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LA PROMESA DEL CONSOLADOR

 

Juan 16:4c-15

 

  Introducción:

  Esta lección es la última de la serie de seis que hemos venido estudiando bajo el lema: “El Hijo de Dios está entre nosotros.” Recordémoslas por encima: (a) Agua: Agua viva: Yo soy el agua viva, cualquiera que de mí bebiere jamás volverá a tener sed, Juan 4:14. (b) Pan: Pan para los hambrientos: Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo, Juan 6:33. (c) Luz: Luz para los ciegos: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida, Juan 8:12. (d) Siervo: El amor entre los creyentes: En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos a los otros, Juan 13:35. (e) Vida: Vida en Cristo: Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre, sino por mí, Juan 14:6. Y (f) Consolador: La promesa del Consolador: El Consolador, el Espíritu Santo, a quien mi Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho, Juan 14:26.

  Vamos a encararnos hoy con la más difícil de las seis puesto que trataremos de algo intangible como puede ser el Espíritu de Dios. Algunos creyentes han tenido muy poco que decir sobre el ministerio del Espíritu Santo. Por los grandes estudiosos de la Biblia se señalan tres ideas o razones principales que explican este relativo silencio: (a) La naturaleza del Espíritu es señalar a Cristo en vez de llamar la atención sobre sí mismo. (b) Nos molesta todo aquello que no podemos controlar y que quiere controlarnos a nosotros. Y (c), el espíritu hace demanda sobre nosotros personalmente, y tenemos la tendencia de resistirlo.

  Por otro lado, hay razones fundamentales por las cuales nos conviene estudiar el Ministerio del Espíritu Santo, en especial, en relación con nuestras vidas y nuestro servicio al Señor: (a) Por su prominencia en la Biblia. (b) Porque es por su ministerio, que los eventos históricos de nuestra fe se aplican a nuestra vida hoy en día. (c) Porque hay muchas perversiones de la doctrina del E. Santo, y (d) porque hemos permitido que entren en nuestras casas e iglesias muchos sustitutos engañosos a la acción del Espíritu, tales como ciertas acciones emocionales, activismo, organización y personalismo.

 

  Desarrollo:

  Juan 16:4c. Esto no os lo dije al principio porque yo estaba con vosotros. La exposición es clara. Mientras Jesús estaba con sus discípulos, contra él se dirigía la oposición e incredulidad de sus enemigos, y como su sola presencia bastaba para proteger y conformar a los suyos, les visitaba las más sombrías predicciones relativas al odio del mundo. Pero estas claras palabras: No os lo dije al principio, presentan una dificultad que ha ocupado de forma singular a los exégetas. Veamos: Desde el principio, es decir, desde el mismo Sermón del Monte y desde el envío de los discípulos de dos en dos, Jesús había anunciado con claridad que ellos tendrían que soportar persecuciones. ¿Dónde está, pues, la razón de la diferencia que ahora indicamos? Estamos seguros que sabían bien por experiencia propia que habrían persecuciones puesto que la oposición de que fueron objeto desde los primeros días fácilmente los induciría a ello. Pero esto nunca había sido tan claro como hasta ahora. Lo que hay de nuevo en este discurso actual, es que les descubre la causa profunda y dolorosa de esas persecuciones que aún tendrían que soportar: el odio del mundo contra Cristo mismo y contra los suyos, un odio tal que Dios es el primer objetivo: Juan 15:18-24.

  Tampoco les había señalado hasta entonces de forma tan directa ese fanatismo ciego del que él debía ser, al día siguiente, la primera víctima. Así que creemos que no les había revelado desde el principio esas profundidades de la corrupción humana porque no debían manifestarse más que en la propia cruz y delante de la sombra de su sola presencia. En resumen: En los primeros tiempos, cuando los discípulos aún disfrutaban del favor del pueblo no hubiesen creído en semejante incongruencia que era o representa el hecho de ser objetos principales de las ira del príncipe de este mundo, Satanás. Pero ahora mismo Jesús va a probarles con hechos hasta dónde son capaces de llegar los hombres dominados por el diablo.

  Juan 16:5, 6. Pero ahora yo voy al que me envió. Y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, cierta tristeza ha llenado vuestro corazón. Oyendo estas palabras tan claras: Ahora me voy al que me envió, y todos los discípulos se paran o detienen únicamente en el dolor de la cruel separación, en otras palabras: La tristeza llena su corazón. Y ni sueñan en pedir nuevas luces acerca del fin glorioso que su buen Maestro iba ya a alcanzar. Así que Jesús se extraña y se aflige queriendo provocar en ellos preguntas a las cuales sería dichoso en responder. Tomadas en este sentido, las palabras no son contrarias a la pregunta a Simón Pedro en Juan 13:36: ¿A dónde vas? Ahora no puedes seguirme, me seguirás luego. O la interrupción de Tomás de Juan 14:5, si no sabemos donde vas, ¿cómo podemos saber el camino? En esta gran ocasión, los discípulos, enteramente preocupados aún por la suerte del reino terrestre del Mesías, deseaban no separarse de Él, más al contrario: ¡Seguirle enseguida, inmediatamente! Juan 13:37.

  Juan 16:7. Porque yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, pues si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros, mas si me fuere, os lo enviaré. Jesús quería sacar a sus discípulos de esa melancolía y tristeza que los deja mudos en su presencia, y para ello procura hacerles comprender que su regreso a la Gloria es la una condición indispensable del envío del Espíritu Santo, que a partir de aquel momento, debía ser para ellos, la luz y la vida. Para entender bien este v debemos trasladarnos a otro cronológicamente más antiguo y claro: Juan 7:39. Estas palabras: Al Espíritu que habían de recibir los que creían en él, es la clave. Juan dice que ese Espíritu “no era aún”. Pero no quiere decir que el Espíritu de Dios no hubiese existido antes o que no se hubiese manifestado ya en el AT. Sabemos que Gén. 1:2, dice: El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Y que impelidos por Él vieron, hablaron y hasta profetizaron todos los Varones de Dios, 2 Ped. 1:21. Así que el pensamiento de Juan debe ser interpretado a la luz de las declaraciones de Jesús en el Aposento Alto que, precisamente hacen depender la venida del Espíritu Santo o Consolador, con la propia marcha de Cristo otra vez al Padre, puesto que fácilmente podemos identificar este don del Espíritu en el corazón de los hombres en el momento en que Jesús lo deja sano y limpio para que pueda morar de forma adecuada. Tenemos que fue en Pentecostés cuando por primera vez el Espíritu de Dios empezó a morar en el corazón de los hombres y a obrar en él como un principio de regeneración y vida. En este sentido, pues, el evangelista puede decir: No era aún el Espíritu. Y nos da una razón de peso, un buen argumento irrefutable: ¡Jesús no estaba aún glorificado!

  Volviendo a nuestro v vemos que la frase de Jesús os conviene que yo me vaya es, pues, desde dos puntos de vista, una verdad profunda. Por una parte, era necesario que la obra de nuestra redención fuera cumplida por la muerte, por la resurrección del Salvador y por su cierta elevación a la gloria divina. En una clara palabra, que toda potestad le hubiese sido dada en el cielo y en la tierra, Mat. 28:18, para que pudiera derramar su Espíritu sobre los suyos. Por otra parte, éstos iban a ser elevados por este mismo espíritu a una vida religiosa muy superior a la que habían conocido hasta entonces. Iban a ver ensanchado su fiel y propio conocimiento de las cosas eternas: No conocerán más a Cristo según la carne, es decir, bajo la condición de siervo; pero, por una comunión espiritual y viva con él, le poseerán glorificado y comprenderán la universalidad de sus claros enunciados y la espiritualidad de su reinado, que ellos, y sólo ellos, iban a consolidar en esta tierra con ayuda del anunciado Consolador. Era pues, conveniente que Él se fuera, aunque a ellos esta palabra les resultaría misteriosa e incomprensible aún. Un paréntesis tan solo para indicar que el término Consolador es la traducción del vocablo griego “Paracleto” que quiere decir: Uno que está llamado al lado de otro para prestarle ayuda. Aquí no hay comentarios.

  Juan 16:8. Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado y de juicio. Otra faceta pues, de este Consolador tiene que ver con el mundo propiamente dicho: Dice el v que en cuanto al mundo, el Espíritu le convencerá con potencia de pecado, de justicia y de juicio. ¿Qué quiere decir esto? Convencer es un término jurídico; así se dice: Convencer a alguno de un crimen ante un tribunal. En las Escrituras estas palabras tienen la intención y significado morales, tanto más íntimo que tiene que ver con la propia conciencia. Cuando un alma es así convencida por estos tres grandes hechos del mundo moral: Pecado delante de Dios, justicia divina y juicio eterno, se produce en ella una crisis cuyo resultado puede ser el arrepentimiento y la salvación, 1 Cor 14:24, 25. O también el endurecimiento y la ruina, Hech. 24:25.

  Juan 16:9. Sí, de pecado, por cuanto no creen en mí. Pues convencer de pecado al mundo, tal es la primera acción del Espíritu de Dios, es también el primer paso que puede andar el pecador hacia su renovación moral. Pero aquí, a la idea general de pecado expresada en el v. 8, Jesús añade un rasgo especial que caracteriza a la verdadera naturaleza del pecado en todo hombre y en particular en el mundo judío que había rechazado vez tras vez al único verdadero Mesías, la incredulidad: De pecado, por cuanto no creen en Mí. Puesto que debemos de saber que la más abrumadora demostración del pecado en todos los hombres, de su enemistad contra el Señor, consiste en rechazar a Aquel que fue sobre esta tierra la imagen viviente de la santidad y amor divinos. Este es el pecado en esencia, la fuente de todos los demás, y “la única causa de la condenación.” Fijémonos bien: Todos los demás pecados, expiados a fondo por la muerte de Cristo, pueden ser perdonados en cuanto el pecador abraza al Salvador con fe, pero éste al que ahora nos estamos refiriendo, precisamente por no creer en Él, por rechazarlo, le retiene en la muerte y hace imposible su salvación. En cuanto un hombre es convencido por Él, por usar las mismas palabras del texto, ya no tiene excusa ni escape: ¡O se arrepiente y vuelve la cara a Dios, o… se pierde!

  Juan 16:10. De justicia, por cuanto voy al Padre, y no veréis más. Al mismo tiempo que el Espíritu convencerá al mundo de todo pecado, lo convencerá también de justicia, puesto que las dos ideas son inseparables. Pero esta justicia divina ha sido manifestada al mundo en Jesucristo y especialmente por su elevación a la gloria. Aunque fuera el Santo y el Justo, no por eso dejó de ser desconocido del mundo, acusado, condenado y hasta ejecutado como un malhechor. Así que en Él, según todas las apariencias, la iniquidad triunfaba sobre la justicia. Pero, por su resurrección gloriosa y por su elevación a la diestra del Padre, fue declarado Hijo de Dios con potencia, Rom. 1:4, justificado por el Espíritu, 1 Tim. 3:16 y lo volvemos a decir, elevado a la diestra de Dios Padre como Príncipe y Salvador, Hech. 5:30, 31.

  Así que el Espíritu debía convencer a todo el mundo de la justicia de Cristo mismo, como claramente lo indica con estas palabras: De justicia, por cuanto voy al Padre. Era necesaria, pues, su marcha y glorificación para que la propia justicia se manifestase y no hubiese lugar a dudas. Vino al mundo con una misión concreta que cumplir y la cumplió, era de justicia, pues, recibir el laurel del triunfo. Pero aquí aún hay más: ¿qué puede significar esta frase en apariencia sobrante de no me veréis más? Jesús declara directamente a sus discípulos que se va a hacer invisible a causa de su retorno al lado del Padre y este giro personal que ahora da al enunciado de su pensamiento ya puede explicarse ora por la intención de testificarles su tierna simpatía por el dolor que les causará la separación física, ora por el deseo de advertirles que tendrán que perder el hábito de su presencia material, que deberán aprender a no verle más según la carne, sino a entrar, por medio del Espíritu, en una comunión íntima y viviente con Él. Uniéndonos pues, de esta suerte, como Iglesia de Cristo y con las fuerzas del Espíritu Santo, convenceremos al mundo de su justicia y demostraremos a todos que Jesús es el Santo de Dios, el Salvador de los hombres, la fuente de la salvación y la vida eterna.

  Juan 16:11. Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Donde quiera que el mundo sea convencido de su propio pecado y de la viva justicia de Cristo, será también convencido de juicio. Y este juicio, claro, debía empezar por el que ha sido sobre la tierra, el autor del pecado, el príncipe de este mundo, Juan 12:31. Pero él ya está juzgado por el simple hecho de la obra de redención que iba a realizar el Salvador. Es decir, la fiel reivindicación de Cristo por la resurrección, como justicia encarnada de Dios, fue, a la vez, la condenación real del príncipe de este mundo como personificación de todo lo que se opone a Dios. Este evento estaba tan seguro en la mente de Jesús aun antes de realizarse físicamente, que lo presenta como algo ya prácticamente realizado: ¡Ya ha sido juzgado!

  Juan 16:12. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Para que el Espíritu pueda convencer al mundo, es necesario ante todo que obre en los apóstoles que serán los instrumentos de su acción sobre éste. Por eso, después de haber descrito esta acción, Cristo promete a sus discípulos que el Espíritu los va a conducir por la verdad y completará la instrucción que han recibido de Él. Sí, las enseñanzas de Jesús a sus discípulos contenían toda la verdad que habían podido digerir hasta entonces, pero los grandes desarrollos y las muchas aplicaciones de esta verdad que debían hacerse al establecer el Reino de Dios sobre la tierra les eran aún del todo desconocidas. Así, ignoraban, por ejemplo, el nacimiento y los progresos de una Iglesia cristiana que uniría en un solo cuerpo invisible a judíos y a gentiles. Por otro lado, aunque Jesús les hubiese dicho que Él debía morir por la redención del mundo y les hubiese presentado la fe en Él como medio de participar en aquélla, no podía, mientras su obra no estuviese acabada, enseñarles en su plenitud y la gran doctrina de la justificación por la fe. Por último, los apóstoles no podían comprender ni siquiera prever las profundidades de la regeneración del renunciamiento, de la vida divina en el hombre. El Señor tenía aún muchas cosas que decirles, pero ahora no podían sobrellevarlas.

  Juan 16:13. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad. Aquí la verdad es presentada como una región desconocida por la cual el Espíritu sirve de guía y muestra el camino a seguir. Pero, ¿cuál es esta verdad? ¡Jesús mismo! Juan 14:6. Es decir, estas cosas, estas enseñanzas, vienen a ser la continuación de la vida de Jesús en esta tierra y la actitud a adoptar por sus seguidores a través de los siglos. Pero hay más enseñanzas que debemos explotar: Sobre esta promesa, muy bien cumplida en Pentecostés, se funda la autoridad divina de las enseñanzas de todos sus apóstoles, señalando además, que ya no quedan más revelaciones de la verdad. De paso, debemos señalar que los vs. 12 y 13 ya no pueden servir más de fundamento ni a la tradición católico romana ni a un misticismo que pretende dominar todas las revelaciones del Espíritu fuera del testimonio apostólico. Porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere. Sí, el Espíritu puede revelar toda la verdad porque no enseña de por su cuenta, sino que saca sus instrucciones en perfecta armonía con el Padre y con el Hijo, Juan 16:14, 15, que estudiaremos. Jesús formula el fundamento de la autoridad del Espíritu casi en los mismos términos en que basa la suya, su propia autoridad, una y otra reposan sobre la unidad de voluntad y acción del Padre celestial. Y os hará saber las cosas que habrán de venir. Sí, las cosas que han de venir pertenecen también a esa verdad que el E Santo ha de revelar. Es decir, tratará y de hecho conseguirá grabar en la memoria de los apóstoles las predicciones de Jesús concernientes al porvenir de su Reino, sus sucesivos progresos sobre la tierra y su glorioso cumplimiento.

  Juan 16:14, 15. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso he dicho que de lo mío toma y os anunciará. Del mismo modo que el Hijo había glorificado al Padre revelando su naturaleza, Juan 1:18; 17:4, en palabras y hechos, así el Espíritu glorifica al Hijo también por el hecho de revelarlo. Por último queda analizar la expresión de una posesión que en boca de Jesucristo parece indelicada, y hasta incongruente: Mío, todo el Mío, etc. ¿Qué quiere decir esto? Leer Juan 17:10. Puede usar esta expresión pues forma una unidad indisoluble con el Padre. Asimismo el Espíritu, parte de la misma unidad, toma de lo suyo y lo anuncia para la glorificación del Hijo.

  Este es el trío perfecto: ¡El Padre glorifica al Hijo, éste a al Padre y a su vez, el Espíritu lo hace a ambos!

 

  Conclusión:

  Tienes el Espíritu ya: Una joven cristiana oraba sin cesar a Dios cada día para que le diese el Espíritu Santo. Cierto día le pareció oír una voz que decía: –Hija mía, te di el Espíritu cuando aceptaste a mi Hijo. Tienes el Espíritu ya. Ahora debes dejar que Él viva en tu vida, que Él hable en tu voz, que Él piense con tu mente. Sólo así estarás llena de Él.

  Cada uno de nosotros tiene ya al Consolador, al Espíritu Santo. Dejemos que Él trabaje en nuestras vidas.

  Así sea.

VIDA EN CRISTO

 

Juan 15:1-11

 

  Introducción:

  Un viñatero llevó a su hijo de corta edad a su viña, en tiempo de poda. Éste se fijó como el padre cortó varias ramas de la vid, aparentemente, incluso más de la cuenta. Y luego, los sarmientos que dejó, los limpió con cariño arrancando hojas secas e incluso, el viejo fruto que aún tenía. Y tan severo le pareció este trabajo a nuestro zagal que le dijo a su padre:

  –Papá, has matado la vid. Y ya no podrá crecer otra vez. ¿Por qué la has matado?

  –Es verdad que la vid parece muerta –respondió el padre-. Y tienes razón creyendo que parezco cruel por haberla cortado demasiado. Pero sé que la planta no crecerá bien si no la podo a conciencia. Tengo que quitarle todas las ramas secas, hasta los racimos que han quedado de la cosecha anterior, para que crezca de nuevo este año. Has de saber que si no la limpio bien no dará fruto. Así que aunque te parezca que la he matado, lo que he hecho en realidad es darle una nueva vida.

  ¿Cómo podemos aprovechar los recursos que Cristo tiene para nosotros? ¿Cómo podemos vivir en Él? ¿Cómo hemos de ser y hasta portarnos para que Él viva en nosotros? ¿Cómo podemos aprovechar toda su savia? Estas y otras tantas preguntas son las que hoy vamos a intentar contestar.

