos…!

  ¿Hasta cuándo?

 

 

 

 

060301

  Barcelona, 6 de enero de 1974

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100 LUZ PARA LOS CIEGOS

Juan 9:1-7, 35-41

 

Introducción:

Siguiendo con las lecciones que venimos estudiando, hoy nos corresponde una que es, quizá con mucho, la que más idea nos da acerca del Ministerio de Jesús aquí en la tierra.

Jesús es la luz para los ciegos. En esta sencilla frase podemos ver tres grandes aspectos: (a) Jesús, (b) acción de luz o ausencia de tinieblas, y (c) ciegos. En cuanto al primer punto, Jesús es el sujeto creador y portador de esa luz, es decir, la linterna origen, causa y efecto de la luz. El segundo, representa el estado físico de una actitud, de estar o no en tinieblas, con la idea implícita del ciego que por propia voluntad trata de ponerse bajo el salvador haz de luz que emana de la personalidad de Cristo. En cuanto al tercero e importante como aquéllos para hacer posible el axioma trinitario, el ciego, el decir, aquel que no ve, que está limitado física y espiritualmente para gozar de toda la amplitud prevista por la naturaleza en su cuerpo.

Si nos es conocida la personalidad de Jesús como agua viva, pan para los hambrientos y luz para los ciegos, y conocida la naturaleza de la luz que ofrece, hagamos un poco más de fuerza en la personalidad del sujeto a sanar, es decir, del ciego. Claro, una de las tragedias físicas más difíciles de sobrellevar es la de quedarse ciego, primero porque por lo general la ceguera coloca a la persona así afectada en una posición de total dependencia de otros y segundo, porque esta simple circunstancia le impide la función normal de la vida, y esto sin tener en cuenta el aspecto moral de la cuestión, tan cruel de superar por el abatimiento que reporta el hecho de haber visto y no ver. Por otro lado, sabemos que todos aquellos ciegos que son conscientes de serlo, son sensibles a sus posibles desventajas y están dispuestos a probar cualquier cosa o posibilidad de recuperar la vista perdida por muy remota que ésta sea. Esto lo encontramos normal e incluyo los ayudamos en la medida de nuestras fuerzas pero, ¿qué pasa con los ciegos espirituales? Sabemos que en el plano espiritual, toda fe cristiana comienza cuando uno llega a darse cuenta de que el pecado nos ha robado la vista del espíritu y que, en este sentido, uno ha sido ciego desde su nacimiento y es incapaz de librarse por sí solo de las perpetuas tinieblas.

Así que, el primer paso a dar es estar convencido de ser ciego, de no ver. Luego, la fe cristiana llega a su madurez cuando la persona ciega reconoce que Cristo es el único médico que tiene el suficiente poder para restituirle la vista y, por ello, por ende, para completarlo cara al futuro eterno.

 

Desarrollo:

Juan 9:1. En su hacer diario, Cristo siempre encontraba tiempo y oportunidades, justo al lado del camino, para en primer lugar remediar las necesidades humanas y para enseñar prácticamente a sus discípulos. Sus clases didácticas son un ejemplo a seguir. En la ocasión que nos ocupa, sus ojos se posan en la persona de un ciego. ¿Era la primera vez que usaba la figura de un ciego para enseñar? No (el ciego de Betsaida de Mar. 8:22-26 y hasta Bartimeo, el de Jericó de Mar. 10:46-53). Y sin embargo, nuestro ciego es el único ciego de nacimiento registrado en los cuatro Evangelios. Mas, ¿hasta que punto es importante este detalle? Mucho. En primer lugar era más difícil de curar que aquellos otros que pudieran serlo temporales y en segundo, representaba de forma perfecta a todos los hombres ciegos espiritualmente.

Ahora debemos resaltar el hecho innegable de como el Señor, al paso, detecta al ciego. Lo que nos da cumplida idea de que está tratando de ver personas con problemas de forma fija y continua, reconocidamente ciegas y, por lo tanto, aptas para ser sanadas de una forma magistral. Sin duda habrían cientos de personas en el camino que iban siguiendo, ya fuesen curiosos, discípulos, comerciantes, estudiosos, fariseos e incluso, ¿y por qué no? médicos, pero Él ve al ciego y a sus ganas de ser curado. ¡Cómo nos acordamos de aquel día en que también notamos en nosotros su mirada y a una súplica, recibimos de Él la luz que ahora disfrutamos! ¡Gracias le sean dadas!

Juan 9:2. Lo primero que notamos en la lectura de este v es la marcada diferencia de un hecho concreto: Los ya discípulos tienen ante sí al mismo hombre, al ciego, al ciego de nacimiento y sin embargo notamos cuán distinta en su aptitud respecto a la adoptada por Jesús. El Maestro Jesús vio a un hombre, a un hombre en una situación patética, a un hombre, en suma, que necesitaba ayuda. Los discípulos, en cambio, al verlo, creyeron un deber entablar con Jesús conversaciones teológicas, eso sí, aprovechando nuestro sujeto como ejemplo vivo, pero sin tratar de hacer ningún bien de resultas de la discusión. Ven en el pobre hombre un motivo de estudio dando más importancia a la causa o agente del pecado que al propio pecador y, por consiguiente, olvidándose por completo del hombre como tal. En cuanto a nosotros, criticamos con facilidad esta actitud tan errónea, pero decirme: ¿No hacemos lo mismo al señalar defectos los sociales, morales o físicos sin darles una solución con toda energía?

En cuanto a los discípulos están preocupados por aquel caso, pero tan solo en el aspecto teológico de la cuestión. Sabido es que los judíos relacionaban toda la adversidad con el pecado y de ahí la pregunta: ¿Quién pecó? Aunque sabemos que ellos pensaban que la ceguera que estaban viendo era debida a dos posibles causas: (a) Al pecado de sus padres, y (b) al pecado del ciego antes de nacer. Si tomamos la primera razón, sabemos que la ley establecía que Dios iba a visitar la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera o cuarta generación, Éxo 20:5. Sin embargo, esto no era axiomático, ex cátedra, por cuanto más tarde, otro profeta de Dios enseñó la responsabilidad individual y personal delante del Señor, Eze. 18:1-4. Aún sabemos por otros textos que se nos dice que cada uno dará cuenta de sí o todo lo que el hombre sembrare, eso segará, etc. Por ello, creemos que queda descartada la primera posibilidad. ¡Aquel hombre no era ciego por culpa del pecado de sus padres! En cuanto al 2º punto, ¿qué podemos decir? La Biblia en bloque descarta la idea de que un recién nacido haya podido pecar en el vientre de su madre. Así también, la segunda posibilidad queda descartada.

Ahora, pues, conviene levantar la pregunta: ¿Por qué causa era ciego aquel hombre?

Juan 9:3. Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Así pues queda reseñada la respuesta y a fe que es difícil. Si fueron descartadas las dos opciones de los discípulos, Jesús presenta ahora una 3ª posibilidad o alternativa que ha dejado perplejos a muchos creyentes. Parece ser o decir que fue el propósito de Dios que el hombre naciera ciego para que, al ser adulto, fuese el objeto de una obra sobrenatural que reportaría mucha gloria al cielo. Pero, ¿esto sería justo? ¿Hacer sufrir al hombre todo el tiempo, a sus padres, a sus vecinos, a sus allegados, entra en el propósito de Dios? No, no, desde luego, la idea no cuadra con el resto de enseñanzas bíblicas en cuanto a la santa personalidad de Dios.

Veamos como salir de esta situación:

Muchos comentaristas colocan un punto y seguido después de la palabra padres, dejando el texto leído de esta forma: No es que pecó éste, ni sus padres. Pero, para que las obras de Dios se manifiesten en él, me es necesario… (esto ya pertenece al v siguiente que forma parte de la misma frase). El arreglo es justo y perfectamente aceptable para nosotros cuando sabemos que en el texto original griego no llevaba ningún signo de puntuación, los cuales fueron dados o agregados siglos después por hombres limitados y hasta falibles quienes, al puntuarlo, lo hicieron tal y como aparece en el texto que hemos apuntado al principio. Por otra parte debemos entender la afirmación de Jesús. No dice que ellos no habían pecado, sólo está afirmando que no era la causa de su ceguera.

Juan 9:4. Me es necesario hacer las cosas del que me envió entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Es curioso. Jesús está diciendo que su forma de actuar dentro de la voluntad de su Padre da como resultado que sus obras sean las mismas que las de Aquel que le envió. Está insinuando a sus oyentes la fuente de su fiel divinidad que en este caso se manifestará con la curación del ciego. Los términos día y noche deben entenderse en un sentido figurado, es decir, por “día” entendemos el tiempo útil de trabajo, el tiempo de nuestra vida en la tierra y por “noche”, la muerte, con el cese de toda actividad física posible y, lo que es peor, sin tiempo ya para hacer pocas o ninguna enmienda. Haciendo caso a este “me es necesario”, Jesús vivió los tres años de su ministerio bajo un tremendo sentido de urgencia, sabiendo que se acercaba la “noche”, la cruz, y deseando realizar cuanto le era posible antes de que viniese su hora. Del la misma manera, sus seguidores, debemos reflejar en nuestra vida ese tipo de urgencia divina.

Juan 9:5. Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo. Esta luz de Dios ha alumbrado al mundo en varias ocasiones y en varios grados de intensidad, sea que este mundo lo deseara o no, Heb. 1:1-4. Sin embargo, todos nosotros convenimos en la idea de que el Señor Jesús, la luz, como revelación e iluminación de Dios, brilló en su forma más intensa.

Juan 9:6. Esta es la explicación física de la real mecánica del milagro. Jesús utilizó medios tales como saliva, estanque y lodo, para conseguir sus fines santos, pero sabemos que otras veces fue suficiente sólo su palabra, y lo que sí podemos afirmar es que en todos los casos fue una manifestación de su poder sobrenatural y otras tantas pruebas de su saber y divinidad.

Pero en la ocasión que nos ocupa, Jesús violó, por así decirlo, cuando menos dos tradiciones judías: (a) Estaba prohibido poner saliva en sábado en los ojos de nadie, y (b) estaba prohibido hacer lodo en día sábado. En primer lugar deberíamos decir que no era una idea descabellada en sí por cuanto los mismos judíos consideraban que la saliva tenía poderes medicinales, claro que nunca había logrado una cura tan espectacular. Lo que ellos estaban criticando aquí es que esta cura sea efectuada en sábado. La segunda razón sustancial era que la ley prohibía hacer un trabajo en ese día y ellos eran recalcitrantes realizadores de la rara normativa. Y llegaron a estar tan ofuscados con la obra y actuación de Cristo Jesús que, en su momento éste los llamó “hipócritas”, es decir, gente con máscara. Sutilmente, Jesús les riñe y reprime con ejemplos cotidianos irrefutables, como aquel de la caída de una oveja en un pozo, ¿no la iban a sacarla por el hecho de ser día sábado? ¡Cuánto más esfuerzo debería hacerse tratándose de la vida o defectos físicos de algún humano!

Resumiendo, el Señor Jesús escogió un remedio común y le dio una virtud extraordinaria.

Juan 9:7. El ciego permitió que Jesús aplicara el lodo a sus ojos y luego escuchó el mandato tierno, pero firme, de ir a lavarse a un estanque. Notemos que no tenemos indicios de que Jesús le prometiera nada. En apariencia, el ciego obedeció esperando ilusionado la mejor traducción de una remota esperanza de la situación, pero avanzó sin tener siquiera la promesa de recibir la vista. ¿Por qué lo hizo? Pues a pesar de haber sufrido mil y una desilusiones, el hombre muy desesperado intentará una y otra vez lograr una solución para su necesidad, por más remota que parezca la propia esperanza o más ridícula o nimia que parezca la posibilidad. ¿Qué no hará el hombre por su salud? Así que se va hacia el estanque de Siloé ante la expectación consiguiente (Siloé, en he enviado, por ser un estanque receptor de agua que le es enviada por otra fuente). Así es que va hacia el estanque, repetimos, sabedor quizá de que Cristo Jesús jamás desilusiona al hombre que tiene fe.

Sigue Juan 9:7. Fue entonces, se lavó y regresó viendo. Este es simplemente el resultado de la fe y obediencia al Señor. Así que fue al estanque aludido siendo ciego, volvió viendo y además maravillándose del recién estrenado don de la vista. De repente su vida cobró una nueva dimensión y ya veía las asombradas caras de sus vecinos, veía el cielo, las piedras, a… Jesús. Esta sensación es igual a la que siente el hombre en el momento de entregarse a Cristo como único y suficiente Salvador. ¡Queda maravillado ante el claro contraste de su nueva situación y la que acaba de dejar!

Ahora sólo una palabra más para denunciar el hecho de que todos aquellos que habían sido testigos de su ida, lo fueron de su vuelta estando seguros de que a cada uno de ellos, este hecho del Maestro le vino a confirmar la teoría que del mismo asunto se habían formado.

Juan 9:35. Oyó Jesús que le habían expulsado… Hemos dado un enorme salto en la narración por falta de tiempo y espacio, por lo que nos conviene volver a tomar el hilo vital de la escena. Cuando el ciego regresó del famoso estanque, Jesús se había ido y nuestro hombre fue llevado delante de las fuerzas vivas, las autoridades de la religión organizada donde fue sometido a toda clase de pruebas para desacreditar su testimonio en lo posible y, de paso, el del Señor. Sí, aquel caso iba muy mal para sus fines.

En primer lugar, los religiosos trataron de probar que el amigo no era el mismo que antes había sido tan ciego. Y como resultó fallido este intento, procuraron desacreditar la obra de Jesús, diciendo que había violado aquella ley que prohibía trabajar en sábado. Estaban ofuscados y delirantes, tanto es así, que cuando nuestro ex ciego dice, afirma, que Jesús era profeta y que no podía ser pecador, le aplican la disciplina establecida para tales casos. Pero su testimonio irrefutable está patente: ¡Antes era ciego y ahora veo! Y no dejaron que se acercase a la sinagoga, sitio de solaz consuelo y reunión… ¡Y lo expulsaron! En ese momento de tanta soledad se topa con Jesús: Y hablándole le dijo: ¿Crees en el Hijo de Dios? El Maestro lo está preparando para otra curación mucho más importante que la primera. (a) Le ha dado fe para irse a lavar al estanque. (b) El convencimiento total de que su sanador no podía ser pecador, y (c) le enseña que como Hijo de Dios podía sanarle los ojos del alma.

Como en el caso de aquella Samaritana, estudiado hace poco, Jesús pone en su corazón el ansia de saber:

Juan 9:36. Respondiendo él le dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Nuestro hombre reconoce que su interlocutor era su sanador, pero no lo relaciona aún con el Mesías. Así que pide más datos, aunque está dispuesto a recibir las evidencias, la condición importante para que el Espíritu obre en los corazones.

Juan 9:37. Y le dijo Jesús: Pues le has visto y el que habla contigo, Él es. Jesús hace una relación directa entre su persona y el Hijo de Dios. En una palabra, se identifica como el Mesías esperado. Y el hombre, terreno abonado ya por lo antedicho, se entrega:

Juan 9:38. Y le dijo: Creo, Señor, y le adoró. Se nos dice que este “Señor” es claramente distinto al usado en el v. 36. Aquel era de respeto, éste de obediencia. Este es el propósito inicial del evangelio: ¡Despertar en los hombres la disposición de creer en Dios porque el resto ya lo hace Él!

Juan 9:39. Estas palabras no son otra cosa que un juicio terrible para aquellos que contemplaron la presencia, las palabras y las obras de Jesús, o de sus creyentes, y no respondieron con fe a su llamada. En cuanto a los que “no ven” se refiere a todos los que son conscientes de su necesidad espiritual y que procuran recibir la luz de Dios. Jesús vino y murió para que esto fuera posible.

Juan 9:40. Entonces algunos de los fariseos que estaban con Él, al oír esto, le dijeron: Di, ¿acaso nosotros somos también ciegos? Ellos, sin duda, pensaban que no se refería a su grupo, los más iluminados del pueblo de Israel en datos o aspectos religiosos. Con dudas, hicieron la pregunta para demostrar que no sentían necesidad de luz, al menos de la luz que promulgada el Hijo de Dios.

Juan 9:41. Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, más ahora porque decís: Sí, vemos, vuestro pecado permanece. Jesús confirma la ceguera de ellos. Por el contrario, el ciego de nuestra historia tenía las cualidades precisas para dejar de serlo: Fe, lealtad, sincera confesión, adoración…

 

Conclusión:

¿Hay alguno que quiera acercarse al Divino Ser Sanador? ¡Qué lo diga y… oraremos por él!

 

 

 

 

060303

  Barcelona, 13 de enero de 1974

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101 EL AMOR ENTRE LOS CREYENTES

Juan 13:1-5, 12-14, 34, 35

 

Introducción:

No descubrimos nada nuevo al decir que todo ser tiene hondas necesidades sociales. Necesita amar a otros y lo que es más importante, sentirse amado. Sí, sabemos que las personas más desgraciadas son aquellas que se sienten solas, abandonadas o rechazadas. Tanto es así, que no importa lo que uno pueda tener, sin amor, su vida es una amarga peregrinación. Emocionalmente es verdadero el dicho: ¡El mundo se está muriendo por falta de amor!

  Sí, pero, ¿qué es amor? Habla el Diccionario: Con este término se designan actividades de naturaleza diversa pero que tienen relación con los conceptos de inclinación, pasión, aspiración, etc. Por lo demás, es necesario anotar estas dos tendencias más sobresalientes en cuanto a la definición del amor: (a) La griega. Su máximo teórico fue Platón pues afirmaba que el amor es la aspiración de lo menos perfecto a lo más perfecto. Que el real movimiento parte del ser amante y el final del amado, en cuanto atrae a aquél. Lo amado, pues, no necesita amar: ¡Todo su ser es apetecible! (b) La cristiana. El amor parte de lo amado, en el cual se da el amor modélico: la tendencia que tiende lo perfecto a descender hacia lo que es menos perfecto para atraerlo hacia él y salvarlo.

Pero, hay más. Aparte de la consideración teórica, metafísica y teológica del amor, los filósofos modernos han prestado gran atención al amor desde el punto de vista psicológico y hasta sociológico ya que constituye uno de los módulos de regulación entre todos los hombres que componen nuestra sociedad. Si esta preocupación suscita y remueve la mente de los intelectuales no es por otra cosa que por considerarlo vital en un mundo lleno de enorme incomprensión y taras sociales.

Jesucristo vino al mundo para revelar el amor superlativo de Dios a los hombres, un amor que se expresa al final en la entrega voluntaria de sí mismo a la muerte en favor de otros: Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos, Juan 15:13. Su obra en la Cruz posibilita la nueva concepción del amor y hasta la nueva naturaleza, constituyendo su principal característica la fuerte capacidad de amar. Capacidad que se hace bien extensiva al Señor y a sus semejantes, aun a aquellos que la sociedad considera enemigos. De donde se desprende el hecho de que ahora sí, ahora es posible que dos personas se amen a pesar de que antes no podían ni siquiera hablarse, que dos personas que antes se tenían por amo y siervo puedan amarse ocupando cada uno el lugar que le corresponde, que dos personas se entiendan y sin conocerse apenas por el simple hecho de saberse creyentes en el mismo Señor Jesús, y que, en suma, dos personas se amen hasta llegar a dar la vida el uno por el otro si fuese necesario.

Pero, ¿de dónde ha salido esta rara filosofía que parece locura al resto de la humanidad? Leer 1 Cor. 13:1-7. Sí, este es el amor y sus principales manifestaciones pero, ¿cuál es la fuente? Leer ahora 1 Jn. 4:8. Entonces, lo que el mundo necesita mucho más es precisamente lo que Cristo vino a ofrecer, puesto que si las peleas personales, suicidios, homicidios e injusticias evidencian la falta de amor, por otro lado sabemos que Él fue enviado para darnos la suprema lección del tema: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados, 1 Jn. 4:10.

 

Desarrollo:

Juan 13:1. Antes de la fiesta de Pascua… Situemos la escena. Ahora estamos en el llamado Aposento Alto, en la ciudad de Jerusalén. Jesús sabía bien que su ministerio público estaba tocando a su fin. Sólo faltaba su obra suprema: ¡Morir en la Cruz! Y a pesar de que aquellos horas vividas eran, sin duda, muy angustiosas, no vacila en aprovechar las pocas oportunidades que aún tiene para dar una lección a sus discípulos. Así, pocos minutos antes de empezar la Cena Pascual, que instituiría más tarde como recordatorio de su nombre y venida, o quizá fuese durante el transcurso de la Cena propiamente dicha, el momento quizá no importa, Jesús aprovecha la ocasión para mostrar a sus discípulos lo que es el amor y la humildad en acción. Sabiendo que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre… Ahora Él está seguro del terreno que pisa. Sabe que su hora ha llegado por más que pensemos que Él nunca dejó de saberlo, aunque ahora el momento se hace denso, se mastica. En varias ocasiones demostró que sabía de su final ignominioso, Juan 2:4; 7:6; 8:20, pero ahora, recién apagado los vítores de la muchedumbre es consciente de que la hora ha llegado, y que debe terminar su ministerio terrenal y volver con el Padre. Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Este detalle es muy revelador. Era porque Jesús sabía que su hora había llegado que amó a sus discípulos hasta el fin, o lo que es lo mismo, ¡los amó siempre! Pero aquí hay una idea, una consideración que debemos hacer. El verbo “amar” está escrito en tiempo de pretérito indefinido, indicando un acto determinado en un momento determinado. Y la expresión “hasta el fin”, podría referirse al límite del tiempo, es decir, hasta el término de su vida terrenal, o a la última voz o manifestación del amor, o al grado de intensidad de su amor, o quizá a las tres cosas o, por lo menos, las dos últimas por cuanto casan mejor con todo el contexto. Aún nos queda otra expresión digna de discutir: La frase “estaban en el mundo” nos indica sin duda que hay otros que pudieran no estarlo. Nos referimos a ese Seno de Abraham dicho o comentado por el rico de la historia de Lázaro, a ese cielo poblado por seres ya en comunión con el Padre, a ese estado en que las almas ya gustan del amor de Dios y de su Cristo.

Juan 13:2. Cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas, hijo de Simón, que le entregase… Ya sabemos que la cena era un momento de íntima comunión para todos los judíos. Y sabemos que aquella cena aún lo era más. Pero el feliz acontecimiento tenía su lado negro, su adverso, la excepción que confirmase la regla: Judas Iscariote, el único discípulo que no era de Galilea, se prestó como instrumento del diablo para dar o entregar a Jesús a los líderes religioso que estaban determinados a destruirlo.

El caso de Judas es bien curioso: Jesús lo llamó al oficio del apostolado aun a sabiendas de su carácter real, Juan 6:64, 70. A continuación Judas, según parece, se granjeó la confianza de sus compañeros quienes le encargaron el cuidado de los presentes que se les habían hecho y todos sus medios de subsistencia cotidiana. Y cuando los doce fueron a predicar y obrar milagros, Judas debió estar con ellos y recibir las mismas facultades. Sin embargo, aun en ese tiempo, tenía el defecto de apropiarse de una parte del fondo común para su propia uso, Juan 12:6, y, por último como sabemos, selló su infamia con la entrega que hizo de nuestro Señor a los judíos por dinero. Pero la confesión que hizo lleno de remordimiento asegurando la inocencia de su Jesús cuando la cosa ya no tenía remedio es bien notable, Mat. 27:4, y el espantoso fin que tuvo nos hace pensar en el triste papel que desempeñó en la historia de Cristo y la de su salvación. Ahora viene a cuento una cuestión importante. Sí, sabemos que lo hizo todo porque así estaba escrito, pero, ¿era libre o no de seguir esta inclinación? Era libre, al igual que lo somos cada uno de nosotros. No podemos culpar a Dios de injusto y lo estaríamos haciendo si creyésemos que Judas no pudo evitar o eludir su destino. Él tuvo su oportunidad de darse cuenta del fin a que se dirigía haciendo caso al diablo y a sus innatos deseos de avaricia. Por otra parte, existe el hecho de que Jesús lo escogió dándole así un escape vital que hubiese podido utilizar sólo con que lo hubiese querido.

Volviendo al punto donde dejamos la acción, sabemos que a la luz de lo que dicen los Evangelios, Judas debió salir antes de instituirse la Cena del Señor, puesto que de otro modo no habría tenido tiempo de llevar a cabo su infame y cruel trato. Claro que el acto de Judas no fue una sorpresa para Jesús ni estorbó el propósito de Dios. Por el contrario, el Señor aprovecha y aun encamina los pies y planes de sus enemigos para lograr sus propósitos. Quizá este punto negro de la actitud de Judas esté puesto aquí para contrastar de forma tremenda con la poderosa luz que emana de la actitud amorosa de Cristo en contraposición con la negativa de aquél. De todos modos, este suceso fue determinante en el futuro de la Iglesia puesto que se tomó la sana costumbre de separar de las cenas a todos aquellos que su actitud pública no era lo suficiente cristiana que hubiera sido de desear, 1 Cor. 5:11.

Juan 13:3. Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en sus manos, y que había salido de Dios y a Dios iba… Sin duda los vs. que hemos estudiado nos preparan para entender la actitud y el por qué Jesús lavó los pies de sus discípulos. Aunque Él sabía todas las cosas, que su hora de volver al Padre había llegado, que Éste le había dado la suprema autoridad aquí en la tierra, que había procedido de Él y que pronto regresaría al mismo, consciente de todo esto y mucho más que no hace falta relatar en esta ocasión, lavó los pies de sus discípulos. Por otra parte, y eso sí debemos decirlo, Él sabía bien que había venido del Padre sin dejarlo del todo; es decir, que hablando de forma espiritual, en ningún momento había dejado de ser Dios y, lo que también es importante, Él regresaba al Padre sin abandonarlo del todo. Sabiendo todo esto, conociendo desde la creación del mundo hasta su fin, palpando las horas venideras y sintiendo el cruel y tortuoso carácter humano, les lavó los pies a todos sus discípulos.

Juan 13:4. Se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó. Seguramente la disputa de los discípulos, unos instantes antes, sobre quien de ellos sería el mayor en su Reino, Luc. 22:24, le entristeció o le apenó mucho. Y quizás aquella disputa también tuvo que ver sobre quién ocuparía el lugar más prominente en la mesa y sobre quién recaería el papel de siervo o esclavo en el ritual obligatorio lavado de los pies. Claro, a nadie se le ocurrió pensar que este papel lo iba a reclamar el mismo Jesús para sí. Pero el Maestro, tal vez con este episodio en mente y deseando dejarles un ejemplo inolvidable de la grandeza del servicio, les lavó los pies a todos. Lo curioso del caso es que sólo Juan, el llamado discípulo del amor, registra este caso, anota este evento. Lo cierto es que tal vez lo hizo por haberle quedado fijo y grabado en el corazón más que por otra razón más complicada.

El evangelista prosigue:

Juan 13:5. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies a sus discípulos, y a enjuagarlos con la toalla con que estaba ceñido. Al parecer, Juan recordaba bien estos detalles a pesar de que ya habían pasado unos setenta años desde que escribió su Evangelio y el momento en que realmente sucedieron las cosas.

Juan 13:12. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Veamos de nuevo la escena. Los discípulos estarían expectantes e incluso muchos habían protestado por la actitud de Jesús, y cuando éste termina su extraño servicio que, sin duda, tuvo que afectarlos de manera profunda, y se echó sobre su lado izquierdo en la colchoneta de la mesa, les hace la pregunta que tiene la virtud de dejarlos más atónitos si cabe. Sólo un paréntesis para explicar mi frase “reclinarse sobre su brazo”: Este volver a la mesa, en gr. significa literalmente reclinarse o acostarse. Sabido es que la costumbre de la época era reclinarse alrededor de la mesa de unos diez o doce cm de altura y alcanzar la comida con la mano derecha. Ahora ya, volviendo a lo que importa, repetimos la inquietante pregunta del Maestro: ¿Sabéis lo que os he hecho? En primer lugar sirvió sin duda para llamar la atención de ellos sobre lo que les iba a decir enseguida, a continuación, puesto que no podía referirse a los hechos concretos que habían visto con sus propios ojos. Sabían muy bien lo que les había hecho, había sido un completo lavatorio de pies, pero, ¿por qué motivo? ¿Cuál era la razón de esta humillación aparente? ¿Qué pretendía o quería decirles? ¿Qué debían contestar…? La expectación se hizo patente hasta conseguir menguar la respiración:

Juan 13:13. Sí, vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Esta es la introducción a la lección que seguirá y que los discípulos esperan ya. (Este título era normal para un rabí, siendo opuesto a la condición de discípulo y en cuanto a Señor, otro título que se aplicaba también a los rabinos, es del mismo modo opuesto a siervo). Sabemos que Jesús no buscaba su vanagloria ni el aplauso de los hombres, pero nunca les negó ni reprochó que le reconocieran o que le confesaran su grandeza. Pero aquí, al reconocerlo Él mismo, y lo que es más, al declarar la posición de ellos, de discípulos o siervos, les está preparando muy bien para la apelación y aplicación que sigue:

Juan 13:14. Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis lavaron los pies los unos a los otros. Los pronombres “yo” y “vosotros” son enfáticos y diametralmente opuestos. En contraste con ellos, con todos los discípulos que buscaban ocupar el primer lugar de honor, Jesús tomó el último lugar, el lugar de la humildad. El acto de tomar la toalla y lavar los sucios pies de los hombres era una descripción gráfica de todo su ministerio terrenal de servicio y sufrimiento, Fil. 2:6-8. Por otro lado, este vosotros también debéis lavarse habla de un deber, obligación o deuda que todo creyente tiene para con los demás discípulos del Señor. Así, en otras palabras: en varias circunstancias semejantes, el creyente debe tener una disposición de servir a los hermanos, aun en las tareas humildes. De donde se desprende la idea de que aun la tarea más baja cobra nobleza y dignidad si se hace en nombre de Cristo y para su gloria, y también, que un servicio que no es nada o demasiado humilde para que el Señor Jesús lo haga, no debe ser demasiado para que nosotros no podamos hacerlo también.

Esta costumbre de lavar los pies los unos a los otros se ha practicado entre los grupos de cristianos como ordenanza desde el siglo IV, aunque, sin embargo, no parece ser un mandato claro de Cristo que deba ser realizado de forma periódica. Ya sabemos que la mención que se hace en 1 Tim. 5:10, probablemente se refiera a un determinado tipo de ministerio en uso en aquella época en que se andaba descalzo o con sandalias y que, desde luego, era un servicio inapreciable para el visitante o amigo, más bien que un acto que formaba parte del culto a Dios.

Juan 13:34. Un mandamiento nuevo os doy: Fijémonos que la ley exigía amor entre los hombres en los siguientes términos: ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo! Lev. 19:18. ¿En qué sentido es un nuevo mandamiento el que nos da Jesucristo? Hay varias explicaciones, dos de las cuales son: (a) El motivo del amor es nuevo precisamente porque “Cristo nos amó”, y (b) el objeto del amor es nuevo precisamente porque debemos amar a todas las personas que están o son de Cristo Jesús. Como os he amado, que también os améis unos a otros. El creyente tiene en Jesús un gran ejemplo de cómo debe amar a otros. ¿Y cómo hacerlo? ¡Cómo Él nos amó a nosotros! Entonces, y a partir de este preciso punto, este amor deja de ser algo abstracto para pasar a ser algo perfectamente definido y hasta concreto. No hay excusa ni escapatoria posible. La medida de nuestro amor a los demás es la usada por el propio Cristo, y a fe que la dejó bien colmada.

Juan 13:35. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieseis amor los unos a los otros. Siendo como eran unos miembros individualistas con tendencias claras a la división, la exhortación del Maestro los iba a dejar fijos y forjados en una misma masa capaz de plantar para siempre un frente común: ¡El servicio para con los demás! Esta misma virtud, que brilló de forma notable en su Maestro, llegaría a ser ahora la característica para poder identificar a los verdaderos y santos discípulos. De donde extraemos que la marca inconfundible de la Iglesia del Señor, entonces y ahora, no está compuesta por ciertos milagros, organizaciones, edificios, prestigio ni número de miembros, sino de amor.

 

Conclusión:

Tertuliano nos dejó dicho en un comentario del siglo II, cuando escribía lo que le decían los incrédulos al observar a aquella pujante Iglesia: ¡Mirar cómo se aman!

Hagamos un examen de conciencia y que cada uno de nosotros responda asimismo si esta es la frase que oímos de forma viva y constante por boca de nuestros vecinos cuando se refieren a nosotros y a nuestra Iglesia.

Leer 1 Jn. 4:8-16.

 

 

 

 

060304

  Barcelona, 20 de enero de 1974

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102 VIDA EN CRISTO

Juan 15:1-11

 

Introducción:

Un viñatero llevó a su hijo de corta edad a su viña, en tiempo de poda. Éste se fijó como el padre cortó varias ramas de la vid, aparentemente, incluso más de la cuenta. Y luego, los sarmientos que dejó, los limpió con cariño arrancando hojas secas e incluso, el viejo fruto que aún tenía. Y tan severo le pareció este trabajo a nuestro zagal que le dijo a su padre:

–Papá, has matado la vid. Y ya no podrá crecer otra vez. ¿Por qué la has matado?

–Es verdad que la vid parece muerta –respondió el padre-. Y tienes razón creyendo que parezco cruel por haberla cortado demasiado. Pero sé que la planta no crecerá bien si no la podo a conciencia. Tengo que quitarle todas las ramas secas, hasta los racimos que han quedado de la cosecha anterior, para que crezca de nuevo este año. Has de saber que si no la limpio bien no dará fruto. Así que aunque te parezca que la he matado, lo que he hecho en realidad es darle una nueva vida.

¿Cómo podemos aprovechar los recursos que Cristo tiene para nosotros? ¿Cómo podemos vivir en Él? ¿Cómo hemos de ser y hasta portarnos para que Él viva en nosotros? ¿Cómo podemos aprovechar toda su savia? Estas y otras tantas preguntas son las que hoy vamos a intentar contestar.

Sabemos que para muchas personas la religión está divorciada de la vida diaria, de la conducta, de la labor, de las actitudes personales, etc. Que, en suma, no es igual “predicar que dar trigo.” Una cosa es venir los domingos a la iglesia y otra muy diferente, es dar nuestra vida en la cotidiana lucha por los demás. Aún hay otros que indican que la fe cristiana tiene que ver sólo con la esperanza de vida en comunión con Dios Padre después de la muerte, no antes. Que creemos en Cristo y esto da suficiente garantía para gozar eternamente de su Salvación, y sí, es verdad, pero protestamos ante semejante criterio. Otros, en cambio, aseguran que esta fe cristiana aún va más allá y añaden a lo expuesto que debe demostrarse con los cultos y servicios religiosos, que acuden a los templos y otros lugares de reunión con cierta asiduidad y que aquí se acaba la historia, pero volvemos a protestar delante de semejante forma de pensar. Aún hay otros más que dicen que la fe cristiana tiene que demostrarse con buenos argumentos en metálico para sostener obras en la lejanía, pero protestamos delante de este criterio.

Es cierto que la fe tiene que ver con todo eso, pero hay mucho más. Si la limitamos a formas externas y vacías, la vamos a enterrar. La fe cristiana es viva, es energía, es movimiento, es impulsiva, es incluso agresiva, es… es… savia de Cristo. No olvidemos hermanos que Jesús habla en el cap. 14 de Juan, de las moradas celestiales y de lo que los creyentes podemos esperar de Él, pero también es cierto que en el presente cap. 15 nos habla de las cosas terrenales, perfectamente digeribles con nuestros actuales estómagos, de lo que debe ser la vida del creyente en su quehacer y andar diario, de como debe relacionarse con sus semejantes y de cómo lograr una vida de gozo, incluso en medio de los males y adversidades.

En una palabra, vamos a estudiar el cap en el que Jesús nos señala de forma explícita lo que espera de nosotros, ¡fruto! Pero, ¿cuál es el fruto que espera? (a) Un carácter moldeado a su imagen y semejanza (ahora explicar algunas particularidades del moldeo: Igual al molde. Igual al modelo). ¿Y cómo podemos definir al molde, a Cristo? ¿Cuáles son sus resultados? Rom. 8:28-30; Gál. 5:22, 23. (b) Un servicio a otros, comunicándoles el Evangelio y atendiendo a sus necesidades físicas en cuanto le sea posible. Y… ¡esto es todo!

 

Desarrollo:

Juan 15:1. Yo soy la vid verdadera. En el AT, Sal. 80:8-19; Isa. 5:1-7; Jer. 2:21 y otros, Israel se presenta como la Vid de Dios. Pero muchas veces no dio el fruto que Dios esperaba de ella, o el fruto era agrio o no servía para nada. Sabemos con certeza que la llamada Vid de Dios se negó a cumplir el propósito que el Señor había preparado para ella. Aquí Jesús pronuncia con solemnidad que Él mismo es la vid verdadera, la genuina, el modelo real, el arquetipo de aquella otra secundaria de Israel; que, dicho sea de paso, no fue sino más que un ensayo, en suma, la vid que daría el fruto apetecido por Dios, el fruto que agradaría a su Padre celestial. Así que, en otras palabras, todo aquello que Dios quiso conseguir por medio de su pueblo escogido Israel, y que no consiguió en razón a su rebeldía, ahora iba a lograrlo por medio de Cristo y el nuevo pueblo escogido de seguidores que venían a ser el “Nuevo Israel.”

Esta es la última vez que el apóstol cita la expresión de Jesús: “Yo soy”, pero tiene un contexto extraordinario:

Sigue Juan 15:1. Mi Padre es el Labrador. Tenemos así, que es el mismísimo Dios Padre el que cuida y trabaja en y por medio de su viña. De donde, usando la misma figura citada por Cristo fácilmente podemos explicar que es el Padre, parangonando al labrador, quien riega, limpia, poda y mima a la cepa y lo que es importante: a todas las ramas, los sarmientos, que alimentadas por aquélla deben dar frutos apetecibles a sus ojos, so pena, de ser arrancados de forma irremediable en la época adecuada.

Finalmente hagamos referencia al hecho de que todos los frutos esperados no serán valorados por nuestros propios ojos, cosa que tan acostumbrados estamos a hacer, sino por otros ajenos y perfectamente justos, los cuales sin duda calibrarán su calidad y decidirán a la luz de este criterio si el sarmiento en cuestión debe seguir existiendo o no.

Juan 15:2. Todo pámpano que en mi no lleva fruto, lo quitará. Está bien claro. El agricultor, el Padre, aplica las tijeras a las ramas que son estériles o muertas por una razón perfectamente lógica: ¿Cuál es? Pues evitar que los pámpanos, estas ramas, estorben el normal desarrollo de los fructíferos. ¿Hay injusticia es esta actitud? Ninguna. El labrador de la viña sólo tiene un propósito: ¡Qué produzca fruto abundante y de buena calidad y la limpieza radical de todo aquello que impida esta realidad, debe ser roto, podado y eliminado. Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto. Somos conscientes de que el labrador sabe que aun los sarmientos que producen fruto deben ser limpiados de hojas y ramitas inútiles que absorben la savia tan vital para su crecimiento. Y otra vez, en esta parte del mimo del agricultor, vemos la misma ansia o avidez: ¡Qué haya buena y abundante cosecha! De todas formas es importante que el labrador sepa cuándo y cómo podar su hacienda. De lo que si estamos seguros es que Dios, el Padre, si lo sabe: Muchas veces ha limpiado su viña, la Iglesia. Por las persecuciones que, en el momento y a los ojos de los propios perseguidos, parecía que deseaba destruir de forma total a la planta más que sanearla, pero, a la larga, en la época del fruto, se comprobaba que la viña era mucho más fructífera que antes de la poda.

Juan 15:3. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Anda, resulta así, que otra tijera que Dios emplea para limpiar los pámpanos es las Escrituras, ya que sabemos que la lectura diaria de la Biblia crea en el creyente una conciencia de la diferencia entre el bien y el mal, entre lo que gusta al Señor y lo que le desagrada. Y así, el creyente que día a día se alimenta de la savia, con la ayuda de Dios, irá eliminando las cosas que estorban a su vida y testimonios cristianos. Jesús dice que los once apóstoles estaban básicamente limpios por las voces y palabras que habían escuchado de sus labios y, que por lo tanto, estaban ya bien preparados para dar frutos y frutos en abundancia, ejemplares.

Juan 15:4. Permanecer en mí y yo en vosotros. La firme y primera condición esencial para producir fruto es una buena limpieza radical. La segunda es que exista una relación vital. Para recalcar la necesidad de una relación así entre él y sus seguidores, Jesús emplea la palabra permanecer, unas diez veces en el texto de esta lección. El término señala muy bien el hecho de mantener una conexión sin romper entre el pámpano fructífero y el tronco propiamente dicho. Es curioso pues Jesús presenta este hecho como un mandato, no es optativo. Si se emplea la preposición “en” nada menos que trece veces es para indicar la relación vital entre Cristo y sus seguidores, la vid y los pámpanos, si es que han de dar frutos. Pero aún hay más, es también una acción recíproca: ¡Nosotros en Él y Él en nosotros! Cómo el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo sino permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Era y es un hecho conocido por todos por su simpleza que un pámpano que no esté unido, soldado al tronco de la vida, no puede dar fruto. Pero es que precisamente, hermanos, la misma simpleza compone el binomio Cristo/seguidores. Si uno no está sólidamente unido al tronco de la vida, no puede tener esos frutos apetecibles a los ojos del labrador puesto que al no recibir savia, vital para su subsistencia, no puede existir. Sí, así de claro, así de lógico. Permanecer en Él es lo mismo o significa lo mismo, que significa para el pámpano al estar conectado a la vid.

Juan 15:5.Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, y el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Jesús repite y resume todo lo que ha dicho hasta este momento en cuanto a una relación vital, o en cuanto a la necesidad de vida con él, viendo y asegurando que esa relación resultará de manera indefectible en un fruto abundante. Aquí debemos notar una triple progresión de la figura del fruto: (a) Fruto simplemente en el v. 2; (b) más fruto en la segunda parte del v. 2, y (c) mucho fruto en el v. 5. Y ahora Jesús remacha la idea y la consecuencia negativa, firme y contundente, de esa escalada idílica: ¡Porque separados de mí, nada podéis hacer! Seria advertencia que nos señala que es imposible hacer algo, es decir, llegar fruto, estando cortados, separados o desvinculados de Él. No hace falta más comentarios por lo claro que nos resulta el mensaje.

Juan 15:6. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará, y los recogen y los echan en el fuego y arden. Los verbos será echado y se secará, en el gr. están escritos en pretérito indefinido. Y se usan así para indicar la idea de un hecho tan seguro como si este ya hubiese tenido lugar. El proceso de podar la vid, echar las ramas fuera, verlas secar y quemar, etc. era común en la zona y presentan una descripción sorprendente, clara y categórica de aquellos que, en apariencia, están unidos a Cristo, pero que no lo están la realidad. En una palabra: Aquellos cristianos que no demuestran con hechos la calidad de sus frutos, dicen ni más ni menos, que a pesar de ser pámpanos, están en la época de secarse al sol y, por consiguiente, a la espera de ser quemados. En palabras más reales, sin que por ello pierda valor la alegoría presentada: Todos estos humanos, espiritualmente se secarán, serán echados afuera y al final se quemarán en el juicio final.

Juan 15:7. Si permanecéis en mí, y mis palabras lo hacen en vosotros… Aquí el Señor agrega una condición más. Hemos visto en el 5 que es Jesús el que permanece en los creyentes, aquí son sus palabras las que están en ellos. Pero sabemos que en Cristo Jesús y sus palabras son inseparables en el corazón del creyente puesto que por éstas, Él se presenta y se une a su pueblo. Es decir, la suma de sus dichos es una revelación de Él por la cual nos presenta su naturaleza más íntima. Por sus dichos y hechos lo hemos conocido. Pedir todo lo que queráis y os será hecho. Ahora estamos delante de un pasaje tremendo y peligroso en oposición con todo lo que hemos estado estudiando hasta aquí. Esta frase interpretada en forma literal y aparte del contexto ha creado una gran desilusión en algunos de los creyentes. Mi propia madre, que era considerada como una gran cristiana, fue una de ellas. Estuvo dos horas orando ante la cama de su padre, mi abuelo, intentando curarle por medio de la oración y al no conseguirlo, tuvo una gran crisis espiritual que le costó superar. Por el contrario, esta frase, interpretada a la luz del contexto, ha sido confirmada y hasta corroborada con la experiencia diaria de la mayoría de los discípulos de Cristo. En primer lugar, pues, la oración para el creyente es un privilegio, un gran privilegio, pero también es un mandato. Pedir es uno de los términos más fuertes en relación con la oración y como podemos ver, está escrito en imperativo. Sí, “pedir”, pero las condiciones para pedir lo que queremos con la confianza de recibirlo, son: (a) permanecer en el Señor, y (b) asegurar que sus palabras estén siempre, de forma continua, en nuestras mentes. Si reunimos estas condiciones podremos pedir lo que queramos sin tapujos con la esperanza de recibirlo, puesto que sus solicitudes estarán de acuerdo con el propósito y voluntad de Cristo, aunque aún hay más, tendrán como fin el propósito de glorificarlo por medio del fruto que produce.

Juan 15:8. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Esto es el resultado: La oración eficaz escrita en el v. 7 y la unión con Cristo Jesús denunciada en el v. 6, asegura una vida fructífera estudiada ya en el v. 5 y en este v. 8 que ahora desgranamos. Todos los frutos apetecibles son de forma la gloria del Padre y para su Hijo, del mismo modo que los frutos lo son para el agricultor haciéndole olvidar sufrimientos y sueño sólo con mirarlos y sopesarlos. Pero no terminan aquí las enseñanzas de este hermoso v.: Resulta que la glorificación del Padre, por otro lado, es uno de los factores determinantes para conseguir más fruto, puesto que de hecho con este: y seáis mis discípulos indica que en la actualidad aún no lo somos del todo. Es decir: Parece que se nos señala que esta gloria es el empuje final para que lleguemos a ser sus fieles discípulos, con la idea implícita de un proceso hacia el ideal perfecto. De donde se desprende el hecho de que a más fruto, más gloria para el Señor, más perfección para nosotros, mucho más fruto, más gloria, más perfección y así hasta aquel día en que por fin, hayamos copado hasta rebosar toda la copa que nos está destinada.

Juan 15:9. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado. Lo hemos venido diciendo estos domingos, el amor de Cristo por sus seguidores es de la misma calidad y profundidad que el amor del Padre para con el Hijo. Es del todo imposible emplear un lenguaje más alto, fuerte y a la vez más explícito. La idea se nos presenta muy clara. El cómo es un adverbio de modo que señala, describe y limita una manera de acción. Permanecer en mi amor. Esto es definitivo. Conscientes del infinito amor de Cristo para con nosotros, debemos sentirnos constreñidos a vivir de manera constante en ese amor. Es decir: ¡Dejar hacer que Él sea el que nos alimente!

Juan 15:10. Dice: Si guardarais mis mandamientos estaréis o permaneceréis en mi amor. El hecho de permanecer en el amor de Cristo se ve y manifiesta por una obediencia consciente y total a sus mandatos. Más, dicho de otra forma, la práctica de guardar con entusiasmo todos sus mandatos nos asegura la continuidad de su bendición de amor hacia nosotros. Así como he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor… Este es el puente vivo, cierto y eficaz, pues si me amáis, guardar mis mandamientos de esta forma nos aseguramos su amor eterno. Así, la misma relación de obediencia y amor recíprocos deben verse, manifestarse entre los fieles discípulos y Cristo, como lo hizo ya entre éste y el Padre.

Juan 15:11. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros. Con este v concluye la alegoría de la viña. Es la primera vez que Juan menciona el gozo de Jesús. Fijémonos bien, esta referencia al gozo se emplea en la misma noche de la crucifixión. Así que ya podemos decir que el gozo que Cristo experimentaba se desprende del hecho de saberse en comunión con el Padre, el cual le sostenía en sus tentaciones, dolores y sufrimientos, pero, y lo que es importante: El Señor Jesús dice que nos ha hablado estas cosas para que su gozo también esté en nosotros. Esta es la relación: Una unión vital y obediente con Cristo redunda en gozo del propio Hijo de Dios y. a su vez, en la savia para el propio creyente. Y que vuestro gozo sea cumplido. Sí, el corazón humano no puede sentir un gozo más grande y sublime que este: “Saberse alimentado por Cristo”, tener, hacer o producir frutos y, como consecuencia, generar gloria a el Padre, principio, subsistencia y fin de todo lo creado.

 

Conclusión:

Hermanos, no podemos engañarnos. Los frutos de este Espíritu son claros: Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, bondad, fe, mansedumbre: Contra tales cosas no hay ley, Gál. 5:22, 23.

Si hacemos esto, nuestro gozo se verá cumplido.

¡Amén!

 

 

 

 

060305

  Barcelona, 27 de enero de 1974

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103 LA PROMESA DEL CONSOLADOR

Juan 16:4c-15

 

Introducción:

Esta lección es la última de la serie de seis que hemos venido estudiando bajo el lema: “El Hijo de Dios está entre nosotros.” Recordémoslas por encima: (a) Agua: Agua viva: Yo soy el agua viva, cualquiera que de mí bebiere jamás volverá a tener sed, Juan 4:14. (b) Pan: Pan para los hambrientos: Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo, Juan 6:33. (c) Luz: Luz para los ciegos: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida, Juan 8:12. (d) Siervo: El amor entre los creyentes: En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos a los otros, Juan 13:35. (e) Vida: Vida en Cristo: Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre, sino por mí, Juan 14:6. Y (f) Consolador: La promesa del Consolador: El Consolador, el Espíritu Santo, a quien mi Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho, Juan 14:26.

Vamos a encararnos hoy con la más difícil de las seis puesto que trataremos de algo intangible como puede ser el Espíritu de Dios. Algunos creyentes han tenido muy poco que decir sobre el ministerio del Espíritu Santo. Por los grandes estudiosos de la Biblia se señalan tres ideas o razones principales que explican este relativo silencio: (a) La naturaleza del Espíritu es señalar a Cristo en vez de llamar la atención sobre sí mismo. (b) Nos molesta todo aquello que no podemos controlar y que quiere controlarnos a nosotros. Y (c), el espíritu hace demanda sobre nosotros personalmente, y tenemos la tendencia de resistirlo.

Por otro lado, hay razones fundamentales por las cuales nos conviene estudiar el Ministerio del Espíritu Santo, en especial, en relación con nuestras vidas y nuestro servicio al Señor: (a) Por su prominencia en la Biblia. (b) Porque es por su ministerio, que los eventos históricos de nuestra fe se aplican a nuestra vida hoy en día. (c) Porque hay muchas perversiones de la doctrina del E. Santo, y (d) porque hemos permitido que entren en nuestras casas e iglesias muchos sustitutos engañosos a la acción del Espíritu, tales como ciertas acciones emocionales, activismo, organización y personalismo.

 

Desarrollo:

Juan 16:4c. Esto no os lo dije al principio porque yo estaba con vosotros. La exposición es clara. Mientras Jesús estaba con sus discípulos, contra él se dirigía la oposición e incredulidad de sus enemigos, y como su sola presencia bastaba para proteger y conformar a los suyos, les visitaba las más sombrías predicciones relativas al odio del mundo. Pero estas claras palabras: No os lo dije al principio, presentan una dificultad que ha ocupado de forma singular a los exégetas. Veamos: Desde el principio, es decir, desde el mismo Sermón del Monte y desde el envío de los discípulos de dos en dos, Jesús había anunciado con claridad que ellos tendrían que soportar persecuciones. ¿Dónde está, pues, la razón de la diferencia que ahora indicamos? Estamos seguros que sabían bien por experiencia propia que habrían persecuciones puesto que la oposición de que fueron objeto desde los primeros días fácilmente los induciría a ello. Pero esto nunca había sido tan claro como hasta ahora. Lo que hay de nuevo en este discurso actual, es que les descubre la causa profunda y dolorosa de esas persecuciones que aún tendrían que soportar: el odio del mundo contra Cristo mismo y contra los suyos, un odio tal que Dios es el primer objetivo: Juan 15:18-24.

Tampoco les había señalado hasta entonces de forma tan directa ese fanatismo ciego del que él debía ser, al día siguiente, la primera víctima. Así que creemos que no les había revelado desde el principio esas profundidades de la corrupción humana porque no debían manifestarse más que en la propia cruz y delante de la sombra de su sola presencia. En resumen: En los primeros tiempos, cuando los discípulos aún disfrutaban del favor del pueblo no hubiesen creído en semejante incongruencia que era o representa el hecho de ser objetos principales de las ira del príncipe de este mundo, Satanás. Pero ahora mismo Jesús va a probarles con hechos hasta dónde son capaces de llegar los hombres dominados por el diablo.

Juan 16:5, 6. Pero ahora yo voy al que me envió. Y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, cierta tristeza ha llenado vuestro corazón. Oyendo estas palabras tan claras: Ahora me voy al que me envió, y todos los discípulos se paran o detienen únicamente en el dolor de la cruel separación, en otras palabras: La tristeza llena su corazón. Y ni sueñan en pedir nuevas luces acerca del fin glorioso que su buen Maestro iba ya a alcanzar. Así que Jesús se extraña y se aflige queriendo provocar en ellos preguntas a las cuales sería dichoso en responder. Tomadas en este sentido, las palabras no son contrarias a la pregunta a Simón Pedro en Juan 13:36: ¿A dónde vas? Ahora no puedes seguirme, me seguirás luego. O la interrupción de Tomás de Juan 14:5, si no sabemos donde vas, ¿cómo podemos saber el camino? En esta gran ocasión, los discípulos, enteramente preocupados aún por la suerte del reino terrestre del Mesías, deseaban no separarse de Él, más al contrario: ¡Seguirle enseguida, inmediatamente! Juan 13:37.

Juan 16:7. Porque yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, pues si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros, mas si me fuere, os lo enviaré. Jesús quería sacar a sus discípulos de esa melancolía y tristeza que los deja mudos en su presencia, y para ello procura hacerles comprender que su regreso a la Gloria es la una condición indispensable del envío del Espíritu Santo, que a partir de aquel momento, debía ser para ellos, la luz y la vida. Para entender bien este v debemos trasladarnos a otro cronológicamente más antiguo y claro: Juan 7:39. Estas palabras: Al Espíritu que habían de recibir los que creían en él, es la clave. Juan dice que ese Espíritu “no era aún”. Pero no quiere decir que el Espíritu de Dios no hubiese existido antes o que no se hubiese manifestado ya en el AT. Sabemos que Gén. 1:2, dice: El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Y que impelidos por Él vieron, hablaron y hasta profetizaron todos los Varones de Dios, 2 Ped. 1:21. Así que el pensamiento de Juan debe ser interpretado a la luz de las declaraciones de Jesús en el Aposento Alto que, precisamente hacen depender la venida del Espíritu Santo o Consolador, con la propia marcha de Cristo otra vez al Padre, puesto que fácilmente podemos identificar este don del Espíritu en el corazón de los hombres en el momento en que Jesús lo deja sano y limpio para que pueda morar de forma adecuada. Tenemos que fue en Pentecostés cuando por primera vez el Espíritu de Dios empezó a morar en el corazón de los hombres y a obrar en él como un principio de regeneración y vida. En este sentido, pues, el evangelista puede decir: No era aún el Espíritu. Y nos da una razón de peso, un buen argumento irrefutable: ¡Jesús no estaba aún glorificado!

  Volviendo a nuestro v vemos que la frase de Jesús os conviene que yo me vaya es, pues, desde dos puntos de vista, una verdad profunda. Por una parte, era necesario que la obra de nuestra redención fuera cumplida por la muerte, por la resurrección del Salvador y por su cierta elevación a la gloria divina. En una clara palabra, que toda potestad le hubiese sido dada en el cielo y en la tierra, Mat. 28:18, para que pudiera derramar su Espíritu sobre los suyos. Por otra parte, éstos iban a ser elevados por este mismo espíritu a una vida religiosa muy superior a la que habían conocido hasta entonces. Iban a ver ensanchado su fiel y propio conocimiento de las cosas eternas: No conocerán más a Cristo según la carne, es decir, bajo la condición de siervo; pero, por una comunión espiritual y viva con él, le poseerán glorificado y comprenderán la universalidad de sus claros enunciados y la espiritualidad de su reinado, que ellos, y sólo ellos, iban a consolidar en esta tierra con ayuda del anunciado Consolador. Era pues, conveniente que Él se fuera, aunque a ellos esta palabra les resultaría misteriosa e incomprensible aún. Un paréntesis tan solo para indicar que el término Consolador es la traducción del vocablo griego “Paracleto” que quiere decir: Uno que está llamado al lado de otro para prestarle ayuda. Aquí no hay comentarios.

Juan 16:8. Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado y de juicio. Otra faceta pues, de este Consolador tiene que ver con el mundo propiamente dicho: Dice el v que en cuanto al mundo, el Espíritu le convencerá con potencia de pecado, de justicia y de juicio. ¿Qué quiere decir esto? Convencer es un término jurídico; así se dice: Convencer a alguno de un crimen ante un tribunal. En las Escrituras estas palabras tienen la intención y significado morales, tanto más íntimo que tiene que ver con la propia conciencia. Cuando un alma es así convencida por estos tres grandes hechos del mundo moral: Pecado delante de Dios, justicia divina y juicio eterno, se produce en ella una crisis cuyo resultado puede ser el arrepentimiento y la salvación, 1 Cor 14:24, 25. O también el endurecimiento y la ruina, Hech. 24:25.

Juan 16:9. Sí, de pecado, por cuanto no creen en mí. Pues convencer de pecado al mundo, tal es la primera acción del Espíritu de Dios, es también el primer paso que puede andar el pecador hacia su renovación moral. Pero aquí, a la idea general de pecado expresada en el v. 8, Jesús añade un rasgo especial que caracteriza a la verdadera naturaleza del pecado en todo hombre y en particular en el mundo judío que había rechazado vez tras vez al único verdadero Mesías, la incredulidad: De pecado, por cuanto no creen en Mí. Puesto que debemos de saber que la más abrumadora demostración del pecado en todos los hombres, de su enemistad contra el Señor, consiste en rechazar a Aquel que fue sobre esta tierra la imagen viviente de la santidad y amor divinos. Este es el pecado en esencia, la fuente de todos los demás, y “la única causa de la condenación.” Fijémonos bien: Todos los demás pecados, expiados a fondo por la muerte de Cristo, pueden ser perdonados en cuanto el pecador abraza al Salvador con fe, pero éste al que ahora nos estamos refiriendo, precisamente por no creer en Él, por rechazarlo, le retiene en la muerte y hace imposible su salvación. En cuanto un hombre es convencido por Él, por usar las mismas palabras del texto, ya no tiene excusa ni escape: ¡O se arrepiente y vuelve la cara a Dios, o… se pierde!

Juan 16:10. De justicia, por cuanto voy al Padre, y no veréis más. Al mismo tiempo que el Espíritu convencerá al mundo de todo pecado, lo convencerá también de justicia, puesto que las dos ideas son inseparables. Pero esta justicia divina ha sido manifestada al mundo en Jesucristo y especialmente por su elevación a la gloria. Aunque fuera el Santo y el Justo, no por eso dejó de ser desconocido del mundo, acusado, condenado y hasta ejecutado como un malhechor. Así que en Él, según todas las apariencias, la iniquidad triunfaba sobre la justicia. Pero, por su resurrección gloriosa y por su elevación a la diestra del Padre, fue declarado Hijo de Dios con potencia, Rom. 1:4, justificado por el Espíritu, 1 Tim. 3:16 y lo volvemos a decir, elevado a la diestra de Dios Padre como Príncipe y Salvador, Hech. 5:30, 31.

Así que el Espíritu debía convencer a todo el mundo de la justicia de Cristo mismo, como claramente lo indica con estas palabras: De justicia, por cuanto voy al Padre. Era necesaria, pues, su marcha y glorificación para que la propia justicia se manifestase y no hubiese lugar a dudas. Vino al mundo con una misión concreta que cumplir y la cumplió, era de justicia, pues, recibir el laurel del triunfo. Pero aquí aún hay más: ¿qué puede significar esta frase en apariencia sobrante de no me veréis más? Jesús declara directamente a sus discípulos que se va a hacer invisible a causa de su retorno al lado del Padre y este giro personal que ahora da al enunciado de su pensamiento ya puede explicarse ora por la intención de testificarles su tierna simpatía por el dolor que les causará la separación física, ora por el deseo de advertirles que tendrán que perder el hábito de su presencia material, que deberán aprender a no verle más según la carne, sino a entrar, por medio del Espíritu, en una comunión íntima y viviente con Él. Uniéndonos pues, de esta suerte, como Iglesia de Cristo y con las fuerzas del Espíritu Santo, convenceremos al mundo de su justicia y demostraremos a todos que Jesús es el Santo de Dios, el Salvador de los hombres, la fuente de la salvación y la vida eterna.

Juan 16:11. Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Donde quiera que el mundo sea convencido de su propio pecado y de la viva justicia de Cristo, será también convencido de juicio. Y este juicio, claro, debía empezar por el que ha sido sobre la tierra, el autor del pecado, el príncipe de este mundo, Juan 12:31. Pero él ya está juzgado por el simple hecho de la obra de redención que iba a realizar el Salvador. Es decir, la fiel reivindicación de Cristo por la resurrección, como justicia encarnada de Dios, fue, a la vez, la condenación real del príncipe de este mundo como personificación de todo lo que se opone a Dios. Este evento estaba tan seguro en la mente de Jesús aun antes de realizarse físicamente, que lo presenta como algo ya prácticamente realizado: ¡Ya ha sido juzgado!

  Juan 16:12. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Para que el Espíritu pueda convencer al mundo, es necesario ante todo que obre en los apóstoles que serán los instrumentos de su acción sobre éste. Por eso, después de haber descrito esta acción, Cristo promete a sus discípulos que el Espíritu los va a conducir por la verdad y completará la instrucción que han recibido de Él. Sí, las enseñanzas de Jesús a sus discípulos contenían toda la verdad que habían podido digerir hasta entonces, pero los grandes desarrollos y las muchas aplicaciones de esta verdad que debían hacerse al establecer el Reino de Dios sobre la tierra les eran aún del todo desconocidas. Así, ignoraban, por ejemplo, el nacimiento y los progresos de una Iglesia cristiana que uniría en un solo cuerpo invisible a judíos y a gentiles. Por otro lado, aunque Jesús les hubiese dicho que Él debía morir por la redención del mundo y les hubiese presentado la fe en Él como medio de participar en aquélla, no podía, mientras su obra no estuviese acabada, enseñarles en su plenitud y la gran doctrina de la justificación por la fe. Por último, los apóstoles no podían comprender ni siquiera prever las profundidades de la regeneración del renunciamiento, de la vida divina en el hombre. El Señor tenía aún muchas cosas que decirles, pero ahora no podían sobrellevarlas.

Juan 16:13. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad. Aquí la verdad es presentada como una región desconocida por la cual el Espíritu sirve de guía y muestra el camino a seguir. Pero, ¿cuál es esta verdad? ¡Jesús mismo! Juan 14:6. Es decir, estas cosas, estas enseñanzas, vienen a ser la continuación de la vida de Jesús en esta tierra y la actitud a adoptar por sus seguidores a través de los siglos. Pero hay más enseñanzas que debemos explotar: Sobre esta promesa, muy bien cumplida en Pentecostés, se funda la autoridad divina de las enseñanzas de todos sus apóstoles, señalando además, que ya no quedan más revelaciones de la verdad. De paso, debemos señalar que los vs. 12 y 13 ya no pueden servir más de fundamento ni a la tradición católico romana ni a un misticismo que pretende dominar todas las revelaciones del Espíritu fuera del testimonio apostólico. Porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere. Sí, el Espíritu puede revelar toda la verdad porque no enseña de por su cuenta, sino que saca sus instrucciones en perfecta armonía con el Padre y con el Hijo, Juan 16:14, 15, que estudiaremos. Jesús formula el fundamento de la autoridad del Espíritu casi en los mismos términos en que basa la suya, su propia autoridad, una y otra reposan sobre la unidad de voluntad y acción del Padre celestial. Y os hará saber las cosas que habrán de venir. Sí, las cosas que han de venir pertenecen también a esa verdad que el E Santo ha de revelar. Es decir, tratará y de hecho conseguirá grabar en la memoria de los apóstoles las predicciones de Jesús concernientes al porvenir de su Reino, sus sucesivos progresos sobre la tierra y su glorioso cumplimiento.

Juan 16:14, 15. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso he dicho que de lo mío toma y os anunciará. Del mismo modo que el Hijo había glorificado al Padre revelando su naturaleza, Juan 1:18; 17:4, en palabras y hechos, así el Espíritu glorifica al Hijo también por el hecho de revelarlo. Por último queda analizar la expresión de una posesión que en boca de Jesucristo parece indelicada, y hasta incongruente: Mío, todo el Mío, etc. ¿Qué quiere decir esto? Leer Juan 17:10. Puede usar esta expresión pues forma una unidad indisoluble con el Padre. Asimismo el Espíritu, parte de la misma unidad, toma de lo suyo y lo anuncia para la glorificación del Hijo.

Este es el trío perfecto: ¡El Padre glorifica al Hijo, éste a al Padre y a su vez, el Espíritu lo hace a ambos!

 

Conclusión:

Tienes el Espíritu ya: Una joven cristiana oraba sin cesar a Dios cada día para que le diese el Espíritu Santo. Cierto día le pareció oír una voz que decía: –Hija mía, te di el Espíritu cuando aceptaste a mi Hijo. Tienes el Espíritu ya. Ahora debes dejar que Él viva en tu vida, que Él hable en tu voz, que Él piense con tu mente. Sólo así estarás llena de Él.

  Cada uno de nosotros tiene ya al Consolador, al Espíritu Santo. Dejemos que Él trabaje en nuestras vidas.

Así sea.

 

 

 

 

060306

  Barcelona, 3 de febrero de 1974

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104 VICTORIOSO EN LAS PRUEBAS

Juan 18:33-38; 19:7-11

 

Introducción:

Para situarnos en escena basta con recordar que Jesús fue entregado a los líderes religiosos por Judas estando en el huerto de Getsemaní y a continuación empezó a funcionar la máquina que iba a condenarlo. Sabemos que hubo por lo menos 6 juicios hasta que encontraron las bases falsas con que condenarlo y crucificarlo. (a) Ante Anás, el ex sumo sacerdote. (b) Ante el Sanedrín, que fue convocado antes del amanecer por falta de tiempo. En el transcurso de aquella reunión salió sentenciado a muerte por Caifás, el sumo sacerdote a la sazón. Esta asamblea era ilegal a causa de la hora. (c) Ante el propio Caifás y el Sanedrín en un juicio ya legal a los ojos de los judíos ya que abría su sesión a la hora preceptiva, ya amanecido. (d) Ante Pilato. Los judíos tenían que refrendar sus penas de muerte ante el poder ejecutivo: El gobernador romano. (e) Ante Herodes, y (f) Ante Pilato por segunda vez.

Nuestra lección está basada en los dos juicios delante Pilato.

 

Desarrollo:

Juan 18:33. ¿Cuál es la pregunta básica? ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Lo primero que notamos es el tono en que está hecha la pregunta. Sin duda denota extrañeza con algún ribete de ironía. Pero esta pregunta de Pilato no se comprende si no tenemos en cuenta los vs. anteriores. Y podemos admitir perfectamente que los judíos, aun sin ver la pretensión solapada del v 30, en el que insinuaban la condena que presumían, han acabado de formular su acusación en toda regla. En Luc. 23:2, vemos que el principal punto de la acusación consistía en el hecho de que Cristo decía ser el Mesías. Así, ¿en que se basaba la notoria inquina de los judíos? La maldad del procedimiento estribaba el transformar el agravio religioso, por el cual ya habían condenado a Jesús, Mat. 26:63-65, en una acusación política sobre la cual no tenían ningún fundamento legal. El remache final, allí donde apoyaban su teoría radica en el v. de Lucas que ya hemos leído: ¡Prohíbe pagar tributos a César! Sí, con esa acusación entraba de lleno en la jurisdicción del romano. Pilato vuelve a entrar en el Pretorio. ¿Qué significan las entradas y salidas de Pilato? El Pretorio era la vivienda del gobernador y a la vez dónde estaba ubicada la sala de los casos perdidos. Jesús tuvo que entrar en esa sala, pero los judíos se quedaron en el atrio porque trataban de no mancharse, contaminarse, cosa que hubiesen hecho de entrar en una casa romana. ¡Qué contrasentido! No querían entrar en la casa y pedían la sangre inocente de Jesús. Así que si Pilato quiere enterarse de la causa criminal tiene que salir y hablar con los representantes del pueblo. Una vez que lo hace, vuelve, llama a Jesús y le dice: ¿Eres tú el Rey de los Judíos?

Juan 18:34. Jesús responde con una pregunta, la cual ha sido interpretada de muy diversos modos: Unos creen que Jesús hacía uso del derecho que todo acusado tiene de ver y conocer a sus acusadores, puesto que Él no podía suponer que Pilato tomara el título de rey en otro sentido que el político. Pero esta creencia se cae por su base en el mismo momento en que pensamos en la primera parte de la pregunta del Maestro: ¿Dices esto por ti mismo? Si Jesús quisiera conocer tan sólo a sus acusadores, ¿por qué está pregunta? Sobra a todas luces. Otros piensan que Jesús quería hacer sospechosa a los ojos de Pilato la acusación que venía de sus enemigos. Pero esto tampoco motiva, a nuestro juicio, la doble pregunta. Jesús, con su intencionada pregunta, hace una distinción importante: En el sentido político que un romano debía dar a ese título de Rey, podía sencillamente negarlo, pero en la significación que los judíos daban al vocablo Rey, es decir, Mesías, se habría cuidado de rehusarlo puesto que hubiese pisado terreno resbaladizo por cuanto se hubiese situado en oposición de sus mismas palabras que hemos leído en Mat. 26:64. Por eso pregunta a Pilato si ha llegado por sí mismo a sospechar que aspira a la dignidad real, en este caso habría respondido con una sencilla negativa ya que sus ideas no eran políticas. Pero si por el contrario, la pregunta de Pilato había sido sugerida por el Sanedrín, el Maestro tiene el sano deber de explicarse positivamente sobre el título de Mesías que Él mismo había vindicado en varias ocasiones.

Juan 18:35. En esta respuesta del funcionario romano vemos cierto desprecio por las ideas de todo lo judío, significando con otras palabras: ¿Puedo acaso entender la cosa más pequeña de vuestras sutiles y raras distinciones judaicas? Dejemos eso, y ya que tu nación y tus sacerdotes te acusan, respóndeme con claridad: ¿Qué has hecho? ¿Cuál es tu crimen? O lo que es lo mismo: Le da la oportunidad de exponer la naturaleza de su Reino y Jesús la aprovechó hasta el límite de sus posibilidades:

Juan 18:36. Tres veces pronuncia con solemnidad las palabras: Mi reino, o mejor, “mi dignidad.” Lo hace con el fin de recalcar que esta realeza, no es de este mundo, no es de aquí. Por su origen, naturaleza, espíritu y por su fin, no tiene nada en común con las coronas humanas. Viene de lo alto, y la prueba que da de ello es que desprecia todas las armas carnales o terrenales. Tanto es así, que no ha querido que sus servidores hayan de combatir por su causa. Sus armas no son de este mundo. Él domina sólo los corazones. Pero, ¿quiénes son estos servidores que no ha querido que inicien un combate? Unos opinan que se refiere a aquellos que sin duda habría reclutado si su reino fuera de este mundo. Otros piensan que entiende a los criados que tiene realmente y a esas multitudes que le aclamaban hace unos días tan solo y que, en efecto, habrían querido proclamarlo Rey de todo, Juan 6:15. ¿Y quién duda lo que Jesús habría sido capaz de hacer con su poder sobre las masas si hubiese querido incitar su entusiasmo o sus pasiones nacionalistas? Cualquiera de estas dos interpretaciones pueden ser la correcta. Pero aún existe una tercera que resume a los que dicen que los servidores son los ángeles basando sus ideas o tesis en Mat. 26:53, pero tampoco es correcto. ¿Habría expresado Jesús este pensamiento en presencia de Pilato a quien este argumento habría dejado indiferente? Creemos que no.

Juan 18:37. Pilato cree que con las palabras de Jesús, se atribuye una dignidad real y ante del desaliño del porte, exclama con asombro: ¿Luego, eres rey? ¿Pero todavía habla con ironía o desprecio? ¿O se ha puesto serio con el giro que ha tomado la conversación? Es difícil de decir puesto que en este punto no se han puesto de acuerdo los mejores intérpretes. Pero la respuesta de Jesús no se hace esperar: ¡Tú lo dices! O mejor, “sí, como tú lo dices,” Mat. 26:64, leerlo: Para eso he nacido, para ser Rey, dando testimonio de la verdad. Así que aquí, Jesús afirma con mucha solemnidad que ha nacido y venido al mundo para dar testimonio de la verdad divina que Él mismo había revelado. Podemos comprobar que el primero de estos dos términos indica su nacimiento humano y el segundo su venida de arriba, del cielo, donde existía antes de su genial nacimiento. De donde se desprende el hecho innegable de que su misión como rey era la de revelar íntegramente la verdad acerca de Dios, testificar de esa verdad y conseguir que sus seguidores tuviesen la misma fuente de poder que Él tuvo: ¡La verdad divina! Evidentemente, ni los líderes religiosos ni Pilato pertenecían al reino de la verdad y tienen que preguntar:

Juan 18:38. Pilato, en esta pregunta que arroja con soberbia e indiferencia, sin esperar la respuesta, señala o manifiesta toda la presuntuosa ligereza del hombre del mundo, al mismo tiempo que demuestra tener la limitada sabiduría de hombre de estado que no cree más que en el reinado de la violencia y la intriga. Después de esto, no viendo ya en Jesús más que un exaltado ligeramente peligroso, lo declara inocente en cuanto a la dura acusación política formulada contra Él. Pero, cosa extraña, en lugar de dejarlo libre, por temor a los judíos a quienes desprecia y teme, recurre a diversos expedientes y tretas para poder librarle: Envía al prisionero ante el rey Herodes en primer lugar, Luc. 23:6 y ss. En segundo, ofrece a los judíos soltar a Jesús aprovechando el privilegio que tenían de pedir la liberación de un prisionero en la fiesta anual de la Pascua, Juan 18:39, 40. Pero los dos planes fallaron y lo tenemos de nuevo ante su presencia:

Juan 19:7. En este intervalo de las idas y venidas, de pocas sugerencias, razonamientos e incluso azotes, los judíos apelan a su ley. Era corriente. En general, los hoscos romanos dejaban a los pueblos vencidos su legislación nacional y los judíos se aprovechaban de ella con una especie de orgullo: Nosotros, dicen, tenemos una ley. Sí, señalan a Lev. 24:16 que condena a muerte al blasfemo del nombre de Dios. Ahora bien, según estos teólogos, el Maestro había blasfemado declarándose Hijo de Dios, y lo había hecho aquella misma tarde, aquella misma noche, y de manera solemne ante el Sanedrín, Mat. 26:64; Mar 14:62-64. Luego, en consecuencia, debía morir. Pero había, en este nuevo giro que dan a la acusación, tan poca destreza como buena fe. Después de condenar a Jesús por el presunto agravio religioso de declararse el Hijo de Dios, han presentado ante Pilato una acusación política como ya hemos visto en la primera parte del pasaje pero ahora, no habiendo obtenido nada del gobernador, se vuelven a la primera acusación ignorando que Pilato iba a rechazar esta versión más firmemente que la primera vez.

Juan 19:8. Pero miedo, ¿a qué? ¡Miedo, creemos, a que se le forzase a condenar a Jesús! ¿Cuál podía haber sido la causa de este temor creciente? Los interpretes están de acuerdo al pensar que Pilato, oyendo las palabras Hijo de Dios, y bajo la fuerte impresión que podía haber recibido de la presencia y palabras de Jesús, veían en Él algún poder sobrenatural o al “hijo de algún dios.” Su temor habría que considerarlo como supersticioso, máxime habiendo oído la advertencia de su mujer hacía sólo un momento, Mat. 27:19. Claro que el temor del gobernador se podría atribuir a otra causa. Se exigía de él la ratificación de una sentencia de muerte de conformidad con una ley que no conocía y sobre un agravio religioso que él no podía ni quería admitir. Además, el agravio era sostenido por sus encarnizados enemigos que cambiaban de acusación en su presencia una y otra vez. Pero lo que nos decide a favor de la primera explicación es la extraña pregunta que formula a Jesús:

Juan 19:9. ¿De dónde eres tú? No es posible que esta pregunta signifique: ¿Cuál es tu país?, lo que no tendría razón de ser a causa del contexto que tenemos. Además, Pilato acaba de saber que era de Galilea, Luc. 23:6, un motivo por el cual fue enviado a Herodes que a la sazón estaba en Jerusalén a causa de la Pascua. Su pregunta, pues, parece significar: ¿Pretendes venir del cielo y ser el Hijo de Dios? Mas, ¿por qué Jesús rehúsa responder? Ya había dicho a Pilato todo lo que aún podía revelarse sobre su persona hablándole de la naturaleza celestial de su reino, como ya hemos visto. Si le hubiera dicho: “Vengo del cielo y sí que soy Hijo de Dios”, hubiera significado para su interlocutor pagano, el hijo de una divinidad mitológica cualquiera. Por otra parte Pilato, un esclavo de las pasiones mundanas, no estaba en disposición moral de entender más sobre el misterio de piedad, Mat. 27:12-14. Pero la verdadera voz o respuesta deberíamos encontrarla en lo que antecede: Pilato sabía lo bastante al respecto como para libertarle y él mismo lo había declarado inocente varias veces. Jesús no tiene ya nada más que añadir, además no podía decir nada que pudiera inducir a Pilato a libertarle porque era contrario a la voluntad de Dios. ¿?

Juan 19:10. El gobernador queda asombrado y herido a causa del silencio del Maestro, silencio que le parece falta de respeto. Por eso dice: ¿A mí no me hablas? Después suelta dos veces la expresión altiva de su “poder” sobre la libertad o la vida de Jesús. Pero no hay justicia en Pilato, sólo superstición y orgullo.

Juan 19:11. Jesús rebaja primero el malo orgullo del romano, diciéndole que no tiene esa autoridad por sí mismo, sino porque le ha sido dada por Uno mayor que él, por Dios, el que aún puede quitárselo. Se podría esperar que Jesús se basara en esta declaración para demostrar que Pilato era tanto más culpable que Él, puesto que era responsable de su poder delante de Aquel que se lo había dado. Pero ve, al contrario, que el gobernador no hace más que ejercer la autoridad que Dios había dado sobre su pueblo y, por lo tanto, era un atenuante, siempre, claro está, de acuerdo a nuestro criterio. De dónde se desprende, por esto, por la comparación, que el que le ha entregado, el sanedrín, más o mayor pecado tiene. ¿Por qué? Porque no ha recibido o Dios no le ha dado ninguna autoridad para ello, sino que la ha usurpado. Cristo no ve en Pilato, más que el sujeto depositario de un poder al que Él se somete con humildad y, al mismo tiempo, lo ve, lo reconoce como instrumento débil en los tortuosos actos del sanedrín por lo que volvemos a afirmar: ¡Pilato es culpable, pero el sanedrín lo es mucho más!

