LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

 

Gál. 5:13-26; Juan 4:24

 

  Propósito:

  Una exhortación a no abusar de la libertad cristiana, ya que esta libertad consiste en vivir, no según la carne, sino según el espíritu, en el amor.

 

  Introducción:

  Si hay temas importantes que podemos traer a vuestra sabia consideración, uno de ellos sería el de la libertad cristiana. La verdad es que casi nunca habíamos tenido una oportunidad igual a la que hoy, ahora mismo, se nos presenta, puesto que nos encontramos ante los dos pilares más sólidos de la iglesia: La Unión Varonil por un lado y la Sociedad Femenina por el otro. De ahí que puestos en la encrucijada, nos atrevemos a desgranar el tema con la seguridad que nos da el hecho de poder hablar sin tapujos y con la promesa de abrir un diálogo final en el que podáis tomar parte todos vosotros.

  Bien, una de las palabras más traídas y llevadas por la sociedad de hoy es con mucho, la palabra libertad. Como ya sabemos se aplica a todos los estratos por los que anda el hombre en esta tierra y, paradójicamente, es la bandera usada por aquellos que oprimen y expolian a sus semejantes. El Diccionario es bien conciso: Libertad es la facultad de obrar y de no obrar. Sí, sin embargo su estabilidad es tan quebradiza que, por su abuso, se cae fácilmente en aquella otra palabra que tiene su misma raíz: Libertinaje o desenfreno, la licencia excesiva en las palabras y en las obras. Como decíamos antes, esta difícil balanza de la libertad está presente en todos los estratos sociales con inclusión de los propios religiosos, de donde se desprende la exhortación a no abusar de la cristiana, puesto que ésta consiste en vivir, no según la carne, sino según el vivo espíritu, en el amor. Vamos, pues, a enfrentarnos con la ayuda de Dios con el crudo, pero revelador mensaje que se desprende de este hermoso pasaje de la Palabra divina:

 

  1er. Punto: Gál. 5:13-15.

  La libertad exige que nos sometamos unos a otros por caridad, veamos si no:

  Gál. 5:13. Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; sólo que no uséis la libertad como una ocasión para la carne, sino servir por amor los unos a los otros. Hasta llegar a este cap. 5 de Gálatas, el apóstol Pablo ha combatido la ley como medio para la salvación y predicado la libertad por la gracia, pero ahora y hasta el cap. 6:10, predica la ley y combate la falsa libertad o libertinaje. Mas se trata de una ley cumplida por amor, libremente, y sobre todo como un fruto vivo del E de Dios en el creyente. Así, la conclusión a que llega Pablo es así: “Si ya sois libres por la santa redención de Cristo, someterse los unos a los otros”, una conclusión que pertenece en exclusiva al espíritu más puro del Evangelio. Por eso, el mundo animal ni la sospecha ni la comprende. Sólo nosotros los cristianos somos dueños de la palabra que lo explica perfectamente: ¡El amor! Sí, el cristiano es libre, se siente libre, porque sabe que su Salvador le ha libertado de la esclavitud del pecado y pagado el rescate que le exigía la justa ley de Dios. Además, y por la misma causa motora, nos exime de la carga de esa ley y del temor a la muerte, dándonos, restituyéndonos todos los privilegios de un hijo de Dios. Pero sin embargo, en más de un sentido, el cristiano es también un esclavo, porque reconoce que no hay para el hombre un destino mejor ni más glorioso que el de servir por amor a Dios y a sus semejantes.

  La libertad cristiana no consiste, pues, en hacer la propia voluntad, lo que sería en diversos grados, un vivir según la carne, sino precisamente, en poder renunciar a ello por amor a Dios y a sus hijos, cuya descripción más completa se halla en el cap. 8 de 1 Cor. El apóstol Pablo sabía a la perfección que mientras exista el viejo “hombre” en cada cristiano, corre el peligro de relajarse en la fe genuina y, en consecuencia, en su vida ya que aquélla es el motor de ésta. Esta fe, primero viva en el seno de la iglesia, se vuelve con el tiempo fría ortodoxia, demasiado débil para dar u oponer un dique a la potencia de la carne y entonces, la libertad espiritual se transforma gradualmente en una más mundana y carnal, o lo que es lo mismo, en un libertinaje más o menos espiritual. De ahí que estos pasajes tan prácticos de las cartas paulinas sean indispensables en la Iglesia de Dios Padre y en la condición íntima de cada uno de sus componentes. La verdad es la vida, por eso hemos de estudiar estos versículos a la menor oportunidad que tengamos.

