LA PREDESTINACIÓN

 

Efe. 1:3-6, 11, 12a; 2:20; Rom. 8:28-30

 

   Muchas veces momentos hemos habladode la predestinación como algo que pertenece a un cierto misterio inescrutable y, sí, en la mayoría de los casos, lo hemos hecho superficialmente, sin considerar este tema como un todo indivisible con la gracias y la salvación. Y como hace poco, en la ED, hemos adquirido el compromiso de dedicar un estudio completo a la misma, valga la excusa para animarnos de valor y recopilar aquí las enseñanzas entresacadas de una de las más difíciles doctrinas paulinas, pero señalando de paso que lo hacemos en calidad y efecto de una lección más para nuestra querida clase de Adultos B.

  En primer lugar, ¿qué entendemos por predestinación? Dice el diccionario, en su acepción teológica, que es: La ordenación de la voluntad de Dios con que desde la eternidad tiene elegidos a los que han de lograr la gloria. ¿Es esto cierto a la luz de las Escrituras? Veamos:

  Efe. 1:3. Bendito el Dios y Padre del Señor Jesucristo, como sabemos, bendecir a Dios es glorificarle con un sentido de adoración y reconocimiento con total y libre independencia de aquella otra bendición que solemos recibir nosotros de Él, que bien pudiéramos traducir como algo que nos reporta beneficios materiales y espirituales. Aquí se indica muy bien una bendición del primer tipo, una bendición de gracias por el Dios y Padre que los define, a su vez, como Dios y como Padre de Jesucristo. Es curioso notar que el original dice: Dios de Jesucristo, pero como la idea no ha sido usada en el lenguaje bíblico, creemos que la tenemos bien traducida como ya la hemos transcrito y repetimos: Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor. Y sin embargo, debemos insistir, aunque sea algo de pasada, que el apóstol escribió: Dios de Jesucristo. Mucho más cuando esta misma expresión aparece de su pluma en el v. 17 de este mismo cap. la cual tampoco está traducida de forma literal. Pero lo que verdaderamente importa es hacer resaltar la necesidad que tiene cualquier hombre de bendecir a Dios Padre, sobre todo cuando este hecho sale, como un grito, de lo profundo de su corazón, y nos da idea de dependencia e impotencia ante Él. El cual nos bendijo con la bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Sí, en primer lugar sepamos que en el original gr. sólo se lee: Bendición espiritual en celestiales, omitiendo la palabra lugares. Es un extraño detalle que permite a unos traductores, entre ellos Lutero, suplir este bache traduciendo como sigue: Bienes celestiales en vez de lugares celestiales. Sin embargo este último término es preferible, porque tiene a su favor el testimonio de otros pasajes de esta misma epístola donde se encuentra la misma expresión y esta vez en el original (ver: Efe. 1:20; 2:6; 3:10; 6:12). El apóstol nos indica con ello, que el origen de todas estas santas bendiciones por las que da gracias a Dios; vienen del propio cielo, cuyos tesoros y maravillas son alcanzables para nosotros y, por consiguiente, ninguna de ellas nos será vedada. Así que son estas bendiciones las que nos ponen en comunión con el alto cielo y con los espíritus celestiales que contemplan el rostro de Dios. Y aún hay más. Todas estas bendiciones, y lo que representan, nos son dadas y reservadas en el cielo, donde, en un día señalado, las tendremos o poseeremos en toda su plenitud, ver: Mat. 6:20; Col. 1:5; 2 Tim. 1:12; 1 Ped. 1:4.

  Así que, el apóstol, inicia su epístola con ese bendito sea Dios. Fijémonos ahora el marcado contraste que hay en esta misma frase. Bendito sea Dios, es todo lo que puede hacer el hombre. Palabras y nada más. Pero si la comparamos con aquella otra: Que nos ha bendecido. Ya no sólo son palabras, sino hechos. Con unas bendiciones que son gracias inmensas y que reúnen, además, el hecho de ser santos e espirituales puesto que emanan de la exacta naturaleza espiritual del propio Dios.