  Sabemos que para muchas personas la religión está divorciada de la vida diaria, de la conducta, de la labor, de las actitudes personales, etc. Que, en suma, no es igual “predicar que dar trigo.” Una cosa es venir los domingos a la iglesia y otra muy diferente, es dar nuestra vida en la cotidiana lucha por los demás. Aún hay otros que indican que la fe cristiana tiene que ver sólo con la esperanza de vida en comunión con Dios Padre después de la muerte, no antes. Que creemos en Cristo y esto da suficiente garantía para gozar eternamente de su Salvación, y sí, es verdad, pero protestamos ante semejante criterio. Otros, en cambio, aseguran que esta fe cristiana aún va más allá y añaden a lo expuesto que debe demostrarse con los cultos y servicios religiosos, que acuden a los templos y otros lugares de reunión con cierta asiduidad y que aquí se acaba la historia, pero volvemos a protestar delante de semejante forma de pensar. Aún hay otros más que dicen que la fe cristiana tiene que demostrarse con buenos argumentos en metálico para sostener obras en la lejanía, pero protestamos delante de este criterio.

  Es cierto que la fe tiene que ver con todo eso, pero hay mucho más. Si la limitamos a formas externas y vacías, la vamos a enterrar. La fe cristiana es viva, es energía, es movimiento, es impulsiva, es incluso agresiva, es… es… savia de Cristo. No olvidemos hermanos que Jesús habla en el cap. 14 de Juan, de las moradas celestiales y de lo que los creyentes podemos esperar de Él, pero también es cierto que en el presente cap. 15 nos habla de las cosas terrenales, perfectamente digeribles con nuestros actuales estómagos, de lo que debe ser la vida del creyente en su quehacer y andar diario, de como debe relacionarse con sus semejantes y de cómo lograr una vida de gozo, incluso en medio de los males y adversidades.

  En una palabra, vamos a estudiar el cap en el que Jesús nos señala de forma explícita lo que espera de nosotros, ¡fruto! Pero, ¿cuál es el fruto que espera? (a) Un carácter moldeado a su imagen y semejanza (ahora explicar algunas particularidades del moldeo: Igual al molde. Igual al modelo). ¿Y cómo podemos definir al molde, a Cristo? ¿Cuáles son sus resultados? Rom. 8:28-30; Gál. 5:22, 23. (b) Un servicio a otros, comunicándoles el Evangelio y atendiendo a sus necesidades físicas en cuanto le sea posible. Y… ¡esto es todo!

 

  Desarrollo:

  Juan 15:1. Yo soy la vid verdadera. En el AT, Sal. 80:8-19; Isa. 5:1-7; Jer. 2:21 y otros, Israel se presenta como la Vid de Dios. Pero muchas veces no dio el fruto que Dios esperaba de ella, o el fruto era agrio o no servía para nada. Sabemos con certeza que la llamada Vid de Dios se negó a cumplir el propósito que el Señor había preparado para ella. Aquí Jesús pronuncia con solemnidad que Él mismo es la vid verdadera, la genuina, el modelo real, el arquetipo de aquella otra secundaria de Israel; que, dicho sea de paso, no fue sino más que un ensayo, en suma, la vid que daría el fruto apetecido por Dios, el fruto que agradaría a su Padre celestial. Así que, en otras palabras, todo aquello que Dios quiso conseguir por medio de su pueblo escogido Israel, y que no consiguió en razón a su rebeldía, ahora iba a lograrlo por medio de Cristo y el nuevo pueblo escogido de seguidores que venían a ser el “Nuevo Israel.”

  Esta es la última vez que el apóstol cita la expresión de Jesús: “Yo soy”, pero tiene un contexto extraordinario:

  Sigue Juan 15:1. Mi Padre es el Labrador. Tenemos así, que es el mismísimo Dios Padre el que cuida y trabaja en y por medio de su viña. De donde, usando la misma figura citada por Cristo fácilmente podemos explicar que es el Padre, parangonando al labrador, quien riega, limpia, poda y mima a la cepa y lo que es importante: a todas las ramas, los sarmientos, que alimentadas por aquélla deben dar frutos apetecibles a sus ojos, so pena, de ser arrancados de forma irremediable en la época adecuada.

  Finalmente hagamos referencia al hecho de que todos los frutos esperados no serán valorados por nuestros propios ojos, cosa que tan acostumbrados estamos a hacer, sino por otros ajenos y perfectamente justos, los cuales sin duda calibrarán su calidad y decidirán a la luz de este criterio si el sarmiento en cuestión debe seguir existiendo o no.

  Juan 15:2. Todo pámpano que en mi no lleva fruto, lo quitará. Está bien claro. El agricultor, el Padre, aplica las tijeras a las ramas que son estériles o muertas por una razón perfectamente lógica: ¿Cuál es? Pues evitar que los pámpanos, estas ramas, estorben el normal desarrollo de los fructíferos. ¿Hay injusticia es esta actitud? Ninguna. El labrador de la viña sólo tiene un propósito: ¡Qué produzca fruto abundante y de buena calidad y la limpieza radical de todo aquello que impida esta realidad, debe ser roto, podado y eliminado. Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto. Somos conscientes de que el labrador sabe que aun los sarmientos que producen fruto deben ser limpiados de hojas y ramitas inútiles que absorben la savia tan vital para su crecimiento. Y otra vez, en esta parte del mimo del agricultor, vemos la misma ansia o avidez: ¡Qué haya buena y abundante cosecha! De todas formas es importante que el labrador sepa cuándo y cómo podar su hacienda. De lo que si estamos seguros es que Dios, el Padre, si lo sabe: Muchas veces ha limpiado su viña, la Iglesia. Por las persecuciones que, en el momento y a los ojos de los propios perseguidos, parecía que deseaba destruir de forma total a la planta más que sanearla, pero, a la larga, en la época del fruto, se comprobaba que la viña era mucho más fructífera que antes de la poda.

  Juan 15:3. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Anda, resulta así, que otra tijera que Dios emplea para limpiar los pámpanos es las Escrituras, ya que sabemos que la lectura diaria de la Biblia crea en el creyente una conciencia de la diferencia entre el bien y el mal, entre lo que gusta al Señor y lo que le desagrada. Y así, el creyente que día a día se alimenta de la savia, con la ayuda de Dios, irá eliminando las cosas que estorban a su vida y testimonios cristianos. Jesús dice que los once apóstoles estaban básicamente limpios por las voces y palabras que habían escuchado de sus labios y, que por lo tanto, estaban ya bien preparados para dar frutos y frutos en abundancia, ejemplares.

  Juan 15:4. Permanecer en mí y yo en vosotros. La firme y primera condición esencial para producir fruto es una buena limpieza radical. La segunda es que exista una relación vital. Para recalcar la necesidad de una relación así entre él y sus seguidores, Jesús emplea la palabra permanecer, unas diez veces en el texto de esta lección. El término señala muy bien el hecho de mantener una conexión sin romper entre el pámpano fructífero y el tronco propiamente dicho. Es curioso pues Jesús presenta este hecho como un mandato, no es optativo. Si se emplea la preposición “en” nada menos que trece veces es para indicar la relación vital entre Cristo y sus seguidores, la vid y los pámpanos, si es que han de dar frutos. Pero aún hay más, es también una acción recíproca: ¡Nosotros en Él y Él en nosotros! Cómo el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo sino permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Era y es un hecho conocido por todos por su simpleza que un pámpano que no esté unido, soldado al tronco de la vida, no puede dar fruto. Pero es que precisamente, hermanos, la misma simpleza compone el binomio Cristo/seguidores. Si uno no está sólidamente unido al tronco de la vida, no puede tener esos frutos apetecibles a los ojos del labrador puesto que al no recibir savia, vital para su subsistencia, no puede existir. Sí, así de claro, así de lógico. Permanecer en Él es lo mismo o significa lo mismo, que significa para el pámpano al estar conectado a la vid.

  Juan 15:5.Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, y el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Jesús repite y resume todo lo que ha dicho hasta este momento en cuanto a una relación vital, o en cuanto a la necesidad de vida con él, viendo y asegurando que esa relación resultará de manera indefectible en un fruto abundante. Aquí debemos notar una triple progresión de la figura del fruto: (a) Fruto simplemente en el v. 2; (b) más fruto en la segunda parte del v. 2, y (c) mucho fruto en el v. 5. Y ahora Jesús remacha la idea y la consecuencia negativa, firme y contundente, de esa escalada idílica: ¡Porque separados de mí, nada podéis hacer! Seria advertencia que nos señala que es imposible hacer algo, es decir, llegar fruto, estando cortados, separados o desvinculados de Él. No hace falta más comentarios por lo claro que nos resulta el mensaje.

  Juan 15:6. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará, y los recogen y los echan en el fuego y arden. Los verbos será echado y se secará, en el gr. están escritos en pretérito indefinido. Y se usan así para indicar la idea de un hecho tan seguro como si este ya hubiese tenido lugar. El proceso de podar la vid, echar las ramas fuera, verlas secar y quemar, etc. era común en la zona y presentan una descripción sorprendente, clara y categórica de aquellos que, en apariencia, están unidos a Cristo, pero que no lo están la realidad. En una palabra: Aquellos cristianos que no demuestran con hechos la calidad de sus frutos, dicen ni más ni menos, que a pesar de ser pámpanos, están en la época de secarse al sol y, por consiguiente, a la espera de ser quemados. En palabras más reales, sin que por ello pierda valor la alegoría presentada: Todos estos humanos, espiritualmente se secarán, serán echados afuera y al final se quemarán en el juicio final.

  Juan 15:7. Si permanecéis en mí, y mis palabras lo hacen en vosotros… Aquí el Señor agrega una condición más. Hemos visto en el 5 que es Jesús el que permanece en los creyentes, aquí son sus palabras las que están en ellos. Pero sabemos que en Cristo Jesús y sus palabras son inseparables en el corazón del creyente puesto que por éstas, Él se presenta y se une a su pueblo. Es decir, la suma de sus dichos es una revelación de Él por la cual nos presenta su naturaleza más íntima. Por sus dichos y hechos lo hemos conocido. Pedir todo lo que queráis y os será hecho. Ahora estamos delante de un pasaje tremendo y peligroso en oposición con todo lo que hemos estado estudiando hasta aquí. Esta frase interpretada en forma literal y aparte del contexto ha creado una gran desilusión en algunos de los creyentes. Mi propia madre, que era considerada como una gran cristiana, fue una de ellas. Estuvo dos horas orando ante la cama de su padre, mi abuelo, intentando curarle por medio de la oración y al no conseguirlo, tuvo una gran crisis espiritual que le costó superar. Por el contrario, esta frase, interpretada a la luz del contexto, ha sido confirmada y hasta corroborada con la experiencia diaria de la mayoría de los discípulos de Cristo. En primer lugar, pues, la oración para el creyente es un privilegio, un gran privilegio, pero también es un mandato. Pedir es uno de los términos más fuertes en relación con la oración y como podemos ver, está escrito en imperativo. Sí, “pedir”, pero las condiciones para pedir lo que queremos con la confianza de recibirlo, son: (a) permanecer en el Señor, y (b) asegurar que sus palabras estén siempre, de forma continua, en nuestras mentes. Si reunimos estas condiciones podremos pedir lo que queramos sin tapujos con la esperanza de recibirlo, puesto que sus solicitudes estarán de acuerdo con el propósito y voluntad de Cristo, aunque aún hay más, tendrán como fin el propósito de glorificarlo por medio del fruto que produce.

  Juan 15:8. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Esto es el resultado: La oración eficaz escrita en el v. 7 y la unión con Cristo Jesús denunciada en el v. 6, asegura una vida fructífera estudiada ya en el v. 5 y en este v. 8 que ahora desgranamos. Todos los frutos apetecibles son de forma la gloria del Padre y para su Hijo, del mismo modo que los frutos lo son para el agricultor haciéndole olvidar sufrimientos y sueño sólo con mirarlos y sopesarlos. Pero no terminan aquí las enseñanzas de este hermoso v.: Resulta que la glorificación del Padre, por otro lado, es uno de los factores determinantes para conseguir más fruto, puesto que de hecho con este: y seáis mis discípulos indica que en la actualidad aún no lo somos del todo. Es decir: Parece que se nos señala que esta gloria es el empuje final para que lleguemos a ser sus fieles discípulos, con la idea implícita de un proceso hacia el ideal perfecto. De donde se desprende el hecho de que a más fruto, más gloria para el Señor, más perfección para nosotros, mucho más fruto, más gloria, más perfección y así hasta aquel día en que por fin, hayamos copado hasta rebosar toda la copa que nos está destinada.

  Juan 15:9. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado. Lo hemos venido diciendo estos domingos, el amor de Cristo por sus seguidores es de la misma calidad y profundidad que el amor del Padre para con el Hijo. Es del todo imposible emplear un lenguaje más alto, fuerte y a la vez más explícito. La idea se nos presenta muy clara. El cómo es un adverbio de modo que señala, describe y limita una manera de acción. Permanecer en mi amor. Esto es definitivo. Conscientes del infinito amor de Cristo para con nosotros, debemos sentirnos constreñidos a vivir de manera constante en ese amor. Es decir: ¡Dejar hacer que Él sea el que nos alimente!

  Juan 15:10. Dice: Si guardarais mis mandamientos estaréis o permaneceréis en mi amor. El hecho de permanecer en el amor de Cristo se ve y manifiesta por una obediencia consciente y total a sus mandatos. Más, dicho de otra forma, la práctica de guardar con entusiasmo todos sus mandatos nos asegura la continuidad de su bendición de amor hacia nosotros. Así como he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor… Este es el puente vivo, cierto y eficaz, pues si me amáis, guardar mis mandamientos de esta forma nos aseguramos su amor eterno. Así, la misma relación de obediencia y amor recíprocos deben verse, manifestarse entre los fieles discípulos y Cristo, como lo hizo ya entre éste y el Padre.

  Juan 15:11. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros. Con este v concluye la alegoría de la viña. Es la primera vez que Juan menciona el gozo de Jesús. Fijémonos bien, esta referencia al gozo se emplea en la misma noche de la crucifixión. Así que ya podemos decir que el gozo que Cristo experimentaba se desprende del hecho de saberse en comunión con el Padre, el cual le sostenía en sus tentaciones, dolores y sufrimientos, pero, y lo que es importante: El Señor Jesús dice que nos ha hablado estas cosas para que su gozo también esté en nosotros. Esta es la relación: Una unión vital y obediente con Cristo redunda en gozo del propio Hijo de Dios y. a su vez, en la savia para el propio creyente. Y que vuestro gozo sea cumplido. Sí, el corazón humano no puede sentir un gozo más grande y sublime que este: “Saberse alimentado por Cristo”, tener, hacer o producir frutos y, como consecuencia, generar gloria a el Padre, principio, subsistencia y fin de todo lo creado.

 

  Conclusión:

  Hermanos, no podemos engañarnos. Los frutos de este Espíritu son claros: Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, bondad, fe, mansedumbre: Contra tales cosas no hay ley, Gál. 5:22, 23.

  Si hacemos esto, nuestro gozo se verá cumplido.

  ¡Amén!

EL AMOR ENTRE LOS CREYENTES

 

Juan 13:1-5, 12-14, 34, 35

 

  Introducción:

  No descubrimos nada nuevo al decir que todo ser tiene hondas necesidades sociales. Necesita amar a otros y lo que es más importante, sentirse amado. Sí, sabemos que las personas más desgraciadas son aquellas que se sienten solas, abandonadas o rechazadas. Tanto es así, que no importa lo que uno pueda tener, sin amor, su vida es una amarga peregrinación. Emocionalmente es verdadero el dicho: ¡El mundo se está muriendo por falta de amor!

  Sí, pero, ¿qué es amor? Habla el Diccionario: Con este término se designan actividades de naturaleza diversa pero que tienen relación con los conceptos de inclinación, pasión, aspiración, etc. Por lo demás, es necesario anotar estas dos tendencias más sobresalientes en cuanto a la definición del amor: (a) La griega. Su máximo teórico fue Platón pues afirmaba que el amor es la aspiración de lo menos perfecto a lo más perfecto. Que el real movimiento parte del ser amante y el final del amado, en cuanto atrae a aquél. Lo amado, pues, no necesita amar: ¡Todo su ser es apetecible! (b) La cristiana. El amor parte de lo amado, en el cual se da el amor modélico: la tendencia que tiende lo perfecto a descender hacia lo que es menos perfecto para atraerlo hacia él y salvarlo.

  Pero, hay más. Aparte de la consideración teórica, metafísica y teológica del amor, los filósofos modernos han prestado gran atención al amor desde el punto de vista psicológico y hasta sociológico ya que constituye uno de los módulos de regulación entre todos los hombres que componen nuestra sociedad. Si esta preocupación suscita y remueve la mente de los intelectuales no es por otra cosa que por considerarlo vital en un mundo lleno de enorme incomprensión y taras sociales.

  Jesucristo vino al mundo para revelar el amor superlativo de Dios a los hombres, un amor que se expresa al final en la entrega voluntaria de sí mismo a la muerte en favor de otros: Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos, Juan 15:13. Su obra en la Cruz posibilita la nueva concepción del amor y hasta la nueva naturaleza, constituyendo su principal característica la fuerte capacidad de amar. Capacidad que se hace bien extensiva al Señor y a sus semejantes, aun a aquellos que la sociedad considera enemigos. De donde se desprende el hecho de que ahora sí, ahora es posible que dos personas se amen a pesar de que antes no podían ni siquiera hablarse, que dos personas que antes se tenían por amo y siervo puedan amarse ocupando cada uno el lugar que le corresponde, que dos personas se entiendan y sin conocerse apenas por el simple hecho de saberse creyentes en el mismo Señor Jesús, y que, en suma, dos personas se amen hasta llegar a dar la vida el uno por el otro si fuese necesario.

  Pero, ¿de dónde ha salido esta rara filosofía que parece locura al resto de la humanidad? Leer 1 Cor. 13:1-7. Sí, este es el amor y sus principales manifestaciones pero, ¿cuál es la fuente? Leer ahora 1 Jn. 4:8. Entonces, lo que el mundo necesita mucho más es precisamente lo que Cristo vino a ofrecer, puesto que si las peleas personales, suicidios, homicidios e injusticias evidencian la falta de amor, por otro lado sabemos que Él fue enviado para darnos la suprema lección del tema: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados, 1 Jn. 4:10.

 

  Desarrollo:

  Juan 13:1. Antes de la fiesta de Pascua… Situemos la escena. Ahora estamos en el llamado Aposento Alto, en la ciudad de Jerusalén. Jesús sabía bien que su ministerio público estaba tocando a su fin. Sólo faltaba su obra suprema: ¡Morir en la Cruz! Y a pesar de que aquellos horas vividas eran, sin duda, muy angustiosas, no vacila en aprovechar las pocas oportunidades que aún tiene para dar una lección a sus discípulos. Así, pocos minutos antes de empezar la Cena Pascual, que instituiría más tarde como recordatorio de su nombre y venida, o quizá fuese durante el transcurso de la Cena propiamente dicha, el momento quizá no importa, Jesús aprovecha la ocasión para mostrar a sus discípulos lo que es el amor y la humildad en acción. Sabiendo que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre… Ahora Él está seguro del terreno que pisa. Sabe que su hora ha llegado por más que pensemos que Él nunca dejó de saberlo, aunque ahora el momento se hace denso, se mastica. En varias ocasiones demostró que sabía de su final ignominioso, Juan 2:4; 7:6; 8:20, pero ahora, recién apagado los vítores de la muchedumbre es consciente de que la hora ha llegado, y que debe terminar su ministerio terrenal y volver con el Padre. Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Este detalle es muy revelador. Era porque Jesús sabía que su hora había llegado que amó a sus discípulos hasta el fin, o lo que es lo mismo, ¡los amó siempre! Pero aquí hay una idea, una consideración que debemos hacer. El verbo “amar” está escrito en tiempo de pretérito indefinido, indicando un acto determinado en un momento determinado. Y la expresión “hasta el fin”, podría referirse al límite del tiempo, es decir, hasta el término de su vida terrenal, o a la última voz o manifestación del amor, o al grado de intensidad de su amor, o quizá a las tres cosas o, por lo menos, las dos últimas por cuanto casan mejor con todo el contexto. Aún nos queda otra expresión digna de discutir: La frase “estaban en el mundo” nos indica sin duda que hay otros que pudieran no estarlo. Nos referimos a ese Seno de Abraham dicho o comentado por el rico de la historia de Lázaro, a ese cielo poblado por seres ya en comunión con el Padre, a ese estado en que las almas ya gustan del amor de Dios y de su Cristo.

