DIOS SE INTERESA EN LA ADORACIÓN

 

2 Crón. 5:7-14; 7:12-14

 

  Introducción:

  Muchos de nosotros nos venimos preguntando dónde radica la necesidad del culto dominical. El por qué y el cómo de su implantación. Sabido es el poco tiempo de que disponemos y, sin embargo, estamos aquí domingo tras domingo. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué sentimos una especie de sinsabor si por razón o cualquier causa no podemos asistir? ¿Cuál es el imán que nos atrae a este local o a otro bendecido con la misma función?

  Sabemos de la necesidad de la adoración individual y que el objeto de la misma puede recibir nuestras pobres peticiones de “adorar en todo lugar”, “en todo momento.” Las respuestas son sencillas: El culto a Dios en común es una ocasión de gozo y alabanza pues que proclamamos y hacemos nuestro el más grande título del mundo: ¡Dios reina y triunfa! Proclamamos que la historia del mundo está bajo el gobierno de Dios y que sus propósitos se cumplen en el universo actual. Por eso los cristianos nos sentimos felices al estar juntos ante la presencia de Dios; porque, además, entre otras cosas apuntadas más arriba, podemos dejar a un lado la vida diaria con toda su incertidumbre y lucha y gozarnos en la adoración conjunta a nuestro Dios.

  Además, el culto debe prepararnos para las actividades de la próxima semana y debe fortalecernos para resistir los ataques del diablo. Por otra parte nos debe animar a luchar contra todos los problemas sabiendo que la victoria con Dios es segura. Y por fin, el estudio debe consolarnos con la innegable verdad de que nuestras vidas están seguras en la manos del Señor.

  Como siempre, el paralelismo descrito entre la nación hebrea y la cristiana nos aporta una hermosa lección que no deberíamos olvidar, pues si bien el templo de Salomón se diferenciaba del resto de los templos de las naciones vecinas que sólo albergaban ídolos, mientras que aquél cobijaba a la gloriosa divinidad entre los querubines del lugar santísimo, con el tiempo, llegaron a adorar a la casa, a la edificación propiamente dicha sirviendo incluso de base para formular una de las acusaciones contra Cristo por aquellas palabras: “En tres días yo lo edificaré” y, por consiguiente, Dios permitió e incluso instigó, su total y clara destrucción a manos del emperador Tito en el año 70 de nuestra era. Con todo, aquel templo fue durante muchos años, oriente y orgullo del apaleado pueblo judío. Ya dijimos en la lección anterior que David, al saber que Dios había escogido a Jerusalén como lugar de residencia había intentado construirle un lugar adecuado a su honra. Pero Dios reservaba este honor a su hijo Salomón porque había de ser una rey pacífico y diferente, pues ya es sabido que David había derramado mucha sangre en sus guerras de conquista.

  Efectivamente, la construcción del templo, que había de ser motivo de asombro por su magnificencia, se comenzó cuatro años después de la muerte del poeta rey, 1 Rey. 6:1. El sitio escogido para levantar este magnífico edificio fue el alto monte Moriah, Gén. 22:2, 14, en el lugar que ocupaba la era de Arauna el Jebuseo, 2 Sam. 24:18-25; 1 Crón. 21:18-30; 2 Crón. 3:1. La construcción, en la que intervinieron unos ciento ochenta y tres mil hombres, duró siete años y seis meses, inaugurándose con toda la solemnidad en el día de la acción descrita en 2 Crón. 5:7, primer v de la lección de hoy. Pero el magnífico templo de Salomón conservó su primitivo esplendor sólo durante treinta y tres años, pues al cabo de ese tiempo fue saqueado por Sisac, rey de Egipto, 1 Rey. 14:25, 26; 2 Crón. 12:9. Después de este cruel suceso, sufrió varias otras profanaciones y saqueos a manos de Hazael, Tiglat-pileser, Senaquerib y otros, 2 Rey. 12; 14; 16; 18; 24, y fue destruido por completo por Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el año 588 aC, habiendo subsistido 424 años, 3 meses y 8 días, 2 Rey. 24:9-17.

  Después de unos 52 años de haber estado en ruinas, Zorobabel, Jonás, Zacarías y demás judíos deportados, aprovechándose del privilegio que Ciro les concedió, volvieron a Jerusalén y echaron las bases para un segundo templo, Esd. 1:1-4; 2:1; 3:8-10. Estos judíos sufrieron varias demoras en su trabajo a causa de la mala fe de los samaritanos que consiguieron de Babilonia un decreto prohibiendo la continuación de la obra. Iniciada de nuevo en el año 520 aC, fue terminado y dedicado 21 años después, Esd. 6:15, 16. En altura y longitud era doble de grande que el de Salomón, por lo tanto el llanto del pueblo al echar las bases, Esd. 3:12, 13, y el desprecio que se experimenta al compararlo con el primero, fueron a causa de su menor gloria, no de sus medidas, Hag. 2:3. ¿Por qué? Le faltaban en efecto, 5 cosas importantes: El arca del pacto y su propiciatorio, la divina presencia o gloria visible, el fuego sagrado en el altar, el Urim y el Tumim y el espíritu de profecía.

