Posts By: Caterina Bou

RECONCILIACIÓN

 

2 Cor. 5:16-21

 

  Introducción:

  Si para la comprensión total del evangelio hay palabras claves; la primera es, sin duda, Predestinación, que ya fue estudiada en su día y publicada en Nuestra Labor. Inmediatamente después, y siguiendo en importancia y poder, aparece ya Reconciliación, la puerta y prólogo para la Justificación que presentaremos en una tercera ocasión.

  El verbo reconciliar, en sus múltiples tiempos, aparece o está señalado en la Biblia en 34 ocasiones por lo menos y todas ellas tienen que ver con: restablecer la amistad y la buena armonía entre dos enemistades y acordar los ánimos desunidos. Esto puede llevarse a término entre dos hombres, entre el hombre y Dios… y entre el Señor y su criatura. Pero sólo los dos últimos casos merecen ahora nuestra atención, puesto que el primero es consecuencia lógica de éstos.

  Ahora, localizado ya el campo de nuestro estudio, podemos afirmar que la Reconciliación es el efecto de la satisfacción que Cristo ofreció con su muerte a la justicia divina, por los pecados de la humanidad. Pero para que esto pudiera llegar a tener valor de hecho y derecho ante los ojos de Dios Padre, Cristo debía ser considerado y evaluado apto para representar con éxito total esta parte de la obra de la Redención. Pero sólo podía conseguirlo apropiándose desde antes de la fundación del mundo del papel de víctima propiciatoria. En el léxico del AT, la propiciación era la ofrenda que apaciguaba la ira de aquel contra quien se había cometido la ofensa. Así, por extensión normal: Jesucristo es la propiciación por nuestros pecados, Rom. 3:25; 1 Jn. 2:2; 4:10. Es por esto que su sacrificio quitó de un brochazo los obstáculos que impedían a la misericordia de Dios salvar a los pecadores… y apaciguar la justa ira de su ley eterna. En cuanto al paralelismo de la idea del AT es patente: En la versión llamada de los 70 se usa la misma palabra griega para definir y resaltar la expiación por excelencia, Núm. 5:8; un sacrificio por el pecado, Eze 44:27, y la cubierta del arca de la Alianza, Lev. 16:14; Heb. 9:5. Una vez aclarado el medio por el cual la reconciliación tuvo posibilidad de hacerse realidad, notemos por un momento la autenticidad de la víctima: Cristo en su faceta de Redentor. Evidentemente, este nombre se aplica bien al Salvador del mundo porque muriendo en lugar del género humano y pagando así su rescate, lo redime de servidumbre del pecado y, lo que también es importante, del castigo merecido.

  Por otro lado, el uso que se hace de esta palabra en el AT, nos puede servir para entender mejor lo que significa la Obra de esta Redención: El participio del v redimir, a saber, redentor, dice y señala al pariente varón consanguíneo más cercano de uno, a quien correspondían unos derechos y deberes, como pudieran ser: (1) Redimir, sin esperar a que llegara el año de jubileo, la propiedad o persona de alguno que, habiendo contraído deudas, no estaba en situación de salir de ellas, Lev. 25:25-28, 45-53; Rut 3:12; 4:1, 10, 14. A Dios se le representa como el pariente más cercano, el Goel o redentor de su pueblo, Éxo. 6:6; Job 19:25; 33:27, 28; Sal. 103:4; Isa. 41:14; 43:1, 14; 44:6, 22; 48:17, 20; 49:7. Entre los hebreos, algunas veces incluía el casamiento con la viuda del pariente difunto. (2) Recibir la reparación que un tercero debía a un pariente difunto a quien había ofendido, Núm. 5:6-8. Y (3) vengar la muerte del pariente que había sido asesinado, Núm. 35:12, 19, 21, 27; Deut. 19:6, 12, 13.

  Así, Jesucristo, habiendo tomado nuestra naturaleza en sí, como el más cercano de nuestros parientes, puede destruir a Satán, nuestro asesino, Juan 8:44; Heb. 2:14, 15. Es debido a este sacrificio cruento que todos los seres humanos con espíritu de verdadero arrepentimiento que creen en Cristo, se reconcilian con Dios quedando libres de la pena merecida por sus pecados y adquiriendo títulos para la herencia de la vida eterna. Así, la expiación hecha por Cristo es el tema distintivo del evangelio y se presenta por medio de gran variedad de términos ejemplares, tanto en el A como en el NT. En su sentido más profundo, incluye además, la idea de la expiación y justificación, la cual es, desde luego, el objeto de la auténtica reconciliación.

  De esta manera es como la palabra hebrea del AT traducida por reconciliación, aunque en ocasiones Reina traduce expiación, se aplica en general a las cosas que cubren algo implicando así, de ese modo, que por medio de la propiciación divina el pecador queda a cubierto de la justa ira de Dios Padre. Y esto sólo se lleva a efecto por medio de la muerte de Jesucristo, mientras que todas las ofrendas ceremoniales de la iglesia judía sólo servían para que el culpable confeso se pusiese a cubierto de todos los juicios temporales aunque, no obstante, tipificaban ya, no lo olvidemos, la sangre del Cristo que nos limpia de todo pecado.

  Llegados a este punto sólo nos queda por ver, hablando de forma humana, cómo podemos ser partes activas y, hasta cierto punto, indispensables en el milagro de la reconciliación. Pues es necesario hacer constar que, algo después de Cristo, y siguiéndole en importancia en el Plan de la Reconciliación, venimos nosotros, los agentes de la propaganda; cuya gestión también hace posible que el Plan se cumpla, gracias a un deseo expreso del Santo Creador. Y es que legó en nosotros los salvos, la tarea de extender su Reino terrenal y cumplir con todos sus dichos y requisitos; en la frase: Tuvo a bien nombrarnos Ministros de Reconciliación.

  Ahora veamos como este aparente contrasentido puede ser llevado a cabo, paso a paso, pues es una parte importante en este proceso, cuyo principio es la Salvación misma y cuyo fin, la propagación de ésta sobre la tierra.

 

  Desarrollo:

  2 Cor. 5:16. Tratando de expresar de un modo más claro y sorprendente la renovación completa de aquellos que, muertos a sí mismos, no viven más que para Cristo que los salvó, el apóstol expone este hecho bajo dos marcadas formas distintas que se complementan y tienen algo de absoluto, veamos: (1) No los conoce ya según la carne, y (2) son nuevas criaturas (lo vamos a ver en el v 11). En cuanto al primer apartado, sólo podemos decir que conocer a uno, a alguno según la carne es conocerle en su vida natural; es decir, su posición externa, rico o pobre, sabio o ignorante, judío o griego, etc. (Para ver o entender lo que queremos decir cuando usamos el vocablo “carne”, leer Rom. 1:3). Por ella señalamos la sustancia material de la que está compuesto cualquier cuerpo humano, el órgano portador de las facultades del alma. Sí, y ya que ésta fue creada originalmente para servir de libre y santo armazón al Espíritu del Creador en el hombre, igual el destino del cuerpo era el de servir como instrumento dócil al alma, afín de ser elevado poco a poco en la misma forma y manera de que lo fuera el alma por la gestión directa del Espíritu Santo.

  Puestos en este punto, vemos que aún no existe la idea de pecado inherente a la carne. Pero cuando el espíritu del hombre se hubo apartado, irreconciliable para hablar con propiedad, por causa de la caída y en consecuencia ya separado de Dios como vemos en Gén 3, entonces, entregado a su propia voluntad y lo que es peor, muy dominado por su propia debilidad, fue incapaz de dominar a la carne.

  Entonces, ésta adquirió una vida propia, una actividad muy independiente con giro de 180 grados de la finalidad por la cual fue creada y como consecuencia del giro, la mente o inteligencia y la voluntad fueron sometidas a los sentidos; y desde entonces, lo que debía mandar por derecho de nacimiento, sirve y lo que tenía que servir, manda. Y ya desde entonces también, la idea de “pecado” fue unida a la carne en el léxico de las Escrituras. De ahí que el apóstol nos diga que todo esto ya ha desaparecido de los ojos, la mente y los sentidos del cristiano. Y con el fin de dar más energía al pensamiento, lo aplica a Jesucristo mismo. Sí, sí, con este v parece darnos a entender que había conocido al Señor Jesús durante su vida terrenal, pero así, de una manera externa, ya no le conocerá más. Pues, ¿qué beneficio obtendría con ello? ¡Ninguno! A pesar de que estamos hablando de la persona de Jesús. Miles y miles de hombres, aun sus propios enemigos, le conocieron así y no consiguieron ninguna bendición.

  Sin duda, confesar a Cristo venido en carne, 1 Jn. 4:2, 3, es en realidad un conocimiento saludable del Señor, y precisamente, porque Dios manifestado en carne ha sido también glorificado en Espíritu, 1 Tim. 3:16. Además porque Aquel que es hijo de David según la carne ha sido declarado el Hijo de Dios con potencia, por su resurrección de entre los muertos, Rom. 1:4. De todo esto se sabe, se desprende, que el que conoce a Cristo, muerto por nuestras ofensas, ya no le conoce según la carne, porque le adora como un ente resucitado para nuestra propia y fiel justificación y reconciliación.

  Sí, desde luego, la dos fases de la vida de Cristo son del todo inseparables y su muerte fue el cumplimiento de su vida justa y limpia. Pablo, a pesar de su superficial teoría en contra, está perfectamente de acuerdo en esta tesis, como podríamos ver en 1 Cor. 1:2. Quizás, en el v. que estamos estudiando ahora, nos encontremos con que Pablo tiene una intención solapada de polémica contra todos sus adversarios judaizantes de Corinto, que se jactaban de sus relaciones personales con el Señor o que elevaban a los otros apóstoles por encima de él por el simple hecho de haber conocido de forma física al Jesús, el Maestro y de haber vivido en su intimidad.

  2 Cor. 5:17. De modo, por las razones expuestas, el que está en Cristo, nueva criatura es. Sí, así de sencillo, o de difícil, según se mire. Otras versiones traducen: Nueva creación; pero ambas tienen el mismo sentido en la voz griega usaba por Pablo. Quizá él tiene presente en el pensamiento aquella buena promesa de Dios Padre iniciada en Isa. 43:18, 19 y 65:17, y completada en Apoc. 21:1-5, y la ve perfectamente lista realizada ya, ahora, en cada creyente. Hay, desde luego, en cada cristiano, una segunda creación y, por lo tanto, una transformación en una nueva criatura. Su vida natural, sobre la que reinaba el pecado, ha muerto y el Señor Dios ha creado en él una “vida nueva”, cuyas evidentes y fijas manifestaciones son opuestas radicalmente a las del viejo hombre: pensamientos, afectos, deseos, necesidades, y gozos y penas, temores y esperanzas. Virtualmente, el apóstol puede pues decir, que todo ha sido hecho nuevo; ya que la obra del Señor, una vez iniciada, no puede sino terminar perfecta, Fil. 1:6. Pero para que tenga lugar este gran milagro, es necesario, imprescindible, estar en Cristo con la idea de comunión viva, íntima, con Él.

  2 Cor. 5:18. Y todo esto proviene de Dios… Sí, esta vida nueva, sus frutos, todo lo que tenemos y tendremos, todo lo que somos y seremos, todo, todo es un don gratuito de Dios. El medio por el cual nos abrió esta inagotable fuente de gracia sobre gracia, es la reconciliación que Él mismo ha realizado en Cristo.

  Pero en este tema aún hay más: Nos dio el ministerio de la reconciliación. De ahí que el creyente, al reconciliarse con su Dios mediante la fe, tiene la firme responsabilidad de participar en la reconciliación de otros; puesto que de otro modo, la suya no sería completa, pues ya es sabido que esta madurez espiritual tiene tres aspectos muy diferentes que, a su vez, se juntan, complementan y perfeccionan: (1) Reconciliación con Dios; (2) reconciliación con uno mismo, y (3) reconciliación con el resto de los humanos. Así queda bien claro que, estas tres partes de un todo, se llevan a término cuando, por amor, extendemos el fiel Reino de Dios en la tierra.

  2 Cor. 5:19. Este v explica y prueba todo lo dicho en el 18. Y las palabras: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, expresan al mismo tiempo la plenitud de la Divinidad del Creador, del Mediador, de la Víctima Propiciatoria, del Redentor y de la acción soberana de Dios en la obra de la reconciliación. Es así cómo llegamos a ciertas interpretaciones opuestas: La que hace de las pocas palabras Dios estaba en Cristo, un primer pensamiento y el resto, reconciliando al mundo, un segundo. Además, la otra interpretación la constituye el simple hecho de unir las dos frases: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo.

  De esta forma tan sencilla, aquel primer pensamiento del apóstol que hemos comentado ya, desaparece por completo reafirmando de paso la unión de toda la frase tal y como él nos la ha transcrito dándonos pie a que podamos hacer la siguiente pregunta: ¿Cómo se encuentra realizada esta acción divina de la reconciliación en Cristo? Normalmente respondemos: ¡En su muerte! La respuesta está muy bien justificada por el v. 21, que luego estudiaremos, en donde el apóstol se explica con claridad, lo mismo que el resto del NT, atribuyendo el perdón de los pecados y aun la misma reconciliación al sacrificio de la Cruz. Pero para que esta idea sea verdadera y completa, hay que ver aún más en las palabras de Pablo: La reconciliación del hombre con Dios, de Dios con el hombre, del hombre con el hombre, ha tenido lugar, ante todo, en la Persona del Cristo, Hombre y Dios. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo. Sólo así, la fiel creencia de que Dios era Cristo cuando moría en la carne, en la cruz, es la única razón capaz de reconciliar al creado con el Creador.

  A continuación, el apóstol expone dos gestos o actitudes de Dios que son consecuencia del primero y principal que ya hemos estudiado: (1) No imputándoles sus faltas, es decir con claridad, perdonándoselas como si nunca hubiesen existido, y (2) nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación. En donde se ve que el Señor Dios mismo ha previsto, por la institución de este apostolado, la forma y manera para que esta reconciliación fuera anunciada a este mundo. Es interesante observar que lo que Dios ha reconciliado en Cristo es nada menos que “el Mundo”, es decir, nuestra humanidad entera, con igualdad de oportunidades, 1 Jn. 2:2.

  2 Cor. 5:20. Una buena traducción sería: Somos embajadores por Cristo. Pues lo que hacemos, o tal vez deberíamos hacer, es trabajar de embajadores delante de los hombres pecadores. En cuanto a la frase: Como si Dios rogase, aún tiene un pensamiento que podemos explotar. ¿Qué quiere o puede significar? ¡Por medio nuestro! Ya lo hemos dicho antes, Él fue quien puso en nosotros la palabra de reconciliación y por eso nuestro actual testimonio debe ser sincero y directo para que todos piensen que es el propio Dios quien está rogando por ellos a través nuestro.

  ¿Y, cuál debe ser nuestro mensaje? ¡Reconciliaos con Dios!

  2 Cor. 5:21. Este último texto explica el acto divino cuya causa es el motor de la reconciliación que el apóstol Pablo nos viene hablando. A Aquel que jamás tuvo nada en común con el pecado, cuya vida permaneció siempre santa, pura y limpia, el Señor le hizo pecado “por nosotros.” En otras palabras: Dios vio en Jesús el pecado y lo castigó con su desprecio y abandono, Rom. 8:3; Gál. 3:13.

 

  Conclusión:

  Esta es la esencia de la reconciliación y justificación: El Cristo es delante de su Padre lo que nosotros éramos y, por contra, nosotros nos identificamos en lo que Él era y es pudiendo, por lo tanto, ver en su día a Dios cara a cara.

  Una última palabra para aclarar esta parte de la doctrina que tantos errores ha provocado en la historia. Lo que dice Pablo está claro. Sin embargo muchos han visto en estos vs. la idea de que la reconciliación es un hecho que sólo tendría lugar de parte del hombre para con Dios, puesto que Éste, todo santidad, amor y misericordia para el pobre pecador, no tiene ninguna necesidad de reconciliarse con el hombre. Pero esto no lo dice Pablo. Afirmarlo es una simple y pura negación de la justicia de Dios, es atribuirle indiferencia respecto al ser pecador. Sin lugar a dudas, el Señor nos ha reconciliado con Él, v. 18, pero es por la obra de Cristo, en quien Dios mismo estaba y porque no tuvo en cuenta el pecado, v. 19, por la sencilla razón de que éste ya estaba expiado a sus ojos, v. 21.

  Si la reconciliación no tuviese lugar más que del lado del hombre, no se podría predicar otra cosa que Dios Padre ha revelado su amor, en cuya sola virtud es posible la santa reconciliación. Mas los apóstoles y la Iglesia misma, desde el principio, han venido predicando que la reconciliación ha sido totalmente hecha y realizada sobre el Gólgota y sólo en virtud de este hecho, la predicación de hoy, actual, tiene la fuerza de consolar y regenerar.

  Esto es todo. Sólo que deberíamos recordar de que no todos podemos ser profetas, apóstoles ni pastores, pero que sí que todos somos ministros de la reconciliación en esta tierra.

 

  Documentación:

  Otros vs. que deberían verse para la total comprensión del tema, son: (a) Reconciliación, Lev. 7:7; 9:7; 16:6, 10, 11, 17, 24, 32; Rom. 5:11, 12; 11:15; (b) las reconciliaciones, en Éxo. 30:10; (c) reconciliando, Col. 1:21; (d) reconciliar, Lev. 6:30; 8:15; 2 Crón. 29:24; Efe. 2:16; Col. 1:20; (e) se reconciliará, Lev. 16:30; 19:22; Núm. 15:28; (f) y hasta también reconciliarlo, Lev, 14:29; (g) reconciliaros, Lev. 23:28; Núm. 28:22; 29:5; (h) y hasta reconciliarse, Lev. 14:21; (i) también reconcilien, Núm. 8:19 y (j) reconcíliense, 1 Cor. 7:11.

 

TRABAJO, DESCANSO Y ADORACIÓN

 

Éxo. 20:8-11; Mar. 2:23-28; Luc. 4:16

 

  Introducción:

  Si la interpretación moderna de los Mandamientos encarados, comparados o contrapuestos con la Gracia nos crea dificultades, este IV, el que nos ocupa hoy, no puede ser una excepción. El hombre actual no se siente capaz de responder de forma clara y afirmativa a las demandas hechas sobre su tiempo libre. ¿Cómo puede dividirlo a plena satisfacción de todos? ¿Cuánto tiempo debe dedicar al trabajo, al ocio o descanso y a la adoración? ¿No sabemos que existe una evidente desproporción entre el tiempo que usamos en el trabajo y la adoración? Incluso, ¿descansamos lo suficiente? Estamos desorientados. Tenemos cientos de datos y argumentos en favor de trabajar más y más para cubrir las aparentes necesidades vitales de nuestras familias, pero, ¿cómo podemos hablar de dedicar un tiempo muerto a la adoración…?

  Sí, estas y muchas otras preguntas son las que nos hacemos de continuamente. Pero para poder encontrar las respuestas reales, adecuadas y hasta precisas, debemos prescindir de las aparentes conquistas sociales y volver a la fuente de toda la sabiduría humana: La Biblia. De forma que debemos dedicar la atención a aquellas verdades que hasta hoy han estado descuidadas entre el polvo de las marchitas hojas de nuestras Biblias. Sin embargo, no podemos evitar la tentación de preguntar de nuevo: ¿Cómo es que Dios que ve nuestras necesidades, pide un día para Él? ¡Ojo, cuidado! Esta pregunta es capciosa. Es un falso concepto a todas luces erróneo. Dios no quiere un día para Él. ¡Es de Él! Él es quien nos da a nosotros seis días.

  Recordamos una anécdota titulada: Las siete monedas del chino, que quizá nos ilustre lo que estamos diciendo: Un chino llevaba siete monedas y al pasar ante un pobre que pedía limosna a la puerta de un templo fue movido a compasión y le entregó seis de ellas. Pero éste, al ver la séptima en la mano del donante, le amenazó con un arma y se la quitó. La real conclusión es bien sencilla: Esta séptima moneda representa a ese día de descanso que el Señor se guardó para sí… ¡Nosotros se lo quitamos!

