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DIOS SE INTERESA EN LA ADORACIÓN

 

2 Crón. 5:7-14; 7:12-14

 

  Introducción:

  Muchos de nosotros nos venimos preguntando dónde radica la necesidad del culto dominical. El por qué y el cómo de su implantación. Sabido es el poco tiempo de que disponemos y, sin embargo, estamos aquí domingo tras domingo. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué sentimos una especie de sinsabor si por razón o cualquier causa no podemos asistir? ¿Cuál es el imán que nos atrae a este local o a otro bendecido con la misma función?

  Sabemos de la necesidad de la adoración individual y que el objeto de la misma puede recibir nuestras pobres peticiones de “adorar en todo lugar”, “en todo momento.” Las respuestas son sencillas: El culto a Dios en común es una ocasión de gozo y alabanza pues que proclamamos y hacemos nuestro el más grande título del mundo: ¡Dios reina y triunfa! Proclamamos que la historia del mundo está bajo el gobierno de Dios y que sus propósitos se cumplen en el universo actual. Por eso los cristianos nos sentimos felices al estar juntos ante la presencia de Dios; porque, además, entre otras cosas apuntadas más arriba, podemos dejar a un lado la vida diaria con toda su incertidumbre y lucha y gozarnos en la adoración conjunta a nuestro Dios.

  Además, el culto debe prepararnos para las actividades de la próxima semana y debe fortalecernos para resistir los ataques del diablo. Por otra parte nos debe animar a luchar contra todos los problemas sabiendo que la victoria con Dios es segura. Y por fin, el estudio debe consolarnos con la innegable verdad de que nuestras vidas están seguras en la manos del Señor.

  Como siempre, el paralelismo descrito entre la nación hebrea y la cristiana nos aporta una hermosa lección que no deberíamos olvidar, pues si bien el templo de Salomón se diferenciaba del resto de los templos de las naciones vecinas que sólo albergaban ídolos, mientras que aquél cobijaba a la gloriosa divinidad entre los querubines del lugar santísimo, con el tiempo, llegaron a adorar a la casa, a la edificación propiamente dicha sirviendo incluso de base para formular una de las acusaciones contra Cristo por aquellas palabras: “En tres días yo lo edificaré” y, por consiguiente, Dios permitió e incluso instigó, su total y clara destrucción a manos del emperador Tito en el año 70 de nuestra era. Con todo, aquel templo fue durante muchos años, oriente y orgullo del apaleado pueblo judío. Ya dijimos en la lección anterior que David, al saber que Dios había escogido a Jerusalén como lugar de residencia había intentado construirle un lugar adecuado a su honra. Pero Dios reservaba este honor a su hijo Salomón porque había de ser una rey pacífico y diferente, pues ya es sabido que David había derramado mucha sangre en sus guerras de conquista.

  Efectivamente, la construcción del templo, que había de ser motivo de asombro por su magnificencia, se comenzó cuatro años después de la muerte del poeta rey, 1 Rey. 6:1. El sitio escogido para levantar este magnífico edificio fue el alto monte Moriah, Gén. 22:2, 14, en el lugar que ocupaba la era de Arauna el Jebuseo, 2 Sam. 24:18-25; 1 Crón. 21:18-30; 2 Crón. 3:1. La construcción, en la que intervinieron unos ciento ochenta y tres mil hombres, duró siete años y seis meses, inaugurándose con toda la solemnidad en el día de la acción descrita en 2 Crón. 5:7, primer v de la lección de hoy. Pero el magnífico templo de Salomón conservó su primitivo esplendor sólo durante treinta y tres años, pues al cabo de ese tiempo fue saqueado por Sisac, rey de Egipto, 1 Rey. 14:25, 26; 2 Crón. 12:9. Después de este cruel suceso, sufrió varias otras profanaciones y saqueos a manos de Hazael, Tiglat-pileser, Senaquerib y otros, 2 Rey. 12; 14; 16; 18; 24, y fue destruido por completo por Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el año 588 aC, habiendo subsistido 424 años, 3 meses y 8 días, 2 Rey. 24:9-17.

  Después de unos 52 años de haber estado en ruinas, Zorobabel, Jonás, Zacarías y demás judíos deportados, aprovechándose del privilegio que Ciro les concedió, volvieron a Jerusalén y echaron las bases para un segundo templo, Esd. 1:1-4; 2:1; 3:8-10. Estos judíos sufrieron varias demoras en su trabajo a causa de la mala fe de los samaritanos que consiguieron de Babilonia un decreto prohibiendo la continuación de la obra. Iniciada de nuevo en el año 520 aC, fue terminado y dedicado 21 años después, Esd. 6:15, 16. En altura y longitud era doble de grande que el de Salomón, por lo tanto el llanto del pueblo al echar las bases, Esd. 3:12, 13, y el desprecio que se experimenta al compararlo con el primero, fueron a causa de su menor gloria, no de sus medidas, Hag. 2:3. ¿Por qué? Le faltaban en efecto, 5 cosas importantes: El arca del pacto y su propiciatorio, la divina presencia o gloria visible, el fuego sagrado en el altar, el Urim y el Tumim y el espíritu de profecía.

  Este templo a su vez, fue saqueado y profanado por Antíoco Epífanes en el 68 aC, quien mandó suspender el sacrificio cotidiano, ofreció carne de cerdo sobre el altar y prohibió el culto a Jehovah, 1 Mac. 1:46, 47. Así estuvo 3 años, hasta que fue purificado por Judas Macabeo, el cual restableció el culto divino y lo dedicó de nuevo. Mas tarde Pompeyo tomó también este templo por asalto y penetró en el lugar santísimo. Habiendo dado muerte Herodes a todos los miembros del sanedrín excepto a dos, el primer año de su reinado, 37 aC, y teniendo gusto por la nueva arquitectura, trató de ganarse la buena voluntad de los judíos reedificando y hermoseando su templo empleando a muchos obreros aun en tiempo del nacimiento de Jesús. Con la presencia del Señor se cumplieron las profecías de Hag. 2:9 y Mal. 3:1. Este templo de Herodes fue aún más grande que el de Zorobabel motivando la admiración de algunos discípulos en Luc. 21:5 y Mar. 13:1, diciendo: Maestro, mira que piedras y que edificios. Pero el Jesús, el Salvador, sabía que su Padre tenía otros muchos patrimonios que ellos ignoran y les responde que no quedará piedra sobre piedra, Mar. 13:2. En efecto, en el año 60 dC. Tito, mandando a las legiones romanas, destruyó el templo y la ciudad por completo, llevándose a Roma como pruebas de triunfo, los utensilios sagrados que quedaban.

  El resto ya es casi historia moderna: Juliano trató de edificarlo sin éxito y por fin, dos mezquitas árabes se yerguen en el monte Moriah, orgullo y símbolo de la nación hebrea.

 

  Desarrollo:

  1er. Punto: Preparándose para una adoración pública y efectiva, 2 Crón. 5:7-14.

  2 Crón. 5:7, 8: Estos dos simples vs. describen el momento más importante en la dedicación del templo. Todo lo demás era únicamente una preparación para este solemne acto. El edificio con sus paredes cubiertas de oro y sus columnas de bronce se construyó especialmente como habitáculo para el arca de Dios. Así, después de años de dudas, incertidumbres y aventuras, el arca tenía su propia casa. Como sabemos, el arca era una caja de madera con anillas en los lados para facilitar el transporte, con lo que ya tenemos la primera idea de que Dios, cuando mandó construirla quería que su pueblo marchara, que fuera nómada, no sedentario, porque en el momento en que se parara y se acomodara… sería su fin. Este arca contenía entre otras cosas, las dos tablas de piedra del monte Sinaí con el escrito de los diez Mandamientos, cubierta por una tapa llamada propiciatorio con los dos querubines. Tenía una importancia capital de generación en generación puesto que era como un recordatorio por el que sabían que el Dios de sus padres moraba entre ellos. Una vez al año, el sumo sacerdote entraba en el recinto o lugar santísimo para pedir perdón por los pecados del pueblo, Éxo. 25:10-22; Lev. 16.

  2 Crón. 5:9: Este v no puede ser más descriptivo. La pequeña habitación al fondo mismo del templo, conocida como el lugar Santísimo no era muy grande y es posible que las cortinas que tapaban el arca y que cerraban la sala, fueran insuficientes para cubrirla del todo y se viesen las cabezas de las barras desde el lugar Santo. Por otro lado, aquella frase: Y allí están hasta hoy, indica que el autor de Crón usó un relato muy antiguo para sacar sus datos (no olvidemos que en la época que escribió, el templo había sido destruido y el arca estaba perdida).

  2 Crón. 5:10: El contenido más importante, que no el único a juzgar por otros contextos, era sin duda las tablas de la Ley. Y siguiendo el santo léxico del historiador sagrado servían de recordatorio para el pueblo, el cual, había hecho un pacto con el Señor a su salida de Egipto. Recordemos que en su gratitud, el pueblo le prometió en varias ocasiones obediencia y guardar sus mandamientos para siempre. El arca de la alianza, pues, servía de recordatorio visible de esta promesa.

  2 Crón. 5:11, 12: Estos vs. escritos muchos años después nos indican que el culto y la ceremonia del templo se hizo muy complicada. Tanto es así que en la época de Cristo, el sacerdote se consideraba afortunado si lograba oficiar en el templo una vez al año. También se nos describe que habían coros de levitas con instrumentos de música. ¿Esto era normal? Sí. Recordemos que todos los sacerdotes tenían que ser descendientes de Leví, pero no todos los levitas lo eran. Algunos, como los descritos aquí, cantaban en el templo y otros se cuidaban de la música.

  2 Crón. 5:13: El gran coro y la orquesta de trompetas, címbalos, arpas y otros instrumentos llenaban el aire con su melodía con el único propósito de alabar y dar gracias a Jehovah. Les había bendecido grandemente y Él merecía toda alabanza y honra. La Biblia enseña en todas partes que Dios es bueno. El hombre ignorante y pecador habla de sus castigos y de sus hechos inexplicables. Así, nosotros debemos seguir diciendo que Dios es bueno y que los golpes de la vida no son sino las consecuencias de nuestro pecado o los resultados naturales de vivir en un mundo de pecado. Sabida por todos aquella anécdota que referí no hace mucho desde aquí y que, sin duda, ilustra lo que estamos diciendo: Un alcohólico se durmió con el cigarrillo encendido y provocó un pavoroso incendio que destruyó un barrio entero y a él mismo. Sabiendo de antemano que Dios no puede cortar la libertad humana, ¿quién fue el culpable del incendio, Dios o el borracho? Sí claro, fue el pecado del pobre enfermo, pero ¿y todos aquéllos que murieron sin tener nada que ver? Por desgracia el pecado de nuevo es el responsable.

  La misericordia del Señor es para siempre y a pesar de que parezca lo contrario, su compasión y bondad no tiene límites. La prueba de lo que estamos diciendo la constituye sin duda el hecho de que a través de los siglos el hombre puede disfrutar de la misericordia de Dios. Puede prometer muy poco porque su capacidad de cumplir lo prometido es pobre, de ahí salen tantos desengaños de la vida social. Por el contrario, Dios Padre puede prometer misericordia por toda la Eternidad. Y como siempre, cuando el pueblo cristiano se reúne con motivo de alabarle y dar gracias, Él se manifiesta de algún modo y, desde luego, evidencia que esta adoración es sana. En el momento en que hemos abandonado la acción del v. Dios se manifestó en medio del culto de alabanza a través de una nube que llenó el templo. Los creyentes de entonces comprendieron que era la gloria de Dios y tuvieron un gran gozo al saber que Dios aprobaba su alabanza y su culto. La presencia de Dios como nube no es nueva, también se encuentra en Éxo. 13:21, 22 y en Isa. 6:1-4.

  2 Crón. 5:14. Ya no era la hora de ceremonias y los mismos sacerdotes tuvieron que salir del templo maravillados con el pueblo frente a la gloria de Dios. Unos y otros tuvieron la sensación de que el Creador se había manifestado en medio de ellos. Del mismo modo, los cristianos de hoy no debemos olvidar que el E. Santo está siempre presente y los cultos no deben ser ceremonias ordinarias y frías, sino celebraciones felices de la gloria de Dios en nuestro medio. Si así lo hacemos, estamos seguros que más de una vez tendremos que salir del local maravillados porque la gloria de Dios lo haya llenado.

 

  2do. Punto: La adoración como centro de reunión del hombre y Dios, 2 Crón. 7:12-14.

  2 Crón. 7:12. Tras la dedicación del templo, Salomón tuvo una revelación de Dios a través de un sueño. Es curioso, cada vez que Dios quiso hablar con Salomón tuvo que hacerlo a través de un sueño. Con toda su sabiduría, el rey no era un hombre muy espiritual. El lujo de su corte y sus muchas esposas paganas indican que no vivía cerca de Dios y éste, por amor a David, se tenía que comunicar con él por algún medio. En este momento, el Señor dijo que había elegido el templo para ser “casa de sacrificio”, pero en la porción paralela de 1 Rey. 9:1-9, se da énfasis a que debería ser “una casa de oración”, como en Jer. 7:11 y Mat. 21:13. De todas maneras el significado es claro, Dios aprobó la casa mientras fue empleada para fines correctos.

  2 Crón. 7:13. El v describe las tres calamidades que con más frecuencia atacaban a Israel. A veces no llovía desde abril hasta octubre, en otras ocasiones una plaga de insectos impulsados por el cálido aire del desierto descendía sobre la tierra como una nube. La tercera plaga era la epidemia. Por falta de higiene y medios actuales, la población sufría muchas veces el azote de la enfermedad de la peste bubónica, la del tifus u otras tan o más contagiosas que las enumeradas.

  2 Crón. 7:14. Fijémonos en dos conceptos básicos que aparecen a simple vista en este v: (a) Israel pertenecía a Dios porque su Nombre había sido invocado sobre ellos, y (b) el pueblo debía reconocer que pertenecía a Dios y humillarse ante su autoridad. No era, ni es, suficiente orar, sino que hay que buscar el rostro de Dios. En otras palabras, la oración nunca debe ser un ritual, sino una experiencia gloriosa por disfrutar de la presencia divina. Con todo, la oración sola no sirve de nada a menos que vaya acompañada por el verdadero arrepentimiento. Éste no es sólo tener pena a causa de nuestros pecados, sino la justa decisión de dejarlos expresada en la acción de alejarnos de ellos con la ayuda de Dios.

 

  Conclusión:

  Por fin, al oír el Señor nuestra súplica, no sólo puede perdonar nuestra culpa, sino que también nos sana para que tengamos vidas felices y útiles en obediencia a Él.

  Leer conmigo: Ahora, pues, oh Dios mío, te ruego que estén abiertos tus ojos y atentos tus oídos a la oración en este lugar, 2 Crón. 6:40.

  ¡Amén!

DIOS SE INTERESA EN LOS LÍDERES

 

2 Sam. 7:8-10a, 21-29

 

  Introducción:

  La lección de hoy nos describe el momento de una gran importancia en el mundo. David, el más grande de los reyes de Israel, había logrado para su pueblo la ansiada unidad nacional por la que tanta sangre había sido tirada y llegando a ser el primer eslabón tangible de la cadena de la promesa a Abraham. Pero este gran hombre a impulsos de una noble actitud que casi siempre le caracterizó, dijo reconocer en un momento dado que no estaba bien que él habitase en una casa de cedro y oro, mientras que el culto al Dios de sus padres se celebraba en una simple tienda de cortinas.

  Y el Rey quiso levantar un templo digno de Dios.

  David fue un buen líder a pesar de las consabidas limitaciones humanas. Del mismo modo, en la actualidad, todas las iglesias necesitan líderes dedicados y abnegados. Líderes que, en primer lugar, reconozcan que no lo son por sus propios méritos, sino por designio divino, y en segundo, que traduzcan de tal modo la voluntad de Dios que llegue a ser beneficio a todos aquellos que son dirigidos.

  Naturalmente, la mayoría de estos líderes por los que suspira cualquier iglesia tendrán que ser unas personas adultas física y espiritualmente formadas y aptas para el trabajo para el que han sido llamados. Pero algunos adultos no responden a la necesidad porque tienen temor al fracaso, y no se dan cuenta qué labor va mejor a sus aptitudes, con lo que su cerril postura perjudica con claridad a la iglesia y a ellos mismos.

  Esta lección nos va a dar la oportunidad de considerar la posibilidad de que Dios nos esté llamando; si es así, ya hemos de saber que Él suplirá todas nuestras carencias y faltas. Ahora bien, Dios respondió a David que Él no había pedido nunca que se le construyera una casa. Al contrario le contó que cuando era pastor de ovejas, Él lo había escogido para dirigir a su pueblo. Después, y para premiar su buena voluntad, le hizo una promesa que aún tiene validez en la actualidad. Bien es verdad que Dios no permitió que David le edificara un templo, pero le prometió que la casa de David sería afirmada para siempre. Con lo que venía a decir que su familia reinaría siempre sobre Israel. ¿Hasta qué punto ha sido cierto? Hasta la caída de la capital reinó un rey de la casa o familia de David. Pero la promesa cobró mucha más importancia por medio de la profecía. Isaías y Miqueas los dos, dijeron que por medio de la casa de David, Dios iba a enviar al mundo un Rey con una doble vertiente: librar a su pueblo y establecer un reino eterno. Sabemos todos que Cristo descendió de la familia de David y que muchas gentes lo llamaron con razón Hijo de David. Por lo tanto, el Rey de la casa de David es nuestro Rey y, en consecuencia, somos miembros de su reino eternal.

 

  Desarrollo:

  2 Sam. 7:8. Cuando el rey David tuvo la idea de construir un templo para Dios en Jerusalén, lo consultó con Natán, el profeta. Y como hemos dicho antes, Dios reveló en la noche al anciano profeta que Él no deseaba que David le levantase ningún templo. Siempre, en el AT, se describe a los profetas como mensajeros de Dios, así que Natán no podía ser menos. Lo primero que comprendió es que él tenía un mensaje para David: Así ha dicho Jehovah de los Ejércitos… Para evitar los malos entendidos, el profeta verdadero siempre iniciaba su mensaje del mismo modo. ¿Y por qué? Porque de esta forma demostraba que no estaba hablando él, sino comunicando lo que Dios le había dicho: Yo te tomé del mismo redil y de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel.

