Posts By: Caterina Bou

JESÚS SUFRIÓ POR NOSOTROS

Isa. 53:4-9; 1 Ped. 2:24, 25

 

  Introducción:

  Existe una frase célebre atribuida a Meyer que anuncia: El día más triste que jamás existió sobre el mundo ha sido destinado precisamente a disipar sus tinieblas para siempre.

  Se ha hablado y escrito mucho acerca de la fuerte y viva personalidad de Jesús sobretodo, en nuestros días en los que con acordamos de Él con caras largas, compungidas y demacradas. Nuestros oradores se esfuerzan en hacer resaltar los dolores y sufrimientos físicos que padeció Jesús sin razón aparente. Pero del mismo modo que la gloria y la victoria son sinónimas de Cristo, del mismo modo el sufrimiento físico es la diadema, amarga si se quiere pero diadema al fin, con la que se coronó el Señor. No tenemos duda de que Cristo Jesús es el tema central de la canción bíblica. Su entrada corporal en el mundo ha marcado un hito en la historia humana. Y lo más extraño, lo mejor, lo más verdaderamente sorprendente es que en la persona de Jesús, el sufrimiento y la muerte que sufrió son o fueron elementos indispensables para dar paso a la vida. Y es que esta dura muerte no fue un mero accidente histórico, ni siquiera accidental pues obedeció a los vivos planes de Dios. Y tuvo un solo propósito: ¡La redención de todos nosotros, le redención de los pecadores!

  Sencillamente, Él tomó nuestro lugar. Sufrió la pena que estaba destinada a nosotros. Sin embargo, la Cruz fue el mayor crimen de la historia. Dios el Padre mismo lo testificó y repudió con las tres crueles horas de tinieblas que oscurecieron el cielo sobre el monte y Jerusalén, y el temblor de tierra, y las rocas rajadas, y las tumbas abiertas… Y hay más. Hay, siempre lo ha habido, un destino final para los asesinos: (1) Judas se ahorcó; (2) Pilato, llamado a Roma, fue desterrado a Francia donde al poco tiempo también se suicidó con la manía de ir buscando agua que fuese capaz de lavarle las manos; (3) Herodes murió también en el destierro de forma ignominiosa; (4) Caifás fue depuesto de su cargo al año de la muerte de su mayor enemigo, Jesús; (5) Anás, sufrió un cruel asalto en su casa y vio como mataban a su hijo arrastrándolo por las calles asido del pelo. Y tantos otros y otros que quedaron en el anonimato, pero que murieron llenos de desprecio, repudio, y remordimiento.

  Por otro lado, Jesús, con su muerte, hirió para siempre a su eterno enemigo, a Satanás. Ya era dueño y Señor de la muerte y heredero de la Majestad de Dios. ¡Pero sufrió, y mucho! En los aciagos momentos de la cruz, su aislamiento, su abandono por parte de Dios, debió de ser terrible. Todo el mundo estaba en su contra: Jerusalén, que ansiaba su muerte y desaparición con odio apasionado a causa de un nacionalismo mal entendido. Casi todos sus paisanos se habían apartado de Él sin poder ocultar su desencanto por el desenlace en que ineludiblemente se aboca su doctrina. Ni uno solo de sus apóstoles, ni aun Juan, fue capaz de ser el depositario de los duros pensamientos de aquel pobre Jesús atormentado y abandonado. Esta era, desde luego, una de las gotas más amargas de su cáliz. Pero Cristo comprendía, como ninguna otra persona del mundo puede comprenderlo, la fiel necesidad de vivir aun después de su muerte. La causa que Él había inaugurado no debía morir. Sabía que debía partir y dejar su querida obra en manos de aquellos pocos discípulos que se mostraban ahora tan débiles, tan indiferentes y tan ignorantes.

  ¿Serían capaces de hacer una obra tan enorme? ¿No había sido traidor uno de ellos? ¿No naufragaría su causa una vez que se hubiese marchado, una vez que Él faltase? Estas y otras tantas preguntas similares serían las que el diablo Tentador susurraría al oído de aquel Santo Hombre Dios que estaba físicamente solo. Pruebas las tenía, muchas y abundantes… Pedro, aquel hombre impulsivo, se avergüenza de Él. Juan ha desaparecido nada más darle el encargo de velar con su madre. Andrés, aquel Andrés que siempre estaba en su sitio, ya le había vuelto la espalda dolorido y tal vez desorientado. Mateo, piensa con temor en la represalias… ¿dónde están los demás?

  El Monte de los Olivos fue un trago muy amargo para Él, pues no hay nada más doloroso para un hombre que la soledad moral y Cristo estuvo solo, completamente solo, aunque fuese durante un largo segundo. Y por si el dolor moral fuese poco, debemos agregar el físico. La crucifixión era una muerte horrible. Cicerón nos cuenta que éste era el más cruel y vergonzoso de todos los castigos romanos. Estaba sólo reservada a los esclavos, a los ladrones y a los revolucionarios cuyo fin debía marcarse con especial infamia para el buen ejemplo ajeno. Nada podía ser más contranatural y repugnante que colgar a un hombre de esa manera y en vida. Semejante posición era contraria a la más elemental norma de los derechos humanos. Si la muerte hubiese llegado con los primeros golpes, habría sido terrible y dolorosa; pero por lo general la víctima padecía durante dos o tres días a causa del dolor ardiente de los clavos en las muñecas o manos, y en los pies. Es verdad que una especie de asiento para éstos evitaba el desgarro muscular, pero nadie podía evitarle la tortura de tener las venas sobrecargadas. Y lo peor de todo, la sed dura e insoportable que aumentaba cada vez más. Era imposible no moverse tratando de aliviar una situación tan precaria, pero cada nuevo movimiento traía consigo una nueva y excesiva agonía. Los crucificados padecían rápidamente de fiebre y las heridas se les infectaban pronto a causa de la débil corriente sanguínea. Las moscas se posaban en ellas y las agravaban ante la imposibilidad de ahuyentarlas. El cuerpo se deshidrataba con enorme rapidez… el colapso del corazón sería el final… Bien, pues si a este cuadro de soledad moral y dolor físico añadimos el peso de todos los pecados del mundo, veremos, aunque sólo sea de lejos, lo que Jesús padeció. Y en un momento dado, Cristo perdió la eterna comunión con Dios Padre. Jamás la mente humana podrá medir el horror de tanto abandono y sufrimiento.

  Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué y por quién padeció?

  Veamos:

 

  Desarrollo:

  Isa. 53:4. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Leer también Mat. 8:17. ¿Cuál es la diferencia? Mateo se refiere al ministerio de sanidad del Maestro Jesús al curar a todos los endemoniados, a todos los enfermos que se le presentaron y hasta el hijo del centurión. Pero, además, Mateo aprovecha la cita para apoyar su tesis acerca del Médico divino en cuanto a los judíos. Sin embargo, la cita de Isaías que nos ocupa bien se puede aplicar a la muerte vicaria de Cristo. Si esto es así, ¿qué significan los términos llevó y sufrió? No participó sólo de nuestros sufrimientos, sino que tomó en su Persona todo el dolor al que éramos acreedores. Sí, así de claro. Podemos añadir que los pecados del mundo fueron la causa y el efecto de sus dolores y, por consiguiente de su muerte. Y le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido… Los términos azotado y herido se refieren a la idea de la plaga de la lepra; es decir, incurable y apartado de la sociedad. En especial, la palabra herido, era usada por los hebreos cuando alguien sufría un mal o una enfermedad repentina y grave como en el caso de Job, y aplicado en especial en el caso de la lepra que consideraban castigo directo de Dios por lo desagradable y dolorosa que era y por las consecuencias sociales que acarreaba. Isaías está diciendo que Cristo fue herido de forma repentina por causa del pecado de todo su pueblo. Y afligido y atormentado, pero no a causa de sus delitos, sino de los nuestros. Pero aún hay más en la frase y en el tiempo del verbo en que está escrito “le tuvimos”. Significa con claridad que muchos hombres le desprecian achacando los dolores a sus propias faltas. Todos le tuvimos por azotado. ¡Nadie puede negar la veracidad del hecho! La única diferencia estriba en que unos creen que sufrió a causa de sí mismo y nosotros que lo hizo a causa de nuestro pecado.

  Isa. 53:5. Mas él herido fue por nuestras rebeliones. Aquí la palabra “herido” significa en el original: traspasado por unas heridas mortales producidas de manera especial en una batalla. Molido por nuestros pecados… abrumado, roto y deshecho por nuestras faltas hasta el punto de llegar a romperle el corazón. El castigo de nuestra paz fue sobre él. Es decir, podemos tener paz gracias a que Él cumplió el castigo. Así, tenemos paz con el Padre y somos reconciliados porque su justicia ha sido cumplida en el Hijo Unigénito, Rom. 5:1. Y por su llaga fuimos curados… Literalmente significa: Un moretón o cardenal, como la huella de un latigazo. ¿Se cumplió está profecía? Sí, en efecto, ver Mat. 27:26. Pero, precisamente, por esta su llaga fuimos “curados.” Con la idea del sabio que libera o experimenta un antídoto en su cuerpo con peligro de su vida por tratar de salvar muchas de los demás. Esta sujeción voluntaria por parte de Cristo a la justicia de Dios, se convirtió en la fuente de nuestra sanidad.

  Isa. 53:6. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó de su camino. Existe la marcada tendencia de las ovejas que en un rebaño se descarrían siguiendo lo que ellas creen mejores pastos, al igual del hombre que abandona la seguridad de la mirada del Pastor eterno a cambio de los bienes materiales que se le esfuman como la arena y que no conducirán sino a la muerte eterna. Mas Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros. Muy pocas veces el mensaje bíblico nos parece tan claro. Podemos leer con facilidad: Dios hizo que cayese en él toda la ignominia del pecado, de una sola vez y de golpe. Sí, ya hemos dicho en alguna otra ocasión que la salvación no fue efectuada poco a poco. ¡Fue de una sola vez y en el acto! De ahí el dolor producido en la carne de Jesús al cargar sobre sus hombros no sólo el pecado de todos los hombres, de toda la humanidad, sino el gustar o experimentar el abandono del Dios Padre por el simple hecho de que Éste no puede tener comunión alguna con el pecado. Gracias a Dios, esto fue momentáneo. Una vez vencida la muerte y su aguijón, Dios le recibió a la derecha de su Majestad donde aún está en estos momentos.

  Isa. 53:7. Angustiado él, es curiosa la idea hebrea que dice o expresa esta palabra. Y es que se trata de la misma angustia que tenían cuando debían pagar una deuda de forma rápida e inmediata y no tiene con qué hacerlo. Cristo, al hacerse acreedor de la justicia divina a causa, repetimos, de todos los pecados, siente la angustia vital de pagar aun a costa de su propia vida, 2 Cor. 5:21. Así que fue tratado por el Señor como un vulgar pecador, como el más grande pecador que existió jamás, puesto que tenía la suma de los pecados de toda la humanidad. Por esta razón, Él, que era justo, que no conoció pecado propio, sintió un dolor y una angustia muy grandes. Ver si no, lo que sentimos en nuestro interior cuando se nos acusa de algo injusto, o de algún mal que no hemos hecho. Pues aún así deberíamos sumar o multiplicar el sentimiento, esta gran humillación, por millones de veces para hacernos con la idea de lo que debió sentir. Y afligido… Tratado con la dureza que se merecía el más terrible pecador del mundo. El Señor había puesto la vida de su Hijo Unigénito en manos humanas, por lo que de hecho se entregó a Sí mismo a su propia justicia. Él había dicho: Toda alma que pecare, de cierto morirá. No podía, pues, reconciliar al hombre sin derramamiento de sangre. ¡Tenía que haber una muerte! Por amor, fue la suya propia. Y tal como hemos dicho antes, la más cruel soledad fue sentida por Jesús en aquel momento incierto de la cruz en el que dice con angustia: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Era justo este abandono? Sí, sí, en aquel preciso momento, Jesús, lo repetimos una y otra vez, cargó con los pecados de la humanidad y Dios… ¡no podía aceptarlo! Ahora bien, ¿Jesucristo sabía a lo que se exponía cuando en el Paraíso, a la sombra de la seguridad y gloria divinas, se presentó como voluntario? Sí, lo sabía y aun así se adelantó un paso al frente impulsado por su amor. No abrió su boca… ¿Fue esto así? No abrió la boca para protestar, pero sí lo hizo para perdonar y bendecir a sus enemigos. Por eso se le compara al más manso de los animales: ¡Una oveja! Sí, como un cordero fue llevado al matadero… Aquí se resalta la sumisión conque se entregó. Ni quiso armas humanas ni celestiales a pesar de que tenía bajo su mando a todo lo creado incluidas las incontables legiones de ángeles del cielo. Por eso, Pedro tuvo que guardar su espada. Marco, el romano, personaje de Mika Waltari, tuvo que guardar también el dinero conque iba a reclutar mercenarios. Ben-hur, personaje de Lewis Wallace, por deseo expreso del Maestro tuvo que tragarse sus ansias de ayuda. Por su parte Cristo, nuestro Señor se entrega, diciendo: ¡Es menester hacer la voluntad de mi Padre! Y como oveja delante de sus trasquiladores, no abrió su boca… Y es que sufría el oprobio como si de veras fuese culpable. Ya lo dijo el llamado Buen Ladrón en la cruz: Nosotros a la verdad padecemos lo que en justicia merecemos, pero Él nada hizo. Además, comprobamos que mientras duró aquella flagelación y el martirio, nada dijo. Se portó con valor en contra de la costumbre de los reos normales que maldecían e injuriaban a sus verdugos aun sabiéndose culpables.

  Isa. 53:8. Por cárcel y por juicio fue quitado… También se podría leer: Con opresión y sin justicia fue ejecutado. Se refiere con claridad a las torturas y atropellos soportados por Cristo hasta que, por fin, murió. Incluso, tuvo que padecer una farsa de juicio… Mas, se nos dice con cierta claridad: Y su generación, ¿quién la contará? Sí, la descendencia de aquel siervo será tan numerosa que va a ser imposible contarla. El detalle llega a sorprender hasta a los más incrédulos. ¿Cómo es posible que una muerte tan ignominiosa haya traído tras sí una hueste tan grande de seguidores que dicen crucificarse con Él en el madero? Lo tienen por locura por usar el léxico bíblico. Y es que fue cortado de la tierra de los vivientes… Esto es una clara confirmación de la muerte violenta del Hijo de Dios. Sí, sí, y además, debían matarlo otros, Dan. 9:26. Por la rebelión del pueblo fue herido, Dios habla con mucha claridad por boca de Isaías de la causa principal de la muerte de su Hijo.

  Isa. 53:9. Se dispuso con todos los impíos su sepultura. Al condenarle a la muerte de cruz se le estaba dando un trato de delincuente. Este hecho aumenta en verosimilitud cuando en realidad se le crucifica en medio de dos ladrones comunes. Mas con los ricos fue en su muerte. ¿A qué se puede referir? A su sepultura. Fue sepultado en una tumba que había sido preparada para un hombre rico. Sí, para José de Arimatea. Y otro hombre pudiente se encargó de darle cristiana sepultura: Nicodemo. Aunque Él nunca hizo nada de maldad, ni hubo engaño en su boca. Nunca jamás cometió pecado alguno. En caso contrario no hubiese servido para expiar nuestros pecados.

  1 Ped. 2:24. Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… Del mismo modo que en los antiguos sacrificios judíos se ponía las manos en la cabeza del animal expiatorio queriendo simbolizar que arrastraba los pecados del solicitante hasta la muerte, así Cristo llevó nuestras faltas hasta la misma agonía de la cruz. Notamos como el apóstol Pedro aun da más énfasis acerca de la redención de Jesús que el propio Isaías. El nos presenta a Cristo como propiciador entre Dios y los hombres. Para que nosotros estando muertos a los pecados, bueno, ¿estamos o no muertos al pecado? Sí, sí, es decir, los pecados no pueden siquiera hacer mella en nosotros, Rom. 6:2. Sí, estamos muertos al pecado gracias a Él y su nefasta influencia ni siquiera nos puede rozar un cabello. Vivamos, pues, a la justicia… la parte positiva de la cuestión. Si no vivimos ya en los pecados, lo hacemos en la justicia, justificados por la muerte ignominiosa en la cruz. Y por cuya herida fuisteis sanados… Sí, claro, efectivamente, ¡somos salvos por su muerte!

  1 Ped. 2:25. Porque erais como las ovejas descarriadas. Pero ahora ya habéis vuelto al Padre, al Pastor y al fiel Obispo de vuestras almas. Los creyentes estamos seguros porque hemos aprovechado al máximo el sufrimiento de Jesús.

