PODER PARA DESARROLLARSE

 

Hech. 2:1-4, 16, 17, 36-42

 

  Introducción:

  Hoy iniciamos el estudio del que ha sido dado en llamar Los Hechos del Espíritu Santo en oposición a los Hechos del Señor Jesús, o en otras palabras: ¡Los cuatro Evangelios!

  Y si Jesús enseñó que sus obras no eran sino la continuación de la voluntad del Padre, el libro de los Hech. demuestra que lo que lograron los discípulos del Maestro lo hicieron en y por el poder del Espíritu Santo. Y si el trayecto terrenal de Jesús terminó en el preciso momento en que ascendió a los cielos, el trayecto de los discípulos no terminó con la palabra fin de ese libro, sino que continuó y continúa aún en el día de hoy. Vamos a ver hasta el final de mayo, como varios de estos hombres conseguían cotas que ya quisiéramos para nosotros, ayudados, eso sí, por el citado Espíritu.

 

  Desarrollo:

  Hech. 2:1. Día de Pentecostés: Quincuagésimo, o lo que es lo mismo: Cincuenta días después de la Pascua. (Establecido para celebrar el día de acción de gracias por la cosecha, Éxo. 23:16; Núm. 28:26; Deut 16:9, etc. pero también y según el Talmud, los judíos celebraban en ese día el recuerdo de la promulgación de la ley en el monte Sinaí). Era domingo y muchos israelitas que habían ido a Jerusalén a causa de la Pascua se habían quedado para festejar y celebrar también el Pentecostés, antes de irse de nuevo a sus provincias o a sus países. Así encontramos a los discípulos del Maestro. Quizá no se esperaban a conciencia la fiesta, pero sí estamos seguros que estaban anhelantes para ver el cumplimiento de la promesa de Jesucristo tocante al envío del Consolador. Y Dios elige ese día tan señalado para los judíos para inaugurar un periodo extraordinario: El advenimiento real del Espíritu. Notemos que hay entre estos dos grandes hechos del A y Nuevo Pacto una notable armonía: La Pascua cristiana en su sentido más profundo y espiritual, completaba la Pascua de los Hebreos, puesto que el Cordero de Dios realizaba lo que el Cordero Pascual prefiguraba. De la misma manera, el día del Pentecostés judío, de acción de gracias, el Espíritu da vida a la futura Iglesia, liberta la servidumbre de la Ley y crea verdaderos motivos de gracia sin cuento en los seres humanos.

  Por otro lado, aquellos abnegados pioneros del Evangelio, se habían quedado solos hacía sólo diez días y fácilmente podemos imaginar su estado de ánimo, puesto que los había para todos los gustos, aunque, eso sí, de una cosa estamos seguros: Estaban todos unánimes juntos. ¿Quiénes eran los discípulos designados por el sencillo vocablo de todos? No sólo los apóstoles, no sólo los ciento veinte que esperaban firmes el cumplimiento de la promesa según 1:15, sino sin duda, otros muchos también que creían en Jesús y que habían ido a Jerusalén para la fiesta.

  Otro problema se nos presenta aquí: ¿Cuál era el lugarde esta asamblea? Varios interpretes han pensado que era una de las numerosas salas que tenía el templo y que, según Josefo, era la más apropiada, apoyándose en la idea de que era conveniente que la iglesia cristiana fuera fundada en el santuario mismo del antiguo Pacto. Pero esto no era probable por varios razones: (a) Porque el lugar ordinario de reunión de la pequeña Iglesia era una casa particular con su propio “aposento alto”, Hech. 1:13; (b) porque Lucas no diría en el v 2, la “casa” si se tratase del templo, sino que lo llamaría claramente por su nombre como lo hace en 2:46; 3:2, 11; 5:21; y (c) porque es más dudoso que los enemigos del Salvador y de sus discípulos les hubieran permitido reunirse en gran número en el lugar sagrado, amén de que ellos, todavía llenos de miedo, siquiera lo hubiesen deseado. Todo induce pues a creer que el milagro pentecostal tuvo lugar en una casa particular y en sus aledaños, probablemente aquella en donde Lucas ubica a los discípulos reunidos en la tarde de la Ascensión, 1:13, 15. Quizá, como muy bien se ha supuesto, era la misma casa donde Jesús había pasado su última tarde con los doce apóstoles.

  Lo importante de aquella reunión reside en el hecho de que no sólo estaban reunidos física sino también de forma espiritual, condición indispensable entonces y hoy para que Dios nos bendiga con la plenitud del E. Santo.

