LA VIDA EN LA COMUNIDAD CRISTIANA

 

Rom. 12:1-8; 1 Cor. 12:12, 13

 

  Introducción:

  Iniciamos hoy una unidad que consiste en estudiar unos de los aspectos prácticos de la vida cristiana: Tanto de las relaciones de los salvos con Dios, como de las relaciones de los cristianos con los cristianos, lo que también es muy importante bajo cualquier punto de vista.

  En la lección de hoy notaremos que los cristianos deben vivir una vida que agrade a Dios, pero que, a la vez, sea beneficiosa a sus prójimos. Nuestro comportamiento para con Dios en toda ocasión debe ser como de hijos de Él, y nuestro comportamiento para con los otros cristianos debe ser como el de los buenos hermanos. Debemos ver y observar que se incide en la plena unidad que deben formar los hijos de Dios que son miembros de una iglesia local. Unidad, de tal forma indivisible como pudieran serlo los miembros del cuerpo humano, cuya cabeza viene a ser representada como perteneciente al propio Cristo.

 

  Desarrollo:

  Rom. 12:1. Os exhorto pues, este pues que une la esta segunda parte de la epístola con la primera, ya indica, no según la lógica de los hombres, sino según el orden de la gracia, que la santa doctrina de la salvación expuesta en los once primeros capítulos, produce natural y por necesidad una vida santa cuya virtud más relevante la constituye el hecho de probar de forma continua su fe y su mejor exponente al exterior la constituyen sus obras cada día más acordes con el Autor de todas las cosas.

  En la mayor parte de sus sanas epístolas, Pablo hace seguir así la exposición de la doctrina por exhortaciones o ruegos prácticos donde traza con detalle los deberes del cristiano. Hay en todo esto un doble fin de la más alta importancia. Primero quiere señalar a la vida cristiana las ilusiones y errores a que estaría expuesta si el evangelio se contentara con revelarnos unas ciertas doctrinas, con inspirarnos ciertos sentimientos sin mostrar su aplicación a la conducta moral de cada día. Que el árbol haya puesto o introducido su germen y su raíz en un suelo fértil es lo esencial, pero es necesario después que, para dar fruto el germen debe transformarse en tronco, ramas, hojas, flores y frutos. Y en segundo lugar, estos admirables cuadros de una vida cristiana consagrada a Dios, debe excitar en nosotros el santo y ardiente deseo de ver su realización en nuestra vida, tanto más cuando que por la fe y el E de Dios Padre no es un ideal inaccesible, sino el destino posible de todo hijo de Él. Así que, hermanos, os ruego por las misericordias del Señor, parece como si Pablo dijera: Por esas misericordias cuyas riquezas acabo de señalar y que vosotros mismos habéis sido el objeto, como puede ser la pecaminosidad del género humano, la salvación por gracia, la justificación por la fe, etc. etc. Toda la idea se basa en aquel v: ¡Nosotros le amamos, porque Él nos amó primero! Sigue: Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, agradable, santo a Padre, que es vuestro culto racional. Al parecer en gr. la idea a traducir sería: Vuestro culto razonable. La palabra original es la que se emplea constantemente para designar al servicio religioso, o culto rendido al Señor en el templo de Jerusalén. La vida, pues, del cristiano, toda su vida, todo su ser, debe volverse un culto y aún más, lo que era o constituía la esencia del culto mosaico: ¡Un sacrificio! Pablo compara aquí este culto en espíritu y en verdad de Juan 4:24 de Jesús y la mujer de Samaria, con el culto del antiguo pacto: ¡El uno es la realización del otro! Esta idea responde por completo a la razón oculta bajo figuras, por eso el apóstol la llama “razonable” (literalmente: lógica), es decir, que no podemos hacer otra cosa. Pablo usa la misma palabra e idea que Pedro usa y aplica a la leche espiritual de la que se alimenta el cristiano que ha nacido de nuevo, 1 Ped. 2:2. La idea en cuestión, que es común a todos los sacrificios del AT es esta: El hombre se siente cargado ante el Dios Juez con una deuda que no puede pagar que viene del pecado, que le hace verse culpable y necesitar una reparación, o de un beneficio del Señor a quien debe un perfecto saber y reconocimiento. En el primer caso es el sacrificio sangriento o de expiación, de manera que si el hombre confiesa su pecado, reconoce que merece la muerte pero, siguiendo las directrices de Dios, lo pone o deposita sobre la cabeza de la víctima que lo representa y que se pone en su lugar, así el pecado es quitado, deja de existir. En el segundo, sacrificio incruento de acción de gracias, pone su corazón, así, por decirlo de algún modo, todo su corazón lleno de reconocimiento en una viva ofrenda de santa humildad que debe compensar lo que hay de imperfecto en su gratitud y ser la expresión más completa posible de ella.