  Gál. 5:14. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esta es la verdadera observancia de la ley (leer Rom. 13:8-10). Con esta referencia a la ley en lo que constituye su alma, su vida y su razón de ser, el amor, el Apóstol de los Gentiles abarcaba al mismo tiempo a los que estaban en la libertad del Evangelio y a los que se aplicaban la ley como medio posible de alcanzar salvación. A unos decía: “Esta ley que es espiritual, expresión de la santa voluntad de Dios, no está abolida, sino que subsiste eternamente”; a los otros les recordaba que no la cumplirían jamás con algo externo, sino por el corazón, que es lo que Dios mira. Este pensamiento es el mismo que expresa Jesús en Mat. 22:39, pero que sin embargo limita y estudia tan solo un aspecto del enorme mandamiento del amor, el que toca y concierne al prójimo, puesto que tal era el tema de su exhortación.

  Gál. 5:15. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis los unos a otros. (¿?) Pablo, tomando estas comparaciones de las costumbres de las bestias feroces, quiere expresar con la misma clase de energía, lo odioso de las malas pasiones y el peligro de ver morir a la fe y a la vida en una comunidad cristiana cuando no hay amor.

 

  2do. Punto: Gál. 5:16-18.

  Vivir, pues, según el Espíritu y seréis libres respecto de la carne pues las dos vidas son absolutamente opuestas la una de la otra. La vida del espíritu nos liberta al mismo tiempo de la carne y de la ley.

  Gál. 5:16-18. Lo primero que notamos en este pasaje en la oposición absoluta que existe entre la carne y el espíritu: ¡Una lucha a muerte! Rom. 7:14-16 nos da una terrible idea de la fuerza del hombre animal a que estamos sometidos los cristianos, puesto que el apóstol está hablando en presente de indicativo. No se refiere a un hombre antes de la conversión, sino después de ésta. Entonces, nos hallamos en una situación tambaleante si confiamos en nuestras propias fuerzas y pasaremos a otra de firmeza a medida en que vayamos confiando en el propio E. de Dios. Por otra parte, este pasaje que ahora estamos estudiando y los siguientes, decidirán la cuestión que a menudo se nos ha propuesto; a saber, si el apóstol ve y entiende por Espíritu opuesto a la carne, el Espíritu de Dios, el del hombre o los dos a la vez en una vida común. Este último sentido nos parece el verdadero. Están bajo la ley aquellos en quiénes la carne codicia contra el espíritu y éste contra aquélla de manera que no hacen ya lo que quieren, v. 17. Ahora bien, sentir esa resistencia de la “carne” no es condenable aún, no es pecado, lo que sí lo es el ser esclavo de ella (por carne entendemos la totalidad del ser animal, como ya estudiamos en su día en la ED). Por esta razón dice en el v. 16: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne. No, no dice que no los vamos a sentir, sino que no debemos seguirlos. Otra traducción, dice: Andad en el Espíritu y ¡ya no sentiréis los deseos de la carne! Aquí, el hecho de no sentirlos ya no es el combate en sí, sino la recompensa de la victoria. Entre la concupiscencia y el pecado actual hay grados bien definidos y perfectamente señalados por Santiago 1:14, 15: Primero se localiza a la concupiscencia misma, luego el acto de voluntad que se hace permisiva y cede a sus empujes, luego el acto físico del pecado y, por último, su salario: ¡La Muerte!

 

  3er. Punto: Gál. 5:19-23.

  Ninguno puede equivocarse pues las obras de la “carne” son manifiestas: Se trata de todos los pecados y vicios que reinan en el mundo. Y los frutos del Espíritu no son menos evidentes: Son las virtudes de la vida cristiana, las únicas que cumplen la ley en realidad.