  Juan 13:2. Cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas, hijo de Simón, que le entregase… Ya sabemos que la cena era un momento de íntima comunión para todos los judíos. Y sabemos que aquella cena aún lo era más. Pero el feliz acontecimiento tenía su lado negro, su adverso, la excepción que confirmase la regla: Judas Iscariote, el único discípulo que no era de Galilea, se prestó como instrumento del diablo para dar o entregar a Jesús a los líderes religioso que estaban determinados a destruirlo.

  El caso de Judas es bien curioso: Jesús lo llamó al oficio del apostolado aun a sabiendas de su carácter real, Juan 6:64, 70. A continuación Judas, según parece, se granjeó la confianza de sus compañeros quienes le encargaron el cuidado de los presentes que se les habían hecho y todos sus medios de subsistencia cotidiana. Y cuando los doce fueron a predicar y obrar milagros, Judas debió estar con ellos y recibir las mismas facultades. Sin embargo, aun en ese tiempo, tenía el defecto de apropiarse de una parte del fondo común para su propia uso, Juan 12:6, y, por último como sabemos, selló su infamia con la entrega que hizo de nuestro Señor a los judíos por dinero. Pero la confesión que hizo lleno de remordimiento asegurando la inocencia de su Jesús cuando la cosa ya no tenía remedio es bien notable, Mat. 27:4, y el espantoso fin que tuvo nos hace pensar en el triste papel que desempeñó en la historia de Cristo y la de su salvación. Ahora viene a cuento una cuestión importante. Sí, sabemos que lo hizo todo porque así estaba escrito, pero, ¿era libre o no de seguir esta inclinación? Era libre, al igual que lo somos cada uno de nosotros. No podemos culpar a Dios de injusto y lo estaríamos haciendo si creyésemos que Judas no pudo evitar o eludir su destino. Él tuvo su oportunidad de darse cuenta del fin a que se dirigía haciendo caso al diablo y a sus innatos deseos de avaricia. Por otra parte, existe el hecho de que Jesús lo escogió dándole así un escape vital que hubiese podido utilizar sólo con que lo hubiese querido.

  Volviendo al punto donde dejamos la acción, sabemos que a la luz de lo que dicen los Evangelios, Judas debió salir antes de instituirse la Cena del Señor, puesto que de otro modo no habría tenido tiempo de llevar a cabo su infame y cruel trato. Claro que el acto de Judas no fue una sorpresa para Jesús ni estorbó el propósito de Dios. Por el contrario, el Señor aprovecha y aun encamina los pies y planes de sus enemigos para lograr sus propósitos. Quizá este punto negro de la actitud de Judas esté puesto aquí para contrastar de forma tremenda con la poderosa luz que emana de la actitud amorosa de Cristo en contraposición con la negativa de aquél. De todos modos, este suceso fue determinante en el futuro de la Iglesia puesto que se tomó la sana costumbre de separar de las cenas a todos aquellos que su actitud pública no era lo suficiente cristiana que hubiera sido de desear, 1 Cor. 5:11.

  Juan 13:3. Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en sus manos, y que había salido de Dios y a Dios iba… Sin duda los vs. que hemos estudiado nos preparan para entender la actitud y el por qué Jesús lavó los pies de sus discípulos. Aunque Él sabía todas las cosas, que su hora de volver al Padre había llegado, que Éste le había dado la suprema autoridad aquí en la tierra, que había procedido de Él y que pronto regresaría al mismo, consciente de todo esto y mucho más que no hace falta relatar en esta ocasión, lavó los pies de sus discípulos. Por otra parte, y eso sí debemos decirlo, Él sabía bien que había venido del Padre sin dejarlo del todo; es decir, que hablando de forma espiritual, en ningún momento había dejado de ser Dios y, lo que también es importante, Él regresaba al Padre sin abandonarlo del todo. Sabiendo todo esto, conociendo desde la creación del mundo hasta su fin, palpando las horas venideras y sintiendo el cruel y tortuoso carácter humano, les lavó los pies a todos sus discípulos.

  Juan 13:4. Se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó. Seguramente la disputa de los discípulos, unos instantes antes, sobre quien de ellos sería el mayor en su Reino, Luc. 22:24, le entristeció o le apenó mucho. Y quizás aquella disputa también tuvo que ver sobre quién ocuparía el lugar más prominente en la mesa y sobre quién recaería el papel de siervo o esclavo en el ritual obligatorio lavado de los pies. Claro, a nadie se le ocurrió pensar que este papel lo iba a reclamar el mismo Jesús para sí. Pero el Maestro, tal vez con este episodio en mente y deseando dejarles un ejemplo inolvidable de la grandeza del servicio, les lavó los pies a todos. Lo curioso del caso es que sólo Juan, el llamado discípulo del amor, registra este caso, anota este evento. Lo cierto es que tal vez lo hizo por haberle quedado fijo y grabado en el corazón más que por otra razón más complicada.

  El evangelista prosigue:

  Juan 13:5. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies a sus discípulos, y a enjuagarlos con la toalla con que estaba ceñido. Al parecer, Juan recordaba bien estos detalles a pesar de que ya habían pasado unos setenta años desde que escribió su Evangelio y el momento en que realmente sucedieron las cosas.

  Juan 13:12. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Veamos de nuevo la escena. Los discípulos estarían expectantes e incluso muchos habían protestado por la actitud de Jesús, y cuando éste termina su extraño servicio que, sin duda, tuvo que afectarlos de manera profunda, y se echó sobre su lado izquierdo en la colchoneta de la mesa, les hace la pregunta que tiene la virtud de dejarlos más atónitos si cabe. Sólo un paréntesis para explicar mi frase “reclinarse sobre su brazo”: Este volver a la mesa, en gr. significa literalmente reclinarse o acostarse. Sabido es que la costumbre de la época era reclinarse alrededor de la mesa de unos diez o doce cm de altura y alcanzar la comida con la mano derecha. Ahora ya, volviendo a lo que importa, repetimos la inquietante pregunta del Maestro: ¿Sabéis lo que os he hecho? En primer lugar sirvió sin duda para llamar la atención de ellos sobre lo que les iba a decir enseguida, a continuación, puesto que no podía referirse a los hechos concretos que habían visto con sus propios ojos. Sabían muy bien lo que les había hecho, había sido un completo lavatorio de pies, pero, ¿por qué motivo? ¿Cuál era la razón de esta humillación aparente? ¿Qué pretendía o quería decirles? ¿Qué debían contestar…? La expectación se hizo patente hasta conseguir menguar la respiración:

  Juan 13:13. Sí, vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Esta es la introducción a la lección que seguirá y que los discípulos esperan ya. (Este título era normal para un rabí, siendo opuesto a la condición de discípulo y en cuanto a Señor, otro título que se aplicaba también a los rabinos, es del mismo modo opuesto a siervo). Sabemos que Jesús no buscaba su vanagloria ni el aplauso de los hombres, pero nunca les negó ni reprochó que le reconocieran o que le confesaran su grandeza. Pero aquí, al reconocerlo Él mismo, y lo que es más, al declarar la posición de ellos, de discípulos o siervos, les está preparando muy bien para la apelación y aplicación que sigue:

  Juan 13:14. Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis lavaron los pies los unos a los otros. Los pronombres “yo” y “vosotros” son enfáticos y diametralmente opuestos. En contraste con ellos, con todos los discípulos que buscaban ocupar el primer lugar de honor, Jesús tomó el último lugar, el lugar de la humildad. El acto de tomar la toalla y lavar los sucios pies de los hombres era una descripción gráfica de todo su ministerio terrenal de servicio y sufrimiento, Fil. 2:6-8. Por otro lado, este vosotros también debéis lavarse habla de un deber, obligación o deuda que todo creyente tiene para con los demás discípulos del Señor. Así, en otras palabras: en varias circunstancias semejantes, el creyente debe tener una disposición de servir a los hermanos, aun en las tareas humildes. De donde se desprende la idea de que aun la tarea más baja cobra nobleza y dignidad si se hace en nombre de Cristo y para su gloria, y también, que un servicio que no es nada o demasiado humilde para que el Señor Jesús lo haga, no debe ser demasiado para que nosotros no podamos hacerlo también.

  Esta costumbre de lavar los pies los unos a los otros se ha practicado entre los grupos de cristianos como ordenanza desde el siglo IV, aunque, sin embargo, no parece ser un mandato claro de Cristo que deba ser realizado de forma periódica. Ya sabemos que la mención que se hace en 1 Tim. 5:10, probablemente se refiera a un determinado tipo de ministerio en uso en aquella época en que se andaba descalzo o con sandalias y que, desde luego, era un servicio inapreciable para el visitante o amigo, más bien que un acto que formaba parte del culto a Dios.

  Juan 13:34. Un mandamiento nuevo os doy: Fijémonos que la ley exigía amor entre los hombres en los siguientes términos: ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo! Lev. 19:18. ¿En qué sentido es un nuevo mandamiento el que nos da Jesucristo? Hay varias explicaciones, dos de las cuales son: (a) El motivo del amor es nuevo precisamente porque “Cristo nos amó”, y (b) el objeto del amor es nuevo precisamente porque debemos amar a todas las personas que están o son de Cristo Jesús. Como os he amado, que también os améis unos a otros. El creyente tiene en Jesús un gran ejemplo de cómo debe amar a otros. ¿Y cómo hacerlo? ¡Cómo Él nos amó a nosotros! Entonces, y a partir de este preciso punto, este amor deja de ser algo abstracto para pasar a ser algo perfectamente definido y hasta concreto. No hay excusa ni escapatoria posible. La medida de nuestro amor a los demás es la usada por el propio Cristo, y a fe que la dejó bien colmada.

  Juan 13:35. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieseis amor los unos a los otros. Siendo como eran unos miembros individualistas con tendencias claras a la división, la exhortación del Maestro los iba a dejar fijos y forjados en una misma masa capaz de plantar para siempre un frente común: ¡El servicio para con los demás! Esta misma virtud, que brilló de forma notable en su Maestro, llegaría a ser ahora la característica para poder identificar a los verdaderos y santos discípulos. De donde extraemos que la marca inconfundible de la Iglesia del Señor, entonces y ahora, no está compuesta por ciertos milagros, organizaciones, edificios, prestigio ni número de miembros, sino de amor.

 

  Conclusión:

  Tertuliano nos dejó dicho en un comentario del siglo II, cuando escribía lo que le decían los incrédulos al observar a aquella pujante Iglesia: ¡Mirar cómo se aman!

  Hagamos un examen de conciencia y que cada uno de nosotros responda asimismo si esta es la frase que oímos de forma viva y constante por boca de nuestros vecinos cuando se refieren a nosotros y a nuestra Iglesia.

  Leer 1 Jn. 4:8-16.

LUZ PARA LOS CIEGOS

 

Juan 9:1-7, 35-41

 

  Introducción:

  Siguiendo con las lecciones que venimos estudiando, hoy nos corresponde una que es, quizá con mucho, la que más idea nos da acerca del Ministerio de Jesús aquí en la tierra.

  Jesús es la luz para los ciegos. En esta sencilla frase podemos ver tres grandes aspectos: (a) Jesús, (b) acción de luz o ausencia de tinieblas, y (c) ciegos. En cuanto al primer punto, Jesús es el sujeto creador y portador de esa luz, es decir, la linterna origen, causa y efecto de la luz. El segundo, representa el estado físico de una actitud, de estar o no en tinieblas, con la idea implícita del ciego que por propia voluntad trata de ponerse bajo el salvador haz de luz que emana de la personalidad de Cristo. En cuanto al tercero e importante como aquéllos para hacer posible el axioma trinitario, el ciego, el decir, aquel que no ve, que está limitado física y espiritualmente para gozar de toda la amplitud prevista por la naturaleza en su cuerpo.

  Si nos es conocida la personalidad de Jesús como agua viva, pan para los hambrientos y luz para los ciegos, y conocida la naturaleza de la luz que ofrece, hagamos un poco más de fuerza en la personalidad del sujeto a sanar, es decir, del ciego. Claro, una de las tragedias físicas más difíciles de sobrellevar es la de quedarse ciego, primero porque por lo general la ceguera coloca a la persona así afectada en una posición de total dependencia de otros y segundo, porque esta simple circunstancia le impide la función normal de la vida, y esto sin tener en cuenta el aspecto moral de la cuestión, tan cruel de superar por el abatimiento que reporta el hecho de haber visto y no ver. Por otro lado, sabemos que todos aquellos ciegos que son conscientes de serlo, son sensibles a sus posibles desventajas y están dispuestos a probar cualquier cosa o posibilidad de recuperar la vista perdida por muy remota que ésta sea. Esto lo encontramos normal e incluyo los ayudamos en la medida de nuestras fuerzas pero, ¿qué pasa con los ciegos espirituales? Sabemos que en el plano espiritual, toda fe cristiana comienza cuando uno llega a darse cuenta de que el pecado nos ha robado la vista del espíritu y que, en este sentido, uno ha sido ciego desde su nacimiento y es incapaz de librarse por sí solo de las perpetuas tinieblas.

  Así que, el primer paso a dar es estar convencido de ser ciego, de no ver. Luego, la fe cristiana llega a su madurez cuando la persona ciega reconoce que Cristo es el único médico que tiene el suficiente poder para restituirle la vista y, por ello, por ende, para completarlo cara al futuro eterno.

 

  Desarrollo:

  Juan 9:1. En su hacer diario, Cristo siempre encontraba tiempo y oportunidades, justo al lado del camino, para en primer lugar remediar las necesidades humanas y para enseñar prácticamente a sus discípulos. Sus clases didácticas son un ejemplo a seguir. En la ocasión que nos ocupa, sus ojos se posan en la persona de un ciego. ¿Era la primera vez que usaba la figura de un ciego para enseñar? No (el ciego de Betsaida de Mar. 8:22-26 y hasta Bartimeo, el de Jericó de Mar. 10:46-53). Y sin embargo, nuestro ciego es el único ciego de nacimiento registrado en los cuatro Evangelios. Mas, ¿hasta que punto es importante este detalle? Mucho. En primer lugar era más difícil de curar que aquellos otros que pudieran serlo temporales y en segundo, representaba de forma perfecta a todos los hombres ciegos espiritualmente.

  Ahora debemos resaltar el hecho innegable de como el Señor, al paso, detecta al ciego. Lo que nos da cumplida idea de que está tratando de ver personas con problemas de forma fija y continua, reconocidamente ciegas y, por lo tanto, aptas para ser sanadas de una forma magistral. Sin duda habrían cientos de personas en el camino que iban siguiendo, ya fuesen curiosos, discípulos, comerciantes, estudiosos, fariseos e incluso, ¿y por qué no? médicos, pero Él ve al ciego y a sus ganas de ser curado. ¡Cómo nos acordamos de aquel día en que también notamos en nosotros su mirada y a una súplica, recibimos de Él la luz que ahora disfrutamos! ¡Gracias le sean dadas!

  Juan 9:2. Lo primero que notamos en la lectura de este v es la marcada diferencia de un hecho concreto: Los ya discípulos tienen ante sí al mismo hombre, al ciego, al ciego de nacimiento y sin embargo notamos cuán distinta en su aptitud respecto a la adoptada por Jesús. El Maestro Jesús vio a un hombre, a un hombre en una situación patética, a un hombre, en suma, que necesitaba ayuda. Los discípulos, en cambio, al verlo, creyeron un deber entablar con Jesús conversaciones teológicas, eso sí, aprovechando nuestro sujeto como ejemplo vivo, pero sin tratar de hacer ningún bien de resultas de la discusión. Ven en el pobre hombre un motivo de estudio dando más importancia a la causa o agente del pecado que al propio pecador y, por consiguiente, olvidándose por completo del hombre como tal. En cuanto a nosotros, criticamos con facilidad esta actitud tan errónea, pero decirme: ¿No hacemos lo mismo al señalar defectos los sociales, morales o físicos sin darles una solución con toda energía?

  En cuanto a los discípulos están preocupados por aquel caso, pero tan solo en el aspecto teológico de la cuestión. Sabido es que los judíos relacionaban toda la adversidad con el pecado y de ahí la pregunta: ¿Quién pecó? Aunque sabemos que ellos pensaban que la ceguera que estaban viendo era debida a dos posibles causas: (a) Al pecado de sus padres, y (b) al pecado del ciego antes de nacer. Si tomamos la primera razón, sabemos que la ley establecía que Dios iba a visitar la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera o cuarta generación, Éxo 20:5. Sin embargo, esto no era axiomático, ex cátedra, por cuanto más tarde, otro profeta de Dios enseñó la responsabilidad individual y personal delante del Señor, Eze. 18:1-4. Aún sabemos por otros textos que se nos dice que cada uno dará cuenta de sí o todo lo que el hombre sembrare, eso segará, etc. Por ello, creemos que queda descartada la primera posibilidad. ¡Aquel hombre no era ciego por culpa del pecado de sus padres! En cuanto al 2º punto, ¿qué podemos decir? La Biblia en bloque descarta la idea de que un recién nacido haya podido pecar en el vientre de su madre. Así también, la segunda posibilidad queda descartada.

  Ahora, pues, conviene levantar la pregunta: ¿Por qué causa era ciego aquel hombre?

  Juan 9:3. Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Así pues queda reseñada la respuesta y a fe que es difícil. Si fueron descartadas las dos opciones de los discípulos, Jesús presenta ahora una 3ª posibilidad o alternativa que ha dejado perplejos a muchos creyentes. Parece ser o decir que fue el propósito de Dios que el hombre naciera ciego para que, al ser adulto, fuese el objeto de una obra sobrenatural que reportaría mucha gloria al cielo. Pero, ¿esto sería justo? ¿Hacer sufrir al hombre todo el tiempo, a sus padres, a sus vecinos, a sus allegados, entra en el propósito de Dios? No, no, desde luego, la idea no cuadra con el resto de enseñanzas bíblicas en cuanto a la santa personalidad de Dios.