 

  Conclusión:

  Guardar un minuto de silencio.

  ¿Es momento de tomar una decisión que nos puede beneficiar toda la vida? Pues si lo hacéis así, y Dios lo quiera, nunca os arrepentiréis por ello ya que habremos mitigado un poco, si cabe, el cruel sufrimiento de Cristo.

  ¡Qué Él nos bendiga!

DIOS NOS AMA

Sal. 103:8-14; Juan 3:16, 17

 

  Introducción:

  ¡Admirable respuesta!: Una profesora de E. Dominical preguntó a sus alumnas: ¿Quién es Cristo? ¡Cristo, fue la respuesta, es uno que conoce todo acerca de nosotros ysin embargo nos ama!

  Afirman los entendidos que una de las necesidades más básicas del hombre es el amor. Desde que nacemos estamos necesitados de amor. Es curioso; cuánto más débiles somos más dependemos de los seres que nos aman. Ver si no a un niño recién nacido, ¡cuántos cuidados necesita! Y que inclinados nos sentimos a amarlo. ¡Parece tan desvalido! Pero a medida que uno crece, este sentimiento de ser amado se transforma en deseo de amar. El hombre normal debe amar y ser amado como consecuencia fiel y lógica de su naturaleza racional. Sin embargo, el amor del mundo, aun en su expresión más elevada, se nos presenta como limitado e imperfecto. Por eso sabemos que falla. Es por eso que conocemos muchos casos en que el amor, incluso entre seres de la misma familia, falla. Este aspecto negativo del amor mundano ha ido en aumento gracias a las exigencias de la vida moderna pues que la consecución de ciertas metas, aun pareciendo buenas por ser exponentes de una vida mejor, nos han ido distanciando del resto de nuestros semejantes, llegando a decir sin sonrojarse: ¡La vida es una selva! Y lo que es peor, este mal ha llegado hasta el centro de la humanidad social: ¡La familia! La comunicación casi ha desaparecido entre los miembros de la misma. Y si no existe mal se pueden interesar los unos y los otros por los nimios problemas cotidianos que explotan cada día. Los cristianos, tal vez en menor escala, tampoco podemos zafarnos a esta ley. El imperativo de entregarse a la lucha cotidiana por la vida, por la subsistencia, también nos convierte en lobos solitarios. ¿Cuánto tiempo hace que no tenemos en casa un culto familiar? ¿Cuánto hace que no leemos la Biblia u oramos en común…? ¡El amor falta también en cualquier guerra o revolución! ¡En cualquier transacción comercial! ¡En cualquier plan pensado por nosotros, los hombres! ¡Falta el amor, en fin, hacia los demás en cada momento de nuestro ir y deambular por el asfalto de la vida!

  En resumen: Que falta el amor entre los seres humanos es un hecho axiomático. Lo curioso es que el hombre a medida que crece tiene más necesidad de amar porque si no lo hace se para, se embrutece. Por el contrario, ¡el Amor con mayúsculas exalta y dignifica al hombre y le convierte en algo más que un animal! Sin embargo, por más que uno se esfuerce siempre termina por ensuciar el concepto ideal del amor pues si amar es dar algo sin esperar nada a cambio, el ser humano a causa de su naturaleza pecaminosa, ¡jamás podrá conseguirlo! Sólo Dios ama de verdad, pues sólo Él tiene amor verdadero y, lo que es más importante, permanente.

  Pero, ¿qué es el amor? El Diccionario, dice: Afecto que inclina al ánimo a apetecer el bien, real o imaginado. Personalmente prefiero otra definición: Dios es amor y, por lo tanto, amor perfecto es Dios. La Santa Biblia dice que Dios nos ama y nos ha amado siempre. No importa cómo vivamos o cuán grandes sean nuestros pecados. Recordar que decíamos antes como única definición de la persona de Cristo que es uno que conoce todo acerca de nosotros y sin embargo nos ama. Dios nos ama. Así de sencillo. Pero, ¿en qué cuantía? Empecemos la lección:

 

  Desarrollo:

  Sal. 103:6. Misericordioso y clemente en Jehovah… El amor de Dios es inescrutable. Forma parte de su naturaleza. No puede evitar el amarnos del mismo modo que el sol sale cada día alumbrando a salvos y a no salvos. A pecadores y a justos. Pero no ignoramos que aunque el amor domine su ser, es inexorable tocante a la ley y el culpable no podrá eludirle. Sin embargo, el que se arrepiente y convierte del mal camino podrá constatar de forma perfecta que Él es amor. Sus pecados le serán perdonados del todo, es decir como si nunca hubiesen existido. El museo de la Guerra en Madrid, dice: ¡Perdonar, pero no olvidar! ¿Dónde quedan el amor y el perdón?. Dios perdona borrando hasta las manchas. Nunca más nos serán imputados, precisamente gracias a ese amor incomprensible por nosotros. Lento para la ira y muy grande en misericordia… Una de las consecuencias del amor, precisamente la más hermosa, es la paciencia. Y Dios se ha caracterizado siempre por la suya. Lento para la ira… Su amor se impone siempre cada vez que mira al pecador. Pero, ¡cuidado! Vendrán días en que acabada la época de la gracia, y a pesar de todo el amor eterno que sólo Dios es capaz de manifestar, nada podrá hacer por el hombre pecador, pues con el mismo acto que glorifique a los santos, excluirá a los rebeldes para la eternidad. La misericordia de Dios es infinita, pero el valor de su Palabra también. Un día cerrará la puerta y nadie podrá entrar ni salir del arca del Noé actual. Mientras esto llega, espera con paciencia y tristeza a la vez. El hombre tiene ahora la oportunidad de gustar el amor de Dios. Sólo aquél que crea que puede redimirlo puede experimentar la sensación inenarrable que significa el sentirse a salvo por y para siempre.

  Sal. 103:9. No contenderá para siempre… No, no estará enojado para siempre con nosotros a causa de nuestros pecados. Mas, no ocurre así con el ser humano. Hemos oído alguna vez: No me hablo con mi vecino desde hace años. Así, un enfado, a veces una nimiedad, ha ido creciendo en nuestro corazón como una bola de nieve hasta el punto en que ni aun en el caso de muerte de nuestro contendiente consigue ablandarnos y olvidar. Pero Dios es distinto, muy distinto. A pesar de nuestra infiel y constante rebelión en su contra, no nos la tiene en cuenta para siempre jamás, incluso nos recibe con los brazos abiertos de Padre si nos volvemos a Él con los ojos suplicantes y confiando en su poder salvador. Ni para siempre guardará su enojo: Ya hemos dicho antes con otras palabras que el enojo guardado en el fondo del corazón, con el tiempo, se convierte en odio. En Dios no hay cabida para el odio porque Él es amor. Y el odio es contrario al amor y, por lo tanto, contrario a su naturaleza. Así pues, ¿Dios no se enfada por los desplantes del hombre? Sí, pero lo hace de forma momentánea, pronto prevalece su gran amor y eterna misericordia. Es el enojo de un padre que ama frente a la falta del hijo amado.

  Sal. 103:10. (Dios) no ha hecho con nosotros conforme a las iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Otra clara referencia a que Él no nos trata con la severidad que se merecen nuestros múltiples pecados, sino con una infinita misericordia. Ahora viene la pregunta: ¿Dios nos perdonó una sola vez el día en que nos convertimos o lo hace de forma continua cada vez que pecamos? ¡Sí, claro, lo hace cada día, continuamente! Y así, ¿cuál debe ser nuestra actitud hacia el pecado? ¡Vivir la vida con la cabeza levantada a pesar de que podemos caer en el barro! El cristiano se diferencia del que no lo es, en la actitud misma del arrepentimiento. Así que, cada vez que volvamos nuestros ojos arrepentidos hacia Dios, tendremos la seguridad de que Él nos perdona y no nos tiene en cuenta nuestra caída.

  Sal. 103:11. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra: ¿Qué quiere decir esto? Que del mismo modo que no podemos medir ni comprender con la mente limitada y finita el equilibrio del universo, así mismo no podemos entender que: engrandeció su total misericordia sobre los que le temen. De manera que si Dios ama a los hombres por el solo hecho de serlo, aún ama más a todos aquellos que se han vuelto a Él haciendo, estableciendo la unión primitiva rota por el pecado. Sobre los reconciliados, Dios vuelca su misericordia y su perdón como un torrente inagotable. Lo cierto es que su amor es tan grande como incomprensible resulta para todos nosotros. Tanto o más que la comprensión o el infinito que separa al cielo de la tierra.

  Además, como ya ha quedado dicho, ese amor universal se transforma en un amor especial, particular e individual para los que le temen. ¿Por qué? Porque estos ahora son su pueblo escogido, 1 Ped. 2:9. Además tenemos una promesa formidable: Desde hoy y hasta la eternidad, Dios nos salva continuamente, Hech. 7:25.

  Sal. 103:12. Cuan lejos está el oriente del occidente. Es decir, de un extremo del orbe al otro. Sin posibilidad alguna de unión o contacto. Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones, dando la medida del verdadero perdón. Además, sólo Dios es capaz de perdonar así. La sangre de Cristo es el detergente que ha obrado el milagro. Por obra y gracia de su muerte, el creyente aparece delante de Dios Padre justificado definitivamente y muy bien perdonado; es decir, como si ya fuese inocente de toda culpa.

  Sal. 103:13. Como el padre se compadece de los hijos… una referencia a un padre normal que si reprende y castiga a los hijos lo hace dentro de la esfera del amor. Se compadece Dios de los que le temen. Porque ha pasado a ser un padre para ellos y como a pesar de hijos de Dios, todavía no somos perfectos, ya no nos tiene en cuenta nuestras debilidades y pecados, a pesar de que sí se entristece a cada nueva caída.

  Sal. 103:14. Porque Él conoce nuestra condición… Si, Él nos conoce hasta el extremo de sorprendernos en aquel día del juicio cuando conozcamos como somos conocidos. Él nos ha creado, ha visto nuestra historia y conoce nuestras debilidades. ¡Como un padre! Él nos entiende porque se acuerda muy bien de que somos polvo. Somos hechos con sus manos por lo que tiene en cuenta nuestra pobre constitución física. Sabe lo frágiles que somos en lo físico y de la veleidad de nuestras almas, tan prontas a traicionarle y a volverle la espalda. Conoce demasiado bien las limitaciones en que nos desenvolvemos, los carencias y males de que adolecemos y las flaquezas que nos gobiernan pero aún así y todo, nos ama.

  ¡Este es el quid del evangelio!

  Juan 3:16. Porque, esta conjunción sirve de enlace perfecto entre la afirmación anterior y la que va a seguir. De tal manera, es decir, en un grado tal, en tal medida que es imposible acotarlo, ni determinarlo. Como mínimo, es tan grande como grandes fueron todos los pecados que aportamos a la soledad de la cruz. Nos ha amado y nos ama, como nadie antes pudo haberlo hecho. Con la magnitud que corresponde a un ser divino. Amó Dios, este es el principio, fin y fuente de la salvación. Esto es lo más grande que se puede decir de el Señor, que nos amó. Muchas otras cosas relacionamos con su divinidad, tales como la justicia, el poderío, etc., pero ninguna es tan grande como el amor. Dios nos amó, por que todo Él es amor. El amor es una actividad del corazón. Por consiguiente, el amor nació del mismo centro del Señor. Al mundo, es decir, al ser humano, a nosotros. No, no al cosmos invertebrado, sino al ser hecho de sus manos. ¿Hasta qué punto nos ha amado? Pues hasta el punto que nos ha dado a su Hijo Unigénito, a Jesucristo. El teórico amor de Dios hecho realidad, ya que cuando entregó a su Hijo para morir por nosotros, se estaba entregando a Sí mismo.

  Anécdota: Heroico sacrificio: “Un barco se va a pique porque tiene un boquete en su casco. El capitán reúne a la tripulación, y dice: –¿Quién irá a taparlo? –¡Yo! –exclama su hijo. Y muere taponando el agujero con su cuerpo salvando así a los demás. ¿Qué podría sentir el capitán como padre? El Paraíso Perdido de Milton: –¿Quién bajará a la tierra para salvar a los hombres?–, pregunta Dios. –¡Heme aquí, envíame a Mí!–, responde el Hijo.

  Probablemente en el cielo habrían otros a quien el Señor podía haber delegado para el sacrificio y éstos hubieran ido de buen grado a hacer un servicio para su Creador, pero no hubiera sido justo. El amor de Dios aun siendo grande, exigía un sacrificio justo, enorme, el mayor, debía enviar a su propio Hijo, a Él mismo.

  Para que todo aquel que en Él cree, no hay, pues, limitación de persona alguna. Aunque, de una manera, condiciona al hombre a dar el primer paso. Este todo aquel es terrible y a la vez justiciero. Con la muerte de Cristo, Dios lo ha hecho todo; ahora le toca al ser humano avanzar hacia adelante por medio del arrepentimiento y la fe. Además, este “todo aquel” incluye de una vez por todas al género humano. No hay limitación de razas ni situación social. Lo que normalmente sirve de barreras a los hombres, para el Señor no tiene la menor importancia. Pero es indispensable creer que puede hacerlo. ¡Qué nos puede salvar! Es menester creer para que el ser humano: no se pierda, más tenga vida eterna. así que aquí están perfectamente identificados los dos caminos: ¡El cielo y el infierno! Esta es la encrucijada en la que todo hombre debe decidir en algún momento de la vida. Ser o no ser… la condenación o el perdón. Digamos de paso que Dios no quiere que nadie se condene. El hecho de haber dado a su Hijo lo demuestra a la perfección.

  Además, la salvación es instantánea. Del mismo modo que los israelitas mordidos mortalmente por las serpientes del desierto sanaban de inmediato por el solo hecho de creer que aquella figura metálica levantada en una cruz podía salvarles. Así el hombre que confía en la muerte de Cristo como el vehículo de salvación, la experimenta en el acto, pasa de muerte a vida en el acto. En otras palabras, tan pronto como le confiesa como Señor y Salvador. –¡Acuérdate de mí!–, dijo el llamado buen ladrón.–De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso–, fue la respuesta del Crucificado.

  Juan 3;17. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo. Cristo Jesús en su primera venida no lo hizo en calidad de Juez, sino de Salvador. Sino para que el mundo sea salvo por Él. El mensaje está claro. La Salvación es universal en el sentido de que todos nosotros tenemos la misma oportunidad de salvarnos, pero ésta sólo tiene efecto en aquellos seres humanos que acuden a Cristo y se acogen a su poder, gloria y santidad. ¡Qué claman en lo más hondo de su gracia!

 

  Conclusión:

  Cualquiera pueda acogerse a esta amplia medida del amor divino. La anchura viene determinada por el porque de tal manera amó a Dios al mundo, así pues se incluye a todo el mundo. La profundidad podríamos decir que es: Que ha dado a su Hijo Unigénito. Así, este amor, parece ser tan profundo que por su causa nos dio a su único Hijo. La longitud: Para que todo aquel que en él cree. Sí, el amor de Dios es tan largo que alcanza a todo pecador. Y la altura podría ser: No se pierda, más tenga vida eterna. De manera que el amor de Dios llega tan alto que nos lleva hasta el mismísimo cielo.

  Estas son las medidas del amor de Dios y éste es el mensaje del Evangelio.

  ¡Qué Él nos bendiga!

LA PUERTA AÚN ESTÁ ABIERTA

Gén. 7:1-16

Sermón de Evangelismo,

predicado en los puntos de misión

del Carmelo y Sants.

 

  Propósito:

  Demostrar que la época de la gracia es limitada.

 

  Introducción:

  Hace poco hemos leído en la prensa diaria noticias del choque que han sufrido dos aviones españoles sobre el cielo de Francia. Las causas, a juicio de los expertos, son bien concretas: Como los controladores del país vecino están en huelga, el ejército se ha hecho cargo de los vuelos y aquellos servidores, faltos de experiencia, habían señalado las mismas coordenadas a las dos aeronaves por lo que la colisión resultó inevitable.

  El hombre normal ha hecho lo mismo. Haciendo caso a las falsas voces que suenas y resuenan en su interior, se ha desviado del rumbo que debía haber seguido como viva imagen que es de Dios. Esta falsa coordenada que distorsiona la realidad es el pecado, causa y efecto de todos los males que aquejan al hombre moderno. Y si entendemos que pecado significa errar el blanco, veremos muy bien que el hombre está cada día más lejos de la trayectoria que inició al nacer. Originalmente, el blanco o meta era Dios, o lo que es igual, una estrecha comunión con él. Pero el pecado nos desvió de la línea correcta y nos llevó rumbo al sometimiento letal y vergonzoso de Satanás. Aunque esto no es nada nuevo. La serpiente prometió a Adán y a Eva que si comían del árbol prohibido conocerían el bien y el mal. Claro, al pecar, los dos seres conocieron el mal y sus circunstancias, pero el bien aún lo están buscando a pesar de los cientos de ejemplos que ven cada día a su alrededor. Esta es la triste historia de la mejor creación de Dios.