  Sabemos que Dios llamó a David en su oficio de pastor para hacerlo rey de Israel, oficio que parece ser preferido del Señor, puesto que éste no fue el único caso. Nos estamos refiriendo, naturalmente, a Amós, 7:14-15, que, no sólo era pastor de cabras y ovejas, sino recolector de higos salvajes. Quizá fuese porque este oficio requiere un amor y una paciencia fuera de lo corriente, habilidades que muy bien podrían aplicar en su nuevo destino dentro del plan del Señor. De todas maneras, en la Biblia se encuentran cientos de casos en los que Dios llama a hombres pobres y ordinarios, hombres sencillos, para ser sus siervos especiales con trabajos extraordinarios con la idea, que no podemos despreciar, de que Él y sólo Él, da las fuerzas necesarias para llevar a feliz término tamañas empresas.

  Hoy día, Dios también llama a jóvenes y a adultos para ser pastores, enfermeras, maestros y otras vocaciones especiales y todos, absolutamente todos, debemos estar atentos a la voz de nuestro Señor que, sin duda, nos llega y llegará a través de cualquier mensajero suyo.

  2 Sam. 7:9. ¡Preciosas palabras! Dios dirigió los pasos de David durante los tiempos difíciles y en el trabajo para el que fue llamado: ¡Establecer su reino! Del mismo modo, hoy tenemos la seguridad de que Él también tiene tiempo para dedicarlo a cada uno de nosotros. Por otra parte, este v demuestra bien a las claras que todos aquellos logros que uno hace se deben a Dios. David entendió muy bien el mensaje, pues todas sus victorias se debían a Dios. ¿Cómo pudo saberlo David con tanta seguridad? La solución la da el profeta: Delante de ti he destruido a todos tus enemigos. Era tangible y hasta demostrable. El rey David fue el libertador de Israel, cierto, conquistó otros pueblos para dar a Israel el territorio más grande de su historia, cierto, pero siempre reconoció que todo se lo debía a Dios. Mientras tanto, el profeta continúa diciendo: Te he dado nombre grande como el nombre de los grandes que hay en la tierra. En efecto. David fue el rey más grande de todo Israel. Aún Salomón, con toda su fama y sabiduría, perdió alguno de los territorios tomados por David e incluso, es interesante notar que hasta la bandera actual de Israel lleva gravada la famosa “estrella de David.”

  2 Sam. 7:10a. Finalmente, los judíos no pensaron nunca que su país les pertenecía por derecho de conquista, sino que, por el contrario, tenían evidentes pruebas de que el Señor se lo había dado.

  2 Sam. 7:21. Este es el inicio de la oración de David que responde de alguna manera a la revelación de Dios. Es cierto que no iba a poder edificar su casa, pero Dios iba a establecer para siempre a la casa de David, vs. 12-16. Y en consecuencia, la oración de éste rebosa gratitud por esa promesa tan maravillosa. Además, aquí hay el reconocimiento de que todas sus victorias eran el perfecto resultado de la bendición divina y que todo absolutamente todo, se había hecho conforme a la palabra y voluntad del Señor.

  2 Sam. 7:22. Curioso. Si alguien ha alcanzado la fama debido a las victorias de David, es Dios mismo, no David. El más grande rey de Israel reconoció, pues, que no era nada más que un instrumento en las manos de Dios; así, se entiende que su gran imperio no era símbolo de la grandeza humana, sino de Dios. Además, si algo se ha conseguido, parece decir David, hay que anotarlo en el haber de la gloria divina. Con este “tú te has engrandecido” reconoce que, al cumplir la voluntad divina y conseguir visibles logros no ha hecho otra cosa que engrandecer el nombre de Jehovah y, como consecuencia, el suyo propio. Pero David no ha terminado todavía. Afirma que todo se ha conseguido por que no hay nadie como tú, ni hay Dios fuera de ti. La gran obra de Dios le ha convencido de que él es el único Dios. Los dioses de los otros pueblos son objetos de piedra e incapaces de hacer algo en favor o en contra del pueblo. En la actualidad también es una tragedia que el hombre se arrodille frente a la fama, al dinero o al placer, cuando existe una amplia evidencia de que no hay más Dios que nuestro Padre celestial. Él es el Creador y Dueño de este mundo y ha mostrado su gran amor enviando a su Hijo a la tierra como Rey Salvador de nuestros pecados y para conquistar para nosotros un trocito de buena tierra celestial.

  Conforme a todo lo que hemos oído con nuestros oídos. El profeta Natán y otros antes que él, le habían enseñado que no hay otro como Dios. Así, todos sus salmos indican que aprendió bien la lección.

  2 Sam. 7:23. El autor enseña aquí que el Señor tuvo un propósito muy importante al escoger a Israel y sacarlo de la cautividad de Egipto. ¿Cuál podía ser? ¡Manifestar su poder en la tierra y convencer a las naciones que Él y sólo Él era el Dios verdadero. Ya lo hemos dicho antes, Dios el Señor rescató a Israel no para que los judíos se jactasen o enorgulleciesen, sino para hacer una gran obra en el mundo y llevar su Nombre a todas partes.

  No podemos pasar por alto las últimas frases del v por ser vitales para la comprensión de todo el conjunto: Por amor de tu pueblo que rescataste para ti de Egipto, de las naciones y de sus dioses. ¿Qué quiere decir esto? La frase nos enseña que el único motivo de la actuación de Dios era su amor. Puesto que Él amaba a su pueblo, le salvó. También es necesario observar que el Salmista dice que no sólo le rescató de las naciones, sino también “de sus dioses.” La historia fue elocuente: Los dioses de Egipto y Canaán fueron impotentes frente al poder de Jehovah Dios.

  2 Sam. 7:24. David supo que no sólo su casa, sino el pueblo de Dios iban a perdurar para siempre. Lo que no podía saber por carecer de medios y profecías, es que un día el viejo Israel daría lugar a uno nuevo compuesto por personas de toda raza y especie que aman y sirven al Hijo de David, a Cristo Jesús. Este es el binomio ideal: Pueblo + Dios verdadero… Nos dice este v que Dios elige a un pueblo con la idea implícita de la más pura predestinación y que, a continuación, Él se constituye Dios del mismo. No cabe mejor tranquilidad ni mayor seguridad.

  2 Sam. 7:25. Forzado por profunda gratitud David pidió que Dios confirmara la promesas que “su casa”, o sea su familia, reinaría para siempre en Israel. La promesa de cumplió de forma maravillosa. Sabemos que después de la muerte de Salomón, el reino se dividió, pero todos los reyes de Judá fueron de la familia de David hasta que el Mesías nació en Belén teniendo, como sabemos, parentesco con aquella enorme familia según todas las genealogías del NT, Luc. 3:23-28; Mat. 1:1-17.

  2 Sam. 7:26. David deja entrever que el motivo de la grandeza de la casa de Israel no era para obtener fama humana, sino para que la gente conociera a Dios, pues éste y no otro fue la causa de la elección del pueblo. ¿Se puede ver egoísmo en la segunda frase de David? No. Él no hizo su petición con fines egoístas, sino para que el mundo comprendiera que su Dios era el Dios único.

  2 Sam. 7:27. Sin comentarios. La gloriosa promesa oída animó a David a hacer una súplica a Dios.

  2 Sam. 7:28. Estas palabras constituyen la introducción a la petición propiamente dicha:

  2 Sam. 7:29. ¿Cuál es el motivo principal de la oración? David suplicó que su familia permaneciera siempre ante Dios. Esta es una oración que debería hacer cada padre porque no debemos pedir tanto que ellos tengan salud, dinero o estudios, sino que continúen siempre delante del Señor. Las otras cosas con ser necesarias son mortales y pueden aparecer y desaparecer en cualquier momento, pero la familia que permanece delante de Dios, será feliz.

 

  Conclusión

  Una palabra más: Dios se interesa por los líderes, les da consuelo, dirección y lo que es más importante, les hace ganar victorias porque pregonan las victorias paralelas del propio Creador. Nuestra iglesia, como cualquier otra, necesita líderes, así que oremos para que algunos de nosotros oigamos la fiel llamada y pasemos a ocupar la brecha vacía que impedirá que la marea de la vida penetre en la misma y la desborde.

  Himno nº 156: “En la montaña podrá no ser…”

EL PUEBLO DE DIOS PIDE UN REY

 

1 Sam. 12:13-18, 22-24

 

  Introducción:

  Sabemos que existen cientos de formas de gobierno en los países de la tierra y que unos son más conocidos que otros por haberlos experimentado, pero casi todos ellos se podrían en cuatro nombres genéricos por ser estos raíz y asiento de cuantas ramificaciones e interpretaciones se desdoblan en los pueblos del mundo: (a) Democracia, o la forma de gobierno que permite la intervención del pueblo; (b) autocracia, la voluntad de un solo hombre es la ley suprema, pudiendo degenerar en dictadura por no haber ninguna oposición; (c) aristocracia, sólo ejercen el poder las personas más notables del Estado, como pudieran ser las de la realeza, formando la monarquía, y (d) la Teocracia: el gobierno ejercido por Dios de forma directa.

  En la lección de hoy vamos a estudiar un cambio de gobierno en el pueblo de Israel que tiene enseñanzas para nosotros. En primer lugar debemos indicar que los hebreos fueron gobernados teocráticamente desde Josué hasta Saúl a través y por medio de jueces. Éstos, del he shophetim, eran principalmente jefes o caudillos de Israel. Su autoridad era muy parecida a la de los dictadores romanos si bien era, a menudo, más militar que judicial con la sana excepción de Elí y Samuel que fueron sólo gobernadores civiles. La dignidad del juez era vitalicia, pero la sucesión no era constante. Había periodos de anarquía sucesoria en los que la república de Israel padecía las anomalías de una falta de gobierno central. Había también unos largos intervalos de despotismo y opresión extranjera y entonces los hebreos gemían sin tener quién los liberase.

  Aunque Dios llamó a varios jueces, con todo, el pueblo escogía por lo general, pero siempre bajo la única dirección divina, al individuo que le parecía más apropiado para que le librase de la opresión y servidumbre. Por otra parte, no había gobierno central: Era demasiado común el hecho de que cada uno hacía lo que mejor le parecía, y como a menudo sucedía que la dura opresión que motivaba la elección de un juez, no se hacía sentir en todo el país, el poder del que salía electo se extendía sólo sobre la provincia a libertar. Así, p ej, la tierra que quedaba al este del Jordán fue la que Aod, Jefté, Elón y Jaír, liberaron y gobernaron; Barac y Tola ejercieron en el norte, Abdón, la parte central del país e Ibzán y Sansón las del sur.

  La autoridad de los jueces era inferior en muy poco a las de los reyes: Eran jefes supremos en la paz y en la guerra decidían causas con absoluta autoridad, eran guardianes de las leyes, defensores de la religión y castigadores de los crímenes, en particular los de la idolatría. Por otra parte decir que no gozaban de salario alguno, ni pompa ni esplendor, ni tenían más guardias, comitiva o convoy que los que podían proporcionarles sus recursos propios.

  La orden de Dios de expulsar o destruir a todos los cananeos, no fue sino ejecutada imperfectamente y los que fueron dejados a salvo, inyectaron a los hebreos su idolatría y sus vicios. El asunto de Micas y el levita, y el crimen de Gabaa que condujo a una guerra de exterminio contra los benjaminitas, aunque se registra al final del libro de Jueces, caps. 17 al 21, tuvo lugar poco tiempo después de la muerte de Josué y manifiesta cuán pronto comenzó el pueblo a apartarse del verdadero Dios. Para castigar esta desviación, el Señor permitió que el pueblo de Mesopotamia y de Moab, junto a todos los cananeos, amonitas, madianitas y filisteos, oprimiesen de forma alterna a una parte de las doce tribus y hasta a toda la nación. Pero al poco tiempo, compadecido por sus sufrimientos, le deparaba uno de los dictadores civiles y militares que antes hemos citado.

  Quince jueces se nombran en la Biblia, empezando por Otoniel, 20 años después de la muerte de Josué, hasta Samuel. El orden cronológico es como sigue: Otoniel, Ehud, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Abimelec, Tola, Jaír, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón, Sansón, Elí y Samuel. El tiempo que gobernaron, parcial o totalmente, fue de 450 años, Hech. 13:20.

  De pronto, el pueblo de Israel se encuentra cansado de tanto mando indefinido y pide un rey, 1 Sam. 8. Pero una de las preguntas más difíciles de contestar para el hebreo del AT, era: ¿Cómo puede una nación tener un rey si Dios ya lo es? Nunca se dio una respuesta satisfactoria y precisamente porque el origen de la monarquía en Israel representó un evidente peligro a la soberanía de Dios en el pueblo. ¿A quién se debía tener una lealtad absoluta y una obediencia completa, a Dios o al rey? No, no seamos ligeros al juzgar al pueblo israelita. Nosotros, como seres adultos que somos, sabemos que hay muchos problemas en la vida que necesitan solucionarse. Los hay en las comunidades, en las iglesias, en las familias amén de los personales y muchos están tan ansiosos en resolverlos que pasan mucha parte del tiempo buscando la solución humana, olvidándose de buscar la divina. Por otra parte hay otros que aún creen que para estos problemas no hay solución y también se abstienen de elevarlos al Altísimo limitando el poder del propio Dios. Pero la verdad es que debemos saber que el Dios Padre se interesa por nuestros problemas y siempre tiene una solución que proponernos.

  Así, los motivos para el establecimiento de la monarquía en Israel eran en parte justificables. Necesitaban un rey para dirigir su ejército, necesitaban un rey para combatir con los reinos vecinos, necesitaban un rey para organizar y unificar las tribus de una nación que, aisladas, eran pasto fácil de los apetitos de los pueblos de los aledaños y alrededores. Sin embargo, no está en nuestro ánimo justificarlos desde aquí por cuanto los libros de 1 y 2 Sam. indican con claridad los peligros de esa monarquía. Dios era su rey y deberían haber contado con él a la hora de pedir uno humano en la seguridad de que recibirían alguna solución viable incluyendo, desde luego, la posible emergencia de un sabio representante capaz de amalgamar a la perfección los factores del problema que motivaron tal insólita petición.

  Por otra parte, tener un rey humano, con las consiguientes ventajas que el hecho aporta, significa la creación de una serie de deberes y perjuicios no previstos como podrían ser: impuestos, servicio militar, obligaciones, etc. Esto perjudicó enseguida a los mismos peticionarios hasta el punto de dividir el país en dos naciones al conjuro de las desgraciadas palabras de Roboam.

  La lección de hoy nos enseña que muchas veces la solución que otros han elegido para resolver sus asuntos y problemas no es la solución ideal que debe escoger el pueblo de Dios, pero sí, desde luego, aprender de las frías experiencias ajenas. Cuando aquellos ancianos de Israel pidieron un rey a Samuel, porque los hijos de éste no andaban por los caminos del padre, se indignó por sentir y considerar que rechazaban a Dios puesto que Él era el supremo y verdadero rey de Israel. En un enérgico y claro discurso les avisó de los peligros de aquella petición, pero ellos insistieron en pedir un rey que los librara de una vez por todas del yugo filisteo, olvidándose de las veces que el propio Dios lo había hecho milagrosamente. Esto, junto al hecho de negar al Señor su realeza, era lo que había sublevado al anciano Samuel.

 

  Desarrollo:

  1 Sam. 12:13. Respondiendo a la reiterada petición del pueblo, Samuel ungió a Saúl, un hombre alto y valiente de la tribu de Benjamín. La primera proeza que debemos anotar en su haber fue que, ante la inminente amenaza de los amonitas, convocó a los varones hebreos y atacó al enemigo al amanecer y por tres frentes divinos. La victoria fue completa y los enemigos, otrora pesadilla de Israel, quedaron dispersos por las montañas.

  En su entusiasmo, el pueblo llevó a Saúl a Gilgal y allí le proclamaron rey de Israel, 1 Sam. 11. Pero lo curioso del caso es que Dios también accede y trata, una vez que está hecho el mal, de hacer lo mejor para su pueblo, por eso Samuel añade: Ya veis que Jehovah ha puesto rey sobre vosotros. Y es que al mismo tiempo que accedía a la petición del pueblo, Dios mandó a Samuel urgir a Saúl como rey. Y el último juez aprovecha la feliz coyuntura de la victoria y su proclamación para recordarles que Dios también ha dado su visto bueno y que, por lo tanto, está jurídicamente encima de él. De ahí que no debemos olvidar que Saúl gozaba de una doble aprobación como rey: el pueblo le aclamó y el Señor lo escogió como el primer rey de Israel. Esta doble aureola siempre protegió a Saúl pues, a pesar de que en su madurez fue un enemigo declarado del joven David, éste nunca se quiso aprovecharse de él y nunca osó tocarle un cabello. En varias ocasiones el padre de Salomón dijo que no podía levantar la mano contra el “ungido de Jehovah”, 1 Sam. 24:6.

  1 Sam. 12:14. Es curioso. Samuel puso las mismas condiciones al pueblo que Moisés y Josué habían puesto años atrás. ¿Por qué? Porque, como ya hemos estudiado varias veces, por ser un pueblo escogido por Dios para una misión especial, tenían la obligación de obedecer sus mandamientos. Pero esta obligación incluía también al rey. Aunque ocupaba una posición especial en Israel, era un hombre frente a Dios, como los demás, argumento sutil anotado por Samuel indicando la fragilidad de la solución decidida por el pueblo que fiaba en las acciones finitas de un hombre limitado por su propia humanidad. Así el rey y su pueblo debían obedecer a Dios.