  Veamos como salir de esta situación:

  Muchos comentaristas colocan un punto y seguido después de la palabra padres, dejando el texto leído de esta forma: No es que pecó éste, ni sus padres. Pero, para que las obras de Dios se manifiesten en él, me es necesario… (esto ya pertenece al v siguiente que forma parte de la misma frase). El arreglo es justo y perfectamente aceptable para nosotros cuando sabemos que en el texto original griego no llevaba ningún signo de puntuación, los cuales fueron dados o agregados siglos después por hombres limitados y hasta falibles quienes, al puntuarlo, lo hicieron tal y como aparece en el texto que hemos apuntado al principio. Por otra parte debemos entender la afirmación de Jesús. No dice que ellos no habían pecado, sólo está afirmando que no era la causa de su ceguera.

  Juan 9:4. Me es necesario hacer las cosas del que me envió entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Es curioso. Jesús está diciendo que su forma de actuar dentro de la voluntad de su Padre da como resultado que sus obras sean las mismas que las de Aquel que le envió. Está insinuando a sus oyentes la fuente de su fiel divinidad que en este caso se manifestará con la curación del ciego. Los términos día y noche deben entenderse en un sentido figurado, es decir, por “día” entendemos el tiempo útil de trabajo, el tiempo de nuestra vida en la tierra y por “noche”, la muerte, con el cese de toda actividad física posible y, lo que es peor, sin tiempo ya para hacer pocas o ninguna enmienda. Haciendo caso a este “me es necesario”, Jesús vivió los tres años de su ministerio bajo un tremendo sentido de urgencia, sabiendo que se acercaba la “noche”, la cruz, y deseando realizar cuanto le era posible antes de que viniese su hora. Del la misma manera, sus seguidores, debemos reflejar en nuestra vida ese tipo de urgencia divina.

  Juan 9:5. Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo. Esta luz de Dios ha alumbrado al mundo en varias ocasiones y en varios grados de intensidad, sea que este mundo lo deseara o no, Heb. 1:1-4. Sin embargo, todos nosotros convenimos en la idea de que el Señor Jesús, la luz, como revelación e iluminación de Dios, brilló en su forma más intensa.

  Juan 9:6. Esta es la explicación física de la real mecánica del milagro. Jesús utilizó medios tales como saliva, estanque y lodo, para conseguir sus fines santos, pero sabemos que otras veces fue suficiente sólo su palabra, y lo que sí podemos afirmar es que en todos los casos fue una manifestación de su poder sobrenatural y otras tantas pruebas de su saber y divinidad.

  Pero en la ocasión que nos ocupa, Jesús violó, por así decirlo, cuando menos dos tradiciones judías: (a) Estaba prohibido poner saliva en sábado en los ojos de nadie, y (b) estaba prohibido hacer lodo en día sábado. En primer lugar deberíamos decir que no era una idea descabellada en sí por cuanto los mismos judíos consideraban que la saliva tenía poderes medicinales, claro que nunca había logrado una cura tan espectacular. Lo que ellos estaban criticando aquí es que esta cura sea efectuada en sábado. La segunda razón sustancial era que la ley prohibía hacer un trabajo en ese día y ellos eran recalcitrantes realizadores de la rara normativa. Y llegaron a estar tan ofuscados con la obra y actuación de Cristo Jesús que, en su momento éste los llamó “hipócritas”, es decir, gente con máscara. Sutilmente, Jesús les riñe y reprime con ejemplos cotidianos irrefutables, como aquel de la caída de una oveja en un pozo, ¿no la iban a sacarla por el hecho de ser día sábado? ¡Cuánto más esfuerzo debería hacerse tratándose de la vida o defectos físicos de algún humano!

  Resumiendo, el Señor Jesús escogió un remedio común y le dio una virtud extraordinaria.

  Juan 9:7. El ciego permitió que Jesús aplicara el lodo a sus ojos y luego escuchó el mandato tierno, pero firme, de ir a lavarse a un estanque. Notemos que no tenemos indicios de que Jesús le prometiera nada. En apariencia, el ciego obedeció esperando ilusionado la mejor traducción de una remota esperanza de la situación, pero avanzó sin tener siquiera la promesa de recibir la vista. ¿Por qué lo hizo? Pues a pesar de haber sufrido mil y una desilusiones, el hombre muy desesperado intentará una y otra vez lograr una solución para su necesidad, por más remota que parezca la propia esperanza o más ridícula o nimia que parezca la posibilidad. ¿Qué no hará el hombre por su salud? Así que se va hacia el estanque de Siloé ante la expectación consiguiente (Siloé, en he enviado, por ser un estanque receptor de agua que le es enviada por otra fuente). Así es que va hacia el estanque, repetimos, sabedor quizá de que Cristo Jesús jamás desilusiona al hombre que tiene fe.

  Sigue Juan 9:7. Fue entonces, se lavó y regresó viendo. Este es simplemente el resultado de la fe y obediencia al Señor. Así que fue al estanque aludido siendo ciego, volvió viendo y además maravillándose del recién estrenado don de la vista. De repente su vida cobró una nueva dimensión y ya veía las asombradas caras de sus vecinos, veía el cielo, las piedras, a… Jesús. Esta sensación es igual a la que siente el hombre en el momento de entregarse a Cristo como único y suficiente Salvador. ¡Queda maravillado ante el claro contraste de su nueva situación y la que acaba de dejar!

  Ahora sólo una palabra más para denunciar el hecho de que todos aquellos que habían sido testigos de su ida, lo fueron de su vuelta estando seguros de que a cada uno de ellos, este hecho del Maestro le vino a confirmar la teoría que del mismo asunto se habían formado.

  Juan 9:35. Oyó Jesús que le habían expulsado… Hemos dado un enorme salto en la narración por falta de tiempo y espacio, por lo que nos conviene volver a tomar el hilo vital de la escena. Cuando el ciego regresó del famoso estanque, Jesús se había ido y nuestro hombre fue llevado delante de las fuerzas vivas, las autoridades de la religión organizada donde fue sometido a toda clase de pruebas para desacreditar su testimonio en lo posible y, de paso, el del Señor. Sí, aquel caso iba muy mal para sus fines.

  En primer lugar, los religiosos trataron de probar que el amigo no era el mismo que antes había sido tan ciego. Y como resultó fallido este intento, procuraron desacreditar la obra de Jesús, diciendo que había violado aquella ley que prohibía trabajar en sábado. Estaban ofuscados y delirantes, tanto es así, que cuando nuestro ex ciego dice, afirma, que Jesús era profeta y que no podía ser pecador, le aplican la disciplina establecida para tales casos. Pero su testimonio irrefutable está patente: ¡Antes era ciego y ahora veo! Y no dejaron que se acercase a la sinagoga, sitio de solaz consuelo y reunión… ¡Y lo expulsaron! En ese momento de tanta soledad se topa con Jesús: Y hablándole le dijo: ¿Crees en el Hijo de Dios? El Maestro lo está preparando para otra curación mucho más importante que la primera. (a) Le ha dado fe para irse a lavar al estanque. (b) El convencimiento total de que su sanador no podía ser pecador, y (c) le enseña que como Hijo de Dios podía sanarle los ojos del alma.

  Como en el caso de aquella Samaritana, estudiado hace poco, Jesús pone en su corazón el ansia de saber:

  Juan 9:36. Respondiendo él le dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Nuestro hombre reconoce que su interlocutor era su sanador, pero no lo relaciona aún con el Mesías. Así que pide más datos, aunque está dispuesto a recibir las evidencias, la condición importante para que el Espíritu obre en los corazones.

  Juan 9:37. Y le dijo Jesús: Pues le has visto y el que habla contigo, Él es. Jesús hace una relación directa entre su persona y el Hijo de Dios. En una palabra, se identifica como el Mesías esperado. Y el hombre, terreno abonado ya por lo antedicho, se entrega:

  Juan 9:38. Y le dijo: Creo, Señor, y le adoró. Se nos dice que este “Señor” es claramente distinto al usado en el v. 36. Aquel era de respeto, éste de obediencia. Este es el propósito inicial del evangelio: ¡Despertar en los hombres la disposición de creer en Dios porque el resto ya lo hace Él!

  Juan 9:39. Estas palabras no son otra cosa que un juicio terrible para aquellos que contemplaron la presencia, las palabras y las obras de Jesús, o de sus creyentes, y no respondieron con fe a su llamada. En cuanto a los que “no ven” se refiere a todos los que son conscientes de su necesidad espiritual y que procuran recibir la luz de Dios. Jesús vino y murió para que esto fuera posible.

  Juan 9:40. Entonces algunos de los fariseos que estaban con Él, al oír esto, le dijeron: Di, ¿acaso nosotros somos también ciegos? Ellos, sin duda, pensaban que no se refería a su grupo, los más iluminados del pueblo de Israel en datos o aspectos religiosos. Con dudas, hicieron la pregunta para demostrar que no sentían necesidad de luz, al menos de la luz que promulgada el Hijo de Dios.

  Juan 9:41. Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, más ahora porque decís: Sí, vemos, vuestro pecado permanece. Jesús confirma la ceguera de ellos. Por el contrario, el ciego de nuestra historia tenía las cualidades precisas para dejar de serlo: Fe, lealtad, sincera confesión, adoración…

 

  Conclusión:

  ¿Hay alguno que quiera acercarse al Divino Ser Sanador? ¡Qué lo diga y… oraremos por él!

PAN PARA LOS HAMBRIENTOS

 

Juan 6:35-51

 

  Introducción:

  Ahora nos conviene recordar que los judíos de Jerusalén habían rechazado a Jesús, principalmente porque Él había retado todo el sistema religioso que ellos mismos habían creado. El cap. 6 de Juan, que parcialmente vamos a estudiar hoy, trata y descubre la incredulidad de otros judíos.

  Los galileos, los cuales mostraron interés sólo en el pan, es decir, en el alimento físico para el cuerpo. Aquéllos, como la mayoría de personas hoy en día, prefieren todo aquello que pueden oler y gustar a aquello otro, mil veces más alimenticio, pero que sólo se puede detectar con el olfato y gusto del buen espíritu. Pero para los que ya tenemos ese pan eterno, la lección de hoy también tiene un cierto mensaje. Creemos que teniendo a Jesucristo ya tenemos suficiente y que incluso nos sobra, pero pensamos de forma egoísta. Nos callamos cuando alguien quiere beber de la fuente de ese “agua viva” y comer del “pan eterno”, por la sencilla razón de que no queremos compartirlo.

  Recordamos que en 2 Rey. 7, se narra una historia muy singular: Se cuenta de unos leprosos que, según el uso y la costumbre de la época, vivían en el exterior de la ciudad y forzados por el hambre y la necesidad fueron a visitar el campamento enemigo que había sitiado hasta entonces a su ciudad. ¡Cuál no sería su extrañeza cuando vieron que los soldados se habían ido dejando todas sus cosas o pertenencias usadas en el largo sitio. La alegría de los hombres fue inmensa. Se lanzaron sobre la comida y la devoraron hasta saciarse. Al final, se impuso la cordura y se dijeron los unos a los otros: –No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva y nosotros callamos. Y corrieron a la ciudad a comunicar la noticia del levantamiento del sitio. ¡Cuánto debería enseñarnos esta narración! Sí, nosotros nos gozamos y comemos del pan eterno pero entre bocado y bocado deberíamos decir: –No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva y nosotros callamos.

  Del mismo modo que el “agua viva”, ya estudiada el domingo anterior, este “pan eterno”, si no se reparte a tiempo y consume se florece y no sirve para el medio que fue creado. ¡Qué Dios nos enseñe la forma y manera de lograr como hacer participar a otros de lo que hemos considerado un tesoro inigualable!

  En la ocasión que nos ocupa, el Señor denuncia el propósito materialista de aquellos galileos, Juan 6:26. Buscaban, hasta el punto de abandonar sus hogares y la labor del día a día, la forma de conseguir pan gratis, conseguido sin sudor. Más el propósito principal de la venida de Jesús al mundo ha sido bien diferente. Él ha venido a satisfacer las necesidades espirituales de toda la gente, Juan 6:27. Y les exhorta a creer en Él como el enviado por Dios, ya que se identifica a sí mismo como el Pan verdadero Juan 6:33. Para poder llegar a esta conclusión concreta debemos ponernos en situación: Jesús había estado en Galilea e ido a Tiberias cuando tuvo lugar el evento de aquella alimentación de los cinco mil hombres, la demostración práctica de Andrés con saber estar en todo, la dádiva del muchacho ofreciendo lo que tenía y la del propio Jesús haciendo el consabido milagro del “sexto” pan y el “tercer” pez. Luego Jesús se va y toda aquella multitud pasa el lago buscando más pan:

 

  Desarrollo:

  Juan 6:35. Yo soy el pan de Vida, y entendemos por pan todo alimento esencial y básico para el cuerpo humano. Aquí Jesús se identifica como el alimento espiritual. Ya lo notamos desde la aplicación del pronombre personal yo, puesto que es enfático indicando que sólo Él puede constituirse en un pan que es capaz de sustentar la vida del espíritu, v. 33.

  A lo largo de su ministerio, Jesús usó varias veces el mismo comienzo de frase: Yo soy. Recordemos, entre otras: Luz, Juan 8:12; puerta, Juan 10:7, 9; buen pastor, Juan 10:11, 14; la resurrección y la vida, Juan 11:25; camino, verdad y vida, Juan 14:6 y vid verdadera, Juan 15:1, 5.

  Sigue Juan 6:35. El que a mí viene, nunca tendrá hambre y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Todos los galileos están confundidos. El pan que comieron ayer les sació el hambre, pero ahora están hambrientos y Jesús les habla de un pan que puede saciar eternamente. ¿Qué será este pan? No conformes con la experiencia vivida por ellos mismos le ponen al maná como ejemplo, Juan 6:31-33, pero acaban por reconocer que el maná, a pesar que era dádiva divina, sólo satisfacía el cuerpo humano por un tiempo limitado, en contraste con este “pan” que ahora les está ofreciendo. En cuanto a las ideas “venir a él” y “creer en él” son sinónimas, es decir, expresan el mismo pensamiento. Igual ocurre con los términos tener hambre y tener sed. La única diferencia estriba en el contexto que se aplica al deseo en el corazón del hombre en cuanto a su contacto o comunicación con Él, con el Señor. También hemos de decir que los términos negativos nunca tendrá hambre o no tendrá sed jamás, hablan y expresan de forma veraz y categórica una realidad palpable en el corazón del hombre creyente.

  Juan 6:36. La nota trágica aparece otra vez en el evangelio y aparecerá cada vez que Jesús trate de explicar su presencia en la tierra. Es menester una criba de oyentes que desgraciadamente no creerán en el mensaje evangélico, precisamente para que, por contra, hayan unas personas que lo acepten. Esta es la continua incongruencia del evangelio. A todos se le predicará, mas no todos creerán en Él. Aquellas gentes no sólo habían visto a Jesús y a sus realidades, le habían oído, le habían seguido, le habían aceptado y le habían abandonado. Él había venido al mundo para revelar el amor de Dios, pues el Evangelio no es otra cosa, y despertar así en los seres humanos la disposición de creer en Él. Pero ellos vieron o contemplaron su gloria y decidieron seguir en las tinieblas de la incredulidad por propia voluntad para que nunca más puedan acusar a Jesús de no haberles dado siquiera una oportunidad.

  Juan 6:37. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí. Y ¿qué o quiénes son los que vendrán a Él? Todos aquellos que son objeto de la gracia de Dios Padre, llegarán de forma voluntaria a Cristo con fe y lo recibirán como fuente de vida. Esto parece indicarnos que sólo somos salvos porque el Señor lo quiso, cierto que lo somos por propia confesión de fe, mas estábamos predestinados desde antes de la fundación de este mundo. También habrá quien no quiera aceptarle y, como consecuencia, salirse de esa enorme predestinación eterna, para que entre unos y otros cumplan el propósito del Señor, un propósito que no puede anularse sólo por la incredulidad de la mayoría de todos los hombres.

  Sigue Juan 6:37. Y al que a mí viene, no le echo fuera; es decir, todo aquel que quiera, no se verá defraudado. Sí, todos tenemos sitio en su mesa. Notemos que el deseo de ir o acercarse a Jesucristo por parte del hombre es la evidencia de que el Padre está procurando dárselo al Hijo. La forma negativa no le echo fuera es la forma categórica para expresar una negación, según el texto griego, por lo tanto, a pesar de su vida pecaminosa, Cristo recibirá en su seno a todo el que se acerque a Él con la fe suficiente.

  Juan 6:38. Parece que Cristo Jesús dice: ¿Cómo podría echarles fuera cuando he venido a hacer la voluntad de mi Padre y Él quiere que todos sean recibidos para mi propia gloria? Sí, nada agrada más al Señor que la obediencia voluntaria y gustosa por parte de los creyentes.

  Juan 6:39. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió… Ahora va a decirnos la misión concreta que ha hecho, que ha motivado su venida a este mundo: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Sí, Jesús anuncia otra vez que el Padre da al Hijo todos los que habían de creer en Él. Y Éste, como buen Pastor, tiene el deber y la responsabilidad de vigilar y protegerlos en esta vida y en el día final, resucitarlos para morar eternamente con él.

  Juan 6:40. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna. Este v. repite en parte y explica el anterior. Parece que en el original griego estaba la conjunción “porque” que enlazaba a ambos. Y repetimos: Los que el Padre da al Hijo son los que luego ven al Hijo con fe y creen en Él. Digamos que el v creer es una palabra clave en la Biblia. En el texto que estamos estudiando se emplea seis veces, vs. 29, 30, 35, 36, 40 y 47. Ahora bien, ¿qué se entiende por creer? Además, se incluye la actitud de confiar y comprometerse de forma personal. ¿Qué vemos o entendemos por una vida eterna? ¿Algún premio que hemos de conseguir? No. Vida eterna es una posesión que el creyente disfruta ya. En esencia es una relación vital y consciente con el Padre a través del Hijo.

  Sigue Juan 6:40. Y yo le resucitaré en el día postrero. Sí, otra vez aparece el pronombre enfático yo. ¿Es capaz de cumplir esta promesa? 1 Cor. 15:20 dice: “Primicias de los que durmieron es hecho.” Él, que ya resucitó en su día, es quien efectuará la resurrección de los que creen.

  Juan 6:41. Aquellos judíos que murmuraban en voz baja eran con toda probabilidad los líderes más celosos de la ley. ¿Qué era lo que más les molestaba de Jesús? (a) Su origen, ya le conocían perfectamente, y (b) el significado de comer su carne. Cinco veces Jesús dice que había descendido del cielo, vs. 33, 38, 50, 51 y 58. La queja en cuestión es un resumen de los vs. 33, 35 y 38, precisamente por el hecho de que Jesús afirmaba tener una naturaleza distinta a la de los demás, puesto que se titulaba pan que satisface el hambre de todos y por aquel otro en el que afirmaba haber descendido directamente del cielo. En resumen, y lo repetimos, afirmaba tener un origen distinto al de los demás hombres.

  Juan 6:42. Debemos notar también aquí la enfatización del pronombre nosotros. Sí, es decir, lo habían visto con sus propios ojos. Y estaban seguros de saber los detalles de su nacimiento en el pueblo de Belén y su crecimiento en Nazaret y según ellos, no había nada de sobrenatural en estos detalles maravillosos. Ya conocían a sus padres y habían convivido con ellos. Por lo tanto juzgaban un tanto ridículo que Él afirmase su origen divino.