  Gál. 5:19. Y manifiestas son las obras de la carne. Sí, claro, manifiestas, es decir, evidentes. Para que cada cristiano no pueda equivocarse. Sin embargo, por si hubiese error de apreciación, el Apóstol Pablo señala aquí un gran número de obras, de esas obras, a fin de señalarlas a sus lectores y condenarlas. En otras partes de la Biblia también encontraremos catálogos semejantes que encierran las deplorables miserias de nuestra humanidad caída: Mat. 15:19; Rom. 1:19 y ss.; 2 Cor. 12:20 y ss.; Efe. 5:3 y ss.; 2 Tim 3:1 y ss. y Tito 3:3.

  Gál. 5:19-21. Manifiestas son las obras de la carne: adulterio, celos, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, pleitos, hechicerías, enemistades, disensiones, contiendas, homicidios, iras, herejías, envidias, borracheras, orgías, cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

  Un poco después del primero de estos vicios que son otros tantos actos groseros de la carne, el Apóstol Pablo nombra otros que, a simple vista, no parecen emanar de la misma fuente porque vienen de las pasiones del alma. Hay que señalar ahora que la palabra “carne” no indica sólo las inclinaciones y los actos de sensualidad, sino los pecados que tienen su asiento en medio de las facultades del espíritu. Sí, en efecto, los vicios más espirituales son también obras de la carne, porque el hombre, el ser humano, en su estado de caída separado del Padre, es el esclavo de los sentidos, del mundo animal y de la naturaleza que ya no puede dominar sino es a través del Espíritu de Dios. El movimiento más oculto del egoísmo o del orgullo buscan fuera de su objetivo y nos fuerza a reconocer que el pobre espíritu está dominado por la carne.

  Se puede, si se quiere, resumir estos pecados en cuatro clases: (a) Sensualidad, (b) superstición, (c) los que están inspirados por el odio, y (d) los excesos en el comer y el beber. Todos no perdonados por la gracia, todos estos vicios no destruidos por la regeneración del corazón convertido, excluyen al portador del Reino de Dios. Y lo separan de forma tan natural como el aceite lo hace del agua, porque el Reino de Dios Padre es el estado de perfecta comunión entre el creyente, componente de este reino, y su Rey Santo y Justo. El apóstol expresa esta verdad de una manera solemne, a fin de quitar cualquier pretexto, por una parte, a los que profesan una falsa libertad y, por la otra, a los que acusan a la libertad cristiana de conducir de cabeza al relajamiento moral.

  Gál. 5:22, 23. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, mansedumbre, fidelidad y templanza. Por oposición a las “obras de la carne” del v. 19, se esperaba ahora: “Obras del espíritu”, pero Pablo dice: El fruto del Espíritu, para mostrar lo que hay de interno y de orgánico en el desarrollo de la vida nueva, cuya fuente, cuya raíz, es el Espíritu de Dios en el hombre, de la cual, las virtudes cristianas que se han descrito “son los frutos.” La palabra “frutos”, en un sentido figurado, fue usada por Jesús y por el mismo Pablo, Mat. 3:8; 7:17; Rom. 6:22; Efe 5:9; Fil. 1:11. Entonces, estos frutos del Espíritu son lo inverso de las obras de la carne, sin que sin embargo estén opuestos en orden paralelo. Y la raíz de este árbol magnífico, cargado con tan ricos frutos, es el amor, con lo que hábilmente el apóstol Pablo reanuda su pensamiento dejado en el v. 14: Sí, ¡el amor produce todo lo demás!

  Y sigue Gál. 5:23. Contra tales cosas no hay ley. Estas cosas, las virtudes que han sido citadas ya, al contrario, respecto del prójimo denunciado en el v. 14, el cumplimiento de la ley, de esa ley que jamás podrá ser cumplida por las fuerzas naturales del hombre, puesto que ésta no hace más que mandar, ordenar y condenar sin producir nunca los frutos tan hermosos. Mas, es curioso observar que Pablo, con esta frase, ya indica la verdadera razón de la controversia que le ocupa. A los duros partidarios de la ley les muestra que ella no es violada por el Evangelio, a los hombres de la libertad por la gracia, es decir, a nosotros, les recuerda con viveza lo que deben ser para encontrarse en armonía con la voluntad de Dios.