  1 Sam. 12:15. Tanto como los hebreos del AT hemos de estar atentos a la voz de Dios. No debemos hacernos sordos a la voz de Dios, a la voz del Señor. Samuel con seguridad quiso indicar que Dios hablaba por medio de sus siervos, los profetas. Por lo que el pueblo no podía tener ninguna excusa argumentando que no se portaban mejor porque no sabían cómo. De forma sabia y constante, Dios mandaba y manda a los voceros para indicar su voluntad y refrescar su memoria.

  Y si fuerais rebeldes a las palabras de Jehovah… La palabra, o palabras, de Dios indica la instrucción que ha dado de forma específica. Es importante notar que ellos no tenían necesidad de preguntar a cada momento cuál era la voluntad del Señor porque tenían su palabra ya escrita para orientarles e inspirarles. En la actualidad, con mucha más cantidad de palabra escrita, tenemos mucha más información que todos ellos pero, a la vez, más responsabilidad, porque ya no nos queda ni la excusa de decir que no sabemos leer por cuanto la palabra “entra también por el oír.” Sabemos lo que Jehovah Dios espera de todos nosotros a la perfección y si muchas veces nos decimos o manifestamos como si lo ignorásemos no es por falta de información precisamente. Mientras tanto, las palabras de Samuel flotan en el ambiente: Y si fuereis rebeldes a las palabras de Jehovah, la mano de Jehovah estará contra vosotros como estuvo contra vuestros padres. Samuel les advierte con el recuerdo de lo que había pasado a la generación rebelde en el desierto. Ya hemos dicho antes que la historia debería enseñarnos que la desobediencia trae sus consecuencias. Nuestro rico refranero popular ya nos advierte: “Cuando la barba del vecino veas pelar, pon la tuya a remojar.” Es una lástima que la gente aprenda tan poco de la historia. Todos sabían que a causa de la desobediencia, la gente de la generación anterior había sufrido la opresión de sus enemigos, pero dentro de poco todos, el rey incluso, volverían a desobedecer al Señor. Así que el ciclo se repite una y otra vez…

  1 Sam. 12:16. Para convencer a la gente del poder y la autoridad de Dios que habían desafiado con la petición de un rey Samuel les invitó a presenciar un milagro siguiendo el ejemplo de tantos profetas y hombres de Dios que para demostrar que hablaban en su nombre, acudían al procedimiento del milagro y la señal. Era una manera de convencer a sus oyentes que sus palabras no procedían únicamente de sí mismos, de su propia experiencia local y espiritual, sino de la inspiración de Dios, Éxo. 7-9; 1 Rey. 18. Por otra parte, el hecho de reclamar su atención sobre lo que va a venir, indica el profundo deseo del juez, de Samuel, de conseguir del pueblo el reconocimiento de que sólo Dios era Rey y que Saúl, a pesar de haber sido ungido, sólo era su único representante aunque eso sí de hecho y derecho.

  Esta gran cosa que Jehovah hará delante de vuestros ojos… La clave de esta parte del v la encontramos en las palabras: “Jehovah hará.” Sí, Dios iba a hacer algo grande ante los ojos del pueblo para demostrar que Él aprobaba las palabras de su siervo Samuel y daba el visto bueno a su mensaje. Por eso es tan importante notar en el texto que no es Samuel quien hace el milagro, sino Dios. Deberíamos comprender el estado de ánimo de Samuel. Dios le llamó en su día para gobernar al pueblo y lo había hecho lo mejor que había sabido. De pronto, el rey lo va a desplazar definitivamente y él, sabiendo la voluntad del que lo llamó, acepta este cambio no sólo de buen grado, sino que lo usa para conseguir una mayor bendición para Israel al intentar que no abandonen al que de verdad importa.

  1 Sam. 12:17. Veamos: ¿Creemos que esta lluvia venía como una bendición? No, desde luego. Era más bien una especie de castigo puesto que era la época de la cosecha del trigo como puntualmente se indica en el v. La gente del campo, los sufridos agricultores saben, y la mayoría de aquel pueblo era agricultor, que no era buena la lluvia en aquella circunstancia, puesto que puede agostar el trigo y pudrirlo en su totalidad. Así que no eran lluvias de bendición, como pueden ser las que caen en época de siembra, sino una señal para que el pueblo pueda reconocer su error al pedir un rey y romper con la armonía de la teocracia.

  Ahora bien. Parece como si hubiese una incongruencia en el v. ¿No hemos dicho antes que Dios había aceptado la demanda del pueblo y que el mismo Samuel lo había reconocido y ungido? Cierto. Pero también hemos dicho que, una vez hecho el mal, Dios y el juez electo no podían abandonar al pueblo y que además lo sabemos por propia experiencia, el mal no podía quedar sin castigo por ser éste una consecuencia lógica de aquél. Además, el propio Samuel les recuerda que se miren en el espejo de sus antepasados, que por desobedecer a Dios si vieron en la dificultad de no poder salir del desierto durante 40 años.

  1 Sam. 12:18. Seguramente fue una oración pidiendo a Dios que manifestara su poder para convencer al pueblo de su autoridad. Y Jehovah dio truenos y lluvias en aquel día. Samuel no hizo nada a excepción de la petición, pero Dios se manifestó de forma milagrosa. Sabemos que la fe del AT era una fe en el poder actuante de Dios. Ya dijimos el domingo anterior que la gente se convencía, no de la existencia de Dios que lo daban por hecho, sino porque ellos mismos habían visto sus hechos en la historia.

  Y la lluvia produjo efecto. A causa del milagro “todo el pueblo tuvo gran temor de Jehovah y de Samuel.” Ellos ya sabían una vez más, que debían escuchar y obedecer porque quedaron convencidos de que si obedecían a Dios tendrían bendiciones y que si le desobedecían sin duda sufrirían el consiguiente castigo. Castigo cien veces más eficaz que todas las palabras del mundo juntas porque el humano no escarmienta con los males ajenos, sino con los propios. En el caso que nos ocupa, podemos decir aún que el milagro les infundió respeto por Samuel y por Dios, pero por desgracia la memoria humana es corta y pronto se olvidaron de sus buenas intenciones.

  1 Sam. 12:22. En su corto discurso de despedida Samuel quiso asegurar al pueblo que Dios no iba a abandonarles en aquellos momentos críticos de cambios de poderes; es más, que quedaban bajo el amparo directo del Señor aquellos que lo quisieran.

  Dios no iba a abandonar al pueblo por dos poderosos motivos: (a) Por su “gran nombre.” Había comenzado una gran obra con los hebreos y su reputación frente al mundo estaba en juego ya que para mostrar a las naciones de la tierra que Él y sólo Él era el Rey tenía que cumplir su obra, Eze. 36:21-23, y (b) porque “Dios había querido hacerlos pueblo suyo”, a pesar de su rancia desobediencia, y con el fin de traer una bendición especial para el mundo.

  1 Sam. 12:23. A pesar del hecho de que el pueblo no lo quería, que le había rechazado, Samuel prometió continuar orando por ellos. Dijo otra verdad importante: ¡Todo pecado es contra Dios!

 Antes os instruiré en el camino bueno y recto. Y así fue. Aunque Samuel se retiró de juez y gobernante, se quedó en el pueblo como maestro e instructor.

  1 Sam. 12:24. No reclama para él ni reconocimientos ni oro ni estatuas. Termina su lección con un broche precioso. Debían respetar y servir a Dios porque el hombre pasa a la historia por muy grande que sea y Dios no. Ahora bien, ¿qué significa este temed a Jehovah? Por el vivo contexto sabemos que no es tener miedo, sino que se debe honrar y respetar porque lo merece. ¿Y esto por qué? Pues considerar cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.

 

  Conclusión:

  Es curioso. El motivo principal de servir al Señor es siempre el de la gratitud. Sabemos que Él había hecho grandes cosas para con Israel: ¡Los sacó de Egipto dónde vivían como esclavos y les dio una tierra y una nación dónde vivir! Nosotros, que hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado y conducidos con mano suave a una vida eterna, tenemos más motivos aún para servir al Salvador; así, ¿por qué no lo elegimos por unanimidad Rey de nuestros corazones?

  Oración proclamándole Rey.

DIOS UNIFICA A SU PUEBLO

 

Jos. 24:1-7, 14, 15, 24

 

  Introducción:

  Recientemente hemos leído en la prensa diaria que el nuevo gobierno de Portugal estudiaba la posibilidad de conceder la independencia a Angola y Mozambique porque la gran mayoría de aquellos pueblos la habían pedido hasta con sangre. Mas lo curioso del caso es que las noticias no nos han sorprendido nada porque este siglo se caracteriza por el trasiego, formación y nacimientos de nuevas formas independientes de gobiernos y, en consecuencia, nuevos países.

  Se buscan nuevos horizontes y se trata por todos los medios de descentralizar gobiernos e influencias a causa de la moda y la costumbre indicando deseos separatistas de unos pueblos que tienen las mismas raíces étnicas e históricas. Sin embargo, Dios trata y consigue unificar a su pueblo. Y lo hace de mil maneras. Para Él que lo puede todo, el plan no debe parecernos extraño, pero juzgado bajo nuestro prisma y bajo nuestras limitaciones, celos, envidias, rencillas y rencores, la cosa ya es mucho más extraordinaria. P. ej. la unidad básica de la Iglesia Evangélica es un milagro de la gracia de Dios. Es bueno y maravilloso ver a personas tan diferentes unidas gracias a Cristo. Algunos tienen mucho dinero, otros poco; algunos tienen estudios mientras que otros apenas si saben leer y escribir, algunos trabajan en la industria, otros en la agricultura; algunos hablan idiomas, otros no saben bien ni el suyo; algunos son negros, otros blancos, pero todos están unidos por su fe en Cristo y su deseo de servirle.

  La lección que hoy nos ocupa trata del llamamiento de Josué al pueblo de Israel en aquel memorable culto que confirmaba su pacto con Dios. Josué se limitó a plantear la cuestión que cada uno de nosotros tiene que enfrentarse: Distinguir entre los dioses falsos y el Señor verdadero. A nivel individual, cada ser tiene que escoger a quien servir para que después, como pueblo, determinar su trayectoria histórica en el bien entendido de que si no se escoge al Dios vivo y real, automáticamente uno se queda al servicio de cualquier dios falso. No hay otra opción, no hay otra posibilidad. O se entra en la estancia o se sale, ya que el dintel no puede cobijar a nadie. El pueblo de Israel, al tomar la decisión correcta, se preparó para dar testimonio de la existencia del Único a todos sus perdidos países vecinos.

  De la misma manera, hoy, todos aquellos de nosotros que escogimos un día servir al Cristo crucificado y que, por lo tanto, sabemos a quien servimos, estamos obligados a ayudar a otros a distinguir entre lo bueno y lo malo. En un mundo de tanta indecisión e incertidumbre hay necesidad de que cada persona, cada familia cristiana, diga con voz alta y clara: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah!

  Ahora vamos a estudiar una experiencia en la vida de la nación de Israel. Recordemos que los hebreos salieron de Egipto rumbo a la tierra prometida bajo la dirección de Moisés, pero a causa de su pecado tuvieron que pasar 40 años en el desierto antes de ocuparla. La acción de la lección de hoy la situamos en la misma frontera de Palestina. Aquellos numerosos descendientes de Abraham se hallan listos a entrar en la tierra santa con Josué como caudillo. Ha llegado el momento. Todo aquello que hasta entonces había sido sólo una promesa, estaba a punto de convertirse en una hermosa realidad. Desde el punto donde estaban se podían ver los valles y ríos, leche y miel, que pronto serían suyos. Van avanzando, cruzan milagrosamente el Jordán y poco a poco van adentrándose en aquel bello paisaje, venciendo pueblos y dificultades, viendo la mano de Jehovah en cada obstáculo superado. Un buen día se topan con Siquem, pero no había sido fruto de la casualidad. Josué los ha guiado hasta allí porque era un sitio ideal para tener la reunión de la asamblea nacional. Por otra parte, era un antiguo santuario conocido por Abraham, Isaac y Jacob, Gén. 12:6, 7; 33:18-20; 35:2-4, y además estaba en el mismísimo centro de la futura tribu de Manasés del sur y como consecuencia, en el centro aprox. del futuro país; sin olvidarnos tampoco del singular detalle por el cual, desde aquella ciudad, todas las tribus podían convergen fácilmente.

 

  Desarrollo:

  Jos. 24:1. El propósito de esta importante reunión era el de confirmar el pacto que Dios había hecho con el pueblo, por lo que esta reunión es muy parecida a aquella otra del Sinaí, cuyo inicio, desarrollo y conclusiones estudiamos el domingo anterior. Y tal y como Moisés llamó al pueblo a escuchar las condiciones del Pacto y después iniciar su disposición, Josué convocó a los representantes de todas las tribus en Siquem. El momento era solemne, y el caudillo quiso que escucharan de nuevo los hechos de Dios que habían resultado de forma más espectacular en su fuerte liberación de la esclavitud y como consecuencia, darles la oportunidad de escoger a que Dios iban a servir a partir de aquel momento de inicio de la mayoría de edad. Y tal como el pueblo hebreo había hecho 40 años antes se presentaron delante de Dios. Notemos que no se nos dice delante de Josué, como lo fue en efecto, sino delante de Dios, porque estaba perfectamente claro que aquél estaba al servicio de Éste.

  Esta vez el lugar es Siquem, no Sinaí y el caudillo es Josué, no Moisés, pero el propósito era igual, el mismo: ¡Escuchar los mandamientos de Dios y decidir si querían obedecerle o no! Pero aquí hay algo más: ¡No importa tanto el mensajero como el mensaje!

  Jos. 24:2. Josué empezó a relatar todo lo que Dios había hecho para llevarles allí en ese momento. Es curioso notar que en un aspecto importante de la fe del AT es que el Señor obra a través y por medios históricos. Todos los profetas y siervos de Dios no llamaron nunca al pueblo a creer en las doctrinas de Dios, sino en los hechos de Dios. Nunca se encontraron con el moderno problema de pensar si el Señor existía o no, al contrario, a través de la reciente historia podían ver las obras de Dios. Josué contó desde el principio los hechos gloriosos de salvación que el Señor había obrado a favor de los judíos, no tanto por el hecho de serlos como por el haber sido escogidos para el ministerio vivo y especial de ser portavoces.

  Vuestros padres habitaron… al otro lado del río… Esta es una expresión curiosa que se halla en muchas partes de la Biblia y significa obstáculo insalvable humanamente hablando en la época. ¿De qué río estaban hablando? Del Jordán, claro, pero también podría referirse al Éufrates, o sea Mesopotamia, puesto que Taré, padre de Abraham, era oriundo de allí. ¿Cuál es la circunstancia sobresaliente que Josué quería indicar con la frase “al otro lado del río?” Pues que tanto Taré como sus vecinos adoraban con seguridad a dioses falsos. Y Josué les recuerda el detalle para hacerles comprender cuán maravilloso resultaba el hecho de que Dios, el Dios verdadero, los hubiese escogido a pesar de sus antepasados idólatras.

  Jos. 24:2. Josué les recuerda de nuevo que siglos antes Dios había escogido a Abraham, lo había sacado del error y el paganismo y lo había traído a la misma tierra dónde estaban reunidos. El llamamiento de Abraham es uno de los momentos más altos en la historia del mundo. Jehovah Dios le instó a abandonar la seguridad de su familia, su patria y todas sus posibilidades de prosperar y le invitó a ir a un país no conocido prometiéndole a cambio, eso sí, grandes hechos y bendiciones, incluyendo la mejor: Gén. 12:1-3. Pero si la cita es para nosotros grandiosa, para aquellos seres tenía un valor incalculable. Eran descendientes directos y de sangre y además, estaban ante de la realidad palpable del inicio del cumplimiento de la promesa.

  Siguiendo con su exposición, Josué les hizo ver que la obra de Dios estaba abarcando el propio llamamiento de Abraham, el milagroso nacimiento de Isaac y su propia presencia en aquel lugar.

  Jos. 24:4. Para que no tuviesen ninguna duda acerca de la realidad de la promesa, Josué continúa diciendo que en las fortunas de los dos hijos de Isaac también se veía la obra y la mano del Señor. Es cierto que los edomitas se perdieron en la historia, pero lo hijos de Jacob, hijo directo y heredero de las promesas, fueron a Egipto en las circunstancias de todos sabidas y así Dios continuó su obra a través de ellos. Este v tuvo el propósito de explicar a los judíos jóvenes cómo y de qué manera sus antepasados llegaron a Egipto.

  Jos. 24:5. Con breves palabras Josué describió el hecho más grande de la historia de Israel: Cómo Dios tomó una multitud de esclavos y los libertó de forma milagrosa para formar un nuevo pueblo con la exclusiva misión de ser sus representantes ante el mundo. Aún debemos decir que este v abarca la persecución de los hebreos, el fiel llamamiento de Moisés, las diez plagas, la primera Pascua y la concreta salida de Egipto. Pero lo que es más notable es que con este yo envié a Moisés, instrumento humano, Dios sacó a su pueblo de la servidumbre a la libertad.

  Jos. 24:6. La Biblia no describe nunca el éxodo como una victoria del pueblo hebreo, siempre se relaciona con una obra maravillosa del Señor porque fue precisamente Dios quien “sacó” con su poder al pueblo de las manos de sus opresores. No obstante, históricamente hablando, los egipcios no querían perder esta fuente de mano de obra barata y siguieron a todos los hebreos con el propósito de lograr esclavizarlos de nuevo.

  Jos. 24:7. Los antepasados de aquellos judíos eran los testigos oculares del milagro de la liberación de Egipto y a través de aquellos cuarenta años guardaron el recuerdo vivo de cómo Dios les abrió paso por el mar Rojo y más tarde lo cerró encima del ejército egipcio, demostrando con ello que la nación no se estableció a causa del valor de su pueblo, sino por el poder del Señor. Siempre fue igual, el triunfo no era de los caudillos humanos, sino que Jehovah triunfaba sobre los ejércitos de todo el mundo. Por eso los hebreos no olvidaron nunca que si no hubiera sido por la gracia de Dios todos hubiesen perecido.

