VICTORIA EN MEDIO DEL SUFRIMIENTO

 

Rom. 8:31-39

 

  Introducción:

  En la lección anterior, Rom. 6:15-23, nos dimos cuenta de que algunos seres humanos piensan que la gracia, el amor y el perdón de Dios son otras tantas razones u oportunidades para que pequemos más y más. Ya quedó demostrado que eso no es cierto. El E. Santo enseña, por medio del apóstol Pablo, que mientras somos pecadores somos esclavos del pecado, y que Cristo nos libera de esa esclavitud para poder convertirnos en Hijos de Dios y servidores voluntarios y gozosos de Dios mismo, de Cristo Jesús, del E. Santo y de los seres humanos.

  Siguiendo ahora con el libro de Romanos se nos enseña en 7:1-6, que estamos libres de las exigencias rituales y ceremoniales de la ley mosaica, por que Cristo la cumplió por nosotros de una vez y para siempre, y ahora mismo ya pertenecemos a Él como la mujer casada al marido. También se nos enseña que el pecado mora en nosotros, 7:7-25, pero que debemos vivir bajo la fiel dirección del E Santo porque Él nos ayuda a quedar libres del pecado y a que seamos justificados y glorificados, como bien queda dicho y plasmado en 8:1-30. Hoy, y siguiendo con en la misma línea, vamos a estudiar algunas de las pruebas que sin duda experimentaremos si somos tan cristianos como decimos:

 

  Desarrollo:

  Rom. 8:31. Pablo, llegado, por decirlo de alguna forma, a la cima de la montaña del desarrollo del evangelio de la gracia que ha venido desarrollando, y en particular por la exposición de los motivos de una imperecedera esperanza suscrita en los vs. 18-30, echa una última mirada hacia atrás sobre la ruta que acaba de recorrer y cuyos mojones no son otros que la universalidad del pecado, la vil y hasta baja naturaleza pecadora del hombre, la salvación por gracia mediante la fe en Cristo, la justificación por la fe, la vil esclavitud del pecado y la liberación del hombre mediante otro tipo de esclavitud eterna y gozosa a los pies de buen Maestro, y sin detenerse un ápice, fija su vista y atención al frente viendo los peligros a que está expuesto el buen cristiano, mas como justo y profundo sabedor de la alta potencia del Señor, ya es consciente de que éste puede vencer perfectamente sea cual sea la fuente o naturaleza del enemigo. Por eso entona un cántico de triunfo, incluido en los vs. 31-39, que son, precisamente, los que hoy estudiamos. Ya nos ha dicho que el gozoso servicio voluntario a Dios, capaz de transformarnos en hijos suyos, nos catapulta a la eternidad, cuya característica la constituye el hecho de que allí seremos glorificados de tal forma, que sin merecerlo veremos a Dios cara a cara, conoceremos como somos conocidos y nos serán contestadas todas aquellas preguntas que hoy por hoy no tienen respuesta. ¿Qué diremos respecto a las bendiciones y a las tentaciones que aún vamos a tener? ¿Quién podrá contra nosotros si tenemos la protección particular del Omnipotente? La respuesta o respuestas nos vienen dadas en la segunda de esas preguntas: Si Dios es por vosotros (el apóstol tratará de demostrarlo en los vs. que van a seguir), ¿quién contra vosotros? Es muy cierto que el propio Jesús nos dice que en este mundo tendremos conflictos, aflicciones, persecuciones, acusaciones, etc. pero que no debemos temer por una razón que se nos antoja fundamental: ¡El ha vencido al mundo! Juan 16:33.

  Rom. 8:32. Hay en estas palabras una alusión evidente a Gén 22:12, donde el Señor dice a Abraham después del incruento sacrificio de Isaac: Ahora conozco que temes a Dios, puesto que no has sido indulgente por mi, con tu hijo, tú único… Ver si no este mismo v. 32, en otra versión actual: El mismo que con su propio Hijo no fue indulgente, sino que por todos nosotros le entregó. El paralelismo es evidente. El patriarca Abraham había dado a su Dios lo que más quería en el mundo, su hijo, aquel sobre el cual reposaba la promesa de hacerlo heredero por cuyo anhelo vivía su alma. Después de este paso, no le quedaba nada que pudiese rehusar al Señor. Imagen débil, pero justa, del Padre celestial que, para salvar al mundo pecador entrega a su propio Hijo, no sólo el Logos, única posible manifestación creadora del Dios Padre, capaz de generarse a Sí mismo, sino, por misterio de la Trinidad, se entrega Él mismo impulsado por el amor hacia nosotros, por dónde y de dónde saca el apóstol esta conclusión ampliamente justificada: Así pues, ¿qué queda por rehusarnos? ¡Nada! Nos dará de forma gratuita todas las cosas, puesto que la primera dádiva la incluye a todas por aquello de buscar primero el Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas os serán por añadidura.