  Juan 6:43. Sin mezclarse en una discusión de cómo vino aquí, que por otra parte no hubiera conducido a nada, el Señor Jesús dirige su atención a algo más provechoso y dice, y enseña el camino por el cual los hombres pueden acercarse a Él.

  Juan 6:44. Esto es muy importante. La inhabilidad de parte del hombre para ir a Cristo por sí mismo es, claro, esencialmente moral. El pecador no puede acercarse a Él porque no quiere. Pero el Padre obra de forma activa en el hombre despertándole tanto en el querer como en el hacer, Fil. 2:13.

  Juan 6:45. Jesús cita Isa. 54:13, para indicar la manera en que el Padre atrae a los hombres. Enseñándoles e iluminándoles acerca de su condición de perdidos y la medicina que puede salvarles.

  Juan 6:46. Fijémonos que se dice que para oír al Padre y ser enseñado por Él, v. 45, no es necesario verlo. Sí, está diciendo que el que oye al Padre se sentirá atraído por el Hijo, el cual sí que ha visto al Padre.

  Juan 6:47. Como sabemos bien, la repetición “de cierto”, es usada para enfatizar la expresión y dar más fuerza y seguridad. Este es el mensaje fiel del Evangelio: ¡Creer en Cristo tiene como resultado la “vida eterna”!

  Juan 6:48. Yo soy el pan de vida. Jesús pues repite, v. 35, la afirmación de su naturaleza y misión. Así, toda persona que cree en Él comienza a comer de Él, espiritualmente hablando.

  Juan 6:49. El maná, como ya hemos dicho, no les salvó de la muerte física.

  Juan 6:50. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. El contraste entre el maná y este pan es bien notable. El que come del “pan de vida” será librado de la muerte, no en el sentido de que no muera de forma física, sino en el sentido de que la muerte física, para el creyente, es un sueño del cual será vivo y resucitado para vida eterna.

  Juan 6:51. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo, si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre. Con la idea del “pan vivo”, que tiene vida propia, que es capaz de generar a su vez energía motora. En los vs. 33 y 50, se establece que el pan “descendió” estando el v. en presente. En este v. en cambio, se usa el pretérito inde, indicando con ello que la acción ha sido efectuada de una sola vez. En un cierto sentido, Cristo desciende infinitas veces para cuidar de sus hijos, pero su encarnación, su muerte y resurrección, tuvo lugar sólo una vez por todas. ¿Qué duración tendrá la vida que uno recibe de Cristo? ¡Vivir para siempre!

  ¿Cómo pudo conseguir Cristo ser el llamado “pan de Vida”? Y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. ¡Por su muerte en la cruz!

 

  Conclusión:

  Recordemos que San Agustín dijo: “El corazón del ser humano fue creado para tener comunión con Dios Padre y sin conocerlo, siempre queda hambriento.”

  ¿Cuál es el estado de tu corazón?

  ¿Cómo puede el creyente alimentar su alma? Cristo es el autor y sustentador de nuestra vida interior. Ahora recordemos aquella anécdota de los leprosos: ¡No estamos haciendo bien. Es un día de buena nueva y nosotros callamos…!

  ¿Hasta cuándo?

EL AGUA QUE SATISFACE

 

Juan 4:7-15

 

  Introducción:

  Con esta lección comenzamos una unidad compuesta por seis grandes caps que tratan del ministerio de Jesús entre todos los hombres, a saber: (a) Agua viva, (b) Pan verdadero, (c) Luz espiritual, (d) Capacidad para amar, (e) Vida verdadera, y (f) Presencia del Espíritu Consolador en la vida del Creyente.

  Todo nos da unas ideas que tienen que ver con las necesidades físicas que entendemos a la perfección. El cuerpo humano está compuesto de tal modo que sus órganos nos pueden comunicar señales de peligro o de mínimos al centro motor del cerebro. Cada día, casi a cada momento, somos conscientes de notar, recibir, estas señales, algunas de prioridad alarmante a las que hemos de atender de forma rápida y eficaz: el estómago vacío nos indica la necesidad de tomar alimentos y la boca seca nos señala la necesidad de tomar líquidos. Pero, de igual modo, sentimos las inquietudes espirituales, las cuales se traducen en un ansia de saber y una búsqueda de nuevos conocimientos que las aplaquen. También anímicamente tenemos necesidades y a fe que son importantes: Amar y ser amado, tener amigos… Pues si no las atendemos nos quedamos solos y tristes. Mas los seres humanos tienen otra necesidad que algunos no saben o no quieren saber… Se trata de una fuerza vital que nos inclina a comunicarnos con el Creador, a conocerlo, a amarlo y a lo que es más importante, a comprobar y saber que Él nos ama. Todas las civilizaciones y aun las tribus más aisladas y remotas han procurado conocer y adorar al Supremo.

  La lección de este domingo en la ED presenta a una mujer que tiene sed de Dios. Jesucristo la encuentra, la guía a expresar su necesidad y le muestra dónde y cómo puede satisfacerla.

  Antes de pasar adelante debemos tener en cuenta que en la Biblia la figura del agua se usa con frecuencia para señalar nuestra relación con Dios, Sal. 42:1-5; Isa. 55:1. Además, en muchas profecías del Mesías se menciona el agua, Sal. 36:9; Isa. 35:6, 7. Sin embargo, es aquí, en Juan 4, que vamos a estudiar ya mismo, cuando explota la idea del agua señalando con claridad al Salvador como el agua viva, el buen y perfecto cumplidor de aquellas profecías y fuente inagotable de agua espiritual.

  Veamos como Juan, al narrar o explicar la segunda entrevista más importante de Jesús, la primera fue con Nicodemo, nos da una perfecta idea del lugar, paisaje, época y la situación política y además la subdivide en tres marcadas partes en cada una de las cuales sobresale la mentalidad de Jesús dirigiendo a la mujer Samaritana hacia lo que importa de verdad: El Evangelio, es decir, la salvación de las almas.

 

  Desarrollo:

  Juan 4:7. Vino una mujer de Samaria a sacar agua… Para situarnos bien en la escena nos conviene recordar el mapa de Palestina en aquel entonces. Jesús había salido de Judea, situada al sur del país, de forma repentina. ¿Y, cuál fue la causa? ¡Había sido informado de que los fariseos estaban celosos por su éxito en ganar discípulos! Y como sabía que la hostilidad de esta secta se intensificaría y hasta le estorbaría en su ministerio decide marcharse por aquello de que una fuerte retirada a tiempo es una victoria. Por otra parte, sabemos que deseaba evitar una lucha o confrontación abierta porque no había llegado aún su hora.

  ¡Cuándo llegó, no dudó ni la eludió!

  Así que lo tenemos yendo por el camino del norte, hacia la Galilea, donde tenía aún varios amigos. Desde luego, el camino más corto es la línea recta. Como sabemos bien Samaria era la provincia que limitaba al sur con Judea y al norte con Galilea a dónde iba. Pero, ¿este era el camino normal para los judíos en un viaje similar? No, desde luego que no. El viaje acostumbrado era: Desde Judea se iba hacia el este, se atravesaba el Jordán, se subía por Perea, se iba hacia el oeste, se atravesaba de nuevo el río Jordán y se entraba en Galilea. ¿Por qué? Porque los judíos no querían pasar por Samaria por considerar que sus habitantes eran impuros o mestizos. ¡Eran el odioso resultado de los cruces entre los judíos y gentiles en la cautividad. Una vez purificados los judíos con la reconstrucción del templo, no permitieron que los fieles samaritanos les ayudaran y éstos, como pago al desaire, les molestaron intentando retrasar las obras hasta el año 520 aC. Luego, por despecho, erigieron otro templo en el monte Gerizim, templo que cita la mujer de la historia.

  Pues bien, Jesús estaba cansado y se sentó al lado del pozo de Jacob, esperando que volviesen sus discípulos de Sicar a donde habían ido sin duda a buscar alimentos, cuando vio acercarse a la mujer con la clara intención de buscar agua. Así, Jesús le dijo: ¡Dame de beber! Hay que decir que Jesús, al pronunciar estas palabras, inicia una conversación en las circunstancias más adversas y que, nosotros, en su caso, quizá no nos hubiéramos atrevido a entablar. Veamos: En primer lugar existía lo que ya hemos dicho, que los judíos no trataban, o trataban poco, a los samaritanos de la época. Por otro lado, las buenas costumbres contemporáneas no permitían que un hombre hablase con una mujer desconocida en un lugar a solas. Y más aún, sabemos entre líneas que ella llevaba una vida ligeramente dudosa, y más aún, conocemos bien que el aspecto exterior de Jesús no dejaba lugar a engaños; era un religioso desde la punta del pelo a las sandalias.

  Que distinta se presenta esta entrevista con la que tuvo Jesús hacía pocas fechas con Nicodemo. Aquí, rompiendo todas las barreras, le pide agua para beber. Pero, además, en este “dame de beber”, se traduce cierta veracidad. Y es que Jesús adopta una posición sincera. Está cansado, tiene sed y carece de algo con que sacar agua del pozo y la mujer ve la sinceridad del Maestro en todos los poros de su humanidad. Esto enseña que pedir un pequeño favor muchas veces comunica confianza en la bondad de nuestro interlocutor y abre el camino hacia una posible y clara amistad. Recordemos como en Luc. 19:5, Jesús gana a Zaqueo sólo pidiéndole si podía morar en su casa.

  Juan 4:8. Aquí, Juan, siendo testigo material del caso que va a narrar cree conveniente explicar el por qué Jesús estaba solo. Por otro lado notamos que al ir de compras a la ciudad de Sicar ya han vencido un perjuicio, puesto que van a tener contacto con los samaritanos y esto se lo deben a Jesús, puesto que por sí solos jamás lo hubieran hecho y más teniendo en cuenta su orgulloso nacionalismo galileo.

  Juan 4:9. A la solicitud de Jesús la mujer responde. Y lo difícil es saber si su actitud es sincera o irónica. Así, su extrañeza es perfectamente comprensible. Porque judíos y samaritanos no se trataban entre sí. Juan agrega la frase en beneficio de sus fieles lectores gentiles, explicando el odioso perjuicio existente entre los judíos y samaritanos. De esta forma tan simple termina el primer intercambio de frases entre Jesús y la mujer.

  Juan 4:10. Jesús, sin demostrar estar herido por la dura actitud de extrañeza de la mujer, toma la iniciativa otra vez y despierta la curiosidad de ella con una insinuación de que él conocía algo que ella desconocía. Como “don de Dios” debemos entender la dádiva suprema que el Señor ofrece a los hombres. Poco a poco, el Maestro va llevando a la mujer al terreno que le importa. ¡Su propia salvación! Está tan entusiasmado en su exposición que hasta se ha olvidado de la sed, demostrando así que los apetitos de la carne pasan a un segundo lugar cuando tenemos la firme oportunidad de hablar del Evangelio. Como agua viva ya hemos de entender la expresión descriptiva gráficamente del efecto que el citado Don de Dios tiene en el alma con sed. Es decir, del mismo modo que el beber agua aplaca la sed, el conocimiento de Dios aplaca la del alma. Ahora, Jesús, habiendo logrado la atención de la mujer, procede a despertar en ella un sentido de necesidad personal: Y quien es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías y él te daría agua viva. Aquí conviene que nos paremos un momento y prestemos atención a este pasaje porque nos parece muy interesante: Jesús insinúa que la mujer ignora el don supremo de Dios para el hombre, la salvación, y también la identidad de su interlocutor, el Hijo de Dios, quien precisamente ha venido a la tierra para ofrecer salvación a todos los hombres sin discriminación alguna. Parece ser que también expresa cierta confianza en que ella, al tener la oportunidad de entender quién era Jesús y cuál era la naturaleza de su oferta, no tardaría en pedirla, en solicitarla. Haríamos bien en señalar esta confianza en las personas a quienes estamos procurando ganar para Cristo, ya que la nuestra, producida por la creencia de esta disposición, será un factor positivo, y hasta determinante, para lograr su decisión final.

  Juan. 4:11. La mujer le dijo: Señor, no tienes con que sacarla y el pozo es hondo. Claro, esta es una primera reacción normal: incredulidad, curiosidad y seriedad manifiesta la respuesta de la mujer. Pero, el Maestro, está logrando su propósito. Aunque la mujer, todavía está pensando en sus necesidades físicas. Se le nota en sus parcas palabras: ¿Dónde, pues, tienes el agua viva? ¿A qué agua se refería la mujer? Sin duda, ella entendía que el Maestro Jesús se refería al agua de una fuente como algo distinto al agua del pozo. Ella sabía, por otra parte, que en aquel pozo de Jacob a unos 30 metros de profundidad existía una corriente de agua viva, pero si aquel hombre no tenía nada para extraer la estancada, ¿cómo pretendía hacerlo de la corriente subterránea? Ahora vemos claro que la actitud y tono empleados por Jesús inspiraban confianza a la mujer, pero sus palabras creaban y generaban dudas.

  Juan 4:12. La mujer samaritana elabora con detalle sus dudas. Ellos se consideraban descendientes directos de José, hijo de Jacob, y lo tenían en alta estima. Sin duda, está diciendo: Este pozo sirvió a nuestros antepasados y nos ha servido a todos nosotros hasta este mismo momento, ¿tienes tú algo mejor que ofrecernos? Parece ser que demostraba interés en la oferta de Jesús cuando éste le enseña la superioridad de su ofrecimiento. Sólo vencería si podía convencerla de que lo suyo era superior. Y así, estaba en guardia con una actitud lógica ante la oferta de algo bueno, pero viniendo de una persona extraña, desconocida. Del mismo modo, cuando deseemos dar o compartir nuestra fe con otros, debemos estar preparados para demostrarles en que sentido nuestra fe es superior a la de ellos, sabiendo que todos, de algún modo, tienen fe en algo o en alguien.

  Juan 4:13. Aquella mujer de Samaria pedía una evidencia de la superioridad de la oferta de Jesús. Y Él la iba a vencer con sus mismas armas. Sí, primero demostrará de que el agua de aquel pozo sólo satisfacía de forma momentánea.

  Juan 4:14. Una vez ha planteado la verdad y realidad de la limitación del agua física, Jesús declara la superioridad de su oferta, al decir que puede darle un tipo de agua que la puede satisfacer de forma completa y permanente. La construcción de la frase: Yo te daré, es enfática, y nos indica de paso que sólo Él podía dar esa clase de agua. No tendrá sed jamás, es otra frase categórica que no deja ningún resquicio para la duda: Sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que sale para la vida eterna. Ahora, Jesús explica el por qué cuando uno bebe de ese agua, jamás vuelve a tener sed. Precisamente, porque esta entrada genera una fuente de agua viva que mana de forma continua. Porque en el corazón de esa persona se ha abierto una fuente eterna. Porque esa persona, a su vez, generará la fuerza capaz de horadar peñas, otras peñas, y nuevas fuentes, porque esa persona, en suma, se ha transformado en un ente espiritual capaz de dar o producir energía similar a la usada por el propio Cristo ante la mujer de Sicar. La mujer sabía bien que el pozo al que tenía tanto aprecio se secaba en el verano y a veces en el invierno. Pero el creyente sabe que esta posibilidad no existe por cuanto está siempre en contacto con la fuente eterna que Dios da.

  Juan 4:15. Jesucristo logró su propósito. Ha logrado despertar en la mujer un sentido de necesidad por su oferta. Ella pide de Jesús lo que ofrece sin entender quizá aún del todo la naturaleza de su oferta. Él ha comenzado por solicitar agua para beber, pero ella no llegó nunca a satisfacer la sed de Jesús. Más Él tenía otra agua y otra comida que ella ni sus discípulos entendían bien del todo, al menos por aquel entonces.

  La obra personal de ganar almas para Cristo, da una justa y verdadera satisfacción a todo creyente, con más motivo del que da el simple hecho de dar de beber al que tiene sed. Si el relato terminase en este v, la mujer quizá se hubiese vuelto a su casa desilusionada, pero Jesús con paciencia, la conduce con cuidado de la necesidad física de agua natural a una necesidad de agua espiritual. Sabemos que primero empezó a sospechar que el ser que le hablaba así era el Mesías y corrió para dar la noticia a los demás habitantes de la ciudad, noticia que debieron de haber dado los propios discípulos de Jesús. Luego leemos que por el testimonio de ella, volvieron todos y se convencieron de que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios. Entonces y sólo entonces, gustaron del agua viva que les había ofrecido el Maestro.

 

  Conclusión:

  Veamos ahora los pasos que la mujer tuvo que dar para llegar a beber del “agua viva”: (a) Vio a Jesús; (b) habló con Él; (c) mostró marcado interés; (d) pidió aquella agua; (e) reconoció el pecado que había en su vida; (f) aceptó a Jesús como profeta; (g) como Salvador, y (h) fue a relatarlo a otros. ¿Cuáles de todos estos pasos podemos considerar que salvan a una persona? ¡La e y la g! ¿Cuál fue el feliz resultado? Evangelismo, vs. 39-42. En primer lugar dependía de la mujer y su testimonio y por fin del mensaje proclamado por Jesús. Pensemos que nada de nuestros reales interlocutores puede detenernos, ni raza, ni posición, ni abolengo, ni capa o esfera social, ni sexo, ni ninguna otra consideración. ¡Todos son iguales a los ojos de Dios Padre! ¡Todos somos hijos de Dios y al unísono necesitamos del “agua viva” para la Salvación!

  ¿Vamos a ser tan egoístas que ahoguemos nuestra viva y propia fuente y la transformemos en un pobre estanque, insalubre y malsano, que es capaz de perder su viveza y secarse al fin?

  ¡Evitemos, hermanos, que pase esto! De nosotros solos depende y de nadie más.

  ¡Amén!

LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

 

Gál. 5:13-26; Juan 4:24

 

  Propósito:

  Una exhortación a no abusar de la libertad cristiana, ya que esta libertad consiste en vivir, no según la carne, sino según el espíritu, en el amor.

 

  Introducción:

  Si hay temas importantes que podemos traer a vuestra sabia consideración, uno de ellos sería el de la libertad cristiana. La verdad es que casi nunca habíamos tenido una oportunidad igual a la que hoy, ahora mismo, se nos presenta, puesto que nos encontramos ante los dos pilares más sólidos de la iglesia: La Unión Varonil por un lado y la Sociedad Femenina por el otro. De ahí que puestos en la encrucijada, nos atrevemos a desgranar el tema con la seguridad que nos da el hecho de poder hablar sin tapujos y con la promesa de abrir un diálogo final en el que podáis tomar parte todos vosotros.

  Bien, una de las palabras más traídas y llevadas por la sociedad de hoy es con mucho, la palabra libertad. Como ya sabemos se aplica a todos los estratos por los que anda el hombre en esta tierra y, paradójicamente, es la bandera usada por aquellos que oprimen y expolian a sus semejantes. El Diccionario es bien conciso: Libertad es la facultad de obrar y de no obrar. Sí, sin embargo su estabilidad es tan quebradiza que, por su abuso, se cae fácilmente en aquella otra palabra que tiene su misma raíz: Libertinaje o desenfreno, la licencia excesiva en las palabras y en las obras. Como decíamos antes, esta difícil balanza de la libertad está presente en todos los estratos sociales con inclusión de los propios religiosos, de donde se desprende la exhortación a no abusar de la cristiana, puesto que ésta consiste en vivir, no según la carne, sino según el vivo espíritu, en el amor. Vamos, pues, a enfrentarnos con la ayuda de Dios con el crudo, pero revelador mensaje que se desprende de este hermoso pasaje de la Palabra divina:

 

  1er. Punto: Gál. 5:13-15.