  Hech. 2:2, 3. Los fenómenos que se produjeron fueron notados primero por el oído y luego por la vista y no son más que otros tantos símbolos del mismo Espíritu. El ruido que vino del cielo, manifestación de la presencia y acción de Dios, que llenó toda la casa, hizo en los principios la impresión de un viento que sopla con violencia. Figura muy exacta de la potencia descrita en 1:8 y de la libertad del S. Espíritu que, como el viento mismo, sopla dónde quiere y cuándo quiere: Juan 3:8; 20:22. Fijémonos que hay dos excepciones que señalan el carácter inesperado de la efusión del Espíritu: La palabra repente colocada al principio de la frase llevando el énfasis y el detalle al estaban sentados, de donde se desprende el hecho de que no estaban en oración, ya que todos los judíos oraban de pie. Sabemos que esperaban el Espíritu Santo durante diez días y quizá ya estaban cansados, pero lo cierto es que el Don de Dios Padre les sorprendió en un momento que no lo esperaban precisamente.

  Sigue Hech. 2:2, 3. En estos vs. aún hay otro símbolo lleno de significado: Lenguas, como de fuego. Nos da idea, no sólo del uso que luego se dio al habla humana, sino de poder, calor, luz y esencia, atributos todos ellos del Espíritu S. Aún quedan dos enseñanzas más en estos vs. a saber: (a) El participio traducido por lenguas separadas está en presente en el texto original, separándose a la vista de los discípulos, en el preciso momento en que el fenómeno se produce, y (b) aunque el sujeto del verbo “posaron” son las “lenguas”, este ve está, en gr, en singular, una irregularidad destinada a hacer sentir aún más si cabe que una lengua se posó sobre cada uno de ellos. Así, cada uno de forma individual debe recibir el espíritu y ser, por él, regenerado y santificado.

  Hech. 2:4. No hay que cortar o añadir nada de lo leído: Todos, no sólo los apóstoles, como se ha venido diciendo a menudo, sino todos los discípulos reunidos fueron llenos del Espíritu Santo. Y fueron henchidos por él en todas las facultades del alma recibiendo con ello toda la plenitud de sus dones: luz, verdad, vida, amor y santidad. Pero no podemos pensar que este Espíritu les vino y se mantuvo de forma mágica puesto que medió voluntad y fe. Ellos se habían preparado con oración, 1:14, y habían esperado allí constantes en la fe como sabiendo que vendría. Luego una vez henchidos del mismo, lo podían retener puesto que se nos dice en otro lugar que Esteban y el otro discípulos estaban llenos del Espíritu Santo, 6:5; 11:24.

  En cuanto a ese extraño hablar en otras lengua, ¿qué puede significar? Este don extraordinario consistía para los discípulos la facultad de hablar, sin haberlas aprendido, las lenguas más diversas y hacerse comprender por todos los pueblos presentes.

  Hech. 2:16, 17. Alguien tenía que dar una explicación fiel y satisfactoria a los hechos que estaban sucediendo y que dejaban atónitos a los moradores de aquella ciudad, y fue Pedro el elegido para hacerlo. En primer lugar hemos de notar que toda su tesis está basada en algo que sus oyentes entendían a la perfección en calidad de israelitas conocedores de las antiguas profecías. Pedro cita a Joel 2:28-32, y es curioso observar como el apóstol, haciendo eco del sentir del Espíritu localiza los postreros días del profeta con el llamado este tiempo de Hech. 1:6, textos cuya localización había constituido para él y sus amigos y compañeros un verdadero problema en tiempo de la vida física del señor Jesús, su Maestro. Ahora reclama para sí que aquel tiempo que se les había dado en vivir, son ya los postreros días a los que alude Joel y que, no podían negarlo, constituía un motivo de inefable esperanza judía. Según las enseñanzas de todo el AT, uno de los más grandes propósitos de Dios era el manifestarse a todos los habitantes de la tierra y hacia esa mira apuntaba incluso el hecho de la propia creación del pueblo de Israel Pero los judíos confundieron las miras y la manifestación no sería tan extensa como hubiera sido de desear y lo era más bien interna, de murallas para adentro. Esperaban, eso sí, una proclamación mundial de pueblos judíos solos y no se daban cuenta de que el E entraba en los corazones humanos sutilmente con la excepcional misión de informar al mundo la existencia de un Dios amoroso.

