TRABAJO, DESCANSO Y ADORACIÓN

 

Éxo. 20:8-11; Mar. 2:23-28; Luc. 4:16

 

  Introducción:

  Si la interpretación moderna de los Mandamientos encarados, comparados o contrapuestos con la Gracia nos crea dificultades, este IV, el que nos ocupa hoy, no puede ser una excepción. El hombre actual no se siente capaz de responder de forma clara y afirmativa a las demandas hechas sobre su tiempo libre. ¿Cómo puede dividirlo a plena satisfacción de todos? ¿Cuánto tiempo debe dedicar al trabajo, al ocio o descanso y a la adoración? ¿No sabemos que existe una evidente desproporción entre el tiempo que usamos en el trabajo y la adoración? Incluso, ¿descansamos lo suficiente? Estamos desorientados. Tenemos cientos de datos y argumentos en favor de trabajar más y más para cubrir las aparentes necesidades vitales de nuestras familias, pero, ¿cómo podemos hablar de dedicar un tiempo muerto a la adoración…?

  Sí, estas y muchas otras preguntas son las que nos hacemos de continuamente. Pero para poder encontrar las respuestas reales, adecuadas y hasta precisas, debemos prescindir de las aparentes conquistas sociales y volver a la fuente de toda la sabiduría humana: La Biblia. De forma que debemos dedicar la atención a aquellas verdades que hasta hoy han estado descuidadas entre el polvo de las marchitas hojas de nuestras Biblias. Sin embargo, no podemos evitar la tentación de preguntar de nuevo: ¿Cómo es que Dios que ve nuestras necesidades, pide un día para Él? ¡Ojo, cuidado! Esta pregunta es capciosa. Es un falso concepto a todas luces erróneo. Dios no quiere un día para Él. ¡Es de Él! Él es quien nos da a nosotros seis días.

  Recordamos una anécdota titulada: Las siete monedas del chino, que quizá nos ilustre lo que estamos diciendo: Un chino llevaba siete monedas y al pasar ante un pobre que pedía limosna a la puerta de un templo fue movido a compasión y le entregó seis de ellas. Pero éste, al ver la séptima en la mano del donante, le amenazó con un arma y se la quitó. La real conclusión es bien sencilla: Esta séptima moneda representa a ese día de descanso que el Señor se guardó para sí… ¡Nosotros se lo quitamos!

  El mandamiento referente al día de reposo no es trivial ni está, desde luego, anticuado. El simple hecho de que aparezca en el Decálogo de Moisés revela que no es una ley pobre o meramente ceremonial, sino un principio ético religioso de valor inmenso y permanente. Y a pesar de que es el más largo de todos los otros diez, no ha recibido mucha atención de los cristianos modernos.

  La presente lección va a tratar de recordarnos que los hombres somos unos seres creados y que, por lo tanto, necesitamos vivir en conformidad con las leyes básicas de esa misma creación. Y Dios Padre, el Hacedor, incluyó en su Plan, tiempo para trabajar, tiempo para descansar… y tiempo para adorar. Y es dentro de ese plan, de esta ley divina que el hombre encontrará su libertad y vencerá la tiranía de la cuarta dimensión, del tiempo.

 

  Desarrollo:

  Éxo. 20:8. Acuérdate del día de reposo para santificarlo; este ¡acuérdate! quiere decir mucho más que un simple toque mental. Por el contexto, sabemos que en sí misma, encierra la idea de guardar, observar y también, practicar, Deut. 5:12. De todas formas, oíd, ¿para qué debemos acordarnos del llamado Día de Reposo? Para ¡santificarlo! Para separarlo de los demás y dedicarlo al Señor.

  En este v. hay más. Santificar un día a la semana es reconocer la santidad esencial del resto. Nos da una cierta idea de que somos mayordomos de los seis días restantes y que tenemos el deber de dar cuentas a Dios en el séptimo. Sí, es decir, que somos simples beneficiarios de una buena parte determinada, la mayor, del tiempo, pero no dueños del mismo. Las horas corren muy a nuestro pesar y jamás podremos recuperar un segundo pasado. En tiempo de Israel, barómetro como siempre de nuestra presión como cristianos, y para proteger el propósito del día séptimo, estaban prohibidas todas las actividades de lucro o comercio, Neh. 10:31. Incluso, hacer las propias cosas, Isa. 58:13. Su honor e importancia eran tales, que incluso su profanación llevaba hasta la pena de muerte, Éxo. 31:14. Era pues, un día santo y además fue dado o instituido como señal del pacto con Dios y su pueblo para siempre, Éxo. 31:16, 17.