  Jos. 24:14. Después de contar uno por uno todos los milagros que Dios había hecho con ellos, Josué animó al pueblo a servirle con lealtad absoluta. El santo pacto con Israel tenía dos partes esenciales como sabemos: (a) El pueblo tenía que reconocer que Dios les había salvado del yugo de la esclavitud, y (b) ellos tenían que servirle incondicionalmente y obedecerle siempre, eso aunque pasase lo que pasase. Por eso este v es una llamada extraordinaria. Josué invitó al pueblo a servir a Jehovah con lealtad absoluta y al mismo tiempo él anunció un gran principio fundamental: Tenían que dejar de servir a los dioses paganos de sus lejanos padres para servir al Dios verdadero. Pero la real importancia de este v radica en el hecho de que encierra todavía este mismo principio válido para nuestras generaciones, cerca de 4.000 años más tarde. Tenemos que quitarnos de encima aquellos dioses falsos que pueden ser de dinero, egoísmo, materialismo, servilismo y servir únicamente al Dios verdadero. Y debemos hacerlo porque Él desea nuestra lealtad absoluta no aceptando una lealtad dividida. Es más. Josué hace hincapié en un gran principio que Moisés estableció en los discursos finales del libro de Deuteronomio. Es el principio que la obediencia a Dios trae bendición y prosperidad al pueblo, mientras la desobediencia resulta siempre en juicio y ruina. Y pone la alternativa delante del pueblo haciéndoles saber, una vez más, que podían escoger libremente a quien iban a servir y también, que las consecuencias de la desobediencia son inevitables.

  Jos. 24:15. Este v debe ocupar lugar entre los grandes discursos del mundo. Es uno de los desafíos más nobles lanzados por unos labios humanos. Josué el caudillo actual, manifestó su profundo respeto por la libertad de cada ser humano de decidir su curso determinado; que cada uno, en suma, puede decidir por sí mismo a quien va a servir. El hombre, tan sagaz para elaborar excusas ante cualquier nuevo aspecto de la vida, no puede eludir aquí la responsabilidad de escoger. Sabemos que la vida nos presenta muchas decisiones y a veces es difícil saber distinguir entre lo bueno y lo malo, pero la decisión se toma, debe tomarse, de todas formas porque el hecho de no escoger el camino mejor implica, significa, que hemos decidido seguir por el camino viejo con los errores y problemas de siempre.

  Pero debemos fijarnos en el detalle elocuente de que Josué dijo que ya no era cuestión de la nación, sino que cada persona tenía que escoger a partir de aquel santo momento el dios de su vida. Cierto que podían elegir los dioses paganos de sus antepasados, incluso los dioses de los cananeos en cuya tierra acababan de entrar; pero era mucho mejor el hecho de valorar sus varias oportunidades y su proyección de futuro como nación: “Sí, podían elegir al Dios verdadero y a fe que lo harían, porque Josué aún decía: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah! Así que este líder no dejó al pueblo sin ninguna ayuda para tomar una decisión tan importante. No. Les dio el buen ejemplo de un gran caudillo. No se retiró aparte para ver si escogían bien o no, sino que habló alto y fuerte: “Yo ya he decidido.” Y vosotros podéis hacerlo ahora. En este v. se ve bien clara la importancia que tiene un ejemplo sincero y sin rodeos y si bien el buen siervo de Dios con su familia habían decidido servir al Dios de Abraham, ya no puede hacer nada más. Ahora, a partir de aquel momento, cada uno tenía que decidir quien iba a ser la cabeza invisible de cada núcleo familiar, de cada tribu y de toda la nación.

  Jos. 24:24. Animado por el noble ejemplo de Josué y su familia, el pueblo respondió de la única forma que lo hace siempre cuando le hablamos por boca y deseo del Señor: prometiendo su lealtad y obediencia a Dios. Porque, lo repetimos, el objeto de su obediencia, de su lealtad, no iba a ser un dirigente humano como Moisés o como Josué sino el Jehovah Dios eterno. Y aquellos judíos, como sus padres anteriormente, afirmaron su pacto en la ciudad de Siquem y teniendo como testigo a Josué pero teniendo el mismo propósito: ¡Manifestar su fija lealtad a Dios y prometer una obediencia para siempre!

  Pero sabiéndolos humanos, el buen Josué les hizo recordar la importancia de aquel acto, diciendo: He aquí esta piedra… será pues, testigo contra vosotros, Jos. 24:27.

 

  Conclusión:

  Aquí tenemos la personalidad extraordinaria de Josué como un ejemplo a quien deberíamos seguir en todo momento. No sólo sabía donde estaba el camino indicado, sino que se puso en la teórica encrucijada del mismo para hacer de poste indicador de la buena dirección. ¡Qué poca gloria guardan los hombres para los postes indicadores en las carreteras! A menudo aparecen ajados por el tiempo y descuidados, pero ¡qué haríamos sin ellos en caminos desconocidos! Pues eso debemos hacer nosotros. El creyente no es otra cosa que un mero poste indicador y cuando tratamos de buscar un oficio espiritual mejor, con más gloria, nos equivocamos porque no es nuestro sitio. El Señor nos ha escogido, como en su día escogió al pueblo de Israel, para serle embajadores, lumbreras, atalayas fieles y postes indicadores… para nada más. No olvidemos nuestro verdadero trabajo, como lo hizo en su día el pueblo de Israel, porque en cuanto lo hacemos creemos enseguida que Dios nos escogió por nosotros mismos y eso que entonces estábamos perdidos como lo estuvo en su día el pueblo de Israel.

  Hoy es un buen momento para tomar una decisión: ¡Escoger hoy a quien sirváis, que yo y mi casa serviremos a Dios!

  Amén.

DIOS LIBRA A SU PUEBLO

 

Éxo. 3:7-10; 19:3-8

 

  Introducción:

  En primer lugar debemos dejar bien sentado que Dios entiende los problemas del hombre hasta sus más íntimas consecuencias y actúa para aliviar todas las dificultades por las que pueda estar pasando sin olvidarnos de que Él, se da, se ofrece en cualquier circunstancia a hacer un pacto con este último condicionado tan sólo a la sana obediencia. Ha sido necesaria la inserción de esta premisa porque aún hay adultos que piensan que nadie cuida de ellos o cuando menos, que nadie se interesa por ellos. La verdad es que reconocemos que a veces la Iglesia y ciertos hermanos no tengan el deseo de ayudar a otros como deben. Sin embargo, esta lección nos enseña con claridad que Dios entiende y está listo para intervenir en el mundo en favor de cuantos hombres se entreguen a Él. Dios siempre está dispuesto, además, a librar a cualquiera de su pecado, su problema o cualquier otro tipo de dificultad. Pruebas de lo que estamos diciendo la constituyen sin duda muchos de los ejemplos anotados en la Biblia y en nuestra propia conciencia particular. Entre los primeros podríamos citar tras un largo etc. a Eliseo en el sitio de Samaria, 2 Rey. 6:24-7:20, Jeremías en la cisterna, Jer. 38:13, los tres amigos de Daniel en el horno ardiendo, Dan. 3, el mismo Daniel en el pozo de los leones Dan. 6, Pedro en la cárcel, Hech. 12:6-19, Pablo y Silas en la de Filipos, Hech. 16:11-40, y en el segundo, nuestra salvación por encima de cientos y cientos de ayudas que, precisamente, por ser particulares, no describimos por no cansarles.

  Además, en la lección que nos ocupa y en la vida diaria, Dios usa a algunos para ministrar a otros. Condición esta última que tenemos muy olvidada por creer que Dios sólo puede escoger a prohombres para tamaños propósitos, cuando Él nos ha dejado dicho a través de cientos de ejemplos, palabras y actos, que sólo su ministerio es importante y que el hombre no es ni más ni menos que un embajador suyo y que por lo tanto, cualquiera de nosotros pudo, y de hecho podemos, haber sido o ser llamado para semejante menester. De todas formas creemos necesario sobresaltar el hecho de que todos y cada uno de estos llamados a ministrar en bien de los demás, no están hechos al azar, sino que son más bien el fruto de un plan divino perfecto que tiene como resultado la localización del individuo más apto y eficaz para llevarlo a cabo con éxito.

  Por eso es tan importante conocer todos nuestros talentos y vocaciones porque, a veces, el objetivo remoto nos tapa el cercano, tergiversando así el propio mandato de Dios. Se cuenta de un joven cristiano que después de leer y saber que en ciertas partes del continente africano hay mucha necesidad de atención médica, le dijo a su pastor que él sería médico misionero en África. Su pastor oró por él y le felicitó, pero luego le dijo: “Oraré de nuevo para que tus deseos se cumplan, pero ahora, mira, ven conmigo, visitaremos un barrio de nuestra ciudad que no conoces.” Cuando fueron, el joven no podía creer lo que veía: La pobreza y la enfermedad eran terribles y su alma se llenó de compasión. Viendo su reacción, el pastor de dijo: “No hay mejor manera de prepararte para tierras lejanas que el sentir compasión y ayudar a los desdichados que viven cerca de tu casa.” El joven resolvió hacer algo desde aquel instante para aliviar la situación de los oprimidos de su ciudad.

  Ahí está el meollo de la cuestión y puesto que la lección de hoy nos enseña que nuestro Dios obra en la historia del mundo, abundamos en la idea de que también usa seres humanos como instrumentos para llevar a cabo sus propósitos. Pero para que haya un enviado tiene que haber un motivo y el que hoy nos ocupa se trata nada menos de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. Naturalmente, el gran mensaje del libro de Éxodo es que Dios libra a su pueblo de la costra de la esclavitud indicando con ello la gran semejanza que existe entre este libro y el Evangelio. En ambos casos vemos a nuestro Señor obrando por medio de hechos históricos para librar a los oprimidos y esclavizados. En ambos obra a través de un mediador quien es su instrumento en la tierra. En ambos establece un pacto con su pueblo para hacerles recordar por siempre que son sus hijos escogidos.

  Por eso esta lección nos enseña la compasión que Dios tiene para con los que sufren esclavitud: ¡Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestro sufrimiento! El humo de nuestro llanto llega hasta su trono y le hace intervenir. Entonces vemos como Dios ha intervenido e interviene en la historia de una forma maravillosa, tanto es así que se pueden ver su salvación y su cambio de situación. Del mismo modo, el pueblo de Israel comprendió que Jehovah les había escuchado, salvado y tomado como pueblo. Así, el pacto de Sinaí sirvió para hacerles recordar su liberación y su conversión en un pueblo escogido, un reino de fieles sacerdotes y un ejército de atalayas.

 

  Desarrollo:

  Éxo. 3:7. De todos son conocidas las circunstancias en las que Dios dice estas palabras a Moisés en Horeb, por lo que no vamos a repetirlas, pero sí debemos decir que este v enseña una de las verdades más grandes de las Escrituras: Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestros sufrimientos. Los verbos utilizados encierran la verdad de que Él se interesa personalmente en las angustias de su pueblo. No hay nada aquí que dé idea de “Ser Supremo”, ni de “Gran Creador”, ni de “Ser Inalcanzable”, sino más bien de “Padre Amoroso.” Sí, Dios es nuestro padre el cual ha visto nuestra aflicción, ha oído nuestro clamor y ha conocido nuestras angustias. La liberación que resulta de este extraño conocimiento no es algo de suerte o capricho, como ocurre cuando uno se libra de un accidente industrial o automovilístico por pura suerte. Al contrario, Dios interviene personalmente para salvar a su pueblo de su sufrimiento.

  Éxo. 3:8. Es la primera vez que la Biblia menciona el hecho de que Dios puede intervenir en la historia humana para salvar. Lo curioso del caso es que el v se relaciona mucho con 2 Cor. 5:19, porque en ambos se mira, se contempla el mismo asunto: ¡Salvar al pueblo escogido! Dios se preocupa por nosotros y entra en el mundo de los hechos para aliviar nuestro sufrimiento porque es una verdad conocida que el mensaje de la Salvación bíblica, no habla de una idea acerca de Dios, ni siquiera de una creencia sobre Dios, sino que proclama que el propio Dios entra en persona en nuestras circunstancias para poder ayudarnos. En el ejemplo práctico que estamos estudiando, el Señor prometió dos cosas sobresalientes, pues iba a librar a los israelitas de la dura esclavitud y a ponerlos en “una tierra buena y ancha.” Para ellos, que no tenían patria, el hecho de serles prometido un hogar propio tendría la virtud de llenarles de gozo, del mismo modo que a nosotros nos llena de consuelo y alegría el pensar en nuestra propia “tierra prometida.”

  Una palabra más sobre este mismo v.: Tierra que fluye leche y miel significa una tierra fértil que da abundantes cosechas con la idea implícita de poco o ningún trabajo. Los pueblos citados son otras tantas tribus que por aquel entonces habitaban las distintas regiones de Palestina.

  Éxo. 3:9. Dios es muy consciente del sufrimiento de su pueblo. No está sordo a nuestros gemidos y responde en siempre al claro sincero del mismo. He visto la opresión, dice el v. La base del hecho más grande en el AT es la comprensión por Dios de un hecho social: ¡La opresión de un grupo por otro grupo! En la actualidad, muchos de los que dicen que el cristianismo no ofrece nada a la gente en su miseria y dolor no lo reconocen, pero Dios oye el clamor de la injusticia social que procede de cualquier parte del mundo. Y nosotros tenemos la convicción de que es así porque el hecho de ver el sufrimiento de los inocentes y acudir en su ayuda es la razón inherente a la naturaleza divina.

  Esta es una de las doctrinas importantes del cristianismo: El Señor sabe lo que pasa en las vidas. Por lo tanto, no debemos decir nunca que nadie nos entiende, que nadie conoce o sabe los problemas que tenemos que soportar. Lo repetimos una vez más y lo repetiremos cuantas veces sean necesarias porque es muy importante que entendamos que el Señor Jesús conoce nuestros problemas, que comprende bien nuestras luchas, que entiende nuestros fracasos y que detecta nuestras decepciones de la vida diaria para que, de esta forma, ganemos la suficiente confianza para poder adorarle de forma continua. Leemos en Mat. 6:7, 8, que incluso antes de orar Él ya sabe de qué cosas tenemos necesidad. Nada le pasa desapercibido porque su más íntimo gozo lo constituye, precisamente, en dar bendiciones para sus hijos, Luc. 11:13.

  Éxo. 3:10. Este v constituye lo que se ha dado en llamar el comienzo de la selección de Moisés para ser libertador del pueblo hebreo. Ya hemos dicho antes que para hacer grandes obras, Dios emplea instrumentos humanos. En la Biblia el concepto del llamamiento divino se repite una y otra vez. La lista de los llamados por nuestro Dios es muy larga; comienza por Abraham, continúa con Moisés, Samuel, David, Amós, Isaías, Jeremías, Pedro, Juan, Pablo y más. Sabemos que hoy día Dios llama a personas para servirle como instrumentos especiales que le hagan tareas varias o distintas y objetivos diferentes. Todos no somos líderes, pastores o evangelistas. Muchas veces Él llama a un fiel miembro de iglesia para ser maestro, diácono, visitador, portero o simplemente, preparador de los utensilios de la Cena, no importa qué actividad. Lo importante es conocer que Dios emplea agentes humanos para obras divinas y que cuando nos sentimos llamados, responder como otros ¡Señor, envíame a mí!

  Para librar a su pueblo de Egipto, Dios escogió a Moisés para ser su agente. Ahora bien, ¿fue escogido al azar? No, pues era la persona más preparada para hacerlo a pesar de sus excusas iniciales. Sabía el idioma y las costumbres de los egipcios por haber sido criado como un príncipe de la casa real. Conocía el desierto de Sinaí por haber vivido muchos años allí después de haber huido de la capital egipcia. La montaña donde él recibiera el llamamiento era la misma dónde los israelitas iban a conseguir los Diez Mandamientos de Dios. Así, Moisés era el hombre ideal para librar a su pueblo. Pero erraríamos del todo nuestro papel si terminásemos aquí. ¿Qué lección podríamos sacar de tan sonado llamamiento? Pues sencillamente que si bien es cierto que Dios nos llama para desempeñar determinado papel, no es menos cierto que Él escoge a quien está preparado para tener éxito.

  Éxo. 19:3. Después de un viaje largo y difícil, Moisés fue y dirigió a los hijos de Israel a la misma montaña donde él recibió su llamamiento para librarlos de la esclavitud de 420 años. Ahora sube a la cima para recibir las voces e instrucciones que Dios tenía que dar al pueblo acerca de la obediencia del mismo modo que él lo hizo acerca de la obra de su liberación.

  Éxo. 19:4. Esta sección es un llamado a prepararse para un vital encuentro con Dios. Al propio tiempo es una clara invitación a aparecer delante de Él, para escucharle y establecer una nueva relación a través de un pacto. Así, estos vs. son un breve resumen de los caps. 19 al 24. En primer lugar Dios invita a los hebreos a pensar en su liberación y en las condiciones extraordinarias que concurrieron, por lo que pueden dar fe ya que ellos mismo han visto el poder del brazo del Señor. Luego, bien preparados van a dar fe de que el pacto divino no va a ser teórico, sino práctico y demostrable por hechos históricos. Si Dios ha sido capaz de sacarlos del atolladero que los ahogaba, era también capaz no sólo de darles una buena ley, sino de llevarles en paz hasta la frontera de la tierra prometida.

  Éxo. 19:5. Puesto que Dios ha hecho todo para asegurar su salvación, impone la condición: ¡La obediencia! El mandamiento principal era y es obedecer su voz y su voluntad. También debían “guardar” el pacto en el sentido que Dios mandó a Adán y Eva “guardar” el jardín de Edén. Debían cuidarlo como una cosa sagrada. Ahora bien, ¿en qué consistía el pacto? Por parte de Dios, sus promesas. Por nuestra parte, obediencia, fe y lealtad. Así dice: Vosotros seréis mi especial tesoro. ¿Qué nos quiere decir? Desde luego, no que Dios piensa más en Israel que en otros pueblos, sino como Él explica más adelante, los elige para que comuniquen a otros su voluntad, gracia y salvación.