  Este templo a su vez, fue saqueado y profanado por Antíoco Epífanes en el 68 aC, quien mandó suspender el sacrificio cotidiano, ofreció carne de cerdo sobre el altar y prohibió el culto a Jehovah, 1 Mac. 1:46, 47. Así estuvo 3 años, hasta que fue purificado por Judas Macabeo, el cual restableció el culto divino y lo dedicó de nuevo. Mas tarde Pompeyo tomó también este templo por asalto y penetró en el lugar santísimo. Habiendo dado muerte Herodes a todos los miembros del sanedrín excepto a dos, el primer año de su reinado, 37 aC, y teniendo gusto por la nueva arquitectura, trató de ganarse la buena voluntad de los judíos reedificando y hermoseando su templo empleando a muchos obreros aun en tiempo del nacimiento de Jesús. Con la presencia del Señor se cumplieron las profecías de Hag. 2:9 y Mal. 3:1. Este templo de Herodes fue aún más grande que el de Zorobabel motivando la admiración de algunos discípulos en Luc. 21:5 y Mar. 13:1, diciendo: Maestro, mira que piedras y que edificios. Pero el Jesús, el Salvador, sabía que su Padre tenía otros muchos patrimonios que ellos ignoran y les responde que no quedará piedra sobre piedra, Mar. 13:2. En efecto, en el año 60 dC. Tito, mandando a las legiones romanas, destruyó el templo y la ciudad por completo, llevándose a Roma como pruebas de triunfo, los utensilios sagrados que quedaban.

  El resto ya es casi historia moderna: Juliano trató de edificarlo sin éxito y por fin, dos mezquitas árabes se yerguen en el monte Moriah, orgullo y símbolo de la nación hebrea.

 

  Desarrollo:

  1er. Punto: Preparándose para una adoración pública y efectiva, 2 Crón. 5:7-14.

  2 Crón. 5:7, 8: Estos dos simples vs. describen el momento más importante en la dedicación del templo. Todo lo demás era únicamente una preparación para este solemne acto. El edificio con sus paredes cubiertas de oro y sus columnas de bronce se construyó especialmente como habitáculo para el arca de Dios. Así, después de años de dudas, incertidumbres y aventuras, el arca tenía su propia casa. Como sabemos, el arca era una caja de madera con anillas en los lados para facilitar el transporte, con lo que ya tenemos la primera idea de que Dios, cuando mandó construirla quería que su pueblo marchara, que fuera nómada, no sedentario, porque en el momento en que se parara y se acomodara… sería su fin. Este arca contenía entre otras cosas, las dos tablas de piedra del monte Sinaí con el escrito de los diez Mandamientos, cubierta por una tapa llamada propiciatorio con los dos querubines. Tenía una importancia capital de generación en generación puesto que era como un recordatorio por el que sabían que el Dios de sus padres moraba entre ellos. Una vez al año, el sumo sacerdote entraba en el recinto o lugar santísimo para pedir perdón por los pecados del pueblo, Éxo. 25:10-22; Lev. 16.

  2 Crón. 5:9: Este v no puede ser más descriptivo. La pequeña habitación al fondo mismo del templo, conocida como el lugar Santísimo no era muy grande y es posible que las cortinas que tapaban el arca y que cerraban la sala, fueran insuficientes para cubrirla del todo y se viesen las cabezas de las barras desde el lugar Santo. Por otro lado, aquella frase: Y allí están hasta hoy, indica que el autor de Crón usó un relato muy antiguo para sacar sus datos (no olvidemos que en la época que escribió, el templo había sido destruido y el arca estaba perdida).

  2 Crón. 5:10: El contenido más importante, que no el único a juzgar por otros contextos, era sin duda las tablas de la Ley. Y siguiendo el santo léxico del historiador sagrado servían de recordatorio para el pueblo, el cual, había hecho un pacto con el Señor a su salida de Egipto. Recordemos que en su gratitud, el pueblo le prometió en varias ocasiones obediencia y guardar sus mandamientos para siempre. El arca de la alianza, pues, servía de recordatorio visible de esta promesa.

  2 Crón. 5:11, 12: Estos vs. escritos muchos años después nos indican que el culto y la ceremonia del templo se hizo muy complicada. Tanto es así que en la época de Cristo, el sacerdote se consideraba afortunado si lograba oficiar en el templo una vez al año. También se nos describe que habían coros de levitas con instrumentos de música. ¿Esto era normal? Sí. Recordemos que todos los sacerdotes tenían que ser descendientes de Leví, pero no todos los levitas lo eran. Algunos, como los descritos aquí, cantaban en el templo y otros se cuidaban de la música.