  Pero esto no son más que símbolos, es decir, la idea de una realidad y cada israelita entendido lo sabía muy bien, es útil y necesaria pues todo sacrificio de cualquiera de estas dos claras naturalezas expuestas encuentra su verdad en un sacrificio real, en el que figura no sólo la expiación o la misma consagración entera del hombre al Señor, ¡sino que la cumple!

  Así es el sacrificio de nuestro Señor Cristo, el cual reúne ambos significados y los realiza a la perfección. Pero este sacrificio no debe, ni en un sentido ni en el otro, quedar sólo para nosotros y en exclusiva. Por nuestra unión viva con el fiel Salvador, lo que ya ha sido cumplido en Él, se cumple por igual en nosotros sus miembros. De manera que podemos decir ahora: “Mi pecado está expiado y mi consagración a Dios es la consecuencia inseparable de ello, lógica, razonable y bien racional.” Pablo sigue diciendo: ¡Ofrecer vuestros cuerpos! Lo que supone evidentemente ante todo el sacrificio del espíritu y corazón para expresar de algún modo la totalidad del ser humano y la vida eterna en todas y cada una de sus manifestaciones, 1 Tes. 5:23. Por último, las palabras vivo, santo, agradable a Dios, significan en el símbolo, las cualidades que debían tener los sacrificios según la ley, y en la realidad, cada uno de esos términos encierra un profundo sentido sobre la verdadera naturaleza y perfección del llamado sacrificio espiritual.

  Rom. 12:2. No os conforméis a este siglo. Pablo expresa de forma negativa lo que acaba de decir de un modo real y positivo. El presente siglo o la presente edad, según se lea una u otra versión, es el mundo en su estado actual, donde reinan las agrias tinieblas y el pecado, por oposición a la edad o siglo venidero, donde sólo reinará la voluntad del Señor. Sino transformaos, dice, por medio de la renovación de vuestro entendimiento. Lo que las Escrituras llaman en otro pasaje regeneración o nuevo nacimiento, Juan 3:5. El entendimiento ha de ser renovado ya que, como todo el resto del cuerpo humano, participa del mismo pecado que lo oscurece moralmente. En otras palabras, lo que antes decíamos que era pecado lógico, influenciado por algunos amigos o circunstancias, ahora debemos cambiarlo por algo santo. Y lo que era normal, ¡ahora lo vemos anormal! De ahí, nuestro entendimiento, motor de nuestros actos físicos, debe ayudarnos en el cambio o la transformación que todos estamos viviendo. ¿Todo ello para qué? ¡Para que probéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Esta palabra probar o comprobar, es empleada aquí en el mismo sentido que en otros pasajes como pudiera ser aquel que indica: ¡Probar los espíritus! Así se señala una actitud escrutadora acerca de poderes más altos que el hombre mismo.