  Éxo. 19:6. Este v es de suma importancia porque es el único lugar del AT dónde se enseña esta idea tan buena e importante. El sacerdote tenía dos misiones principales: Tenía que vivir una vida consagrada a Dios y tenía que ser mediador entre Dios y el hombre. Pero aún hay más, el deseo de Dios es que todo el pueblo cumpla esta misión por lo que tenía que ser una nación consagrada y atraer al mundo hacia el Señor. Por eso, por eso mismo, llamó al pueblo de Israel, no para que ellos tuviesen más bendiciones que los demás, sino para que fuesen canales de bendición para todos los pueblos de su entorno. Esta doctrina no nos es desconocida. Se halla también en el NT, en 1 Ped. 2:5, 9. Así que nosotros también tenemos una misión especial y debemos manifestarla a través de la consagración y evangelismo. No podemos olvidar que somos un reino de sacerdotes. Pero no unos pocos de nosotros, sino uno a uno, cada uno, por lo que debemos cumplir lo mandado.

  Éxo. 19:7. En esta ocasión Moisés ejercía el oficio de profeta. Al bajar del monte explicó al pueblo todo lo que había oído de Dios. Del mismo modo, el hombre que tiene mensaje divino debe comunicarlo enseguida a los demás.

  Éxo. 19:8. Este v es la profesión de fe de Israel. Acaban de comprender las cosas grandes y maravillosas que Dios ha hecho con ellos y sin discutir o poner condiciones, responden con una sola palabra de obediencia: ¡Haremos! Notemos que no hay otra respuesta posible porque nuestro Dios lo ha hecho todo. Sus mandamientos son justos y Él tiene todo el derecho de pedir obediencia porque acaba de salvar al pueblo de una esclavitud de cuatro siglos.

 

  Conclusión:

  Este es el secreto de una vida feliz y con propósito, pues si decimos bien fuerte: ¡Todo lo que ha dicho Jehovah, haremos!, tendremos la seguridad de que Dios nos va a cuidar pase lo que pase y guiar hacia un destino feliz: ¡La tierra prometida!, cuya capital es la Jerusalén celestial.

  Amén.

CUANDO EL ESPÍRITU LLENA LA VIDA

 

Hech. 3:1-6; 4:31-37

 

  Introducción:

  Cuando el hombre acepta a Cristo como su único y suficiente Salvador sufre un cambio radical en su vida espiritual, mas si este sano axioma es predicado y creído, tampoco podemos dejar de olvidar que en su vida física se opera otro cambio paralelo que, si no iguala a aquel en magnitud, no podemos despreciarlo por la extraordinaria importancia que reviste.

  Dios, obrando por medio del E, efectúa su claro ministerio en el diario vivir de los seres humanos dados y entregados a él y así muestra que su amor no tiene parangón conocido. Si aceptamos que el recién convertido ha nacido de nuevo, manifestado por su acto de público bautismo, hemos de aceptar evidentemente que ya no tienen aquellos gustos, necesidades o apetencias que antes preconizaba, sino que, por el contrario, ahora sus preferencias son bien distintas. Si antes tenía inclinación por el juego de azar, por ejemplo, ahora lo encuentra fatuo o poco espiritual y por ende, aquel tiempo vacío crea otro tipo de hambre que no se sacia si no es usándolo aprendiendo algo de su nuevo Señor. Pero así como el fumador que pretende dejar el vicio encuentra muchas dificultades para conseguirlo, el recién convertido, en sus primeros pasos, se encuentra desplazado y necesita la ayuda que espera de las dos vertientes, el Espíritu propiamente dicho y de nosotros, sus hermanos. De ahí que, si creemos que el ser humano es limitado, sea tan difícil diferenciar las necesidades físicas de las espirituales, aunque aseguramos que el amor de Dios no hace ninguna distinción en esta materia. Por lo cual no podemos limitar o poner cortapisas a ese amor ni a ninguna de sus manifestaciones en el hombre.

  Si lo que antes teníamos por riquezas ahora no son sino cosas baladíes, ¿cómo permitir que mi hermano pase hambre? ¡De ninguna manera! La Iglesia primitiva entendió el santo mensaje a la perfección. Allí no había ricos ni pobres. Todos eran una sola cosa y lo que es más, consideraban sus necesidades físicas como algo del todo pasajero y a lo mejor superfluo. Pero es que aún hay más. Esta actitud en una comunidad cristiana no deja de ser un reclamo eficaz para los inconversos por cuanto constituye una viva y clara llamada a su atención y les insta a preguntar:

  Varones hermanos, ¿qué haremos?

  Por otro lado, esa similitud de intereses, esa vida comunitaria llena de bendición a sus integrantes por cuanto pueden decir:

  ¡Creer en Cristo y seréis salvos!

  Entonces nosotros podemos ser instrumentos de bendición para los demás, faros que reflejan la poderosa luz de la cruz y obrar incluso milagros en el nombre del Dios Padre basándonos en la fe manifestada por nuestros oyentes. Y si no me creéis, a las Escrituras pongo por testigo:

 

  Desarrollo:

  Hech. 3:1. Nos encontramos ante la primera paradoja de la lección de hoy. Sabemos que los primeros discípulos eran judíos como Jesús y que éstos no abandonaron, en ninguna manera, las costumbres y ritos religiosos en los que se habían educado y a los que tenían tanto apego. Aún no tenían clara la idea de una nueva normativa. Si bien se reunían cada día en el Templo, como leemos en Hech. 2:46, luego partían el pan en común en casas fijas y particulares. La separación entre los judíos seguidores de Cristo y los que no lo eran aún no estaba bien definida como lo estuvo algo más tarde. Como había culto de oración cada día en el templo a las tres de la tarde, al que asistían por otro lado casi todos los varones que estuvieran en situación de hacerlo, nos encontramos a nuestros dos amigos camino del mismo ya que, aquello, entraba en su interpretación de los mandamientos de la Ley de Dios: Pedro y Juan fieles a la doctrina de sus antepasados incluso en calidad de seguidores de Jesús, acudían a la reunión que les resultó inolvidable.

  Hech. 3:2, 3. Es curioso constatar que entre las ideas de la época, se consideraba a Dios responsable de la dolosa desgracia particular de los cojos de nacimiento. Siguiendo la tesis argüían que era junto al templo dónde podían recibir la asistencia que les permitiera subsistir puesto que si como cojos tenían derecho a la vida, y era allí, y en otros lugares similares, donde podían recibir la limosna debida. Entonces, fácilmente podemos llegar a esta conclusión: aquel ciego esperaba sólo de Pedro y Juan que compartieran con él parte de sus bienes. Nada más. Pero sin embargo, éstos, le cambian su mentalidad hasta el punto que las pretendidas necesidades quedan en nada, para dar paso a otras infinitamente superiores.

  Hech. 3:4-6. ¡Míranos! En primer lugar notemos que los dos apóstoles calcan un principio propio del buen samaritano. Cabía la posibilidad de que pensaran que tenían bastantes problemas o responsabilidades para atender a aquel hombre, que se les hacía tarde, que, efectivamente, no tenían dinero y que, en suma, aquel asunto no les concernía; pero no, no, se detienen y le piden atención. Muchos de nosotros no hemos encontrado en algunas situaciones semejantes. Hemos visto en el túnel del metro a personas que piden limosna, pero, distraídos, les hemos largado unas monedas cuando lo hemos hecho, y hemos pasado de largo. Pero aquí, los apóstoles nos dan una lección: ¡Ante la necesidad ajena no debe haber pérdida de tiempo! El nuestro ya no tiene importancia. Debemos quedarnos allí y exclamar:

  ¡Míranos!

  Los que en aquel día oyeron aquel timbrazo a la atención del cojo, mirarían a aquellos hombres que, a simple vista, no tenían nada de extraordinario. Por otro lado, ¿qué podía pensar nuestro cojo? Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Seguramente alguien que le exigía atención le daría algo, bastante. Y valdría la pena. En algún momento había pensado que aquellos dos hombres le iban a pasar rozando sin darle nada y ahora parece que la cosa era diferente, iban a darle algo que realmente valdría la pena: No tengo ni plata ni oro, pero de lo que tengo te doy. En nombre de Cristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Así que le dieron lo que tenían…

  Pero aquí hay una perla que no podemos desaprovechar: En la historia sagrada, al igual que en otras culturas parecidas, se creía que el nombre de una persona tenía que ver con la característica de la persona misma y, por lo tanto, muchas veces, los padres daban a sus hijos nombres, amén del que le habían otorgado en el momento de nacer, que reflejaran más alguna faceta de su carácter. De igual manera, el jurar por el nombre de Dios parecía obligarle a tomar cartas en el asunto. Y este era el motivo por cual evitaban pronunciar en lo posible el nombre del Señor. Entonces, cuando Jesús autorizó a sus discípulos a predicar, sanar, echar fuera demonios, etc. en su nombre, estaba dándoles también un privilegio y una responsabilidad. Así, no eran Pedro o Juan quienes actuaban, sino Jesucristo de Nazaret. Ellos no eran sino meros instrumentos conductores. Claro, sabemos que la mayor necesidad del cojo no era ni la plata ni el oro que les diera la gente. Es verdad que lo necesitaba, y mucho, pero era mejor restaurarle la salud para que pudiera valerse por sí mismo y así dignificarse.

  Pedro y Juan, al igual que su Maestro hiciera en tantas y tantas ocasiones similares, sanaron al cojo del todo. En otras palabras, remediaron primero su necesidad física para hablarle luego del Médico que había hecho posible la curación. Ellos, más que hablar del Evangelio, lo vivían y sanar enfermos era uno de sus ministerios. ¿Cómo podemos ahora, en la actualidad conseguir los mismos efectos, las mismas realidades? Actuando y viviendo en el mismo nombre que lo hicieron los apóstoles. Se presentó una oportunidad al ver la necesidad de aquel pobre hombre, la aceptaron y actuaron en consecuencia.

  Hech. 4:31. Sabemos la historia. Por hacer bien al cojo, Pedro y Juan se metieron en graves problemas. Al haber una oposición fuerte, influyente y encarnizada, los encarcelaron a los dos. Pero sin embargo, Dios seguía bendiciendo como siempre. En aquella ocasión cinco mil almas se unieron a la Iglesia al creer que Cristo era el Salvador de sus vidas. Ese era otro tema. Los discípulos si tenían que sufrir a causa del Nombre, sufrían. Si debían tener persecuciones, las aceptaban, si vejaciones, las sublimaban, si burlas, las superaban, si la muerte… la aceptaban con una sonrisa.

  Toda la congregación que ahora constaba de más de ocho mil almas, oraba para que Dios los fortaleciera y los consolara. Y el Espíritu les ayudaba dándoles su poder… Y, en el otro extremo del círculo, gracias a esa plenitud, aquellos hombres y mujeres hablaban y vivían el evangelio cada día, minuto a minuto, sin importarles las consecuencias a que tuvieran lugar.

  ¿Qué nos quiere decir Lucas al usar la expresión: Hablar con denuedo? Con la fuerza del llamado “primer amor.”

  Hech. 4:32. Aquí aparece el primer aldabonazo social. El cambio de enfoque del relato. Hasta el momento se ha venido hablando de las relaciones entre creyentes y entre éstos y los no conversos. También se ha hecho mención al compañerismo y a la comunión que aumentaba cada día más entre los hermanos. Pero ahora surge la primera necesidad física entre ellos. Tal vez una sequía u otro tipo de catástrofe o la propia necesidad normal de tener que alimentar a los ocho mil hombres. Lo cierto es que sabemos que entre ellos habían necesitados y desafortunados, con lo que se demuestra de paso que el hecho de ser un buen discípulo de Cristo no es ninguna garantía de no sufrir ya más. También aquí encontramos otra lección: El concepto de que un hombre pueda ser dueño absoluto de algo material, es ajeno a la perspectiva de la Biblia. Dios es el único dueño de todo por el simple hecho de ser el creador de todo. El ser humano a lo más que puede aspirar es a administrar temporalmente alguna cosa, pero nunca a ser dueño real de ella. Sin embargo, este concepto estaba tan arraigado en el alma humana que, entonces como ahora, es difícil prescindir de él. Aquellos seres eran creyentes y ante necesidades evidentes, lo daban todo, sí, no pretendían ser dueños de nada y lo daban todo. Tanto es así que se nos dice: ¡Tenían todas las cosas en común!

  Hech. 4:33. Como podemos ver existía una estrecha entre lo narrado por Lucas tocante tanto a necesidades físicas como a espirituales por cuanto, ya lo hemos dicho antes, la frontera que las delimita es muy frágil y a veces tiende a confundirse en una sola. Y en ningún momento, descuidaron poder testificar en el nombre de Jesús. Notar que su punto clave, su centro, es la resurrección de Jesús y el impacto generado. La importancia de este hecho tiene dos vertientes, dos aspectos: Uno, fue por medio de la resurrección de Jesús que Dios expresó su aprobación por todo lo que su Hijo Unigénito había hecho durante su fugaz, pero importante ministerio terrenal. Como muy bien dijo Pedro en una ocasión, por dicha resurrección, Dios señaló a Jesús de Nazaret como Señor, Mesías y su Cristo. Dos, el otro aspecto también importante tiene que ver con la forma en que sucedió este milagro. El cuerpo del Maestro, después de pasar por el sepulcro, aún tenía alguna de las características de todo cuerpo humano, junto con otras especiales, algunas de las cuales ya hemos estudiado. Pero lo verdaderamente sobresaliente en este v. es que, de forma evidente, el Cristo resucitado tenían un cuerpo real y físico. Sabemos que después de aquel día domingo, Jesús pudo comer, se le podía palpar y, como siempre, se preocupaba por el bienestar físico de sus discípulos. Juan nos narra en su cap. 21, que él en persona les preparó una comida. La resurrección tenía y tiene dos claros aspectos que no debemos descuidar. Ya hemos insinuado que, a primera vista, este v. parece no encajar en el contexto, pues interrumpe la descripción de aquella forma o especie de comunismo que reinaba en la Iglesia, pero lo que creemos es que está insertado aquí para dar más fuerza a las acciones de caridad de los vs. 32-34, por ser la razón traductora de la potencia con la cual, los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Cristo, el Señor.

  Hech. 4:34, 35. Evidentemente había una necesidad a la que debían atender sin demora. No importa la situación. Sea la que sea. Si hay buena voluntad, siempre habrá una manera de vencer con creces… Así se cumple la 2ª parte del mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

  Hech. 4:36, 37. Aquí Lucas nos da un ejemplo de lo que quiere decir para que no tengamos ningún género de dudas o pobres pensamientos. Este discípulo, José, probablemente habría sido convertido al Evangelio hacía muy poco y por eso, ahora, al ver a muchos hermanos indigentes, llenos de necesidad, no vacila y da todo lo que tiene. Mas, ¿cómo iba a explicar su actuación a familiares, conocidos y amigos a su vuelta a casa, a Chipre? Pensarían sin duda de que era tonto. Pero él había cumplido con su deber, pues frente a las necesidades urgentes, no lo dudó un momento.

 

  Conclusión:

  Nosotros, ¿podemos aplicar esta filosofía en nuestros días…? Un cristiano rico quiso ayudar a una familia de su Iglesia y les dio el sustento equivalente a una semana. Otro, buen mecánico, admitió en su taller a dos de sus hijos y los transformó en sendos hombres de provecho. Otro, en fin, curó gratis a los enfermos…

  Siempre tenemos como mínimo una oportunidad para hacer el bien. De nosotros depende y no del Espíritu pues Él siempre está dispuesto a suplir lo que falta.

PODER PARA DESARROLLARSE

 

Hech. 2:1-4, 16, 17, 36-42

 

  Introducción:

  Hoy iniciamos el estudio del que ha sido dado en llamar Los Hechos del Espíritu Santo en oposición a los Hechos del Señor Jesús, o en otras palabras: ¡Los cuatro Evangelios!

  Y si Jesús enseñó que sus obras no eran sino la continuación de la voluntad del Padre, el libro de los Hech. demuestra que lo que lograron los discípulos del Maestro lo hicieron en y por el poder del Espíritu Santo. Y si el trayecto terrenal de Jesús terminó en el preciso momento en que ascendió a los cielos, el trayecto de los discípulos no terminó con la palabra fin de ese libro, sino que continuó y continúa aún en el día de hoy. Vamos a ver hasta el final de mayo, como varios de estos hombres conseguían cotas que ya quisiéramos para nosotros, ayudados, eso sí, por el citado Espíritu.

 

  Desarrollo:

  Hech. 2:1. Día de Pentecostés: Quincuagésimo, o lo que es lo mismo: Cincuenta días después de la Pascua. (Establecido para celebrar el día de acción de gracias por la cosecha, Éxo. 23:16; Núm. 28:26; Deut 16:9, etc. pero también y según el Talmud, los judíos celebraban en ese día el recuerdo de la promulgación de la ley en el monte Sinaí). Era domingo y muchos israelitas que habían ido a Jerusalén a causa de la Pascua se habían quedado para festejar y celebrar también el Pentecostés, antes de irse de nuevo a sus provincias o a sus países. Así encontramos a los discípulos del Maestro. Quizá no se esperaban a conciencia la fiesta, pero sí estamos seguros que estaban anhelantes para ver el cumplimiento de la promesa de Jesucristo tocante al envío del Consolador. Y Dios elige ese día tan señalado para los judíos para inaugurar un periodo extraordinario: El advenimiento real del Espíritu. Notemos que hay entre estos dos grandes hechos del A y Nuevo Pacto una notable armonía: La Pascua cristiana en su sentido más profundo y espiritual, completaba la Pascua de los Hebreos, puesto que el Cordero de Dios realizaba lo que el Cordero Pascual prefiguraba. De la misma manera, el día del Pentecostés judío, de acción de gracias, el Espíritu da vida a la futura Iglesia, liberta la servidumbre de la Ley y crea verdaderos motivos de gracia sin cuento en los seres humanos.