  Antes de los hechos narrados en el texto sugerido, un gran hombre, un hombre de Dios, Enoc, había vivido y había sido traspuesto al cielo sin pasar por la prueba de la muerte y sin que, al parecer, haber influido para nada en la moralidad de la vida de su época. Pero sin embargo, sabemos que precisamente por su testimonio durante el peregrinaje de su vida en la tierra, el Dios Padre tuvo a bien glorificarlo. Así que no podemos achacarle el hecho de que su mundo se hubiese apartado del Creador por su culpa. Pero, repetimos, que su vida había producido poco efecto sobre sus contemporáneos es muy claro y evidente porque no hicieron ningún caso del modo de elevarse al cielo. Así que la vida humana del día al día siguió por sus trece: Aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, les nacieron hijas. Y viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran bellas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas, Gén. 6:1, 2. La mezcla de todo aquello es una forma de mal que se presta como instrumento de Satanás para manchar seriamente el testimonio de Enoc o del mismo Cristo cuando estuvo aquí en la tierra.

  Sin embargo, esta mezcla tenía apariencias de ser una cosa deseable. Práctica y hasta sana según el juicio de los sabios humanos de todas las épocas, ya que leemos que gracias a esa mezcla de sangre, vinieron a nacer los valientes que desde la antigüedad fueron hombres de renombre, Gén. 6:4. Mas sin embargo, el Señor no les dio su aprobación. Y es que el Señor no mira lo que el hombre mira. El Señor no tiene las metas ni los pensamientos que nosotros tenemos. Jehovah Dios vio que la maldad del hombre era mucha en esta pobre tierra, y que toda la tendencia de los pensamientos del corazón era de continuo al mal, Gén. 6:5.

  Este es el meollo, el centro, de la cuestión. El hombre tiene la mente y la naturaleza pecaminosas y en aquella ocasión, el bien que pudieran haber hecho Enoc y los grandes hombres, quedó totalmente anulado por el mal general, tanto es así, que Dios se arrepiente de habernos creado, y exclama: Arrasaré de la faz de la tierra los seres que he creado… Gén. 6:7. Pero si el Señor del cielo es justo, también es misericordioso. Aun en las condiciones tan adversas como las que estamos narrando, Él previó una escapatoria: Noé halla gracia en sus ojos y le manda construir un arca. Sí, el patriarca pudo haber sentido un cierto orgullo al notarse elegido y ver al resto de todos sus conciudadanos sucios y perdidos. Pero obedeciendo la voz de Dios, empezó a dar forma a sus deseos que no sólo anunciaban el fatal cataclismo, sino que ofrecía la posibilidad de la salvación. Sí, no había más que un modo de escapar, pero éste le fue revelado por la fe y no por la vista ni la razón, ni aun siquiera por la más calenturienta. Porque fue durante la construcción del arca, durante los largos ciento veinte años, en que aguantaba la rechifla de la gente que lo creía loco de atar, que demostró la fe en la evidencia de un final que, no por ser muy lejano, era menos inminente. Porque, ¿cómo podría Noé haber predicado toda la justicia durante esos largos años que duró la rara construcción del arca propiamente dicha, del gran navío de ciprés, sino hubiese tenido la convicción de que Dios le había hablado y que la amenaza del diluvio era una realidad terrible? En Heb. 11:7, podemos ver: Por la fe Noé, habiendo sido advertido por revelación acerca de las cosas que aún no habían sido vistas, y movido por temor reverente, preparó el arca para la salvación de su familia. Por la fe él condenó al mundo y llegó a ser el heredero de la justicia que es según la fe. El hombre natural se gobierna por lo que ve y siente, pero cuando Jehovah Dios le habló a Noé de un juicio de destrucción, no había ninguna señal del mismo. Todavía no se veía… Sin embargo, sólo se salvaron aquellos que por fe lo vieron y que, por lo tanto, se preocuparon por obtener un puesto seguro dentro del arca. Total ocho personas. Y cuando llegó la hora final oyeron la voz tan clara como la habían oído ciento veinte años antes por los oídos de la fe: ¡Entra tú y toda tu casa en el arca! Y cuando todos estuvieron dentro, en su sitio, casi sin podérselo creer del todo, Jehovah Dios cerró la puerta. ¿De verdad hacía falta más seguridad? La misma mano que cerró el arca fue la que abrió las ventanas de los cielos y rompió las fuentes del abismo por usar el mismo léxico bíblico. Así, ¿qué podían temer? El arca flotaba tranquilamente sobre el agua que había venido a ejecutar el juicio de y sobre toda carne.

  Pero, ¿qué pasó con todos aquellos que permanecieron fuera del arca cuando llegó el día fatal? Sin duda habrían muchos que desde alguna altura natural miraron con una cierta ansiedad hacia la extraña embarcación que ya flotaba sobre las aguas bajas, pero comprendían que ya no tenían acceso a ella puesto que desde hacía mucho tiempo la puerta estaba cerrada. El día de gracia pasó, el tiempo para la amonestación y el testimonio no volvió a aparecer para ellos. La misma mano que encerró a Noé, por el mismo acto en sí, excluyó a los demás y era tan imposible para unos salir como para otros entrar.

 

  1er. Punto: Inminencia de un fin y seguridad para los salvos.

  A lo mejor me diréis que el tema que hemos escogido para esta ocasión no es nada actual. Qué pertenece a la historia. Nada más lejos de la verdad: Como pasó en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre: Ellos comían y bebían; se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos, Luc. 17:26, 27. Estamos en las mismas circunstancias, estamos en una época similar, los hombres comen y beben, se casan y hacen proyectos. Igual, igual que en la era de Noé. Estas cosas no son pecaminosas de por sí, pero el mal vuelve a hallarse en el centro del corazón de los que las hacen. Así que Dios sigue hablando igual de un remedio y de la única vía de escape a su ruina inminente, pero ellos se ocupan de su prosperidad temporal. Estamos en una época en la que cientos de voces proclaman la existencia de una segunda arca gobernada por Jesucristo, pero los hombres siguen haciendo sus planes para permanecer en la tierra como si esta les perteneciera.

  Los hombres se olvidan continuamente de que hay una cláusula suspendida en su contrato de arrendamiento y que su ocupación de la tierra es válida tan solo hasta que nuestro Dios lo quiera. Los sabios indican que la vida cada día será mejor gracias a los adelantos técnicos. Todos procuran vivir más y mejor. Pero la cosa no termina aquí. Ya se afirma que el mañana será aún más cómodo; tanto es así, que se dice que el año dos mil ya no será necesario hacer ningún esfuerzo para comer puesto que bastará con la consabida pastilla de proteínas. Esto no hace sino dar fe de lo que hemos leído en la Biblia: Como pasó en los días de Noé, así será en los días del Hijo del Hombre. Y sin embargo, estas mismas razones hablan de la inminencia del fin. Del mismo modo que hubo un fin… ¡habrá otro! Jehovah Dios ya ha dicho: Destruiré toda carne… En cuanto al momento que esto suceda, se produzca, es otra cuestión; ya que puede ser dentro de un momento o dentro de un milenio. Mas el hecho de no saber en qué momento se producirá no excluye el fin. Aquellos hombres que durante tantos años veían la marcha de la construcción del arca, tampoco sabían el momento del fin… pero éste se produjo inevitablemente.

  En 2 Ped. 3:4-10, leemos: El día del Señor vendrá como ladrón de noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos y la tierra y las obras que en ella están, serán quemadas.

  Vendrá. Sin duda, el fin de toda la creación vendrá.

  ¿Qué ocurrirá con aquellos que han creído que Cristo es capaz de salvarlos del cataclismo? El mismo Señor Jesús que trastocará los elementos, será el que nos recibirá en el aire, en las nubes, cerrando de paso la puerta a nuestro alrededor para impedir que ni aún uno solo de nuestros cabellos sea tocado por el fuego. Pero, ojo, ya nadie más podrá ser salvo. Todos aquellos que en algún momento de su vida no se entregaron a nuestro Señor, serán fieles observadores de la salvación de los creyentes. ¡Y es que el mismo hecho de escoger a los salvos es el que condena a los que no lo son!

  Los hombres sueñan con una edad dorada y placentera en la vida, se ilusionan con la esperanza de un milenio de artes y ciencias; se alimentan con las utópicas cosechas abundantes del mañana. Pero, ¡qué vanos son todos esos pensamientos, sueños, ideas y promesas! La fe, nuestra fe, puede ver en el horizonte las nubes de la destrucción. El día de juicio se acerca y será lleno de ira. Entonces la puerta estará cerrada y el engaño obrará con más fuerza, si cabe, sobre los que queden:

 

  2do. Punto: ¿Hay posibilidad de salvación?

  Ahora, cualquiera que sea el objeto que pide nuestra atención al contemplar el futuro, no podemos obviar o menospreciar la importancia de atender una vez más al testimonio que tenemos a mano acerca de la gracia que se hace extensible a todos los pecadores del mundo. En 2 Cor. 6:2, leemos: Ahora es el tiempo ideal, he aquí hoy es el día de la Salvación… Pero me diréis: ¿Por qué debo salvarme sino estoy perdido? Claro, sin embargo recordaréis que dije al principio que la trayectoria del hombre se ha separado de su meta. Que el pecado es la causa final de la separación actual del hombre y Dios. Y Éste ha dicho bien claro, muchas y repetidas veces, que toda alma que pecare, morirá. Así que estáis perdidos si no creéis en Cristo. Así, sin disfraces. Sólo os queda una solución. Debéis entrar en la moderna arca si os queréis salvar. Ahora bien, ¿cómo encontrar la entrada del arca en pleno siglo XX? Además, debe ser algo que sea capaz de dar tal seguridad que ya sintáis de hecho la salvación y también, debe ser perfectamente capaz de no dejar ver los pecados a los ojos escrutadores de Dios.

  Podemos leer otra vez en 2 Cor. 5:19: Ciertamente Dios estaba en su Hijo Jesucristo reconciliando al mundo consigo mismo, no imputándole sus pecados. Este es el camino, el único camino que conduce a la salvación. ¡Sólo Cristo es capaz de perdonar los pecados! Pues en él, se centran todas las exigencias de Dios para aceptar al hombre de nuevo. Ahora bien, ¿de qué manera se encuentra realizada la acción divina de la reconciliación en el Cristo? Nosotros sabemos que es posible gracias al hecho de su muerte en la cruz. Pero hay más. La reconciliación del hombre con Dios; de Dios con el hombre, ha tenido lugar ante todo en la persona misma de Cristo, hombre y Dios: El Señor estaba en Cristo reconciliando al mundo. Sólo así, la muerte del Señor ha tenido toda su eficacia ante Dios y ante el hombre. Ahora sí podemos entender bien el resto de la frase: No imputándoles sus pecados. Es decir, perdonándoselos gracias y a consecuencia del mejor y más efectivo de los binomios que han existido en el mundo: De parte de Dios dando todo su amor hasta el extremo de consentir en la muerte de su Hijo y de parte del hombre, atraído por ese perdón, atraído por ese amor, siéndole suficiente garantía para que confiar en que la muerte del Hijo divino es lo único que puede salvarle. Así que ya sabemos que la salvación sólo puede ser posible cuando el hombre alarga la mano hacia el Señor suplicando el perdón. ¡Sólo asiendo y girando el pomo de la puerta, en tanto está entreabierta, podemos salvarnos!

 

  Conclusión:

  ¿Cuál es el v que nos puede llevar a convencernos de la fiel seguridad de la salvación de Cristo? Este: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él crea, no se pierda más tenga vida eterna. ¿Cuál es el vehículo capaz de hacernos experimentar la fuerza suficiente para que podamos alzar la mano suplicante? La fe. Anécdota: “El niño de la casa ardiendo”: Estaba en el balcón del tercer piso de una casa ardiendo. Los bomberos le piden que salte y ante la negativa de éste, van en busca del padre. Cuando llega, extiende los brazos y le pide que salte. Inmediatamente, el niño salta. Esto es la fe. Es confiar ya en estar salvos. No, no os dejéis engañar por las señales actuales. Lo mismo que en tiempos de Noé, mientras estaba construyendo el arca, nada nos parece indicar la inminencia del fin. Pero éste se acerca. Éste es real. Sólo podemos aprovecharnos de esta oportunidad de salvarnos mientras dure el periodo de la gracia o cuando menos, mientras estemos vivos. Y del mismo modo que no sabemos cuándo ni cómo moriremos, tampoco sabemos bien la duración del período abierto de la reconciliación. Depende totalmente de Dios y de nadie más. ¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad? Ahora es el tiempo ideal, he aquí hoy, es el día de la Salvación. Sí, cierto. ¡Puede ser el día de tu salvación! La puerta está abierta… ¿por cuánto tiempo? No lo sabemos. Entra pues en el arca ahora que puedes… y serás salvo. Cree en el Señor Jesucristo… ¡y serás salvo!

  Amén.

EL HOMBRE SE HA DESVIADO

Sal. 14:2, 3; Jer. 17:9, 10; Rom. 1:28-32; 2:1

 

  Introducción:

  Los titulares de Tele/exprés del día 16 de marzo de este año: “Panamá no quiere ser colonia Usa”. “Bofetadas en el colegio de abogados en Madrid”. “La última batalla de los sioux”. Y “en torno a la reconstrucción del Vietnam…”

  ¡Este y no otro es nuestro mundo reflejado un día de lo más normal, un día cualquiera! Sencillo. El hombre fue un ser hecho a imagen y semejanza de Dios; es decir, un ser justo, bueno, inteligente y superior al resto de la creación, pero le hizo libre y escogió desobedecer a Dios y pecar dándole la espalda. Así, desde este mismo momento el Señor ha procurado por todos los medios atrayéndoselo de nuevo. Pero todo hombre, por voluntad propia, ha roto o desviado el rumbo que conduce a Él. Hoy sabemos que los aviones en el cielo se gobiernan por espacios aéreos trazados por coordenadas y datos que convierten las nubes en carreteras, pero si cualquier aparato no sigue el rumbo establecido, jamás llegará a su base. El hombre ha equivocado su rumbo. Dios Padre, su estrella polar, le había trazado un mapa con la ruta adecuada para llegar a buen puerto; pero el hombre se cree sabio y piensa que se basta y sobra para llegar, aunque, todos lo sabemos bien, jamás lo conseguirá estando solo. En la época en que la navegación naval tenía que confiar tan solo en la rústica brújula, se cuenta de un oficial que la saboteó con un imán llevando a toda la tripulación a una muerte cierta. ¿Cuál puede ser el imán que Satán pone junto al hombre como si este fuese la brújula? ¡El pecado!

  Pecado significa errar o fallar en el blanco. Originalmente el blanco del hombre era el Señor. El hombre tenía una estrecha relación con Él, pero el pecado le desvió de la ruta correcta. No obstante, el rumbo del hombre debe llevarle a alguna parte pues que no puede viajar ni llegar al vacío. Así… ¡si no va rumbo a Dios… va rumbo a Satán! ¿Sabéis que el pecado fue la causa, aunque no el motivo, de la muerte de Cristo? Ahora leer poco a poco la poesía: Esto en la Guerra (Balbuceos Navideños, pág 83). Aquella serpiente (Satán) había prometido al hombre el conocimiento del bien y del mal. ¡Y a fe que se lo dio!

  Por otra parte, podemos preguntarnos: ¿No quería Dios acaso, que el hombre conociera estos extremos? Según el plan del Creador, el hombre tenía que haber percibido el bien y el mal por medio de sus triunfos sobre la tentación, pero precisamente por haber caído en el pecado, llegó a saber demasiado bien lo que era el mal y apenas intuyó lo que pudo haber sido el bien. Por querer ser creador en vez de creado, las puertas del paraíso se abrieron ante él… ¡pero para salir!

 

  Desarrollo:

  Sal. 14:2. Es decir, miró con detenimiento la conducta de todos los seres de la tierra. Para ver si había algún sensato… algún hombre sabio, entendido y prudente en contraste al necio descrito perfectamente en el v. 1. Que buscara a Dios. Así que hace falta en verdad ser sabio para que además de reconocer que hay un Dios Padre sustentador, le busque para servirle y adorarle como su soberano. Mas Él descubre que nadie, absolutamente nadie le busca.

