CUANDO EL ESPÍRITU LLENA LA VIDA

 

Hech. 3:1-6; 4:31-37

 

  Introducción:

  Cuando el hombre acepta a Cristo como su único y suficiente Salvador sufre un cambio radical en su vida espiritual, mas si este sano axioma es predicado y creído, tampoco podemos dejar de olvidar que en su vida física se opera otro cambio paralelo que, si no iguala a aquel en magnitud, no podemos despreciarlo por la extraordinaria importancia que reviste.

  Dios, obrando por medio del E, efectúa su claro ministerio en el diario vivir de los seres humanos dados y entregados a él y así muestra que su amor no tiene parangón conocido. Si aceptamos que el recién convertido ha nacido de nuevo, manifestado por su acto de público bautismo, hemos de aceptar evidentemente que ya no tienen aquellos gustos, necesidades o apetencias que antes preconizaba, sino que, por el contrario, ahora sus preferencias son bien distintas. Si antes tenía inclinación por el juego de azar, por ejemplo, ahora lo encuentra fatuo o poco espiritual y por ende, aquel tiempo vacío crea otro tipo de hambre que no se sacia si no es usándolo aprendiendo algo de su nuevo Señor. Pero así como el fumador que pretende dejar el vicio encuentra muchas dificultades para conseguirlo, el recién convertido, en sus primeros pasos, se encuentra desplazado y necesita la ayuda que espera de las dos vertientes, el Espíritu propiamente dicho y de nosotros, sus hermanos. De ahí que, si creemos que el ser humano es limitado, sea tan difícil diferenciar las necesidades físicas de las espirituales, aunque aseguramos que el amor de Dios no hace ninguna distinción en esta materia. Por lo cual no podemos limitar o poner cortapisas a ese amor ni a ninguna de sus manifestaciones en el hombre.

  Si lo que antes teníamos por riquezas ahora no son sino cosas baladíes, ¿cómo permitir que mi hermano pase hambre? ¡De ninguna manera! La Iglesia primitiva entendió el santo mensaje a la perfección. Allí no había ricos ni pobres. Todos eran una sola cosa y lo que es más, consideraban sus necesidades físicas como algo del todo pasajero y a lo mejor superfluo. Pero es que aún hay más. Esta actitud en una comunidad cristiana no deja de ser un reclamo eficaz para los inconversos por cuanto constituye una viva y clara llamada a su atención y les insta a preguntar:

  Varones hermanos, ¿qué haremos?

  Por otro lado, esa similitud de intereses, esa vida comunitaria llena de bendición a sus integrantes por cuanto pueden decir:

  ¡Creer en Cristo y seréis salvos!

  Entonces nosotros podemos ser instrumentos de bendición para los demás, faros que reflejan la poderosa luz de la cruz y obrar incluso milagros en el nombre del Dios Padre basándonos en la fe manifestada por nuestros oyentes. Y si no me creéis, a las Escrituras pongo por testigo:

 

  Desarrollo:

  Hech. 3:1. Nos encontramos ante la primera paradoja de la lección de hoy. Sabemos que los primeros discípulos eran judíos como Jesús y que éstos no abandonaron, en ninguna manera, las costumbres y ritos religiosos en los que se habían educado y a los que tenían tanto apego. Aún no tenían clara la idea de una nueva normativa. Si bien se reunían cada día en el Templo, como leemos en Hech. 2:46, luego partían el pan en común en casas fijas y particulares. La separación entre los judíos seguidores de Cristo y los que no lo eran aún no estaba bien definida como lo estuvo algo más tarde. Como había culto de oración cada día en el templo a las tres de la tarde, al que asistían por otro lado casi todos los varones que estuvieran en situación de hacerlo, nos encontramos a nuestros dos amigos camino del mismo ya que, aquello, entraba en su interpretación de los mandamientos de la Ley de Dios: Pedro y Juan fieles a la doctrina de sus antepasados incluso en calidad de seguidores de Jesús, acudían a la reunión que les resultó inolvidable.

  Hech. 3:2, 3. Es curioso constatar que entre las ideas de la época, se consideraba a Dios responsable de la dolosa desgracia particular de los cojos de nacimiento. Siguiendo la tesis argüían que era junto al templo dónde podían recibir la asistencia que les permitiera subsistir puesto que si como cojos tenían derecho a la vida, y era allí, y en otros lugares similares, donde podían recibir la limosna debida. Entonces, fácilmente podemos llegar a esta conclusión: aquel ciego esperaba sólo de Pedro y Juan que compartieran con él parte de sus bienes. Nada más. Pero sin embargo, éstos, le cambian su mentalidad hasta el punto que las pretendidas necesidades quedan en nada, para dar paso a otras infinitamente superiores.

