VIDA EN CRISTO

 

Juan 15:1-11

 

  Introducción:

  Un viñatero llevó a su hijo de corta edad a su viña, en tiempo de poda. Éste se fijó como el padre cortó varias ramas de la vid, aparentemente, incluso más de la cuenta. Y luego, los sarmientos que dejó, los limpió con cariño arrancando hojas secas e incluso, el viejo fruto que aún tenía. Y tan severo le pareció este trabajo a nuestro zagal que le dijo a su padre:

  –Papá, has matado la vid. Y ya no podrá crecer otra vez. ¿Por qué la has matado?

  –Es verdad que la vid parece muerta –respondió el padre-. Y tienes razón creyendo que parezco cruel por haberla cortado demasiado. Pero sé que la planta no crecerá bien si no la podo a conciencia. Tengo que quitarle todas las ramas secas, hasta los racimos que han quedado de la cosecha anterior, para que crezca de nuevo este año. Has de saber que si no la limpio bien no dará fruto. Así que aunque te parezca que la he matado, lo que he hecho en realidad es darle una nueva vida.

  ¿Cómo podemos aprovechar los recursos que Cristo tiene para nosotros? ¿Cómo podemos vivir en Él? ¿Cómo hemos de ser y hasta portarnos para que Él viva en nosotros? ¿Cómo podemos aprovechar toda su savia? Estas y otras tantas preguntas son las que hoy vamos a intentar contestar.

  Sabemos que para muchas personas la religión está divorciada de la vida diaria, de la conducta, de la labor, de las actitudes personales, etc. Que, en suma, no es igual “predicar que dar trigo.” Una cosa es venir los domingos a la iglesia y otra muy diferente, es dar nuestra vida en la cotidiana lucha por los demás. Aún hay otros que indican que la fe cristiana tiene que ver sólo con la esperanza de vida en comunión con Dios Padre después de la muerte, no antes. Que creemos en Cristo y esto da suficiente garantía para gozar eternamente de su Salvación, y sí, es verdad, pero protestamos ante semejante criterio. Otros, en cambio, aseguran que esta fe cristiana aún va más allá y añaden a lo expuesto que debe demostrarse con los cultos y servicios religiosos, que acuden a los templos y otros lugares de reunión con cierta asiduidad y que aquí se acaba la historia, pero volvemos a protestar delante de semejante forma de pensar. Aún hay otros más que dicen que la fe cristiana tiene que demostrarse con buenos argumentos en metálico para sostener obras en la lejanía, pero protestamos delante de este criterio.

  Es cierto que la fe tiene que ver con todo eso, pero hay mucho más. Si la limitamos a formas externas y vacías, la vamos a enterrar. La fe cristiana es viva, es energía, es movimiento, es impulsiva, es incluso agresiva, es… es… savia de Cristo. No olvidemos hermanos que Jesús habla en el cap. 14 de Juan, de las moradas celestiales y de lo que los creyentes podemos esperar de Él, pero también es cierto que en el presente cap. 15 nos habla de las cosas terrenales, perfectamente digeribles con nuestros actuales estómagos, de lo que debe ser la vida del creyente en su quehacer y andar diario, de como debe relacionarse con sus semejantes y de cómo lograr una vida de gozo, incluso en medio de los males y adversidades.

  En una palabra, vamos a estudiar el cap en el que Jesús nos señala de forma explícita lo que espera de nosotros, ¡fruto! Pero, ¿cuál es el fruto que espera? (a) Un carácter moldeado a su imagen y semejanza (ahora explicar algunas particularidades del moldeo: Igual al molde. Igual al modelo). ¿Y cómo podemos definir al molde, a Cristo? ¿Cuáles son sus resultados? Rom. 8:28-30; Gál. 5:22, 23. (b) Un servicio a otros, comunicándoles el Evangelio y atendiendo a sus necesidades físicas en cuanto le sea posible. Y… ¡esto es todo!

