LUZ PARA LOS CIEGOS

 

Juan 9:1-7, 35-41

 

  Introducción:

  Siguiendo con las lecciones que venimos estudiando, hoy nos corresponde una que es, quizá con mucho, la que más idea nos da acerca del Ministerio de Jesús aquí en la tierra.

  Jesús es la luz para los ciegos. En esta sencilla frase podemos ver tres grandes aspectos: (a) Jesús, (b) acción de luz o ausencia de tinieblas, y (c) ciegos. En cuanto al primer punto, Jesús es el sujeto creador y portador de esa luz, es decir, la linterna origen, causa y efecto de la luz. El segundo, representa el estado físico de una actitud, de estar o no en tinieblas, con la idea implícita del ciego que por propia voluntad trata de ponerse bajo el salvador haz de luz que emana de la personalidad de Cristo. En cuanto al tercero e importante como aquéllos para hacer posible el axioma trinitario, el ciego, el decir, aquel que no ve, que está limitado física y espiritualmente para gozar de toda la amplitud prevista por la naturaleza en su cuerpo.

  Si nos es conocida la personalidad de Jesús como agua viva, pan para los hambrientos y luz para los ciegos, y conocida la naturaleza de la luz que ofrece, hagamos un poco más de fuerza en la personalidad del sujeto a sanar, es decir, del ciego. Claro, una de las tragedias físicas más difíciles de sobrellevar es la de quedarse ciego, primero porque por lo general la ceguera coloca a la persona así afectada en una posición de total dependencia de otros y segundo, porque esta simple circunstancia le impide la función normal de la vida, y esto sin tener en cuenta el aspecto moral de la cuestión, tan cruel de superar por el abatimiento que reporta el hecho de haber visto y no ver. Por otro lado, sabemos que todos aquellos ciegos que son conscientes de serlo, son sensibles a sus posibles desventajas y están dispuestos a probar cualquier cosa o posibilidad de recuperar la vista perdida por muy remota que ésta sea. Esto lo encontramos normal e incluyo los ayudamos en la medida de nuestras fuerzas pero, ¿qué pasa con los ciegos espirituales? Sabemos que en el plano espiritual, toda fe cristiana comienza cuando uno llega a darse cuenta de que el pecado nos ha robado la vista del espíritu y que, en este sentido, uno ha sido ciego desde su nacimiento y es incapaz de librarse por sí solo de las perpetuas tinieblas.

  Así que, el primer paso a dar es estar convencido de ser ciego, de no ver. Luego, la fe cristiana llega a su madurez cuando la persona ciega reconoce que Cristo es el único médico que tiene el suficiente poder para restituirle la vista y, por ello, por ende, para completarlo cara al futuro eterno.

 

  Desarrollo:

  Juan 9:1. En su hacer diario, Cristo siempre encontraba tiempo y oportunidades, justo al lado del camino, para en primer lugar remediar las necesidades humanas y para enseñar prácticamente a sus discípulos. Sus clases didácticas son un ejemplo a seguir. En la ocasión que nos ocupa, sus ojos se posan en la persona de un ciego. ¿Era la primera vez que usaba la figura de un ciego para enseñar? No (el ciego de Betsaida de Mar. 8:22-26 y hasta Bartimeo, el de Jericó de Mar. 10:46-53). Y sin embargo, nuestro ciego es el único ciego de nacimiento registrado en los cuatro Evangelios. Mas, ¿hasta que punto es importante este detalle? Mucho. En primer lugar era más difícil de curar que aquellos otros que pudieran serlo temporales y en segundo, representaba de forma perfecta a todos los hombres ciegos espiritualmente.

  Ahora debemos resaltar el hecho innegable de como el Señor, al paso, detecta al ciego. Lo que nos da cumplida idea de que está tratando de ver personas con problemas de forma fija y continua, reconocidamente ciegas y, por lo tanto, aptas para ser sanadas de una forma magistral. Sin duda habrían cientos de personas en el camino que iban siguiendo, ya fuesen curiosos, discípulos, comerciantes, estudiosos, fariseos e incluso, ¿y por qué no? médicos, pero Él ve al ciego y a sus ganas de ser curado. ¡Cómo nos acordamos de aquel día en que también notamos en nosotros su mirada y a una súplica, recibimos de Él la luz que ahora disfrutamos! ¡Gracias le sean dadas!