  Esta es la respuesta a la pregunta levantada en el v. 31: ¡Es imposible que algo esté contra nosotros!

  Además, si el hijo de Abraham vivió para seguir todos los deseos y designios divinos, en el caso de Cristo no fue así. Él sí murió: Padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios, 1 Ped. 3:18. Pero esa muerte y su posterior resurrección bastan para asegurarnos que también resucitaremos nosotros, aval y garantía suprema que ni la muerte puede dañar.

  Rom. 8:33, 34. Pablo considera ahora, en su causa más temible, las dudas y temores que podían asaltar aún al creyente, es decir, cualquier pecado tras la conversión considerado en presencia del Juicio eterno. En efecto, estos dos términos acusar y condenar son jurídicos y forman dos etapas bien definidas de un juicio. Mas, en nuestro caso, Cristo Jesús es el Juez supremo, Rom. 2:16; Juan 5:22. ¿Quién, pues, se presentará ante Él como acusador? ¿Dios? Sólo Él tiene derecho puesto que su ley pide justicia por haber sido violada por todo hombre. Pero, ¡si Dios mismo es el que justifica! Mucho antes de los tiempos ya nos había predestinado, había resuelto por completo nuestra fiel reconciliación y justificación y la ha cumplido de forma bien perfecta en la Persona de su Hijo, Rom. 1:16, 17; 3:21. Así que ya no hay Juez que pueda condenarnos, puesto que el Supremo, Cristo Jesús, ha llevado en su muerte la pena que tendría que pronunciar sobre sus redimidos, Rom. 3:24; 4:25. Más aún, a fin de dar a los suyos los beneficios de su redención, dándoles, impartiéndoles su vida nueva, ha resucitado, Rom. 6:3 y ss. Pero aún hay más, Él se ha hecho nuestro abogado omnipotente a la mismísima diestra de Dios, desde donde intercede por todos nosotros. Sería necesario, pues, que de la misma fuente brotara la condenación y la salvación. Que de la misma boca saliera la intercesión y la sentencia de muerte, y esto es… ¡imposible!

  Entonces, en esta intercesión del Salvador delante del Señor, algunos intérpretes quieren ver la continuación de su obra de Mediador, con exclusión de la oración por los suyos. Esto es un error, únicamente fundado en ciertos perjuicios dogmáticos, y no en la exégesis. En efecto, el ve gr. que traducimos por interceder, lo mismo que el s que de él se deriva, designa la oración, la súplica ofrecida por alguno. No hay otro sentido en Heb. 7:25, donde leemos que Jesucristo está siempre vivo para interceder en favor de los que se acercan al Creador. Esto está refrendado también en Heb. 9:24. Por otra parte, ¿qué hace un buen abogado sino hablar y defender a sus clientes? ¿Y quién es, repito, nuestro mejor abogado? ¡Cristo! 1 Jn. 2:1.

  Por último, las palabras del mismo Jesús en Juan 14:16, decide la cuestión: Yo oraré al Padre… y Él enviará otro Consolador. Así que nadie nos puede privar del gozo del consuelo de saber que el propio Cristo pide e intercede al Padre por nosotros. Y así, aun sabiendo que Satanás es el perpetuo acusador de los escogidos de Dios, Job 1:9; Zac. 3:1; Apoc. 12:10, nos consuela el hecho de que el propio Cristo amordaza al acusador por su victoria sobre el mismo, se quita así mismo la capa de Juez Supremo y se reviste con la toga de abogado amoroso e intercede por todos nosotros por el simple hecho de que un hombre no puede ser culpado o condenado dos veces por el mismo delito, es decir, que Él ya pagó en su carne la sentencia eterna a la que estábamos obligados por nuestros pecados, visto lo cual,el buen apóstol se pregunta:

  Rom. 8:35, 36. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Así, seguro del amor de Dios, que justifica, y de Cristo, que salva e intercede, Pablo contempla y define su salvación. Lo primero que percibe, y cuya potencia no desconoce, puesto que a su vista se aplican muy bien las terribles palabras del Sal. 44:23. Son las tribulaciones de la vida física, y en particular los sufrimientos, las privaciones y los peligrosde muerte a que están expuestos los hijos de Dios, sobre todo en los tiempos de persecución, todos los días, o si traducimos literalmente, todo el día, a todas las horas del día y de la noche. El Salmo se refiere, desde luego, a las circunstancias particulares de la época en que fue escrito, pero el apóstol, como la Escritura entera, ve en los acontecimientos del reino de Dios una perpetua profecía de los tiempos futuros, porque no conviene olvidar que las mismas causas producen los mismos efectos. Si ya en los tiempos del profeta la luz, brillando en el centro de las tinieblas excitaba obras propias de tinieblas, de odio y hasta persecución contra el pueblo de Dios, ¡cuánto más cuando apareció la plenitud de la luz, que ni siquiera fue recibida por los suyos, Juan 1:9-11.