  Sal. 14:3. La raza humana, gracias a su naturaleza pecaminosa ha caído en brazos del pecado, así que todos se han ido, se han apartado de la senda hollada por los pies de Dios. Mas, como decíamos más arriba, si el hombre no sigue al Señor, sigue a sus necias apetencias carnales, es decir, a Satanás. Todos nos descarriamos, dice Isa. 53:6: A una se han corrompido, dirá este salmo. No hay nadie sano. Al igual que las manzanas sanas de una cesta se pudren al contacto con una mala, el hombre, por la mancha de su pecado, ha afectado hasta su metabolismo y ha cambiado su capacidad moral y su maravillosa naturaleza. La raza humana ha caído… Rom. 3:10. ¿Qué pasaría si cogiésemos la pareja humana más sana, buena e inteligente del universo y la trasplantáramos a una isla desierta? ¿Se acabaría el pecado? ¡De ninguna manera! A la segunda generación como máximo todos habrían pecado. Es cosa de naturaleza. No hay quien haga el bien; no hay ni siquiera uno. No, no hay nadie que en algún momento de su vida no haya pecado. Además, y aquí hay algo muy cruel y doloroso, todo lo que el hombre haga por sí mismo, aun lo mejor según la tabla de los valores humanos, es malo. ¿?

  Por eso, lo mejor del hombre según el hombre, para Dios es como la basura. No sirve para nada. ¿Por qué? Por no hablar el mismo idioma. Si tuviésemos un valioso aparato de radio portátil y se lo diésemos a una hormiga, ¿le sería útil? No, lo pisotearía y hasta despreciaría. No hablamos el mismo idioma. Lo que para nosotros es de valor para la hormiga no es sino un obstáculo en su camino. No hay nada que pueda ser agradable a Dios, por más difícil que sea conseguirlo, si sale del corazón pecaminoso del hombre.

  Jer. 17:9. Engañoso: Una palabra formada de una raíz que significa el que embauca o el que suplanta. Es la misma palabra que forma el nombre de Jacob. ¿Por qué? Porque suplantó a su hermano Esaú y engañó a su padre Isaac. Esta es la forma o la idea conque el corazón suplanta la verdad por la mentira. Es el corazón, más que todas las cosas, y sin remedio. El corazón es el órgano sensitivo vital. Es el que hace circular la sangre y a la vez reclama para sí el centro de toda vida emocional. Todos los hechos del hombre interior son atribuidos al propio corazón, ya que lo que hoy llamamos conciencia, los más antiguos llamaban corazón. Pero la Biblia, las Escrituras, nos dice en esta ocasión que la conciencia es más engañosa que todas las cosas. Si la que nos debía guiar en nuestro camino empieza por engañarnos, ¿adónde iremos a parar? Además, gracias a su naturaleza, nunca podremos estar seguros de su verdadero comportamiento. Por eso, a veces, lo que normalmente consideramos malo, lo vemos menos malo, puesto que nuestra conciencia nos lo disfraza para que lo veamos menos malo y, por lo tanto, realizable o, cuando menos, justificable. El corazón pues es engañoso; es decir, dado al mal y dominado por él. Sí, la vida del hombre natural, sin Dios, se desarrolla cuando menos sometida al mal. Pero lo que sin duda es peor, está sin esperanza real de regeneración por sus propios medios o por los medios naturales del entorno que le rodea. Así que nos parece tan necio confiar en el corazón de nuestro prójimo como en el nuestro, Prov. 28:26. La pregunta central es: ¿Quién lo conocerá? Ningún mortal, desde luego. Y la verdad, no puede hacerlo porque es engañoso. Nadie puede prever cuál será su reacción ante un problema real de la vida.

  Jer. 17:10. Sólo Dios conoce al hombre tal y como es. Para Dios no es problema ver el interior del hombre ni aun siquiera el rincón más escondido de éste. Para Él ni hay secretos ni hay misterios. No solamente conoce la fuente secreta de nuestros pensamientos, sino que descubre la más sutil de las raras malezas del corazón. Ahora bien, ¿con qué fin escudriña Dios nuestros corazones? ¡Para dar a cada hombre según su camino y según el fruto de sus obras! Aquí está bien claro. Nadie que no sea nuestro Señor es capaz de juzgar con verdadera imparcialidad, porque es que nadie más conoce nuestro interior como Él. Tanto es así, que la observación de Dios en lo más secreto del alma, llegará incluso a significar un premio cuando se nos dice con claridad meridiana que ¡conoceremos como somos conocidos! Sólo nuestro Dios puede ejecutar un juicio justo. ¿Cuál puede ser? ¡Bendición en obediencia y maldición en desobediencia! Sin embargo, la justicia del Señor es justa y necesaria entre los seres humanos debido precisamente a la injusticia de la humanidad. Sí, el cruel pecado nos convierte a todos iguales. Sí, todos somos medidos por igual rasero. Pablo, que espiritualmente hablando era un médico muy certero y sabio, diagnostica una enfermedad común a la iglesia de Roma y a todas las iglesias:

  Rom. 1:28. Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios: en otras palabras: como ellos se desentendieron del Señor para encontrar la solución a sus problemas… el Padre Dios los abandonó. ¡Y es que todos ellos se hicieron los desentendidos! Sabían del verdadero Señor y no lo quisieron, lo rechazaron. Prefirieron ignorar al Señor para andar de forma más plácida siguiendo los designios de su corrompido corazón. Pero en este v hay algo extraño: En apariencia lograron su propósito de vivir lejos del Señor. En efecto, El Señor los entregó a una mente reprobada, para hacer lo que no es debido. Han llegado a tal situación que ya no pueden discernir entre el bien y el mal, entre lo que les conviene o no. ¿Mas, cómo es posible llegar a esta situación? Se ha deformado de tal modo la conciencia que se ha puesto tan dura como un callo. Los hombres han abandonado al Señor y éste, simplemente, los dejó a su suerte… ¡Es el precio parcial de la libertad mal entendida por el hombre! Y es que cuando se deja dominar por sus embrutecidos deseos carnales, se convierte en un ser vicioso, codicioso y orgulloso.

  Rom. 1:29-31. Estos tres vs. encierran la lista de pecados que demuestran lo bajo que ha caído el hombre carnal. Veamos: Se han llenado de injusticia, atropellos y explotación injusta; maldad, deleite en la práctica del mal; avaricia, el estado de la desviación espiritual que solamente busca perjudicar al prójimo; perversidad, ambición desmedida de poseer más y más; repletos de envidia, odio dentro del corazón que se enfoca hacia los que están sobre nosotros o hacia los que poseen cosas o artículos que no tenemos; homicidios, asesinatos; contiendas, disputas y pleitos; engaños, mentiras; mala intención, maldad de gran extensión de acción; contenciosos, siempre buscando la pelea; calumniadores, le gusta hablar mal de su prójimo y en secreto; aborrecedores de Dios, esto sí es curioso. Odian a Dios Padre a causa de sus propios pecados; insolentes, observan a los demás por encima del hombro; soberbios, miran con altanería a los que les rodean; jactanciosos, llenos de vana presunción; inventores de males, sí, a más pecado, más maldad; desobedientes a sus propios padres, al no haber temor de Dios no hay respeto para nadie, y menos para los familiares más viejos; insensatos, sin entendimiento; desleales, faltan al trato con facilidad; crueles, hacer el mal por hacerlo, porque sí; sin misericordia, sin nada de compasión. ¡Ya no hay amor!

  Rom. 1:32. A pesar de que ellos reconocen el justo juicio de Dios (conocen bastante bien lo que les espera), que los que practican tales cosas son dignos de muerte (todos ellos saben que están condenados irremisiblemente), no sólo las hacen, sino que también se complacen en los que las practican. Así que no solamente hacen lo que les dicta su perdida conciencia, sino que aplauden a los que hacen lo mismo y se alegran del mal de los demás.

  Rom. 2:1. Y por lo tanto, no tienes excusa, oh hombre, no importa quién seas tú que juzgas (no hay ninguna excusa para desplazar al Señor del papel de juez); porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo (¿Sabéis por qué? Porque el que quiere juzgar a los otros tiene los mismos pecados que aquel a quien trata de juzgar), pues tú que juzgas haces lo mismo. Eres igual de pecador. O bastante más. Así que, ¡atención!, cuando condenamos a nuestros deudores, nos condenamos a nosotros mismos.

 

  Conclusión:

  Hemos dicho varias veces la palabra pecado, pero no debemos avergonzarnos. A las cosas hay que llamarlas por su nombre a pesar que nos parezcan repulsivas. ¿Deberíamos decir “fraude” o “engaño” para disimular el pecado? No. De ninguna manera. A un frasco con veneno no podemos ponerle una etiqueta que diga “esencia de menta.”

  ¡Qué Dios nos ayude a parecernos a Él!

 

EL HOMBRE, UN SER RESPONSABLE

Gén. 1:27-30; Hech. 17:30, 31; Rom. 14:10-12

 

  Introducción:

  ¿Dónde tiene origen el mal, en el hombre o en Dios? En el hombre, claro, porque el mal es el fruto de la desobediencia a la voluntad del Señor. Se cuenta que en un incendio de Buenos Aires, los bomberos encontraron un hombre que estaba echado en la cama. El examen posterior reveló que hacía horas que había fallecido víctima de las drogas y el alcohol que él mismo había preparado en una especie de alambique casero. Este aparato provocó el incendio de manera que podemos decir bien que el pecado de aquel hombre le alcanzó y, lo que es aún peor, trajo el mal para los que le rodeaban.

  ¡El pecado es quien castiga al pecador a quien Dios ha dejado revolcarse en su rebeldía! Rom. 1:24-30. ¡Qué imagen diferente da este hombre con relación al ser estudiado el domingo pasado! Desde el momento de su creación por Dios, ocupa el primer lugar dentro del gran concierto universal. Para diferenciarlo de los demás seres, el Señor antes de crearlo, exclama: Hagamos al hombre a nuestra imagen… Este solo hecho coloca al hombre en ese lugar privilegiado que hemos señalado pero, a la vez, al mismo tiempo, es un lugar de gran responsabilidad. Veamos por qué: (1) Tiene una responsabilidad moral por el hecho singular de conocer el bien y el mal y, por ende, tiene el deber de amar a sus semejantes. (2) Tiene una gran responsabilidad espiritual porque no ha sido creado por gusto ni por diversión. Ha sido creado con el propósito de relacionarse con su Creador para vivir en íntima armonía con Él, y (3), tiene una responsabilidad administrativa por haber recibido del Él poder para gobernar y hacer uso de todo aquello que tenga o pueda tener al alcance de la mano.

  Así pues, vemos al hombre perfectamente capaz de ser capaz y responsable de sus actos. Y, sobretodo, hacerlo en olor de santidad. Porque no es tanto nuestra actitud externa lo que ve Dios, sino nuestra intención. Recordar el caso de Caín y Abel. Muchas veces caemos en el mismo error pensando que Abel halló gracia en el Señor a causa de sus ofrendas sólo en contra de las de su hermano, pero en Heb. 11:4, leemos: Por la fe Abel ofreció a Jehovah más excelente sacrificio que Caín por lo cual alcanzó testimonio de que era justo. No fue por casualidad que Dios eligiera mejor una oveja para su ideal sacrificio en vez de un fruto de la tierra. La diferencia en mucho más profunda. La excelencia del sacrificio radicaba en el interior del donante, uno lo daba con fe, tratando de reconciliarse con el Padre; el otro, con algo de servilismo, porque no había más remedio, era la costumbre… ¡Y no le sirvió de nada!

  Por alguna extraña razón, somos responsables hasta en nuestros más pequeños detalles y decisiones.

 

  Desarrollo:

  Gén. 1:27. Esto es la conclusión, de la declaración del v. 26 que estudiamos el domingo anterior. A imagen de Dios lo creó… ¿Qué es una imagen? Ilustración: “Una noche despejada en la que pueda verse la imagen de la luna reflejada sobre el agua. Mientras el viento no perturbe la superficie del agua o alguna nube cubra el satélite, la imagen de este brillará clara y neta. Pero si algo se interpone, la imagen desaparecerá, pero la luna no. Pasa lo mismo si se tira una piedra al agua, la imagen se deforma, pero la luna no.” Con el hombre ocurre algo semejante. Es la imagen de Dios, no la física como dejamos dicho claro, sino la espiritual y moral. Pero la imagen se ha distorsionado, se ha deformado, a causa del pecado que se ha interpuesto entre el uno y el otro. Por eso decíamos que todo el hombre es mental, moral y socialmente semejante a Dios. Por ello, en su libertad, siempre tiene opción en cuanto a obedecerle o no, pero esa libertad lo hace jurídicamente apto y responsable. Sólo el pecado, como apuntábamos un poco más arriba, es la causa de la muralla que se ha levantado entre el Uno y el otro. Mas, por su gracia, al aceptar a Cristo como Salvador y Señor, esta semejanza rota se restaura de nuevo y la muralla se derriba. Varón y hembra los crió. La presencia de ambos sexos en la cúspide de la creación los apareja por igual en los privilegios y deberes. Dios instituyó el matrimonio con un fin determinado: ¡Extender y garantizar la vida humana!

  Gén. 1:28. Dios los bendijo y les dijo: El Señor consagró la unión matrimonial. Consagró el establecimiento del hogar y la familia. Hombre y mujer con compelidos a vivir el uno para el otro y ambos para Dios. ¿Dónde queda el divorcio? La unión de la pareja en un matrimonio queda establecido como sigue: ¡Un hombre para una mujer y una mujer para un hombre, y para siempre! Y aunque el imperativo de llenar o fructificar tiene relación con los frutos de la unión del matrimonio, sin duda aquí hay algo más. Parece ser un mandato a trabajar y hacer producir a la tierra y a todo aquello que ya está puesto a su alcance en la naturaleza, para asegurar el sustento y bienestar propio, de los hijos y de las personas de su responsabilidad. Ser fecundos y multiplicaos. Aquí si que hay un mandato urgente de reproducir y multiplicar la raza. Y de donde se desprende que la vida sexual sana forma parte del santo proceso creativo del Señor y dentro de esa unión, del matrimonio, la relación marital tiene un papel preponderante. Digamos de paso, que el ser humano no tiene ninguna excusa para la relación sexual fuera del matrimonio. Llenad la tierra; he aquí también un mandato claro para que el globo sea colonizado en su totalidad, Hech. 17:26; Gén. 11:8. Sí, sojuzgarla y tened dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y los animales que se desplazan sobre la tierra. El hombre tiene el deber de conquistar la tierra, de dominarla y explotarla para beneficio propio y ajeno, de la comunidad en general. Su dominio no está limitado a las cosas inanimadas de la tierra, sino sobre todos los demás seres vivos inferiores estén donde estén.

  Gén. 1:29. Así que todos los vegetales fueron creados como sustento para el hombre o cuando menos, para su deleite. Parece ser que en el origen el hombre debía alimentarse de vegetales, legumbres, hortalizas, etc., pues por lo que sabemos sólo tras el diluvio, el Señor incluyó la carne en la alimentación diaria del mismo, Gén. 9:3.

  Gén. 1:30. Así que los animales eran vegetarianos. Lo cierto es que todo se realizó como había sido determinado. Sí, Dios sustenta a todos los seres vivientes y cuida de su creación, Sal. 36:6.

  Hech. 17:30. Los griegos del Areópago eran sabios en el campo de la filosofía y de todos los conocimientos humanos, pero ignorantes en cuando a la existencia y poder del verdadero Dios. ¿Cuáles podían ser los tiempos de la ignorancia? Pues todos aquellos en que se cometían pecados a causa de no saber que lo eran ante los ojos del Padre. De ahí la importancia de la predicación. Pablo pone su sano granito de arena ante aquellos sabios, nosotros… dónde se presente la buena ocasión. Ahora bien, ¿seremos culpados nosotros de los pecados cometidos en la ignorancia? Rom. 3:24, 25. Pero este estado de cosas no puede continuar así. Y si el hombre sabedor de Dios continúa pecando ya no tendrá excusa. Por eso, manda a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan. Delante de este enorme evangelio, el hombre está ante la encrucijada eterna: Con su libertad, puede seguir a Cristo o… ¡negarlo! Así que todos deben arrepentirse, iniciar la marcha hacia el sentido contrario. Deben hacerlo porque de lo contrario no tendrán consuelo en el día final. ¿Por qué?

