LIBRE, PERO TODAVÍA LIGADO

Rom. 6:15-23

 

  Introducción:

  Siguiendo en la línea de estudios del libro de Romanos, hoy estamos contentos de tener la ocasión y oportunidad de estudiar uno de los problemas que padecen los recién convertidos.

  ¡La vida de pecaminosa después de la conversión!

  Pablo ha venido diciendo que la ley entró para que el pecado creciese, mas cuando este creció, sobrepujó la gracia. Que en época de la gracia, la sangre de Cristo nos limpió de todo pecado posible. En una palabra, y hablando humanamente, que a mayor pecado, mayor es la gracia que ha sido necesaria para limpiarlo y dejar al hombre apto ante los ojos del Dios Padre, reconciliado y justificado. Que, en una palabra, el pecado murió una vez, mas el vivir, para Dios se vive. Todo esto puede llevarnos a la idea equivocada de que una vez salvos, ya tenemos vía libre al pecado pensando quizá de que nunca podremos ser tomados en falta. ¡Esto es un error, un grave error! Y a las propias palabras del apóstol nos remitimos: ¿Pues qué diremos? ¿Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca? No, en ninguna manera. Ya que los que son muertos al pecado, ¿cómo vivirán aún en él? Rom. 6:1, 2. Aquí está el quid, el centro, de la cuestión. Por otra parte es obligatorio señalar que en el v 14, se nos dice: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros. ¿Por qué razón? El texto mismo nos lo dice: Pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

  Luego entonces, la diferencia más notable que notamos a simple vista en cuanto al ser humano y su estado, antes de la conversión y después, es que en aquélla sus pecados le eran imputados bajo la vara inflexible de la ley, y en ésta le son conmutados por la gracia. Pero, y surge de nuevo la pregunta: ¿Hasta qué punto podemos pecar, una vez salvos, sin hacernos acreedores a la ira del Señor? Debemos reconocer que a pesar nuestro, continuamos pecando, como si quisiéramos incrementar aún más gracia en el debe de Cristo. Pues bien, de ahí nuestra desesperación diaria, cuando en oración pedimos al Padre que nos de fuerzas para vencer a la tentación y resistir al pecado, ya que estamos viviendo en un gran peligro. Dice: No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal sino queréis para siempre obedecer a sus concupiscencias, v. 12.

  Esta es la diferencia de la que hablábamos. Sí, es cierto que caemos en el barro del camino, pero jamás rendimos la frente ni desfallecemos el ánimo. Y siempre tenemos la vista fija en el madero, nuestra meta y nuestro fin.

  He aquí, en síntesis, nuestra lección. Ahora vemos con Pablo cual es su contenido:

 

  Desarrollo:

  Rom. 6:15. ¿Pues qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡No, en ninguna manera! Y como ya hemos dicho, esta pregunta está tan presente en el espíritu del hombre imbuido de su justicia y es extraño a la idea de una obediencia interna y plena ofrecida a Dios, que el apóstol la reproduce por tercera vez (v. 1 de este mismo cap, que ya hemos visto de pasada y el 3:31). Enseguida va a servirse de esta fina objeción escondida a fin de mostrar que no es más fundada respecto de la propia santificación que cuando se la opone a la plena idea de la salvación por gracia o de la justificación por la fe sola, sin obras.

  Rom. 6:16. ¿No sabéis que al que os presentáis por siervos para obediencia, siervos sois de aquel al que obedecéis…? Para justificar este ¡nunca acontezca!, esta rotunda negación, el apóstol Pablo apela simplemente a sus lectores. ¿No sabéis…? Con esta pregunta les enfrenta ante el hecho de la experiencia moral: Ninguno puede servir a dos amos. Y nombra a estos dos señores, dos amos, a uno de los cuales se sirve con exclusión del otro: Así es, ¡el pecado o Dios! Luego aplica con fortuna este razonamiento a todos sus lectores libertados del pecado, como veremos en los vs. 17 y 18.

  Notaremos por una parte que el hombre debe servir y no puede aspirar jamás a una independencia absoluta y total precisamente por ser un ente creado; pero, por la otra, es evidente que la servidumbre del Padre ¡es la verdadera libertad! Querer lo que Dios quiere, no querer más que lo que Él quiere, es ser libre. Tengo a mano una cita de san Agustín que me gustaría leer: “Tú eres al mismo tiempo un esclavo y un ser libre: esclavo, por tu obediencia al mandamiento, y libre por tu gozo en cumplirlo; esclavo, porque eres un ser creado; libre porque ya eres amado de Dios que te creó y porque tu mismo amas al autor de tu ser.”