  2 Crón. 5:13: El gran coro y la orquesta de trompetas, címbalos, arpas y otros instrumentos llenaban el aire con su melodía con el único propósito de alabar y dar gracias a Jehovah. Les había bendecido grandemente y Él merecía toda alabanza y honra. La Biblia enseña en todas partes que Dios es bueno. El hombre ignorante y pecador habla de sus castigos y de sus hechos inexplicables. Así, nosotros debemos seguir diciendo que Dios es bueno y que los golpes de la vida no son sino las consecuencias de nuestro pecado o los resultados naturales de vivir en un mundo de pecado. Sabida por todos aquella anécdota que referí no hace mucho desde aquí y que, sin duda, ilustra lo que estamos diciendo: Un alcohólico se durmió con el cigarrillo encendido y provocó un pavoroso incendio que destruyó un barrio entero y a él mismo. Sabiendo de antemano que Dios no puede cortar la libertad humana, ¿quién fue el culpable del incendio, Dios o el borracho? Sí claro, fue el pecado del pobre enfermo, pero ¿y todos aquéllos que murieron sin tener nada que ver? Por desgracia el pecado de nuevo es el responsable.

  La misericordia del Señor es para siempre y a pesar de que parezca lo contrario, su compasión y bondad no tiene límites. La prueba de lo que estamos diciendo la constituye sin duda el hecho de que a través de los siglos el hombre puede disfrutar de la misericordia de Dios. Puede prometer muy poco porque su capacidad de cumplir lo prometido es pobre, de ahí salen tantos desengaños de la vida social. Por el contrario, Dios Padre puede prometer misericordia por toda la Eternidad. Y como siempre, cuando el pueblo cristiano se reúne con motivo de alabarle y dar gracias, Él se manifiesta de algún modo y, desde luego, evidencia que esta adoración es sana. En el momento en que hemos abandonado la acción del v. Dios se manifestó en medio del culto de alabanza a través de una nube que llenó el templo. Los creyentes de entonces comprendieron que era la gloria de Dios y tuvieron un gran gozo al saber que Dios aprobaba su alabanza y su culto. La presencia de Dios como nube no es nueva, también se encuentra en Éxo. 13:21, 22 y en Isa. 6:1-4.

  2 Crón. 5:14. Ya no era la hora de ceremonias y los mismos sacerdotes tuvieron que salir del templo maravillados con el pueblo frente a la gloria de Dios. Unos y otros tuvieron la sensación de que el Creador se había manifestado en medio de ellos. Del mismo modo, los cristianos de hoy no debemos olvidar que el E. Santo está siempre presente y los cultos no deben ser ceremonias ordinarias y frías, sino celebraciones felices de la gloria de Dios en nuestro medio. Si así lo hacemos, estamos seguros que más de una vez tendremos que salir del local maravillados porque la gloria de Dios lo haya llenado.

 

  2do. Punto: La adoración como centro de reunión del hombre y Dios, 2 Crón. 7:12-14.

  2 Crón. 7:12. Tras la dedicación del templo, Salomón tuvo una revelación de Dios a través de un sueño. Es curioso, cada vez que Dios quiso hablar con Salomón tuvo que hacerlo a través de un sueño. Con toda su sabiduría, el rey no era un hombre muy espiritual. El lujo de su corte y sus muchas esposas paganas indican que no vivía cerca de Dios y éste, por amor a David, se tenía que comunicar con él por algún medio. En este momento, el Señor dijo que había elegido el templo para ser “casa de sacrificio”, pero en la porción paralela de 1 Rey. 9:1-9, se da énfasis a que debería ser “una casa de oración”, como en Jer. 7:11 y Mat. 21:13. De todas maneras el significado es claro, Dios aprobó la casa mientras fue empleada para fines correctos.

  2 Crón. 7:13. El v describe las tres calamidades que con más frecuencia atacaban a Israel. A veces no llovía desde abril hasta octubre, en otras ocasiones una plaga de insectos impulsados por el cálido aire del desierto descendía sobre la tierra como una nube. La tercera plaga era la epidemia. Por falta de higiene y medios actuales, la población sufría muchas veces el azote de la enfermedad de la peste bubónica, la del tifus u otras tan o más contagiosas que las enumeradas.

  2 Crón. 7:14. Fijémonos en dos conceptos básicos que aparecen a simple vista en este v: (a) Israel pertenecía a Dios porque su Nombre había sido invocado sobre ellos, y (b) el pueblo debía reconocer que pertenecía a Dios y humillarse ante su autoridad. No era, ni es, suficiente orar, sino que hay que buscar el rostro de Dios. En otras palabras, la oración nunca debe ser un ritual, sino una experiencia gloriosa por disfrutar de la presencia divina. Con todo, la oración sola no sirve de nada a menos que vaya acompañada por el verdadero arrepentimiento. Éste no es sólo tener pena a causa de nuestros pecados, sino la justa decisión de dejarlos expresada en la acción de alejarnos de ellos con la ayuda de Dios.

 

  Conclusión:

  Por fin, al oír el Señor nuestra súplica, no sólo puede perdonar nuestra culpa, sino que también nos sana para que tengamos vidas felices y útiles en obediencia a Él.

  Leer conmigo: Ahora, pues, oh Dios mío, te ruego que estén abiertos tus ojos y atentos tus oídos a la oración en este lugar, 2 Crón. 6:40.

  ¡Amén!