DIOS OBRA POR MEDIO DEL PUEBLO

Zac. 1:1-3; 4:1-10a

 

  Introducción:

  Uno de los peores enemigos de cualquier grupo o congregación cristiana moderna es la indiferencia, padre de la apatía y hasta nieta de la desgana. En muchas ocasiones tenemos la tentación de decir: Cómo no podemos hacer nada, ¿para qué intentarlo? Es natural, pues en estas ocasiones sólo contamos con nuestras fuerzas y por eso fracasamos. En Hag. 1:6, leemos: El que anda a jornal, recibe su jornal en trapo horadado. No hay otro pago para aquel que esconde su talento por el miedo a perderlo… Así cuando era reciente nuestro primer amor éramos agresivos, vivos, activos, valientes y cuando empezábamos algo en el nombre del Señor, él nos ayudaba a llevarlo a buen término. ¿Qué nos está pasando? Hacemos campaña tras campaña, pedimos voluntarios para repartir folletos o para predicar, y ¿qué nos responden? ¡No puedo hacer nada! Tengo tan poco tiempo… tan poco dinero…

  Hoy vamos a estudiar la lección dada por un joven profeta que animó a su pueblo el cual estaba triste y desmoralizado. Todo el libro de Zacarías está lleno de las visiones destinadas a enseñar que Dios no ha olvidado a su pueblo y, que por lo tanto, está obrando en el mundo a pesar de que nos obstinemos en no verlo. En un mundo en el cual se acostumbra a resolver los problemas por la fuerza militar o la económica, Él proclamó que el poder más poderoso y más grande del universo es el Espíritu de Dios. El profeta, estaba convencido cada día de que el Señor estaba obrando en el mundo y que, además, iba a terminar de forma feliz lo que había comenzado. Pero, notemos las circunstancias. Estaba hablando a un pueblo que había perdido la esperanza en su futuro y con su mensaje de fe y victoria les decía que ya era hora de levantarse y empezar el trabajo. Les decía que si ellos hacían su parte, Dios pondría todo lo que faltaba.

 

  1er. Punto: El mensaje de Zacarías, Zac. 1:1-3.

  Zac. 1:1. Hijo de Berequías y nieto de Ido el sacerdote, llamado ya hijo de Ido en Esd. 5:1 y 6:14, y sucesor suyo en el real sacerdocio, Neh. 12:4, quizá por motivo de la muerte de su padre Berequías. Zacarías es el undécimo de los llamados profetas menores. Nacido en la cautividad de Babilonia, regresó a Canaán con Zorobabel y Josué, el sumo sacerdote, y empezó a profetizar desde muy joven, Zac. 2:4, en el segundo año de Darío, como ya hemos leído, en el año 520 aC., en el mes octavo y dos meses después de que lo hiciera Hageo. Con éste, animaban al pueblo que había sido liberado a que reanudasen la construcción del gran templo de Jerusalén, iniciada en tiempo de Esd. 5:1, y aletargada por la hostilidad de los vecinos samaritanos.

  El nombre de Zacarías significa en he Jehovah recuerda. Una definición que nos parece un símbolo a su valiente fe. Valiente porque luchó contra un pueblo que se creía ya olvidado en vez de escogido. En este v. vemos a otro hombre que sí estuvo atento al mensaje del cielo. Al igual que Jeremías, Ezequiel, el mismo Hageo y tantos otros.

  Zac. 1:2. Esta primera revelación del Señor no llegó por medio de una visión como las siguientes, ocho en total, sino que vino al profeta en forma de palabra de Jehovah. Pero el inicio del mensaje es duro. Dios se había enojado en gran manera con las generaciones anteriores. Desde el punto de vista del Señor, el cautiverio sufrido y la destrucción de la ciudad de Jerusalén no era un desastre tan terrible ni mucho menos definitivo, estaba claro que había sido por causa o como consecuencia directa del pecado de sus padres.

  ¡Dios quiso ser su Salvador y le eligieron como Juez!