  Juan 9:2. Lo primero que notamos en la lectura de este v es la marcada diferencia de un hecho concreto: Los ya discípulos tienen ante sí al mismo hombre, al ciego, al ciego de nacimiento y sin embargo notamos cuán distinta en su aptitud respecto a la adoptada por Jesús. El Maestro Jesús vio a un hombre, a un hombre en una situación patética, a un hombre, en suma, que necesitaba ayuda. Los discípulos, en cambio, al verlo, creyeron un deber entablar con Jesús conversaciones teológicas, eso sí, aprovechando nuestro sujeto como ejemplo vivo, pero sin tratar de hacer ningún bien de resultas de la discusión. Ven en el pobre hombre un motivo de estudio dando más importancia a la causa o agente del pecado que al propio pecador y, por consiguiente, olvidándose por completo del hombre como tal. En cuanto a nosotros, criticamos con facilidad esta actitud tan errónea, pero decirme: ¿No hacemos lo mismo al señalar defectos los sociales, morales o físicos sin darles una solución con toda energía?

  En cuanto a los discípulos están preocupados por aquel caso, pero tan solo en el aspecto teológico de la cuestión. Sabido es que los judíos relacionaban toda la adversidad con el pecado y de ahí la pregunta: ¿Quién pecó? Aunque sabemos que ellos pensaban que la ceguera que estaban viendo era debida a dos posibles causas: (a) Al pecado de sus padres, y (b) al pecado del ciego antes de nacer. Si tomamos la primera razón, sabemos que la ley establecía que Dios iba a visitar la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera o cuarta generación, Éxo 20:5. Sin embargo, esto no era axiomático, ex cátedra, por cuanto más tarde, otro profeta de Dios enseñó la responsabilidad individual y personal delante del Señor, Eze. 18:1-4. Aún sabemos por otros textos que se nos dice que cada uno dará cuenta de sí o todo lo que el hombre sembrare, eso segará, etc. Por ello, creemos que queda descartada la primera posibilidad. ¡Aquel hombre no era ciego por culpa del pecado de sus padres! En cuanto al 2º punto, ¿qué podemos decir? La Biblia en bloque descarta la idea de que un recién nacido haya podido pecar en el vientre de su madre. Así también, la segunda posibilidad queda descartada.

  Ahora, pues, conviene levantar la pregunta: ¿Por qué causa era ciego aquel hombre?

  Juan 9:3. Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Así pues queda reseñada la respuesta y a fe que es difícil. Si fueron descartadas las dos opciones de los discípulos, Jesús presenta ahora una 3ª posibilidad o alternativa que ha dejado perplejos a muchos creyentes. Parece ser o decir que fue el propósito de Dios que el hombre naciera ciego para que, al ser adulto, fuese el objeto de una obra sobrenatural que reportaría mucha gloria al cielo. Pero, ¿esto sería justo? ¿Hacer sufrir al hombre todo el tiempo, a sus padres, a sus vecinos, a sus allegados, entra en el propósito de Dios? No, no, desde luego, la idea no cuadra con el resto de enseñanzas bíblicas en cuanto a la santa personalidad de Dios.

  Veamos como salir de esta situación:

  Muchos comentaristas colocan un punto y seguido después de la palabra padres, dejando el texto leído de esta forma: No es que pecó éste, ni sus padres. Pero, para que las obras de Dios se manifiesten en él, me es necesario… (esto ya pertenece al v siguiente que forma parte de la misma frase). El arreglo es justo y perfectamente aceptable para nosotros cuando sabemos que en el texto original griego no llevaba ningún signo de puntuación, los cuales fueron dados o agregados siglos después por hombres limitados y hasta falibles quienes, al puntuarlo, lo hicieron tal y como aparece en el texto que hemos apuntado al principio. Por otra parte debemos entender la afirmación de Jesús. No dice que ellos no habían pecado, sólo está afirmando que no era la causa de su ceguera.