  La libertad exige que nos sometamos unos a otros por caridad, veamos si no:

  Gál. 5:13. Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como una ocasión para la carne, sino servir por amor los unos a los otros. Hasta llegar a este cap. 5 de Gálatas, el apóstol Pablo ha combatido la ley como medio para la salvación y predicado la libertad por la gracia, pero ahora y hasta el cap. 6:10, predica la ley y combate la falsa libertad o libertinaje. Mas se trata de una ley cumplida por amor, libremente, y sobre todo como un fruto vivo del E de Dios en el creyente. Así, la conclusión a que llega Pablo es así: “Si ya sois libres por la santa redención de Cristo, someterse los unos a los otros”, una conclusión que pertenece en exclusiva al espíritu más puro del Evangelio. Por eso, el mundo animal ni la sospecha ni la comprende. Sólo nosotros los cristianos somos dueños de la palabra que lo explica perfectamente: ¡El amor! Sí, el cristiano es libre, se siente libre, porque sabe que su Salvador le ha libertado de la esclavitud del pecado y pagado el rescate que le exigía la justa ley de Dios. Además, y por la misma causa motora, nos exime de la carga de esa ley y del temor a la muerte, dándonos, restituyéndonos todos los privilegios de un hijo de Dios. Pero sin embargo, en más de un sentido, el cristiano es también un esclavo, porque reconoce que no hay para el hombre un destino mejor ni más glorioso que el de servir por amor a Dios y a sus semejantes.

  La libertad cristiana no consiste, pues, en hacer la propia voluntad, lo que sería en diversos grados, un vivir según la carne, sino precisamente, en poder renunciar a ello por amor a Dios y a sus hijos, cuya descripción más completa se halla en el cap. 8 de 1 Cor. El apóstol Pablo sabía a la perfección que mientras exista el viejo “hombre” en cada cristiano, corre el peligro de relajarse en la fe genuina y, en consecuencia, en su vida ya que aquélla es el motor de ésta. Esta fe, primero viva en el seno de la iglesia, se vuelve con el tiempo fría ortodoxia, demasiado débil para dar u oponer un dique a la potencia de la carne y entonces, la libertad espiritual se transforma gradualmente en una más mundana y carnal, o lo que es lo mismo, en un libertinaje más o menos espiritual. De ahí que estos pasajes tan prácticos de las cartas paulinas sean indispensables en la Iglesia de Dios Padre y en la condición íntima de cada uno de sus componentes. La verdad es la vida, por eso hemos de estudiar estos versículos a la menor oportunidad que tengamos.

  Gál. 5:14. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esta es la verdadera observancia de la ley (leer Rom. 13:8-10). Con esta referencia a la ley en lo que constituye su alma, su vida y su razón de ser, el amor, el Apóstol de los Gentiles abarcaba al mismo tiempo a los que estaban en la libertad del Evangelio y a los que se aplicaban la ley como medio posible de alcanzar salvación. A unos decía: “Esta ley que es espiritual, expresión de la santa voluntad de Dios, no está abolida, sino que subsiste eternamente”; a los otros les recordaba que no la cumplirían jamás con algo externo, sino por el corazón, que es lo que Dios mira. Este pensamiento es el mismo que expresa Jesús en Mat. 22:39, pero que sin embargo limita y estudia tan solo un aspecto del enorme mandamiento del amor, el que toca y concierne al prójimo, puesto que tal era el tema de su exhortación.

  Gál. 5:15. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis los unos a otros. (¿?) Pablo, tomando estas comparaciones de las costumbres de las bestias feroces, quiere expresar con la misma clase de energía, lo odioso de las malas pasiones y el peligro de ver morir a la fe y a la vida en una comunidad cristiana cuando no hay amor.

 

  2do. Punto: Gál. 5:16-18.

  Vivir, pues, según el Espíritu y seréis libres respecto de la carne pues las dos vidas son absolutamente opuestas la una de la otra. La vida del espíritu nos liberta al mismo tiempo de la carne y de la ley.

  Gál. 5:16-18. Lo primero que notamos en este pasaje en la oposición absoluta que existe entre la carne y el espíritu: ¡Una lucha a muerte! Rom. 7:14-16 nos da una terrible idea de la fuerza del hombre animal a que estamos sometidos los cristianos, puesto que el apóstol está hablando en presente de indicativo. No se refiere a un hombre antes de la conversión, sino después de ésta. Entonces, nos hallamos en una situación tambaleante si confiamos en nuestras propias fuerzas y pasaremos a otra de firmeza a medida en que vayamos confiando en el propio E. de Dios. Por otra parte, este pasaje que ahora estamos estudiando y los siguientes, decidirán la cuestión que a menudo se nos ha propuesto; a saber, si el apóstol ve y entiende por Espíritu opuesto a la carne, el Espíritu de Dios, el del hombre o los dos a la vez en una vida común. Este último sentido nos parece el verdadero. Están bajo la ley aquellos en quiénes la carne codicia contra el espíritu y éste contra aquélla de manera que no hacen ya lo que quieren, v. 17. Ahora bien, sentir esa resistencia de la “carne” no es condenable aún, no es pecado, lo que sí lo es el ser esclavo de ella (por carne entendemos la totalidad del ser animal, como ya estudiamos en su día en la ED). Por esta razón dice en el v. 16: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne. No, no dice que no los vamos a sentir, sino que no debemos seguirlos. Otra traducción, dice: Andad en el Espíritu y ¡ya no sentiréis los deseos de la carne! Aquí, el hecho de no sentirlos ya no es el combate en sí, sino la recompensa de la victoria. Entre la concupiscencia y el pecado actual hay grados bien definidos y perfectamente señalados por Santiago 1:14, 15: Primero se localiza a la concupiscencia misma, luego el acto de voluntad que se hace permisiva y cede a sus empujes, luego el acto físico del pecado y, por último, su salario: ¡La Muerte!

 

  3er. Punto: Gál. 5:19-23.

  Ninguno puede equivocarse pues las obras de la “carne” son manifiestas: Se trata de todos los pecados y vicios que reinan en el mundo. Y los frutos del Espíritu no son menos evidentes: Son las virtudes de la vida cristiana, las únicas que cumplen la ley en realidad.

  Gál. 5:19. Y manifiestas son las obras de la carne. Sí, claro, manifiestas, es decir, evidentes. Para que cada cristiano no pueda equivocarse. Sin embargo, por si hubiese error de apreciación, el Apóstol Pablo señala aquí un gran número de obras, de esas obras, a fin de señalarlas a sus lectores y condenarlas. En otras partes de la Biblia también encontraremos catálogos semejantes que encierran las deplorables miserias de nuestra humanidad caída: Mat. 15:19; Rom. 1:19 y ss.; 2 Cor. 12:20 y ss.; Efe. 5:3 y ss.; 2 Tim 3:1 y ss. y Tito 3:3.

  Gál. 5:19-21. Manifiestas son las obras de la carne: adulterio, celos, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, pleitos, hechicerías, enemistades, disensiones, contiendas, homicidios, iras, herejías, envidias, borracheras, orgías, cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

  Un poco después del primero de estos vicios que son otros tantos actos groseros de la carne, el Apóstol Pablo nombra otros que, a simple vista, no parecen emanar de la misma fuente porque vienen de las pasiones del alma. Hay que señalar ahora que la palabra “carne” no indica sólo las inclinaciones y los actos de sensualidad, sino los pecados que tienen su asiento en medio de las facultades del espíritu. Sí, en efecto, los vicios más espirituales son también obras de la carne, porque el hombre, el ser humano, en su estado de caída separado del Padre, es el esclavo de los sentidos, del mundo animal y de la naturaleza que ya no puede dominar sino es a través del Espíritu de Dios. El movimiento más oculto del egoísmo o del orgullo buscan fuera de su objetivo y nos fuerza a reconocer que el pobre espíritu está dominado por la carne.

  Se puede, si se quiere, resumir estos pecados en cuatro clases: (a) Sensualidad, (b) superstición, (c) los que están inspirados por el odio, y (d) los excesos en el comer y el beber. Todos no perdonados por la gracia, todos estos vicios no destruidos por la regeneración del corazón convertido, excluyen al portador del Reino de Dios. Y lo separan de forma tan natural como el aceite lo hace del agua, porque el Reino de Dios Padre es el estado de perfecta comunión entre el creyente, componente de este reino, y su Rey Santo y Justo. El apóstol expresa esta verdad de una manera solemne, a fin de quitar cualquier pretexto, por una parte, a los que profesan una falsa libertad y, por la otra, a los que acusan a la libertad cristiana de conducir de cabeza al relajamiento moral.

  Gál. 5:22, 23. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, mansedumbre, fidelidad y templanza. Por oposición a las “obras de la carne” del v. 19, se esperaba ahora: “Obras del espíritu”, pero Pablo dice: El fruto del Espíritu, para mostrar lo que hay de interno y de orgánico en el desarrollo de la vida nueva, cuya fuente, cuya raíz, es el Espíritu de Dios en el hombre, de la cual, las virtudes cristianas que se han descrito “son los frutos.” La palabra “frutos”, en un sentido figurado, fue usada por Jesús y por el mismo Pablo, Mat. 3:8; 7:17; Rom. 6:22; Efe 5:9; Fil. 1:11. Entonces, estos frutos del Espíritu son lo inverso de las obras de la carne, sin que sin embargo estén opuestos en orden paralelo. Y la raíz de este árbol magnífico, cargado con tan ricos frutos, es el amor, con lo que hábilmente el apóstol Pablo reanuda su pensamiento dejado en el v. 14: Sí, ¡el amor produce todo lo demás!

  Y sigue Gál. 5:23. Contra tales cosas no hay ley. Estas cosas, las virtudes que han sido citadas ya, al contrario, respecto del prójimo denunciado en el v. 14, el cumplimiento de la ley, de esa ley que jamás podrá ser cumplida por las fuerzas naturales del hombre, puesto que ésta no hace más que mandar, ordenar y condenar sin producir nunca los frutos tan hermosos. Mas, es curioso observar que Pablo, con esta frase, ya indica la verdadera razón de la controversia que le ocupa. A los duros partidarios de la ley les muestra que ella no es violada por el Evangelio, a los hombres de la libertad por la gracia, es decir, a nosotros, les recuerda con viveza lo que deben ser para encontrarse en armonía con la voluntad de Dios.

 

  4to. Punto: Gál. 5:24-26.

  Luego, ¡nada de ilusiones! En el cristiano la carne está fija, crucificada, vive y anda según el espíritu y por lo tanto lo hace en humildad y amor.

  Gál. 5:24, 25. Estos dos vs. son la conclusión de todo lo que precede. El viejo hombre que producía las “obras de la carne” ha sido crucificado con Cristo Jesús. A pesar de que esta crucifixión dura toda nuestra vida terrestre, el Apóstol la considera como un hecho consumado, hecho, cumplido, porque en el cristiano, esa potencia del mal, de corrupción ya no reina más, Rom. 6:11-14, y está hecha y destinada a perecer por los siglos de los siglos. Si es así, agrega Pablo, si vamos viviendo sólo a causa del Espíritu, andemos también por Él. ¿Cuál es la diferencia entre los dos términos? El uno indica la fuente, el otro las aguas que manan de ella. Si en realidad el Espíritu ha creado en nosotros la vida nueva, no es para encerrarla en nosotros mismos por una razón egoísta o por un quietismo beato, sino a fin de que toda nuestra conducta se manifieste y produzca los frutos de ese Espíritu. Y para que, en otras palabras, sigamos su dirección en las obras, hechos y pensamientos. Este caso se cierra, como otros muchos, presentando a la gracia viviendo sólo de Dios y el ejercicio de ésta como manteniendo despierta la conciencia del hombre.

  Gál. 5:26. Pablo termina proscribiendo la vanagloria referida también en Fil. 2:3. Vana gloria, es decir, algo sin razón y sin fundamento, es la actitud del hombre que trata de darse gloria a sí mismo en lugar de glorificar a Dios, 1 Cor. 1:31. La busca de esta vana gloria siempre termina fatal para el ser humano porque por su causa los fuertes provocan a los débiles y éstos, por la misma razón de tres, envidian a aquéllos.

 

  Conclusión:

  Esta misma vanagloria es la peor enemiga de la buena y sincera adoración de cualquier hombre a Dios, y no olvidemos que la adoración, es indispensable para ganar el apoyo incondicional del E. Santo y como consecuencia, como ya ha quedado dicho, obtener sus frutos. El mismo Jesús dijo: Dios es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad, es necesario que le adoren… Juan 4:24. La mujer de Samaria y nosotros tenemos esta necesidad si queremos conseguir el suficiente amor que nos catapulte a cumplir la ley en ese amar al prójimo.

  Que Él nos ayude a tener la suficiente veracidad interna y el Espíritu adecuado que nos obligue a adorarlo de una vez por todas.

  ¡Amén!

 

  Cuestionario:

  1 ¿Cuándo esta libertad cristiana se vuelve libertinaje? Cuando se usa como ocasión de la carne, v. 13.

  2 ¿Cómo se puede cumplir la ley de Dios? Amando al prójimo como a uno mismo, v. 14.

  3 ¿Cómo podemos destrozarnos los unos a los otros? Cuando actuamos como fieras feroces, v. 15.

  4 ¿Cómo podemos evitar la concupiscencia de nuestra carne? Andando en el Espíritu, v. 16.

  5 La carne y el espíritu, ¿se unen o se repelan? Pues se repelan codiciando, es decir, espiando la una al otro y a la inversa, v. 17.

  6 ¿Cómo podemos evitar el estar bajo la ley? Dejando que nos guíe el Espíritu de Dios, v. 18.

  7 ¿Las obras de la carne, están ocultas? Manifiestas, vs. 19-21. Decir algunas. El que las haga no heredará el Reino de Dios.

  8 ¿Cuáles son estos frutos de Espíritu? Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, fe, mansedumbre y bondad, vs. 22, 23.

  9 ¿Existe la ley contra alguna de estas cosas? Contra estas cosas no hay ley, v. 23.

  10 ¿Quiénes han crucificado la carne? Los de Cristo, v. 24.

  11 ¿Cuál es la razón visible de los que ya viven en el Espíritu? Andar en el espíritu de forma verídica, v. 25, y

  12 ¿Cuál es el enemigo de la adoración? La vanagloria, v. 26.

LA VIDA EN LA COMUNIDAD CRISTIANA

 

Rom. 12:1-8; 1 Cor. 12:12, 13

 

  Introducción:

  Iniciamos hoy una unidad que consiste en estudiar unos de los aspectos prácticos de la vida cristiana: Tanto de las relaciones de los salvos con Dios, como de las relaciones de los cristianos con los cristianos, lo que también es muy importante bajo cualquier punto de vista.

  En la lección de hoy notaremos que los cristianos deben vivir una vida que agrade a Dios, pero que, a la vez, sea beneficiosa a sus prójimos. Nuestro comportamiento para con Dios en toda ocasión debe ser como de hijos de Él, y nuestro comportamiento para con los otros cristianos debe ser como el de los buenos hermanos. Debemos ver y observar que se incide en la plena unidad que deben formar los hijos de Dios que son miembros de una iglesia local. Unidad, de tal forma indivisible como pudieran serlo los miembros del cuerpo humano, cuya cabeza viene a ser representada como perteneciente al propio Cristo.

 

  Desarrollo:

  Rom. 12:1. Os exhorto pues, este pues que une la esta segunda parte de la epístola con la primera, ya indica, no según la lógica de los hombres, sino según el orden de la gracia, que la santa doctrina de la salvación expuesta en los once primeros capítulos, produce natural y por necesidad una vida santa cuya virtud más relevante la constituye el hecho de probar de forma continua su fe y su mejor exponente al exterior la constituyen sus obras cada día más acordes con el Autor de todas las cosas.

  En la mayor parte de sus sanas epístolas, Pablo hace seguir así la exposición de la doctrina por exhortaciones o ruegos prácticos donde traza con detalle los deberes del cristiano. Hay en todo esto un doble fin de la más alta importancia. Primero quiere señalar a la vida cristiana las ilusiones y errores a que estaría expuesta si el evangelio se contentara con revelarnos unas ciertas doctrinas, con inspirarnos ciertos sentimientos sin mostrar su aplicación a la conducta moral de cada día. Que el árbol haya puesto o introducido su germen y su raíz en un suelo fértil es lo esencial, pero es necesario después que, para dar fruto el germen debe transformarse en tronco, ramas, hojas, flores y frutos. Y en segundo lugar, estos admirables cuadros de una vida cristiana consagrada a Dios, debe excitar en nosotros el santo y ardiente deseo de ver su realización en nuestra vida, tanto más cuando que por la fe y el E de Dios Padre no es un ideal inaccesible, sino el destino posible de todo hijo de Él. Así que, hermanos, os ruego por las misericordias del Señor, parece como si Pablo dijera: Por esas misericordias cuyas riquezas acabo de señalar y que vosotros mismos habéis sido el objeto, como puede ser la pecaminosidad del género humano, la salvación por gracia, la justificación por la fe, etc. etc. Toda la idea se basa en aquel v: ¡Nosotros le amamos, porque Él nos amó primero! Sigue: Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, agradable, santo a Padre, que es vuestro culto racional. Al parecer en gr. la idea a traducir sería: Vuestro culto razonable. La palabra original es la que se emplea constantemente para designar al servicio religioso, o culto rendido al Señor en el templo de Jerusalén. La vida, pues, del cristiano, toda su vida, todo su ser, debe volverse un culto y aún más, lo que era o constituía la esencia del culto mosaico: ¡Un sacrificio! Pablo compara aquí este culto en espíritu y en verdad de Juan 4:24 de Jesús y la mujer de Samaria, con el culto del antiguo pacto: ¡El uno es la realización del otro! Esta idea responde por completo a la razón oculta bajo figuras, por eso el apóstol la llama “razonable” (literalmente: lógica), es decir, que no podemos hacer otra cosa. Pablo usa la misma palabra e idea que Pedro usa y aplica a la leche espiritual de la que se alimenta el cristiano que ha nacido de nuevo, 1 Ped. 2:2. La idea en cuestión, que es común a todos los sacrificios del AT es esta: El hombre se siente cargado ante el Dios Juez con una deuda que no puede pagar que viene del pecado, que le hace verse culpable y necesitar una reparación, o de un beneficio del Señor a quien debe un perfecto saber y reconocimiento. En el primer caso es el sacrificio sangriento o de expiación, de manera que si el hombre confiesa su pecado, reconoce que merece la muerte pero, siguiendo las directrices de Dios, lo pone o deposita sobre la cabeza de la víctima que lo representa y que se pone en su lugar, así el pecado es quitado, deja de existir. En el segundo, sacrificio incruento de acción de gracias, pone su corazón, así, por decirlo de algún modo, todo su corazón lleno de reconocimiento en una viva ofrenda de santa humildad que debe compensar lo que hay de imperfecto en su gratitud y ser la expresión más completa posible de ella.