  El profeta no quiso que su generación se olvidara de la justicia de Dios y en sus primeros ocho caps les habla del mismo tema que Hageo. El pueblo debe levantarse pronto para construir el templo. Y cuando lo hagan, Dios será a la ciudad: un mundo de fuego alrededor y estará en medio de ella como su Gloria… porque el que os toca, toca la niña de su ojo, Zac. 2:5-8. La obra tiene que hacerse, pero no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehovah de los Ejércitos, Zac. 4:6.

  Como ya hemos dicho antes, mucho de esta profecía se expresó en imágenes en medio de visiones: La visión de los caballeros de Dios, la de los cuatro cuernos y de los cuatro guerreros, del hombre con la línea de medir, el candelabro de oro (que luego estudiaremos) y los dos olivos, el rollo volante y los cuatro carros, entre muchas otras. Todas ellas tienden a lo mismo y el cautiverio del pueblo nos enseñó una lección muy importante: La obediencia a Dios nos trae bendición y vida mientras que la desobediencia, trae ruina y muerte.

  Zac. 1:3. Con este v. entramos de lleno en la doctrina de la reconciliación. Podemos decir que nuestro profeta comenzó su carrera como un evangelista de lo más puro. Sin embargo, es el mismo llamamiento que usaron en su día, en otras fechas y generaciones anteriores, Amós, Oseas y otros voceros y profetas mayores y menores: ¡Volveos a mí!, dice Jehovah. Su significado en hebreo no puede ser más revelador: Volver a mí, es dar media vuelta, arrepentirse, convertirse, cambiar la manera de vivir y correr en la dirección buena, adecuada. Pero esta llamada al pueblo choca contra el muro de su actitud y, desde luego, es un toque de clarín para que el pueblo cambie de vida y conducta.

  El v. es bien simple y contiene una hermosa promesa. Si el pueblo deja a un lado su apatía e indiferencia, el Señor va a derramar sobre él su bendición. Además, vemos, observamos que el Señor mira al corazón del hombre, llegando al lugar dónde uno guarda sus pensamientos más secretos. Él ha visto en los judíos los comienzos del espíritu rebelde que trajo la ruina a sus padres: No han colaborado en la construcción del templo por pensar que ya no era tan importante y lo que es peor: ¡Qué jamás lo terminarían! Pero Zacarías les dice que deben meditar mucho sus caminos porque hasta el momento presente no van bien, no andan bien. Sin embargo, su mensaje no es negativo. Más bien al contrario, es positivo a todas luces. Al igual que en Eze 18:30-32, recuerda al pueblo que si todos ellos se vuelven a Dios, Él se volverá hacia ellos con todas las riquezas de su Gracia.

 

  2do. Punto: La visión del candelabro, Zac. 4:1-5.

  Zac. 4:1. Es por medio de ocho visiones en una noche que Dios asegura al profeta de que era falso el mal concepto que el pueblo tenía de que el Señor no hacía nada para ayudarles. Los judíos habían basado su apatía en la obra de restauración del templo diciendo que Dios les había abandonado a su suerte y no hacía nada para ayudarles en la reconstrucción de su amada patria. Mediante estas ocho visiones, Zacarías llegó a la clara y rara conclusión de que la verdad era precisamente todo lo contrario: ¡Dios sí que estaba trabajando por su pueblo! A veces, su labor nos parece silenciosa e invisible, pero al fin su causa triunfará. En esta lección sólo podemos estudiar una de esas claras visiones: La del candelabro de oro y los dos olivos. Así que tras ver y entender cuatro de estas visiones, el profeta cayó en un profundo sueño. Era lo normal, poneros en su lugar. La tensión nerviosa debió ser grande y máximo teniendo en cuenta que soportaba la visión de un ángel. Se durmió, pues, completamente agotado. Pero el propio ángel le despierta como uno lo hace con un amigo dormido. Tenía aún algo importante que enseñarle:

  Zac. 4:2, 3. Zacarías vio un enorme candelabro semejante al que se usaba en el tabernáculo, Éxo. 40:24, y algo más tarde en el templo de Salomón, 1 Rey. 7:49. Tenía siete lámparas de aceite que ardían por medio de una mecha. El número siete significaba perfección entre los hebreos. Así que, siguiendo esta idea, el candelabro era perfecto, pues no le faltaba ni le sobraba nada. El aceite alimentaba a las siete lámparas por medio de tubos que bajaban de un depósito situado sobre el candelabro propiamente dicho. Este depósito, a su vez, era llenado a través de canales que venían de dos grandes olivos situados el uno a la derecha del depósito y el otro a la izquierda.