  Hech. 17:31. Clara referencia al Juicio Final en el día de la segunda venida de Cristo. De una cosa podemos estar seguros: El juicio particular será justo y no podremos de ningún modo criticar el veredicto. Cristo será el Juez, Él hizo el mundo, lo gobierna y lo juzgará. Él tiene las credenciales con las que su buen Padre lo ha revestido ante el mundo entero: ¡Resucitarle de entre los muertos! De manera que tendrá un doble papel: Salvador y Juez. Sí, esta condición divina nos iguala a todos con el mismo rasero. No hay cristianos más grandes ni más pequeños. Ni débiles ni fuertes. La Iglesia de Roma tenía este problema. Algunos hermanos curtidos estaban seguros de que la calidad de la vida cristiana no depende de la clase de alimentos que se iban a ingerir ni de la cantidad de días festivos guardados o dejados de guardar. Otros creyentes inmaduros, hacían distinciones más superficiales en ciertas prácticas personales. Como consecuencia, los unos juzgaban y criticaban a los otros y los otros negaban y menospreciaban a los primeros.

  Rom. 14:10. Referencia al hermano débil que critica al fuerte. Pablo esconde una fuerte reprensión. Están usurpando la parte, la función que pertenece por naturaleza al propio Cristo. Y dice: O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Es una clara reprensión al hermano maduro y formado. Sí, ¿por qué tomas en poco a tu hermano en la fe? La madurez cristiana se caracteriza en amor y comprensión para los hermanos aunque no estén de acuerdo con nuestras maravillosas ideas. Pues todos iremos ante el tribunal de Dios. Tanto el que juzga y critica como el que menosprecia estarán un día ante del Juez supremo. Claro, en nuestro caso, no para algún tipo de condenación pero se nos pedirán cuentas en lo tocante a la administración de nuestra mayordomía, 2 Cor. 5:10.

  Rom. 14:11. En el llamado día final, todos, absolutamente todos, proclamaremos el Señorío y soberanía de Dios. Los salvos se inclinarán y confesarán su alborozo, mientras que el resto lo hará con dolor.

  Rom. 14:12. De manera que cada uno de nosotros rendirá cuenta al Señor de sí mismo. Claro, cada cristiano, de forma individual, dará cuenta al Juez Supremo. Mas, ¿sobre qué daremos cuentas? ¡De todo lo que hayamos recibido de Él en esta vida! La vida, el cuerpo, las energías, el tiempo, el pan, los bienes, etc. Todo saldrá a la luz, hasta el último de los trapitos sucios. Y lo malo de todo es que no tendremos a quien dar las culpas de nuestro posible fracaso, a pesar de estar rodeados por millones de seres.

 

  Conclusión:

  Una lavandera se quejaba de que su ropa quedaba mal lavada y exclamaba con mal humor: –Tiene la culpa la lavadora-. Claro que sí, siempre decimos lo mismo: –Tiene la culpa Eva. Tiene la culpa la serpiente-…

  Debemos terminar con todas las excusas: ¡Somos serios y responsables de nosotros mismos”

  Así que, queridos hermanos, administremos bien todos los talentos ahora que aún estamos a tiempo.

  ¡Así sea!

EL MUNDO PERTENECE A DIOS

Gén. 1:1, 26, 31; Sal. 24:1, 2; 104:24-30

 

  Introducción:

  Cierta vez un minero se estaba quejando de lo dura que le resultaba la vida, pero su interlocutor le dijo: ¿No es maravilloso que Dios nos haya dejado enterrado este filón de carbón para que podamos calentarnos y darle mil usos? Cierto, contestó el primero, pero me habría gustado que lo hubiese puesto un poco más cerca del suelo. ¿No será este el espíritu de algunos de los cristianos? Algunos quisieran que la vida, después de haberse salvado, fuera menos difícil. Sin duda iban a vivir más contentos si el grito de ¡toma tu cruz y sígueme!, no se hubiese exclamado nunca. Éstos puede que no sean del infierno, pero sí del mundo.

  Hoy abrimos una nueva Unidad de Estudio titulada: “Nuestra Condición Humana”. Y nuestra primera lección es: ¡El mundo pertenece al Señor! Sí, la creación es una obra exclusiva del Hacedor. Y es una obra que los que poseemos una mente finita no hemos podido llegar a entender del todo; pero, eso sí, nos revela todas las cosas invisibles del Señor, Rom. 1:20. Así que ahora vemos al Señor no sólo en su revelación directa, sino a través de todas sus obras: ¡Dios es dueño absoluto y soberano de la vasta Creación! En cuanto a la conexión de los evidentes descubrimientos físicos y arqueológicos con la narración bíblica podemos decir que hay varios medios que la armonizan, dejando sentado primero que los seis días de los cuales se habla en Gén. 1, describen otras tantas épocas más o menos representativas y una lenta formación verificada en la superficie de la tierra. Sí, lo dicho no forma parte de ninguna herejía porque para Dios, los días, épocas o milenios no tienen importancia, Sal. 90:4.

  Segundo, las largas épocas indicadas en la estructura geológica del globo tuvieron lugar antes del inicio de la narración bíblica, o más bien, entre el intervalo que media entre el v. 1 y el 2 del cap. 1º de Gén. Tercero y último, Dios redujo la obra de aquellas épocas ignoradas a seis días cortos y creó el mundo como lo hizo con Adán, en un estado de plena madurez.

  Según el primero de estos modos de interpretación, la última teoría de la creación puede formularse como sigue: En el v uno se indica la creación original de la materia en una forma gaseosa difundida universalmente y definida ya como una cosa sin forma y vacía. En el primer día fue formada la luz por una reunión química de las partículas gaseosas. En el segundo, fue hecho el firmamento y el gas se condensó en las incontables esferas de materia nebulosa, base y fundamento de la tierra. En el tercero, llegó la condensación de esa materia nebulosa destinada a la tierra, que fue transformándose en una masa mineral líquida que, al enfriarse de forma gradual por la superficie, dio ocasión a la separación del agua de la tierra y el comienzo de la vegetación. En el cuarto día, siguió la organización del sistema solar con el día, la noche, las estaciones, el clima, etc. En el quinto, vino la creación de las órdenes inferiores de vida animal, de los reptiles y aves. Y en el sexto, fueron creados los animales superiores y como clímax, el hombre.

  Naturalmente, estamos de acuerdo en que estos días geológicos han sido épocas de considerable duración, siendo cada una más larga que la que la seguía de forma natural. Pero estamos en contra de todo aquello que huela a la teoría de la evolución. Dios dejó hacer a la creación en cualquier época, ¡pero Él creó! Así es científicamente imposible que si decimos que la Tierra salió del sol, pueda por sí sola engendrar vida ni aun por la misma casualidad. Dios bien pudo dejar que el agua se evaporase por el calor y que se condensase en lluvia después, pero todo esto no es suficiente, con ser mucho, para engendrar la vida. Sí, hizo falta su dedo: ¡Su Palabra! No hay evolución. La unidad de la raza humana tuvo origen de un solo golpe en Adán, Mal. 2:10; Hech. 17:26. Así que el hombre también es y pertenece a Dios por derecho de creación como cumbre del orden mundial. Pero es que además, el hecho de estar creados a su imagen, hace que todos los humanos le pertenezcan aún más y si cabe, nosotros lo somos todavía más por el hecho de la Redención.

  Podemos afirmar, pues, que el mundo pertenece a Dios.

 

  Desarrollo:

  Gén. 1:1. En el comienzo del tiempo, es cuando su noción sale por primera vez. Cuando se inicia la cuenta del primer segundo, aparece este vocablo tan vital para la vida de todos los hombres: ¡El tiempo! Antes de ese inicio no había nada, excepto, claro, el mismo Dios. Creó… La idea del verbo descrito aquí, nos indica creación de la nada, por cuanto no existía antes material alguno. Dios… en he procede de una raíz que significa poder, fortaleza, etc., concretamente de la palabra Elohim. Aquí a Dios, pues, se le llama el Fuerte o el Poderoso. Además, la idea, en el original, está escrita en plural, pero no para expresar pluralidad de dioses, sino para realzar la majestad y la grandeza de los atributos de Dios. Los cielos y la tierra, es decir, el mundo o el Universo. Como vemos en este primer v de la Biblia es una introducción general a la afirmación de toda ella: Cuánto existe en el universo tiene su origen y fin en Dios, Rom. 11:36.

  Gén. 1:26. Ese Dios fuerte y poderoso antes de dar el paso supremo de la creación, parece que hace una pausa, y exclama: Hagamos al hombre… Otro verbo en plural que muchos ven un diálogo entre personas de la Trinidad; pero parece ser mejor la idea de un lenguaje de Majestad, como lo es el nos de los reyes y papas. A nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Aquí hay dos términos que tienen el mismo significado. Y usados a la vez para dar más realce al asunto. Esta imagen y semejanza se refieren directamente a la propia naturaleza mental, moral y espiritual del hombre. Pero si hilamos más fino, diremos que estando hablando de poderes de ser, razonamiento e inteligencia, de libre voluntad y de clara conciencia propia y de su capacidad para hablar y comunicarse con Dios. No tiene nada que ver con el aspecto físico. ¿Por qué? Porque Dios no tiene cuerpo.Y que tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la misma. Así, aunque el humano no provee nada para los animales, sin embargo, por designio divino, tiene poder sobre ellos. El hombre, por la gracia de Dios, ha sido constituido en señor de la creación inferior.

  Gén. 1:31. Todo era bueno, perfecto y sin fallo alguno. Todo estaba ya listo, cada parte por separado estaba bien hecha y el conjunto estaba perfectamente terminado. Pero de todo aquello sobresale el hombre. Ahora bien, al decir que las cosas fueron creadas por y para Cristo, señalamos de paso que el único ser racional hecho a imagen de Dios, lo fue únicamente para darle culto y alabanza. Y fue la tarde y fue la mañana del sexto día. Aquí Dios acaba su obra dándonos una lección de trabajo y descanso medido. El domingo es el día adecuado para el reposo y adoración especial a Dios.

  Sal. 24:1. Aquí Dios aparece designado por otro nombre. Y significa: El que existe por sí solo. No, no ha tenido principio ni tendrá por consiguiente fin. Vive por su propia energía, es decir, por sí mismo. Y por contrapartida, el hombre sólo tiene potestad en términos totalmente temporales. Posee títulos de propiedad de terrenos, pero sólo son válidos entre los hombres. El mundo y los que en él habitan… Esto es una clara señal y referencia al globo habitable y por ende, al hombre. Sí, todo es de Dios. El hombre, por consiguiente, no es dueño de nada, ni de sí mismo. Su cuerpo, alma y todo el ser son propiedad real y absoluta del Señor. El es sólo administrador y mayordomo de algo, por eso nada puede llevarse cuando parte de este mundo.

  Sal. 24:2. Otra alusión evidente a su soberanía. La tierra es suya. Él la hizo y la habilitó para el uso del hombre. Como ya hemos dicho antes, en el principio el agua cubría la tierra, pero pronto se evaporó y apareció la tierra seca. Aquí no hace falta pensar que Dios la secase, sino que creó el principio natural de la evaporación y las contracciones internas del planeta azul que hicieron emerger las tierras altas y secas.

  Sal. 104:24. El hombre consciente le basta extender su mirada en cualquier dirección para descubrir no sólo maravillas, sino complejidad y cantidad. Pero nunca jamás llegará a dominar o a catalogar todas las maravillas del Universo. Cuando más avanza en el conocimiento de las cosas, otras van apareciendo como novedades. Se descubrió la telefonía y enseguida apareció la comunicación sin hilos. Se descubrió el cinema y apareció la televisión. Se descubrió como volar y apareció la reacción. Se descubrió la bomba atómica y apareció la de hidrógeno… Y así un largo y ancho etc., que no citamos para no cansar. A todas las hiciste con sabiduría, todo fue creado con tal precisión y orden que hasta las cosas más significantes cumplen las leyes naturales. Sí, todo tiene su razón de ser. Hasta los animales e insectos más pequeños o dañinos tienen su razón de ser en la creación, aunque sean tan solo para mantener el nivel perfecto de la ecología universal. Y todo ello se ajusta a la idea de que jamás pudo haber sido creada por casualidad, sino gracias a una mente infinitamente sabia e inteligente. Toda la tierra está llena de tus criaturas: Todo está a punto. La fuerza de la gravedad se contrarresta con la centrífuga. Las mareas y los climas no son más que beneficios para el hombre. Ahora sabemos que si la corteza terrestre tuviese tres metros más de espesor, no habría oxígeno en la atmósfera y sin él no sería posible la vida animal. Y también sabemos que de no existir la capa atmosférica que nos envuelve, cientos de miles de cuerpos espaciales eliminarían con rapidez la vida en la tierra y gracias a la misma defensa no nos quemamos por los rayos solares, puesto que esta corteza gaseosa los filtra e inclina. Gracias, pues, a este santo orden y precisión matemática existe vida sobre la tierra y, por lo tanto, ¡el hombre!

  Sal. 104:25. El Salmista separa de nuevo la tierra seca del mar y se detiene en la contemplación de este último, un lugar inmenso que a juicio de los sabios ecologistas, es el almacén alimenticio del futuro. Este es el mar grande y ancho, en el cual hay peces sin número, animales grandes y pequeños. Desde el plancton a las ballenas.

  Sal. 104:26. Sobre él navegan los navíos, clara alusión a los diferentes tipos de barcos que surcan los mares de una punta a otra. Sigue: Allí está el Leviatán que hiciste para que jugase en él. Se refiere a un monstruo marino o a una ballena, comp. Sal. 74:14; Job 3:8; 41:1.

  Sal. 104:27. Todas las familias vivientes, desde vegetales hasta el hombre, dependen de Dios para su sustento. Así, basándonos en el axioma de que la materia no se destruye, sino que se transforma, los vegetales viven para el sustento animal y las sustancias orgánicas que llegan a segregar éstos, dan sustento a la vida vegetal en un círculo armónico.

  Sal. 104:28. Tú les das, ellos recogen. La idea es que a causa de su situación, a cada ser viviente, el Creador pone el alimento cerca de la mano y ellos no tienen más que cogerlo. Sigue así: Abres tu mano, y se sacian bien. Claro, el Señor derrama sus bendiciones y posibilidades de existir aun en las situaciones más difíciles.

  Sal. 104:29. Escondes tu rostro, es decir, cuando Dios da la espalda todo va mal. Cuando el Señor retira su providencia, los hombres se desvanecen. La vida se hace imposible. Les quitas el aliento, y dejan de ser. Si Dios es el Dueño y la Fuente de la vida, puede muy bien quitar o dar la vida a cada momento. Y así vuelven al polvo. Todo es materia, todo vuelve al polvo. Los seres vivos que han nacido han de morir, pero el hombre tiene una ventaja. Tiene un alma inmortal. Un alma que dejada en manos del Señor, puede llegar a ser feliz toda la eternidad dando alabanza a Cristo Jesús.

  Sal. 104:30. Nada tiene lugar fuera del conocimiento divino. De forma especial la vida que aparece lo hace bajo la orden directa de su Creador. En su sabiduría va reponiendo generaciones que suplen a las que desaparecen. Gracias pues, a esta doble acción renovadora del Señor, la vida en la tierra actual está siempre joven y lozana. Si Dios no decide abandonar la tierra, no faltará nada sobre ella.

 

  Conclusión:

  Esta es nuestra condición humana: ¡Depender de forma total de Dios! Para el cristiano la lección es clara: Debe tratar por todos los medios de volver al origen primario de la comunicación con Él a pesar de las dificultades que entraña la vida actual y moderna. Hay que dar gracias al Señor por el pan de cada día. Hay que darle gracias también por el 2º Mandamiento.

  No desesperemos jamás: ¡Dios no tiene prisa! Cierto día en que alguien esperaba intranquilo un desenlace que le era importante, se paseaba nervioso por el pasillo de la clínica. –¿Qué te pasa?–, quiso saber un vecino. –Me pasa –dijo el impaciente– que yo tengo prisa y Dios no.

  El buen Padre esperó seis largas épocas… ¡pero al fin descansó complacido ante la clara visión de una Creación perfecta.

LA PROMESA DE UN DÍA MEJOR

Zac. 8:1-8, 11-13

 

  Introducción:

  El cap. 8 del libro del profeta Zacarías describe bien a la ciudad perfecta. ¿De qué ciudad se trata? La Jerusalén celestial, claro. Pero sin embargo, el joven está hablando a los moradores de la terrenal, de la ciudad entonces sitiada. ¿Cómo iban a creerle? ¿Aquella ciudad en ruinas pisada por algún que otro centenar de antiguos cautivos, iba a resultar prototipo de bienestar? Ellos sabían la historia y nosotros que aún sabemos más, decimos y afirmamos que una ciudad sin peligros y bendita sólo podrá ser realidad cuando el hombre cambie de ser, de naturaleza.