 

  Desarrollo:

  Juan 15:1. Yo soy la vid verdadera. En el AT, Sal. 80:8-19; Isa. 5:1-7; Jer. 2:21 y otros, Israel se presenta como la Vid de Dios. Pero muchas veces no dio el fruto que Dios esperaba de ella, o el fruto era agrio o no servía para nada. Sabemos con certeza que la llamada Vid de Dios se negó a cumplir el propósito que el Señor había preparado para ella. Aquí Jesús pronuncia con solemnidad que Él mismo es la vid verdadera, la genuina, el modelo real, el arquetipo de aquella otra secundaria de Israel; que, dicho sea de paso, no fue sino más que un ensayo, en suma, la vid que daría el fruto apetecido por Dios, el fruto que agradaría a su Padre celestial. Así que, en otras palabras, todo aquello que Dios quiso conseguir por medio de su pueblo escogido Israel, y que no consiguió en razón a su rebeldía, ahora iba a lograrlo por medio de Cristo y el nuevo pueblo escogido de seguidores que venían a ser el “Nuevo Israel.”

  Esta es la última vez que el apóstol cita la expresión de Jesús: “Yo soy”, pero tiene un contexto extraordinario:

  Sigue Juan 15:1. Mi Padre es el Labrador. Tenemos así, que es el mismísimo Dios Padre el que cuida y trabaja en y por medio de su viña. De donde, usando la misma figura citada por Cristo fácilmente podemos explicar que es el Padre, parangonando al labrador, quien riega, limpia, poda y mima a la cepa y lo que es importante: a todas las ramas, los sarmientos, que alimentadas por aquélla deben dar frutos apetecibles a sus ojos, so pena, de ser arrancados de forma irremediable en la época adecuada.

  Finalmente hagamos referencia al hecho de que todos los frutos esperados no serán valorados por nuestros propios ojos, cosa que tan acostumbrados estamos a hacer, sino por otros ajenos y perfectamente justos, los cuales sin duda calibrarán su calidad y decidirán a la luz de este criterio si el sarmiento en cuestión debe seguir existiendo o no.

  Juan 15:2. Todo pámpano que en mi no lleva fruto, lo quitará. Está bien claro. El agricultor, el Padre, aplica las tijeras a las ramas que son estériles o muertas por una razón perfectamente lógica: ¿Cuál es? Pues evitar que los pámpanos, estas ramas, estorben el normal desarrollo de los fructíferos. ¿Hay injusticia es esta actitud? Ninguna. El labrador de la viña sólo tiene un propósito: ¡Qué produzca fruto abundante y de buena calidad y la limpieza radical de todo aquello que impida esta realidad, debe ser roto, podado y eliminado. Y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará para que lleve más fruto. Somos conscientes de que el labrador sabe que aun los sarmientos que producen fruto deben ser limpiados de hojas y ramitas inútiles que absorben la savia tan vital para su crecimiento. Y otra vez, en esta parte del mimo del agricultor, vemos la misma ansia o avidez: ¡Qué haya buena y abundante cosecha! De todas formas es importante que el labrador sepa cuándo y cómo podar su hacienda. De lo que si estamos seguros es que Dios, el Padre, si lo sabe: Muchas veces ha limpiado su viña, la Iglesia. Por las persecuciones que, en el momento y a los ojos de los propios perseguidos, parecía que deseaba destruir de forma total a la planta más que sanearla, pero, a la larga, en la época del fruto, se comprobaba que la viña era mucho más fructífera que antes de la poda.

  Juan 15:3. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Anda, resulta así, que otra tijera que Dios emplea para limpiar los pámpanos es las Escrituras, ya que sabemos que la lectura diaria de la Biblia crea en el creyente una conciencia de la diferencia entre el bien y el mal, entre lo que gusta al Señor y lo que le desagrada. Y así, el creyente que día a día se alimenta de la savia, con la ayuda de Dios, irá eliminando las cosas que estorban a su vida y testimonios cristianos. Jesús dice que los once apóstoles estaban básicamente limpios por las voces y palabras que habían escuchado de sus labios y, que por lo tanto, estaban ya bien preparados para dar frutos y frutos en abundancia, ejemplares.