  Jesús, atado, acusado y condenado se erige en “Juez de sus jueces.”

 

Conclusión:

Para finalizar diremos que Jesús ante Pilato, condenado a la muerte por nuestros pecados, fue un loco fracasado según sus enemigos, pero nosotros, con la distancia que dan los años, sabemos muy bien que fue un verdadero triunfador. En pocas palabras, salió victorioso en las pruebas.

 

 

 

 

060307

  Barcelona, 10 de febrero de 1974

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105 VICTORIOSOS EN LA MUERTE

Juan 19:17-22, 28-30

 

Introducción:

Cuando Adán y Eva desobedecieron a su Señor natural y fueron expulsados de Edén, Dios les hizo una promesa por cuya causa podrían volver al estado anterior al pecado, pero además les hizo una advertencia vital: A partir de aquel momento habría una enemistad a muerte entre la simiente del humano y la de la serpiente que los tentó. Así, la pareja dejó el huerto sabiendo que las serpientes futuras les iban a cercar y a morder, pero también, que su propia simiente, en el momento dado, oportuno, daría un golpe mortal en la cabeza de Satanás.

Así que este conflicto se inició, desarrolló y continuó en el AT, volviéndose en el N. como algo latente que se ve o manifiesta entre los que obedecen a Dios y los que no lo hacen. Un día, también en el momento justo, oportuno, un día prefijado durante siglos, Jesucristo nació y llegó a ser el hombre obediente, la perfección y el ejemplo de todos los que aman y agradan a Dios. Esta fue la razón del por qué atrajo sobre sí toda la enemistad y furia de la simiente de la serpiente. La enemistad, camuflada en el principio, fue intensificándose durante su ministerio terrenal a medida, o en proporción directa en que iba revelando su gran divinidad y su poder. Por fin, el conflicto de los siglos tuvo su clímax en la cruz para que, desde ella, al vencer a la muerte, la simiente humana pudiese volver de nuevo a gozar de los paseos con Dios en Edén.

 

Desarrollo:

Juan 19:17. Irrumpimos bruscamente en la cruel escena cuando el primer actor se nos aparece con toda la carga dramática que quiso transmitirnos el autor.

¡Jesús lleva su propia Cruz!

Mat. 10:38. Él debía dar ejemplo. Sólo Juan ha conservado este emocionante detalle que ha quedado grabado en su recuerdo como testigo ocular que fue. Entre los romanos era costumbre que el condenado fuera con su cruz o cuando menos, con el palo que sería puesto de forma horizontal más tarde, uniéndolo al vertical levantado antes en el lugar elegido para la ejecución. Así, el Maestro, como un reo cualquiera, fue sometido a este tipo de humillación hasta el momento en que no pudiendo más y caer exhausto, los soldados romanos hicieron lo que también era corriente: ¡obligar a cargar aquel madero al primer judío con el que se topasen! Mat. 27:32. Así cargaron a Simón de Cirene. Ningún romano quiso llevarla ni ningún judío lo habría hecho voluntariamente. Vieron al africano que volvía de su campo y le cargaron la cruz: A éste forzaron a llevar la cruz, nos dice el original gr. (hacemos esta pobre aclaración para salir al paso de aquellos que señalan que este hombre ya era discípulo de Jesús). En él, hombre de humilde condición, medio extranjero, vieron los romanos al sujeto que iba a salvar su responsabilidad de hacer llegar vivo al condenado al lugar del suplicio. Pero no obstante, debemos decir que a juzgar con el contexto evangélico, el hombre se convirtió, o por lo menos sus hijos, puesto que en Mar. 15:21 se dice que era padre de Alejando y Rufo a quien Pablo saluda como hijo en Rom. 16:13. En cuanto a la segunda parte del v debemos añadir o aclarar la palabra salió. ¿Qué puede indicar? ¡Qué salió de la ciudad!

¿Sabemos por qué aquel lugar se llama Gólgota o Lugar de la Calavera? Se ha supuesto que ese teatro de ciertas ejecuciones de criminales era llamado así a causa de los cráneos privados de sepultura que se podían ver allí. Unos piensan por su parte que el nombre le viene por la forma redondeada de la colina en cuestión. Otra cosa digna de mención es que a pesar de miles de decenas de investigaciones de todo tipo, no se ha conseguido lograr la certidumbre de su ubicación topográfica. De todas formas, nos importa más el hecho de la crucifixión en sí que el lugar donde tuvo lugar. El sitio tradicional, indicado por la iglesia conocida con el nombre del Santo Sepulcro, que la emperatriz Elena hizo construir a principios del siglo IV, está actualmente dentro del perímetro de la ciudad de Jerusalén. Los que defienden esta tesis piensan que en tiempos de Jesús, la muralla seguía de norte a sur en trazado de la calle de Damasco para volver bruscamente hacia el oeste en dirección a la puerta de Jaffa, de donde se desprende el hecho de que el Calvario habría estado ubicado en este ángulo dejado libre por el correr de las murallas. De todas formas, estuviese dónde estuviese el lugar conocido por el Gólgota en arameo y hebreo, era siniestro y las buenas gentes evitaban acercarse cuidadosamente.

Juan 19:18. Debemos detenernos un momento en considerar la crucifixión: Dice la Biblia: ¡Allí le crucificaron! Es necesario, repito, detenerse en presencia de esta palabra “crucificado” pues dicho a la ligera puede perder todo su significado. La crucifixión define al suplicio más horrible que haya inventado la crueldad humana y que la legislación romana reservaba a los esclavos y a los criminales. La cruz, como sabemos, se componía de dos piezas, una vertical introducida profundamente en el suelo y la otra horizontal colocada ora al extremo de la primera, como formando una gran te, ora un poco más abajo como suponen la mayoría de las narraciones piadosas.

Esta última fue probablemente la de la cruz de Jesús ya que coincide mejor con el hecho de que fue colocada una inscripción sobre su cabeza indicando los títulos y cargos. Cuando la cruz estaba levantada se izaba al condenado por medio de cuerdas hasta la viga transversal, sobre la cual se le fijaban las manos por medio de clavos. A media altura de la viga vertical había una clavija de madera sobre la que era colocado el reo a caballo, para impedir que el peso del cuerpo desgarrase las manos. Los pies, en fin, eran también clavados, ora uno sobre el otro con el mismo clavo, ora el uno al costado del otro con sendos clavos. Y también se usaba, pero de forma más rara, la norma que decía, establecía que el condenado se fijara a la cruz estando en el suelo y luego se izaba todo el conjunto dando un golpe seco en el mismo fondo del orificio previsto para el tramo vertical con el consiguiente dolor para el reo. Los crucificados de cualquiera de esos dos sistemas vivían una doce horas, aunque se habían dado caos excepcionales en los que el reo duraba dos y hasta tres días. La inflamación de todas las heridas provocaba fiebre y una sed ardiente, la espesa inmovilidad forzada del cuerpo ocasionaba, a su vez, unos dolorosos calambres y por fin, la afluencia de sangre al corazón y al cerebro causaban mil sufrimientos, angustias indecibles y el consiguiente óbito.

Fijémonos que si bien fueron los soldados romanos los autores materiales de la crucifixión, lo fueron en calidad de simples comparsas, puesto que los verdaderos autores debemos buscarlos entre los fieros vociferantes hijos de Israel, que pasaron por la humillación de no poder matarlo según la costumbre, es decir, lapidado hasta la muerte.

Y con Él otros dos, uno a cada lado, Mateo nos indica que tras haber crucificado a Jesús, los romanos colgaron a dos ladrones para que le franquearan, infringiéndole así, si cabe, una nueva humillación, pero al morir entre dos bandidos por salvarnos cumple una nueva paradoja divina narrada bien en Isa. 53:12: Fue contado entre los transgresores. Así se cumplió la profecía del AT incluyendo la citada por el propio Jesús en Luc. 22:37.

Es curioso pensar que la humanidad estaba representada en una de las tres cruces: (a) El Salvador sin pecado. (b) El pecador arrepentido y (c) el escéptico. ¿Tú, a cuál perteneces?

Juan 19:19. ¡Jesús Nazareno, Rey de los Judíos! Era una cruel costumbre entre los romanos, suspender del poste de la cruz, encima del presunto criminal, un rótulo indicando la causa de su condenación y muerte. Fue la última burla y venganza de Pilato, irritado contra los jerarcas del pueblo judío al negarse a su petición de cambiar el texto del título, Juan 19:22. Así que vierte sobre ellos su desprecio y tal vez odio, dándoles por Rey a este crucificado y, al mismo tiempo, pone en ridículo la acusación que habían hecho o levantado contra Él. Pero lo que no sabía Pilato es que sin quererlo, dio a Jesús su verdadero título, puesto que fue precisamente sobre esta misma cruz donde el Redentor fundó su eterna realeza para proyectarla sobre el corazón de todos los redimidos. Naturalmente, este título también concedía a Pilato la ansiada excusa para aplicar la pena capital puesto que así pensaba quedar justificado. Una última cosa, ¿por qué aparece el adjetivo Nazareno? Pues porque lo identificaban como natural de Nazaret.

Juan 19:20. El letrero, pues era trilingüe: El hebreo que era la lengua sagrada, la lengua nacional de los judíos; el latín, la lengua de los romanos que dominaba el universo por entonces conocido y el griego que era la mejor lengua de la cultura y la más universalmente aceptada. De donde se desprende que esta inscripción fue una fiel profecía de la dignidad real de Cristo, la cual debía extenderse al mundo entero.

Juan 19:21. Los sacerdotes estaban equivocados. Jesús nunca dijo que era el rey de los judíos. Cierto que admitió ante Pilato que era Rey sobre aquellos que amaban la verdad, Juan 18:36, 37, ante Caifás que era el Mesías, el Hijo de Dios, Mat. 26:63-66, pero no que era rey de los judíos. Jesús demostró su derecho a ser el Rey de una manera nueva y con un método distinto. Y demostró su real soberanía cuando moría voluntariamente y sin palear.

Juan 19:22. Ante la insistencia de los principales sacerdotes que demuestran temer a Jesús aun en la cruz, puesto que el famoso letrero podía ser leído por cientos y cientos de personas que visitaban Jerusalén en la Pascua cosa que no entraba en sus planes, cuya ignominia no requería publicidad, Pilato responde como sabe: La inútil y perentoria negativa del romano revela por fin cierta firmeza y al mismo tiempo, su mal humor. ¡Ya está harto del caso de Jesús y de sus acusadores! Y dice: Lo que he escrito, he escrito. Hay autores que han querido ver aquí algún conato de arrepentimiento tardío en Pilato, pero creemos mejor que se trata simplemente de un hastío pasajero, o como mucho, la demostración de algo que hemos hecho mal y que ya no podemos remediar. Como la traducción de alguna sensación interna a la que por razonamientos habíamos amordazado y que por fin, brota al exterior. Pilato, a nuestro pobre juicio, es el gran equivocado de la historia.

Juan 19:28. Eran las tres de la tarde y durante la oscuridad sobrenatural que había ensombrecido el cielo aquel mediodía. Se dice que Jesús aún está consciente por cuanto se hace alusión a que Él sabía que ya estaba todo consumado. Este ve consumar es el mismo que se emplea en el v 30 y significa terminar, completar o concluir cualquier proyecto.

Ahora estamos delante de aquel pasaje tan difícil: Dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Sí, es sin duda una interpretación de Juan. Creemos que Jesús no dijo tengo sed para cumplir lo dicho en el Sal. 69:21, sino que lo dijo a causa del calor del día, de la pérdida de sangre o del polvo levantado por el incesante corretear de la gente nerviosa. Claro, una vez que lo dijo, se cumplió la profecía. Esta fue la 5ª palabra, de un total de 7, que pronunció el Maestro en la cruz y fue la única referencia a su agonía física. (Las cuatro anteriores son: Luc. 23:34; 23:43; Juan 19:26 y Mat. 26:46).

Juan 19:29. Son los soldados que habían crucificado a Jesús, sin duda, los que ahora realizan este acto tan humano. Este vinagre era, como sabemos, un vino ácido. Bebida común entre los soldados y los pobres. Mas como este vino estaba allí junto a una esponja un tallo de hisopo, podía haber sido llevado para alivio de los sujetos crucificados. El hisopo es una planta muy pequeña descrita en 1 Rey. 4:33, y su tallo tiene a lo sumo de cincuenta a sesenta cm de largo y, por lo tanto, debía bastar para llevar la esponja hasta la boca del torturado, pues éste no estaba separado del suelo. Contrariamente a lo que se nos describe en los cuadros piadosos, los pies de los crucificados estaban a lo sumo a 30 o a cincuenta cm del suelo por lo que eran fácilmente accesibles. Sólo una palabra más: No hay que confundir este incidente con el referido en Mat. 27:34 y Mar. 15:32, en los que se describe la escena de dar vino a Jesús antes de la crucifixión propiamente dicha, vino que Él rechazó, pero sí es paralelo al descrito en Mat. 27:48, aunque allí se nos dice que fue usada una caña en vez del hisopo.

Juan 19:30. Esta vez sí. Jesús toma el vinagre con sus labios, contrariamente a lo que había hecho en los textos referidos anteriormente por tener efectos estupefacientes (hiel y vinagre), y exclama: ¡Consumado es! ¡Consumado está! La Obra de Jesús, la redención del mundo estaba ya terminada, Juan 17:4. Pero somos justos al reconocer que hay en las palabras el sentimiento de una victoria, de una gran victoria, pues al morir, el Salvador triunfa y su muerte representa la vida para miles de millones de seres humanos. Por otra parte, consumado está, es la 6ª palabra de la cruz, faltaba la última, la descrita por Luc. 23:46: ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!

Y habiendo inclinado la cabeza… al leer este v nos viene a la memoria aquel otro en el que el propio Jesús dice: El Hijo del Hombre no tiene dónde reposar la cabeza, Mat. 8:20. Aquí aún parece que Jesús tiene el control de la situación. Cada acto se nos antoja voluntario y firme. Habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu. Ningún Evangelio dice que Jesús muriera. Aún este último acto fue voluntario, puesto que sabiendo lo que le pasaba, estaba de acuerdo con el Padre. Además, aquello era el único camino para volver a su lado.

 

Conclusión:

La muerte de Cristo no es el último acto del drama: ¡Es tan sólo el principio! ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. Pero gracias a Dios, quién nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo 1 Cor. 15:55-57.

Invitación.

 

 

 

 

060309

  Barcelona, 17 de febrero de 1974

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106 LA RESURRECCIÓN VICTORIOSA

Juan 20:19-29

 

Introducción:

Estamos sin duda ante el evento más importante de la historia humana: ¡La resurrección de Cristo! No hay nada, ni aun el propio nacimiento de uno mismo que pueda ser igualado a la brusca rotura de las puertas de Edén que por norma permanecían cerradas al acceso del hombre. La sobrenatural apertura de la losa sepulcral dice mucho más que la enseñanza lógica de una prueba física de su vuelta a la vida, es con mucho, el símbolo de las cadenas rotas. Cristo ha vencido a la muerte y lo que es más, por su victoria, podemos vencerla nosotros también. Y si para las mujeres bastaron las evidencias de sudarios abandonados, lo fue mucho más las apariciones del Señor en olor de santidad y gloria.

Juan nos da evidencias físicas tratando de demostrar que Jesús resucitó, y hasta nos dice lo que para él fue la experiencia de los lienzos vacíos, pues dice que al verlo creyó, Juan 20:8, pero si bien la última palabra se debe a la fe, en aquellos momentos eran necesarios los datos finales que podían transformar a los apóstoles en verdaderas máquinas de convertir almas. Por eso, les da los últimos toques con sus apariciones, los prepara y los lanza hacia los caminos de la inmortalidad: ¡Testigos suyos! Mas, ¿testigos de qué? De su resurrección, claro. La única condición capaz de generar la salvación a todo aquel que cree, al judío primeramente y también al griego. Así debemos considerar el hecho concreto de que gracias a esa resurrección nosotros hoy estamos aquí. Leer 1 Cor. 15:14.

La tercera y última evidencia que dejo Jesús de su resurrección fueron, sin duda, las once apariciones que realizó delante de sus amigos apóstoles de forma que, en su totalidad, sin incluir a la de Pablo, fueron suficientes, ni sobrando ni faltando ninguna, para borrar en ellos la desilusión, tristeza y mil dudas que les habían dominado a causa de los últimos acontecimientos vividos. Como ya ha quedado dicho, engendró en todos ellos, por contra, un deseo vehemente del primer amor, una confianza, un gozo y un celo misionero capaces, aún hoy, de emocionarnos. Aquellos hombres sencillos, incautos, orgullosos y hasta cobardes se transformaron en unos seres capaces de dar incluso la vida por su Maestro. Fueron desterrados, rotos, torturados y muertos por su fe: ¡La resurrección de Cristo fue el revulsivo, el suficiente acicate para darnos aún esta cuarta evidencia! Y aún podríamos añadir que bien podría haber una quinta. ¡Ojalá que estas dos apariciones que vamos a estudiar tuviesen la virtud de hacer de nosotros otros tantos pescadores de almas, dispuestos, no sólo a renunciar a nuestras conquistas sociales actuales, sino a morir por el Maestro si fuese necesario.

 

Desarrollo:

Juan 20:19. Para Juan y los demás discípulos este día no sólo fue el primero de la semana, sino, con mucho, el primero de su vida. En este domingo hubieron cinco apariciones distintas del Cristo victorioso, a saber: (a) A María Magdalena, Juan 20:11-18; (b) a las otras mujeres, Mat. 28:8-10; (c) a dos discípulos en el camino a Emaús, Luc. 24:13-32; (d) a Simón Pedro, Luc. 24:34, y (e) a los discípulos reunidos en el aposento alto, Juan 20:19-23.

Cuando llegó la noche de aquel mismo día, ¿qué tenía de importante el día? ¡Era el domingo de resurrección! Fijémonos que Juan emplea un vocabulario romano para contar el tiempo, puesto que los judíos empezaban a contar el día precisamente a la puesta del sol y en este caso, Juan hubiese dicho, empleando la costumbre judía: al día siguiente… estando cerradas las puertas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos. Los discípulos habían vuelto al aposento que habían ocupado con su querido Maestro tres días antes con motivo de la cena pascual. Las puertas estaban bien cerradas y aseguradas por una razón: ¡Miedo cerval a los judíos! En estas circunstancias, sin que hubiese ningún resquicio para poder pasar, Jesús estuvo en medio de ellos, sin que notasen como había entrado ya que se nos asegura que las puertas estaban cerradas. Es evidente que el Evangelista ve en esta aparición de Cristo Jesús algo misterioso, situación que vuelve a mencionar ocho días más tarde.

Todas las tentativas habidas para explicar la entrada de Jesús de un modo natural no son sino deformaciones del texto original. Calvino y otros intérpretes piensan que las puertas se abrieron ante una señal de su Majestad, pero si así hubiese sido, Juan lo hubiera dicho y explicado con toda sencillez. Y por otra parte, pensamos, esto también hubiese sido un gran milagro. Es pues más acorde con la realidad admitir que el cuerpo resucitado de Jesús estaba o se encontraba en vías de ser glorificado, en una palabra que se acercaba al estado de “cuerpo espiritual” definido en 1 Cor. 15:44 y que estaba desde entonces, liberado de las leyes del espacio y materia. Por otra parte, el término empleado por el médico Luc. 24:31: desapareció de delante de ellos, nos autoriza a dar o llegar a la misma conclusión. Además existe el hecho innegable por el cual muchos discípulos no le conocieron en otras apariciones hasta que Él les declaró quien era. Paz a vosotros: Este saludo, corriente entre los israelitas, tomaba una nueva dimensión en boca de Jesús: ¡No sólo deseaba la paz, sino que la dada!

Juan 20:20 Les mostró tanto las manos como el costado, Jesús conociendo la debilidad de sus discípulos y la gran dificultad que tenían para creer en su resurrección real, accede a darles pruebas tangibles y visibles, pero más tarde va a decirles que no era precisamente aquello lo que daba fuerza a la fe, por ser ésta un acto libre de la conciencia y el corazón. Viendo al Señor, viendo sus señales, sabiendo que era Él, los discípulos se gozaron. Este gozo sucedió a las dudas que llenaban sus corazones desde hacía tres días. Era como el despertar de una tensión, como el llegar a un reconocimiento de que aquel abandono de tierras, familia y casa no había sido en vano y como el ver al sol levantarse en medio de las tinieblas de la tempestad. Entonces, sólo entonces, se cumplió la promesa de Jesús, Juan 16:22. El creyente que hoy vive en constante comunión con el Cristo victorioso tiene una segura base para ese gozo que es indispensable en el servicio diario que le debemos y, por consiguiente, una confianza firme y perfecta en el triunfo final del reino de Cristo.

Juan 20:21. Paz a vosotros; Jesús repite el saludo, pero esta vez lo hace como preparando lo que va a seguir, ya que no podemos olvidar el orden con que se producen los hechos, el total de los acontecimientos: (a) Jesús establece su identidad; (b) la asegura con evidencias de su resurrección corporal; (c) calma el temor, y (d) señala la responsabilidad misionera que espera de ellos. Y como me envió el Padre, así yo os envío también. Jesucristo les encarga así, solemnemente, esa misión que debe continuar la suya en el mundo y a la que da un carácter divino, ya que les atribuye el mismo origen que motivó su propia misión: Como. El momento escogido para lanzarlos al mundo está cuidadosamente señalado: Los inviste de apóstoles después de su resurrección con todo el poder emotivo de la misma y para que le sean los testigos veraces de la misma. Así, ¿cuál de ellos podría llegar a olvidarlo? ¡Ninguno! Salieron a la mies, como auténticos líderes y ministros de reconciliación que eran, 2 Cor. 5:19, y bien dispuestos a correr sin desmayo anunciando el evangelio.

Juan 20:22. Estamos ante un v. difícil. Nos encontramos aquí con un gran símbolo y una realidad. El símbolo lo constituye la acción del Maestro: Sopló sobre ellos. Una acción tanto más significativa cuando que, en he y en gr. el aliento o el viento, es designado por la misma palabra que el espíritu, Eze. 37:5; Juan 3:8; Hech. 2:2 e incluso Gén. 2:7. La realidad está claramente indicada por estas palabras: Recibid el Espíritu Santo. Esto no es sólo una renovación de la promesa que debía cumplirse en el Pentecostés, y por otra parte, el evangelista no pretende referir aquí la poderosa efusión del Espíritu Santo que tuvo lugar entonces, como piensan los que pretenden que Juan coloca esta ascensión en el mismo día de la resurrección basándose en el v. 17 y el verdadero descenso del ES apoyado muy bien en este v. 22 que estamos estudiando. El v. 20 prueba que Jesús aún no estaba glorificado del todo, no podía, pues, según nuestro propio evangelista, 7:39 y 16:7, enviar el E Santo a los suyos. Por otro lado el acto realizado por Él no es puramente simbólico, ya que agrega: Recibir el E Santo. Basta para comprender su sentido, considerar que estos discípulos, en el mismo momento que recibían el apostolado tenían la urgente sed o necesidad de recibir un socorro divino que confortara su fe y su esperanza y les sirviera de consuelo hasta el día en que tuvieran la plenitud del Espíritu.

Debían, en efecto, vivir en la espera y en la oración, Hech. 1:4, 14, y debían tomar decisiones, Hech. 1:13-26. No podían, pues, en este importante intervalo, estar abandonados a sí mismos, a sus fuerzas y a sus temores e ignorancia. A esa necesidad provee Jesús al indicarles: ¡Recibid el Espíritu Santo!

  Por otro lado sabemos que este recibo temporal o pleno del E. Santo, es optativo, es decir, podemos recibirlo si queremos o también quedarnos sin él. En la ocasión que nos ocupa, Tomás, no estando presente, se abstiene. ¡Cuánto deberíamos aprender del apóstol! ¿Habéis pensado alguna vez que también nosotros podemos quedarnos sin la oportunidad de recibir el Espíritu al ser impartido? ¿Cuántos de nosotros acudimos a la reunión de oración de nuestra iglesia? La misión de reconciliación es del todo imposible e inadmisible sin el consenso del E Santo.

Juan 20:23. Primero la autoridad, que acompaña a la presencia del Espíritu, se dio a los creyentes presentes y no sólo a los apóstoles y segundo, la autoridad conferida tiene dos aspectos principales: (a) La de anunciar todas las condiciones establecidas por Dios para el perdón de los pecados, y (b) pronunciar el perdón del Señor sobre los que reúnen las mínimas condiciones advirtiendo, a la vez, que no hay perdón para aquellos que se niegan a cumplirlas.

Ahora es conveniente que nos fijemos en que el ve remitidos está en tiempo presente, para indicar con cierta claridad el efecto inmediato. En efecto, Dios ratifica su perdón en el momento mismo en que es solicitado. En cuanto al segundo ve: Retenidos está en perfecto para indicar el efecto persistente, un estado de endurecimiento o de incredulidad: ¡No perdonados!

  Así, ¿podemos o no perdonar los pecados? No. A todo aquel que crea, por su fe, podemos indicarles que Dios no les tiene en cuenta sus pecados, al que no crea, podemos afirmar que Dios se los echará en cara.

Juan 20:24. A través de dos incidentes diferentes nuestro Juan había descrito ya a este discípulo de carácter sombrío inclinado a la duda y al desaliento: Juan 11:16; 14:5. Pero es sobre todo en este relato donde Tomás se presenta tal y cual es. Ante todo, lo vemos ausente del círculo íntimo de los discípulos cuando Jesús se les apareció por vez primera. Sin duda, no teniendo ninguna esperanza, habría buscado la soledad para entregarse a sus pensamientos.

Juan 20:25. Fue sin duda, en una reunión subsiguiente cuando los condiscípulos dijeron a Tomás, con natural alegría: ¡Hemos visto al Señor! Primero es necesario que observemos en su respuesta la obstinación de la duda que se expresa en términos bien enérgicos y repetidos: ¡No creeré! Deberíamos estudiar con cuidado esta conclusión de Tomás por cuanto dice mucho más que lo que aparenta decir. En gr aparece una segunda intención en la respuesta que significa: ¡No creeré de ningún modo! Así, hablando así, este discípulo pensaba no obedecer más que a lo que le indicase su razón. Pero, no obstante, tenemos algo que agradecer a estas dudas y actitudes criticables de Tomás por cuanto motivó una de las razones por las cuales Jesús continuó apareciéndose y dando mucha más luz.

Juan 20:26. Parece ser que durante estos ocho días no hubo nuevas apariciones de Jesús, aunque, sin duda, los discípulos se habían reunido a menudo como si estuvieran esperándole. Por fin viene. Es necesario observar este v en presente para hacer resaltar la solemnidad del acto y del momento. El Señor se presenta en medio de ellos en las mismas circunstancias y en el mismo sitio que la vez anterior, aunque había una marcada diferencia: ¡Esta vez estaba presente Tomás! Por otro lado, esto no debemos de olvidarlo, la sexta aparición llevada a cabo en domingo, sienta las primeras bases que establecerán para siempre el Día del Señor.

Juan 20:27. Notemos que en cuanto Jesús pronuncia la dulce palabra de paz, se dirige directamente a Tomás, lo que nos da idea de que conocía a la perfección sus dudas y lo que es más importante, concede a todos sus queridos amigos las pruebas que necesiten, puesto que después, una vez comprobadas, serán capaces de morir por Él. Es curioso, si algún religioso fariseo hubiese pedido estas mismas pruebas para creer no se las hubiese concedido, pero a un discípulo hasta aquí probado, nada le rehúsa. Sin embargo, repitiendo intencionadamente sus mismas palabras, Jesús hace sentir, gustar, a Tomás su yerro y le cubre de confusión. Luego concluye con esta advertencia: No te hagas el incrédulo, sino creyente. No hay que traducir pues, no seas, sino no te hagas. Jesús le hace sentir la crítica situación en que se halla en la actualidad: En el vértice justo en que se separan los dos caminos: La de la incredulidad decidida y la de la fe perfecta.

  Juan 20:28. La evidencia de la resurrección marcó la diferencia entre el escepticismo y la fe cristiana para el pobre Tomás. Con su confesión, el apóstol llegó a la cima más alta del cristianismo. Fue el primero en llamarle con un nombre que quizá ninguno otro antes se había atrevido a hacerlo: ¡Mi Señor y mi Dios! Y Jesús lo aprueba a pesar de lo tortuoso del camino. Aquel discípulo que se había quedado atrás en cuanto a creer en su resurrección, con las evidencias aportadas, pasó al frente del resto de sus compañeros con la enormidad de su confesión.

Juan 20:29. No hay reproche en las palabras de Jesús. ¿O es qué los demás habían creído en Él antes de verlo resucitado? No. Sin embargo, notamos una cierta censura en el resto del v puesto que Tomás se había encontrado en una situación apurada en la que hubiera podido llegar a creer con facilidad. Los otros compañeros le habían dicho: Ya hemos visto al Señor. Y él, que conocía a la perfección su buena fe había exigido una prueba o demostración material que pudieran digerir sus sentidos. Esto es a nuestro juicio, lo único condenable en la actitud de Tomás. ¡Negaba el valor del testimonio sobre el cual reposan la mayor parte de nuestros sanos conocimientos y convicciones!

Por eso Jesús establece para su reino esta nueva base: Dichosos lo que no vieron y creyeron.

 

Conclusión:

La fe es, en efecto, un acto moral de la conciencia y el corazón, independiente de todos los sentidos. La Iglesia cristiana, desde hace diecinueve siglos, cree en Cristo y en su resurrección basándose en el mismo testimonio que Tomás rechazaba. Esto, repetimos, es quizá lo único que podemos reprochar a Tomás, pero nos guardamos mucho de juzgarlo cuando el propio Jesús no lo hizo y lo felicitó.

¡Qué Él nos haga también motivo de elogio cuando nos juzgue a nosotros y a nuestra labor!

Así sea.

 

 

 

 

060308

  Barcelona, 24 de febrero de 1974

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107 PODER PARA DESARROLLARSE

Hech. 2:1-4, 16, 17, 36-42

 

Introducción:

Hoy iniciamos el estudio del que ha sido dado en llamar Los Hechos del Espíritu Santo en oposición a los Hechos del Señor Jesús, o en otras palabras: ¡Los cuatro Evangelios!

Y si Jesús enseñó que sus obras no eran sino la continuación de la voluntad del Padre, el libro de los Hech. demuestra que lo que lograron los discípulos del Maestro lo hicieron en y por el poder del Espíritu Santo. Y si el trayecto terrenal de Jesús terminó en el preciso momento en que ascendió a los cielos, el trayecto de los discípulos no terminó con la palabra fin de ese libro, sino que continuó y continúa aún en el día de hoy. Vamos a ver hasta el final de mayo, como varios de estos hombres conseguían cotas que ya quisiéramos para nosotros, ayudados, eso sí, por el citado Espíritu.

 

Desarrollo:

Hech. 2:1. Día de Pentecostés: Quincuagésimo, o lo que es lo mismo: Cincuenta días después de la Pascua. (Establecido para celebrar el día de acción de gracias por la cosecha, Éxo. 23:16; Núm. 28:26; Deut 16:9, etc. pero también y según el Talmud, los judíos celebraban en ese día el recuerdo de la promulgación de la ley en el monte Sinaí). Era domingo y muchos israelitas que habían ido a Jerusalén a causa de la Pascua se habían quedado para festejar y celebrar también el Pentecostés, antes de irse de nuevo a sus provincias o a sus países. Así encontramos a los discípulos del Maestro. Quizá no se esperaban a conciencia la fiesta, pero sí estamos seguros que estaban anhelantes para ver el cumplimiento de la promesa de Jesucristo tocante al envío del Consolador. Y Dios elige ese día tan señalado para los judíos para inaugurar un periodo extraordinario: El advenimiento real del Espíritu. Notemos que hay entre estos dos grandes hechos del A y Nuevo Pacto una notable armonía: La Pascua cristiana en su sentido más profundo y espiritual, completaba la Pascua de los Hebreos, puesto que el Cordero de Dios realizaba lo que el Cordero Pascual prefiguraba. De la misma manera, el día del Pentecostés judío, de acción de gracias, el Espíritu da vida a la futura Iglesia, liberta la servidumbre de la Ley y crea verdaderos motivos de gracia sin cuento en los seres humanos.

Por otro lado, aquellos abnegados pioneros del Evangelio, se habían quedado solos hacía sólo diez días y fácilmente podemos imaginar su estado de ánimo, puesto que los había para todos los gustos, aunque, eso sí, de una cosa estamos seguros: Estaban todos unánimes juntos. ¿Quiénes eran los discípulos designados por el sencillo vocablo de todos? No sólo los apóstoles, no sólo los ciento veinte que esperaban firmes el cumplimiento de la promesa según 1:15, sino sin duda, otros muchos también que creían en Jesús y que habían ido a Jerusalén para la fiesta.

Otro problema se nos presenta aquí: ¿Cuál era el lugar de esta asamblea? Varios interpretes han pensado que era una de las numerosas salas que tenía el templo y que, según Josefo, era la más apropiada, apoyándose en la idea de que era conveniente que la iglesia cristiana fuera fundada en el santuario mismo del antiguo Pacto. Pero esto no era probable por varios razones: (a) Porque el lugar ordinario de reunión de la pequeña Iglesia era una casa particular con su propio “aposento alto”, Hech. 1:13; (b) porque Lucas no diría en el v 2, la “casa” si se tratase del templo, sino que lo llamaría claramente por su nombre como lo hace en 2:46; 3:2, 11; 5:21; y (c) porque es más dudoso que los enemigos del Salvador y de sus discípulos les hubieran permitido reunirse en gran número en el lugar sagrado, amén de que ellos, todavía llenos de miedo, siquiera lo hubiesen deseado. Todo induce pues a creer que el milagro pentecostal tuvo lugar en una casa particular y en sus aledaños, probablemente aquella en donde Lucas ubica a los discípulos reunidos en la tarde de la Ascensión, 1:13, 15. Quizá, como muy bien se ha supuesto, era la misma casa donde Jesús había pasado su última tarde con los doce apóstoles.

Lo importante de aquella reunión reside en el hecho de que no sólo estaban reunidos física sino también de forma espiritual, condición indispensable entonces y hoy para que Dios nos bendiga con la plenitud del E. Santo.

Hech. 2:2, 3. Los fenómenos que se produjeron fueron notados primero por el oído y luego por la vista y no son más que otros tantos símbolos del mismo Espíritu. El ruido que vino del cielo, manifestación de la presencia y acción de Dios, que llenó toda la casa, hizo en los principios la impresión de un viento que sopla con violencia. Figura muy exacta de la potencia descrita en 1:8 y de la libertad del S. Espíritu que, como el viento mismo, sopla dónde quiere y cuándo quiere: Juan 3:8; 20:22. Fijémonos que hay dos excepciones que señalan el carácter inesperado de la efusión del Espíritu: La palabra repente colocada al principio de la frase llevando el énfasis y el detalle al estaban sentados, de donde se desprende el hecho de que no estaban en oración, ya que todos los judíos oraban de pie. Sabemos que esperaban el Espíritu Santo durante diez días y quizá ya estaban cansados, pero lo cierto es que el Don de Dios Padre les sorprendió en un momento que no lo esperaban precisamente.

Sigue Hech. 2:2, 3. En estos vs. aún hay otro símbolo lleno de significado: Lenguas, como de fuego. Nos da idea, no sólo del uso que luego se dio al habla humana, sino de poder, calor, luz y esencia, atributos todos ellos del Espíritu S. Aún quedan dos enseñanzas más en estos vs. a saber: (a) El participio traducido por lenguas separadas está en presente en el texto original, separándose a la vista de los discípulos, en el preciso momento en que el fenómeno se produce, y (b) aunque el sujeto del verbo “posaron” son las “lenguas”, este ve está, en gr, en singular, una irregularidad destinada a hacer sentir aún más si cabe que una lengua se posó sobre cada uno de ellos. Así, cada uno de forma individual debe recibir el espíritu y ser, por él, regenerado y santificado.

Hech. 2:4. No hay que cortar o añadir nada de lo leído: Todos, no sólo los apóstoles, como se ha venido diciendo a menudo, sino todos los discípulos reunidos fueron llenos del Espíritu Santo. Y fueron henchidos por él en todas las facultades del alma recibiendo con ello toda la plenitud de sus dones: luz, verdad, vida, amor y santidad. Pero no podemos pensar que este Espíritu les vino y se mantuvo de forma mágica puesto que medió voluntad y fe. Ellos se habían preparado con oración, 1:14, y habían esperado allí constantes en la fe como sabiendo que vendría. Luego una vez henchidos del mismo, lo podían retener puesto que se nos dice en otro lugar que Esteban y el otro discípulos estaban llenos del Espíritu Santo, 6:5; 11:24.

En cuanto a ese extraño hablar en otras lengua, ¿qué puede significar? Este don extraordinario consistía para los discípulos la facultad de hablar, sin haberlas aprendido, las lenguas más diversas y hacerse comprender por todos los pueblos presentes.

Hech. 2:16, 17. Alguien tenía que dar una explicación fiel y satisfactoria a los hechos que estaban sucediendo y que dejaban atónitos a los moradores de aquella ciudad, y fue Pedro el elegido para hacerlo. En primer lugar hemos de notar que toda su tesis está basada en algo que sus oyentes entendían a la perfección en calidad de israelitas conocedores de las antiguas profecías. Pedro cita a Joel 2:28-32, y es curioso observar como el apóstol, haciendo eco del sentir del Espíritu localiza los postreros días del profeta con el llamado este tiempo de Hech. 1:6, textos cuya localización había constituido para él y sus amigos y compañeros un verdadero problema en tiempo de la vida física del señor Jesús, su Maestro. Ahora reclama para sí que aquel tiempo que se les había dado en vivir, son ya los postreros días a los que alude Joel y que, no podían negarlo, constituía un motivo de inefable esperanza judía. Según las enseñanzas de todo el AT, uno de los más grandes propósitos de Dios era el manifestarse a todos los habitantes de la tierra y hacia esa mira apuntaba incluso el hecho de la propia creación del pueblo de Israel Pero los judíos confundieron las miras y la manifestación no sería tan extensa como hubiera sido de desear y lo era más bien interna, de murallas para adentro. Esperaban, eso sí, una proclamación mundial de pueblos judíos solos y no se daban cuenta de que el E entraba en los corazones humanos sutilmente con la excepcional misión de informar al mundo la existencia de un Dios amoroso.

Aquella manifestación del E. Santo no debía hacer acepción de personas, judíos y griegos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños, todos sintieron o experimentaron la misma sensación de vivir momentos inenarrables, demostrándonos así que el reino del Señor, que precisamente venía a proclamar a este E, como ya hemos dicho, abarca a toda la humanidad, que el todo aquel que crea de Juan 3:16, era efectivamente una gran realidad, que se habían roto todas las barreras que existían entre el hombre y Dios, que, en suma, el hombre ya podía entender que era amado.

Mediante el Espíritu Santo desaparecen las distinciones entre grupos, castas, privilegiados y oprimidos. Esta era y es la santa voluntad de Dios y la Iglesia de hoy día tiene que estar a la vanguardia de la sociedad y mundo para que se realice esta visión, de la cual profetizó Joel y que comenzó a vivir, a actualizarse, a realizarse, en aquella memorable jornada de Pentecostés. ¿Es realmente consciente nuestra Iglesia de tamaña responsabilidad? Aún estamos en los llamados días postreros, ¿vamos a desaprovechar la oportunidad? Oremos para que el E Santo nos llene al igual que lo hizo aquel día y conseguir así hacer de Barcelona una nueva Jerusalén en Pentecostés.

Hech. 2:36. El vocablo pues es concluyente. ¡Qué frase tan tremenda! Es una señal de atención y advertencia, una llamado a toda la casa de Israel, a todo el pueblo, que debe saber (en gr. “reconocer”), con certidumbre, por los hechos que acaban de ser expuestos, que Dios ha hecho, ha constituido tanto Señor como Cristo, Señor de todos y de todas las cosas, Hech. 10:36, tanto como Mesías, al Cristo que vosotros crucificasteis. ¡Qué contraste! Dios le ha elevado por encima de todos como a un verdadero rey sobre su reino… ¡y vosotros le habéis crucificado! Y Pedro quiere, en primer lugar, producir el arrepentimiento en sus oyentes y su última frase será como un aguijón que estará hincado en sus almas hasta que lo puedan arrancar tras el perdón y el arrepentimiento.

¿Cómo responde el pueblo?

Hech. 2:37. Ante la exposición tan cruda, pero realista, aquellos por quienes había muerto el Cristo, tuvieron que responder: ¿Qué haremos? Esta es la vital pregunta que deberíamos izar o levantar siempre en nuestros oyentes. Es la puerta para recibir el mensaje esperado, es, en suma, la llave de la felicidad. El certero mensaje de Pedro, bañado por el Espíritu, había ido al corazón porque el mismo apóstol se había identificado con ellos: Había empezado diciéndoles varones judíos, v. 14, seguido por varones israelitas, v. 22, luego los llama así: Varones hermanos, v. 29, y ellos lo reconocen y lo llaman de la misma manera: Varones hermanos, v. 37. Esto nos da una lección: Es necesario que nos identifiquemos con nuestros oyentes si queremos hablar de un evangelio que se haga comprensible.

Hech. 2:38-40. ¿Qué quiere decir Pedro con arrepentirse ya? Quiere decir simplemente que hay que dejar de actuar y pensar de un modo y comenzar a vivir, hablar y pensar de otro. O lo que es lo mismo, volver a pensar y actuar según lo que ya les había enseñado Dios. O lo que es también igual, desechar el ser o hombre anterior y nacer de nuevo. Pero además, junto a este arrepentimiento, debían identificarse con Jesús y sus seguidores mediante el bautismo, señalando así, de forma visible, que se ha entrado en los umbrales de una nueva vida, de un nuevo verídico nacimiento. El bautismo muestra una entrega total de la persona a Jesús como Señor y como Cristo. Es un paso público y hasta irrevocable y del cual, una vez decidido, ya no se puede volver atrás. Esa es la verdadera forma de dar testimonio, de poseer el Espíritu y lo que es curioso, el arrepentirse, bautizarse y recibirle no es la meta del seguidor de Cristo, sino… ¡el comienzo!

Hech. 2:41. No hay forma de saber de cuántas personas se componía aquella multitud que escuchaba al apóstol, pero sí sabemos que la componían toda clase de gentes de distintos países conocidos por el narrador Lucas y que tres mil de ellas respondieron positivamente al llamado del Espíritu por boca del orador.

Y ahora el clímax:

Sigue en Hech. 2:42. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión de los unos con los otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.

 

Conclusión:

Este es el resultado: Comenzaron bien, siguieron bien y hasta terminaron bien. Aprender, comunicarse y compartir todas las experiencias debería ser la vida del creyente de hoy.

 

 

 

 

060310

  Barcelona, 3 de marzo de 1974

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108 CUANDO EL ESPÍRITU LLENA LA VIDA

Hech. 3:1-6; 4:31-37

 

Introducción:

Cuando el hombre acepta a Cristo como su único y suficiente Salvador sufre un cambio radical en su vida espiritual, mas si este sano axioma es predicado y creído, tampoco podemos dejar de olvidar que en su vida física se opera otro cambio paralelo que, si no iguala a aquel en magnitud, no podemos despreciarlo por la extraordinaria importancia que reviste.

Dios, obrando por medio del E, efectúa su claro ministerio en el diario vivir de los seres humanos dados y entregados a él y así muestra que su amor no tiene parangón conocido. Si aceptamos que el recién convertido ha nacido de nuevo, manifestado por su acto de público bautismo, hemos de aceptar evidentemente que ya no tienen aquellos gustos, necesidades o apetencias que antes preconizaba, sino que, por el contrario, ahora sus preferencias son bien distintas. Si antes tenía inclinación por el juego de azar, por ejemplo, ahora lo encuentra fatuo o poco espiritual y por ende, aquel tiempo vacío crea otro tipo de hambre que no se sacia si no es usándolo aprendiendo algo de su nuevo Señor. Pero así como el fumador que pretende dejar el vicio encuentra muchas dificultades para conseguirlo, el recién convertido, en sus primeros pasos, se encuentra desplazado y necesita la ayuda que espera de las dos vertientes, el Espíritu propiamente dicho y de nosotros, sus hermanos. De ahí que, si creemos que el ser humano es limitado, sea tan difícil diferenciar las necesidades físicas de las espirituales, aunque aseguramos que el amor de Dios no hace ninguna distinción en esta materia. Por lo cual no podemos limitar o poner cortapisas a ese amor ni a ninguna de sus manifestaciones en el hombre.

Si lo que antes teníamos por riquezas ahora no son sino cosas baladíes, ¿cómo permitir que mi hermano pase hambre? ¡De ninguna manera! La Iglesia primitiva entendió el santo mensaje a la perfección. Allí no había ricos ni pobres. Todos eran una sola cosa y lo que es más, consideraban sus necesidades físicas como algo del todo pasajero y a lo mejor superfluo. Pero es que aún hay más. Esta actitud en una comunidad cristiana no deja de ser un reclamo eficaz para los inconversos por cuanto constituye una viva y clara llamada a su atención y les insta a preguntar:

Varones hermanos, ¿qué haremos?

  Por otro lado, esa similitud de intereses, esa vida comunitaria llena de bendición a sus integrantes por cuanto pueden decir:

¡Creer en Cristo y seréis salvos!

  Entonces nosotros podemos ser instrumentos de bendición para los demás, faros que reflejan la poderosa luz de la cruz y obrar incluso milagros en el nombre del Dios Padre basándonos en la fe manifestada por nuestros oyentes. Y si no me creéis, a las Escrituras pongo por testigo:

 

Desarrollo:

Hech. 3:1. Nos encontramos ante la primera paradoja de la lección de hoy. Sabemos que los primeros discípulos eran judíos como Jesús y que éstos no abandonaron, en ninguna manera, las costumbres y ritos religiosos en los que se habían educado y a los que tenían tanto apego. Aún no tenían clara la idea de una nueva normativa. Si bien se reunían cada día en el Templo, como leemos en Hech. 2:46, luego partían el pan en común en casas fijas y particulares. La separación entre los judíos seguidores de Cristo y los que no lo eran aún no estaba bien definida como lo estuvo algo más tarde. Como había culto de oración cada día en el templo a las tres de la tarde, al que asistían por otro lado casi todos los varones que estuvieran en situación de hacerlo, nos encontramos a nuestros dos amigos camino del mismo ya que, aquello, entraba en su interpretación de los mandamientos de la Ley de Dios: Pedro y Juan fieles a la doctrina de sus antepasados incluso en calidad de seguidores de Jesús, acudían a la reunión que les resultó inolvidable.

Hech. 3:2, 3. Es curioso constatar que entre las ideas de la época, se consideraba a Dios responsable de la dolosa desgracia particular de los cojos de nacimiento. Siguiendo la tesis argüían que era junto al templo dónde podían recibir la asistencia que les permitiera subsistir puesto que si como cojos tenían derecho a la vida, y era allí, y en otros lugares similares, donde podían recibir la limosna debida. Entonces, fácilmente podemos llegar a esta conclusión: aquel ciego esperaba sólo de Pedro y Juan que compartieran con él parte de sus bienes. Nada más. Pero sin embargo, éstos, le cambian su mentalidad hasta el punto que las pretendidas necesidades quedan en nada, para dar paso a otras infinitamente superiores.

Hech. 3:4-6. ¡Míranos! En primer lugar notemos que los dos apóstoles calcan un principio propio del buen samaritano. Cabía la posibilidad de que pensaran que tenían bastantes problemas o responsabilidades para atender a aquel hombre, que se les hacía tarde, que, efectivamente, no tenían dinero y que, en suma, aquel asunto no les concernía; pero no, no, se detienen y le piden atención. Muchos de nosotros no hemos encontrado en algunas situaciones semejantes. Hemos visto en el túnel del metro a personas que piden limosna, pero, distraídos, les hemos largado unas monedas cuando lo hemos hecho, y hemos pasado de largo. Pero aquí, los apóstoles nos dan una lección: ¡Ante la necesidad ajena no debe haber pérdida de tiempo! El nuestro ya no tiene importancia. Debemos quedarnos allí y exclamar:

¡Míranos!

  Los que en aquel día oyeron aquel timbrazo a la atención del cojo, mirarían a aquellos hombres que, a simple vista, no tenían nada de extraordinario. Por otro lado, ¿qué podía pensar nuestro cojo? Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Seguramente alguien que le exigía atención le daría algo, bastante. Y valdría la pena. En algún momento había pensado que aquellos dos hombres le iban a pasar rozando sin darle nada y ahora parece que la cosa era diferente, iban a darle algo que realmente valdría la pena: No tengo ni plata ni oro, pero de lo que tengo te doy. En nombre de Cristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Así que le dieron lo que tenían…

Pero aquí hay una perla que no podemos desaprovechar: En la historia sagrada, al igual que en otras culturas parecidas, se creía que el nombre de una persona tenía que ver con la característica de la persona misma y, por lo tanto, muchas veces, los padres daban a sus hijos nombres, amén del que le habían otorgado en el momento de nacer, que reflejaran más alguna faceta de su carácter. De igual manera, el jurar por el nombre de Dios parecía obligarle a tomar cartas en el asunto. Y este era el motivo por cual evitaban pronunciar en lo posible el nombre del Señor. Entonces, cuando Jesús autorizó a sus discípulos a predicar, sanar, echar fuera demonios, etc. en su nombre, estaba dándoles también un privilegio y una responsabilidad. Así, no eran Pedro o Juan quienes actuaban, sino Jesucristo de Nazaret. Ellos no eran sino meros instrumentos conductores. Claro, sabemos que la mayor necesidad del cojo no era ni la plata ni el oro que les diera la gente. Es verdad que lo necesitaba, y mucho, pero era mejor restaurarle la salud para que pudiera valerse por sí mismo y así dignificarse.

Pedro y Juan, al igual que su Maestro hiciera en tantas y tantas ocasiones similares, sanaron al cojo del todo. En otras palabras, remediaron primero su necesidad física para hablarle luego del Médico que había hecho posible la curación. Ellos, más que hablar del Evangelio, lo vivían y sanar enfermos era uno de sus ministerios. ¿Cómo podemos ahora, en la actualidad conseguir los mismos efectos, las mismas realidades? Actuando y viviendo en el mismo nombre que lo hicieron los apóstoles. Se presentó una oportunidad al ver la necesidad de aquel pobre hombre, la aceptaron y actuaron en consecuencia.

Hech. 4:31. Sabemos la historia. Por hacer bien al cojo, Pedro y Juan se metieron en graves problemas. Al haber una oposición fuerte, influyente y encarnizada, los encarcelaron a los dos. Pero sin embargo, Dios seguía bendiciendo como siempre. En aquella ocasión cinco mil almas se unieron a la Iglesia al creer que Cristo era el Salvador de sus vidas. Ese era otro tema. Los discípulos si tenían que sufrir a causa del Nombre, sufrían. Si debían tener persecuciones, las aceptaban, si vejaciones, las sublimaban, si burlas, las superaban, si la muerte… la aceptaban con una sonrisa.

Toda la congregación que ahora constaba de más de ocho mil almas, oraba para que Dios los fortaleciera y los consolara. Y el Espíritu les ayudaba dándoles su poder… Y, en el otro extremo del círculo, gracias a esa plenitud, aquellos hombres y mujeres hablaban y vivían el evangelio cada día, minuto a minuto, sin importarles las consecuencias a que tuvieran lugar.

¿Qué nos quiere decir Lucas al usar la expresión: Hablar con denuedo? Con la fuerza del llamado “primer amor.”

Hech. 4:32. Aquí aparece el primer aldabonazo social. El cambio de enfoque del relato. Hasta el momento se ha venido hablando de las relaciones entre creyentes y entre éstos y los no conversos. También se ha hecho mención al compañerismo y a la comunión que aumentaba cada día más entre los hermanos. Pero ahora surge la primera necesidad física entre ellos. Tal vez una sequía u otro tipo de catástrofe o la propia necesidad normal de tener que alimentar a los ocho mil hombres. Lo cierto es que sabemos que entre ellos habían necesitados y desafortunados, con lo que se demuestra de paso que el hecho de ser un buen discípulo de Cristo no es ninguna garantía de no sufrir ya más. También aquí encontramos otra lección: El concepto de que un hombre pueda ser dueño absoluto de algo material, es ajeno a la perspectiva de la Biblia. Dios es el único dueño de todo por el simple hecho de ser el creador de todo. El ser humano a lo más que puede aspirar es a administrar temporalmente alguna cosa, pero nunca a ser dueño real de ella. Sin embargo, este concepto estaba tan arraigado en el alma humana que, entonces como ahora, es difícil prescindir de él. Aquellos seres eran creyentes y ante necesidades evidentes, lo daban todo, sí, no pretendían ser dueños de nada y lo daban todo. Tanto es así que se nos dice: ¡Tenían todas las cosas en común!

Hech. 4:33. Como podemos ver existía una estrecha entre lo narrado por Lucas tocante tanto a necesidades físicas como a espirituales por cuanto, ya lo hemos dicho antes, la frontera que las delimita es muy frágil y a veces tiende a confundirse en una sola. Y en ningún momento, descuidaron poder testificar en el nombre de Jesús. Notar que su punto clave, su centro, es la resurrección de Jesús y el impacto generado. La importancia de este hecho tiene dos vertientes, dos aspectos: Uno, fue por medio de la resurrección de Jesús que Dios expresó su aprobación por todo lo que su Hijo Unigénito había hecho durante su fugaz, pero importante ministerio terrenal. Como muy bien dijo Pedro en una ocasión, por dicha resurrección, Dios señaló a Jesús de Nazaret como Señor, Mesías y su Cristo. Dos, el otro aspecto también importante tiene que ver con la forma en que sucedió este milagro. El cuerpo del Maestro, después de pasar por el sepulcro, aún tenía alguna de las características de todo cuerpo humano, junto con otras especiales, algunas de las cuales ya hemos estudiado. Pero lo verdaderamente sobresaliente en este v. es que, de forma evidente, el Cristo resucitado tenían un cuerpo real y físico. Sabemos que después de aquel día domingo, Jesús pudo comer, se le podía palpar y, como siempre, se preocupaba por el bienestar físico de sus discípulos. Juan nos narra en su cap. 21, que él en persona les preparó una comida. La resurrección tenía y tiene dos claros aspectos que no debemos descuidar. Ya hemos insinuado que, a primera vista, este v. parece no encajar en el contexto, pues interrumpe la descripción de aquella forma o especie de comunismo que reinaba en la Iglesia, pero lo que creemos es que está insertado aquí para dar más fuerza a las acciones de caridad de los vs. 32-34, por ser la razón traductora de la potencia con la cual, los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Cristo, el Señor.

  Hech. 4:34, 35. Evidentemente había una necesidad a la que debían atender sin demora. No importa la situación. Sea la que sea. Si hay buena voluntad, siempre habrá una manera de vencer con creces… Así se cumple la 2ª parte del mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

  Hech. 4:36, 37. Aquí Lucas nos da un ejemplo de lo que quiere decir para que no tengamos ningún género de dudas o pobres pensamientos. Este discípulo, José, probablemente habría sido convertido al Evangelio hacía muy poco y por eso, ahora, al ver a muchos hermanos indigentes, llenos de necesidad, no vacila y da todo lo que tiene. Mas, ¿cómo iba a explicar su actuación a familiares, conocidos y amigos a su vuelta a casa, a Chipre? Pensarían sin duda de que era tonto. Pero él había cumplido con su deber, pues frente a las necesidades urgentes, no lo dudó un momento.

 

Conclusión:

Nosotros, ¿podemos aplicar esta filosofía en nuestros días…? Un cristiano rico quiso ayudar a una familia de su Iglesia y les dio el sustento equivalente a una semana. Otro, buen mecánico, admitió en su taller a dos de sus hijos y los transformó en sendos hombres de provecho. Otro, en fin, curó gratis a los enfermos…

Siempre tenemos como mínimo una oportunidad para hacer el bien. De nosotros depende y no del Espíritu pues Él siempre está dispuesto a suplir lo que falta.

 

 

 

 

060312

  Barcelona, 10 de marzo de 1974

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109 DIOS LIBRA A SU PUEBLO

Éxo. 3:7-10; 19:3-8

 

Introducción:

En primer lugar debemos dejar bien sentado que Dios entiende los problemas del hombre hasta sus más íntimas consecuencias y actúa para aliviar todas las dificultades por las que pueda estar pasando sin olvidarnos de que Él, se da, se ofrece en cualquier circunstancia a hacer un pacto con este último condicionado tan sólo a la sana obediencia. Ha sido necesaria la inserción de esta premisa porque aún hay adultos que piensan que nadie cuida de ellos o cuando menos, que nadie se interesa por ellos. La verdad es que reconocemos que a veces la Iglesia y ciertos hermanos no tengan el deseo de ayudar a otros como deben. Sin embargo, esta lección nos enseña con claridad que Dios entiende y está listo para intervenir en el mundo en favor de cuantos hombres se entreguen a Él. Dios siempre está dispuesto, además, a librar a cualquiera de su pecado, su problema o cualquier otro tipo de dificultad. Pruebas de lo que estamos diciendo la constituyen sin duda muchos de los ejemplos anotados en la Biblia y en nuestra propia conciencia particular. Entre los primeros podríamos citar tras un largo etc. a Eliseo en el sitio de Samaria, 2 Rey. 6:24-7:20, Jeremías en la cisterna, Jer. 38:13, los tres amigos de Daniel en el horno ardiendo, Dan. 3, el mismo Daniel en el pozo de los leones Dan. 6, Pedro en la cárcel, Hech. 12:6-19, Pablo y Silas en la de Filipos, Hech. 16:11-40, y en el segundo, nuestra salvación por encima de cientos y cientos de ayudas que, precisamente, por ser particulares, no describimos por no cansarles.

Además, en la lección que nos ocupa y en la vida diaria, Dios usa a algunos para ministrar a otros. Condición esta última que tenemos muy olvidada por creer que Dios sólo puede escoger a prohombres para tamaños propósitos, cuando Él nos ha dejado dicho a través de cientos de ejemplos, palabras y actos, que sólo su ministerio es importante y que el hombre no es ni más ni menos que un embajador suyo y que por lo tanto, cualquiera de nosotros pudo, y de hecho podemos, haber sido o ser llamado para semejante menester. De todas formas creemos necesario sobresaltar el hecho de que todos y cada uno de estos llamados a ministrar en bien de los demás, no están hechos al azar, sino que son más bien el fruto de un plan divino perfecto que tiene como resultado la localización del individuo más apto y eficaz para llevarlo a cabo con éxito.

Por eso es tan importante conocer todos nuestros talentos y vocaciones porque, a veces, el objetivo remoto nos tapa el cercano, tergiversando así el propio mandato de Dios. Se cuenta de un joven cristiano que después de leer y saber que en ciertas partes del continente africano hay mucha necesidad de atención médica, le dijo a su pastor que él sería médico misionero en África. Su pastor oró por él y le felicitó, pero luego le dijo: “Oraré de nuevo para que tus deseos se cumplan, pero ahora, mira, ven conmigo, visitaremos un barrio de nuestra ciudad que no conoces.” Cuando fueron, el joven no podía creer lo que veía: La pobreza y la enfermedad eran terribles y su alma se llenó de compasión. Viendo su reacción, el pastor de dijo: “No hay mejor manera de prepararte para tierras lejanas que el sentir compasión y ayudar a los desdichados que viven cerca de tu casa.” El joven resolvió hacer algo desde aquel instante para aliviar la situación de los oprimidos de su ciudad.

Ahí está el meollo de la cuestión y puesto que la lección de hoy nos enseña que nuestro Dios obra en la historia del mundo, abundamos en la idea de que también usa seres humanos como instrumentos para llevar a cabo sus propósitos. Pero para que haya un enviado tiene que haber un motivo y el que hoy nos ocupa se trata nada menos de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. Naturalmente, el gran mensaje del libro de Éxodo es que Dios libra a su pueblo de la costra de la esclavitud indicando con ello la gran semejanza que existe entre este libro y el Evangelio. En ambos casos vemos a nuestro Señor obrando por medio de hechos históricos para librar a los oprimidos y esclavizados. En ambos obra a través de un mediador quien es su instrumento en la tierra. En ambos establece un pacto con su pueblo para hacerles recordar por siempre que son sus hijos escogidos.

Por eso esta lección nos enseña la compasión que Dios tiene para con los que sufren esclavitud: ¡Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestro sufrimiento! El humo de nuestro llanto llega hasta su trono y le hace intervenir. Entonces vemos como Dios ha intervenido e interviene en la historia de una forma maravillosa, tanto es así que se pueden ver su salvación y su cambio de situación. Del mismo modo, el pueblo de Israel comprendió que Jehovah les había escuchado, salvado y tomado como pueblo. Así, el pacto de Sinaí sirvió para hacerles recordar su liberación y su conversión en un pueblo escogido, un reino de fieles sacerdotes y un ejército de atalayas.

 

Desarrollo:

Éxo. 3:7. De todos son conocidas las circunstancias en las que Dios dice estas palabras a Moisés en Horeb, por lo que no vamos a repetirlas, pero sí debemos decir que este v enseña una de las verdades más grandes de las Escrituras: Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestros sufrimientos. Los verbos utilizados encierran la verdad de que Él se interesa personalmente en las angustias de su pueblo. No hay nada aquí que dé idea de “Ser Supremo”, ni de “Gran Creador”, ni de “Ser Inalcanzable”, sino más bien de “Padre Amoroso.” Sí, Dios es nuestro padre el cual ha visto nuestra aflicción, ha oído nuestro clamor y ha conocido nuestras angustias. La liberación que resulta de este extraño conocimiento no es algo de suerte o capricho, como ocurre cuando uno se libra de un accidente industrial o automovilístico por pura suerte. Al contrario, Dios interviene personalmente para salvar a su pueblo de su sufrimiento.

Éxo. 3:8. Es la primera vez que la Biblia menciona el hecho de que Dios puede intervenir en la historia humana para salvar. Lo curioso del caso es que el v se relaciona mucho con 2 Cor. 5:19, porque en ambos se mira, se contempla el mismo asunto: ¡Salvar al pueblo escogido! Dios se preocupa por nosotros y entra en el mundo de los hechos para aliviar nuestro sufrimiento porque es una verdad conocida que el mensaje de la Salvación bíblica, no habla de una idea acerca de Dios, ni siquiera de una creencia sobre Dios, sino que proclama que el propio Dios entra en persona en nuestras circunstancias para poder ayudarnos. En el ejemplo práctico que estamos estudiando, el Señor prometió dos cosas sobresalientes, pues iba a librar a los israelitas de la dura esclavitud y a ponerlos en “una tierra buena y ancha.” Para ellos, que no tenían patria, el hecho de serles prometido un hogar propio tendría la virtud de llenarles de gozo, del mismo modo que a nosotros nos llena de consuelo y alegría el pensar en nuestra propia “tierra prometida.”

Una palabra más sobre este mismo v.: Tierra que fluye leche y miel significa una tierra fértil que da abundantes cosechas con la idea implícita de poco o ningún trabajo. Los pueblos citados son otras tantas tribus que por aquel entonces habitaban las distintas regiones de Palestina.

Éxo. 3:9. Dios es muy consciente del sufrimiento de su pueblo. No está sordo a nuestros gemidos y responde en siempre al claro sincero del mismo. He visto la opresión, dice el v. La base del hecho más grande en el AT es la comprensión por Dios de un hecho social: ¡La opresión de un grupo por otro grupo! En la actualidad, muchos de los que dicen que el cristianismo no ofrece nada a la gente en su miseria y dolor no lo reconocen, pero Dios oye el clamor de la injusticia social que procede de cualquier parte del mundo. Y nosotros tenemos la convicción de que es así porque el hecho de ver el sufrimiento de los inocentes y acudir en su ayuda es la razón inherente a la naturaleza divina.

Esta es una de las doctrinas importantes del cristianismo: El Señor sabe lo que pasa en las vidas. Por lo tanto, no debemos decir nunca que nadie nos entiende, que nadie conoce o sabe los problemas que tenemos que soportar. Lo repetimos una vez más y lo repetiremos cuantas veces sean necesarias porque es muy importante que entendamos que el Señor Jesús conoce nuestros problemas, que comprende bien nuestras luchas, que entiende nuestros fracasos y que detecta nuestras decepciones de la vida diaria para que, de esta forma, ganemos la suficiente confianza para poder adorarle de forma continua. Leemos en Mat. 6:7, 8, que incluso antes de orar Él ya sabe de qué cosas tenemos necesidad. Nada le pasa desapercibido porque su más íntimo gozo lo constituye, precisamente, en dar bendiciones para sus hijos, Luc. 11:13.

Éxo. 3:10. Este v constituye lo que se ha dado en llamar el comienzo de la selección de Moisés para ser libertador del pueblo hebreo. Ya hemos dicho antes que para hacer grandes obras, Dios emplea instrumentos humanos. En la Biblia el concepto del llamamiento divino se repite una y otra vez. La lista de los llamados por nuestro Dios es muy larga; comienza por Abraham, continúa con Moisés, Samuel, David, Amós, Isaías, Jeremías, Pedro, Juan, Pablo y más. Sabemos que hoy día Dios llama a personas para servirle como instrumentos especiales que le hagan tareas varias o distintas y objetivos diferentes. Todos no somos líderes, pastores o evangelistas. Muchas veces Él llama a un fiel miembro de iglesia para ser maestro, diácono, visitador, portero o simplemente, preparador de los utensilios de la Cena, no importa qué actividad. Lo importante es conocer que Dios emplea agentes humanos para obras divinas y que cuando nos sentimos llamados, responder como otros ¡Señor, envíame a mí!

  Para librar a su pueblo de Egipto, Dios escogió a Moisés para ser su agente. Ahora bien, ¿fue escogido al azar? No, pues era la persona más preparada para hacerlo a pesar de sus excusas iniciales. Sabía el idioma y las costumbres de los egipcios por haber sido criado como un príncipe de la casa real. Conocía el desierto de Sinaí por haber vivido muchos años allí después de haber huido de la capital egipcia. La montaña donde él recibiera el llamamiento era la misma dónde los israelitas iban a conseguir los Diez Mandamientos de Dios. Así, Moisés era el hombre ideal para librar a su pueblo. Pero erraríamos del todo nuestro papel si terminásemos aquí. ¿Qué lección podríamos sacar de tan sonado llamamiento? Pues sencillamente que si bien es cierto que Dios nos llama para desempeñar determinado papel, no es menos cierto que Él escoge a quien está preparado para tener éxito.

Éxo. 19:3. Después de un viaje largo y difícil, Moisés fue y dirigió a los hijos de Israel a la misma montaña donde él recibió su llamamiento para librarlos de la esclavitud de 420 años. Ahora sube a la cima para recibir las voces e instrucciones que Dios tenía que dar al pueblo acerca de la obediencia del mismo modo que él lo hizo acerca de la obra de su liberación.

Éxo. 19:4. Esta sección es un llamado a prepararse para un vital encuentro con Dios. Al propio tiempo es una clara invitación a aparecer delante de Él, para escucharle y establecer una nueva relación a través de un pacto. Así, estos vs. son un breve resumen de los caps. 19 al 24. En primer lugar Dios invita a los hebreos a pensar en su liberación y en las condiciones extraordinarias que concurrieron, por lo que pueden dar fe ya que ellos mismo han visto el poder del brazo del Señor. Luego, bien preparados van a dar fe de que el pacto divino no va a ser teórico, sino práctico y demostrable por hechos históricos. Si Dios ha sido capaz de sacarlos del atolladero que los ahogaba, era también capaz no sólo de darles una buena ley, sino de llevarles en paz hasta la frontera de la tierra prometida.

Éxo. 19:5. Puesto que Dios ha hecho todo para asegurar su salvación, impone la condición: ¡La obediencia! El mandamiento principal era y es obedecer su voz y su voluntad. También debían “guardar” el pacto en el sentido que Dios mandó a Adán y Eva “guardar” el jardín de Edén. Debían cuidarlo como una cosa sagrada. Ahora bien, ¿en qué consistía el pacto? Por parte de Dios, sus promesas. Por nuestra parte, obediencia, fe y lealtad. Así dice: Vosotros seréis mi especial tesoro. ¿Qué nos quiere decir? Desde luego, no que Dios piensa más en Israel que en otros pueblos, sino como Él explica más adelante, los elige para que comuniquen a otros su voluntad, gracia y salvación.

Éxo. 19:6. Este v es de suma importancia porque es el único lugar del AT dónde se enseña esta idea tan buena e importante. El sacerdote tenía dos misiones principales: Tenía que vivir una vida consagrada a Dios y tenía que ser mediador entre Dios y el hombre. Pero aún hay más, el deseo de Dios es que todo el pueblo cumpla esta misión por lo que tenía que ser una nación consagrada y atraer al mundo hacia el Señor. Por eso, por eso mismo, llamó al pueblo de Israel, no para que ellos tuviesen más bendiciones que los demás, sino para que fuesen canales de bendición para todos los pueblos de su entorno. Esta doctrina no nos es desconocida. Se halla también en el NT, en 1 Ped. 2:5, 9. Así que nosotros también tenemos una misión especial y debemos manifestarla a través de la consagración y evangelismo. No podemos olvidar que somos un reino de sacerdotes. Pero no unos pocos de nosotros, sino uno a uno, cada uno, por lo que debemos cumplir lo mandado.

Éxo. 19:7. En esta ocasión Moisés ejercía el oficio de profeta. Al bajar del monte explicó al pueblo todo lo que había oído de Dios. Del mismo modo, el hombre que tiene mensaje divino debe comunicarlo enseguida a los demás.

Éxo. 19:8. Este v es la profesión de fe de Israel. Acaban de comprender las cosas grandes y maravillosas que Dios ha hecho con ellos y sin discutir o poner condiciones, responden con una sola palabra de obediencia: ¡Haremos! Notemos que no hay otra respuesta posible porque nuestro Dios lo ha hecho todo. Sus mandamientos son justos y Él tiene todo el derecho de pedir obediencia porque acaba de salvar al pueblo de una esclavitud de cuatro siglos.

 

Conclusión:

Este es el secreto de una vida feliz y con propósito, pues si decimos bien fuerte: ¡Todo lo que ha dicho Jehovah, haremos!, tendremos la seguridad de que Dios nos va a cuidar pase lo que pase y guiar hacia un destino feliz: ¡La tierra prometida!, cuya capital es la Jerusalén celestial.

Amén.

 

 

 

 

050248

  Barcelona, 15 de septiembre de 1974

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110 DIOS UNIFICA A SU PUEBLO

Jos. 24:1-7, 14, 15, 24

 

Introducción:

Recientemente hemos leído en la prensa diaria que el nuevo gobierno de Portugal estudiaba la posibilidad de conceder la independencia a Angola y Mozambique porque la gran mayoría de aquellos pueblos la habían pedido hasta con sangre. Mas lo curioso del caso es que las noticias no nos han sorprendido nada porque este siglo se caracteriza por el trasiego, formación y nacimientos de nuevas formas independientes de gobiernos y, en consecuencia, nuevos países.

Se buscan nuevos horizontes y se trata por todos los medios de descentralizar gobiernos e influencias a causa de la moda y la costumbre indicando deseos separatistas de unos pueblos que tienen las mismas raíces étnicas e históricas. Sin embargo, Dios trata y consigue unificar a su pueblo. Y lo hace de mil maneras. Para Él que lo puede todo, el plan no debe parecernos extraño, pero juzgado bajo nuestro prisma y bajo nuestras limitaciones, celos, envidias, rencillas y rencores, la cosa ya es mucho más extraordinaria. P. ej. la unidad básica de la Iglesia Evangélica es un milagro de la gracia de Dios. Es bueno y maravilloso ver a personas tan diferentes unidas gracias a Cristo. Algunos tienen mucho dinero, otros poco; algunos tienen estudios mientras que otros apenas si saben leer y escribir, algunos trabajan en la industria, otros en la agricultura; algunos hablan idiomas, otros no saben bien ni el suyo; algunos son negros, otros blancos, pero todos están unidos por su fe en Cristo y su deseo de servirle.

La lección que hoy nos ocupa trata del llamamiento de Josué al pueblo de Israel en aquel memorable culto que confirmaba su pacto con Dios. Josué se limitó a plantear la cuestión que cada uno de nosotros tiene que enfrentarse: Distinguir entre los dioses falsos y el Señor verdadero. A nivel individual, cada ser tiene que escoger a quien servir para que después, como pueblo, determinar su trayectoria histórica en el bien entendido de que si no se escoge al Dios vivo y real, automáticamente uno se queda al servicio de cualquier dios falso. No hay otra opción, no hay otra posibilidad. O se entra en la estancia o se sale, ya que el dintel no puede cobijar a nadie. El pueblo de Israel, al tomar la decisión correcta, se preparó para dar testimonio de la existencia del Único a todos sus perdidos países vecinos.

De la misma manera, hoy, todos aquellos de nosotros que escogimos un día servir al Cristo crucificado y que, por lo tanto, sabemos a quien servimos, estamos obligados a ayudar a otros a distinguir entre lo bueno y lo malo. En un mundo de tanta indecisión e incertidumbre hay necesidad de que cada persona, cada familia cristiana, diga con voz alta y clara: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah!

  Ahora vamos a estudiar una experiencia en la vida de la nación de Israel. Recordemos que los hebreos salieron de Egipto rumbo a la tierra prometida bajo la dirección de Moisés, pero a causa de su pecado tuvieron que pasar 40 años en el desierto antes de ocuparla. La acción de la lección de hoy la situamos en la misma frontera de Palestina. Aquellos numerosos descendientes de Abraham se hallan listos a entrar en la tierra santa con Josué como caudillo. Ha llegado el momento. Todo aquello que hasta entonces había sido sólo una promesa, estaba a punto de convertirse en una hermosa realidad. Desde el punto donde estaban se podían ver los valles y ríos, leche y miel, que pronto serían suyos. Van avanzando, cruzan milagrosamente el Jordán y poco a poco van adentrándose en aquel bello paisaje, venciendo pueblos y dificultades, viendo la mano de Jehovah en cada obstáculo superado. Un buen día se topan con Siquem, pero no había sido fruto de la casualidad. Josué los ha guiado hasta allí porque era un sitio ideal para tener la reunión de la asamblea nacional. Por otra parte, era un antiguo santuario conocido por Abraham, Isaac y Jacob, Gén. 12:6, 7; 33:18-20; 35:2-4, y además estaba en el mismísimo centro de la futura tribu de Manasés del sur y como consecuencia, en el centro aprox. del futuro país; sin olvidarnos tampoco del singular detalle por el cual, desde aquella ciudad, todas las tribus podían convergen fácilmente.

 

Desarrollo:

Jos. 24:1. El propósito de esta importante reunión era el de confirmar el pacto que Dios había hecho con el pueblo, por lo que esta reunión es muy parecida a aquella otra del Sinaí, cuyo inicio, desarrollo y conclusiones estudiamos el domingo anterior. Y tal y como Moisés llamó al pueblo a escuchar las condiciones del Pacto y después iniciar su disposición, Josué convocó a los representantes de todas las tribus en Siquem. El momento era solemne, y el caudillo quiso que escucharan de nuevo los hechos de Dios que habían resultado de forma más espectacular en su fuerte liberación de la esclavitud y como consecuencia, darles la oportunidad de escoger a que Dios iban a servir a partir de aquel momento de inicio de la mayoría de edad. Y tal como el pueblo hebreo había hecho 40 años antes se presentaron delante de Dios. Notemos que no se nos dice delante de Josué, como lo fue en efecto, sino delante de Dios, porque estaba perfectamente claro que aquél estaba al servicio de Éste.

Esta vez el lugar es Siquem, no Sinaí y el caudillo es Josué, no Moisés, pero el propósito era igual, el mismo: ¡Escuchar los mandamientos de Dios y decidir si querían obedecerle o no! Pero aquí hay algo más: ¡No importa tanto el mensajero como el mensaje!

Jos. 24:2. Josué empezó a relatar todo lo que Dios había hecho para llevarles allí en ese momento. Es curioso notar que en un aspecto importante de la fe del AT es que el Señor obra a través y por medios históricos. Todos los profetas y siervos de Dios no llamaron nunca al pueblo a creer en las doctrinas de Dios, sino en los hechos de Dios. Nunca se encontraron con el moderno problema de pensar si el Señor existía o no, al contrario, a través de la reciente historia podían ver las obras de Dios. Josué contó desde el principio los hechos gloriosos de salvación que el Señor había obrado a favor de los judíos, no tanto por el hecho de serlos como por el haber sido escogidos para el ministerio vivo y especial de ser portavoces.

Vuestros padres habitaron… al otro lado del río… Esta es una expresión curiosa que se halla en muchas partes de la Biblia y significa obstáculo insalvable humanamente hablando en la época. ¿De qué río estaban hablando? Del Jordán, claro, pero también podría referirse al Éufrates, o sea Mesopotamia, puesto que Taré, padre de Abraham, era oriundo de allí. ¿Cuál es la circunstancia sobresaliente que Josué quería indicar con la frase “al otro lado del río?” Pues que tanto Taré como sus vecinos adoraban con seguridad a dioses falsos. Y Josué les recuerda el detalle para hacerles comprender cuán maravilloso resultaba el hecho de que Dios, el Dios verdadero, los hubiese escogido a pesar de sus antepasados idólatras.

Jos. 24:2. Josué les recuerda de nuevo que siglos antes Dios había escogido a Abraham, lo había sacado del error y el paganismo y lo había traído a la misma tierra dónde estaban reunidos. El llamamiento de Abraham es uno de los momentos más altos en la historia del mundo. Jehovah Dios le instó a abandonar la seguridad de su familia, su patria y todas sus posibilidades de prosperar y le invitó a ir a un país no conocido prometiéndole a cambio, eso sí, grandes hechos y bendiciones, incluyendo la mejor: Gén. 12:1-3. Pero si la cita es para nosotros grandiosa, para aquellos seres tenía un valor incalculable. Eran descendientes directos y de sangre y además, estaban ante de la realidad palpable del inicio del cumplimiento de la promesa.

Siguiendo con su exposición, Josué les hizo ver que la obra de Dios estaba abarcando el propio llamamiento de Abraham, el milagroso nacimiento de Isaac y su propia presencia en aquel lugar.

Jos. 24:4. Para que no tuviesen ninguna duda acerca de la realidad de la promesa, Josué continúa diciendo que en las fortunas de los dos hijos de Isaac también se veía la obra y la mano del Señor. Es cierto que los edomitas se perdieron en la historia, pero lo hijos de Jacob, hijo directo y heredero de las promesas, fueron a Egipto en las circunstancias de todos sabidas y así Dios continuó su obra a través de ellos. Este v tuvo el propósito de explicar a los judíos jóvenes cómo y de qué manera sus antepasados llegaron a Egipto.

Jos. 24:5. Con breves palabras Josué describió el hecho más grande de la historia de Israel: Cómo Dios tomó una multitud de esclavos y los libertó de forma milagrosa para formar un nuevo pueblo con la exclusiva misión de ser sus representantes ante el mundo. Aún debemos decir que este v abarca la persecución de los hebreos, el fiel llamamiento de Moisés, las diez plagas, la primera Pascua y la concreta salida de Egipto. Pero lo que es más notable es que con este yo envié a Moisés, instrumento humano, Dios sacó a su pueblo de la servidumbre a la libertad.

