LA PROMESA DEL CONSOLADOR

 

Juan 16:4c-15

 

  Introducción:

  Esta lección es la última de la serie de seis que hemos venido estudiando bajo el lema: “El Hijo de Dios está entre nosotros.” Recordémoslas por encima: (a) Agua: Agua viva: Yo soy el agua viva, cualquiera que de mí bebiere jamás volverá a tener sed, Juan 4:14. (b) Pan: Pan para los hambrientos: Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo, Juan 6:33. (c) Luz: Luz para los ciegos: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida, Juan 8:12. (d) Siervo: El amor entre los creyentes: En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos a los otros, Juan 13:35. (e) Vida: Vida en Cristo: Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, nadie viene al Padre, sino por mí, Juan 14:6. Y (f) Consolador: La promesa del Consolador: El Consolador, el Espíritu Santo, a quien mi Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho, Juan 14:26.

  Vamos a encararnos hoy con la más difícil de las seis puesto que trataremos de algo intangible como puede ser el Espíritu de Dios. Algunos creyentes han tenido muy poco que decir sobre el ministerio del Espíritu Santo. Por los grandes estudiosos de la Biblia se señalan tres ideas o razones principales que explican este relativo silencio: (a) La naturaleza del Espíritu es señalar a Cristo en vez de llamar la atención sobre sí mismo. (b) Nos molesta todo aquello que no podemos controlar y que quiere controlarnos a nosotros. Y (c), el espíritu hace demanda sobre nosotros personalmente, y tenemos la tendencia de resistirlo.

  Por otro lado, hay razones fundamentales por las cuales nos conviene estudiar el Ministerio del Espíritu Santo, en especial, en relación con nuestras vidas y nuestro servicio al Señor: (a) Por su prominencia en la Biblia. (b) Porque es por su ministerio, que los eventos históricos de nuestra fe se aplican a nuestra vida hoy en día. (c) Porque hay muchas perversiones de la doctrina del E. Santo, y (d) porque hemos permitido que entren en nuestras casas e iglesias muchos sustitutos engañosos a la acción del Espíritu, tales como ciertas acciones emocionales, activismo, organización y personalismo.

 

  Desarrollo:

  Juan 16:4c. Esto no os lo dije al principio porque yo estaba con vosotros. La exposición es clara. Mientras Jesús estaba con sus discípulos, contra él se dirigía la oposición e incredulidad de sus enemigos, y como su sola presencia bastaba para proteger y conformar a los suyos, les visitaba las más sombrías predicciones relativas al odio del mundo. Pero estas claras palabras: No os lo dije al principio, presentan una dificultad que ha ocupado de forma singular a los exégetas. Veamos: Desde el principio, es decir, desde el mismo Sermón del Monte y desde el envío de los discípulos de dos en dos, Jesús había anunciado con claridad que ellos tendrían que soportar persecuciones. ¿Dónde está, pues, la razón de la diferencia que ahora indicamos? Estamos seguros que sabían bien por experiencia propia que habrían persecuciones puesto que la oposición de que fueron objeto desde los primeros días fácilmente los induciría a ello. Pero esto nunca había sido tan claro como hasta ahora. Lo que hay de nuevo en este discurso actual, es que les descubre la causa profunda y dolorosa de esas persecuciones que aún tendrían que soportar: el odio del mundo contra Cristo mismo y contra los suyos, un odio tal que Dios es el primer objetivo: Juan 15:18-24.

  Tampoco les había señalado hasta entonces de forma tan directa ese fanatismo ciego del que él debía ser, al día siguiente, la primera víctima. Así que creemos que no les había revelado desde el principio esas profundidades de la corrupción humana porque no debían manifestarse más que en la propia cruz y delante de la sombra de su sola presencia. En resumen: En los primeros tiempos, cuando los discípulos aún disfrutaban del favor del pueblo no hubiesen creído en semejante incongruencia que era o representa el hecho de ser objetos principales de las ira del príncipe de este mundo, Satanás. Pero ahora mismo Jesús va a probarles con hechos hasta dónde son capaces de llegar los hombres dominados por el diablo.