  Pero esto no son más que símbolos, es decir, la idea de una realidad y cada israelita entendido lo sabía muy bien, es útil y necesaria pues todo sacrificio de cualquiera de estas dos claras naturalezas expuestas encuentra su verdad en un sacrificio real, en el que figura no sólo la expiación o la misma consagración entera del hombre al Señor, ¡sino que la cumple!

  Así es el sacrificio de nuestro Señor Cristo, el cual reúne ambos significados y los realiza a la perfección. Pero este sacrificio no debe, ni en un sentido ni en el otro, quedar sólo para nosotros y en exclusiva. Por nuestra unión viva con el fiel Salvador, lo que ya ha sido cumplido en Él, se cumple por igual en nosotros sus miembros. De manera que podemos decir ahora: “Mi pecado está expiado y mi consagración a Dios es la consecuencia inseparable de ello, lógica, razonable y bien racional.” Pablo sigue diciendo: ¡Ofrecer vuestros cuerpos! Lo que supone evidentemente ante todo el sacrificio del espíritu y corazón para expresar de algún modo la totalidad del ser humano y la vida eterna en todas y cada una de sus manifestaciones, 1 Tes. 5:23. Por último, las palabras vivo, santo, agradable a Dios, significan en el símbolo, las cualidades que debían tener los sacrificios según la ley, y en la realidad, cada uno de esos términos encierra un profundo sentido sobre la verdadera naturaleza y perfección del llamado sacrificio espiritual.

  Rom. 12:2. No os conforméis a este siglo. Pablo expresa de forma negativa lo que acaba de decir de un modo real y positivo. El presente siglo o la presente edad, según se lea una u otra versión, es el mundo en su estado actual, donde reinan las agrias tinieblas y el pecado, por oposición a la edad o siglo venidero, donde sólo reinará la voluntad del Señor. Sino transformaos, dice, por medio de la renovación de vuestro entendimiento. Lo que las Escrituras llaman en otro pasaje regeneración o nuevo nacimiento, Juan 3:5. El entendimiento ha de ser renovado ya que, como todo el resto del cuerpo humano, participa del mismo pecado que lo oscurece moralmente. En otras palabras, lo que antes decíamos que era pecado lógico, influenciado por algunos amigos o circunstancias, ahora debemos cambiarlo por algo santo. Y lo que era normal, ¡ahora lo vemos anormal! De ahí, nuestro entendimiento, motor de nuestros actos físicos, debe ayudarnos en el cambio o la transformación que todos estamos viviendo. ¿Todo ello para qué? ¡Para que probéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Esta palabra probar o comprobar, es empleada aquí en el mismo sentido que en otros pasajes como pudiera ser aquel que indica: ¡Probar los espíritus! Así se señala una actitud escrutadora acerca de poderes más altos que el hombre mismo.

  Pero, digámoslo ya, ningún hombre sin la renovación de su propio entendimiento, “puede probar que es la voluntad de Dios”, pues que le falta para ello el suficiente tacto moral, que es la indispensable condición para coger la onda. Aún aquí existe otro detalle revelador, sobre todo cuando esa voluntad de saber o entender es claramente contraria, o en las inclinaciones del corazón o en las dispensaciones más providenciales. Así, jamás el ofertante, el sujeto, puede encontrar la voluntad de nuestro Señor buena, agradable y perfecta.

  Rom. 12:3. Digo, pues, por la gracia que me es dada… Pablo habla no sólo de la gracia que recibimos todos los cristianos, como veremos en el v. 6, y que es en ellos la causa y fuente del verdadero discernimiento moral, sino que aquí es citada de forma especial la gracia particular del apostolado. Así con la autoridad de un apóstol santo nos hace oír las exhortaciones, ruegos o recomendaciones que van a seguir: Cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

  Pablo, queriendo señalar a los cristianos algunos de los deberes relativos a sus relaciones con todos los demás, empieza por este llamamiento a una sana moderación en la opinión que tienen o deben tener acerca de uno mismo, en otras palabras, exhorta a la humildad bien entendida. Sólo este entendimiento genera este el sentimiento que nos coloca en nuestro verdadero lugar delante de Dios y de los hombres. La verdadera humildad da conciencia de que lo que se ha recibido de Dios no es una cosa que se nos debía, sino una gracia; por lo tanto, esta idea es inseparable de un juicio claro, sobrio y hasta modesto sobre sí mismo. Pero el orgullo, por el contrario, no es en el fondo más que una falaz y mentirosa apreciación de nosotros mismos; la falsa humildad a su vez, nos hace desconocer la “medida de la fe” que Dios nos ha repartido y, por lo tanto, también equivoca el juicio.

  Seguimos: Rom. 12:4. Porque de la misma manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función. Pablo usa de forma sabia el ejemplo del cuerpo humano para explicar bien lo que va a seguir: “Del mismo modo que los miembros de nuestro cuerpo tienen una función definida, concreta y diferente para que éste llegue a ser precisamente cuerpo, los miembros de una iglesia son asimismo diferentes para hacerla completa y cumplir, por ello, con los propósitos de Dios.”

  Rom. 12:5. Así nosotros, siendo muchos, somos cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Esta hermosa figura sobre las verdaderas relaciones de todos los cristianos se encuentra largamente dicha, desarrollada y aplicada en 1 Cor. 12, del que estudiaremos dos de sus vs. También está la misma idea en Efe. 4. Pablo, pues, se sirve de esta gran figura, por una parte para motivar la exhortación que precede; por la otra, para introducir la que sigue sobre la fidelidad con que cada uno debe emplear los dones que ha recibido para la utilidad y la unidad de todos a pesar, y por esa condición, de su diversidad.

  Desde luego, hay que resaltar que el cuerpo, la iglesia, no existe más que en Cristo, cabeza y jefe supremo y que por su comunión viva con él, los cristianos se convierten en miembros los unos de los otros. ¡Sí, qué lección tan hermosa! Se nos dice que formamos parte de un conjunto potente por su cabeza que, a pesar de nuestras debilidades y diferencias, a pesar de que somos distintos, nos sentimos miembros invisibles del mismo, de tal forma que sin nuestro modesto concurso, aquél no tendría una razón de ser.

  Rom. 12:6-8. La frase constituida por los vs. 6 al 8, depende de las palabras: Teniendo diferentes dones… con la aludida idea del cuerpo, cuyos miembros tienen diferentes funciones según lo visto en los vs. 4, 5. Dones que vienen dados por la gracia del Señor, ya que no somos más que un receptáculo de los mismos o, como se nos dice en otro lugar, mayordomos bien aplicados. En este sentido y para que todo quede bien claro, Pablo nombra a algunos indicando incluso su empleo: (1) Profecía: don del Espíritu que eleva el alma propia sobre sí misma, la inspira y comunica una determinada revelación para la Iglesia, así con mayúsculas. Pero para que esta profecía sea efectiva debe ocurrir un hecho incuestionable: “Debe ser proferida según la analogía de la fe.” Esta voz gr. que sólo se encuentra aquí, significa una relación, una firme proporción entre dos cosas, como diríamos en simples matemáticas, una proporción entre dos cantidades. En otras palabras: Debe ser emitida en la medida de la fe dada o repartida a cada uno y sólo como vehículo motor del mensaje. Sin añadir ni quitar un ápice y sin darle esos toques personales que tanto gustamos hacer. Así que la profecía, la más moderna predicación, para que sea verdadera no debe sobrepasar jamás de esta medida. (2) Servicio: Ministerio, Diaconía: Ora entiende el apóstol por ello la función de los diáconos propiamente dicha, o tenga en el pensamiento cualquier otro servicio para el cual el cristiano haya recibido el don… ¡y la vocación! Así, en ese caso, en ese servicio es el corriente, justo y sencillo sin aspirar a otras cosas para las cuales ese hombre no tendría ni el don ni la suficiente vocación en la Iglesia, del mismo modo que el ojo que quisiera ser oído redundaría en perjuicio del propio cuerpo, el miembro que emplea mal sus fuerzas, perjudica al conjunto. (3) Luego podemos aplicar la misma regla para la enseñanza y la exhortación. Cada uno tiene que desarrollar su don para que la tarea no se difumine por los extremos. (4) Comunicar, distribuir limosnas, como diácono o como cristiano. En los dos casos, la tarea exige esta sencillez de corazón que no mira a las personas para hacer diferencias ni quiere jactarse de las posibles buenas obras. (5) Presidir: O las asambleas de clara edificación o simples deliberaciones, exige esa solicitud, ese celo, esa premura, esa exactitud sin las cuales el deber no podría ser cumplido. (6) Por último, hacer misericordia con los pobres, con los enfermos y hasta con los afligidos. Esta no puede hacerse sino con alegría al poder aliviarlos, esa bondad dulce y simpática que es el alma del deber. Y, desde luego, esta misericordia tenemos que ejercerla incluso con los enemigos, verdadero crisol que puede probar la alegría de nuestro servicio.

  Debemos notar que el apóstol pone aquí al mismo nivel los dones del Espíritu Santo como pueden ser la profecía y simples deberes cristianos. Es porque uno y otros no pueden llegar a ejercerse sino es través del propio espíritu y, es un decir, como consecuencia a la cantidad o tipo de fe recibida.

  1 Cor. 12:12, 13. De nuevo aparece aquí la unidad de la Iglesia y también la misma figura del cuerpo humano. Aunque ahora se amplia la idea central: El apóstol cita de forma directa a Cristo sin duda para enseñar que Él es uno con ella y cabeza de todos los miembros con los que amalgama la indisoluble unidad que la misma. Y para terminar, el apóstol quiere mostrar como se hace el hombre miembro del cuerpo de Cristo y uno con todos sus hermanos: Sencillo, “por la regeneración del Espíritu Santo, cuyo signo es el bautismo.” Este bautismo es considerado como una realidad verídica que se expresa por las famosas palabras: Fuimos bautizados, sumergidos, en un solo Espíritu y abrevados de un solo Espíritu, que esta es la verdadera y moderna traducción.

  Y cosa curiosa, no es solamente la diversidad de los dones del Espíritu lo que viene a armonizarse en la unidad, sino también, las diferencias que pudieran coexistir de la nación, educación, carácter, rango, etc.: Judíos, griegos, siervos o libres, se hacen uno en Cristo por el mismo Espíritu.

 

  Conclusión:

  Hermanos, recordemos los dones citados y situémonos en el que creamos que nos va mejor para servir a Dios y a al resto de nuestros hermanos: Profecía, enseñanza, servicio, exhortación, repartir o dar y hacer misericordia…

  ¿En cuál te ves más identificado?

  ¡Qué Dios nos ayude!

 

VICTORIA EN MEDIO DEL SUFRIMIENTO

 

Rom. 8:31-39

 

  Introducción:

  En la lección anterior, Rom. 6:15-23, nos dimos cuenta de que algunos seres humanos piensan que la gracia, el amor y el perdón de Dios son otras tantas razones u oportunidades para que pequemos más y más. Ya quedó demostrado que eso no es cierto. El E. Santo enseña, por medio del apóstol Pablo, que mientras somos pecadores somos esclavos del pecado, y que Cristo nos libera de esa esclavitud para poder convertirnos en Hijos de Dios y servidores voluntarios y gozosos de Dios mismo, de Cristo Jesús, del E. Santo y de los seres humanos.

  Siguiendo ahora con el libro de Romanos se nos enseña en 7:1-6, que estamos libres de las exigencias rituales y ceremoniales de la ley mosaica, por que Cristo la cumplió por nosotros de una vez y para siempre, y ahora mismo ya pertenecemos a Él como la mujer casada al marido. También se nos enseña que el pecado mora en nosotros, 7:7-25, pero que debemos vivir bajo la fiel dirección del E Santo porque Él nos ayuda a quedar libres del pecado y a que seamos justificados y glorificados, como bien queda dicho y plasmado en 8:1-30. Hoy, y siguiendo con en la misma línea, vamos a estudiar algunas de las pruebas que sin duda experimentaremos si somos tan cristianos como decimos:

 

  Desarrollo:

  Rom. 8:31. Pablo, llegado, por decirlo de alguna forma, a la cima de la montaña del desarrollo del evangelio de la gracia que ha venido desarrollando, y en particular por la exposición de los motivos de una imperecedera esperanza suscrita en los vs. 18-30, echa una última mirada hacia atrás sobre la ruta que acaba de recorrer y cuyos mojones no son otros que la universalidad del pecado, la vil y hasta baja naturaleza pecadora del hombre, la salvación por gracia mediante la fe en Cristo, la justificación por la fe, la vil esclavitud del pecado y la liberación del hombre mediante otro tipo de esclavitud eterna y gozosa a los pies de buen Maestro, y sin detenerse un ápice, fija su vista y atención al frente viendo los peligros a que está expuesto el buen cristiano, mas como justo y profundo sabedor de la alta potencia del Señor, ya es consciente de que éste puede vencer perfectamente sea cual sea la fuente o naturaleza del enemigo. Por eso entona un cántico de triunfo, incluido en los vs. 31-39, que son, precisamente, los que hoy estudiamos. Ya nos ha dicho que el gozoso servicio voluntario a Dios, capaz de transformarnos en hijos suyos, nos catapulta a la eternidad, cuya característica la constituye el hecho de que allí seremos glorificados de tal forma, que sin merecerlo veremos a Dios cara a cara, conoceremos como somos conocidos y nos serán contestadas todas aquellas preguntas que hoy por hoy no tienen respuesta. ¿Qué diremos respecto a las bendiciones y a las tentaciones que aún vamos a tener? ¿Quién podrá contra nosotros si tenemos la protección particular del Omnipotente? La respuesta o respuestas nos vienen dadas en la segunda de esas preguntas: Si Dios es por vosotros (el apóstol tratará de demostrarlo en los vs. que van a seguir), ¿quién contra vosotros? Es muy cierto que el propio Jesús nos dice que en este mundo tendremos conflictos, aflicciones, persecuciones, acusaciones, etc. pero que no debemos temer por una razón que se nos antoja fundamental: ¡El ha vencido al mundo! Juan 16:33.

  Rom. 8:32. Hay en estas palabras una alusión evidente a Gén 22:12, donde el Señor dice a Abraham después del incruento sacrificio de Isaac: Ahora conozco que temes a Dios, puesto que no has sido indulgente por mi, con tu hijo, tú único… Ver si no este mismo v. 32, en otra versión actual: El mismo que con su propio Hijo no fue indulgente, sino que por todos nosotros le entregó. El paralelismo es evidente. El patriarca Abraham había dado a su Dios lo que más quería en el mundo, su hijo, aquel sobre el cual reposaba la promesa de hacerlo heredero por cuyo anhelo vivía su alma. Después de este paso, no le quedaba nada que pudiese rehusar al Señor. Imagen débil, pero justa, del Padre celestial que, para salvar al mundo pecador entrega a su propio Hijo, no sólo el Logos, única posible manifestación creadora del Dios Padre, capaz de generarse a Sí mismo, sino, por misterio de la Trinidad, se entrega Él mismo impulsado por el amor hacia nosotros, por dónde y de dónde saca el apóstol esta conclusión ampliamente justificada: Así pues, ¿qué queda por rehusarnos? ¡Nada! Nos dará de forma gratuita todas las cosas, puesto que la primera dádiva la incluye a todas por aquello de buscar primero el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas os serán por añadidura.

  Esta es la respuesta a la pregunta levantada en el v. 31: ¡Es imposible que algo esté contra nosotros!

  Además, si el hijo de Abraham vivió para seguir todos los deseos y designios divinos, en el caso de Cristo no fue así. Él sí murió: Padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios, 1 Ped. 3:18. Pero esa muerte y su posterior resurrección bastan para asegurarnos que también resucitaremos nosotros, aval y garantía suprema que ni la muerte puede dañar.

  Rom. 8:33, 34. Pablo considera ahora, en su causa más temible, las dudas y temores que podían asaltar aún al creyente, es decir, cualquier pecado tras la conversión considerado en presencia del Juicio eterno. En efecto, estos dos términos acusar y condenar son jurídicos y forman dos etapas bien definidas de un juicio. Mas, en nuestro caso, Cristo Jesús es el Juez supremo, Rom. 2:16; Juan 5:22. ¿Quién, pues, se presentará ante Él como acusador? ¿Dios? Sólo Él tiene derecho puesto que su ley pide justicia por haber sido violada por todo hombre. Pero, ¡si Dios mismo es el que justifica! Mucho antes de los tiempos ya nos había predestinado, había resuelto por completo nuestra fiel reconciliación y justificación y la ha cumplido de forma bien perfecta en la Persona de su Hijo, Rom. 1:16, 17; 3:21. Así que ya no hay Juez que pueda condenarnos, puesto que el Supremo, Cristo Jesús, ha llevado en su muerte la pena que tendría que pronunciar sobre sus redimidos, Rom. 3:24; 4:25. Más aún, a fin de dar a los suyos los beneficios de su redención, dándoles, impartiéndoles su vida nueva, ha resucitado, Rom. 6:3 y ss. Pero aún hay más, Él se ha hecho nuestro abogado omnipotente a la mismísima diestra de Dios, desde donde intercede por todos nosotros. Sería necesario, pues, que de la misma fuente brotara la condenación y la salvación. Que de la misma boca saliera la intercesión y la sentencia de muerte, y esto es… ¡imposible!

  Entonces, en esta intercesión del Salvador delante del Señor, algunos intérpretes quieren ver la continuación de su obra de Mediador, con exclusión de la oración por los suyos. Esto es un error, únicamente fundado en ciertos perjuicios dogmáticos, y no en la exégesis. En efecto, el ve gr. que traducimos por interceder, lo mismo que el s que de él se deriva, designa la oración, la súplica ofrecida por alguno. No hay otro sentido en Heb. 7:25, donde leemos que Jesucristo está siempre vivo para interceder en favor de los que se acercan al Creador. Esto está refrendado también en Heb. 9:24. Por otra parte, ¿qué hace un buen abogado sino hablar y defender a sus clientes? ¿Y quién es, repito, nuestro mejor abogado? ¡Cristo! 1 Jn. 2:1.

