RECONCILIACIÓN

 

2 Cor. 5:16-21

 

  Introducción:

  Si para la comprensión total del evangelio hay palabras claves; la primera es, sin duda, Predestinación, que ya fue estudiada en su día y publicada en Nuestra Labor. Inmediatamente después, y siguiendo en importancia y poder, aparece ya Reconciliación, la puerta y prólogo para la Justificación que presentaremos en una tercera ocasión.

  El verbo reconciliar, en sus múltiples tiempos, aparece o está señalado en la Biblia en 34 ocasiones por lo menos y todas ellas tienen que ver con: restablecer la amistad y la buena armonía entre dos enemistades y acordar los ánimos desunidos. Esto puede llevarse a término entre dos hombres, entre el hombre y Dios… y entre el Señor y su criatura. Pero sólo los dos últimos casos merecen ahora nuestra atención, puesto que el primero es consecuencia lógica de éstos.

  Ahora, localizado ya el campo de nuestro estudio, podemos afirmar que la Reconciliación es el efecto de la satisfacción que Cristo ofreció con su muerte a la justicia divina, por los pecados de la humanidad. Pero para que esto pudiera llegar a tener valor de hecho y derecho ante los ojos de Dios Padre, Cristo debía ser considerado y evaluado apto para representar con éxito total esta parte de la obra de la Redención. Pero sólo podía conseguirlo apropiándose desde antes de la fundación del mundo del papel de víctima propiciatoria. En el léxico del AT, la propiciación era la ofrenda que apaciguaba la ira de aquel contra quien se había cometido la ofensa. Así, por extensión normal: Jesucristo es la propiciación por nuestros pecados, Rom. 3:25; 1 Jn. 2:2; 4:10. Es por esto que su sacrificio quitó de un brochazo los obstáculos que impedían a la misericordia de Dios salvar a los pecadores… y apaciguar la justa ira de su ley eterna. En cuanto al paralelismo de la idea del AT es patente: En la versión llamada de los 70 se usa la misma palabra griega para definir y resaltar la expiación por excelencia, Núm. 5:8; un sacrificio por el pecado, Eze 44:27, y la cubierta del arca de la Alianza, Lev. 16:14; Heb. 9:5. Una vez aclarado el medio por el cual la reconciliación tuvo posibilidad de hacerse realidad, notemos por un momento la autenticidad de la víctima: Cristo en su faceta de Redentor. Evidentemente, este nombre se aplica bien al Salvador del mundo porque muriendo en lugar del género humano y pagando así su rescate, lo redime de servidumbre del pecado y, lo que también es importante, del castigo merecido.

  Por otro lado, el uso que se hace de esta palabra en el AT, nos puede servir para entender mejor lo que significa la Obra de esta Redención: El participio del v redimir, a saber, redentor, dice y señala al pariente varón consanguíneo más cercano de uno, a quien correspondían unos derechos y deberes, como pudieran ser: (1) Redimir, sin esperar a que llegara el año de jubileo, la propiedad o persona de alguno que, habiendo contraído deudas, no estaba en situación de salir de ellas, Lev. 25:25-28, 45-53; Rut 3:12; 4:1, 10, 14. A Dios se le representa como el pariente más cercano, el Goel o redentor de su pueblo, Éxo. 6:6; Job 19:25; 33:27, 28; Sal. 103:4; Isa. 41:14; 43:1, 14; 44:6, 22; 48:17, 20; 49:7. Entre los hebreos, algunas veces incluía el casamiento con la viuda del pariente difunto. (2) Recibir la reparación que un tercero debía a un pariente difunto a quien había ofendido, Núm. 5:6-8. Y (3) vengar la muerte del pariente que había sido asesinado, Núm. 35:12, 19, 21, 27; Deut. 19:6, 12, 13.

  Así, Jesucristo, habiendo tomado nuestra naturaleza en sí, como el más cercano de nuestros parientes, puede destruir a Satán, nuestro asesino, Juan 8:44; Heb. 2:14, 15. Es debido a este sacrificio cruento que todos los seres humanos con espíritu de verdadero arrepentimiento que creen en Cristo, se reconcilian con Dios quedando libres de la pena merecida por sus pecados y adquiriendo títulos para la herencia de la vida eterna. Así, la expiación hecha por Cristo es el tema distintivo del evangelio y se presenta por medio de gran variedad de términos ejemplares, tanto en el A como en el NT. En su sentido más profundo, incluye además, la idea de la expiación y justificación, la cual es, desde luego, el objeto de la auténtica reconciliación.