Jos. 24:6. La Biblia no describe nunca el éxodo como una victoria del pueblo hebreo, siempre se relaciona con una obra maravillosa del Señor porque fue precisamente Dios quien “sacó” con su poder al pueblo de las manos de sus opresores. No obstante, históricamente hablando, los egipcios no querían perder esta fuente de mano de obra barata y siguieron a todos los hebreos con el propósito de lograr esclavizarlos de nuevo.

Jos. 24:7. Los antepasados de aquellos judíos eran los testigos oculares del milagro de la liberación de Egipto y a través de aquellos cuarenta años guardaron el recuerdo vivo de cómo Dios les abrió paso por el mar Rojo y más tarde lo cerró encima del ejército egipcio, demostrando con ello que la nación no se estableció a causa del valor de su pueblo, sino por el poder del Señor. Siempre fue igual, el triunfo no era de los caudillos humanos, sino que Jehovah triunfaba sobre los ejércitos de todo el mundo. Por eso los hebreos no olvidaron nunca que si no hubiera sido por la gracia de Dios todos hubiesen perecido.

Jos. 24:14. Después de contar uno por uno todos los milagros que Dios había hecho con ellos, Josué animó al pueblo a servirle con lealtad absoluta. El santo pacto con Israel tenía dos partes esenciales como sabemos: (a) El pueblo tenía que reconocer que Dios les había salvado del yugo de la esclavitud, y (b) ellos tenían que servirle incondicionalmente y obedecerle siempre, eso aunque pasase lo que pasase. Por eso este v es una llamada extraordinaria. Josué invitó al pueblo a servir a Jehovah con lealtad absoluta y al mismo tiempo él anunció un gran principio fundamental: Tenían que dejar de servir a los dioses paganos de sus lejanos padres para servir al Dios verdadero. Pero la real importancia de este v radica en el hecho de que encierra todavía este mismo principio válido para nuestras generaciones, cerca de 4.000 años más tarde. Tenemos que quitarnos de encima aquellos dioses falsos que pueden ser de dinero, egoísmo, materialismo, servilismo y servir únicamente al Dios verdadero. Y debemos hacerlo porque Él desea nuestra lealtad absoluta no aceptando una lealtad dividida. Es más. Josué hace hincapié en un gran principio que Moisés estableció en los discursos finales del libro de Deuteronomio. Es el principio que la obediencia a Dios trae bendición y prosperidad al pueblo, mientras la desobediencia resulta siempre en juicio y ruina. Y pone la alternativa delante del pueblo haciéndoles saber, una vez más, que podían escoger libremente a quien iban a servir y también, que las consecuencias de la desobediencia son inevitables.

Jos. 24:15. Este v debe ocupar lugar entre los grandes discursos del mundo. Es uno de los desafíos más nobles lanzados por unos labios humanos. Josué el caudillo actual, manifestó su profundo respeto por la libertad de cada ser humano de decidir su curso determinado; que cada uno, en suma, puede decidir por sí mismo a quien va a servir. El hombre, tan sagaz para elaborar excusas ante cualquier nuevo aspecto de la vida, no puede eludir aquí la responsabilidad de escoger. Sabemos que la vida nos presenta muchas decisiones y a veces es difícil saber distinguir entre lo bueno y lo malo, pero la decisión se toma, debe tomarse, de todas formas porque el hecho de no escoger el camino mejor implica, significa, que hemos decidido seguir por el camino viejo con los errores y problemas de siempre.

Pero debemos fijarnos en el detalle elocuente de que Josué dijo que ya no era cuestión de la nación, sino que cada persona tenía que escoger a partir de aquel santo momento el dios de su vida. Cierto que podían elegir los dioses paganos de sus antepasados, incluso los dioses de los cananeos en cuya tierra acababan de entrar; pero era mucho mejor el hecho de valorar sus varias oportunidades y su proyección de futuro como nación: “Sí, podían elegir al Dios verdadero y a fe que lo harían, porque Josué aún decía: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah! Así que este líder no dejó al pueblo sin ninguna ayuda para tomar una decisión tan importante. No. Les dio el buen ejemplo de un gran caudillo. No se retiró aparte para ver si escogían bien o no, sino que habló alto y fuerte: “Yo ya he decidido.” Y vosotros podéis hacerlo ahora. En este v. se ve bien clara la importancia que tiene un ejemplo sincero y sin rodeos y si bien el buen siervo de Dios con su familia habían decidido servir al Dios de Abraham, ya no puede hacer nada más. Ahora, a partir de aquel momento, cada uno tenía que decidir quien iba a ser la cabeza invisible de cada núcleo familiar, de cada tribu y de toda la nación.

Jos. 24:24. Animado por el noble ejemplo de Josué y su familia, el pueblo respondió de la única forma que lo hace siempre cuando le hablamos por boca y deseo del Señor: prometiendo su lealtad y obediencia a Dios. Porque, lo repetimos, el objeto de su obediencia, de su lealtad, no iba a ser un dirigente humano como Moisés o como Josué sino el Jehovah Dios eterno. Y aquellos judíos, como sus padres anteriormente, afirmaron su pacto en la ciudad de Siquem y teniendo como testigo a Josué pero teniendo el mismo propósito: ¡Manifestar su fija lealtad a Dios y prometer una obediencia para siempre!

  Pero sabiéndolos humanos, el buen Josué les hizo recordar la importancia de aquel acto, diciendo: He aquí esta piedra… será pues, testigo contra vosotros, Jos. 24:27.

 

Conclusión:

Aquí tenemos la personalidad extraordinaria de Josué como un ejemplo a quien deberíamos seguir en todo momento. No sólo sabía donde estaba el camino indicado, sino que se puso en la teórica encrucijada del mismo para hacer de poste indicador de la buena dirección. ¡Qué poca gloria guardan los hombres para los postes indicadores en las carreteras! A menudo aparecen ajados por el tiempo y descuidados, pero ¡qué haríamos sin ellos en caminos desconocidos! Pues eso debemos hacer nosotros. El creyente no es otra cosa que un mero poste indicador y cuando tratamos de buscar un oficio espiritual mejor, con más gloria, nos equivocamos porque no es nuestro sitio. El Señor nos ha escogido, como en su día escogió al pueblo de Israel, para serle embajadores, lumbreras, atalayas fieles y postes indicadores… para nada más. No olvidemos nuestro verdadero trabajo, como lo hizo en su día el pueblo de Israel, porque en cuanto lo hacemos creemos enseguida que Dios nos escogió por nosotros mismos y eso que entonces estábamos perdidos como lo estuvo en su día el pueblo de Israel.

Hoy es un buen momento para tomar una decisión: ¡Escoger hoy a quien sirváis, que yo y mi casa serviremos a Dios!

Amén.

 

 

 

 

050249

  Barcelona, 22 de septiembre de 1974

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111 EL PUEBLO DE DIOS PIDE UN REY

1 Sam. 12:13-18, 22-24

 

Introducción:

Sabemos que existen cientos de formas de gobierno en los países de la tierra y que unos son más conocidos que otros por haberlos experimentado, pero casi todos ellos se podrían en cuatro nombres genéricos por ser estos raíz y asiento de cuantas ramificaciones e interpretaciones se desdoblan en los pueblos del mundo: (a) Democracia, o la forma de gobierno que permite la intervención del pueblo; (b) autocracia, la voluntad de un solo hombre es la ley suprema, pudiendo degenerar en dictadura por no haber ninguna oposición; (c) aristocracia, sólo ejercen el poder las personas más notables del Estado, como pudieran ser las de la realeza, formando la monarquía, y (d) la Teocracia: el gobierno ejercido por Dios de forma directa.

En la lección de hoy vamos a estudiar un cambio de gobierno en el pueblo de Israel que tiene enseñanzas para nosotros. En primer lugar debemos indicar que los hebreos fueron gobernados teocráticamente desde Josué hasta Saúl a través y por medio de jueces. Éstos, del he shophetim, eran principalmente jefes o caudillos de Israel. Su autoridad era muy parecida a la de los dictadores romanos si bien era, a menudo, más militar que judicial con la sana excepción de Elí y Samuel que fueron sólo gobernadores civiles. La dignidad del juez era vitalicia, pero la sucesión no era constante. Había periodos de anarquía sucesoria en los que la república de Israel padecía las anomalías de una falta de gobierno central. Había también unos largos intervalos de despotismo y opresión extranjera y entonces los hebreos gemían sin tener quién los liberase.

Aunque Dios llamó a varios jueces, con todo, el pueblo escogía por lo general, pero siempre bajo la única dirección divina, al individuo que le parecía más apropiado para que le librase de la opresión y servidumbre. Por otra parte, no había gobierno central: Era demasiado común el hecho de que cada uno hacía lo que mejor le parecía, y como a menudo sucedía que la dura opresión que motivaba la elección de un juez, no se hacía sentir en todo el país, el poder del que salía electo se extendía sólo sobre la provincia a libertar. Así, p ej, la tierra que quedaba al este del Jordán fue la que Aod, Jefté, Elón y Jaír, liberaron y gobernaron; Barac y Tola ejercieron en el norte, Abdón, la parte central del país e Ibzán y Sansón las del sur.

La autoridad de los jueces era inferior en muy poco a las de los reyes: Eran jefes supremos en la paz y en la guerra decidían causas con absoluta autoridad, eran guardianes de las leyes, defensores de la religión y castigadores de los crímenes, en particular los de la idolatría. Por otra parte decir que no gozaban de salario alguno, ni pompa ni esplendor, ni tenían más guardias, comitiva o convoy que los que podían proporcionarles sus recursos propios.

La orden de Dios de expulsar o destruir a todos los cananeos, no fue sino ejecutada imperfectamente y los que fueron dejados a salvo, inyectaron a los hebreos su idolatría y sus vicios. El asunto de Micas y el levita, y el crimen de Gabaa que condujo a una guerra de exterminio contra los benjaminitas, aunque se registra al final del libro de Jueces, caps. 17 al 21, tuvo lugar poco tiempo después de la muerte de Josué y manifiesta cuán pronto comenzó el pueblo a apartarse del verdadero Dios. Para castigar esta desviación, el Señor permitió que el pueblo de Mesopotamia y de Moab, junto a todos los cananeos, amonitas, madianitas y filisteos, oprimiesen de forma alterna a una parte de las doce tribus y hasta a toda la nación. Pero al poco tiempo, compadecido por sus sufrimientos, le deparaba uno de los dictadores civiles y militares que antes hemos citado.

Quince jueces se nombran en la Biblia, empezando por Otoniel, 20 años después de la muerte de Josué, hasta Samuel. El orden cronológico es como sigue: Otoniel, Ehud, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Abimelec, Tola, Jaír, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón, Sansón, Elí y Samuel. El tiempo que gobernaron, parcial o totalmente, fue de 450 años, Hech. 13:20.

De pronto, el pueblo de Israel se encuentra cansado de tanto mando indefinido y pide un rey, 1 Sam. 8. Pero una de las preguntas más difíciles de contestar para el hebreo del AT, era: ¿Cómo puede una nación tener un rey si Dios ya lo es? Nunca se dio una respuesta satisfactoria y precisamente porque el origen de la monarquía en Israel representó un evidente peligro a la soberanía de Dios en el pueblo. ¿A quién se debía tener una lealtad absoluta y una obediencia completa, a Dios o al rey? No, no seamos ligeros al juzgar al pueblo israelita. Nosotros, como seres adultos que somos, sabemos que hay muchos problemas en la vida que necesitan solucionarse. Los hay en las comunidades, en las iglesias, en las familias amén de los personales y muchos están tan ansiosos en resolverlos que pasan mucha parte del tiempo buscando la solución humana, olvidándose de buscar la divina. Por otra parte hay otros que aún creen que para estos problemas no hay solución y también se abstienen de elevarlos al Altísimo limitando el poder del propio Dios. Pero la verdad es que debemos saber que el Dios Padre se interesa por nuestros problemas y siempre tiene una solución que proponernos.

Así, los motivos para el establecimiento de la monarquía en Israel eran en parte justificables. Necesitaban un rey para dirigir su ejército, necesitaban un rey para combatir con los reinos vecinos, necesitaban un rey para organizar y unificar las tribus de una nación que, aisladas, eran pasto fácil de los apetitos de los pueblos de los aledaños y alrededores. Sin embargo, no está en nuestro ánimo justificarlos desde aquí por cuanto los libros de 1 y 2 Sam. indican con claridad los peligros de esa monarquía. Dios era su rey y deberían haber contado con él a la hora de pedir uno humano en la seguridad de que recibirían alguna solución viable incluyendo, desde luego, la posible emergencia de un sabio representante capaz de amalgamar a la perfección los factores del problema que motivaron tal insólita petición.

Por otra parte, tener un rey humano, con las consiguientes ventajas que el hecho aporta, significa la creación de una serie de deberes y perjuicios no previstos como podrían ser: impuestos, servicio militar, obligaciones, etc. Esto perjudicó enseguida a los mismos peticionarios hasta el punto de dividir el país en dos naciones al conjuro de las desgraciadas palabras de Roboam.

La lección de hoy nos enseña que muchas veces la solución que otros han elegido para resolver sus asuntos y problemas no es la solución ideal que debe escoger el pueblo de Dios, pero sí, desde luego, aprender de las frías experiencias ajenas. Cuando aquellos ancianos de Israel pidieron un rey a Samuel, porque los hijos de éste no andaban por los caminos del padre, se indignó por sentir y considerar que rechazaban a Dios puesto que Él era el supremo y verdadero rey de Israel. En un enérgico y claro discurso les avisó de los peligros de aquella petición, pero ellos insistieron en pedir un rey que los librara de una vez por todas del yugo filisteo, olvidándose de las veces que el propio Dios lo había hecho milagrosamente. Esto, junto al hecho de negar al Señor su realeza, era lo que había sublevado al anciano Samuel.

 

Desarrollo:

1 Sam. 12:13. Respondiendo a la reiterada petición del pueblo, Samuel ungió a Saúl, un hombre alto y valiente de la tribu de Benjamín. La primera proeza que debemos anotar en su haber fue que, ante la inminente amenaza de los amonitas, convocó a los varones hebreos y atacó al enemigo al amanecer y por tres frentes divinos. La victoria fue completa y los enemigos, otrora pesadilla de Israel, quedaron dispersos por las montañas.

En su entusiasmo, el pueblo llevó a Saúl a Gilgal y allí le proclamaron rey de Israel, 1 Sam. 11. Pero lo curioso del caso es que Dios también accede y trata, una vez que está hecho el mal, de hacer lo mejor para su pueblo, por eso Samuel añade: Ya veis que Jehovah ha puesto rey sobre vosotros. Y es que al mismo tiempo que accedía a la petición del pueblo, Dios mandó a Samuel urgir a Saúl como rey. Y el último juez aprovecha la feliz coyuntura de la victoria y su proclamación para recordarles que Dios también ha dado su visto bueno y que, por lo tanto, está jurídicamente encima de él. De ahí que no debemos olvidar que Saúl gozaba de una doble aprobación como rey: el pueblo le aclamó y el Señor lo escogió como el primer rey de Israel. Esta doble aureola siempre protegió a Saúl pues, a pesar de que en su madurez fue un enemigo declarado del joven David, éste nunca se quiso aprovecharse de él y nunca osó tocarle un cabello. En varias ocasiones el padre de Salomón dijo que no podía levantar la mano contra el “ungido de Jehovah”, 1 Sam. 24:6.

1 Sam. 12:14. Es curioso. Samuel puso las mismas condiciones al pueblo que Moisés y Josué habían puesto años atrás. ¿Por qué? Porque, como ya hemos estudiado varias veces, por ser un pueblo escogido por Dios para una misión especial, tenían la obligación de obedecer sus mandamientos. Pero esta obligación incluía también al rey. Aunque ocupaba una posición especial en Israel, era un hombre frente a Dios, como los demás, argumento sutil anotado por Samuel indicando la fragilidad de la solución decidida por el pueblo que fiaba en las acciones finitas de un hombre limitado por su propia humanidad. Así el rey y su pueblo debían obedecer a Dios.

1 Sam. 12:15. Tanto como los hebreos del AT hemos de estar atentos a la voz de Dios. No debemos hacernos sordos a la voz de Dios, a la voz del Señor. Samuel con seguridad quiso indicar que Dios hablaba por medio de sus siervos, los profetas. Por lo que el pueblo no podía tener ninguna excusa argumentando que no se portaban mejor porque no sabían cómo. De forma sabia y constante, Dios mandaba y manda a los voceros para indicar su voluntad y refrescar su memoria.

Y si fuerais rebeldes a las palabras de Jehovah… La palabra, o palabras, de Dios indica la instrucción que ha dado de forma específica. Es importante notar que ellos no tenían necesidad de preguntar a cada momento cuál era la voluntad del Señor porque tenían su palabra ya escrita para orientarles e inspirarles. En la actualidad, con mucha más cantidad de palabra escrita, tenemos mucha más información que todos ellos pero, a la vez, más responsabilidad, porque ya no nos queda ni la excusa de decir que no sabemos leer por cuanto la palabra “entra también por el oír.” Sabemos lo que Jehovah Dios espera de todos nosotros a la perfección y si muchas veces nos decimos o manifestamos como si lo ignorásemos no es por falta de información precisamente. Mientras tanto, las palabras de Samuel flotan en el ambiente: Y si fuereis rebeldes a las palabras de Jehovah, la mano de Jehovah estará contra vosotros como estuvo contra vuestros padres. Samuel les advierte con el recuerdo de lo que había pasado a la generación rebelde en el desierto. Ya hemos dicho antes que la historia debería enseñarnos que la desobediencia trae sus consecuencias. Nuestro rico refranero popular ya nos advierte: “Cuando la barba del vecino veas pelar, pon la tuya a remojar.” Es una lástima que la gente aprenda tan poco de la historia. Todos sabían que a causa de la desobediencia, la gente de la generación anterior había sufrido la opresión de sus enemigos, pero dentro de poco todos, el rey incluso, volverían a desobedecer al Señor. Así que el ciclo se repite una y otra vez…

1 Sam. 12:16. Para convencer a la gente del poder y la autoridad de Dios que habían desafiado con la petición de un rey Samuel les invitó a presenciar un milagro siguiendo el ejemplo de tantos profetas y hombres de Dios que para demostrar que hablaban en su nombre, acudían al procedimiento del milagro y la señal. Era una manera de convencer a sus oyentes que sus palabras no procedían únicamente de sí mismos, de su propia experiencia local y espiritual, sino de la inspiración de Dios, Éxo. 7-9; 1 Rey. 18. Por otra parte, el hecho de reclamar su atención sobre lo que va a venir, indica el profundo deseo del juez, de Samuel, de conseguir del pueblo el reconocimiento de que sólo Dios era Rey y que Saúl, a pesar de haber sido ungido, sólo era su único representante aunque eso sí de hecho y derecho.

Esta gran cosa que Jehovah hará delante de vuestros ojos… La clave de esta parte del v la encontramos en las palabras: “Jehovah hará.” Sí, Dios iba a hacer algo grande ante los ojos del pueblo para demostrar que Él aprobaba las palabras de su siervo Samuel y daba el visto bueno a su mensaje. Por eso es tan importante notar en el texto que no es Samuel quien hace el milagro, sino Dios. Deberíamos comprender el estado de ánimo de Samuel. Dios le llamó en su día para gobernar al pueblo y lo había hecho lo mejor que había sabido. De pronto, el rey lo va a desplazar definitivamente y él, sabiendo la voluntad del que lo llamó, acepta este cambio no sólo de buen grado, sino que lo usa para conseguir una mayor bendición para Israel al intentar que no abandonen al que de verdad importa.

1 Sam. 12:17. Veamos: ¿Creemos que esta lluvia venía como una bendición? No, desde luego. Era más bien una especie de castigo puesto que era la época de la cosecha del trigo como puntualmente se indica en el v. La gente del campo, los sufridos agricultores saben, y la mayoría de aquel pueblo era agricultor, que no era buena la lluvia en aquella circunstancia, puesto que puede agostar el trigo y pudrirlo en su totalidad. Así que no eran lluvias de bendición, como pueden ser las que caen en época de siembra, sino una señal para que el pueblo pueda reconocer su error al pedir un rey y romper con la armonía de la teocracia.

Ahora bien. Parece como si hubiese una incongruencia en el v. ¿No hemos dicho antes que Dios había aceptado la demanda del pueblo y que el mismo Samuel lo había reconocido y ungido? Cierto. Pero también hemos dicho que, una vez hecho el mal, Dios y el juez electo no podían abandonar al pueblo y que además lo sabemos por propia experiencia, el mal no podía quedar sin castigo por ser éste una consecuencia lógica de aquél. Además, el propio Samuel les recuerda que se miren en el espejo de sus antepasados, que por desobedecer a Dios si vieron en la dificultad de no poder salir del desierto durante 40 años.

1 Sam. 12:18. Seguramente fue una oración pidiendo a Dios que manifestara su poder para convencer al pueblo de su autoridad. Y Jehovah dio truenos y lluvias en aquel día. Samuel no hizo nada a excepción de la petición, pero Dios se manifestó de forma milagrosa. Sabemos que la fe del AT era una fe en el poder actuante de Dios. Ya dijimos el domingo anterior que la gente se convencía, no de la existencia de Dios que lo daban por hecho, sino porque ellos mismos habían visto sus hechos en la historia.

Y la lluvia produjo efecto. A causa del milagro “todo el pueblo tuvo gran temor de Jehovah y de Samuel.” Ellos ya sabían una vez más, que debían escuchar y obedecer porque quedaron convencidos de que si obedecían a Dios tendrían bendiciones y que si le desobedecían sin duda sufrirían el consiguiente castigo. Castigo cien veces más eficaz que todas las palabras del mundo juntas porque el humano no escarmienta con los males ajenos, sino con los propios. En el caso que nos ocupa, podemos decir aún que el milagro les infundió respeto por Samuel y por Dios, pero por desgracia la memoria humana es corta y pronto se olvidaron de sus buenas intenciones.

1 Sam. 12:22. En su corto discurso de despedida Samuel quiso asegurar al pueblo que Dios no iba a abandonarles en aquellos momentos críticos de cambios de poderes; es más, que quedaban bajo el amparo directo del Señor aquellos que lo quisieran.

Dios no iba a abandonar al pueblo por dos poderosos motivos: (a) Por su “gran nombre.” Había comenzado una gran obra con los hebreos y su reputación frente al mundo estaba en juego ya que para mostrar a las naciones de la tierra que Él y sólo Él era el Rey tenía que cumplir su obra, Eze. 36:21-23, y (b) porque “Dios había querido hacerlos pueblo suyo”, a pesar de su rancia desobediencia, y con el fin de traer una bendición especial para el mundo.

1 Sam. 12:23. A pesar del hecho de que el pueblo no lo quería, que le había rechazado, Samuel prometió continuar orando por ellos. Dijo otra verdad importante: ¡Todo pecado es contra Dios!

Antes os instruiré en el camino bueno y recto. Y así fue. Aunque Samuel se retiró de juez y gobernante, se quedó en el pueblo como maestro e instructor.

1 Sam. 12:24. No reclama para él ni reconocimientos ni oro ni estatuas. Termina su lección con un broche precioso. Debían respetar y servir a Dios porque el hombre pasa a la historia por muy grande que sea y Dios no. Ahora bien, ¿qué significa este temed a Jehovah? Por el vivo contexto sabemos que no es tener miedo, sino que se debe honrar y respetar porque lo merece. ¿Y esto por qué? Pues considerar cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.

 

Conclusión:

Es curioso. El motivo principal de servir al Señor es siempre el de la gratitud. Sabemos que Él había hecho grandes cosas para con Israel: ¡Los sacó de Egipto dónde vivían como esclavos y les dio una tierra y una nación dónde vivir! Nosotros, que hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado y conducidos con mano suave a una vida eterna, tenemos más motivos aún para servir al Salvador; así, ¿por qué no lo elegimos por unanimidad Rey de nuestros corazones?

Oración proclamándole Rey.

 

 

 

 

060253

  Barcelona, 29 de septiembre de 1974

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112 DIOS SE INTERESA EN LOS LÍDERES

2 Sam. 7:8-10a, 21-29

 

Introducción:

La lección de hoy nos describe el momento de una gran importancia en el mundo. David, el más grande de los reyes de Israel, había logrado para su pueblo la ansiada unidad nacional por la que tanta sangre había sido tirada y llegando a ser el primer eslabón tangible de la cadena de la promesa a Abraham. Pero este gran hombre a impulsos de una noble actitud que casi siempre le caracterizó, dijo reconocer en un momento dado que no estaba bien que él habitase en una casa de cedro y oro, mientras que el culto al Dios de sus padres se celebraba en una simple tienda de cortinas.

Y el Rey quiso levantar un templo digno de Dios.

David fue un buen líder a pesar de las consabidas limitaciones humanas. Del mismo modo, en la actualidad, todas las iglesias necesitan líderes dedicados y abnegados. Líderes que, en primer lugar, reconozcan que no lo son por sus propios méritos, sino por designio divino, y en segundo, que traduzcan de tal modo la voluntad de Dios que llegue a ser beneficio a todos aquellos que son dirigidos.

Naturalmente, la mayoría de estos líderes por los que suspira cualquier iglesia tendrán que ser unas personas adultas física y espiritualmente formadas y aptas para el trabajo para el que han sido llamados. Pero algunos adultos no responden a la necesidad porque tienen temor al fracaso, y no se dan cuenta qué labor va mejor a sus aptitudes, con lo que su cerril postura perjudica con claridad a la iglesia y a ellos mismos.

Esta lección nos va a dar la oportunidad de considerar la posibilidad de que Dios nos esté llamando; si es así, ya hemos de saber que Él suplirá todas nuestras carencias y faltas. Ahora bien, Dios respondió a David que Él no había pedido nunca que se le construyera una casa. Al contrario le contó que cuando era pastor de ovejas, Él lo había escogido para dirigir a su pueblo. Después, y para premiar su buena voluntad, le hizo una promesa que aún tiene validez en la actualidad. Bien es verdad que Dios no permitió que David le edificara un templo, pero le prometió que la casa de David sería afirmada para siempre. Con lo que venía a decir que su familia reinaría siempre sobre Israel. ¿Hasta qué punto ha sido cierto? Hasta la caída de la capital reinó un rey de la casa o familia de David. Pero la promesa cobró mucha más importancia por medio de la profecía. Isaías y Miqueas los dos, dijeron que por medio de la casa de David, Dios iba a enviar al mundo un Rey con una doble vertiente: librar a su pueblo y establecer un reino eterno. Sabemos todos que Cristo descendió de la familia de David y que muchas gentes lo llamaron con razón Hijo de David. Por lo tanto, el Rey de la casa de David es nuestro Rey y, en consecuencia, somos miembros de su reino eternal.

 

Desarrollo:

2 Sam. 7:8. Cuando el rey David tuvo la idea de construir un templo para Dios en Jerusalén, lo consultó con Natán, el profeta. Y como hemos dicho antes, Dios reveló en la noche al anciano profeta que Él no deseaba que David le levantase ningún templo. Siempre, en el AT, se describe a los profetas como mensajeros de Dios, así que Natán no podía ser menos. Lo primero que comprendió es que él tenía un mensaje para David: Así ha dicho Jehovah de los Ejércitos… Para evitar los malos entendidos, el profeta verdadero siempre iniciaba su mensaje del mismo modo. ¿Y por qué? Porque de esta forma demostraba que no estaba hablando él, sino comunicando lo que Dios le había dicho: Yo te tomé del mismo redil y de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel.

  Sabemos que Dios llamó a David en su oficio de pastor para hacerlo rey de Israel, oficio que parece ser preferido del Señor, puesto que éste no fue el único caso. Nos estamos refiriendo, naturalmente, a Amós, 7:14-15, que, no sólo era pastor de cabras y ovejas, sino recolector de higos salvajes. Quizá fuese porque este oficio requiere un amor y una paciencia fuera de lo corriente, habilidades que muy bien podrían aplicar en su nuevo destino dentro del plan del Señor. De todas maneras, en la Biblia se encuentran cientos de casos en los que Dios llama a hombres pobres y ordinarios, hombres sencillos, para ser sus siervos especiales con trabajos extraordinarios con la idea, que no podemos despreciar, de que Él y sólo Él, da las fuerzas necesarias para llevar a feliz término tamañas empresas.

Hoy día, Dios también llama a jóvenes y a adultos para ser pastores, enfermeras, maestros y otras vocaciones especiales y todos, absolutamente todos, debemos estar atentos a la voz de nuestro Señor que, sin duda, nos llega y llegará a través de cualquier mensajero suyo.

2 Sam. 7:9. ¡Preciosas palabras! Dios dirigió los pasos de David durante los tiempos difíciles y en el trabajo para el que fue llamado: ¡Establecer su reino! Del mismo modo, hoy tenemos la seguridad de que Él también tiene tiempo para dedicarlo a cada uno de nosotros. Por otra parte, este v demuestra bien a las claras que todos aquellos logros que uno hace se deben a Dios. David entendió muy bien el mensaje, pues todas sus victorias se debían a Dios. ¿Cómo pudo saberlo David con tanta seguridad? La solución la da el profeta: Delante de ti he destruido a todos tus enemigos. Era tangible y hasta demostrable. El rey David fue el libertador de Israel, cierto, conquistó otros pueblos para dar a Israel el territorio más grande de su historia, cierto, pero siempre reconoció que todo se lo debía a Dios. Mientras tanto, el profeta continúa diciendo: Te he dado nombre grande como el nombre de los grandes que hay en la tierra. En efecto. David fue el rey más grande de todo Israel. Aún Salomón, con toda su fama y sabiduría, perdió alguno de los territorios tomados por David e incluso, es interesante notar que hasta la bandera actual de Israel lleva gravada la famosa “estrella de David.”

2 Sam. 7:10a. Finalmente, los judíos no pensaron nunca que su país les pertenecía por derecho de conquista, sino que, por el contrario, tenían evidentes pruebas de que el Señor se lo había dado.

2 Sam. 7:21. Este es el inicio de la oración de David que responde de alguna manera a la revelación de Dios. Es cierto que no iba a poder edificar su casa, pero Dios iba a establecer para siempre a la casa de David, vs. 12-16. Y en consecuencia, la oración de éste rebosa gratitud por esa promesa tan maravillosa. Además, aquí hay el reconocimiento de que todas sus victorias eran el perfecto resultado de la bendición divina y que todo absolutamente todo, se había hecho conforme a la palabra y voluntad del Señor.

2 Sam. 7:22. Curioso. Si alguien ha alcanzado la fama debido a las victorias de David, es Dios mismo, no David. El más grande rey de Israel reconoció, pues, que no era nada más que un instrumento en las manos de Dios; así, se entiende que su gran imperio no era símbolo de la grandeza humana, sino de Dios. Además, si algo se ha conseguido, parece decir David, hay que anotarlo en el haber de la gloria divina. Con este “tú te has engrandecido” reconoce que, al cumplir la voluntad divina y conseguir visibles logros no ha hecho otra cosa que engrandecer el nombre de Jehovah y, como consecuencia, el suyo propio. Pero David no ha terminado todavía. Afirma que todo se ha conseguido por que no hay nadie como tú, ni hay Dios fuera de ti. La gran obra de Dios le ha convencido de que él es el único Dios. Los dioses de los otros pueblos son objetos de piedra e incapaces de hacer algo en favor o en contra del pueblo. En la actualidad también es una tragedia que el hombre se arrodille frente a la fama, al dinero o al placer, cuando existe una amplia evidencia de que no hay más Dios que nuestro Padre celestial. Él es el Creador y Dueño de este mundo y ha mostrado su gran amor enviando a su Hijo a la tierra como Rey Salvador de nuestros pecados y para conquistar para nosotros un trocito de buena tierra celestial.

Conforme a todo lo que hemos oído con nuestros oídos. El profeta Natán y otros antes que él, le habían enseñado que no hay otro como Dios. Así, todos sus salmos indican que aprendió bien la lección.

2 Sam. 7:23. El autor enseña aquí que el Señor tuvo un propósito muy importante al escoger a Israel y sacarlo de la cautividad de Egipto. ¿Cuál podía ser? ¡Manifestar su poder en la tierra y convencer a las naciones que Él y sólo Él era el Dios verdadero. Ya lo hemos dicho antes, Dios el Señor rescató a Israel no para que los judíos se jactasen o enorgulleciesen, sino para hacer una gran obra en el mundo y llevar su Nombre a todas partes.

No podemos pasar por alto las últimas frases del v por ser vitales para la comprensión de todo el conjunto: Por amor de tu pueblo que rescataste para ti de Egipto, de las naciones y de sus dioses. ¿Qué quiere decir esto? La frase nos enseña que el único motivo de la actuación de Dios era su amor. Puesto que Él amaba a su pueblo, le salvó. También es necesario observar que el Salmista dice que no sólo le rescató de las naciones, sino también “de sus dioses.” La historia fue elocuente: Los dioses de Egipto y Canaán fueron impotentes frente al poder de Jehovah Dios.

2 Sam. 7:24. David supo que no sólo su casa, sino el pueblo de Dios iban a perdurar para siempre. Lo que no podía saber por carecer de medios y profecías, es que un día el viejo Israel daría lugar a uno nuevo compuesto por personas de toda raza y especie que aman y sirven al Hijo de David, a Cristo Jesús. Este es el binomio ideal: Pueblo + Dios verdadero… Nos dice este v que Dios elige a un pueblo con la idea implícita de la más pura predestinación y que, a continuación, Él se constituye Dios del mismo. No cabe mejor tranquilidad ni mayor seguridad.

2 Sam. 7:25. Forzado por profunda gratitud David pidió que Dios confirmara la promesas que “su casa”, o sea su familia, reinaría para siempre en Israel. La promesa de cumplió de forma maravillosa. Sabemos que después de la muerte de Salomón, el reino se dividió, pero todos los reyes de Judá fueron de la familia de David hasta que el Mesías nació en Belén teniendo, como sabemos, parentesco con aquella enorme familia según todas las genealogías del NT, Luc. 3:23-28; Mat. 1:1-17.

2 Sam. 7:26. David deja entrever que el motivo de la grandeza de la casa de Israel no era para obtener fama humana, sino para que la gente conociera a Dios, pues éste y no otro fue la causa de la elección del pueblo. ¿Se puede ver egoísmo en la segunda frase de David? No. Él no hizo su petición con fines egoístas, sino para que el mundo comprendiera que su Dios era el Dios único.

2 Sam. 7:27. Sin comentarios. La gloriosa promesa oída animó a David a hacer una súplica a Dios.

2 Sam. 7:28. Estas palabras constituyen la introducción a la petición propiamente dicha:

2 Sam. 7:29. ¿Cuál es el motivo principal de la oración? David suplicó que su familia permaneciera siempre ante Dios. Esta es una oración que debería hacer cada padre porque no debemos pedir tanto que ellos tengan salud, dinero o estudios, sino que continúen siempre delante del Señor. Las otras cosas con ser necesarias son mortales y pueden aparecer y desaparecer en cualquier momento, pero la familia que permanece delante de Dios, será feliz.

 

Conclusión

Una palabra más: Dios se interesa por los líderes, les da consuelo, dirección y lo que es más importante, les hace ganar victorias porque pregonan las victorias paralelas del propio Creador. Nuestra iglesia, como cualquier otra, necesita líderes, así que oremos para que algunos de nosotros oigamos la fiel llamada y pasemos a ocupar la brecha vacía que impedirá que la marea de la vida penetre en la misma y la desborde.

Himno nº 156: “En la montaña podrá no ser…”

 

 

 

 

060257

  Barcelona, 6 de octubre de 1974

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113 DIOS SE INTERESA EN LA ADORACIÓN

2 Crón. 5:7-14; 7:12-14

 

Introducción:

Muchos de nosotros nos venimos preguntando dónde radica la necesidad del culto dominical. El por qué y el cómo de su implantación. Sabido es el poco tiempo de que disponemos y, sin embargo, estamos aquí domingo tras domingo. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué sentimos una especie de sinsabor si por razón o cualquier causa no podemos asistir? ¿Cuál es el imán que nos atrae a este local o a otro bendecido con la misma función?

Sabemos de la necesidad de la adoración individual y que el objeto de la misma puede recibir nuestras pobres peticiones de “adorar en todo lugar”, “en todo momento.” Las respuestas son sencillas: El culto a Dios en común es una ocasión de gozo y alabanza pues que proclamamos y hacemos nuestro el más grande título del mundo: ¡Dios reina y triunfa! Proclamamos que la historia del mundo está bajo el gobierno de Dios y que sus propósitos se cumplen en el universo actual. Por eso los cristianos nos sentimos felices al estar juntos ante la presencia de Dios; porque, además, entre otras cosas apuntadas más arriba, podemos dejar a un lado la vida diaria con toda su incertidumbre y lucha y gozarnos en la adoración conjunta a nuestro Dios.

Además, el culto debe prepararnos para las actividades de la próxima semana y debe fortalecernos para resistir los ataques del diablo. Por otra parte nos debe animar a luchar contra todos los problemas sabiendo que la victoria con Dios es segura. Y por fin, el estudio debe consolarnos con la innegable verdad de que nuestras vidas están seguras en la manos del Señor.

Como siempre, el paralelismo descrito entre la nación hebrea y la cristiana nos aporta una hermosa lección que no deberíamos olvidar, pues si bien el templo de Salomón se diferenciaba del resto de los templos de las naciones vecinas que sólo albergaban ídolos, mientras que aquél cobijaba a la gloriosa divinidad entre los querubines del lugar santísimo, con el tiempo, llegaron a adorar a la casa, a la edificación propiamente dicha sirviendo incluso de base para formular una de las acusaciones contra Cristo por aquellas palabras: “En tres días yo lo edificaré” y, por consiguiente, Dios permitió e incluso instigó, su total y clara destrucción a manos del emperador Tito en el año 70 de nuestra era. Con todo, aquel templo fue durante muchos años, oriente y orgullo del apaleado pueblo judío. Ya dijimos en la lección anterior que David, al saber que Dios había escogido a Jerusalén como lugar de residencia había intentado construirle un lugar adecuado a su honra. Pero Dios reservaba este honor a su hijo Salomón porque había de ser una rey pacífico y diferente, pues ya es sabido que David había derramado mucha sangre en sus guerras de conquista.

Efectivamente, la construcción del templo, que había de ser motivo de asombro por su magnificencia, se comenzó cuatro años después de la muerte del poeta rey, 1 Rey. 6:1. El sitio escogido para levantar este magnífico edificio fue el alto monte Moriah, Gén. 22:2, 14, en el lugar que ocupaba la era de Arauna el Jebuseo, 2 Sam. 24:18-25; 1 Crón. 21:18-30; 2 Crón. 3:1. La construcción, en la que intervinieron unos ciento ochenta y tres mil hombres, duró siete años y seis meses, inaugurándose con toda la solemnidad en el día de la acción descrita en 2 Crón. 5:7, primer v de la lección de hoy. Pero el magnífico templo de Salomón conservó su primitivo esplendor sólo durante treinta y tres años, pues al cabo de ese tiempo fue saqueado por Sisac, rey de Egipto, 1 Rey. 14:25, 26; 2 Crón. 12:9. Después de este cruel suceso, sufrió varias otras profanaciones y saqueos a manos de Hazael, Tiglat-pileser, Senaquerib y otros, 2 Rey. 12; 14; 16; 18; 24, y fue destruido por completo por Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el año 588 aC, habiendo subsistido 424 años, 3 meses y 8 días, 2 Rey. 24:9-17.

Después de unos 52 años de haber estado en ruinas, Zorobabel, Jonás, Zacarías y demás judíos deportados, aprovechándose del privilegio que Ciro les concedió, volvieron a Jerusalén y echaron las bases para un segundo templo, Esd. 1:1-4; 2:1; 3:8-10. Estos judíos sufrieron varias demoras en su trabajo a causa de la mala fe de los samaritanos que consiguieron de Babilonia un decreto prohibiendo la continuación de la obra. Iniciada de nuevo en el año 520 aC, fue terminado y dedicado 21 años después, Esd. 6:15, 16. En altura y longitud era doble de grande que el de Salomón, por lo tanto el llanto del pueblo al echar las bases, Esd. 3:12, 13, y el desprecio que se experimenta al compararlo con el primero, fueron a causa de su menor gloria, no de sus medidas, Hag. 2:3. ¿Por qué? Le faltaban en efecto, 5 cosas importantes: El arca del pacto y su propiciatorio, la divina presencia o gloria visible, el fuego sagrado en el altar, el Urim y el Tumim y el espíritu de profecía.

  Este templo a su vez, fue saqueado y profanado por Antíoco Epífanes en el 68 aC, quien mandó suspender el sacrificio cotidiano, ofreció carne de cerdo sobre el altar y prohibió el culto a Jehovah, 1 Mac. 1:46, 47. Así estuvo 3 años, hasta que fue purificado por Judas Macabeo, el cual restableció el culto divino y lo dedicó de nuevo. Mas tarde Pompeyo tomó también este templo por asalto y penetró en el lugar santísimo. Habiendo dado muerte Herodes a todos los miembros del sanedrín excepto a dos, el primer año de su reinado, 37 aC, y teniendo gusto por la nueva arquitectura, trató de ganarse la buena voluntad de los judíos reedificando y hermoseando su templo empleando a muchos obreros aun en tiempo del nacimiento de Jesús. Con la presencia del Señor se cumplieron las profecías de Hag. 2:9 y Mal. 3:1. Este templo de Herodes fue aún más grande que el de Zorobabel motivando la admiración de algunos discípulos en Luc. 21:5 y Mar. 13:1, diciendo: Maestro, mira que piedras y que edificios. Pero el Jesús, el Salvador, sabía que su Padre tenía otros muchos patrimonios que ellos ignoran y les responde que no quedará piedra sobre piedra, Mar. 13:2. En efecto, en el año 60 dC. Tito, mandando a las legiones romanas, destruyó el templo y la ciudad por completo, llevándose a Roma como pruebas de triunfo, los utensilios sagrados que quedaban.

El resto ya es casi historia moderna: Juliano trató de edificarlo sin éxito y por fin, dos mezquitas árabes se yerguen en el monte Moriah, orgullo y símbolo de la nación hebrea.

 

Desarrollo:

1er. Punto: Preparándose para una adoración pública y efectiva, 2 Crón. 5:7-14.

2 Crón. 5:7, 8: Estos dos simples vs. describen el momento más importante en la dedicación del templo. Todo lo demás era únicamente una preparación para este solemne acto. El edificio con sus paredes cubiertas de oro y sus columnas de bronce se construyó especialmente como habitáculo para el arca de Dios. Así, después de años de dudas, incertidumbres y aventuras, el arca tenía su propia casa. Como sabemos, el arca era una caja de madera con anillas en los lados para facilitar el transporte, con lo que ya tenemos la primera idea de que Dios, cuando mandó construirla quería que su pueblo marchara, que fuera nómada, no sedentario, porque en el momento en que se parara y se acomodara… sería su fin. Este arca contenía entre otras cosas, las dos tablas de piedra del monte Sinaí con el escrito de los diez Mandamientos, cubierta por una tapa llamada propiciatorio con los dos querubines. Tenía una importancia capital de generación en generación puesto que era como un recordatorio por el que sabían que el Dios de sus padres moraba entre ellos. Una vez al año, el sumo sacerdote entraba en el recinto o lugar santísimo para pedir perdón por los pecados del pueblo, Éxo. 25:10-22; Lev. 16.

2 Crón. 5:9: Este v no puede ser más descriptivo. La pequeña habitación al fondo mismo del templo, conocida como el lugar Santísimo no era muy grande y es posible que las cortinas que tapaban el arca y que cerraban la sala, fueran insuficientes para cubrirla del todo y se viesen las cabezas de las barras desde el lugar Santo. Por otro lado, aquella frase: Y allí están hasta hoy, indica que el autor de Crón usó un relato muy antiguo para sacar sus datos (no olvidemos que en la época que escribió, el templo había sido destruido y el arca estaba perdida).

2 Crón. 5:10: El contenido más importante, que no el único a juzgar por otros contextos, era sin duda las tablas de la Ley. Y siguiendo el santo léxico del historiador sagrado servían de recordatorio para el pueblo, el cual, había hecho un pacto con el Señor a su salida de Egipto. Recordemos que en su gratitud, el pueblo le prometió en varias ocasiones obediencia y guardar sus mandamientos para siempre. El arca de la alianza, pues, servía de recordatorio visible de esta promesa.

2 Crón. 5:11, 12: Estos vs. escritos muchos años después nos indican que el culto y la ceremonia del templo se hizo muy complicada. Tanto es así que en la época de Cristo, el sacerdote se consideraba afortunado si lograba oficiar en el templo una vez al año. También se nos describe que habían coros de levitas con instrumentos de música. ¿Esto era normal? Sí. Recordemos que todos los sacerdotes tenían que ser descendientes de Leví, pero no todos los levitas lo eran. Algunos, como los descritos aquí, cantaban en el templo y otros se cuidaban de la música.

2 Crón. 5:13: El gran coro y la orquesta de trompetas, címbalos, arpas y otros instrumentos llenaban el aire con su melodía con el único propósito de alabar y dar gracias a Jehovah. Les había bendecido grandemente y Él merecía toda alabanza y honra. La Biblia enseña en todas partes que Dios es bueno. El hombre ignorante y pecador habla de sus castigos y de sus hechos inexplicables. Así, nosotros debemos seguir diciendo que Dios es bueno y que los golpes de la vida no son sino las consecuencias de nuestro pecado o los resultados naturales de vivir en un mundo de pecado. Sabida por todos aquella anécdota que referí no hace mucho desde aquí y que, sin duda, ilustra lo que estamos diciendo: Un alcohólico se durmió con el cigarrillo encendido y provocó un pavoroso incendio que destruyó un barrio entero y a él mismo. Sabiendo de antemano que Dios no puede cortar la libertad humana, ¿quién fue el culpable del incendio, Dios o el borracho? Sí claro, fue el pecado del pobre enfermo, pero ¿y todos aquéllos que murieron sin tener nada que ver? Por desgracia el pecado de nuevo es el responsable.

La misericordia del Señor es para siempre y a pesar de que parezca lo contrario, su compasión y bondad no tiene límites. La prueba de lo que estamos diciendo la constituye sin duda el hecho de que a través de los siglos el hombre puede disfrutar de la misericordia de Dios. Puede prometer muy poco porque su capacidad de cumplir lo prometido es pobre, de ahí salen tantos desengaños de la vida social. Por el contrario, Dios Padre puede prometer misericordia por toda la Eternidad. Y como siempre, cuando el pueblo cristiano se reúne con motivo de alabarle y dar gracias, Él se manifiesta de algún modo y, desde luego, evidencia que esta adoración es sana. En el momento en que hemos abandonado la acción del v. Dios se manifestó en medio del culto de alabanza a través de una nube que llenó el templo. Los creyentes de entonces comprendieron que era la gloria de Dios y tuvieron un gran gozo al saber que Dios aprobaba su alabanza y su culto. La presencia de Dios como nube no es nueva, también se encuentra en Éxo. 13:21, 22 y en Isa. 6:1-4.

2 Crón. 5:14. Ya no era la hora de ceremonias y los mismos sacerdotes tuvieron que salir del templo maravillados con el pueblo frente a la gloria de Dios. Unos y otros tuvieron la sensación de que el Creador se había manifestado en medio de ellos. Del mismo modo, los cristianos de hoy no debemos olvidar que el E. Santo está siempre presente y los cultos no deben ser ceremonias ordinarias y frías, sino celebraciones felices de la gloria de Dios en nuestro medio. Si así lo hacemos, estamos seguros que más de una vez tendremos que salir del local maravillados porque la gloria de Dios lo haya llenado.

 

2do. Punto: La adoración como centro de reunión del hombre y Dios, 2 Crón. 7:12-14.

2 Crón. 7:12. Tras la dedicación del templo, Salomón tuvo una revelación de Dios a través de un sueño. Es curioso, cada vez que Dios quiso hablar con Salomón tuvo que hacerlo a través de un sueño. Con toda su sabiduría, el rey no era un hombre muy espiritual. El lujo de su corte y sus muchas esposas paganas indican que no vivía cerca de Dios y éste, por amor a David, se tenía que comunicar con él por algún medio. En este momento, el Señor dijo que había elegido el templo para ser “casa de sacrificio”, pero en la porción paralela de 1 Rey. 9:1-9, se da énfasis a que debería ser “una casa de oración”, como en Jer. 7:11 y Mat. 21:13. De todas maneras el significado es claro, Dios aprobó la casa mientras fue empleada para fines correctos.

2 Crón. 7:13. El v describe las tres calamidades que con más frecuencia atacaban a Israel. A veces no llovía desde abril hasta octubre, en otras ocasiones una plaga de insectos impulsados por el cálido aire del desierto descendía sobre la tierra como una nube. La tercera plaga era la epidemia. Por falta de higiene y medios actuales, la población sufría muchas veces el azote de la enfermedad de la peste bubónica, la del tifus u otras tan o más contagiosas que las enumeradas.

2 Crón. 7:14. Fijémonos en dos conceptos básicos que aparecen a simple vista en este v: (a) Israel pertenecía a Dios porque su Nombre había sido invocado sobre ellos, y (b) el pueblo debía reconocer que pertenecía a Dios y humillarse ante su autoridad. No era, ni es, suficiente orar, sino que hay que buscar el rostro de Dios. En otras palabras, la oración nunca debe ser un ritual, sino una experiencia gloriosa por disfrutar de la presencia divina. Con todo, la oración sola no sirve de nada a menos que vaya acompañada por el verdadero arrepentimiento. Éste no es sólo tener pena a causa de nuestros pecados, sino la justa decisión de dejarlos expresada en la acción de alejarnos de ellos con la ayuda de Dios.

 

Conclusión:

Por fin, al oír el Señor nuestra súplica, no sólo puede perdonar nuestra culpa, sino que también nos sana para que tengamos vidas felices y útiles en obediencia a Él.

Leer conmigo: Ahora, pues, oh Dios mío, te ruego que estén abiertos tus ojos y atentos tus oídos a la oración en este lugar, 2 Crón. 6:40.

¡Amén!

 

 

 

 

060259

  Barcelona, 13 de octubre de 1974

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114 DIOS SE PREOCUPA POR LAS RELACIONES QUEBRANTADAS

Ose. 4:1-3, 6; 6:1-3; 7:4-7;11:8, 9

 

Introducción:

Si hubo algún profeta de los llamados mayores y menores que tuvieron que desarrollar su ministerio entre vejaciones físicas, morales y hasta sociales, éste fue sin duda Oseas. Cuarto profeta cronológicamente hablando, ejerció su cargo por cosa de sesenta años, 784-725 aC, desde el inicio del largo reinado de Azarías (correspondió a los últimos catorce años de Jeroboam II de Israel, 2 Rey. 14:23; 15:1), hasta alguna época del reinado del rey Ezequías de Judá. Por lo tanto fue contemporáneo de Isaías, Miqueas y tal vez de Joel y Amós.

Aunque en el primer v señala a los reyes de Judá, lo hace para fijar el tiempo de su profecía, ya que él fue mayormente profeta del reino del Norte o Israel, aunque de paso amoneste, consuele, a Judá en alguna ocasión. La profunda verdad que se desprende del libro de Oseas es que a pesar del pecado, Dios nos ama a todos, siempre está dispuesto a perdonar y a restaurar a los que se arrepienten de verdad. Y para que quede bien convencido, el Señor le encarga que se haga esposo de una manera llamada Gomer a sabiendas de que padecerá los detritus de su manifiesta infidelidad. Aquí no hay sólo una llamada divina de ir a la mies, la aceptación del mensaje incluía la vejación social de ser un tullido bufón escarnio de los demás. Pero Oseas dijo: Heme aquí envíame a mí. A partir de ahora van a ser personajes de una gran obra teatral que encierra la verdad eterna: ¡Dios nos ama! Oseas tendrá el papel del propio Dios, su esposa será el pueblo de Israel. Su unigénito Jezreel simbolizará el último rey de la casa de Jehú, de Israel. Su hija Lo-rujama, uno de los papeles más dolorosos: Representa el hecho de que Dios nunca más tendrá misericordia de Israel y por fin, su benjamín, su hijo pequeño Lo-ammí, el mensaje de que ellos ya no serán su pueblo y Dios ya no será su Dios.

Pero si el mensaje de Oseas y de Dios terminase aquí, el destino del pueblo y del mundo sería fatal. No obstante, dice el propio Ose. en 1:10, el número de los hijos de Israel será como la arena del mar… Y hace que el profeta corra de nuevo a comprar a su esposa infiel a instancias de sus entrañas conmovidas por el amor. Este es el mensaje real de Oseas: (a) El pecado separa al hombre de Dios; (b) Dios desea que el hombre se arrepienta y lo invita a hacerlo; (c) Un arrepentimiento ceremonial, no sirve; (d) Dios siempre perdonará y aceptará como hijos suyos a todos aquellos que se arrepientan sinceramente, y (e) el hombre debe seguir el ejemplo de Dios y estar siempre listo a perdonar a otros a fin de restaurar las relaciones rotas o quebrantadas por seguir con el léxico indicado en el título de nuestra lección.

¿Quién es sabio para entender estas cosas y prudente para que las conozca? Sí, ciertamente los caminos de Jehovah son rectos y los justos andarán por ellos. Pero los rebeldes caerán y tropezarán en ellos, Ose. 14:9. La lección de hoy nos enseña la actitud de Dios en cuanto al pecado humano. Su justicia exige el juicio sobre el pecador, pero no encuentra satisfacción en que éste reciba lo que merece. Su corazón se conmueve con la compasión y su deseo es que el hombre vuelva a la senda de la que no debió de salir jamás.

 

Desarrollo:

Ose. 4:1. Estos vs. constituyen un resumen de la situación en el país de Israel durante la vida de Oseas. El profeta se consideraba un mensajero del Señor y anuncia al pueblo que Jehovah Dios desea entablar una controversia (un pleito) con él. La acusación propiamente dicha contiene dos partes. En este primer v habla del aspecto negativo: No hay verdad en la tierra, ni lealtad, ni conocimiento de Dios. La palabra verdad significa fidelidad o estabilidad en el sentido de honradez en el comercio y el trato de las personas. Al no haber nada de verdad entendemos que los hombres no cumplían, ni cumplen, con sus obligaciones. En cuanto a la palabra misericordia es una de las más importantes del AT y como sabemos, significa “amor real y leal” o “amor del pacto.” En otras palabras, es el amor que es fiel hasta la muerte no importando las circunstancias en las que se desenvuelva ni las adversidades que tenga que vencer. El conocimiento de Dios no es principalmente conocimiento intelectual aunque naturalmente lo incluya. Es el conocimiento que se adquiere por medio de la experiencia personal con la idea del hombre que conoce a su esposa con la acepción bíblica del v. conocer, Gén. 4:1. Además, uno no puede conocer todos y cada uno de los atributos de Dios, debe conocerlo principalmente como Señor y Salvador personal, ver: 2 Tim. 1:12.

Ose. 4:2. Esta es la segunda parte de la acusación, el aspecto más positivo. Oseas describe todos los pecados de Israel. Es un catálogo terrible y demuestra lo que pasa en una sociedad sin verdad, sin misericordia y sin conocimiento de Dios. En este v concreto se acusa al pueblo de haber desobedecido cinco de los Diez Mandamientos.

Ose. 4:3. Extraño v. Tenemos ya preocupación ecológica en el año 700 aC. La contaminación del ambiente era un hecho, pero es el resultado natural de tanta maldad. La naturaleza se viste de luto cuando el hombre la desequilibra y trastorna con todos sus pecados. Hoy día más que nunca se ha demostrado que toda la naturaleza sufre a causa de los pecados del hombre, los ríos se contaminan y los animales se exterminan sin piedad… Tenemos congresos provinciales, nacionales e internacionales que tratan de paliar los males ecológicos de la contaminación. Se buscan soluciones que tiendan a menguar el alto nivel de polución de fábricas y ciudades, de insecticidas y comestibles pasando por los detritus de la comida y los plásticos indestructibles, pero todo será en vano porque el hombre equivoca el problema. El desfase de la naturaleza no es externo al hombre, sino interno. El hombre no quiere reconocer que toda la creación sufre las consecuencias de los pecados del pueblo que no cumple su pacto con el Señor. Además en la frase la tierra está de duelo y todo habitante desfallece, aparte de constatar una realidad hay una amenaza clarísima. No sólo peligran animales del campo, las aves del cielo y los peces del mar, sino que quien está en peligro es el rey de la creación: El hombre mismo. En efecto, el hombre se está auto destruyendo paulatina pero inexorablemente. Cada día tenemos noticia de alimentos adulterados, de bebidas falsificadas y de plagas higiénicas como la de los piojos en las escuelas. Todo indica el mismo desequilibrio, el mismo fin: ¡La destrucción total!

¿Todo esto por qué?

Ose. 4:6. Se está refiriendo sin duda a la clase de conocimiento descrito en el v. 1 que hemos comentado. La falta del mismo en cuanto a Dios tiene como resultado la destrucción de la propia personalidad, de la familia y de la nación. En aquel momento la anunciada hecatombe no se había producido aún, pero el profeta la vio tan clara, tan cierta, que la describió como un hecho vivo y consumado. Y la intuyó porque vio las señales características de la inminente destrucción, el pueblo había abandonado a Dios y se había ido en busca de otros dioses prostituyéndose y por ello provocando su ira. Oseas lo sabía, era el principio del fin.

La segunda parte del v. trata del pecado de los sabios dirigentes espirituales del pueblo, de los sacerdotes. Tenían la obligación de enseñar la ley, de dar instrucciones religiosas al pueblo e indicarles la mejor orientación moral. Habían fracasado porque ellos mismos habían rechazado el conocimiento personal con el Señor y se transformaron únicamente en religiosos profesionales sin ningún contacto con Dios. Por otro lado, olvidaron la misma instrucción que debían impartir al pueblo y que era una de las causas fundamentales de su existencia como órgano rector de la religión. El porque te has olvidado de la ley de tu Dios abarca más que un simple olvido, como si algo se escapa de la memoria, es mucho más fuerte y grave. Significa que abandonaron la ley, que no la guardaron en sus propias vidas, que no la cumplían y que, por lo tanto, no tenían la fuerza moral de hacerla cumplir al pueblo, Isa. 49:14; Deut. 8:11.

Hasta que punto el pueblo abandonó al único Dios se describe perfectamente en Ose. 2:13.

El castigo de los sacerdotes era el mismo de siempre: Aquello que habían sembrado tendrían que cosecharlo. Habían dejado a Dios, lo habían rechazado y ellos mismos serían rechazados por el Señor. Pero aún hay más: Como abandonaron la ley y no pudieron instruir ni a sus propios hijos como cabría esperar, Dios los abandonaría también en el momento de la elección de nuevos sacerdotes, orgullo y objetivo principal de herencia de cualquier primogénito levita. Como siempre, pues, el castigo es sufrir las propias consecuencias del pecado.

Pero, ¿se arrepintió de veras el pueblo a causa de la gráfica y clara profecía de Oseas? No. Al pecado del no arrepentimiento unieron el de la hipocresía.

Ose. 6:1. ¡Venid y volvámonos a Jehovah! Para entender este v debemos leer el anterior, nos habla Dios: Voy a volverme a mi lugar, hasta que reconozcan su culpa y busquen mi rostro. Y en su angustia me buscarán con diligencia. En efecto. Así que el v1 es una cita textual del pueblo al darse cuenta de todos sus problemas. Pero por desgracia no tomaban a Jehovah en serio, y pensaban que por medio de cierta penitencia o de una ceremonia en un determinado templo podrían arreglarlo todo. Nada más lejos de la realidad. Dios escudriña los corazones y este v es la oración de un pueblo que parece sincero. No es que las palabras sean malas, es el espíritu con qué se dicen. No vale la pena ir a Dios, volverse a Dios, con los sacrificios que reporta, si no hay un arrepentimiento genuino y el firme propósito de abandonar para siempre el pecado y seguirle sin condiciones. Dice un refrán muy sabido que para ser ladrón y no ganar nada, es mejor ser honrado. Aquella actitud de golpearse el pecho y lacerarse no servía de nada como bien patentiza el v. 4.

Ose. 6:2. Al tercer día nos levantará y viviremos delante de él.  Algunos han interpretado este v como una profecía de la vuelta a la vida de Cristo, de la resurrección de Cristo, pero hay que ver y recordar que Oseas estaba hablando a su pueblo, a su propio pueblo, en términos que ellos podían entender a la perfección. El profesor James Ward, en su comentario sobre Oseas, cita el hecho de que los hebreos tenían un plazo de tres días para venir y reunirse en el santuario principal, 2 Sam. 20:4; Esd. 10:8, 9; Jos. 9:16, 17. La esperanza que emana de este v. es que después de 3 días de viaje tendrían el gozo de recibir perdón en el santuario descrito. En otras palabras, sin importar lo que habían hecho, si iban al templo en cuestión y celebraban un culto, tendrían una nueva vida. Esto era falso, pero lo creían. En parte debían la creencia a la errónea dirección de los sacerdotes.

Ose. 6:3. Este v es hermoso y es una lástima que no saliese de unos labios sinceros. Fijémonos que el pueblo creyó que el perdón de Dios era tan cierto como el amanecer o como la lluvia de la primavera o el otoño en Canaán, es decir, inminente, fijo, necesario y obligatorio… ¡hicieran lo que hicieran! No tuvieron en cuenta que su piedad era como el rocío que desaparece pronto bajo los efectos del sol, Ose. 6:4. Era por lo tanto, un mal arrepentimiento, falso e ineficaz. Pronto saldría al exterior la cruel realidad de sus corazones lleno de perversidad y rebelión:

Ose. 7:4-7. Estos vs. describen mejor que nada como los judíos trataron de resolver sus problemas. Gastaron todo su tiempo en la política y en la comida. Eran adúlteros en el sentido de que, además del pecado físico, habían abandonado al Dios verdadero para ir detrás de los dioses falsos de Canaán y servirles. Eran como hornos en los que siempre se está cociendo un complot o un arreglo político, 1 Rey. 16:8-14; 2 Rey. 15. En cuanto al carácter de sus pecados tenían el agravante de la nocturnidad, pues era en la noche cuando, en la soledad del descanso, hacían o fraguaban los delitos del día siguiente. Toda la noche dormita el furor de ellos, es una frase que se explica por si misma. Pero el delito más grave se describe en el v. 7. En medio de sus intrigas y conspiraciones nadie se acordó en buscar la ayuda de Dios. El viejo mal no ha desaparecido por desgracia. Muchos son los que hoy en día piensan que sus propios planes se bastan y se olvidan de Dios.

Ose. 11:8. Este v. y el que le sigue son los más importantes de la lección. Es una visión del corazón de Dios. Él se pregunta a sí mismo sobre sus hijos rebeldes y alejados. Piensa que no puede abandonarlos. Sería imposible. Sí, su corazón se conmueve al pensar en su pueblo. Son malos, pero son suyos. No puede dejar que se destruyan por completo. No está en su ánimo incumplir su promesa con Abraham.

Los nombres de Efraín e Israel son sinónimos, quieren decir lo mismo. ¿Por qué? La tribu de Efraín era la más grande de todo Israel y, por lo tanto, podían representar muy bien a toda la nación del norte, del mismo modo que Barcelona es indicativa o representativa de Cataluña p. ej. Pero, ¿que pueden significar las ciudades de Adma y Zeboím? O ¿qué calamidad las abatió? Las dos fueron destruidas conjuntamente con Sodoma y Gomorra, Gén. 19:24, 25. ¿Iba Dios a destruir así a Israel por más que le sobraban motivos?

Ose. 11:9. Como podemos comprobar, este v es la clave de todo el asunto: Dios expresa el motivo por el que no destruye al pecador. Dice: No ejecutaré el furor de mi ira, no volveré para destruir a Efraín, porque soy Dios y no hombre. Yo soy el Santo en medio de ti, y no vendré contra la ciudad. Sí, desde luego, podemos levantar la pregunta: ¿Por qué no abandonó Dios a Israel y al mismo pecador, después de sufrir tanta rebeldía y desobediencia? El v nos da la respuesta: ¡Porque soy Dios y no hombre! Sólo Él tiene tanta paciencia producida por su amor y gracia. Pero además, no sólo puede perdonar al pecador que se arrepiente, sino que puede generar en él una nueva vida con toda la ventaja de la nueva situación. Este es el gran amor de Dios, motor y principio de la reconciliación, fuente de la vida y pan de la Salvación.

Por último la frase: No vendré contra la ciudad, es decir, a destruirla, a coger pillaje… Es un buen consuelo, pero a la vez una advertencia. ¿Hasta cuándo tentaremos la paciencia divina?

 

Conclusión:

Dios se preocupa de las relaciones quebrantadas, pero quiere que los hombres colaboremos en este trabajo, pues debemos ver y recordar que nuestra moralidad depende del conocimiento que tengamos de Dios, que nuestra fidelidad depende de nuestro amor hacia Él y que por fin, si bien su misericordia no tiene límites y corre en nuestra busca una y otra vez para darnos el perdón del esposo amante, no debemos tentarlo hasta el punto que se olvide de nosotros, que es lo mismo de incitarle a que entre en nuestra ciudad “a saco.”

Mientras tanto: ¿Quién es sabio para entender estas cosas, y prudente para que las conozca? Ciertamente los caminos de Jehovah son rectos y los justos andarán por ellos. Pero los rebeldes tropezarán en ellos, Ose. 14:9.

¡Qué Dios nos ayude!

 

 

 

 

060266

  Barcelona, 3 de noviembre de 1974

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115 DIOS SE PREOCUPA POR LAS CRISIS NACIONALES

Jer. 38:2-6, 17, 18

 

Introducción:

El 17 de diciembre de 1972 tuvimos una lección titulada Una Lealtad Costosa. Bien, estaba basada en los mismos vs. que hoy nos disponemos a estudiar, excepto los vs. 17 y18; con lo que venimos a demostrar una vez más que la Biblia es tan rica en material de toda índole que lo mismo podemos sacar enseñanzas de una lealtad hasta la muerte de un hombre que demostrar que Dios se interesa por las naciones que experimentan crisis de alto nivel. Aquel día dijimos que Jeremías, como el viejo patriarca Job, o como miles de años más tarde, el apóstol Pablo, era un creyente que podía decir legalmente: ¡Yo sé que mi Redentor vive! Mas la moderna enseñanza establece que no es suficiente saber, sino que es necesario, además, saber que se sabe. Jeremías demostró saber en quien creía. Demostró su seguridad en Dios a pesar de los dolores y pruebas por las que tuvo que pasar, pues dijo: Uno con Dios es mayoría. No le importó que el rey Joacim rompiera en pedazos el rollo de sus profecías ni que lo quemará en un brasero. Otro rollo, otra vez su secretario o escriba, y la profecía aparecería de nuevo más firme y vigorosa, si cabe, que la presentada en un principio. No le espantó ni la burla de los cortesanos, ni la mazmorra, porque sabía que a la postre, Dios no le abandonaría.

Hay una frase que afirma: “No, no es fácil predicar al Cristo crucificado con un espíritu crucificado.” Pues Jeremías hizo algo más difícil. Aunque por cuarenta años estuvo de continuo en franco antagonismo con los pecados y vicios de su pueblo, con los roces y dolores que representa salir incólume y sin mancha de todos esos problemas, la fuente de sus lágrimas que mantenía dentro de su alma, nunca se secó. Se ha comentado de él que predicaba los terrores de Sinaí con la ternura del Calvario. Que predicaba la salvación con lágrimas en los ojos… No me es difícil imaginar su impotente rabia al ver como sus ciudadanos, al no hacerle caso, se perdían para siempre. Jeremías no predicaba a un desierto, sino a piedras vivientes, a piedras que amaba mucho.

Una crisis nacional estalló en Judá en el año 589 aC. El fiel rey Sedequías, aconsejado por sus nobles, decidió rebelarse contra el imperio de Babilonia del que eran deudores. Durante años Judá había sido dominada por aquel poderoso país, hasta el punto que los mismos reyes eran impuestos por él. Al recibir la promesa de ayuda militar de Egipto, algunos pensaron que había llegado el momento de librarse del yugo que representaba vivir en paz bajo el dominio babilonio. El profeta Jeremías, de manera acertada, no lo vio así. Comprendió que los de Babilonia eran los agentes del juicio de Dios sobre la Judá pecaminosa de sus desdichas. De forma valiente anunció al rey que los egipcios no iban a cumplir su promesa y que huirían ante el enemigo común y que, después, el ejército babilónico iba a entrar a Jerusalén “a saco.” Así que su tesis estaba basada en que era mejor rendirse al actual opresor que hacerle frente si querían evitar la pérdida de muchas vidas humanas y la destrucción de su hermosa Jerusalén a causa del fuego. Claro, los que confiaban en los egipcios no lo creyeron y le acusaron de ser un traidor. Quisieron matarlo, ya que decían que con sus palabras estaba desanimando a los ya de por sí cobardes soldados judíos.

Esta era la difícil posición del profeta que vamos a estudiar en esta lección y que motivó aquella otra citada al principio. En primer lugar debemos decir que él no era un cobarde o menos patriota que los demás, tenía que dar este consejo en contra de la corriente porque era un mensaje de Dios. Pobre Jeremías, a veces quizá pensase retirarse a su cómo refugio de Anatot, su pueblo natal. Pero sabía que si lo hacía nunca más oiría la voz de Dios, nunca más sentiría la satisfacción suprema de haber hecho lo mejor que sabía. Nunca podría haber oído la voz de: Buen siervo fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré.

  De la lección debemos aprender dos principios fundamentales: (a) A veces el cristiano tiene que tomar decisiones a favor de principios justos aun cuando éstos no sean populares porque hay que ser responsables frente a Dios y decidir lo que es correcto, y (b) hacen falta voces responsables en tiempos de crisis. Cuando otros reaccionan con emoción e indecisión, el cristiano debe analizar el problema con calma y advertir las consecuencias de una decisión errónea.

 

Desarrollo:

Jer. 38:2. Así ha dicho Jehovah: No se inmuta al saber que los que le escuchan con ansiedad son sus viejos enemigos descritos en el v. 1. El que se quede en esta ciudad morirá por la espada, por el hambre o por la peste. Porque los caldeos arrasarían hasta los campos y ya no habrían cosechas, los heridos, enfermos y moribundos infectarían la ciudad sagrada con la peste. Pero el que se rinda a los caldeos vivirá. La histórica escena que narra este v. es la que vivía entonces la capital bajo el sitio del ejército babilónico. Jeremías intuyó, Dios se lo hizo ver, que la ciudad iba a caer en manos de aquellos enemigos y así se lo dijo a los oficiales del rey Sedequías. Muchos de aquellos nobles y aun algún profeta falso, que los había, pensaban que Dios no iba a permitir nunca que la “ciudad santa” cayera en manos de la cruel y odiada Babilonia, Jer. 28. Nuestro hombre, como verdadero profeta llamado por Dios a predicar juicio sobre el pueblo pecador, sabía que esto no era así. Con su desobediencia, no había cumplido el pacto con el Señor y Él no iba a proteger siempre a aquella ciudad cuando sus mismos ciudadanos lo habían abandonado para ensuciarse en brazos de la idolatría y la inmoralidad.

Pero los políticos tenían otra esperanza muy distinta. Habían negociado una alianza militar con Egipto y por aquellos días habían sabido que el hipotético ejército salvador había salido de África para ayudar a los sitiados de Jerusalén. En el cap. 37, el profeta les declaró que todo era una ilusión óptica, que aquel ejército representaba una base falsa. Por revelación supo que ellos no podrían hacer nada, que huirían ante el tempestuoso empuje babilónico y que, por fin, aunque quedaran pocos de los antiguos sitiadores, aun estando heridos, serían capaces de entrar en la capital porque no era precisamente su fuerza la motriz de la destrucción, sino que por el contrario, los movía el abandono de Dios por el pueblo y por eso, tenían necesariamente que vencer.

Por eso las profecías de Jeremías siempre fueron consecuentes. En los caps. 21 y 34 lo había dicho ya, en este 38, lo anuncia de nuevo. Notemos las dos partes principales de que constaba su mensaje: (a) Los que se quedaran en la “aparente” seguridad de la ciudad iban a morir por la espada, el hambre o la enfermedad, y (b) los que se entregaran vivirían. ¡Qué contraste! el 19/11/72 ya estudiamos otra lección paralela surgida del maravilloso cap. 21 del propio Jeremías. ¡El profeta, en su desesperación, aún quería salvar sus vidas! Mas, ¿cómo iba a conseguirlo si decía que debían entregarse a un enemigo cruel y despiadado? Su vida será por botín y vivirá. Y deben creerlo. El sabía que de las cenizas presentes saldría un glorioso retorno arrepentido. Una vez más, presenta la salvación bajo el cáliz de la inseguridad. Pide fe. El pueblo debía aprender de nuevo en el Dios de sus padres.

Jer. 38:3, Así ha dicho Jehovah: Notemos que siempre indica que el mensaje no es suyo. Ciertamente está ciudad será dada o entregada en mano del ejército del rey de Babilonia, y la tomará. Este fatal desenlace era inevitable. Nabucodonosor iba a destruir Jerusalén. Jeremías lo profetizó una vez más (antes ya lo había hecho en 21:8-10 y 34:2, 22), aunque sabía que el aquel mensaje no gustaba a sus interlocutores. ¿Quizá esperaban de él una mentira piadosa? No. No es agradable decir a la gente que está muerta como no se arrepienta de inmediato. Así, ¿debemos ocultar la verdad por cruel y dura que sea? No. Todo aquello que se aparta de la verdad, es mentira y nosotros no podemos permitirnos ese lujo. Por otra parte debemos ser conscientes de que si declaramos la enfermedad, conocemos al médico que la cura. Sabemos el mensaje de Dios y como el profeta, debemos conocer que no es nuestra opinión particular. El dijo primero: Así ha dicho Jehovah, y luego la profecía sobre la caída de la ciudad. Jeremías era un hombre tan humano como el que más. El no quería vez la destrucción de su capital, no quería morir (leer 37:20), pero su mensaje era una revelación de Dios y tenía que anunciarlo o no hubiera sido fiel a su llamamiento como profeta, 1:1-10.

Jer. 38:4. Entonces los magistrados dijeron al rey: Todos al unísono fueron al rey, los mencionados en el v. 1: Jucal, hijo de Selemías, que pertenecía a la comisión que mandó el rey para que Jeremías rodase a Dios por la nación, 37:3, Gedalías hijo de Pasjur, el que azotó y puso el cepo al profeta 20:1-3. Otro Pasjur hijo de Malquías, el cual había tomado parte en otra comisión que se formó para preguntar a Jeremías que sabía acerca de la invasión caldea, 21:1. ¡Qué muera este hombre! Esto lo dijeron al rey cuando llegaron a la conclusión de que el mensaje de Dios no les convenía, pues de esta manera, con sus profecías, dichos y consejos de entregarnos a los caldeos, desmoraliza a todos los hombres de guerra que han quedado en la ciudad. Quizás ya se habían marchado sin más enseres ni bienes que su propia vida. Y pensaban que el profeta era traidor al país, aunque no era así. No obstante, aquellos príncipes llegaron a la conclusión: Porque este hombre no busca el bien de este pueblo, sino su mal. Los políticos ateos consideraban que el camino hacia la paz pasaba a través de la alianza con Egipto. Pero Jeremías sabía que la clase de resistencia pasiva sería una lucha inútil y que, a la larga, iba a venir la destrucción total. En realidad Jeremías buscaba la única paz verdadera: ¡La reconciliación con Dios!

Jer. 38:5. Este v indica que el rey ya no mandaba en su propia país. Se había vendido a los políticos del partido pro egipcio para no tener responsabilidad alguna en el futuro. Este rey nos hace pensar en Pilatos: ¿Qué pues haré con Jesús? Y le entregó para ser crucificado, Mat. 27:22-26. Con todo y debido a esa falta de autoridad, el rey estaba más preso que Jeremías frente a las iras y demandas de sus príncipes y consejeros. Varias veces había ido a consultar a Jeremías creyendo realmente que era un profeta del Señor vivo, pero aquí, prefirió ignorarle ante sus políticos.

Jer. 38:6. Entonces tomaron a Jeremías, los príncipes. Aquel duro castigo casi equivalía a una pena de muerte. Sabido es que todas o casi todas las casas tenían cisternas para guardar el agua y poder usarla en tiempo de guerra o en tiempo de paz, ya que no llovía, por lo general, desde mayo a octubre. Claro que este pozo no era el que estaba en casa del escriba Jonatán de dónde el propio Sedequías lo había mandado sacar, 37:11-17, sino que pertenecía , a Malquías hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia. En este lugar ya había estado Jeremías. Y lo bajaron con sogas, esto nos da idea de lo profunda que era. No hacían otra cosa que sepultarlo vivo en un lugar desde el cual ya no podría hablar más a la gente. En la cisterna no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo. Puesto que no había agua en la cisterna, sino sólo barro, se deduce que el suceso ocurrió en julio o agosto del año 578 aC. Así el profeta, con barro hasta la cintura, no podía acostarse ni sentarse nunca y, por lo tanto, estaba en continua tortura. Cuando el sueño le venciera, sería el fin.

Si el profeta hubiese quedado en aquella cisterna habría muerto por asfixia o por hambre. Pero no fue así, porque Dios aún tenía que utilizarlo. Así, el Señor mueve a compasión a Ebedmelec y lo rescata. Era quizá el menos indicado, negro, oficial del rey, con riesgo de su propia vida, pero lo consiguió. Fue a ver a su señor y obtuvo permiso de este vacilante personaje para salvar a Jeremías. Este fue el hecho que sin duda salvó la vida del profeta

sentimental.

Jer. 38:17. Este fue el último esfuerzo para salvar al pueblo. Una vez más, el débil rey consultó en secreto a Jeremías sobre el futuro de la ciudad como queriendo ver si por repetido cambiaba el mensaje de acuerdo con sus intereses y gustos. ¡Pero fue el mismo! La respuesta que obtiene es la misma que en ocasiones anteriores, 37:17, por la sencilla razón que no era una opinión del profeta, que acaso pudiera estar afectada por el sufrimiento que resultaba de estrangular el cerco, sino palabra de Dios, y a Éste nada ni nadie podía afectarle.

Jer. 38:18. Pero si no te rindes, aquí tenemos la misma lección anterior descrita negativamente para poder realzar el mensaje:

–Si el rey continúa resistiendo, la gente babilónica no tendrá misericordia y destruirán todo, ¡hasta matarán a la familia real!

En efecto, esto es lo que ocurrió. El temido ejército abrió una brecha en el aparente inexpugnable muro de Jerusalén y tomó la ciudad a espada y fuego. Cuando el rey intentó escapar hacia el norte fue apresado cerca de Jericó y sus hijos fueron muertos ante sus ojos, después de sacarles los suyos, y fue finalmente llevado cautivo a Babilonia donde murió. Algunos han dicho, dando la razón a los príncipes, que Jeremías no era un patriota leal al aconsejar la rendición de la ciudad, que el verdadero ser y hombre debe luchar “hasta el último cartucho” por lo que es suyo. Nosotros, al contrario, vemos en Jeremías al más noble de los patriotas. Sabía que su nación no había cumplido el pacto con el Señor y que la guerra que estaba padeciendo no era sólo una circunstancia en la historia del mundo, ¡era el juicio de Dios a causa de su pecado y rebeldía! Sabía que, después del juicio, el Señor iba a establecer un nuevo Pacto en los corazones de los que creían en él y obedecían sus mandatos. Por lo tanto, en esta crisis nacional tuvo que obedecer la voz de Dios y aconsejar a sus compatriotas la entrega a los babilónicos como mal menor. Si lo hubieran hecho habrían salvado muchas vida inocentes y a la propia ciudad. Pero no le escucharon, la nación cayó y con ella su orgullosa capital.