  Aquella manifestación del E. Santo no debía hacer acepción de personas, judíos y griegos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños, todos sintieron o experimentaron la misma sensación de vivir momentos inenarrables, demostrándonos así que el reino del Señor, que precisamente venía a proclamar a este E, como ya hemos dicho, abarca a toda la humanidad, que el todo aquel que crea de Juan 3:16, era efectivamente una gran realidad, que se habían roto todas las barreras que existían entre el hombre y Dios, que, en suma, el hombre ya podía entender que era amado.

  Mediante el Espíritu Santo desaparecen las distinciones entre grupos, castas, privilegiados y oprimidos. Esta era y es la santa voluntad de Dios y la Iglesia de hoy día tiene que estar a la vanguardia de la sociedad y mundo para que se realice esta visión, de la cual profetizó Joel y que comenzó a vivir, a actualizarse, a realizarse, en aquella memorable jornada de Pentecostés. ¿Es realmente consciente nuestra Iglesia de tamaña responsabilidad? Aún estamos en los llamados días postreros, ¿vamos a desaprovechar la oportunidad? Oremos para que el E Santo nos llene al igual que lo hizo aquel día y conseguir así hacer de Barcelona una nueva Jerusalén en Pentecostés.

  Hech. 2:36. El vocablo pues es concluyente. ¡Qué frase tan tremenda! Es una señal de atención y advertencia, una llamado a toda la casa de Israel, a todo el pueblo, que debe saber (en gr. “reconocer”), con certidumbre, por los hechos que acaban de ser expuestos, que Dios ha hecho, ha constituido tanto Señor como Cristo, Señor de todos y de todas las cosas, Hech. 10:36, tanto como Mesías, al Cristo que vosotros crucificasteis. ¡Qué contraste! Dios le ha elevado por encima de todos como a un verdadero rey sobre su reino… ¡y vosotros le habéis crucificado! Y Pedro quiere, en primer lugar, producir el arrepentimiento en sus oyentes y su última frase será como un aguijón que estará hincado en sus almas hasta que lo puedan arrancar tras el perdón y el arrepentimiento.

  ¿Cómo responde el pueblo?

  Hech. 2:37. Ante la exposición tan cruda, pero realista, aquellos por quienes había muerto el Cristo, tuvieron que responder: ¿Qué haremos? Esta es la vital pregunta que deberíamos izar o levantar siempre en nuestros oyentes. Es la puerta para recibir el mensaje esperado, es, en suma, la llave de la felicidad. El certero mensaje de Pedro, bañado por el Espíritu, había ido al corazón porque el mismo apóstol se había identificado con ellos: Había empezado diciéndoles varones judíos, v. 14, seguido por varones israelitas, v. 22, luego los llama así: Varones hermanos, v. 29, y ellos lo reconocen y lo llaman de la misma manera: Varones hermanos, v. 37. Esto nos da una lección: Es necesario que nos identifiquemos con nuestros oyentes si queremos hablar de un evangelio que se haga comprensible.

  Hech. 2:38-40. ¿Qué quiere decir Pedro con arrepentirse ya? Quiere decir simplemente que hay que dejar de actuar y pensar de un modo y comenzar a vivir, hablar y pensar de otro. O lo que es lo mismo, volver a pensar y actuar según lo que ya les había enseñado Dios. O lo que es también igual, desechar el ser o hombre anterior y nacer de nuevo. Pero además, junto a este arrepentimiento, debían identificarse con Jesús y sus seguidores mediante el bautismo, señalando así, de forma visible, que se ha entrado en los umbrales de una nueva vida, de un nuevo verídico nacimiento. El bautismo muestra una entrega total de la persona a Jesús como Señor y como Cristo. Es un paso público y hasta irrevocable y del cual, una vez decidido, ya no se puede volver atrás. Esa es la verdadera forma de dar testimonio, de poseer el Espíritu y lo que es curioso, el arrepentirse, bautizarse y recibirle no es la meta del seguidor de Cristo, sino… ¡el comienzo!

  Hech. 2:41. No hay forma de saber de cuántas personas se componía aquella multitud que escuchaba al apóstol, pero sí sabemos que la componían toda clase de gentes de distintos países conocidos por el narrador Lucas y que tres mil de ellas respondieron positivamente al llamado del Espíritu por boca del orador.

  Y ahora el clímax:

  Sigue en Hech. 2:42. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión de los unos con los otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.

 

  Conclusión:

  Este es el resultado: Comenzaron bien, siguieron bien y hasta terminaron bien. Aprender, comunicarse y compartir todas las experiencias debería ser la vida del creyente de hoy.