  Juan 16:5, 6. Pero ahora yo voy al que me envió. Y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas? Antes, porque os he dicho estas cosas, cierta tristeza ha llenado vuestro corazón. Oyendo estas palabras tan claras: Ahora me voy al que me envió, y todos los discípulos se paran o detienen únicamente en el dolor de la cruel separación, en otras palabras: La tristeza llena su corazón. Y ni sueñan en pedir nuevas luces acerca del fin glorioso que su buen Maestro iba ya a alcanzar. Así que Jesús se extraña y se aflige queriendo provocar en ellos preguntas a las cuales sería dichoso en responder. Tomadas en este sentido, las palabras no son contrarias a la pregunta a Simón Pedro en Juan 13:36: ¿A dónde vas? Ahora no puedes seguirme, me seguirás luego. O la interrupción de Tomás de Juan 14:5, si no sabemos donde vas, ¿cómo podemos saber el camino? En esta gran ocasión, los discípulos, enteramente preocupados aún por la suerte del reino terrestre del Mesías, deseaban no separarse de Él, más al contrario: ¡Seguirle enseguida, inmediatamente! Juan 13:37.

  Juan 16:7. Porque yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, pues si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros, mas si me fuere, os lo enviaré. Jesús quería sacar a sus discípulos de esa melancolía y tristeza que los deja mudos en su presencia, y para ello procura hacerles comprender que su regreso a la Gloria es la una condición indispensable del envío del Espíritu Santo, que a partir de aquel momento, debía ser para ellos, la luz y la vida. Para entender bien este v debemos trasladarnos a otro cronológicamente más antiguo y claro: Juan 7:39. Estas palabras: Al Espíritu que habían de recibir los que creían en él, es la clave. Juan dice que ese Espíritu “no era aún”. Pero no quiere decir que el Espíritu de Dios no hubiese existido antes o que no se hubiese manifestado ya en el AT. Sabemos que Gén. 1:2, dice: El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Y que impelidos por Él vieron, hablaron y hasta profetizaron todos los Varones de Dios, 2 Ped. 1:21. Así que el pensamiento de Juan debe ser interpretado a la luz de las declaraciones de Jesús en el Aposento Alto que, precisamente hacen depender la venida del Espíritu Santo o Consolador, con la propia marcha de Cristo otra vez al Padre, puesto que fácilmente podemos identificar este don del Espíritu en el corazón de los hombres en el momento en que Jesús lo deja sano y limpio para que pueda morar de forma adecuada. Tenemos que fue en Pentecostés cuando por primera vez el Espíritu de Dios empezó a morar en el corazón de los hombres y a obrar en él como un principio de regeneración y vida. En este sentido, pues, el evangelista puede decir: No era aún el Espíritu. Y nos da una razón de peso, un buen argumento irrefutable: ¡Jesús no estaba aún glorificado!

  Volviendo a nuestro v vemos que la frase de Jesús os conviene que yo me vaya es, pues, desde dos puntos de vista, una verdad profunda. Por una parte, era necesario que la obra de nuestra redención fuera cumplida por la muerte, por la resurrección del Salvador y por su cierta elevación a la gloria divina. En una clara palabra, que toda potestad le hubiese sido dada en el cielo y en la tierra, Mat. 28:18, para que pudiera derramar su Espíritu sobre los suyos. Por otra parte, éstos iban a ser elevados por este mismo espíritu a una vida religiosa muy superior a la que habían conocido hasta entonces. Iban a ver ensanchado su fiel y propio conocimiento de las cosas eternas: No conocerán más a Cristo según la carne, es decir, bajo la condición de siervo; pero, por una comunión espiritual y viva con él, le poseerán glorificado y comprenderán la universalidad de sus claros enunciados y la espiritualidad de su reinado, que ellos, y sólo ellos, iban a consolidar en esta tierra con ayuda del anunciado Consolador. Era pues, conveniente que Él se fuera, aunque a ellos esta palabra les resultaría misteriosa e incomprensible aún. Un paréntesis tan solo para indicar que el término Consolador es la traducción del vocablo griego “Paracleto” que quiere decir: Uno que está llamado al lado de otro para prestarle ayuda. Aquí no hay comentarios.

  Juan 16:8. Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado y de juicio. Otra faceta pues, de este Consolador tiene que ver con el mundo propiamente dicho: Dice el v que en cuanto al mundo, el Espíritu le convencerá con potencia de pecado, de justicia y de juicio. ¿Qué quiere decir esto? Convencer es un término jurídico; así se dice: Convencer a alguno de un crimen ante un tribunal. En las Escrituras estas palabras tienen la intención y significado morales, tanto más íntimo que tiene que ver con la propia conciencia. Cuando un alma es así convencida por estos tres grandes hechos del mundo moral: Pecado delante de Dios, justicia divina y juicio eterno, se produce en ella una crisis cuyo resultado puede ser el arrepentimiento y la salvación, 1 Cor 14:24, 25. O también el endurecimiento y la ruina, Hech. 24:25.