 

Conclusión:

Winston Churchill lo dijo: “La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a favor.” Es en las crisis, en las dificultades, donde se forja al cristiano. Nosotros, como el que más, debemos reconocer nuestra responsabilidad delante de Dios de ser buenos ciudadanos y de trabajar a fin de que nuestro país sea justo y que obedezca las leyes del cielo.

Una palabra más: Sabemos que Jeremías no fue un traidor porque precisamente después de la caía de Jerusalén, los crueles babilonios ofrecieron llevarlo a su capital como huésped y el fiel profeta prefirió quedarse con su pueblo en las ruinas y ayudarles en la reconstrucción de la ciudad, 40:1-6. Eso es todo. Nuestra nación, ¿tiene algún problema que requiera nuestra atención? Oremos por él. Nuestra ciudad, ¿tiene alguna crisis que vencer?. Oremos por ella. Nuestra familia, ¿tiene alguna dificultad? Pues oremos por ella. ¿Necesitamos que oren por nosotros? Oraremos y lo haremos sin descanso, con el corazón, cómo llevando el mensaje de Dios, cómo si fuéramos los únicos mensajeros, cómo si nos fuese la vida en ello y eso sin pensar que por hacerlo, es posible que acabemos con el barro hasta la cintura en el fondo de una cisterna cualquiera.

¡Qué Dios nos bendiga!

 

 

 

 

060269

  Barcelona, 10 de noviembre de 1974

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116 LA PROMESA DE RENOVACIÓN

Eze. 36:22-32

 

Introducción:

Dejamos el hilo de la lección anterior en el momento en que los caldeos entraban “a saco” en Jerusalén y se llevaban cautivos a cientos de ciudadanos incluido el propio rey Sedequías por no hacer caso de los consejos y predicciones de Jeremías. Pero esto no podía terminar así. Hubiera sido una victoria de Satanás y el Señor no podía permitirlo. No obstante, a nivel humano, después de la caída de Jerusalén muchos judíos pensaban que la vida nacional había terminado para ellos. Ya no les quedaba nada: no tenían templo, no tenían rey y no tenían capital. Pensaban que iban a desaparecer de la historia como tantos otros pueblos que lo fueron barridos por la escoba del tiempo. Pero muy lejos de la ciudad, en Babilonia, cerca del lugar del primitivo llamamiento de Abraham, un profeta de Dios estaba predicando a los cautivos que el Señor tenía un plan para la renovación, no sólo a nivel de la persona, sino como pueblo. Que Jehovah iba a llevarles otra vez a su tierra y a bendecirles mientras reconstruían las ciudades.

Como siempre, Dios no iba a hacerlo porque lo merecieran sino para demostrar al mundo que Él era el Dios verdadero y que sus planes, por más que pareciera lo contrario, no se frustraban. Sin embargo no podía renovar la vida nacional sobre bases antiguas. No era cuestión de hacer otro pacto sobre piedra y establecer nuevos reyes sobre los mismos principios. El nuevo plan exigía un cambio radical. No sólo debían cambiar de actitud, debían hacerlo de mente, alma y corazón. Además, necesitaban un buen agente externo para conseguirlo. Dios iba a quitarles el corazón duro y desobediente y a darles un nuevo corazón y un nuevo espíritu capaces de obedecerle y seguirle en la vida diaria a nivel particular y nacional.

Pero aún hay más. Esta lección nos enseña que la renovación no se consigue por medio de un cambio de partidos o por votar a unos gobernantes llenos de promesas. La verdadera renovación comienza dentro de la persona y acaba en un nuevo corazón. Sólo el ser así renovado es capaz de proponer soluciones nuevas a una sociedad vieja.

 

Desarrollo:

Eze. 36:22. Notemos en primer lugar dos cosas importantes: (a) Es Dios el que habla, y (b) que la causa de la desgracia del pueblo de Israel se debió a que se equivocó de ministerio. Triado y escogido para ser portavoz, ejemplo y valladar del Dios vivo y aquí se les dice con respecto al pacto: al cual habéis profanado. ¿En qué lugar? Dónde debieran de haberlo bendecido: En las naciones adonde habéis llegado. Así que si Jehovah prometió restaurar a Israel en su tierra, no fue porque éste lo mereciera, sino para demostrar al mundo la grandeza de su Nombre. Iba de nuevo a enseñar a toda la humanidad que Él es el único Dios de verdad y que sus propósitos, una vez iniciados, se cumplen. Los pueblos paganos decían que el Dios de Israel era incapaz de salvar a su pueblo de caer en manos de los babilonios. Por lo tanto, a nivel moral, y en apariencia, no sólo el ejército de Israel había sido derrotado, sino Dios mismo. Por eso en este v el Señor anuncia que su propósito al restaurar a Israel a su tierra es revelarse a las naciones como un Ente capaz de convertir en victoria lo que aparentemente parecía una derrota.

Eze. 36:23. Por su mala conducta y sobre todo, por su cerril desobediencia, los hebreos habían profanado el nombre de Dios entre las naciones por lo que su influencia que debiera de haber sido positiva, fue todo lo contrario. Habían dado mal testimonio y nadie se sentía atraído hacia ese Ser divino. Mas ¿dónde radica la importancia que parece que se le da al problema del nombre? Para el hebreo el nombre de una persona era una extensión de la misma personalidad por lo que insultar el nombre de alguien era insultar o despreciar a la propia persona. Pero, ¿qué entendemos por persona? Cuando somos niños, nuestros propios yo mismos, nuestros familiares, amigos y maestros hacen todo lo posible para confirmar la ilusión de ser unos verdaderos fraudes, que es justamente lo que significa “ser una persona real.” Recordemos que la persona, del latín persona era en origen esa máscara de boca metafórica que usaban los actores en los teatros al aire libre de la antigua Grecia y Roma, la máscara a través (per) de la cual fluía el sonido (sonus), “personus” o personas. En la muerte nos despojamos de la persona, así como los actores se quitan las máscaras y trajes en los camerinos o entre bastidores. Por eso para Dios, y para nosotros, el nombre significa o debe significar algo más. De ahí que nuestros amigos del mundo debieran estar o reunirse en torno al lecho de nuestra muerte para ayudar a quien va a salir de su papel mortal, para aplaudir y aún más, para celebrar con cánticos de alegría el gran despertar de la muerte y la entrada a la nueva vida con el nombre restaurado.

El nombre es quien da carácter al yo mismo, a nuestro ego y quien define bien la personalidad y no me refiero al patronímico precisamente. Y Dios, para que podamos entenderlo, por medio de un hecho concreto y extraordinario tenía que redimir su buen nombre pues había sido ensuciado, repito, por la actuación del pueblo de Israel. Por eso el regreso de este pueblo a su tierra sería una demostración palpable para el mundo de que el Nombre de Dios es poderoso, santo y digno de adoración.

Eze. 36:24. El cautiverio de los hebreos que resultó a causa de la caía de Jerusalén, no era la primera deportación de judíos a su tierra. Ciento veinte años antes, cuando Samaria cayó en poder de los asirios, muchos hebreos fueron llevados a distintas partes del medio oriente. De este cautiverio comenzó la leyenda de las diez tribus perdidas de los judíos. En realidad, estas tribus no se quedaron juntas sino, como el v indica, fueron esparcidas por muchas tierras en grupos pequeños. Además, debido a los cuatro diferentes cautiverios y deportaciones que sufrieron los hebreos a partir del 722 aC, había descendientes suyos por todos los países gobernados por Babilonia.

Eze. 36:25. Este esparcir agua, ¿se refiere a nuestro bautismo? No. Debemos recordar que Ezequiel era un sacerdote judíos y sabía muy bien las ceremonias de limpieza ritual que se llevaban a cabo en el templo. A veces, el sacerdote esparcía sangre sobre el pueblo, Éxo. 24:6-8, o sobre el altar, Lev. 17:6. En otras casos esparcía agua sobre el pueblo, Lev. 14:1-7, o sobre una casa, Lev 14:52, o sobre una persona que había quedado inmunda por haberse contaminado por algo, Núm. 19:17-19. Este último caso, era el de los judíos. Estaban inmundos por sus muchos contactos con la maldad. Por eso, el v resalta el hecho por el cual Dios iba a limpiarlos de sus ídolos. Muchos de los cautivos habían dejado o abandonado la fe en Dios para adorar a ídolos de los odiosos conquistadores y así les iba. Por el contrario, Dios siempre ha deseado eliminar la mala costumbre de adorar ídolos o imágenes. Dios es Espíritu y desea que, en primer lugar, los hombres suyos le adoren en Espíritu y en verdad y en segundo, le obedezcan.

Eze. 36:26. Este v. y el que sigue son con mucho los más vivos e importantes de nuestra lección. Una vez que los judíos se hayan arrepentido y hayan dejado sus inmundicias, pueden recibir, están en condiciones de recibir, un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Pero, ¿y levantamos la pregunta de los siglos: ¿Es que el que tenían antes no era de carne? Nos explicaremos: Poca gente parece usar esta palabra para significar el conjunto de su total organismo anímico. No se refiere tan solo al cuerpo o a cualquier órgano del mismo pues cuando decimos “yo tengo mi cuerpo”, indicamos algo más. Cuando perdemos una pierna, un brazo o cualquier otra cosa aún decimos: “Yo tengo un cuerpo, soy yo mismo.” Parece que usamos pues, ese vocablo yo, corazón, para algo que está en el cuerpo, pero que no es realmente todo él; aún así, mucho de lo que le sucede al cuerpo parece ocurrirle al yo. Yo corazón, pues, significa el centro de la conducta entera y voluntaria y de la atención consciente y no tiene nada que ver con el órgano del cuerpo del mismo nombre. ¿? ¿Dónde se ubica este extraño órgano tan especial? Gentes muy distintas lo sienten o señalan en lugares diferentes. Para todos los chinos, el corazón mente o alma se encuentra en el centro del pecho, para los duros africanos, en el propio corazón víscera y así se lo comían cuando mataban a un enemigo intentando de esta forma, adquirir todas aquellas cualidades que tenía su dueño, para nosotros los sabios de occidente parece que localizamos el ego en la cabeza, desde cuyo centro dirige el resto de nosotros. La filosofía cristiana es bien distinta. El corazón es el asiento de las afecciones, deseos, esperanzas, motivos y voluntades, Hech. 16:14. También de las percepciones intelectuales, como influenciadas por el carácter moral, Sal. 14:1; Juan 12:40; 1 Cor. 2:9, incluyendo así “toda” la naturaleza espiritual del hombre, Rom. 1:21; 2 Cor. 4:6.

Hecho este paréntesis, debemos dar énfasis al hecho de que el Señor no puede dar este corazón nuevo con todas las acepciones que implica hasta que el propio hombre no haya sido limpio de su maldad, de donde se desprende la idea de que el perdón viene primero y después, sólo cuando aquél se ha consolidado, la vida nueva. Además, este corazón nuevo, a diferencia del primero que era de piedra, es decir, duro e insensible, será de carne, es decir, tierno y dúctil, sensible y maleable a la voluntad de Dios, atento al más pequeño sonido que venga de su voz. En tres ocasiones el profeta predicó que Dios iba a dar un corazón nuevo al pueblo, 11:17-21; 18:30-32; 36:26, 27. Y otra vez debemos fijarnos que este corazón no viene como resultado del esfuerzo del hombre, sino que es creado por la gracia de Dios. De ahí que este nuevo corazón, este nuevo nombre sin profanar, esta personalidad bien restaurada, este semejante al “yo”, halla su satisfacción en hacer la voluntad divina. Pero no acaba aquí esta promesa. También habrá un espíritu nuevo. Sabemos que este espíritu representa o cuando menos condiciona la actitud humana hacia la vida. Ya no será más egoísta ni cruel y a causa de su nuevo estado el hombre así recreado tendrá una actitud distinta hacia las otras personas y hacia los problemas de la vida, del que aun no es del todo ajeno.

Eze. 36:27. Aquí vemos que además del corazón y el espíritu nuevos, Dios promete que su propio Espíritu va a residir en la vida de todo el que quiera. Este v es el anticipo de la promesa del E Santo en el NT, Juan 14:26; 16:13, por lo que la misma es muy hermosa. Y lo es porque el Espíritu de Dios no es algo que viene en ocasiones determinadas sobre la persona, sino que es la presencia de Dios que mora constantemente en el creyente para guiarle y ayudarle a tomas las decisiones de su vida.

Eze. 36:28. ¡Qué deliciosa promesa! Como Dios dio la tierra de Canaán a los ancestros de los cautivos, les promete restaurarles ahora en su tierra para comenzar su vida nacional, sentimiento que tenían extraordinariamente desarrollado y que por fin iban a poder convertirlo en realidad. Esta profecía se cumplió cuarenta años más tarde, cuando Ciro el Grande de Persia autorizó a los judíos a regresar a Israel y a que construyesen de nuevo templo y ciudades.

Eze. 36:29. Así la mano protectora de Dios estaría sobre su fiel pueblo en todo momento. No iban a caer en las viejas prácticas de idolatría e inmoralidad. No tendrían ya ocasión de pedir a los ídolos cananeos una bendición especial para sus cosechas como sus padres habían hecho, Dios mismo, el Dios vivo, iban a verlos y bendecirlos para que no pasasen hambre. De nuevo tenemos otra promesa muy importante. La tierra había sido abandonada durante años y seguramente muchos pensaban que no tendrían cosechas al volver y que acaso padecerían hambre, mientras que, en Babilonia, al menos tenían comida. Lo de siempre. Otra vez aparece el sentimiento universal de la fe. Aquellos que quisieran volver tendrían que hacerlo confiando en el dicho de Ezequiel y Dios acerca de las cosechas.

Eze. 36:30. Continúa el mismo pensamiento. Era una vergüenza tener que comprar comida a las naciones vecinas, porque por este hecho confesaban que su país y su Dios eran incapaces de sostenerlos.

Eze. 36:31. Es bueno recordar de vez en cuando lo que hemos hecho y lo que éramos antes de seguir a Jesús para que podamos darle gracias por su gran misericordia en salvarnos y también para que nos sirva de advertencia, porque el Tentador siempre está cerca, por lo que tenemos que fijar nuestra atención y meta en seguir a Dios para no caer en los lazos del diablo, siguiendo el principio de los “vasos comunicantes.” Por otra parte, este sentimiento que genera vergüenza a causa de nuestras malas obras, nos predispone a no caer más en los mismos hoyos, en los mismos pecados. Además recordar públicamente las debilidades antiguas, siempre es un testimonio que enseña por la sencilla razón que una imagen vale más que mil palabras, es decir, la viva comparación de lo que éramos antes y lo que ahora somos por la voluntad del Señor, valen más que mil palabras huecas. Pero, eso sí, nunca debemos vanagloriarnos del cambio experimentado y sí agradecer lo que hemos recibido:

Eze. 36:32. No es a causa de vosotros que hago esto; sabedlo bien, dice el Señor. El profeta vuelve al tema del v. 22 para decir e insistir que Dios no va a hacer todo esto porque ellos se lo merecen, sino porque es una obra de su gracia y para que el país sepa de su poder. Ninguno de nosotros merecemos la salvación de Dios, la salvación que nos da a través de su Cristo. A nosotros nos toca recibirla por la fe únicamente.

 

Conclusión:

¿Cómo podemos hoy recibir un corazón y un espíritu nuevos? Arrepintiéndonos y confiando en Cristo: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarlos y limpiarnos de toda maldad, 1 Jn. 1:9.

Así sea.

 

 

 

 

060271

  Barcelona, 17 de noviembre de 1974

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117 DIOS SE PREOCUPA POR TODOS LOS HOMBRES

Jonás 4

 

Introducción:

Es una realidad innegable que todos nosotros nos encontramos mejor entre los que conocemos, nuestros familiares, vecinos o amigos. Que en el trabajo, en el hogar y aun en las diversiones procuramos sentirnos cómodos rodeándonos de aquellas gentes o personas que confiamos por el sencillo hecho de que de ellas no esperamos ninguna traición, zancadilla ni trastada. Esto es lo natural. Por eso, a veces, pasamos por alto los más ricos o los más pobres, los de mejor o peor preparación, los de otra raza, etc. Sin embargo, es necesario reconocer que Dios ama a todos por igual y que nosotros, que hemos gustado el evangelio, hemos de compartirlo con otros, no debiendo importando su condición social, cultura, sexo ni raza. Pero se nos presentan dudas y hasta razonamientos que tienden a minar nuestros buenos deseos y nos hacen ver lo difícil que resulta comprender la responsabilidad que tenemos de comunicar el amor de Dios a otras personas que nos son ajenas. Vemos nuestros problemas tan grandes y nuestro crecimiento espiritual tan lento que, ¿cómo vamos a ayudar a los otros cuando nosotros mismos estamos necesitados de ayuda? Por otro lado es normal que las creencias de una persona parece que representan cuando menos su propiedad privada y que, por lo tanto, somos los primeros en respetar la libertad religiosa de cada cual. Así, tal y como queremos que la gente respete nuestro derecho a creer según nos dicte la conciencia, debemos respetar las doctrinas de otras personas.

El pequeño libro de Jonás es uno de los grandes documentos de la Biblia que nos muestra que ambas actitudes  son falsas, o cuando menos, están basadas en falsas premisas. El Evangelio es la evidencia del amor de Dios para cada persona de este mundo, de modo que no podemos decidir si queremos comunicarlo o no, estamos bajo órdenes de llevar el mensaje por palabra y ejemplo a otras vidas y no podemos evitarlas. Hemos de predicar al Cristo crucificado. El cristiano, como el soldado, tiene un deber que cumplir que no siempre es de su gusto. Pero su código es la fiel obediencia al Señor y por él debe morir si es necesario. Dios se preocupa por todos los hombres, cierto. Este es el mensaje y nosotros… ¡los mensajeros!

Dejamos la lección del domingo anterior en aquellas palabras de esperanza dichas por el profeta Ezequiel en el sentido de que Dios iba a escoger cariñosamente a sus hijos uno a uno a pesar de que estuvieran esparcidos por los campos que representaban otros tantos países del medio y lejano oriente. Hoy tenemos como texto áureo la oración de otro gran hombre de Dios que clama en el mismo sentido: Diré al norte: ¡Entrégamelos! Y al sur: ¡No los retengas! Trae de lejos a mis hijos y a mis hijas de los confines de la tierra. A cada uno que es llamado según mi nombre y a quien he creado para mi gloria, yo lo formé, Isa. 43:6, 7a. Es ese grito del alma que pide la reunión, yo ya tan sólo del pueblo de Israel, sino del pueblo elegido por Dios, de todos nosotros, de todos los que nos han precedido y los que nos seguirán. Pero además, en ese cada uno que es llamado por mi nombre, hay algo más. Hay un fuerte deseo por aquellos que ya hemos predicado para que se vuelvan hacia su Señor, que todos los que han de ser llamados se den cuenta por fin del grito y que, en suma, todos y cada uno de los que hemos sido elegidos como mensajeros salvos, partamos hasta los confines de la tierra en ansia misionera sabiendo que cuando todos sus habitantes le hayan conocido, vendrá a buscarnos. Y como sabemos que cada nuevo convertido por nuestro esfuerzo testimonial es motivo de alegría y agradecimiento, no entendemos muy bien la actitud de Jonás, el cual, a través de Dios, consiguió conversiones masivas de ciudadanos asirios. Él sabía que si iba a predicar a Nínive, sus habitantes de convertirían, por eso no quería ir. Claro que no debiéramos ser muy severos con el profeta porque puestos en su caso no sabemos lo que hubiéramos hecho. Se ha dicho muchas veces que todos nosotros tenemos algo de Jonás y no sin razón. Pues si bien es verdad que hoy no hay una Nínive para predicar ni una España para huir, si existen ciudades, familias y amigos a quiénes deberíamos advertir lo quebradiza que es su seguridad actual y que debieran arrepentirse antes de que sea demasiado tarde. Claro que para eso debemos dejar la sombra de nuestra comodidad y eso… es harina de otro costal.

Como quiera que el libro de Jonás sólo tiene cuatro caps y creo que todos lo habrán leído, vamos a hacer un pequeño resumen: (a) Un profeta huyendo de su Dios, 1:1-17; (b) un salmo de buen agradecimiento de Jonás al ser librado del gran pez, 2:1-10; (c) un misionero rebelde, 3:1-10, y (d) Jonás trata de limitar la justa misericordia divina, 4:1-11.

Esta última parte es la más importante y la que ahora vamos a dedicar nuestra atención:

 

Desarrollo:

Jon. 4:1. Un espíritu egoísta y exclusivista parece que aflora en este v. Al ver el arrepentimiento de los habitantes de Nínive, Jonás supo que Dios no iba a destruir la ciudad como indicaba la parte negativa de su mensaje. Él odiaba a los asirios y quería la ruina de la ciudad. En parte, hablando como hombres, pensamos que tenía razón, los asirios eran guerreros muy crueles y habían invadido a Israel en muchas ocasiones. Destruyeron y quemaron la ciudad de Samaria con una matanza horrible de sus habitantes y más tarde ocuparon el resto de Canaán y aunque no tomaron la ciudad de Jerusalén, devastaron casi todos los pueblos de los alrededores. Y Jonás, como judío, no quería dar a este pueblo una oportunidad de arrepentirse, quería verles recibir el castigo y el juicio que tanto merecían. Esta fue la razón de su huida en el primer cap. Lo repetimos: No quería predicarles ya que sabía que en caso de arrepentimiento, Dios iba a perdonarles. Bien, pues esto que tanto temía, sucedió. El hecho que todos, desde el rey hasta el más humilde, se arrepintieran le hizo enojarse en lugar de alegrarse.

Jon. 4:2. Aquí se describe el enojo de Jonás. Conocía demasiado bien la naturaleza divina. Sabía que su Dios amaba a todos sin importar su raza, lengua, sexo o nacionalidad, pero él no estaba preparado para compartir un amor tan universal. Pero notemos que aun en su enojo Jonás no perdió su respeto por Dios, puesto que se le dirigió en oración. Ya hemos dicho que el profeta no huyó tanto porque tenía miedo del Señor o que pensaba que por medio de un viaje a España podía alejarse de su presencia. Sólo quería evitar que pasase lo que estaba pasando. Por otra parte sabemos que Jonás era más inteligente que lo que cabía esperar de sus maniobras. Sabía que Dios era su Creador y que lo era de la tierra y del mar, 1:9. Su viaje sólo era una manera muy pobre de renunciar a su posición de profeta. Salió del lugar donde Dios acostumbraba a hablarle y darles mensajes, para comenzar una nueva vida en otra parte en la que, por imposibilidad física de la distancia no tuviera que sentirse obligado a ser mensajero a los asirios. No, no tenía ningún problema en hablarles, lo que no quería es ser darles la oportunidad de ser salvos.

Otra cosa importante que se incluye en este v 2, es como ya habréis, la alusión a la naturaleza del Señor. Es la misma que se describe en la introducción del mensaje de Dios a Moisés, Éxo. 34:6-8, y que se repite en Sal. 86:5, 15 y Joel 2:13. Dios es justo y clemente, da buenas cosas a los justos y a los que no lo son, es piadoso, tiene compasión por toda la humanidad. Es tardo en enojarse, su ira no explota al descubrir un error en el hombre. Es de gran misericordia, su amor es el amor leal del pacto que nunca deja de ser. Es fiel en su amor y cumple sus compromisos. Jonás nos demuestra conocerlo perfectamente y piensa con razón de que se arrepentirá del mal en el momento justo en que los objetos de su ira le pidan perdón con sinceridad.

Aún podemos descubrir en este rico v la frase te arrepientes del mal, refiriéndose al Señor. No significa arrepentimiento en el sentido en lo hacen los hombres, es otra acepción del ve distinta. Significa tener profunda emoción, gemir, sentirse aliviado o ser misericordioso. Preguntamos, ¿por qué? Porque es la naturaleza de Dios mostrar misericordia al hombre. No quiere la muerte del pecador y diríamos que emite un gemido de gozo cuando no se ve forzado a aplicar su justicia en el pecador y puede actuar de acuerdo a su carácter. Este aspecto del arrepentimiento divino lo entendemos bien al estudiar Jer. 18:8, 11. El hombre tiene la responsabilidad de arrepentirse, (volver es el ve. que el he. usa para el arrepentimiento del hombre), para que Él pueda sentirse aliviado, arrepentido, al no tener que castigarlo, sino que puede bendecirlo de acuerdo con su verdadera naturaleza, Joel 2:13.

Jon. 4:3. Jonás deseaba la muerte para no ver la aplicación del amor de Dios sobre los asirios, sus encarnizados enemigos.

Jon. 4:4. ¡Qué extraño! ¿Dios tiene necesidad de justificar sus actos? No. Pero se interesa por todos y cada uno de sus hijos. Así que Jonás tiene un problema que el Señor no puede dejar sin solucionar. Fijémonos que la pregunta de Dios a Jonás sirve para llamar su atención sobre el punto originario de la razón de su enojo. ¿Haces bien en enojarte tanto? ¿Es correcta tu actitud? Si hubiera pensado un poco, hubiera visto que su enfado era absurdo e indigno de un profeta de Dios lleno de misericordia y amor hacia toda la humanidad, incluidos los gentiles. Lo curioso del caso es que esta conversación se produce en medio de la rara ciudad de Nínive que ya mostraba indicios de arrepentimiento. Y sin esperar al final del diálogo, nuestro hombre sale de la misma a la espera de los acontecimientos.

Jon. 4:5. Tratando de hilar más fino, vamos a pensar que Jonás se sentó a esperar por varios motivos, quizás el arrepentimiento de los asirios no era genuino y al final Dios iba a destruir aquella ciudad, o de alguna forma, éste se manifestase terminando su fiel lección inconclusa, incluso, que alguna embajada local saliese a reconocer sus servicios. En realidad no sabía lo que Dios haría, pero si pudiera influenciarle lo haría en el sentido de la solución final, es decir, destrucción total, tal y como hizo con Sodoma y Gomorra. ¡Qué actitud tan diferente la adoptada por Jonás en ese momento comparándola con la de Abraham en una situación bien similar! ¿Recordamos el regateo del patriarca tratando de salvar a las dos ciudades condenadas por sus pecados? Por fin, nuestro hombre pensó que lo mejor era hacerse una cabaña y esperar a ver en que acababa la cosa. Fuese lo que fuese sería digno de verse.

Jon. 4:6. El libro de Jonás ha sido llamado también “el Libro de las preparaciones de Dios.” (a) Preparó el gran viento que causó la tempestad en el mar; (b) preparó un gran pez que se tragara a Jonás, y (c) en este v preparó una calabacera para dar sombra al profeta mientras aguardaba. Notamos que Dios sabía del profeta caluroso y expectante y aun así se preocupó de su comodidad en tanto que la ciudad y su solución fue dejada en segundo lugar. Todo lo hizo Dios con la idea de enseñar al profeta rebelde, amén de que el Pastor no puede dejar extraviar a ninguna de sus ovejas. Es curioso observar que Jonás se alegró grandemente al tener sombra, pero se enojó al ver el arrepentimiento de los raros habitantes de Nínive. Debemos tener mucho cuidado en no dar más importancia a las cosas y a nuestra comodidad que a las personas que son nuestros prójimos. En otras palabras, hermanos componentes de la humanidad y de la Creación. Seguramente Jonás no entendió que esta era otra evidencia del poder del Señor, puesto que si pudo “librarle” de su malestar, y esto le dio mucha satisfacción, ¿no debía haberla hallado en el hecho de que Dios había librado a los de Nínive de su castigo? No, aquella noche sólo pensó en el frescor que encontraría al día siguiente a la sombra de la oportuna calabacera.

Jon. 4:7. Con el fin de mostrarle lo equivocada de su actitud, Dios hizo otra preparación y le quitó la sombra.

Jon. 4:8. Este recio viento solano es el simún árabe. Es un aire caliente y seco que hace subir la temperatura y aumenta toda la sequedad, entonces, el calor de la arena se hace insoportable para el cuerpo humano. Así que esta combinación de sol, viento y arena afectó mucho a Jonás. Enseguida volvió a su estado de desánimo manifestado en el v. 3. La diferencia estriba en que ahora se enoja por la pérdida de sus comodidades materiales.

Jon. 4:9. Aquí casi se repite la pregunta del v 4. Muchas veces Dios nos enseña no diciéndonos exactamente lo que debemos hacer, sino a través de una pregunta, una actitud, un mensaje o un acontecimiento, que nos hace pensar en los resultados de la propia actuación.

Jon. 4:10. Ahora vemos que Jonás no tenía derecho a quejarse, a lamentarse tanto. Él no plantó la calabacera ni tampoco la cuidó ni la cultivó, sin embargo, Dios sí creó a los de Nínive y los había cuidado hasta entonces. Era pues ridículo que Jonás se preocupase tanto por algo que no había hecho y pensara al mismo que el Señor no debería tener compasión por aquellos seres que habían sido creados a su imagen y semejanza. La otra enseñanza que podemos sacar de este v es que la planta era algo transitorio. Creció en una noche y desapareció en otra. Por otro lado, el hombre es la creación de Dios y va a tener años para obrar el bien o el mal en este mundo y después gozar o sufrir las consecuencias de su vida en aquella otra que será eterna. Esta lección es clara: ¡Debemos prestar más atención a las personas que a las cosas!

Jon. 4:11. Algunas personas al leer el libro de Jonás pro primera vez dicen que falta algo. Que este final está inconcluso, pero la lección es clara y contundente. Se ha presentado el enunciado, el planteamiento y la solución. El profeta egoísta, exclusivista y falto de visión se ve en contraste real con Dios quien ama a todas las personas sin distinción alguna.

 

Conclusión:

La lección de hoy es un claro aldabonazo a nuestra atención materialista. Preferimos, a veces, conseguir la adquisición de un televisor, p. ej. que nos esclavizará con su sombra pasajera, antes de dedicar nuestro tiempo y energía en propagar el Reino de los Cielos. En este tiempo de fracasos políticos y sociales, la lección de Jonás debería ser el carburante que nos lanzara hacia adelante en poso de la conquista del mundo.

Una palabra más: Cuando hablemos a alguien del Evangelio no debemos sentarnos en la escalera esperando los acontecimientos. ¡Corramos hacia el próximo objetivo! Sólo así conseguiremos acelerar, si cabe, la ansiada segunda venida de Cristo, la ansiada recompensa a la sombra de calabaceras eternas e incorruptas.

¡Qué Dios nos bendiga!

 

 

 

 

060273

  Barcelona, 24 de noviembre de 1974

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118 LA ESPERANZA DE UN NUEVO COMIENZO

Isa. 40:1, 2, 27-31; Gál. 4:1-6

 

Introducción:

Con la ayuda del diccionario podemos decir que esperanza es el “estado de ánimo en el que se nos presenta como posible lo que deseamos.” Indiscutiblemente la vida humana es expectación constante. Se dice también que lo que el oxígeno es para los pulmones es la esperanza para la vida humana. Cualquier labor o actividad que emprendemos lo hacemos sin duda esperando algo y puede ser la esperanza mezquina de una ganancia material, puede ser la esperanza de llevar consuelo y ayuda a tantos seres necesitados o la esperanza natural de asegurarse días mejores. Así tenemos que lo curioso del caso es que la esperanza, que es intangible, sea el motor indispensable de algo tangible como pueden ser los bienes, deseos, necesidades, planes y “castillos en el aire.” Pero además, por pertenecer al reino de lo anímico, de la mente, de lo no físico, es una medicina indispensable para todo el mundo, tanto es así que un gran cardiólogo escribió en su autobiografía: La esperanza es la medicina que más uso en mis consultas.

Parece ser ayer, pero un año más llega a su fin y otro se acerca por delante, se adivina en lontananza. Así tenemos un nuevo comienzo, con nuevas oportunidades y nuevas ideas. Aquellos de los proyectos que no hemos podido realizar, quizá ahora sea el momento oportuno de llevarlos a cabo, aquel viaje que tanto soñamos, quizá podamos realizarlo ahora. Nadie sabe a ciencia cierta los acontecimientos, las frustraciones o los desenlaces que sucederán, pero los creyentes en Cristo sabemos que lo que ocurra será para bien de uno mismo y del Evangelio. Sí, estamos seguros, tenemos esperanza, que no estamos solos, que hay un alguien que se asocia con nosotros haciéndose partícipe de todas las aspiraciones, luchas, realizaciones y hasta… de nuestros fracasos: ¡Cristo!

 

Desarrollo:

Isa. 40:1. Debemos encuadrar muy bien la escena para entender el alcance de estas palabras. El telón de fondo de la misma es aquel periodo doloroso del destierro de Israel en Babilonia. Así, cuando el desaliento y la desesperanza hacía presa del pueblo, entonces en medio de la oscuridad casi desesperada de aquellos días, se oye esta voz de consuelo y, desde luego, de esperanza, porque es el mensaje del mismo Dios por boca de sus profetas: ¡Consolad, consolad a mi pueblo!, dice vuestro Dios. Para el pueblo que había empezado a dudar de Dios, precisamente por su aparente escaso interés en bendecirlos, aquellas palabras iban a ser como un bálsamo a una piel quemada. Además, debemos notar que las palabras “vuestro Dios” tienen un valor y hasta un significado impresionantes, guardan similitud con las de Jesús cuando nos enseñó a orar: Padre nuestro, palabras que en sí mismas, llevan seguridad, amparo y confianza al pueblo sumido en temores e incertidumbres. Vuestro Dios, está ahí. Sí, no ha muerto, no ha desaparecido, no os ha dejado, consolad…

Isa. 40:2. Hablad al corazón, es decir, con ternura, apelando a sus más hondos e íntimos sentimientos. Así habla Dios, sin dejar de lado el raciocinio, apela a los sentimientos del hombre, allí donde aún queda un resquicio de obediencia y amor hacia él, para que éste abra los ojos y se dé cuenta de su amor, de su fiel providencia y cuidados que nunca cesan. Hablad al corazón de Jerusalén. Así el mensaje va dirigido a la ciudad de Jerusalén, centro de la vida de su pueblo, tanto espiritual o religiosa como políticamente. Pero en Babilonia, estas palabras, ¿qué quieren decir exactamente? ¡Qué su mensaje debe ser presentado a todo el pueblo! Pero aquí flota un pensamiento mucho más profundo del que pudiera generar la idea de una comunicación oral a los judíos de aquel entonces arrancados de su país. Esto implica, ni más ni menos, que ha habido y hay un pueblo de Dios. Antes fue el Israel físico, la nación judía aunque estuviese diseminada por todo el orbe por entonces conocido. Hoy es el Israel espiritual, el pueblo cristiano. En ambos casos es evidente que necesitamos el mensaje consolador de Dios. Además, nada de esconderse al dar el mensaje: Decirle a voces, aquí se hace referencia al grito y clamor enfático de un heraldo que proclama públicamente una nueva con todas sus fuerzas (entenderemos mejor la idea al leer el v. 9, y gritar tras redoblar los tambores: ¡Se hace saber…!).

Su condena ha terminado y su iniquidad ha sido perdonada. “Que su tiempo se ha cumplido.” Este es un término militar que indica que su tiempo de reclutamiento ha llegado a su fin, en otras palabras, que su destierro ha terminado. Que han llegado a su fin los sufrimientos y tormentos, consecuencia directa a sus pecados, demostrándonos una vez más que el Señor castiga la rebeldía e iniquidad de sus hijos, pero no los abandona para siempre, eternamente. Así tan pronto aparece el verdadero y real arrepentimiento a flor de piel y labios, abre de nuevo de par en par las ventanas del corazón y esparce bendiciones por doquier. Dios se da ya por satisfecho, ha cobrado su cuenta pendiente al romper el pagaré eterno y… se olvida para siempre de la deuda. Así, a nivel de justificación, va a comenzar una nueva relación entre el hombre y su Dios. Que de la mano del Señor ya ha recibido el doble por todos sus pecados. ¿Qué quiere decir esta frase? ¿Significa que ha recibido el doble del castigo que se merecían sus pecados? No. Para el corazón tierno y amoroso de Dios todo lo que sufrió su pueblo en el destierro, ya era bastante

No debemos olvidar que Él no se deleita en el castigo, en el vivo sufrimiento. Si castiga lo hace para restaurar, vindicar, enderezar o forjar lo torcido, precursor de males mayores, como pudieran ser el abandono eterno, la indiferencia y la desesperanza.

Isa. 40:27. ¿Por qué, dices, oh Jacob y hablas tú, oh Israel? Vimos en otra ocasión, que estos dos nombres son usados para referirse a la nación de Israel como pueblo de Dios. Aquél tenía la necesidad de saber que Dios podría librarlo y de que lo amaba de verdad, pero en aquellos aciagos momentos lo que hacía era quejarse arguyendo abandono por parte del Señor. Mi camino le es oculto a Dios, es decir, fuera del alcance de Jehovah y de sus bendiciones. Me tiene abandonado y no me concede lo que quiero, no cura mi cuerpo, no me da riquezas, no me da poder, no lleva a cabo mis planes… Dios me tiene abandonado. Por desgracia esta queja no es antigua, al contrario, el actual y llena de vigor entre el pueblo cristiano. Nos olvidamos con frecuencia que su poder y grandeza lo pueden y lo cubren todo, que nada queda fuera de su alcance y de su conocimiento… ¡así que la queja persiste! ¿Y mi causa para inadvertida a mi Dios? No, Él toma en cuenta mi caso no importa cómo sea. Pero aquí hay una situación curiosa. No es el hombre sino Dios quien expresa estas quejas de su pueblo para replicar que no tiene ninguna razón para quejarse. ¿Por qué? Porque su situación se debe a su propio pecado, no a causas externas a él. El pueblo es quien ha dejado, abandonado, a Dios y no Éste al pueblo.

Isa. 40:28. ¿No has sabido? Por la observación y el estudio de las Escrituras. ¿No has oído?, mediante la repetición de la firme tradición oral de los padres, ¿que Jehovah es el Dios eterno que creó los confines de la tierra? Dios no tiene principio ni fin, existe por sí mismo y ha existido siempre, que es causa y origen de todo lo que existe en la tierra y fuera de ella. No se cansa ni se fatiga, es decir, Dios no está sujeto a las leyes limitadas del envejecimiento humano ni a cualquiera de sus otras conocidas debilidades. Él es un Espíritu libre de cualquier barrera y su fiel presencia llena el universo entero. ¿Cómo pensaban que iba a abandonarles? Él siempre es el mismo, siempre está activo y así cualquier tiempo es su tiempo. Además, su entendimiento es insondable. Su grado de comprensión es ilimitado. Y lo conoce todo, no hay nada oculto a sus ojos, nada escapa a su saber, por lo tanto nunca debemos sentirlos solos. Dice el himno: ¿Cómo podré estar triste, cómo entre sombras ir, cómo sentirse solo y en el dolor vivir, si Cristo es mi consuelo, mi amigo siempre fiel, si aún las aves tienen seguro asilo en Él? Así, es nuestra esperanza y lo es, porque no está sujeto a las variaciones humanas del sano carácter tan conocidos por nosotros. Él sólo tiene una palabra y nos… basta: No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17:15, 16).

Así entendemos perfectamente que:

Isa. 40:29. Da fuerzas al cansado, ánimo y nuevas fuerzas al que se ha agotado en el servicio, al que está en medio de la pista o la carrera. Y le aumenta el poder al que no tiene vigor. Esto es, a los débiles. Pero esta segunda idea es de mucha más fuerza y más rica si cabe que la primera. Allí se decía que reponer las fuerzas al que antes tenía y que ha gastado en un momento dado de su carrera, aquí se indica de forma taxativa que el Señor da fuerzas a quien nunca las tubo. Hay una mayor dependencia paternal, hay una mayor entrega, hay una transmisión de dureza y fortaleza, por eso, quien anda con Dios, cada día se maravilla al descubrir que hay alguien que le sostiene en la dura batalla de la vida y el servicio.

Pero en el mensaje hay una razón evidente, una lógica natural:

Isa. 40:30. Aun todos los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes tropiezan y caen. Cierto. El ser humano, aun en la mejor etapa de su vida está sujeto al cansancio y al agotamiento físicos anunciadores evidentes de la limitación de su carne. Así, sabemos que los niños se caracterizan por su constante accionar y moverse, por estar quietos. Los jóvenes, por su parte, tienen un vigor y fortaleza fuertes, pero tanto unos como otros pronto se agotan y desmayan frente a las faenas, trabajos e inclemencias de la vida diaria.

Isa. 40:31. Pero los que esperan en Jehovah, los que confían en Dios, los que dependen real e íntimamente de Él en su diario batallar, renovarán sus fuerzas, recibirán sus energías perdidas. No, no estamos hablando de superhombres. Como humanos se agotan igualmente, pero no desfallecen ni caen, porque el poder y la potencia de Dios que obra dentro de ellos les sostiene. Así que entonces, formando un binomio extraordinario, levantarán las alas como águilas. Correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán. ¡Qué figura tan extraordinaria! Ahora veamos como se conjugan la agilidad, la destreza y la potencia de los que viven en y con Dios. Siempre listos y capacitados para el servicio. Así que no importan nuestros problemas personales que actúan casi siempre como lastres impidiéndonos levantar el vuelo, ni importan nuestra carencia de medios para excusar la negligencia y nos hace corren siempre con la cabeza vuelta atrás, ni nuestra falta de preparación que nos impide seguir avanzando. No, nada importa para los que creemos en Dios. Todo se desvanece con su ayuda, todo se reduce a su conjuro, todo se diluye a su vivo grito de pregonero: ¡Levantarán las alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán!

Gál. 4:1. Digo además, Pablo conecta así lo que precede, 3:23-29, con el desarrollo que va a seguir por medio de una figura, la de un niño cuyo padre rico murió dejándole una fortuna. Entre tanto que el heredero es niño, es decir, incapacitado para tomar posesión de su fortuna a causa de si inexperiencia y su falta de madurez. En esta condición clara y concreta, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo. Por derecho de nacimiento es dueño de toda la hacienda, pero a causa de su edad, es como si no tuviera nada. Así su condición es igual a la de otro esclavo de la casa, depende y está sujeto a la autoridad y voluntad de otros.

Gál. 4:2. Mas bien está bajo guardianes y mayordomos hasta el tiempo señalado por su padre. He aquí las personas que ven y cuidan al heredero, responsables por lo tanto de su integridad física, de su fortuna y de su educación. En gr. esta idea se aplica a los ministros cristianos cuando son llamados administradores de los misterios de Dios, 1 Cor. 4:1. Ahora bien, esta tutela dura toda la vida? No. ¡Hasta el tiempo señalado por su padre! Al no haber una ley estatal que legislara al efecto, era costumbre paterna determinar el tiempo de la mayoría de edad del hijo.

Gál. 4:3. Ahora en cuando Padre entra en la realidad que quería ilustrar con el ejemplo del niño heredero. Ahora lo aplica al decir que todos éramos menores de edad antes de la venida de Cristo, incapacitados por lo tanto, de tomar cierta posesión de las grandes riquezas de su Evangelio por gracia, porque éramos esclavos sujetos a los principios elementales del mundo. Es decir, bajo simples tutores como pudieran ser la ley mosaica de los judíos y la ley de la conciencia entre los gentiles, pero que sin embargo sirvieron para cuidar y disciplinar a los hombres hasta que éstos alcanzaron su mayoría de edad con la venida del Señor. Pero, ojo, cuidado. Los “principios” no eran la ley en sí misma, sino las cosas terrenas con las que la ley tenía que hacer, convirtiéndose en meros preceptos rituales humanos, Col. 2:20. La tendencia humana siempre ha sido la de sujetarse al sentido material y formal de las prescripciones legales, haciendo del medio un fin inamovible.

Gál. 4:4. Pero cuando vino la plenitud del tiempo, ¿cuál puede ser esta fecha? El momento predeterminado y señalado por Dios (el padre de la figura del v. 2), de acuerdo a su propósito y a su sapiencia. Dios envió a su Hijo, a Jesucristo. Así que Cristo no vino obedeciendo a un accidente casual, su bendita encarnación obedeció a un plan eterno de Dios trazado antes de la fundación del propio mundo: ¡La redención de los hombres! Nacido de mujer, esto es, la encarnación de Cristo. No tuvo padre humano pues nació de la virgen María por concepción milagrosa del E Santo. Y nacido bajo la ley, ¡importante!. Se nos dice que Dios no sólo se hizo hombre, sino que nació judío, sometido a la ley mosaica y en consecuencia, a todas sus ordenanzas como la justa circuncisión, igual que el resto de los niños del país. Esto fue del todo necesario para cumplir la ley.

Gál. 4:5. Para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a los judíos primero y también a nosotros. Pablo presenta aquí el propósito de la venida del Maestro: Redimir al hombre, pagando un alto precio, su propia vida, indispensable a los ojos del Padre. Esta fue la forma usada para libertar a todos los que habiendo vivido sometidos y esclavizados por los fríos preceptos y vacíos formalismos legales, ahora arrepentidos se entregan por fe al fiel dominio y señorío de su Señor y de su Cristo. Pero, ¿qué parte de la herencia tenemos nosotros? Total, ya que también estamos incluidos en el Plan misericordioso de Dios. Ver si no: A fin de que recibiésemos la adopción de hijos. La obra de Cristo no es una mera transacción legal, es una firme liberación que lleva al creyente a la filiación glorioso de hijo de Dios. De esta manera alcanza su mayoría de edad, es el espaldarazo que en el futuro le evita de tutelaje alguno, es ya completamente libre para disfrutar las incontables riquezas de la gracia de Dios en su Hijo. A través de esa adopción, Dios nos recibe de forma plena en todas las relaciones de hijos y entramos formalmente en la familia de Dios por medio y a través de la fe.

Gál. 4:6. Y por cuanto sois hijos, en base a ese renacer en Cristo, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, en otras palabras, nos dio su propia presencia, 2 Cor. 3:17. Que clama: Abba, Padre. Padre, papaíto. Es la exclamación del E Santo en el corazón y en los labios del creyente, dominado por la emoción: ¡Abba, Padre!

 

Conclusión:

Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros? Comenzamos un nuevo año, ¡qué sea el de nuestra mayoría de edad!

 

 

 

 

060275

  Barcelona, 1 de diciembre de 1974

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119 PREPARANDO EL CAMINO

Mat. 3:1-12

 

Introducción:

Sin duda que en Juan el Bautista se cumple perfectamente la profecía de Isa. 40:3. Él es quien vino a preparar el camino, esto es, a preparar el ambiente para la llegada del Mesías. Por otra parte, su ministerio fue un dechado de obediencia y fidelidad, ya que su mensaje preparador urgía una vida de la más alta calidad y, desde luego, predicó con el ejemplo durante muchos años para irrumpir poderosamente en el momento oportuno, en la hora justa, con una voz que atravesaba las conciencias.

 

Desarrollo:

Mat. 3:1. En aquellos días, esta expresión no tiene a menudo ninguna precisión cronológica y parece significar el afincamiento de Jesús y su familia en Nazaret, 2:23. No es extraño que esto ocurra en las Escrituras por cuanto se dan casos similares en el AT, Éxo. 2:11, lagunas en el tiempo que sólo demuestran muy bien la sorprendente sobriedad de la Biblia, que sólo nos dice o comunica lo esencial a nuestra salvación y prescinde de todo lo demás. Aquí ha habido un salto, un gran salto. El evangelista guarda un silencio sobre los treinta años transcurridos desde los primeros acontecimientos de la vida del Salvador hasta el momento en que iba a entrar en su ministerio público, momento que, precisamente, continúa la acción  con la oportuna aparición del vocero. Apareció Juan el Bautista, es decir, hizo su salida o aparición pública a fin de llevar a cabo su misión precursora. Se sabe que Juan en he significa “Don gratuito de Jehovah” y Bautista, su sobrenombre dado a causa de su énfasis en el acto bautismal.

Pero seríamos injustos con él si al llamarle sólo “Bautista” incluyéramos su vocación entera. Para apreciar ésta en todo su conjunto y en su significación profunda, es necesario considerar a Juan el Bautista como: (a) En su posición entre el Antiguo Pacto y el Nuevo, de los cuales es el lazo viviente de unión, es decir, viene a ser como un puente entre la Ley que predica con potencia y el Evangelio que anuncia. (b) En su acción, que era la de preparar a su pueblo para la venida del Salvador por y a través del arrepentimiento, en el cual se concentran su saber y predicación y el bautismo propiamente dicho que administra de forma personal a todos aquellos que confiesan sus pecados, y (c) en su relación con Jesús, que es la de la más profunda humildad de un siervo en presencia de su Señor, cuyo origen divino ya conoce lo mismo que su misión.

Así, el ministerio global de Juan el Bautista está cumplido al señalar a Cristo como el Cordero de Dios. Pero si en un sentido este ministerio es pasajero, en otro es permanente, bajo el triple aspecto que acabamos de señalar. Y como Él fue el punto de partida de la vida religiosa de su época, en los apóstoles y los primeros discípulos, es también el punto de partida de la vida cristiana que sólo nace por el arrepentimiento y por la fe en el Hijo de Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo.

Para los que gustan barajar fechas y datos diremos que en Luc. 3:1, 2, se señala que Juan apareció cuando Poncio Pilato fue nombrado procurador de Judea, esto es, en el año 26 dC. Y lo curioso del caso es que aparece, no en una ciudad populosa como parecería normal, sino que se dio a conocer predicando en el desierto de Judea. Esta región era una comarca poco habitada cubierta de pastos, que comprendía la parte inferior del valle del Jordán y al oeste del mar Muerto, Jue. 1:16; Luc. 3:3. Y es que la predicación del arrepentimiento aún no estaba madura para ir a sonar en los santuarios oficiales o en los núcleos de los fariseos o saduceos. Sin embargo, gentes ávidas de salvación acudían a su conjuro tratando de participar en la gran renovación religiosa que se adivinaba. Él los recibía con un mensaje concreto y la mayoría de las veces, nada agradable:

Mat. 3:2. ¡Arrepentíos! El término gr. (ve. o n.) que no tiene un equivalente en nuestro idioma y que se traduce por arrepentirse, convertirse, enmendarse, es una palabra compuesta que designa el cambio o la transformación moral del hombre interior. El real arrepentimiento, que es sólo el principio de la idea, y la santa conversión, que es la vuelta del hombre a Dios con un cambio de dirección total de 180º, no agota la idea del vocablo escrito. Al arrepentimiento, sufrimiento moral que aparta a todo hombre del pecado en primer lugar, debe agregarse la acción poderosa del E. de Dios que crea la vida nueva y realiza, ahora sí, la aludida y sana transformación moral, mental y anímica. De donde tenemos que el sentimiento doloroso del pecado por el despertar de la conciencia es la única preparación verdadera para recibir al sano Salvador y a continuación su Gracia Redentora. Porque el reino de Dios se ha acercado. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿A través de quién? Del Cristo que iba a aparecer de un momento a otro. Juan el Bautista ve en este gran acontecimiento un motivo ideal para el llamado arrepentimiento: Convertíos, Cristo se ha acercado. Él sin duda sabía por el espíritu profético, lo que Jesús enseñaría más tarde, a saber: que si un hombre no es nacido de nuevo, no puede ver el reino de Dios, Juan 3:3.

Aún hay aquí un detalle que nos parece interesante y que no podemos desaprovechar. Notemos que no dice: Arrepentíos pues el reino de los cielos se acerca, sino porque se ha acercado. Todo, aun en la transformación moral y espiritual del hombre, tiene su principio en la eterna misericordia de Dios y en su gracia que siempre nos atiende.

El reino de los cielos, que sólo Mateo llama así mientras que el resto de evangelistas lo designan “reino de Dios”, “reino de Cristo” o simplemente “el Reino”, indica el dominio soberano de Dios sobre sus inteligentes criaturas, dominio conforme en todo a sus perfecciones: Su santidad, justicia, misericordia y amor. La palabra “reino”, figura tomada de los de la tierra, se halla ya en el AT, donde la forma exterior del reinado de Jehovah Dios, era la teocracia, Éxo. 19;6; Dan. 4:3. Pero aún no era más que la figura, la preparación del reinado del cual Cristo es el Rey y que Dios establece sobre las almas por su Espíritu. Este reinado es, desde luego, interno, espiritual, Luc 17:21; Juan18:36, pero se extiende también por el mundo, por sus diversas manifestaciones y debe crecer intensa y extensivamente, hasta que Cristo vuelva a establecerlo en su perfección y gloria, Apoc. 19:6, y Dios sea en todo y en todos, 1 Cor. 15:28. Son precisamente estos diversos caracteres del reinado de Dios los que Mateo indica a través de su expresión “reino de los cielos”, pues todos los elementos de este reinado vienen del cielo y conducen allí. Este es el nexo de unión que perfila el evangelista entre el nuevo reinado que se acercaba y la teocracia israelita. Queda por indicar algo acerca de la forma gramatical en que está escrita la palabra “cielos”. Como podemos observar está en plural, en la que muchos han querido reconocer la idea rabínica de cielos diversos, 2 Cor. 12:2-4. Sin embargo, es mejor ver esta pluralidad como en la oración del Señor, Mat. 6:9, la idea de un dominio de Dios que se extiende a las diversas esferas del mundo.

Mat. 3:3. Pues éste es aquel de quien fue dicho por medio del profeta Isaías: Esta es una explicación personal de Mateo para señalar al profeta Juan el Bautista y su mensaje como parte del cumplimiento de la profecía de Isa. 40.3: Voz del que proclama en el desierto: ¡Preparar el camino del Señor, enderezar sus sendas! Esta es una profecía indirecta y típica del nuevo reino: En su sentido primero e histórico, las palabras de Isaías son un llamado a Israel, exhortándole a preparar los caminos de Dios que vuelve a traer su pueblo de la cautividad. La aplicación que hacen de ella todos los evangelistas, Mar. 1:3; Luc. 3:4, y el mismo Juan el Bautista, Juan 1:23, a la aparición de Cristo y al ministerio de su precursor, prueban: (a) Que ven a Jehovah mismo en lo que ellos llaman el Señor (en la versión de los 70, de que se sirve en su cita, el nombre de Jehovah siempre es sustituido por Señor). (b) Que consideran su aparición como la verdadera liberación del pueblo, es decir, viene a sacarlo de la servidumbre para ponerlo en libertad. Por lo demás, el ministerio del precursor había sido también objeto de una profecía directa, Mal. 3:1; 4:5, que era recibida e interpretada de diversos modos entre el pueblo al principio de los tiempos evangélicos, Mat. 16:14; Juan 1:21.

Mat. 3:4. Juan mismo estaba vestido de pelo de camello y con un cinto de cuero a la cintura. Se trata de una tela ordinaria fabricada con pelo de camello en vez de lana o lino, incluso su cinturón era de cuero barato y corriente. En conjunto este era el vestido de los pobres, que convertía al sucesor de Elías, 2 Rey. 1:8, al predicador del arrepentimiento. Su comida era langostas y miel silvestre. Esta era una especie de langostas grandes, que aún sirven de alimento a las clases pobres de Oriente, Lev. 11:21. En cuanto a la miel silvestre era una miel que abundaba en los montes de Judea donde las abejas la depositaban en las rendijas o hendiduras de las rocas y en los pocos árboles semi secos de la zona.

Mat. 3:5. Entonces salían a él Jerusalén y toda Judea y toda la región del Jordán. El evangelista nombra los lugares para indicar la gran cantidad de personas atraídas por la predicación del profeta. Por eso el término “toda Judea” es usado de forma hiperbólica. Mucha gente. La impresión fue viva y universal, fue como el despertar del pueblo, como un avivamiento, pero cuyos frutos no mostraron ser permanentes sino en aquellos que, bien impelidos por el sentimiento de sus pecados, se entregaron a Jesús como a su único Salvador.

Mat. 3:6. Y confesando sus pecados eran bautizados por él en el río Jordán. Bautizar significa en gr. “sumergir” y tenía lugar en el río Jordán donde habría agua suficiente. El bautismo de Juan no era tomado ni de las abluciones en uno entre los judíos de la época, Juan2:6; 3:25, ni del bautismo de los prosélitos, que no aparece hasta mucho después de destruido el templo. Era una institución nueva, preludio del bautismo cristiano por inmersión y cuya primera idea era la indicada por las promesas de Dios relativas a la nueva alianza, tales como Eze. 36:25-27. Pero sin embargo, constituía una declaración simbólica del abandono del pecado y de la corrupción de todo el pueblo, así como la exacta necesidad de la purificación y regeneración del hombre nuevo, Rom. 6:3-6. Este último punto era simbolizado por el acto de sumergir en el agua a los que declaraban su arrepentimiento real confesando sus pecados. Esta es la única forma de bautismo que Cristo avaló y la única que practicaron los apóstoles. Para Pablo no había bautismo sino por inmersión, para que tuviese la exacta y suficiente concordancia son su significado simbólico de muerte y resurrección con Cristo.

Mat. 3:7. Pero cuando Juan vio que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: Las dos clases de personas formaban dos grupos, escuelas filosóficas, religiosas y políticas que dividían a la mayor parte de la nación judía. El nombre de los primeros significaba “separados”, no que fuesen o formasen una secta dentro de la teocracia sino que, hasta donde indica el término, su carácter, se refiere más bien a su orgullosa aversión hacia los paganos, los samaritanos, los publicanos y los pecadores. Se distinguían por su celo servil hacia las más rancias y minuciosas prescripciones de la Ley, a las que agregaban las de la tradición oral. Eran también la expresión viviente de la dura ortodoxia judaica, lo que, unido a su poder en el sanedrín donde formaban mayoría, les daba gran influencia sobre el pueblo. Los “saduceos”, cuyo nombre deriva de la palabra “justo”, formaban el partido opuesto a los fariseos. Rechazaban toda tradición y aun el desarrollo de la revelación divina después de la Ley, es decir, no creían más que en el Pentateuco. Negaban al mismo tiempo la realidad del mundo invisible, la existencia de los ángeles y la inmortalidad del alma. A causa de esto y en razón a su escaso número, ejercían poca influencia en el pueblo, pero mucha en las clases privilegiadas donde, para muchos, cierta de esas negaciones tienen un aire de buen tono. Así los fariseos representaban la justicia ortodoxa y los saduceos el racionalismo en todos sus matices. Estos, eran los que “venían al bautismo de Juan”, entre otros, gracia a Dios. Muchos se ha preguntado cómo y por qué venían miembros de estos dos partidos al bautismo de Juan y por qué éste les dirige palabras tan severas. Todavía hay quien ve una contradicción a este respecto entre Mateo y Lucas, quien en su relato del ministerio del Bautista, cap. 3, no habla de ellos y en otro punto, en 7:30, dice taxativamente que no lo habían recibido. La respuesta a estas preguntas se nos antoja como mínimo difícil. Es casi natural que hombres ávidos de fácil popularidad fueran al profeta a cuyo alrededor se amontonaba una multitud, los unos irían para no aparentar indiferencia, los otros por simple curiosidad. Pero el profeta, de una ojeada, mira y descubre sus indignos móviles y de ahí sus severas palabras. Se retiraron heridos en su orgullo, sino todos, la mayor parte y sin someterse al bautismo que habían ido a buscar. Esto último no está dicho con claridad, pero se sobreentiende del discurso del profeta. Hay más: Lucas, sin hablar de los fariseos y saduceos, transmite las terribles palabras de Juan, que sólo podían dirigirse a ellos y no a los pecadores arrepentidos. Así, él confirma su presencia. En resumen, esta posición equívoca tomada por los hombres de los dos partidos respecto a Juan el Bautista, está de acuerdo con el apuro que iban a pasar delante de la pregunta que les iba a hacer el Salvador, 21:25-27.

¡Generación de víboras! “Hijos de serpientes.” Es un reproche que los describe a la vez como unos elementos astutos, nocivos, odiosos y hasta insidiosos. ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Juan desconfía de su aparente celo y descubre la dura astucia que les hace buscar en el cumplimiento de la ceremonia externa una garantía contra el juicio venidero que como judíos, sabrían que vendría después de la aparición del Mesías. Según Juan, los judíos que no se arrepientan de corazón también son enemigos de Dios y, por lo tanto, receptores personales de esa “ira venidera.”

Mat. 3:8. Producir, pues, frutos dignos de arrepentimiento. Es decir, mostrar una vida cambiada. Además, es curioso notar que el texto original gr habla de un “fruto”, no de “fritos”, porque no se trata de obras aisladas, sino de toda la vida que es afectada por el arrepentimiento genuino.

Mat. 3:9. Y no penséis decir dentro de vosotros: A Abraham tenemos por padre. Los hombres a quienes Juan se dirige aquí, aún en su impenitencia cerril, se apropiaban el título de “hijos de Abraham”, y se imaginaban que los privilegios religiosos de su pueblo bastaban para asegurarles la salvación, Juan 8:33-39. Hoy día también creen muchos que el hecho de pertenecer a ésta o a aquélla Iglesia es suficiente para salvarles. ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?

  Porque os digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham. Esta es una sentencia grave para los judíos. Dios es libre es la dispensación de su gracia, puede expulsarlos de su reino y de estas piedras (que se adivinan que Juan señalaba al borde del Jordán), es decir, de los hombres más endurecidos, de los más menospreciados, puede suscitar, por su poder creador verdaderos “hijos de Abraham”, herederos de la promesa, cuyo primer caso sería la fe genuina y la obediencia de Dios. Es muy dudoso que Juan haga alusión a la vocación de los paganos. Este pensamiento vino mucho más tarde con la eclosión del apóstol Pablo, principalmente.

Mat. 3:10. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da fruto es cortado y echado al fuego. Los juicios de Dios van a ser ejecutados contra los malos impenitentes. Fijémonos que todos los verbos están en presente: está puesta, es cortado, es echado, expresando la inminencia y la certidumbre de estos juicios. Por otra parte esta figura es bonita pero terrible a la vez: Los árboles son los judíos y los hombres en general, el hacha. la inminente venida de Cristo, el árbol que no da fruto, que no da evidencias de una vida arrepentida, sea judío o no, “es cortado”, eliminado del lugar que le correspondía en el Reino de Dios “y echado al fuego” clara alusión al infierno del que hablamos tan poco.

Mat. 3:11. Yo os bautizo en agua para arrepentimiento, pues el énfasis aquí no recae sobre los elementos del bautismo, sino en la calidad y magnitud que representan. Juan, humildemente reconoce que el bautismo que practicaba no era sino preparación un hecho sin mayor transcendencia  aunque era precedido de la acción del arrepentimiento, todo lo cual confirma que cualquier acción o actitud del hombre sin los valores espirituales que sólo concede la presencia de Cristo por el E. Santo, es efímera y hasta ficticia. Por otra parte, sabemos que esto es confirmado por los seguidores de Juan, pues parece que sólo perseveraron los que se unieron a Cristo por la fe, al entrar en su ministerio público. El arrepentimiento y el bautismo de los demás quedó en nada. Pero el que viene después de mí, clara referencia a su Mesías, cuyo calzado no soy digno de llevar, esto se ha malentendido casi siempre. Se decía que él se consideraba indigno de calzarse con las sandalias de Cristo, pero lo que realmente se refiere, en el texto original, es a la tarea de uno de los servidores o esclavos domésticos más humildes. Este trabajo consistía en llevar en un cesto las sandalias de su amo y atarlas y desatarlas cuando éste lo requiriese. Es más poderoso que yo. No sólo superior en su posición, sino en poder de acción. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Una forma figuraba de decir que sólo Cristo da al creyente una vida de permanente fruto de arrepentimiento y de reconciliación con Dios.

Un pensamiento más: El Bautismo en agua, por sí solo, no es aún garantía de salvación, quien salva el Cristo y su bautismo de E Santo y fuego purificador.

Mat. 3:12. Su aventador está en su mano, su pala para aventar el trigo contra el viento que se llevará la paja. Y limpiará su era. Recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en el fuego que nunca se apagará. Los justos por la fe en Cristo serán bien destinados al cielo, el granero, y los rebeldes y desobedientes, al infierno. Es necesario observar, pues por último, que la Biblia presenta la misericordia y el juicio sobre dos líneas paralelas, cuya frontera es muy frágil en la tierra, pero inalterable en otra vida.

 

Conclusión:

Este es el mensaje de Juan el Bautista y este debe ser también el nuestro. Cristo es el que viene, ahora, ya, en este momento y no podemos perder tiempo. Hemos de sentir la excitación que sentiríamos en un barco que se estuviese hundiendo, no tenemos tiempo, salgamos a la mies, ahora es el tiempo aceptable, así que hagamos de nuestras vidas otros tantos faros que irradien la verdad.

Amén.

 

 

 

 

060277

  Barcelona, 8 de diciembre de 1974

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120 CELEBRANDO LA PROMESA

Luc. 1:39-55

 

Introducción:

Estamos en el llamado tercer domingo de adviento. Pero sin embargo muy pocos saben lo que esto significa si exceptuamos a nuestro pequeño círculo. Lo cierto es que la gente celebra cosas sin saber lo que celebra. Se acerca Navidad, tiempo de comidas y bebidas, regalos y parabienes, de gastos y dispendios, pero pocos saben el verdadero alcance de celebrarla todo el año. Se cuenta que un aficionado deportivo  contaba a otro que cada semana bebía a la salud de su equipo. El otro preguntó: –¿Acaso tu equipo gana todas las semanas? –Bueno –respondió nuestro hombre-, cuando mi equipo gana, bebo para celebrar la victoria, pero si pierde, bebo para ahogar la pena de la derrota. No hay duda que este hombre está celebrando algo sin saber lo que celebra. Muchas veces caemos en la misma clase de tentación de no saber qué estamos celebrando. Vamos a ver como el cumplir la voluntad del Señor le trajo a María una corona, pero igual una cruz y sufrimiento: Cruz, José dudó de ella, Mat. 1:19; corona, su marido José la acepta aconsejado por Dios, Mat. 1:20; cruz, dio a luz en un establo, Luc. 2:7; corona, visita de los Magos, Mat. 2:11; cruz, huida a Egipto, Mat. 2:14; corona, reconocimiento del Niño por Simeón, Luc. 2:30, 32; cruz, dolor de padres por su hijo, Luc 2:48; corona, lealtad a su Padre celestial, Luc 2:49; cruz, contestación del hijo indicando que su anormal conducta era gobernada por otra autoridad, Juan 2:3, 4, y que la relación familiar humana no tenía ninguna prioridad, Mat. 12:48; corona, preocupación por ella desde la cruz, Juan 19:26, 27; cruz, dolor ante la crucifixión de su hijo, Luc 23:33, y corona, Jesús es su Señor, Hech. 1:14.

Estas y otras parecidas son las dos caras de la moneda que el cristiano se encuentra cada día, cada hora y cada minuto cuando trata de cumplir la voluntad del Señor.

En cuanto a la Biblia, sabemos que es un registro de promesas. Unas de han cumplido ya, otras están por cumplirse. Entre las primeras se encuentra el advenimiento del Libertador y Salvador que Dios había prometido en el AT, a lo largo y ancho de cada uno de sus caps. Paralela a esta profecía, existe aquella otra que nos habla del nacimiento y predicación del precursor, Juan el Bautista, de quien hablamos el domingo anterior. Hoy, y a través del Evangelio de Lucas, vamos a hacerlo de dos maternidades distintas y similares a la vez que son otras tantas formas de decir que vamos a estudiar el cumplimiento de las dos promesas que antes aludíamos. Son dos promesas en sí, de especiales miras y circunstancias, puesto que Elisabet, esposa de un sacerdote, es estéril y anciana y María, una virgen que, aunque desposada no estaba aún unida maritalmente a su esposo ni a hombre alguno. Sin embargo, ambas promesas se conjugan, complementan y a la vez se corresponden puesto que tienen que ver con el consabido cumplimiento de la profecía principal del AT: La llegada del Mesías por medio y a través de la concepción milagrosa de María por la acción directa del Espíritu Santo. Veremos que la misma Elisabet es la primera en celebrar acontecimiento tan glorioso y tanto ella, como la propia María, elevan cantos de alabanza al Señor por ello, demostrando las dos que “sabían lo que estaban celebrando.”

 

Desarrollo:

Luc. 1:39. En esos días, es decir, casi inmediatamente después del acontecimiento que acaba de ser relatado, 26:38, y que no es otro que la anunciación. María dominada por la impresión de la revelación decide ir a visitar a su pariente Elisabet, que ya estaba en cinta de su esposo Zacarías conforme a la promesa de Dios, 1:13, 32. Se levantó María y fue de prisa a una ciudad en la región montañoso de Judá. Con la idea de no pensarlo dos veces, se dirigió lo más rápidamente que pudo a la parte alta de Judea. La ciudad no se nos dice porque Lucas, tan amigo de puntualizar las zonas geográficas, tampoco lo sabía.

Luc. 1:40. Entró en casa de Zacarías y saludo a Elisabet. Es decir, fue a ver a la que había sido el objeto de su viaje. Lo más importante aquí no es el saludo en sí, tanto como el contenido. Las vemos unidas en un abrazo que las contagia la más alta cota de gozo y emoción y las une como nunca antes lo habían estado.

Luc. 3:41. Aconteció que, cuando Elisabet oyó la salutación de María, la criatura saltó en su vientre. Esto se explica en parte por la sorpresa de la llegada. María, debido a la premura de su viaje no tuvo tiempo de comunicar su visita como mandaba y correspondía la ética de entonces. Por eso, surgió una emoción inesperada en el corazón de Elisabet, lo cual repercutió, y con la misma fuerza, en el estado del niño que llevaba en su vientre. Es un hecho natural. Pero hay más: Elisabet fue llena del Espíritu Santo. ¡Cuidado! Esta llegada del E Santo no se produjo como resultado de la salutación de María, sino en el sentido único de que fue dotada ocasionalmente de un poder especial de Dios que la capacitó para reconocer y confirmar a María como la madre del Mesías, e incluso, si me apuráis, para reconocer de manera profética el ministerio del Salvador.

Luc. 3:42. Y exclamó a gran voz y dijo: Sin duda, dominada por el influjo sobrenatural y hasta profético gritó entusiasmada: ¡Bendita tú entre las mujeres! ¡Feliz y dichosa tú que has sido favorecida por Dios entre todas las doncellas para desempeñar el sublime papel del plan mesiánico de Dios! Elisabet saluda a María con santo entusiasmo como bendita entre las mujeres, más maravillosamente bendecida, en efecto, que ninguna otra mujer, pues ya llevaba en su seno el que sería el Salvador del mundo, extremo que Elisabet reconoce al añadir: ¡Y bendito el fruto de tu vientre!

Luc. 1:43. ¿De dónde se me concede esto, que la madre de mi Señor venga a mí? Expresión de profunda humildad. Llama a María, la madre de mi Señor, es decir, del Salvador. No debemos olvidar que esta piadosa israelita habla a la luz del E Santo que la ha llenado, que el nacimiento del Salvador ha sido anunciado a las dos mujeres por un mensaje divino, vs. 17, 31, que una y otra habían sido preparadas a esas elevadas revelaciones por su conocimiento de las Escrituras, lo mismo que por su espera en la consolación de Israel y que, por último, ese mismo espíritu profético dio a un Zacarías, vs. 68 y ss., y a un Simeón, 2:27 y ss., un conocimiento más luminoso si cabe del cercano reino de Dios y su Salvador. Elisabet sabe, pues, por revelación del Espíritu, que el niño que María acaba de concebir es el Hijo de Dios, su Señor y Aquel a quien su propio hijo Juan, que también ha de nacer, servirá. Notemos aquí que Elisabet expresa un profundo respeto a María en su calidad de madre del Señor, sin embargo no la llama “mi señora” ni tampoco “madre de Dios.”

Luc. 1:44. Este porque se refiere a toda el saludo que Elisabet ha dirigido a María y por el que la ha titulado madre del Mesías. Para esta piadosa mujer, el salto del niño en su vientre ha sido la confirmación y la ratificación de Dios al gran milagro de la santa encarnación.

Luc. 1:45. Las palabras de Elisabet toman el tono y la elevación de un himno, canta la dicha de María que creyó lo que había sido anunciado, v. 38, del parte del Señor. Ella sabe que todas esas grandes promesas tendrán su cumplimiento. Esta es la fe común que une a las dos mujeres. Ahora bien, existe una curiosa traducción de este v que quizá se ajuste más al contexto, dice así: Dichosa eres, porque todo se ha cumplido ya. No, Elisabet no va a dudar como hizo su esposo, 1:20, por el contrario, se puso incondicionalmente en las manos de Dios, 1:38.

Luc. 1:46. Y María dijo: María va a cantar las grandes cosas, v. 49, que el Señor le ha hecho y, como Elisabet, v. 41, aun cuando el relato no lo dice, habla bajo la influencia del E. Santo. Su cántico, que se divide en cuatro estrofas, está enteramente fijado e influenciado por la poesía del AT y en particular de la que se respira del cántico de Ana, madre de Samuel, 1 Sam. 2:1-10. Este canto, conocido con el nombre de Magnificat, basada en la fiel traducción latina de la primera palabra del mismo engrandece, es un canto saturado de gozosa humildad donde alaba a Dios por todas sus bondades e incluye una vista panorámica del ministerio del Mesías. Así María misma no da razón alguna para la mala adoración de su persona. Engrandece mi alma al Señor, dice, es decir, alaba, exalta, magnifica mi ser o mi vida al Dios Soberano.

Luc. 1:47. He aquí dos expresiones similares: alma y espíritu, separadas tan solo por un ligero matiz que ya hemos definido en otras muchas ocasiones. Ese corazón, ese ser íntimo, ese centro neurálgico del hombre, cuando más cerca se encuentra de Dios se siente empequeñecido, mientras que los atributos del Señor se engrandecen más y más. María alaba a Dios porque ahora ha entendido muy bien que el fruto de su vientre es el mismo Dios encarnado. Por eso, penetrado con la mirada de su fe más allá del momento presente, le llama confiada y cariñosamente “mi Salvador.” Con lo que desbarata la infundada teoría de que María nunca cometió pecado, y por lo tanto no puede ser única intercesora entre Dios y los hombres y es digna de adoración.

Luc. 1:48. Porque has mirado la bajeza de tu sierva. Lo más importante de esta frase es que demuestra, indica o expresa la razón de la necesidad del Salvador por parte de María. Y hasta el motivo de su gran alegría. El Señor se ha fijado en ella, la ha tenido en cuenta a pesar de su pequeñez, indignidad o pobreza, puesto que era pobre a pesar de descender de reyes. Con lo cual, Dios tiene en cuenta siempre a cada vida humana, es más, tiene especial cuidado por todos y cada uno de los suyos y les incluye en su providencia amorosa, Sal. 32:8. El vocablo “bajeza” indica indudablemente la condición humana, aunque también señala a la indignidad moral y espiritual, bajeza que se reconoce indigna como para ser merecedora de tan gran distinción. He aquí, pues, desde ahora me tendrán por bienaventurada las generaciones. Sencillo. Por causa de que Dios le ha exaltado de su estado de humildad e indignidad reconocidas, llega a la conclusión, la que su prima Elisabet ya ha insinuado, de que será reconocida como “bienaventurada.” Pero, y fijémonos bien, la llamarán bendita, dichosa, incluso con santa admiración y respeto, pero nunca con adoración. En su frase no está implícita la idea o el deseo de una adoración más o menos encubierta, al revés, es la primera en reconocer la causa de su buenaventura:

Luc. 1:49. Pues el Poderoso ha hecho grandes cosas conmigo. Su nombre es santo. María celebra mucho el poder, la santidad y la misericordia de Dios Padre, tres perfecciones que se han manifestado, precisamente en las grandes cosas que le han sido hechas en su persona. La omnipotencia se ha desplegado en la encarnación, que tiene la santidad por carácter principal y ha hecho irradiar la misericordia del Creador. Claro, su mayor bien ha sido su maternidad virginal y cuanto se deriva de esta acción, por eso pone especial énfasis en señalar la pureza absoluta del Señor: ¡Su nombre es Santo!

  Luc. 1:50. Y su misericordia es de generación en generación, para los que le temen. Sal. 103:17. Resultado: La bondad y la gracia de Dios son ilimitadas, pero en cuanto a su aplicación, es sólo para los que le temen, es decir, para los que le obedecen ya ganados por el reverente respeto hacia su trina persona. El temor a Dios implica, además, adoración, servicio y santidad. Además, estas palabras: Para los que le temen, hacen de un buen puente a la estrofa siguiente, en la que María canta la transformación causada por el bendito advenimiento de Cristo.

Luc. 1:51-53. Estos vs. son los que más se asemejan al citado canto de Ana, 2 Sam. 2:4-10, y puede considerárseles como la historia profética cumplida ahora en María y por cumplirse, desde luego, en el reinado mesiánico del Redentor, su hijo en el mundo. Aquí hay una separación entre dos clases de hombres. Los soberbios, poderosos y ricos pertenecían a la clase dirigente judía, a los de la clase alta, representados por fariseos, saduceos y el sumo sacerdote de la época gracias a su orgullo, arrogancia y tiranía. Por el contrario, los humildes y los hambrientos eran la gente común del pueblo llano. También hay otra interpretación a esta profecía: la que indica a los primeros como a los paganos y a los segundos como a los israelitas en general. Lo que de verdad importa, y María lo sabe perfectamente, es que la misericordia de Dios se esparce sólo sobre aquellos “que le temen”, sean de la nación que sean, sean de la clase social o política que sean.

Luc. 1:54, 55. Esta es la clave. El Eterno, viendo a Israel, su siervo, es decir, al verdadero Israel que “sirve”, que “teme”, v. 50, que la ama a Él, abrumado bajo la opresión de su miseria, lo ha socorrido, ha tomado su causa, en suma, se ha encargado de realizar su liberación, Isa. 41:8, 9. Y en esta liberación María ve la fidelidad de Dios que se acuerda de la misericordia eterna para con Abraham y con toda su descendencia, según se había anunciada a los “padres” por los profetas.

 

Conclusión:

Eso es todo. María y Elisabet nos han dado una lección, nos han señalado un camino. Este debe ser el nuestro. Se cuenta de un turista que, en Suiza, no sabía que camino tomar en una de las encrucijadas. Al pronto, acertó a pasar por allí un chiquillo y nuestro hombre le preguntó dónde estaba la ciudad que buscaba. –No sé dónde está la ciudad, señor –contestó el rapaz-, pero ahí está el camino que le llevará a ella.

 

 

 

 

060279

  Barcelona, 15 de diciembre de 1974

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121 INTERPRETANDO LA VENIDA DE CRISTO

Mat. 1:17-23; Gál. 3:23-26

 

Introducción:

Durante la Navidad, el mundo entero habla de una forma u otra del Cristo de Belén. Muchos lo hacen para justificar sus actos egoístas, otros como un pretexto para regalar cualquier cosa con el ánimo de comprar el favor de la persona regalada. Aun otros, encuentran en estos días un aliciente suficiente para comer y beber sin control y otros motivos para llevar a cabo las acciones más disolutas. Pocos hablan de la Navidad dándole el significado y el valor que encierra. Por otra parte es necesario que al pensar en ella, no nos apartemos de los sencillos pero concluyentes detalles de la historia del pesebre. ¡Que Dios se haya hecho hombre y se haya introducido en la historia, es uno de los más grandes misterios de la gracia de Dios, pero también es la más creíble evidencia histórica de esa gracia que emana del humilde establo de Belén! Cuando los ángeles cantaron su primer canto de gozo, trajeron la expresión clara de la realidad de que Dios está con nosotros y, más aun, que desea estar dentro de nosotros realizando el hecho de su paternidad, manifestado en redención, perdón y nueva vida.