  De esta manera es como la palabra hebrea del AT traducida por reconciliación, aunque en ocasiones Reina traduce expiación, se aplica en general a las cosas que cubren algo implicando así, de ese modo, que por medio de la propiciación divina el pecador queda a cubierto de la justa ira de Dios Padre. Y esto sólo se lleva a efecto por medio de la muerte de Jesucristo, mientras que todas las ofrendas ceremoniales de la iglesia judía sólo servían para que el culpable confeso se pusiese a cubierto de todos los juicios temporales aunque, no obstante, tipificaban ya, no lo olvidemos, la sangre del Cristo que nos limpia de todo pecado.

  Llegados a este punto sólo nos queda por ver, hablando de forma humana, cómo podemos ser partes activas y, hasta cierto punto, indispensables en el milagro de la reconciliación. Pues es necesario hacer constar que, algo después de Cristo, y siguiéndole en importancia en el Plan de la Reconciliación, venimos nosotros, los agentes de la propaganda; cuya gestión también hace posible que el Plan se cumpla, gracias a un deseo expreso del Santo Creador. Y es que legó en nosotros los salvos, la tarea de extender su Reino terrenal y cumplir con todos sus dichos y requisitos; en la frase: Tuvo a bien nombrarnos Ministros de Reconciliación.

  Ahora veamos como este aparente contrasentido puede ser llevado a cabo, paso a paso, pues es una parte importante en este proceso, cuyo principio es la Salvación misma y cuyo fin, la propagación de ésta sobre la tierra.

 

  Desarrollo:

  2 Cor. 5:16. Tratando de expresar de un modo más claro y sorprendente la renovación completa de aquellos que, muertos a sí mismos, no viven más que para Cristo que los salvó, el apóstol expone este hecho bajo dos marcadas formas distintas que se complementan y tienen algo de absoluto, veamos: (1) No los conoce ya según la carne, y (2) son nuevas criaturas (lo vamos a ver en el v 11). En cuanto al primer apartado, sólo podemos decir que conocer a uno, a alguno según la carne es conocerle en su vida natural; es decir, su posición externa, rico o pobre, sabio o ignorante, judío o griego, etc. (Para ver o entender lo que queremos decir cuando usamos el vocablo “carne”, leer Rom. 1:3). Por ella señalamos la sustancia material de la que está compuesto cualquier cuerpo humano, el órgano portador de las facultades del alma. Sí, y ya que ésta fue creada originalmente para servir de libre y santo armazón al Espíritu del Creador en el hombre, igual el destino del cuerpo era el de servir como instrumento dócil al alma, afín de ser elevado poco a poco en la misma forma y manera de que lo fuera el alma por la gestión directa del Espíritu Santo.

  Puestos en este punto, vemos que aún no existe la idea de pecado inherente a la carne. Pero cuando el espíritu del hombre se hubo apartado, irreconciliable para hablar con propiedad, por causa de la caída y en consecuencia ya separado de Dios como vemos en Gén 3, entonces, entregado a su propia voluntad y lo que es peor, muy dominado por su propia debilidad, fue incapaz de dominar a la carne.

  Entonces, ésta adquirió una vida propia, una actividad muy independiente con giro de 180 grados de la finalidad por la cual fue creada y como consecuencia del giro, la mente o inteligencia y la voluntad fueron sometidas a los sentidos; y desde entonces, lo que debía mandar por derecho de nacimiento, sirve y lo que tenía que servir, manda. Y ya desde entonces también, la idea de “pecado” fue unida a la carne en el léxico de las Escrituras. De ahí que el apóstol nos diga que todo esto ya ha desaparecido de los ojos, la mente y los sentidos del cristiano. Y con el fin de dar más energía al pensamiento, lo aplica a Jesucristo mismo. Sí, sí, con este v parece darnos a entender que había conocido al Señor Jesús durante su vida terrenal, pero así, de una manera externa, ya no le conocerá más. Pues, ¿qué beneficio obtendría con ello? ¡Ninguno! A pesar de que estamos hablando de la persona de Jesús. Miles y miles de hombres, aun sus propios enemigos, le conocieron así y no consiguieron ninguna bendición.

  Sin duda, confesar a Cristo venido en carne, 1 Jn. 4:2, 3, es en realidad un conocimiento saludable del Señor, y precisamente, porque Dios manifestado en carne ha sido también glorificado en Espíritu, 1 Tim. 3:16. Además porque Aquel que es hijo de David según la carne ha sido declarado el Hijo de Dios con potencia, por su resurrección de entre los muertos, Rom. 1:4. De todo esto se sabe, se desprende, que el que conoce a Cristo, muerto por nuestras ofensas, ya no le conoce según la carne, porque le adora como un ente resucitado para nuestra propia y fiel justificación y reconciliación.