  Pero, digámoslo ya, ningún hombre sin la renovación de su propio entendimiento, “puede probar que es la voluntad de Dios”, pues que le falta para ello el suficiente tacto moral, que es la indispensable condición para coger la onda. Aún aquí existe otro detalle revelador, sobre todo cuando esa voluntad de saber o entender es claramente contraria, o en las inclinaciones del corazón o en las dispensaciones más providenciales. Así, jamás el ofertante, el sujeto, puede encontrar la voluntad de nuestro Señor buena, agradable y perfecta.

  Rom. 12:3. Digo, pues, por la gracia que me es dada… Pablo habla no sólo de la gracia que recibimos todos los cristianos, como veremos en el v. 6, y que es en ellos la causa y fuente del verdadero discernimiento moral, sino que aquí es citada de forma especial la gracia particular del apostolado. Así con la autoridad de un apóstol santo nos hace oír las exhortaciones, ruegos o recomendaciones que van a seguir: Cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

  Pablo, queriendo señalar a los cristianos algunos de los deberes relativos a sus relaciones con todos los demás, empieza por este llamamiento a una sana moderación en la opinión que tienen o deben tener acerca de uno mismo, en otras palabras, exhorta a la humildad bien entendida. Sólo este entendimiento genera este el sentimiento que nos coloca en nuestro verdadero lugar delante de Dios y de los hombres. La verdadera humildad da conciencia de que lo que se ha recibido de Dios no es una cosa que se nos debía, sino una gracia; por lo tanto, esta idea es inseparable de un juicio claro, sobrio y hasta modesto sobre sí mismo. Pero el orgullo, por el contrario, no es en el fondo más que una falaz y mentirosa apreciación de nosotros mismos; la falsa humildad a su vez, nos hace desconocer la “medida de la fe” que Dios nos ha repartido y, por lo tanto, también equivoca el juicio.

  Seguimos: Rom. 12:4. Porque de la misma manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función. Pablo usa de forma sabia el ejemplo del cuerpo humano para explicar bien lo que va a seguir: “Del mismo modo que los miembros de nuestro cuerpo tienen una función definida, concreta y diferente para que éste llegue a ser precisamente cuerpo, los miembros de una iglesia son asimismo diferentes para hacerla completa y cumplir, por ello, con los propósitos de Dios.”

  Rom. 12:5. Así nosotros, siendo muchos, somos cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. Esta hermosa figura sobre las verdaderas relaciones de todos los cristianos se encuentra largamente dicha, desarrollada y aplicada en 1 Cor. 12, del que estudiaremos dos de sus vs. También está la misma idea en Efe. 4. Pablo, pues, se sirve de esta gran figura, por una parte para motivar la exhortación que precede; por la otra, para introducir la que sigue sobre la fidelidad con que cada uno debe emplear los dones que ha recibido para la utilidad y la unidad de todos a pesar, y por esa condición, de su diversidad.

  Desde luego, hay que resaltar que el cuerpo, la iglesia, no existe más que en Cristo, cabeza y jefe supremo y que por su comunión viva con él, los cristianos se convierten en miembros los unos de los otros. ¡Sí, qué lección tan hermosa! Se nos dice que formamos parte de un conjunto potente por su cabeza que, a pesar de nuestras debilidades y diferencias, a pesar de que somos distintos, nos sentimos miembros invisibles del mismo, de tal forma que sin nuestro modesto concurso, aquél no tendría una razón de ser.