En Mat. 1:1-16 tenemos los detalles de la genealogía de Jesús por parte de José. Hoy sabemos que todos los judíos contaban la ascendencia  legal por la línea del padre y no por la de la madre. El propósito de esta tabla es probar que Jesucristo es el heredero legal de David, que aunque José no era su verdadero padre, lo era ante la ley y por ende, Jesús era su heredero. José era de linaje real y por se consideraba a Jesús como hijo de David. Y a pesar de que Luc. 3:23-38 presenta otra genealogía, al parecer de María, para confirmar también la ascendencia sanguínea de Jesús de la familia de David, no hay ninguna contradicción. Ambos, José y María, son del linaje de David, con la única y sustancial diferencia de que José procede de Salomón y María de Natán, otro de los hijos de David.

 

Desarrollo:

Mat. 1:17. Es ni más ni menos que una tabla genealógica del Maestro presentada en una triple agrupación, probablemente es hecha con fines de conveniencia práctica. En cada una de estas divisiones han vivido catorce generaciones, indicando con la fina repetición de la cifra, que esta presentación escalonada sugiere y muestra que toda la historia anterior a Jesús converge y sublima en Él.

Mat. 1:18. El nacimiento de Jesucristo fue así: La celebración del matrimonio entre judíos normalmente constaba de dos actos: Los esponsales y las bodas propiamente dichas. El desposorio era más que un simple compromiso, era el matrimonio en sí, se pronunciaban votos y se celebraba en privado, para romperlo, se requería el divorcio. Por contra, las bodas era el acto público, después del cual la esposa era conducida a la casa del esposo entre música y algazara. Su madre María estaba desposada con José, sabemos muy poco de los dos, pero según parece por lo que hemos visto antes, los dos procedían del rey David y ambos pasaron su niñez en Nazaret en hogares pobres y humildes. De ella sabemos que era una doncella piadora y temerosa de Dios. Él fue un hombre justo y dedicado a la carpintería. Jesús, más tarde aprendió el mismo oficio. Y antes de que se unieran, era costumbre que entre el desposorio y las bodas pasara por lo menos un año, es decir, que aunque ya estaban legalmente unidos, no consumaban la unión física sino hasta después de las bodas, y fue durante este periodo que se halló que ella había concebido del Espíritu Santo. Es decir, se encontró embarazada por medio de la concepción milagrosa del E Santo. Al parecer María no hizo saber el hecho a José, sino que prefirió dejarlo en la mano de Dios. Ella sabía que José difícilmente aceptaría su versión sin alguna forma de autenticación divina. Es probable que Él lo descubriese después de que María regresase de su sana visita a la casa de Elisabet, Luc. 1:39-56, que estudiamos el día anterior.

Mat. 1:19. José, su (buen) marido, como era justo y no quería difamarla, siendo que el desposorio era en sí el matrimonio bien legal, la infidelidad de uno de los dos, era adulterio. Un hombre no piadoso podría haber recurrido a los medios más severos de castigo, con toda probabilidad la muerte por lapidación, Deut. 22:24. José sin duda amaba a María, por eso, en vez de acusarla públicamente, lo cual era condenarla a una muerte segura, se propuso dejarla secretamente. Decidió extenderla su carta de divorcio en forma personal y directa, con tal de no hacerla sufrir.

Mat. 1:20. Mientras él pensaba en esto, mientras pensaba en su desgracia, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, para los antiguos creyentes los sueños eran un medio corriente para recibir la revelación o el mensaje de Dios y José no fue una excepción: No temas recibir a María tu mujer, porque lo que ha sido engendrado en ella es del E Santo. Para José, evidentemente este es el mensaje de Dios que afirma que el asunto de su esposa no es fruto de infidelidad con hombre alguno, sino que es obra del Espíritu de Dios.

Mat. 1:21. Ella dará a luz un hijo y llamarán su nombre Jesús, fijémonos que no dice te dará a luz un hijo como el mismo E dice, p. ejemplo a Zacarías. Luc. 1:13. Porque lo María lleva en su vientre no es un hijo suyo ni de mortal alguno, es el Señor encarnado, el Dios sometido a las leyes humanas a fin de hacerse hombre e introducirse en la historia. Jesús es un buen nombre derivado del he y significa Jehovah salva. Josué en he y Jesús en gr. El nombre en sí ya señala el propósito de su venida. Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Como Josué introdujo a Israel en la tierra prometida, también Jesús hará entrar en el cielo a su pueblo. El pronombre Él es enfático, exclusivo, quiere decir que nadie más es el Salvador. El pueblo no es sólo la nación de Israel, sino que lo componen todos los creyentes en Cristo que forman el auténtico pueblo del pacto, los hijos verdaderos de la promesa, esto es, el Israel espiritual de judíos y gentiles, Rom. 2:28, 29. Jesús no sólo perdonará los pecados de los que creen en Él, sino que los librará para siempre de su dominio y de sus consecuencias.

Mat. 1:22. La razón y el por qué de la profecía de Isa. 7:14.

Mat. 1:23. He aquí, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarán su nombre Emanuel (Dios con nosotros). Emanuel describe el carácter de Jesús y su posición como el Hijo de Dios, es decir, Dios hecho carne, Juan 1:14. A través de Él Dios no sólo se ha acercado a la humanidad, sino que ha adoptado la única naturaleza humana en tal forma que es Hombre perfecto y Dios a la vez. Por eso, es el único que puede salvar al hombre.

Gál. 3:23. Pero antes que viniese la fe, es decir, el evangelio como principio de vida, cuyo objeto y esencia es Cristo. Pablo habla de la venida de la fe en los mismos términos que se ha hablado antes de la venida de Cristo, es el mismo acontecimiento porque el Hijo de Dios demuestra, ha inaugurado la economía de la fe. Estábamos custodiados bajo la ley, es decir, guardados en la custodia de la misma con la idea de un ayo, fiel pero severo, como un centinela sobre nuestras cabezas; reservados para la fe que había de ser revelada. Esto es bastante importante. Se nos dice que estábamos encerrados, encarcelados, para ser libres. La Ley por medio de preceptos debía mantener viva la conciencia del pecado, de tal manera que los hombres esperaban con ansia la llegada de la fe que iba a darles libertad. Así, fue la Ley la que guardó a los hombres para el cumplimiento y revelación de la fe. Sabemos que ésta se realizó, se materializó, en Cristo, por eso, ya venido no se necesita más esa función guardiana de la Ley y el motivo de su implantación finalizó, su deber terminó. Ahora ya somos libres en la fe, en Cristo, es decir, los que creemos en Él. Para el resto de los humanos, el nudo Gordiano de la Ley aún está por deshacerse.

Gál. 3:24. De manera que la Ley ha sido nuestro tutor, “ayo”, en gr. “pedagogo”, era el esclavo que se encargaba del cuidado y de la crianza de los niños. Literalmente significa: Conductor de un niño. Éste no sólo lo conducía a la escuela, sino que velaba por su conducta y seguridad físicas. Para llevarnos a Cristo, es este el propósito preparatorio y disciplinario de la Ley. Con todos sus preceptos y regulaciones ceremoniales, sacrifícales y formales, la ley no tuvo otro fin sino el de conducirnos a la santa encarnación y personificación de la fe: Cristo. En efecto, todas las prescripciones ceremoniales sirvieron como el esclavo y el guardián (ayo), pero, a la vez, eran tipos de Cristo que miraban y conducían hacia Él, para que seamos justificados por la fe. La justificación consiste en ser declarados justos, inocentes y libres de toda culpa. Lo que puede dispensarnos esta gracia es la fe, es decir, el propio Cristo, ver v 23. Él y sólo Él es la fuente de la justificación.

Gál. 3:25. Es decir, venido Cristo, hemos quedado libres de guardar los preceptos y ceremonias de la ley.

Gál. 3:26. Así que todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús. Esta es la clave. La misión del ayo ha acabado porque ha venido el Padre. El que cree en Cristo y se entrega a Él, sea judío o gentil, sea de la razón social que sea, como su Señor y Salvador, no sólo es justificado, sino que es constituido en hijo verdadero de Dios, un hijo que goza de la plenitud de sus derechos filiales completos.

 

Conclusión:

Esta es la verdadera Interpretación De La Venida De Cristo. Este es el espíritu de la Navidad. De manera que debemos pensar en estas fechas y aprovechar su fuerza para extender más y más el Reino de los Cielos en la tierra. Que no sea otra Navidad más, sino que sea la verdadera Navidad para nuestros conocidos y aun para los amigos porque hayan encontrado el conocimiento de la verdad a través de nuestro testimonio.

Amén.

 

 

 

 

060281

  Barcelona, 22 de diciembre de 1974

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122 NAVIDAD CONSCIENTE

Gál. 4:4-9

 

Introducción:

Sin duda, por una u otra razón, todos los pueblos, todos los hombres de la tierra, hablan de la Navidad en estas fechas. Unos para justificar paces fortuitas, treguas exiguas, altos de fuego algo ficticios que no llevan a ninguna parte como no sea un descanso, un alto en el camino, que les ayude a rearmarse mejor y reponer municiones gastadas. Otros la usan como pretexto para cometer mil y un excesos pagaderos al portador del dios de la Gula. Aun otros, justifican en su nombre, libaciones de todo tipo por pagar un tributo al cruel y engañoso dios Baco. Éstos, se aprovechan de estas fechas para hacer su agosto comercial, aquellos, dando o regalando lazos y botellas, tratan de comprar favores de todo tipo. Aquellos otros de más allá, la usan de pretexto para pasar la noche de juerga, precursora de aquella otra noche de fin de año que se adivina ya, y los de más allá, al erigir el pesebre, e incluso el árbol por no tener claro el concepto, equivocan la fina adoración de forma lamentable. Aún hay otros más que confían conseguir regalos y parabienes extraordinarios que de no venir del exterior, compran desnivelando su balanza económica para los futuros meses y aun otros que, simplemente, gustan de la Navidad por considerarla vacaciones de invierno.

Desde luego, todo lo antedicho y cientos de cosas más que no sacamos a colación por no aburriros, es la Navidad inconsciente, que nada tiene que ver con la entrada histórica de Jesús en la humanidad en un día indeterminado allá por el año menos tres o en el año cero. La Navidad cristiana es consciente, real, tangible, no fruto de un día, el Dios es con nosotros es un axioma noble, indestructible, es un vivir minuto a minuto intensamente con el espíritu que la anima que, no es otro que el propio Jesucristo, el cual al cumplir la Ley, nos ha hecho bien libres por fe e hijos adoptivos de la Promesa de los Siglos. Y es consciente por la razón que la envuelve, por el derecho que la existe por la normal humillación que prevé, por la salvación que encierra, por la fija sublimación que regenta y por la negación que apunta.

 

1er Punto: El advenimiento.

Gál. 4:4. Esta “plenitud o cumplimiento del tiempo” son por cierto importantes para observar, para señalar el momento justo, la época ideal escogida por la sabiduría de Dios para enviar a su Hijo. Ni un día antes ni un día después. En el minuto justo con la idea de la fruta madura que cae del árbol cuando corresponde a su tiempo. Dios no podía enviar a su Hijo más que después de una larga preparación del pueblo judío y de todas las naciones paganas. Ésta tubo lugar para el primero a través de la ley, las promesas, las revelaciones divinas y por todas las instituciones mosaicas, para los segundos por el desarrollo de la civilización, por los esfuerzos impotentes de la filosofía, las dispensaciones de Dios y las experiencias de los pueblos convencidos, por fin, de que no podían llegar por sí mismos ni a conocer a Dios ni a libertarse de la esclavitud que representa el pecado. Así, en todos los sentidos, los tiempos estaban cumplidos cuando Cristo apareció. Y si indicar el momento justo de su aparición ha sido y es importante, lo que le sigue no se queda atrás: El Hijo de Dios, nacido de mujer, término que indica su perfecta humanidad que señala Job 14:1, cuando dice: El hombre nacido de mujer, corto de días y harto de sinsabores, ha debido ser semejante a sus hermanos en todas las cosas. Tanto es así que hasta debió nacer y vivir bajo la ley, llevar su yugo, cumplirla a la perfección, dominarla, demostrar que era factible acatar todos y cada uno de sus preceptos, por cuyo clímax, por obedecer a su Padre, llegó al último acto de su vida, la muerte en Cruz sobre el Calvario.

¿Todo esto para qué? ¿Por qué ese abandonar la seguridad de la Gloria y ese autolimitarse con el caparazón de la carne?

 

2do Punto: La razón del advenimiento.

Gál. 4:5. Así que todo este movimiento fue realizado a fin de redimir a los que habían violado la Ley, esa ley que él venía a cumplir como bien indica Pablo en Gál. 3:13: Cristo nos redimió de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros (porque está escrito: Maldito el que es colgado en un madero). Pero aún hay más. El Plan de Dios no prevé sólo ese “redimir” a los que, por el peso de la ley, les es imposible hacerlo con sus propias fuerzas, sino que también va a elevarlos a esa condición gloriosa de hijos de Dios, caracterizada aquí por ese término de “adopción” que hemos indicado y que Rom. 8:15 amplía bien. La verdad es que desde ese momento, judíos y paganos gozan, por la fe de una doble libertad: como mayores de edad no están bajo la tutela de los llamados elementos del mundo, y adoran a Dios, su Padre es espíritu y en verdad. La Ley ya no se levanta ante ellos con sus amenazas y sus condenas, sino que revestidos de la justicia de Cristo, hechos agradables a Dios en su Hijo amado, reciben la fuerza necesaria para cumplir la ley con filial y grata obediencia, con lo cual encuentran la felicidad en lugar de la esclavitud. Esta nueva idea de fuerza, este nuevo escalón, está en el desarrollo que Pablo hace en el siguiente v:

Gál. 4:6. Este espíritu de adopción al que antes aludíamos es un don gratuito de Dios. Es, además, el espíritu de Dios y de su Cristo, como ya indica Rom. 8:9, en quien Dios adopta por hijos suyos a los que le dan su corazón. Pero no acaba aquí la cosa ya que al derramar este espíritu sobre sus redimidos, los pone ante Él en una relación semejante a la de Jesús, hermano mayor, y les comunica los privilegios del propio Cristo. Es en este Espíritu, por este Espíritu, cuando podemos clamar: Papaíto, padre. Es en este Espíritu que nos inspira confianza, el coraje necesario, el amor indispensable para invocar a Dios bajo los dulces nombres que el propio Jesús le daba en sus momentos de mayor angustia. Por estas razones, teniendo en mente estos principios, puedo decir con Pablo:

Gál. 4:7. Así que ya no eres más esclavo, sino hijo, y si hijo, también eres heredero por medio de Dios. Así, debemos pensar ante todo, en la acepción de la frase que determina el v 2 de este mismo cap, tocante a la voluntad de un padre para decidir la mayoría de edad de su hijo y adjudicarle la propiedad de todos sus bienes. Por otra parte, no debemos olvidar que estas palabras van dirigidas a los que, como los gálatas, hemos nacido fuera del pueblo de la Promesa, en el seno de los gentiles y, ¿por qué no? en el meollo del paganismo. Y hay tanta fuerza en el reproche que nos va a hacer el Apóstol por querer volver a ponernos el yugo de servidumbre, por querer una Navidad inconsciente, que se dirige a sus lectores, a nosotros también, uno por uno, usando de improviso este pronombre en singular: ¡Ya no eres esclavo ni siervo!

 

3er Punto: Consecuencias del advenimiento.

Gál. 4:8, 9. Sin embargo, en otro tiempo, cuando no habíais conocido al Señor, servisteis a los que por naturaleza no son dioses. En otras palabras, no son verdaderos dioses. En cambio, ahora que habéis conocido a Dios, aquí el apóstol se corrige, o mejor dicho, ya que habéis sido conocidos por Dios, lo que implica de su parte amor, aquella libre adopción de la que antes hablábamos, la predestinación y la redención. Ahora bien: El pensamiento de esta libre gracia de Dios, sólo por la cual el hombre le ha conocido, debe humillarnos más y más llenos de gratitud y ser un parapeto que nos impida volver a guardar la Navidad inconsciente, o lo que es lo mismo que nos evite el ser arrastrados de nuevo hacia el dominio del yugo de los débiles y pobres elementos del mundo. Éstas y no otras son las terribles consecuencias de una mala interpretación del advenimiento. Así, visto lo que abandonamos, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres principios elementales? ¿Queréis volver a servirlos otra vez? Sin comentarios, máximo cuando se adjetiva débiles y pobres opuestos a la fuerza y a la riqueza del Espíritu que nos hace clamar Papaíto, Padre.

 

Conclusión:

Pensemos que a los ojos de Dios como casas en derribo, que al hacer los cimientos que permitan levantar una nueva, se ven en las paredes laterales de las que quedan aún en pie limitando el solar, los diversos colores y baldosas que denuncian el uso a que se dedicaban aquellas habitaciones. Así vemos restos de ladrillos quizá de una antigua terraza, blancas baldosas, lavabos desnudos sin tapujos, paredes azules, rosas o blancas que pertenecían a otros tantos comedores, recibidores o dormitorios. Pero sabemos que el constructor no se inmuta sino que blanquea o reboza con cemento creando nuevas paredes, nuevas habitaciones, nuevos destinos. Sería absurdo que las anteriores quisieran resaltar sus vicios y derechos.

Nuestra Navidad debe ser consciente, real, olvidando al viejo hombre que éramos mucho antes y dejando que el recién nacido constructor nos moldee a su gusto como Dios y su Espíritu le dan a entender. Claro, debe encontrar en todos nosotros terreno abonado, maleable y adecuado pues no podemos olvidar que el primer canto de los ángeles que anunciaban la Navidad limitaban la bendición a los hombres de buena voluntad.

Hoy tenemos la oportunidad de hacer examen de conciencia, blanquear las habitaciones que aún tengan retazos de antiguos pecados y celebrar esa Navidad consciente que hemos apuntado. ¡Cuidado! No penséis que podéis dejarlo para mañana porque esto es engañoso, engaño que denunció Lope de Vega de forma admirable en su famoso soneto: ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras, / qué interés se te sigue, Jesús mío, / que a mi puerta cubierto de rocío / pasas las noches del invierno oscuras? / ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, / pues no te abrí! / ¡Qué extraño desvarío, / si de mi ingratitud el hielo frío / secó las llagas de tus plantas puras! / ¡Cuántas veces el ángel me decía: / Alma, asómate agora a la ventana, / verás con cuanto amor porfía! / Y ¡cuántas, hermosura soberana, / “Mañana te abriremos”, respondía, / para lo mismo responder mañana!

Entretanto tomáis esa decisión, ayudamos por ese enorme y claro conocimiento de Dios,  que os permitirá enterrar viejos conceptos, permitirme que os desee una feliz Navidad consciente y que Dios nos bendiga.

Nota: Varios niños, repartidos estratégicamente, por el templo, se levantarán diciendo en alemán: ¡Froehliche Weinachten!, en chino: ¡Kung Chu Sheng Tan!, en danés: ¡Glaedelig Jul!, en francés: ¡Joyeux Noel!, en griego: ¡Kala Chistougenna!, en el idioma de Hawai: ¡Meli Kalikama!, en holandés: ¡Genogelyke Kerstud!, en inglés, ¡Merry Chistmas!, en italiano, ¡Buon Natale!, en portugués: ¡Feliz Natal!, en sueco: ¡God Jul! y en catalán: ¡Bon Nadal!

 

 

 

 

060282

  Barcelona, 29 de diciembre de 1974

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123 HOMBRE DE COMPASIÓN

Luc. 4:17-21; 5:18-25

 

Introducción:

Casi diariamente leemos en la prensa u oímos en la televisión o en la radio desgracias que resaltan todos los medios en su afán de sensacionalismo demostrando por un lado, la rapidez con que llegan al consumidor en la actualidad y por el otro la existencia de las mismas que en número cada vez mayor asolan el mundo: Hambre en la India, en Paquistán, ciclón en Australia, terremoto en Bali, sequía en el Sahara, matanzas en el Congo, golpe de estado en Chile o en la Arabia Saudita, secuestro de un avión de tal o cual línea o de una persona importante… No, no importa, siempre hay algo que llama nuestra atención y que nos dice y demuestra que hoy por hoy el mundo necesita a Cristo, a un Cristo de compasión. Esta semana un árabe cargado de bombas, que luego resultaron falsas, entró en la Casa Blanca amenazando con volarla aun a riesgo de su propia vida, demostrando con ello un desprecio hacia lo hasta ahora era sagrado: ¡La propia vida! El mundo necesita compasión y compasión a manos llenas. Decía nuestro Isaías: ¡Gritad de júbilo, oh cielos! ¡Regocíjate, oh tierra! ¡Prorrumpid en cántico, oh montes! Porque el Señor (del cielo) ha consolado a (todo) su pueblo y de sus afligidos tendrá misericordia, Isa. 49:13.

Últimamente se está oyendo hablar mucho sobre la verticalidad y la horizontabilidad del Evangelio, representado gráficamente en la Cruz. Sin duda lo primero se refiere a la relación del hombre con Dios y lo segundo, a la relación del hombre con el hombre. El verdadero creyente en Cristo necesita y debe ejercer ambas relaciones si quiere estar dentro del contexto real del Evangelio, ya que un cristianismo que sólo mirara a Dios, no es cristianismo, es misticismo hueco, y si sólo mirara al hombre, tampoco lo es, sino filantropía humana, nada más. La Palabra de Dios, nuestro baremo de conciencia, nos enseña a considerar al hombre en su totalidad, como un ser dotado de alma y cuerpo. Jesús, nuestro Jesús, vivió muy consciente de esta realidad y nunca la descuidó. Vivió en íntima relación con Dios, su Padre, pero también se incorporó a la sociedad de su tiempo en especial con los desvalidos y necesitados. Así que podemos decir sin temor a equivocarnos que Cristo fue fiel a Dios hasta lo máximo y que, también, fue tremendamente humano, tanto es así que el sufrimiento de los hombres fue su sufrimiento. Fue el compasivo por excelencia. El cristiano de hoy no puede ni debe ser distinto si no quiere verse apartado del verdadero rebaño o redil. No podemos echar en saco roto las palabras que nos gritan desde Mat. 25:43-45. No, no podemos eliminar la parábola del Buen Samaritano. Y no podemos hacerlo porque ya sentimos en carne propia su significado al haber estado tendidos entre el polvo del camino de Damasco y ser Él quien nos socorriera sin merecerlo.

 

Desarrollo:

Luc. 4:17. Se le entregó el rollo del profeta Isaías, y cuando lo abrió, encontró el lugar donde estaba escrito: Recordamos que los libros de los hebreos estaban escritos en largas bandas de pergamino, enrolladas alrededor de un cilindro. Por otra parte, sabemos que habían dos porciones de las Escrituras fijadas para cada día: la una sacada de la Ley y la otra de los profetas. Como se entregó a Jesús el rollo o libro del profeta Isaías, se podía pensar que el pasaje a leer era justo el indicado para ese día. Si es así, la gran profecía mesiánica, leída públicamente por Aquel en quien era cumplida, sería tanto más sorprendente. También se ha querido ver en ella una conclusión relativa a la fecha de la escena, basándose en el hecho de que hoy ese mismo pasaje es leído en las sinagogas en la fiesta de las expiaciones que se tiene o celebra en septiembre. Pero las palabras encontró el lugar, parecen indicar más bien que el pasaje se le presentó de forma providencial al Salvador al abrir el libro. ¿Cómo llegó a leerlo? Sabemos que en los cultos de la sinagoga no había predicador oficial alguno y que cualquier israelita adulto y capacitado podía ser invitado a hacerlo. En la ocasión que nos ocupa, Jesús fue el invitado a hacerlo aprovechando su presencia y la fama que tenía.

Luc. 4:18, 19. Una clara referencia a Isa. 4:18, 19, citada según la versión gr. de los Setenta siendo tomada la penúltima frase de Isa. 58:6. He aquí, ante todo, la traducción literal del he, tal cual lo leía Jesús en Nazaret y que debe servirnos de base del estudio: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor.

  Es el Mesías el que habla y su obra de redención es descrita muy bien. Que la continuación de este cap de Isa anuncie, como se admite por lo general, el regreso de la cautividad y las santas bendiciones del Eterno, es posible. Pero el espíritu del profeta va más lejos, ve más alto. Contempla la presencia y la obra del gran Reparador de la Promesa de Israel. Cada palabra de su profecía lo testifica y tenemos por prueba la autoridad misma de Cristo denunciada en el v. 21 de este mismo cap. El Mesías declara ante todo del modo más solemne que el Espíritu del Señor está sobre Él, porque le ha ungido con ese mismo espíritu. A continuación expone las características de su Obra dividida en seis grandes apartados a cual más grande, de una significación profunda y conmovedora: (a) Anunciar buenas nuevas a los pobres, esta palabra tomada, repetimos, de la versión de los LXX, debe leerse y entenderse a la vez en su sentido literal y espiritual, Mat. 5:3; 11:5. Pero en he. el término traducido “pobre” también significa humilde, manso, afligido y miserable, Sal. 86:1. Así, esta buena nueva que les es anunciada es la ansiada restauración, la añorada consolación y las riquezas de la gracia. (b) Sanar a todos los quebrantados de corazón (la frase no aparece en las modernas versiones), Aquí se encuentra el ve “sanar”, en el lugar de la expresión he “vendar las llagas.” En sentido espiritual se lee y entiende así. Él va a restaurar a los de corazón doliente, roto y lacerado por el pecado, sanándolo de forma total aunque tenga aún las características anteriores. (c) Proclamar libertad a los cautivos, esta promesa se aplicaba en primer lugar a los judíos cautivos en Babilonia, pero también se refería a la libertad moral que da el Salvador, Juan 8:36, y que es la fuente de todas las libertades. (d) Y vista a los ciegos, estas palabras presentan una promesa muy hermosa que también se halla en otro lugar de los profetas, en concreto en Isa. 35:5, y que el Señor cumplió con creces, física y espiritualmente, entre los ciegos de la época. (e) Para poner el libertad a los oprimidos, a los que son pisados y quebrantados. Como ya hemos dicho, estas palabras son sacadas de memoria de Isa. 58:6 y quizá se hallaban ya en el relato o documento que Lucas usó para confeccionar su Evangelio y (f) por último, y para publicar el año agradable del Señor, se trata como sabéis, del año del Jubileo que ocurría cada cincuenta años, Lev. 25. Año que era de gracia y de gozo universal, en que cesaban todos los trabajos, los esclavos volvían a ser libres, las deudas perdonadas, los presos libertados y las tierras y campos volvían a sus dueños originales. Por todo ello, este año es una hermosa figura del reinado del Mesías por lo que se comprende toda la grandeza de las enseñanzas inspiradas por el profeta en el pueblo, cuyo significado simbólico ha sido plenamente realizado por nuestro Salvador. Queda por decir de este “año agradable” de gracia y de oportunidad acabará cuando Cristo vuelva por 2ª vez.

Luc. 4:20. Jesús probablemente no había leído sólo el pasaje de la profecía mencionado por Lucas, sino toda la sección en que se encuentra, o quizás todo el cap. Y había ya en su manera de leer algo que hacía penetrar la palabra divina en los corazones de los oyentes. De ahí el vivo interés con que todos esperaban su clara explicación y de ahí esos ojos de todos fijos en Él. La escena se nos presenta tan viva que por fuerza Lucas debe haberla tomado de un testigo ocular.

Luc. 4:21. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos. Se ha cumplido en el preciso momento en el que oyen aquella lectura, porque es el mismo Mesías quien habla en el libro de Isaías y en aquella sinagoga de Nazaret. Hay algo solemne en las palabras: Entonces comenzó a decirles. Esta frase no fue, en efecto, más que el comienzo del discurso. Lucas sólo indica el tema y no su desarrollo, pero lo indica con bastante claridad para que sepamos que Jesús se ocupó en probar su misión divina y sus características. Con ello derribaba todas las ideas carnales que los judíos se hacían del Mesías, puesto que se anunciaba como el Libertador de los pobres, los presos, los corazones quebrantados y depauperados. Por eso, en su orgullo, los despreciaron inmediatamente. ¿No es éste el hijo de José? Esta es la pregunta fatal que unifica a todos los perdidos del mundo actual. Pero no debe importarnos, con Cristo debemos ocuparnos con misericordia de todos ellos. Ver si no el ejemplo que Él nos da:

Luc. 5:18. He aquí, unos hombres traían sobre una camilla a un hombre que era paralítico, en esta ocasión, el Señor estaba enseñando en una de las ciudades de su querida Galilea, delante de eminentes personalidades procedentes de los diversos puntos del país, v 17, y dentro de una casa. Sorpresivamente la atención de la gente se dirige a un hecho insólito: Cuatro de los hombres conducían a un inválido sobre una camilla, Mar. 2:3, y luchaban por entrar en la casa. ¿Cómo lo sabemos? Porque procuraban llevarlo adentro y ponerlo delante de Jesús. Con una finalidad concreta: conseguir la sanidad para su amigo. Los cuatro nos dan una lección: No sólo tenían fe en Jesús, pues de lo contrario no hubieran acudido ante Él, sino también corazones compasivos y sensibles frente al dolor y la tragedia de sus semejantes.

Luc. 5:19. Al no encontrar cómo hacerlo a causa de la gente, subieron encima de la casa, había tanta gente que no pudieron entrar por la puerta de la casa. ¿Se amilanaron por eso? No, de ninguna manera, recurrieron a otro medio con tal de poner  al enfermo delante del Señor. A veces, nosotros también hacemos una buena obra, como ayudar a un ciego a pasar la calle, pero cuando nos pide que le acompañemos una manzana más nos disculpamos simulando prisa. Nuestros hombres subieron a la azotea a pesar de que esto representaba una complicación, y junto con la camilla, le bajaron por el tejado en medio, delante de Jesús. La acción no fue tan rápida como se tarda en contarla. En primer lugar subieron por la escalera lateral que había en casi todas las casas de entonces, pero arriba tuvieron que abrir una obertura suficiente grande para que dejase pasar camilla y todo, Mar. 2:4. Y eso requiere tiempo, entereza y decisión. No da idea de que querían acabar su buena obra.

Luc. 5:20. Al ver la fe de ellos, al parecer, no sólo de los cuatro sino también del enfermo. Una fe firme y llena de convicción que no cede ni claudica ante los obstáculos. Le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. Curioso. El Señor prescinde de los que hasta entonces habían sido sus interlocutores y presta atención inmediata  al pobre inválido que esperaba su sanidad y, ¿por qué no?, su perdón. Sí, podemos asegurarlo, en él no sólo había fe, sino arrepentimiento, porque Cristo sólo perdona los pecados a quien se arrepiente. Así, nuestro Señor penetró en el alma de nuestro enfermo y descubrió inmediatamente su clamor por perdón. La respuesta no se hizo esperar: ¡Tus pecados te son perdonados! Y había sido dicho que Jesús traería salvación a su pueblo por la remisión de pecados, 1:77, y esta es la primera realización pública de la profecía.

Luc. 5:21. Entonces los escribas, personas que conocían la Ley hasta el punto que en otro pasaje se le llama doctores de la Ley, 1:17, gozaban de gran estima entre le pueblo y por lo general, cuando les convenía, como en esta ocasión concreta, se unían a los fariseos, hombres profundamente religiosos, pero dominados por un fanatismo que los volvía huecos y vacíos. Estos, estos son los que  comenzaron a razonar, diciendo: –¿Quién es éste, te habla blasfemias? No reconocen en Jesús a alguien capaz de perdonar pecados. De ahí esa aparente blasfemia o injuria hacia el Señor. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? En efecto, así es. Únicamente Dios es capaz de alejar de nosotros los pecados de manera que aparentemos no haber desobedecido jamás. Sí, sería blasfemias las palabras dichas al enfermo si éstas hubiesen venido de un hombre cualquiera, pero aquellos ciegos y taimados murmuradores ignoraban, a causa de la dureza de su corazón, que quien hablaba no era otro que el Hijo de Dios, es decir el Dios Encarnado.

Luc. 5:22. Pero Jesús, dándose cuenta de los razonamientos de ellos, porque del mismo modo que pudo penetrar en el alma del inválido, podía conocer el corazón y los pensamientos de los orgullosos y necios escribas y fariseos. Respondió y les dijo: ¿Qué razonáis en vuestros corazones? La pregunta no denota desconocimiento, sino reproche.

Luc. 5:23, leerlo. ¿Qué es más fácil? ¿Decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Indudablemente las dos cosas requieren la misma autoridad por parte de Dios.

Luc. 5:24. Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, es decir, para que veáis con vuestros propios ojos el poder el Hijo del Hombre. Este fue el título que se adjudicó Jesús, con el fin de hacer notar su misión mesiánica y su condición de hombre perfecto, pero sin excluir su realidad o naturaleza divina, por el contrario, ya que su humanidad perfecta es una demostración o una evidencia de su completa divinidad. Dijo al hombre: A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! Es una lección práctica. Una evidencia que nadie podrá negar jamás.

Luc. 5:25. El perdón de sus pecados no pudo ser comprobado a simple vista por la muchedumbre, por ser un acto interno, en el corazón del pecador. Lo otro, lo que pasa a continuación, es bien visible. Aquí hay un triple milagro de Jesús: El mentado perdón de los pecados, el descubrir el falso pensamiento de los religiosos y el sanar físicamente al paralítico. Con lo que de paso demostró que podía curar la parálisis tanto del cuerpo como del alma. No sé si muchos de los presentes sintieron como el Señor tocaba su corazón, lo que sí sabemos es que el que había sido restaurado, se levantó, tomó su camilla y se fue a casa cantando y glorificando a Dios.

 

Conclusión:

Esta es la misericordia bien entendida. Recuerdo la anécdota del capellán que encontró a un soldado muriendo en el campo de batalla. Le preguntó si le gustaría oír algo de la Biblia, pero el soldado replicó: –Tengo mucha sed, preferiría un vasito de agua. El capellán se lo llevó con prisa y aún le preguntó qué deseaba. Con voz débil el soldado pidió algo para ponerse bajo su cabeza y el hombre de Dios se quitó el abrigo, lo enrolló y se lo pudo en su sitio. –Tengo frío –murmuró el militar y el capellán se quitó su chaqueta y lo tapó amorosamente. Entonces el soldado sonriendo de medio del dolor, dijo-: Muchas gracias, señor. Ahora, si hay algo en ese libro que haga a un hombres hacer lo que usted ha hecho por mí, léamelo, por favor.

Si hermanos, debemos orar por todos aquellos enfermos que conozcamos, pero nunca hemos de olvidar a los otros enfermos espirituales quienes a los ojos de Dios son tan o más importantes que los primeros. Hagamos nuestro aquel gran canto: ¡Gritad de júbilo, oh cielos¡ ¡Regocíjate, oh tierra! ¡Prorrumpid en un cántico, oh montes! Porque Jehovah ha consolado a su pueblo y de sus afligidos tendrá misericordia, Isa. 49:13.

Así sea.

 

 

 

 

060284

  Barcelona, 29 de diciembre de 1974

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124 MAESTRO DE MAESTROS

Mat. 5:17-20; 7:24-29; 13:33-35

 

Introducción:

Todos los grandes maestros de la filosofía o de la historia nos han legado tratados, documentos y hasta discursos, a través de los cuales los estudiamos y sabemos como eran, como pensaban y, lo que es más importante, lo que querían dar o enseñar. Del Maestro de maestros no tenemos nada escrito de su puño y letra, nada que podamos leer. Sin embargo, sabemos quien era, como pensaba, como amaba y que quería enseñar. Cientos de testigos oculares, de entre los que sobresalen los evangelistas, han escrito por Él. Así, sabemos de sus discursos, oraciones, pensamientos y dichos. Además de curaciones, vejaciones, hambres y tentaciones de todo tipo. De manera que sus enseñanzas han llegado hasta nosotros con toda frescura y han germinado en los corazones ya que son algo vivo, cuyo carácter hace de lectores y oyentes más o menos interesados, otros tantos creyentes sinceros.

Vamos a descubrir brevemente, porque el tiempo no da para más, cuáles son las tesis de su doctorado, quién le puso el llano birrete de cátedra y qué universidad regenta:

 

Desarrollo:

Mat. 5:17. Cuando esto llegó a oídos de la elite de los judíos le sonaría a todo menos a música celestial. Casi lo mismo que les sonaría a los oyentes contemporáneos de Beethoven sus sonoras y hermosas discrepancias de la hoy maravillosa Tercera Sinfonía. ¡Qué extraño! ¿Qué dice el Maestro? No he venido, no entra en mi ánimo ni en las disposiciones de mi ministerio el abolir la ley o los profetas. ¡Qué duras y altisonantes resultarían las palabras a los tímpanos de aquellos judíos, creyentes o no, que pensaban, que esperaban que su Mesías transformaría de entrada toda la Ley. Pero la ley y los profetas llenan toda la economía mosaica y todas las revelaciones del Antiguo Pacto como instituciones o como Escrituras, Mat. 7:12; 22:40, y el Salvador no quiere abolir

(del gr. desligar, disolver, destruir o abrogar), nada sino cumplir todo de una vez por todas. En efecto, Cristo lo ha cumplido todo y en todos sus sentidos por las razones que vamos a exponer: (a) Ha enseñado y revelado el sentido completo y espiritual de la ley divina, que el fariseísmo había atrofiado y materializado con su doctrina de las observancias externas. (b) Él mismo ha hecho o cumplido al dedillo toda la ley con su vida santa. (c) Y por fin, Él ha realizado a lo largo de toda su obra, y sobretodo por su muerte, la idea completa del Antiguo Pacto, con sus tipos, sus figuras, sus sacrificios, sus promesas y sus esperanzas, Rom. 10:4; Heb. 10:1; Juan 19:30. Este cumplimiento está realizado por su Evangelio, en un sentido más elevado y perfecto en el corazón de los creyentes, Rom. 3:31. Así es como Jesús ha cumplido la ley y los profetas, de una manera orgánica y viva, como la flor explota del brote y como el fruto nace de aquélla. Y si hilásemos más fino podríamos dirigir nuestras miradas más allá, hacia el futuro y esperar aún para el porvenir el cumplimiento de lo más excelente en la economía presente: nuestra comunión con Jesús, Luc. 22:16, y el gozo de los redimidos, Juan 15:11.

Mat. 5:18: gr., que todo acontezca, que sea realizado, que haya sido hecho en el sentido indicado en el v. precedente. Estas voces o palabras confirman la profunda verdad del v. 17, pues, y eso por la solemne afirmación: en verdad os digo. Por otro lado, ¿qué pueden significar las palabras hasta que pasen el cielo y la tierra? Unos las consideran como una expresión proverbial que significa jamás; otros que nada pasará de la ley, sino que todo será realizado hasta su total ejecución. Este último sentido es el verdadero, Mat. 24:35; Luc. 16:17. Además una iota es el nombre gr. de la letra i que en el he es la más pequeña de todas, y la tilde designa ciertos palotes o ganchos que distinguen unas palabras hebreas de otras. Estas figuras significan que ni aún lo más pobre o pequeño de la Ley pasará sin haber sido cumplida. Pero, ¡cuidado!, el mismo cumplimiento hace inútil la voz precedente pues, si bien el fruto reemplaza a la flor, la gracia y el amor fiel sustituyen la ley en la vida del cristiano, la realidad sucede a las sombras y a las figuras de la ley ceremonial, un día la perfección seguirá a todo lo que tenemos hoy, 1 Cor. 13:9-12.

Mat. 5:19. Uno de estos mandamientos pequeños, es lo que Jesús acaba de designar como una iota o un tilde. Violarlo o abolirlo, por emplear la palabra del v. 17, y enseñar a los demás a hacerlo, es exponerse a ocupar un lugar inferior en el reino de los cielos. Pero la expresión que usa Jesús, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos no significa que será excluido de la felicidad eterna porque este sentido es contrario a las voces o términos empleados, ni tampoco que sólo tendrá una pequeña parte en la vida venidera, porque el evangelio no enseña que haya diversos grados de felicidad. Significa, sencillamente, que sólo tendrá una parte mínima y un papel inferior en el estatus o establecimiento del reino de Dios sobre la tierra. Así, el que cree poder trabajar en la obra de este reino más eficazmente, dejando o eximiéndose de la obediencia de los mandamientos que le parecen secundarios, aboliéndolos en su conducta se engaña. Es la fidelidad de las cosas pequeñas, el cumplimiento escrupuloso del deber humilde, lo que hace a uno apto para el reino de Dios. Es necesario considerar, por otra parte, que estos mandamientos en su conjunto, incluso en su espíritu, forman el crisol y resumen de la suprema voluntad de Dios, Stg. 2:10.

Mat. 5:20. Ya sabemos hasta donde llegaba la justicia de estas dos grandes mayorías socio políticas de la época. Uno y otros fueron reprendidos constantemente por el Maestro a pesar que, en apariencia, eran guardianes celosos de esa ley. Por otra parte, las palabras indican lo que Jesús entiende, en los vs. precedentes, por cumplimiento de la ley, e introducen el discurso siguiente, que ya no estudiaremos, sobre el modo de interpretarla. Así, todos sus discípulos deben realizar una justicia muy superior a la justicia externa, superficial y formalista de los fariseos cuya insuficiencia va a hacer resaltar ahora mismo en el v. 21.

Mat. 7:24-27. En esta formidable parábola, Jesús da conclusión (“pues”, v. 24) de lo que precede inmediatamente, vs. 21-23, y de todo el discurso del Sermón del Monte. La comparación es muy impresionante, con la repetición de las mismas palabras y las mismas escenas de peligro y sus enérgicos contrastes: prudente, insensato, la roca, la arena, etc., cayó, no cayó, se comprende por sí misma. Ahora, ¡cuidado! La exégesis no debe buscar el sentido espiritual de los detalles ni preguntar: ¿qué es la roca? (en la cual se ha visto sucesivamente al propio  Jesucristo, a los mandamientos de Dios, a la fe, a la conciencia por oposición a la inteligencia), o ¿qué es la arena? (interpretada también como el significando las opiniones humanas, la propia justicia, etc.). Jesús mismo expresa claramente su pensamiento con estas palabras: practicar o no practicar, hacer o no hacer… estas palabras. Así tenemos que en el primer caso, sus mismos dichos se convierten en la roca, en el último no queda sino arena movediza y nada más. Claro, sus palabras como ya habréis entendido, son todas las positivas incluidas en el Sermón del Monte y todo su mensaje. En cuanto a los elementos desencadenados contra la casa, se ha visto en ellos todas las pruebas, todos los peligros que amenazan la vida espiritual y moral del alma y eso es evidente. En fin, la casa que permanece firme representa no sólo la salvación, sino la victoria, el triunfo, mientras que su caía, que es tan grande, por usar el mismo léxico, es la ruina definitiva, la perdición, Mat. 7:13.

Mat. 7:28, 29. El asombro de las multitudes era producido por la autoridad con que hablaba Jesús. Esta autoridad resultaba, por una parte, del sentimiento de sumisión divina que sin duda primaba su palabra, y por la otra del poder de la verdad puesta en contacto inmediato con las almas sinceras. Ni esta autoridad ni este poder (los dos sentidos están en la voz griega), existían en la enseñanza de sus escribas. Este pronombre (o el artículo “los” que se usa en otras versiones), expresa un desprecio demasiado bien merecido por el modo como estos sabios de la época decían o explicaban las santas Escrituras. Por último, las palabras del v anterior: será comparado o le compararé, según otras versiones, debemos entenderlas a la luz del v. 22, cuando enfatiza: en aquel día. En efecto, será en el día del juicio final cuando nos será revelado quien ha sido o no fundado, anclado, sobre la roca o sobre la arena, que edificio subsiste y el que no. Mientras tanto y cómo el reino de los cielos tiene esa fuerza interior que vamos a ver enseguida en la parábola de la levadura, bástenos su gracia para suplir todas y cada una de nuestras sabidas deficiencias.

Mat. 13:33. Esta parábola tiene mucha analogía con la anterior, la del grano de mostaza, pero difiere de ella en varios puntos. Revela principalmente también el crecimiento misterioso del reino de Dios, pero por dentro más bien que por fuera, como se enseña en aquélla. La levadura oculta en la masa, es la vida divina obrando lentamente, pero de forma constante por el poder que le es propio, no por la masa, hasta que “todo” el hombre, toda la masa moral, toda la vida humana, en el ser propiamente dicho, en la familia y en la sociedad, sean penetrados por ella y santificados.

Mat. 13:34. Esto es difícil. Jesús, en ese momento, empleaba exclusivamente esa forma de discurso por la razón indicada en los vs. 10.13 y por si esto no quedara claro, Mar. 4:34, remacha la idea. Pero Jesús ya no usó otro medio de discurso más tarde. Y estas parábolas eran el exponente de los misterios del reino de Dios dichos así para probar la fe de sus oyentes y hacer una selección entre ellos. Sabemos que la mayor parte de sus oyentes eran incapaces de comprender el sentido espiritual de sus dichos en parábolas, pero retenían por lo menos el relato exterior y podían llegar más tarde a descubrir la verdad que contenían. A primera vista, los mismos discípulos no comprendían sino muy imperfectamente al Maestro, puesto que luego, en privado, debía explicarles todo.

Y ¿todo esto por qué?

Mat. 13:35. De manera que se cumplió lo dicho por medio del profeta diciendo: Abriré mi boca con parábolas, publicaré cosas que han estado ocultas desde la fundación del mundo. Este profeta es el salmista Asaf, a quien el AT da también el nombre de vidente o profeta, 2 Crón. 29:30, y no Isaías como antes se creía.

 

Conclusión:

Así que hasta cumplir las profecías y cumplir la Ley, hablaba en parábolas.

Que el Maestro de maestros nos ilumine en este siglo donde reina por doquier la más negra oscuridad.

¡Feliz año!

 

 

 

 

060286

  Barcelona, 5 de enero de 1975

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125 EL SALVADOR SUFRIENTE

Mar. 8:27-38

 

Introducción:

Desde antes de la misma muerte de Cristo, la cruz ha sido incomprendida y mal entendida por los incrédulos y también por algunos creyentes. Cuando Jesús habló con claridad sobre la fiel necesidad de morir, el propio apóstol Pedro manifestó su total desaprobación y tuvo que ser reprendido. A él y a los demás discípulos les hubiera gustado tener el reino divino sin el veraz sacrificio que impone el sacrificio mesiánico. Gracias a Dios pues más tarde, este sacrificio fue o llegó a ser la médula de su santa predicación apostólica. Así, desde entonces hasta hoy, todos los que no ven ni sienten el poder condenatorio del pecado están ciegos a la necesidad de la Cruz y, por lo tanto, ven a Jesús como máximo a un incomprendido, un mártir o simplemente, un ser humano que murió por una causa noble. Pero, por contra, rechazan el concepto del sacrificio que significa redención y en consecuencia, la liberación de toda culpa por la fe en la sangre de esta expiación. Sin embargo, y esto lo sabemos muy bien, la salvación sólo se realiza a través del sufrimiento y el sacrificio de Cristo en la Cruz. Por lo mismo, y por las mismas razones, la fiel vida del que ha sido salvado debe ser una constante disposición para el sacrificio por causa de su Señor.

La lección que vamos a estudiar hoy está dominada por la idea del pensamiento del sacrificio de la Cruz. Jesús, retirado de la ciudad, lejos del mundanal ruido como diríamos hoy, se dedica en exclusiva a la instrucción de sus queridos discípulos y a la consolidación de su convicción respecto del evangelio.

 

Desarrollo:

Mar. 8:27. Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo, es decir, después de una corta permanencia en Betsaida donde Jesús sanó a un ciego, v. 22, partieron más al norte hasta penetrar en la jurisdicción de la Tetrarquía de Felipe, cuya capital era Cesarea. No la debemos confundir porque esta ciudad estaba situada en las faldas del monte Hermón, cerca de las fuentes del Jordán y a unos 40 Km. de la propia Betsaida que hemos citado. Sabemos que la ciudad se llamaba antes Paneas, pero Felipe el Tetrarca, hijo de Herodes el Grande, lo cambió por el de Cesarea en honor del emperador César Augusto, y le agregó “de Filipo”, su propio nombre, para distinguirla de otra Cesarea ubicada en la costa del Mediterráneo. Y era una región tranquila y de hermoso paisaje, muy apropiado para el ansiado retiro de Jesús. Y en el camino les preguntó a sus discípulos diciendo: –¿Quién dice la gente que soy? En otras palabras, ¿a qué conclusión ha llegado la gente respecto a mi persona? Claro, vosotros que estáis en continuo contacto con ellos, ¿qué dicen de mi naturaleza? Notemos la escena: Era una pregunta muy rara o cuando menos sorprendente. Es más, parece estar hecha sobre la marcha indolente, mientras iban andando, sin mediar ocasión inicial alguna, sin que ninguno de ellos la esperase, dominados por el pensamiento de un merecido descanso o por la categoría a ocupar en el reino que ya se perfilaba en lontananza, o quizá en la distancia que aún les separaba de su destino. Lo cierto es que nadie esperaba ese tipo de pregunta y menos durante el camino, pues aún existen normas. Pero la pregunta está hecha y no tienen más remedio que contestarla de forma sincera. Muchas veces nos hemos preguntado el por qué de la oportunidad de la misma. Es seguro que para Él tendría algún valor saber lo que pensaba la gente acerca de su persona y ministerio, pero creemos que lo que verdaderamente le importaba era sondear el grado de convicción y fe de sus discípulos y a eso iba.

Mar. 8:28. Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista, estos eran los que compartían la superstición de Herodes Artipas, Mar. 6:14, 16, que Juan había resucitado de entre los muertos. Otros, Elías, porque varios de los judíos esperaban que el profeta Elías volvería como el precursor del propio Mesías confundiendo la profecía de Mal. 4:5 en la que se alude con claridad a Juan el Bautista como sabemos. Otros, uno de los profetas, estos eran los que abrigaban la esperanza de la reaparición de algunos de los profetas, mayormente esperaban al profeta Jeremías porque, según la tradición oral a que eran tan adictos, éste, antes de la destrucción del templo por los babilonios, había escondido unos objetos sagrados en una cueva del Sinaí, y por eso esperaban que volviera, para restaurar su antiguo esplendor.

Mar. 8:29. Entonces Él les preguntó: –Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Es dónde quería llegar. Necesitaba escuchar una respuesta personal que revelara su grado actual de madurez, por eso el énfasis de la frase está en el duro pronombre vosotros. Respondiendo Pedro le dijo: Evidentemente se trata de una respuesta personal del apóstol Pedro, pero en el acto, los demás la hicieron suya y no por inferioridad sino porque como él eran o estaban convencidos de la naturaleza divina de Cristo. –¡Tú eres el Cristo! Fue una respuesta categórica. No hay ninguna duda en el intranquilo Pedro. Tú eres el Ungido de Dios, el Mesías prometido, el Señor. No, no hay dudas en la mente del apóstol. Las palabras de Pedro no comienzan con un titubeante “yo creo”, sino dice escuetamente lo que él y los demás sabían de cierto: –¡Tú eres el Cristo!, del mismo modo que cuando nosotros respondemos a una pregunta cuyo significado todos entendemos a ciencia cierta. ¡Tac! ¡Tú eres el Cristo!

Mar. 8:30. ¿Por qué esta orden? Desde luego, no por temor sino por precaución y prudencia. En primer lugar debemos saber que aún no estaban preparados para hacerlo en la forma apropiada porque no se les había revelado del todo el claro significado del Cristo. En segundo, el proclamarle como tal daría lugar a falsas esperanzas de la multitud que esperaba un Cristo terrenal que satisficiera sus esperanzas políticas y eso no entraba de ninguna manera en sus planes… por aquel entonces.

Mar. 8:31. Ahora sí, ahora estaban ya listos para iniciarse en el conocimiento, siempre difícil, respecto a su misión mesiánica. Era primordial que entendiesen de entrada el por qué y el para qué de su venida, debían digerir con claridad meridiana la neta y absoluta necesidad del sacrificio de la Cruz para llevar a buen término su labor redentora. Además, y esto les sienta como un jarro de agua muy fría, será desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas. En otras palabras, “por el Sanedrín”, que sabemos que era el tribunal más alto de todos los judíos en lo judicial y religioso, y que podía dejar su postura fuera de la ley. Los “ancianos” eran hombres maduros, serios y experimentados que hacían de jueces en los tribunales locales. Los “principales sacerdotes” eran los miembros de la familia del sumo sacerdote en funciones, los cuales tenían mucha influencia. Por último, los “escribas” eran expertos en la interpretación de las Escrituras, de la Ley y de la tradición rabínica. De todos ellos estaba formado el Sanedrín.

Por otro lado, los discípulos habrían dado todo el oro del mundo porque acabaran aquí los sufrimientos del Maestro y los suyos propios, pero Jesús continúa: Seré muerto y resucitaré después de tres días. Sí, aquellos grandes hombres sabían por experiencia propia que sus mayores enemigos eran precisamente los miembros del Sanedrín, y que Él, Jesús, de momento, había sabido burlar su plan para destruirlo, pero ahora les hace saber que va a caer en manos de sus componentes y que no sólo ha de sufrir, sino que va a ser muerto. Seguramente esta noticia dolió y sobrecogió a sus discípulos y, por eso, para disipar algo el temor demostrado les anuncia inmediatamente la gran victoria de la resurrección. Él no se quedaría en la tumba, sino que se alzaría de nuevo como el Mesías después de sólo “tres” días. Pero, y es lamentable, los discípulos prestaron atención al anuncio de su muerte, pero dejaron escapar la idea de la resurrección.

Mar. 8:32. Les decía esto claramente, es decir, sin rodeos, de forma abierta, y ¿cuál fue el resultado? Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reprenderle, así se apartó un poco del camino y del resto de los discípulos para expresarle su sincera inconformidad con el anuncio de su muerte. La idea de la escena que se está desarrollando es muy clara, cogiéndole del brazo de forma suave, sin que al parecer los demás se diesen cuenta, le sacaría del camino expresando deseos de hablarle. Pedro, el fiel e impulsivo Pedro, no era capaz de concebir que era necesario que el Señor sufriera una muerte violenta, su mente no entendía aún la necesidad divina de la sangre expiatoria y purificadora del Mesías. Tal vez pensase que como Hijo omnipotente de Dios, sólo necesitaba mostrar su poder para establecer su Reino entre los hombres. Obcecado con esta idea, no pudo captar el velado anuncio de su victoria.

Mar. 8:33. Jesús, conociendo que lo que acaba de decir Pedro era un sentir general, incluye a todos en su reprensión aunque se dirige directamente a Pedro. Fijémonos que el Maestro no dejó terminar al pescador, ya que apenas empezó su reconvención fue interrumpido drásticamente por Él, diciendo: ¡Quítate delante de mí, Satanás! Porque el intento de Pedro de disuadir al Señor de tomar la muerte, a pesar de estar en apariencia lleno de amor y piedad, fue una tentación de Satán igual a las habidas en el desierto al inicio de su ministerio, Luc 4:8, pues Pedro se había prestado inconscientemente para ser portavoz del diablo. Por eso es a éste a quien el Señor manda alejarse. Porque no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. El ve gr da idea de la inclinación mental humana. Los pensamientos de Pedro, con todo, eran contrarios al propósito divino, eran pensamientos pura y simplemente humanos. En efecto, Pedro está pensando en un Mesías poderoso, como el resto de los hombres. Pero Dios pensaba de manera distinta y sólo tenía un camino para redimir: ¡La muerte! Abundando en el tema, Mateo dice en una ocasión paralela: ¡Me eres escándalo!, en resumen, una buena trampa del diablo. No debemos olvidar aquella frase de Bengel: “Para el mundo la cruz es un escándalo, para Cristo los escandalosos son los que se oponen a ella.”

Mar. 8:34. Y llamó a sí a la gente, juntamente con sus amados discípulos, no sabemos cómo o en qué momento fue el que se les había acercado la gente. Es posible que para entonces, para cuando tiene lugar esta parte del diálogo, habían entrado ya en alguno de los pueblos que jalonaban el camino a Cesarea. Lo cierto es que el Señor reunió a sus discípulos y al resto de los presentes para enseñarles una lección de aplicación universal. Y les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Así pues, todo aquel que desee ser discípulo de Cristo debe cumplir los siguientes requisitos: (a) Negarse a sí mismo. El término gr empleado para negarse señala repudiar a alguien. Luego añade que a quien debe repudiarse es a uno mismo. De dónde tenemos que el yo natural y pecaminoso debe ser desechado como centro y guía de la vida. Esto es la verdadera conversión, cuando se repudia al ídolo del yo, del yo mismo, y entra a ocupar su lugar el Cristo, nuestro Cristo. Luego se comprende que desde entonces vivamos no para nosotros sino para el Cristo que murió en aquella Cruz. (b) Tomar la Cruz. La cruz es símbolo y bandera del sufrimiento. Desde mucho antes de Cristo, el condenado a morir crucificado, tomaba y cargaba él mismo su cruz hasta llegar muchas veces exhausto al lugar del cadalso. La cruz indicada aquí es el sufrimiento que resulta de nuestra unión con Cristo, en otras palabras, que todos los vivos creyentes deben estar dispuestos a sufrir y a morir si es preciso. (c) Y por último, seguir a Cristo. Repetimos, esto indica sin rodeos, sin disfraces, seguirle hasta el lugar de la crucifixión y la muerte consiguiente. Así, así, debe seguirse al Señor, minuto a minuto, día a día… ¡hasta que Él lo considere necesario!

Mar. 8:35. ¡Qué extraño, raro y altisonante! Ahora entendemos el por qué los incrédulos nos tildan de locos. Veamos: la primera expresión salvar su vida quiere decir preservar de muerte a la vida física, así, quien se entregue por entero a proteger su vida presente, malogrará la vida eterna. Por el contrario, la segunda afirma sin lugar a dudas que quien se entregue a Cristo, que esté dispuesto incluso a perder su vida física, así alcanzará la Vida con mayúsculas. Esta es el alma que descubre que el morir es ganancia, Fil. 1:21.

Mar. 8:36. No puede existir un contraste mayor entre el valor de la vida mundana y el alma. ¿Qué se gana con acumular un orbe de posesiones terrenales durante unos pocos años si ello significa la pérdida de la vida eterna?

Mar. 8:37. Para hacer más clara la lección, el Señor cambia su pregunta y su figura. Supongamos que un hombre ha perdido su alma, ¿qué puede hacer para recuperarla? La respuesta está bien implícita en la pregunta: ¡No puede hacer nada!

Mar. 8:38. ¿Qué pueden significar estas palabras? Avergonzarse aquí indica negar a Cristo en la hora de la prueba, como hizo el propio Pedro por tres veces consecutivas, en vez de confesarlo aun a riesgo de la propia vida, lo cual significa hacer causa común con esta generación adúltera y pecadora, que no es otra cosa, en su sentido espiritual, que hacer lo mismo que todos los que blasonan de su infidelidad para con nuestro Dios. Sabemos, lo sabemos por experiencia, que los hombres en su perversidad han abandonado a Dios como una esposa infiel abandona a su esposo, pero y si en este caso existe la posibilidad del perdón, en el espiritual no sucede lo mismo por cuanto quien tal hace, será automáticamente repudiado, ¿cuándo? ¡En el juicio! Ver si no cuáles son las palabras del propio Jesús: El Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. Así, de la misma manera que es tratado, cuando el Señor venga como Juez justo, lo desconocerá ante del trono de Dios, exponiéndole a vergüenza y confusión perpetua, si tenemos que usar el léxico de Dan. 12:2.

 

Conclusión:

Entendemos perfectamente las lágrimas de Pedro cuando tras haberle negado se acordó de estas palabras… Sí, nuestro Maestro tenía que padecer mucho para cumplir lo expuesto en Isa. 53, pero de forma principal para hacer aún más grande y cara la dádiva gratuita que nos presenta. Vosotros amigos, ¿podéis dejar pasar esta oportunidad? Recordar las palabras del v 35 que hemos estudiado y no las echéis en saco roto pues quizá mañana sea tarde.

En cuanto a nosotros hermanos, pensemos en lo que hemos o estamos sufriendo por Cristo, pues si no hemos notado nada, ¡cuidado!, quiere decir que no seguimos sus pasos y esto es muy peligroso a juzgar por lo que indica el v. 38. ¿Podéis dejar pasar también esta oportunidad? Yo, en el día de hoy, os reto y emplazo a que sigáis al Cristo crucificado negándoos a vosotros mismos y llevando sólo su Cruz como arma, cayado y bandera.

¡Amén!

 

 

 

 

060288

  Barcelona, 12 de enero de 1975

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126 EL SEÑOR DE LA VIDA

Juan 11:17-27

 

Introducción:

Una de las serie que más éxito ha tenido en TVE es sin duda la titulada: “El inmortal.” Sin duda la razón de su reconocido valor radica en su temática que ya notamos en su título. Cierto hombre con sangre inmune es acosado, perseguido y encarcelado sin otro delito que el hecho de vivir eternamente. Los ricos y poderosos tratan de ganar sus favores queriendo alargar sus precarias vidas a base de transfusiones de aquella preciosa sangre, sangre que, por otra parte, él quiere dar de forma gratuita.

La vida para el hombre ha sido y sigue siendo un misterio más o menos indescifrable. Los hombres de ciencia han gastado sumas ingentes de dinero, tiempo y energía buscando una explicación adecuada de la vida con el fin de poder llegar a mantenerla a voluntad. Pero todo esfuerzo ha sido inútil y lo seguirá siendo si es que se busca entender la vida en términos netamente humanos y científicos. De esta forma, el hombre, no sólo se enfrenta al misterio de la vida propia en el plano inferior, sino al insondable misterio de su propia existencia que permanece virgen como un reto a su privilegiada inteligencia. ¿Qué es la vida? Más aún, ¿qué es la vida inteligente y consciente? Los hombres de ciencia, los filósofos, los ecólogos y hasta los futurólogos, han dicho, han contestado en diversas maneras, pero ninguno lo ha hecho en forma satisfactoria. Sin embargo, en la Biblia, Jesús dijo con sencillez: Yo soy la Vida. Y lo dijo con la cierta convicción y la autoridad que le caracterizaba. En efecto, la vida sólo tienen esa explicación, o puede entenderse en Cristo, en Dios. El Señor es el autor, origen, fuente y sustentación de toda vida. Es la vida plena, el que ha existido y existe por sí mismo. Por eso la vida humana encuentra propósito, objetivo y existencia eterna sólo cuando deja entrar en sus ser todos los efectos vivificadores de la sangre inmortal, de la vida del Señor de la Vida, de Jesucristo, 1 Jn. 1:2.

 

Desarrollo:

Juan 11:17. Sabemos que en Palestina, los funerales y el rudo entierro propiamente dicho tenía lugar el mismo día del óbito, de la muerte, Hech. 5:6, 10. Como Lázaro llevaba 4 días muerto, murió el mismo día en que Jesús recibió la noticia de su dolorosa enfermedad. Veamos: De Perea a Betania hay alrededor de 32 Km. de distancia, esto es camino de un día. Por tanto, el día en que recibió la noticia, más dos de permanencia en el lugar, v. 6, y más el día de viaje a Betania suman los cuatro que hacía desde que había muerto. Por otra parte tenemos el detalle de que el entierro de Lázaro en una tumba propia de la familia indica que eran ricos, porque los pobres se enterraban en lugares comunes.

Juan 11:18. Como sabemos que cada estadio equivalía aprox. a 180 m. entendemos que la distancia que separaba a las dos ciudades era corta, poco menos de tres Km. Por eso era fácil que fuesen visitados por sus amigos de Jerusalén.

Juan 11:19. La familia de Lázaro y sus hermanas era respetada en la capital por lo que podemos colegir que estas personas, que estos judíos, eran gente prominente, testigos excepcionales del milagro de Jesús. Claro que ellos no lo hicieron por esta causa, que ignoraban, sino porque era costumbre entre los judíos el presentar condolencias a los familiares del muerto durante siete días siguientes al óbito, 1 Sam. 31:13.

Juan 11:20. Las dos hermanas de Lázaro aparecen en el relato desempeñando un papel característico. Su conducta está muy de acuerdo con su carácter, Luc. 10:38-42. María habla menos, pero siente más y absorta en su pena, parece permanecer sentada e inmóvil, ella no se apura, deja que las cosas lleguen a su debido tiempo, como llega la madurez a una fruta en sazón. Confía en algo, no sabe exactamente el qué, pero deja que pase el tiempo, médico insuperable, o que la suerte acuda a su puerta. Tampoco se nos hace difícil pensar que podía estar esperando a Jesús, cuya visita sabía inminente, y quería tener su casa preparada y con todos los detalles en su sitio. Se ha criticado mucho a este personaje, opuesto a la agresividad manifiesta de su hermana, pero creo que no se la hace justicia. Ella, a su modo, amaba a Jesús, lo que demuestra que todos y cada uno de nosotros, con nuestras diferencias y peculiaridades, podemos amar y servir al Maestro, al Señor de la Vida. Marta, todos lo sabemos, era bien distinta. Es pronta, activa y práctica. Sabe donde radica lo más importante y en este momento, cuando oyó que Jesús venía, va y corre a encontrarle y darle la bienvenida.

Juan 11:21. Esto viene a corroborar lo que antes decíamos de María, porque este mismo argumento es aducido por ella en el v. 32. Es evidente que ambas hermanas habían pensado y repetido tal vez muchas veces el mismo pensamiento desde la muerte de su hermano y sin duda, expresan confianza a su manera en el poder de su Maestro. Todo esto no constituye ningún reproche, ni siquiera una queja, es tan solo la manifestación del profundo pesar ya que piensan de que en presencia del Señor, la muerte no habría tenido ningún dominio sobre su hermano. Por eso les pesa que el Señor no hubiera estado allí como tantas otras veces.

Juan 11:22. Ahora se nos presenta a una Marta muy sutil, con una cualidad aún no explotada. Vemos como de una forma modesta, fina e indirecta, pide al Señor la resurrección de Lázaro y es que en la declaración hay una esperanza implícita de que su hermano fuera restaurado a la vida, por que ese todo lo que pidas no quiere decir otra cosa. Claro, Marta no ha llegado aún a comprender casi nada acerca de la naturaleza y carácter del Maestro, pero estaba convencida sin embargo, que Dios podía obrar maravillas a través de Él. Es seguro que sabía bien de la resurrección del hijo de la viuda de Naín y de la hija de Jairo, ambas de amplia resonancia en el círculo de amistades que todos frecuentaban. Por otra parte tenemos la casi seguridad de que el mensajero repitió a las dos hermanas la declaración de Jesús consignada en el v. 4, ya que así parecen confirmarlo los vs. siguientes, 23-27.

Juan 11:23. Esta es una respuesta general e indefinida, según parece presentada con intención con el fin de provocar una reacción positiva de parte de Marta. Para ella esta respuesta podía tener dos significados diferentes: la resurrección inmediata de su hermano la que ocurrirá en el gran día final. Desde luego, Marta comprendió lo indefinido de la declaración, pero no se atrevió a expresar con claridad el deseo de su corazón. Sólo insinuó una esperanza de otra cosa diciendo que ya conocía la verdad de la declaración, refiriéndose tan sólo a la resurrección final.

Juan 11:24. Aquí vemos que Marta continúa demostrando la delicadeza y la modestia expresada en el v. 22 y espera que Jesús se revele y manifieste si va a resucitar ahora mismo a su hermano Lázaro. Ella, como los buenos judías, creía en la resurrección final de los muertos, pero al expresar así su convicción delante del Señor incluye una pregunta implícita que Jesucristo debe responder. ¿Cuál sería esta pregunta? ¿No le hemos de ver hasta entonces?

Juan 11:25. Yo soy la resurrección y la Vida, es decir, tengo todo el poder de comunicar, mantener y restaurar la vida. Claro, Marta esperaba algo más concreto, pero Jesús más que dar una respuesta teórica a una inquietud transitoria como pudiera ser la vida física, busca más bien instruirla en las verdades básicas y fundamentales del reino de los cielos. La importancia del v nace y radica en las palabras: ¡Yo soy! Como podemos ver son enfáticas y significativas. Y su uso sólo está justificado cuando el que lo dice es Dios. Yo soy la fuente y el origen de la vida, el principio vital y causal, el mismo Dios encarnado, 1:3, 4, 14. En efecto, sólo Dios puede atribuirse el poder de restaurar, de dar, de resucitar a una nueva plenitud de vida. Sólo Dios puede exigir fe este poder. Toda vida verdadera se encuentra en Cristo. Sólo en Él se encuentra lo esencial para la vida, en su origen, en su mantenimiento y en su consumación. Todo esto es comunicado al creyente por el Espíritu, del mismo modo que lo fue de forma personal a Marta. El que cree en Mí, aunque esté muerto vivirá. Esto es importante para nosotros y para todo el género humano. Quien cree es un participio presente de sentido universal. Cierto que incluye a todo el que cree, pero limita al mismo tiempo tan sólo al que cree. Y creer en Jesús según el contexto general del Evangelio de Juan tiene sentido vital, equivale a estar unido a Cristo de una manera total con la argamasa del amor, entrega y obediencia. Creer en Jesús es hacerse su discípulo, es entregarse a su persona y a su obra. El que así lo hace, aunque fallezca de forma física como Lázaro, seguirá viviendo en forma incorpórea hasta la resurrección de los muertos en el día final, en el día en que los cuerpos se levantarán transfigurados y se unirán a sus espíritus para formar la nueva unidad ya incorruptible y gloriosa. Así, afirmamos contundentemente que la vida del creyente no es disminuida ni interrumpida por la muerte física. Esta sólo es un accidente en el camino hacia la vida eterna.

Juan 11:26. Aquí el Señor expresa la misma verdad del v. 25, pero en forma negativa, precisamente para resaltarla. Tenemos que el creyente que vive de manera física nunca sufrirá la muerte verdadera, esto es, la muerte espiritual o sea, dicho de otra forma y manera, la separación eterna de Dios en el infierno. Para el verdadero creyente no hay muerte porque, repetimos, la muerte física no es muerte, sino la transición necesaria para el goce de una vida mejor. Y no morirá jamás porque su vida está asegurada en la protección del Señor en el tiempo y por el tiempo, pues en la otra dimensión, esta limitación no existe. Por fin viene a Marta la pregunta vital, la pregunta cuya respuesta es generadora de vida: ¿Crees esto?, ¿eres capaz de aceptar una cosa como ésta?

Juan 11:27. Marta ha aprendido la lección. Una un tiempo del ve perfecto en intensidad para decir que expresa un algo hecho o realizado ya, que sigue permanentemente realizado ya, y lo que parece una incongruencia, realizándose continuamente, 6:69. Yo he creído y creo firmemente que tú eres el Mesías, el Salvador y Redentor, el Dios encarnado, es la confesión de una recién convencida y fiel creyente en Cristo.

 

Conclusión:

Sabemos que Jesús resucitó a Lázaro y lástima que no podamos estudiar el v. 35, tan lleno de promesas y lecciones más o menos futuras aunque, desde luego, el hecho de la resurrección de su amigo, ya habla por si sola. Sin embargo, dejaríamos inconcluso el tema si no levantáramos preguntas como éstas: (a) ¿por qué los creyentes cantan en presencia de la muerte? (b) De dónde sacan los cristianos fuerzas de ánimo cuando pierden a un ser querido? (c) ¿Es necesaria la muerte física? (d) ¿Qué quiere decir Jesús al afirmar: El que cree en Mí, no morirá? (e) ¿Y cuando, bajo la misma premisa, dice: El que viva en Mí, no morirá eternamente? (f) ¿Dónde está la verdadera importancia del v. 27?

Repetir conmigo: Con Cristo he sido juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quién me amó y se entregó a sí mismo por mí, Gál. 2:20.

 

 

 

 

060290

  Barcelona, 19 de enero de 1975

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127 UN PUEBLO AL CUAL SE LE HA DADO PODER

Efe. 1:16-2:7

 

Introducción:

Las consecuencias inmediatas y directas de lo que decíamos el domingo anterior respecto a la unión ideal del hombre y Cristo cuya principal premisa resultaba la vida eterna, vienen dadas en el día de hoy por la acusada recepción del poder del Espíritu, poder que se manifiesta de forma ordinaria y de manera especial en la Iglesia o Pueblo de Dios. Jesús trajo una nueva filiación, un tipo de parentesco, un vínculo; filiación, parentesco y vínculo que nos viene dado no de carne ni sangre sino, como ya habréis comprendido, de Dios y de su Espíritu. Este nuevo orden de cosas dio como resultado primario el surgimiento de un nuevo pueblo y como secundario, la demostración de un poder a todas luces inalcanzable para aquéllos que no sean del mismo. Y lo que es más importante, este pueblo reconoce a Cristo como Rey y como Cabeza. Y decimos que esto es importante porque en el caso contrario, es decir, en caso de que este pueblo no lo viera así, no lo reconociera, no existiría como tal y si me apuráis más, tampoco Cristo, al menos naturalmente, como el Redentor que conocemos. No debemos ignorar que los miembros del pueblo son súbditos y cuerpo suyo unidos por lazos inquebrantables de amor, caridad, perdón, pero sobre todo por una misma fe y un mismo Señor. Esta filiación espiritual trasciende más allá de los vínculos de sangre y herencia, va más allá de las limitaciones que la sociedad y las leyes mundanas imponen por razones de rango social, nacimiento, posición económica, raza y otros factores que separan a los hombres de los hombres. Este es un pueblo donde la justicia determinada por el amor es la norma de vida. En resumen: Un pueblo donde el Rey y Cabeza es parte inseparable, por eso donde Él está, está su pueblo, y así, sus privilegios y el poder de su gloria, también lo son de su pueblo. Éste, señores, es el pueblo cristiano, el verdadero pueblo de Dios.

El apóstol Pablo ha recibido unos informes elogiosos de los hermanos de Éfeso, 1:15 y no puede evitar que sus pensamientos vuelen hacia el lugar en el que gastó sus primeras energías:

 

Desarrollo:

Efe. 1:16. Sin duda, el apóstol está agradecido a Dios por el fiel privilegio de haber sido el primero en sembrar en Éfeso la buena semilla del Evangelio, y da gracias por los creyentes convertidos a quienes presenta a Dios en sus oraciones. Luego surge ya la primera pregunta: ¿Tienen valor las oraciones intercesoras? Sí, mucho. El mismo Cristo las empleó continuamente dirigidas al mismo Padre. Por otra parte notemos que el apóstol da gracias por ellos y no tanto para ellos. Además da gracias por lo que ya tienen y parece pedir aún más bendiciones espirituales para ellos mediante la citada intercesión. Este concepto vital y progresivo de la vida cristiana es clave en la teología del apóstol y desde luego, no compartida por todas las confesiones: el cristiano, como todo nuevo ser, está llamado a crecer y a desarrollarse. Así el objeto primordial de la oración, aparte del citado, es que sean ellos cada vez más iluminados para ver la grandeza de su vocación, vs. 17-19, en la de la gloria de Cristo, vs. 20-23.

Efe. 1:17. Es decir, el Dios que le envió en carne para que obrara nuestra redención. Jesús mismo llamó al Padre “mi Dios”, Mat. 27:46. Pablo probablemente afirma lo mismo para ayudar a sus lectores puntualizando que el Dios a quién él y ellos acuden en oración es el mismo Señor a quien acudió el propio Cristo, por tanto tenemos la misma fuente de gracia infinita. Pero, al mismo tiempo, y siguiendo el léxico paulino, Él es también el Padre de gloria, Él es el dueño de toda la gloria y le señala como el Señor en su infinita grandeza, excelencia, perfección y majestad que siempre brilla. Ahora viene el deseo de la oración: Que el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría, fijémonos aquí: no se refiere sólo al E Santo, sino al don o carisma que de Él procede, en concreto, en don de la sabiduría, una capacidad práctica para entender los misterios de Dios y sus estupendos planes redentores. Por eso añade: y de revelación en el pleno conocimiento de Él. ¿Cuál puede ser esta revelación? La exacta capacidad de penetración en los secretos divinos. Me explicaré: la revelación descubre los misterios de Dios y la sabiduría los interpreta y explica, ambas cosas se complementan mutuamente para alcanzar un mejor conocimiento de Dios. Por el contexto sabemos que Pablo ora por un conocimiento profundo y cada vez más perfecto del propio misterio de Dios, porque sabe que el conocimiento cristiano no consiste en ciertas confesiones y fórmulas doctrinales impresas en la memoria, en ciertas razones o comprensiones intelectuales o, incluso, en ciertos aspavientos místicos, sino en una experiencia viviente y en un constante y fiel crecimiento de la verdad salvadora que nos ha sido dada por medio de Cristo.

Efe. 1:18. Habiendo sido iluminados los ojos de vuestro claro entendimiento, en otras palabras: teniendo despiertos, abiertos, los ojos de vuestro corazón. Porque por “corazón” entendemos el centro, el asiento de los sentimientos y también, n especial, el de la inteligencia y la voluntad. Así, atentos por la acción externa e interna de Dios, a ese alumbramiento extraordinario, podemos llegar a conclusiones que de otro modo nos serían del todo imposibles: Para que conozcáis cuál es la esperanza a que os ha llamado. Esperanza que corresponde al hecho de haber sido llamados por Dios, por medio del cual nos ha hecho suyos. De donde se desprende que este llamamiento nos ofrece una esperanza respecto al futuro, y hemos de percibirla, de gustarla en nuestros corazones de tal forma que hagamos nuestras su fiel sustancia y certidumbre, apurando hasta la última gota del vaso de posibilidades que encierra tamaña certeza. ¿Hasta qué punto es grande esta esperanza? En primer lugar es infinitamente mayor que todas las demás experiencias humanas y en segundo, debe dar pie, y de hecho lo da, al objeto o sustancia de la misma que no es otra que la última parte del v: Cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos. ¡Ésta y no otra es nuestra esperanza!

Veamos ahora en que consiste el balance de la misma: En primer lugar, tenemos una enorme riqueza indicativa de número y abundancia. La gloria tiene sentido de peso y de objetividad, de realidad. Así que tenemos que esta herencia, motivo de aquella esperanza, tiene gloria, y la gloria guarda riquezas inexplicables que sorprenden hasta los redimidos santos.

Efe. 1:19. No se refiere a otra cosa que a la obra de gracia que Dios está desarrollando y desarrollará en nosotros los creyentes de acuerdo a su poder absoluto.

Efe. 1:20. El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos, la misma potencia que hizo posible su ascensión a los cielos y su ubicación a la derecha del Padre, está a nuestra disposición. Lo sabemos, todos lo podemos ver en nuestra propia experiencia. Mas, por otra parte y casi al mismo tiempo, esa resurrección y ascensión son causas ejemplares, son tipos, de lo que Dios ha de hacer en nosotros. Porque la obra de la redención y del poder de Dios en nosotros se completará indudablemente en la bendita resurrección final, donde el hombre completo será glorificado, siguiendo la misma premisa aducida por Cristo en Juan 14:3, en el sentido de que dónde esté Él, allí estará su pueblo.