  Sí, desde luego, la dos fases de la vida de Cristo son del todo inseparables y su muerte fue el cumplimiento de su vida justa y limpia. Pablo, a pesar de su superficial teoría en contra, está perfectamente de acuerdo en esta tesis, como podríamos ver en 1 Cor. 1:2. Quizás, en el v. que estamos estudiando ahora, nos encontremos con que Pablo tiene una intención solapada de polémica contra todos sus adversarios judaizantes de Corinto, que se jactaban de sus relaciones personales con el Señor o que elevaban a los otros apóstoles por encima de él por el simple hecho de haber conocido de forma física al Jesús, el Maestro y de haber vivido en su intimidad.

  2 Cor. 5:17. De modo, por las razones expuestas, el que está en Cristo, nueva criatura es. Sí, así de sencillo, o de difícil, según se mire. Otras versiones traducen: Nueva creación; pero ambas tienen el mismo sentido en la voz griega usaba por Pablo. Quizá él tiene presente en el pensamiento aquella buena promesa de Dios Padre iniciada en Isa. 43:18, 19 y 65:17, y completada en Apoc. 21:1-5, y la ve perfectamente lista realizada ya, ahora, en cada creyente. Hay, desde luego, en cada cristiano, una segunda creación y, por lo tanto, una transformación en una nueva criatura. Su vida natural, sobre la que reinaba el pecado, ha muerto y el Señor Dios ha creado en él una “vida nueva”, cuyas evidentes y fijas manifestaciones son opuestas radicalmente a las del viejo hombre: pensamientos, afectos, deseos, necesidades, y gozos y penas, temores y esperanzas. Virtualmente, el apóstol puede pues decir, que todo ha sido hecho nuevo; ya que la obra del Señor, una vez iniciada, no puede sino terminar perfecta, Fil. 1:6. Pero para que tenga lugar este gran milagro, es necesario, imprescindible, estar en Cristo con la idea de comunión viva, íntima, con Él.

  2 Cor. 5:18. Y todo esto proviene de Dios… Sí, esta vida nueva, sus frutos, todo lo que tenemos y tendremos, todo lo que somos y seremos, todo, todo es un don gratuito de Dios. El medio por el cual nos abrió esta inagotable fuente de gracia sobre gracia, es la reconciliación que Él mismo ha realizado en Cristo.

  Pero en este tema aún hay más: Nos dio el ministerio de la reconciliación. De ahí que el creyente, al reconciliarse con su Dios mediante la fe, tiene la firme responsabilidad de participar en la reconciliación de otros; puesto que de otro modo, la suya no sería completa, pues ya es sabido que esta madurez espiritual tiene tres aspectos muy diferentes que, a su vez, se juntan, complementan y perfeccionan: (1) Reconciliación con Dios; (2) reconciliación con uno mismo, y (3) reconciliación con el resto de los humanos. Así queda bien claro que, estas tres partes de un todo, se llevan a término cuando, por amor, extendemos el fiel Reino de Dios en la tierra.

  2 Cor. 5:19. Este v explica y prueba todo lo dicho en el 18. Y las palabras: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, expresan al mismo tiempo la plenitud de la Divinidad del Creador, del Mediador, de la Víctima Propiciatoria, del Redentor y de la acción soberana de Dios en la obra de la reconciliación. Es así cómo llegamos a ciertas interpretaciones opuestas: La que hace de las pocas palabras Dios estaba en Cristo, un primer pensamiento y el resto, reconciliando al mundo, un segundo. Además, la otra interpretación la constituye el simple hecho de unir las dos frases: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo.

  De esta forma tan sencilla, aquel primer pensamiento del apóstol que hemos comentado ya, desaparece por completo reafirmando de paso la unión de toda la frase tal y como él nos la ha transcrito dándonos pie a que podamos hacer la siguiente pregunta: ¿Cómo se encuentra realizada esta acción divina de la reconciliación en Cristo? Normalmente respondemos: ¡En su muerte! La respuesta está muy bien justificada por el v. 21, que luego estudiaremos, en donde el apóstol se explica con claridad, lo mismo que el resto del NT, atribuyendo el perdón de los pecados y aun la misma reconciliación al sacrificio de la Cruz. Pero para que esta idea sea verdadera y completa, hay que ver aún más en las palabras de Pablo: La reconciliación del hombre con Dios, de Dios con el hombre, del hombre con el hombre, ha tenido lugar, ante todo, en la Persona del Cristo, Hombre y Dios. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo. Sólo así, la fiel creencia de que Dios era Cristo cuando moría en la carne, en la cruz, es la única razón capaz de reconciliar al creado con el Creador.