  Echemos un vistazo a la historia de la Jerusalén terrena: La ciudad fue tomada muy tarde por David, 2 Sam. 5:6-9. Salomón construyó el templo. Cuando las diez tribus se separaron, fue la capital del reino del sur o de Judá. Fue tomada varias veces al asalto, hasta que fue deshecha por Babilonia. Después de 70 años, en el 536 aC, muchos judíos regresaron con Zorobabel, Josué y Zacarías, época en que está ubicada la lección, quienes hicieron mucho por devolverla su antigua esplendor. En el 332 aC, la urbe se rindió a Alejandro Magno de Macedonia. Después de su muerte, Tolomeo Soter de Egipto, general de aquél, la tomó un sábado abusando del escrúpulo que sentían los judíos por pelear en ese día. Corría el año 320 aC. En el año 179 aC, cayó en poder de Antíoco Epífanes y fue arrasada y dedicada al culto de Júpiter. En el 1163 aC, recobró su independencia bajo el mando de los Macabeos. En el 63 aC, fue tomada de nuevo por Pompeyo, el Romano. En el 54 aC, Herodes quiso devolver su antiguo esplendor y gastó cuantiosas sumas culminando su obra con la reedificación del templo que fue acabada en el año 20 aC. En el 33 dC, fue crucificado nuestro Señor y en el 70 dC, fue de nuevo arrasada por Tito, instrumento del Señor Dios por aquello que dijeron los judíos: ¡Su sangre (la de Cristo) caiga sobre nuestras cabezas! ¡Y la nación judía dejó de existir como tal! Adriano, en el año 135 dC, la cambió el nombre por el de Elia Capitolina y prohibió acercarse a los judíos bajo la pena de muerte. En el año 326 dC, Constantino la volvió a dar el nombre de siempre y su madre Helena construyó dos iglesias famosas: La de Belén y la del Monte de los Olivos. En el 614 dC, fue tomada por Chosroes II, rey de Persia. En el 627 dC, Heraclio derrotó a los persas y volvió a ser colonia griega. En el año 637 dC, fue tomada por el califa Omar y estuvo bajo el dominio de los árabes hasta el año 1089 dC, en que fue conquistada por los cruzados al mando de Godofredo de Bouillón. En el año 1187 de nuestra era, Saladino, sultán de Oriente, la tomó gracias a la traición del conde de Trípoli. En 1242, fue regalada a los príncipes latinos por Ismael, emir de Damasco, pero la perdieron de nuevo en 1291 a manos de los sultanes de Egipto que la conservaron hasta 1382. Selim, el turco dominó Egipto, incluida Jerusalén y bajo el reinado de su hijo Solimán se reconstruyeron las murallas que aún hoy mismo se pueden admirar. Estuvo bajo el dominio de los turcos hasta el año 1919 en que fue capital del protectorado británico. Por fin, en el año 1948, la ONU, permitió la creación de un Estado moderno de Israel que la hizo su capital en el año 1950. Sin embargo, la ciudad estaba en manos de Jordania en su mayor parte y la capitalidad del país pasó a Tel Aviv. Aunque recientemente, la ciudad ha sido conquistada casi totalmente por los hebreos… ¿hasta cuándo?

  Recordemos que Jerusalén ha sido tomada y saqueada hasta sus cimientos 17 veces… ¡Ésta pues no podía ser la ciudad donde los niños y ancianos paseaban por sus calles sin peligro!

 

  1er. Punto: La promesa para el pueblo de Dios, Zac. 8:1-6.

  Zac. 8:1, 2. Aquí han terminado las visiones del profeta. Y ya está preparado. En adelante Dios le hablará igual que a los otros profetas: Yo tuve un gran celo por Sión; con gran enojo tuve celo de ella. Este pueblo que se sentía defraudado, ¿sufría el capricho de Dios o la simple consecuencia de su pecado? ¡Lo segundo! Mas, ¿qué significan este celo y esta ira? El Señor va a obrar ya en favor de su pueblo. Con celo, tesón y calor. Es algo que ya ha decidido y nada ni nadie lo hará cambiar. El Nuevo Nacimiento se está gestando. Es ya un hecho listo, irreversible. Este celo de Dios tiene un aspecto positivo que es su amor por el nuevo Sion, en el que estamos inmersos e involucrados todos los salvos, pero como en todas las cosas, existe un adverso de la medalla que no es otro que su ira contra el pecado. Además, aquí está presente aquella promesa de: ¡Ay de las naciones que toquen un pelo de uno de mis hijos! Los que corren a nuestro alrededor en dirección contraria y nos ajan y molestan con sus roces, están para eso, para hacer mejor temple de nuestro acero, pero ¡ay de ellos!

  Zac. 8:3. Sabemos que Ezequiel tuvo una visión de la gloria de Dios saliendo de Jerusalén porque Él no podía soportar más su pecado y su desobediencia, Eze. 10:18, 19. Y ahora, después de 70 años de cautiverio, Zacarías recibe el mensaje de que Jehovah va a volver a la ciudad. Sin embargo hay un matiz diferente. Salomón y el pueblo se empeñaron en ceñir a Dios en el templo únicamente, pero la criba de la esclavitud había cambiado las cosas. Zacarías y los grandes profetas con él sabían que Él mora en otras partes y que es menester adorarle en espíritu y en verdad donde quiera que sea necesario. Ya no moraba en casa de piedra, sino que quería hacerlo en casas de carne, en los corazones del pueblo. Esta era la diferencia. Y este es el cambio pensado y prometido para la ciudad. El dicho reza así: Cambia a todos los hombres y conseguiréis cambiar a la ciudad entera. Así que Jerusalén tendrá un nuevo nombre que añadir a su lista: Ciudad de verdad, porque allí se practicará y enseñará la verdad. De todas formas existirá el monte donde se podrá adorar en común a Dios porque será un monte dedicado por completo a su Santidad.

  Zac. 8:4, 5. Si comparamos este cuadro con nuestras ciudades, veremos que aquella sí que será una urbe pacífica. En la Ciudad Eterna habrá cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Y si a estos cortos vs. añadimos aquellos otros de Apoc. que dicen que el cordero se paseará con el león, la visión de una ciudad de paz y en paz no puede ser más perfecta. Ahora bien, ¿cómo puede llegar a ser realidad una verdad así? ¡Dejando que Dios sea el centro y motivo de la ciudad y de sus moradores! No nos quepa ninguna duda, el cumplimiento de esta promesa será un milagro y maravillará al mundo. Si es utópico para todos los hombres llegar a pensar y mucho más realizar este ideal, ¿lo es para Dios? Veamos lo que dice la Biblia:

  Zac. 8:6. Quizá muchos contemporáneos del profeta creyesen que esto era un sueño demasiado maravilloso para ser verdad. Ser sentían tan poca cosa y estaban tan desanimados, pobres e indefensos que no podían creerlo… ¿Y nosotros? No podremos creerlo tampoco si no nos consideramos parte del remanente del pueblo por la gracia del Señor. Sin embargo, los pocos judíos que volvieron del cautiverio son llamados cariñosamente por el Padre: Remanente. En efecto, Amós e Isaías decían que el juicio de Israel no sería total, sino que quedaría un remanente con el que volver a empezar de nuevo la santa obra de salvación por medio y a través de Él. Del mismo modo, por su gracia, como adoptivos, formamos parte del citado y selecto remanente. ¿No es maravilloso a nuestros ojos que el Señor pueda crear este tipo de ciudad? Sí, no nos engañemos para Él no hay nada imposible, leer Gén. 18:14.

 

  2do. Punto: La salvación para el pueblo de Dios, Zac. 8:7, 8.

  ¿Quién es el que salva? Jesús y el Padre, un solo Dios, Hech. 4:12. Parece que si Dios no actuara, no diera los primeros pasos, seguiríamos en este triste mundo solos, perdidos, abandonados, dispersos y perseguidos. Pero, gracias le sean dadas por su misericordia, dice: ¡Yo salvo! En otras palabras: Yo traeré el remanente de la tierra de Oriente, es decir de Babilonia, de la tierra donde se pone el sol, de Egipto, de España y de todos los países del mundo… Todos los esparcidos por el viento del mal podrán volver a la tierra prometida a gozarse con las altas bendiciones de Dios, ahora, eso sí, es necesaria fe para dejar todos los bienes y posesiones de uno y ponerse en camino. Dijimos el otro día que la fe es el vehículo capaz de transformar nuestra vida y llevarnos al lugar de su motivo y razón. Tener fe en la existencia de esa ciudad, es marchar, es vivir ya en sus calles y plazas. Cuando Pizarro hizo pasar, traspasar la línea que había hecho en la arena con su espada, a los trece valientes de la historia, ya veían y hasta disfrutaban de las riquezas de las siete ciudades de Cibola. ¡Las dificultades del camino no cuentan!

  Zac. 8:8. Este es el centro de la promesa: Relación familiar entre Dios y su pueblo. No seremos extraños, sino que seremos miembros de su gran familia. Vamos a confiar en Dios con una fe pura y una obediencia completa y el Señor, por su parte, va a cumplir sus promesas hasta el último detalle. Cristo nos lo dejó dicho bien claro: Yo soy en buen Pastor y conozco mis ovejas, las mías me conocen y ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer, Juan 10:14; 15:15.

 

  3er. Punto: Prosperidad para el pueblo de Dios, Zac. 8:11-13.

  Zac. 8:11. Es verdad que han cambiado las circunstancias. Pero la naturaleza de Dios, no. Tuvo que castigar a gentes anteriores a causa de su pecado, pero todo ese celo en castigar bien puede cambiarse en bendecir y hacerlo plenamente.

  Zac. 8:12. Una era de paz completa está a punto de nacer, de iniciarse. Pero, no lo olvidemos. Sólo aquellos que tengan la suficiente visión para verlo ahora, podrán gozarlo en el futuro. El mundo ha pasado, pasa y pasará por muchos desastres y guerras, pero los propósitos de Dios siguen adelante por medio y a través de sus seguidores. Sí, nuestro Señor está obrando en la historia actual: ¡Somos el pueblo escogido por Él para dar fe de la existencia de una ciudad de paz y gloria!

  Zac. 8:13. En otras palabras: ¡Por vuestra sola causa tuve que castigar a otras naciones que os castigaron a su vez! La ruina total de Israel fue la causa y origen del dicho árabe: ¡Qué Alá nos impida calzar la sandalia israelí! Desde ahora la situación va a cambiar: Os libraré y seréis bendición. Dios sacó a Abram de su casa para que fuese bendición a sus vecinos, pero sus hijos y descendientes no lo entendieron así y Dios tuvo que enviar a su Hijo como motor de una nueva Salvación. El principio es el mismo: ¡No somos salvos para guardar bendiciones para nuestro uso exclusivo, lo somos para servir de focos de bendición a los demás!

  Por último, las directrices a seguir mientras estemos de paso en este valle de lágrimas: No temáis… Hay que ver el éxito final. Hay que correr la carrera que nos queda por delante viendo al Mantenedor de los Juegos como ya nos espera a cada uno de nosotros en la meta. Esfuércense vuestras manos. Así, como siempre, Dios quiere que demos el primer paso. Y Él, sin duda, va a bendecir nuestra labor y nos hará capaces de terminarla con éxito.

 

  Conclusión:

  ¡Corramos ya hacia la Ciudad Eterna, sólo allí podremos descansar! Sólo así seremos motivo de asombro y hasta maravilla para muchos inconversos. Sólo así podremos ser útiles a los demás: En aquellos días acontecerá que diez hombres de todas las lenguas de las gentes, trabarán de la falta de un judío, de un creyente, diciendo: ¡Iremos con vosotros porque hemos oído que Dios está a vuestro lado!

  ¡Amén!

DIOS OBRA POR MEDIO DEL PUEBLO

Zac. 1:1-3; 4:1-10a

 

  Introducción:

  Uno de los peores enemigos de cualquier grupo o congregación cristiana moderna es la indiferencia, padre de la apatía y hasta nieta de la desgana. En muchas ocasiones tenemos la tentación de decir: Cómo no podemos hacer nada, ¿para qué intentarlo? Es natural, pues en estas ocasiones sólo contamos con nuestras fuerzas y por eso fracasamos. En Hag. 1:6, leemos: El que anda a jornal, recibe su jornal en trapo horadado. No hay otro pago para aquel que esconde su talento por el miedo a perderlo… Así cuando era reciente nuestro primer amor éramos agresivos, vivos, activos, valientes y cuando empezábamos algo en el nombre del Señor, él nos ayudaba a llevarlo a buen término. ¿Qué nos está pasando? Hacemos campaña tras campaña, pedimos voluntarios para repartir folletos o para predicar, y ¿qué nos responden? ¡No puedo hacer nada! Tengo tan poco tiempo… tan poco dinero…

  Hoy vamos a estudiar la lección dada por un joven profeta que animó a su pueblo el cual estaba triste y desmoralizado. Todo el libro de Zacarías está lleno de las visiones destinadas a enseñar que Dios no ha olvidado a su pueblo y, que por lo tanto, está obrando en el mundo a pesar de que nos obstinemos en no verlo. En un mundo en el cual se acostumbra a resolver los problemas por la fuerza militar o la económica, Él proclamó que el poder más poderoso y más grande del universo es el Espíritu de Dios. El profeta, estaba convencido cada día de que el Señor estaba obrando en el mundo y que, además, iba a terminar de forma feliz lo que había comenzado. Pero, notemos las circunstancias. Estaba hablando a un pueblo que había perdido la esperanza en su futuro y con su mensaje de fe y victoria les decía que ya era hora de levantarse y empezar el trabajo. Les decía que si ellos hacían su parte, Dios pondría todo lo que faltaba.

 

  1er. Punto: El mensaje de Zacarías, Zac. 1:1-3.

  Zac. 1:1. Hijo de Berequías y nieto de Ido el sacerdote, llamado ya hijo de Ido en Esd. 5:1 y 6:14, y sucesor suyo en el real sacerdocio, Neh. 12:4, quizá por motivo de la muerte de su padre Berequías. Zacarías es el undécimo de los llamados profetas menores. Nacido en la cautividad de Babilonia, regresó a Canaán con Zorobabel y Josué, el sumo sacerdote, y empezó a profetizar desde muy joven, Zac. 2:4, en el segundo año de Darío, como ya hemos leído, en el año 520 aC., en el mes octavo y dos meses después de que lo hiciera Hageo. Con éste, animaban al pueblo que había sido liberado a que reanudasen la construcción del gran templo de Jerusalén, iniciada en tiempo de Esd. 5:1, y aletargada por la hostilidad de los vecinos samaritanos.

  El nombre de Zacarías significa en he Jehovah recuerda. Una definición que nos parece un símbolo a su valiente fe. Valiente porque luchó contra un pueblo que se creía ya olvidado en vez de escogido. En este v. vemos a otro hombre que sí estuvo atento al mensaje del cielo. Al igual que Jeremías, Ezequiel, el mismo Hageo y tantos otros.

  Zac. 1:2. Esta primera revelación del Señor no llegó por medio de una visión como las siguientes, ocho en total, sino que vino al profeta en forma de palabra de Jehovah. Pero el inicio del mensaje es duro. Dios se había enojado en gran manera con las generaciones anteriores. Desde el punto de vista del Señor, el cautiverio sufrido y la destrucción de la ciudad de Jerusalén no era un desastre tan terrible ni mucho menos definitivo, estaba claro que había sido por causa o como consecuencia directa del pecado de sus padres.

  ¡Dios quiso ser su Salvador y le eligieron como Juez!

  El profeta no quiso que su generación se olvidara de la justicia de Dios y en sus primeros ocho caps les habla del mismo tema que Hageo. El pueblo debe levantarse pronto para construir el templo. Y cuando lo hagan, Dios será a la ciudad: un mundo de fuego alrededor y estará en medio de ella como su Gloria… porque el que os toca, toca la niña de su ojo, Zac. 2:5-8. La obra tiene que hacerse, pero no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehovah de los Ejércitos, Zac. 4:6.

  Como ya hemos dicho antes, mucho de esta profecía se expresó en imágenes en medio de visiones: La visión de los caballeros de Dios, la de los cuatro cuernos y de los cuatro guerreros, del hombre con la línea de medir, el candelabro de oro (que luego estudiaremos) y los dos olivos, el rollo volante y los cuatro carros, entre muchas otras. Todas ellas tienden a lo mismo y el cautiverio del pueblo nos enseñó una lección muy importante: La obediencia a Dios nos trae bendición y vida mientras que la desobediencia, trae ruina y muerte.