Efe. 1:21. Cristo es mucho más alto que todas las categorías y rangos terrenos y celestiales, Rom. 8:38, 39. Jesús es el Rey de reyes y Señor de Señores, Apoc. 19:16. Pero además, cuánto más alto en su honor, tanto mayor es el de su pueblo porque forman un todo ejemplificados en la figura de un cuerpo que le deja el honor de ser la Cabeza.

Efe. 1:22. Este es el lenguaje del Sal. 8:6. Aunque allí se refiere al hombre como gobernador de la tierra, aquí se aplica a la santa supremacía y a la excelencia de Cristo sobre todo, en un sentido absoluto. Luego añade: Lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia; literalmente: Lo ha dado por cabeza, por encima de todo, a la Iglesia, como un regalo o un don. Y en este caso, por cabeza entendemos no sólo su dominio sobre nosotros, sino nuestra unión con Él, por lo tanto, al verlo a la diestra de Dios, nos vemos a nosotros mismos en el cielo, Apoc. 3:21. Porque la Cabeza y el cuerpo no viven separados.

Efe. 1:23. Es decir, parte inseparable de Cristo, su cuerpo místico y espiritual. No puede haber resquicio alguno, ambos, Cabeza y cuerpo, viven por estar unidos entre sí y morirían en caso contrario. Por otra parte, plenitud es lo que está lleno por lo que estar Él en nosotros equivale a llenarnos pero con contra, nuestro estar en Él, equivale a que nosotros le llenemos. Del mismo modo que la vid tiene su plenitud, su justificación, y nos atreveríamos a decir, su razón de ser, en los sarmientos y en las uvas, Cristo no puede tener plenitud en nada sino en los buenos cristianos, su Iglesia.

Efe. 2:1. Caso extraño. Aquí está roto el hilo del pensamiento. Pablo les recuerda ahora lo que ellos eran y lo que Dios está haciendo en estos momentos. Así, los vs. 2 y 3 son pues, a modo de paréntesis, y la idea central se reanuda en el v. 4. De paso, diremos aquí que esta muerte no es física, sino espiritual, es decir, la separación de Dios como quedó demostrado el domingo anterior.

Efe. 2:2. Por andar entiende la Escritura la forma de vivir diaria. Y se refiere sin duda, a los pecados en los que hemos vivido en el pasado. Además, es curioso, lo hacíamos sin ningún esfuerzo, siguiendo la corriente de este mundo, es decir, todo el curso o sistema actual de este siglo o edad como opuesto a la edad o siglo venidero que antes citábamos. No debemos ignorar que este siglo malo y corrompido, alejado de Dios es a causa y conforme al príncipe de la potestad del aire, referencia obvia a Satán que está guiando el curso del mundo, 2 Cor. 4:4. Es paradójico que a esta clase de muertos se les describa andando. Todo el que está separado de Cristo está muerto y anda dominado por el diablo. Aquí a Satanás también se le describe como espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, es decir, unos hijos que se caracterizan por la desobediencia y la rebeldía a todo lo que es divino en contraste con la energía y potencia desarrollada por los hijos de luz.

Efe. 2:3. No nos engañemos, nosotros antes de la conversión, pertenecimos al grupo de los infieles andantes conforme a los dictados de la carne, referencia obvia a nuestra naturaleza caída y depravada, que nos gobernaba completamente. Esta naturaleza depravada no produce otra cosa sino deseos y apetitos falsos y pecaminosos que demandan satisfacción sin cuento, por eso vivimos haciendo la voluntad de pensamientos y de la carne. Y los deseos y pensamientos conducen inexorablemente a hechos. El hombre carnal es esclavo de sí mismo e incapaz de salvarse por sí solo. Éramos por naturaleza hijos de la ira lo mismo que los demás, es decir, antes, por nacimiento y crecimiento físicos éramos rebeldes y, por lo tanto, merecedores del castigo y condenación, al igual que los que ahora siguen en rebeldía.

Efe. 2:4. Este es el contraste redentor entre los que una vez éramos y lo que somos ahora por la gracia divina. Dios muy rico en misericordia viene en auxilio del pecador por su gran amor con que nos amó, literalmente, a causa de su gran amor con que nos amó, es decir, este amor fue la causa y motor de nuestra salvación.

Efe. 2:5. Estando nosotros muertos en pecado, como decíamos antes, dominados por la carne y sin Cristo, nos dio la vida con Él. Esto es difícil. Indica mucho más que una semejanza o un juego de palabras: Jesús murió y resucitó físicamente, nosotros morimos o moriremos y resucitaremos espiritualmente. Esta frase juntamente con expresa poderosamente una conexión vital, la de causa efecto. El cristiano está unido con Cristo como el cuerpo a la Cabeza y donde está uno, ya lo hemos visto, está la otra. Por gracia sois salvos, este paréntesis expresa dos ideas: (a) El estado de salvos como cosa echa, cumplida, realizada ya, Juan 3:14, y (b) el modo como hemos logrado esta salvación, regalo de Dios debido a su misericordia y amor.

Efe. 2:6. Pablo nos corrobora magistralmente que hemos sido identificados con Cristo, no sólo en su muerte, Rom. 6, sino en su resurrección y ascensión a la diestra del Dios Padre. Una palabra más sobre este v: el ve sentar indica la posición que ocuparemos en Cristo como formando parte de una redención y una victoria consumadas.

Efe. 2:7. Con el fin de presentar en los tiempos que siguen, tanto en el presente como en el futuro, la plenitud de su amor y misericordia. Por donde, una vida redimida y salva ahora mismo ya está mostrando la inconmensurable benignidad de Dios en Cristo, porque por todas nuestras bendiciones se concentran y convergen en Él.

 

Conclusión:

Demostremos ahora mismo levantando el brazo cuantos de nosotros tenemos esa potencia y deseos de gastarla intercediendo quietamente en nuestras casas por aquellos que aún andan conforme al príncipe de la potestad del aire.

Amén.

 

 

 

 

060291

  Barcelona, 26 de enero de 1975

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128 UN PUEBLO QUE ADORA

Hech. 2:42-47; 1 Ped. 4:7-11

 

Introducción:

De nuevo tenemos ante nosotros el tema tantas veces debatido de la adoración dominical y congregacional. Si tuviéramos que decir o señalar la razón del por qué estamos ahora aquí, muchas serían las respuestas: Obligación, negocios, compañerismo, intereses personales, respetabilidad, miedo, frustración, poder o satisfacción espiritual. De todas las razones apuntadas y a pesar de que el buen compañerismo, la necesidad espiritual de poder testificar y la fiel y propia satisfacción personal son motivos perfectamente buenos para venir al templo, ninguna cumple a la perfección con todos los requisitos básicos del NT. El motivo principal que nos debe mover no es otro que el adorar a Dios. Sí, la adoración es el culto de fiel alabanza que el hombre eleva a Dios. Esto está claro pero, ¿cuál es el espíritu de esta culto? ¿Qué quiere significar? En primer lugar en el culto resaltamos la grandeza y santidad por parte de Dios y en segundo, la impotencia y miseria de parte nuestra, puesto que el hombre no halla el verdadero propósito de su vida sino cuando vuelve su vista y corazón a Dios. Pero esto parece pertenecer al reino de la teoría, puesto que dedicar todo el día al Señor, a su cara y completa dedicación muy pocos lo hacen. Todos o casi todos de nosotros padecemos del llamado “mal del domingo”. Los síntomas son bien curiosos: No dura más de 24 horas. No afecta al apetito ni a los ojos por lo que aún se puede leer el periódico o ver la sufrida televisión. No se llama al médico, por lo que después de varios ataques este mal puede llegar a ser crónico. Por lo general, el malo o el paciente se levanta bien, desayuna bien y luego viene el ataque aludido. Una vez pasado el domingo, durante la semana, parece estar curado hasta la próxima vez. Cuando este cuadro se repite una y otra vez, ¿a quién estamos engañando? ¡A Dios! Seamos sinceros. El pueblo cristiano es una comunidad de adoración pues está constituido por personas que no sólo reconocen a Dios como Señor Absoluto y Supremo, sino que le han aceptado como Señor y Dueño de sus vidas, Hech. 4:24.

Veamos el ejemplo que nos da la Iglesia primitiva:

 

Desarrollo:

Hech. 2:42-47. Esta es la vida en comunidad, en adoración, de los creyentes del primer siglo: ¿Cuál era la doctrina de los apóstoles? Sus enseñanzas, esto es, el resumen de las de Jesús junto a la viva proclamación de la vida, muerte y resurrección de Cristo. En otras palabras: todo aquello que el hombre necesita para ser salvo. ¿Qué tenían en común? ¡El compañerismo y la hermandad cristianas! ¿Eran sólo cosas materiales? No. Dice el v 42 que comulgaban incluso en las oraciones. ¿Qué disposición tenían los creyentes? Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas y vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. ¿Es ésta la 1ª sociedad comunista de que tengamos historia? No. El comunismo obliga al rico a dar lo que tiene y el cristianismo hace que el salvo rico diga a su hermano: ¡Toma lo que tengo! Debemos notar en esta disposición algo muy importante: (a) No había obligación ni ley alguna sobre la venta de los bienes y la entrega del dinero, 5:4, sino que cada uno de ellos obraba espontánea y voluntariamente movido sólo por el amor fraternal y (b) este compartir cristiano se limitó a los años iniciales de la Iglesia de Jerusalén y no pasó a otras cuando el Evangelio fue llevado más allá de Judea. Pero sí sabemos que el amor debe vencer al egoísmo ayudándonos a hacer o realizar obras similares a las de la primera Iglesia en cuanto a su espíritu y poder se refieren.

¿Qué evidencias habían del poder y la presencia de Dios? Y muchas señales y maravillas eran hechas por los apóstoles… Y el Señor añadía cada días a la iglesia los que habían de ser salvos. En la actualidad, ¿le falta poder a nuestro Dios? No, veamos algo: ¿Sentían ellos la necesidad de actuar por Él o actuaba Dios por medio de ellos? Esto último: ¡Dios actuaba por y a través de ellos! ¿Cuál es la diferencia? Lo segundo depende de la sabiduría de Dios y lo primero de la voluntad del hombre. ¿Tiene este texto una aplicación en la actualidad? Claro, siempre que estemos alabando a Dios en el hogar y fuera de él, en nuestra vida privada y en la pública y, en especial, en la Iglesia, tendremos como resultado la realidad de una de las mejores promesas de que disponemos en el día de hoy: ¡El Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos! Eso es todo. El Señor añadirá a la Iglesia los que deben ser salvos.

  ¿Cómo podemos hoy mantener vivo este fuego, este celo que hacían gala los cristianos primitivos? La respuesta la encontramos en el reto que nos lanza Pedro en su maravillosa epístola.

1 Ped. 4:7. Mas el fin de todas las cosas se acerca, el juicio del que habla no es un asunto vago y sin importancia, este juicio está a la puerta. La segunda venida de Cristo, pues éste es el fin al que se refiere el apóstol, Stg. 5:8, está cerca, está tan cerca que, en cierto sentido, ya está presente. El Señor vendrá como ladrón de noche, está ya listo para juzgar al mundo en cualquier momento, 1 Jn. 2:18, es sólo la paciencia y la misericordia de Dios y su deseo de que se predique el Evangelio a todas las naciones, lo que induce a extender el plazo. De esta presencia inminente del juicio final, Pedro deduce consecuencias de orden moral para la vida cotidiana de los creyentes: Sed, pues, sobrios, literalmente esta construcción gramatical indica a la vez la idea de una cabeza fresca y despejada y una mente equilibrada. Esto es, la sensatez y la ecuanimidad, contrarias a la locura tan presente en nuestro siglo. Un cristiano no debe perder la cabeza, sino todo lo contrario, debe tener en todo momento una mente lúcida tonificada por la influencia del Señor. Velad en oración, es decir, que debe recurrirse a la oración como la fuente de poder y de equilibrio espiritual, pues esto contribuye a lograr una buena calidad de vida.

1 Ped. 4:8. Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados, se trata del amor divino, ágape, como el 1 Cor. 13, amor que pasa por alto todos los pecados y agravios de los otros. Sólo esta clase de amor está listo a perdonar verdaderamente y a pasar por alto las debilidades y hasta las imperfecciones de los demás. Esto no significa encubrir ciertos pecados, sino caridad y paciencia para con el hermano con algunos problemas. El que ama, ora por el hermano caído y le desea el fiel perdón de Dios. Así estos “pecados” de los demás, como resulta de Prov. 10:12 de donde se sacan estas palabras, debe entenderse respecto al prójimo, no respecto a Dios. Cubrir las faltas de un ser humano es, en este sentido, ocultarlas a otros, perdonarlas y hasta olvidarlas si han sido cometidas contra nosotros.

1 Ped. 4:9. Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones, en forma literal, “amar a los huéspedes sin murmurar.” Hay en esto un darse a sí mismo y lo que uno tiene con gozo. La honrada hospitalidad era una virtud sagrada para los judíos, los griegos y los romanos, lo mismo que lo fue para los cristianos primitivos y este v resulta una buena muestra de ello.

1 Ped. 4:10. Un “don” es un “carisma”, una gracia, algo que se recibe gratuitamente de Dios. Los dones no son para beneficio de uno, privados y exclusivos, sino que son propiedad común, por lo que nunca podremos jactarnos de tenerlos.

1 Ped. 4:11. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios, esto es, si uno enseña o predica debe anunciar únicamente la palabra o el mensaje de Dios y no sus propias opiniones, porque no es otra cosa que un instrumento o vehículo por el Dios habla. Jesús mismo fue un buen ejemplo de lo que estamos diciendo: Juan 12:49. Si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, el verbo ministrar significa desempeñar una misión o un ministerio. El que presta un servicio cristiano como el de ayudar a los necesitados, debe tener conciencia de que los recursos de que dispone se los da Dios mismo para administrarlos, por tanto debe servir bajo la dirección del Espíritu para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo. El uso de todos los dones espirituales ha de tender a la gloria del Padre por la mediación del Hijo, esto coloca todas las actividades cristianas en un nivel muy alto. Pablo dice en forma más clara: Si pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios, 1 Cor. 10:31.

 

Conclusión:

He aquí el blanco ideal para todas las actividades del hijo de Dios. Por Cristo descienden a nosotros todas las bendiciones y también por Él ascienden nuestras alabanzas al Padre. Por eso, sólo por medio de Cristo puede el Señor ser glorificado en nosotros y en nuestros dichos y actos. A quién pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

 

060293

  Barcelona, 2 de febrero de 1975

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129 UN PUEBLO QUE SIRVE

1 Ped. 2:9; 2 Cor. 8:1-7; Stg. 2:14-17

 

Introducción:

El domingo anterior se planteó el problema siempre inquietante del diezmo o la forma ideal de dar. Incluso nos preguntamos si en el caso de conocer necesidades en tierras lejanas cuál debería ser nuestra actitud y si debiéramos encauzar esta ayuda a través  de la Iglesia o hacerla, llevarla a cabo, de una forma particular. Se nos contestó que tocaba a la organización el administrar sus bienes ya que ha sido creada para desarrollar un ministerio de servicio a la humanidad entera en general y al foco catastrófico en particular y que lo único que podíamos hacer, si la Iglesia no había tenido ese conocimiento, era el denunciarlo, el darlo a conocer y en suma, apuntar todas nuestras fuerzas en esa dirección.

Sabemos que la Iglesia neotestamentaria siente primordialmente un imperativo misionero seguido de un marcado e innegable deber social, porque no podemos negar que la Iglesia ha sido enviada al mundo tal y como lo fue su Cabeza y Señor. Y como Él obró la fiel salvación del mundo en su ministerio terrenal asumiendo para ello plenamente nuestra humanidad y solidarizándose con nuestros problemas y necesidades, así la Iglesia ha sido puesta en el mundo para realizar en el mismo un ministerio integral. De donde se dice o desprende el hecho de que ninguna necesidad humana debe serle indiferente o despreciable. Esta es la hermosa lección, la tremenda lección de hoy: en medio del mundo caracterizado por el egoísmo y la soberbia, el pueblo cristiano debe servir al prójimo en palabra y obra movido por el amor de Dios que necesariamente fluye en el corazón de todos y cada uno de los creyentes.

 

Desarrollo:

1 Ped. 2:9. Mas vosotros sois linaje escogido; la palabra escogido es en gr. la misma traducida por elegidos en 1:2, cuando se nos dice que los extranjeros y dispersos son fortalecidos continuamente en su aislamiento por el pensamiento de saberse escogidos por Él. Así de entrada, se nos hace referencia, marcada en toda la 1ª Epístola de Pedro, de la parte que ha tomado Dios en nuestra seria y propia conversión y en el estado actual de cristianos. Parte que si bien aquí queda algo difuminada por la idea sobresaliente que se desprende de la palabra “linaje”, no es así en el mencionado v. 2 en el que el apóstol se extasía con la idea de la raza elegida, que si bien para la judíos era inevitable y global, para los cristianos la elección de Dios se había hecho particular manifestada por el serio y marcada llamado de Dios en su gracia, según su presciencia por citar palabras de Pedro, presciencia que dirige y selecciona cada una de las almas. Pero debemos entenderlo bien, esta presciencia de Dios no es sólo su conocimiento anticipado y pasivo de lo que pasará, sino su voluntad determinada y su amor. Se ha traducido este término empleado por el apóstol así: según determinación tomada de antemano. Y esto es claro, este carácter activo de la presciencia o predestinación divinas resulta de numerosas citas o declaraciones de las Escrituras, 1 Ped. 1:20; Rom. 8:28, 29; Efe. 1:5, entre otras, y es la base en la que se apoya el cristiano para tener la certeza de su positiva salvación puesto que sabe que por sor obra iniciada por Dios debe tener un final innegable, Fil. 1:6.

En cuanto a la idea que aludíamos antes respecto de la palabra “linaje”, debemos añadir que se refiere a una raza o clase especial y también a un cuerpo orgánico con una vida y origen comunes. Veamos: Ya hemos dicho que los cristianos hemos sido escogidos por Dios y esto implica responsabilidad puesto que nuestros émulos, el pueblo de Israel tantas veces comparado, a pesar de que también fue escogido en su día expresamente para que por él Dios pudiera bendecir a todas las naciones del mundo, fracasó en su fiel cometido por perder de vista su verdadero Norte y Guía. Pero en este nuevo orden de cosas, no tan sólo el individuo, sino la Iglesia cristiana ha sido llamada a la obra gloriosa de ser el conducto de la bendición divina para la humanidad y por lo tanto han recibido el marchamo especial de real sacerdocio, es decir, que son reyes y sacerdotes. Sabemos que estos dos oficios estaban delimitados y separados en Israel y cuando, por ejemplo el malhadado rey Uzías procuró e intento unirlos, fue echado del templo con la fatídica marca de la letra en su frente. En Cristo fueron definitivamente unidos, Apoc. 1:6; 5:10. Y porque Él es Rey y Sacerdote, también lo somos los cristianos porque, ya lo dijimos en otra ocasión, en un sentido tenemos las mismas prerrogativas que Él. Como sacerdotes adoramos directamente a Dios e intercedemos por otros a través de nuestras oraciones y como reyes regimos a los hombres puesto que usamos de nuestra libertad de anunciar o negar el evangelio. Claro, naturalmente, este privilegio de la realeza no nos viene dado por la herencia, sino por la adopción.

A continuación, Pedro llega al clímax de nuestra definición: nación santa. Si bien en Éxo. 19:6 estas palabras se refieren sin duda a Israel, aquí Pedro las aplica al pueblo espiritual, al pueblo cristiano como una comunidad apartada y separada para adorar y servir a Dios y como consecuencia, para llevar una vida basada en los principios de Cristo.

Pueblo adquirido por Dios, comprado por Dios como propiedad particular y exclusiva, Mal. 3:17. En otras versiones la frase viene traducida por aquella: un pueblo en adquisición o destinado para ser adquirido completamente por Dios. Las tres definiciones son correctas y caben aquí, puesto que si las dos últimas condicionan un futuro denotan ya un deseo y una entera posesión real actual. Queda por indicar el precio que ha pagado en esta transacción: La sangre de su Hijo ha sido el precio pagado por Dios para adquirir este nuevo pueblo, Hech. 20:28.

Ahora bien, ¿para qué hemos sido comprados como pueblo dejando aparte la salvación personal? Para que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Así el propósito o fin de nuestra elección sería el de proclamar  y testificar acerca de las excelencias y maravillas de Dios como pudieran serlo su gracia y su amor. El hecho de que Él, con una gracia inmensa, ha llamado a sus hijos de las tinieblas, Efe. 5:8-14; Col. 1:12, de la ignorancia, de la condenación, a una luz que el propio apóstol llama admirable, asombrosa, debe verse e interpretarse como el ardiente deseo de publicar lo que ha hecho para ellos, a fin de que otros también participen en el reino de ellos y como ellos. 1 Jn. 1:5 nos dice que la luz maravillosa o admirable, es Dios mismo y que para llevar ante Él a los que aún están bajo el reino de las tinieblas deben los hijos de luz , de Dios, anunciar sus virtudes, es decir, sus perfecciones, su justicia, su santidad y su amor. ¿Cómo se nos invita a hacer tal cosa? Por nuestras obras, Mat. 5:16, por nuestra vida y por el testimonio de nuestra palabra. Así, bajo estas premisas y sin olvidar que hemos puesto adrede delante la demostración de nuestras obras por ser el barómetro verídico de nuestro espíritu, veamos que nos depara el resto de la lección:

2 Cor. 8:1. Pablo excita la generosidad de todos los corintios señalándoles el ejemplo de sus hermanos de Macedonia, los cuales en condiciones menos favorables dieron muestras de admirable generosidad; además, y no podemos dejar de resaltarlo, esta fiel y admirable liberalidad de las iglesias de Filipos, Tesalónica y Berea es atribuida justamente a la gracia de Dios. En otras palabras, fue la bendita presencia de Dios moviéndose en los corazones de los miembros, la fuerza motriz que los capacitó para ser instrumentos de las bendiciones y de la misma gracia de Dios a otros.

2 Cor. 8:2. Sabemos que Macedonia estaba sufriendo en aquellos días los funestos resultados de las guerras civiles que ocasionaron una pobreza espantosa. Además, los creyentes especialmente, eran víctimas constantes de las amenazas y vejaciones de parte de los judíos, 1 Tes. 2:14, 15. Pero cuánto más grande y enormes eran sus aflicciones, tanto mayor era la abundancia de su gozo. Era un buen ejemplo para los corintios… y para nosotros: En estos hermanos la aflicción produjo gozo y la pobreza produjo riqueza.

2 Cor. 8:3. Lo que demuestra que el apóstol estaba al tanto de la situación material real de estos hermanos y viene a decirnos que dieron mucho más de lo que normalmente hubieran esperado dar.

2 Cor 8:4. Tomando este v en conexión con el anterior, vemos que no sólo se excedieron a sus fuerzas en sus contribuciones sino que, de su propia iniciativa y voluntad, sin mediación alguna de Pablo, solicitaron insistentemente el honor de tomar parte en la colecta con destino a los santos, pobres, de Jerusalén porque, a la vez, también era un servicio al Señor.

2 Cor. 8:5. Y no como lo esperábamos, por causa de la situación que hemos descrito, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, esto era y es importante. Se habían entregado y también consagrado íntegramente y sin reservas a Dios y a su causa. Y luego a nosotros por la voluntad de Dios. Está claro, movidos por la voluntad de Dios se pusieron bajo la dirección de Pablo y sus colaboradores para llevar a cabo la acción de servicio.

2 Cor. 8:6. Animado por la generosidad de los macedonios por una parte, y por otra, dadas las buenas disposiciones de los santos cristianos y Corinto después de la visita de Tito, Pablo se decide a enviarle de nuevo a la ciudad para que lleve a feliz término la sana colecta que en su día había iniciado el propio colaborador de Pablo.

2 Cor. 8:7. Palabra de encomio y alabanza reales puesto que, en efecto, ellos tenían mucha fe y confianza en Dios. Eran constantes y firmes en palabras, en la enseñanza y la predicación. Profundos en ciencia, en conocimiento y en sabiduría. Siempre dispuestos, en toda solicitud, listos para colaborar en todo esfuerzo digno, sano y bueno. Y pródigos en vuestro amor para con nosotros, Pablo está seguro que los hermanos de Corinto le aman a él y a sus acompañantes. Por tanto, consecuentemente, abundar también en esta gracia, en la gracia de dar. No lo pueden evitar, deben darse a los demás porque es una forma de realizarse, de proyectarse hacia sí mismos, hacia los demás y hacia la eternidad. Y ahora viene a cuento aquello que decíamos el domingo anterior, ¿en qué cuantía debemos dar? ¿El diezmo? Dejemos que Pablo nos conteste: Han dado conforme a sus fuerzas y aun más allá de sus fuerzas.

Stg. 2:14. Santiago remacha la idea paulina y si en el contexto anterior, de su epístola, combate las tendencias farisaicas de algunos cristianos, ahora penetra más directamente en el problema y viene a decir que la fe no es cosa tan sólo de palabras, sino de hechos, que la ausencia de las obras demuestra la ausencia de la fe verdadera, de esa fe que nos une a Cristo para salvación. Luego levanta la eterna pregunta: ¿Podrá la fe salvarle? La pregunta en el original anticipa una negación como respuesta. ¡Cuidado! Aquí rezuma el pensamiento de Jesús en Mat. 7:21 en el que parece señalar que la fe sola, sin obras, no puede salvar, pues que esto y no otra cosa parecen significar las palabras: No todo el que dice Señor entrará en el Reino de los Cielos… Y la voluntad del Padre es que la verdadera fe se traduce en vida, en vida santa, amorosa, gozosa y fértil.

Stg. 2:15, 16. Para hacer más clara la idea el autor ahora cita un ejemplo en el cual toma como sujeto el elemento más cercano que tiene a mano: un miembro necesitado de su propia comunidad cristiana. Y si alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, el hermano es despedido con mucha simpatía, pero vacío. La idea de Santiago al incluir esta buena ilustración es resaltar la importancia de la fe aludida anteriormente, una fe estéril, una fe de boquilla. Ahora bien, ¿de qué aprovecha? De nada ciertamente y no nos referimos sólo al necesitado a quien van dirigidas estas palabras, sino al propio dueño de esa fe hueca, porque el que practica este tipo de fe vive engañándose a sí mismo y resulta perjudicial para la comunidad cristiana en la que vive o desenvuelve. Y es perjudicial porque es un estorbo para los que de verdad desean vivir la fe verdadera ratificada con los frutos del E Santo a través de ellos.

Stg. 2:17. Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma, porque un mero hombre cristiano sin obras de piedad posee tan poca sustancia y vitalidad como una hermandad sin obras de caridad. Fijémonos que las obras aquí aludidas no son agregadas a la fe como algo externo o superficial, sino que salen de ella como los retoños de una semilla viva. Una fe sin obras en muerta en sí misma, en su principio y razón de ser y en sus efectos. Hasta sus raíces están muertas porque de fe no tiene más que el nombre.

 

Conclusión:

Definitivo: Si bien es cierto que las obras no salvan, también lo es que son demostrativas de que su autor tiene o no la genuina fe en Cristo.

 

 

 

 

060294

  Barcelona, 9 de febrero de 1975

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130 EL RESUCITADO

Juan 11:35

 

Que el mundo es conmovido por brotes o focos máximos de dolor es evidente, y aunque sólo merezcan titulares más o menos claros y elocuentes en la prensa diaria, el hecho es sintomático. El hombre siente el dolor y lo siente de forma intensa, aguda, afilada, cortante e individualista. Nace con dolor y muere con dolor. Varios miles de artículos, kilos de papel y litros de tinta, han sido dedicados al tema definiéndolo, descubriéndolo, encauzándolo, pero casi nunca anulándolo. Cierto, y necio sería negarlo, que se han conseguido unos logros espectaculares, pero estos no han sido más efectivos que aquellos que defraudaron a sus ejecutores aunque, hemos de reconocerlo, hayan conseguido mitigarlo y si acaso una causa desaparece, otra más nueva y poderosa viene a ocupar su puesto.

El dolor es innato en el hombre y Jesús, humano hasta la médula, lo entendió muy bien, tanto es así, que lloró con los que lloraron y lloran con los que lloran.

Un amigo ha muerto en su ausencia y sus hermanas conmueven su espíritu con el sentimiento de creer que estando con ellas nunca hubiera ocurrido tal cosa. El cuadro no puede ser más crítico: Una muchedumbre de amigos y curiosos son testigos de las lágrimas de Jesús, lágrimas que no se nos antojan especiales por ser humanas, lágrimas demostrativas de dolor y simpatía. Nos explicaremos: Si bien en el v. 33 está una palabra que significa llorar con los ojos y la voz; es decir, con creación de sollozos; aquí, en el v. 35, hay un término diferente cuyo sentido es traducido por verter lágrimas silenciosas, amargas, solitarias, que corren por el rostro de Jesús provocadas, sin duda, por una profunda, dura y dolorosa simpatía por sus amigos agarrotados por el dolor, v. 36.

Por otra parte la escena está cargada de amor y en presencia de la misma no podemos por menos que pararnos un momento tratando de adivinar la emoción que embargo a Aquel que ha sido hecho semejante a sus hermanos en todas las cosas, incluso en los raros pensamientos que podrían  poner en duda la necesidad del dolor. Y tiene un papel que cumplir. Es Sacerdote misericordioso y no nos puede extrañar el saber que tiene compasión de nuestras debilidades porque ha sido contado entre nosotros, Heb. 2:17 y ha sido tentado como nosotros, Heb. 4:15 aunque, eso sí, con una gran diferencia: No conoció pecado y por lo tanto fue encontrado apto para llevar a cabo no sólo la intercesión por nosotros a causa de nuestro dolor, sino nuestra salvación producida al contestar de forma afirmativa el imperativo de su voz: –¡Lázaro, ven fuera –y Lázaro salió, al igual que nosotros lo hicimos en su día, de las tinieblas a la luz admirable.

Ante esa enorme carga de humanidad y divinidad mostrada por Jesús, ¿vas a quedarte para siempre bajo las tinieblas que limitan la losa de tu sepulcro ambulante? ¿No debiéramos responder todos de forma positiva rompiendo las cadenas de dolor y muerte que nos tienen amordazados? Jesús está llorando viendo tu estado, ¿vas a permitirlo? Hoy puedes oír su voz… tal vez mañana el mundo atrofie tu “trompa de Eustaquio” y ya no te sea posible. Acude al médico divino mientras estés a tiempo. Es un consejo fiel, el consejo de un “resucitado”, un consejo de

 

 

 

 

060295

  Barcelona, 15 de febrero de 1975

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131 UN PUEBLO RECONCILIADOR

2 Cor. 5:16-21; Gál. 6:1-7

 

Introducción:

El apóstol Pablo en su carta a los Gálatas, dice: La Ley ha sido nuestro ayo para llevarnos a Jesucristo, 3:24. Es decir, todas las prescripciones morales y rituales que ella hacía gala no fueron dadas para ser un fin en sí, sino. como sabemos, para servir de puente a algo superior y distinto: La Ley del Amor. El Señor así lo aclaró. Pablo nos dejó escrito que el cumplimiento de la ley es el amor, porque, naturalmente, el que ama al prójimo cumple la ley, Gál. 5:14; Rom. 13:10. Cristo vino para revelarnos la fuerza clave que puede transformar la vida: el amor, ese Amor con mayúsculas, ese amor que siempre va más allá de la medida exacta del deber. Y es esta nueva ley la que crea hermandad, compañerismo y caridad entre los miembros del pueblo cristiano y entre éstos y el mundo. Se cuenta de un matrimonio separado que a la muerte de un hijo se encuentran como por casualidad ante la tumba abierta. Su primera reacción fue ignorarse, pero el dolor común fue más fuerte que su indiferencia y empezaron a interesarse el uno por el otro. Así, fue necesaria la muerte de un hijo común para que fuera real una reconciliación y se dieran una nueva oportunidad. De igual modo fue necesaria la muerte de Cristo, el Hijo de Dios para que pudiera realizarse nuestra propia reconciliación.

Este es el tema de nuestra lección, (lección que ya fue estudiada el 23/9/73), de esto habla Pablo en 2 Cor. 5:16-21.

 

Desarrollo:

2 Cor. 5:16. Leer: De manera que nosotros, de aquí en adelante, a nadie conocemos según la carne, desde que nos entregamos al Señor. Es decir, según sus relaciones meramente mundanas y externas, Fil. 3:4, como distintas de lo que uno es según el Espíritu, como nueva criatura, v. 17. Por ejemplo, las distinciones y barreras entre un judío y un gentil, un rico y un pobre, esclavo o libre, instruido o ignorante, negro y blanco, se pierden de vista en la vida superior de aquellos que están muertos en la muerte de Cristo y vivos con Él en la vida nueva de su resurrección, Gál. 2:6; 3:28. Y aún si a Él conocimos según la carne, ya no le conoceremos así. Pablo no quiere decir que antes de su conversión había conocido a Jesús de forma personal, en su vida física, sino que el concepto que él tenía era el de la mentalidad rabínica, la de un Cristo político, social y temporal. Pero ya convertido, ya no le conoció en carne ni sangre, Gal. 1:16. En otras palabras: Quien conoce a Cristo muerto por nuestras ofensas, no le conoce según la carne porque ya le adora como un ente resucitado para nuestra propia justificación y debida reconciliación. Desde luego, las dos fases de la vida de Cristo son inseparables y su muerte fue el cumplimiento de su vida perfecta y justa acorde siempre con la ley de sus padres, y Pablo, a pesar de su teoría en contra, está perfectamente de acuerdo con esto, como podemos ver en 1 Cor. 1:2. Quizá, en el v que estamos estudiando, nos encontramos que Pablo tiene una intención algo solapada de polémica contra sus adversarios judaizantes de la fiel Corinto, que se jactaban de sus relaciones personales con Cristo o que elevaban a los otros apóstoles por encima suyo por el simple hecho de haber conocido a Jesús en persona.

Así, si lo analizamos con cuidado, podemos afirmar que les lleva esa ventaja. A los doce les convenía que Cristo se fuera para que viniese el Consolador y conocer al Maestro en su aspecto superior y espiritual sin olvidarnos de su poder vivificador experimentado de entrada por el propio Pablo, de golpe, de una sola vez, en el camino de Damasco, haciéndole exclamar:

2 Cor. 5:17. Así que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; hay en cada cristiano, desde luego, una segunda creación y, por lo tanto, una transformación que se proyecta hacia una nueva y santa criatura. Su vida natural, sobre la que reinaba el pecado, ha muerto y Dios ha creado en él una nueva existencia, llenando el vacío ocasionado, cuyas manifestaciones son opuestas a las del viejo hombre: Pensamientos, afectos, deseos, necesidades, gozos, penas, temores y esperanzas: Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas. Virtualmente, el apóstol parece decir que todo ha sido hecho nuevo, puesto que la obra de Dios una vez empezada, no puede sino terminar perfecta, Fil. 1:6.

2 Cor. 5:18. Esta vida nueva, sus frutos, todo lo que tenemos y tendremos, todo lo que somos y seremos, todo es un don gratuito de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, en otras palabras: el medio por el cual nos abrió esta inagotable fuente de gracias es la reconciliación que Él mismo ha realizado en Cristo. Pero aún hay más. Nos dio el ministerio de la reconciliación. De ahí que el creyente, al reconciliarse con Dios mediante la fe, tiene la premura, la urgencia, de participar en la reconciliación de otros, puesto que de otro modo, ésta no sería completa pues continuamos la obra que Dios mismo ha iniciado en nosotros a través de Cristo. Así no podemos romper el famoso triángulo de: a) Reconciliación con Dios; b) reconciliación con uno mismo con recuperación de la paz perdida y c) reconciliación con los demás.

2 Cor. 5:19. Este v explica y prueba todo lo dicho en el anterior: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, expresa al mismo tiempo la plenitud de la divinidad del Creador Mediador y la acción de Dios en la obra de Reconciliación. ¿Cómo se encuentra realizada la acción de la reconciliación en Cristo? Por lo normal respondemos: ¡En su muerte! La respuesta está justificada por el v. 21 que luego estudiaremos, en donde el apóstol se explica con claridad, lo mismo que el NT, atribuyendo el perdón de los pecados humanos y la misma reconciliación al sacrificio de la Cruz. Pero para que esta idea sea verdadera y completa, hay que ver más en las palabras paulinas: La reconciliación del hombre con Dios, de Dios con el hombre, del hombre con el hombre, ha tenido lugar, ante todo, en la persona misma de Cristo, hombre y Dios. Él estaba en Cristo Jesús reconciliando al mundo. Sólo así, la creencia de que Dios era Cristo cuando moría en la Cruz, es la única razón capaz unir al hombre con Dios.

A continuación el apóstol expone dos gestos o actitudes divinas que son consecuencia directa de la primera parte del v que ya hemos estudiado: a) No imputándoles sus faltas, perdonándoselas como si nunca hubiesen existido, b) nos encargó a nosotros la Palabra de reconciliación. En donde se ve que Dios mismo ha previsto, por la puesta en marcha de este apostolado, la forma y manera de que la reconciliación fuera anunciada al mundo, objeto y fin de su sacrificio cruento.

2 Cor. 5:20. Así que, de esta forma, naturalmente, somos nuevos embajadores en nombre de Cristo, los mensajeros, portadores y depositarios de la palabra reconciliadora con la autoridad delegada por Cristo mismo, Hech. 1:8. Como si Dios rogase por medio de nosotros una frase que contiene un pensamiento que aún podemos explotar. ¿Qué puede querer decir? ¡Cómo si Dios rogase… por medio nuestro! Ya lo hemos dicho antes, porque Él es quien puso en nosotros la palabra de reconciliación y por eso nuestro testimonio debe ser sincero y tan directo que el mundo piense que es el propio Dios el que ruega por ellos a través nuestro.

¡Cuál debe ser pues nuestro mensaje? ¡Reconciliaos con Dios!

2 Cor. 5:21. Este último v explica el acto divino cuya causa es el motor de la reconciliación de la que nos viene hablando el apóstol. A Aquel que jamás tuvo nada en común con el pecado, cuya vida permaneció siempre pura y santa, Dios, su Padre, le hizo pecado por nosotros. En otras palabras: en Él vio Dios al mundo pecador y lo castigó con su desprecio y abandono, Rom. 8:3; Gál. 3:13. Y esta es la esencia de la justificación y la reconciliación: Cristo es ante Dios lo que nosotros somos y por contra, nosotros nos igualamos a lo que Él es pudiendo ver a Dios cara a cara cuando llegue la hora. Una última palabra para aclarar esta parte de la doctrina de la reconciliación que tantos errores ha provocado en la historia. La doctrina paulina y cristiana está clara: sin embargo muchos han visto en estos vs. la tesis de que la reconciliación es un hecho que sólo tendrá lugar de parte del hombre con Dios, puesto que Él todo amor y misericordia para el pecador, no tiene necesidad alguna de ser reconciliado con el hombre. Pero esto no lo dice Pablo, ni es la doctrina cristiana. Afirmar eso es una simple y pura negación de la justicia de Dios, es atribuirle indiferencia respecto al pecado. Sin lugar a dudas, Dios nos ha reconciliado con él, v. 18, pero es por la obra de Cristo, en quien Dios mismo estaba y porque no tuvo en cuenta el pecado, v. 19, por la sencilla razón de que dicho pecado estaba ya expiado a sus ojos, v. 21. Si la reconciliación no tuviera lugar más que de parte del hombre, no se podría predicar otra cosa que ésta: Que Dios ha revelado su amor, en cuya virtud esta obra es posible. Pero los apóstoles y la Iglesia desde el principio, han predicado que la reconciliación ha sido totalmente realizada sobre el Gólgota y sólo en virtud de este hecho, la predicación actual y la de siempre, tiene la fuerza de consolar y regenerar. Así todos los cristianos tenemos aún una ley que cumplir: La de Cristo, la ley del amor. Y es curioso, esta ley sólo la pueden cumplir aquellos reconciliados que, a instancias del Espíritu, se dan a los demás imitando a Cristo. Y si esto debe ocurrir para con el mundo, ¿qué será en el seno de la Iglesia? El espíritu de esta reconciliación entre los hermanos debe ser tan sublime como lo es el Amor de Dios.

Gál. 6:1. Así, hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, es decir, sorprendido en el mismo acto de cometer el pecado, vosotros que sois espirituales, crecidos y maduros en la fe, dando los frutos del E Santo, en especial, amor y caridad para el hermano en problemas, 5:22, restaurarle con espíritu de mansedumbre considerándote a ti mismo, no sea que también tú también seas tentado, reconociendo que también uno mismo un día podría caer en pecado y necesitar las mismas atenciones de amor. En contra de lo que se cree la mansedumbre es un don del Espíritu, 5:23. Y hay que pensar que si hoy nos erigimos en jueces del hermano, mañana podemos ser acusados implorando justicia restauradora.

Gál. 6:2. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, ¿que puede significar esto? Soportar las molestias que vienen de la pías flaquezas y limitaciones de los demás hermanos incluyendo la idea de ayudar a llevar o resolver los problemas que soportan los demás. Y, ¿todo esto para qué? Para cumplir así la Ley de Cristo. Los gálatas querían una ley y Pablo les sugiere que la tienen en la del amor que es el mandamiento expreso de Cristo. Él dejó dicho que la práctica del amor satisface a toda la ley, 5:14. Fijémonos bien pues que el contenido de este v es una orden, lo cual supone dos cosas: a) el hermano con sus limitaciones, flaquezas y pegas es una carga para nosotros, y b) nosotros somos también una carga para el hermano por las mismas razones. Y el hecho de sabernos carga para nuestros hermanos nos predispone con el mismo amor a sobrellevar la de ellos.

Gál. 6:3. Es decir, si uno cree haber llegado a la perfección, señala y muestra su pequeñez y si imperfección, por nosotros mismos no somos nada, sólo pecadores. Nos estamos refiriendo al cristiano que creyéndose perfecto asume una actitud de intolerancia para con sus hermanos con problemas. Es que es así es digno de mucha lástima.

Gál. 6:4. Así que cada uno someta a prueba su propia obra, no tal sólo su opinión de sí mismo, sino lo que es en verdad a su vida y conducta. Y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de si mismo, y no en otro; cuando así lo crea, basado en su propia conducta absoluta y honestamente considerada y examinada. No con respecto a su vecino, comparándose con quien se imaginaba tener un motivo para gloriarse al considerarse superior a él. Así, el cristiano debe examinarse a sí mismo y someter a una prueba sus propias acciones. Si encuentra que su propia vida y conducta son dignas de encomio, entonces, en vez de gloriarse, sentirá gozo y satisfacción por el deber cumplido. Por tanto, la humildad debe ser la norma y el deber del buen mayordomo cristiano.

Gál. 6:5. Porque cada uno llevará su propia carga, esta frase no es una contradicción del versículo 2. Allí se nos exhorta a que soportemos con amor las cargas y flaquezas de otros. Aquí más bien habla de la responsabilidad de nuestros actos. Cada uno es responsable de su vida y obras. Esta es la mayordomía cristiana. Cada creyente es un mayordomo, es decir, un administrador de su vida entera y de sus bienes. Lo que haga con ellos es asunto de su responsabilidad. Un día, eso sí, dará cuentas a Dios de todo.

Gál. 6:6. El discípulo ha de compartir sus bienes materiales con su maestro, o con el que le preside en las cosas del Señor, porque éste comparte con él los bienes espirituales. De este modo ambos participan mutuamente en la obra del Señor. Este es el plan divino, y está basado en el amor cristiano. El que enseña el evangelio debe hacerse eco de un ministerio genuino basado en el amor a Dios y a sus hermanos, y los miembros de la iglesia deben hacer lo que les corresponde para sostener a su pastor y a su maestro, dominados siempre por la práctica del verdadero amor cristiano.

Gál. 6:7. No os engañéis, Dios no puede ser burlado. Dios no nos permite ni permitirá que se le engañe con palabras vacías, por lo tanto, ¡cuidado con los que decimos o hacemos, Dios no puede ser burlado!

 

Conclusión:

Si creemos que podemos ir por la vida aplicando nuestro amor, lo único que encontraremos es engañarnos a nosotros mismos.

 

 

 

 

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  Barcelona, 16 de febrero de 1975

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132 UN PUEBLO DE ESPERANZA

Rom. 5:1-5; 8:18-25

 

Introducción:

¿Qué es la esperanza? “Una virtud teologal por la que esperamos y confiamos en Dios.” Pero la idea novotestamentaria es algo más amplia, según Pablo, la esperanza es una expectación confiada en las bendiciones prometidas que actualmente no se poseen ni se ven Y esta esperanza no es simplemente desear obtener lo que tal vez consideremos como algo muy bueno, pero que quizá, por alguna razón oculta, no se puede tener o que, cuando se cumplan, no lo podremos saborear. No, el tipo de esperanza del cristiano no es la que parece un sueño efímero y ficticio. La esperanza del creyente es algo que en su realización intervienen todos los sentidos. Lo que se espera es algo real y concreto y aunque él sabe que aún no está realizada, es como si lo fuera, porque en un grado que varía en cada ser, así lo experimenta. No entenderíamos otro tipo de premio o esperanza ni podríamos dar razón de la misma a quien nos la pidiera: Más bien, santificad en vuestros corazones a Cristo como Señor y estad siempre listos para responder a todo el que os pida razón de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia. 1 Ped. 3:15. La lección es clara. La esperanza suprema del pueblo cristiano es la completa realización de la vida, esto es, la consumación de la salvación, lo cual a su vez implica absoluta liberación del hombre y su proyección hacia una eternidad triunfante.

 

Desarrollo:

Rom. 5:1. El eslabón principal del v radica en la partícula conclusiva “pues” ya que conecta, enlaza, íntimamente lo que va a seguir con la exposición doctrinal que ha precedido. Hasta aquí el apóstol ha establecido la “justicia por la fe”: (a) Por el pecado que la hace indispensable, de 1:18 a 3:21; (b) por su naturaleza y origen, 3:21-31, y (c) por su armonía con el antiguo pacto, cap 3. Ahora va a describir la dicha de los justificados junto a las gracias divinas que ya disfrutan. La primera de estas gracias es sin duda la paz. Pablo, hablando del pecado, de la condenación, de la ira de Dios, ha supuesto en todas partes, sin expresarlo en ninguna, que lo que debe llenar el alma del pecador no reconciliado con Dios es el temor y la angustia. Esto es evidente, como lo es el hecho demostrado una y otra vez de que si Dios no hubiese establecido la armonía entre Él y el pecador, éste jamás habría podido, por medio alguno, volver a poseer esta paz que se nos antoja primer beneficio en la lista de todos los bienes involucrados en la esperanza dicha. La paz, por tanto, no renace en el alma hasta el momento en que Dios la declara justificada, en otras palabras, aceptando su poca y confesada fe como justicia válida, a causa del sacrificio del Señor y Salvador. Así, para entendernos mejor, “la paz nace de la gracia”, ver las salutaciones apostólicas en 1:7; Col. 1:2; 1 Cor. 1:3; 2 Cor. 1:2; Gál. 1:3; Efe. 1:2; Fil. 1:2; 1 Tes. 1:1, en las cuales siempre, indefectiblemente, la gracia está antes que la paz. Mas seríamos injustos si limitáramos el nacimiento de la paz sólo a la gracia, ya que la paz se hace real al gustar el sentimiento del perdón y lo que es más importante. la reconciliación con Dios. Por esto el apóstol, para completar su pensamiento y evitar todo error, agrega: Por medio de nuestro Señor Jesucristo que es, a la postre, nuestra paz.

Rom. 5:2. Este es el segundo de los preciosos frutos de la enorme justificación por la fe: Tenemos por Jesucristo acceso a la gracia, Efe. 2:18; 3:12, como se tiene acceso a un príncipe o rey con quien uno está en gracia, y al cual uno es introducido por algún poderoso protector, Juan 10:9; Heb. 10:19, 20. La idea traducida ahora por introducción es fiel al original gr. por cuanto es mucho mejor que acceso o entrada, según la versión que leamos, ya que la frase ideal sería: Por el cual, por Cristo, tenemos introducción a esta gracia. Así, Jesús, habiendo quitado el obstáculo del pecado que nos impedía entrar al cielo, abre al alma todos los tesoros de gracia y amor que pueden satisfacer sus necesidades, incluida la benéfica esperanza. A partir de este momento, el apóstol, que había negado al hombre todo motivo de jactancia mientras estaba entregado a sus propios recursos, 3:27, le abre aquí las inmensas perspectivas de la gloria de Dios, de la que puede jactarse o gloriarse con gozo según el mejor sentido de la voz gr. empleada. A esta gloria divina, que no es otra cosa que la manifestación de todas las perfecciones de Dios, es introducido el creyente ya en este mundo, ahora, en este momento, en tanto que la imagen del Señor, restablecida en él por la regeneración refleja de nuevo, en cierto grado sus limitadas perfecciones, pero no posee la plenitud de ella más que por la santa esperanza, cuyo origen y naturaleza va a indicar el apóstol en el v. 5. Por último, una vez introducidos en esa gracia, en la cual todos nos gloriamos, es natural que el apóstol vea en ella el fundamento inconmovible de la firmeza o perseverancia, que es así, al mismo tiempo, la obra de Dios y la del hombre por citar el binomio más perfecto tantas veces repetido en estas clases.

Rom. 5:3. Aquí se cita el tercer eslabón, el tercer beneficio salido de la salvación gratuita y que se desarrolla como una cadena no interrumpida de dones espirituales hasta el clímax citado del v. 5. Los sufrimientos de la vida, las tribulaciones, son como todo mal, una consecuencia y un castigo del pecado, y no pueden ser, para el que no está en posesión de la gracia de Dios, mas que un motivo de terror. Pero, como la ira de Dios contra el pecado ha remitido en favor de su amor, es decir, ha desaparecido por la viva demostración de su amor culminado en la entrega de su propio Hijo, los padecimientos cambia de carácter. Para el hijo de Dios se han vuelto un saludable medio de humillación y renunciamiento cuya necesidad y propósito él mismo es el primero en reconocer. Y tanto es así que, estos padecimientos, estas tribulaciones, le dan, le acercan cada vez más al Creador porque siente la necesidad de más fuerzas y protección y le ayuda a adquirir más comunión con Él y, consecuentemente, le alejan y desligan más y más del mundo y de sí mismo preparándole para la vida eterna, él puede gloriarse por ellas, 8:18; 2 Cor. 4:17; 12:5, 9; Heb. 12:6; etc. Generalmente tenemos la tentación de suavizar las palabras que encierran algún contrasentido, pero aquí no debemos disminuir en nada la energía de las suscritas si no queremos romper al mismo tiempo la fuerza del sentimiento expresado por Pablo: Sabiendo que la tribulación produce paciencia. Mientras que la voz paciencia, perseverancia, no es, según la etimología, más que otra expresión del sufrimiento soportado con calma, sin resistencia, la voz gr. tiene la idea de una perseverancia y firmeza, como en el Luc. 8:15; 21:19; Heb. 12:1. El pensamiento de nuestro apóstol es, pues, que la aflicción, lejos de abatir al cristiano, o de alejarle de esa gracia fiel a la que tiene acceso, le afirma y le asegura su perseverancia, su paciencia, en la vida íntima hasta que llegue la eclosión perfecta de la esperanza.

Rom. 5:4. La palabra prueba de nuestras versiones ordinarias, sería aquí la verdadera si expresara no la acción de probar, sino el resultado de la prueba. Nos explicaremos: Esta palabra en el gr. significa el estado futuro de lo que ya “ha sido probado” y, lo que es más importante, ha resistido la prueba. Así que la experiencia parece dar mejor esta idea. El apóstol Pedro, hablando en el mismo sentido de la prueba de la fe, explica el mismo pensamiento por la figura del oro “probado por el fuego”, que cuando sale del crisol, es de un valor reconocido como tal. Por citas a otro apóstol que añada más luz si cabe, deberíamos leer Stg. 1:2, 3. Tal es, pues, para el cristiano, el resultado de las aflicciones soportadas con la paciencia: ellas le manifiestan lo que hay de real o no en su fe, en su vida íntima. Por esta paciencia, esta perseverancia, produce la “esperanza”. Aunque esta esperanza es dada a todo creyente en el momento de su justificación por la fe, v. 2, se hace cada vez más viva y más firme a medida que probada, experimentada por los mil combates, adquiere más certidumbre. Así, con su justificación, el creyente es como si hubiera recibido un germen de vida nueva, germen que se hace árbol, un árbol al que las tormentas arraigan cada vez más profundamente y le hacen crecer para llevar todos los frutos que, ya por naturaleza, está destinado a producir.

Rom. 5:5. La razón por la cual la esperanza no avergüenza, no engaña, no está sólo en estas experiencias progresivas que acaba de describir el apóstol. Por preciosas que sean, es necesario, para la certidumbre perfecta de la esperanza, en cuanto a la realización final de su objeto, un objeto infinitamente más elevado y más infalible aún: es, agrega el apóstol (como cuarta bendición de la salvación gratuita, poniendo el sello, el clímax, a todas las otras) el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Por esto no hay que entender nuestro amos a Dios, sino su amor a nosotros, como lo demuestran con claridad los vs. siguientes de este cap, el especial el v 8. El mismo amor que nos dio al Hijo de Dios y le clavó en la Cruz cuando éramos sus enemigos, sólo puede seguir su obra en nosotros hasta su perfección. Todo hombre natural se extraña por este amor hasta el momento en que recibe y comprende la gracia, v. 1, entonces, sólo el amor se derrama en su corazón con la fuerza y figura de un río que jamás puede secarse y crea allí, a su vez, un amor enteramente nuevo, apto para servir de receptáculo del divino. El medio, el agente de esta efusión perpetua del amor de Dios en el hombre regenerado, es el E Santo, el cual, curando, santificando y vivificando el alma, la mantiene en esta comunión íntima con Aquél que es su fuente de amor, 8:15, 16; 2 Cor. 1:22; Gál. 4:6. De ahí la certeza de que la esperanza no avergüenza, no confunde, pues, como su objetivo no es otro que la posesión perfecta de Dios mismo, y como Él está presente y vivo por su Espíritu en el alma que espera, ésta posee en la actualidad en una medida incompleta, es verdad, pero cierta, lo que confía tener en la plenitud de los tiempos, Efe. 1:13, 14. Entre tanto esto no ocurra, tal es la certidumbre y la grandeza de esta gloria, que los padecimientos de la vida presente no pueden serle comparados, y que la dolorosa espera y el suspiro de la creación entera no tiene otro objeto que la glorificación suprema de los hijos de Dios.

Rom. 8:18. El apóstol compara aquí los sufrimientos de la vida de hoy, presente, con las bendiciones de la eterna y llega a la jugosa conclusión de que no son comparables. Cierto que sufrir es duro, pero, ¿qué son los sufrimientos de este mundo si pensamos y gustamos ya, Col. 3:3, de la gloria que nos aguarda? La gloria a la que Pablo hace referencia será manifestada en nosotros en el fiel retorno de Cristo en el día final a partir de cuyo momento, vamos a vivirla de forma plena toda la eternidad. Los sufrimientos, pues, no entorpecen nuestra esperanza, al contrario, son una garantía del triunfo final.

Rom. 8:19. Por el pecado del hombre entró el pecado en el mundo y no nos referimos sólo a los humanos, sino a todo lo que alienta y vive en el mundo y que constituye la creación entera. Pero aquí se nos dice que también hay esperanza para ella. Por el mismo hecho de estar sometida a corrupción a causa del hombre, existe la esperanza de que junto con el hombre sea redimida de esa cruel condición. Por eso la creación espera con deseo ardiente, con cierta impaciencia, la manifestación de los hijos de Dios, es decir, la resurrección final de los creyentes.

Rom. 8:20. Lo sabemos, el pecado del hombre produjo la fuerte perversión no sólo en las relaciones del hombre con Dios, sino también en el universo en que vive, Gén. 3:17. De ahí esta sujeción a la vanidad, a la inestabilidad, a la disolución, a la muerte, a la contaminación, al abandono y a la esterilidad. Pero es evidente que esta situación no se debe a la creación propiamente dicha, sino por causa del que la sujetó en esperanza, es decir, del hombre en su caída, pero con la idea de que la esperanza del hombre es también la esperanza de la creación entera.

Rom. 8:21. Dios ha prometido que el cosmos, que ha sido sujeto a deterioro y corrupción desde la caída del hombre, será liberado de esta condición. Y lo será el mismo día en que lo sea aquél que debía ser su rey. Dios que dará al creyente un nuevo cuerpo, real, espiritual y glorioso, creará un cosmos nuevo, es decir, una tierra y un cielo nuevos, 2 Ped. 3:13.

Rom. 8:22, Pablo vuelve ahora a la idea fundamental del dolor y consigue llegar a lo más íntimo de nuestro ser: ¡Todo el universo grita de dolor!, es decir, gime y sufre con el hombre. Todo el orbe siente pavor a la muerte y a la desesperanza. Todos, absolutamente todos, los elementos de la creación están unidos en gigantesco concierto a causa de los dolores de parto que van a durar lo que dure el presente orden mundial. Pero estos gemidos no son en vano ni estériles, anuncian y preparan el nacimiento del mundo nuevo.

Rom. 8:23. Y no sólo ella, (la creación), sino que también todos nosotros, suspiramos por esa liberación eterna, ya que aún no la poseemos más que por la esperanza. No sólo el universo, sino nosotros los que ya somos hijos de Dios, nosotros que tenemos las primicias del Espíritu (como garantía de la existencia venidera), que gemimos esperando la adopción y la redención de nuestros cuerpos, gritamos íntimamente suspirando por la completa y santa liberación del presente estado corrupto y bien limitado. No, no nos engañemos, aunque el cristiano haya recibido el Espíritu y en consecuencia vida en la seguridad de hijo, no es menos cierto que mientras vive en la carne, aspira a la consumación, es decir, a redención completa, lo cual, repetimos sucederá en la resurrección corporal o transfiguración del cuerpo presente, es decir, la ansiada adopción.

Rom. 8:24. Sin comentarios.

Rom. 8:25. Estos dos vs. explican porque los cristianos estamos aún en un estado de espera, v. 23: Somos salvos por fe, pero en esperanza, o por la esperanza. Objetivamente, esta salvación está cumplida, sólo que la poseemos sin verla. Ahora bien, está en la naturaleza misma de la esperanza, por una parte, el poseer de forma interna sin ver, (la esperanza que se ve no es esperanza), y por la otra, cuando esta esperanza es cierta, Rom. 5:5, tiene por fruto una espera llena de paciencia y perseverancia, aun en el seno de la prueba más dura.

 

Conclusión:

Así que hermanos no estéis preocupados, sino santificad a Dios el Señor en nuestros corazones, y estar siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros, 1 Ped. 3:15.

 

 

 

 

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  Barcelona, 23 de febrero de 1975

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133 TENEMOS UNA REVELACIÓN

Heb. 1:1-4

 

Ver: Dios habla por medio de Jesucristo, de fecha 1 de abril de 1973. Libro Estudios I, pág. 101, matrícula 050247, archivo bou24.

 

Introducción:

La clave para la lección de hoy la podemos encontrar en su propio Texto Áureo: A Dios nadie le vio jamás, el Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer, Juan 1:18. Por eso nosotros tenemos una revelación, ¡tenemos a Jesucristo!

Pero para que pudiésemos llagar a esa conclusión han tenido que pasar muchos años, muchos hombres y mucha historia. Y de una forma resumida, quizá sea Heb. 1:1-3 la mejor exposición de esa historia que si corta en caracteres es enorme en importancia. La carta a los Hebreos está dirigida, como su nombre indica, a todos los creyentes cristianos entre la raza israelita. Poco, muy poco, se sabe de la paternidad y fecha de esta epístola universal, pero lo que sí sabemos es su propósito, que no es otro que el exhortar a todos los lectores a que no abandonen la fe de Cristo aun estando bajo las especiales circunstancias de una dura persecución. Por otra parte, y dado en carácter especial de la Epístola, el autor demuestra que el cristianismo en superior al judaísmo en muchas maneras. Sin embargo, no echa de menos la religión del AT. No ataca la Ley, el sistema sacrificial y lo demás, sino que enseña que Cristo cumple el significado de todos estos ritos mereciendo el título de Sumo Sacerdote del linaje de Melquisedec y, por lo tanto, estos ritos, estas ceremonias antiguas se parecen a las sombras de la realidad que se encuentran en la vida y enseñanzas de Cristo, posterior y perfecta Revelación: Porque no debemos olvidar que Él, desde la Creación ha hablado al hombre; a) por la naturaleza, por su mensaje de orden, perfección, belleza y grandeza, Sal. 19:1-3; b) por la conciencia, es la luz del alma, la lámpara en el pecho del hombre, Pro. 20:27; c) por las Escrituras, más de dos mil veces sólo en el AT se menciona los vocablos, Dios ha hablado, Dios dice, etc., y d) por Jesucristo, es el único acceso para llegar al Padre, por lo que acercarnos a Cristo es acercarse a Dios.

Ya es tiempo de que veamos en que ha consistido esta cuarta y como antes decíamos, definitiva revelación:

 

Desarrollo:

Heb. 1:1. Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, aquí el autor reconoce que en el pasado Dios ha hablado a los padres, es decir, a los antepasados judíos: Abraham, Isaac, Jacob, David, etc. Además, notemos su importancia, Dios les ha hablado muchas veces, expresión que denota una revelación gradual, o lo que es lo mismo, una revelación repetida en diferentes épocas de la historia judía y por muchos portavoces distintos. También se nos dice que Dios les había hablado en muchas maneras, es decir, en visiones, en éxtasis, por ángeles, por comunicación oral y por signos más o menos grafológicos. La verdadera importancia de este v radica en los adverbios griegos Urim y Tumim, traducidos al castellano por muchas (veces) y muchas (maneras) respectivamente y que así, pierden riqueza y valor en la traducción. En gr. no son exactamente sinónimos y ambos representan, cosas extraña, la imperfección de las revelaciones del AT. ¿Decimos bien? Sí. Puesto que fueron varias en naturaleza y forma. Fragmentos de la verdad entera y en diversos matices de colores distintos, aunque traduciendo todos, sin embargo, la luz blanca o único color, brochazos, pues, de la verdad misma. Sólo Cristo es la plena revelación de Dios y, por lo tanto, sólo Él es la luz pura, uniendo en su Persona todo el espectro de colores diferentes. Así que el hecho de que estos dos adverbios aparezcan al principio de la frase recalcan la idea de la variedad y, en consecuencia, la imperfección de toda la revelación del AT. Pero aún hay más. Esta revelación que alude el v no es reciente, es en otro tiempo, o lo que es mejor, en la antigüedad. Pero aquí, el autor no se limita a presentar un contraste entre el A y el NT, sino más bien quiere indicar el marcado carácter temporal del primero sublimando el eterno del segundo. De ahí que la frase hace mucho tiempo, nos predisponga a escuchar la enorme verdad de lo que va a seguir. Inmediatamente sigue la frase: Por los profetas, por los mensajeros especiales de Dios que interpretan la verdad principal bajo su prisma humano. Así tenemos que las circunstancias por las que pasaron esos voceros tuvo mucha importancia a la hora de traducir el mensaje divino. He aquí, pues, las muchas maneras de la revelación.

En cuanto a la preposición por que se traduce de su homónima gr. “en”, corresponde a una interpretación que construye de forma invariable la frase así: A los padres en los profetas. Cierto, el tiempo gramatical en que está escrito el ve enfatiza el hecho de que esta revelación fue hecha en la vida interna y espiritual de todos estos profetas. Y conste que entendemos por profetas a aquellos de los hombres de Dios que hablaron, escribieron o que vivieron una vida de fe hacia el Dios vivo. Un ejemplo real de lo que estamos diciendo lo representa la legendaria figura de Elías, cuyas variadas actividades y palabras aparecen sólo en los bien llamados Libros Históricos. Otra figura del AT la constituyó sin duda Enoc de quien se dice que profetizó, Jud 14. Aquí cabe señalar aunque sea entre paréntesis que los judíos llamaban profetas anteriores a los libros que nosotros llamamos Josué, Jueces, Samuel y Reyes y profetas posteriores a los libros que nosotros llamamos profetas mayores, menos Daniel a quien daban una clasificación especial, puesto que lo conocían muy bien por Los Escritos. Además, en los posteriores estaban incluidos los que nosotros hemos dado en llamar profetas menores. Por otra parte, y si aún las pruebas aportadas fueran insuficientes queda la razón de que los judíos pensaban en Moisés como profeta pues él mismo se dio ese título en Deut. 18:15. Así que el término profetas es muy amplio e incluye, como ya hemos dicho, a todo aquel que queriendo o sin querer habló o habla del Dios vivo y, por lo tanto, es preceptivo sólo de los humanos con más o menos comunicación con Dios.

Heb. 1:2. Pero, gracias a Dios, a esta revelación parcial y, si se quiere, incompleta ha sido reforzada por otra completa y final: La revelación por el Hijo. Esta es la tesis del autor de la Epístola a los Hebreos, la que discute y prueba en los primeros 10 caps. del Libro. Y a fe que demuestra ampliamente, muy bien diríamos, la superioridad de la revelación por el Hijo a cualquier anterior fuera de la fuente que fuera. La expresión en estos postreros días debiera estar en singular según los mejores comentaristas de la lengua gr. Así podríamos leer: En el postrero de estos días, es decir, hace muy poco. Así que, sin duda, se refiere a días de la época en que vive o vivió el autor. De manera que, en esta época, en la que vive el autor, Dios nos ha hablado. Aquí la referencia es bien clara a la vida de Jesús y el tiempo del verbo en gr. es el Aoristo, lo que representa, lo que quiere indicar que este “nos ha hablado” es un resumen de la Palabra de Dios en la vida de Jesús. La manera en que Dios nos ha hablado ahora, en contraste con las veces anteriores imperfectas, aunque sirvieron para el fin que fueron propuestas, es por el Hijo. Otra vez tenemos aquí la misma preposición “por” que ya estudiamos antes. Hagamos la prueba, cambiémosla por “en” y leeremos: Nos ha hablado en el Hijo. Este, como vemos, es un pasaje paralelo al expuesto por Juan 1:1, que adjudica a Cristo los nombres de Logos, Verbo y Palabra. De esta manera Jesús es la Palabra final de la revelación de Dios al hombre. A este Hijo, Dios lo constituyó heredero de todo y de todas las cosas, incluyendo también la gloria, la autoridad y todo aquello que comprende el reino material. Pues e natural que Aquel que hizo el Universo, convirtiendo el caos en cosmos, después de haberse humillado y realizado la voluntad del Padre debe, como es de ley, tener como recompensa el hecho de ser revestido también con la corona de dominio del mundo.

Ahora es interesante observar que en una ocasión no muy bien especificada Jesús fue constituido heredero, lo que podría tomarse como indicio de que en algún tiempo anterior no fue tal. Lo constituyó heredero de todo, ¿cuándo tuvo lugar este acto de constitución de herencia? Por desgracia no lo podemos datar con exactitud y sería nulo nuestro esfuerzo en intentarlo. ¿Sucedió antes de la fundación de nuestro propio mundo? No lo sabemos. ¿No será que el autor se refiere al hecho de que en virtud de su vida sin pecado, de su gran victoria sobre la tentación y la muerte, Jesús fue exaltado a la diestra de Dios en el momento de su ascensión? Como muchos de los comentaristas consultados, nos inclinamos por esta segunda interpretación, y para reforzar la teoría leamos Fil. 2:9.

A continuación, el autor se refiere a la acción creadora del Hijo: Por el cual asimismo hizo el Universo. La expresión usada aquí viene referida al tiempo material del hacer nuestro mundo, el mundo que nos rodea. Por extensión, entendemos que él hizo la Tierra, independientemente de que pudieran existir otros mundos habitados en el resto del cosmos. Lo que sí podemos decir que ésta es nuestra revelación y sólo a nosotros ha sido hecha. De forma paralela, en Juan 1:3, se nos indica que todo lo que tiene hálito de vida o lo que simplemente está como la ameba, la razón más primaria de la vida, es hecho por Él y para Él.

Heb. 1:3. Aquí se mencionan algunas cualidades más del Hijo y el primer aldabonazo acerca de su expiación. La primera cualidad que se cita es su gloria: Siendo el resplandor de su gloria, o lo que es mejor: ya que era el resplandor de su gloria. Sí, Jesús era el resplandor de la gloria de Dios. Ahora veamos someramente el alcance de la palabra “resplandor” del gr. Apaugasma. Significa: Luz que se origina en aquello o aquél que la emite. Ahora viene a cuento aquel dicho de Calvino: “Cuando oigas que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios, piensa que la Gloria del Padre es invisible a los ojos humanos hasta el momento preciso en que brilla en Cristo.” Así que esta expresión: resplandor de su gloria establece, pues, la gloria esencial de Cristo como una revelación práctica de la de Dios (por gloria de Dios entendemos aquella nube que guiaba de día al pueblo de Israel o aquel trueno del que se asustaba en propio Moisés). En resumen: Jamás hubiésemos podido ni siquiera oler esta gloria de Dios ano ser por Cristo que nos la refleja. Recordemos: A Dios nadie le vio jamás. Pero sin embargo, gracias a la muerte expiatoria de Cristo, gracias a que la gloria  del Padre aparece reflejada sin distorsionarse en la Persona de su Hijo, podemos entrever algo de aquélla sin peligro de muerte súbita o repentina.

A continuación, y siguiendo una línea siempre ascendiente, el autor afirma la esencial divinidad de Jesús. Del mismo dice que es la misma imagen de sus sustancia. Es decir, la copia exacta. Con la idea del sello de goma que deja la impresión de tinta en un papel compuesto por las mismas características del modelo. De todas maneras, la mejor traducción sería sin duda: Estampa. Así, la moneda acuñada tiene la misma estampa que tiene la matriz, con sus posibles defectos o virtudes. De forma que podemos leer: la misma imagen, estampa, exacta de su sustancia. Una vez más se demuestra que Jesús es poseedor de la misma esencia divina que el Dios Padre y por ende, queda establecida la divinidad de la Segunda Persona de la Trinidad. En cuanto a la palabra sustancia podemos decir que en el original gr. parece indicar la idea de algo que está debajo de. De ahí su traducción por fundamento, firmeza y confianza que aparece en otros pasajes y de ahí, posteriormente, viene el significado general de su aplicación a la personalidad de Dios en un sentido de naturaleza o “esencia”. Cristo está formado, constituido, por decirlo de algún modo, de la misma esencia de Dios. De las mismas moléculas, de los mismos sentimientos y facultades. La idea del autor está bien clara: Quiere presentar la participación de Jesús en la naturaleza divina de manera absoluta y sin reservas. O mejor, toda la gloria de Dios ha sido vertida sobre Cristo como el Hijo de su Amor y esta razón la presencia divina ha encontrado su perfecta traducción en su Persona. Ya podemos leer pues: El cual es la imagen exacta de su esencia.

  Otra cualidad relevante del Hijo consiste en preservar el Cosmos o Universo. Sustentando, asegurando, todas las cosas. Incluido también el universo humano y el físico. Ahora, ¿de qué modo se ha asegurado Dios el mantenimiento del Universo? Por medio de la Palabra. Aquí, obligatoriamente hay que hacer una parada. La palabra empleada es diferente a la usada en Juan 1:1. Aquí no es el Verbo. En esta ocasión se escribe rema de la que tenemos un fiel reflejo del soplo de Dios en Gén. 1:3, que cuando quiso que fuera la luz, le bastó un pequeño mandato: Sea la luz… y fue la luz. Dios y el Verbo actuando no necesitan herramientas físicas ni mecánicas para ajustar o sustentar al mundo. Dios habla y sencillamente se cumple lo que dice: Esta palabra, con la cual el Hijo hace verificar su voluntad, es descrita bien aquí como una palabra de su potencia. Ésta, del gr Dunamis, la misma raíz de nuestra moderna dinamita, es la que sustenta el Universo. Sabemos que Cristo usa de la fiel potencia del Padre para muchas cosas, Rom. 1:20, pero en esta ocasión y gracias a su resurrección, usa su propia potencia como palanca y asiento de todo el equilibrio del Universo del Hombre.

Ahora, por fin, aparece una cita del aspecto positivo de la Obra del Hijo por y para el hombre: La purgación de nuestros pecados. El tiempo del ve “habiendo hecho” es un gr., otra vez el Aoristo. Se refiere por lo tanto al acto único , pasado, de la expiación de Jesús en un momento dado de su estancia en la Cruz. Y la palabra dicha como purgación describe la misma figura empleada por los judíos en las ceremonias de lavado y purificación antiguas, ampliada en este caso por el sentido adquirido por Cristo al ser sacerdote y víctima en una sola pieza. ¿Cuál puede ser esta purificación a la que se alude? La de nuestros pecados. Así que Él es quien ha muerto en nuestro lugar. El escrito sagrado lo deja anotado y dicho bien claro: Purgación, purificación, de nuestros pecados por sí mismo. O lo que es igual, haciendo acaparado en su Persona nuestros pecados, único muro que nos separaba de Dios, como una especie de pararrayos que acapara las chispas eléctricas en un día de tormenta. Pero, ¡cuidado!, el hecho de haber muerto por nosotros no nos predispone automáticamente a la salvación. Ésta es sólo accesible a todo aquel que crea en Él. Por lo que, el mismo hecho de que todo aquel que mira a la Cruz con fe se salva, excluye a todos aquellos otros que no lo hacen.

Prosiguiendo con el estudio diremos que este tercer v exalta la naturaleza de Jesús fundándose en dos elementos de su carácter: Su gloriosa divinidad por una parte y su victoriosa humanidad por la otra. Todo el sudor de su peregrinación terrena, así como las pruebas de su tentación y los sufrimientos de la Cruz inmerecida, fueron el precio que pagó para ganar su alta posición, o lo que es mejor: todos estos pasos fueron precisamente lo que reveló que Él era todo un carácter digno de tan alta distinción. Y así no nos puede extrañar el resultado: Se sentó a la diestra de la Majestad, de Dios, en las alturas, en los cielos. Esta figura está basada en la creencia hebrea de la existencia de varios cielos o estratos y que Dios está ubicado en el más alto (tenemos una ref. al tercer cielo en 2 Cor 12:2). En cuanto a la palabra Majestad expresa la única idea de Dios rodeado de su grandeza. Y desde la derecha, es decir, desde el lugar más privilegiado después del propio Rey, Cristo dirige los asuntos del universo y como consecuencia, su Reino, su enorme Reino. ¡Qué contraste entre este Cristo glorificado y aquel Jesús burlado y escarnecido por nosotros!

Heb. 1:4. Otra vez aparece el tiempo del ve en Aoristo. Representa una acción única y definitiva. Podría ser traducido habiendo sido hecho. La referencia es a la acción en una sola ocasión que sería en la culminación de su ministerio, en el acto supremo de la Cruz. Luego, después, tenemos la razón por la cual Jesús fue hecho tanto más excelente que los ángeles. Esta razón fue por cuanto alcanzó por herencia, ha heredado, más excelente nombre que ellos. Aquí no es tanto la dignidad del Hijo de Dios, con serlo, sino que es, como el v. 5 dice bien claro, el nombre de un hijo en distinción, en contraste, al nombre de un ángel. Pero, a la vez, existe una enorme superioridad por la misión desempeñada por Jesús, misión que ningún ángel hubiera podido hacer jamás. Así, su actual posición en el trono de Dios afirma la verdad de que Jesús siempre era, es y será superior a todos los seres celestiales, Hech. 13:8, porque los mensajeros de Dios, del Rey, jamás compartirán la gloria y los privilegios del Príncipe, del Hijo de Dios.

 

Conclusión:

Así concluimos asegurando que si Dios se ha encarnado en la Persona de su Hijo ha sido para que el hombre pueda conocerle y conociéndole sin temor, pueda librarse de la esclavitud y de la condenación del pecado.

 

 

 

 

060299

  Barcelona, 2 de febrero de 1975

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134 ¿TENEMOS UNA RELACIÓN?

Heb. 8:8-12; 10:19-25

 

Introducción:

Estos dos pasajes respaldan una gran verdad que nos atañe a todos los cristianos: El creyente tiene acceso a la presencia de Dios mediante el Señor Jesucristo. El judío bajo la Ley de Moisés no tenía, ni ahora tiene, derecho de acercase en persona a Dios. Según la ley mencionada, sólo el sumo sacerdote tenía derecho y una sola vez al año, Lev. 16. El individuo común, corriente, apenas podía entrar en los atrios del tabernáculo o del templo. Es cierto que los sacerdotes podían entrar en el llamado Lugar Santo, pero cada quien en un turno establecido y en contadas ocasiones. Tan estrecha  era esta vía de acercamiento a Dios que cuando el sumo sacerdote entraba en el Santísimo sólo una vez al año, tenía que sacrificar una víctima expiatoria por sus propios pecados. Sabemos que Israel violó el pacto del Señor y el estado de cosas desapareció por completo. La Presencia divina se retiró del Lugar Santísimo y dejó que los enemigos de Israel destrozaran el templo y llevasen a su pueblo al cautiverio. Antes de esta destrucción, Jer. 31:31-34, profetizó que ya que los del pueblo escogido habían roto e invalidado el pacto de Sinaí, Dios haría uno nuevo con todo su pueblo. Que mediante el Mesías, el Cristo, establecería una nueva relación con ellos y que todos aquellos que invocasen su Nombre, podrían tener acceso al trono de la gracia. Habían nacido unas nuevas tablas de la Ley, no de piedra, sino de carne, y una nueva criatura, no de dedo, sino de sangre y un nuevo tipo de sacrificio, el de Cristo, en quien y gracias a la fe, podemos acercarnos al Lugar Santísimo tanto judíos como gentiles.

 

Desarrollo:

Heb. 8:8. En estos momentos, el autor introduce la profecía de la que antes hablábamos tocante al establecimiento de un nuevo pacto. Porque reprendiéndolos, culpándolos, dice (Dios por boca de Jeremías): He aquí vienes días (concretamente el período tras el cautiverio en plena culminación de la época mesiánica), dice el Señor en los que realizaré (realizaré, estableceré) un nuevo pacto. Éste no sólo era nuevo en cuanto al tiempo, sino en cuanto a su naturaleza. En el contexto del AT, este pacto debemos entenderlo como para ser consumado con todo el pueblo judío: Para con la casa de Judá y la casa de Israel. El marco y el alcance del pacto no ofrece ninguna duda. Así, por Israel entendemos el reino del norte y por Judá el del sur. Así, pues, todo el pueblo judío. Este acto de consumación que Dios ha de realizar se verifica con la venida de Cristo seiscientos años después que Jeremías dijese su profecía, cuando efectivamente Israel y Judá formaban un solo pueblo. Pero por extensión y a pesar del propio pueblo judío, este autor y Mateo llaman nuevo Israel a la comunidad cristiana y sólo esta circunstancia vamos a estudiar el alcance y legado de esta profecía y la implantación del Nuevo Pacto.

En primer lugar veamos el por qué era necesario un nuevo Pacto:

Heb. 8:9. No como el pacto que hice con sus padres (por medio de Moisés) el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, expresión figurada en la que Israel se presenta como un hijito a quien el Padre toma cariñosamente de la mano para conducirlo a la nueva tierra que en los términos del pacto les había sido prometida. Luego, a pesar de la bondad del Señor el pueblo le había sido infiel: porque ellos no permanecieron en mi pacto, con referencia al hecho de que el pueblo no creyó a Dios cuando dijo que los introduciría en la tierra de Canaán, dudando de entrar aun cuando los espías Caleb y Josué dijeron que era posible. No nos extrañemos, pues, que como resultado de su incredulidad, dice Dios, yo me desentendí de ellos con la idea de no seguir con el asunto, es decir, abandonarlos a sus propósitos, actos y recursos propios.