  Por otro lado, aquellos abnegados pioneros del Evangelio, se habían quedado solos hacía sólo diez días y fácilmente podemos imaginar su estado de ánimo, puesto que los había para todos los gustos, aunque, eso sí, de una cosa estamos seguros: Estaban todos unánimes juntos. ¿Quiénes eran los discípulos designados por el sencillo vocablo de todos? No sólo los apóstoles, no sólo los ciento veinte que esperaban firmes el cumplimiento de la promesa según 1:15, sino sin duda, otros muchos también que creían en Jesús y que habían ido a Jerusalén para la fiesta.

  Otro problema se nos presenta aquí: ¿Cuál era el lugarde esta asamblea? Varios interpretes han pensado que era una de las numerosas salas que tenía el templo y que, según Josefo, era la más apropiada, apoyándose en la idea de que era conveniente que la iglesia cristiana fuera fundada en el santuario mismo del antiguo Pacto. Pero esto no era probable por varios razones: (a) Porque el lugar ordinario de reunión de la pequeña Iglesia era una casa particular con su propio “aposento alto”, Hech. 1:13; (b) porque Lucas no diría en el v 2, la “casa” si se tratase del templo, sino que lo llamaría claramente por su nombre como lo hace en 2:46; 3:2, 11; 5:21; y (c) porque es más dudoso que los enemigos del Salvador y de sus discípulos les hubieran permitido reunirse en gran número en el lugar sagrado, amén de que ellos, todavía llenos de miedo, siquiera lo hubiesen deseado. Todo induce pues a creer que el milagro pentecostal tuvo lugar en una casa particular y en sus aledaños, probablemente aquella en donde Lucas ubica a los discípulos reunidos en la tarde de la Ascensión, 1:13, 15. Quizá, como muy bien se ha supuesto, era la misma casa donde Jesús había pasado su última tarde con los doce apóstoles.

  Lo importante de aquella reunión reside en el hecho de que no sólo estaban reunidos física sino también de forma espiritual, condición indispensable entonces y hoy para que Dios nos bendiga con la plenitud del E. Santo.

  Hech. 2:2, 3. Los fenómenos que se produjeron fueron notados primero por el oído y luego por la vista y no son más que otros tantos símbolos del mismo Espíritu. El ruido que vino del cielo, manifestación de la presencia y acción de Dios, que llenó toda la casa, hizo en los principios la impresión de un viento que sopla con violencia. Figura muy exacta de la potencia descrita en 1:8 y de la libertad del S. Espíritu que, como el viento mismo, sopla dónde quiere y cuándo quiere: Juan 3:8; 20:22. Fijémonos que hay dos excepciones que señalan el carácter inesperado de la efusión del Espíritu: La palabra repente colocada al principio de la frase llevando el énfasis y el detalle al estaban sentados, de donde se desprende el hecho de que no estaban en oración, ya que todos los judíos oraban de pie. Sabemos que esperaban el Espíritu Santo durante diez días y quizá ya estaban cansados, pero lo cierto es que el Don de Dios Padre les sorprendió en un momento que no lo esperaban precisamente.

  Sigue Hech. 2:2, 3. En estos vs. aún hay otro símbolo lleno de significado: Lenguas, como de fuego. Nos da idea, no sólo del uso que luego se dio al habla humana, sino de poder, calor, luz y esencia, atributos todos ellos del Espíritu S. Aún quedan dos enseñanzas más en estos vs. a saber: (a) El participio traducido por lenguas separadas está en presente en el texto original, separándose a la vista de los discípulos, en el preciso momento en que el fenómeno se produce, y (b) aunque el sujeto del verbo “posaron” son las “lenguas”, este ve está, en gr, en singular, una irregularidad destinada a hacer sentir aún más si cabe que una lengua se posó sobre cada uno de ellos. Así, cada uno de forma individual debe recibir el espíritu y ser, por él, regenerado y santificado.

  Hech. 2:4. No hay que cortar o añadir nada de lo leído: Todos, no sólo los apóstoles, como se ha venido diciendo a menudo, sino todos los discípulos reunidos fueron llenos del Espíritu Santo. Y fueron henchidos por él en todas las facultades del alma recibiendo con ello toda la plenitud de sus dones: luz, verdad, vida, amor y santidad. Pero no podemos pensar que este Espíritu les vino y se mantuvo de forma mágica puesto que medió voluntad y fe. Ellos se habían preparado con oración, 1:14, y habían esperado allí constantes en la fe como sabiendo que vendría. Luego una vez henchidos del mismo, lo podían retener puesto que se nos dice en otro lugar que Esteban y el otro discípulos estaban llenos del Espíritu Santo, 6:5; 11:24.

  En cuanto a ese extraño hablar en otras lengua, ¿qué puede significar? Este don extraordinario consistía para los discípulos la facultad de hablar, sin haberlas aprendido, las lenguas más diversas y hacerse comprender por todos los pueblos presentes.

  Hech. 2:16, 17. Alguien tenía que dar una explicación fiel y satisfactoria a los hechos que estaban sucediendo y que dejaban atónitos a los moradores de aquella ciudad, y fue Pedro el elegido para hacerlo. En primer lugar hemos de notar que toda su tesis está basada en algo que sus oyentes entendían a la perfección en calidad de israelitas conocedores de las antiguas profecías. Pedro cita a Joel 2:28-32, y es curioso observar como el apóstol, haciendo eco del sentir del Espíritu localiza los postreros días del profeta con el llamado este tiempo de Hech. 1:6, textos cuya localización había constituido para él y sus amigos y compañeros un verdadero problema en tiempo de la vida física del señor Jesús, su Maestro. Ahora reclama para sí que aquel tiempo que se les había dado en vivir, son ya los postreros días a los que alude Joel y que, no podían negarlo, constituía un motivo de inefable esperanza judía. Según las enseñanzas de todo el AT, uno de los más grandes propósitos de Dios era el manifestarse a todos los habitantes de la tierra y hacia esa mira apuntaba incluso el hecho de la propia creación del pueblo de Israel Pero los judíos confundieron las miras y la manifestación no sería tan extensa como hubiera sido de desear y lo era más bien interna, de murallas para adentro. Esperaban, eso sí, una proclamación mundial de pueblos judíos solos y no se daban cuenta de que el E entraba en los corazones humanos sutilmente con la excepcional misión de informar al mundo la existencia de un Dios amoroso.

  Aquella manifestación del E. Santo no debía hacer acepción de personas, judíos y griegos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños, todos sintieron o experimentaron la misma sensación de vivir momentos inenarrables, demostrándonos así que el reino del Señor, que precisamente venía a proclamar a este E, como ya hemos dicho, abarca a toda la humanidad, que el todo aquel que crea de Juan 3:16, era efectivamente una gran realidad, que se habían roto todas las barreras que existían entre el hombre y Dios, que, en suma, el hombre ya podía entender que era amado.

  Mediante el Espíritu Santo desaparecen las distinciones entre grupos, castas, privilegiados y oprimidos. Esta era y es la santa voluntad de Dios y la Iglesia de hoy día tiene que estar a la vanguardia de la sociedad y mundo para que se realice esta visión, de la cual profetizó Joel y que comenzó a vivir, a actualizarse, a realizarse, en aquella memorable jornada de Pentecostés. ¿Es realmente consciente nuestra Iglesia de tamaña responsabilidad? Aún estamos en los llamados días postreros, ¿vamos a desaprovechar la oportunidad? Oremos para que el E Santo nos llene al igual que lo hizo aquel día y conseguir así hacer de Barcelona una nueva Jerusalén en Pentecostés.

  Hech. 2:36. El vocablo pues es concluyente. ¡Qué frase tan tremenda! Es una señal de atención y advertencia, una llamado a toda la casa de Israel, a todo el pueblo, que debe saber (en gr. “reconocer”), con certidumbre, por los hechos que acaban de ser expuestos, que Dios ha hecho, ha constituido tanto Señor como Cristo, Señor de todos y de todas las cosas, Hech. 10:36, tanto como Mesías, al Cristo que vosotros crucificasteis. ¡Qué contraste! Dios le ha elevado por encima de todos como a un verdadero rey sobre su reino… ¡y vosotros le habéis crucificado! Y Pedro quiere, en primer lugar, producir el arrepentimiento en sus oyentes y su última frase será como un aguijón que estará hincado en sus almas hasta que lo puedan arrancar tras el perdón y el arrepentimiento.

  ¿Cómo responde el pueblo?

  Hech. 2:37. Ante la exposición tan cruda, pero realista, aquellos por quienes había muerto el Cristo, tuvieron que responder: ¿Qué haremos? Esta es la vital pregunta que deberíamos izar o levantar siempre en nuestros oyentes. Es la puerta para recibir el mensaje esperado, es, en suma, la llave de la felicidad. El certero mensaje de Pedro, bañado por el Espíritu, había ido al corazón porque el mismo apóstol se había identificado con ellos: Había empezado diciéndoles varones judíos, v. 14, seguido por varones israelitas, v. 22, luego los llama así: Varones hermanos, v. 29, y ellos lo reconocen y lo llaman de la misma manera: Varones hermanos, v. 37. Esto nos da una lección: Es necesario que nos identifiquemos con nuestros oyentes si queremos hablar de un evangelio que se haga comprensible.

  Hech. 2:38-40. ¿Qué quiere decir Pedro con arrepentirse ya? Quiere decir simplemente que hay que dejar de actuar y pensar de un modo y comenzar a vivir, hablar y pensar de otro. O lo que es lo mismo, volver a pensar y actuar según lo que ya les había enseñado Dios. O lo que es también igual, desechar el ser o hombre anterior y nacer de nuevo. Pero además, junto a este arrepentimiento, debían identificarse con Jesús y sus seguidores mediante el bautismo, señalando así, de forma visible, que se ha entrado en los umbrales de una nueva vida, de un nuevo verídico nacimiento. El bautismo muestra una entrega total de la persona a Jesús como Señor y como Cristo. Es un paso público y hasta irrevocable y del cual, una vez decidido, ya no se puede volver atrás. Esa es la verdadera forma de dar testimonio, de poseer el Espíritu y lo que es curioso, el arrepentirse, bautizarse y recibirle no es la meta del seguidor de Cristo, sino… ¡el comienzo!

  Hech. 2:41. No hay forma de saber de cuántas personas se componía aquella multitud que escuchaba al apóstol, pero sí sabemos que la componían toda clase de gentes de distintos países conocidos por el narrador Lucas y que tres mil de ellas respondieron positivamente al llamado del Espíritu por boca del orador.

  Y ahora el clímax:

  Sigue en Hech. 2:42. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión de los unos con los otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.

 

  Conclusión:

  Este es el resultado: Comenzaron bien, siguieron bien y hasta terminaron bien. Aprender, comunicarse y compartir todas las experiencias debería ser la vida del creyente de hoy.

LA RESURRECCIÓN VICTORIOSA

 

Juan 20:19-29

 

  Introducción:

  Estamos sin duda ante el evento más importante de la historia humana: ¡La resurrección de Cristo! No hay nada, ni aun el propio nacimiento de uno mismo que pueda ser igualado a la brusca rotura de las puertas de Edén que por norma permanecían cerradas al acceso del hombre. La sobrenatural apertura de la losa sepulcral dice mucho más que la enseñanza lógica de una prueba física de su vuelta a la vida, es con mucho, el símbolo de las cadenas rotas. Cristo ha vencido a la muerte y lo que es más, por su victoria, podemos vencerla nosotros también. Y si para las mujeres bastaron las evidencias de sudarios abandonados, lo fue mucho más las apariciones del Señor en olor de santidad y gloria.

  Juan nos da evidencias físicas tratando de demostrar que Jesús resucitó, y hasta nos dice lo que para él fue la experiencia de los lienzos vacíos, pues dice que al verlo creyó, Juan 20:8, pero si bien la última palabra se debe a la fe, en aquellos momentos eran necesarios los datos finales que podían transformar a los apóstoles en verdaderas máquinas de convertir almas. Por eso, les da los últimos toques con sus apariciones, los prepara y los lanza hacia los caminos de la inmortalidad: ¡Testigos suyos! Mas, ¿testigos de qué? De su resurrección, claro. La única condición capaz de generar la salvación a todo aquel que cree, al judío primeramente y también al griego. Así debemos considerar el hecho concreto de que gracias a esa resurrección nosotros hoy estamos aquí. Leer 1 Cor. 15:14.

  La tercera y última evidencia que dejo Jesús de su resurrección fueron, sin duda, las once apariciones que realizó delante de sus amigos apóstoles de forma que, en su totalidad, sin incluir a la de Pablo, fueron suficientes, ni sobrando ni faltando ninguna, para borrar en ellos la desilusión, tristeza y mil dudas que les habían dominado a causa de los últimos acontecimientos vividos. Como ya ha quedado dicho, engendró en todos ellos, por contra, un deseo vehemente del primer amor, una confianza, un gozo y un celo misionero capaces, aún hoy, de emocionarnos. Aquellos hombres sencillos, incautos, orgullosos y hasta cobardes se transformaron en unos seres capaces de dar incluso la vida por su Maestro. Fueron desterrados, rotos, torturados y muertos por su fe: ¡La resurrección de Cristo fue el revulsivo, el suficiente acicate para darnos aún esta cuarta evidencia! Y aún podríamos añadir que bien podría haber una quinta. ¡Ojalá que estas dos apariciones que vamos a estudiar tuviesen la virtud de hacer de nosotros otros tantos pescadores de almas, dispuestos, no sólo a renunciar a nuestras conquistas sociales actuales, sino a morir por el Maestro si fuese necesario.

 

  Desarrollo:

  Juan 20:19. Para Juan y los demás discípulos este día no sólo fue el primero de la semana, sino, con mucho, el primero de su vida. En este domingo hubieron cinco apariciones distintas del Cristo victorioso, a saber: (a) A María Magdalena, Juan 20:11-18; (b) a las otras mujeres, Mat. 28:8-10; (c) a dos discípulos en el camino a Emaús, Luc. 24:13-32; (d) a Simón Pedro, Luc. 24:34, y (e) a los discípulos reunidos en el aposento alto, Juan 20:19-23.

  Cuando llegó la noche de aquel mismo día, ¿qué tenía de importante el día? ¡Era el domingo de resurrección! Fijémonos que Juan emplea un vocabulario romano para contar el tiempo, puesto que los judíos empezaban a contar el día precisamente a la puesta del sol y en este caso, Juan hubiese dicho, empleando la costumbre judía: al día siguiente… estando cerradas las puertas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos. Los discípulos habían vuelto al aposento que habían ocupado con su querido Maestro tres días antes con motivo de la cena pascual. Las puertas estaban bien cerradas y aseguradas por una razón: ¡Miedo cerval a los judíos! En estas circunstancias, sin que hubiese ningún resquicio para poder pasar, Jesús estuvo en medio de ellos, sin que notasen como había entrado ya que se nos asegura que las puertas estaban cerradas. Es evidente que el Evangelista ve en esta aparición de Cristo Jesús algo misterioso, situación que vuelve a mencionar ocho días más tarde.

  Todas las tentativas habidas para explicar la entrada de Jesús de un modo natural no son sino deformaciones del texto original. Calvino y otros intérpretes piensan que las puertas se abrieron ante una señal de su Majestad, pero si así hubiese sido, Juan lo hubiera dicho y explicado con toda sencillez. Y por otra parte, pensamos, esto también hubiese sido un gran milagro. Es pues más acorde con la realidad admitir que el cuerpo resucitado de Jesús estaba o se encontraba en vías de ser glorificado, en una palabra que se acercaba al estado de “cuerpo espiritual” definido en 1 Cor. 15:44 y que estaba desde entonces, liberado de las leyes del espacio y materia. Por otra parte, el término empleado por el médico Luc. 24:31: desapareció de delante de ellos, nos autoriza a dar o llegar a la misma conclusión. Además existe el hecho innegable por el cual muchos discípulos no le conocieron en otras apariciones hasta que Él les declaró quien era. Paz a vosotros: Este saludo, corriente entre los israelitas, tomaba una nueva dimensión en boca de Jesús: ¡No sólo deseaba la paz, sino que la dada!

  Juan 20:20 Les mostró tanto las manos como el costado, Jesús conociendo la debilidad de sus discípulos y la gran dificultad que tenían para creer en su resurrección real, accede a darles pruebas tangibles y visibles, pero más tarde va a decirles que no era precisamente aquello lo que daba fuerza a la fe, por ser ésta un acto libre de la conciencia y el corazón. Viendo al Señor, viendo sus señales, sabiendo que era Él, los discípulos se gozaron. Este gozo sucedió a las dudas que llenaban sus corazones desde hacía tres días. Era como el despertar de una tensión, como el llegar a un reconocimiento de que aquel abandono de tierras, familia y casa no había sido en vano y como el ver al sol levantarse en medio de las tinieblas de la tempestad. Entonces, sólo entonces, se cumplió la promesa de Jesús, Juan 16:22. El creyente que hoy vive en constante comunión con el Cristo victorioso tiene una segura base para ese gozo que es indispensable en el servicio diario que le debemos y, por consiguiente, una confianza firme y perfecta en el triunfo final del reino de Cristo.

  Juan 20:21. Paz a vosotros; Jesús repite el saludo, pero esta vez lo hace como preparando lo que va a seguir, ya que no podemos olvidar el orden con que se producen los hechos, el total de los acontecimientos: (a) Jesús establece su identidad; (b) la asegura con evidencias de su resurrección corporal; (c) calma el temor, y (d) señala la responsabilidad misionera que espera de ellos. Y como me envió el Padre, así yo os envío también. Jesucristo les encarga así, solemnemente, esa misión que debe continuar la suya en el mundo y a la que da un carácter divino, ya que les atribuye el mismo origen que motivó su propia misión: Como. El momento escogido para lanzarlos al mundo está cuidadosamente señalado: Los inviste de apóstoles después de su resurrección con todo el poder emotivo de la misma y para que le sean los testigos veraces de la misma. Así, ¿cuál de ellos podría llegar a olvidarlo? ¡Ninguno! Salieron a la mies, como auténticos líderes y ministros de reconciliación que eran, 2 Cor. 5:19, y bien dispuestos a correr sin desmayo anunciando el evangelio.