  A continuación, en los vs. 4 al 14, Pablo hace una lista de esas bendiciones que podemos recibir apoyándonos sólo en nuestro Señor Jesucristo. Y es tal la ansiedad que nos demuestra, que estos diez vs. forman una sola frase no interrumpida por ningún reposo. Hay tanto que contar y tan sublime, que las palabras le fluyen como una impetuosa fuente. Nosotros, que no podemos abarcar en un artículo toda la ciencia que se desprendería del gran estudio de estos vs. tenemos que limitarnos a indicar que el motivo de esta adoración, el gran motivo de toda esta epístola, es que Dios, según el consejo eterno de su fiel misericordia, ha llamado a todos los pobres gentiles en un desesperado esfuerzo por y para conseguir sacarlos de sus propias tinieblas y hacerlos partícipes de lujo en su maravillosa luz. Hacerlos sentir los sanos beneficios de su comunión, incluso, haciéndolos entrar a formar parte del pacto de la gracia, limitado en otro tiempo para el pueblo judío. Además, por lo general, Pablo empieza sus cartas con acciones de gracias por motivo de las bendiciones recibidas en las iglesias particulares a quienes escribe; pero aquí, en esta carta pastoral, su horizonte se ensancha y el pensamiento de la salvación eterna de Dios en Cristo Jesús, se gana o apodera de su alma. De ahí las alturas celestiales a las que se eleva de entrada y de ahí, ese centralizar en Cristo todas las bendiciones benéficas para el hombre.

  Efe. 1:4. Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo… Como base a las bendiciones que va a enumerar, el Apóstol, sitúa la elección procedente de Dios, desde antes de la fundación del mundo. Y para mejor idea, mejor comprensión de este inicio, debemos trasladarnos a los dos pasajes o textos, que son paralelos entre sí y a la vez perfectamente complementarios del que nos ocupa: (1) Mat. 25:34. Dado a que el reino descrito por Jesús estaba ya preparado en el santo consejo de la gracia divina desde la fundación del mundo para los que son benditos del Padre, ellos mismos estaban a su vez destinados, en la misma época, para el disfrute del y goce del mismo. (2) 2 Tes. 2:13. Otra vez la expresión: Elección para la salvación desde el principio. Pero, bueno, veamos en base a que: (a) Por obra del E. Santo en ellos; (b) por la fe que les ha dado en la verdad, mientras que tantos otros creen en la mentira a pesar de tener la misma fuente de información, y (c) por la vocación eficaz que les ha dirigido en el Evangelio, cuyo último fin será la santa obtención de la gloria de Jesucristo (ver el v. 14).