Heb. 8:10. Por lo cual, este es el pacto, precisamente el pacto según la promesa en la profecía citada, Pondré mis leyes en la mente… y sobre el corazón, no es que hayan cambiado las leyes de Dios, sino el soporte, así, éstas serán accesibles a todo hombre ya que el Señor no las tiene encerradas en el Arca de la Alianza en las tablas de piedra y escondidas en el Lugar Santísimo, sino que las pone en el tejido vivo del corazón del creyente, así que sabrá qué hacer para cumplirlas. Recordemos que Cristo dijo: No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas, no he venido para anular, sino para cumplir, Mat. 5:17. Así que aquí hay una diferencia sustancial: escrito sobre el corazón, indica capacidad para captar las ráfagas de amor que emite el Maestro y con su ayuda poderla cumplir hasta el último tilde, la última coma.

Heb. 8:11. Bajo el antiguo pacto, el futuro adorador tenía que consultar al escriba o al sacerdote para saber como clasificar sus pecados y, por consiguiente, conocer cuál sería la mejor víctima para expiarlo, pero el nuevo, que no se basa en sacrificios sino en uno solo, la sangre de Cristo, no requiere de liturgia complicada, anticuada e inútil: Porque todos me conocerán, del mismo modo como uno no necesita un reglamente para poder vivir con su esposa a la que ama, el que conoce a Dios no necesita ley alguna para amar a Él y al prójimo. Por experiencia propia sabe acercarse al trono de gracia: desde el menor hasta el mayor, expresión que denota la universalidad del citado conocimiento.

Hebe 8:12. Después del Calvario y el sacrificio único de Cristo no hay ningún obstáculo que pueda impedir que un pecador se acerque e incluso llegue a Dios. Su salvación así está asegurada y además Cristo está presto a presentarle al Padre tan pronto como aquél se decida a pedir perdón y entrada ante la Gloria y Majestad del Padre. Naturalmente, este v. es aún más rico en enseñanzas que debemos explotar: Seré propicio, misericordioso, a sus injusticias y pecados y no me acordará más de sus iniquidades, con lo que se afirma el hecho del perdón absoluto e invariable de los pecados. Así, ante lo concreto de estos hechos, debemos aprovechar los privilegios  de este nuevo pacto para entrar a Dios por el camino previsto, mantener la profesión de su esperanza y asumir la buena responsabilidad de estimular la fe de los demás hermanos.

Heb. 10:19. Así que, hermanos, esto es una transición de la parte doctrinal a la parte práctica. Veamos: El sacrificio del Señor fue ofrecido una vez para siempre, 10:12, y no hay razón ni necesidad de otro, 10:18. Proseguimos: Teniendo libertad, ¿para qué?, para entrar en el Lugar Santísimo, ¿por qué medio?, por la sangre de Jesucristo. Así Él, como nuestro gran Sumo Sacerdote, nos ha abierto el camino al Santísimo haciendo innecesarias cualquier otro tipo de intersección.

Heb. 10:20. Por el camino nuevo y vivo, ¿cuál puede ser el nuevo Camino? Cristo, Juan 14:6. Es nuevo porque Cristo penetra en el Lugar Santísimo conduciendo al creyente al Padre y vivo, porque éste también participa por propia voluntad. Ahora bien, esta vía, este camino, esta senda que Él nos abrió a través del velo, esto es, su carne, nos ofrece muchas dificultades de interpretación porque según muchos dicen que al romper la cáscara de lo mortal, a saber, su cuerpo, Cristo abrió un camino nuevo hacia Dios, pasando más allá del velo de la carne que nos separaba de Él. Pero otros, sin embargo, insisten que este velo es aquello que nos separaba de las alturas, algo que escondía a Dios en vez de revelarlo. Mas, en todo el NT no encontramos que la naturaleza humana de Cristo sea algo, motivo o causa, que separa a Dios y al hombre, sino que, por el contrario, se nos dice que la encarnación de Cristo señala el camino que conduce directamente a Dios.

Heb. 10:21. Teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, es decir, “sobre” todo el sistema espiritual del Reino de Dios y su gobierno teocrático del Universo, en especial en sus aspectos más espirituales, como muy bien indica el hecho de que Jesucristo es llamado sacerdote. Y como tal, es el jefe espiritual de toda la economía del Padre y así situado sobre la casa de Dios.

Heb. 10:22. El que ha nacido de nuevo puede entrar y andar en el camino con reverencia pero con la convicción que Dios lo recibirá con los brazos abiertos. Purificados los corazones de mala conciencia, el vocablo traducido por “purificados” podría muy bien traducirse por “rociados” y la construcción de la palabra da idea o sentido de estar “rociados siempre”, o más bien, rociados una vez por todas. Esta es una referencia a la práctica de rociar a los sacerdotes con sangre cuando eran dedicados al sacerdocio, Éxo. 29:21; Lev. 8:30. Ahora, y por las causas aducidas más arriba, el creyente, los creyentes, son un sacerdocio real, 1 Ped. 2:9, rociados con la sangre de Cristo, 1 Ped. 1:2, y por si fuera poco, por si hubiera alguna duda acerca del alcance de la figura, lavados los cuerpos con agua pura, suprema consagración, Éxo. 29:4; 30:20; 40:30. Muchos han visto aquí la idea de que el autor está pensando en el bautismo como el rito cristiano que correspondería de forma paralelo al rito del lavamiento de los sacerdotes antes de entrar en el santuario.

Heb. 10:23. Así como una moneda tiene dos caras, la relación del pacto tiene dos aspectos de fidelidad: a) Dios es fiel para cumplir, y b) el creyente es responsable de mantener su profesión porque fiel es el que prometió y esto nos obliga a caminar sin fluctuar a pesar de que tiene tanto poder espiritual a su disposición.

Heb. 10:24. El efecto de la influencia de un cristiano sobre la vida de otro es formidable. Su amor 1 Cor. 13 es el interés desinteresado que el cristiano muestra a un mundo moribundo por la falta del mismo.

Heb. 10:25. No dejarnos de reunirnos, el propósito de la carta es el de evitar la apostasía de los creyentes hebreos. Y bien sabía el autor que el primer paso de la apostasía es el de dejar de asistir a las reuniones de la iglesia a la que pertenece. Las reuniones de la misma estimulan la fe y tanto más… que aquel día se acerca, es decir, la segunda venida de Cristo.

 

Conclusión:

Así que todo verdadero cristiano debe querer estar preparado para cuando el Señor venga.

¡Amén!

 

 

 

 

060302

  Barcelona, 16 de marzo de 1975

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135 LA GLORIA DE DIOS EN LA CREACIÓN

Sal. 104:1-4, 24-34

 

Introducción:

Durante los meses de abril y mayo vamos a estudiar Grandes Temas del AT, que si bien son repetitivas no por eso dejan de tener interés en la actualidad por cuando se incluyen títulos como el que hoy vamos a estudiar. Precisamente este siglo se caracteriza por sus grandes adelantos en todos los ámbitos, incluidos los de la ciencia y conocimientos humanos, que han demostrado hasta la saciedad la Gloria de Dios en la Creación. Y lo que también es prometedor es el elocuente detalle de que estos mismos adelantos que han revertido en un carácter verdaderamente sensacional en las dos o tres últimas décadas, prometen mejores resultados en los próximos treinta o cuarenta años. Todo, todo apunta hacia una mayor y mejor conquista del Universo por parte del hombre y, en consecuencia, un mayor reconocimiento de la misma gloria divina que habla a borbotones desde la modesta violeta hasta la estrella más lejana.

El éxito logrado por las hazañas astronáuticas del hombre actual ha situado en primera línea el tema del Universo que nos rodea, ese espacio tan repleto de probables mundos, que la curiosidad humana ha puesto de moda: Cientos de conferencias, artículos, libros y estudios han aparecido como hongos; recuerdos, fotos y piedras lunares enorgullecen a los museos nacionales y hombres eminentes estudias y desmenuzan como nunca lo creado buscando, estudiando y clasificando el material, homologando aquello que llama su atención, yendo de sorpresa en sorpresa, olvidándose sin embargo que cientos de años aC. ya se había dicho: Muchas son tus obras, oh Jehovah. Hiciste todas ellas con sabiduría: ¡La tierra está llena de tus beneficios. Y ahí está la cuestión. Cierto que nos importa saber que la Tierra pesa 6 trillones de toneladas, que gira alrededor del sol a la enorme velocidad de 108 Km. por hora, que estamos a 150 millones de Km. del propio sol, que el más moderno, bien dirigido y equipado laboratorio fracasaría si tratase de hacer las transformaciones que realiza normalmente nuestro aparato digestivo, que el esófago tiene una profundidad de 22 cm, que cada minuto mueren en nuestro cuerpo más de 180 millones de glóbulos rojos, que el cuerpo humana tiene 206 huesos… pero lo que en realidad tiene importancia es saber que todo, absolutamente todo está hecho con sabiduría divina y para nuestro beneficio.

 

Desarrollo:

Sal. 104:1-4. Estos 4 vs. son extraordinarios porque constituyen un canto de alabanza a la gloria de Dios en su Creación: ¡Dios mío, mucho te has engrandecido!

  Lo que primero nos llama la atención cuando miramos el texto es que todos los adjetivos, sustantivos e incluso los verbos están fuera del alcance del hombre. Es cierto que se cortan y cosen vestidos maravillosos, pero ninguno con gloria y magnificencia, ni usando materiales de luz; es cierto que el hombre ha ingeniado máquinas que vuelan y recorren casi todo el espacio abierto, pero ninguna ha conseguido agrandarlo ni un ápice como si se tratase de una gran cortina; es cierto que hay proyectos y batiscafos que pueden dejar que vivamos bajo el agua, pero siempre son temporales y dependen de tierra firme, lo que no tiene nada que ver con este establecer sus aposentos entre las aguas; es cierto que tenemos aviones y hasta cohetes, pero aún están muy lejos de ser carrozas de nubes y mucho menos de andar sobre las alas del viento; es cierto que creamos artilugios, máquinas y cerebros, pero somos incapaces de crear una criatura humana de forma artificial y mucho menos ángeles espirituales; así que, por lo tanto, por todo ellos: Bendice alma mía a Jehovah.

Sal. 104:24. Si tuviéramos que hacer una lista con todas las cosas creadas por Dios no terminaríamos ni con mil vidas. Intuyéndolo, el Salmista exclama: ¡Cuán numerosas…! Pero lo que importa en este v son, sin duda, aquellas palabras de: A todas las hiciste con sabiduría, y aquí sí que debiéramos detenernos un poco. ¿Quiere indicarnos nuestro escritor sagrado que todo, absolutamente todo lo creado ha sido hecho con sabiduría? Sí. ¿Incluimos también a los cataclismos naturales que nos hacen temblar? Sí. ¿Incluimos a los que se han cobrado vidas humanas? Sí. Lo afirmamos de nuevo. ¡A todas las hiciste con sabiduría! En cierta ocasión se encontraban Maestro y discípulos en una barca sobre el mar de Galilea y estando Jesús dormido, les sobreviene una tempestad, Mat. 8:23-27. Aquellos pioneros le despiertan y Él calma el aguacero. Pero en esta historia hay mucho más que la simple calma del mar y la tormenta. Significa literalmente que cuando Jesús está presente, todas las tormentas de esta vida se calman. Ecológicamente hablando, es necesario y sabio que animales depredadores selecciones a las especies que también lo son por causas naturales. Es necesario y sabio que la tierra evacue fuego y dolor por donde tenga la corteza más débil y es necesario y sabio que el mar se embravezca cuando las condiciones lo hagan insostenible. Lo que realmente ocurre es que los hombres nos hacinamos en mil y una ciudades insanas y nuestros detritus pretenden y a veces lo consiguen, anular todos los preciosos beneficios de la Creación. Nos entristecemos si leemos o vemos como muchos hombres acusan a Dios de poca previsión ecológica, de permitir calamidades, de no detener las guerras, de no remediar el hambre, de no curar las pestes, pero ¿es que Dios puede intervenir en el hombre cuando Él mismo le dio la libertad? Decididamente, todas las obras que ha hecho han sido con sabiduría.

Por último, el Salmista mira a su alrededor y muy maravillado, exclama: ¡La tierra está llena de tus criaturas!

Ejemplos: Sal. 104:25-30. De sobresalir alguno de estos vs., quizá el que más nos puede dar una lección, no por repetida siempre sabida, es sin duda el 27: Todos ellos esperan en ti. El Salmista, no sólo dice una gran verdad, sino que sabe elaborar una alabanza como le gusta a Dios. En todo el AT, tenemos ejemplos en los que Dios quiere que los hombres confíen en Él día a día, minuto a minuto; pero es en el Nuevo cuando esta idea explota en toda su magnitud: Danos hoy nuestro pan cotidiano, Mat. 6:11; pedir y se os dará, Mat. 7:7; basta al día su afán, Mat. 6:25-34, son otras tantas expresiones que confirman lo que venimos diciendo. Dios quiere, reclama para sí, esa confianza humana que lo haga depender de Él hasta el punto en que el hombre, buscando primero el reino de Dios y su justicia, no teniendo tiempo de nada más, se limite a “recoger” el sustento que Él le da, versículo 28. El aspecto negativo de la lección lo encontramos en el versículo 29, el cual, por cierto, está escrito para realzarla un poco más si cabe. En el momento en que el Señor se aparta de alguien o de algo, aquél o éste, dejan de ser. Por el contrario, el v. 30 viene a restablecer el equilibrio cuando afirma que la adición del Espíritu de Dios da vida.

Sal. 104:31. Por fin el salmista llega al convencimiento de desear la gloria de Dios para siempre por cuanto en este breve repaso de la creación ha llegado a la sabia conclusión de que ésta se sustenta precisamente por esa misma gloria que pregona. Luego, ruega al Creador que se alegre por lo hecho, que se sienta satisfecho, que, en una palabra, tenga la sensación de que todo es bueno, Gén. 1.

Sal. 104:32. Otra alusión directa a su potencia.

Sal. 104:33. El salmista se impone una meta que no es otra más que alabar al Señor mientras tenga un hálito de vida, mientras viva y respire. A pesar de cualquier adversidad que tenga que vencer, a pesar del trabajo y la lucha diarias, a pesar de la enfermedad y el propio dolor, a pesar del pecado, a Dios cantaré salmos mientras viva. A pesar de los desengaños que sufra en cualquier encrucijada de la vida, a pesar de los fracasos de mis proyectos, a pesar de no haberse realizado mis mejores sueños, a mi Dios cantaré salmos mientras viva. A pesar de las negaciones que a diario tengo que sufrir, a pesar de las burlas que tengo que soportar, a pesar de ir sacrificándome para no vivir la vida tal y como la cataloga el mundo, a pesar de todo, a mi Dios cantaré salmos mientras viva. Y lo haré porque Él es mi Creador y mi Salvador. Y lo haré porque a Dios le interesa mi cuerpo. Jesús nos lo mostró, dedicó mucho de su tiempo a la curación de las enfermedades físicas de los hombres de su época y satisfizo el hambre de sus seguidores varias veces. Se preocupó cuando una cantidad considerable de personas había salido de la ciudad para escucharle predicar en un lugar solitario, y habiendo estado todo el día con Él no tenían nada que comer. Nos hace bien recordar que Dios está interesado también en nuestros cuerpos y, por lo tanto, cualquier enseñanza que desprecie, denigre o disminuya el cuerpo no es novotestamentaria. Podemos darnos cuenta de la importancia que Dios da al cuerpo, además, cuando pensamos que Cristo, su Hijo, tuvo uno como el nuestro. Así que el cristianismo tiene como meta no sólo la salvación del alma, sino la salvación del “hombre entero”, cuerpo, mente y espíritu. Y lo haré porque también Él quiere que lo haga: Bendice alma mía a Dios y bendigan todas mis entrañas su santo nombre, Sal. 103:1. Y lo haré porque Él es un Dios único. Los misioneros dicen que uno de los grandes alivios que el cristianismo lleva a los paganos es la certeza de que hay un solo Dios. Ellos creen que existen multitud de ellos, que cada corriente de agua, cada árbol, cada montaña, cada fuerza natural tiene su propio dios y que éstos son, además, celosos, egoístas y hostiles. Que deben ser aplacados de forma constante y que el adorador no puede estar seguro nunca de haber honrado como se lo merecen todos. La consecuencia es que el pagano vive en el terror de los dioses. El ej. más significativo de la mitología griega es la de Prometeo. Era un dios. La historia se desarrolla cuando el hombre no conocía el fuego. En su natural misericordia Prometeo lo robó del cielo y se lo dio a los hombres. Zeus, el rey de los dioses, se enojó mucho al saberlo y aprisionó al traidor a un peñón en medio del mar Adriático, donde el calor y la sed lo torturaban durante el día y el frío durante la noche. Más aún, Zeus preparó un ave de rapiña para que se comiera el hígado del preso de tal forma que cuando terminaba, éste volvía a crecerle y así continuamente. Esto es lo que le ocurrió al dios que trató de ayudar a los hombres. Por eso cuando descubrimos que podemos invocar a nuestro Dios como Padre, le cantaré salmos mientras viva.

Sal. 104:34. Debemos fijarnos en el marcado contraste que hay entre este v. y el 31. Allí quien se alegraba era el Dios Padre. En consecuencia, lo mejor que podemos hacer, es alegrarnos con Él.

 

Conclusión:

Procuremos que nuestra actitud, a veces negativa, no empañe la gloria de Dios en la Creación.

Así sea.

 

 

 

 

060311

  Barcelona, 6 de abril de 1975

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136 LA RESPONSABILIDAD HUMANA POR LO CREADO

Sal. 8; Gén. 1:26

 

Introducción:

Dios ha hecho al hombre idóneo para la tierra y esta premisa tan sencilla encierra tal cúmulo de dificultades de interpretación que bien podríamos decir que la barrera real, tangible, que divide a los cristianos de los que no lo son. Aquéllos indican que el hombre es el rey indiscutible de nuestra Creación y que, por lo tanto, todo, absolutamente todo, le es dado para administrar con sana y justa conciencia; éstos, por el contrario, indican y ejemplifican cientos de casos tendientes a demostrar que el hombre no es más que un simple accidente en el contexto del Universo y que, en suma, es el ser más indefenso del mismo. Pero la realidad es evidente. Todo en el hombre indica que la Tierra constituye su elemento. Tanto es así que hasta su intelecto o su propia voz son elementos naturales que demuestran su primacía en la naturaleza actual. Así es capaz de vivir, de señorear y dominar sobre el resto de la Creación que le rodea. Y es así porque Dios mismo lo ha exaltado sobre todas las demás cosas creadas. Cierto que en comparación es un ser muy pequeño, pero es mayor que las demás criaturas porque las puede manipular y hasta moldear (las recientes conquistas espaciales hacen que incluyamos en este dominio a las propias estrellas). Sin embargo, ya que Dios le ha encargado las obras de sus manos, el hombre es responsable de su cargo, por lo que debe vivir y actuar de acuerdo con los ideales divinos para su creación. Así, debe responder fielmente, cumpliendo el deber de cultivar, cuidar y conservar a las criaturas que le fueron encomendadas por Dios. Si esto no es así los resultados son evidentes: contaminación, detritus inorgánicos y modificaciones irreparables en la ecología y lo que es peor, la sensación de impotencia que experimenta el propio transgresor. Por esto, por saber que el hombre ha de señorear sobre la Creación siendo tan poco cosa, el salmista rinde alabanza al Autor de todas las cosas:

 

Desarrollo:

Sal. 8:1. Esta frase es la primera y la última del Salmo. El poema empieza y termina con una alabanza a Dios el Creador del mundo y del universo. Si uno contempla la grandeza, la hermosura y la bondad de las obras de Dios, no le queda sino romper en loor al Nombre divino. Las obras de Dios llenan la tierra, y todas y cada una de ellas es buena. La expresión he cuan grande, también significa poderoso, espléndido, distinguido, noble y majestuoso. En cuanto al vocablo nombre sabemos que también es esencia, fama, honor, renombre y memorial; con todo, es mucho más que un apodo o una palabra que usamos para llamar al Creador. Por eso dice el salmista: Has puesto tu gloria sobre los cielos.

Sal. 8:2. He aquí dos hechos evidentes: a) Dios tiene enemigos que se oponen a sus propósitos y providencia, y b) siempre hay aquellos que son sus testigos y, cosa extraña, los más débiles de ellos son los fuertes que el adversario más potente. Recordemos aquella ocasión en que a Jesús le aclaman los niños en la anual purificación del templo de Jerusalén, diciéndole: ¡Hijo de David! Mat. 21:15, y ante la extrañeza de los escribas y sacerdotes, el Maestro les cita el v. 8 de este Salmo, como indicando que aquello no era sino el cumplimiento y la ratificación del mismo.

Sal. 8:3. Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos; para el buen salmista, los cielos son de Dios, como el lienzo es del pintor. Si el artista es dueño de los cuadros que pinta, la naturaleza es obra de Dios, y a diferencia de aquél, la sostiene viva y la controla. La luna y las estrellas que tú formaste, aun en el tiempo del salmista, cuando el conocimiento de los astros era tan escaso, él afirmó que eran creación de Dios y que no tienen poder sobre el hombre. Hoy, cuando podemos contemplar de noche toda la magnificencia divina sabiendo muy poco en torno a las inmensidades del espacio que ocupan las estrellas y que cada una de ellas, probablemente, es igual o más grande que nuestro sol, teniendo a su alrededor otro sistema solar como el nuestro, exclamamos:

Sal. 8:4. ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria? O sea, ¿qué es el pequeño hombre al lado de la grandeza de los miles de mundos? Ahora sumamos nuestra admiración a la del poeta: Y si Dios es más grande aún que todas las cosas que ha creado, ¿cómo es que tiene en cuenta al hombre? Sin embargo, el Inmortal tiene muy en cuenta al mortal.

Sal. 8:5. ¿Qué más puede decirse además de lo dicho con respecto al hombre? ¿Qué lo creó a su imagen y semejanza? Gén 1:27. ¿Hay algo mejor que defina mejor la altura y grandeza del hombre? Desde luego que no. Y lo coronaste de gloria y de honra. Si en el tiempo de David pudo decirse que Dios había dado al hombre toda la honra y la gloria, ¿qué podemos decir ahora con todo el contexto que tenemos? Y más cuando entendemos que Cristo redimió al hombre y que éste, cuando se somete a la voluntad divina, es regenerado de tal modo que es adoptado en la familia de Dios y tiene, por ello, toda la honra y gloria que le transmite el trono del Señor.

Sal. 8:6. ¿Cómo es que el hombre señorea sobre las obras de Dios? En Gén. 1:26, la palabra he traducida “señorear” quiere decir domar, sojuzgar, sujetar e, incluso, mejorar. El hombre tiene el poder de conquistar y mejorar la creación de Dios; aún más, es responsable de hacerlo. En este Salmo la frase clave que se emplea significa: Le hiciste gobernar la creación. El poder dado al ser humano sobre la naturaleza es el del mayordomo. Dios es el dueño. El hombre y debe cuidar lo creado por lo tanto es natural y hasta responsable de mejorar el ambiente que le rodea y así tenemos que el ser moderno hasta hace poco ha desperdiciado y disipado los recursos naturales, contaminando las aguas y hasta quemando todos los bosques, pero parece que últimamente sobresale la cordura y se ha dado cuenta de que aun el mar es un tesoro que debe cuidar y no un basurero. Sociedades pro naturaleza proliferan por doquier y es orgullo de las naciones presentar parques más o menos naturales en donde la ecología más pura se respeta y se incita.

Sal. 8:7, 8. Todo está bajo el dominio del hombre. Es pequeño, pero hace que el elefante trabaje para él. Es mortal, pero domina al león, al tigre y a la serpiente. Aun las aguas y el viento pueden ser usados por el hombre para mejorar la naturaleza y sacar el mayor provecho de ella. Pero es necesario recalcar una vez más que el ser humano no es sólo hijo de la naturaleza, es el gobernador de ella y el mayordomo del Creador.

Sal. 8:9. Así como se abre el Salmo se clausura  con una alabanza a la grandeza y gloria de Dios. Después de ver y contemplar la generosidad y la misericordia que el Señor ha brindado al hombre, una vez más el salmista irrumpe en alabar el Nombre del Señor. No es para menos y si no, parémonos a considerar el v. 26 del cap. 1 de Génesis:

Gén. 1:26. Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre, con éste “entonces” Moisés quiere indicarnos la cúspide la Creación. Ya habían sido creadas todas las cosas y el ser humano representaba la obra más grande e importante de la Creación. Después de crear un mundo con luz, con mares, tierra fértil y buena, plantas, aves y animales de todo tipo, Dios hace y pone corona a su Obra con ese: Hagamos al hombre. Pero con el uso del verbo “hagamos” surge la primera dificultad. Unos piensan que está en plural porque es la Trinidad la que está hablando entre sí. Otros, que Dios anunció el hecho de su obra más santa al concilio de ángeles que le atendía. Otros, por fin, que es mejor interpretarlo como el anuncio más majestuoso del propósito divino antes de hacerlo. Estos últimos parecen tener razón puesto que en los vs. anteriores se puede notar que Dios anuncia los hechos importantes de la creación antes de hacerlos. En cuanto a la idea trinitaria, podemos decir que sólo hay un Dios y que Él solo creo el universo y todo lo que en él hay. Se sabe que el propio Cristo participó con Él, Col. 1:15-17; Juan 1:3, pero en unión con Él y el E. Santo como un todo compacto y sin fisuras como podrían serlo si hubieran tres inteligencias pensando independientemente. El caso que nos queda comentar se cae por su propio peso por cuanto no pueden ser partícipes creadores, como parece sugerir la forma verbal hagamos, unos seres creados. Además, por otra parte, hagamos al hombre se puede traducir por hagamos una humanidad, pues no cabe duda que tal como Dios creó a la raza humana, empezando por Adán, comenzó en aquel momento la existencia de la especie más peligrosa y maravillosa que había de habitar la tierra llenándola por completo con su presencia.

Estos días hemos podido ver en todos los medios informativos una alarmante noticia, según las propias fuentes, pero a todas luces positiva o cuando menos indicativa del alcance y poder del rey de la creación: “En el año 2000 seremos en el mundo 4.000 millones de seres.” Y los jerarcas internacionales están asustados y no se les ocurre nada mejor que proponer un control de natalidad ignorando que existen fuentes inagotables de supervivencia en la tierra… o fuera de ella. Estamos seguros que este estado de inquietud nace del pecado, puesto que una de sus características la constituye esa inseguridad en el mañana.

A nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, no es como es natural, que el hombre represente la imagen física de Dios, porque Él es Espíritu y la Santa Biblia prohíbe representarlo con imagen alguna, Éxo. 20:4, 5. La idea es que el hombre posee ciertas cualidades intelectuales y morales que no tiene otro animal. El resto del v nos ayuda a entender este concepto: El ser humano es capaz de enseñorearse sobre todo animal y de dominar la tierra. Es capaz de planear u hacer obras, de elegir entre lo bueno y lo malo, etc.

 

Conclusión:

Se cuenta que los reyes del antiguo oriente colocaban una imagen de ellos en las provincias lejanas para recordar a sus súbditos que su soberanía se extendía hasta aquellos lugares. Del mismo modo el hombre está en la tierra representando la soberanía de Dios en el mundo. Ya lo hemos dicho, es el administrador puesto por Dios para trabajar y cuidar su mundo. Así que todos aquellos que se hacen ciertas ilusiones de poderío, de propiedad o de mando están engañándose a sí mismos, porque el hombre no es Dios, ni nunca llegará a serlo. Es más, el hecho de querer serlo ya es pecado. No negamos que tiene ciertas cualidades de la personalidad divina, pero siempre queda como responsable ante éste y nunca como dueño ni siquiera de una brizna de paja. Esto es así porque la imagen del Señor no se anuló con la caída del hombre, sino que es una de sus características que nunca puede perder, Gén. 5:1, 3; 9:6.

Eso sí, estamos capacitados para ser responsables de nuestros actos ejerciendo esa mayordomía por lo que, caso de fracasar, seremos puntualmente juzgados y condenados si procede. Parece que uno de los propósitos de Dios al crear al hombre fue que éste fuese capaz y responsable de preservar el resto de la creación. Así, cuando falla en su responsabilidad, el medio biológico en el que vive sufre.

 

 

 

 

060313

  Barcelona, 11 de abril de 1975

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137 EL HOMBRE Y DIOS HACEN UN PACTO

Éxo. 19:3-6; 20:2-4, 7, 8, 12-17

 

Introducción:

De todos es sabido la vigencia actual de los pactos o contratos. Los tenemos de todas clases: en el trabajo, de inquilinato, de venta, de compra, de no agresión, de respeto, etc. Parece ser que cuando tenemos uno de ellos nos sentimos más seguros de que lo pactado será respetado. Que cuando tenemos la póliza, la firma o la rúbrica ya nada ni nadie puede romperlo. Que cuando guardamos uno de ellos nos sentimos como llenos de seguridad como si la polilla ni el orín no pudieran corromper el papel en el que se haya suscrito. Sin embargo sabemos que a veces un contrato es papel mojado. Y basta que uno de los contratantes se sienta poderoso, rico o importante para que procure por todos los medios romper el pacto, anular el trato y prescindir del contrato. Lo curioso del caso es que en la mayoría de las veces se procura “salvar la faz”, cubrir todas las apariencias y luchar por todos los medios para que aparezca el contrario como el transgresor.

En otro orden de cosas debemos hacer constar que en los tratos de Dios con el hombre siempre ha habido un entenderse bilateral. Dios no ha actuado nunca independientemente de la voluntad humana y siempre ha querido pactar con él y que después él guarde lo pactado. Por desgracia esto no siempre ha sido así. El hombre ha preferido campar por sus respetos y andar solo en esta vida ignorando que por las edades el ser humano ha sido un especial tesoro para el Señor. Lo ha creado con capacidad para relacionarse y para entrar en íntimo compañerismo con él, pero sin atropellar jamás su voluntad y su libre albedrío. Por lo general esta relación se ha realizado mediante pactos o compromisos en los que el Señor promete bendiciones ilimitadas y el hombre acatamiento, lealtad y fidelidad. El hombre es quien ha fallado siempre, Dios nunca.

En la lección de hoy podríamos encontrar tres grandes temas, que podrían ser: a) Promesa y demanda de parte de Dios, Éxo. 19:3-6; b) responsabilidad del hombre para con Dios, Éxo. 20:2-4, 7, 8, y c) responsabilidad del hombre para con el hombre, Éxo. 20:12-17. En el mes tercero de la salida de Israel de la tierra de Egipto… llegaron al Sinaí y Moisés subió al monte y el Señor le dio un mensaje para el pueblo. Les dijo que fue Él, Jehovah, quien derrotó a los egipcios y quien trajo a Israel al pie del santo monte. Siendo que Él los había liberado les dictó un pacto que tenían que cumplir y serían su pueblo especial, escogido para ser un reino de gente santa, 19:3-6. Y porque los sacó de la esclavitud a la que estaban sometidos en Egipto, ellos estaban obligados a tenerle como único Dios abandonando cualquier conato de idolatría sea de la clase que fuera, 20:2-4. Así el nombre de Dios les sería sagrado y el día de reposo sería guardado en honor a Aquel que fue capaz devolvernos al camino de la tierra prometida, 20:7, 8. En consecuencia pidió que ya que eran su pueblo y disfrutaban de su pacto, respetaran a sus padres y a sus prójimos porque, de lo contrario, cualquier otra violación de los derechos de otros humanos se consideraba un pecado contra Él, 20:12-17.

 

Desarrollo:

Éxo. 19:3. Para el hebreo de la antigüedad el monte Sinaí era el del Señor y no le faltaba razón. Allí habló primero a Moisés, Éxo. 3:1-10, y éste tuvo la experiencia de recibir el pacto y la Ley de Dios incluidos los Diez Mandamientos. Estos actos históricos tuvieron la habilidad de causar una gran impresión sobre ellos: Así dirás a la casa de Jacob y anunciarás a los hijos de Israel; ¿es qué ya estaban divididos en dos reinos? No. La casa de Jacob y los hijos de Israel eran uno y el mismo pueblo. La repetición que leemos en un método poético en el he que se llama paralelismo. Se usa sólo para dar énfasis y marcar la importancia de la cita o declaración.

Éxo. 19:4. El Señor es un Dios de acción. Vez tras vez invita a la gente a que prueben quién es Dios, leer: 1 Rey. 18:24. En esta gran ocasión les declara que era Él y no un accidente de la naturaleza quien destruyó a los egipcios en el mismo mar que ellos pasaron en seco sin sufrir daño alguno. Sin Él, los hebreos aún serían esclavos de Faraón. Así tuvieron la evidencia de que no fue Moisés, ni el poder de ningún ejército, ni siquiera un maremoto el que los había liberado. Sintieron la presencia de Dios y notaron que fue la mismísima mano divina la que les acompañó en el Nilo, en el desierto, en el mar y en el desierto, hasta la falda de Sinaí. Os tomé sobre alas de águilas y os he traído a mí; este es otro uso de términos poéticos para describir una experiencia sublime con el Creador. La idea que nos da no difiere mucho de aquella otra que nos señala a un águila enseñando a volar a sus aguiluchos, la cual, los suelta en plena en plena altura para inmediatamente aparecer bajo ellos dándoles la espalda de forma protectora en la que frenar sus atolondrados aletazos y llevarlos así a la seguridad del nido en los altos riscos. Así, el Dios de los cielos ha rescatado a los suyos de las garras del egipcio y ahora son de Jehovah y no de Faraón.

Éxo. 19:5. Ahora pues… si diereis oído, con la idea implícita de “comprender”. Si comprendierais el alcance de mi santo mensaje, guardaríais mi pacto… seréis mi especial tesoro. El Señor habla claro. Les promete que el pacto que les ofrece les resultará en unas bendiciones si ellos cumplen su parte. Si no, Dios no está obligado a ellos, les volverá el rostro y lo que es peor, les reclamará sus delitos.

Éxo. 19:6. Estas eran parte de las bendiciones prometidas. Y, ¡qué bendiciones! Sacerdotes, es decir, mediadores entre el mismo Dios y el resto de los hombres y lo que es más curioso: gente santa, o lo que es lo mismo, “gente apartada” aun a pesar de la humanidad del mensaje sacerdotal. Israel jamás vio y comprendió el propósito básico de este pacto redentor de Dios. Es mucho más tarde cuando se tiene la impresión de que esta promesa ha sido realizada por Cristo en el Nuevo Pacto, 1 Ped. 2:9, 10. Sin embargo, no podemos criticarlos ni despreciarlos fácilmente por cuanto el mundo es en la actualidad infinitamente más rico espiritualmente hablando por ese pacto. Debemos reconocer que los gentiles hemos llegado a sentir y conocer al verdadero Dios mediante las experiencias y la fe del pueblo de Israel, pues es evidente que su espalda vuelta a Dios tuvo la virtud de actuar como revulsivo de éste y nos dio cabida en su Reino aunque sea en calidad de “hijos adoptivos”.

Éxo. 20:2. En los pactos corrientes de soberanía el “libertador” o “conquistador” siempre se identificaba como el rey soberano y hablaba de lo que había dispuesto para su nuevo pueblo. Y nunca estuvo mejor empleado el término “libertador” que en esta ocasión, pues que te saqué de Egipto… de servidumbre. Sí, en efecto, para el judío corriente, Dios constituye la diferencia entre ser esclavo o ser ciudadano de un pueblo libre y respetable. Paralelamente, bajo el Nuevo Pacto, el cristiano ha sido liberado de la condenación del pecado y de la muerte y ha recibido la libertad en Cristo y la vida eterna.

Éxo. 20:3. Es interesante observar que el mandamiento no habla de un número determinado de dioses, ni aun del significado del vocablo “dios”. Literalmente el hebreo se dice: No tendrás dioses secundarios, extraños, extranjeros, ante mi cara.

Éxo. 20:4. La idolatría es estrictamente prohibida a los del pacto con el Señor. No hay imagen finita que pueda representar fielmente al Dios infinito y eterno por la razón, entre otras, de que si así fuera, éste dejaría de serlo.

Éxo. 20:7. O lo que es lo mismo: No harás del nombre del Señor la nada o vanidad o la mentira. O lo que es lo mismo: No usarás su nombre de forma innecesaria indicando con ello desprecio, irreverencia, indiferencia e ignorancia. Es decir, todo aquello que

puede hacerse hablando mal, de forma soez, faltando el respecto a los demás, viviendo como si Dios no existiera, blasfemando y jurar de forma falsa en el nombre del Señor con la idea de que así nos creerá mejor nuestro interlocutor. No hay perdón completo por este pecado si el hombre persiste en él porque va contra las leyes más elementales de la buena fe y convivencia humanas. Los judíos llegaron a tal extremo de temor de transgredir este mandamiento que les hacía romper la pluma de ave cada vez que escribían el nombre de Jehovah.

Éxo. 20:8. Dios aparta un día entre siete como su día y para el bien del hombre. Como parte del antiguo pacto fue el séptimo, en tanto que nosotros celebramos el primero por costumbre del inicio del Nuevo Pacto y por ser el día de la resurrección del Señor. Y es que entendemos que no importa tanto que día se guarda como el hecho de que se guarde un día de cada siete.

Éxo. 20:12. Básico a la supervivencia del pueblo de Dios es el honor a los padres. Y este honor depende tanto de los padres como personas dignas del honor, como de los hijos que deben honrar a las personas que les dieron la vida. Además, como el primer mandamiento con promesa, la vida larga es el galardón del pueblo y del individuo que lo obedece y lo vive.

Éxo. 20:13. Nadie tiene derecho a quitar la vida a otra persona por mala que aparezca a los ojos de la sociedad. Matar al prójimo, aun respaldados por la ley, es un pecado contra Dios, el soberano Señor.

Éxo. 20:14. Nadie tiene el derecho de violar la santidad del hogar y la familia de otra persona. Tampoco tiene derecho de engendrar la vida de otro ser humano bajo circunstancias que perjudicarían su existencia y, por lo tanto, cometer adulterio es considerado algo criminal al igual que el homicidio. Es pecado contra Dios.

Éxo. 20:15. En he dice: No robarás, pero con la sutil aclaración de no engañarás. La propiedad y la confianza del prójimo son sagradas y, por lo tanto, tomar una y abusar de la otra son pecados contra el soberano Dios.

Éxo 20:16. No usarás ni tu palabra ni tu influencia para hacer mal o perjudicar a tu prójimo. Normalmente este mandamiento se interpreta como no mentirás, pero la idea parece ser más bien no levantar falsos testimonios, es decir, más que un pecado interno, para uno mismo, como pudiera ser la simple mentira, es más para proteger, otra vez, la buena fe del prójimo. Es, desde luego, otro pecado externo del mismo calibre que matar a cometer adulterio. Sí, se ha llegado a decir que unos matan con pistola o con cuchillo, mientras que otros lo hacen con la lengua.

Éxo. 20:17. El creyente que participa en el pacto con Dios, ratificado con la santa sangre del Cordero tiene prohibido codiciar cualquier cosa o a cualquier persona. Pablo nos dice que este solo Mandamiento despertó en él la consciencia de ser pecador, Rom. 7:7. Pero lo cierto es que si uno escapa de cometer otros pecados, y peca contra su prójimo en éste, es igual de pecador ante Dios: Porque cualquiera que guardaré toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos ellos, Stg. 2:10.

 

Conclusión:

Se dice que Benito Juárez tratando de glosar la ley, dijo: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, y no estaba muy lejos de la verdad. El respeto a Dios y al prójimo es la base del tratado del Hombre y Dios. No en vano dijo Pablo: El que ama al prójimo cumple la Ley, Rom. 13:8.

Al igual que los hebreos en el desierto y en tanto no llegamos a la tierra prometida digamos con ellos: Haremos todas las cosas que el Señor ha dicho, y obedeceremos, Éxo. 24:7.

Amén

 

 

 

 

060314

  Barcelona, 20 de abril de 1975

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138 EL AMOR FIRME DE DIOS

Isa. 55:1-9

 

Introducción:

En nuestra época en que parece ser que las noticias son vitales para nuestra existencia, la lección de hoy nos viene con un mensaje de misericordia, aditivo que aquellas no nos tiene acostumbrados. Es más normal leer de catástrofes, guerras, vejaciones, invasiones, robos, violaciones  y asesinatos que de bondades y perdones. Es más normal leer desdichas foráneas que logros domésticos por la sencilla razón de que el hombre negocia con todo y en esto no podía hacer una excepción. Hay tal tinglado informativo montado en la llamada prensa rosa y social, hay tal cantidad de gentes que buscan la información tendenciosa, hay tal interés económico en las agencias especializadas que cualquier intentona en contra, por débil que sea, está, si no condenada al fracaso, destinada a ser “una voz en el desierto”. Sin embargo, esta perspectiva no nos debe desalentar por cuanto es, no tanto nuestro deber con serlo, vital para nuestra existencia de creyentes con un llamado concreto a ser sal para la tierra. De ahí que debamos levantar nuestra voz en medio del caos moderno indicando que toda persona que tenga sed de Dios puede saciarla por completo acudiendo a su presencia. Y como para hacerlo no son útiles ninguno de los requisitos normales en los que se desenvuelven los humanos, el mensaje incluye y abarca a todos, a ricos y a pobres, a sabios y a los que no lo son tanto, a los negros y a los de otro color, a los encumbrados en la sociedad y a los depauperados, a los sanos y a los enfermos y, en general, a todos los que pululan sobre la capa de la tierra. Lo más curioso de nuestro mensaje lo constituye sin duda el hecho de que digamos que al Dios de Israel se puede acudir sin dinero alguno incluyendo con ellos a la moneda humana considerada más fuerte. La reacción del hombre en contra de todo aquellos que no vale nada forma parte del secreto del éxito de todos los negocios. Normalmente compramos aquello que es más caro, salvo la época de rebajas, creyendo que lo que no lo es tanto está deteriorado o inservible. De todos es conocido el caso de aquel prohombre de aquí, catalán, que situado en una zona estratégica de las Ramblas de Barcelona trataba de vender “duros a cuatro pesetas”, sin lograr vender ni uno (Rusiñol). Sin embargo, es cierto. Dios quiere al hombre tal cual es, vacío, débil y arrepentido. Y todo aquello que lo envuelve y que creemos de tanto valor, no tiene importancia para Él. Por eso les pregunta por qué gastan sus recursos y la vida preciosa para comprar espejismos que carecen de realidad y que siempre dejarán aquí al morir. El mensaje es de misericordia pues promete que el que quiera obedecer al Señor será incluido en las promesas firmes de David. Además, allí estará Él como testigo de las mismas en presencia de todas las naciones; incluso, con la fuerza de su testimonio, será jefe y maestro de las mismas para dar fe de la veracidad de la herencia. Además, nos viene dada la fértil promesa de la conversión de los gentiles por la suprema aparición del Mesías, el Santo de Israel. Así, resumiendo, debemos exhortar a nuestros interlocutores a que busquen a Dios en tanto pueda ser hallado, que se acerquen a Él arrepentidos y recibirán perdón y misericordia porque Dios piensa y camina en términos y lugares más sublimes que los que acostumbra a desenvolverse el hombre.

 

Desarrollo:

Isa. 55:1. A todos los sedientos; este es el pregón indispensable, puerta y arranque de nuestro mensaje: A todos los que tengan sed, indica más que la frase fácil de venir a las aguas. Indica, en primer lugar, una actitud real en el oyente y en seguida, un veraz reconocimiento de que en efecto se está pasando sed. Y aún hay más, debe indicar que desde siempre se está buscando la “fuente” cuya agua es capaz  de apagar la sed espiritual. Y aún hay más, nuestra actitud debe indicar sin ningún género de dudas que todos conocemos su ubicación, pues esto es vital para que nuestro santo mensaje tenga visos de realidad y, lo que es más importante, se pueda alcanzar la realización de nuestro propósito. Tenemos a favor la circunstancia de que todo hombre que nace en la tierra siente esa sed, sencillamente porque las cosas materiales no le satisfacen incluyendo a aquellas que son de difícil adquisición. Es comprobable por cuando hemos experimentado en carne propia que en cuanto tenemos aquellos por lo que habíamos suspirado día y noche deja de tener valor. Existe una canción ligera que apoya lo que estamos diciendo, dice así: “El que tiene un peso, quiere tener dos, etc.” Es cierto y aun a sabiendas que nuestro mensaje será escuchado por muy pocos debemos insistir: Y los que no tienen dinero, venid, comprar y comed. Venir, comprar, sin dinero y sin precio, vino y leche. La invitación es clara: satisfacer la inquietud espiritual sin costo y sin aumentar ni asumir nuevas deudas. ¿Os imagináis el éxito de una campaña comercial basada en estos términos? ¿Que avalancha de “rebajas” provocaríamos? Pero sin embargo afirmamos que los ricos y pobres igualmente puede tener el vino que es tónico, alimento y bebida de los hombres fuertes, y la leche, que es el alimento de los  niños. Con todo, ejemplos que eran básicos en Oriente que resumían y daban prestancia a una buena mesa. Al decir sin dinero y sin precio estamos afirmando que nadie debe carecer de nada, espiritualmente hablando, porque al ser de balde, todos tenemos las mismas posibilidades de poder adquirir las mismas cosas.

Isa. 55:2. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia? Ya lo hemos insinuado. El hombre buscando cómo apagar su sed espiritual, y tratando de llenar el hueco en su corazón pecaminoso, procura hallar la satisfacción de muchas y muy variadas maneras. Busca las riquezas, anhela la fama y la popularidad, lucha por tener el poder sobre los demás, se abandona en brazos de la lujuria o la sensualidad, pero ninguna de estas cosas lo sacia. Siempre le queda la sensación de hambre. Siempre tiene la sensación de sed. Es como si estuviera pagando grandes precios por comer paja, o trabajar de forma ardua para ganar basura. Nerón era un hombre inmensamente rico, pero será recordado para siempre en la historia como un hombre miserable y despreciable. En cambio, pusieron sobre una pequeña mesa todas las posesiones personales de Karamchand Mohandas Gandhi al murió, y no en vano se le considera el hombre más grandes de todos los líderes populares de este siglo. Así, es muy importante saber en que Banco estamos poniendo nuestros ahorros, o en uno suizo en el que aun hemos de pagar intereses por guardarlo o en cualquier otro que, aunque pequeño, podamos controlarlo.

Oídme atentamente y comed del bien, naturalmente, la promesa es para el que oye y cree lo que oye, pues en cualquier otro caso, habrá sido hecha en vano. ¿Qué beneficio puede reportar a alguien un anuncio si no cree en la veracidad del mismo? Ninguno. No moverá ni un dedo por acudir a la fuente y beber. ¿Cómo comer del bien si no se cree que exista? Sin embargo, Dios dará su manjar espiritual a todo aquel que acuda. Y con ello queremos decir que tomará parte activa en todo lo excelente, lo agradable, lo gozoso y lo cariñoso de la vida pues no quiere decir otra cosa el vocablo hebreo usado aquí.

Isa. 55:3. Efectivamente, hay una vida eterna para el que oye a Dios y para el que le obedece. Porque dice: Haré con vosotros pacto eterno, aun antes de conocer y encontrar la vida eterna en Cristo, el antiguo hebreo creía que la inmortalidad consistía en tener hijos varones, nietos y biznietos manteniendo así vivo el nombre, el apellido y el linaje de la familia. En otras palabras, creían que sobrevivirían en el lugar de la morada de los muertos, Seol, mientras hubiera prole viva en la tierra. Esta promesa, entre otras, garantizaba que vivirían los hijos descendientes bajo dicha protección y el pacto del Señor, Jer. 31:31-34. Pero este pacto descrito muy bien por Jeremías es mucho más amplio y abarca a toda la humanidad como veremos en el v. 5. Ahora bien, ¿cómo podríamos describir este pacto? ¿De que parece estar compuesto? De las firmes misericordias de David. En 2 Sam. 7:16 se halla la palabra de Dios dirigida a David. Mediante el profeta Natán, Dios le promete que la casa de David jamás se acabará, que el Mesías aparecerá entre los hijos del mismo y que su dinastía será firme y perpetua sobre el trono de Israel. Estas misericordias ofrecidas al hijo de Isaí fueron para su bendición y también para todo hombre que creyera en Dios, en especial, no lo olvidemos, para el creyese en el Señor Jesucristo como el Mesías. Dios cumple siempre y esta vez promete solemnemente: Una vez he jurado por mi santidad y no mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí, Sal. 89:35, 36. Así las garantías de David son una garantía de satisfacción del hambre y la sed espirituales con promesa de supervivencia.

Isa. 55:4. La interpretación de este v. depende el significado del pronombre lo. Si se refiere al pacto, seguramente lo permanente y perdurable del pacto con David es testigo de que Dios es fiel, santo y poderoso. Por otra parte, poco se puede aceptar que un pacto pueda ser jefe y maestro a las naciones. Así que más bien es un comentario sobre el aspecto mesiánico de las misericordias firmes de David. Sólo así se entiende el v. 5 y que el mismo David sea igual al resto de los mortales, es decir, que haya pasado por el mismo crisol de la muerte por el que pasaremos nosotros a pesar de ser un prohombre de Dios.

Isa. 55:5. La palabra traducida aquí por “gente”, es persona, pero que en plural significa los gentiles o los paganos. Así, el Mesías llamará hasta los gentiles para disfrutar de todas las misericordias de Dios. Y el Santo de Israel hará que los no conocidos, los no encasillados en la idea de la inmortalidad hebrea, los que no han nacido bajo el manto selectivo judío, corran hacia el Mesías ofreciendo sus corazones de carne en los que grabar un nuevo pacto honrando así al Hijo de David. Estos son los cimientos firmes y seguros que Dios nos pone para nuestra fe.

Isa. 55:6. En primer lugar observamos que hay tres verdades importantes: a) Dios no es tan fácil de encontrar. Hay que buscarlo indefectiblemente; b) como el hombre está capacitado para buscarlo, tiene el deber y el privilegio de encontrarse con Dios en tanto está cercano, y c) la oportunidad de conocer a Dios es algo pasajera por lo que hay un gran peligro en rechazar la invitación para conocerlo. Vendrá tiempo en la experiencia del hombre cuando pierda la anunciada capacidad de encontrarse con el Creador y entonces será tarde. Mientras pueda ser hallado, en tanto está cercano son frases paralelas, cuyo significado vimos y estudiamos el domingo anterior. Estás escritas en forma poética para realzar más la idea central del escritor. En los dos casos, la seguridad de que puede ser hallado y la sensación de que está cercano nos vienen dadas por el E. Santo, por lo que debemos ver y aprovechar la primera oportunidad que tengamos, pues dejarlo para mañana puede resultar tarde. En Resumen: Debemos forzar y contagiar a nuestros oyentes la urgencia del mensaje y decirles que deben aprovechar la cercanía de Dios mientras el E Santo les haga posible conocer al Señor.

Isa. 55:7. Esto es una forma de girar tratando de ver a Dios. El hombre impío, o sea el hombre más ateo, pecaminoso, vicioso, indecente, culpable, opresor, desenfrenado, revoltoso y lujurioso, ha de abandonar su manera de ser para poder llegar al Señor. Así, también el inicuo, o sea el hombre vanidoso tiene que dejar sus pensamientos para poder llegar al verdadero Dios. Ahí está el giro: ¡Vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia! ¡Qué valor, qué promesa tan grande! ¡Qué grande es el amor de Dios! Aunque el hombre sea malo y vanidoso, Dios tendrá misericordia de él. No le tratará según merezca, sino que lo justificará. Más bien, lo verá y considerará justo y le dará parte en la heredad con los hijos que le son propios. Y por si esto fuera poco, sin aún albergan alguna duda, se añade: Al Dios nuestro, el cual es amplio para perdonar; es decir, que no les condenará como merecen, sino que les va a perdonar con la idea de borrar los pecados y dejar el alma como si nunca los hubiese cometido. ¿Cómo es posible?

Isa. 55:8. La palabra traducida por pensamiento también significa intención, propósito, plan o proyecto e indica, en consecuencia, que Dios vive y actúa en una esfera superior a la del hombre.

Isa. 55:9. La lógica y las reacciones emotivas del hombre son muy inferiores a las del Señor. El avión que pesa muchas toneladas no vuelva porque se haya abolido la ley de la gravedad, sino porque las leyes de la aerodinámica superan a aquélla mientras se traten y obedezcan.

 

Conclusión:

Si uno vive de acuerdo con la voluntad del Creador pueden pasar milagros en su favor porque el Señor es bueno, para siempre es su misericordia, su verdad por las generaciones, Sal. 100:5. Está proclamada la noticia, identificados los portavoces, denunciada la urgencia, aclarado su mensaje y determinadas la promesa y el Autor: ¡Sólo falta salir al exterior a predicar el Año agradable!

¡Qué Él nos ayude a no fallarle en este glorioso menester!

 

 

 

 

060315

  Barcelona, 24 de abril de 1975

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139 LA PRESENCIA DE DIOS

Sal. 139:1-12, 23, 24

 

Introducción:

Si bien la época de oscurantismo se caracterizaba precisamente por su poca exigencia en humanidades, también se ha de reconocer que tampoco se pedían demasiadas pruebas en cuanto a la realidad de la fe. Se daban unas directrices oficiales y todos debían creerlas al pie de la letra. De todos es sabido lo que ocurría con aquél o aquéllos que se atrevían, no sólo a enfrentarse con la versión oficial, sino tan sólo a esbozar una simple pregunta. Los dogmas de fe estaban a la orden del día y las cárceles y las hogueras se daban abasto a cerrar las bocas de los inquietos.

En la era en que nos ha tocado vivir, el hombre se queja de que no hayan mayores evidencias de la existencia de Dios. Pero, sin embargo, sabemos que estas evidencias existen y que lo hacen en profusión. Lo que ocurre es que aquí hay un duro problema de lenguaje. Nosotros que lo entendemos, vemos cualquier cosa positiva y natural como una manifestación del gran Dios y el mundo no está sensibilizado para interpretarlo. Ya el apóstol Juan dijo que el Señor Jesucristo afirmó que el E Santo es el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Y luego, enseguida, viene a cuento la pregunta: ¿por qué nosotros entendemos el lenguaje divino y el mundo no? ¿No tienen ellos la misma oportunidad de sentir a Dios y ansias de conocerlo? Vamos por partes: El mundo actual acepta a alguien o a algo como verdadero o real si lo puede notar a través de uno de los cinco sentidos; esto es, si lo puede ver, si lo puede oler, si lo puede tocar, si lo puede saborear o si lo puede oír. Yendo más lejos, algunos admiten también el sentido común, que resulta del juicio sobre varias evidencias. Otros aceptan el lenguaje esquemático de las matemáticas porque les da opción a plantear soluciones lógicas a problemas “inmateriales”. Otros, en fin, arguyen y apoyan la voz y el lenguaje de las computadoras que sin duda va más allá de la 5ª dimensión, es decir, va más lejos en la metafísica de lo que los hombres habrían podido soñar jamás en el pasado. Sin embargo, esto no es suficiente. El más sencillo de los creyentes ve más lejos y más claro que el más sabio de los hombres ateos. La solución al problema debemos buscarla y encontrarla en otros horizontes de los que hemos apuntado. Podemos afirmar ya que Dios da al creyente una intuición con la cual puede sentir la verdad de las cosas del más allá, es decir, que por la fe entiende, ve, huele, toca y saborea las cosas espirituales. Así, el amor y la presencia de Dios no le son menos reales que una piedra o el agua del mar.

Pero antes hemos apuntado la posibilidad de la existencia de una cierta discriminación entre los creyentes y el mundo y debemos ser honestos al dar una respuesta. El mundo que carece de la citada percepción espiritual tiene mucha dificultad en concebir un ente llamado Dios. Por contra, para el autor del Salmo 139 es la mar de fácil. El salmista encuentra a Dios omnipresente y lo que es mejor, en cada una de sus palabras deja traslucir la seguridad de estas envuelto por Él incluyendo con ello a sus propios y escondidos pensamientos. Los hombres del mundo, en cambio, mientras no sea tocado su corazón por el E Santo, no pueden entender este fiel y claro “lenguaje” y, por consiguiente, están limitados a lo que les digan sus “sentidos”. Los cristianos sabemos que no estamos solos y cada día tenemos más consciencia de la necesidad de la firme presencia de Dios en nuestras vidas como un compañero y amigo íntimo que no sólo conoce y comparte nuestra realidad, sino que vive con y dentro de nosotros ayudándonos a hacer frente a la vida en las adversidades y disfrutando de nuestras alegrías.

 

Desarrollo:

Sal. 139:1. Oh Señor, tú me has examinado y conocido; lo que también podría traducirse: Tú me has buscado y comprendido. La clave del v debemos buscarla en el verbo “comprender”. Si nos conoce y entiende quiere decir que el Señor no es un concepto abstracto, ni un campo magnético, sino una persona que tiene un interés especial en el hombre. Dios nos busca para cuidar de todos nuestros caminos.

Sal. 139:2. Literalmente el hebreo, dice: Tú mismo conociste mi casa, el lugar donde me siento y mi existencia. Sí, Él sabe donde estamos y cómo vivimos. Es más, aunque estuviera lejos de todos nosotros, conocería hasta las más insignificantes de nuestras ideas y pensamientos.

Sal. 139:3. No hay nada escondido al Señor, hasta el dormir lo observa detenidamente. Incluso cuando andamos extraviados en la vida, sin saber que hacer, notamos su presencia que nos reconforta.

Sal. 139:4. Antes de hablar, el Señor conoce todas nuestras intenciones y actitudes. Sabe hasta la letras que vamos a decir y como vamos a decirlas. Así se nos antoja, ¡cuán terrible es blasfemar!

Sal. 139:5. Me has puesto unos límites detrás y delante. Me has localizado y no puedo ir más allá de las barreras que tú pusiste.

Sal. 139:6. La comprensión del hombre se limita al espacio y al tiempo y no puede estar sino en un sólo lugar y no puede atender más que un asunto a la vez. Por lo tanto el hecho de que Dios puede estar al tanto de toda acción de todo hombre, en todo lugar, en todo tiempo, no lo podemos comprender. Su propia limitación no alcanza a mayores alturas.

Sal. 139:7. Siendo que Dios no es limitado ni al espacio ni al tiempo, el hombre puede encontrarlo donde quiera, porque está en todas partes todo el tiempo.

Sal. 139:8. Sabemos que según las propias Escrituras, la misma morada de Dios son los cielos. Su soberanía es expresada allí de un modo más completo que sobre la propia tierra; recordemos, al efecto, lo que dice la oración modelo: Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra, Mat. 6:10. Así, aun en la viva morada de los muertos Dios manda y no el hombre. Samos que éste cuando está sin vida queda sujeto al juicio del Omnipotente y en la resurrección deberá responder a Dios cuando se le pregunte. La idea del v radica en que el hombre vaya donde vaya encontrará evidencias de la presencia de Dios. Por eso se citan los dos polos más opuestos que se puedan imaginar, el cielo y el Seol. Y se afirma que en el caso de que pudiéramos conscientemente ir a ellos, allí encontraríamos a Dios.

Sal. 139:9. Aun yendo lejos del hogar y de la patria de uno, no se libra de la presencia de Dios y sus demandas sobre la vida propia. Esto parece extraño en la actualidad, pero en aquel tiempo los hombres paganos creían que cada país tenía su propio dios. Así creían que los dioses egipcios reinaban en Egipto, los griegos en Grecia, etc. Pero el salmista afirma que Dios es el Creador del universo y que reina en todos los lugares de la tierra por lo que es inútil el viajar tratando de eludir la presencia del Señor. Ahora viene a cuento la reconocida insensatez de Jonás tratando de huir de Dios y el reencuentro con Él cuando ya, en mar abierto, iba camino de España, del fin del mundo entonces conocido.

Sal. 139:10. Hay consolación y anhelo para el creyente en el hecho de que Dios reina doquiera pues que al que le ama, su presencia es una gran bendición. Es sintomático. Cuando el creyente siente la presencia del Señor sabe que cuenta con su amor y providencia.

Sal. 139:11. No hay oscuridad peor que la del desengaño y la decepción. Sabemos que las nubes de la desesperación pueden ahogar a cualquiera y también, que la presencia de Dios puede despejar la neblina más negra alrededor del que se encuentra solo y abatido. Ni la soledad ni los contratiempos pueden agobiar para siempre al que ha puesto su fe y su confianza en el Señor.

Sal. 139:12. Esta es una de las evidencias que apuntábamos al principio: El Señor nuestro vuelve la noche en día. Sabemos que Satanás nos acecha esperando el momento de flaqueza para mover y arruinarnos; nos enreda en tentaciones, contratiempos y hasta desastres. Y el que no acude a Dios en busca de auxilio, cae en las garras del enemigo. Pero el salmista asegura que Dios ampara al que cree en Él. Aún en las horas más negras de la noche de la prueba, sentimos como vuelve la luz resplandeciente, alivio y gozo del Señor.

Sal. 139:23. En los vs. del 13 al 18, el salmista dice que Dios ha estado en activo dándole la vida y cuidándosela desde que estaba en el vientre de su madre, aun desde su concepción. Así, la vida del recién concebido, desde el momento en que es una vida aparte, desde el momento en que un espermatozoide fecunda el óvulo, es tan preciosa a la vista del Creador como la vida del joven atleta en el apogeo de su carrera. Podemos decir, pues, que la criatura goza de la protección de Dios antes, nueve meses antes, de que vea la cara de su propia madre. ¡Qué terrible es apoyar y secundar el aborto aunque sea en los primeros días del feto! La eutanasia de un ser vivo, tenga un día o cien años, es un crimen contra Dios y contra la sociedad. A sabiendas de que Dios lo conoce bien, el salmista le invita a que mire lo íntimo de su ser para purificarlo. Y para el salmista y para nosotros, el corazón era el asiento de su ser, el lugar donde moraba el espíritu del hombre y poco tenía que ver con un sistema circulatorio, es decir, con un órgano físico. Para él, sus pensamientos se originaban en el corazón, Prov. 16:9, y en él guardaba todas las actitudes y sentimientos buenos y malos.

Sal. 139:24. Y ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno; “mira en mí si tengo un ídolo, camino de perversidad, y condúceme en el camino eterno.” El hombre que permite la idolatría en su camino, en su vida, a saber, que deja que cualquier cosa tome el lugar que pertenece a Dios en su vida, está caminando hacia la perdición y la desgracia. Tenemos en este v. cuando menos, dos verdades principales que debemos explorar: a) el salmista sabe lo que le gusta a Dios y pide ponerse bajo sus alas, es decir, con este guíame quiere entregarse totalmente, dar, confiar y esperar en su poder, y b) siendo que el hombre es incapaz de juzgarse bien a sí mismo y que 3ngañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, Jer 17:9, el salmista pide que no él, sino Dios mismo encamine su vida hacia el camino eterno el supremo premio y laurel. El salmista habla con su Dios en oración, convencido de que éste ha examinado su vida con mucho interés y hasta el último detalle. El Señor ha conocido los movimientos y el sitio de su actividad y le ha examinado hasta los pensamientos. Y Dios se ha ocupado en escudriñarle el andar y el reposo. Dios sabe la palabra que dirá antes de que salga de la boca.

 

Conclusión:

En suma, el salmista cree que Dios está delante de él y detrás de él y que siente su mano sobre su vida. No cree que sea posible esconderse de la presencia de Dios ni en los cielos, ni en la tierra, ni en el lugar de los muertos… ¡Por eso le pide dirección hacia el camino eterno!

¡Ojala que esta anunciada y repetida presencia la sintamos todos aquí como entonces la sintió David y podamos decir como él: Has escudriñado mi andar y mi reposo y todos mis caminos te son conocidos, Sal. 139:3.

Así sea.

 

 

 

 

060316

  Barcelona, 4 de mayo de 1975

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140 LOS IMPERATIVOS MORALES

Lev. 19:2, 9-18, 35-37

 

Introducción:

Si de algo se caracteriza nuestro tiempo es sin duda en que todo parece ser relativo. Los librepensadores apoyan la tesis de que todo aquello que el hombre pueda o sea capaz de pensar es bueno. La cuestión estriba en el propio individuo y en la proyección hacia el exterior y no tiene ninguna importancia, o muy poca, la relación hacia los demás. Naturalmente, esto es del todo contrario a la normativa moral más elemental. Los imperativos morales vienen dados por y para nuestro prójimo y la cuestión interna queda en un triste segundo lugar. Otros, afirmando más en esa relatividad, dicen que la ética se determina de acuerdo con la situación local en la que debe aplicarse la moralidad, porque, dicen: lo que parece ser justo para una persona, no lo es normalmente para otra. Y con ello intentan anular la universalidad de la ley moral y los sanos beneficios que de ella se desprender. Aún hay otros que dicen que la única regla es: Ama, y haz lo que quieras. Pero tampoco es fiel esta interpretación a pesar de que se acerca más a nuestro campo de pensamiento evangélico. Yendo al otro extremo, aún hay gentes que exclaman utópicamente: La verdadera convivencia social nos viene determinada por el hecho de fastidiarse un poquito uno mismo en beneficio de los demás. Pero la vida no es tan sencilla como ellos la toman. La verdadera moral radica, se centraliza y se resume en las palabras que dijo nuestro Salvador en una ocasión: Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Esta es la verdadera regla de oro y pretender lo contrario sólo es transfigurar la realidad novo testamentaria. Por eso, por ese falso concepto moral, todos aquellos que pretendían conseguir un mundo social ideal, lo que hacen, lo que cosechan, es precisamente todo lo contrario. Por eso no nos podemos extrañar que la causa de la desviación de la juventud actual está motivado por la falta de normas morales bien marcadas y respetadas entre sus padres y abuelos. Desde luego, no seríamos justos si no denunciáramos la falta de información moral entre la que se mueve el mundo. El tema de muchos artículos, libros, dramas y películas de hoy es: El hombre es un depravado, cruel y pecaminoso, que trata de vivir en la sociedad. Cierto es que ésta ha sido la problemática humana, pero también es cierto que nunca ha habido tanta confusión de las conciencias sobre la justicia, el error y el pecado, como en estos últimos cincuenta años. Lo lamentable del caso es que, sin contar algunos imperativos morales, y en especial los revelados en la Palabra de Dios, la confusión perdurará e incluso empeorará a menos que salgamos a la calle como pregoneros de Cristo.

Debemos ser sinceros y reconocer que en la actualidad a muchos les parece extraño hablar de moral, en especial a las nuevas gentes de las nuevas generaciones. Los adultos asistimos con sorpresa a la nueva moralidad de vida y conducta adoptada por la juventud del mundo. Estamos muy confusos ante las manifiestas corrientes del pensar que, a nuestro juicio, resultan nocivas, pero no debemos olvidarlas. Siempre que podamos hemos de dejar sentadas y hasta establecidas las bases y los fundamentos bíblicos de la vida moral y ética que corresponde llevar al hombre de todos los tiempos, precisamente porque la santidad de Dios establece los principios inmutables de vida. Con todo, los cambios obedecen sólo a la forma, y esto de acuerdo con la época, el lugar y la situación.

 

Desarrollo:

Lev. 19:2. Veamos cual puede ser la razón de la santidad: Ante la congregación de los hijos de Israel llamados fuera de sus tiendas, convocados en asamblea, Dios les da una razón para ser santos. El momento es muy solemne; todos, absolutamente todos los hijos descendientes de Jacob, puestos por familias y éstas por tribus, van a rodear el altar portátil expectantes. Dios va a hablar. Y lo hace: Santos seréis. Es decir, elegidos, puros, consagrados, apartados del mal, piadosos, sinceros, porque Santo soy yo Jehovah vuestro Dios. Y para demostrar lo que antes decíamos acerca de la ética del pueblo de Dios y de que ella depende la santidad, deberían bastarnos estos diez vs. que desgranan detalle a detalle la esencia y la interpretación de la misma para que no nos quede ninguna duda acerca de su significado:

Lev. 19:9. A primera vista, parece que esta ley sea dada para dejar o desperdiciar los bienes de la cosecha e incluso, para promover la pereza. Pero al poco que pensemos veremos que esto no era así. Como podemos observar en Rut 2:2, esta ley fue dad y practicada en beneficio de los pobres, desamparados y extranjeros. Así, el poco trigo que quedaba en los rincones del campo, las espigas caídas en las cosechas y aun las gavillas olvidadas, debían quedar en el campo, Deut. 24:19-22.

Lev. 19:10. Al hebreo le era permitido cosechar una sola vez su viña por la razón expuesta en el v anterior. Además en el caso del extranjero, sabemos que no tenía derecho a tener tierra porque el judío no podía vender su heredad a nadie, así que sus medios de vida venían dados sólo de lo que pudiera ganar como jornalero, como siervo, o de resultas de la cuantía de la ley anterior. Por contra y en consecuencia, la santidad del pueblo dependía en parte del trato ético de los desamparados y de cómo interpretaban ésta y el resto de las leyes. De todas formas el énfasis del v radica en la frase: ¡Yo Jehovah, vuestro Dios! Como sabemos, Jehovah es el nombre de Dios y deriva del verbo “ser” en su forma imperfecta: Y quiere decir: Él es, era y será. El uso que se da aquí del nombre parece significar que Dios vive para realizar sus mandamientos entre los hombres y en consecuencia, castigar a los desobedientes y recompensar a los fieles.

Lev. 19:11. Claro, también la santidad de Israel dependía de la honradez y el respeto mutuo entre conciudadanos y robar, estafar o defraudar eran y son pecados contra el prójimo y, por lo tanto, los pecados que nos separan de Dios. Es imposible pecar así y ser santo.

Lev. 19:12. Entendámonos; jurar falsamente en el nombre de Dios no es sólo mentir, sino menospreciar y menoscabar el nombre y el honor de Él. Cuando se usa su Nombre como cosa impersonal, o exclamación sin sentido, se profana, prostituye y corrompe el nombre del Señor a los ojos de otros hombres no creyentes, porque al hacer esto se hace común, corriente, vulgar y pobre el Nombre del Creador del Universo y rompe la imagen de su santidad.

Lev. 19:13. No oprimirás a tu prójimo, es decir, no maltratarás, no embaucarás al próximo. No retendrás el salario del jornalero hasta la mañana. El jornalero, obrero o peón, trabajada por días enteros y vivía al día, comprando cada noche con ese dinero, la comida del día siguiente. Así el que deja de pagar a sus obreros peca y no refleja la santa fidelidad de Dios para los hombres.

Lev. 19:14. Aparte de los propios pecados en sí, la alevosía de los descritos en este v lo empeora si cabe por cuanto insultar al sordo que no te oye y hacer tropezar al invidente demuestra tal grado de perversión que sin duda no sólo merece la repulsa de Dios, sino la de la sociedad. Por otra parte, debemos hacer saber que Dios es el Todopoderoso vengador de los desamparados y el burlador debe temblar porque cuando le pone trabas al pobre y al afligido, invita a la ira del mismo Dios.

Lev. 19:15. No harás injusticia en el juicio. En las dos acepciones de las palabras. Ni en el proceso de un tribunal en la parte que nos corresponda ya sea como reo, defensor, acusador, testigo o juez, ni en formar la opinión particular debe uno usar de la injusticia o juzgar mal a otro ser… ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande. Es curioso, ¡cómo demuestra Dios conocer la extraña y complicada naturaleza humana! El pobre, el débil o el humilde debe recibir la justicia o la condenación igual, ni más ni menos, que el grande, el poderoso o el mayor de edad. No debemos, pues, hacer acepción de personas, Rom. 2:11 y Gál. 2:6, lo dejan claro. Y sin embargo la doctrina social de la actualidad tiene ligeramente hacia la idea de que el pobre merece más consideración que las otras personas, pero esta idea no cuadra con este pasaje. Todo hombre, pobre o rico, débil o fuerte, blanco o negro, debe gozar de la misma justicia porque con justicia juzgarás al mundo.

Lev. 19:16. No andarás chismeando, murmurando, y no debes atentar contra la vida de tu prójimo, es decir, ni matarle con la lengua ni con el puñal. Hay comentaristas que sacan aún más jugo a este v, a saber: No atentarás es, literalmente en he, no te pararás sobre la sangre de tu prójimo. En inglés dice lo mismo. Y siendo que la primera parte de esta ley, de este v. reprime el calumniar, es posible que la última parte sea interpretada como sigue: Cuando los hombres firmaban un pacto, se cortaban la muñeca y metían la pluma en su propia sangre, firmando para garantizar la veracidad y la fidelidad pactadas con su propia vida, es decir, con su sangre. Así, siguiendo esta idea, pararse en, o sobre, o en contra de la sangre del prójimo, era dudar de la verdad del individuo poniendo su vida en peligro.

Lev. 19:17. El verbo aborrecer en hebreo quiere decir odiar violentamente, en otras palabras, odiarlo de tal modo que, perdiendo los estribos, podamos matarlo. El hombre santo no odia. Además, debemos señalar que aquí se enfatiza el vocablo “hermano”, indicando con ello que se refiere el hermano carnal, al familiar a quien la aplicación de este pecado puede llegar a seccionarlo de su heredad y a la división agraria tan temida. Por otra parte cuando el Señor quiere señalar al prójimo, lo cita expresamente como podemos ver a continuación: Razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado; aquí, en este texto, “razonarás” significa: “someter el caso al fiel arbitraje”. Si no tratas de resolver el pleito, el rencor aumentará cada vez más en lo íntimo del alma y todos somos testigos de como lo que en principio era un roce sin importancia, se convierte con el tiempo en una barrera infranqueables entre dos personas, dos familias o dos naciones. Así, aunque uno haya sido ofendido y sin ser culpable de la situación, la reacción natural contra el enemigo mantiene nuestro espíritu inquieto y amargado. De ahí ese participar en el pecado del prójimo que no puede aspirar a ser perdonado hasta que a su vez, no perdone, Mat. 6:14, 15.

Lev. 19:18. Así de claro. La venganza no le corresponde al ser humano, al hombre, Rom. 12:19. Sin duda Él pagará con justicia por lo que es un pecado buscar la venganza y lo es, entre otras cosas, porque puede destruirnos a nosotros mismos. Cristo mismo pronunció la última parte del v cuando dio el Gran Mandamiento, Mat. 22:37-39, estando el resto en Deut. 6:5. Nuestro amor a Dios debe manifestarse en amor hacia los hombres. De hecho, la única forma en que alguien puede demostrar que ama a Dios es a través de su amor hacia los demás. Ahora bien, debemos fijarnos en el orden en que está compuesto el Mandamiento; primero viene el amor a Dios y luego, lo que es igual, el amor a los hombres. Sólo cuando amamos a Dios sentimos deseos de amar a los hombres. La enseñanza bíblica sobre el hombre no es que éste sea un todo, un conjunto de elementos químicos, ni que forme parte de una creación en bruto, sino que está hecho a imagen de Dios, Gén. 1:26, 27. Esa es la razón por la cual el hombre es digno de ser amado. Si prescindimos del amor de Dios podemos enojarnos con el hombre indócil, podemos sentirnos pesimistas con el hombre a quien no se puede mejorar, podemos volvernos indiferentes hacia el hombre con mentalidad de máquina, en una palabra: La base del amor hacia el nombre se asienta con firmeza sobre el amor hacia Dios. Con esto la filosofía cristiana es enorme, se nos pide que primero amemos a Dios, luego, es importante que uno se ame a sí mismo con el debido respeto antes de que pueda amar a los otros. En resumen: Hay que amar a otros si queremos amar a Dios y cumplir con la idea trinitaria, 1 Jn. 4:20, 21.

Lev. 19:35. Esta ética manda que toda clase de medida debe ser exacta y correcta porque de lo contrario, sirve para engañar, mentir y estafar al cliente y esto es contrario a la ley de Dios.

Lev. 19:36. La misma razón del v. 2, porque Dios es justo y santo, los hijos de Israel estaban obligados a ser justos y santos. Para dar más peso a su argumento, les recuerda que los sacó de Egipto y que le deben su libertad, su actual prosperidad y la misma vida. Y que deben obedecerle si quieren que les vaya bien en la nueva tierra.

Lev. 19:37. Este es el final. Si la santidad se caracteriza por la obediencia a Dios, debemos poner por obra todas sus ordenanzas si queremos llegar a ser santos. Así: ¿Debe el cristiano cerrar sus ojos y sus oídos a las necesidades materiales de sus semejantes? ver vs. 9, 10. ¿Hay situaciones o casos en que pueden justificarse ciertas mentiras o ciertos robos? ver: v. 11. ¿Asiste al hombre algún derecho para explotar u oprimir a otros hombres? ver v. 13. En la administración de la justicia, ¿debe hacerse diferencia entre unos y otros? ver v. 15. ¿Puede un cristiano dar lugar a la venganza? ver v. 18. ¿El creyente puede dejarse llevar por la corriente de la selva de los negocios y engañar al cliente? ver vs. 35-37.

 

Conclusión:

¡Qué Dios nos bendiga!

 

 

 

 

060317

  Barcelona, 11 de mayo de 1975

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xxx 141 PELIGROS DE UNA FALSA SEGURIDAD

Jer. 7:4-12; Miq. 6:6-8

 

Introducción:

La presente lección es con mucho la mejor de toda esta serie dedicada al AT. En estos tiempos de revueltas políticas, sociales, locas revoluciones, resentimientos, inquietudes, malos entendidos y paros laborales, hay quienes adoptan el principio de que el fin justifica los medios. En nombre de la paz fabrican bombas y en nombre del amor practican la violencia, demostrando con ello que semejantes principios forman una falsa seguridad en la mente de los que la aceptan por la sencilla razón de que son principios falsos. Mucha gente vive engañada y más aun, engañándose a sí mismo ya que pretenden sustraerse a la verdad, evadirse, apelando o recurriendo a ciertas filosofías, ritos y formulismos, incluso los religiosos, que no sirven más que para acallar de momento sus conciencias y conseguir resaca intelectual posterior. Otros recurren en busca de seguridad a poderes humanos como pudieran serlo políticos, militares o económicos llegando a tener casi el mismo éxito. Pero, no nos engañemos, nuestras iglesias evangélicas están llenas de personas engañadas porque viven a la sombra de una falsa seguridad. Algunas de ellas son altamente emotivas y se sienten seguras y satisfechas a la vez sus emociones se alimentan por medio de cánticos, oraciones, mensajes, etc. Con ello ya tienen suficiente y no hacen nada más. Son personas que morirán en el banco. Sin embargo Jesús insistió en que el servicio ritual más excelso es el servicio a la necesidad humana. Resulta curioso pensar que con la posible excepción del día de la sinagoga de Nazaret, no tenemos ningún testimonio de que Jesús haya dirigido un servicio de culto durante su vida en la tierra, y sin embargo, tenemos una gran abundancia de testimonios de que dio de comer a los hambrientos, consoló a los afligidos y cuidó a los enfermos. El servicio cristiano no es el servicio de ninguna liturgia o ritual, es el servicio de la necesidad humana y nada como una buena aplicación en este sentido nos puede dar la única e imprescindible necesidad de sentirnos seguros del terreno que pisamos. Ya lo hemos dicho otras veces: el servicio cristiano no es precisamente un retiro monástico, es el compromiso con todas las tragedias, problemas y exigencias de la situación humana con todas las cargas, sudores y olores que esto representa. Una religión negativa nunca es suficiente y no lo es porque ya no podemos ofrecer a los demás una lista exhaustiva de no harás esto u lo otro, sino que no queremos estar condenados al fracaso más rotundo desde el principio. El problema con una religión de este tipo es que puede limpiar a un hombre, mediante ciertas prohibiciones sobre todos los malos hábitos y actitudes, pero no puede mantenerlo limpio. Sólo el ver eternamente limpios a los demás nos dará la seguridad suficiente de sentirnos útiles al Reino de los Cielos y a su Cristo. Así, hay que vaciarse hacia el exterior, dando ejemplo con nuestro propio trabajo en la obra en la medida de nuestras fuerzas o dones. Sólo manteniéndonos ocupados constantemente podremos tener éxito y evitar el caer a manos de una falsa seguridad.

