EL AMOR ENTRE LOS CREYENTES

 

Juan 13:1-5, 12-14, 34, 35

 

  Introducción:

  No descubrimos nada nuevo al decir que todo ser tiene hondas necesidades sociales. Necesita amar a otros y lo que es más importante, sentirse amado. Sí, sabemos que las personas más desgraciadas son aquellas que se sienten solas, abandonadas o rechazadas. Tanto es así, que no importa lo que uno pueda tener, sin amor, su vida es una amarga peregrinación. Emocionalmente es verdadero el dicho: ¡El mundo se está muriendo por falta de amor!

  Sí, pero, ¿qué es amor? Habla el Diccionario: Con este término se designan actividades de naturaleza diversa pero que tienen relación con los conceptos de inclinación, pasión, aspiración, etc. Por lo demás, es necesario anotar estas dos tendencias más sobresalientes en cuanto a la definición del amor: (a) La griega. Su máximo teórico fue Platón pues afirmaba que el amor es la aspiración de lo menos perfecto a lo más perfecto. Que el real movimiento parte del ser amante y el final del amado, en cuanto atrae a aquél. Lo amado, pues, no necesita amar: ¡Todo su ser es apetecible! (b) La cristiana. El amor parte de lo amado, en el cual se da el amor modélico: la tendencia que tiende lo perfecto a descender hacia lo que es menos perfecto para atraerlo hacia él y salvarlo.

  Pero, hay más. Aparte de la consideración teórica, metafísica y teológica del amor, los filósofos modernos han prestado gran atención al amor desde el punto de vista psicológico y hasta sociológico ya que constituye uno de los módulos de regulación entre todos los hombres que componen nuestra sociedad. Si esta preocupación suscita y remueve la mente de los intelectuales no es por otra cosa que por considerarlo vital en un mundo lleno de enorme incomprensión y taras sociales.

  Jesucristo vino al mundo para revelar el amor superlativo de Dios a los hombres, un amor que se expresa al final en la entrega voluntaria de sí mismo a la muerte en favor de otros: Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos, Juan 15:13. Su obra en la Cruz posibilita la nueva concepción del amor y hasta la nueva naturaleza, constituyendo su principal característica la fuerte capacidad de amar. Capacidad que se hace bien extensiva al Señor y a sus semejantes, aun a aquellos que la sociedad considera enemigos. De donde se desprende el hecho de que ahora sí, ahora es posible que dos personas se amen a pesar de que antes no podían ni siquiera hablarse, que dos personas que antes se tenían por amo y siervo puedan amarse ocupando cada uno el lugar que le corresponde, que dos personas se entiendan y sin conocerse apenas por el simple hecho de saberse creyentes en el mismo Señor Jesús, y que, en suma, dos personas se amen hasta llegar a dar la vida el uno por el otro si fuese necesario.

  Pero, ¿de dónde ha salido esta rara filosofía que parece locura al resto de la humanidad? Leer 1 Cor. 13:1-7. Sí, este es el amor y sus principales manifestaciones pero, ¿cuál es la fuente? Leer ahora 1 Jn. 4:8. Entonces, lo que el mundo necesita mucho más es precisamente lo que Cristo vino a ofrecer, puesto que si las peleas personales, suicidios, homicidios e injusticias evidencian la falta de amor, por otro lado sabemos que Él fue enviado para darnos la suprema lección del tema: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados, 1 Jn. 4:10.

 

  Desarrollo:

  Juan 13:1. Antes de la fiesta de Pascua… Situemos la escena. Ahora estamos en el llamado Aposento Alto, en la ciudad de Jerusalén. Jesús sabía bien que su ministerio público estaba tocando a su fin. Sólo faltaba su obra suprema: ¡Morir en la Cruz! Y a pesar de que aquellos horas vividas eran, sin duda, muy angustiosas, no vacila en aprovechar las pocas oportunidades que aún tiene para dar una lección a sus discípulos. Así, pocos minutos antes de empezar la Cena Pascual, que instituiría más tarde como recordatorio de su nombre y venida, o quizá fuese durante el transcurso de la Cena propiamente dicha, el momento quizá no importa, Jesús aprovecha la ocasión para mostrar a sus discípulos lo que es el amor y la humildad en acción. Sabiendo que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre… Ahora Él está seguro del terreno que pisa. Sabe que su hora ha llegado por más que pensemos que Él nunca dejó de saberlo, aunque ahora el momento se hace denso, se mastica. En varias ocasiones demostró que sabía de su final ignominioso, Juan 2:4; 7:6; 8:20, pero ahora, recién apagado los vítores de la muchedumbre es consciente de que la hora ha llegado, y que debe terminar su ministerio terrenal y volver con el Padre. Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Este detalle es muy revelador. Era porque Jesús sabía que su hora había llegado que amó a sus discípulos hasta el fin, o lo que es lo mismo, ¡los amó siempre! Pero aquí hay una idea, una consideración que debemos hacer. El verbo “amar” está escrito en tiempo de pretérito indefinido, indicando un acto determinado en un momento determinado. Y la expresión “hasta el fin”, podría referirse al límite del tiempo, es decir, hasta el término de su vida terrenal, o a la última voz o manifestación del amor, o al grado de intensidad de su amor, o quizá a las tres cosas o, por lo menos, las dos últimas por cuanto casan mejor con todo el contexto. Aún nos queda otra expresión digna de discutir: La frase “estaban en el mundo” nos indica sin duda que hay otros que pudieran no estarlo. Nos referimos a ese Seno de Abraham dicho o comentado por el rico de la historia de Lázaro, a ese cielo poblado por seres ya en comunión con el Padre, a ese estado en que las almas ya gustan del amor de Dios y de su Cristo.

  Juan 13:2. Cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas, hijo de Simón, que le entregase… Ya sabemos que la cena era un momento de íntima comunión para todos los judíos. Y sabemos que aquella cena aún lo era más. Pero el feliz acontecimiento tenía su lado negro, su adverso, la excepción que confirmase la regla: Judas Iscariote, el único discípulo que no era de Galilea, se prestó como instrumento del diablo para dar o entregar a Jesús a los líderes religioso que estaban determinados a destruirlo.

  El caso de Judas es bien curioso: Jesús lo llamó al oficio del apostolado aun a sabiendas de su carácter real, Juan 6:64, 70. A continuación Judas, según parece, se granjeó la confianza de sus compañeros quienes le encargaron el cuidado de los presentes que se les habían hecho y todos sus medios de subsistencia cotidiana. Y cuando los doce fueron a predicar y obrar milagros, Judas debió estar con ellos y recibir las mismas facultades. Sin embargo, aun en ese tiempo, tenía el defecto de apropiarse de una parte del fondo común para su propia uso, Juan 12:6, y, por último como sabemos, selló su infamia con la entrega que hizo de nuestro Señor a los judíos por dinero. Pero la confesión que hizo lleno de remordimiento asegurando la inocencia de su Jesús cuando la cosa ya no tenía remedio es bien notable, Mat. 27:4, y el espantoso fin que tuvo nos hace pensar en el triste papel que desempeñó en la historia de Cristo y la de su salvación. Ahora viene a cuento una cuestión importante. Sí, sabemos que lo hizo todo porque así estaba escrito, pero, ¿era libre o no de seguir esta inclinación? Era libre, al igual que lo somos cada uno de nosotros. No podemos culpar a Dios de injusto y lo estaríamos haciendo si creyésemos que Judas no pudo evitar o eludir su destino. Él tuvo su oportunidad de darse cuenta del fin a que se dirigía haciendo caso al diablo y a sus innatos deseos de avaricia. Por otra parte, existe el hecho de que Jesús lo escogió dándole así un escape vital que hubiese podido utilizar sólo con que lo hubiese querido.

  Volviendo al punto donde dejamos la acción, sabemos que a la luz de lo que dicen los Evangelios, Judas debió salir antes de instituirse la Cena del Señor, puesto que de otro modo no habría tenido tiempo de llevar a cabo su infame y cruel trato. Claro que el acto de Judas no fue una sorpresa para Jesús ni estorbó el propósito de Dios. Por el contrario, el Señor aprovecha y aun encamina los pies y planes de sus enemigos para lograr sus propósitos. Quizá este punto negro de la actitud de Judas esté puesto aquí para contrastar de forma tremenda con la poderosa luz que emana de la actitud amorosa de Cristo en contraposición con la negativa de aquél. De todos modos, este suceso fue determinante en el futuro de la Iglesia puesto que se tomó la sana costumbre de separar de las cenas a todos aquellos que su actitud pública no era lo suficiente cristiana que hubiera sido de desear, 1 Cor. 5:11.