  En suma, el odio del mundo está siempre en proporción de la claridad y de la fuerza con que se produce la verdad del Señor y, por extensión, allí donde se encuentran hijos suyos departiendo la misma verdad no puede crear, incitar más que incomprensión cuando no odio.

  ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación?, los conflictos, aflicciones o tentaciones. ¿Angustia?, incertidumbre, pesadumbre, ansia y tristeza. ¿Persecución?, porque ya hemos aceptado a Cristo como Salvador personal, porque adoramos a Dios en espíritu y en verdad, porque no andamos en caminos de pecadores, porque no miramos el vino cuando rojea, porque ansiamos o anhelamos vivir una vida de santidad y no de pecado. ¿Hambre?, porque por habernos convertido, el jefe o el patrón inconverso, incrédulo y sin compasión nos quita el trabajo y el salario, de modo que el comerciante ya no nos quiere vender los alimentos. ¿Desnudez?, porque por la causa que aludíamos, no podemos comprar prendas de abrigo, ni nadie nos regala nada. ¿Peligro?, a causa de un posible daño que algún enemigo quiera hacernos. ¿Espada?, porque quieran asesinarnos a puñaladas, o a navajazos, o a balazos, o porque seamos víctimas reales de una autoridad injusta y despiadada.

  Pablo y su hermano Sóstenes, habían padecido todo eso y más sólo por ser servidores de Cristo. Leemos en 1 Cor. 4:11-13: Sí, padecemos hambre, y tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados y no tenemos morada. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos, nos maldicen y bendecimos, padecemos cualquier tipo de persecución y la soportamos. Nos difaman y rogamos, hemos venido a ser como la escoria del mundo, el firme desecho de todos…

  Hermanos, no acaba aquí la lección, no termina el mensaje, a Dios gracias.

  Rom. 8:37. Empero en todo esto, en todas estas cosas, somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Hablar así, basado en su propia fuerza, sería por parte del hombre el colmo de la locura y del orgullo, por eso el apóstol Pablo se apresura a decir: Por Aquel que nos amó. Y nos muestra así que el amor de Cristo no es una impotente y rara benevolencia, un afecto estéril, sino una fuerza divina por la cual el que es amado es revestido de todas las armas del que ama. Este coraje duro, indomable, gozoso y victorioso, que da la fe, no es del hombre: ¡Es la potencia de Dios en él! Por eso Pablo remacha la idea añadiendo a los Corintios, 2 Cor. 2:14: A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús.

  Rom. 8:38, 39. La pregunta que se levanta siempre es: ¿Qué podría separarnos del amor de Cristo? vs. 35 al 39, pues que esta es la única desgracia a temer. Pablo ya ha dicho, ya ha respondido, en cuanto a los males de la tierra. Pero, ¿hay otros? ¿La muerte, esa potencia de las tinieblas y rey de los espantos? ¡Cristo la venció! ¿La vida con todos sus insondables misterios? ¡Cristo la ha explicado y nos ha dado la vida eterna, la vida verdadera! ¿Qué más? ¿Los ángeles, malos se entiende, y todas las órdenes de principados que llenan el mundo visible, todas las potencias de las tinieblas descritas en Efe. 6:12, todas las cosas presentes y las que todavía están ocultas en las profundidades del porvenir, objeto de nuestras continuas aprensiones y dudas? ¿La altura, la profundidad…, unas palabras indeterminadas a propósito, y por las cuales podemos llegar a entender, con los diversos intérpretes, ora la especulación altiva de la sabiduría de los hombres y los profundos abismos del pecado, ora los pretenciosos errores de los sabios y todos los perjuicios del vulgo, ora el honor y el deshonor, la fija y actual prosperidad o la miseria, ora, por último, el cielo o el infierno, puesto que el apóstol Pablo quiere recorrer con la mirada el universo entero, tratando de encontrar algo que rete la real y poderosa influencia de Cristo en el cristiano?

  Y llega la triunfante conclusión cómo si se tratase de una fruta madura: ¡Nada de todo eso, ni ninguna otra criatura! que no haya sido citada aún y que se pudiera encontrar en la inmensidad que nos es desconocida. ¡Nada ni nadie puede apartarnos del amor de Dios, del Creador que es sobre todos y más poderoso que todos! Cristo es para nosotros su garantía pues poseemos en Él el poder del Padre ya sea que vivamos o que muramos del Señor somos, Rom. 14:8.

 

  Conclusión:

  ¡Gloria al Padre porque nos da esta seguridad de salvación!

  Demostremos ante el mundo que “nada ni nadie puede torcer nuestro rumbo.”

  Repetir conmigo y con Pablo en Fil. 1:21: Para mí el vivir es Cristo… ¡y el morir ganancia!

  Amén.