  El mandamiento referente al día de reposo no es trivial ni está, desde luego, anticuado. El simple hecho de que aparezca en el Decálogo de Moisés revela que no es una ley pobre o meramente ceremonial, sino un principio ético religioso de valor inmenso y permanente. Y a pesar de que es el más largo de todos los otros diez, no ha recibido mucha atención de los cristianos modernos.

  La presente lección va a tratar de recordarnos que los hombres somos unos seres creados y que, por lo tanto, necesitamos vivir en conformidad con las leyes básicas de esa misma creación. Y Dios Padre, el Hacedor, incluyó en su Plan, tiempo para trabajar, tiempo para descansar… y tiempo para adorar. Y es dentro de ese plan, de esta ley divina que el hombre encontrará su libertad y vencerá la tiranía de la cuarta dimensión, del tiempo.

 

  Desarrollo:

  Éxo. 20:8. Acuérdate del día de reposo para santificarlo; este ¡acuérdate! quiere decir mucho más que un simple toque mental. Por el contexto, sabemos que en sí misma, encierra la idea de guardar, observar y también, practicar, Deut. 5:12. De todas formas, oíd, ¿para qué debemos acordarnos del llamado Día de Reposo? Para ¡santificarlo! Para separarlo de los demás y dedicarlo al Señor.

  En este v. hay más. Santificar un día a la semana es reconocer la santidad esencial del resto. Nos da una cierta idea de que somos mayordomos de los seis días restantes y que tenemos el deber de dar cuentas a Dios en el séptimo. Sí, es decir, que somos simples beneficiarios de una buena parte determinada, la mayor, del tiempo, pero no dueños del mismo. Las horas corren muy a nuestro pesar y jamás podremos recuperar un segundo pasado. En tiempo de Israel, barómetro como siempre de nuestra presión como cristianos, y para proteger el propósito del día séptimo, estaban prohibidas todas las actividades de lucro o comercio, Neh. 10:31. Incluso, hacer las propias cosas, Isa. 58:13. Su honor e importancia eran tales, que incluso su profanación llevaba hasta la pena de muerte, Éxo. 31:14. Era pues, un día santo y además fue dado o instituido como señal del pacto con Dios y su pueblo para siempre, Éxo. 31:16, 17.

  Sigamos: Éxo 20:9. Seis días trabajarás y harás toda tu obra. Este v es bien curioso. Ha sido interpretado muchas veces como un mandato para trabajar seis días de cada semana, de punta a punta. Sin embargo, aquí parece haber encerrada otra idea que, aunque sinónima, es bien distinta. Seguro que el legislador quiso decir más bien que debemos terminar todo el trabajo dentro de los seis días hábiles para no tener que hacerlo en el séptimo y último. En una palabra: Afanarse honradamente en esos seis días de trabajo para no tener que trabajar en el día santo.

  Éxo. 20:10. El resumen del v se encuentra en la frase: No hagas en él obra alguna, en el día sábado. La traducción exacta de la palabra es descanso o cesación. Así que la manera normal de guardar el sábado, es y era dejar de trabajar. Evidentemente, éste es el sentido general. Aún debemos decir que no hay alguna evidencia para probar que el propósito original era tener tiempo para adorar, puesto que sabemos que la adoración se pedía diaria en el tabernáculo, en el templo y actualmente, ¡en todo lugar y momento! Era un día de descanso, de cambio de actividad y, claro, de adoración puesto que venía a culminar una semana de vida, pero no obligatoriamente, a pesar de que ésta era uno de sus más significados propósitos, Lev. 23:3. Y del mismo modo que Dios Padre instituyó el matrimonio, por ejemplo, el sábado fue promulgado para beneficio de toda la raza de los humanos.

  Aunque el mandamiento forma parte de la ley judaica recibida en el Sinaí a través de Moisés, su ejecutoria es internacional puesto que ya había sido instituido en Arabia y en Mesopotamia en tiempos y aún antes de la aparición de los judíos como pueblo. Inscripciones asirias y caldeas de una fecha anterior a Moisés hacen referencia a la semana de los siete días, con uno de ellos como día de descanso, en el cual, el trabajar era ilícito. Al prescribir de nuevo en Sinaí la observancia del sábado, y al incorporar este precepto a la ley moral, tampoco se tuvo en cuenta sólo a los israelitas, sino a todos aquellos que recibieran la Palabra de Dios y, al final, a toda la humanidad. Cristo y sus apóstoles nunca hablaron del Decálogo sino como de una obligación universal y permanente. El sábado fue hecho para el hombre, etc. Así que el IV mandamiento es tan obligatorio como el tercero o el quinto o como otro cualquiera de los demás.

  Éxo. 20:11. Este v deja dicho bien claro que el Señor del cielo ordenó el día de reposo y por este hecho todos deberíamos considerarlo sagrado. El motivo y su básica comparación fue asentada en la mente creadora de Dios y nos da, de paso, la idea de una obra bien acabada, Gén. 2:2. Más, si este hecho cae, por alguna razón, en el reino de la teoría más o menos física, más o menos demostrable, más o menos espiritual, para los judíos no era así. Ellos tenían muy vivo en sus carnes el recuerdo de la esclavitud de Egipto y debían tomar este día como recordatorio fijo y perenne de la potencia celestial que los liberó y los sacó de aquel país, Deut 5:15. Por extensión, y haciendo uso de la misma arzón, los cristianos primitivos, comenzaron a guardar el primer día de la semana, en vez del séptimo, como recordatorio de la otra culminación del cielo: ¡La resurrección del Señor! Así que por derecho propio, el domingo conmemora no sólo la creación del mundo, sino un acontecimiento mayor como es la consumación de la obra de la Redención, puerta y paso real e indiscutible para entrar a gozar del descanso eterno, Heb. 4:9.

  Resumiendo: El mandamiento nos enseña lo siguiente: (a) Este día de la semana ha sido apartado por Dios mismo y debe ser guardado como un día distinto a todos los demás; (b) la manera de observarlo requiere la cesación de las labores y ocupaciones de todos los días restantes; (c) el alcance de este mandamiento abarca a todo el pueblo vivo, inclusive los niños, los sirvientes, los animales domésticos y hasta los extranjeros residentes; (d) este Plan concuerda a la perfección con la práctica del Creador mismo y con sus propósitos para el hombre y (e) como este día había sido bendecido y santificado por el Señor, servía como una ocasión propicia para dedicarlo a su adoración, loor y alabanza y para expresarle el gozo por todo lo que ha hecho, por todo lo que ha creado, para nuestro propio uso y contemplación.

  Así y todo lo dicho anteriormente, este mandamiento es o debe ser interpretado siempre bajo el contexto de las Escrituras que son referente al trabajo. Según éstas, el trabajo de por sí no es menospreciado ni glorificado; sino que al parecer nos es dado y presentado como algo bien natural y beneficioso para el hombre, incluso antes de su primer pecado, Gén. 1:26-28. Dios obró y el hombre, hecho a la imagen divina, debe obrar en comunión con su Creador. El pecado fue la causa del por qué la labor humana se convirtió en trabajo, Gén. 3:17-19, pero no destruyó todo su carácter positivo, por lo que ocupa una buena parte en el Plan del Señor para todos. Ahí queda el mandamiento contra el abuso de trabajo cuando éste monopoliza todo el tiempo, eliminando el reposo y la adoración indispensables. Su natural observancia es fundamental para la sociedad; la cual, sin ella, caería pronto en la ignorancia, el vicio y hasta la impiedad. Hasta los profetas del antigüedad consideraron este día de reposo como baluarte en contra de la impiedad y la rapiña de los hombres.

  Antes de pasar a estudiar la parte de la lección que vamos a encontrar en Marcos, debemos decir que todos los judíos creían y consideraban al sábado como la más santa de sus normas e instituciones religiosas. Para que tengamos una idea de lo prolijo que resultaba su interpretación, señalaremos que la ley oral dada y transmitida por los escribas habían catalogado 39 clases de trabajos prohibidos en el sábado con reglas múltiples para cada una, sumando en total 1521 acepciones distintas. Pero, nosotros, los cristianos, encontramos difícil concebir un día de gozo con la pesada carga que representan tantas restricciones agregadas por las tradiciones.

  Mar. 2:23, 24. En apariencia, ciertos discípulos de Jesús seguían un sendero entre campos sembrados. ¿Y de qué les acusaban? No de arrancar espigas, ya que esto no era una cuestión moral, pues estaba permitido según Deut. 23:25. Les acusaban de pisar o infringir la ley oral antes aludida, porque lo que estaban ellos haciendo significaba segar y trillar en el día de reposo. Sin embargo no debieron haberse escandalizado tanto porque los discípulos hacían camino al andar y arrancaban espigas de trigo al paso porque tenían hambre.

  Mar. 2:25, 26. La respuesta del Señor Jesús fue doble: Un ejemplo escrito y un retorno al principio puro y fundamental. El rey David había pedido al sumo sacerdote de aquel tiempo, Ajimelec, pan para sus hombres, 1 Sam. 21:1-6. Y como no habían panes comunes a mano, fue usado el pan sagrado puesto sólo a disposición de los sacerdotes. La segunda parte de la respuesta, es una consecuencia lógica de la primera; ya que ésta enseña con claridad que el hombre, en su necesidad, no debía ser defraudado por la observancia de una ley, cuya finalidad, según Dios, había sido puesta para ayudarlo.

  Mar. 2:27. El sábado por causa del hombre fue puesto. Sí, para su reposo y bienestar. Para el desarrollo de su vida interior y para los intereses supremos de su alma. Es una buena institución digna del Señor y de su excelsa misericordia: y no el hombre para el sábado. Es decir, cualquier hombre ha sido creado libre para la obediencia del amor y no para la servidumbre de una ordenanza ceremonial.

  Mar. 2:28. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo… con cuyas palabras, el argumento de Jesús progresó mucho más. El sábado no es sólo para el hombre, sino que además el Hijo del Hombre tiene señorío y poder sobre dicha institución. Esta partícula aun tuvo una fuerza tremenda entre los fariseos, puesto que ellos consideraban al sábado como la más santa de las instituciones mosaicas. Comprenden muy a su pesar que el Maestro les ha dado una lección magistral sobre el Día de Reposo. ¡No es delito arrancar espigas para comerlas al paso y sí lo es el simple hecho de quedarse a trillarlas! Así, el domingo, mis hermanos, debemos dedicarlo a adorar juntos en público y dejar todo aquello que nos estorbe o haga imposible esta adoración.

  Mirar el ejemplo de Jesús:

  Luc. 4:16. Vino a Nazaret, donde se había criado, y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre y se levantó a leer: El pasaje en claro. Jesús, según su costumbre, entró en la sinagoga. Por lo que podemos entrever fácilmente que Él se tomó muy en serio la observación del sábado, aunque sabemos que rechazaba las prohibiciones legalistas de los escribas que ahogaban a los fieles. Pero Él iba al edificio local, al lugar oficialmente reconocido, para adorar a Dios en público.

 

Conclusión:

  La liberación de la tiranía del tiempo, viene al reconocer que éste no es nuestro, sino de Dios y debe ser usado o empleado de acuerdo con los propósitos divinos. El Señor quiere que le dediquemos el día por completo y que, a la vez, descansemos de los trabajos físicos para que nos haga bien al cuerpo y al alma. La anécdota titulada: La mina de carbón y las piedras blancas, viene a resaltar lo que estamos diciendo: “Una mina de carbón. Durante la semana el polvo negro cubre las piedras blancas de los alrededores. Pero el domingo, el aire se lleva el polvo y aparecen de nuevo blancas a la vista de todos, por lo que las gentes de los alrededores las llaman con razón: Las Piedras Dominicales.”

  Del mismo modo debemos desintoxicarnos nosotros. El día de domingo es, pues, ¡un bien para nosotros mismos!

  Sepámoslo emplear.

LA PREDESTINACIÓN

 

Efe. 1:3-6, 11, 12a; 2:20; Rom. 8:28-30

 

   Muchas veces momentos hemos habladode la predestinación como algo que pertenece a un cierto misterio inescrutable y, sí, en la mayoría de los casos, lo hemos hecho superficialmente, sin considerar este tema como un todo indivisible con la gracias y la salvación. Y como hace poco, en la ED, hemos adquirido el compromiso de dedicar un estudio completo a la misma, valga la excusa para animarnos de valor y recopilar aquí las enseñanzas entresacadas de una de las más difíciles doctrinas paulinas, pero señalando de paso que lo hacemos en calidad y efecto de una lección más para nuestra querida clase de Adultos B.

  En primer lugar, ¿qué entendemos por predestinación? Dice el diccionario, en su acepción teológica, que es: La ordenación de la voluntad de Dios con que desde la eternidad tiene elegidos a los que han de lograr la gloria. ¿Es esto cierto a la luz de las Escrituras? Veamos:

  Efe. 1:3. Bendito el Dios y Padre del Señor Jesucristo, como sabemos, bendecir a Dios es glorificarle con un sentido de adoración y reconocimiento con total y libre independencia de aquella otra bendición que solemos recibir nosotros de Él, que bien pudiéramos traducir como algo que nos reporta beneficios materiales y espirituales. Aquí se indica muy bien una bendición del primer tipo, una bendición de gracias por el Dios y Padre que los define, a su vez, como Dios y como Padre de Jesucristo. Es curioso notar que el original dice: Dios de Jesucristo, pero como la idea no ha sido usada en el lenguaje bíblico, creemos que la tenemos bien traducida como ya la hemos transcrito y repetimos: Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor. Y sin embargo, debemos insistir, aunque sea algo de pasada, que el apóstol escribió: Dios de Jesucristo. Mucho más cuando esta misma expresión aparece de su pluma en el v. 17 de este mismo cap. la cual tampoco está traducida de forma literal. Pero lo que verdaderamente importa es hacer resaltar la necesidad que tiene cualquier hombre de bendecir a Dios Padre, sobre todo cuando este hecho sale, como un grito, de lo profundo de su corazón, y nos da idea de dependencia e impotencia ante Él. El cual nos bendijo con la bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Sí, en primer lugar sepamos que en el original gr. sólo se lee: Bendición espiritual en celestiales, omitiendo la palabra lugares. Es un extraño detalle que permite a unos traductores, entre ellos Lutero, suplir este bache traduciendo como sigue: Bienes celestiales en vez de lugares celestiales. Sin embargo este último término es preferible, porque tiene a su favor el testimonio de otros pasajes de esta misma epístola donde se encuentra la misma expresión y esta vez en el original (ver: Efe. 1:20; 2:6; 3:10; 6:12). El apóstol nos indica con ello, que el origen de todas estas santas bendiciones por las que da gracias a Dios; vienen del propio cielo, cuyos tesoros y maravillas son alcanzables para nosotros y, por consiguiente, ninguna de ellas nos será vedada. Así que son estas bendiciones las que nos ponen en comunión con el alto cielo y con los espíritus celestiales que contemplan el rostro de Dios. Y aún hay más. Todas estas bendiciones, y lo que representan, nos son dadas y reservadas en el cielo, donde, en un día señalado, las tendremos o poseeremos en toda su plenitud, ver: Mat. 6:20; Col. 1:5; 2 Tim. 1:12; 1 Ped. 1:4.

  Así que, el apóstol, inicia su epístola con ese bendito sea Dios. Fijémonos ahora el marcado contraste que hay en esta misma frase. Bendito sea Dios, es todo lo que puede hacer el hombre. Palabras y nada más. Pero si la comparamos con aquella otra: Que nos ha bendecido. Ya no sólo son palabras, sino hechos. Con unas bendiciones que son gracias inmensas y que reúnen, además, el hecho de ser santos e espirituales puesto que emanan de la exacta naturaleza espiritual del propio Dios.

  A continuación, en los vs. 4 al 14, Pablo hace una lista de esas bendiciones que podemos recibir apoyándonos sólo en nuestro Señor Jesucristo. Y es tal la ansiedad que nos demuestra, que estos diez vs. forman una sola frase no interrumpida por ningún reposo. Hay tanto que contar y tan sublime, que las palabras le fluyen como una impetuosa fuente. Nosotros, que no podemos abarcar en un artículo toda la ciencia que se desprendería del gran estudio de estos vs. tenemos que limitarnos a indicar que el motivo de esta adoración, el gran motivo de toda esta epístola, es que Dios, según el consejo eterno de su fiel misericordia, ha llamado a todos los pobres gentiles en un desesperado esfuerzo por y para conseguir sacarlos de sus propias tinieblas y hacerlos partícipes de lujo en su maravillosa luz. Hacerlos sentir los sanos beneficios de su comunión, incluso, haciéndolos entrar a formar parte del pacto de la gracia, limitado en otro tiempo para el pueblo judío. Además, por lo general, Pablo empieza sus cartas con acciones de gracias por motivo de las bendiciones recibidas en las iglesias particulares a quienes escribe; pero aquí, en esta carta pastoral, su horizonte se ensancha y el pensamiento de la salvación eterna de Dios en Cristo Jesús, se gana o apodera de su alma. De ahí las alturas celestiales a las que se eleva de entrada y de ahí, ese centralizar en Cristo todas las bendiciones benéficas para el hombre.

  Efe. 1:4. Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo… Como base a las bendiciones que va a enumerar, el Apóstol, sitúa la elección procedente de Dios, desde antes de la fundación del mundo. Y para mejor idea, mejor comprensión de este inicio, debemos trasladarnos a los dos pasajes o textos, que son paralelos entre sí y a la vez perfectamente complementarios del que nos ocupa: (1) Mat. 25:34. Dado a que el reino descrito por Jesús estaba ya preparado en el santo consejo de la gracia divina desde la fundación del mundo para los que son benditos del Padre, ellos mismos estaban a su vez destinados, en la misma época, para el disfrute del y goce del mismo. (2) 2 Tes. 2:13. Otra vez la expresión: Elección para la salvación desde el principio. Pero, bueno, veamos en base a que: (a) Por obra del E. Santo en ellos; (b) por la fe que les ha dado en la verdad, mientras que tantos otros creen en la mentira a pesar de tener la misma fuente de información, y (c) por la vocación eficaz que les ha dirigido en el Evangelio, cuyo último fin será la santa obtención de la gloria de Jesucristo (ver el v. 14).

  Así, entrando de lleno en esta materia, vemos con estos dos primeros aldabonazos, que si bien Dios nos escogió firme y delicadamente de entre la variedad humana desde antes de la caída original, no por eso, inexorablemente, seremos salvos. Y es que somos justificados mediante la fe en Cristo Jesús, el cual, nos reconcilió con el Padre. Sólo así entramos en el Plan de la Predestinación. Bien es cierto que nosotros vemos la procesión desde la puerta de una casa de una calle estrecha y Dios la ve desde la terraza. Para Él no existe el tiempo y sin embargo, para nosotros, lo es el todo; para nosotros, el tiempo es real, es nuestra cuarta dimensión. Pero, de cualquier forma, si hoy somos salvos, podemos dar gracias a Dios porque, eso sí, mediante su E. Santo, nos influyó a reconocernos culpables y, por lo tanto, nos instó a ver y acercarnos al único Juez capaz de cumplir nuestra condena en su propia carne. Porque fijémonos bien en el texto: Si se dice que Dios había formado en su santa gracia el designio de esa temprana elección, también se afirma que la centralizó y condicionó en Él (en Cristo). Donde se desprende que Dios no pudo amar al mundo sino en Aquel que, en otro tiempo, había reconciliado en su sola Persona y en su Obra, el marcado contraste de la justicia y la gracia. Para comprender esta situación debemos salir o trasladarnos de momento a Rom. 3:22-24: No hay diferencia, todos pecaron, siendo justificados de una forma gratuita por su gracia. Es decir, que sí, que todos estábamos perdidos sin remisión. Sin embargo, y siguiendo la tesis paulina, deslumbramos aquí una esperanza: En Él, Dios eligió… a sus hijos del seno del mundo caído; pues el principio, el medio y el fin de la Salvación son la Obra de Cristo. Y por eso mismo afirmamos, que la verdad de esta elección eterna es el un firme fundamento del creyente. Y sin embargo, hay muchos que interpretan este pasaje, esta elección, con la acción de la libre voluntad de Dios Padre de salvar a la humanidad entera y por lo tanto relacionan este buen término con la propia Salvación, o simplemente, con la gracia misma. Pero nada más lejos de la realidad. Si bien este escoger condiciona hombres que no eran salvos, no significa de por sí, que este simple hecho les salve. Este fin, este escoger no es una gracia irresistible. Los que así piensan olvidan que el Señor hizo al hombre perfectamente libre y ni aun en una cosa tan importante como la propia existencia o vida eterna, les puede influir hasta tal punto que roce la única, perfecta y bien definida libertad humana. Juan 3:16, es claro y explícito: Todo aquel… Y en este todo aquel se incluye a la humanidad entera. ¿Dónde queda, pues, aquella elección? En el único hecho de que Dios envía su Espíritu a tocar los corazones y aquel que responde, que es sensible a sus impulsos… ¡es y era elegido por Dios! Así de sencillo. Otros creen, a su vez, en una elección previa, pero buscando la base, el fundamento en el hombre y no en el Señor. Pretenden los tales, que Dios eligió a aquellos en quiénes previó la fe, la santidad… ¿Es esto lo que dice Pablo?