  Juan 13:3. Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en sus manos, y que había salido de Dios y a Dios iba… Sin duda los vs. que hemos estudiado nos preparan para entender la actitud y el por qué Jesús lavó los pies de sus discípulos. Aunque Él sabía todas las cosas, que su hora de volver al Padre había llegado, que Éste le había dado la suprema autoridad aquí en la tierra, que había procedido de Él y que pronto regresaría al mismo, consciente de todo esto y mucho más que no hace falta relatar en esta ocasión, lavó los pies de sus discípulos. Por otra parte, y eso sí debemos decirlo, Él sabía bien que había venido del Padre sin dejarlo del todo; es decir, que hablando de forma espiritual, en ningún momento había dejado de ser Dios y, lo que también es importante, Él regresaba al Padre sin abandonarlo del todo. Sabiendo todo esto, conociendo desde la creación del mundo hasta su fin, palpando las horas venideras y sintiendo el cruel y tortuoso carácter humano, les lavó los pies a todos sus discípulos.

  Juan 13:4. Se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó. Seguramente la disputa de los discípulos, unos instantes antes, sobre quien de ellos sería el mayor en su Reino, Luc. 22:24, le entristeció o le apenó mucho. Y quizás aquella disputa también tuvo que ver sobre quién ocuparía el lugar más prominente en la mesa y sobre quién recaería el papel de siervo o esclavo en el ritual obligatorio lavado de los pies. Claro, a nadie se le ocurrió pensar que este papel lo iba a reclamar el mismo Jesús para sí. Pero el Maestro, tal vez con este episodio en mente y deseando dejarles un ejemplo inolvidable de la grandeza del servicio, les lavó los pies a todos. Lo curioso del caso es que sólo Juan, el llamado discípulo del amor, registra este caso, anota este evento. Lo cierto es que tal vez lo hizo por haberle quedado fijo y grabado en el corazón más que por otra razón más complicada.

  El evangelista prosigue:

  Juan 13:5. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies a sus discípulos, y a enjuagarlos con la toalla con que estaba ceñido. Al parecer, Juan recordaba bien estos detalles a pesar de que ya habían pasado unos setenta años desde que escribió su Evangelio y el momento en que realmente sucedieron las cosas.

  Juan 13:12. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Veamos de nuevo la escena. Los discípulos estarían expectantes e incluso muchos habían protestado por la actitud de Jesús, y cuando éste termina su extraño servicio que, sin duda, tuvo que afectarlos de manera profunda, y se echó sobre su lado izquierdo en la colchoneta de la mesa, les hace la pregunta que tiene la virtud de dejarlos más atónitos si cabe. Sólo un paréntesis para explicar mi frase “reclinarse sobre su brazo”: Este volver a la mesa, en gr. significa literalmente reclinarse o acostarse. Sabido es que la costumbre de la época era reclinarse alrededor de la mesa de unos diez o doce cm de altura y alcanzar la comida con la mano derecha. Ahora ya, volviendo a lo que importa, repetimos la inquietante pregunta del Maestro: ¿Sabéis lo que os he hecho? En primer lugar sirvió sin duda para llamar la atención de ellos sobre lo que les iba a decir enseguida, a continuación, puesto que no podía referirse a los hechos concretos que habían visto con sus propios ojos. Sabían muy bien lo que les había hecho, había sido un completo lavatorio de pies, pero, ¿por qué motivo? ¿Cuál era la razón de esta humillación aparente? ¿Qué pretendía o quería decirles? ¿Qué debían contestar…? La expectación se hizo patente hasta conseguir menguar la respiración:

  Juan 13:13. Sí, vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Esta es la introducción a la lección que seguirá y que los discípulos esperan ya. (Este título era normal para un rabí, siendo opuesto a la condición de discípulo y en cuanto a Señor, otro título que se aplicaba también a los rabinos, es del mismo modo opuesto a siervo). Sabemos que Jesús no buscaba su vanagloria ni el aplauso de los hombres, pero nunca les negó ni reprochó que le reconocieran o que le confesaran su grandeza. Pero aquí, al reconocerlo Él mismo, y lo que es más, al declarar la posición de ellos, de discípulos o siervos, les está preparando muy bien para la apelación y aplicación que sigue:

  Juan 13:14. Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis lavaron los pies los unos a los otros. Los pronombres “yo” y “vosotros” son enfáticos y diametralmente opuestos. En contraste con ellos, con todos los discípulos que buscaban ocupar el primer lugar de honor, Jesús tomó el último lugar, el lugar de la humildad. El acto de tomar la toalla y lavar los sucios pies de los hombres era una descripción gráfica de todo su ministerio terrenal de servicio y sufrimiento, Fil. 2:6-8. Por otro lado, este vosotros también debéis lavarse habla de un deber, obligación o deuda que todo creyente tiene para con los demás discípulos del Señor. Así, en otras palabras: en varias circunstancias semejantes, el creyente debe tener una disposición de servir a los hermanos, aun en las tareas humildes. De donde se desprende la idea de que aun la tarea más baja cobra nobleza y dignidad si se hace en nombre de Cristo y para su gloria, y también, que un servicio que no es nada o demasiado humilde para que el Señor Jesús lo haga, no debe ser demasiado para que nosotros no podamos hacerlo también.

  Esta costumbre de lavar los pies los unos a los otros se ha practicado entre los grupos de cristianos como ordenanza desde el siglo IV, aunque, sin embargo, no parece ser un mandato claro de Cristo que deba ser realizado de forma periódica. Ya sabemos que la mención que se hace en 1 Tim. 5:10, probablemente se refiera a un determinado tipo de ministerio en uso en aquella época en que se andaba descalzo o con sandalias y que, desde luego, era un servicio inapreciable para el visitante o amigo, más bien que un acto que formaba parte del culto a Dios.

  Juan 13:34. Un mandamiento nuevo os doy: Fijémonos que la ley exigía amor entre los hombres en los siguientes términos: ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo! Lev. 19:18. ¿En qué sentido es un nuevo mandamiento el que nos da Jesucristo? Hay varias explicaciones, dos de las cuales son: (a) El motivo del amor es nuevo precisamente porque “Cristo nos amó”, y (b) el objeto del amor es nuevo precisamente porque debemos amar a todas las personas que están o son de Cristo Jesús. Como os he amado, que también os améis unos a otros. El creyente tiene en Jesús un gran ejemplo de cómo debe amar a otros. ¿Y cómo hacerlo? ¡Cómo Él nos amó a nosotros! Entonces, y a partir de este preciso punto, este amor deja de ser algo abstracto para pasar a ser algo perfectamente definido y hasta concreto. No hay excusa ni escapatoria posible. La medida de nuestro amor a los demás es la usada por el propio Cristo, y a fe que la dejó bien colmada.

  Juan 13:35. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieseis amor los unos a los otros. Siendo como eran unos miembros individualistas con tendencias claras a la división, la exhortación del Maestro los iba a dejar fijos y forjados en una misma masa capaz de plantar para siempre un frente común: ¡El servicio para con los demás! Esta misma virtud, que brilló de forma notable en su Maestro, llegaría a ser ahora la característica para poder identificar a los verdaderos y santos discípulos. De donde extraemos que la marca inconfundible de la Iglesia del Señor, entonces y ahora, no está compuesta por ciertos milagros, organizaciones, edificios, prestigio ni número de miembros, sino de amor.

 

  Conclusión:

  Tertuliano nos dejó dicho en un comentario del siglo II, cuando escribía lo que le decían los incrédulos al observar a aquella pujante Iglesia: ¡Mirar cómo se aman!

  Hagamos un examen de conciencia y que cada uno de nosotros responda asimismo si esta es la frase que oímos de forma viva y constante por boca de nuestros vecinos cuando se refieren a nosotros y a nuestra Iglesia.

  Leer 1 Jn. 4:8-16.