  Juan 15:4. Permanecer en mí y yo en vosotros. La firme y primera condición esencial para producir fruto es una buena limpieza radical. La segunda es que exista una relación vital. Para recalcar la necesidad de una relación así entre él y sus seguidores, Jesús emplea la palabra permanecer, unas diez veces en el texto de esta lección. El término señala muy bien el hecho de mantener una conexión sin romper entre el pámpano fructífero y el tronco propiamente dicho. Es curioso pues Jesús presenta este hecho como un mandato, no es optativo. Si se emplea la preposición “en” nada menos que trece veces es para indicar la relación vital entre Cristo y sus seguidores, la vid y los pámpanos, si es que han de dar frutos. Pero aún hay más, es también una acción recíproca: ¡Nosotros en Él y Él en nosotros! Cómo el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo sino permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Era y es un hecho conocido por todos por su simpleza que un pámpano que no esté unido, soldado al tronco de la vida, no puede dar fruto. Pero es que precisamente, hermanos, la misma simpleza compone el binomio Cristo/seguidores. Si uno no está sólidamente unido al tronco de la vida, no puede tener esos frutos apetecibles a los ojos del labrador puesto que al no recibir savia, vital para su subsistencia, no puede existir. Sí, así de claro, así de lógico. Permanecer en Él es lo mismo o significa lo mismo, que significa para el pámpano al estar conectado a la vid.

  Juan 15:5.Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, y el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Jesús repite y resume todo lo que ha dicho hasta este momento en cuanto a una relación vital, o en cuanto a la necesidad de vida con él, viendo y asegurando que esa relación resultará de manera indefectible en un fruto abundante. Aquí debemos notar una triple progresión de la figura del fruto: (a) Fruto simplemente en el v. 2; (b) más fruto en la segunda parte del v. 2, y (c) mucho fruto en el v. 5. Y ahora Jesús remacha la idea y la consecuencia negativa, firme y contundente, de esa escalada idílica: ¡Porque separados de mí, nada podéis hacer! Seria advertencia que nos señala que es imposible hacer algo, es decir, llegar fruto, estando cortados, separados o desvinculados de Él. No hace falta más comentarios por lo claro que nos resulta el mensaje.

  Juan 15:6. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará, y los recogen y los echan en el fuego y arden. Los verbos será echado y se secará, en el gr. están escritos en pretérito indefinido. Y se usan así para indicar la idea de un hecho tan seguro como si este ya hubiese tenido lugar. El proceso de podar la vid, echar las ramas fuera, verlas secar y quemar, etc. era común en la zona y presentan una descripción sorprendente, clara y categórica de aquellos que, en apariencia, están unidos a Cristo, pero que no lo están la realidad. En una palabra: Aquellos cristianos que no demuestran con hechos la calidad de sus frutos, dicen ni más ni menos, que a pesar de ser pámpanos, están en la época de secarse al sol y, por consiguiente, a la espera de ser quemados. En palabras más reales, sin que por ello pierda valor la alegoría presentada: Todos estos humanos, espiritualmente se secarán, serán echados afuera y al final se quemarán en el juicio final.

  Juan 15:7. Si permanecéis en mí, y mis palabras lo hacen en vosotros… Aquí el Señor agrega una condición más. Hemos visto en el 5 que es Jesús el que permanece en los creyentes, aquí son sus palabras las que están en ellos. Pero sabemos que en Cristo Jesús y sus palabras son inseparables en el corazón del creyente puesto que por éstas, Él se presenta y se une a su pueblo. Es decir, la suma de sus dichos es una revelación de Él por la cual nos presenta su naturaleza más íntima. Por sus dichos y hechos lo hemos conocido. Pedir todo lo que queráis y os será hecho. Ahora estamos delante de un pasaje tremendo y peligroso en oposición con todo lo que hemos estado estudiando hasta aquí. Esta frase interpretada en forma literal y aparte del contexto ha creado una gran desilusión en algunos de los creyentes. Mi propia madre, que era considerada como una gran cristiana, fue una de ellas. Estuvo dos horas orando ante la cama de su padre, mi abuelo, intentando curarle por medio de la oración y al no conseguirlo, tuvo una gran crisis espiritual que le costó superar. Por el contrario, esta frase, interpretada a la luz del contexto, ha sido confirmada y hasta corroborada con la experiencia diaria de la mayoría de los discípulos de Cristo. En primer lugar, pues, la oración para el creyente es un privilegio, un gran privilegio, pero también es un mandato. Pedir es uno de los términos más fuertes en relación con la oración y como podemos ver, está escrito en imperativo. Sí, “pedir”, pero las condiciones para pedir lo que queremos con la confianza de recibirlo, son: (a) permanecer en el Señor, y (b) asegurar que sus palabras estén siempre, de forma continua, en nuestras mentes. Si reunimos estas condiciones podremos pedir lo que queramos sin tapujos con la esperanza de recibirlo, puesto que sus solicitudes estarán de acuerdo con el propósito y voluntad de Cristo, aunque aún hay más, tendrán como fin el propósito de glorificarlo por medio del fruto que produce.