  Sigue Efe. 1:4. Para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor. La idea está clara. No dice que Dios nos eligió porque éramos santos, sino para que lo fuésemos. Y además, santos, según lo que entiende el sano concepto divino; es decir, para que podamos medir nuestro grado de santidad delante de Él. Otro gran Apóstol complementa la tesis: Sois elegidos… para ser rociados con la sangre de Cristo, 1 Ped. 1:2. Este es, ha sido y será, el único filtro capaz de justificarnos y hacernos santos de verdad, apartados para Él. Así que el propósito primario de esta única elección es la santidad; y por eso mismo, Dios, bien que asegurando la perfección de su santa obra en nosotros, nos hace ser los responsables de entrar o salir del campo de esa elección, de esta sana atracción, poniendo en plena armonía la perfecta libertad de su gracia y la indispensable y santa obediencia del que es objeto de su mejor creación.

  Recuerdo que cierto día paseando con mi hijo en el campo, cogió una mala hierba sin que lo pudiese evitar. Rápidamente, le advertí:

  –No te la comas si no quieres que te duela la barriga.

  Podía muy bien habérsela quitado, pero preferí dejarlo a su elección a pesar de que sabía de una forma positiva de que si se la comía se pondría enfermo. Sí, Dios el Padre, en su sabiduría, nos escogió para ser santos en Él, pero limitó su aceptación al mismo elegido, es decir, a nosotros, a todo hombre. En nuestra anécdota, yo elegí para mi hijo la sanidad, pero fue él quien la quiso y la aceptó. Las últimas palabras de este v, en amor, bien pueden conectarse con lo que precede o con lo que sigue. En el primer caso indica nuestro amor como indispensable y el único receptáculo de la santificación. En el segundo, nos revelan todo el amor de Dios como la causa motora de su elección, como vamos a ver enseguida en el estudio del próximo v.

  Efe. 1:5. Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Cristo a Sí mismo, según el puro afecto de su voluntad. Aquí nos aparece una nueva palabra: Adopción. Para aprender su significado debemos trasladarnos de nuevo a Rom. 8:15. Aquí notamos en primer lugar que el Espíritu de adopción es un don de Dios. Es un don gratuito del Espíritu de Dios y de su Cristo; en cuya persona, Dios Padre, adopta por hijos suyos a los que le dan su corazón. Y es en esta situación nueva, cuando el Espíritu los une al Señor en un estado igual o semejante al de Jesús, su hermano mayor, y les comunica todos los deberes y privilegios del Hijo. Sólo poseídos de este Espíritu podemos clamar: ¡Abba, Padre! Así que Cristo fue de hecho quien cedió parte de su gloria, obedeciendo la voluntad del Padre, y murió humano para que recibiéramos la adopción de hijos, Gál. 4:5. En una palabra, sólo a través de Cristo, podemos entrar en el enorme plan de la predestinación, aunque sea con la condición de adoptivos. Pablo lo dice o afirma sin ningún género de dudas: No contento con haber buscado en Dios la causa única de nuestra Salvación y Selección, añade: Por medio de Jesucristo; el único pues, en quien todos somos hechos hijos de Dios. Y él aún tiene tiempo, idea y hasta inspiración para añadir: Según el puro afecto de su voluntad. Es decir: Este misterio fue así porque así lo quiso. Así fue su voluntad, Mat. 11:26; Luc 10:21. E independiente de otro cualquier motivo que hubiera podido encontrar en el hombre pecador.

  Sigue Efe. 1:5. Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Precisamente, con la salida, con la manifestación suprema de la gloria de su gracia, nos ha hecho agradables, aceptos en el Amado, completando un círculo perfecto e indicando la relación, en la cual, el propio Cristo nos anexiona a su Padre Dios. Está claro, Él sólo es el Amado del Padre; pero en Él, Dios nos da su gracia, de modo que nos ve en Cristo con el mismo amor que tiene para Cristo mismo. Y puesto que todo ese plan, iniciado antes incluso de la creación humana, parte de Dios mismo, manifiesta así la alabanza de la gloria de su gracia. Pero en el lenguaje de los hombres, de los humanos, el privilegio se traduce en una responsabilidad. Nunca Dios insta al hombre a hacer nada; siempre demanda de él, cuando menos, una clara respuesta. Un giro de 180º. Un cambio de dirección. Si quiere vernos con ojos paternales, aunque sea por causa y méritos ajenos, si tiene ese propósito para nosotros, por contra, debemos gastar nuestra energías en la completa proclamación de su reino y anunciar las virtudes de Aquel, que, repetimos no sólo nos ha hecho linaje escogido, sino que nos ha llamado de las tinieblas a la luz admirable, 1 Ped. 2:9.

  Efe. 1:11. En Él, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su santa voluntad. Esta partícula, en Él, completa el pensamiento de todo el v. 10: En Cristo, tendrá lugar la recapitulación, o la reunión, de todas las cosas, tanto las terrenas como todas las celestiales. En su persona convergerán todas y cada una de las cosas creadas y sólo se podrá medir su gloria particular, comparándola con la luz pura que emanará continuamente del sitial del Hijo Preferido. A continuación, el apóstol Pablo, agrega un apunte, una idea, un pensamiento nuevo que nos explica la participación de los creyentes en esta obra del Señor. Los términos del mismo se pueden entender de dos maneras: (a) En quien fuimos hechos su herencia, o suerte, y (b) en quien obtuvimos la herencia. En el segundo caso, las palabras aluden a la porción que recibieron los israelitas, por la suerte, en el reparto de las tierras en Canaán. Y como siempre, esta figura es usada como sinónimo de la herencia celestial del redimido en Cristo. Pero en el primer caso, por el contrario, el pueblo del Señor es tenido y considerado como herencia o suerte de la propia gloria del Hijo. Así que, y a la luz que nos dan los vs. 14 y 18 de este mismo cap acerca de la propiedad y el propietario y teniendo en cuenta, sobre todo, la claridad de Col. 1:12, donde se halla el mismo pensamiento, nos inclinamos por la segunda de estas definiciones, sin menosprecio de la primera, no aplicable en este pasaje, que es la que nos da idea clara de la parte de la herencia que toca en suerte al fiel creyente por el solo hecho de serlo. En lo que queda de v. el apóstol, aún insiste en el pensamiento de que el cristiano no tiene arte ni parte en esta herencia mas que por el efecto de la libre gracia de Dios. Y lo demuestra mediante una doble acción divina y soberana: La una, que se cumple en Dios mismo, y por la cual somos predestinados conforme a Su sano propósito; la otra, que se cumple en los creyentes; en los cuales, es el Señor también quien obra con eficacia (gr.) la fe, la conversión, etc. En resumen, todas las cosas que conciernen a la salvación y a la vida cristiana según el fiel consejo de su voluntad (ver los vs. 4, 5, 7, 8 de este mismo cap).

  Efe. 1:12a. Para que seamos para alabanza de su gloria; este es el buen propósito, principio y fin de la heredad, de la propia suerte: ¡Alabanza de su gloria! El apóstol vuelve por segunda vez (ver comentario del v. 6) al importante pensamiento de que el objeto de la rara elección de los creyentes es de que sirvan para sentir y manifestar la gloria de Dios. En una justa palabra: Que en sus cambiantes vidas se trasluzca la perfección, la verdad, la misericordia, la santidad y el amor de Dios.

  ¿Cómo puede llegar a ser esto una realidad?

  Rom. 8:28. Y sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien… Esta es una consecuencia lógica de todo lo que antecede. La mención del Espíritu, que viene en auxilio de nuestra debilidad e intercede por nosotros, vs. 26, 27, nos ha servido de transición entre el cuadro del sufrimiento universal, vs. 18-25, y el de la glorificación final que el Apóstol Pablo aborda ahora y que vamos a mirar como clímax de nuestro estudio, vs. 28-30. No hay dificultad, prueba o desgracia que aflija al hombre, que no se cambie en el medio motor en la mano de Dios. Sí, el Señor es quien opera todo, absolutamente todo, en todos nosotros para nuestra salvación (ver: Fil. 2:13). Así, visto bajo este prisma, podemos decir muy bien que todas las cosas, todas las criaturas de Dios que a Él deben la vida, el movimiento y el ser, deben, obrar para el mismo fin. Jamás como antes separadas de Él, sino en Él y por Él. Y aún hay más: Hasta el mal, todo el mal que pasa en la tierra, no está exceptuado de esta tesis. Tanto el mal moral como el físico obedecen sumisos a la santa voluntad de Dios; el cual, por sendas misteriosas saca de él el cumplimiento de sus ciertos designios (Ejemplo: La historia de José y sus hermanos; la dura traición de Judas y la del pueblo judío, que estudiaremos a la menos oportunidad, las reiteradas negativas de Pedro, etc.). En suma: Los juicios del Señor más severos y terribles, aunque en sí mismo son castigos del pecado, pueden ser convertidos en bendiciones para el que, bajo los firmes y reconocidos golpes de la justicia, se humilla y aprende a amar a Dios. Sí, entonces y sólo entonces, el castigo se vuelve un medio capaz de generar gracia y salvación, puesto que esta autocrítica es indispensable para acercarse al crucificado. Sin embargo, hemos que hacer especial hincapié en las palabras de Pablo: Los que a Dios aman. Mientras que aquel hombre no sea conducido a este último fin de su ser, no puede aplicársele estas conciliadoras palabras y sus estupendas consecuencias, sino que por el contrario, todas las cosas, deben obrar para el mal, para su mal.

  Sigue Rom. 8:28. Es a saber, a los que conforme el propósito son llamados. El fundamento de la seguridad de los redimidos, las gracias de que disfrutan, la herencia celestial, los buenos sentimientos de su duro corazón y, en particular ahora, el don de amar a Dios, descansa todo ello, en el hecho de la gracia divina que nos ha llamado, según el eterno propósito de Dios. Este llamamiento no se limita a una invitación externa, aunque sea por el evangelio, sino que es una obra interna de la gracia que nos atrae y lleva a la fe (ver de nuevo Efe. 1:11).

  Rom. 8:29. Porque a los que antes conoció… Los vs. 29, que ahora iniciamos, y el 30, que lo haremos a continuación, dicen, explican y prueban con este porque, el fundamento de la certeza o certidumbre indicado en el v. 28. Y lo hacen sin ningún corte o interrupción, de grado en grado, de escalón en escalón, hasta la gloria. En Dios, preconocer o conocer de antes, no se puede entender simplemente como algo que venga o pertenezca a una presciencia pasiva, pues esto no sería un firme fundamento de certidumbre y el apóstol quiere legarnos uno que lo sea de verdad. Así, lo que el Dios Padre ve anticipadamente, sí, existe ya para Él en el tiempo, y se realizará cuando su hora haya llegado, como si de una fruta madura se tratase.

  Recuerdo aquella anécdota que cuenta que una madre y su hija de corta edad hacen juntas un viaje por tren. En un momento dado, se encienden las luces interiores del vagón a pesar de que en el exterior luce un sol claro y espléndido. Así se lo hace notar la pequeña a su madre, a lo que ésta contesta:

  –Lo hacen así porque ahora viene un túnel.

  En efecto, a los pocos segundos, el convoy entra en el túnel y la niña comprende el por qué del encendido de las luces. Así, muchas veces, nosotros, tomamos partido por esa niña y nos extrañamos que ocurran cosas que no están en consonancia con el medio ambiente, pero Dios sí lo sabe. Él ve el túnel con la suficiente antelación.

  Ahora es necesario que añadamos que la acepción del verbo conocer  a la luz del contexto bíblico y en especial en este fiel pasaje, nos indica una idea de cariño, de favor, de amor. El Pastor y en clave material del tema que nos ocupa, ya había dicho: Yo conozco a mis ovejas. Lo había dicho reconociendo la verídica dependencia de las mismas y con el único deseo de protegerlas mientras deambulan por este valle de pastos… y lobos.

  Sigue Rom. 8:29. También predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de (Cristo) su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Es ya el segundo peldaño de la escalera de gracia, que partiendo de las profundidades de la eternidad y de la presciencia de Dios, lleva o conduce a los rescatados hasta la glorificación. ¿Cómo no reconocer de forma humilde en adoración, en presencia de esta frase, que es el Padre quien cumple todo en todos nosotros?. En este paso, pues, el segundo en la consecución de la gloria que se ha señalado en el v. 30, la predestinación, nos enseña el fin: ser conformes a la imagen de su Hijo, es decir, ser hechos iguales, semejantes a Él en su vida moral y en su santidad, Fil. 3:10; 3:21.

  Así, este v es una objeción muy pobre para aquellos que creen que esta predestinación aniquila la libertad y la responsabilidad humanas. Dios no ha dicho nunca que iba a salvar a hombres que se quedarían en la muerte del pecado, ni tampoco a los que se volverían santos. Ha escogido, eso sí, a todos los redimidos para la santidad, para que le glorifiquen en la tierra, en el cielo y en la eternidad (ver otra vez Efe. 1:4). Pablo así lo señala y no sólo en cuanto a la que debe ser cada día una mejor semejanza con Cristo, sino por el amor paternal de Dios que ha querido sacar una familia santificada de entre las cenizas de un mundo pecador.

  Rom. 8:30. Veamos: Y a los que predestinó, a estos también llamó, y a los que llamó a estos también justificó, y a los que justificó, a estos también glorificó. Sí, inmediatamente después del eslabón o escalón de la predestinación, el apóstol Pablo coloca el llamamiento, o la vocación, tal como se deja ver y entrever en el v 28 que ya hemos estudiado y que Jesús describe de forma magistral en Juan 6:44 con ese raro: Ninguno puede venir a mí, si el Padre no le trajere… Esta atracción o flujo del Padre hacia el Hijo, encierra todos los primeros principios de la conversión, la obra de la ley que prepara el alma para Cristo, Gál. 3:24, el despertar de la conciencia, el experimentar nuestra propia perdición, el deseo innato de salvarnos y, en suma, la propia y única revelación de Cristo mismo en nuestra alma como único y suficiente Salvador. Y si bien este llamamiento es bien universal, el hecho de que hayamos sido sensibles al mismo, se lo debemos única y de forma exclusiva al Espíritu Santo divino, el cual, nos ha hecho vibrar ante esa preselección y por cuya causa nos hacemos solidarios con Pablo al decir: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

  El escalón que siegue detrás del llamamiento y su aceptación positiva, es la justificación, Rom. 3:24. Así que justificados de forma gratuita por su bendita gracia, es el paso indispensable para acercarnos al último y más importante eslabón: De ahí que la obra divina termina por fuera con el triunfo definitivo de esta vida, hasta entonces oculta en el interior, es decir, por aquella glorificación de todo el ser, cuerpo y alma, en los nuevos cielos y en la nueva tierra.

  Haríamos bien en descubrir que el Apóstol de los Gentiles habla de todos estos eslabones, peldaños, pasos y desarrollos, incluso el último, el completo, como sucesos de un todo ya cumplido. Y es que a sus ojos, como a los ojos del Padre, la obra iniciada por el Creador jamás queda por concluir, por acabar, Fil. 1:6. Así pues, en este continuo perfeccionar, el Apóstol ve la obra ya cumplida, bien para cada alma que ya ha gustado de la miel de la gloria, bien para su total magnitud en el Reino del Cielo, del Salvador. Y tanto en un caso como en el otro, ninguna potencia extraña será capaz de impedir que cumplamos nuestro destino. Quizá en lo profundo de nuestra alma, sepamos que nada ni nadie puede ganar al Cristo Glorificado; pero, a lo mejor tenemos dudas en cuanto a que nosotros, en este actual valle de lágrimas, no podamos ser apartados de esta escalera, que se inicia con el preconocer de Dios y termina con nuestra propia gloria. ¡Ojo, cuidado!, desde aquí volvemos a afirmar con Pablo que nada ni nadie nos podrá separar del Camino una vez que hemos iniciado su recorrido, ¿sabéis por qué?

  Efe. 2:20. Porque somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra de ángulo Cristo mismo. Así que formamos entre todos un edificio bien definido, unidos con la argamasa del evangelio, teniendo como fundamento a esos apóstoles y profetas, cuya definición e identificación requieren hasta un estudio nuevo, y sobre todo, por encima de todos, como engarce, soporte y clave de todos los ladrillos, esa piedra angular, Jesucristo mismo.

  Resumiendo, podemos añadir que la predestinación es parte de un todo que se llama salvación y sólo como tal la hemos de entender. Que procuremos estar más cerca cada día de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, puesto que nuestro actual estado no es sinónimo de un fin glorioso si nos apartamos del camino. Recordar al pueblo de Israel, fue prometido, escogido y programado para ser el pueblo de Dios y por su causa, éste, los escupió de su boca. Por otro lado, que procuremos dar gracias a Dios en todo momento por su amor para con nosotros, pues tuvo a bien enviar a su Santo Espíritu a removernos el corazón. Que proclamemos de forma continua, en todo momento, lugar y ocasión, las excelencias del Creador, para que otros, a la luz de nuestro cambio, puedan acercarse a Él y su posterior testimonio se anote en el haber de nuestra corona de gloria. Que, en suma, podamos resistir encima nuestro a otros ladrillos, los cuales, a su vez, nos imiten y entre unos y otros consigamos coronar el fiel edificio que fue predestinado por Dios y envíe de nuevo a su Hijo, esta vez a reinar eternamente.

  Amén.

¿POR QUÉ LA LEY?

 

Éxo. 20:1, 2; 2 Rey. 17:7, 8; Sal. 119:97-104; Mat. 5:17

 

  Introducción:

  Iniciamos hoy una unidad de estudio con el nombre genérico de: Las Leyes de Dios para el Hombre, serie que incluye trece lecciones abarcando los meses de junio, julio y agosto.

  ¿Por qué son necesarias las leyes?

  En primer lugar veamos lo que dice el diccionario acerca de la ley: Regla de acción impuesta por la autoridad superior. Visto lo cual, volvemos a preguntar: ¿Por qué son necesarias las leyes? ¡Pues, por qué somos humanos!, sería la respuesta. Sin embargo, nuestra época se caracteriza por la poca o nula importancia prestada a las leyes de los hombres. Sabemos de unas sociedades anónimas que pagan cuantiosas sumas a abogados competentes para que disfracen o rebajen los beneficios habidos. Legislativos que aprueban leyes que redundarán tarde o temprano en su propio beneficio o en el de sus familiares. Funcionarios que por cierto dinero exponen triquiñuelas legales para eludir o evitar la ley y tantos otros ejemplos que no relacionamos no cansar ni hacer exhaustiva esta lista. Y si sabemos que la ley humana no es mala es porque sabemos que casi todas tienden, en la letra, hacia el bien común y están basadas en la genuina experiencia y saber de los pueblos y en la conciencia de los legisladores. Pero Dios no consideraba la conciencia humana de por sí como la más apropiada para guiar al mismo hombre y tuvo que dar sus leyes para educarla acerca de lo bueno y lo malo. Así, nada mejor para iniciar estas trece lecciones, que estudiar el sentido básico de los Diez Mandamientos vistos e interpretados a la luz del NT y aplicados a la experiencia humana de hoy.