  Zac. 1:3. Con este v. entramos de lleno en la doctrina de la reconciliación. Podemos decir que nuestro profeta comenzó su carrera como un evangelista de lo más puro. Sin embargo, es el mismo llamamiento que usaron en su día, en otras fechas y generaciones anteriores, Amós, Oseas y otros voceros y profetas mayores y menores: ¡Volveos a mí!, dice Jehovah. Su significado en hebreo no puede ser más revelador: Volver a mí, es dar media vuelta, arrepentirse, convertirse, cambiar la manera de vivir y correr en la dirección buena, adecuada. Pero esta llamada al pueblo choca contra el muro de su actitud y, desde luego, es un toque de clarín para que el pueblo cambie de vida y conducta.

  El v. es bien simple y contiene una hermosa promesa. Si el pueblo deja a un lado su apatía e indiferencia, el Señor va a derramar sobre él su bendición. Además, vemos, observamos que el Señor mira al corazón del hombre, llegando al lugar dónde uno guarda sus pensamientos más secretos. Él ha visto en los judíos los comienzos del espíritu rebelde que trajo la ruina a sus padres: No han colaborado en la construcción del templo por pensar que ya no era tan importante y lo que es peor: ¡Qué jamás lo terminarían! Pero Zacarías les dice que deben meditar mucho sus caminos porque hasta el momento presente no van bien, no andan bien. Sin embargo, su mensaje no es negativo. Más bien al contrario, es positivo a todas luces. Al igual que en Eze 18:30-32, recuerda al pueblo que si todos ellos se vuelven a Dios, Él se volverá hacia ellos con todas las riquezas de su Gracia.

 

  2do. Punto: La visión del candelabro, Zac. 4:1-5.

  Zac. 4:1. Es por medio de ocho visiones en una noche que Dios asegura al profeta de que era falso el mal concepto que el pueblo tenía de que el Señor no hacía nada para ayudarles. Los judíos habían basado su apatía en la obra de restauración del templo diciendo que Dios les había abandonado a su suerte y no hacía nada para ayudarles en la reconstrucción de su amada patria. Mediante estas ocho visiones, Zacarías llegó a la clara y rara conclusión de que la verdad era precisamente todo lo contrario: ¡Dios sí que estaba trabajando por su pueblo! A veces, su labor nos parece silenciosa e invisible, pero al fin su causa triunfará. En esta lección sólo podemos estudiar una de esas claras visiones: La del candelabro de oro y los dos olivos. Así que tras ver y entender cuatro de estas visiones, el profeta cayó en un profundo sueño. Era lo normal, poneros en su lugar. La tensión nerviosa debió ser grande y máximo teniendo en cuenta que soportaba la visión de un ángel. Se durmió, pues, completamente agotado. Pero el propio ángel le despierta como uno lo hace con un amigo dormido. Tenía aún algo importante que enseñarle:

  Zac. 4:2, 3. Zacarías vio un enorme candelabro semejante al que se usaba en el tabernáculo, Éxo. 40:24, y algo más tarde en el templo de Salomón, 1 Rey. 7:49. Tenía siete lámparas de aceite que ardían por medio de una mecha. El número siete significaba perfección entre los hebreos. Así que, siguiendo esta idea, el candelabro era perfecto, pues no le faltaba ni le sobraba nada. El aceite alimentaba a las siete lámparas por medio de tubos que bajaban de un depósito situado sobre el candelabro propiamente dicho. Este depósito, a su vez, era llenado a través de canales que venían de dos grandes olivos situados el uno a la derecha del depósito y el otro a la izquierda.

  Zac. 4:4, 5. Nuestro profeta se quedó tan asombrado con esta la visión como nosotros lo hubiésemos estado, y preguntó al ángel: ¿Qué es esto, señor mío? El ángel que hablaba conmigo me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y yo dije: ¡No, señor mío! El ser alado, una vez convencido de la sinceridad de su interlocutor pasa a explicarle la visión: el candelabro en sí representa la comunidad de los hebreos, es decir, el compacto grupo de seres que estaban luchando para restablecer la nueva nación de Israel. La llama representa la vida y la prosperidad de esa comunidad (mientras la llama arda habría vida en todo el grupo). Los dos olivos, por último, representaban la firme autoridad religiosa y civil de la elite de la comunidad, v. 14. ¿Quiénes eran en aquel tiempo? Uno era Zorobabel, el gobernados civil y el otro Josué, el sumo sacerdote.

  La lección aplicada a nuestros tiempos también es bien simple. Dios obra hoy día por medio de personas santas y consagradas, puesto que el pastor, la autoridad religiosa en cada iglesia, no puede hacerlo todo: hace falta personas comunes que a través de sus testimonios y trabajos, traten de ensanchar la hermosa causa de Cristo. Pero como decíamos al principio, debemos sacarnos la túnica que nos impide hacer la carrera que nos es propuesta. ¡Un cristiano parado es un cristiano muerto! Para correr es menester dejar la carga del pecado, Heb. 12:1, esa ropa exterior que nos impide avanzar con soltura.

 

  3er. Punto: Palabras de ánimo para Zorobabel, Zac. 4:6-10a.

  Zac. 4:6. Aquí el Señor señala al gobernador y a nosotros, que aunque él no disponía de un gran ejército ni tesoros en sus arcas, podría obrar a través de Él para levantar de nuevo con poder a la nación de Israel. La fuerza física no es imprescindible para hacer la obra de Cristo. Al revés, muchas veces la fuerza y la sabiduría humanas fracasan mientras que siempre, el Espíritu de Dios sale victorioso pues obra en los corazones día y noche en cualquier parte del mundo.

  Zac. 4:7. No importa si los problemas aparecen como una enorme montaña pues el Espíritu de Dios puede reducirlos a una simple llanura. ¡Él está ahí, basta con que lo queramos usar!

  Zac. 4:8, 9. La última palabra de esta visión es que el Señor siempre termina lo que comienza. En cambio, nosotros dejamos muchas veces los proyectos a medio terminar, pero no ocurre lo mismo con Él. La obra de construcción que muchos daban por imposible de hacer se va a terminar y Zorobabel, quien la había iniciado de nuevo, va a ver la inauguración final del templo. Así conoceréis que Jehovah de los Ejércitos me ha enviado a vosotros. El profeta condiciona su seguridad en Dios en el hecho de que todos verán el templo reconstruido. Cuando esto suceda, el pueblo entero sabrá que Él les ha hablado a través de Zacarías.

  Zac. 4:10a. Así que queda claro que no podemos menospreciar las cosas del Señor por pequeñas que parezcan, puesto que sólo Él sabe los resultados que se pueden conseguir. Cuando alguien lanza una pequeña bola en la pendiente de una montaña, sólo la nieve acumulada en su camino sabe lo grande que puede llegar a ser. Y por otra parte, nada de lo que hagamos por importante que nos parezca, tendrá validez si no está visada o inspirada por el Espíritu Santo.

 

  Conclusión:

  ¡Levantémonos hermanos! Es hora de salir a la mies por pocas y débiles que sean las fuerzas. Debemos brillar en el mundo, en el entorno aunque sea como lo hacen las pequeñas luciérnagas en una noche oscura. Y una cosa más. Quisiera terminar con la más hermosa promesa que nos legó el profeta Zacarías: Será un día único… No será ni día ni noche; más bien, sucederá que al tiempo de anochecer habrá luz, 14:7.

  ¡El Señor quiera obrar a través nuestro lo mismo que hizo con Zorobabel, Zacarías y tantos y tantos prohombres!

¿DE QUIÉN SOMOS TESTIGOS?

Heb. 12:1; Jos. 24:22

 

  Introducción:

  Hemos escrito y hablado acerca de la responsabilidad que tenemos delante del mundo actual de testificar; pero, ¿nos hemos preguntado alguna vez lo que hay que testificar? O más bien, ¿de quién y de qué somos testigos?

  Lo fácil sería responder que somos testigos de Cristo y del cambio de naturaleza que todos hemos experimentado gracias a su salvación, pero si hilásemos más fino, aún podríamos sacar varias perlas que añadir a nuestra particular colección espiritual.

 

  1er. Punto: La Salvación, Heb. 12:1.

  En primer lugar veamos el cómo y el por qué llegamos a la conclusión de que somos testigos vivientes, antorchas vivas, del más grande evento de todos los siglos: Nuestra propia Salvación.

  Por tanto, a la vista de todo lo dicho en los caps anteriores, ni más ni menos que el monumento a la fe del cap. 11; nosotros, ¿quiénes? Los creyentes. Pablo o el autor del libro, aquí es bien explícito. Usa la figura de la carrera atlética, tan popular en el mundo antiguo y en el moderno, para ilustrar con esa 1ª persona del plural, tiempo del v escrito, que él en primer lugar y nosotros inmediatamente detrás suyo, estamos empeñados en una lucha sorda y cruenta, en una carrera que, o nos lacerará los pies o nos romperá el corazón. Porque debemos saber que si la indiferencia ajena, si la burla de la gente que nos rodea no nos hace daño, es que estamos yendo en la dirección opuesta a la meta. También, como los patriarcas, reyes y profetas de la antigüedad descritos en el cap. 11. Así, usando la misma zapatilla, gustando el mismo oxígeno viciado, sudando la misma fe, con el mismo punto de mira y con la misma… alegría, a pesar de que en vez en cuando tengamos que levantar el brazo para sacrificar a nuestro hijo único a una señal del Señor. Teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, ¿? Parece ser que, al menos, no estamos solos en la empresa. Esta gran nube de testigos parece indicarlo. Sí, los grandes hombres que han quedado grabados en la historia gracias a su fidelidad, están presentes dándonos su apoyo total. Porque una buena traducción de la palabra “testigo” usada aquí pudiera ser: Uno que puede afirmar lo que ha visto y oído. Así que corremos sabiendo que somos observados y lo que es más importante, su clamor se esparce, se filtra en el ambiente dando alas a nuestros pobres pies. Porque, justo es decirlo, están aún testificando en lo tocante a su fe gracias a la Palabra Escrita y nos inspiran diaria y constantemente con lo que han hecho por Dios. Así, a la vista de que tenemos una nube de testigos que nos dan voces de ánimo en todo momento con su fe, corramos con paciencia, perseverancia, o como diría el Diccionario: Sosiego en la espera de las cosas. No debe importar tanto lo que vayamos avanzando como el hecho de hacerlo, correr en la dirección adecuada. Pero, además, con sosiego interior esperando sólo la corona triunfal y encima, sonriendo a pesar de las burlas de aquellos que nos rozan al pasar junto a nosotros corriendo en la dirección opuesta. Por fin y además, hablando al correr. Claro, indicando con el gesto la dirección a seguir, sin dejar traslucir en el rostro el sufrimiento moral que engendra el luchar contra esa corriente; consolándonos por el hecho de ver los que corren a nuestro alrededor hacia la misma meta, corriendo con garbo la carrera que nos ha sido propuesta, o lo que es mejor, la carrera que aún queda delante de nosotros. Eso sí, quitándonos el peso del pecado que nos rodea. Quitándonos la túnica que nos pesa, agobia, única condición impuesta para participar.

  Ahora bien, ¿de dónde viene la necesidad de participar?

 

  2do. Punto: La encrucijada, Jos. 24:22.

  Justo al terminar su ministerio, Josué presenta al pueblo una encrucijada que sólo conduce a dos caminos: O de espaldas a Dios hacia la muerte o frente a Dios hacia la vida. No les deja ningún resquicio para la evasión, la indiferencia o el pasotismo. A Jehovah serviremos, dice todo pueblo a una sola voz. Y Josué responde: Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de lo que habéis hecho, habéis elegido a Dios para servirle. Así que ellos responden: ¡Testigos somos! Una sabia y justa respuesta. Habían elegido la única forma de vivir para siempre.

  Nosotros los salvos, también hemos elegido vivir así, de manera que somos testigos contra nosotros mismos. Ahora bien, si ya hemos llegado a la conclusión de que el hecho de ser testigos implica afirmar lo que hemos visto y oído acerca de lo que Jesús ha hecho con nuestras cortas vidas, si hemos aceptado que este testificar sólo se puede demostrar andando, fácilmente podremos añadir que sólo podremos ser fieles y consecuentes con nosotros mismos cuando aceptemos de facto la real responsabilidad que tenemos delante del mundo y nos lancemos a la pista de la vida a enseñar nuestras artes y actitudes de servicio bajo la fiel y comprensiva mirada de unos espectadores que nos precedieron y el justo y sano juicio del Hacedor y Mantenedor de los Juegos.

  Una cosa más. La pista de cemento, tierra, ceniza o tartán sobre la que corremos es, a todas luces, apta para la buena carrera. Unos testifican en forma de misiones muy lejos de sus hogares, lejos de la seguridad de sus posesiones, sin mirar atrás. Otros lo hacen en situaciones en que las burlas, el desprecio e incluso la violencia física les roza tratando de ahogarles. Otros más, lo hacen en lugares rocosos donde, a la simple vista humana, jamás se puede tener éxito alguno. Y todavía existen otros más que se desenvuelven entre las muchedumbres de las urbes tratando de brillar con cierta desesperación como sencillas luciérnagas en la terrible noche de los tiempos… pero unos y otros corren con cierta paciencia… hacia ese premio que, no por repetido, se hace menos verídico.

 

  Conclusión:

  ¡He aquí nuestro reto! He aquí la encrucijada… ¿Y qué vamos a hacer? No esperemos que el Señor intervenga de forma personal otra vez. ¡Ya es nuestra hora! Somos testigos contra nosotros mismos por el hecho de haber aceptado la salvación que nos fue ofrecida de balde. Sí, sí, mueve la cabeza. A tu derecha, a tu izquierda, detrás y delante tuyo está la mies. No permitas que alguien, a quien conocemos bien, nos señale con el dedo en la gran reunión final, diciendo: ¡A ese le conozco, Señor, y jamás me indicó la verdadera dirección!

  Estamos en deuda con el Autor del Nuevo Pacto. Nos sacó de la profunda depresión del pecado, nos reconcilió para sí y nos dio la enorme tarea de testificar ante todo el mundo limitándose, en su glorioso poder, a no acercarse a otros hombres si no es a través de nosotros mismos. Por consiguiente, debemos quitarnos la túnica, hermanos, y correr bien la única carrera que se nos propone incluso a riesgo de caer exhaustos en el intento.

  ¡Amén!

HABLANDO EN SU NOMBRE

Hech. 2:4-4:3; 8:26-40; Juan 9:1-38

 

  Introducción:

  En los días anteriores hemos estado hablando de la profunda condición pecaminosa del hombre, también de la condición reconciliadora de Dios y, por último, de la grata experiencia personal en esa reconciliación.

  Es hora, pues, de aplicar estos conocimientos. Es hora de ir y surcar el espacio sideral si hablásemos del tema de un cohete cualquiera y pensásemos que las tres lecciones anteriores son otras tantas partes de la cuenta atrás que precede a su disparo. Hoy vamos a ver cómo podemos hablar en su Nombre con las mínimas probabilidades de éxito. En primer lugar nos conviene que sepamos cuáles son las armas: (1) La oración. Indispensable coraza. (2) El E. Santo, capaz de prepararnos la estrategia a seguir, y (3), la Biblia. Y en particular el Nuevo Testamento.

  Esta extraordinaria parte de las Escrituras nos ayuda en varias maneras a comprender y hablar acerca de la Salvación que el Señor nos ha dado en Cristo. Pero aún hay más, el NT nos da ejemplos de aquellos que, habiendo gustado o experimentado el perdón y hasta la reconciliación, dieron marcado testimonio a otros de lo que Dios había hecho en su Hijo y con ellos mismos. Caso curioso. De los ejemplos que hoy vamos a estudiar, uno solo era predicador: Simón Pedro. El segundo caso, Felipe, era un diácono y el tercero si siquiera sabemos su nombre; sólo se habla de él como que era un hombre ciego de nacimiento.

 

  1er. Punto: Testificando en su poder, Hech. 2:4-4:3.

  A Pedro y a Juan que figuraban como dirigentes de la Iglesia no podemos estudiarlos fuera de ella, pues lo que hicieron como individuos era ni más ni menos una simple extensión de la Comunidad cristiana.