  Sigamos: Éxo 20:9. Seis días trabajarás y harás toda tu obra. Este v es bien curioso. Ha sido interpretado muchas veces como un mandato para trabajar seis días de cada semana, de punta a punta. Sin embargo, aquí parece haber encerrada otra idea que, aunque sinónima, es bien distinta. Seguro que el legislador quiso decir más bien que debemos terminar todo el trabajo dentro de los seis días hábiles para no tener que hacerlo en el séptimo y último. En una palabra: Afanarse honradamente en esos seis días de trabajo para no tener que trabajar en el día santo.

  Éxo. 20:10. El resumen del v se encuentra en la frase: No hagas en él obra alguna, en el día sábado. La traducción exacta de la palabra es descanso o cesación. Así que la manera normal de guardar el sábado, es y era dejar de trabajar. Evidentemente, éste es el sentido general. Aún debemos decir que no hay alguna evidencia para probar que el propósito original era tener tiempo para adorar, puesto que sabemos que la adoración se pedía diaria en el tabernáculo, en el templo y actualmente, ¡en todo lugar y momento! Era un día de descanso, de cambio de actividad y, claro, de adoración puesto que venía a culminar una semana de vida, pero no obligatoriamente, a pesar de que ésta era uno de sus más significados propósitos, Lev. 23:3. Y del mismo modo que Dios Padre instituyó el matrimonio, por ejemplo, el sábado fue promulgado para beneficio de toda la raza de los humanos.

  Aunque el mandamiento forma parte de la ley judaica recibida en el Sinaí a través de Moisés, su ejecutoria es internacional puesto que ya había sido instituido en Arabia y en Mesopotamia en tiempos y aún antes de la aparición de los judíos como pueblo. Inscripciones asirias y caldeas de una fecha anterior a Moisés hacen referencia a la semana de los siete días, con uno de ellos como día de descanso, en el cual, el trabajar era ilícito. Al prescribir de nuevo en Sinaí la observancia del sábado, y al incorporar este precepto a la ley moral, tampoco se tuvo en cuenta sólo a los israelitas, sino a todos aquellos que recibieran la Palabra de Dios y, al final, a toda la humanidad. Cristo y sus apóstoles nunca hablaron del Decálogo sino como de una obligación universal y permanente. El sábado fue hecho para el hombre, etc. Así que el IV mandamiento es tan obligatorio como el tercero o el quinto o como otro cualquiera de los demás.

  Éxo. 20:11. Este v deja dicho bien claro que el Señor del cielo ordenó el día de reposo y por este hecho todos deberíamos considerarlo sagrado. El motivo y su básica comparación fue asentada en la mente creadora de Dios y nos da, de paso, la idea de una obra bien acabada, Gén. 2:2. Más, si este hecho cae, por alguna razón, en el reino de la teoría más o menos física, más o menos demostrable, más o menos espiritual, para los judíos no era así. Ellos tenían muy vivo en sus carnes el recuerdo de la esclavitud de Egipto y debían tomar este día como recordatorio fijo y perenne de la potencia celestial que los liberó y los sacó de aquel país, Deut 5:15. Por extensión, y haciendo uso de la misma arzón, los cristianos primitivos, comenzaron a guardar el primer día de la semana, en vez del séptimo, como recordatorio de la otra culminación del cielo: ¡La resurrección del Señor! Así que por derecho propio, el domingo conmemora no sólo la creación del mundo, sino un acontecimiento mayor como es la consumación de la obra de la Redención, puerta y paso real e indiscutible para entrar a gozar del descanso eterno, Heb. 4:9.

  Resumiendo: El mandamiento nos enseña lo siguiente: (a) Este día de la semana ha sido apartado por Dios mismo y debe ser guardado como un día distinto a todos los demás; (b) la manera de observarlo requiere la cesación de las labores y ocupaciones de todos los días restantes; (c) el alcance de este mandamiento abarca a todo el pueblo vivo, inclusive los niños, los sirvientes, los animales domésticos y hasta los extranjeros residentes; (d) este Plan concuerda a la perfección con la práctica del Creador mismo y con sus propósitos para el hombre y (e) como este día había sido bendecido y santificado por el Señor, servía como una ocasión propicia para dedicarlo a su adoración, loor y alabanza y para expresarle el gozo por todo lo que ha hecho, por todo lo que ha creado, para nuestro propio uso y contemplación.

  Así y todo lo dicho anteriormente, este mandamiento es o debe ser interpretado siempre bajo el contexto de las Escrituras que son referente al trabajo. Según éstas, el trabajo de por sí no es menospreciado ni glorificado; sino que al parecer nos es dado y presentado como algo bien natural y beneficioso para el hombre, incluso antes de su primer pecado, Gén. 1:26-28. Dios obró y el hombre, hecho a la imagen divina, debe obrar en comunión con su Creador. El pecado fue la causa del por qué la labor humana se convirtió en trabajo, Gén. 3:17-19, pero no destruyó todo su carácter positivo, por lo que ocupa una buena parte en el Plan del Señor para todos. Ahí queda el mandamiento contra el abuso de trabajo cuando éste monopoliza todo el tiempo, eliminando el reposo y la adoración indispensables. Su natural observancia es fundamental para la sociedad; la cual, sin ella, caería pronto en la ignorancia, el vicio y hasta la impiedad. Hasta los profetas del antigüedad consideraron este día de reposo como baluarte en contra de la impiedad y la rapiña de los hombres.