  Hoy, como siempre debemos acercarnos al pueblo de Israel, fuente y principio de cualquier aplicación cristiana, para cavar en el famoso decálogo, la situación que lo hizo necesario y las circunstancias de la época.

  Si el pueblo de Dios ha tenido baches, que los ha tenido, y grandes, el más representativo fue aquel que motivó la frase del autor del libro de los Jueces: Cada uno hacía lo que bien le parecía, Jue. 21:25. Y por lo general, un estado caótico similar degenera en un libertinaje sensacional, en el cual, la mayoría de las veces, lo que bien le parece a cada uno, perjudica al prójimo y casi nunca está de acuerdo con un posible tercero. El respeto obediente hacia las leyes unipersonales es indispensable para la sociedad humana y mucho más para la comunión con Dios. Así que, la ley de leyes, los Diez Mandamientos o el Decálogo (de deca, diez y logos, palabra), son un corto resumen de todos los deberes del hombre hacia Dios Padre y para con sus semejantes viniendo a llenar en el momento oportuno, el inmenso vacío de los siglos. Bien es verdad que pueblos más primitivos que Israel, tenían ya ciertos códigos humanos basados en costumbres y experiencias, pero todos o casi todos, estaban orientados hacia el castigo o condena del transgresor.

  La Ley de Dios, por el contrario, cambia la triste fisonomía de la ley mundial, pues nos indica: (1) Que debemos adorar a un solo Dios invisible por fe. (2) No tentarlo para que realice unas cosas que nos prueben su presencia física. (3) Nos ayuda a descansar un día fijo, específico con la idea no de ocio, sino de un cambio de trabajo y adoración total. (4) Honrar a nuestros padres a pesar de que estos ya no se ganen lo que se comen, no nos entiendan, molesten o sean una carga social para lo que llamamos nuestra vida. (5) No matar ni aun estando en peligro de nuestra propia vida. (6) No caer en la trampa del adulterio a pesar de que esta sociedad trata de demostrar que el hombre es bígamo por naturaleza y por necesidad. (7) No robar a pesar de que nos estemos muriendo de hambre. (8) Respetar a nuestro prójimo de manera que hasta podamos evitar la pobre, inocente y a la vez enorme calumnia, a pesar de que la consideremos un mal menor contra aquel que pensamos que es nuestro enemigo, y (9) por último, no ver en los objetos o personas del vecino más que motivos, si cabe, de emulación y nunca de codicia.

  Ideas todas ellas incomprensibles entonces… ¡y ahora!

  Sin embargo se prestan de forma admirable para guiar al creyente en su vida, con su Señor y con sus prójimos. La ley va marcando los mojones del camino a seguir al igual que los postes de Venecia señalan la dirección a seguir en el gran canal. Y es que nosotros, los cristianos modernos, tenemos la tentación de olvidarnos de la ley de Moisés pensando que está pasada de moda. No, no es así. El mismo Jesús interpretó algún que otro mandamiento en el llamado Sermón del Monte y así nos demostró su envidiable valor permanente y real.

  Y puesto que sabemos que la ley, incluso la Ley de Dios no nos salva, veamos el por qué y el cómo de esta Ley:

 

  Desarrollo:

  Éxo. 20:1. Y Dios habló todas estas palabras, diciendo: En primer lugar debemos notar que la paternidad de esta Ley, del decálogo, se atribuye a Dios sin ningún género de dudas. Moisés dice, indica, que Dios es la fuente e inspiración de esta ley, y que él no fue más que el simple testigo de las tablas. Y además, es curioso como él se define como un simple escriba sin arte ni parte en traducción alguna de la ley. Hoy en día es muy corriente oír hablar frases como esta: Hecha la ley, hecha la trampa. Por otra parte, el texto en que está escrita usa de un léxico que escapa a la mayoría de la gente y es necesaria la consulta de juristas expertos que nos traduzcan el lenguaje corriente y nos aconsejen. Moisés no. Se limita a escribir lo que oye y aún hay más, reconoce que Dios escribe en las tablas preparadas por él, Deut. 5:22.

  Y todos entendieron el espíritu y la letra de la ley. Me imagino a aquel nómada pueblo expectante. Ver si no las circunstancias que rodearon a esta entrega divina. La voz en medio de los truenos y relámpagos, la nube y el fuego crearon gran temor entre ellos, incluso pensaron que iban a morir a causa de la cercanía del Señor Dios. Por eso fue que pidieron a Moisés que sirviera de mediador y fuese a recibir las instrucciones divinas, y que luego les informase… ¡a nivel humano! Éxo. 20:18-26; Deut. 5:23-28. Pero esta actitud realista del pueblo llano nos enseña una santa y viva lección: Hemos de reconocer la naturaleza divina y reverenciarla como algo inalcanzable mientras no llegue la hora de la transfiguración. Y este pueblo de Israel, por el hecho de enviar a Moisés a traducir los deseos de Dios, nos revela su disposición previa de temerle y poner en obra todos sus mandatos. Mas, como no podía ser de otra manera, el Señor responde como suele hacerlo en estos casos: Los bendeciré de generación en generación, Deut. 5:29. Pero debemos fijarnos que el Señor condiciona el tener bien para siempre al hecho de temerle, adorarle y guardar sus mandamientos todos los días.

  Ya ha quedado dicho con anterioridad que estas leyes fueron inmensamente superiores a las de las naciones del entorno, porque el juez o el legislador fue el mismo Dios. Un Dios que se presenta a sí mismo como aquel que les sacó de la esclavitud de la tierra de Egipto y de la servidumbre, Deut. 5:6. Tal era la introducción a la Ley, tal era la Ley, tales los hechos y las circunstancias que envolvieron a la entrega de la Ley, que la mejor sabiduría habría sido ponerla inmediatamente por obra, para poder vivir en la tierra de Canaán formando una sociedad sana y fuerte, pero no pasó así. Israel, su Israel, equivocó el camino prescindiendo de los mojones de la ley que indicaban la verdadera dirección a seguir. Y fracasó por dos razones bien fundamentales: (1) Adoraron a dioses que les eran ajenos, rechazando por lo tanto la paternidad y la guía del Dios Padre único y verdadero, y (2) abandonaron sus mandamientos para seguir los de los otros países que hubieran debido ganar con el ejemplo, 2 Rey. 17:7, 8.

  Éxo. 20:2. Yo soy Jehovah tu Dios… La importancia de este v. es tal, que sin duda constituye la piedra angular de la gran, moderna y monoteísta religión judaica. El mismo Moisés lo transcribe en primer lugar. El primer mandamiento de los diez, o de las diez palabras como gustan llamarlos los judíos, es la base también de nuestro cristianismo. Es curioso hacer notar que representan un sumario de las obligaciones del hombre para con el Señor y para con sus semejantes, dictadas de un modo tan comprensivo, sabio y bueno, que desde luego tienden a señalar y demostrar su origen divino y causan la admiración de todo el mundo. No son propios de una nación, ni transitorios, como los detalles de las leyes ceremoniales y civiles de los mismos judíos que ya no tienen validez.

  Así, el espíritu de los mandamientos hay que buscarlo en el evangelio: Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que el que falte una jota de la ley, Luc. 16:17. La Ley tiene hoy mismo el vigor auténtico que tuvo aquel día lejano en que se oyó aquella voz: Yo soy Jehovah, que te saqué de la casa de Egipto, la casa de servidumbre… Dios les recuerda con cariño que les habla más como libertador que como legislador. Aquí debemos señalar que las leyes no fueron dadas con la finalidad de iniciar, por medio de su obediencia, una relación con el Padre. Se trataba de continuar más que iniciar. La gracia se había manifestado en haber tomado la iniciativa para liberar al pueblo de la esclavitud y en proponerle un pacto: Pacto que al principio fue aceptado de forma voluntaria por todo el pueblo, Éxo. 19:3-8. Israel había aceptado al Señor como un rey a quien correspondía por real naturaleza entregar unas leyes que les indicasen el modo de acercarse a Él y el trato que debía mediar en la diaria relación con sus semejantes. Las Diez Palabras eran, pues, un marco ideal que fijaba los límites dentro de los cuales la vida de las personas, entre Dios y su pueblo debía realizarse. Así, repitamos: Primero fue dada la gracia, luego la ley. Primero la redención por el poder de Dios, luego la guía sobre cómo vivir en comunión con Él. Atención: La Ley de Dios nunca fue presentada en el AT como un camino a la salvación. Todas las instrucciones que encierran los Mandamientos, tanto en el A como en el NT, sirven de guía para los que ya conocen a Dios, el cual los ha redimido del pecado, nunca antes.

  Sal. 119:97-104. Ese sal es alfabético, pues cada estrofa de ocho versos empieza con una de las veintidós letras del alfabeto he. Y es curioso notar que todos sus vs. con la sola excepción de los números 90, 121, 122 y 132, contienen uno de los términos con que se señala, designa a la Ley, como pudieran ser: palabra, ordenanza, precepto, mandamiento, promesa, juicio, etc. Así, la estrofa que ya hemos leído nos demuestra la honesta devoción apasionada del he fiel y piadoso hacia la Ley. Para él, no fue una carga ni una afrenta a su libertad, sino la clave de toda la santa sabiduría. Sabiduría que no tiene que ver con la edad y sí en la forma más o menos completa en que uno debe aplicar esta Ley.

  Mat. 5:17. No penséis… era probable que muchos pensaran en aquellos momentos en que Jesús iba a anular la ley de Moisés, máximo cuando Él mismo había proclamado ya repetidas veces su superioridad y autoridad sobre la misma y sobre hechos tan concretos como pudieran serlo las interpretaciones tradicionales del ayuno y el sábado, Mar. 2:18-28. No penséis que he venido para abrogar, o lo que es lo mismo: Soltar, disolver o quitar la Ley como obligación para nosotros sus seguidores. No. No podemos pensar que el Señor ha venido a anular algo que Él mismo inspiró. Al revés, Él, con su muerte, completó la Ley. ¿De qué modo? ¡Demostró que era posible cumplirla!

  No penséis que he venido para anular la ley o los profetas; y aquellos oyentes improvisados del sermón del Monte ya saben a lo que se refiere. Esta frase indica, en el vocabulario judío, a todo el AT. Sino para cumplir; a completar. A la luz de las interpretaciones del mismo Jesús en Mat. 5:21-48; este verbo, refiriéndose a la ley mosaica, significa darle un sentido más profundo. Fijarse que esto señala y reconoce que la ley antigua fue incompleta en su expresión. Así que el propósito de la Ley es llamar al hombre a la obediencia de la voluntad de Dios; quien, no obstante, siempre busca nuestro bien. Así, el Reino de los Cielos, según Jesús, no significa una disolución de la fiel demanda del Padre, que la ley de Moisés daba o representaba, sino que, por el contrario, hablaba de una obediencia absoluta al Hijo como revelación final de Dios. Por lo tanto, hoy como en los días de Jesús, es preciso ver o distinguir entre la Ley y el legalismo, que es una perversión de la misma. La Ley nunca fue dada, como ha quedado dicho, para salvar o vivificar al pecador, puesto que no es incapaz de hacerlo, Gál. 3:21. Y el legalismo busca la salvación por la conformidad de la ley señalando y hasta mostrando una tendencia definida y constante a guardar la letra más bien que su espíritu interno.

  Esto converge de manera inevitable en una actitud de orgullo si uno ha podido ser más o menos cumplidor de la Ley. Estos seres llegan a pensar que merecen estar en comunión con Dios gracias a sus obras y menosprecian a los demás como personas inferiores a él. El publicano y el pecador de la parábola pueden ser un buen ejemplo para no citar casos reales concretos que pudieran herirnos. Y esto último, mis hermanos, contradice el propósito de Dios. Debemos reconocer que hemos sido salvos por gracia y por iniciativa del Señor y así respondemos por fe, tratando de agradarle mediante la obediencia a su santa voluntad; voluntad que, precisamente, ha sido revelada en la Ley.

 

  Conclusión:

  Así llegamos a la conclusión de que el Decálogo significa más para el creyente de hoy que para aquel hebreo de entonces, ya que ahora lo vemos todo bajo el prisma de la interpretación del mismo Jesús. ¿Para qué sirve la Ley, pues? La Ley sirve para señalar y frenar al pecado, ya que éste ha entrado en la médula y experiencia humanas, Gál. 3:19; 1 Tim. 1:9. También, gracias a la Ley llegamos a tener el conocimiento del pecado, Rom. 3:20, aunque debemos combatir a los que señalan que la Ley de Dios es pecado en sí, Rom. 7:7, ya que la Ley, en sí misma, es santa, Rom. 7:12.

  El culpable es el pecado más bien que el mandamiento. Éste sólo indica lo que está bien o mal, Rom. 7:8. La Biblia se opone al libertinaje tanto como al legalismo. Bien es cierto que habían leyes ceremoniales y judiciales que sirvieron al pueblo de Israel como nación hasta la llegada de la revelación final de Cristo, pero no eran obligatorias para el cristiano. Dos ejemplos de lo que estamos diciendo ahora, podrían ser muy bien cuando Jesús anuló la distinción entre alimentos limpios e impuros, Mat. 7:19; y cuando Pablo se opuso al rito de la circuncisión como un deber para el creyente en Cristo, Gál. 5:2, 3. Pero el NT cita muchas leyes del Antiguo como mandamientos ineludibles, Rom. 13:9. La verdad es que fueron señaladas o citadas precisamente porque expresaban los principios eternos de la santidad y la justicia de Dios.

  Así que la Ley es de un gran valor para guiarnos en que forma y modo podemos cumplir la voluntad de Dios, hoy en día.

CRISTO ES NUESTRA ESPERANZA

 

Hech. 1:10, 11; 1 Ped. 1:3-9; 1 Jn. 3:1-3

 

  Introducción:

  Al igual que decíamos el domingo anterior que la gracia del Señor nos sostiene, hoy afirmamos que este sostén radica en Cristo. Sí, Él es nuestra esperanza. Además, una esperanza real.

  Se ha dicho muchas veces que el hombre, que el ser humano, es el ente más débil de la naturaleza. Y lo es precisamente a causa de su inteligencia mal empleada. ¡No tiene bastante nunca! Siempre, siempre está lleno de necesidades y si éstas no son reales, se las inventa. Nace el león y a lo mejor tiene interés en que la caza le sea propicia, nace el pájaro y trata de aprovechar las corrientes ascendentes para ayudarse en la vida, nace la rosa y su mayor interés es servir para aquello que fue creada: Ser hermosa y dar olor… Pero nace el hombre, y apenas salido de la dependencia paterna, cae de lleno en la esclavitud que gritan o representan sus necesidades, que por más que las cubra, siempre aparecen de nuevo vestidas con otra apariencia. Pero, ¿quién no las tiene? El pobre, por el hecho de serlo, las tiene. El rico, por ser rico; el sabio, por sabio; el ignorante, por ignorante; el gitano o el negro por causa de su piel y el blanco, sí, el blanco, por blanco. Y la edad, la edad también es un motivo de caos, dolor, preocupación y necesidad. Así tiene problemas el joven y el viejo, el muchacho y el mayor…

  Estas necesidades surgen precisamente a causa de su evidente superioridad respecto al resto de la naturaleza. Esta superioridad le crea una psicosis de dependencia jamás satisfecha; porque el hombre se esfuerza en conseguir el pan, por asegurar el vestido, la vivienda… y cuando ha satisfecho éstas, emergen otras que, poco a poco, van tomando la categoría de primarias y, hasta cierto punto, indispensables. Ojo hermanos, el cristiano, por el hecho de serlo, no está exento de esta lucha por la vida. Sin embargo, todo ser humano suspira, y a veces sin saberlo, por algo que va más allá de esta vida y aun de el mundo. Suspira profundamente por Dios como una de las mayores necesidades a causa de su naturaleza espiritual. Y en la forma en que el ser satisface esta imperiosa necesidad del Señor, consigue influir de forma inevitable en la claridad, determinación y satisfacción de todas las otras. ¡Nosotros sabemos bien que sólo Cristo satisface! Él es la respuesta clave a nuestras angustias. ¡Él es nuestra única esperanza!

  Pero, y ahora viene la pregunta directa: ¿Esperamos de veras en Cristo? Cuando estamos en el lecho del dolor, ¿esperamos más en Cristo que en las propias medicinas? Cuando nos abaten los problemas, ¿esperamos más en Cristo que en los consejos de las personas entendidas o en los libros? Cuando nos encontramos solos, dolidos y abandonados, ¿confiamos más en Él que en nuestros iguales? Qué cada uno responda con sinceridad dentro de sí mismo. Entretanto, pensemos que la esperanza en Él, en Cristo es ni más ni menos que un compañerismo real con el mismo Dios. Es la felicidad presente y futura, el eterno perdón de los pecados y la garantía de la vida, y vida eterna. Esta real amistad con Cristo nos proporciona, además, fuerzas morales y espirituales para resistir a las tentaciones y demás limitaciones del pecado.

  Resumiendo: ¡La esperanza en Él es la satisfacción completa!

 

  Desarrollo:

  Hech. 1:10. Y como ellos estaban fijando la vista en el cielo mientras él se iba, es la típica dependencia. La despedida del ser amado resaltando bien la idea de la indolencia del éxtasis y la contemplación. Actitud que los deja clavados en el sitio, impotentes, tristes, sin trabajar… incapaces de reaccionar por sí mismos. Y lo estaban tanto que a pesar de que Cristo Jesús había desaparecido ya en las nubes, se quedaron mirando al cielo esperando quizás que, a última hora por algún hecho o accidente fortuito, se fueran o aclarasen las mismas y volvieran a verlo una vez más. Estando así, he aquí dos hombres vestidos de blanco se presentaron junto a ellos. Eran mensajeros del Padre aptos para ser comprendidos, ya que a pesar de sus ropas blancas y resplandecientes, tenían la apariencia humana. Eran portadores de un mensaje de esperanza:

  Hech. 1:11. Dijeron: En forma que pudieran entenderlos todos: Hombres galileos, sí, sabemos que procedían de Galilea, de aquella provincia del norte de Palestina, ubicada justo al oeste del mar del mismo nombre. Pero, ¿en qué lugar o provincia tenían lugar los hechos? En Judea, al sur del país. ¿Por qué os quedáis de pie mirando al cielo? En esta pregunta observamos algo curioso. Más que una pregunta parece una reprensión. ¿Qué es lo que parece reñirles? No, no el acto de mirar en sí, como es natural, sino la actitud de angustia y tristeza que les había producido la marcha del Maestro como si ésta fuese ya para siempre. Critican su aparente desamparo. Bien pronto se habían olvidado de las enseñanzas del Cristo tocantes a su segunda venida. Esta situación nos lleva a otra muy similar: Se olvidaron también de sus enseñanzas acerca de la resurrección cuando debieran de haber aprendido a tener más confianza en Aquel que ahora era objeto de sus lloros y pesares. Esto nos enseña el alcance y el peligro de la inseguridad de los humanos. Aquellos que debieron de haber tenido la entereza suficiente para darnos una fuerte lección en una situación límite, difícil, no hacen sino todo lo que haríamos nosotros: ¡Mirar al cielo con impotencia!

  Sigamos: Jesús, que fue tomado de vosotros arriba al cielo… Este mismo Señor, a quien conocieron y con el que convivieron durante tantos días, les ha sido tomado, arrebatado para su propio bien, ha ido a ocupar la diestra de Dios, a recoger su premio y para volver en el día oportuno a juntar a todos aquellos que son sus hijos. Eso es lo que parecen decir todos los ángeles: Vendrá de la misma manera como le habéis visto ir al cielo. Esto es lo que constituye un mensaje de esperanza. ¿Por qué? Porque condiciona la forma de la venida del mismo modo de la ida. Así, ésta, ¡será perfectamente visible y clara para el hombre! Jesús ya había dicho que volvería y esto debería haber sido suficiente para aquellos hombres y para nosotros pero, debido a nuestra propia inconsecuencia, nos lo tiene que repetir de forma continua por mensajeros que pueden ser ángeles, como en esta ocasión, o predicadores, maestros, etc.