  Juan 15:8. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Esto es el resultado: La oración eficaz escrita en el v. 7 y la unión con Cristo Jesús denunciada en el v. 6, asegura una vida fructífera estudiada ya en el v. 5 y en este v. 8 que ahora desgranamos. Todos los frutos apetecibles son de forma la gloria del Padre y para su Hijo, del mismo modo que los frutos lo son para el agricultor haciéndole olvidar sufrimientos y sueño sólo con mirarlos y sopesarlos. Pero no terminan aquí las enseñanzas de este hermoso v.: Resulta que la glorificación del Padre, por otro lado, es uno de los factores determinantes para conseguir más fruto, puesto que de hecho con este: y seáis mis discípulos indica que en la actualidad aún no lo somos del todo. Es decir: Parece que se nos señala que esta gloria es el empuje final para que lleguemos a ser sus fieles discípulos, con la idea implícita de un proceso hacia el ideal perfecto. De donde se desprende el hecho de que a más fruto, más gloria para el Señor, más perfección para nosotros, mucho más fruto, más gloria, más perfección y así hasta aquel día en que por fin, hayamos copado hasta rebosar toda la copa que nos está destinada.

  Juan 15:9. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado. Lo hemos venido diciendo estos domingos, el amor de Cristo por sus seguidores es de la misma calidad y profundidad que el amor del Padre para con el Hijo. Es del todo imposible emplear un lenguaje más alto, fuerte y a la vez más explícito. La idea se nos presenta muy clara. El cómo es un adverbio de modo que señala, describe y limita una manera de acción. Permanecer en mi amor. Esto es definitivo. Conscientes del infinito amor de Cristo para con nosotros, debemos sentirnos constreñidos a vivir de manera constante en ese amor. Es decir: ¡Dejar hacer que Él sea el que nos alimente!

  Juan 15:10. Dice: Si guardarais mis mandamientos estaréis o permaneceréis en mi amor. El hecho de permanecer en el amor de Cristo se ve y manifiesta por una obediencia consciente y total a sus mandatos. Más, dicho de otra forma, la práctica de guardar con entusiasmo todos sus mandatos nos asegura la continuidad de su bendición de amor hacia nosotros. Así como he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor… Este es el puente vivo, cierto y eficaz, pues si me amáis, guardar mis mandamientos de esta forma nos aseguramos su amor eterno. Así, la misma relación de obediencia y amor recíprocos deben verse, manifestarse entre los fieles discípulos y Cristo, como lo hizo ya entre éste y el Padre.

  Juan 15:11. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros. Con este v concluye la alegoría de la viña. Es la primera vez que Juan menciona el gozo de Jesús. Fijémonos bien, esta referencia al gozo se emplea en la misma noche de la crucifixión. Así que ya podemos decir que el gozo que Cristo experimentaba se desprende del hecho de saberse en comunión con el Padre, el cual le sostenía en sus tentaciones, dolores y sufrimientos, pero, y lo que es importante: El Señor Jesús dice que nos ha hablado estas cosas para que su gozo también esté en nosotros. Esta es la relación: Una unión vital y obediente con Cristo redunda en gozo del propio Hijo de Dios y. a su vez, en la savia para el propio creyente. Y que vuestro gozo sea cumplido. Sí, el corazón humano no puede sentir un gozo más grande y sublime que este: “Saberse alimentado por Cristo”, tener, hacer o producir frutos y, como consecuencia, generar gloria a el Padre, principio, subsistencia y fin de todo lo creado.

 

  Conclusión:

  Hermanos, no podemos engañarnos. Los frutos de este Espíritu son claros: Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, bondad, fe, mansedumbre: Contra tales cosas no hay ley, Gál. 5:22, 23.

  Si hacemos esto, nuestro gozo se verá cumplido.

  ¡Amén!