  Juan 20:22. Estamos ante un v. difícil. Nos encontramos aquí con un gran símbolo y una realidad. El símbolo lo constituye la acción del Maestro: Sopló sobre ellos. Una acción tanto más significativa cuando que, en he y en gr. el aliento o el viento, es designado por la misma palabra que el espíritu, Eze. 37:5; Juan 3:8; Hech. 2:2 e incluso Gén. 2:7. La realidad está claramente indicada por estas palabras: Recibid el Espíritu Santo. Esto no es sólo una renovación de la promesa que debía cumplirse en el Pentecostés, y por otra parte, el evangelista no pretende referir aquí la poderosa efusión del Espíritu Santo que tuvo lugar entonces, como piensan los que pretenden que Juan coloca esta ascensión en el mismo día de la resurrección basándose en el v. 17 y el verdadero descenso del ES apoyado muy bien en este v. 22 que estamos estudiando. El v. 20 prueba que Jesús aún no estaba glorificado del todo, no podía, pues, según nuestro propio evangelista, 7:39 y 16:7, enviar el E Santo a los suyos. Por otro lado el acto realizado por Él no es puramente simbólico, ya que agrega: Recibir el E Santo. Basta para comprender su sentido, considerar que estos discípulos, en el mismo momento que recibían el apostolado tenían la urgente sed o necesidad de recibir un socorro divino que confortara su fe y su esperanza y les sirviera de consuelo hasta el día en que tuvieran la plenitud del Espíritu.

  Debían, en efecto, vivir en la espera y en la oración, Hech. 1:4, 14, y debían tomar decisiones, Hech. 1:13-26. No podían, pues, en este importante intervalo, estar abandonados a sí mismos, a sus fuerzas y a sus temores e ignorancia. A esa necesidad provee Jesús al indicarles: ¡Recibid el Espíritu Santo!

  Por otro lado sabemos que este recibo temporal o pleno del E. Santo, es optativo, es decir, podemos recibirlo si queremos o también quedarnos sin él. En la ocasión que nos ocupa, Tomás, no estando presente, se abstiene. ¡Cuánto deberíamos aprender del apóstol! ¿Habéis pensado alguna vez que también nosotros podemos quedarnos sin la oportunidad de recibir el Espíritu al ser impartido? ¿Cuántos de nosotros acudimos a la reunión de oración de nuestra iglesia? La misión de reconciliación es del todo imposible e inadmisible sin el consenso del E Santo.

  Juan 20:23. Primero la autoridad, que acompaña a la presencia del Espíritu, se dio a los creyentes presentes y no sólo a los apóstoles y segundo, la autoridad conferida tiene dos aspectos principales: (a) La de anunciar todas las condiciones establecidas por Dios para el perdón de los pecados, y (b) pronunciar el perdón del Señor sobre los que reúnen las mínimas condiciones advirtiendo, a la vez, que no hay perdón para aquellos que se niegan a cumplirlas.

  Ahora es conveniente que nos fijemos en que el ve remitidos está en tiempo presente, para indicar con cierta claridad el efecto inmediato. En efecto, Dios ratifica su perdón en el momento mismo en que es solicitado. En cuanto al segundo ve: Retenidos está en perfecto para indicar el efecto persistente, un estado de endurecimiento o de incredulidad: ¡No perdonados!

  Así, ¿podemos o no perdonar los pecados? No. A todo aquel que crea, por su fe, podemos indicarles que Dios no les tiene en cuenta sus pecados, al que no crea, podemos afirmar que Dios se los echará en cara.

  Juan 20:24. A través de dos incidentes diferentes nuestro Juan había descrito ya a este discípulo de carácter sombrío inclinado a la duda y al desaliento: Juan 11:16; 14:5. Pero es sobre todo en este relato donde Tomás se presenta tal y cual es. Ante todo, lo vemos ausente del círculo íntimo de los discípulos cuando Jesús se les apareció por vez primera. Sin duda, no teniendo ninguna esperanza, habría buscado la soledad para entregarse a sus pensamientos.

  Juan 20:25. Fue sin duda, en una reunión subsiguiente cuando los condiscípulos dijeron a Tomás, con natural alegría: ¡Hemos visto al Señor! Primero es necesario que observemos en su respuesta la obstinación de la duda que se expresa en términos bien enérgicos y repetidos: ¡No creeré! Deberíamos estudiar con cuidado esta conclusión de Tomás por cuanto dice mucho más que lo que aparenta decir. En gr aparece una segunda intención en la respuesta que significa: ¡No creeré de ningún modo! Así, hablando así, este discípulo pensaba no obedecer más que a lo que le indicase su razón. Pero, no obstante, tenemos algo que agradecer a estas dudas y actitudes criticables de Tomás por cuanto motivó una de las razones por las cuales Jesús continuó apareciéndose y dando mucha más luz.

  Juan 20:26. Parece ser que durante estos ocho días no hubo nuevas apariciones de Jesús, aunque, sin duda, los discípulos se habían reunido a menudo como si estuvieran esperándole. Por fin viene. Es necesario observar este v en presente para hacer resaltar la solemnidad del acto y del momento. El Señor se presenta en medio de ellos en las mismas circunstancias y en el mismo sitio que la vez anterior, aunque había una marcada diferencia: ¡Esta vez estaba presente Tomás! Por otro lado, esto no debemos de olvidarlo, la sexta aparición llevada a cabo en domingo, sienta las primeras bases que establecerán para siempre el Día del Señor.

  Juan 20:27. Notemos que en cuanto Jesús pronuncia la dulce palabra de paz, se dirige directamente a Tomás, lo que nos da idea de que conocía a la perfección sus dudas y lo que es más importante, concede a todos sus queridos amigos las pruebas que necesiten, puesto que después, una vez comprobadas, serán capaces de morir por Él. Es curioso, si algún religioso fariseo hubiese pedido estas mismas pruebas para creer no se las hubiese concedido, pero a un discípulo hasta aquí probado, nada le rehúsa. Sin embargo, repitiendo intencionadamente sus mismas palabras, Jesús hace sentir, gustar, a Tomás su yerro y le cubre de confusión. Luego concluye con esta advertencia: No te hagas el incrédulo, sino creyente. No hay que traducir pues, no seas, sino no te hagas. Jesús le hace sentir la crítica situación en que se halla en la actualidad: En el vértice justo en que se separan los dos caminos: La de la incredulidad decidida y la de la fe perfecta.

  Juan 20:28. La evidencia de la resurrección marcó la diferencia entre el escepticismo y la fe cristiana para el pobre Tomás. Con su confesión, el apóstol llegó a la cima más alta del cristianismo. Fue el primero en llamarle con un nombre que quizá ninguno otro antes se había atrevido a hacerlo: ¡Mi Señor y mi Dios! Y Jesús lo aprueba a pesar de lo tortuoso del camino. Aquel discípulo que se había quedado atrás en cuanto a creer en su resurrección, con las evidencias aportadas, pasó al frente del resto de sus compañeros con la enormidad de su confesión.

  Juan 20:29. No hay reproche en las palabras de Jesús. ¿O es qué los demás habían creído en Él antes de verlo resucitado? No. Sin embargo, notamos una cierta censura en el resto del v puesto que Tomás se había encontrado en una situación apurada en la que hubiera podido llegar a creer con facilidad. Los otros compañeros le habían dicho: Ya hemos visto al Señor. Y él, que conocía a la perfección su buena fe había exigido una prueba o demostración material que pudieran digerir sus sentidos. Esto es a nuestro juicio, lo único condenable en la actitud de Tomás. ¡Negaba el valor del testimonio sobre el cual reposan la mayor parte de nuestros sanos conocimientos y convicciones!

  Por eso Jesús establece para su reino esta nueva base: Dichosos lo que no vieron y creyeron.

 

  Conclusión:

  La fe es, en efecto, un acto moral de la conciencia y el corazón, independiente de todos los sentidos. La Iglesia cristiana, desde hace diecinueve siglos, cree en Cristo y en su resurrección basándose en el mismo testimonio que Tomás rechazaba. Esto, repetimos, es quizá lo único que podemos reprochar a Tomás, pero nos guardamos mucho de juzgarlo cuando el propio Jesús no lo hizo y lo felicitó.

  ¡Qué Él nos haga también motivo de elogio cuando nos juzgue a nosotros y a nuestra labor!

  Así sea.

VICTORIOSOS EN LA MUERTE

 

Juan 19:17-22, 28-30

 

  Introducción:

  Cuando Adán y Eva desobedecieron a su Señor natural y fueron expulsados de Edén, Dios les hizo una promesa por cuya causa podrían volver al estado anterior al pecado, pero además les hizo una advertencia vital: A partir de aquel momento habría una enemistad a muerte entre la simiente del humano y la de la serpiente que los tentó. Así, la pareja dejó el huerto sabiendo que las serpientes futuras les iban a cercar y a morder, pero también, que su propia simiente, en el momento dado, oportuno, daría un golpe mortal en la cabeza de Satanás.

  Así que este conflicto se inició, desarrolló y continuó en el AT, volviéndose en el N. como algo latente que se ve o manifiesta entre los que obedecen a Dios y los que no lo hacen. Un día, también en el momento justo, oportuno, un día prefijado durante siglos, Jesucristo nació y llegó a ser el hombre obediente, la perfección y el ejemplo de todos los que aman y agradan a Dios. Esta fue la razón del por qué atrajo sobre sí toda la enemistad y furia de la simiente de la serpiente. La enemistad, camuflada en el principio, fue intensificándose durante su ministerio terrenal a medida, o en proporción directa en que iba revelando su gran divinidad y su poder. Por fin, el conflicto de los siglos tuvo su clímax en la cruz para que, desde ella, al vencer a la muerte, la simiente humana pudiese volver de nuevo a gozar de los paseos con Dios en Edén.

 

  Desarrollo:

  Juan 19:17. Irrumpimos bruscamente en la cruel escena cuando el primer actor se nos aparece con toda la carga dramática que quiso transmitirnos el autor.

  ¡Jesús lleva su propia Cruz!

  Mat. 10:38. Él debía dar ejemplo. Sólo Juan ha conservado este emocionante detalle que ha quedado grabado en su recuerdo como testigo ocular que fue. Entre los romanos era costumbre que el condenado fuera con su cruz o cuando menos, con el palo que sería puesto de forma horizontal más tarde, uniéndolo al vertical levantado antes en el lugar elegido para la ejecución. Así, el Maestro, como un reo cualquiera, fue sometido a este tipo de humillación hasta el momento en que no pudiendo más y caer exhausto, los soldados romanos hicieron lo que también era corriente: ¡obligar a cargar aquel madero al primer judío con el que se topasen! Mat. 27:32. Así cargaron a Simón de Cirene. Ningún romano quiso llevarla ni ningún judío lo habría hecho voluntariamente. Vieron al africano que volvía de su campo y le cargaron la cruz: A éste forzaron a llevar la cruz, nos dice el original gr. (hacemos esta pobre aclaración para salir al paso de aquellos que señalan que este hombre ya era discípulo de Jesús). En él, hombre de humilde condición, medio extranjero, vieron los romanos al sujeto que iba a salvar su responsabilidad de hacer llegar vivo al condenado al lugar del suplicio. Pero no obstante, debemos decir que a juzgar con el contexto evangélico, el hombre se convirtió, o por lo menos sus hijos, puesto que en Mar. 15:21 se dice que era padre de Alejando y Rufo a quien Pablo saluda como hijo en Rom. 16:13. En cuanto a la segunda parte del v debemos añadir o aclarar la palabra salió. ¿Qué puede indicar? ¡Qué salió de la ciudad!

  ¿Sabemos por qué aquel lugar se llama Gólgota o Lugar de la Calavera? Se ha supuesto que ese teatro de ciertas ejecuciones de criminales era llamado así a causa de los cráneos privados de sepultura que se podían ver allí. Unos piensan por su parte que el nombre le viene por la forma redondeada de la colina en cuestión. Otra cosa digna de mención es que a pesar de miles de decenas de investigaciones de todo tipo, no se ha conseguido lograr la certidumbre de su ubicación topográfica. De todas formas, nos importa más el hecho de la crucifixión en sí que el lugar donde tuvo lugar. El sitio tradicional, indicado por la iglesia conocida con el nombre del Santo Sepulcro, que la emperatriz Elena hizo construir a principios del siglo IV, está actualmente dentro del perímetro de la ciudad de Jerusalén. Los que defienden esta tesis piensan que en tiempos de Jesús, la muralla seguía de norte a sur en trazado de la calle de Damasco para volver bruscamente hacia el oeste en dirección a la puerta de Jaffa, de donde se desprende el hecho de que el Calvario habría estado ubicado en este ángulo dejado libre por el correr de las murallas. De todas formas, estuviese dónde estuviese el lugar conocido por el Gólgota en arameo y hebreo, era siniestro y las buenas gentes evitaban acercarse cuidadosamente.

  Juan 19:18. Debemos detenernos un momento en considerar la crucifixión: Dice la Biblia: ¡Allí le crucificaron! Es necesario, repito, detenerse en presencia de esta palabra “crucificado” pues dicho a la ligera puede perder todo su significado. La crucifixión define al suplicio más horrible que haya inventado la crueldad humana y que la legislación romana reservaba a los esclavos y a los criminales. La cruz, como sabemos, se componía de dos piezas, una vertical introducida profundamente en el suelo y la otra horizontal colocada ora al extremo de la primera, como formando una gran te, ora un poco más abajo como suponen la mayoría de las narraciones piadosas.

  Esta última fue probablemente la de la cruz de Jesús ya que coincide mejor con el hecho de que fue colocada una inscripción sobre su cabeza indicando los títulos y cargos. Cuando la cruz estaba levantada se izaba al condenado por medio de cuerdas hasta la viga transversal, sobre la cual se le fijaban las manos por medio de clavos. A media altura de la viga vertical había una clavija de madera sobre la que era colocado el reo a caballo, para impedir que el peso del cuerpo desgarrase las manos. Los pies, en fin, eran también clavados, ora uno sobre el otro con el mismo clavo, ora el uno al costado del otro con sendos clavos. Y también se usaba, pero de forma más rara, la norma que decía, establecía que el condenado se fijara a la cruz estando en el suelo y luego se izaba todo el conjunto dando un golpe seco en el mismo fondo del orificio previsto para el tramo vertical con el consiguiente dolor para el reo. Los crucificados de cualquiera de esos dos sistemas vivían una doce horas, aunque se habían dado caos excepcionales en los que el reo duraba dos y hasta tres días. La inflamación de todas las heridas provocaba fiebre y una sed ardiente, la espesa inmovilidad forzada del cuerpo ocasionaba, a su vez, unos dolorosos calambres y por fin, la afluencia de sangre al corazón y al cerebro causaban mil sufrimientos, angustias indecibles y el consiguiente óbito.

  Fijémonos que si bien fueron los soldados romanos los autores materiales de la crucifixión, lo fueron en calidad de simples comparsas, puesto que los verdaderos autores debemos buscarlos entre los fieros vociferantes hijos de Israel, que pasaron por la humillación de no poder matarlo según la costumbre, es decir, lapidado hasta la muerte.

  Y con Él otros dos, uno a cada lado, Mateo nos indica que tras haber crucificado a Jesús, los romanos colgaron a dos ladrones para que le franquearan, infringiéndole así, si cabe, una nueva humillación, pero al morir entre dos bandidos por salvarnos cumple una nueva paradoja divina narrada bien en Isa. 53:12: Fue contado entre los transgresores. Así se cumplió la profecía del AT incluyendo la citada por el propio Jesús en Luc. 22:37.

  Es curioso pensar que la humanidad estaba representada en una de las tres cruces: (a) El Salvador sin pecado. (b) El pecador arrepentido y (c) el escéptico. ¿Tú, a cuál perteneces?

  Juan 19:19. ¡Jesús Nazareno, Rey de los Judíos! Era una cruel costumbre entre los romanos, suspender del poste de la cruz, encima del presunto criminal, un rótulo indicando la causa de su condenación y muerte. Fue la última burla y venganza de Pilato, irritado contra los jerarcas del pueblo judío al negarse a su petición de cambiar el texto del título, Juan 19:22. Así que vierte sobre ellos su desprecio y tal vez odio, dándoles por Rey a este crucificado y, al mismo tiempo, pone en ridículo la acusación que habían hecho o levantado contra Él. Pero lo que no sabía Pilato es que sin quererlo, dio a Jesús su verdadero título, puesto que fue precisamente sobre esta misma cruz donde el Redentor fundó su eterna realeza para proyectarla sobre el corazón de todos los redimidos. Naturalmente, este título también concedía a Pilato la ansiada excusa para aplicar la pena capital puesto que así pensaba quedar justificado. Una última cosa, ¿por qué aparece el adjetivo Nazareno? Pues porque lo identificaban como natural de Nazaret.

  Juan 19:20. El letrero, pues era trilingüe: El hebreo que era la lengua sagrada, la lengua nacional de los judíos; el latín, la lengua de los romanos que dominaba el universo por entonces conocido y el griego que era la mejor lengua de la cultura y la más universalmente aceptada. De donde se desprende que esta inscripción fue una fiel profecía de la dignidad real de Cristo, la cual debía extenderse al mundo entero.

  Juan 19:21. Los sacerdotes estaban equivocados. Jesús nunca dijo que era el rey de los judíos. Cierto que admitió ante Pilato que era Rey sobre aquellos que amaban la verdad, Juan 18:36, 37, ante Caifás que era el Mesías, el Hijo de Dios, Mat. 26:63-66, pero no que era rey de los judíos. Jesús demostró su derecho a ser el Rey de una manera nueva y con un método distinto. Y demostró su real soberanía cuando moría voluntariamente y sin palear.

  Juan 19:22. Ante la insistencia de los principales sacerdotes que demuestran temer a Jesús aun en la cruz, puesto que el famoso letrero podía ser leído por cientos y cientos de personas que visitaban Jerusalén en la Pascua cosa que no entraba en sus planes, cuya ignominia no requería publicidad, Pilato responde como sabe: La inútil y perentoria negativa del romano revela por fin cierta firmeza y al mismo tiempo, su mal humor. ¡Ya está harto del caso de Jesús y de sus acusadores! Y dice: Lo que he escrito, he escrito. Hay autores que han querido ver aquí algún conato de arrepentimiento tardío en Pilato, pero creemos mejor que se trata simplemente de un hastío pasajero, o como mucho, la demostración de algo que hemos hecho mal y que ya no podemos remediar. Como la traducción de alguna sensación interna a la que por razonamientos habíamos amordazado y que por fin, brota al exterior. Pilato, a nuestro pobre juicio, es el gran equivocado de la historia.