  Rom. 12:6-8. La frase constituida por los vs. 6 al 8, depende de las palabras: Teniendo diferentes dones… con la aludida idea del cuerpo, cuyos miembros tienen diferentes funciones según lo visto en los vs. 4, 5. Dones que vienen dados por la gracia del Señor, ya que no somos más que un receptáculo de los mismos o, como se nos dice en otro lugar, mayordomos bien aplicados. En este sentido y para que todo quede bien claro, Pablo nombra a algunos indicando incluso su empleo: (1) Profecía: don del Espíritu que eleva el alma propia sobre sí misma, la inspira y comunica una determinada revelación para la Iglesia, así con mayúsculas. Pero para que esta profecía sea efectiva debe ocurrir un hecho incuestionable: “Debe ser proferida según la analogía de la fe.” Esta voz gr. que sólo se encuentra aquí, significa una relación, una firme proporción entre dos cosas, como diríamos en simples matemáticas, una proporción entre dos cantidades. En otras palabras: Debe ser emitida en la medida de la fe dada o repartida a cada uno y sólo como vehículo motor del mensaje. Sin añadir ni quitar un ápice y sin darle esos toques personales que tanto gustamos hacer. Así que la profecía, la más moderna predicación, para que sea verdadera no debe sobrepasar jamás de esta medida. (2) Servicio: Ministerio, Diaconía: Ora entiende el apóstol por ello la función de los diáconos propiamente dicha, o tenga en el pensamiento cualquier otro servicio para el cual el cristiano haya recibido el don… ¡y la vocación! Así, en ese caso, en ese servicio es el corriente, justo y sencillo sin aspirar a otras cosas para las cuales ese hombre no tendría ni el don ni la suficiente vocación en la Iglesia, del mismo modo que el ojo que quisiera ser oído redundaría en perjuicio del propio cuerpo, el miembro que emplea mal sus fuerzas, perjudica al conjunto. (3) Luego podemos aplicar la misma regla para la enseñanza y la exhortación. Cada uno tiene que desarrollar su don para que la tarea no se difumine por los extremos. (4) Comunicar, distribuir limosnas, como diácono o como cristiano. En los dos casos, la tarea exige esta sencillez de corazón que no mira a las personas para hacer diferencias ni quiere jactarse de las posibles buenas obras. (5) Presidir: O las asambleas de clara edificación o simples deliberaciones, exige esa solicitud, ese celo, esa premura, esa exactitud sin las cuales el deber no podría ser cumplido. (6) Por último, hacer misericordia con los pobres, con los enfermos y hasta con los afligidos. Esta no puede hacerse sino con alegría al poder aliviarlos, esa bondad dulce y simpática que es el alma del deber. Y, desde luego, esta misericordia tenemos que ejercerla incluso con los enemigos, verdadero crisol que puede probar la alegría de nuestro servicio.

  Debemos notar que el apóstol pone aquí al mismo nivel los dones del Espíritu Santo como pueden ser la profecía y simples deberes cristianos. Es porque uno y otros no pueden llegar a ejercerse sino es través del propio espíritu y, es un decir, como consecuencia a la cantidad o tipo de fe recibida.

  1 Cor. 12:12, 13. De nuevo aparece aquí la unidad de la Iglesia y también la misma figura del cuerpo humano. Aunque ahora se amplia la idea central: El apóstol cita de forma directa a Cristo sin duda para enseñar que Él es uno con ella y cabeza de todos los miembros con los que amalgama la indisoluble unidad que la misma. Y para terminar, el apóstol quiere mostrar como se hace el hombre miembro del cuerpo de Cristo y uno con todos sus hermanos: Sencillo, “por la regeneración del Espíritu Santo, cuyo signo es el bautismo.” Este bautismo es considerado como una realidad verídica que se expresa por las famosas palabras: Fuimos bautizados, sumergidos, en un solo Espíritu y abrevados de un solo Espíritu, que esta es la verdadera y moderna traducción.

  Y cosa curiosa, no es solamente la diversidad de los dones del Espíritu lo que viene a armonizarse en la unidad, sino también, las diferencias que pudieran coexistir de la nación, educación, carácter, rango, etc.: Judíos, griegos, siervos o libres, se hacen uno en Cristo por el mismo Espíritu.

 

  Conclusión:

  Hermanos, recordemos los dones citados y situémonos en el que creamos que nos va mejor para servir a Dios y a al resto de nuestros hermanos: Profecía, enseñanza, servicio, exhortación, repartir o dar y hacer misericordia…

  ¿En cuál te ves más identificado?

  ¡Qué Dios nos ayude!