  Así, entrando de lleno en esta materia, vemos con estos dos primeros aldabonazos, que si bien Dios nos escogió firme y delicadamente de entre la variedad humana desde antes de la caída original, no por eso, inexorablemente, seremos salvos. Y es que somos justificados mediante la fe en Cristo Jesús, el cual, nos reconcilió con el Padre. Sólo así entramos en el Plan de la Predestinación. Bien es cierto que nosotros vemos la procesión desde la puerta de una casa de una calle estrecha y Dios la ve desde la terraza. Para Él no existe el tiempo y sin embargo, para nosotros, lo es el todo; para nosotros, el tiempo es real, es nuestra cuarta dimensión. Pero, de cualquier forma, si hoy somos salvos, podemos dar gracias a Dios porque, eso sí, mediante su E. Santo, nos influyó a reconocernos culpables y, por lo tanto, nos instó a ver y acercarnos al único Juez capaz de cumplir nuestra condena en su propia carne. Porque fijémonos bien en el texto: Si se dice que Dios había formado en su santa gracia el designio de esa temprana elección, también se afirma que la centralizó y condicionó en Él (en Cristo). Donde se desprende que Dios no pudo amar al mundo sino en Aquel que, en otro tiempo, había reconciliado en su sola Persona y en su Obra, el marcado contraste de la justicia y la gracia. Para comprender esta situación debemos salir o trasladarnos de momento a Rom. 3:22-24: No hay diferencia, todos pecaron, siendo justificados de una forma gratuita por su gracia. Es decir, que sí, que todos estábamos perdidos sin remisión. Sin embargo, y siguiendo la tesis paulina, deslumbramos aquí una esperanza: En Él, Dios eligió… a sus hijos del seno del mundo caído; pues el principio, el medio y el fin de la Salvación son la Obra de Cristo. Y por eso mismo afirmamos, que la verdad de esta elección eterna es el un firme fundamento del creyente. Y sin embargo, hay muchos que interpretan este pasaje, esta elección, con la acción de la libre voluntad de Dios Padre de salvar a la humanidad entera y por lo tanto relacionan este buen término con la propia Salvación, o simplemente, con la gracia misma. Pero nada más lejos de la realidad. Si bien este escoger condiciona hombres que no eran salvos, no significa de por sí, que este simple hecho les salve. Este fin, este escoger no es una gracia irresistible. Los que así piensan olvidan que el Señor hizo al hombre perfectamente libre y ni aun en una cosa tan importante como la propia existencia o vida eterna, les puede influir hasta tal punto que roce la única, perfecta y bien definida libertad humana. Juan 3:16, es claro y explícito: Todo aquel… Y en este todo aquel se incluye a la humanidad entera. ¿Dónde queda, pues, aquella elección? En el único hecho de que Dios envía su Espíritu a tocar los corazones y aquel que responde, que es sensible a sus impulsos… ¡es y era elegido por Dios! Así de sencillo. Otros creen, a su vez, en una elección previa, pero buscando la base, el fundamento en el hombre y no en el Señor. Pretenden los tales, que Dios eligió a aquellos en quiénes previó la fe, la santidad… ¿Es esto lo que dice Pablo?

  Sigue Efe. 1:4. Para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor. La idea está clara. No dice que Dios nos eligió porque éramos santos, sino para que lo fuésemos. Y además, santos, según lo que entiende el sano concepto divino; es decir, para que podamos medir nuestro grado de santidad delante de Él. Otro gran Apóstol complementa la tesis: Sois elegidos… para ser rociados con la sangre de Cristo, 1 Ped. 1:2. Este es, ha sido y será, el único filtro capaz de justificarnos y hacernos santos de verdad, apartados para Él. Así que el propósito primario de esta única elección es la santidad; y por eso mismo, Dios, bien que asegurando la perfección de su santa obra en nosotros, nos hace ser los responsables de entrar o salir del campo de esa elección, de esta sana atracción, poniendo en plena armonía la perfecta libertad de su gracia y la indispensable y santa obediencia del que es objeto de su mejor creación.

  Recuerdo que cierto día paseando con mi hijo en el campo, cogió una mala hierba sin que lo pudiese evitar. Rápidamente, le advertí:

  –No te la comas si no quieres que te duela la barriga.

  Podía muy bien habérsela quitado, pero preferí dejarlo a su elección a pesar de que sabía de una forma positiva de que si se la comía se pondría enfermo. Sí, Dios el Padre, en su sabiduría, nos escogió para ser santos en Él, pero limitó su aceptación al mismo elegido, es decir, a nosotros, a todo hombre. En nuestra anécdota, yo elegí para mi hijo la sanidad, pero fue él quien la quiso y la aceptó. Las últimas palabras de este v, en amor, bien pueden conectarse con lo que precede o con lo que sigue. En el primer caso indica nuestro amor como indispensable y el único receptáculo de la santificación. En el segundo, nos revelan todo el amor de Dios como la causa motora de su elección, como vamos a ver enseguida en el estudio del próximo v.