  Juan 19:28. Eran las tres de la tarde y durante la oscuridad sobrenatural que había ensombrecido el cielo aquel mediodía. Se dice que Jesús aún está consciente por cuanto se hace alusión a que Él sabía que ya estaba todo consumado. Este ve consumar es el mismo que se emplea en el v 30 y significa terminar, completar o concluir cualquier proyecto.

  Ahora estamos delante de aquel pasaje tan difícil: Dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. Sí, es sin duda una interpretación de Juan. Creemos que Jesús no dijo tengo sed para cumplir lo dicho en el Sal. 69:21, sino que lo dijo a causa del calor del día, de la pérdida de sangre o del polvo levantado por el incesante corretear de la gente nerviosa. Claro, una vez que lo dijo, se cumplió la profecía. Esta fue la 5ª palabra, de un total de 7, que pronunció el Maestro en la cruz y fue la única referencia a su agonía física. (Las cuatro anteriores son: Luc. 23:34; 23:43; Juan 19:26 y Mat. 26:46).

  Juan 19:29. Son los soldados que habían crucificado a Jesús, sin duda, los que ahora realizan este acto tan humano. Este vinagre era, como sabemos, un vino ácido. Bebida común entre los soldados y los pobres. Mas como este vino estaba allí junto a una esponja un tallo de hisopo, podía haber sido llevado para alivio de los sujetos crucificados. El hisopo es una planta muy pequeña descrita en 1 Rey. 4:33, y su tallo tiene a lo sumo de cincuenta a sesenta cm de largo y, por lo tanto, debía bastar para llevar la esponja hasta la boca del torturado, pues éste no estaba separado del suelo. Contrariamente a lo que se nos describe en los cuadros piadosos, los pies de los crucificados estaban a lo sumo a 30 o a cincuenta cm del suelo por lo que eran fácilmente accesibles. Sólo una palabra más: No hay que confundir este incidente con el referido en Mat. 27:34 y Mar. 15:32, en los que se describe la escena de dar vino a Jesús antes de la crucifixión propiamente dicha, vino que Él rechazó, pero sí es paralelo al descrito en Mat. 27:48, aunque allí se nos dice que fue usada una caña en vez del hisopo.

  Juan 19:30. Esta vez sí. Jesús toma el vinagre con sus labios, contrariamente a lo que había hecho en los textos referidos anteriormente por tener efectos estupefacientes (hiel y vinagre), y exclama: ¡Consumado es! ¡Consumado está! La Obra de Jesús, la redención del mundo estaba ya terminada, Juan 17:4. Pero somos justos al reconocer que hay en las palabras el sentimiento de una victoria, de una gran victoria, pues al morir, el Salvador triunfa y su muerte representa la vida para miles de millones de seres humanos. Por otra parte, consumado está, es la 6ª palabra de la cruz, faltaba la última, la descrita por Luc. 23:46: ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!

  Y habiendo inclinado la cabeza… al leer este v nos viene a la memoria aquel otro en el que el propio Jesús dice: El Hijo del Hombre no tiene dónde reposar la cabeza, Mat. 8:20. Aquí aún parece que Jesús tiene el control de la situación. Cada acto se nos antoja voluntario y firme. Habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu. Ningún Evangelio dice que Jesús muriera. Aún este último acto fue voluntario, puesto que sabiendo lo que le pasaba, estaba de acuerdo con el Padre. Además, aquello era el único camino para volver a su lado.

 

  Conclusión:

  La muerte de Cristo no es el último acto del drama: ¡Es tan sólo el principio! ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. Pero gracias a Dios, quién nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo 1 Cor. 15:55-57.

  Invitación.

VICTORIOSO EN LAS PRUEBAS

 

Juan 18:33-38; 19:7-11

 

  Introducción:

  Para situarnos en escena basta con recordar que Jesús fue entregado a los líderes religiosos por Judas estando en el huerto de Getsemaní y a continuación empezó a funcionar la máquina que iba a condenarlo. Sabemos que hubo por lo menos 6 juicios hasta que encontraron las bases falsas con que condenarlo y crucificarlo. (a) Ante Anás, el ex sumo sacerdote. (b) Ante el Sanedrín, que fue convocado antes del amanecer por falta de tiempo. En el transcurso de aquella reunión salió sentenciado a muerte por Caifás, el sumo sacerdote a la sazón. Esta asamblea era ilegal a causa de la hora. (c) Ante el propio Caifás y el Sanedrín en un juicio ya legal a los ojos de los judíos ya que abría su sesión a la hora preceptiva, ya amanecido. (d) Ante Pilato. Los judíos tenían que refrendar sus penas de muerte ante el poder ejecutivo: El gobernador romano. (e) Ante Herodes, y (f) Ante Pilato por segunda vez.

  Nuestra lección está basada en los dos juicios delante Pilato.

 

  Desarrollo:

  Juan 18:33. ¿Cuál es la pregunta básica? ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Lo primero que notamos es el tono en que está hecha la pregunta. Sin duda denota extrañeza con algún ribete de ironía. Pero esta pregunta de Pilato no se comprende si no tenemos en cuenta los vs. anteriores. Y podemos admitir perfectamente que los judíos, aun sin ver la pretensión solapada del v 30, en el que insinuaban la condena que presumían, han acabado de formular su acusación en toda regla. En Luc. 23:2, vemos que el principal punto de la acusación consistía en el hecho de que Cristo decía ser el Mesías. Así, ¿en que se basaba la notoria inquina de los judíos? La maldad del procedimiento estribaba el transformar el agravio religioso, por el cual ya habían condenado a Jesús, Mat. 26:63-65, en una acusación política sobre la cual no tenían ningún fundamento legal. El remache final, allí donde apoyaban su teoría radica en el v. de Lucas que ya hemos leído: ¡Prohíbe pagar tributos a César! Sí, con esa acusación entraba de lleno en la jurisdicción del romano. Pilato vuelve a entrar en el Pretorio. ¿Qué significan las entradas y salidas de Pilato? El Pretorio era la vivienda del gobernador y a la vez dónde estaba ubicada la sala de los casos perdidos. Jesús tuvo que entrar en esa sala, pero los judíos se quedaron en el atrio porque trataban de no mancharse, contaminarse, cosa que hubiesen hecho de entrar en una casa romana. ¡Qué contrasentido! No querían entrar en la casa y pedían la sangre inocente de Jesús. Así que si Pilato quiere enterarse de la causa criminal tiene que salir y hablar con los representantes del pueblo. Una vez que lo hace, vuelve, llama a Jesús y le dice: ¿Eres tú el Rey de los Judíos?

  Juan 18:34. Jesús responde con una pregunta, la cual ha sido interpretada de muy diversos modos: Unos creen que Jesús hacía uso del derecho que todo acusado tiene de ver y conocer a sus acusadores, puesto que Él no podía suponer que Pilato tomara el título de rey en otro sentido que el político. Pero esta creencia se cae por su base en el mismo momento en que pensamos en la primera parte de la pregunta del Maestro: ¿Dices esto por ti mismo? Si Jesús quisiera conocer tan sólo a sus acusadores, ¿por qué está pregunta? Sobra a todas luces. Otros piensan que Jesús quería hacer sospechosa a los ojos de Pilato la acusación que venía de sus enemigos. Pero esto tampoco motiva, a nuestro juicio, la doble pregunta. Jesús, con su intencionada pregunta, hace una distinción importante: En el sentido político que un romano debía dar a ese título de Rey, podía sencillamente negarlo, pero en la significación que los judíos daban al vocablo Rey, es decir, Mesías, se habría cuidado de rehusarlo puesto que hubiese pisado terreno resbaladizo por cuanto se hubiese situado en oposición de sus mismas palabras que hemos leído en Mat. 26:64. Por eso pregunta a Pilato si ha llegado por sí mismo a sospechar que aspira a la dignidad real, en este caso habría respondido con una sencilla negativa ya que sus ideas no eran políticas. Pero si por el contrario, la pregunta de Pilato había sido sugerida por el Sanedrín, el Maestro tiene el sano deber de explicarse positivamente sobre el título de Mesías que Él mismo había vindicado en varias ocasiones.

  Juan 18:35. En esta respuesta del funcionario romano vemos cierto desprecio por las ideas de todo lo judío, significando con otras palabras: ¿Puedo acaso entender la cosa más pequeña de vuestras sutiles y raras distinciones judaicas? Dejemos eso, y ya que tu nación y tus sacerdotes te acusan, respóndeme con claridad: ¿Qué has hecho? ¿Cuál es tu crimen? O lo que es lo mismo: Le da la oportunidad de exponer la naturaleza de su Reino y Jesús la aprovechó hasta el límite de sus posibilidades:

  Juan 18:36. Tres veces pronuncia con solemnidad las palabras: Mi reino, o mejor, “mi dignidad.” Lo hace con el fin de recalcar que esta realeza, no es de este mundo, no es de aquí. Por su origen, naturaleza, espíritu y por su fin, no tiene nada en común con las coronas humanas. Viene de lo alto, y la prueba que da de ello es que desprecia todas las armas carnales o terrenales. Tanto es así, que no ha querido que sus servidores hayan de combatir por su causa. Sus armas no son de este mundo. Él domina sólo los corazones. Pero, ¿quiénes son estos servidores que no ha querido que inicien un combate? Unos opinan que se refiere a aquellos que sin duda habría reclutado si su reino fuera de este mundo. Otros piensan que entiende a los criados que tiene realmente y a esas multitudes que le aclamaban hace unos días tan solo y que, en efecto, habrían querido proclamarlo Rey de todo, Juan 6:15. ¿Y quién duda lo que Jesús habría sido capaz de hacer con su poder sobre las masas si hubiese querido incitar su entusiasmo o sus pasiones nacionalistas? Cualquiera de estas dos interpretaciones pueden ser la correcta. Pero aún existe una tercera que resume a los que dicen que los servidores son los ángeles basando sus ideas o tesis en Mat. 26:53, pero tampoco es correcto. ¿Habría expresado Jesús este pensamiento en presencia de Pilato a quien este argumento habría dejado indiferente? Creemos que no.

  Juan 18:37. Pilato cree que con las palabras de Jesús, se atribuye una dignidad real y ante del desaliño del porte, exclama con asombro: ¿Luego, eres rey? ¿Pero todavía habla con ironía o desprecio? ¿O se ha puesto serio con el giro que ha tomado la conversación? Es difícil de decir puesto que en este punto no se han puesto de acuerdo los mejores intérpretes. Pero la respuesta de Jesús no se hace esperar: ¡Tú lo dices! O mejor, “sí, como tú lo dices,” Mat. 26:64, leerlo: Para eso he nacido, para ser Rey, dando testimonio de la verdad. Así que aquí, Jesús afirma con mucha solemnidad que ha nacido y venido al mundo para dar testimonio de la verdad divina que Él mismo había revelado. Podemos comprobar que el primero de estos dos términos indica su nacimiento humano y el segundo su venida de arriba, del cielo, donde existía antes de su genial nacimiento. De donde se desprende el hecho innegable de que su misión como rey era la de revelar íntegramente la verdad acerca de Dios, testificar de esa verdad y conseguir que sus seguidores tuviesen la misma fuente de poder que Él tuvo: ¡La verdad divina! Evidentemente, ni los líderes religiosos ni Pilato pertenecían al reino de la verdad y tienen que preguntar:

  Juan 18:38. Pilato, en esta pregunta que arroja con soberbia e indiferencia, sin esperar la respuesta, señala o manifiesta toda la presuntuosa ligereza del hombre del mundo, al mismo tiempo que demuestra tener la limitada sabiduría de hombre de estado que no cree más que en el reinado de la violencia y la intriga. Después de esto, no viendo ya en Jesús más que un exaltado ligeramente peligroso, lo declara inocente en cuanto a la dura acusación política formulada contra Él. Pero, cosa extraña, en lugar de dejarlo libre, por temor a los judíos a quienes desprecia y teme, recurre a diversos expedientes y tretas para poder librarle: Envía al prisionero ante el rey Herodes en primer lugar, Luc. 23:6 y ss. En segundo, ofrece a los judíos soltar a Jesús aprovechando el privilegio que tenían de pedir la liberación de un prisionero en la fiesta anual de la Pascua, Juan 18:39, 40. Pero los dos planes fallaron y lo tenemos de nuevo ante su presencia:

  Juan 19:7. En este intervalo de las idas y venidas, de pocas sugerencias, razonamientos e incluso azotes, los judíos apelan a su ley. Era corriente. En general, los hoscos romanos dejaban a los pueblos vencidos su legislación nacional y los judíos se aprovechaban de ella con una especie de orgullo: Nosotros, dicen, tenemos una ley. Sí, señalan a Lev. 24:16 que condena a muerte al blasfemo del nombre de Dios. Ahora bien, según estos teólogos, el Maestro había blasfemado declarándose Hijo de Dios, y lo había hecho aquella misma tarde, aquella misma noche, y de manera solemne ante el Sanedrín, Mat. 26:64; Mar 14:62-64. Luego, en consecuencia, debía morir. Pero había, en este nuevo giro que dan a la acusación, tan poca destreza como buena fe. Después de condenar a Jesús por el presunto agravio religioso de declararse el Hijo de Dios, han presentado ante Pilato una acusación política como ya hemos visto en la primera parte del pasaje pero ahora, no habiendo obtenido nada del gobernador, se vuelven a la primera acusación ignorando que Pilato iba a rechazar esta versión más firmemente que la primera vez.

  Juan 19:8. Pero miedo, ¿a qué? ¡Miedo, creemos, a que se le forzase a condenar a Jesús! ¿Cuál podía haber sido la causa de este temor creciente? Los interpretes están de acuerdo al pensar que Pilato, oyendo las palabras Hijo de Dios, y bajo la fuerte impresión que podía haber recibido de la presencia y palabras de Jesús, veían en Él algún poder sobrenatural o al “hijo de algún dios.” Su temor habría que considerarlo como supersticioso, máxime habiendo oído la advertencia de su mujer hacía sólo un momento, Mat. 27:19. Claro que el temor del gobernador se podría atribuir a otra causa. Se exigía de él la ratificación de una sentencia de muerte de conformidad con una ley que no conocía y sobre un agravio religioso que él no podía ni quería admitir. Además, el agravio era sostenido por sus encarnizados enemigos que cambiaban de acusación en su presencia una y otra vez. Pero lo que nos decide a favor de la primera explicación es la extraña pregunta que formula a Jesús:

  Juan 19:9. ¿De dónde eres tú? No es posible que esta pregunta signifique: ¿Cuál es tu país?, lo que no tendría razón de ser a causa del contexto que tenemos. Además, Pilato acaba de saber que era de Galilea, Luc. 23:6, un motivo por el cual fue enviado a Herodes que a la sazón estaba en Jerusalén a causa de la Pascua. Su pregunta, pues, parece significar: ¿Pretendes venir del cielo y ser el Hijo de Dios? Mas, ¿por qué Jesús rehúsa responder? Ya había dicho a Pilato todo lo que aún podía revelarse sobre su persona hablándole de la naturaleza celestial de su reino, como ya hemos visto. Si le hubiera dicho: “Vengo del cielo y sí que soy Hijo de Dios”, hubiera significado para su interlocutor pagano, el hijo de una divinidad mitológica cualquiera. Por otra parte Pilato, un esclavo de las pasiones mundanas, no estaba en disposición moral de entender más sobre el misterio de piedad, Mat. 27:12-14. Pero la verdadera voz o respuesta deberíamos encontrarla en lo que antecede: Pilato sabía lo bastante al respecto como para libertarle y él mismo lo había declarado inocente varias veces. Jesús no tiene ya nada más que añadir, además no podía decir nada que pudiera inducir a Pilato a libertarle porque era contrario a la voluntad de Dios. ¿?

  Juan 19:10. El gobernador queda asombrado y herido a causa del silencio del Maestro, silencio que le parece falta de respeto. Por eso dice: ¿A mí no me hablas? Después suelta dos veces la expresión altiva de su “poder” sobre la libertad o la vida de Jesús. Pero no hay justicia en Pilato, sólo superstición y orgullo.

  Juan 19:11. Jesús rebaja primero el malo orgullo del romano, diciéndole que no tiene esa autoridad por sí mismo, sino porque le ha sido dada por Uno mayor que él, por Dios, el que aún puede quitárselo. Se podría esperar que Jesús se basara en esta declaración para demostrar que Pilato era tanto más culpable que Él, puesto que era responsable de su poder delante de Aquel que se lo había dado. Pero ve, al contrario, que el gobernador no hace más que ejercer la autoridad que Dios había dado sobre su pueblo y, por lo tanto, era un atenuante, siempre, claro está, de acuerdo a nuestro criterio. De dónde se desprende, por esto, por la comparación, que el que le ha entregado, el sanedrín, más o mayor pecado tiene. ¿Por qué? Porque no ha recibido o Dios no le ha dado ninguna autoridad para ello, sino que la ha usurpado. Cristo no ve en Pilato, más que el sujeto depositario de un poder al que Él se somete con humildad y, al mismo tiempo, lo ve, lo reconoce como instrumento débil en los tortuosos actos del sanedrín por lo que volvemos a afirmar: ¡Pilato es culpable, pero el sanedrín lo es mucho más!

  Jesús, atado, acusado y condenado se erige en “Juez de sus jueces.”

 

  Conclusión:

  Para finalizar diremos que Jesús ante Pilato, condenado a la muerte por nuestros pecados, fue un loco fracasado según sus enemigos, pero nosotros, con la distancia que dan los años, sabemos muy bien que fue un verdadero triunfador. En pocas palabras, salió victorioso en las pruebas.