  Por último, las palabras del mismo Jesús en Juan 14:16, decide la cuestión: Yo oraré al Padre… y Él enviará otro Consolador. Así que nadie nos puede privar del gozo del consuelo de saber que el propio Cristo pide e intercede al Padre por nosotros. Y así, aun sabiendo que Satanás es el perpetuo acusador de los escogidos de Dios, Job 1:9; Zac. 3:1; Apoc. 12:10, nos consuela el hecho de que el propio Cristo amordaza al acusador por su victoria sobre el mismo, se quita así mismo la capa de Juez Supremo y se reviste con la toga de abogado amoroso e intercede por todos nosotros por el simple hecho de que un hombre no puede ser culpado o condenado dos veces por el mismo delito, es decir, que Él ya pagó en su carne la sentencia eterna a la que estábamos obligados por nuestros pecados, visto lo cual,el buen apóstol se pregunta:

  Rom. 8:35, 36. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Así, seguro del amor de Dios, que justifica, y de Cristo, que salva e intercede, Pablo contempla y define su salvación. Lo primero que percibe, y cuya potencia no desconoce, puesto que a su vista se aplican muy bien las terribles palabras del Sal. 44:23. Son las tribulaciones de la vida física, y en particular los sufrimientos, las privaciones y los peligrosde muerte a que están expuestos los hijos de Dios, sobre todo en los tiempos de persecución, todos los días, o si traducimos literalmente, todo el día, a todas las horas del día y de la noche. El Salmo se refiere, desde luego, a las circunstancias particulares de la época en que fue escrito, pero el apóstol, como la Escritura entera, ve en los acontecimientos del reino de Dios una perpetua profecía de los tiempos futuros, porque no conviene olvidar que las mismas causas producen los mismos efectos. Si ya en los tiempos del profeta la luz, brillando en el centro de las tinieblas excitaba obras propias de tinieblas, de odio y hasta persecución contra el pueblo de Dios, ¡cuánto más cuando apareció la plenitud de la luz, que ni siquiera fue recibida por los suyos, Juan 1:9-11.

  En suma, el odio del mundo está siempre en proporción de la claridad y de la fuerza con que se produce la verdad del Señor y, por extensión, allí donde se encuentran hijos suyos departiendo la misma verdad no puede crear, incitar más que incomprensión cuando no odio.

  ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación?, los conflictos, aflicciones o tentaciones. ¿Angustia?, incertidumbre, pesadumbre, ansia y tristeza. ¿Persecución?, porque ya hemos aceptado a Cristo como Salvador personal, porque adoramos a Dios en espíritu y en verdad, porque no andamos en caminos de pecadores, porque no miramos el vino cuando rojea, porque ansiamos o anhelamos vivir una vida de santidad y no de pecado. ¿Hambre?, porque por habernos convertido, el jefe o el patrón inconverso, incrédulo y sin compasión nos quita el trabajo y el salario, de modo que el comerciante ya no nos quiere vender los alimentos. ¿Desnudez?, porque por la causa que aludíamos, no podemos comprar prendas de abrigo, ni nadie nos regala nada. ¿Peligro?, a causa de un posible daño que algún enemigo quiera hacernos. ¿Espada?, porque quieran asesinarnos a puñaladas, o a navajazos, o a balazos, o porque seamos víctimas reales de una autoridad injusta y despiadada.

  Pablo y su hermano Sóstenes, habían padecido todo eso y más sólo por ser servidores de Cristo. Leemos en 1 Cor. 4:11-13: Sí, padecemos hambre, y tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados y no tenemos morada. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos, nos maldicen y bendecimos, padecemos cualquier tipo de persecución y la soportamos. Nos difaman y rogamos, hemos venido a ser como la escoria del mundo, el firme desecho de todos…

  Hermanos, no acaba aquí la lección, no termina el mensaje, a Dios gracias.

  Rom. 8:37. Empero en todo esto, en todas estas cosas, somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Hablar así, basado en su propia fuerza, sería por parte del hombre el colmo de la locura y del orgullo, por eso el apóstol Pablo se apresura a decir: Por Aquel que nos amó. Y nos muestra así que el amor de Cristo no es una impotente y rara benevolencia, un afecto estéril, sino una fuerza divina por la cual el que es amado es revestido de todas las armas del que ama. Este coraje duro, indomable, gozoso y victorioso, que da la fe, no es del hombre: ¡Es la potencia de Dios en él! Por eso Pablo remacha la idea añadiendo a los Corintios, 2 Cor. 2:14: A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús.

  Rom. 8:38, 39. La pregunta que se levanta siempre es: ¿Qué podría separarnos del amor de Cristo? vs. 35 al 39, pues que esta es la única desgracia a temer. Pablo ya ha dicho, ya ha respondido, en cuanto a los males de la tierra. Pero, ¿hay otros? ¿La muerte, esa potencia de las tinieblas y rey de los espantos? ¡Cristo la venció! ¿La vida con todos sus insondables misterios? ¡Cristo la ha explicado y nos ha dado la vida eterna, la vida verdadera! ¿Qué más? ¿Los ángeles, malos se entiende, y todas las órdenes de principados que llenan el mundo visible, todas las potencias de las tinieblas descritas en Efe. 6:12, todas las cosas presentes y las que todavía están ocultas en las profundidades del porvenir, objeto de nuestras continuas aprensiones y dudas? ¿La altura, la profundidad…, unas palabras indeterminadas a propósito, y por las cuales podemos llegar a entender, con los diversos intérpretes, ora la especulación altiva de la sabiduría de los hombres y los profundos abismos del pecado, ora los pretenciosos errores de los sabios y todos los perjuicios del vulgo, ora el honor y el deshonor, la fija y actual prosperidad o la miseria, ora, por último, el cielo o el infierno, puesto que el apóstol Pablo quiere recorrer con la mirada el universo entero, tratando de encontrar algo que rete la real y poderosa influencia de Cristo en el cristiano?

  Y llega la triunfante conclusión cómo si se tratase de una fruta madura: ¡Nada de todo eso, ni ninguna otra criatura! que no haya sido citada aún y que se pudiera encontrar en la inmensidad que nos es desconocida. ¡Nada ni nadie puede apartarnos del amor de Dios, del Creador que es sobre todos y más poderoso que todos! Cristo es para nosotros su garantía pues poseemos en Él el poder del Padre ya sea que vivamos o que muramos del Señor somos, Rom. 14:8.

 

  Conclusión:

  ¡Gloria al Padre porque nos da esta seguridad de salvación!

  Demostremos ante el mundo que “nada ni nadie puede torcer nuestro rumbo.”

  Repetir conmigo y con Pablo en Fil. 1:21: Para mí el vivir es Cristo… ¡y el morir ganancia!

  Amén.

LIBRE, PERO TODAVÍA LIGADO

Rom. 6:15-23

 

  Introducción:

  Siguiendo en la línea de estudios del libro de Romanos, hoy estamos contentos de tener la ocasión y oportunidad de estudiar uno de los problemas que padecen los recién convertidos.

  ¡La vida de pecaminosa después de la conversión!

  Pablo ha venido diciendo que la ley entró para que el pecado creciese, mas cuando este creció, sobrepujó la gracia. Que en época de la gracia, la sangre de Cristo nos limpió de todo pecado posible. En una palabra, y hablando humanamente, que a mayor pecado, mayor es la gracia que ha sido necesaria para limpiarlo y dejar al hombre apto ante los ojos del Dios Padre, reconciliado y justificado. Que, en una palabra, el pecado murió una vez, mas el vivir, para Dios se vive. Todo esto puede llevarnos a la idea equivocada de que una vez salvos, ya tenemos vía libre al pecado pensando quizá de que nunca podremos ser tomados en falta. ¡Esto es un error, un grave error! Y a las propias palabras del apóstol nos remitimos: ¿Pues qué diremos? ¿Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca? No, en ninguna manera. Ya que los que son muertos al pecado, ¿cómo vivirán aún en él? Rom. 6:1, 2. Aquí está el quid, el centro, de la cuestión. Por otra parte es obligatorio señalar que en el v 14, se nos dice: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros. ¿Por qué razón? El texto mismo nos lo dice: Pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

  Luego entonces, la diferencia más notable que notamos a simple vista en cuanto al ser humano y su estado, antes de la conversión y después, es que en aquélla sus pecados le eran imputados bajo la vara inflexible de la ley, y en ésta le son conmutados por la gracia. Pero, y surge de nuevo la pregunta: ¿Hasta qué punto podemos pecar, una vez salvos, sin hacernos acreedores a la ira del Señor? Debemos reconocer que a pesar nuestro, continuamos pecando, como si quisiéramos incrementar aún más gracia en el debe de Cristo. Pues bien, de ahí nuestra desesperación diaria, cuando en oración pedimos al Padre que nos de fuerzas para vencer a la tentación y resistir al pecado, ya que estamos viviendo en un gran peligro. Dice: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal sino queréis para siempre obedecer a sus concupiscencias, v. 12.

  Esta es la diferencia de la que hablábamos. Sí, es cierto que caemos en el barro del camino, pero jamás rendimos la frente ni desfallecemos el ánimo. Y siempre tenemos la vista fija en el madero, nuestra meta y nuestro fin.

  He aquí, en síntesis, nuestra lección. Ahora vemos con Pablo cual es su contenido:

 

  Desarrollo:

  Rom. 6:15. ¿Pues qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡No, en ninguna manera! Y como ya hemos dicho, esta pregunta está tan presente en el espíritu del hombre imbuido de su justicia y es extraño a la idea de una obediencia interna y plena ofrecida a Dios, que el apóstol la reproduce por tercera vez (v. 1 de este mismo cap, que ya hemos visto de pasada y el 3:31). Enseguida va a servirse de esta fina objeción escondida a fin de mostrar que no es más fundada respecto de la propia santificación que cuando se la opone a la plena idea de la salvación por gracia o de la justificación por la fe sola, sin obras.

  Rom. 6:16. ¿No sabéis que al que os presentáis por siervos para obediencia, siervos sois de aquel al que obedecéis…? Para justificar este ¡nunca acontezca!, esta rotunda negación, el apóstol Pablo apela simplemente a sus lectores. ¿No sabéis…? Con esta pregunta les enfrenta ante el hecho de la experiencia moral: Ninguno puede servir a dos amos. Y nombra a estos dos señores, dos amos, a uno de los cuales se sirve con exclusión del otro: Así es, ¡el pecado o Dios! Luego aplica con fortuna este razonamiento a todos sus lectores libertados del pecado, como veremos en los vs. 17 y 18.

  Notaremos por una parte que el hombre debe servir y no puede aspirar jamás a una independencia absoluta y total precisamente por ser un ente creado; pero, por la otra, es evidente que la servidumbre del Padre ¡es la verdadera libertad! Querer lo que Dios quiere, no querer más que lo que Él quiere, es ser libre. Tengo a mano una cita de san Agustín que me gustaría leer: “Tú eres al mismo tiempo un esclavo y un ser libre: esclavo, por tu obediencia al mandamiento, y libre por tu gozo en cumplirlo; esclavo, porque eres un ser creado; libre porque ya eres amado de Dios que te creó y porque tu mismo amas al autor de tu ser.”

  Sigamos con Rom. 6:16. ¿Ora del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? Los términos de esta antítesis son notables: Después de aquellas palabras ora del pecado para la muerte, se esperan las otras: ora de la justicia para vida, puesto que expresarían un contraste completo y perfecto de la idea. Pero en lugar de ello, el apóstol ha preferido en el segundo caso expresarse de esta forma: O de la obediencia para justicia, sin duda para señalar por contraste la verdad que señala que la fuente o naturaleza del pecado es la desobediencia, Rom. 5:19. Y que no hay otra obediencia legítima para el ser o para la criatura humana más que para con Dios. En efecto, la esclavitud del pecado, por voluntaria que sea, no es una obediencia al pecado, sino el arrastre de la pobre concupiscencia; no existe ya una ley del pecado a la cual se puede obedecer puesto que es, por el contrario, la negación de toda ley. Por otra parte podemos ver, podemos pensar que el apóstol, usando o empleando el término de obediencia tiene a la vista la fe que en otros lugares designa por esta misma expresión, Rom. 1:5, 15, 18. Desde luego, tiene razón al oponer la fe al pecado, ya que es la fe lo que pone fin a la rebelión del pecado y funda el reinado de la santidad. Más aún, la justicia es opuesta a la muerte eterna, salario del pecado, como veremos muy bien y de forma amplia en los vs. 21 y 23; porque encierra en sí todos los elementos de la vida verdadera, de la vida eterna. Pablo aporta aquí esta palabra de justicia en su sentido más amplio, como sinónimo de santidad, puesto que es el término donde llega el hombre caminando por la senda de esta obediencia sincera a toda voluntad del Señor, que no es otra cosa que el renunciamiento de uno mismo para ir o llegar a no vivir más que de Dios y para Dios.

  Rom. 6:17. Pero gracias a Dios, que aunque erais siervos del pecado, habéis obedecido de corazón ahora a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados. El original gr. indica o señala: Al tipo de doctrina a la que fuisteis entregados. Por otra parte, además, “tipo” significa imagen, forma, modelo, regla. Se trata, no del tipo raro o especial de la enseñanza de Pablo en oposición a la de los otros apóstoles, sino del conjunto de la doctrina de los Evangelios. Así que podríamos leer muy bien: Sí, habéis ya obedecido de corazón al modelo de enseñanza al cual fuisteis entregados… Sin embargo, debemos observar que en otra parte se dice que la doctrina es trasmitida, no entregada, 2 Ped. 2:21. En nuestro caso existe una elegante inversión de toda la frase: Los que han sido libertados del pecado, se han entregado, v 16, por un cambio de dominio, a la magnífica servidumbre de la justicia, v 18. El apóstol quiere decir que los cristianos a quien escribe “se han entregado” ellos mismos, por la potencia del Espíritu del Señor, a esta regla de la verdad evangélica, y en cierto modo, echados, arrojados, en ese modelo, molde o tipo, como una materia en fusión con la finalidad de adquirir la forma personal de Él. Notemos también que aquí no hay, en esta adhesión a la verdad nada de involuntario puesto que “han obedecido de corazón” y según la admirable armonía de la acción divina y del hombre en la conversión, siempre enseñada por Pablo y por el resto de las Escrituras. De ahí que el apóstol, en lugar de sacar una conclusión fija y léxicamente fría, exclama: ¡Gracias a Dios!

  Rom. 6:18, 19. Y libertados del pecado fuisteis hechos siervos de la justicia. Humana cosa digo por la debilidad de vuestra carne… El mismo autor nos dice en 1 Cor. 3:1: Porque sois aún niños en Cristo, entrados recientemente en la vida cristiana, os hablo de las cosas espirituales bajo unas figuras sensibles, familiares a los más sencillos de entre los hombres. Es después de esta introducción que Pablo desarrolla bajo todas sus fases el pensamiento ya expresado en el texto 13 (leerlo). De manera, así como presentasteis vuestros miembros por siervos a la peor impureza y a la iniquidad, así mismo ahora presentad todos los miembros por siervos a la justicia para la futura y total santificación. Lo cual no es más que una aplicación bien hecha y desarrollada del principio general que ya fue establecido en el v. 16. Así, donde reinan la impureza y la iniquidad, los miembros no pueden más que cometer cada vez más iniquidad, es decir, obras contrarias a la ley; pero de su sumisión a la justicia, resulta la santificación de la vida. Este contraste desarrollado, sirve, suministra al apóstol Pablo la comparación que sigue, entre el fruto del pecado y el de la justicia, cuyo don más primario es la gracia misma.

  Rom. 6:20. En efecto, cuando erais siervos del pecado, libres erais cuanto a la justicia. Este en efecto indica la razón lógica del contraste que precede, vs. 17 al 19, y que contiene también la comparación que sigue. Así, el estar libre de toda obligación respecto a la ley, es con mucho la atracción más seductora del pecado, pero también la más engañosa, Rom. 8:33, 34; 2 Ped. 2:19.

  Rom. 6:21. ¿Qué fruto, pues, teníais entonces? Cosas que ahora os avergonzáis… Otros construyen esta frase de forma distinta. En lugar de colocar el punto de interrogación final después de la palabra “entonces”, y de hacer de los vocablos siguientes la respuesta, construyen toda la frase como una pregunta que tendría como respuesta algo que se sobreentiende: ¡No, ningún fruto, al contrario, la muerte! Pues en ambos casos el sentido es el mismo en el fondo. Mientras el mundo halla su gloria en la independencia de toda ley y en la libertad de pecar, v. 20, todo cristiano ve en ello su vergüenza, la degradación de su alma inmortal.

  Sigue Rom. 6:21. Pues su fin es muerte. Sí, lo veremos mejor en el v. 23. Pablo, demostrando la importancia del tema, lo repite en dos ocasiones más: 1:32 y 5:12.

  Rom. 6:22. Mas ahora, libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis vuestro fruto para santificación, y el fin vida eterna. El fruto del servicio de Dios, es una clara santificación progresiva que, sin duda, un día llegará a la perfección. Pero la santificación de todo nuestro ser es en sí misma la vida eterna, ora porque no puede tener lugar más que por la posesión de esta vida dentro de nosotros, ora porque ella a su vez nos pone en comunión directa e íntima con Dios, fuente de la misma vida y de la felicidad eterna. La plenitud de la santidad es, pues, la plenitud de la esta vida.

  Rom. 6:23. Pues la paga del pecado es muerte, mas el don de la gracia de Dios es vida eterna en Cristo, Señor Nuestro. El pecado promete a todos sus esclavos otro salario, una paga: Primero la libertad, como vimos en el v. 20, luego el placer. Pero les engaña. Y los engaña porque el pecado entero no es más que una gran mentira, en flagrante contradicción con la verdad de Dios y con la verdadera y fiel naturaleza del hombre. El pecado no da, no puede dar más de lo que él mismo tiene en su base o composición: ¡La maldición y hasta la muerte! Y como esta supuesta libertad que promete no es más que un alejamiento cada vez más completo y firme de la fuente de la vida, su salario es una doble muerte. A este salario se le podría esperar que el apóstol opusiera la paga de la justicia como lo hace en el v 18, o el salario de Dios, del v. 22, pero, según todo lo que acaba de enseñar, ahora, y en las lecciones que estudiamos otros días, sobre todo en 3:21 y 4:4, no puede hablar más que de un “don de gracia” de Dios Padre y esto por Cristo Jesús, Señor nuestro, que nos lo ha adquirido. Este don gratuito es la “Vida Eterna” ya contenida en la santificación, como ya hemos visto en el v. 22, la cual, en contra o contrariamente al pecado, responde a todas las buenas necesidades del alma y constituye para ella la fiel felicidad.

 

  Conclusión:

  Ahora dos palabras finales usando el remache del texto áureo:

  Gál. 5:25. Si pues vivimos por el Espíritu, por Él también andemos. Ahí es nada. Este v. es la conclusión de todo lo que precede: El viejo hombre que producía las obras de la carne y que era siervo del pecado, ha sido ya crucificado junto a Cristo. Y aunque esta crucifixión dure toda nuestra vida terrestre, Pablo la considera como un acto ya hecho, cumplido, porque en el cristiano la potencia de corrupción ya no puede reinar más y está destinada a desaparecer del todo: “Las cosas viejas pasaron…”

  Si es así, agrega con autoridad el apóstol, si vivimos por el Espíritu, andemos también por él. ¿Cuál es la diferencia de estos dos términos? Es sencillo: El uno indica la fuente, el otro las aguas que manan de ella. Si en realidad el Espíritu Santo ha creado en nosotros una vida nueva, no es para encerrarla en nosotros mismos por un goce egoísta o por un beato quietismo, sino a fin de que toda nuestra sana conducta manifieste y produzca los frutos de ese Espíritu, que no son otros que: Caridad, gozo, paz, tolerancia, fe, benignidad, mansedumbre bondad y templanza, Gál. 5:22, 23. Así, sigamos las directrices del Santo Espíritu en nuestros pensamientos, palabras y obras.

  Volvemos a preguntar: ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia crezca? ¡En ninguna manera!

  Amén.