  Zac. 4:4, 5. Nuestro profeta se quedó tan asombrado con esta la visión como nosotros lo hubiésemos estado, y preguntó al ángel: ¿Qué es esto, señor mío? El ángel que hablaba conmigo me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y yo dije: ¡No, señor mío! El ser alado, una vez convencido de la sinceridad de su interlocutor pasa a explicarle la visión: el candelabro en sí representa la comunidad de los hebreos, es decir, el compacto grupo de seres que estaban luchando para restablecer la nueva nación de Israel. La llama representa la vida y la prosperidad de esa comunidad (mientras la llama arda habría vida en todo el grupo). Los dos olivos, por último, representaban la firme autoridad religiosa y civil de la elite de la comunidad, v. 14. ¿Quiénes eran en aquel tiempo? Uno era Zorobabel, el gobernados civil y el otro Josué, el sumo sacerdote.

  La lección aplicada a nuestros tiempos también es bien simple. Dios obra hoy día por medio de personas santas y consagradas, puesto que el pastor, la autoridad religiosa en cada iglesia, no puede hacerlo todo: hace falta personas comunes que a través de sus testimonios y trabajos, traten de ensanchar la hermosa causa de Cristo. Pero como decíamos al principio, debemos sacarnos la túnica que nos impide hacer la carrera que nos es propuesta. ¡Un cristiano parado es un cristiano muerto! Para correr es menester dejar la carga del pecado, Heb. 12:1, esa ropa exterior que nos impide avanzar con soltura.

 

  3er. Punto: Palabras de ánimo para Zorobabel, Zac. 4:6-10a.

  Zac. 4:6. Aquí el Señor señala al gobernador y a nosotros, que aunque él no disponía de un gran ejército ni tesoros en sus arcas, podría obrar a través de Él para levantar de nuevo con poder a la nación de Israel. La fuerza física no es imprescindible para hacer la obra de Cristo. Al revés, muchas veces la fuerza y la sabiduría humanas fracasan mientras que siempre, el Espíritu de Dios sale victorioso pues obra en los corazones día y noche en cualquier parte del mundo.

  Zac. 4:7. No importa si los problemas aparecen como una enorme montaña pues el Espíritu de Dios puede reducirlos a una simple llanura. ¡Él está ahí, basta con que lo queramos usar!

  Zac. 4:8, 9. La última palabra de esta visión es que el Señor siempre termina lo que comienza. En cambio, nosotros dejamos muchas veces los proyectos a medio terminar, pero no ocurre lo mismo con Él. La obra de construcción que muchos daban por imposible de hacer se va a terminar y Zorobabel, quien la había iniciado de nuevo, va a ver la inauguración final del templo. Así conoceréis que Jehovah de los Ejércitos me ha enviado a vosotros. El profeta condiciona su seguridad en Dios en el hecho de que todos verán el templo reconstruido. Cuando esto suceda, el pueblo entero sabrá que Él les ha hablado a través de Zacarías.

  Zac. 4:10a. Así que queda claro que no podemos menospreciar las cosas del Señor por pequeñas que parezcan, puesto que sólo Él sabe los resultados que se pueden conseguir. Cuando alguien lanza una pequeña bola en la pendiente de una montaña, sólo la nieve acumulada en su camino sabe lo grande que puede llegar a ser. Y por otra parte, nada de lo que hagamos por importante que nos parezca, tendrá validez si no está visada o inspirada por el Espíritu Santo.

 

  Conclusión:

  ¡Levantémonos hermanos! Es hora de salir a la mies por pocas y débiles que sean las fuerzas. Debemos brillar en el mundo, en el entorno aunque sea como lo hacen las pequeñas luciérnagas en una noche oscura. Y una cosa más. Quisiera terminar con la más hermosa promesa que nos legó el profeta Zacarías: Será un día único… No será ni día ni noche; más bien, sucederá que al tiempo de anochecer habrá luz, 14:7.

  ¡El Señor quiera obrar a través nuestro lo mismo que hizo con Zorobabel, Zacarías y tantos y tantos prohombres!