  Hech. 3:4-6. ¡Míranos! En primer lugar notemos que los dos apóstoles calcan un principio propio del buen samaritano. Cabía la posibilidad de que pensaran que tenían bastantes problemas o responsabilidades para atender a aquel hombre, que se les hacía tarde, que, efectivamente, no tenían dinero y que, en suma, aquel asunto no les concernía; pero no, no, se detienen y le piden atención. Muchos de nosotros no hemos encontrado en algunas situaciones semejantes. Hemos visto en el túnel del metro a personas que piden limosna, pero, distraídos, les hemos largado unas monedas cuando lo hemos hecho, y hemos pasado de largo. Pero aquí, los apóstoles nos dan una lección: ¡Ante la necesidad ajena no debe haber pérdida de tiempo! El nuestro ya no tiene importancia. Debemos quedarnos allí y exclamar:

  ¡Míranos!

  Los que en aquel día oyeron aquel timbrazo a la atención del cojo, mirarían a aquellos hombres que, a simple vista, no tenían nada de extraordinario. Por otro lado, ¿qué podía pensar nuestro cojo? Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Seguramente alguien que le exigía atención le daría algo, bastante. Y valdría la pena. En algún momento había pensado que aquellos dos hombres le iban a pasar rozando sin darle nada y ahora parece que la cosa era diferente, iban a darle algo que realmente valdría la pena: No tengo ni plata ni oro, pero de lo que tengo te doy. En nombre de Cristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Así que le dieron lo que tenían…

  Pero aquí hay una perla que no podemos desaprovechar: En la historia sagrada, al igual que en otras culturas parecidas, se creía que el nombre de una persona tenía que ver con la característica de la persona misma y, por lo tanto, muchas veces, los padres daban a sus hijos nombres, amén del que le habían otorgado en el momento de nacer, que reflejaran más alguna faceta de su carácter. De igual manera, el jurar por el nombre de Dios parecía obligarle a tomar cartas en el asunto. Y este era el motivo por cual evitaban pronunciar en lo posible el nombre del Señor. Entonces, cuando Jesús autorizó a sus discípulos a predicar, sanar, echar fuera demonios, etc. en su nombre, estaba dándoles también un privilegio y una responsabilidad. Así, no eran Pedro o Juan quienes actuaban, sino Jesucristo de Nazaret. Ellos no eran sino meros instrumentos conductores. Claro, sabemos que la mayor necesidad del cojo no era ni la plata ni el oro que les diera la gente. Es verdad que lo necesitaba, y mucho, pero era mejor restaurarle la salud para que pudiera valerse por sí mismo y así dignificarse.

  Pedro y Juan, al igual que su Maestro hiciera en tantas y tantas ocasiones similares, sanaron al cojo del todo. En otras palabras, remediaron primero su necesidad física para hablarle luego del Médico que había hecho posible la curación. Ellos, más que hablar del Evangelio, lo vivían y sanar enfermos era uno de sus ministerios. ¿Cómo podemos ahora, en la actualidad conseguir los mismos efectos, las mismas realidades? Actuando y viviendo en el mismo nombre que lo hicieron los apóstoles. Se presentó una oportunidad al ver la necesidad de aquel pobre hombre, la aceptaron y actuaron en consecuencia.

  Hech. 4:31. Sabemos la historia. Por hacer bien al cojo, Pedro y Juan se metieron en graves problemas. Al haber una oposición fuerte, influyente y encarnizada, los encarcelaron a los dos. Pero sin embargo, Dios seguía bendiciendo como siempre. En aquella ocasión cinco mil almas se unieron a la Iglesia al creer que Cristo era el Salvador de sus vidas. Ese era otro tema. Los discípulos si tenían que sufrir a causa del Nombre, sufrían. Si debían tener persecuciones, las aceptaban, si vejaciones, las sublimaban, si burlas, las superaban, si la muerte… la aceptaban con una sonrisa.

  Toda la congregación que ahora constaba de más de ocho mil almas, oraba para que Dios los fortaleciera y los consolara. Y el Espíritu les ayudaba dándoles su poder… Y, en el otro extremo del círculo, gracias a esa plenitud, aquellos hombres y mujeres hablaban y vivían el evangelio cada día, minuto a minuto, sin importarles las consecuencias a que tuvieran lugar.

  ¿Qué nos quiere decir Lucas al usar la expresión: Hablar con denuedo? Con la fuerza del llamado “primer amor.”