  A continuación, el apóstol expone dos gestos o actitudes de Dios que son consecuencia del primero y principal que ya hemos estudiado: (1) No imputándoles sus faltas, es decir con claridad, perdonándoselas como si nunca hubiesen existido, y (2) nos encargó a nosotros la palabra de reconciliación. En donde se ve que el Señor Dios mismo ha previsto, por la institución de este apostolado, la forma y manera para que esta reconciliación fuera anunciada a este mundo. Es interesante observar que lo que Dios ha reconciliado en Cristo es nada menos que “el Mundo”, es decir, nuestra humanidad entera, con igualdad de oportunidades, 1 Jn. 2:2.

  2 Cor. 5:20. Una buena traducción sería: Somos embajadores por Cristo. Pues lo que hacemos, o tal vez deberíamos hacer, es trabajar de embajadores delante de los hombres pecadores. En cuanto a la frase: Como si Dios rogase, aún tiene un pensamiento que podemos explotar. ¿Qué quiere o puede significar? ¡Por medio nuestro! Ya lo hemos dicho antes, Él fue quien puso en nosotros la palabra de reconciliación y por eso nuestro actual testimonio debe ser sincero y directo para que todos piensen que es el propio Dios quien está rogando por ellos a través nuestro.

  ¿Y, cuál debe ser nuestro mensaje? ¡Reconciliaos con Dios!

  2 Cor. 5:21. Este último texto explica el acto divino cuya causa es el motor de la reconciliación que el apóstol Pablo nos viene hablando. A Aquel que jamás tuvo nada en común con el pecado, cuya vida permaneció siempre santa, pura y limpia, el Señor le hizo pecado “por nosotros.” En otras palabras: Dios vio en Jesús el pecado y lo castigó con su desprecio y abandono, Rom. 8:3; Gál. 3:13.

 

  Conclusión:

  Esta es la esencia de la reconciliación y justificación: El Cristo es delante de su Padre lo que nosotros éramos y, por contra, nosotros nos identificamos en lo que Él era y es pudiendo, por lo tanto, ver en su día a Dios cara a cara.

  Una última palabra para aclarar esta parte de la doctrina que tantos errores ha provocado en la historia. Lo que dice Pablo está claro. Sin embargo muchos han visto en estos vs. la idea de que la reconciliación es un hecho que sólo tendría lugar de parte del hombre para con Dios, puesto que Éste, todo santidad, amor y misericordia para el pobre pecador, no tiene ninguna necesidad de reconciliarse con el hombre. Pero esto no lo dice Pablo. Afirmarlo es una simple y pura negación de la justicia de Dios, es atribuirle indiferencia respecto al ser pecador. Sin lugar a dudas, el Señor nos ha reconciliado con Él, v. 18, pero es por la obra de Cristo, en quien Dios mismo estaba y porque no tuvo en cuenta el pecado, v. 19, por la sencilla razón de que éste ya estaba expiado a sus ojos, v. 21.

  Si la reconciliación no tuviese lugar más que del lado del hombre, no se podría predicar otra cosa que Dios Padre ha revelado su amor, en cuya sola virtud es posible la santa reconciliación. Mas los apóstoles y la Iglesia misma, desde el principio, han venido predicando que la reconciliación ha sido totalmente hecha y realizada sobre el Gólgota y sólo en virtud de este hecho, la predicación de hoy, actual, tiene la fuerza de consolar y regenerar.

  Esto es todo. Sólo que deberíamos recordar de que no todos podemos ser profetas, apóstoles ni pastores, pero que sí que todos somos ministros de la reconciliación en esta tierra.

 

  Documentación:

  Otros vs. que deberían verse para la total comprensión del tema, son: (a) Reconciliación, Lev. 7:7; 9:7; 16:6, 10, 11, 17, 24, 32; Rom. 5:11, 12; 11:15; (b) las reconciliaciones, en Éxo. 30:10; (c) reconciliando, Col. 1:21; (d) reconciliar, Lev. 6:30; 8:15; 2 Crón. 29:24; Efe. 2:16; Col. 1:20; (e) se reconciliará, Lev. 16:30; 19:22; Núm. 15:28; (f) y hasta también reconciliarlo, Lev, 14:29; (g) reconciliaros, Lev. 23:28; Núm. 28:22; 29:5; (h) y hasta reconciliarse, Lev. 14:21; (i) también reconcilien, Núm. 8:19 y (j) reconcíliense, 1 Cor. 7:11.