  Efe. 1:5. Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Cristo a Sí mismo, según el puro afecto de su voluntad. Aquí nos aparece una nueva palabra: Adopción. Para aprender su significado debemos trasladarnos de nuevo a Rom. 8:15. Aquí notamos en primer lugar que el Espíritu de adopción es un don de Dios. Es un don gratuito del Espíritu de Dios y de su Cristo; en cuya persona, Dios Padre, adopta por hijos suyos a los que le dan su corazón. Y es en esta situación nueva, cuando el Espíritu los une al Señor en un estado igual o semejante al de Jesús, su hermano mayor, y les comunica todos los deberes y privilegios del Hijo. Sólo poseídos de este Espíritu podemos clamar: ¡Abba, Padre! Así que Cristo fue de hecho quien cedió parte de su gloria, obedeciendo la voluntad del Padre, y murió humano para que recibiéramos la adopción de hijos, Gál. 4:5. En una palabra, sólo a través de Cristo, podemos entrar en el enorme plan de la predestinación, aunque sea con la condición de adoptivos. Pablo lo dice o afirma sin ningún género de dudas: No contento con haber buscado en Dios la causa única de nuestra Salvación y Selección, añade: Por medio de Jesucristo; el único pues, en quien todos somos hechos hijos de Dios. Y él aún tiene tiempo, idea y hasta inspiración para añadir: Según el puro afecto de su voluntad. Es decir: Este misterio fue así porque así lo quiso. Así fue su voluntad, Mat. 11:26; Luc 10:21. E independiente de otro cualquier motivo que hubiera podido encontrar en el hombre pecador.

  Sigue Efe. 1:5. Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Precisamente, con la salida, con la manifestación suprema de la gloria de su gracia, nos ha hecho agradables, aceptos en el Amado, completando un círculo perfecto e indicando la relación, en la cual, el propio Cristo nos anexiona a su Padre Dios. Está claro, Él sólo es el Amado del Padre; pero en Él, Dios nos da su gracia, de modo que nos ve en Cristo con el mismo amor que tiene para Cristo mismo. Y puesto que todo ese plan, iniciado antes incluso de la creación humana, parte de Dios mismo, manifiesta así la alabanza de la gloria de su gracia. Pero en el lenguaje de los hombres, de los humanos, el privilegio se traduce en una responsabilidad. Nunca Dios insta al hombre a hacer nada; siempre demanda de él, cuando menos, una clara respuesta. Un giro de 180º. Un cambio de dirección. Si quiere vernos con ojos paternales, aunque sea por causa y méritos ajenos, si tiene ese propósito para nosotros, por contra, debemos gastar nuestra energías en la completa proclamación de su reino y anunciar las virtudes de Aquel, que, repetimos no sólo nos ha hecho linaje escogido, sino que nos ha llamado de las tinieblas a la luz admirable, 1 Ped. 2:9.

  Efe. 1:11. En Él, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su santa voluntad. Esta partícula, en Él, completa el pensamiento de todo el v. 10: En Cristo, tendrá lugar la recapitulación, o la reunión, de todas las cosas, tanto las terrenas como todas las celestiales. En su persona convergerán todas y cada una de las cosas creadas y sólo se podrá medir su gloria particular, comparándola con la luz pura que emanará continuamente del sitial del Hijo Preferido. A continuación, el apóstol Pablo, agrega un apunte, una idea, un pensamiento nuevo que nos explica la participación de los creyentes en esta obra del Señor. Los términos del mismo se pueden entender de dos maneras: (a) En quien fuimos hechos su herencia, o suerte, y (b) en quien obtuvimos la herencia. En el segundo caso, las palabras aluden a la porción que recibieron los israelitas, por la suerte, en el reparto de las tierras en Canaán. Y como siempre, esta figura es usada como sinónimo de la herencia celestial del redimido en Cristo. Pero en el primer caso, por el contrario, el pueblo del Señor es tenido y considerado como herencia o suerte de la propia gloria del Hijo. Así que, y a la luz que nos dan los vs. 14 y 18 de este mismo cap acerca de la propiedad y el propietario y teniendo en cuenta, sobre todo, la claridad de Col. 1:12, donde se halla el mismo pensamiento, nos inclinamos por la segunda de estas definiciones, sin menosprecio de la primera, no aplicable en este pasaje, que es la que nos da idea clara de la parte de la herencia que toca en suerte al fiel creyente por el solo hecho de serlo. En lo que queda de v. el apóstol, aún insiste en el pensamiento de que el cristiano no tiene arte ni parte en esta herencia mas que por el efecto de la libre gracia de Dios. Y lo demuestra mediante una doble acción divina y soberana: La una, que se cumple en Dios mismo, y por la cual somos predestinados conforme a Su sano propósito; la otra, que se cumple en los creyentes; en los cuales, es el Señor también quien obra con eficacia (gr.) la fe, la conversión, etc. En resumen, todas las cosas que conciernen a la salvación y a la vida cristiana según el fiel consejo de su voluntad (ver los vs. 4, 5, 7, 8 de este mismo cap).