 

  4to. Punto: Gál. 5:24-26.

  Luego, ¡nada de ilusiones! En el cristiano la carne está fija, crucificada, vive y anda según el espíritu y por lo tanto lo hace en humildad y amor.

  Gál. 5:24, 25. Estos dos vs. son la conclusión de todo lo que precede. El viejo hombre que producía las “obras de la carne” ha sido crucificado con Cristo Jesús. A pesar de que esta crucifixión dura toda nuestra vida terrestre, el Apóstol la considera como un hecho consumado, hecho, cumplido, porque en el cristiano, esa potencia del mal, de corrupción ya no reina más, Rom. 6:11-14, y está hecha y destinada a perecer por los siglos de los siglos. Si es así, agrega Pablo, si vamos viviendo sólo a causa del Espíritu, andemos también por Él. ¿Cuál es la diferencia entre los dos términos? El uno indica la fuente, el otro las aguas que manan de ella. Si en realidad el Espíritu ha creado en nosotros la vida nueva, no es para encerrarla en nosotros mismos por una razón egoísta o por un quietismo beato, sino a fin de que toda nuestra conducta se manifieste y produzca los frutos de ese Espíritu. Y para que, en otras palabras, sigamos su dirección en las obras, hechos y pensamientos. Este caso se cierra, como otros muchos, presentando a la gracia viviendo sólo de Dios y el ejercicio de ésta como manteniendo despierta la conciencia del hombre.

  Gál. 5:26. Pablo termina proscribiendo la vanagloria referida también en Fil. 2:3. Vana gloria, es decir, algo sin razón y sin fundamento, es la actitud del hombre que trata de darse gloria a sí mismo en lugar de glorificar a Dios, 1 Cor. 1:31. La busca de esta vana gloria siempre termina fatal para el ser humano porque por su causa los fuertes provocan a los débiles y éstos, por la misma razón de tres, envidian a aquéllos.

 

  Conclusión:

  Esta misma vanagloria es la peor enemiga de la buena y sincera adoración de cualquier hombre a Dios, y no olvidemos que la adoración, es indispensable para ganar el apoyo incondicional del E. Santo y como consecuencia, como ya ha quedado dicho, obtener sus frutos. El mismo Jesús dijo: Dios es Espíritu, y los que le adoran en espíritu y en verdad, es necesario que le adoren… Juan 4:24. La mujer de Samaria y nosotros tenemos esta necesidad si queremos conseguir el suficiente amor que nos catapulte a cumplir la ley en ese amar al prójimo.

  Que Él nos ayude a tener la suficiente veracidad interna y el Espíritu adecuado que nos obligue a adorarlo de una vez por todas.

  ¡Amén!

 

  Cuestionario:

  1 ¿Cuándo esta libertad cristiana se vuelve libertinaje? Cuando se usa como ocasión de la carne, v. 13.

  2 ¿Cómo se puede cumplir la ley de Dios? Amando al prójimo como a uno mismo, v. 14.

  3 ¿Cómo podemos destrozarnos los unos a los otros? Cuando actuamos como fieras feroces, v. 15.

  4 ¿Cómo podemos evitar la concupiscencia de nuestra carne? Andando en el Espíritu, v. 16.

  5 La carne y el espíritu, ¿se unen o se repelan? Pues se repelan codiciando, es decir, espiando la una al otro y a la inversa, v. 17.

  6 ¿Cómo podemos evitar el estar bajo la ley? Dejando que nos guíe el Espíritu de Dios, v. 18.

  7 ¿Las obras de la carne, están ocultas? Manifiestas, vs. 19-21. Decir algunas. El que las haga no heredará el Reino de Dios.

  8 ¿Cuáles son estos frutos de Espíritu? Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, templanza, fe, mansedumbre y bondad, vs. 22, 23.

  9 ¿Existe la ley contra alguna de estas cosas? Contra estas cosas no hay ley, v. 23.

  10 ¿Quiénes han crucificado la carne? Los de Cristo, v. 24.

  11 ¿Cuál es la razón visible de los que ya viven en el Espíritu? Andar en el espíritu de forma verídica, v. 25, y

  12 ¿Cuál es el enemigo de la adoración? La vanagloria, v. 26.