LA PROMESA DE UN DÍA MEJOR

Zac. 8:1-8, 11-13

 

  Introducción:

  El cap. 8 del libro del profeta Zacarías describe bien a la ciudad perfecta. ¿De qué ciudad se trata? La Jerusalén celestial, claro. Pero sin embargo, el joven está hablando a los moradores de la terrenal, de la ciudad entonces sitiada. ¿Cómo iban a creerle? ¿Aquella ciudad en ruinas pisada por algún que otro centenar de antiguos cautivos, iba a resultar prototipo de bienestar? Ellos sabían la historia y nosotros que aún sabemos más, decimos y afirmamos que una ciudad sin peligros y bendita sólo podrá ser realidad cuando el hombre cambie de ser, de naturaleza.

  Echemos un vistazo a la historia de la Jerusalén terrena: La ciudad fue tomada muy tarde por David, 2 Sam. 5:6-9. Salomón construyó el templo. Cuando las diez tribus se separaron, fue la capital del reino del sur o de Judá. Fue tomada varias veces al asalto, hasta que fue deshecha por Babilonia. Después de 70 años, en el 536 aC, muchos judíos regresaron con Zorobabel, Josué y Zacarías, época en que está ubicada la lección, quienes hicieron mucho por devolverla su antigua esplendor. En el 332 aC, la urbe se rindió a Alejandro Magno de Macedonia. Después de su muerte, Tolomeo Soter de Egipto, general de aquél, la tomó un sábado abusando del escrúpulo que sentían los judíos por pelear en ese día. Corría el año 320 aC. En el año 179 aC, cayó en poder de Antíoco Epífanes y fue arrasada y dedicada al culto de Júpiter. En el 1163 aC, recobró su independencia bajo el mando de los Macabeos. En el 63 aC, fue tomada de nuevo por Pompeyo, el Romano. En el 54 aC, Herodes quiso devolver su antiguo esplendor y gastó cuantiosas sumas culminando su obra con la reedificación del templo que fue acabada en el año 20 aC. En el 33 dC, fue crucificado nuestro Señor y en el 70 dC, fue de nuevo arrasada por Tito, instrumento del Señor Dios por aquello que dijeron los judíos: ¡Su sangre (la de Cristo) caiga sobre nuestras cabezas! ¡Y la nación judía dejó de existir como tal! Adriano, en el año 135 dC, la cambió el nombre por el de Elia Capitolina y prohibió acercarse a los judíos bajo la pena de muerte. En el año 326 dC, Constantino la volvió a dar el nombre de siempre y su madre Helena construyó dos iglesias famosas: La de Belén y la del Monte de los Olivos. En el 614 dC, fue tomada por Chosroes II, rey de Persia. En el 627 dC, Heraclio derrotó a los persas y volvió a ser colonia griega. En el año 637 dC, fue tomada por el califa Omar y estuvo bajo el dominio de los árabes hasta el año 1089 dC, en que fue conquistada por los cruzados al mando de Godofredo de Bouillón. En el año 1187 de nuestra era, Saladino, sultán de Oriente, la tomó gracias a la traición del conde de Trípoli. En 1242, fue regalada a los príncipes latinos por Ismael, emir de Damasco, pero la perdieron de nuevo en 1291 a manos de los sultanes de Egipto que la conservaron hasta 1382. Selim, el turco dominó Egipto, incluida Jerusalén y bajo el reinado de su hijo Solimán se reconstruyeron las murallas que aún hoy mismo se pueden admirar. Estuvo bajo el dominio de los turcos hasta el año 1919 en que fue capital del protectorado británico. Por fin, en el año 1948, la ONU, permitió la creación de un Estado moderno de Israel que la hizo su capital en el año 1950. Sin embargo, la ciudad estaba en manos de Jordania en su mayor parte y la capitalidad del país pasó a Tel Aviv. Aunque recientemente, la ciudad ha sido conquistada casi totalmente por los hebreos… ¿hasta cuándo?

  Recordemos que Jerusalén ha sido tomada y saqueada hasta sus cimientos 17 veces… ¡Ésta pues no podía ser la ciudad donde los niños y ancianos paseaban por sus calles sin peligro!

 

  1er. Punto: La promesa para el pueblo de Dios, Zac. 8:1-6.