  Efe. 1:12a. Para que seamos para alabanza de su gloria; este es el buen propósito, principio y fin de la heredad, de la propia suerte: ¡Alabanza de su gloria! El apóstol vuelve por segunda vez (ver comentario del v. 6) al importante pensamiento de que el objeto de la rara elección de los creyentes es de que sirvan para sentir y manifestar la gloria de Dios. En una justa palabra: Que en sus cambiantes vidas se trasluzca la perfección, la verdad, la misericordia, la santidad y el amor de Dios.

  ¿Cómo puede llegar a ser esto una realidad?

  Rom. 8:28. Y sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien… Esta es una consecuencia lógica de todo lo que antecede. La mención del Espíritu, que viene en auxilio de nuestra debilidad e intercede por nosotros, vs. 26, 27, nos ha servido de transición entre el cuadro del sufrimiento universal, vs. 18-25, y el de la glorificación final que el Apóstol Pablo aborda ahora y que vamos a mirar como clímax de nuestro estudio, vs. 28-30. No hay dificultad, prueba o desgracia que aflija al hombre, que no se cambie en el medio motor en la mano de Dios. Sí, el Señor es quien opera todo, absolutamente todo, en todos nosotros para nuestra salvación (ver: Fil. 2:13). Así, visto bajo este prisma, podemos decir muy bien que todas las cosas, todas las criaturas de Dios que a Él deben la vida, el movimiento y el ser, deben, obrar para el mismo fin. Jamás como antes separadas de Él, sino en Él y por Él. Y aún hay más: Hasta el mal, todo el mal que pasa en la tierra, no está exceptuado de esta tesis. Tanto el mal moral como el físico obedecen sumisos a la santa voluntad de Dios; el cual, por sendas misteriosas saca de él el cumplimiento de sus ciertos designios (Ejemplo: La historia de José y sus hermanos; la dura traición de Judas y la del pueblo judío, que estudiaremos a la menos oportunidad, las reiteradas negativas de Pedro, etc.). En suma: Los juicios del Señor más severos y terribles, aunque en sí mismo son castigos del pecado, pueden ser convertidos en bendiciones para el que, bajo los firmes y reconocidos golpes de la justicia, se humilla y aprende a amar a Dios. Sí, entonces y sólo entonces, el castigo se vuelve un medio capaz de generar gracia y salvación, puesto que esta autocrítica es indispensable para acercarse al crucificado. Sin embargo, hemos que hacer especial hincapié en las palabras de Pablo: Los que a Dios aman. Mientras que aquel hombre no sea conducido a este último fin de su ser, no puede aplicársele estas conciliadoras palabras y sus estupendas consecuencias, sino que por el contrario, todas las cosas, deben obrar para el mal, para su mal.

  Sigue Rom. 8:28. Es a saber, a los que conforme el propósito son llamados. El fundamento de la seguridad de los redimidos, las gracias de que disfrutan, la herencia celestial, los buenos sentimientos de su duro corazón y, en particular ahora, el don de amar a Dios, descansa todo ello, en el hecho de la gracia divina que nos ha llamado, según el eterno propósito de Dios. Este llamamiento no se limita a una invitación externa, aunque sea por el evangelio, sino que es una obra interna de la gracia que nos atrae y lleva a la fe (ver de nuevo Efe. 1:11).