  Juan 16:9. Sí, de pecado, por cuanto no creen en mí. Pues convencer de pecado al mundo, tal es la primera acción del Espíritu de Dios, es también el primer paso que puede andar el pecador hacia su renovación moral. Pero aquí, a la idea general de pecado expresada en el v. 8, Jesús añade un rasgo especial que caracteriza a la verdadera naturaleza del pecado en todo hombre y en particular en el mundo judío que había rechazado vez tras vez al único verdadero Mesías, la incredulidad: De pecado, por cuanto no creen en Mí. Puesto que debemos de saber que la más abrumadora demostración del pecado en todos los hombres, de su enemistad contra el Señor, consiste en rechazar a Aquel que fue sobre esta tierra la imagen viviente de la santidad y amor divinos. Este es el pecado en esencia, la fuente de todos los demás, y “la única causa de la condenación.” Fijémonos bien: Todos los demás pecados, expiados a fondo por la muerte de Cristo, pueden ser perdonados en cuanto el pecador abraza al Salvador con fe, pero éste al que ahora nos estamos refiriendo, precisamente por no creer en Él, por rechazarlo, le retiene en la muerte y hace imposible su salvación. En cuanto un hombre es convencido por Él, por usar las mismas palabras del texto, ya no tiene excusa ni escape: ¡O se arrepiente y vuelve la cara a Dios, o… se pierde!

  Juan 16:10. De justicia, por cuanto voy al Padre, y no veréis más. Al mismo tiempo que el Espíritu convencerá al mundo de todo pecado, lo convencerá también de justicia, puesto que las dos ideas son inseparables. Pero esta justicia divina ha sido manifestada al mundo en Jesucristo y especialmente por su elevación a la gloria. Aunque fuera el Santo y el Justo, no por eso dejó de ser desconocido del mundo, acusado, condenado y hasta ejecutado como un malhechor. Así que en Él, según todas las apariencias, la iniquidad triunfaba sobre la justicia. Pero, por su resurrección gloriosa y por su elevación a la diestra del Padre, fue declarado Hijo de Dios con potencia, Rom. 1:4, justificado por el Espíritu, 1 Tim. 3:16 y lo volvemos a decir, elevado a la diestra de Dios Padre como Príncipe y Salvador, Hech. 5:30, 31.

  Así que el Espíritu debía convencer a todo el mundo de la justicia de Cristo mismo, como claramente lo indica con estas palabras: De justicia, por cuanto voy al Padre. Era necesaria, pues, su marcha y glorificación para que la propia justicia se manifestase y no hubiese lugar a dudas. Vino al mundo con una misión concreta que cumplir y la cumplió, era de justicia, pues, recibir el laurel del triunfo. Pero aquí aún hay más: ¿qué puede significar esta frase en apariencia sobrante de no me veréis más? Jesús declara directamente a sus discípulos que se va a hacer invisible a causa de su retorno al lado del Padre y este giro personal que ahora da al enunciado de su pensamiento ya puede explicarse ora por la intención de testificarles su tierna simpatía por el dolor que les causará la separación física, ora por el deseo de advertirles que tendrán que perder el hábito de su presencia material, que deberán aprender a no verle más según la carne, sino a entrar, por medio del Espíritu, en una comunión íntima y viviente con Él. Uniéndonos pues, de esta suerte, como Iglesia de Cristo y con las fuerzas del Espíritu Santo, convenceremos al mundo de su justicia y demostraremos a todos que Jesús es el Santo de Dios, el Salvador de los hombres, la fuente de la salvación y la vida eterna.

  Juan 16:11. Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Donde quiera que el mundo sea convencido de su propio pecado y de la viva justicia de Cristo, será también convencido de juicio. Y este juicio, claro, debía empezar por el que ha sido sobre la tierra, el autor del pecado, el príncipe de este mundo, Juan 12:31. Pero él ya está juzgado por el simple hecho de la obra de redención que iba a realizar el Salvador. Es decir, la fiel reivindicación de Cristo por la resurrección, como justicia encarnada de Dios, fue, a la vez, la condenación real del príncipe de este mundo como personificación de todo lo que se opone a Dios. Este evento estaba tan seguro en la mente de Jesús aun antes de realizarse físicamente, que lo presenta como algo ya prácticamente realizado: ¡Ya ha sido juzgado!