  1 Ped. 1:3. Y bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo… Pedro inicia su epístola de forma similar a las de Pablo, aunque aquí parece indicar más énfasis en el aspecto histórico de los hechos. Quien según su grande misericordia es decir, sin merecerlo de forma absoluta, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aquí Pedro parece hablar por su experiencia personal, como sabiendo lo que dice. Todas sus esperanzas mesiánicas había sido destruidas de forma aparente con la muerte de Jesucristo y así, la vergüenza de su triple negación había acabado por abrumarle. Pero a la vista del Cristo, del Cristo resucitado, el perdón que el Maestro le otorgó de forma expresa, le hicieron renacer a la esperanza que bien podemos calificarla de viva, pues ahora siente que ya no podrá ser destruida del mismo modo que lo pueden ser las esperanzas más o menos carnales o quiméricas que antes alimentaba.

  Pedro ha cambiado mucho. Este nos ha hecho del v. 3 y este vosotros del v. 4, parecen indicarlo así. Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, indica con claridad que gracias a la obra y méritos del Dios Padre, hemos nacido de nuevo para vivir en un plano de verdadera satisfacción y seguridad. Dios ya no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Esta es la esperanza viva. La resurrección de el Señor Cristo, nuestra consecuente rehabilitación y la nueva forma de vivir, no sólo ha tenido el efecto de reanimar una esperanza en lo más profundo de nuestro ser, sino que ha regenerado, ha creado o ha hecho de nuevo todo nuestro ser espiritual y así hemos llegado a tener acceso a esta seguridad que es inmortal y vivificadora al mismo tiempo. Sí, este documento está ratificado, sellado y firmado por medio de la resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta es nuestra garantía real, nuestro aval real. Así y sólo así venceremos a las huestes del mal y a la muerte. ¡Él resucitó y así resucitaremos!

  1 Ped. 1:4. Sigamos más: Para una herencia incorruptible; el objeto de la esperanza, la vida eterna, es aquí representado bajo la figura de una herencia. Está tomada del AT, donde se aplica al Canaán prometido a Abraham y a su posteridad, Gén. 13:15. Ante la imposibilidad de comprender toda la felicidad de los cielos, la Biblia hace descripciones de ella contraponiéndolas con la miserias de nuestra vida actual. Tal es el objeto de los tres adjetivos que definen, cortan, enmarcan y valoran la herencia que se nos propone a todos: (1) Es incorruptible, ver Rom. 1:23. Puesto que la eficaz y verdadera herencia es Dios mismo, la fuente de la vida eterna que se opone a la simple vida humana que espera la corrupción del sepulcro de forma ineludible y absoluta. (2) Incontaminable. En otra versión antigua leemos: Inmaculable (sin contaminación). Por oposición a las cosas de este mundo donde hasta los objetos más santos no están libres de contagio y destrucción. Así, esta herencia está libre del ataque de los gérmenes dañinos, contaminantes de la muerte ya que es eterna y, por lo tanto, es inmortal. (3) Inmarchitable. En una palabra, lo contrario que esas flores cuya gracia, frescura y perfume son tan efímeras como la vida misma. La existencia celeste es pues la vida eterna, la santidad perfecta y la juventud perpetua, 1 Cor. 15:42. Toda esta herencia, dice Pedro ahora, está reservada en los cielos para vosotros. ¡Esta es la esperanza que da vida y seguridad!

  1 Ped. 1:5. Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, al igual que la herencia, nosotros, los creyentes, estamos siendo aptos para la posesión de ese premio. Para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo final. He aquí el doble fundamento de la certidumbre para la esperanza viva. Sí, esta herencia es reservada en los cielos para nosotros, como hemos visto en el v. 4 y nosotros somos guardados ya por el poder de Dios para esa herencia que no nos sería asegurada, si cabe el contrasentido, si nosotros no fuésemos guardados en medio de las pruebas, como se verá en los vs. 6 y 7. El poder de Dios es la fuerza y la guardia que nos protege contra todas las potencias hostiles, Fil. 4:7. Pero como la confianza del hombre es siempre condición de su salvación, el apóstol, agrega: Mediante la fe. En la medida en que confía en ese poder, todo hombre es salvo por él, como veremos en el v. 9. Entretanto, ¿qué puede significar ese tiempo final? Pues la posesión completa de la vida eterna. Para cuando estos cuerpos corruptibles se transformen en santos e incorruptibles. Cuando los cuerpos de los muertos en Él, en Cristo se levanten y se unan de nuevo cuerpo y alma en un todo que nunca jamás se separarán. Y esto tendrá lugar de forma visible.

  1 Ped. 1:6. En esto os alegráis, sí, a causa de la firme seguridad de esta herencia, a pesar de que por ahora, si es necesario, en este pequeño periodo de tiempo que nos ha tocado vivir, estéis afligidos momentáneamente por diversas pruebas. Heridos, golpeados, sacudidos por los reveses y mil y un contratiempos de la vida. Esto quiere decir que a pesar de ser cristianos, quizá precisamente por serlo, aptos para recibir la herencia que hemos citada antes, en tanto estamos aquí, no somos troncos de árbol insensibles pues notamos bien los embates del tentador.

  Ahora bien, ¿estas cosas, son necesarias? Sí, ¿Por qué?

  1 Ped. 1:7 Ver: Para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque sea probado con fuego, sabia razón, sabia advertencia. El oro, siendo de la tierra y con valor limitado sólo a este mundo, tiene que pasar por el fuego para ser apto y purificarse para servir a su buen propósito. Mucho más la fe, cuyo valor y afecto trasciende a esta vida y a este pobre mundo. Necesita pasar por el crisol de las pruebas para decir o demostrar si es falsa o genuina. Si la fe es buena, todas las pruebas de fuego, en vez de hacerle daño, la purifican y la valoran pues le quitan las impurezas propias de la vida y la capacitan para entrar dignamente en posesión de su bendita herencia. Si por el contrario es falsa, se derretirá al primer indicio de calor hasta no quedar ni un átomo de ella y hasta se confundirá con las cenizas. Así, nuestra fe necesita ser templada por el fuego para que sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo. Y será tan buena su ley que Dios la encontrará conforme cuando Cristo vuelva de nuevo a la tierra a buscar a los que son suyos. Así, todos los lectores de la carta que estaban siendo probados a causa de la persecución, y nosotros si esas pruebas nos ayudan a humillarnos, recogerán su honra cuando Él venga de nuevo, Col. 3:4.

  1 Ped. 1:8. A él le amáis, sin haberle visto, claro, físicamente se entiende. En él creéis; y aunque no lo veáis ahora, parece indicar claramente que un día lo veremos como lo vieron todos los apóstoles, creyendo en él os alegráis con gozo inefable y glorioso. El apóstol dice aquí que en esta vida, puede existir un gozo supremo e inenarrable producido por los dos sentimientos que unen muy bien el alma fiel a Cristo, el Señor. ¡El amor y la fe! Además, nos dice que estos dos afectos tienen el poder de aplicarse a una persona ahora invisible: Cristo. ¿Es esto fácil? No, creer misterios tan increíbles como los de la encarnación de la muerte, de la resurrección de un Dios hombre, amar a un desconocido que no predica más que la humillación, cruz y renunciamiento, en medio de todo, gustar de forma anticipada los goces del cielo y las delicias de la gloria, es lo que la filosofía humana no puede comprender. Todo esto, y más, es lo que hace la fe en el corazón de un hombre mortal.

  1 Ped. 1:9. Luego: Obteniendo así el fin de vuestra fe, llegando ya al logro santo y principal de la fe… ¿Cuál es? ¡La salvación de vuestras almas! Y esto, en la mentalidad de Pedro, es un marcado presente, actual… Ahora cabe la reflexión de que si este anticiparse es ya un gozo inenarrable, ¿que será cuándo la poseamos con toda su plenitud?

  1 Jn. 3:1. Mirad, nos llama la atención, cuán grande amor nos ha dado el Padre… Nos ha dado a su Hijo, más ¿para qué? Para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos! Sí, sí, somos hijos del Señor no sólo de nombre, sino de hecho y derecho. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Si no conocen a Dios, a nosotros, que por su gracia, somos iguales a Él, copartícipes de su misma naturaleza, tampoco nos pueden conocer. En Juan 17:25 hay otro pasaje paralelo que define bien al apóstol Juan. El hecho de que este mundo no nos conozca no debe preocuparnos más de lo necesario y sí ser un motivo de fiel alabanza puesto que nos demuestra que estamos andando por el camino de la suprema esperanza.

  1 Jn. 3:2. Amados, ahora somos hijos de Dios, la misma íntima felicidad de ser hijos del Señor no es un bienestar que nos ha sido prometido para un porvenir más o menos indeterminado o lejano, ¡lo somos ya, ahora mismo! Por la fe en Jesús y por la regeneración del corazón. Y todo esto a pesar de llevar puesto un caparazón medio roto e imperfecto, puesto que aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero ya sabemos que cuando Él sea manifestado, seremos sus iguales, porque le veremos como es. Así que estamos destinados a ser transformados por entero en semejantes, casi iguales, a Cristo. Y gracias a que veremos su luz con pureza y esto nos contagiará de forma definitiva ¿Podríamos hallar otro texto que nos asegurara el hecho de ver al Padre Dios? En Mat. 5:8. Sólo que allí estamos condicionados a tener un limpio corazón. Además, ¿qué quiere decir ser semejantes a él? Sí, Dios es la vida, nosotros viviremos; Dios es amor, luego también nosotros amaremos; Dios es justo, pues nos llenaremos de justicia; Dios es eternamente dichoso, nosotros gozaremos de la misma dicha y tiempo.

  1 Jn. 3:3. Claro, todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él también es puro. Los que tenemos la gloriosa esperanza bien descrita en los vs. anteriores, no tenemos porque temer. La esperanza divina es el puro centro nervioso y vital de nuestra transformación, puesto que siendo hijos, todos confiamos en sus promesas y la que nos ocupa en concreto es muy clara.

 

  Conclusión:

  Hermanos: Empecemos desde ahora a formar con cariño los rasgos vitales de la semejanza que nos es prometida, si queremos seguir teniéndola arriba, en el cielo. Mientras tanto, avancemos minuto a minuto, día a día, hacia la consecución de la santidad pidiendo al E Santo las fuerzas que podamos necesitar, sabiendo que nunca nos defraudará.

  Amén.

 

LA GRACIA DE DIOS NOS SOSTIENE

 

Isa. 40:25-31; Fil. 4:10-13

 

  Introducción:

  Si las lecciones de la ED son actuales, la de ahora, la de hoy, es quizá con mucho, una de las más reales y oportunas. Veamos: ¿Qué es lo que sostiene la vida? ¿Cuál es el misterioso resorte que la mantiene viva y da interés para seguir viviéndola? ¿Dónde se encuentra su soporte? ¿Se limita la vida del hombre a unos años más o menos largos deambulando sobre la tierra? ¿Hay algo más? ¿Hasta que punto gozamos de las excelencias de un ángel de la guardia? ¿Quién es el mantenedor de estos Juegos cuyo fin es el cielo y su medio la vida? ¡Así nadie más si no Dios! Dios Padre es para el creyente una experiencia viva y continua. Ahora bien, ¿cómo podemos traducir de una forma real y comprensible esta experiencia? Dios Padre nos hace sentir cada día, minuto a minuto, el sostén que nos representa su gracia. En cada hora de nuestra ajetreada vida vemos la mano de Dios sobre nosotros. Notamos fielmente su providencia en todo momento. Sentimos el cuidado con que nos trata y sus enseñanzas nos capacitan para el buen vivir.

  Pero ahora estamos hablando de la vida, la vida de nosotros los cristianos. Mas hay otra vida. Y otra vida sin consuelo. Otra vida en que sólo se confía en la fuerza física o en las riquezas o en las influencias sociales o en la inteligencia… Esto lo vemos todos. Precisamente, es esta otra vida no cristiana la que, con su limitación, nos abre a nosotros un cielo y unas posibilidades sin límite. Jesucristo, perfecto conocedor del hombre, compara su vida con la estructura de dos casas. Todos sabemos la parábola: Una fue edificada sobre la arena y a fe que fue fácil hacerlo puesto que nadie tuvo que luchar con ninguna dificultad del subsuelo al hacer los cimientos por la sencilla razón de que no los tenía, pero vinieron las lluvias, soplaron los vientos y la casa se cayó y se arruinó sin remedio. Por el contrario, la otra había sido edificada sobre la misma roca, con las dificultades imaginables, también vinieron las lluvias y más fuertes que antes si cabe, más fuertes incluso que aquellas que cayeron sobre la otra, y vinieron vientos huracanados que chocaron contra todos los ángulos de su estructura, pero ¡nada sucedió! ¡La casa era inamovible!

  Fácilmente reconocemos nuestra vida con el segundo caso de la parábola… La Biblia nos dice de Moisés que se sostenía como viendo al Invisible. La base de esta vida era la presencia del Creador en él como una realidad cada instante, de día y de noche, y en la salud y en la enfermedad, en el descanso y en el trabajo, en la alegría y en la tristeza… La vida del hombre actual en el mundo de tanta lucha, de tanta ansiedad y confusión, que necesita de la gracia sustentadora de Dios para vivir. Necesita de su presencia vivificadora y renovadora como el pan que se come. Sin esta gracia, la vida humana se viene abajo como el edificio aquel edificado sobre la arena.

 

  Desarrollo:

  Isa. 40:25. ¿A quién, pues, me haréis semejante, para que yo sea su igual? ¿Quién hace esta pregunta? Dios. Parece decir al obtuso pueblo de Israel, ¿con qué ídolo o dios pagano me compararéis? Sabido es que había caído en una idolatría feroz, arrastrado por el mal ejemplo de sus propios reyes y sacerdotes. Como castigo a su tremendo pecado fue llevado cautivo a la idólatra Babilonia en donde se purificó a través del crisol de la pena y de la muerte, seleccionando un renuevo que aprendió la lección: ¡El Señor de los señores no puede ser representado por una imagen ni comparado con ídolo alguno! Así que ninguna obra echa de manos humanas o celestiales puede tomar el lugar de Dios. Dios es único… ¡y celoso!

  Isa. 40:26. Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién ha creado estas cosas. Esto es una exhortación y un reto para dejar de estar aferrado a lo terreno y a lo humano, incluyendo a todas las cosas materiales a las cuales el hombre somete toda su atención y sus fuerzas en la lucha por su propia supervivencia. Aquí Isaías, se refiere de forma especial al aspecto religioso, a la innata búsqueda del Dios Padre. Sí, ¿dónde buscar a Dios? ¿Entre los hombres o entre los ídolos y las imágenes hechura de sus manos? No. Era preciso, y es preciso, levantar los ojos al cielo, estudiar toda la creación del Señor que está a nuestro alcance y pensar sobre el origen de todas las cosas en una forma honesta, sana y libre de perjuicios preconcebidos. Si lo hacemos así, y aconsejamos hacerlo así, no podremos evitar exclamar como el buen Salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos, Sal. 19:1. Sólo Dios puede saber todas las cosas incluyendo a las que se nos escapan por pequeñas o grandes. Él saca y cuenta al ejército de ellas, como jefe supremo que pasa una revista cariñosa. Dios Padre es el jefe de las huestes celestiales, sean animadas o no. Él, a todas llama por su nombre. A pesar de ser tan numerosas e incontables. Las conoce a todas incluso con sus características especiales como pueden ser el hombre. Y así, por la grandeza de su vigor y el poder de su fuerza, ninguna faltará. No sólo nos conoce sino que conseguirá que cumplamos el propósito por el que fuimos creados. Este es el Dios todopoderoso que creo todo el Universo visible e invisible para los hombres y mujeres, y lo creó sólo al conjuro del sonido y la potencia de su voz. Su dominio abarca de un confín a otro de la creación; por lo tanto, su presencia real de sustentación está en todas partes, de tal forma que donde quiera que vayamos nos encontraríamos con su presencia. Su fuerza y poder están manifestadas de forma clara en la naturaleza. Así, desde la más insignificante hormiga hasta la estrella más poderosa de cualquier galaxia.

  Isa. 40:27. Sigamos más: ¿Por qué, pues, dices, oh Jacob; y hablas tú, oh Israel…? Doble referencia al pueblo escogido que se quejaba una y otra vez, continuamente, por haber sido dejado, abandonado por el Creador, diciendo: Mi camino le es oculto a Jehovah. En otras palabras: Fuera del alcance de Dios y sus bendiciones, y abandonados a los amargos goces de sus propias victorias y al fastidio de sus claros fracasos. Sin embargo, el pueblo judío se queja sin razón alguna porque, precisamente, se olvida que nada ni nadie queda fuera del alcance de su largo conocimiento. ¿Y mi causa pasa inadvertida mi Dios? ¿Ya no me tiene en cuenta? Pero, es Dios quien está hablando indicando con claridad que Israel no tiene por qué ni de qué quejarse. Y es que su condición actual obedece a su propio pecado y cuyas consecuencias el Señor trató de paliar a tiempo mediante santos mensajeros escogidos. ¡Así que el pueblo es quien ha dejado o abandonado a Dios, no a la inversa. Sin embargo, ya hemos visto en este v que la presencia divina que da sustento y vida está en todas partes… ¿por qué pensar, pues, en abandono? ¡Por el duro empecinamiento del pueblo al menospreciar a Dios y compararle con los recién estrenados ídolos vecinos, a quienes debieran de haber combatido con todas sus fuerzas, puesto que este y no otro, era el motivo auténtico y real por el cual fueron creados y escogidos!

  Isa. 40:28. ¿No lo has sabido? Por tu propia observación o por el estudio de las Escrituras… ¿No has oído… por la tradición oral de los padres, costumbre tan arraigada en los judíos, que Jehovah es el Dios eterno… ¡Qué no puede haber otro! Que creó los confines de la tierra? El Señor no sólo subsiste por sí mismo, sino que a la vez es el Creador de todas las cosas y entre ellas, la Tierra. ¡El que ha sido, es y será! No se cansa ni se fatiga… ¿Por qué? Porque no está sujeto a las limitaciones del hombre que mora en un caparazón llamado cuerpo. Dios es Espíritu y está libre del lastre del cuerpo humano por perfecto que sea. Y es que además, su presencia llena el Universo. De ahí que en cualquier parte, donde sea, siempre se le encuentra bien dispuesto a darnos los recursos necesarios para la propia vida o subsistencia. Y su entendimiento es insondable. Su grado de comprensión es ilimitado, así que por grande y fiero que parezca el problema, podemos acercarnos a Él con la seguridad que nos ayudará felizmente. Porque:

  Isa. 40:29. Da fuerzas al cansado y aumenta el poder al que no tiene vigor. No sólo no se cansa, sino que tiene la fuerza motriz capaz de regenerar en el hombre el espíritu de la lucha necesario para avanzar hacia adelante. El v siguiente nos da una visión real del hombre:

  Isa. 40:30. Aun los muchachos se fatigan y se cansan; los jóvenes tropiezan y caen. Fijarse bien pues el ejemplo está dado, sacado de la vida cotidiana. El ser humano, aun atravesando la mejor etapa de su vida, la etapa de mayor fuerza, ligereza, vigor, energía y hasta potencia de su existencia, está sujeto al natural cansancio, al agotamiento y al debilitamiento físico.

  Isa. 40:31. Pero los que esperan en Jehovah renovarán sus fuerzas. Esta es la casa de la roca. La casa de los que unen sus vidas a Él por fe aceptando a Cristo como a su único y suficiente Salvador. Y si como humanos se agotan porque tienen o reciben los mismos embates de la vida, la misma clase de lluvia y el mismo viento que aquellos otros descritos en el v anterior; no desfallecen, porque se sienten bien sujetos por los pies, por los cimientos y el corazón. La gracia sustentadora de Dios los mantiene y levantarán las alas como águilas. Claro, podrán flotar en el medio ambiente haciendo que las cosas terrenas les resbalen por la piel sin causarles daño. El texto se refiere con claridad a la agilidad espiritual con que actuarán ayudados por Dios y entonces correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán. Porque al igual que todos los atletas, dan por bien empleado el esfuerzo con tal de aspirar al premio final. Dios es quien vive en el creyente, quien trabaja, lucha y pelea con él.

