EL HOMBRE, UN SER RESPONSABLE

Gén. 1:27-30; Hech. 17:30, 31; Rom. 14:10-12

 

  Introducción:

  ¿Dónde tiene origen el mal, en el hombre o en Dios? En el hombre, claro, porque el mal es el fruto de la desobediencia a la voluntad del Señor. Se cuenta que en un incendio de Buenos Aires, los bomberos encontraron un hombre que estaba echado en la cama. El examen posterior reveló que hacía horas que había fallecido víctima de las drogas y el alcohol que él mismo había preparado en una especie de alambique casero. Este aparato provocó el incendio de manera que podemos decir bien que el pecado de aquel hombre le alcanzó y, lo que es aún peor, trajo el mal para los que le rodeaban.

  ¡El pecado es quien castiga al pecador a quien Dios ha dejado revolcarse en su rebeldía! Rom. 1:24-30. ¡Qué imagen diferente da este hombre con relación al ser estudiado el domingo pasado! Desde el momento de su creación por Dios, ocupa el primer lugar dentro del gran concierto universal. Para diferenciarlo de los demás seres, el Señor antes de crearlo, exclama: Hagamos al hombre a nuestra imagen… Este solo hecho coloca al hombre en ese lugar privilegiado que hemos señalado pero, a la vez, al mismo tiempo, es un lugar de gran responsabilidad. Veamos por qué: (1) Tiene una responsabilidad moral por el hecho singular de conocer el bien y el mal y, por ende, tiene el deber de amar a sus semejantes. (2) Tiene una gran responsabilidad espiritual porque no ha sido creado por gusto ni por diversión. Ha sido creado con el propósito de relacionarse con su Creador para vivir en íntima armonía con Él, y (3), tiene una responsabilidad administrativa por haber recibido del Él poder para gobernar y hacer uso de todo aquello que tenga o pueda tener al alcance de la mano.

  Así pues, vemos al hombre perfectamente capaz de ser capaz y responsable de sus actos. Y, sobretodo, hacerlo en olor de santidad. Porque no es tanto nuestra actitud externa lo que ve Dios, sino nuestra intención. Recordar el caso de Caín y Abel. Muchas veces caemos en el mismo error pensando que Abel halló gracia en el Señor a causa de sus ofrendas sólo en contra de las de su hermano, pero en Heb. 11:4, leemos: Por la fe Abel ofreció a Jehovah más excelente sacrificio que Caín por lo cual alcanzó testimonio de que era justo. No fue por casualidad que Dios eligiera mejor una oveja para su ideal sacrificio en vez de un fruto de la tierra. La diferencia en mucho más profunda. La excelencia del sacrificio radicaba en el interior del donante, uno lo daba con fe, tratando de reconciliarse con el Padre; el otro, con algo de servilismo, porque no había más remedio, era la costumbre… ¡Y no le sirvió de nada!

  Por alguna extraña razón, somos responsables hasta en nuestros más pequeños detalles y decisiones.

 

  Desarrollo:

  Gén. 1:27. Esto es la conclusión, de la declaración del v. 26 que estudiamos el domingo anterior. A imagen de Dios lo creó… ¿Qué es una imagen? Ilustración: “Una noche despejada en la que pueda verse la imagen de la luna reflejada sobre el agua. Mientras el viento no perturbe la superficie del agua o alguna nube cubra el satélite, la imagen de este brillará clara y neta. Pero si algo se interpone, la imagen desaparecerá, pero la luna no. Pasa lo mismo si se tira una piedra al agua, la imagen se deforma, pero la luna no.” Con el hombre ocurre algo semejante. Es la imagen de Dios, no la física como dejamos dicho claro, sino la espiritual y moral. Pero la imagen se ha distorsionado, se ha deformado, a causa del pecado que se ha interpuesto entre el uno y el otro. Por eso decíamos que todo el hombre es mental, moral y socialmente semejante a Dios. Por ello, en su libertad, siempre tiene opción en cuanto a obedecerle o no, pero esa libertad lo hace jurídicamente apto y responsable. Sólo el pecado, como apuntábamos un poco más arriba, es la causa de la muralla que se ha levantado entre el Uno y el otro. Mas, por su gracia, al aceptar a Cristo como Salvador y Señor, esta semejanza rota se restaura de nuevo y la muralla se derriba. Varón y hembra los crió. La presencia de ambos sexos en la cúspide de la creación los apareja por igual en los privilegios y deberes. Dios instituyó el matrimonio con un fin determinado: ¡Extender y garantizar la vida humana!

  Gén. 1:28. Dios los bendijo y les dijo: El Señor consagró la unión matrimonial. Consagró el establecimiento del hogar y la familia. Hombre y mujer con compelidos a vivir el uno para el otro y ambos para Dios. ¿Dónde queda el divorcio? La unión de la pareja en un matrimonio queda establecido como sigue: ¡Un hombre para una mujer y una mujer para un hombre, y para siempre! Y aunque el imperativo de llenar o fructificar tiene relación con los frutos de la unión del matrimonio, sin duda aquí hay algo más. Parece ser un mandato a trabajar y hacer producir a la tierra y a todo aquello que ya está puesto a su alcance en la naturaleza, para asegurar el sustento y bienestar propio, de los hijos y de las personas de su responsabilidad. Ser fecundos y multiplicaos. Aquí si que hay un mandato urgente de reproducir y multiplicar la raza. Y de donde se desprende que la vida sexual sana forma parte del santo proceso creativo del Señor y dentro de esa unión, del matrimonio, la relación marital tiene un papel preponderante. Digamos de paso, que el ser humano no tiene ninguna excusa para la relación sexual fuera del matrimonio. Llenad la tierra; he aquí también un mandato claro para que el globo sea colonizado en su totalidad, Hech. 17:26; Gén. 11:8. Sí, sojuzgarla y tened dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo y los animales que se desplazan sobre la tierra. El hombre tiene el deber de conquistar la tierra, de dominarla y explotarla para beneficio propio y ajeno, de la comunidad en general. Su dominio no está limitado a las cosas inanimadas de la tierra, sino sobre todos los demás seres vivos inferiores estén donde estén.