  Hech. 4:32. Aquí aparece el primer aldabonazo social. El cambio de enfoque del relato. Hasta el momento se ha venido hablando de las relaciones entre creyentes y entre éstos y los no conversos. También se ha hecho mención al compañerismo y a la comunión que aumentaba cada día más entre los hermanos. Pero ahora surge la primera necesidad física entre ellos. Tal vez una sequía u otro tipo de catástrofe o la propia necesidad normal de tener que alimentar a los ocho mil hombres. Lo cierto es que sabemos que entre ellos habían necesitados y desafortunados, con lo que se demuestra de paso que el hecho de ser un buen discípulo de Cristo no es ninguna garantía de no sufrir ya más. También aquí encontramos otra lección: El concepto de que un hombre pueda ser dueño absoluto de algo material, es ajeno a la perspectiva de la Biblia. Dios es el único dueño de todo por el simple hecho de ser el creador de todo. El ser humano a lo más que puede aspirar es a administrar temporalmente alguna cosa, pero nunca a ser dueño real de ella. Sin embargo, este concepto estaba tan arraigado en el alma humana que, entonces como ahora, es difícil prescindir de él. Aquellos seres eran creyentes y ante necesidades evidentes, lo daban todo, sí, no pretendían ser dueños de nada y lo daban todo. Tanto es así que se nos dice: ¡Tenían todas las cosas en común!

  Hech. 4:33. Como podemos ver existía una estrecha entre lo narrado por Lucas tocante tanto a necesidades físicas como a espirituales por cuanto, ya lo hemos dicho antes, la frontera que las delimita es muy frágil y a veces tiende a confundirse en una sola. Y en ningún momento, descuidaron poder testificar en el nombre de Jesús. Notar que su punto clave, su centro, es la resurrección de Jesús y el impacto generado. La importancia de este hecho tiene dos vertientes, dos aspectos: Uno, fue por medio de la resurrección de Jesús que Dios expresó su aprobación por todo lo que su Hijo Unigénito había hecho durante su fugaz, pero importante ministerio terrenal. Como muy bien dijo Pedro en una ocasión, por dicha resurrección, Dios señaló a Jesús de Nazaret como Señor, Mesías y su Cristo. Dos, el otro aspecto también importante tiene que ver con la forma en que sucedió este milagro. El cuerpo del Maestro, después de pasar por el sepulcro, aún tenía alguna de las características de todo cuerpo humano, junto con otras especiales, algunas de las cuales ya hemos estudiado. Pero lo verdaderamente sobresaliente en este v. es que, de forma evidente, el Cristo resucitado tenían un cuerpo real y físico. Sabemos que después de aquel día domingo, Jesús pudo comer, se le podía palpar y, como siempre, se preocupaba por el bienestar físico de sus discípulos. Juan nos narra en su cap. 21, que él en persona les preparó una comida. La resurrección tenía y tiene dos claros aspectos que no debemos descuidar. Ya hemos insinuado que, a primera vista, este v. parece no encajar en el contexto, pues interrumpe la descripción de aquella forma o especie de comunismo que reinaba en la Iglesia, pero lo que creemos es que está insertado aquí para dar más fuerza a las acciones de caridad de los vs. 32-34, por ser la razón traductora de la potencia con la cual, los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Cristo, el Señor.

  Hech. 4:34, 35. Evidentemente había una necesidad a la que debían atender sin demora. No importa la situación. Sea la que sea. Si hay buena voluntad, siempre habrá una manera de vencer con creces… Así se cumple la 2ª parte del mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

  Hech. 4:36, 37. Aquí Lucas nos da un ejemplo de lo que quiere decir para que no tengamos ningún género de dudas o pobres pensamientos. Este discípulo, José, probablemente habría sido convertido al Evangelio hacía muy poco y por eso, ahora, al ver a muchos hermanos indigentes, llenos de necesidad, no vacila y da todo lo que tiene. Mas, ¿cómo iba a explicar su actuación a familiares, conocidos y amigos a su vuelta a casa, a Chipre? Pensarían sin duda de que era tonto. Pero él había cumplido con su deber, pues frente a las necesidades urgentes, no lo dudó un momento.

 

  Conclusión:

  Nosotros, ¿podemos aplicar esta filosofía en nuestros días…? Un cristiano rico quiso ayudar a una familia de su Iglesia y les dio el sustento equivalente a una semana. Otro, buen mecánico, admitió en su taller a dos de sus hijos y los transformó en sendos hombres de provecho. Otro, en fin, curó gratis a los enfermos…

  Siempre tenemos como mínimo una oportunidad para hacer el bien. De nosotros depende y no del Espíritu pues Él siempre está dispuesto a suplir lo que falta.