  Fil. 4:10. En gran manera me regocijé en el Señor porque al fin se ha renovado vuestra preocupación para conmigo. A fin, a causa del alejamiento forzoso de Pablo, hasta el momento en que pudieron enviarle a Epafrodito, v. 18. Este hermoso sentir de agradecimiento del Apóstol por los socorros temporales está justificado porque él lo entiende como traducción en su persona, de la gracia sustentadora de Dios. Luego está el hecho de que Pablo lo acepta porque sabe del desinterés de los hermanos de Filipos y la consecuencia del evangelio práctico en la iglesia. De otra forma, jamás lo hubiera aceptado aun a riesgos de herir los sentimientos de los donantes como tantas veces había hecho, 2 Cor. 11:7-12; Hech. 20:33, 34. Luego Pablo, antes de que los hermanos se resientan y piensen que él no reconoce su enorme sacrificio, les dice: Siempre pensabais en mí, pero os faltaba la oportunidad. Es decir, por alguna causa o razón desconocida, estos hermanos habían dejado de socorrerle económicamente. Tal vez fue porque les faltaban recursos básicos, no tenían con quién enviarlos o no conocían donde se encontraba.

  Fil. 4:11. No lo digo porque tenga escasez… En otras palabras: Les hace saber la realidad de su independencia real y económica. Su larga experiencia en el ministerio le había dado y enseñado una gran lección. ¡No depender de nadie, sino de Dios y de su gracia! Pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Pablo está siguiendo la tesis estoica que enseña que el hombre tiene dentro de sí mismo toda clase de recursos y la usa con los filipenses, a quiénes aquella doctrina ya no les era del todo desconocida.

  Fil. 4:12. Sé vivir en la pobreza, y sé vivir en la abundancia. Se refiere a su capacidad demostrada al afrontar la diaria necesidad e incluso la pobreza. También se encuentra a gusto cuando tiene más de la cuenta para vivir. En todo lugar y circunstancia, he aprendido el secreto de hacer frente tanto a la hartura como al hambre, tanto a la abundancia como a la necesidad. Pablo afirma que ha aprendido a vivir con todo lo que venga. Recordemos que en su primera visita a la ciudad de Filipos ya nos mostró su adaptación a la nueva vida cristiana al cantar en la cárcel con Silas, en vez de estar abatido. Estaba listo y preparado para todo. Estaba preparado para hacer frente a cualquier situación que le deparase la vida. Y es que basaba toda su confianza en la gracia de Dios que lo sustenta todo. Veamos cómo:

  Fil. 4:13. ¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece! Este era el enorme secreto de Pablo: Cristo era su fuente y sostén en cualquier circunstancia. Para Pablo, Cristo Jesús era una realidad clara dentro de su vida. Era su ángel de la guarda y hasta su soporte. Se había unido a Cristo de tal forma y manera que su felicidad la constituía el hecho de sujetarse a su autoridad y voluntad.

 

  Conclusión:

  Con las últimas palabras de Pablo, llegamos a saber el enorme beneficio que da la gracia sustentadora de Dios y las desastrosas consecuencias que podemos sufrir en el caso de no aceptar esta gracia gratuita. De manera que aquí tenemos la lección: ¡Quién no confía más que en sus propias fuerzas, conocerá más tarde que nada puede hacer sin Cristo Jesús y quién no se apoya más que en su gracia, experimentará el calor de la omnipotencia!

  ¡Qué la gracia de Dios nos sostenga en todo momento!

 

EN CRISTO SOMOS HERMANOS

 

Efe. 2:11-16; 1 Jn. 4:7-12

 

  Introducción:

  Iniciamos, con la hermosa lección del domingo anterior, unos estudios sobre la vida cristiana en su aspecto más práctico. Vimos cómo y de qué forma Cristo hace al nuevo hombre, por la gracia exclusiva de la luz eterna.

  Hoy vamos a ver como por el solo hecho de ser nuevos hijos de Dios, los hombres son hermanos mutuamente por la sencilla razón de que en Cristo lo somos. Este hecho siempre ha sido escándalo para los hombres. Yo, que en mi fuero interno creo tener un rey, ¿cómo voy a creerme, a considerarme hermano de un negro o de un gitano? Sin embargo, los problemas raciales no son fruto de nuestro tiempo. Ya de antiguo hubieron brotes muy turbulentos que fueron capaces de engendrar guerras y odios más o menos claros o taimados. Los judíos no fueron una excepción. Mientras duraba la celebración de las festividades de la Pascua judía, un día en Jerusalén, el gentío escuchaba atentamente a Jesús. Y como era corriente en esta fiesta, estaban presentes no sólo las personas de la capital, sino también de las provincias de Palestina e incluso, extranjeros. Así que habían discípulos y apóstoles, pero también escribas y fariseos y gentes de todas las clases, sexos y condiciones sociales. A toda esa muchedumbre heterogénea, dice Jesús: Pero vosotros, no seáis llamados Rabí; porque uno solo es Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Así no llaméis a nadie vuestro Padre en la tierra, porque vuestro Padre que está en los cielos es uno solo, Mat. 23:8, 9.

  Bien es verdad que, en un sentido figurado, todos los hombres son hermanos sin distinción alguna, pues todos proceden del Padre por ser su Creador y todos tienen el mismo ascendiente humano en la hermosa persona de Adán. Pero es con este nuevo nacimiento cuando de forma especial somos hermanos en Cristo. Por la fe en Jesucristo hemos sido aceptados por el Señor como hijos amados, para formar una nueva familia con vínculos más reales, firmes e indestructibles que los físicos. Somos hermanos en el sentido más profundo y real todos y cada uno de los que le han aceptado, pero lo que nos maravilla más en realidad es que también lo seamos de Cristo.

  Veamos el proceso que hemos seguido, para hacer realidad una incongruencia, humanamente hablando:

 

  Desarrollo:

  Efe. 2:11. Por tanto, la partícula indica una conclusión sacada por el apóstol y no sólo por lo dicho en el v. 10, sino por todo lo que precede en este cap (ver vs. del 1 al 8). La obra de redención y de regeneración, realizada por la gracia de Dios Padre para todos los creyentes, judíos o paganos, ha traído, sobre todo en el estado de estos últimos, un cambio que los llenará de admiración a poco que reflexionen en él. Y a fin de despertar en ellos esos sentimientos, les recuerda el estado precedente, describiéndolo con rasgos enérgicos, apropiados para hacerles sentir de nuevo su profunda miseria. Acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en la carne… Esta es una alusión directa a nosotros, a los que hemos nacido fuera de la nación y raza judías, para que hagamos memoria de aquella época en que vivíamos solos y hasta perdidos, antes de nuestra reconciliación con Dios, gracias a la sangre de Jesucristo. Erais llamados incircuncisión; es decir, despreciados a/por causa de una falsa concepción de la santa obra de Dios en el hombre y separados también por un falso orgullo racial y religioso, a todas luces contrario a la voluntad de Dios. Por los de la llamada circuncisión que es hecha con mano en la carne. Otra lectura o traducción de este texto nos dice que los judíos llamaban a los gentiles: “El prepucio por la llamada circuncisión en la carne hecha con una mano humana.” El apóstol, queriendo recordar a sus lectores su estado de antes, anterior de perdidos y paganos, lo hace sirviéndose de términos despreciativos usados entre los judíos, pero dichos de modo que indica clara, sutil y delicada que los desaprueba. Aquellos signos físicos que hacían suyos hasta la muerte todo el pueblo judío, lo transforma en un pueblo caduco y aquel ceremonial tan falso como formalista los había esclavizado de tal modo que incluso les impidió ver y reconocer hasta el verdadero Mesías. Pablo indica que esta práctica se ha cambiado o convertido en algo netamente humano, por, para y en el hombre. Sin embargo, debemos notar que el Apóstol tampoco aprueba a los gentiles y lo que encuentra de lamentable en ese estado es, no la ausencia de la circuncisión, superficial y vacía, sino la ausencia de la gracia preciosa de que los gentiles estaban privados por aquel lejano entonces y que se nos describen magistralmente en el v siguiente:

  Efe. 2:12. Y acordaos de que en aquel tiempo estabais sin Cristo, y sin su poder transformador, sin su perdón y salvación, incluso sin posibilidad alguna de acercarse al Señor. ¿Por qué? Porque estábamos bien apartados de la ciudadanía de Israel, separados del pueblo elegido por barreras infranqueables, en el buen entendido de que aquí la voz o palabra “Israel” significa el medio donde la soberanía de Dios tomó forma y lo que es más importante, encontró su expresión terrera. En otras palabras, el todo Israel fue la esfera en la cual Dios se hizo conocido de los hombres y entró en relación con éstos. Y, naturalmente, estando fuera del círculo del pueblo elegido por Él, mal podíamos tener acceso al Cristo vivificador. Ajenos a los pactos de la promesa… Es curioso hacer notar la forma gramatical en que está escrita la voz o palabra “pactos”, puesto que está en plural y “promesa” que está en singular. ¿Qué quiere decir esto? Pues que fueron varias las ramificaciones del pacto primitivo aunque eso sí, todas ellas enfocando la misma promesa: ¡Hacia el Mesías! Debido a la inconsecuencia de los patriarcas, Dios Padre se vio obligado a repetírsela a Isaac, a Jacob y, por último, a todo el pueblo reunido en Sinaí. Pero los gentiles no tuvieron ninguna relación ni participación en estos actos de Dios con Israel. Por lo tanto, estaban sin esperanza y sin Dios en el mundo, abandonados a su paganismo e idolatría que, por cierto, no les daba ninguna seguridad ni en esta vida ni en la venidera. El gentil estaba abandonado a su vida de pecado y a sus consecuencias. Estos eran los privilegios espirituales a los cuales eran extraños todos los paganos y sobre los cuales se basaba la salvación de los judíos: Cristo, el Mesías. La pobre filosofía pagana no pudo dar ni encontrar esperanza alguna a la desesperación de los humanos fuera del pueblo de Israel. Éste era la institución externa que contenía a los verdaderos creyentes. ¡Sí, los únicos creyentes! Extraños a esa comunión, los paganos, no tenían esperanza, precisamente porque no tenían la promesa. Y por todas y cada una de esas causas eran o estaban sin Dios (en gr.: “ateos”). Y sin Dios en el mundo de tinieblas espirituales. Ahora bien, metidos en esta sana discusión, Dios, según la confesión de los antiguos no puede ser conocido si no se revela, 1 Cor. 8:3. Así que el total conocimiento que los paganos tenían de Dios, del Dios único y verdadero, era bien pobre, tanto es así, que hasta uno de sus hombres más relevantes, Sócrates, dijo: –Todo lo que sé es que no sé nada. Si nos apuráis, diremos que la expresión del apóstol es aplicable también a todos aquellos que, aun en el seno de la cristiandad, no están iluminados aún en su vida interna por la revelación de la gracia de Dios Padre que es en Cristo. Y de nuevo nos encontramos con el para algunos fantasma de la predestinación: ¡Dios sólo se revela a quien elige de antemano!

  ¡Gracias le sean dadas porque nos tuvo en cuenta y nos dio cabida en su Plan eterno!

  Efe. 2:13. Pero ahora… volviendo la oración por pasiva, en Cristo Jesús, a través de Él y su obra regeneradora y por celos o claro despecho del pueblo judío, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, como ya hemos visto, lejos y extraños a toda promesa y lejos de la revelación de Dios a su pueblo, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Claro, su sangre es el medio vital en donde germina la nueva vida. Él, con su muerte, ha roto para siempre las barreras de separación entre los dos pueblos, el judío y el gentil… ¡Ya no hay pueblos escogidos, sólo hay hombres escogidos! De ahí que partiendo de una fe genuina del hombre en Cristo, se inicia un amor filial entre todos los humanos que los une e iguala con el mismo rasero: ¡La fiel sangre de Cristo!

  Efe. 2:14. Porque él es nuestra paz, Cristo es nuestra paz, declara el apóstol, no sólo Cristo Jesús hizo la paz, v. 15, la ha establecido entre nosotros y Dios por su sangre, v. 13, y por su cruz, v. 16. Así que debemos estudiar unidos estos tres vs. para entender los detalles y el conjunto del plan de la reconciliación. Pero, ¿qué ha hecho para establecer esta paz entre los hombres? Quien de ambos pueblos nos hizo uno. Él derribó en su carne la barrera de división, es decir, la hostilidad. Así que, gracias a Jesús, los gentiles y los judíos somos una misma cosa: ¡Seres perdidos sin Cristo o seres salvos con Cristo!

  Efe. 2:15. Seguimos más: Abolió la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas… Este era el muro, la separación: Los judíos despreciaban a los paganos con orgullo, éstos a aquéllos a causa de su fe, de su circuncisión y de sus ceremonias. Este era el muro principal y la auténtica causa de la enemistad. Enemistad que estaba claramente dicha o identificada en la ley de los mandamientos formulados en ordenanzas. Así que Jesús también ha dado al traste, ha liquidado el imperio de la ley mosaica completa. Y no sólo a la ley ceremonial, sino toda la economía legal, incluyendo desde luego, su capacidad salvadora, Rom. 7:1-6. Y no olvidemos que la ley de los judíos o judaica era una simple esclavitud para ellos, prohibiéndoles todo contacto sanguíneo con los gentiles. Así, para crear en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, haciendo así la paz. El objeto principal de la muerte de Cristo fue la reconciliación del hombre con Dios. Y ésta logra hacer de los hombres una unidad, por tener el mismo común denominador, gracias a la propia regeneración de todas sus células sensitivas y hasta espirituales, pues no se trata tan solo de un acercamiento físico, sino de una unidad profunda en la base a la paz interior que obra en sus vidas.

  Efe. 2:16. También reconcilió con el Padre Dios a ambos en uno solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en ella a la enemistad. Notemos aquí que el apóstol dice que Cristo destruyó en su carne, en su sola persona, por su muerte, toda condenación de la ley, todo lo que había de servil y de exclusivo en los preceptos y ordenanzas, sustituyéndolo por la libertad del evangelio, accesible a todos, que une y hermana a todos los que abarcan la misma fe y el mismo amor. Por eso, creó en sí mismo de los dos hombres un solo hombre nuevo, y fijémonos bien, este hombre nuevo, este hombre regenerado, forma con Cristo un solocuerpo. Pablo nos demuestra aquí que Jesús, supremo hombre, es capaz de unir en sí mismo a las dos clases de seres separados y darles energía capaz de crear una amistad filial. Así se realiza la paz, así ambos, esas dos partes enemigas nombradas por tercera vez consecutiva por el apóstol, son reconciliados con Dios y toda enemistad, ora del hombre para con Dios, ora del hombre para con el hombre, es muerta, inútil, anulada. Además, al no haber enemistad, el hombre ya puede mirar a su prójimo con los ojos de la igualdad y ambos en uno, elevarlos al cielo, motivo y sostén de toda esperanza de herencia del Padre común.

  Leer 1 Jn. 4:7. Amados, amémonos unos a otros… Nos está hablando otro especialista del amor: ¡Juan! Con estas palabras, el apóstol vuelve al tema de su predilección: ¡El amor fraternal, en el cual ve la esencia de la vida cristiana! Este amor, digámoslo ya, es la suma de la justicia cristiana y la prueba de que hemos nacido de nuevo. Juan no usa el imperativo, sino el subjuntivo, con el fin de hacer más fiel, dulce y eficaz su llamamiento. Pero ahora bien, ¿por qué o para qué la necesidad de ese amor? ¡Porque el amor es de Dios! Este amor tiene su base y fuente en Dios, pues sólo Él es amor en su esencia y en su naturaleza. Hay más: Y todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Otra versión dice: Todo aquel que ama ha sido engendrado por Dios. Así que el amor que preconiza el apóstol sólo puede venir de Dios y todos aquellos que lo sienten dentro demuestran que efectivamente han nacido de nuevo en el Señor Jesús. El hombre creyente ama sólo por el hecho mismo de su filiación con el Padre. Y conoce a Dios. Sí, este tipo de amor no sólo es una prueba del nuevo nacimiento, sino que es la fuente del saber y conocimiento del Dios Padre. Así, Juan, nos demuestra la íntima relación que tienen entre sí las palabras conocer y amar. Lo cual queda demostrado en el v siguiente:

  1 Jn. 4:8. Y es que el que no ama no ha conocido a Dios, nunca ha conocido a Dios, ¿por qué? Porque, con toda sencillez, Dios es amor. Sí, el amor es su naturaleza. Así que el cristiano debe amar, no porque esto sea un mandamiento, que sí lo es, sino porque es lo mínimo que puede hacer al ganar la nueva y fiel naturaleza. El cristiano ama de forma inevitable, reflejando el amor de Dios sin poderlo evitar.

  1 Jn. 4:9. En esto se mostró el amor de Dios para con todos nosotros: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él… Sin comentarios. Quizás podamos añadir que el amor oculto no es amor. El amor brota como el agua de una fuente. El amor debe salir al exterior. Por eso se enseña el amor de Dios.

  1 Jn. 4:10. En esto consiste el amor, o la demostración del amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, a pesar de que era el único Ser digno de ser amado, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por todos nuestros pecados. Estos pecados eran los que hacían a los hombres unos seres opuestos a Dios, que es Luz. De modo que no sólo el amor del Padre es completamente gratuito, inmerecido, sino que para hacernos capaces de comprenderlo y de responder a él, ha sido necesario el profundo misterio de la propiciación nueva, fiel e insondable manifestación de Dios.

  1 Jn. 4:11. Amados, ya que el Señor nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Este amor de los hijos de Dios unos a otros, debe ser de la misma naturaleza que el amor de Dios Padre para con ellos, porque es producido de forma única por el fiel conocimiento del amor original. Como hermanos de Cristo e hijos de Dios, debe florecer el amor divino en todas y cada una de nuestras relaciones humanas.

  1 Jn. 4:12. ¡Nadie ha visto a Dios jamás! Ni le veremos nunca con los ojos físicos, en tanto tengamos en presente cuerpo sin glorificar. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros… En otras justas palabras, amamos porque su presencia es real en todos nosotros. Además, su amor se ha perfeccionado en nosotros. ¡Atención! El Dios invisible, inaccesible, se ha manifestado a nosotros por su Hijo unigénito, Juan 1:18. Y se ha manifestado en nosotros por la comunión del amor fraternal que es una prueba sensible de su presencia, de su comunión íntima con las almas. Su amor es, pues, entonces perfecto, cumplido, consumado, Heb. 5:9, en nosotros. Porque ninguno puede amar verdaderamente a sus iguales, sino aquel en quien Dios ha derramado su amor. Ahora bien, donde Él haya realizado ya esta obra de gracia por la fiel regeneración de un corazón que se ha abierto para recibir el amor del Padre Dios, éste la proseguirá hasta conseguir su total y absoluta perfección. De manera que esta perfección del amor fraternal se consigue en nosotros, pero quien la consigue es Dios.

 

  Conclusión:

  Ahora bien, ¿por qué el amor de Dios encuentra su perfección en nosotros los humanos? Pues es sencillo. Si Dios es amor, su espíritu no puede dejar de producir más que el amor, pero es en el hombre salvo en dónde puede practicar la perfección del mismo. En la práctica de ese amor en el hombre, se refleja la presencia del Padre Dios; así que, sólo por medio del hombre salvo, puede llegar a ser comprendido el amor de Dios.

  ¡Amén!

CRISTO HACE AL NUEVO HOMBRE

 

Juan 1:9-13; Efe. 2:1-10

 

  Introducción:

  En la lección de hoy empezamos una nueva unidad de estudios con el título: La Vida Cristiana En Su Aspecto Práctico. Y claro, por la lógica, debemos empezar por aquella lección que trata del nuevo nacimiento.