  Juan 9:4. Me es necesario hacer las cosas del que me envió entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Es curioso. Jesús está diciendo que su forma de actuar dentro de la voluntad de su Padre da como resultado que sus obras sean las mismas que las de Aquel que le envió. Está insinuando a sus oyentes la fuente de su fiel divinidad que en este caso se manifestará con la curación del ciego. Los términos día y noche deben entenderse en un sentido figurado, es decir, por “día” entendemos el tiempo útil de trabajo, el tiempo de nuestra vida en la tierra y por “noche”, la muerte, con el cese de toda actividad física posible y, lo que es peor, sin tiempo ya para hacer pocas o ninguna enmienda. Haciendo caso a este “me es necesario”, Jesús vivió los tres años de su ministerio bajo un tremendo sentido de urgencia, sabiendo que se acercaba la “noche”, la cruz, y deseando realizar cuanto le era posible antes de que viniese su hora. Del la misma manera, sus seguidores, debemos reflejar en nuestra vida ese tipo de urgencia divina.

  Juan 9:5. Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo. Esta luz de Dios ha alumbrado al mundo en varias ocasiones y en varios grados de intensidad, sea que este mundo lo deseara o no, Heb. 1:1-4. Sin embargo, todos nosotros convenimos en la idea de que el Señor Jesús, la luz, como revelación e iluminación de Dios, brilló en su forma más intensa.

  Juan 9:6. Esta es la explicación física de la real mecánica del milagro. Jesús utilizó medios tales como saliva, estanque y lodo, para conseguir sus fines santos, pero sabemos que otras veces fue suficiente sólo su palabra, y lo que sí podemos afirmar es que en todos los casos fue una manifestación de su poder sobrenatural y otras tantas pruebas de su saber y divinidad.

  Pero en la ocasión que nos ocupa, Jesús violó, por así decirlo, cuando menos dos tradiciones judías: (a) Estaba prohibido poner saliva en sábado en los ojos de nadie, y (b) estaba prohibido hacer lodo en día sábado. En primer lugar deberíamos decir que no era una idea descabellada en sí por cuanto los mismos judíos consideraban que la saliva tenía poderes medicinales, claro que nunca había logrado una cura tan espectacular. Lo que ellos estaban criticando aquí es que esta cura sea efectuada en sábado. La segunda razón sustancial era que la ley prohibía hacer un trabajo en ese día y ellos eran recalcitrantes realizadores de la rara normativa. Y llegaron a estar tan ofuscados con la obra y actuación de Cristo Jesús que, en su momento éste los llamó “hipócritas”, es decir, gente con máscara. Sutilmente, Jesús les riñe y reprime con ejemplos cotidianos irrefutables, como aquel de la caída de una oveja en un pozo, ¿no la iban a sacarla por el hecho de ser día sábado? ¡Cuánto más esfuerzo debería hacerse tratándose de la vida o defectos físicos de algún humano!

  Resumiendo, el Señor Jesús escogió un remedio común y le dio una virtud extraordinaria.

  Juan 9:7. El ciego permitió que Jesús aplicara el lodo a sus ojos y luego escuchó el mandato tierno, pero firme, de ir a lavarse a un estanque. Notemos que no tenemos indicios de que Jesús le prometiera nada. En apariencia, el ciego obedeció esperando ilusionado la mejor traducción de una remota esperanza de la situación, pero avanzó sin tener siquiera la promesa de recibir la vista. ¿Por qué lo hizo? Pues a pesar de haber sufrido mil y una desilusiones, el hombre muy desesperado intentará una y otra vez lograr una solución para su necesidad, por más remota que parezca la propia esperanza o más ridícula o nimia que parezca la posibilidad. ¿Qué no hará el hombre por su salud? Así que se va hacia el estanque de Siloé ante la expectación consiguiente (Siloé, en he enviado, por ser un estanque receptor de agua que le es enviada por otra fuente). Así es que va hacia el estanque, repetimos, sabedor quizá de que Cristo Jesús jamás desilusiona al hombre que tiene fe.

  Sigue Juan 9:7. Fue entonces, se lavó y regresó viendo. Este es simplemente el resultado de la fe y obediencia al Señor. Así que fue al estanque aludido siendo ciego, volvió viendo y además maravillándose del recién estrenado don de la vista. De repente su vida cobró una nueva dimensión y ya veía las asombradas caras de sus vecinos, veía el cielo, las piedras, a… Jesús. Esta sensación es igual a la que siente el hombre en el momento de entregarse a Cristo como único y suficiente Salvador. ¡Queda maravillado ante el claro contraste de su nueva situación y la que acaba de dejar!