  Rom. 8:29. Porque a los que antes conoció… Los vs. 29, que ahora iniciamos, y el 30, que lo haremos a continuación, dicen, explican y prueban con este porque, el fundamento de la certeza o certidumbre indicado en el v. 28. Y lo hacen sin ningún corte o interrupción, de grado en grado, de escalón en escalón, hasta la gloria. En Dios, preconocer o conocer de antes, no se puede entender simplemente como algo que venga o pertenezca a una presciencia pasiva, pues esto no sería un firme fundamento de certidumbre y el apóstol quiere legarnos uno que lo sea de verdad. Así, lo que el Dios Padre ve anticipadamente, sí, existe ya para Él en el tiempo, y se realizará cuando su hora haya llegado, como si de una fruta madura se tratase.

  Recuerdo aquella anécdota que cuenta que una madre y su hija de corta edad hacen juntas un viaje por tren. En un momento dado, se encienden las luces interiores del vagón a pesar de que en el exterior luce un sol claro y espléndido. Así se lo hace notar la pequeña a su madre, a lo que ésta contesta:

  –Lo hacen así porque ahora viene un túnel.

  En efecto, a los pocos segundos, el convoy entra en el túnel y la niña comprende el por qué del encendido de las luces. Así, muchas veces, nosotros, tomamos partido por esa niña y nos extrañamos que ocurran cosas que no están en consonancia con el medio ambiente, pero Dios sí lo sabe. Él ve el túnel con la suficiente antelación.

  Ahora es necesario que añadamos que la acepción del verbo conocer  a la luz del contexto bíblico y en especial en este fiel pasaje, nos indica una idea de cariño, de favor, de amor. El Pastor y en clave material del tema que nos ocupa, ya había dicho: Yo conozco a mis ovejas. Lo había dicho reconociendo la verídica dependencia de las mismas y con el único deseo de protegerlas mientras deambulan por este valle de pastos… y lobos.

  Sigue Rom. 8:29. También predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de (Cristo) su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Es ya el segundo peldaño de la escalera de gracia, que partiendo de las profundidades de la eternidad y de la presciencia de Dios, lleva o conduce a los rescatados hasta la glorificación. ¿Cómo no reconocer de forma humilde en adoración, en presencia de esta frase, que es el Padre quien cumple todo en todos nosotros?. En este paso, pues, el segundo en la consecución de la gloria que se ha señalado en el v. 30, la predestinación, nos enseña el fin: ser conformes a la imagen de su Hijo, es decir, ser hechos iguales, semejantes a Él en su vida moral y en su santidad, Fil. 3:10; 3:21.

  Así, este v es una objeción muy pobre para aquellos que creen que esta predestinación aniquila la libertad y la responsabilidad humanas. Dios no ha dicho nunca que iba a salvar a hombres que se quedarían en la muerte del pecado, ni tampoco a los que se volverían santos. Ha escogido, eso sí, a todos los redimidos para la santidad, para que le glorifiquen en la tierra, en el cielo y en la eternidad (ver otra vez Efe. 1:4). Pablo así lo señala y no sólo en cuanto a la que debe ser cada día una mejor semejanza con Cristo, sino por el amor paternal de Dios que ha querido sacar una familia santificada de entre las cenizas de un mundo pecador.