  Si quisiéramos contar las vicisitudes naturales de un hombre empezaríamos por su nacimiento y las normales circunstancias que rodearon su venida al mundo. De forma paralela, la Biblia enseña que todo ser humano debe pasar por la experiencia de un nuevo nacimiento para entrar a disfrutar de la ciudadanía de un mundo distinto y espiritual: ¡El Reino de Dios!

  Notar bien que hemos dicho nacimiento espiritual en un mundo espiritual. Por eso no es el resultado de la obra del hombre en el hombre, sino que es la obra exclusiva de Dios, obra de la rama del E. Santo en el hombre gracias a la fe de éste en la Segunda Persona de la Trinidad: ¡Cristo! Pero este nuevo nacimiento es real como el físico, por lo que le afectan situaciones y efectos similares. Si en el natural, el feto ya tiene características del futuro hombre; en el espiritual, el hombre del primer amor es aquel otro que será maduro mucho más tarde gracias a las graves tentaciones y experiencias personales. Entonces, si en el primer nacimiento afecta a la naturaleza íntegra del ente individual; en el espiritual, no consiste en un mero cambio de mente, no es una mera transformación superficial de la vida del nacido, sino que para él, para el hombre, este segundo nacimiento significa un cambio total y radical de dirección, una profunda dedicación y una dependencia al Dios Padre y unos anhelos de servicio y emulación de Cristo que, por lógica de su gracia, le convierten en el nuevo ser. ¡Es un nuevo ser!

  ¿Dónde podemos sacar los argumentos necesarios en los que poder basar lo dicho con palabras bíblicas? En 2 Cor. 5:17, dice: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. De esta manera uno ya no vive ni para sí ni de por sí, vive en Cristo, para Cristo y por Él. Veamos ahora el parto que origina el nuevo nacimiento:

 

  Desarrollo:

  Juan 1:9. Aquél era la luz verdadera, referencia clara al Verbo, a Cristo Jesús si tenemos en cuenta el contexto de los ocho primeros vs. de este mismo cap. Esta es la luz genuina y original en claro contraste con la pequeña luz que emanaba Juan el Bautista, el cual, eso sí, era el reflejo de la luz verdadera. ¡Cristo es el sol que genera y despide luz propia! El último profeta, Juan el Bautista, a pesar de ser un fiel reflejo de esa luz, no lucía la propia, sino que la reflejaba del mismo modo que los hacen los planetas respecto al sol. Además, Juan el Bautista tenía otro buen detalle que podemos contabilizar en su haber: Era un testigo fiel y vivo de esa luz y así lo reconoció de forma pública. Porque es necesario pensar que habrán dos clases de testigos; unos que reflejarán la luz de mal talante, por la fuerza, porque serán llamados a juicio delante de Él, como si de eclipses vulgares se tratase y otros que lo hacemos con gozo y alegría, reconociendo que la luz que emanan los rostros no es nuestra, pero que, eso sí, estamos luchando y esforzándonos para que día a día sea más fiel y más pura. Que alumbra a todo hombre que viene al mundo. Porque es preciso decir que con la venida de Cristo a la tierra, la luz de Dios Padre brilló con tal claridad y esplendor, que nadie podía ignorarla. Ni los que vivieron en otro tiempo y que ya están muertos, ni los que actualmente poblamos el mundo que hemos dado en llamar Tierra, ni los que nacerán y vivirán en el futuro. Una buena y exacta traducción de la frase, sería: La luz verdadera viniendo al mundo ilumina bien a todo hombre. Así que el alcance de la venida de Cristo es única e universal. Y, por lo tanto, cada hombre y mujer tienen esa luz al alcance de su mano. Luz, cuya propiedad principal es que puede transformar la vida por completo. El hecho de digerir bien esta luz, da al hombre una oportunidad para hacerse con el nuevo nacimiento.

  Juan 1:10. En el mundo estaba: ¿Qué? ¿Cómo que estaba en el mundo? Es una referencia histórica a la presencia física de Cristo sobre esta tierra; incluyendo pues su nacimiento, su encarnación y en concreto, su genial ministerio público desarrollado en tres años penosos. Y el mundo fue hecho por medio de Él. Esto es una confirmación de los vs. 3 al 5. Por el contexto sabemos que esta frase alude de forma especial al mundo inteligente, a la humanidad. Sabemos que todos los hombres somos creación de Dios por medio de Jesús. Y que en la Biblia, el término mundo tiene varias acepciones y no siempre significa el universo físico o cosmos, sino también, como en el caso que nos ocupa, se refiere a la humanidad separada o unida de Dios Padre Y aún hay otra acepción que se relaciona con los apetitos carnales que se enseñorean sobre el hombre. Sin embargo, una cosa está clara: Cristo es superior e independiente a todos los hombres e incluso a la Creación entera. Pero el mundo no le conoció. Todos los hombres en general, la humanidad, no le reconocieron como Señor y Creador y prefirieron ignorarle con tal de seguir con su vida de pecado. Ahora bien, ¿cómo es que a pesar de haber visto su luz y de haber sido iluminados con ella, los hombres se han empecinado en negar a Cristo de forma fría y sistemática? Sí, el hombre es libre. Como tal le hizo Dios y ha elegido seguir la dirección equivocada, por eso no tendrá ninguna excusa delante del Creador en el día del juicio.

  Juan 1:11. A lo suyo vino, ¿qué puede ser lo suyo? ¡Todo lo que le pertenece por derecho propio y por haberlo creado! Sin embargo, por la construcción gramatical de la frase que vemos, que estudiamos, parece ser que se hace referencia a la nación judía como posesión especial del Señor. Vino a su pueblo, Éxo. 19:5; Deut. 7:6. Pero los suyos (Israel) no le recibieron. Sí, sí, se trata de los miembros de su propio pueblo, los judíos. No sólo no le aceptaron en su seno, sino que lo negaron como Mesías, Señor y Rey, y lo mataron…

  Juan 1:12. Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre: Como cualquier regla gramatical que tiene su excepción que la confirma, hay una ínfima mayoría que le ha reconocido como Señor y Mesías y más tarde, como una lógica consecuencia, su Salvador personal. Esta minoría se inició con los doce apóstoles, después, los ciento veinte escogidos y por último, toda la hueste de creyentes judíos y gentiles. Y éstos hicieron algo más que reconocerlo, se unieron a Él, murieron por Él y resucitaron con Él gracias a su fe, una fe que es un sinónimo de entrega y sumisión. Así que se dieron y entregaron a Cristo para siempre. Esto es lo que significa creer en su nombre. Les dio derecho de ser hechos hijos de Dios. Así, por el solo hecho de creer en su nombre, podemos recibir por herencia y por derecho el ser llamados hijos de Dios. Don, que conviene recordar, recibimos de forma gratuita y sin más condición que nuestra fe.

  Juan 1:13. Los cuales nacieron no de sangre, ni de voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios. Una clara referencia al extraño hecho de que la nueva creación no obedece a ninguna filiación o voluntad humanas. Esta nueva forma de ser, o nuevo nacimiento va más lejos del instinto humano de la reproducción y está vedado también a la voluntad más fuerte del más santo varón. Porque, siendo vida espiritual, sólo puede ser obra de Dios.

  Efe. 2:1. Y en cuanto a todos vosotros, estabais ya muertos en vuestros delitos y pecados: A los cristianos de Éfeso y a todos los del mundo. El mensaje de Pablo es bien claro. En el cap. 1:20-23 ha hecho una exaltación gloriosa del Jefe de la Iglesia y aquí lo va a hacer de sus miembros sin importar el estado en que se encontraban antes de su conversión, sin importar, repetimos, el deplorable estado de pecado y muerte en que estuvieron todos sumidos. Nos referimos, claro, a esa época real, cuando todos estábamos no sólo solos y separados de Dios, sino condenados a muerte eterna. La traducción de la palabra delitos (en gr. faltas, caídas, transgresiones), indica acciones culpables. En cuanto a los pecados comprenden todo lo que el hombre hace opuesto a la voluntad de Dios Padre, ya sea en hechos, pensamientos o sentimientos de corazón. Por otra parte, la palabra muertos, moral y espiritualmente, tiene aquí, como en cualquier otro lado bajo la magistral pluma de Pablo, un significado profundo y extenso, Rom. 1:32. En todos los sentidos, el salario del pecado es la muerte. El alma, separada de su Creador, de la única fuente de vida, cae cada vez más profundamente en la miseria moral y termina con la muerte eterna. Incluso, la muerte física no ha tenido otra causa, Rom. 5:12.

  Efe. 2:2. En los cuales anduvisteis en otro tiempo, y conforme a la corriente de este mundo… Valera traduce: Según la edad de este mundo. En 1 Cor. 3:18, 19, estas palabras están separadas para expresar algo mejor el conjunto de principios, de máximas, de conducta, de pecado, que marca y caracteriza la vida de los hombres inconversos. Mas este es el único pasaje en que están unidas. Y lo están, sin duda, para dar más energía y extensión al mismo pensamiento. Y esta corriente, o curso del mundo, desemboca en un fin seguro, inexorable: ¡La ruina y la muerte! Y al príncipe de la potestad del aire: Una referencia muy clara a Satanás que reina sobre la corriente de este mundo. Sabemos que el diablo ejerce su dominio sobre el reino de las tinieblas y que es su príncipe, Mat. 12:24. Pero en cuanto a la potencia o potestad del aire, ¿qué significa? Esta denominación del imperio de Satán solamente se encuentra en este pasaje. En ninguno más de toda la Biblia. Y ha dado, por eso, un trabajo enorme a los estudiosos. Lo más probable es que el apóstol quiera indicar con esta cita que siendo espirituales Satán y sus ángeles, por su real naturaleza no están ligados a la tierra como nosotros los hombres. Y logran ejercen sus dominios en regiones más superiores que el propio Pablo llama en otro sitio lugares celestiales, Efe. 6:12. Seguimos: El espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia. Pero el lado más claro y practico de las enseñanzas paulinas sobre este difícil tema, es que el diablo que rige la potencia aérea ordena también al espíritu que ahora actúa, que mueva a los hombres y los dirija hacia la inequívoca desobediencia a Dios. ¡Y a fe que lo consigue! Col. 3:5.

  En el v. siguiente se indica cómo:

  Efe. 2:3. En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra pobre carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; todos hemos vivido como ellos, dice Pablo, no queriendo exceptuar a todos los judíos más que a los paganos de ese juicio que se extiende a todos los hijos de Adán. Luego indica en el hombre la fuente de su pecado, o la causa por la cual Satán obra en él: ¡Su corrupción natural! Sí, la fuente de todo mal está en esos deseos de la carne, en su loco corazón y naturaleza carnales. Estos deseos, alimentados en el corazón, se vuelven ahora voluntades de la carne y de los pensamientos. Las primeras tienen su origen en los sentidos, las segundas son independientes de ellos pero en su conjunto hacen de todo al ser un alma dominada y corrompida por la carne, Mat. 15:19. Por naturaleza éramos hijos de ira, cómo los demás. Sí, nosotros también fuimos siervos de Satanás a causa de nuestra naturaleza carnal. Y, por lo tanto, objetos de la ira de Dios, Col. 3:6.

  Efe. 2:4. Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con qué nos amó: Por su gracia, perdón y porque es amor, abunda en gracia y misericordia para con el hombre. Esta es la causa y el efecto por el cual se rige Dios. Este fue el motivo por el cual Dios hizo el esfuerzo de intentar salvar al hombre.

  Efe. 2:5. Aun estando nosotros muertos en delitos, separados pues, de Dios, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia sois salvos! Es decir, El Señor hizo nacer de nuevo nuestra alma y la ensalzó al nivel de la de Cristo; porque dónde y cómo vive la Cabeza, allí y así viviremos por fe. Otra vez el apóstol Pablo no puede dejar de hablar de esta manera, llevado por su real entusiasmo ante la obra de Cristo a favor del pecador.

  Efe. 2:6. Y juntamente con Jesucristo, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales. Alusión clara a la resurrección y ascensión que tendrán lugar en el día del Juicio Final, del mismo modo y manera que se realizó en Cristo. Y precisamente por la seguridad y certeza que ya tiene el apóstol, habla de hechos como si éstos hubiesen tenido lugar. De hecho, en el mismo momento de darnos a Cristo entramos a disfrutar del gozo y los privilegios parciales del cielo.

  Efe. 2:7. Para mostrar en las edades venideras, ¿cuándo? En el tiempo que viene después del Juicio Final, puesto que ya hemos hablado de heredar los lugares celestiales señalados como las superabundantes riquezas de su gracia, por su fiel bondad hacia nosotros en Cristo. Los incrédulos quedarán asombrados al ver como los creyentes toman posesión de su herencia: ¡Una vida eterna igual a la de Cristo! Es mucho más, nosotros mismos quedaremos maravillados.

  Efe. 2:8. Porque por gracia sois salvos, claro, sin merecerlo para nada, y por medio de la fe, que ya sabemos en que consiste: Entregarse a Cristo y después reconocerle como Rey y Señor. Y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Claro, cuando el ser humano decide aceptarle lo hace impelido por el E. Santo, único capaz de infundir y mover la fe. De ahí que debemos estar muy agradecidos a Dios por escogernos a nosotros.

  Efe. 2:9. No es por obras, nuestras obras, ni antes ni después de la salvación no pueden entrar para nada en la causa de la Salvación propiamente dicha. Las obras son su causa si acaso, jamás es su efecto. Y todo esto para que nadie se gloríe, para que nadie se vanaglorie de forma equivocada y egoísta.

  Efe. 2:10. Porque somos hechura de Dios… ¿Ahora bien, qué significa la palabra hechura? ¡Cualquier cosa respecto del que lo ha hecho! Y por Él hemos llegado al nuevo nacimiento, 2 Cor. 5:17. Creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras. El poder del Señor Jesús nos capacita para hacer buenas obras. Por lo que el objeto final del nuevo nacimiento son las buenas obras. Todo aquel que no anda en ellas, prueba por ello mismo que no ha tenido parte en esta nueva creación. Que Dios preparó de antemano… De acuerdo con la condición y aptitudes de cada nuevo creyente. Para que anduviésemos en ellas. El resto de nuestra vida física. Nuestro campo de acción es el mundo que nos rodea.

 

  Conclusión:

  Así que hermanos, nuevos hombres gracias a Cristo, salgamos de aquí llenos de espíritu de servicio para con Dios y los demás, puesto que Él así lo quiere desde mucho antes de nuestra propia conversión.

  ¡Así sea!

EL HOMBRE RESPONDE POR MEDIO DE LA FE

Juan 20:26-29; Rom. 10:6-11

 

  Introducción:

  ¿Cuál es la llave que nos puede abrir la puerta de la vida eterna? ¡Jesucristo! Por medio de su muerte ignominiosa en la cruz y mediante su resurrección gloriosa de la tumba, forjaba la llave capaz de abrir al hombre las puertas de la Vida Eterna, normalmente cerradas.

  Ahora bien, ¿la Salvación por medio de Cristo, es local? ¡No, de ninguna de las maneras! La obra expiatoria de la cruz es universal en cuanto al carácter y personal en lo que toca al individuo. Aún otra pregunta: ¿Hay hombres de alguna raza o condición social a quiénes les está vedado el salvarse? ¡No, no! Todos los hombres tienen la misma oportunidad de alcanzar la salvación eterna. Pero la actitud del hombre no tiene nada de pasiva en cuanto al deseo de salvarse. El hombre ha sido, es y será un mero espectador en el asunto mecánico de la salvación; es decir, quien murió y resucitó es Cristo, nadie más. Pero, sin embargo, para que la salvación tenga efecto en el hombre es necesario que abandone esa pasividad y ese aspecto negativo del asunto y responda positiva y activamente a las demandas de la fe en Cristo. ¡Sólo así es posible ser salvo!

  Así que para que la salvación tenga lugar es necesario que exista un Salvador: Jesucristo, claro, y un posible salvado, el hombre. Y que éste se considere perdido y dé el primer paso de unión o acercamiento al Salvador. Una fe viva es sólo la que nos hace reconocer a Cristo como Salvador y Señor de nuestra vida. Es por medio y a través de la fe que el hombre se reconcilia con Dios. ¡Es la fe activa la que da vida!

  Los cuervos de Elías: Una viuda y su hijo estaban en una sala de su casa sin comer durante dos días. Los dos leían la historia de Elías y los cuervos. –Mamá –decía el niño-, si vinieran los cuervos aquí, encontrarían la ventana cerrada. ¿Me permites que la abra? –Ábrela, hijo. –Ahora ya está abierta –dijo el niño-, ¿volvemos a pedir al Señor que nos envíe al menos un poco de pan? –Sí, vamos a hacerlo, hijito. Mientras oraban en voz alta, acertó a pasar por allí el alcalde de la localidad y enterado de su necesidad, puso rápido remedio.

 

  Desarrollo:

  Juan 20:26. Ocho días después, ¿después, de qué? De la santa y gloriosa resurrección. El domingo siguiente de la resurrección de Jesucristo. De domingo a domingo. Sus discípulos estaban adentro otra vez, y Tomás estaba con ellos. ¿Qué hacían dentro de la casa? Estaban reunidos celebrando un culto en un lugar secreto por temor a los judíos, v. 19. Pero a pesar de esta circunstancia, lo importante es el hecho de que llevaban dos domingos igual, reuniéndose para crecer espiritualmente; es decir, comentar el mensaje de Cristo y ver que actitud tomar en los días venideros. Debemos resaltar que la costumbre cristiana de reunirse los domingos significó un cambio notable en la vida común de los judíos que estaban acostumbrados a festejar los sábados. Así, de esta forma se inaugura la época de gracia, cambiando el preceptivo día de descanso, sólo porque Cristo resucitó en domingo.

  Pero en la ocasión que nos ocupa, Tomás, uno de los apóstoles ausente el domingo anterior no sabemos porque causa, sí está presente y parece un poco escéptico por lo que cuentan sus compañeros en el ministerio. Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesucristo entró, se puso en medio de ellos y dijo: Con sorpresa y sin que nadie supiese la hora, Cristo entró en la sala ignorando la realidad física de las puertas. Ya no habían barreras para su cuerpo glorificado. Notar, sin embargo, que ellos le reconocieron. De donde se desprende el hecho de que también lo haremos nosotros cuando allá arriba estemos todos glorificados empeñados en dar gloria al Señor. Y dijo así: ¡Paz a vosotros! Una salutación corriente en aquellos días pero que, sin embargo, no dejaba de indicar una bendición. Ahora veamos: ¿Por qué se presentó así Jesús? Como mínimo se nos ocurren tres razones: (1) Había alguien que lo necesitaba mucho, Tomás. (2) Toda la comunidad creyente estaba lista para encontrarlo, y (3) el mismo Cristo necesitaba dejar explicaciones que tapasen cualquier resquicio de duda que pudiera haber entre los doce.

  Juan 20:27. Luego dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; sí, sí, Cristo va derecho al grano. No quiere vacilaciones y como conoce muy bien, a la perfección, el corazón humano sabía de la duda de Tomás (ver el v. 25). Sin embargo, aquí Jesús repite las mismas palabras de las pruebas solicitadas por Tomás dándole a ver y entender que Él era sabedor de su debilidad. Esto hace sentir vergüenza al apóstol de las dudas y le hace reconocer que está en un error y, con ello, Cristo gana otra batalla. ¡Otro cristiano que le seguirá hasta la muerte! Después, quizá con ternura no exenta de energía le riñe, le reprende: Y no seas incrédulo… con un duro corazón incapaz de reconocer las señales que se habían predicho acerca de todos los hechos que estaban ocurriendo, sino creyente. El estado de Tomás entrañaba el peligro mortal de endurecer su corazón y hasta convertirle en un verdadero incrédulo acerca del Maestro y su ministerio expiatorio. Porque, mirar, ¿cuál era realmente la duda de Tomás? ¡La resurrección de Jesús! Por eso es exhortado a seguir el camino de la fe, una fe basada en la verdad, en la certidumbre de la resurrección del Señor. Otra forma, es vana, ¡es una fe ciega y muerta!