  Antes de pasar a estudiar la parte de la lección que vamos a encontrar en Marcos, debemos decir que todos los judíos creían y consideraban al sábado como la más santa de sus normas e instituciones religiosas. Para que tengamos una idea de lo prolijo que resultaba su interpretación, señalaremos que la ley oral dada y transmitida por los escribas habían catalogado 39 clases de trabajos prohibidos en el sábado con reglas múltiples para cada una, sumando en total 1521 acepciones distintas. Pero, nosotros, los cristianos, encontramos difícil concebir un día de gozo con la pesada carga que representan tantas restricciones agregadas por las tradiciones.

  Mar. 2:23, 24. En apariencia, ciertos discípulos de Jesús seguían un sendero entre campos sembrados. ¿Y de qué les acusaban? No de arrancar espigas, ya que esto no era una cuestión moral, pues estaba permitido según Deut. 23:25. Les acusaban de pisar o infringir la ley oral antes aludida, porque lo que estaban ellos haciendo significaba segar y trillar en el día de reposo. Sin embargo no debieron haberse escandalizado tanto porque los discípulos hacían camino al andar y arrancaban espigas de trigo al paso porque tenían hambre.

  Mar. 2:25, 26. La respuesta del Señor Jesús fue doble: Un ejemplo escrito y un retorno al principio puro y fundamental. El rey David había pedido al sumo sacerdote de aquel tiempo, Ajimelec, pan para sus hombres, 1 Sam. 21:1-6. Y como no habían panes comunes a mano, fue usado el pan sagrado puesto sólo a disposición de los sacerdotes. La segunda parte de la respuesta, es una consecuencia lógica de la primera; ya que ésta enseña con claridad que el hombre, en su necesidad, no debía ser defraudado por la observancia de una ley, cuya finalidad, según Dios, había sido puesta para ayudarlo.

  Mar. 2:27. El sábado por causa del hombre fue puesto. Sí, para su reposo y bienestar. Para el desarrollo de su vida interior y para los intereses supremos de su alma. Es una buena institución digna del Señor y de su excelsa misericordia: y no el hombre para el sábado. Es decir, cualquier hombre ha sido creado libre para la obediencia del amor y no para la servidumbre de una ordenanza ceremonial.

  Mar. 2:28. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo… con cuyas palabras, el argumento de Jesús progresó mucho más. El sábado no es sólo para el hombre, sino que además el Hijo del Hombre tiene señorío y poder sobre dicha institución. Esta partícula aun tuvo una fuerza tremenda entre los fariseos, puesto que ellos consideraban al sábado como la más santa de las instituciones mosaicas. Comprenden muy a su pesar que el Maestro les ha dado una lección magistral sobre el Día de Reposo. ¡No es delito arrancar espigas para comerlas al paso y sí lo es el simple hecho de quedarse a trillarlas! Así, el domingo, mis hermanos, debemos dedicarlo a adorar juntos en público y dejar todo aquello que nos estorbe o haga imposible esta adoración.

  Mirar el ejemplo de Jesús:

  Luc. 4:16. Vino a Nazaret, donde se había criado, y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre y se levantó a leer: El pasaje en claro. Jesús, según su costumbre, entró en la sinagoga. Por lo que podemos entrever fácilmente que Él se tomó muy en serio la observación del sábado, aunque sabemos que rechazaba las prohibiciones legalistas de los escribas que ahogaban a los fieles. Pero Él iba al edificio local, al lugar oficialmente reconocido, para adorar a Dios en público.

 

Conclusión:

  La liberación de la tiranía del tiempo, viene al reconocer que éste no es nuestro, sino de Dios y debe ser usado o empleado de acuerdo con los propósitos divinos. El Señor quiere que le dediquemos el día por completo y que, a la vez, descansemos de los trabajos físicos para que nos haga bien al cuerpo y al alma. La anécdota titulada: La mina de carbón y las piedras blancas, viene a resaltar lo que estamos diciendo: “Una mina de carbón. Durante la semana el polvo negro cubre las piedras blancas de los alrededores. Pero el domingo, el aire se lleva el polvo y aparecen de nuevo blancas a la vista de todos, por lo que las gentes de los alrededores las llaman con razón: Las Piedras Dominicales.”

  Del mismo modo debemos desintoxicarnos nosotros. El día de domingo es, pues, ¡un bien para nosotros mismos!

  Sepámoslo emplear.