  Zac. 8:1, 2. Aquí han terminado las visiones del profeta. Y ya está preparado. En adelante Dios le hablará igual que a los otros profetas: Yo tuve un gran celo por Sión; con gran enojo tuve celo de ella. Este pueblo que se sentía defraudado, ¿sufría el capricho de Dios o la simple consecuencia de su pecado? ¡Lo segundo! Mas, ¿qué significan este celo y esta ira? El Señor va a obrar ya en favor de su pueblo. Con celo, tesón y calor. Es algo que ya ha decidido y nada ni nadie lo hará cambiar. El Nuevo Nacimiento se está gestando. Es ya un hecho listo, irreversible. Este celo de Dios tiene un aspecto positivo que es su amor por el nuevo Sion, en el que estamos inmersos e involucrados todos los salvos, pero como en todas las cosas, existe un adverso de la medalla que no es otro que su ira contra el pecado. Además, aquí está presente aquella promesa de: ¡Ay de las naciones que toquen un pelo de uno de mis hijos! Los que corren a nuestro alrededor en dirección contraria y nos ajan y molestan con sus roces, están para eso, para hacer mejor temple de nuestro acero, pero ¡ay de ellos!

  Zac. 8:3. Sabemos que Ezequiel tuvo una visión de la gloria de Dios saliendo de Jerusalén porque Él no podía soportar más su pecado y su desobediencia, Eze. 10:18, 19. Y ahora, después de 70 años de cautiverio, Zacarías recibe el mensaje de que Jehovah va a volver a la ciudad. Sin embargo hay un matiz diferente. Salomón y el pueblo se empeñaron en ceñir a Dios en el templo únicamente, pero la criba de la esclavitud había cambiado las cosas. Zacarías y los grandes profetas con él sabían que Él mora en otras partes y que es menester adorarle en espíritu y en verdad donde quiera que sea necesario. Ya no moraba en casa de piedra, sino que quería hacerlo en casas de carne, en los corazones del pueblo. Esta era la diferencia. Y este es el cambio pensado y prometido para la ciudad. El dicho reza así: Cambia a todos los hombres y conseguiréis cambiar a la ciudad entera. Así que Jerusalén tendrá un nuevo nombre que añadir a su lista: Ciudad de verdad, porque allí se practicará y enseñará la verdad. De todas formas existirá el monte donde se podrá adorar en común a Dios porque será un monte dedicado por completo a su Santidad.

  Zac. 8:4, 5. Si comparamos este cuadro con nuestras ciudades, veremos que aquella sí que será una urbe pacífica. En la Ciudad Eterna habrá cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Y si a estos cortos vs. añadimos aquellos otros de Apoc. que dicen que el cordero se paseará con el león, la visión de una ciudad de paz y en paz no puede ser más perfecta. Ahora bien, ¿cómo puede llegar a ser realidad una verdad así? ¡Dejando que Dios sea el centro y motivo de la ciudad y de sus moradores! No nos quepa ninguna duda, el cumplimiento de esta promesa será un milagro y maravillará al mundo. Si es utópico para todos los hombres llegar a pensar y mucho más realizar este ideal, ¿lo es para Dios? Veamos lo que dice la Biblia:

  Zac. 8:6. Quizá muchos contemporáneos del profeta creyesen que esto era un sueño demasiado maravilloso para ser verdad. Ser sentían tan poca cosa y estaban tan desanimados, pobres e indefensos que no podían creerlo… ¿Y nosotros? No podremos creerlo tampoco si no nos consideramos parte del remanente del pueblo por la gracia del Señor. Sin embargo, los pocos judíos que volvieron del cautiverio son llamados cariñosamente por el Padre: Remanente. En efecto, Amós e Isaías decían que el juicio de Israel no sería total, sino que quedaría un remanente con el que volver a empezar de nuevo la santa obra de salvación por medio y a través de Él. Del mismo modo, por su gracia, como adoptivos, formamos parte del citado y selecto remanente. ¿No es maravilloso a nuestros ojos que el Señor pueda crear este tipo de ciudad? Sí, no nos engañemos para Él no hay nada imposible, leer Gén. 18:14.

 

  2do. Punto: La salvación para el pueblo de Dios, Zac. 8:7, 8.