  Hech. 3:12-16. El sermón de Pedro, como una tercera parte del mismo. Al repasar estos vs. vemos enseguida las tres grandes notas dominantes en la predicación de la Iglesia primitiva: (1) La Cruz estaba entre los más grandes delitos o crímenes cometidos por los seres humanos (vs. 13, 14). (2) La resurrección de Cristo de entre los muertos era la vindicación de Cristo por Dios, v. 15, y (3), El cojo fue curado por el poder del Señor resucitado, v. 16. Pedro y Juan y los discípulos sólo se consideraban canales a través de los cuales Jesús pudo hacer su obra en el mundo. Aquí se señala una gran lección que debemos aprender los cristianos modernos: ¡La obra de Dios debe ser hecha por el poder de Dios y no por el del hombre! Cuando los hombres confían en algún trazo humano como sustituto del Señor, el fracaso es seguro. Así que hemos de convencernos a nosotros mismos de que en la santa resurrección de Jesucristo hay un poder ilimitado. Pablo en su carta a los Efe pone el dedo en la llaga del poder cristiano al afirmar: Según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos, Hech. 1:19, 20.

  Hech. 3:17-26. Es el resumen del sermón de Pedro. Aquí vemos varias ideas principales: (1) Denuncia del juicio particular del hombre saturado con una gran pincelada de misericordia, vs. 17, 18. (2) Una hermosa invitación al arrepentimiento como la única puerta válida para conseguir la entrada en las alturas, v. 19. (3) La insistencia de que Cristo cumplió la profecía, vs. 20-24, y (4), y una sugerencia del privilegio y responsabilidad de los judíos, vs. 25, 26.

  Por otra parte, el sermón dramatiza dos importantes puntos en el evangelismo: (1) Que Cristo es el único capaz de perdonar pecados a través de su ignominiosa muerte y su resurrección. La Iglesia es importante, pero está creada única y exclusivamente para elevar y señalar a Cristo Jesús. La experiencia personal es poderosa, pero es necesaria para ensalzar al Hijo de Dios y no al hombre. La Biblia es inspirada, pero se centra en la persona del Salvador, Juan 5:39, y (2), el testimonio fiel nunca opera por su propio poder. Así que aquí no tiene ningún valor la inteligencia, la personalidad o la habilidad personal, la oración reverente es más importante que cien discursos aprendidos de memoria. Un corazón compasivo es más importante que la audacia que se tenga en un debate. Y la sola presencia del Espíritu Santo puede convertir. Así, resumiendo, el hombre, aun en este campo tan específico, debe depender del poder de Dios.

  El evento registrado en Hech. 3:1-11, formó la congregación que escuchó el sermón. Repasemos con brevedad lo que pudo haber sucedido: (1) Pedro y Juan iban a orar al templo a las tres de la tarde. (2) Por aquella puerta pasaba un gran número de gente. (3) Un cojo que estaba allí sentado les pidió limosna. (4) No teniendo dinero alguno, Pedro sanó a este hombre. (5) Inmediatamente, éste, comenzó a saltar y a alabar a Dios, y (6), muchos le vieron y reconocían que él era el que siendo cojo de nacimiento se sentaba en la puerta. Resumen: El grupo formado para oír a Pedro estaba compuesto por gentes que habían sufrido una conmoción por aquel hecho insólito. Así que no nos es difícil adivinar que sus oídos estaban prestos a oír el evangelio porque antes habían visto la señal. Este es el secreto del éxito de los apóstoles. No tenían recursos materiales, pero eran ricos en los bienes espirituales. La Iglesia moderna puede tener terrenos y edificios, puede levantar escuelas y hospitales, puede promover grandes campañas y programas especiales, pero esto se reduce a que todo sea hecho en el hombre y el poder de Jesús.

  Hech. 4:1-3. Esto es lo que sucedió al final del sermón. Como resultado de sanar a aquel pobre hombre y dar un testimonio fiel a Jesucristo, Pedro y Juan, fueron asidos y arrestados y metidos en la mazmorra. Desde entonces y hasta ahora no ha habido un solo día en que el dar buen testimonio no haya sido costoso. Es lo menos que podemos hacer. El hecho de que el cristiano actual no es eminentemente evangelista no se debe a que tenga miedo a la violencia física. Al contrario, muchos cristianos cuando se enfrentan a esas situaciones dicen como los primeros discípulos: Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres. Pero la presión más sutil es a veces más efectiva. La burla puede ser más dura que la cárcel y la indiferencia puede ser más firme, fatal y devastadora que la hostilidad. Pero debemos saber que el mismo poder del Señor resucitado que mantuvo a los discípulos, puede vencer la indiferencia y la frivolidad de las personas llamadas a ser nuestros oyentes. Y cuando la escena del testimonio es transferida de la puerta del templo a la oficina, al taller o a la calle, el mismo poder curativo está en nuestra mano. No importa cuales sean los hechos o las circunstancias, un buen cristiano no necesita depender de su propio poder para llevar a otros a Cristo, sólo debe dejarse llevar en brazos del Espíritu Santo.

 

  2do. Punto: Testificando por medio de las Escrituras, Hech. 8:26-40.

  Nuestro segundo ejemplo es diferente al primero en casi todos los aspectos: (1) El testigo es un laico en lugar de un predicador. (2) Estaba en un camino en lugar de la puerta del templo, y (3), estaba solo y ninguna multitud se reunió. Pero había un hombre buscando a Cristo y Felipe buscó y aprovechó la oportunidad. Era un etíope, extranjero, y además tesorero de la reina de su país y tenía problemas espirituales. La prueba de que estaba buscando el Camino de Jesús la encontramos en el hecho de que cuando fue abordado por el evangelista, estaba leyendo a Isaías 53. Como hemos apuntado antes, Felipe no dejó pasar la ocasión y fue sensible al aviso directo del Espíritu Santo. Otro, en su lugar, hubiera pensado: Un hombre tan importante sin duda no querrá oírme. Pero a él, como le iba la vida en juego, ni siquiera dudó: Sabía que el Señor prepara los corazones más duros con anterioridad, y en el peor de los casos, nuestra misión es sembrar dejándole a Él la ocasión de recoger el fruto a su debido tiempo.

  Psicológicamente, Felipe comenzó su sana exposición con una pregunta enfocada al mismo punto en donde se había encallado el etíope. Luego procedió a demostrarle que Jesús era el único y exacto cumplidor de la profecía que estaba leyendo. Si nosotros lo hiciésemos en Isa. 53:4-9, veríamos lo fácil que le resultó al evangelista demostrar tal cosa. A veces, nosotros, en nuestros continuos contactos buscamos hechos o palabras ininteligibles para nuestros oyentes cuando la sencillez puede ser casi siempre el mejor camino en el que convergen sus ansias exploratorias y nuestro evangelio.

  Felipe basó su alegato en las Escrituras del AT por dos razones: (1) Porque era lo que estaba leyendo el eunuco etíope en aquel momento, y (2), porque sencillamente, era el único libro sagrado a que podían echar mano. Nosotros tenemos, no sólo las mismas Escrituras, sino que a éstas se les ha añadido el NT, prueba y compendio del Nuevo Pacto, con sus mil y un casos de veraz cumplimiento de profecías y ejemplos de los hombres que, como todos nosotros, habían sido pecadores antes de dar testimonio personal del poder de Jesucristo. Y es que no debemos olvidar que el cristiano no sólo es testigo de su Padre en Cristo, sino que lo es a la vez de sí mismo, puesto que como Josué, un día nos escogimos al Dios a quien poder servir. Así, es elemental para el creyente el hecho de aprender a manejar con soltura la Palabra de Dios, puesto que es un medio importante a través del cual, puede dar cumplido testimonio.

  Veamos ahora un sencillo plan que nos ayudará sin duda a conocer mejor la Biblia, nuestra espada. Y precisamente debido a su sencillez es muy accesible a cada cristiano: (1) Hágase un lector de la Biblia. Para dar más énfasis a los vs. citados en el momento de testificar, el cristiano necesita saber el lugar donde se encuentran. La mejor manera de hacer esto es leyendo el NT en un corto espacio de tiempo. Si cada día leyésemos tres cap, lo terminaríamos en tres meses. Además, estos tres caps. diarios no nos quitarían más que quince minutos de nuestro tiempo. Esto puede ser un reto o una disciplina para esta clase de ED. (2) Hágase un estudiante serio de la Biblia. El adulto en general tiene la idea de que puede entenderla sin estudiarla, pero se equivoca. La Palabra es como un terreno de cien áreas y sus riquezas no son para aquellos que se sientan a la sombra del primer árbol que encuentran y se ponen a discutir, sino para aquellos otros que van a ese campo a sudar arando surcos lo más profundos posibles. (3) Y aprenda a usar bien, por lo menos, algunos párrafos de la Biblia. Una persona debe saber por lo menos tres cosas respecto al pasaje que escogió para su estudio: (a) Dónde se encuentra. Qué libro, cap. y v. (b) Aprender que es lo que exactamente dice el párrafo. Es muy buena la práctica de aprenderse de memoria varios vs. para el momento en que no tengamos la Palabra de Dios a mano. (c) Por último, debe saber la enseñanza central del v o vs. y traducirla con sus propias palabras o cuando menos, a palabras que el interlocutor puede entender. Ejemplo: No hay justo ni uno, es decir, ni tú, ni yo, ni nadie conocido, puede aparecer delante de Dios como justo a causa de las cosas que hemos hecho, hacemos o haremos. Otro: Dios es amor, que Dios te ama a ti y a mí, tanto que envió a su propio Hijo para salvarnos.

  Pero en la Biblia hay vs. que destacan por encima de otros por su mensaje evangelístico. Veamos primero tres del libro de Juan: (1) 3:3. Este v nos habla de la necesidad espiritual del hombre. Sí, todo hombre necesita un segundo nacimiento; además, un nacimiento exterior a su naturaleza, que le venga de arriba. En otras palabras, que en el hombre hay algo tan equivocado que no verá el cielo a menos que no pase por un nuevo nacimiento. (2) 3:16. Muchos estudiosos no dudan al decir que si toda la Biblia pudiera reducirse a un solo v, sería precisamente éste. Dios envió a su Cristo a morir en el madero por nuestros pecados porque amaba al hombre. El hecho de creer tiene que ver tanto con la mente que con el corazón. Por eso el hombre no ha de creer sólo en Jesucristo, debe confesarlo como su Señor y entregarle la vida. (3) 3:36. Aquí hay un contraste entre los que creen en Cristo y los que no lo han hecho. Unos tendrán vida, los otros no. La frase la ira de Dios no implica que el Señor no ame a estas personas, quiere decir que ellos no responden al don del amor de Dios, permanecen bajo el manto de sus propios pecados y, por lo tanto, bajo cierta condenación.

  Veamos ahora cuatro vs. de Rom.: (1) 3:23. Mientras que Dios se ha revelado en la Creación, en la conciencia y en la ley, todos los hombres sin excepción, han ido por su camino. (2) 6:23. Esto es la muerte espiritual. Nuestra relación con Dios ha sido cortada por nuestro pecado del mismo modo que la enfermera cortó el cordón umbilical que nos unía a nuestra madre. (3) 5:8. Este es Juan 3:16 del libro de Romanos. Aun cuando el hombre peque contra Dios, aún sigue siendo objeto de su amor. (4) 10:9, 10. Probablemente estas eras las primeras palabras que decían los convertidos cuando se bautizaban, porque este pasaje dice: Lo que debe creerse, lo que la confesión de nuestra vida debe ser, y lo que Dios da al hombre.

  Resumiendo, debemos pensar que al usar cualquier texto o pasajes bíblicos es importante recordar que no salen de un libro mágico. Es la Escritura escuchada y comprendida la que tiene sentido para la vida.

 

  3er. Punto: Testificando por la experiencia, Juan 9:1-38.

  Este tercer ejemplo que vamos a considerar es distinto a los otros. Nuestro primer testigo, Pedro, fue uno de los apóstoles. El segundo, como hemos visto, fue uno de los diáconos, Felipe. Y este tercero, ni siquiera era miembro de la iglesia. Pero dio un testimonio de Cristo inmediatamente después de haber sanado. Con la fuerza del primer amor dijo lo que Jesús le había hecho. No tenía una preparación o una experiencia que lo respaldara, pero conocía a Cristo y sabía lo que había hecho con él.

  Los vs. 1 al 5, registran una pregunta teológica de los buenos discípulos y la respuesta práctica de Jesús. Los vs. 6 y 7, nos hablan de la instrucción simple y de la obediencia que le guiaron a la sanidad. Los vs. 9, 11, 12, 15, 25, son otras tantas respuestas del sanado y de su testimonio. Sin duda el clímax aparece en el v 25. Los fariseos invitan al hombre a que diera gloria a Dios, v. 24, lo que equivalía a renunciar a Jesús. Usaron el argumento de su teórico conocimiento para convencerlo: Nosotros sabemos que este hombre es un pecador. Pero nuestro testigo, a pesar de que culturalmente no podía refutar la teoría de los técnicos padres de la Sinagoga, sostuvo el argumento que tan bien conocía por su experiencia: Una cosa sé, que habiendo sido ciego ahora veo, v 25. Es curioso notar el proceso del hombre en cuando al real conocimiento de Jesús. En el v. 11, dice: Aquel hombre que se llama Jesús. En el 17, profeta. En el 31: Temeroso de Dios, pero en el 38, le llama ya sin tapujos Señor y le adora. Este hecho, estos ejemplos, son como un bálsamo para nosotros. Algunos de los testimonios más efectivos de la Iglesia nos son dados por miles de personas ordinarias que han aprendido a compartir con otros lo que Jesucristo hizo con ellas. Muchos de nosotros quisiéramos ser un testimonio tan relevante como el de Pablo, pero debemos saber que por cada Saulo recién convertido en el camino que va a Damasco, hay miles de hombres como Timoteo que han conocido a Cristo por padres fieles y miles como Andrés sencillos, pero con una experiencia maravillosa y con un saber estar oportuno y hermoso.

  El buen testimonio personal es muy positivo, lo cual hace más terrible el hecho de que el nuestro esté enmohecido por la inactividad. Puede que un hombre no entienda toda la Biblia ni sepa qué contestar algunas preguntas, ni sepa evaluar las razones o experiencias sagradas de los demás, pero en su propia vida es él el que tiene toda la autoridad. Notemos que todo el amplio conocimiento combinado de los fariseos cayó al suelo al conjuro de la sencilla voz, de las palabras del antiguo y pobre ciego: Una cosa sé…

  Además, el testimonio es tan personal como pudieran serlo las huellas digitales; aunque tenemos algunas guías que nos pueden hacer que lo que se comparta sea de más ayuda: (1) Es bastante importante mantener los detalles humanos en todo tipo de testimonio. Muchas veces queremos ser tan técnicos que los no creyentes creen que somos seres nacidos en otro planeta. (2) Debemos usar un lenguaje que pueda entender la otra persona. A veces, usamos de un léxico bíblico que lo otros no conocen. P ej., es difícil que sepan lo que decimos cuando empezamos las frases así: Cuando yo me di cuenta de que caminaba perdido… Es mejor argumentar en otro sentido, señalando nuestra baja condición pecaminosa y la de los que nos rodean y presentarnos bajo la comprensión del prisma de Dios. (3) No debemos limitar nuestro testimonio al inicio de la vida espiritual, porque todo lo que ahora nos ocurra puede ser usado en un buen testimonio. El hecho de que Dios contesta nuestras oraciones, el cómo y el cuánto nos ayuda, etc.

  Sin embargo, lo más importante es creer que lo que Dios ha hecho con nosotros puede ser bueno para los demás. Si los perdidos de nuestra tierra han de oír las buenas nuevas del amor del Señor y su perdón, han de haber muchos cambios en el evangelismo de nuestras iglesias. La Iglesia debe reflejar la nota buscadora de su Señor y empezar a buscar. La Iglesia debe hacer suya la santa compasión del Padre y preocuparse más de las personas cercanas a su influencia. La Iglesia debe mirar cada muro que separa a los hombres de Cristo y debe en su Nombre, gritar para que estos se retiren o derriben.

  Y aunque, por lo general, en la Iglesia hay gente lista, se necesita gente más poderosa. Se necesitan hombres de oración y de fe que tengan el poder del Cristo crucificado y resucitado para cambiar las situaciones destrozadas de la vida en la forma en que el propio Pedro lo hizo. Se necesita miembros bíblicos. No que tengan las Biblias en sus viviendas, sino que las estudien y además, miembros cuyas vidas se transformen de forma clara, firme y continua gracias a esa misma lectura. Y, por último, la comunidad necesita más gente que desee hacerse sensible y que se abra para compartir con otros lo que Dios está haciendo en su propia vida cada día.

 

  Conclusión:

  Entonces, y sólo entonces, la condición de los hombres y del mundo, no los frustrará. El mundo sabrá que el Dios de la Creación está creando un nuevo orden de cosas y seres a través de Cristo. Y, como consecuencia natural, estarán listos para oír y algunos para responder al testimonio de aquellos que hablan en su nombre.

  Y ahora, en fin, ¡salgamos a la mies!