  Rom. 8:30. Veamos: Y a los que predestinó, a estos también llamó, y a los que llamó a estos también justificó, y a los que justificó, a estos también glorificó. Sí, inmediatamente después del eslabón o escalón de la predestinación, el apóstol Pablo coloca el llamamiento, o la vocación, tal como se deja ver y entrever en el v 28 que ya hemos estudiado y que Jesús describe de forma magistral en Juan 6:44 con ese raro: Ninguno puede venir a mí, si el Padre no le trajere… Esta atracción o flujo del Padre hacia el Hijo, encierra todos los primeros principios de la conversión, la obra de la ley que prepara el alma para Cristo, Gál. 3:24, el despertar de la conciencia, el experimentar nuestra propia perdición, el deseo innato de salvarnos y, en suma, la propia y única revelación de Cristo mismo en nuestra alma como único y suficiente Salvador. Y si bien este llamamiento es bien universal, el hecho de que hayamos sido sensibles al mismo, se lo debemos única y de forma exclusiva al Espíritu Santo divino, el cual, nos ha hecho vibrar ante esa preselección y por cuya causa nos hacemos solidarios con Pablo al decir: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

  El escalón que siegue detrás del llamamiento y su aceptación positiva, es la justificación, Rom. 3:24. Así que justificados de forma gratuita por su bendita gracia, es el paso indispensable para acercarnos al último y más importante eslabón: De ahí que la obra divina termina por fuera con el triunfo definitivo de esta vida, hasta entonces oculta en el interior, es decir, por aquella glorificación de todo el ser, cuerpo y alma, en los nuevos cielos y en la nueva tierra.

  Haríamos bien en descubrir que el Apóstol de los Gentiles habla de todos estos eslabones, peldaños, pasos y desarrollos, incluso el último, el completo, como sucesos de un todo ya cumplido. Y es que a sus ojos, como a los ojos del Padre, la obra iniciada por el Creador jamás queda por concluir, por acabar, Fil. 1:6. Así pues, en este continuo perfeccionar, el Apóstol ve la obra ya cumplida, bien para cada alma que ya ha gustado de la miel de la gloria, bien para su total magnitud en el Reino del Cielo, del Salvador. Y tanto en un caso como en el otro, ninguna potencia extraña será capaz de impedir que cumplamos nuestro destino. Quizá en lo profundo de nuestra alma, sepamos que nada ni nadie puede ganar al Cristo Glorificado; pero, a lo mejor tenemos dudas en cuanto a que nosotros, en este actual valle de lágrimas, no podamos ser apartados de esta escalera, que se inicia con el preconocer de Dios y termina con nuestra propia gloria. ¡Ojo, cuidado!, desde aquí volvemos a afirmar con Pablo que nada ni nadie nos podrá separar del Camino una vez que hemos iniciado su recorrido, ¿sabéis por qué?

  Efe. 2:20. Porque somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra de ángulo Cristo mismo. Así que formamos entre todos un edificio bien definido, unidos con la argamasa del evangelio, teniendo como fundamento a esos apóstoles y profetas, cuya definición e identificación requieren hasta un estudio nuevo, y sobre todo, por encima de todos, como engarce, soporte y clave de todos los ladrillos, esa piedra angular, Jesucristo mismo.

  Resumiendo, podemos añadir que la predestinación es parte de un todo que se llama salvación y sólo como tal la hemos de entender. Que procuremos estar más cerca cada día de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, puesto que nuestro actual estado no es sinónimo de un fin glorioso si nos apartamos del camino. Recordar al pueblo de Israel, fue prometido, escogido y programado para ser el pueblo de Dios y por su causa, éste, los escupió de su boca. Por otro lado, que procuremos dar gracias a Dios en todo momento por su amor para con nosotros, pues tuvo a bien enviar a su Santo Espíritu a removernos el corazón. Que proclamemos de forma continua, en todo momento, lugar y ocasión, las excelencias del Creador, para que otros, a la luz de nuestro cambio, puedan acercarse a Él y su posterior testimonio se anote en el haber de nuestra corona de gloria. Que, en suma, podamos resistir encima nuestro a otros ladrillos, los cuales, a su vez, nos imiten y entre unos y otros consigamos coronar el fiel edificio que fue predestinado por Dios y envíe de nuevo a su Hijo, esta vez a reinar eternamente.

  Amén.