  Hay un dicho corriente que quizás ilustre lo que queremos decir: La forma más fácil de dominar las malas hierbas de nuestro jardín, es sembrándolo, llenándolo de plantas y flores útiles. Así, la forma más fácil de mantener una vida libre de pecado e inseguridad es llenándola totalmente con una acción sana. Para decirlo de una manera simple, la iglesia mantendrá con mayor facilidad a quienes la integran si les da un trabajo cristiano para hacer, porque nuestro objetivo no es la ausencia negativa de acciones malas, sino la presencia positiva de vida y obras para Cristo. Resumiendo podemos decir que no basta creerse parte más o menos integrante del pueblo de Dios por el solo hecho de amar o simpatizar con su comunidad e incluso asistir y participar de cierta manera en los cultos, sino no hemos nacido de nuevo estamos abrazados a una falsa seguridad y ante cualquier envite de la vida que sea lo suficiente amenazador, abandonaremos nuestro asiento y nuestra iglesia.

 

Desarrollo:

Jer. 7:4. Sin hacer ningún esfuerzo nos imaginamos a Jeremías poniéndose ante la puerta del Templo de Salomón para gritar su mensaje. ¿Cuál podía ser éste? que aquel templo espléndido, una de las maravillas del mundo antiguo, cambiaría de carácter o significado de acuerdo con la sinceridad y la moral de todos los adoradores del pueblo de Israel. En una palabra: Si el Señor moraba en el templo, y estaría mientras los doradores fuesen sinceros, era el punto más fuerte de la ciudad amurallada. Si por el contrario, Dios abandonaba el templo, y lo haría en el momento en que dichos adoradores dejaran de serlo, sería el punto vulnerable y débil de la defensa.

Jer. 7:5. Lo vimos cumplidamente hace quince días, cuando dijimos lo importante que es la relación ética entre el hombre y su prójimo para los adoradores del pueblo de Dios. Constituye la diferencia entre la recta relación con Dios y la equivocada, entre la prosperidad del pueblo o la desgracia, entre la estabilidad de la vida o la confusión violenta.

Jer. 7:6. Es muy fácil maltratar a los desamparados por el simple hecho de serlo o por no tener derecho a ninguna defensa. El templo era el lugar de refugio del que había dado muerte a otro hasta que pudiera salir para tener un juicio justo. Pero, a veces, el vengador violaba el santuario encontrando confiado al transgresor y tirando o derramando su sangre. Es curioso que en esta primera parte del v. se dan leyes para evitar la opresión a los más inadaptados de la sociedad y al que está confiado en la conocida seguridad del fiel templo de Dios y en la segunda para propio beneficio, pues se dice: Si andáis en pon de dioses ajenos para mal vuestro… El profeta hace bien en indicar este pecado como uno de los más graves en primer lugar porque si uno ha rechazado la doctrina y la sabiduría de Dios, viene a depender sólo de las filosofías contradictorias existentes a su alrededor o de las religiones extrañas del hombre con el consiguiente peligro de perdición eterna, y en segundo, porque éste y no otro pecado, es el que más aborrece nuestro Señor. No, no pensemos que este pecado es muy antiguo y que ahora no existe peligro de caer en él. Al contrario, es moderno, sólo así nos explicamos el ansia mundial por conocer las religiones orientales y rechazar todas las revelaciones históricas del auténtico Dios.

Jer. 7:7. Esta es la promesa, el galardón por la fidelidad y el resultado natural de vivir la justicia, que sólo nos puede venir dada del auténtico Dios.

Jer. 7:8. Los conceptos o imágenes del mundo que excluyen a Dios, como el materialismo y otros muchos, y los que elevan al hombre al nivel en que no le hace falta Dios para nada, son las palabras de mentira que amén de engañar al creyente, no le suelen aprovechar para nada. Es sabido que hoy en día hay muchos sistemas de pensamientos que niegan la existencia de Dios, porque mediante una demostración más o menos científica que depende de los cinco sentidos es imposible probarla. Pero sin embargo, esos mismos pobres científicos no se dan cuenta que tampoco pueden probar en un laboratorio la existencia del amor de la madre para el hijo. No se dan cuenta de que Dios es Espíritu y que el amor es espiritual. Pero estos sentimientos estas creencias son perjudiciales porque forzosamente el sistema que niega la existencia de Dios tiene que negar también esperanza de vida eterna para el hombre.

Jer. 7:9. Cuando la base de la ética del hombre es una mentira, cuando no tiene más solidez que la inquietud interna, se encuentra con una seguridad falsa y comete pecado sin sentir el más débil rubor en su amordazada conciencia moral. El mezclar las enseñanzas del paganismo, el secularismo, el materialismo, el humanismo exagerado, el exorcismo, la astrología y la brujería con el normal culto al Dios verdadero da por resultado un sincretismo pecaminoso que insulta la santa presencia del Señor.

Así con estos antecedentes…

Jer. 7:10. ¡Cuidado! Sabemos que el pecado se expiaba en el templo del antiguo pacto, mediante el sacrificio u holocausto de una víctima animal. La pregunta es: ¿creían que podían sacrificar animales vez tras vez en el altar de la Presencia de Dios, para así poder ir practicando sus pecados abominables libremente y sin culpa alguna? Leer Rom. 6:1, 2. No basta con cumplir más o menos con los deberes orales o escritos de nuestras iglesias, no basta acudir aquí portando una ofrenda más o menos cuantiosa. Si no existe un verdadero espíritu de arrepentimiento, única condición de perdón, nunca podremos experimentar la sensación de sabernos seguros perdonados.

Jer. 7:11. Una casa de ladrones es el lugar donde éstos esconden todo su botín. Es el mismo lugar donde ellos mismos se esconden de las autoridades para salir ilesos e impunes de su crimen. En una palabra: usaban el templo del Santo de Israel para defenderse contra todas las fuerzas de la Justicia. Pero, he aquí… yo lo veo, ¿es posible que creyeran que a Dios no le importada esto? ¿Creían acaso que no existía? ¿Creían que era un Dios tonto? En su sentida ignorancia llevaron la penitencia. Dios existe pero además toda la filosofía cristiana coincide al afirmar que Él es Omnipresente, es decir: que ha estado, está y estará en todo tiempo y lugar y ve hasta los pensamientos más insignificantes de los hombres aun antes de que éstos estén formados en frases inteligibles. ¿Cómo podemos engañarlo? Es más, para convencer de lo contrario les da un ejemplo que estaba patente en la mente de todos:

Jer. 7:12. Silo era el lugar nacional en donde estaba ubicado el santuario del tabernáculo. El arca del Pacto estaba allí y la santa presencia del Señor según las cláusulas del propio pacto. Pero los dos sacerdotes, hijos de Elí, el sumo sacerdote, llamados Ofni y Finees, no conocieron a Dios e ignoraron el alcance de su mirada. Con toda premeditación cometieron adulterio dentro del mismo tabernáculo. Consecuencia: Dios los abandonó a la violencia de los filisteos y quitó su santuario de Silo. Los hijos de Elí se creyeron seguros porque eran sacerdotes, pero la historia ha demostrado que se equivocaron porque se basaron en una falsa seguridad. Una vez más deberíamos preguntarnos si el hecho de ser evangélicos es suficiente para eximirnos de responsabilidad o si por el contrario, sólo es el revulsivo para que nuestra vida sea una viva reflexión de la luz de Dios.

Miq. 6:6. Tras largo tiempo practicando la apostasía viene la dificultad para acercarse a Dios. En tiempo de Miqueas era difícil saber como presentarse delante del Señor. Las 10 tribus del norte habían ido al cautiverio por su pecado y Judá había profanado el templo con ídolos. Isaías, su contemporáneo, había condenado ya los cultos de los impíos en el templo. Por esto nuestro profeta temía que se pudiera equivocar y aconsejar mal a los israelitas como Balaam había hecho. Se daba perfecta cuenta de que los becerros gordos no le hacían falta al Creador del Mundo. Luego, se preguntó: ¿por qué tener cultos de adoración? ¿Dónde y cómo? Y si no bastan estos cultos, ¿qué cosa puedo ofrecer además de ellos?

Miq. 6:7. En una palabra: Si uno había pecado con exceso, ¿debía sacrificarse con exceso? ¿Quedaría impresionado el Señor por grandes y costosos sacrificios? Desde luego que no. Pues, ¿daré mi primogénito? En Gén. cap. 22, Abraham se había preguntado la misma cosa. Pero en el contexto que nos ocupa, la cuestión era más y más peligrosa por las circunstancias que rodeaban la situación nacional Los adoradores de Baal y Astarot sacrificaban a sus hijos primeros o primogénitos, así ¿debe un adorador de Dios de Israel, ofrecerle menos de lo que los paganos ofrecían a sus dioses? Dios ya le había enseñado a Abraham que no quería semejante sacrificio, es más, que sería injusticia pedir la vida de un inocente para justificar pedir la vida de un inocente para justificar la fe del padre. Así, ¿qué, pues, debe uno hacer para agradar a Dios?

Miq. 6:8. Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, en los Diez Mandamientos y en el Código de la Santidad, Lev. 19, hacía ya muchos siglos que Dios había declarado lo que era bueno. Las demandas del Señor eran bien conocidas, Deut. 6:4-9, por todos, pero por si existiera alguna duda, el profeta las resume en tres partes: a) Hacer justicia, o sea, cumplir los deberes de uno para con los prójimos y para con Dios mismo. b) Amar misericordia, con el bien entendido de que misericordia quiere decir: bondad, benevolencia, buena voluntad, gracia y piedad. Indicando con ello que estas son las cosas que debemos amar y practicar como actitudes y características espirituales. c) Y humillarse ante Dios. Aquí debemos acudir al hebreo pues que éste dice literalmente: Y humildemente caminar con tu Dios. La figura es de lo más gráfica. Significa andar todos los días caminando con los límites del yugo que particularmente compartimos con Dios, con la cabeza bajada, humillada, siguiendo el surco que nos llevará a la vida eterna.

 

Conclusión:

Sentir este peso compartido con Dios es lo que realmente nos da seguridad y de este modo, estas tres cosas valen más que todo el sacrificio, todo presente, todo martirio y toda hazaña que el adorador pudiera ofrecer a su Criador. Si haces justicia, si amas misericordia y andas humildemente con Dios todos los minutos de tu vida, puedes estar seguro de que pisas terreno firme y que jamás tendrán la inquietante sensación de moverse por los fijos peligros de una falsa seguridad.

¡Amén!

 

 

 

 

060318

  Barcelona, 25 de mayo de 1975

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142 COMO SURGIÓ LA BIBLIA

Éxo. 24:3-8; Jer 36:1-4; Apoc. 1:10, 11

 

Introducción:

Nos alegramos por tener la oportunidad de estudiar este tema que siempre nos pareció sugestivo. Aun hoy día, algunos de nosotros tratamos a la Biblia como si fuera un libro histórico solamente, mientras que otros la tratan como si fuera un talismán que les pudiera traer buena suerte por el solo hecho de tenerla en sus casas, otros más las tienen en su biblioteca porque no puede faltar en una de ellas que se precie, del mismo modo que se honran de tener el Quijote o cualquiera de los premios Nobel. Aún hay otros que la usan para extraer en ella argumentos para películas u obras teatrales sin importarles que, por comerciarla, la deforman y retuercen. Otros la tienen por un libro aburrido y pesado totalmente pasado de moda, inadecuado por no ser libro de bolsillo y aún otros muchos ni siquiera han leído una línea, ni un solo versículo. En el pasado, incluso, se la encadenó por considerarla peligrosa y penando con la muerte al posible transgresor que la pudiera leer sin permiso monacal.

Esta lección nos ofrece la excelente oportunidad para demostrar que la Biblia es la Palabra escrita de Dios. Sin duda alguna contiene el mensaje que el Señor nos ha dado por medio de sus siervos a través de los siglos; es más, explica el cómo y el por qué de la aceptación de su mensaje por parte del pueblo y del resto de los hombros, pero a la vez describe sin tapujos la historia y las circunstancias que mediaron con todos aquellos que lo rechazaron y, en consecuencia, se perdieron. Dicho lo cual, y aun a pesar de ello, debemos aclarar conceptos que se pudieran distorsionar en caso de no hacerlo por ser eminentemente básicos. La Biblia no tuvo su comienzo con la redacción de ella misma, ni tuvo prólogo, tan en boga en las grandes obras, ni tuvo una planificación previa del autor, por ser varios los escritores humanos. Ni fue incluida en roles o listas bibliófilas, por ser el resultado de largos años de recopilación, ni, por fin, no tuvo la difusión mundial inicial que todos los modernos medios de comunicación pudieron haberlo dado, por ser antiquísima su iniciación. Así que ponerla en forma escrita, y aun no así como hoy la conocemos, fue la segunda etapa de tiempo y escribas que culminó en el Libro de los libros. En primer lugar, pues, podemos decir que el origen de ella se halla Dios mismo y en la normel interpretación de Él en la historia de los seres humanos que, dicho sea entre paréntesis, siempre tuvo un fin eminentemente redentor aunque fue necesario juzgar y hasta castigar al hombre, circunstancia que fue ampliamente criticada por las generaciones futuras. De todas formas, la perspectiva bíblica es que Dios se ha manifestado en toda la historia, pero también es sumamente interesante notar que si bien Dios estaba presente de forma activa en las finas manifestaciones originales, también ha guiado en la interpretación posterior de éstas. Se trata, pues, en la mayoría de los casos, de un proceso prolongado, que se ha iniciado con la intervención divina, y que ha culminado en la redacción de determinado pasaje, el cual, en el día de hoy, forma parte íntegra de hecho y por derecho de la Biblia.

 

Desarrollo:

Éxo. 24:3. El pueblo tenía motivos para responder de manera positiva a las palabras pronunciadas por Moisés. Habían sentido y experimentado en carne propia la obra redentora del Señor, era Él quien lo había sacado de Egipto con mano fuerte y con Él habían vivido en libertad, con Él habían andado por el desierto y con Él habían visto maravillas. Pero lo curioso del caso es que siempre fue Moisés el vocero del Señor. En un principio le era difícil al pueblo confiar en él, pero como las palabras dichas una y otra vez se cumplían, había cada vez más fe. Ahora, pues, en forma unánime y entusiasta se comprometen a guardar todo lo dicho por el Señor.

Éxo. 24:4. Y Moisés escribió todas las palabras del Señor, hasta ese momento de trataba de un informe oral y fue el primero de ellos que se redactó en forma escrita para que quedara una constancia permanente. Y levantándose de mañana edificó un altar al pie del monte; el ej. no puede ser más alentador. El trabajo de Moisés del día terminó con la redacción del mensaje de Dios. Mientras, el pueblo tuvo la oportunidad de meditar y pensar bien el paso tan serio que querían dar: ¡Nada menos que firmar un pacto con el Creador del mundo y Redentor suyo! Y como la costumbre de la época indicaba que todo pacto debía ratificarse en el altar mediante un sacrificio ritual, precursor del propio Cristo, Moisés, el líder del pueblo en la ocasión, lo levantó: Y doce columnas, según las doce tribus de Israel; así cada división del pueblo se encontraría unida e involucrada en la aceptación y ratificación del pacto. Pero aquí hay más: En realidad, las tribus eran familias aumentadas por sus siervos y criados, su ganado y todo cuanto les pertenecía. Entonces no sólo iba a entrar el individuo como tal, sino también todas sus relaciones sociales, de donde se desprende el hecho innegable de que, en cierto modo, también somos responsable de las personas y bienes que están a nuestro cuidado y en tanto que lo están.

Éxo. 24:5. ¿Por qué ese envío de jóvenes? ¿No habría sido mejor que los adultos o ancianos ofrecieran los sacrificios? Desde un punto de vista, quizás sí. Sin embargo, ¿no es mejor que los jóvenes se integren en el plan de forma especial y completa desde un principio? Así todos se hacen responsables, aunque por otra parte no podemos descartar la posibilidad de que esto fuera hecho así en orden de fuerzas y sacrificios a efectuar. La verdadera y sana importancia del v radica, desde luego, en el vocablo paz que, derivado de una forma gramatical del he tiene un gran significado en las Escrituras y que, generalmente, significa la relación más dinámica entre personas y Dios y entre personas y personas. En su sentido más pleno, viene a señalar la redención total del ser humano a base de su relación con Dios.

Éxo. 24:6. Sangre, que según el concepto que prevalecía en la época, significaba la vida misma. Así esparciendo  la mitad de la sangre de los becerros sobre el altar, Moisés simbolizó la exacta ratificación de Dios del pacto que en aquellos momentos estaban oficiando.

Éxo. 24:7. Recordemos que el día anterior, Moisés les había dado, en forma oral, el mensaje de Dios. Ahora les está leyendo la redacción del mismo, para que lo consideren una vez más y no obren de forma apresurada, pero después de haberlo pensado bien, el pueblo a una respondió ¡sí!, a la palabra del Señor.

Éxo. 24:8. Así, rociando sobre el pueblo la otra mitad de la sangre, Moisés simbolizó la aceptación del pacto de parte del pueblo. Este es un ejemplo claro de cómo de escribió la Biblia. Hechos y sucesos históricos iniciados por Dios, respuesta posible del pueblo, crónica escrita de lo hablado y vivido y ya tenemos una parte de las Escrituras conservada hasta el día de hoy para nuestra propia ilustración y edificación.

Jer. 36:1. Naturalmente, esta es otra escena de la misma Obra y del mismo Acto. Estamos en una época posterior a la ya citada y en una situación distinta. El pueblo ya se ha desarrollado mucho, tanto es así que se halla dividido en dos grandes reinos, Israel y Judá. Pero a consecuencia de varios factores y a una corrupción de sus dirigentes, el pueblo estaba desorientado. Sin embargo, Dios no les abandonó y siempre tenía preparado un profeta tratando de hacerlos volver al verdadero camino marcado precisamente en aquel pacto que ya hemos estudiado. En este caso Jeremías fue el portavoz de Dios y su tarea no fue nada agradable ni prometedora. A diferencia de Moisés, éste no tenía al pueblo predispuesto de antemano. Al contrario, estaba dividido, amargado y desengañado; pero no obstante, la Palabra del Señor siempre es dinámica y activa en cualquier circunstancia y hay que proclamarla.

Jer. 36:2. Las instrucciones de Dios da a Jeremías son claras y no admiten ninguna duda: tiene que redactar todos los mensajes y cargas que Dios le había comunicado en todo su ministerio. Y notemos algo muy concreto: no puede olvidarse de ninguno por desalentador que sea, ni por el peligro que le pueda reportarle. Es justo hacer notar el alcance internacional de los mensajes del buen profeta, lo que viene a demostrar una vez más que Dios es soberano y que le interesan todas las naciones y no sólo el pueblo que escogió.

Jer. 36:3. Por algún motivo escondido parece ser que Dios tenía más esperanza de que la Palabra escriba tuviera más éxito que la palabra oral. Sin embargo creemos que lo que ocurría realmente es que, al igual que en caso anterior, Dios les va a dar una nueva y definitiva oportunidad para el arrepentimiento. Quizá la promesa de perdón hiciera recapacitar a todo el pueblo. De todas formas se estipula que el arrepentimiento fuese cosa de cada uno para que la cosa tuviera remedio, viniendo a demostrar una vez más que la salvación es personal e intransferible.

Jer. 36:4. Como podemos comprobar, Baruc era un escriba limpio y profesional, quizá alquilado para la ocasión. Pero sin embargo, todos los comentaristas afirman que era amigo íntimo del profeta y cuando el rey Joacim destruyó el libro, redactó un segundo más ampliado, Jer. 36. Se sabe que el rey citado rechazó el mensaje, v. 23, de Dios. No obstante este libro ha llegado íntegro a nuestras manos como parte integrante e importante de la Palabra de Dios.

Apoc. 1:10. Notemos que el autor del libro de Apoc. entra en detalles de cómo recibió él este mismo mensaje que siempre ha fortalecido a sus lectores en momentos de crisis y dificultad. Al decir, estaba en el Espíritu, significa que Juan estaba en tan íntima relación con Dios por medio de su Espíritu, que estaba capacitado para recibir el mensaje. De todas formas debemos notar que Juan es un sujeto pasivo que, aunque está preparado para hacerlo, es quien recibe el mensaje y no el que lo origina.

Apoc. 1:11. El que se dirige a Juan se identifica a sí mismo, es el Señor de Señores, el gran Soberano, el Creador, el Sustentador y el Redentor del mundo. Así fue como Juan quedó encargado para redactar en forma fiel lo que va a presenciar y, desde luego, tiene un fin específico: orientar, estimular e inspirar a las iglesias que se encontraban bajo el yugo de la opresión y la persecución.

 

Conclusión:

La Palabra de Dios siempre tiene un fin, una meta, un propósito: Quizá oiga el mundo todo el mal que yo pienso hacerles y se arrepienta cada uno de su mal camino y yo perdonaré su maldad y su pecado. Pero debemos tener sumo cuidado en interpretarla y extenderla puesto que, a veces, sin querer, no hacemos más que arrancar las señales que Dios mismo ha dejado en este mundo y reemplazarlas por falsos anuncios luminosos, por fuegos de algún artificio que brillan sólo un momento.

El testimonio de Cristo es inequívoco: Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de este libro, pero si alguno añadiere algo a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad, y de las cosas que están escritas en este libro, Apoc. 22:18, 19.

Amén.

 

 

 

 

060319

  Barcelona, 1 de junio de 1975

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143 NATURALEZA DE LA BIBLIA

Deut. 6:1; Luc. 1:1-4; 2 Tim. 3:14-17; 2 Ped. 1:20, 21

 

Introducción:

Si hoy planteáramos la pregunta: ¿Qué es la Biblia? Todos o la mayoría de los que estamos aquí me responderíais sin vacilar: La Biblia es la Palabra escrita de Dios. Pero, y siguiendo con las conjeturas, si preguntase: ¿para qué sirve?, la respuesta podría ser más variada y diversa de que lo fue la anterior. Es natural, cada uno resolvería la pregunta de acuerdo como le fue interpretada en su vida misma y a la luz de sus propias experiencias. Cierto que todos vendríamos en el fondo a decir lo mismo: La Biblia como la Palabra de Dios sirve para guiar al hombre a la salvación en Cristo y para preparar al creyente para la vida diaria y el servicio cristianos. Así, es necesario recordar una vez más que fue Dios quien dirigió la formación de la Biblia actual. Sabemos que fue un proceso dinámico. no estático, es decir, en el mismo Dios participó en forma activa, hablando, indicando, señalando e, incluso, redactando. De donde, los autores de los 66 libros que componen nuestro Libro, aunque fueran individuos que sentían e interpretaran los hechos y los redactaban, no lo hacían solos. El Señor estaba con ellos y juntos hacían la obra en medio del pueblo, naciones, individuos y congregaciones. De todas formas conviene notar que siempre formaban parte de un conglomerado llamado Pueblo de Dios y que en circunstancias más o menos difíciles supieron desempeñar el sagrado deber que les fue encomendado. Pero, y esto es importante, no funcionaban en ningún momento de manera aislada a pesar de las distancias en el tiempo y en el espacio. Siempre tuvieron su lugar en el Plan de Redacción de Dios y en la composición de la Biblia.

También es sumamente interesante observar que la naturaleza de la Biblia es tal que ésta no puede verse como un simple libro que informa en cuanto a algunos sucesos interesantes, más o menos bien expuestos. Vista bajo este prisma nos encontraríamos en lo que ya denunciábamos en el domingo anterior en cuanto a la diversidad de opiniones en los lectores de la misma. No, a la Biblia la debemos de ver como lo que es: La Palabra de Dios. Y como tal nos importa. Cuando nosotros recibimos una carta de un familiar o un amigo que se encuentra hace tiempo en el extranjero, ¡cómo nos alegramos de leerla! No nos importa tanto el sentido literario con que está escrita, aunque esto nunca molesta, como lo que nos dice. Siguiendo en esta línea, cómo nos alegraría que la carta fuese de un hijo o hija desaparecidos. Así, en la lección de hoy, tenemos el propósito de responder a preguntas cómo: (a) ¿Qué parte tuvo el E Santo en el texto de las Sagradas Escrituras? (b) ¿Cómo inspiró Dios la Biblia? (c) ¿Qué hizo Lucas para prepararse a fin de escribir el Evangelio? (d) ¿Cuál fue el propósito de Lucas al escribir ese Evangelio? (e) ¿Qué puede hacer la Biblia por las personas que no conocen a Dios? (f) ¿Para que sirve la Biblia a los creyentes? (g) ¿Qué parte tiene el E Santo en la interpretación actual de la Biblia?

Veremos la importancia que la Biblia debería tener, y de hecho tiene, para nosotros y el cómo podemos hacer que nos aproveche más. Cuando Walter Scott se estaba muriendo, pidió “el Libro”. Uno de los miembros de su familia, pensando que el moribundo se refería a alguno de los muchos volúmenes que había escrito y que guardaba en su biblioteca, preguntó: ¿Qué libro? Entonces Scott, descubridor del polo Sur, dijo: No hay sino un Libro para un momento como éste. La Biblia.

 

1er. Punto: La Biblia es una guía. Deut. 6:1.

El libro de Deuteronomio, en el AT, es, en cierto sentido, un solo discurso o una serie de discursos que pronunció Moisés. Viendo que se acercaba el fin de su existencia terrenal, quiere recordar a su amado pueblo las experiencias que todos han compartido juntos y anhela en lo más profundo de su corazón no sólo que no las olviden, sino que, por encima de todo, las guarden siempre.

Deut. 6:1. Aquí no se trata necesariamente de tres clases distintas de normas y reglas, sino, como ya estudiamos en su día, es un fiel paralelismo literario. Así, es más bien una forma típica de resaltar el hecho de que Dios había proporcionado al pueblo una guía suficiente para toda circunstancia y ocurrencia en la vida. Entre las tres palabras, mandamientos, estatutos y decretos, es la primera de ellas la que recibe más atención. Su significado en hebreo abarca no solo su aspecto de mandamiento, sino también el de su cumplimiento de parte del hombre al obedecer. De estos mandatos en el AT hay 613, descontando los llamados Diez Mandamientos, que ocupan de por sí, un lugar de especial importancia. Pero lo curioso del caso es que Moisés no pretende haber sido el autor ni del más pequeño de estas leyes. Él, como lo indica expresamente, sólo los recibió y los dijo al pueblo. Sin duda, como convenientemente se señala, Dios es el Autor e inspirador. Sin embargo, la tarea del legislador no terminó sólo en comunicarlos. Mientras vivió tuvo que seguir enseñándolos, explicándolos y demostrándolos, porque su naturaleza no permite un estudio superficial. El hombre olvida fácilmente y una y otra vez tiene que engullirlos si quiere comer y alimentarse. Pero en este precioso v aún hay más. Veamos con claridad el propósito de Moisés: Para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla. A primera vista parece que este propósito poco o nada tiene que ver con nosotros puesto que localiza y limita su alcance al pueblo de Israel poco antes de conquistar Palestina, pero la Palabra de Dios tiene tal naturaleza que ni aun hoy el pasaje pierde frescura y autoridad. Su aplicación es tal que también sirve para nosotros por cuanto sirvió al pueblo de Israel no cuando las palabras fueron dichas, sino mucho más tarde, cuando ya se había adueñado de Canaán, ya que la Palabra de Dios siempre los guió y orientó en cualquier hecho o circunstancia de la vida.

Esta es la naturaleza y función de la Palabra de Dios. Sirvió para la época en que fue vivido y escrito determinado pasaje y sirve para hoy, en pleno siglo XX, en pleno siglo de las fieles y grandes conquistas científicas. La Biblia es, pues, ante todo, una guía en la que podemos entresacar toda nuestra normativa diaria.

 

2do. Punto: La Biblia es una historia. Luc. 1:1-4.

Luc. 1:1. ¿La historia de qué? La de la vida, el ministerio, las enseñanzas, la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Los muchos a los que se refiere Lucas, probablemente, sean a ciertos escritos que corrían por las iglesias de mano en mano y que no han llegado hasta nosotros por desgracia. No puede referirse a Mateo por cuanto lo excluye al ser apóstol y al hecho de ser testigo ocular; tampoco a Marcos, pues aunque se sabe que éste es el evangelio más antiguo, por otras razones es poco probable que Lucas hubiera tenido conocimiento de él. Se trata, pues, de cristianos hoy desconocidos que habían redactado memorias de la predicación apostólica y cuyos escritos desaparecieron a medida que nuestros 4 evangelios prevalecieron en el uso eclesiástico.

Por otra parte existían evangelios apócrifos, es decir, que no eran tenidos como fieles a la doctrina apostólica. Y como la historia de Jesús era cierta, era necesario hacer separación entre lo que era realmente cierto y los cuentos, supersticiones y oscuras tradiciones que la rodeaban. Además, parece ser que hubo una cierta confusión en cuanto al orden de los hechos y Lucas quiere rectificarlo todo. Una palabra más: Este nosotros extrañamente incluido y que abarca al propio escritor, indica bien a las claras la certeza de los primeros cristianos en todos los aspectos de la doctrina y la fe en los hechos sucedidos.

Luc. 1:2. Las palabras tal como nos la enseñaron, pueden referirse a la primera parte del v anterior y expresar la manera de que como esos muchos han escrito sus relatos, la fuente de donde han bebido, o bien a la segunda frase, es decir a las cosas ciertísimas. Sea lo que fuere, Lucas apela así desde el principio al testimonio de varios hombres autorizados que han trasmitido, han enseñado a la iglesia primitiva. Así, esta gran transmisión, tradición o enseñanza, apostólica tuvo lugar primero por la palabra, es decir, por la predicación. Los hombres que fueron encargados de ella fueron desde el principio testigos oculares y ministros de la palabra, es decir, que aparecieron desde los primeros días de la iglesia investidos de la doble autoridad de la palabra. Sin embargo se puede traducir también: que han sido testigos desde el principio, desde su bautismo y los comienzos del ministerio de Jesús, Hech. 1:21 ss.

Luc. 1:3. Aquí se nota en forma más clara la influencia de la mano guiadora e inspiradora de Dios con la inteligencia activa y preparación literaria de Lucas. Es una elocuente muestra de la fiel naturaleza de las Sagradas Escrituras. El hombre pone su parte, pero siempre a base de lo que Dios ya ha hecho. Lucas se marca a sí mismo un propósito: aclarar y poner en orden los sucesos de la vida de Jesús. Su modo de proceder es haciendo una intensa investigación amplia de la historia, ocupándose del mejor juicio que posee, para sacar así conclusiones válidas. Además, tiene el porqué, hay una persona que quiere recibir esta historia.

Luc. 1:4. No es que hubiera duda si era verdad o no. La cuestión era más bien otra: Había una confusión en cuanto al orden en que habían sucedido. Y Teófilo pide aclaraciones que le fortalezcan y así poder, a su vez, propagar el evangelio. Así la naturaleza del Evangelio se cumple al compartirla con otras numerosas personas necesitadas espiritualmente y es historia porque al vivirlo cada día, cada minuto y parodiando al poeta, hacemos camino al andar, hacemos historia.

 

3er. Punto: La Biblia es un Libro de instrucción. 2 Tim. 3:14-17.

2 Tim. 3:14. Timoteo, joven predicador y pastor, hijo espiritual de Pablo es el sujeto en esta oración gramatical. Pablo le ha contado, en los vs. 1-13 de este mismo cap, los riesgos y peligros que uno se encuentra al vivir el evangelio de verdad. Pablo como los ha vivido y gustado en carne propia puede hablar así, con la autoridad que le caracteriza. Sin embargo, y cosa extraña para los inconversos, le insta a que siga en el mismo camino emprendido aun a sabiendas de que denuncia el hecho de que obedecer a Dios no siempre es fácil.

2 Tim. 3:15. Hay en todo el versículo flotando una especie de felicitación de Pablo a Timoteo por el hecho de saber ya las Escrituras desde la niñez. Y si tenemos en cuenta de que éstas sólo se refieren al AT, ¡cuánto más tenemos que felicitarnos a nosotros por tener toda la Revelación a nuestro alcance. Por otra parte se reconoce el valor del AT, puesto que el N se hallaba todavía en un proceso de gestación, formación y redacción, para hacer a uno sabio para la salvación.

2 Tim. 3:16. Aunque insistamos que se refiere al AT, por extensión, incluimos al N. Así tenemos varias verdades: a) Dios lo ha inspirado, b) Sirve para guiar al hombre a la salvación en Cristo y para preparar al creyente para la vida diaria y el servicio cristiano.

2 Tim. 3:17. El hombre de Dios, preparado convenientemente en la Palabra de Dios, se encuentra capacitado para toda gran necesidad que le sea presentada. Todas las preparaciones son siempre arduas y, a veces cosa de años, pero en cualquier caso siempre vale la pena. Además, y con el contexto del resto de las Escrituras, lleva implícita la idea de una progresión en el crecimiento espiritual; es decir, poco a poco, paso a paso, experiencia a experiencia a impulsos de ese enseñar, redargüir, corregir e instruir.

 

4to. Punto: La Biblia es un Libro de autoridad divina. 2 Ped. 1:20, 21.

2 Ped. 1:20. Este v se explica por sí solo por lo que no hace falta hacer ningún comentario., tan solo indicar el peligro que extraña interpretar determinado pasaje acomodándolo a nuestros deseos o circunstancias sin tener en cuenta el contexto general porque el hablar por Dios, ser su portavoz, es cosa seria y no admite ningún paso en falso. La palabra profecía usada no se refiere únicamente a predecir el futuro. Quiere decir más bien hablar en nombre de otro, entregar un mensaje de otro. En una palabra: en el caso que nos ocupa no puede haber interpretación privada por tratarse de un mensaje completo y global del propio Dios.

2 Ped. 1:21. Aquí se ve bien a las claras la naturaleza de la Biblia. Es la unión entre la voluntad divina y humana, la cual permite que el mensaje divino llegue en forma inteligible a la vida humana. Aquí aparece una palabra que podemos sacarle más jugo. La palabra en griego que es traducida inspirados, es la misma que traducimos por entusiasmarse y significa literalmente que el santo profeta, el que interpreta, se encuentra entusiasmado, inspirado, por haber recibido la Palabra de Dios. No tiene que ser hombre especial, sólo que Dios le haya apartado para funcionar como profeta, es decir, que el Señor le ha hecho santo para cumplir este determinado fin de profetizar, interpretar, enseñar o predicar la Palabra.

 

Conclusión:

En resumen: Hay una evidente armonía entre la voluntad divina y la humana en la recopilación de la Biblia y en consecuencia, la naturaleza de la misma es tal que al vernos reflejadas en ella a través de nuestra propia salvación, comprendemos que la profecía nos ha sido cumplida.

 

 

 

 

060320

  Barcelona, 8 de junio de 1975

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144 EL PROCESO DE LA BIBLIA

Jer. 26:1-3; Luc. 24:44-47; Juan 20:30, 31; 1 Jn. 1:1-4

 

Introducción:

Para poder comprender cuál es el propósito de la Biblia, tenemos que profundizar y determinar las perspectivas de las personas que la elaboraron y lo que también es curioso, de otras generaciones posteriores que la recibieron con gozo y alegría. Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras y a través del tiempo. Lo ha hecho por medio de profetas, en los cultos dirigidos por sacerdotes hebreos, en los hogares de componentes del pueblo de Dios, en las congregaciones, por medio de jueces, en medio de las cabañas, en medio de las exhortaciones; por evangelistas, a través de sus fieles narraciones históricas, sus experiencias, sus inquietudes, por apóstoles y en suma, por muchos y distintos hombres, momentos y oportunidades. Y aunque está redactada en un periodo de más de mil años, y a pesar de que los distintos redactores sean más de dos docenas, la Biblia tiene el mismo mensaje y el mismo propósito: revelar a todo hombre quien es su Dios, su Redentor y su Juez. La división en los diez grandes grupos en que está compuesta ya nos da una idea de su diversidad exterior y la dificultad de su gran composición en el tiempo y en el espacio a no ser, desde luego, que contemos con la poderosa mano de Dios: a) La Ley: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. b) Libros históricos: Josué, Jueces, Rut, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías y Ester. c) Literatura: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantares. d) Los profetas mayores: Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel y Daniel. e) Profetas menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías. f) Los Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. g) Historia: Hechos de los Apóstoles. h) Epístolas de Pablo: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón. i) Epístolas generales: Hebreos, Santiago, 1 y 2 de Pedro, 1, 2 y 3 de Juan y Judas. j) Proféticos: Apocalipsis. Total pues sesenta y seis libros, una biblioteca, una Biblia, que siempre sigue paso a paso con el mismo propósito. En efecto, no se trata de que creamos en Dios porque lo necesitamos, sino lo necesitamos porque existe y nos ha creado; es más, también nos ha dado una revelación paulatina, progresiva, modélica, cuya cúspide es el mismísimo Cristo, a través del cual, recibimos la salvación y podemos contemplar de cerca al Creador.

Como el estudio de la totalidad de los libros de la Biblia sería exhaustivo, bástenos unos ejemplos representativos que vienen a demostrar que, a pesar de la distancia y las circunstancias en que se centran las diversas acciones siempre existió el propósito en la redacción de la misma: ¡Dios dándose a conocer al hombre!

 

Desarrollo:

Jer. 26:1. Aunque la Palabra de Dios es eterna y perdurable, se manifiesta en alguna situación histórica, entre hombres de carne y hueso, en medio de sus inquietudes y preocupaciones, es decir, se ubica en el punto presente de cualquier circunstancia con la particularidad de que tiene valor incluso para ocasiones futuras. Cuando tiene un mensaje que dar, Dios no vacila en enviar a su vocero de turno para que hable a reyes, príncipes, pecadores, gobernantes, pescadores o recaudadores de impuestos, porque su Palabra es igual de valiosa a los pobres y a los ricos, a los sabios y a los que no lo son. Todos somos iguales a los ojos de Dios y todos somos deficitarios de su amor y, en consecuencia, todos estamos necesitados de su perdón.

Jer. 26:2. El momento es el adecuado y la situación también: habían pocas oportunidades en el curso de un año cuando hombres representantes de todas las ciudades y de todas la familias de Judá, se podían hallar presentes en un lugar bien determinado. Pero en aquella ocasión esto era posible por cuanto y durante la fiesta judía todas las familias acudían a Jerusalén y al Templo para hacer el sacrificio unidos y rendir culto a Jehovah su Dios tal y como mandaban los cánones más ortodoxos. Habían ciertas fórmulas, ritos y ceremonias que debían guardar pero, sin embargo, su pacto con Dios y a la naturaleza de Dios mismo, exigían más que un mero cumplimiento exterior de los mismos. De modo que Dios, a través de su profeta, va a hablarles de este asunto. Y para que oigan todos indica a Jeremías que se sitúe en el atrio que sabemos era el patio más exterior y extenso del templo. La figura del profeta en lo alto de la escalera se nos hace legendaria mientras les ruega una vez más que se arrepientan, que se vuelvan, que vivan de acuerdo con las experiencias habidas de sus padres y que, en suma, testifiquen del Dios vivo a sus vecinos.

De todas formas, el v. 3 es significativo y describe a las mil maravillas cual es el propósito de Dios:

Jer. 26:3. ¿Maldad de sus obras? ¿No estaban allí obedeciendo la propia ley de Dios? El pueblo se había equivocado por haber hecho separación entre la religión de prácticas anuales totalmente externa y su diario vivir. Pensaron que Dios se contentaba con que ellos cumplieran fielmente con las fiestas y ceremonias religiosas, sin importarle como y de que forma vivían el resto del año. En una palabra, que mientras cumplieran con los requisitos más o menos estrictos de su iglesia, su comunidad o su religión, ya podían estar tranquilos. Sin embargo, es precisamente aquel diario andar y vivir, aquel cargar cada uno con su cruz, el que más preocupa a Dios. Es la manera de tratarse entre familias, de cómo respetamos a las viudas, de cómo alimentamos a todos los huérfanos, de cómo ayudamos a los extranjeros, de cómo, pues, reverenciamos a nuestros padres, de cómo miramos a las mujeres y a las propiedades ajenas, de cómo comemos para vivir, de cómo visitamos a los enfermos, de cómo predicamos el evangelio, de cómo vamos muriendo minuto a minuto tratando de imitar a Jesús, la que refleja la única y verdadera situación espiritual y nuestra relación con Dios. En esa circunstancia, si ellos no se vuelven de su mal camino, el Señor tendrá que castigarlos. Es como si los estuviese presentando una última oportunidad porque el propósito de Dios no es, desde luego, sino redimir. Por la historia sabemos que aquel pueblo fue duro de cerviz y de nada sirvió aquellas ceremonias anuales y de nada sirvió aquellos ríos de sangre sacrificial: todo se perdió desapareció para surgir de nuevo como un distinto Israel con individuos de todas las razas y países, gracias a la misericordia de Dios.

Luc. 24:44. Otra circunstancia y otra escena del mismo acto ubicada muchos años más tarde, lo que viene a demostrar una vez más la eternidad del mismo Dios haciéndose gráfica en aquella famosa frase que se atribuye a la literatura universal: Dios ha muerto, firmado Nietzsche; Nietzsche ha muerto, firmado Dios. En el mismo día de su resurrección, Jesús acompaña a dos de sus discípulos hacia Emaús, sin embargo, éstos por un tiempo, no lo reconocen. A continuación se hace presente entre otro grupo de discípulos que al no pueden creer a causa de tanto gozo. Para que no tengan ninguna duda al respecto, Jesús tiene que decirles una vez más algo que les había enseñado en varias oportunidades antes de su muerte: ¡Qué todo lo que le había pasado estaba de acuerdo con la voluntad divina y con la Palabra escrita del Señor! Como podemos comprobar habla, menciona a los tres grandes grupos en que se dividían el AT: La ley de Moisés, los profetas y los salmos. Pero lo que sin duda quiso decir es que él mismo cumplía con la voluntad y la Palabra de Dios en su totalidad y en ese me era necesario se encierra no tal sólo las tentaciones de Satán en el desierto, sino el propio abandono moral y físico del huerto de Getsemaní, el cargar con el madero y el morir en él sin olvidar, desde luego, su propia victoria sobre la muerte y su resurrección gloriosa al tercer día.

Luc. 24:45. Los discípulos de Jesús ya conocían perfectamente por cuanto las habían estudiado en su juventud hasta el punto de aprenderse de memoria multitud de pasajes completos. Pero, sin embargo, no las entendían. Era menester que su Maestro se las interpretase. En aquel momento comprendieron tantas y tantas cosas, justificaron tantas y tantas actitudes, aprendieron tantas y tantas lecciones, que su reacción no se hizo esperar: Pronto serían capaces de dar su vida por su Maestro.

Luc. 24:46. Este es el grandioso resumen del propósito de la santa Palabra escrita: ¡El Evangelio! Ahora mismo deberíamos señalar la palabra necesario una vez más. Por un lado tenemos la afirmación de que ya estaba escrito y que por eso tuvo que padecer hasta el extremo de morir, pero por otro, se nos asegura la necesidad de que esto sucedía así porque era la única posibilidad de poder salvarnos. Sólo a través de la muerte y resurrección de Cristo, podemos acercarnos tanto a Dios que podemos oler su santidad. Sólo a través de la muerte y resurrección de Cristo tenemos la posibilidad de entrar a pie seco en la ansiada tierra prometida para gozar de la eternidad. Además, tenemos la firme promesa de conocer allí como somos conocidos, que no es más que otra forma de decir abrir el entendimiento para comprender las Escrituras, el Plan particular del Señor acerca de mi persona y el extraordinario amor de que hizo gala.

Luc. 24:47. Otra vez tenemos aquí la última oportunidad que Dios da a los hombres. Pero esta vez no es un solo profeta. Ahora les toca a los discípulos y seguidores de Jesús hacer su parte para llevar a cabo el propósito del Padre Dios. De ahí que tuvieran que comenzar en Jerusalén y terminar por los confines de la tierra. Lo curioso del caso, esto nos demuestra una vez más los a veces en apariencia incomprensibles caminos de Dios para conseguir sus fines. Vino una persecución a muerte de cristianos y esto hizo que se esparcieran a lo largo y ancho de la tierra entonces conocida predicando sobre la marcha, sembrando el evangelio al andar, anunciando las buenas nuevas hasta el momento justo en el que el hacha del verdugo, la cruz o el destierro los acallara para siempre.

Juan 20:30. El Evangelio de Juan fue redactado siguiendo un plan preconcebido y bien pensado. Así Juan seleccionó un grupo determinado de grandes obras, de grandes señales, que hizo Jesús y nos transcribió siete de ellas. Por supuesto y tal como él mismo lo anuncia, hubieron muchas más que no cita por considerar que el número siete, número perfecto, número completo en la filosofía judía, cumplía con el propósito que se había propuesto y que con claridad denuncia en el v siguiente:

Juan 20:31. El Evangelio de Juan es una interpretación de la vida de Jesús, que cumple el fin de evangelizar a sus lectores por lo que es un sentido se puede decir que es un tratado evangélico. En efecto, se presenta a Jesús como el Cristo, el Mesías, el Ungido de Dios tan esperado por el pueblo. Y lo que es más importante es que reconociéndolo así, uno se está preparando para entregar el ser a este Cristo con poder, demostrado de manera amplia en estas siete señales seleccionadas, y así recibir la auténtica vida, la llamada Vida Eterna. De que este Evangelio cumplió con el propósito más general de la Biblia, pueden dar fe en la actualidad cientos y miles de personas que han llegado al arrepentimiento y a su consecuente salvación gracias a su lectura.

1 Jn. 1:1. Una vez más vemos como la Palabra de Dios siempre es relevante. Siempre trata las necesidades actuales de los hombres que lo reciben. Cierto que las dificultades y todas las preocupaciones varían de una a otra época, pero la naturaleza de la Palabra es tal que siempre se adapta. La primera epístola de Juan denuncia y combate una herejía muy extendida en su época y que aún hoy no ha desaparecido del todo: El cuerpo humano en sí es malo por naturaleza. Partiendo de este error, de esta premisa equivocada, se decía que era imposible que Dios se encarnara con éxito en forma humana. De forma, y siguiendo la herejía, se venía a decir que lo que parecía como cuerpo humano de Cristo, en realidad, no era sí, sino apariencia de un cuerpo. Es decir, que no tenía de humano más que la carcasa exterior y que, por lo tanto no podía sentir dolor o hambre. Juan refuta esta herejía en la mejor forma que sabe. En primer lugar, Dios siempre ha tenido un plan y un propósito, el cual cumple siempre y en segundo, Juan en este caso y otros muchos en otros, dan su testimonio del cumplimiento de este santo propósito. Son testigos, como magistralmente se describe aquí, de su humanidad y, desde luego, divinidad; lo han tocado, lo han palpado, han sentido sus latidos, lo han visto preocupado, glorioso, solo, milagroso, comiendo, sanando, durmiendo, orando, viendo y obedeciendo. En una palabra: Juan da fe de la perfecta encarnación de Cristo.

1 Jn. 1:2. Si la vida eterna que tanto anhelan recibir los seres humanos no se encuentra en la vida del Jesucristo manifestado, teniendo en cuenta de que estaba ya con el Padre, entonces no hay posibilidad para recibirla. En una palabra: No creyendo que Jesús hombre fue justo y que pudo morir por nosotros es imposible la salvación.

1 Jn. 1:3. Juan se limita a anunciar como supremo argumento todo aquello que le ha sucedido a él mismo. Y quiere que sus lectores, por equivocados que puedan estar, lleguen a saber, a experimentar las mismas seguridades, es decir, llegar a gustar la verdadera comunión con el Padre y con el Hijo. Claro, esta comunión no se consigue a menos que se llegue a tener una experiencia personal con el santo Cristo resucitado y glorificado.

1 Jn 1:4. Juan lo dice para que se sepa de una vez por todas en quien hemos creído, para que no dudemos ni un momento de la persona de Cristo a pesar de lo que crean los demás, además, para que tengamos seguridad en las supremas promesas de vida eterna, para que nuestros desengaños y vejaciones diarias no consigan apartarnos del verdadero camino, para que sepamos cuál es el verdadero propósito de la Palabra de Dios, resumen: ¡Para que nuestro gozo sea cumplido!

 

Conclusión:

Por fin, y resumiendo, podemos decir que estos cuatro pasajes que hemos estudiado tienen en común cumplir con el propósito eterno: el arrepentimiento humano. Dios quiere que todo el mundo escuche su mensaje, se arrepienta de su pecado y acepte a Cristo como su Señor y Salvador.

Por eso nos ha dado la Biblia.

 

 

 

 

060321

  Barcelona, 15 de junio de 1975

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145 EL VALOR DE LA BIBLIA

Sal. 19:7-11; Mat. 4:1-10

 

Introducción:

Desde hace varios domingos venimos afirmando, descubriendo y estudiando todos aquellos valores de la Biblia que son eternos. Hoy no podía ser menos; es más, hoy por ser el último de los temas dedicados a las Escrituras, es quizás el más importante y, con mucho, el más completo. La Biblia tiene un valor perdurable en el tiempo y en el espacio; tanto es así, que las circunstancias pueden cambiar, pero las necesidades humanas no y, por lo tanto, la Palabra de Dios siempre es válida. La Biblia tiene respuestas muy claras para nuestros problemas diarios. Así, lo importante, lo indispensable, es saber localizarlas y usarlas de acuerdo con el Plan que Dios tuvo al dárnoslas.

Una de las divisiones de la Palabra que tenían los judíos era sin duda los llamados libros poéticos y de ellos los Salmos, de donde extraemos el material de la primera parte de nuestra lección: Estas poesías eran el himnario del pueblo hebreo. Pero con ser líricos son a la vez didácticos pues enseñan grandes verdades y conmueven el corazón humano por ser el resultado de una conciencia muy experimentada como podía serlo el rey David. El salmo 19 es un cántico de alabanza por la Creación y por la Ley, teniendo su mejor clímax en los vs. 7 al 11.

 

Desarrollo:

Sal. 19:7. En la poesía hebrea es importante un estilo que se llama paralelismo, estudiado ya en otras lecciones, y que no es más que un complemento del primero con el segundo verso; es decir, el 2º amplia y a veces explica el alcance del 1º. Por eso se refiere a la misma cosa las palabras: la ley de Jehovah y el testimonio de Jehovah. El autor del salmo, al referirse a la ley y al testimonio, tiene en mente todas las enseñanzas que proceden de Dios en forma oral o escrita, La forma en que se encuentra no es lo más importante, sino, naturalmente, el hecho de que existan. Otra cosa que debemos señalar es el significado de la palabra “alma” que aquí, no se refiere tan solo al componente espiritual del hombre, sino a la totalidad de su composición. En efecto, se emplea la palabra hebrea Nefes y se piensa en el hombre entero. Así se puede leer: La Ley de Jehovah es perfecta, que convierte al hombre completo, a la mente, al cuerpo, al espíritu, y lo guía de nuevo a la eternidad. Por eso Dios quiere que el hombre entero viva de acuerdo a su divino propósito; propósito que, precisamente, ha sido revelado por completo en su ley. Así, aunque un alma haya errado, con la practica de la ley, puede volver al lado de su Dios creador.

Sal. 19:8. Una vez más los vocablos mandamientos y preceptos se refieren a una misma cosa, o sea, a la revelación de la Palabra de Dios. Para David y su pueblo la ley y mandamientos no eran ninguna carga, antes bien, la aceptaron con alegría y gozo porque entendían que por medio de ellos estaba hablando y actuando el mismísimo Señor. Paralelamente, el creyente actual ve en la Biblia no una carga, sino una guía indispensable para poder incrementar su propia esperanza.

Sal. 19:9. La Palabra de Dios, aun en su carácter de juicio, inspira confianza, precisamente porque nos indica que sus juicios son justos. Pero el clímax del v radica sin duda en la idea que se desprende de su lectura en el sentido de que se indica y enfatiza toda su fuerza en la fuerte palabra temor, que, como bien sabéis, significa respeto más que miedo. Así tenemos el mismo concepto que se aplica en las relaciones ideales que deben prevalecer entre padres e hijos y, por lo tanto, se nos dice que podemos acercarnos ante la presencia del Padre sin temor aun cuando hayamos hecho alguna falta que sabemos no va a gustarle. Aquí, concretamente, el salmista alaba al Señor porque siempre es justo en sus cuantiosas deliberaciones y nunca se equivoca al emitir un fallo.

Sal. 19:10. La vida en aquella época era en muchos aspectos dura y difícil. Muchos soñaban con las riquezas y el oro la representaba; sin embargo, si les fuese dado escoger entre éstas y la Palabra de Dios, responderían sin vacilar: ¡Yo y mi casa serviremos al Señor! Paralelamente, si fuera necesario elegir entre la mejor mesa y los mandamientos de nuestro Dios, el salmista no vacilaría en escoger los preceptos de la Ley. En una palabra concreta: La vida, el alma convertida como hemos visto en el v. 7, es más que el beber, comer o acumular bienes.

Sal. 19:11. Aunque sea rey sobre un gran pueblo, héroe militar, el poeta piensa de sí mismo, nada más que como siervo del Altísimo. Y, en consecuencia, el guardar los mandamientos le proporciona su propia recompensa que, al decir de él, es la que más le satisface. Así el valor de la Biblia para quienes la obedecen es tal que supera a cualquier otra cosa del orden material y por ello debemos beber de ella por tener, entre otras cosas, la fuente de nuestra fe.

La segunda parte de nuestra lección nos viene dada bajo el título: La Biblia aplicada a la vida diaria y está basada nada menos que en las tentaciones de Cristo. Nunca hubiéramos encontrado mejor ejemplo que tan bien demostrase lo que pueden las Escrituras. La única salvedad que podemos objetarle al autor de la lección de El Expositor Bíblico es que debería haber incluido el v. 11 puesto que es el remate y rúbrica de la victoria de Jesús. Debido precisamente a la compacta historia que nos narran los primeros once vs. de Mat. 4, vamos a estudiarla en bloque en la creencia que redundará en nuestro propio beneficio:

Mat. 4:1-11. Hay algo que debemos tomar nota cuidadosamente antes de pasar de lleno al estudio de las tentaciones de Jesús. Nos estamos refiriendo al significado de la palabra tentar. La palabra gr. es peirazein. En castellano la acepción más común de tentar es el de seducir a alguien para que haga lo malo, arrastrarlo al pecado propiamente dicho, preocupar, en suma, persuadirlo para que elija el camino equivocado. Para ser más claros, imaginemos una corta encrucijada de caminos con el letrero indicativo de dirección bien borrado y que es un caminante nos preguntase por cual de ellos iría a su ciudad y que nosotros, a sabiendas, le indicásemos el erróneo consiguiendo con ello, tentarle, inducirle a tomar un camino que no lleva a ninguna ciudad, sino al precipicio. Pero en realidad, el significado principal de la palabra en cuestión es, lo mismo que en griego, poner a prueba. Una de las grandes historias del AT es la de Abraham que casi sacrificó a su propio hijo Isaac. Esta historia comienza así: Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, Gén. 22:1. Aquí tenemos sin duda un ejemplo bien claro del significado de la palabra tentar, tal como lo entiende la Biblia. No se trata pues, evidentemente, de instar, de tratar de seducir a alguien para que haga lo malo. Es del todo inconcebible que Dios quiera convertir a alguien en un obrador del mal, que él sea el agente de la transformación de un creyente en pecador. Sin duda trata de poner a prueba, de probar, de tentar una y otra vez al hombre. En el caso de Abraham, había llegado el momento de someter su lealtad con una prueba trascendental. Así, como el metal debe ser probado antes de usarse en la confección de una herramienta, para ver si es capaz de soportar las tensiones y justos esfuerzos que deberá resistir, el ser humano debe ser puesto a prueba antes que Dios pueda usarlo para el cumplimiento de sus propósitos. Estamos ante una verdad grande y consoladora. Lo que nosotros denominamos tentación no tiene el propósito de hacernos pecar, sino el de hacer que venzamos al pecado. No se propone convertirnos en hombre malos, sino en hombres buenos. No tiene como objetivo debilitarnos,  sino hacer que surjamos de la prueba más fuertes, puros y valiosos. La tentación no es un castigo de nuestra condición humana, sino la gloria de ser hombres. Es la prueba que sobreviene al hombre que Dios quiere usar. De manera que debemos pensar en este incidente o experiencia de Jesús no debemos pensar en este incidente o experiencia de Jesús no tanto en términos de tentación como de su puesta a prueba. Además, debemos tomar nota del lugar donde se ubica la escena. Se trataba del desierto. Entre Jerusalén, que se levantaba en la meseta central, espina dorsal de Palestina, y el mar Muerto, se extiende el desierto que en el AT se llama Jeshimón, que significa en he destrucción y en el que normalmente se cree tuvieron lugar las tentaciones. Es una zona de arena amarilla, piedra caliza desmenuzada y un gran precipicio de 52 Km. de largo por 25 Km. de ancho. Además, es una región geológica retorcida, donde las vetas y estratos se curvan en todas direcciones, como si las piedras hubiesen sido sometidos a terribles presiones. Las sierra son como montones de polvo, la piedra caliza está ampollada y pelada, las rocas están desnudas y melladas; en muchos lugares los pasos, o el golpe las patas del caballo sobre el suelo, suenan a hueco. El aire tiembla y reverbera por el calor, como en un enorme horno. Al acercarse al mar Muerto, repentinamente, se produce un descenso vertical de 400 m. una especie de acantilado pedregoso de roca caliza, pedernal y greda, lleno de grietas, cañones y precipicios, hasta llegar a la cuenca marina del mar más bajo de la tierra. En este desierto Jesús podía estar más solo que en ningún otro lugar de Palestina. Jesús fue al desierto para estar solo. Le había sido encomendada una tarea, Dios le había hablado, ahora debía pensar como cumplirla y debía ordenar todos sus planes para comenzar la obra, tenía pues, necesidad de estar solo. Es posible que la mayoría de los errores que cometemos se deban a que no nos damos la oportunidad de estar a solas con Dios.

Aún deben anotarse otros elementos antes de proceder al estudio detallado de la historia de las tentaciones: 1) Los tres autores de los evangelios sinópticos subrayan el hecho de que aquellas tentaciones siguieron inmediatamente al bautismo. Una de las más grandes verdades de la vida es que después de cada momento de gloria se produce un momento de reacción (y siempre en esa reacción está el peligro más grande). Esto es lo que le ocurrió a Elías. Con coraje, el profeta, en total soledad, enfrentó y derrotó a los profetas de Baal en el monte Carmelo, 1 Rey. 18:17-40. Este fue su gran momento de valor y testimonio. Pero la matanza que siguió provocó la ira de la malvada Jezabel, y ésta amenazó con quitarle la vida: Viendo pues, el peligro, Elías se levantó y se fue para salvar su vida y vino a Beerseba, 1 Rey. 19:3. El hombre que se había enfrentado intrépidamente a todos los que se le pusieron por delante, huía ahora, perseguido por el terror. Había llegado el seco momento de la reacción y el tentador, cuidadosa, sutil y muy hábilmente escogió el momento justo para atacar a Jesús. 2) No debemos pensar que esta experiencia de Jesús fue algo exterior. Fue un conflicto que se libro en su interior, en su corazón, mente y alma. La prueba de esto es que no existe una montaña desde donde puedan verso todos los reinos de la tierra y menos su gloria. Se trata pues de un conflicto interior. Mediante nuestros pensamientos y deseos más secretos es como el tentador llega hasta nosotros. Así indefectiblemente, su ataque va dirigido a nuestras mentes. Cierto que el ataque puede llegar a ser tan real para nosotros que casi nos parezca que el diablo está frente a nosotros, pero su poder consiste precisamente en que es capaz de penetrar por nuestras defensas exteriores y ataca en la mismísima intimidad de nuestros espíritus. 3) No debemos pensar tampoco que esta es la única vez que Jesús tuvo que escuchar y vencer a Satanás o que éste nunca más vendría a asediarle. El testador volvió a atacarlo en Cesarea de Filipo, cuando Pedro procuró disuadirlo de que tomara el camino de la Cruz, ocasión que tuvo que repetir las mismas palabras con las que había derrotado a Satanás en el desierto: ¡Apártate de mí! Mat. 16:23. Del mismo modo, en la lucha del cristiano no hay tregua. A veces los creyentes se preocupan porque piensan que deberían llegar a una etapa en la cual estuvieran más allá de la tentación, una etapa en la que el poder del tentador fuese borrado de manera definitiva. Pero Jesús nunca llegó a esa etapa. Tuvo que luchar su batalla desde el principio hasta el final, desde el desierto hasta el jardín de Getsemaní. 4) Hay algo sobresaliente en esta historia de las tentaciones La frase que podría definirlo es: qué hacer con los poderes sobrenaturales. En efecto, las tentaciones de Jesús sólo podían haber atacado a alguien que se sabía podía hacer cosas maravillosas. Así, siempre debemos recordar que somos tentados en el meollo de nuestros dones. En una palabra: el aspecto más sombrío de la tentación es que son nuestros puntos fuertes y no nuestras debilidades, donde más cuidado deberíamos tener, porque por esa puerta, la más perfecta, nos atacará el Tentador. 5) Por último, nadie puede leer esta historia sin recordar que su fuente no puede haber sido otra persona que el mismo Jesús. Ya hemos comentado que en el desierto estaba bien solo y que nadie más le acompañaba cuando libró la batalla. Así que conocemos la historia gracias a que debió contársela a sus discípulos. Tenemos pues, a Jesús mismo que nos narra su propia autobiografía espiritual y deberíamos acercarnos a ella con una reverencia especial, única y particular, porque en ella, nuestro Maestro, nos está desnudando su corazón y su más íntima espiritualidad. Está diciendo a los hombres qué pruebas debió soportar y cómo las venció, así que está preparado para ayudarnos en las nuestras.

Ahora vayamos ya con el estudio en sí de las tentaciones:

El tentador lanzó su ataque contra Jesús recurriendo a tres líneas ofensivas bien definidas y lo que es peor, en cada una de ellas había una cierta ciencia inevitable.

a) Una fue la fuerte tentación de convertir las piedras en pan. El desierto estaba lleno de cantos rodados calizos de considerables dimensiones, exactamente de la forma y tamaño de pequeñas hogazas de pan. Las piedras por sí mismas hubieran sugerido la tentación de Jesús. Era la tentación a que Jesús usara sus poderes egoístamente para su propio beneficio, y esto es precisamente lo que siempre se negó a hacer. Constantemente enfrentamos la tentación de usar con egoísmo los poderes que Dios nos ha dado. Dios ha dado un don a cada ser humano, y cada ser humano puede plantear una o dos preguntas al respecto: ¿Cómo puedo aprovechar este don para beneficiarme yo mismo? O bien, ¿cómo puedo usar este don en beneficio de los demás? Este tipo de tentación puede venir de la cosa más sencilla. Una persona puede poseer, p. ejemplo una voz hermosa para cantar. Si este es el caso, podrá sacarle provecho y negarse a cantar a menos que se le pague por hacerlo. Nada ni nadie se opone a que alguien use comercialmente su voz para el canto, pero hay muy buenas razones para que alguien con buena voz no cante sólo por dinero. No hay hombre o mujer que no se sienta tentado alguna vez en su vida a usar egoístamente los dones que ha recibido de Dios. Pero hay otro aspecto de esta misma tentación. Jesús era el Mesías de Dios y lo sabía. En el desierto lo enfrentó la decisión de elegir los métodos que usaría para ganar a los hombres para Dios. ¿Cómo cumpliría la tarea que Dios le había encomendado? Un modo de persuadir a los hombres para que le siguieran era dándoles pan, darles bienes materiales. ¿No le hubiera justificado la historia si hubiera usado este método? ¿No había dado Dios a su pueblo el maná en el desierto? ¿No había dicho Dios: haré que llueva pan del cielo para vosotros? ¿No había dicho Isaías: no tendréis hambre ni sed, Isa. 49:10? ¿No era el banquete mesiánico uno de los elementos más frecuentes de los Apocalipsis que proliferaban en el periodo intertestamentario? Si Jesús hubiera querido dar pan a los hombres, no le habría faltado justificación. Pero dar pan a los hombres hubiera sido un doble error. En primer lugar, hubiera equivalido a sobornar a todos para que lo siguieran. Hubiera sido persuadirlos a seguirlo por los beneficios que podían recibir de él, y la única recompensa que Jesús podía ofrecer era una cruz. Sobornar a los hombres con bienes materiales hubiera equivalido a negar todo lo que él venía a decir; hubiera equivalido, en último término, a invalidar los propósitos de su venida. En segundo lugar, la cosa hubiera sido eliminar los síntomas sin extirpar la enfermedad. Los hombres tienen hambre. Pero el problema es, ¿por qué tienen tanta hambre? ¿Es a causa de su propia estupidez, haraganería o descuido? ¿O es por que algunos egoístamente poseen demasiado mientras que la mayoría posee demasiado poco? La única forma verdadera de eliminar las causas que provocan el hambre es eliminado las causas que la provocan y estas causas están enraizadas en el alma humana. Además, hay un hambre espiritual que ninguna comida material puede llegar a satisfacer jamás. De modo que Jesús responde al tentador con las mismas palabras que expresan la lección que Dios quiso enseñar a su pueblo cuando peregrinaba en el desierto: No solo de pan vivirá el hombre, más de todo lo que sale de la boca de Jehovah vivirá el hombre, Deut. 8:3. La única manera de poseer una satisfacción plena es aprender a depender totalmente de Dios.

b) De manera que el tentador volvió al ataque desde otro ángulo. En una visión llevó a Jesús hasta la parte más alta del templo. Como sabemos, el templo estaba construido sobre el monte Sion. En él, había una esquina, donde se encontraba el pórtico de Salomón y el pórtico Real, desde donde las paredes caían a pico unos 150 m. hacia el valle del río Cedrón. ¿Por qué no intentaba Jesús subir a esa altura y arrojarse al precipicio, llegando al valle sin lastimarse los pies? Este milagro haría que los hombres siguieran a Jesús. Sobre el techo del templo, todas las mañanas había un sacerdote que subía para esperar allí que brillaran los primeros rayos del sol sobre las sierras de Hebrón, y entonces hacía sonar una trompeta que anunciaba que había llegado el momento del sacrificio matutino. ¿No podía Jesús subir a ese mismo lugar y conseguir que todos los espectadores lo siguieran gracias a lo maravilloso de su hazaña? Varias promesas lo hacían verosímil: Vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, Mal. 3:1. Otra aparece en el Sal. 90:11, 12, donde se nos dice que los ángeles de Dios sostendrían al hombre de Dios con sus manos para que no le pasase mal alguno. Este era exactamente el método que proponían los falsos Cristos que surgían continuamente en Palestina por aquellos tiempos. Teudas había llevado una multitud hasta el Jordán y había prometido partir en dos las aguas del río para demostrar su carácter de Mesías. Aquel famoso pretendiente egipcio, Hech. 21:38, había prometido también que voltearía las paredes del templo con solo pronunciar una palabra. Simón el Mago había prometido volar y murió por el golpe cuando intentó hacerlo, etc. Estos usurpadores habían ofrecido realizar acciones que no estaban en condiciones de ejecutar. Jesús podía, en cambio, hacer cualquier cosa que se le ocurriera prometer. ¿Qué razón había para no hacerlo? Hay por lo menos dos buenas razones por las que Jesús no eligió este curso de acción. En primer lugar, el que ha elegido atraerse la lealtad de los hombres mediante acciones maravillosas, ha adoptado un método sin futuro alguno. La razón es muy sencilla. Para conservar su poder debe producir acciones cada vez más sensacionales porque las maravillas espectaculares son pan para hoy y hambre para mañana. En segundo lugar, esa no es la mejor manera de usar los poderes divinos: No tentarás a Jehovah vuestro Dios, Deut. 6:16. Esto es exactamente lo que Jesús quería decir. No tiene sentido probar a Dios para ver hasta dónde se le puede obligar a actuar. Es un error ponerse uno mismo es una situación extrema de peligro sin necesidad alguna y esperar que Dios venga en auxilio. El Señor espera que cualquier ser humano acepte riesgos cuando se trata de ser fiel a su mandato, pero no que alguien busque el riesgo para enaltecer su propio prestigio porque la fe que depende de ciertas maravillas y señales no es una fe auténtica. Así que Jesús rechazó el camino del sensacionalismo porque sabía que era una manera segura de fracasar en su empresa.

c) De manera que el tentador intentó su tercera línea de ataque. Jesús había venido para salvar al mundo y en su mente se le presentó la imagen del mismo. La voz del tentador, le dijo: Todo esto te daré si postrado me adorares. ¿No había dicho Dios mismo a su escogido: Pídeme y te daré por herencia las naciones y como posesión tuya los confines de la tierra, Sal. 2:8. Lo que el tentador le estaba diciendo a Jesús era: ¡Entendámonos entre nosotros dos! No hagas que tus demandas y exigencias sean demasiado elevadas. Permite que sea posible conciliar tu prédica con las dosis inevitables de mal y engaño, y entonces conseguirás que los hombres te sigan en multitudes. La tentación en este caso, consistía en comprometer la pureza del evangelio en vez de presentar sin atenuante alguno las exigencias del Señor para el mundo. Era la tentación de procurar avanzar empezando con una retirada, de intentar cambiar al mundo haciéndose como el mundo. La réplica de Jesús no tardó en hacerse escuchar: A Jehovah tu Dios temerás y a él sólo servirás, Deut. 6:13. Jesucristo estaba plenamente convencido de que jamás podremos derrotar el mal si empezamos haciendo concesiones al mal. Desde este momento estableció el carácter insobornable de la santa fe cristiana. Así, el cristianismo no puede descender hasta el nivel del mundo, debe elevar al universo a su propio nivel porque ninguna otra forma de emparejar la situación resultaría muy satisfactoria y efectiva. De modo que Jesús tomó su decisión. Decidió que nunca sobornaría a los hombres para que lo siguieran, decidió que el suyo no sería un camino de sensaciones, decidió que no podía comprometer con el mal el mensaje que predicaba o la fe que demandaba como respuesta a ese mensaje. Esta elección significaba inevitablemente la cruz, pero la cruz, con la misma inevitabilidad, significa también la victoria final.

 

Conclusión:

Este es el valor de la Biblia. En cualquier pasaje encontramos consuelo, esperanza y lo que es mejor: nuestro propio camino, porque todas las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza, Rom. 15:4.

Amén.

 

 

 

 

060322

  Barcelona, 22 de junio de 1975

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061913

  Barcelona, 04 de diciembre de 2005

ÍNDICE

71 La profundidad de nuestra condición perdida 1 (050250)

72 Nuestro Dios reconciliador 2 (050251)

73 La experiencia de la Reconciliación 4 (050252)

74 Hablando en su Nombre 5 (060254)

75 ¿De quién somos testigos? 8 (060255)

76 Dios obra por medio del pueblo 8 (060256)

77 La promesa de un día mejor 10 (060258)

78 El mundo pertenece a Dios 11 (060260)

79 El hombre, un ser responsable 13 (060261)

80 El hombre se ha desviado 14 (060262)

81 La puerta aún está abierta 15 (060264)

82 Dios nos ama 17 (060263)

83 Jesús sufrió por nosotros 19 (060265)

84 Jesucristo es el Rey 21 (060267)

85 El hombre responde por medio de la fe 22 (060268)

86 Cristo hace al nuevo hombre 23 (060270)

87 En Cristo somos hermanos 25 (060272)

88 La gracia de Dios nos sostiene 27 (060274)

89 Cristo es nuestra esperanza 28 (060276)

90 ¿Por qué la ley? 30 (060278)

91 La predestinación 32 (060280)

92 Trabajo, descanso y adoración 35 (060283)

93 Reconciliación 37 (060285)

94 Libre, pero todavía ligado 39 (060287)

95 Victoria en medio del sufrimiento 40 (060289)

96 La vida en la comunidad cristiana 42 (060292)

97 Los frutos del Espíritu Santo 44 (060298)

98 El agua que satisface 45 (060300)

99 Pan para los hambrientos 47 (060301)

100 Luz para los ciegos 49 (060303)

101 El amor entre los creyentes 50 (060304)

102 Vida en Cristo 52 (060305)

103 La promesa del Consolador 54 (060306)

104 Victorioso en las pruebas 56 (060307)

105 Victorioso en la muerte 58 (060309)

106 La resurrección victoriosa 59 (060308)

107 Poder para desarrollarse 61 (060310)

108 Cuando el Espíritu llena la vida 63 (060312)

109 Dios libra a su pueblo 64 (050248)

110 Dios unifica a su pueblo 66 (050249)

111 El pueblo de Dios pide un rey 68 (060253)

112 Dios se interesa en los líderes 70 (060257)

113 Dios se interesa en la adoración 71 (060259)

114 Dios se preocupa por las relaciones 73 (060266)

115 Dios se preocupa por las crisis nacionales 74 (060269)

116 La promesa de la renovación 76 (060271)

117 Dios se preocupa por todos los hombres 78 (060273)

118 La esperanza de un nuevo comienzo 79 (060275)

119 Preparando el camino 81 (060277)

120 Celebrando la promesa 83 (060279)

121 Interpretando la venida de Cristo 85 (060281)

122 Navidad consciente 86 (060282)

123 Hombre de compasión 87 (060284)

124 Maestro de maestros 89 (060286)

125 El Salvador sufriente 90 (060288)

126 El Señor de la vida 92 (060290)

127 Un pueblo al cual se le ha dado poder 93 (060291)

128 Un pueblo que adora 95 (060293)

129 Un pueblo que sirve 96 (060294)

130 El resucitado 97 (060295)

131 Un pueblo reconciliador 98 (060296)

132 Un pueblo de esperanza 99 (060297)

133 Tenemos una revelación 101 (060299)

134 ¿Tenemos una relación? 103 (060302)

135 La gloria de Dios en la creación 104 (060311)

136 La responsabilidad humana por lo creado 105 (060313)

137 El hombre y Dios hacen un pacto 106 (060314)

138 El amor firma de Dios 108 (060315)

139 La presencia de Dios 109 (060316)

140 Los imperativos morales 111 (060317)

141 Peligros de una falsa seguridad 112 (060318)

142 Como surgió la Biblia 114 (060319)

143 Naturaleza de la Biblia 115 (060320)

144 El propósito de la Biblia 117 (060321)

145 El valor de la Biblia 118 (060322)

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      NOTA: 060000 es la matrícula del libro mecanografiado y encuadernado artesanalmente en BCN el 13.7.75.

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

GÉNESIS:                 1:26/105 + 1:1, 26, 31/11 + 1:27-30/13

2:17/1

3:6-8/1

7:1-16/15

 

ÉXODO:                                     3:7-10/64

19:3-6/106 + 19:3-8/64

20:1, 2/30 + 20:2-4, 7, 8, 12-17/106 + 20:8-11/35

24:3-8/114

 

LEVÍTICO:              19:2, 9-18, 35-37/111

 

DEUTERONOMIO: 6:1/115

 

JOSUÉ:                     24:1-7, 14, 15, 24/66 + 24:22/8

 

1 SAMUEL:              12:13-18, 22-24/68

 

2 SAMUEL:              7:8-10a, 21-29/70

 

2 REYES:                  17:7, 8/30

 

2 CRÓNICAS:          5:7-14/71

7:12-14/71

 

SALMO:                   8/105

14:2, 3/14

19:7-11/118

24:1, 2/11

103:8-14/17

104:1-4, 24-34/104 + 104:24-30/11

119:97-104/30

139:1-12, 23, 24/109

 

ISAÍAS:                    40:1, 2, 27-31/79 + 40:25-31/27

53:4-9/19

55:1-9/108

 

JEREMÍAS:              7:4-12/112

17:9, 10/14

26:1-3/117

36:1-4/114

38:2-6, 17, 18/74

 

EZEQUIEL:             36:22-32/74

 

OSEAS:                     4:1-3, 6/73

6:1-3/73

7:4-7/73

11:8, 9/73

 

JONÁS:                     4/78

 

MIQUEAS:               6:6-8/112

 

ZACARÍAS:             1:1-3/8

4:1-10a/8

8:1-8, 11-13/10

9:9/20

 

MATEO:                                     1:17-23/85

3:1-12/81

4:1-10/118

5:17-20/89 + 5:17/30

7:24-29/89

13:33-35/89

 

MARCOS:                 2:23-28/35

8:27-38/90

 

LUCAS:                    1:1-4/115 + 1:39-55/83

4:16/35 + 4:17-21/87

5:18-25/87

24:44-47/117

 

JUAN:                       1:9-13/23

3:16, 17/17

4:7-15/45 + 4:24/44

6:35-51/47

9:1-7, 35-41/49 + 9:1-38/5

11:17-27/92 + 11:35/97

13:1-5, 12-14, 34, 35/50

15:1-11/52

16:4c-15/54

18:33-38/56

19:7-11/56 + 19:17-22, 28-30/58

20:19-29/59 + 20:26-29/22 + 20:30/117

 

HECHOS:                 1:10, 11/28

2:1-4, 16, 17, 36-42/61 + 2:4-4:3/5 + 2:36/20 + 2:42-47/95

3:1-6/63

4:31-37/63

5:1-10/4

8:26-40/5

10:8-10/4

17:30, 31/13

 

ROMANOS:             1:18-3:23/1 + 1:28-32/14

2:1/14

5:1-5/99

6:15-23/39

8:18-25/99 + 8:28-30/32 + 8:31-39/40

10:6-11/22

12:1-8/42

14:10-12/13

 

1 CORINTIOS:         12:12, 13/42

 

2 CORINTIOS:         5:16-21/37 + 98 + 5:18-21/2

8:1-7/96

 

GÁLATAS:              3:23-26/85

4:1-6/79 + 4:4-9/86

5:13-26/44

6:1-7/98

 

EFESIOS:                 1:1-16-2:7/93 + 1:3-6, 11, 12a/32

2:1-3, 11-13/1 + 2:1-10/23 + 2:4-10/4 + 2:11-16/25 + 2:20/32

 

FILIPENSES:            2:5-11, 15/20

4:10-13/27

 

COLOSENSES:        1:15-23/3

 

2 TIMOTEO:            3:14-17/115

 

HEBREOS:               1:1-4/101

8:8-12/103

10:19-25/103

12:1/8

 

SANTIAGO:            1:13-15/1

2:14-17/96

 

1 PEDRO:                 1:18-21, 23/2 + 1:3-9/28

2:9/96 + 2:24, 25/19

4:7-11/95

 

2 PEDRO:                 1:20, 21/115

 

1 JUAN:                    1:1-4/117

3:1-3/28

4:7-12/25

 

APOCALIPSIS:        1:10, 11/114

 

 

 

 

ESTUDIOS II

061913

bou2

04.12.2005