  Juan 20:28. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! La actitud y las palabras de Cristo tuvieron su eco inmediato. Tomás rectifica y su sumisión es completa. ¡Está salvado! Ahora veamos bien: ¿Podía usar por derecho propio el pronombre posesivo? ¿No parece demasiado exclusivista? No. Cada hombre tiene derecho a poseer a Cristo por completo y por entero. Del mismo modo que Él se entrega totalmente, exige una entrega total. Pero en esta ocasión, Cristo Jesús va más lejos:

  Juan 20:29. Y Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, has creído? Hay aquí un ligero y cariñoso reproche. Cristo parece decir: Sí, querido Tomás, ¡qué lástima que hayas tenido necesidad de verme para creer! Pero ya no tiene importancia. Lo que es de verdad importante es que con aquel –¡Señor mío!–, el apóstol ha sido restaurado por completo. Sin embargo, creo que sería injusto postergar a los que han creído en Él sin verlo: ¡Bienaventurados los que no ven y creen! En verdad en esto estriba la verdadera fe. Sí, sí, es la convicción de creer en algo que no se ve. Es gustar algo que no se come. Es sentir algo que no se toca, Heb. 11:1. Porque todo el que hace depender su fe en las cosas demostrables corre el riesgo de encontrar un vacío al final de la carrera, puesto que sólo las cosas invisibles son las eternas, 2 Cor. 4:18.

  Rom. 10:6-8. Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón, ¿quién subirá al cielo? (para hacer bajar o descender a Cristo), ni ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Más bien, ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. ¡Vaya! Un pasaje paralelo a este lo podríamos leer en Deut. 30:11-14. Este fragmento de Moisés que Pablo comenta y aumenta a la luz que le da el hecho de conocer el Evangelio, es menos una cita y más una interpretación libre del pasaje citado. No es más que una pincelada dentro del cuadro que expresa su propio pensamiento. Pero sin embargo, hay en estas hermosas palabras de Moisés un sentido íntimo y espiritual que está en completa armonía con la palabra de fe que predicamos y que tan bien expone Pablo. El uso que él hace aquí del tema muestra por lo menos que a sus ojos el medio de salvación por gracia, por la fe, no era del todo extraño al mundo del AT. Podríamos leer el cap. 1 de Rom. el 2, el 3:21 y el 4:1, para reafirmar lo que estamos diciendo. En el antiguo Pacto, no habrían habido jamás hombres reconciliados con Dios, llenos de paz, gustando lo bueno que era el Señor, hallando su ley más dulce al alma que la miel a su boca, cantando con placer el perdón de los pecados, sino hubiesen sido justificados por la fe, por medio de la gracia de Cristo. Este medio de salvación les había sido revelado por los sacrificios, por los símbolos del culto, por todas las promesas del Dios Padre y, en particular, por algunas declaraciones del amor del Señor, como la que nos ocupa y que fueron usadas, ampliadas y aplicadas por Moisés y Pablo. Así pues, y siguiendo el razonamiento del Apóstol, ya en el Antiguo Pacto el hombre no estaba obligado a decirse con cierta desesperación: ¿Quién subirá al cielo? En otras palabras: ¿Quién llevará a cabo lo imposible? No. No era posible una salvación por la ley. Por eso Dios, en su infinita misericordia, les había revelado que su gracia la había puesto en la boca y en el corazón del creyente y la había hecho por lo tanto, fácil y posible (ver Jer. 31:33). La salvación se podía, pues, digerir. Sin embargo, este estado de salvación es tanto más lleno, más completo ahora por cuanto conocemos mucho más que la justicia que es por la fe, como el apóstol dice en el v 6. Así que decir ahora, bajo la manta de este segundo Pacto: ¿Quién subirá al cielo?, es sinónimo de negar que haya descendido ya para revelarnos todo el consejo de su Padre. Es pensar en la posibilidad de obligarle a bajar de nuevo para rescatarnos de la maldición de la ley. Pero Él vino ya una sola vez y ha hecho su trabajo, Juan 16:28. Decir aún ¿quién descenderá al abismo? sería igual, lo mismo, que traer de nuevo a Cristo de entre los muertos; es decir, negar que ya haya muerto por nuestras faltas y resucitado para nuestra justificación. Decir eso, sería volver a pedir su sacrificio y toda su obra de redención y es esta incredulidad lo que Pablo reprocha a los judíos actuales, a los judíos contemporáneos. Así, lo que ha sido imposible al hombre no teniendo más que la justicia de la ley, le es ofrecido en Cristo quien, por la fe, le pone en posesión de todos sus derechos, de su justicia y de su vida. El pecador ya no tiene que hacer más que creer con el corazón y confesar con su boca, como veremos un poco más tarde, enseguida. En cuanto a los judíos que habían tenido las primicias de la ley, han venido negando con insistencia la gloria de Cristo a pesar de tener en sus manos y en su corazón las señales que le identificaban como tal. Nosotros podemos decir con Pablo: Esta es la palabra de fe que predicamos…

  Rom. 10:9. Que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor. No basta saber que es el Señor. Es necesario confesarlo a viva voz. Pero, ¿por qué está invertido el sentido de la frase? ¿Cómo es posible confesar a Cristo si aún no se ha creído? Está escrito así para corresponder a la cita estudiada: En tu boca y en tu corazón. Luego en el v 10 se establece el orden natural. Y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, la fe es algo que va más allá del mero asentimiento intelectual. El término griego que se traduce por corazón designa, no a la parte afectiva de la actividad espiritual, sino que incluye al intelecto, la voluntad y la emoción. Estas facultades se condicionan entre sí, mediante el ejercicio de la fe en Cristo. ¡Serás salvo! Y de forma automática, el reconocimiento de Cristo como Señor y la sumisión voluntaria a Él por la fe, colocan al hombre en la fiel situación de salvo.

  Rom. 10:10. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se hace confesión para salvación. Así que para los efectos de la nueva vida, el creer antecede a la confesión. Sin embargo, la confesión es consecuencia de la fe. Pero ambas, una y la otra, son inseparables. La fe que no es confesada, es decir, que no testifica, no es una fe viva. Por último, podemos decir que la justificación que no lleve a la salvación, no es de verdad y, por lo tanto, incapaz de reconciliar al hombre con Dios.

  Rom. 10:11. La Escritura dice así: Todo aquel que cree en él no será avergonzado. Otra cita del Apóstol Pablo a Isa. 28:16. El creyente en Cristo no tiene porque avergonzarse de su fe, sino que por el contrario, esta fe, es motivo de gozo y alegría. Pero aquí hay una velada cita a ese momento del juicio final cuando todos los hombres sin falta se presentarán ante el Juez Justo. Los verdaderos creyentes en este día, recibirán la más cálida felicitación de parte del Señor.

 

  Conclusión:

  ¡Qué contraste con todos aquellos que no podrán aguantar la amorosa y justa mirada del Juez!

  Ahora que aún estáis a tiempo, responder con fe a la llamada Universal. ¡Dios quiera que así sea!

JESUCRISTO ES EL REY

 

Hech. 2:36; Zac. 9:9, 10; Fil. 2:5-11, 15

 

  Introducción:

  El domingo anterior vimos perfectamente el cuadro que nos brindaba el Siervo por excelencia: El Señor Jesús. El cómo había sido abandonado, angustiado y muerto por nosotros. Hora es que lo estudiemos como Rey y Soberano. Tenemos la experiencia diaria de ver como pasan a la historia las soberanías y reinos humanos, precisamente por eso: ¡Por ser humanos! Cristo es eterno y eterno será su reinado.

 

  Desarrollo:

  Hech. 2:36. Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, del discurso de Pedro en Pentecostés, anuncia a la casa de Israel y a todo el mundo: que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, ¡qué actitud tan diferente la de Pedro en contraste con aquellas negativas suyas de antes de la crucifixión de su amigo y Maestro! ¿A quién acusa aquí? A la casa de Israel y con ella a todos los seres humanos. Dios le ha hecho Señor y Cristo. Otra vez hay un contraste entre lo que consideran los hombres y lo que el Señor realiza. El mismo tipo de desprecio humano sirve para ensalzar al Cristo y ganarse el título de Señor de los señores.

  Zac. 9:9. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Y da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! Zacarías, uno de los profetas más vivos y mesiánicos por excelencia, nos habla de alegría por la cercanía del nuevo Rey. Sion y Jerusalén se refieren a lo mismo. La ciudad de Jerusalén, en el AT, es llamada Sion porque está ubicada precisamente en el monte del mismo nombre. Pero aquí la profecía las menciona en un sentido figurado puesto que se refiere al nuevo pueblo de Dios en un sentido espiritual. Este nuevo pueblo está establecido en base a la obra expiatoria y redentora de Cristo. Así que esta alegría es indispensable para los que como nosotros esperan la segunda venida en gloria. Ahora bien. Si Él será el futuro rey de los cielos, debemos dejar establecido que estos cielos somos nosotros, miembros de las iglesias locales y miembros de la Iglesia universal. En suma: ¡Somos ciudadanos del Reino de los cielos para usar el léxico paulino!

  He aquí, tu rey viene a ti, ¡qué difícil es imaginar un reino sin rey! Nosotros tenemos la seguridad de que Él vendrá de nuevo. Pero este Cristo venidero sufrirá una marcada metamorfosis. ¡De Siervo sufriente a Rey soberano! Ahora bien, ¿cuándo será esta segunda venida? No importa. Nosotros podemos decir que está cercana, que está ya a la puerta; puesto que por más que se demore, por más que tarde, no es nada pues nuestro sentido del tiempo no es nada comparado con la Eternidad. Justo, recto. Atributo que hemos dado muchas veces al Mesías en conexión con la Redención. ¿Dónde radica su sentido de la justicia? (1) Debía ser justo, sin mancha, para poder realizar perfectamente la Salvación, y (2) porque no sólo nos perdona nuestros pecados, sino que nos justifica ante el Padre. Debemos recordar una vez más que nunca hubiésemos podido ser salvos de no mediar una poderosa justificación apta hasta para los ojos justos de Dios. Y victorioso, en Él está la salvación de forma natural tal y como está la vida. Pero sólo puede ser Salvador de aquel o aquellos que quieran, aunque sea una paradoja. Es decir, Cristo, el Cristo victorioso, el de las cien victorias, se autolimita a la voluntad humana. Humilde. Este atributo dice mucho de mansedumbre, paz, misericordia y perdón. Y montado sobre un asno, ¿qué quiere decir esto? En la época de la profecía, este animal no era despreciado como lo es en el día de hoy. ¡Ni mucho menos era símbolo de humillación! Los príncipes y hombres importantes solían cabalgar sobre asnos, Jue. 5:10. Y si el caballo era el símbolo de la guerra, el asno lo era de la paz. Ahora bien, ¿a qué venida de Jesús se refiere el profeta? Pues a la primera y más concretamente a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero no podemos desligar a la segunda en la que lo hará también en calidad de Rey de Paz. De forma que la profecía asocia de forma indistinta varios elementos de las dos venidas que no se pueden evitar ni discernir por completo debido a su marcado y fuerte paralelismo. Sobre un borriquillo, hijo de asna. Se trata de un asno joven, sin domar, sobre quien no se había sentado nadie antes, Luc. 19:30. Los judíos de la época de Jesús entendieron muy bien el mensaje de la figura. Jesús entraba en la ciudad como Rey y Señor de Paz y más: ¡Cómo Soberano victorioso!

  Zac. 9:10. Destruiré los carros de Efraín y los carros de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra, el profeta determina ahora sin duda los acontecimientos que harán de aval en su segunda venida. Todos los elementos de guerra como los carros, caballos y arcos, serán rotos, definitivamente rotos, eliminados y echados en el olvido. Y con ellos se irán los tanques, bombas y artefactos que hoy son los ángeles que guardan de la paz. ¡Hasta ese extremo ha llegado el hombre! Así que la paz mundial, sin temor a represalias, es y será una de las señales que indicarán la inminencia del fin del mundo o el inicio del mundo, como queramos mirarlo o comprenderlo, puesto que nosotros con el buen poeta Gita, decimos: “El fin del nacimiento es la Muerte. El fin de la Muerte es buen Nacimiento. Tal es la ley.”

  En este v. el vocablo Efraín se refiere al reino del Norte o Israel y Jerusalén al reino del Sur o Judá. Así que otra señal equívoca de la segunda venida será sin duda el hecho de que no habrá más rencor entre los hombres, ni fronteras, ni separaciones, ni odio de razas, ni más castas sociales. En resumen: Todo lo que hoy divide al hombre será cambiado en instrumentos para la paz. Por eso Cristo hablará de paz a las naciones. Pero, ¿cómo será posible en aquellas horas, en aquellas circunstancias? Sencillo, ¡porque los servidores actuales de este reino son ya portavoces de esa paz! Cuando Él venga por segunda vez encontrará que todos los moradores de la tierra sin excepción habrán oído hablar de nuestra paz y entonces, la impondrá con autoridad plena y con poder como consecuencia lógica de la campaña desarrollada por sus hijos. Así que otra señal la constituye el hecho de que los moradores de la tierra habrán oído hablar de Él y de su paz. Su dominio será de mar a mar y desde el Río (Éufrates) hasta los confines de la tierra. Nadie se quedará sin haber oído hablar de Cristo y de su Evangelio y lo que es más importante: Ningún ser humano, ni muerto ni vivo, dejará de reconocerlo como Rey y Señor de hecho y derecho.

  Fil. 2:5. Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo en Cristo Jesús. ¿Cuál es ese pensar? Él no buscó lo suyo, antes se humilló adoptando nuestra naturaleza, y sometiéndose a la ingratitud y a la maldad humanas. De ahí que nosotros, no sólo nos debemos limitar a servirle, que sería lo propio, sino que debemos amar y servir a nuestros semejantes.

  Ahora bien, toda la verdad moral se encuentra en Cristo de forma natural y tan viva como la verdad divina. Por eso el apóstol Pablo, exhortando a los cristianos de Filipos y al mundo entero, al desinterés, a la abnegación y hasta a la humildad, vs. 3, 4 de este mismo cap, no tiene un mejor ejemplo que ponerles ante sus ojos que contrastar al Hijo de Dios convertido en Hijo del Hombre. Pero, ¿cuál es, en esta contemplación pura de la persona y de la humillación del Salvador, su punto de partida? ¿Pablo habla sólo del Cristo histórico, de su aparición sobre esta tierra? ¿No será que quiere elevarle hasta su alta preexistencia eterna? ¿No será que quiere enseñarnos lo que Él era antes de esta aparición, para descender luego a las profundidades de la humillación que empezó en el punto de su encarnación? En efecto, el buen Pablo nos demuestra que hay distancia entre el punto de partida de Cristo y su estado latente de humillación donde se colocó como Salvador.

  ¡Cristo existía siempre en forma de Dios! Ver si no:

  Fil. 2:6. Existiendo en forma de Dios, aquí la palabra “forma” no indica una mera apariencia, sino la expresión plena del poder divino. La antítesis de esta frase la encontramos en el v 7, con aquel dicho paralelo de forma de siervo. Sí, siendo totalmente nuestro Señor se transformó totalmente en siervo. La frase existiendo en forma de Dios, equivale a imagen de Dios que estudiamos en otra ocasión, Heb. 1:3. E implica la realidad de la esencia divina, Juan 1:1, 2. Así que cuando Dios se sale, se manifiesta en su gracia, tiene su forma y esencia reales, ya que no puede manifestarse como Dios y no serlo. Él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Así, aun estando en posesión de todas las perfecciones divinas, pues el Hijo de Dios era igual a Dios, Juan 5:18. Y si hubiese venido como tal a la tierra, no habría sido como alguien que se aferra a hierro candente. No. Lo habría hecho con poder, fuerza y gloria. Pero no tubo en cuenta su estado y se humilló hasta el extremo que veremos en el v siguiente:

  Fil. 2:7. Sino que se despojó a sí mismo, se vació, pues este es el mejor sentido del original griego. Y esta es la idea que expresa Pablo en 1 Cor. 15:10. Sí, vaciarse, además de forma voluntaria. Este despojarse lo constituye el hecho real de la humillación propiamente dicha, por la cual el Hijo de Dios bajó de lo infinito a lo finito. El hecho de adquirir forma de hombre le despoja de la gloria divina. ¡De manera que Dios se transforma en forma de siervo! Además, como ya hemos visto, lo es en las dos ocasiones de forma total, completa. Era siervo de Dios, Isa. 42:1, y siervo de los hombres, Mat. 20:28. Él, que era Señor de todos como veremos en el v. 11, de este mismo cap. Y de esta forma se desprende la idea de que su humanidad no era menos real que su divinidad: Tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Ya sabemos el significado formal de la palabra semejante. Y hallándose en condición de hombre, por si el detalle de humanizarse no llevara consigo suficiente lastre y humillación, aún quiso llevar su entrega a mayor profundidad. ¿Cómo…?

  Fil. 2:8. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente fiel hasta la muerte, aunque era por naturaleza Dios debía aprender la obediencia por las cosas que padeció, Heb. 5:8. Y llevar esta obediencia hasta el sacrificio entero de su voluntad, Mat. 26:39. Ahora, ¿hasta qué punto estaba dispuesto a obedecer? Hasta la muerte, muerte que no tenía ningún derecho sobre Él, ¡y muerte de cruz! La más cruel e ignominiosa de todas las muertes. ¿Y dónde radica la humillación de la obediencia? ¡En que jamás antes había obedecido a nadie! Aquí sí, debemos notar dos verdades importantes de la doctrina paulina en cuando a la humillación de Cristo: (1) Qué los términos forma de Dios e igual a Dios no expresan dos atributos diferentes, sino que se complementan y se explican de forma mutua, y (2) que aunque el apóstol enseña aquí en términos claros la perfecta humanidad del Salvador, lo hace con palabras que reservan su naturaleza divina y que, sin duda, separan al hombre Jesús del resto de los humanos.

  Fil. 2:9. Por lo cual Dios lo exaltó hasta lo sumo. Esto es, le dio, le restituyó a su tiempo la gloria eterna y el ejercicio de los atributos divinos que había renunciado. Aquí hay algo bueno e interesante que notar: No sólo volvió al trono del Padre como Hijo eterno de Dios, sino como el Hombre Jesús que era, porque del mismo modo que no abandonó su divinidad al venir, así tampoco abandonó su humanidad al marchar. Y esto nos señala que si bien nuestros cuerpos aparecerán glorificados, también es cierto que nos conoceremos porque las características esenciales de nuestra naturaleza no se difuminarán ni cambiarán. Y le (dio) otorgó el nombre que es sobre todo nombre. De manera que fue investido con su antiguo nombre de alta dignidad de Soberano, Señor y Cristo.

  Fil. 2:10. Para que en el nombre de Jesús, la humanidad de Cristo antes bien demostrada, se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra. Que las rodillas de los seres celestiales se doblarán ante la gesta del Hijo del Hombre, no tenemos ninguna duda. También sabemos del total reconocimiento que le darán los humanos. Pero, ¿que hay de este extraño acatamiento de los seres de abajo, de los seres subterráneos? Es la hora, digámoslo ya: ¡Las huestes infernales y satánicas también se arrodillarán en su día y en su momento!

  Fil. 2:11. Y toda lengua confiese para la gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor. Así que la confesión de que el Cristo es nuestro Señor es para la gloria de Dios Padre. Porque no podemos olvidar que Dios y todas sus perfecciones han sido hechas y manifestadas en Cristo y en su obra. Esta es la firme esperanza del cristiano. Pero para llegar a la meta sólo hay un camino: el renunciamiento y las humillaciones que Cristo siguió y padeció. No hay otro.

  Fil. 2:15. ¿Todo lo dicho hasta ahora para qué? Para que seáis irreprensibles y sencillos, unos hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida, mala y perversa, en la cual vosotros resplandecéis como luminarias en el mundo.

 

  Conclusión:

  Es nuestro destino: ¡Todos hemos de dar luz indicando el duro camino de la cruz!

  ¡Qué Dios nos ayude!