  Sigamos con Rom. 6:16. ¿Ora del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? Los términos de esta antítesis son notables: Después de aquellas palabras ora del pecado para la muerte, se esperan las otras: ora de la justicia para vida, puesto que expresarían un contraste completo y perfecto de la idea. Pero en lugar de ello, el apóstol ha preferido en el segundo caso expresarse de esta forma: O de la obediencia para justicia, sin duda para señalar por contraste la verdad que señala que la fuente o naturaleza del pecado es la desobediencia, Rom. 5:19. Y que no hay otra obediencia legítima para el ser o para la criatura humana más que para con Dios. En efecto, la esclavitud del pecado, por voluntaria que sea, no es una obediencia al pecado, sino el arrastre de la pobre concupiscencia; no existe ya una ley del pecado a la cual se puede obedecer puesto que es, por el contrario, la negación de toda ley. Por otra parte podemos ver, podemos pensar que el apóstol, usando o empleando el término de obediencia tiene a la vista la fe que en otros lugares designa por esta misma expresión, Rom. 1:5, 15, 18. Desde luego, tiene razón al oponer la fe al pecado, ya que es la fe lo que pone fin a la rebelión del pecado y funda el reinado de la santidad. Más aún, la justicia es opuesta a la muerte eterna, salario del pecado, como veremos muy bien y de forma amplia en los vs. 21 y 23; porque encierra en sí todos los elementos de la vida verdadera, de la vida eterna. Pablo aporta aquí esta palabra de justicia en su sentido más amplio, como sinónimo de santidad, puesto que es el término donde llega el hombre caminando por la senda de esta obediencia sincera a toda voluntad del Señor, que no es otra cosa que el renunciamiento de uno mismo para ir o llegar a no vivir más que de Dios y para Dios.

  Rom. 6:17. Pero gracias a Dios, que aunque erais siervos del pecado, habéis obedecido de corazón ahora a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados. El original gr. indica o señala: Al tipo de doctrina a la que fuisteis entregados. Por otra parte, además, “tipo” significa imagen, forma, modelo, regla. Se trata, no del tipo raro o especial de la enseñanza de Pablo en oposición a la de los otros apóstoles, sino del conjunto de la doctrina de los Evangelios. Así que podríamos leer muy bien: Sí, habéis ya obedecido de corazón al modelo de enseñanza al cual fuisteis entregados… Sin embargo, debemos observar que en otra parte se dice que la doctrina es trasmitida, no entregada, 2 Ped. 2:21. En nuestro caso existe una elegante inversión de toda la frase: Los que han sido libertados del pecado, se han entregado, v 16, por un cambio de dominio, a la magnífica servidumbre de la justicia, v 18. El apóstol quiere decir que los cristianos a quien escribe “se han entregado” ellos mismos, por la potencia del Espíritu del Señor, a esta regla de la verdad evangélica, y en cierto modo, echados, arrojados, en ese modelo, molde o tipo, como una materia en fusión con la finalidad de adquirir la forma personal de Él. Notemos también que aquí no hay, en esta adhesión a la verdad nada de involuntario puesto que “han obedecido de corazón” y según la admirable armonía de la acción divina y del hombre en la conversión, siempre enseñada por Pablo y por el resto de las Escrituras. De ahí que el apóstol, en lugar de sacar una conclusión fija y léxicamente fría, exclama: ¡Gracias a Dios!

  Rom. 6:18, 19. Y libertados del pecado fuisteis hechos siervos de la justicia. Humana cosa digo por la debilidad de vuestra carne… El mismo autor nos dice en 1 Cor. 3:1: Porque sois aún niños en Cristo, entrados recientemente en la vida cristiana, os hablo de las cosas espirituales bajo unas figuras sensibles, familiares a los más sencillos de entre los hombres. Es después de esta introducción que Pablo desarrolla bajo todas sus fases el pensamiento ya expresado en el texto 13 (leerlo). De manera, así como presentasteis vuestros miembros por siervos a la peor impureza y a la iniquidad, así mismo ahora presentad todos los miembros por siervos a la justicia para la futura y total santificación. Lo cual no es más que una aplicación bien hecha y desarrollada del principio general que ya fue establecido en el v. 16. Así, donde reinan la impureza y la iniquidad, los miembros no pueden más que cometer cada vez más iniquidad, es decir, obras contrarias a la ley; pero de su sumisión a la justicia, resulta la santificación de la vida. Este contraste desarrollado, sirve, suministra al apóstol Pablo la comparación que sigue, entre el fruto del pecado y el de la justicia, cuyo don más primario es la gracia misma.