  Juan 16:12. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Para que el Espíritu pueda convencer al mundo, es necesario ante todo que obre en los apóstoles que serán los instrumentos de su acción sobre éste. Por eso, después de haber descrito esta acción, Cristo promete a sus discípulos que el Espíritu los va a conducir por la verdad y completará la instrucción que han recibido de Él. Sí, las enseñanzas de Jesús a sus discípulos contenían toda la verdad que habían podido digerir hasta entonces, pero los grandes desarrollos y las muchas aplicaciones de esta verdad que debían hacerse al establecer el Reino de Dios sobre la tierra les eran aún del todo desconocidas. Así, ignoraban, por ejemplo, el nacimiento y los progresos de una Iglesia cristiana que uniría en un solo cuerpo invisible a judíos y a gentiles. Por otro lado, aunque Jesús les hubiese dicho que Él debía morir por la redención del mundo y les hubiese presentado la fe en Él como medio de participar en aquélla, no podía, mientras su obra no estuviese acabada, enseñarles en su plenitud y la gran doctrina de la justificación por la fe. Por último, los apóstoles no podían comprender ni siquiera prever las profundidades de la regeneración del renunciamiento, de la vida divina en el hombre. El Señor tenía aún muchas cosas que decirles, pero ahora no podían sobrellevarlas.

  Juan 16:13. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad. Aquí la verdad es presentada como una región desconocida por la cual el Espíritu sirve de guía y muestra el camino a seguir. Pero, ¿cuál es esta verdad? ¡Jesús mismo! Juan 14:6. Es decir, estas cosas, estas enseñanzas, vienen a ser la continuación de la vida de Jesús en esta tierra y la actitud a adoptar por sus seguidores a través de los siglos. Pero hay más enseñanzas que debemos explotar: Sobre esta promesa, muy bien cumplida en Pentecostés, se funda la autoridad divina de las enseñanzas de todos sus apóstoles, señalando además, que ya no quedan más revelaciones de la verdad. De paso, debemos señalar que los vs. 12 y 13 ya no pueden servir más de fundamento ni a la tradición católico romana ni a un misticismo que pretende dominar todas las revelaciones del Espíritu fuera del testimonio apostólico. Porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere. Sí, el Espíritu puede revelar toda la verdad porque no enseña de por su cuenta, sino que saca sus instrucciones en perfecta armonía con el Padre y con el Hijo, Juan 16:14, 15, que estudiaremos. Jesús formula el fundamento de la autoridad del Espíritu casi en los mismos términos en que basa la suya, su propia autoridad, una y otra reposan sobre la unidad de voluntad y acción del Padre celestial. Y os hará saber las cosas que habrán de venir. Sí, las cosas que han de venir pertenecen también a esa verdad que el E Santo ha de revelar. Es decir, tratará y de hecho conseguirá grabar en la memoria de los apóstoles las predicciones de Jesús concernientes al porvenir de su Reino, sus sucesivos progresos sobre la tierra y su glorioso cumplimiento.

  Juan 16:14, 15. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso he dicho que de lo mío toma y os anunciará. Del mismo modo que el Hijo había glorificado al Padre revelando su naturaleza, Juan 1:18; 17:4, en palabras y hechos, así el Espíritu glorifica al Hijo también por el hecho de revelarlo. Por último queda analizar la expresión de una posesión que en boca de Jesucristo parece indelicada, y hasta incongruente: Mío, todo el Mío, etc. ¿Qué quiere decir esto? Leer Juan 17:10. Puede usar esta expresión pues forma una unidad indisoluble con el Padre. Asimismo el Espíritu, parte de la misma unidad, toma de lo suyo y lo anuncia para la glorificación del Hijo.

  Este es el trío perfecto: ¡El Padre glorifica al Hijo, éste a al Padre y a su vez, el Espíritu lo hace a ambos!

 

  Conclusión:

  Tienes el Espíritu ya: Una joven cristiana oraba sin cesar a Dios cada día para que le diese el Espíritu Santo. Cierto día le pareció oír una voz que decía: –Hija mía, te di el Espíritu cuando aceptaste a mi Hijo. Tienes el Espíritu ya. Ahora debes dejar que Él viva en tu vida, que Él hable en tu voz, que Él piense con tu mente. Sólo así estarás llena de Él.

  Cada uno de nosotros tiene ya al Consolador, al Espíritu Santo. Dejemos que Él trabaje en nuestras vidas.

  Así sea.