  Gén. 1:29. Así que todos los vegetales fueron creados como sustento para el hombre o cuando menos, para su deleite. Parece ser que en el origen el hombre debía alimentarse de vegetales, legumbres, hortalizas, etc., pues por lo que sabemos sólo tras el diluvio, el Señor incluyó la carne en la alimentación diaria del mismo, Gén. 9:3.

  Gén. 1:30. Así que los animales eran vegetarianos. Lo cierto es que todo se realizó como había sido determinado. Sí, Dios sustenta a todos los seres vivientes y cuida de su creación, Sal. 36:6.

  Hech. 17:30. Los griegos del Areópago eran sabios en el campo de la filosofía y de todos los conocimientos humanos, pero ignorantes en cuando a la existencia y poder del verdadero Dios. ¿Cuáles podían ser los tiempos de la ignorancia? Pues todos aquellos en que se cometían pecados a causa de no saber que lo eran ante los ojos del Padre. De ahí la importancia de la predicación. Pablo pone su sano granito de arena ante aquellos sabios, nosotros… dónde se presente la buena ocasión. Ahora bien, ¿seremos culpados nosotros de los pecados cometidos en la ignorancia? Rom. 3:24, 25. Pero este estado de cosas no puede continuar así. Y si el hombre sabedor de Dios continúa pecando ya no tendrá excusa. Por eso, manda a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan. Delante de este enorme evangelio, el hombre está ante la encrucijada eterna: Con su libertad, puede seguir a Cristo o… ¡negarlo! Así que todos deben arrepentirse, iniciar la marcha hacia el sentido contrario. Deben hacerlo porque de lo contrario no tendrán consuelo en el día final. ¿Por qué?

  Hech. 17:31. Clara referencia al Juicio Final en el día de la segunda venida de Cristo. De una cosa podemos estar seguros: El juicio particular será justo y no podremos de ningún modo criticar el veredicto. Cristo será el Juez, Él hizo el mundo, lo gobierna y lo juzgará. Él tiene las credenciales con las que su buen Padre lo ha revestido ante el mundo entero: ¡Resucitarle de entre los muertos! De manera que tendrá un doble papel: Salvador y Juez. Sí, esta condición divina nos iguala a todos con el mismo rasero. No hay cristianos más grandes ni más pequeños. Ni débiles ni fuertes. La Iglesia de Roma tenía este problema. Algunos hermanos curtidos estaban seguros de que la calidad de la vida cristiana no depende de la clase de alimentos que se iban a ingerir ni de la cantidad de días festivos guardados o dejados de guardar. Otros creyentes inmaduros, hacían distinciones más superficiales en ciertas prácticas personales. Como consecuencia, los unos juzgaban y criticaban a los otros y los otros negaban y menospreciaban a los primeros.

  Rom. 14:10. Referencia al hermano débil que critica al fuerte. Pablo esconde una fuerte reprensión. Están usurpando la parte, la función que pertenece por naturaleza al propio Cristo. Y dice: O tú también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Es una clara reprensión al hermano maduro y formado. Sí, ¿por qué tomas en poco a tu hermano en la fe? La madurez cristiana se caracteriza en amor y comprensión para los hermanos aunque no estén de acuerdo con nuestras maravillosas ideas. Pues todos iremos ante el tribunal de Dios. Tanto el que juzga y critica como el que menosprecia estarán un día ante del Juez supremo. Claro, en nuestro caso, no para algún tipo de condenación pero se nos pedirán cuentas en lo tocante a la administración de nuestra mayordomía, 2 Cor. 5:10.

  Rom. 14:11. En el llamado día final, todos, absolutamente todos, proclamaremos el Señorío y soberanía de Dios. Los salvos se inclinarán y confesarán su alborozo, mientras que el resto lo hará con dolor.

  Rom. 14:12. De manera que cada uno de nosotros rendirá cuenta al Señor de sí mismo. Claro, cada cristiano, de forma individual, dará cuenta al Juez Supremo. Mas, ¿sobre qué daremos cuentas? ¡De todo lo que hayamos recibido de Él en esta vida! La vida, el cuerpo, las energías, el tiempo, el pan, los bienes, etc. Todo saldrá a la luz, hasta el último de los trapitos sucios. Y lo malo de todo es que no tendremos a quien dar las culpas de nuestro posible fracaso, a pesar de estar rodeados por millones de seres.

 

  Conclusión:

  Una lavandera se quejaba de que su ropa quedaba mal lavada y exclamaba con mal humor: –Tiene la culpa la lavadora-. Claro que sí, siempre decimos lo mismo: –Tiene la culpa Eva. Tiene la culpa la serpiente-…

  Debemos terminar con todas las excusas: ¡Somos serios y responsables de nosotros mismos”

  Así que, queridos hermanos, administremos bien todos los talentos ahora que aún estamos a tiempo.

  ¡Así sea!