  Rom. 6:20. En efecto, cuando erais siervos del pecado, libres erais cuanto a la justicia. Este en efecto indica la razón lógica del contraste que precede, vs. 17 al 19, y que contiene también la comparación que sigue. Así, el estar libre de toda obligación respecto a la ley, es con mucho la atracción más seductora del pecado, pero también la más engañosa, Rom. 8:33, 34; 2 Ped. 2:19.

  Rom. 6:21. ¿Qué fruto, pues, teníais entonces? Cosas que ahora os avergonzáis… Otros construyen esta frase de forma distinta. En lugar de colocar el punto de interrogación final después de la palabra “entonces”, y de hacer de los vocablos siguientes la respuesta, construyen toda la frase como una pregunta que tendría como respuesta algo que se sobreentiende: ¡No, ningún fruto, al contrario, la muerte! Pues en ambos casos el sentido es el mismo en el fondo. Mientras el mundo halla su gloria en la independencia de toda ley y en la libertad de pecar, v. 20, todo cristiano ve en ello su vergüenza, la degradación de su alma inmortal.

  Sigue Rom. 6:21. Pues su fin es muerte. Sí, lo veremos mejor en el v. 23. Pablo, demostrando la importancia del tema, lo repite en dos ocasiones más: 1:32 y 5:12.

  Rom. 6:22. Mas ahora, libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis vuestro fruto para santificación, y el fin vida eterna. El fruto del servicio de Dios, es una clara santificación progresiva que, sin duda, un día llegará a la perfección. Pero la santificación de todo nuestro ser es en sí misma la vida eterna, ora porque no puede tener lugar más que por la posesión de esta vida dentro de nosotros, ora porque ella a su vez nos pone en comunión directa e íntima con Dios, fuente de la misma vida y de la felicidad eterna. La plenitud de la santidad es, pues, la plenitud de la esta vida.

  Rom. 6:23. Pues la paga del pecado es muerte, mas el don de la gracia de Dios es vida eterna en Cristo, Señor Nuestro. El pecado promete a todos sus esclavos otro salario, una paga: Primero la libertad, como vimos en el v. 20, luego el placer. Pero les engaña. Y los engaña porque el pecado entero no es más que una gran mentira, en flagrante contradicción con la verdad de Dios y con la verdadera y fiel naturaleza del hombre. El pecado no da, no puede dar más de lo que él mismo tiene en su base o composición: ¡La maldición y hasta la muerte! Y como esta supuesta libertad que promete no es más que un alejamiento cada vez más completo y firme de la fuente de la vida, su salario es una doble muerte. A este salario se le podría esperar que el apóstol opusiera la paga de la justicia como lo hace en el v 18, o el salario de Dios, del v. 22, pero, según todo lo que acaba de enseñar, ahora, y en las lecciones que estudiamos otros días, sobre todo en 3:21 y 4:4, no puede hablar más que de un “don de gracia” de Dios Padre y esto por Cristo Jesús, Señor nuestro, que nos lo ha adquirido. Este don gratuito es la “Vida Eterna” ya contenida en la santificación, como ya hemos visto en el v. 22, la cual, en contra o contrariamente al pecado, responde a todas las buenas necesidades del alma y constituye para ella la fiel felicidad.

 

  Conclusión:

  Ahora dos palabras finales usando el remache del texto áureo:

  Gál. 5:25. Si pues vivimos por el Espíritu, por Él también andemos. Ahí es nada. Este v. es la conclusión de todo lo que precede: El viejo hombre que producía las obras de la carne y que era siervo del pecado, ha sido ya crucificado junto a Cristo. Y aunque esta crucifixión dure toda nuestra vida terrestre, Pablo la considera como un acto ya hecho, cumplido, porque en el cristiano la potencia de corrupción ya no puede reinar más y está destinada a desaparecer del todo: “Las cosas viejas pasaron…”

  Si es así, agrega con autoridad el apóstol, si vivimos por el Espíritu, andemos también por él. ¿Cuál es la diferencia de estos dos términos? Es sencillo: El uno indica la fuente, el otro las aguas que manan de ella. Si en realidad el Espíritu Santo ha creado en nosotros una vida nueva, no es para encerrarla en nosotros mismos por un goce egoísta o por un beato quietismo, sino a fin de que toda nuestra sana conducta manifieste y produzca los frutos de ese Espíritu, que no son otros que: Caridad, gozo, paz, tolerancia, fe, benignidad, mansedumbre bondad y templanza, Gál. 5:22, 23. Así, sigamos las directrices del Santo Espíritu en nuestros pensamientos, palabras y obras.

  Volvemos a preguntar: ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia crezca? ¡En ninguna manera!

  Amén.