  Ahora sólo una palabra más para denunciar el hecho de que todos aquellos que habían sido testigos de su ida, lo fueron de su vuelta estando seguros de que a cada uno de ellos, este hecho del Maestro le vino a confirmar la teoría que del mismo asunto se habían formado.

  Juan 9:35. Oyó Jesús que le habían expulsado… Hemos dado un enorme salto en la narración por falta de tiempo y espacio, por lo que nos conviene volver a tomar el hilo vital de la escena. Cuando el ciego regresó del famoso estanque, Jesús se había ido y nuestro hombre fue llevado delante de las fuerzas vivas, las autoridades de la religión organizada donde fue sometido a toda clase de pruebas para desacreditar su testimonio en lo posible y, de paso, el del Señor. Sí, aquel caso iba muy mal para sus fines.

  En primer lugar, los religiosos trataron de probar que el amigo no era el mismo que antes había sido tan ciego. Y como resultó fallido este intento, procuraron desacreditar la obra de Jesús, diciendo que había violado aquella ley que prohibía trabajar en sábado. Estaban ofuscados y delirantes, tanto es así, que cuando nuestro ex ciego dice, afirma, que Jesús era profeta y que no podía ser pecador, le aplican la disciplina establecida para tales casos. Pero su testimonio irrefutable está patente: ¡Antes era ciego y ahora veo! Y no dejaron que se acercase a la sinagoga, sitio de solaz consuelo y reunión… ¡Y lo expulsaron! En ese momento de tanta soledad se topa con Jesús: Y hablándole le dijo: ¿Crees en el Hijo de Dios? El Maestro lo está preparando para otra curación mucho más importante que la primera. (a) Le ha dado fe para irse a lavar al estanque. (b) El convencimiento total de que su sanador no podía ser pecador, y (c) le enseña que como Hijo de Dios podía sanarle los ojos del alma.

  Como en el caso de aquella Samaritana, estudiado hace poco, Jesús pone en su corazón el ansia de saber:

  Juan 9:36. Respondiendo él le dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Nuestro hombre reconoce que su interlocutor era su sanador, pero no lo relaciona aún con el Mesías. Así que pide más datos, aunque está dispuesto a recibir las evidencias, la condición importante para que el Espíritu obre en los corazones.

  Juan 9:37. Y le dijo Jesús: Pues le has visto y el que habla contigo, Él es. Jesús hace una relación directa entre su persona y el Hijo de Dios. En una palabra, se identifica como el Mesías esperado. Y el hombre, terreno abonado ya por lo antedicho, se entrega:

  Juan 9:38. Y le dijo: Creo, Señor, y le adoró. Se nos dice que este “Señor” es claramente distinto al usado en el v. 36. Aquel era de respeto, éste de obediencia. Este es el propósito inicial del evangelio: ¡Despertar en los hombres la disposición de creer en Dios porque el resto ya lo hace Él!

  Juan 9:39. Estas palabras no son otra cosa que un juicio terrible para aquellos que contemplaron la presencia, las palabras y las obras de Jesús, o de sus creyentes, y no respondieron con fe a su llamada. En cuanto a los que “no ven” se refiere a todos los que son conscientes de su necesidad espiritual y que procuran recibir la luz de Dios. Jesús vino y murió para que esto fuera posible.

  Juan 9:40. Entonces algunos de los fariseos que estaban con Él, al oír esto, le dijeron: Di, ¿acaso nosotros somos también ciegos? Ellos, sin duda, pensaban que no se refería a su grupo, los más iluminados del pueblo de Israel en datos o aspectos religiosos. Con dudas, hicieron la pregunta para demostrar que no sentían necesidad de luz, al menos de la luz que promulgada el Hijo de Dios.

  Juan 9:41. Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, más ahora porque decís: Sí, vemos, vuestro pecado permanece. Jesús confirma la ceguera de ellos. Por el contrario, el ciego de nuestra historia tenía las cualidades precisas para dejar de serlo: Fe, lealtad, sincera confesión, adoración…

 

  Conclusión:

  ¿Hay alguno que quiera acercarse al Divino Ser Sanador? ¡Qué lo diga y… oraremos por él!