  ¿Quién es el que salva? Jesús y el Padre, un solo Dios, Hech. 4:12. Parece que si Dios no actuara, no diera los primeros pasos, seguiríamos en este triste mundo solos, perdidos, abandonados, dispersos y perseguidos. Pero, gracias le sean dadas por su misericordia, dice: ¡Yo salvo! En otras palabras: Yo traeré el remanente de la tierra de Oriente, es decir de Babilonia, de la tierra donde se pone el sol, de Egipto, de España y de todos los países del mundo… Todos los esparcidos por el viento del mal podrán volver a la tierra prometida a gozarse con las altas bendiciones de Dios, ahora, eso sí, es necesaria fe para dejar todos los bienes y posesiones de uno y ponerse en camino. Dijimos el otro día que la fe es el vehículo capaz de transformar nuestra vida y llevarnos al lugar de su motivo y razón. Tener fe en la existencia de esa ciudad, es marchar, es vivir ya en sus calles y plazas. Cuando Pizarro hizo pasar, traspasar la línea que había hecho en la arena con su espada, a los trece valientes de la historia, ya veían y hasta disfrutaban de las riquezas de las siete ciudades de Cibola. ¡Las dificultades del camino no cuentan!

  Zac. 8:8. Este es el centro de la promesa: Relación familiar entre Dios y su pueblo. No seremos extraños, sino que seremos miembros de su gran familia. Vamos a confiar en Dios con una fe pura y una obediencia completa y el Señor, por su parte, va a cumplir sus promesas hasta el último detalle. Cristo nos lo dejó dicho bien claro: Yo soy en buen Pastor y conozco mis ovejas, las mías me conocen y ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer, Juan 10:14; 15:15.

 

  3er. Punto: Prosperidad para el pueblo de Dios, Zac. 8:11-13.

  Zac. 8:11. Es verdad que han cambiado las circunstancias. Pero la naturaleza de Dios, no. Tuvo que castigar a gentes anteriores a causa de su pecado, pero todo ese celo en castigar bien puede cambiarse en bendecir y hacerlo plenamente.

  Zac. 8:12. Una era de paz completa está a punto de nacer, de iniciarse. Pero, no lo olvidemos. Sólo aquellos que tengan la suficiente visión para verlo ahora, podrán gozarlo en el futuro. El mundo ha pasado, pasa y pasará por muchos desastres y guerras, pero los propósitos de Dios siguen adelante por medio y a través de sus seguidores. Sí, nuestro Señor está obrando en la historia actual: ¡Somos el pueblo escogido por Él para dar fe de la existencia de una ciudad de paz y gloria!

  Zac. 8:13. En otras palabras: ¡Por vuestra sola causa tuve que castigar a otras naciones que os castigaron a su vez! La ruina total de Israel fue la causa y origen del dicho árabe: ¡Qué Alá nos impida calzar la sandalia israelí! Desde ahora la situación va a cambiar: Os libraré y seréis bendición. Dios sacó a Abram de su casa para que fuese bendición a sus vecinos, pero sus hijos y descendientes no lo entendieron así y Dios tuvo que enviar a su Hijo como motor de una nueva Salvación. El principio es el mismo: ¡No somos salvos para guardar bendiciones para nuestro uso exclusivo, lo somos para servir de focos de bendición a los demás!

  Por último, las directrices a seguir mientras estemos de paso en este valle de lágrimas: No temáis… Hay que ver el éxito final. Hay que correr la carrera que nos queda por delante viendo al Mantenedor de los Juegos como ya nos espera a cada uno de nosotros en la meta. Esfuércense vuestras manos. Así, como siempre, Dios quiere que demos el primer paso. Y Él, sin duda, va a bendecir nuestra labor y nos hará capaces de terminarla con éxito.

 

  Conclusión:

  ¡Corramos ya hacia la Ciudad Eterna, sólo allí podremos descansar! Sólo así seremos motivo de asombro y hasta maravilla para muchos inconversos. Sólo así podremos ser útiles a los demás: En aquellos días acontecerá que diez hombres de todas las lenguas de las gentes, trabarán de la falta de un judío, de un creyente, diciendo: ¡Iremos con vosotros porque hemos oído que Dios está a vuestro lado!

  ¡Amén!